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NEUROCIENCIA EN LA EDUCACIÓN

Por lo que concierne a la neurociencia en la educación, hoy día hay diversas

pruebas de cómo un ambiente de aprendizaje equilibrado y motivador requiere

a los niños de un mejor aprendizaje. Es por ello que los niños aprenden

“socialmente”, construyendo activamente la comprensión y los significados a

través de la interacción activa y dinámica con el entorno físico, social y emocional

con los cuales entran en contacto.

La cantidad de jóvenes desmotivados que no quieren continuar sus estudios o

creen que lo que están aprendiendo no sirve para nada es alarmante. Y la única

forma de combatirla es a través de maestros que enseñen a los niños a afrontar

nuevos retos, que transformen el cerebro de sus alumnos aprovechando todas

las herramientas que ofrece la neuroeducación para enseñar mejor. Algunos

expertos afirman que si las clases fueran más vivenciales podrían impartirse más

conocimiento en menos tiempo. Los docentes deberían aprovechar lo que se

conoce del funcionamiento del cerebro para enseñar mejor. Los niños deben

entusiasmarse por lo que están aprendiendo.

Estamos frente a un gran desafío profesional. Nuestra profesión. Nos fijamos en

las manifestaciones visibles, medibles y manejables de conocimiento más que

en los mecanismos y procesos cognitivos. Como nuestra profesión no puede

comprender los procesos cerebrales internos se concentra en objetos o eventos

externos (estímulos) y en la conducta que emerge de procesos cognitivos

desconocibles (respuesta). Aprendemos a manipular el entorno para lograr la

conducta deseada.
Como educadores tenemos que abordar de frente nuestras más apreciadas

cuestiones sobre la clase. La tecnología está allí. Tenemos que conocerla ahora.

Como es evidente, un profesor bien informado habitualmente tomará mejores

decisiones. El profesor debe juzgar si la investigación se adecua a su particular

clima de aprendizaje y cómo. Uno tiene que ser cuidadoso y prudente en cómo

se interpreta y usa la investigación. Nuestro proceder debe ser buscar la

investigación básica en neurociencia y juntarla con los datos de la sicología y de

la ciencia cognitiva. Lo que uno nunca encontrará es un estudio definitivo que

demuestre que el aprendizaje basado en el cerebro es mejor.

No podemos seguir como estamos; si queremos, los profesores, ser realmente

profesionales de la educación, tenemos que actuar como tales. Y eso requiere

que adquiramos una buena base de información científica sobre el cerebro,

sobre cómo aprende el cerebro. En cada escuela, en cada departamento

provincial de educación, debería existir un núcleo de profesores de ciencias

naturales, de humanidades, de artes, etc., que trabajaran de consuno en procura

de conocer más y profundizar más en la teoría del aprendizaje compatible con el

cerebro.

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