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La intervención de María Teresa Andruetto, en el cierre del VIII Congreso de la

Lengua Española, plantea una serie de polémicas sobre la lengua, sus implicancias
sociales, humanas, económicas, políticas y culturales; al tiempo que nos invita a
reflexionar sobre el plano institucional, tanto de las entidades específicas que
abordan la lengua como su "dominio", así como el papel de los estados nacionales y
la defensa de los derechos lingüísticos.

La contradicción entre las entidades rectoras -allí donde reside el poder de control
formal, con sus pretensiones de uniformidad y "pureza"- y la lengua como patrimonio
de su comunidad de hablantes, siempre en movimiento y contacto con otras culturas,
aparece a lo largo de todo el discurso de la escritora argentina. Instituciones que de
deciden el buen decir, un conjunto de reglas y convenciones estandarizadas, un
monopolio del buen gusto, asume la centralidad ejerciendo desde allí mecanismos
para condenar a la marginalidad e invisibilizar la diversidad cultural, las
singularidades; el surgimiento, la afirmación o el reconocimiento de otras
identidades.

Esta búsqueda de control unidireccional sobre formas y contenidos, busca


apropiarse de la lengua en su doble condición -ambas vinculadas- de capital
simbólico y capital económico. Esta última a través del usufructo de los dividendos
generados por el mercado de la lengua, y ligada a los requerimientos de la industria
cultural que necesita simplificar, uniformar públicos y productos, por tanto neutralizar
lo particular, quitarle a la lengua su riqueza y su vida, sus singularidades y su
capacidad de transformarse. En tanto capital simbólico, nos enfrentamos a la
cuestión de la relación entre los modos de decir, pensar y conocer, a la carga
ideológica de la que es portadora la lengua en sus posibilidades de reflejar y
representar la sociedad. Aquí vemos a la lengua como territorio de construcción y
disputa de sentido, lugar de conflicto y de encuentro, de práctica política y
comunicación.

Cada uno de estos aspectos, y muchos otros, planteados por Andruetto, ameritan
comentarios más amplios y rigurosos. A modo de cierre, me gustaría destacar, ante
las concepciones regentes y rígidas de la lengua, su cualidad necesaria de
inventarse y reinventarse al ritmo de la vida y su contexto, para seguir siendo eso
que nos pertenece individual y colectivamente.

Luis del Puerto - IFD Minas

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