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La Biblia no es un libro de ciencias

Las palabras deben conducirnos a la Palabra

El hecho de reconocer que el autor de la Escritura es Dios mismo, nos hace descubrir
la unidad de todo su contenido, su verdad y su propia finalidad, que no es otra que
darnos a conocer la Sabiduría de Dios. Si, por ejemplo, san Juan tenía presente todo
tipo de detalles, después de muchos años, sobre las enseñanzas y hechos de Cristo,
era porque el Espíritu Santo actuaba en él, elevando su inteligencia para que
comprendiera todo lo que Cristo le había enseñado.

Es cierto que toda la Escritura tiene una doble autoría, porque el escritor humano
es también causa libre e inteligente de los Libros Sagrados; pero el autor principal
es Dios mismo. Y por eso el creyente lee la Escritura buscando entenderla desde
Dios. Los contenidos de cualquier libro de La Biblia se deben principalmente a la
acción de Dios. Más aún: en la Escritura, la actuación de Dios está de forma
inmediata por encima del proceder ordinario de las cosas, de la misma manera que
actúa en los milagros. Es el fruto de una excesiva eficacia por su parte.

Es muy importante no perder de vista esta autoría de Dios, aunque sea reduciéndola
al carisma de la inspiración, porque entonces sólo nos fijaríamos en lo que el autor
humano quiso decir, y dejaríamos la acción de Dios reducida a un cierto instinto
religioso o poético del propio hombre inspirado.

El autor humano es un instrumento libre en manos de Dios; instrumento que


actúa según la voluntad de Dios, instrumento que penetra en una Sabiduría que no
es humana, sino divina. El Espíritu Santo se encarga de elegir las palabras humanas
y de llenarlas de un sentido mucho más elevado, de un nivel muy superior. Dios
quiere expresar en cada palabra del texto sagrado mucho más que aquello que todos
los comentarios y exegetas pueden llegar a descubrir.

Por eso se entiende que todo aquello que la Biblia nos enseña sobre el orden natural
siempre está en conexión con la fe, con la verdad sobrenatural. Los hechos históricos
que la Biblia transmite no son aislados, sino que nos quieren conducir a la unidad de
una enseñanza estrictamente religiosa. La Biblia, en este sentido, no es un libro
de ciencias naturales, ni de historia. Incluso las mismas palabras humanas reciben
un sentido superior cuando son usadas por la Escritura para describir la intimidad de
Dios.

El Espíritu Santo al componer la Escritura quería tener presente a todos los hombres
y todas las situaciones para que cada uno encontrase la verdad necesaria para él.
Dios conoce lo que necesita cada uno de nosotros. Y de esta forma nos deja unos
libros en los que obtendríamos el alimento para nuestra vida.

Es posible que el autor humano desconociera alguna de las verdades que años
después otros hombres encontrarían en sus escritos; pero lo que no se puede dudar
es que sí las conoce el Espíritu Santo. Por el mismo motivo se puede afirmar que
toda verdad que, sin contradecir las palabras del texto, puede amoldarse a la
Escritura, pertenece a su sentido.

Siglos más tarde, encontramos afirmaciones de fe, que, de acuerdo con la enseñanza
de la Iglesia y la Tradición, podemos decir que forman parte del sentido de la
Escritura. No podemos hablar de dos sentidos del texto bíblico: uno el que da el
texto; y el otro, el científico propio del especialista, porque su profundidad no es
fruto de ciencia humana sino de fe. De aquí que sea muy valiosa la interpretación
que hicieron los Primeros Padres de la Iglesia, obteniendo de la Escritura fuentes de
agua viva, leyendo en sus páginas la Providencia de Dios, su poder, su misericordia,
su amor, etc.

Leer la Escritura en la fe de la Iglesia es un encuentro personal con Dios, y cuando


Dios comunica su sabiduría al hombre lo que quiere es santificarlo. «Toda la Escritura
es inspirada de Dios y útil para la enseñar, corregir, formar en la justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto, a punto para toda obra buena» (2 Tm 3, 16-
17). Por lo tanto el sentido de la Escritura es doble: enseñar la verdad y ayudarnos
a realizar obras de justicia, de amor.

Cuando leemos el Evangelio con este espíritu, se renueva en nosotros el deseo de


santidad, el deseo de Dios, de conocerlo, de amarlo y de vivir de acuerdo con su
voluntad. Toda interpretación de la Biblia tendría que llevarnos a vivir en profundidad
la vida de Dios en nosotros.

Así la Escritura es santa no sólo porque su autor es santo sino porque nos santifica.
Por otro lado es necesario situarnos en sintonía con el Espíritu Santo porque
nuestra capacidad de entender la Escritura no es suficiente, ya que sólo por la fe
podemos entender lo que el Espíritu nos quiere decir. Por decirlo claramente: quien
no tenga plena fe en que el Espíritu Santo es el intérprete de la Escritura y que toda
ella es una manifestación de la vida íntima de Dios revelado en Cristo,
necesariamente distorsiona la verdad.

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