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La delación en lo penal

Desde los griegos antiguos se practicaba el estímulo a lo que en la época


moderna los jóvenes llamábamos ‘acuseta’. También los etruscos y vikingos
tenían una particular forma de administrar justicia con los que ellos consideraban
atropellos, no delitos, que consistían en los azotes en la espalda del agresor
robador de una gallina o un semoviente, por ejemplo, pero no punible según sus
criterios si en una riña se decapitaba al contrario. Eran costumbres de otras
épocas, pero sobre todo de otros criterios. Cuando la escuela Positiva del derecho
Romano con el profesor Ferri llegó a esa cúspide de sabiduría que le reconoció el
mundo, se aceptó la confesión, si se quiere la delación de otros compinches,
como una forma procesal con alta fuerza de prueba concluyente.

Quienes no hemos transitado por el Derecho Penal, como simple ciudadanos nos
asombra hoy día la fuerza que adquirió en el mundo moderno la denuncia, la
‘sapería’, según el vocablo popular, que abunda en toda causa jurídica, lo cual ha
adquirido dimensiones de tal naturaleza que es premiada con beneficios de toda
índole, desde rebaja de condenas hasta mejoramiento en los sitios de reclusión,
comodidades en las celdas, visitas privilegiadas y en casos específicos, puntuales
en los Estados Unidos, por ejemplo, igualmente en Francia e Inglaterra,
protección al delatante, posible encarcelación vigilada y hasta cambio de
fisonomía por medio de cirugías plásticas.

Es una cultura de la práctica penal consagrada en los códigos


inclusive, permitida, admitida y admirada como arma de los acusadores –el
gobierno, las fiscalías– para llegar a más profunda evidencia que complete las
pruebas. En ese contexto, Colombia entró por esta onda en donde múltiples
casos se han resuelto porque uno o varios implicados han confesado toda la
trama, todo el delito en las dimensiones y alcances que el tratadista Gutiérrez
Anzola llamaba “la cubierta que cubre todo lo podrido que hay adentro”.

Entrar a discutir o de pronto a polemizar si este procedimiento es bueno o malo,


eficiente o no, práctico sí o no, definitivo sí o sí, es jugar a los especuladores.
Cada quien tendrá su opinión, y los científicos del Derecho Penal, las escuelas
con sus tendencias mundiales tendrán mucha tela de donde cortar. Es y sería una
discusión eterna. Siempre habrá un grupo que dirá que es la compra de
conciencias, y otro que sostendrá el abuso de las debilidades humanas para sacar
provecho. Nosotros desde un ángulo neófito solamente podemos decir que nos
preocupa que muchos de los sentenciados o sindicados, enjuiciados, interrogados,
auténticamente hampones o criminales, reconocidos bandidos en todas las
expresiones del Código Penal, para salvarse, para mejorarse sus castigos, para
atenuar las penas inventen una cantidad de mentiras, verdaderos novelones, que
enlodan a gente inocente, la complican, y sin autoridad moral absoluta logran que
incautas autoridades fabriquen expedientes en los que o están limpios o se
ensuciaron, por decirlo de alguna manera, condenados o absueltos según el caso,
sin que esta sea la realidad. Abundan estos episodios en Colombia.

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