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* Las editoras y las y los autores de este libro, América globalizada. Reinterpretaciones de las rela-
ciones de género, desafíos y alternativas, hacen el reconocimiento a la Dirección General de Asuntos del
Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713
“Género y globalización en los debates de la Historia y la Teoría Social Contemporánea” por el financia-
miento otorgado a esta publicación.
8 • América globalizada
y la de las trabajadoras del hogar. Como mujeres pobres, indígenas con fuerte sentido
comunitario, rechazan los feminismos que aíslan a las mujeres de las luchas sociales
y que ven como rivales a los hombres; al contrario, ellas los consideran necesarios
en la creación de un entorno que permita una buena vida en comunión con el mundo
natural, con un alto sentido de espiritualidad.
En “Luchas y resistencias en clave femenina: las mujeres en los cortes de ruta
en Jujuy, Argentina (1997)”, Andrea Andújar describe y analiza el activismo social
y político de las mujeres que exigieron una respuesta tras la detención de personas
en la provincia de Jujuy, del noroeste de Argentina, en la jornada de agosto de 1997,
tras una serie de protestas que pusieron a esta localidad en el centro de atención del
gobierno nacional y la opinión pública. Las narrativas femeninas son el centro de un
análisis que se propone reconstruir la historia de las mujeres que participaron, orga-
nizaron y lideraron acciones beligerantes en la provincia de Jujuy, en un contexto
marcado por el proceso de globalización capitalista.
En el capítulo “Las preferencias de la mujer mexicana: de lo nacional al extranje-
ro”, Felicity Amaya Schaeffer nos ofrece un sugerente trabajo donde las relaciones
personales se abordan desde un interesante análisis de relaciones de género acerca
de un fenómeno de tintes transnacionales: la proliferación de citas a ciegas a las que
acuden, en este caso, mujeres mexicanas en busca de pareja a través de una empresa
transnacional que ofrece la posibilidad de establecer relaciones cosmopolitas. El fe-
nómeno se torna representativo de los anhelos diferenciados entre hombres y mujeres,
en razón de su condición socioeconómica, los estereotipos y los roles de género.
En la tercera parte, se han incluido dos capítulos que convergen en la larga data de
la construcción de la dominación masculina, el cuidado y el tiempo de las mujeres.
El artículo “El derecho a la salud en una población que ejerce violencia contra sí
misma: el caso de la población masculina”, de Juan Guillermo Figueroa, reflexiona
sobre la educación masculina orientada hacia la consecución de objetivos que afian-
cen los modelos de socialización de género, llenos de riesgos para la salud y vida de
los hombres. La oportunidad de este estudio localizado en la población masculina es
muy apropiada al momento crítico que se vive en México y en todo el mundo, porque
se pone el acento en la representación masculina donde “la búsqueda de riesgos, el
ejercicio de la temeridad y el ejercicio de la violencia” ofrecen un panorama suge-
rente para el análisis académico y la propuesta de políticas públicas para reorientar
prácticas culturales que dañan particularmente a los hombres jóvenes.
“La medición del tiempo. Oportunidades y desafíos para la visibilización de los
trabajos domésticos y de cuidados”, de Sandra Franco, fundamenta la reflexión, hace
un análisis descriptivo de las encuestas del uso del tiempo implementadas en América
Latina como herramientas que permiten registrar diversos trabajos y tareas que pro-
ducen bienes y servicios; contabiliza los tiempos y las características de dedicación
en estos trabajos diferenciados por hombres y mujeres, para orientar y cuantificar el
aporte económico que éstos representan en el conjunto de las cuentas nacionales.
Las transformaciones en las relaciones... • 13
Resumen
* El autor agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
18 • Armando Pavón Romero
real acerca del matrimonio de los universitarios, incluidos los estudiantes, también contraria
al matrimonio.
Palabras clave: Historia, universidad, género, masculinidades, época moderna, época colonial.
Abstract
The article has for purpose to show how the endeavour of numerous generations of male in-
tellectuals to pass off as “natural” that which was indeed a historical construct, a product
of male domination, is manifested at the New Spain university: the exclusion of women in
universities.
The work starts from the testimony of sor Juana Ines de la Cruz by which she expresses
her interest in attending university and her idea of using a male attire to be able to attend the
courses. It then becomes necessary to review the criteria for admission to and exclusion from
the university to then find out that there is no ban on the access of women. It is assumed that
this is a tacit exclusion, one built over hundreds of years, hence viewed as something ‘natural’,
dehistoricized. Being deemed so, building rules in that regard into the regulations was not
necessary therefore.
The legislation on the dress is then reviewed to see how the authors conceive solely a uni-
versity for men. This legislation brings us to review other authors. While the matter of clothing
is now a historical construct that deems natural the given fact of a male university, it is likewise
important to analyze an ancient tradition about the aversion of the university to marriage, and
also its disposition in favour of male celibacy. Historia Calamitatum of Abelardo is to such
end examined, as well as university and royal laws on marriage by university members, inclu-
ding the students, legislations both contrary to marriage.
Key words: history, university, genre, masculinities, modern era, colonial era.
El problema
En nuestro país, casi todos hemos aprendido en la escuela primaria que la más bri-
llante intelectual de la época colonial, sor Juana Inés de la Cruz, no pudo asistir a la
universidad de entonces. Sabemos que, pese a su enorme interés por el estudio, se
encontró con un muro infranqueable, pues la universidad colonial era una institución
exclusivamente masculina, donde las mujeres no tenían cabida. Se ha vuelto un tópico
la noticia autobiográfica que nos ofrece ella misma en la “Respuesta a Sor Filotea”:
Teniendo yo después como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir, con todas las
otras habilidades de labores y costuras que deprenden las mujeres, oí decir que había
Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apenas lo oí cuan-
do empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que, mudándome
el traje, me enviase a México, en casa de unos deudos que tenía, para estudiar y cursar
La universidad masculina… • 19
la Universidad; ella no lo quiso hacer, e hizo muy bien, pero yo despiqué el deseo en
leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones
a estorbarlo…1
En la escuela primaria no suele leerse el texto de sor Juana, sino que se cuenta la
noticia como una anécdota, aunque un poco tergiversada. Se dice que sor Juana se
vistió de hombre y así asistió a la universidad. En este sentido, los profesores tratan
de mostrar las características discriminatorias de la época colonial a la vez que
destacan el valor y coraje de una mujer para desafiar aquellos criterios discrimina-
torios. Sin dejar de considerar que sería bueno precisar la anécdota y recomendar
la lectura del texto original, puede reiterarse que ningún lector mexicano podrá sor-
prenderse de ver un texto dedicado al carácter masculino de la universidad colonial.
Más bien, de tan conocido el hecho, puede parecer innecesario dedicar unas páginas
al tema. Es posible, sin embargo, que algunos comentarios sobre el párrafo citado
nos permitan aclarar el sentido del presente capítulo.
Las palabras de sor Juana cuestionan, sin duda, la realidad universitaria colonial,
que no permite el acceso de las mujeres a sus escuelas ni a su gremio; cuestionan
también tanto a la sociedad que no ofrece instituciones educativas para las mujeres
interesadas en el estudio como a los roles de género. Todo ello en la pretensión de
mudarse el traje para asistir a las escuelas universitarias. Sin embargo, otra lectura
del mismo texto puede hablarnos de la forma en que se interioriza la dominación
masculina. Bordieu2 nos dice que esta dominación es una construcción histórica que
se expresa mediante formas pretendidamente ahistóricas e intemporales; es decir, la
dominación masculina se presenta como algo “natural”, sin historia. Los roles de gé-
nero, según el discurso de la dominación masculina, no son construcciones históricas,
sino realidades “naturales”.
Para sor Juana, la única posibilidad que tenía una mujer para asistir al Estudio
General era mediante el cambio del vestido habitual femenino por uno de hombres.3
El sólo imaginar semejante cambio, insisto, es una ruptura casi total del orden social
establecido. Se trata de una inversión de elementos de identidad de género construi-
dos durante cientos de años. No obstante, la ruptura no es total porque existen simul-
táneamente algunas concesiones al orden establecido. La primera, más inmediata y
un tanto inverosímil, sería el cumplimiento estricto de los estatutos universitarios. En
efecto, la normativa académica reglamentaba el atuendo de los escolares al extremo
que, de no cumplirse, –por ejemplo, en el uso del bonete, el alumno podía perder la
1 Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz,” en Obras completas de Sor Juana
Inés de la Cruz, 6ª reimp., ed. de Alberto G. Salceda, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, vol.
IV, p. 445-446.
2 Pierre Bordieu, La dominación masculina, 7ª ed., trad. por Joaquín Jordá, Barcelona, 2012, 159 pp.
3 Un inteligente análisis de la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” es el de Clara Ramírez, “Los límites
de la Real Universidad de México”, en Tan lejos, tan cerca. A 450 años de la Real Universidad de México,
Clara I. Ramírez, Armando Pavón y Mónica Hidalgo (Coords.), México, unam, 2001, pp. 117-129.
20 • Armando Pavón Romero
[…] a sido suplicado fuésemos servidos de tener por bien que en la dicha ciudad de
México se fundase un Estudio e universidad de todas ciencias, donde los naturales y los
hijos de españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra sancta fee católica y en las
demás facultades, y las concediésemos los previlegios y franquezas y libertades que así
tiene el Estudio e universidad de la ciudad de Salamanca, con las limitaciones que
fuésemos servidos.5
6 Margarita Menegus, “Dos proyectos de educación superior en la Nueva España en el siglo xvi. La
exclusión de los indígenas en la universidad”, en Lorenzo Luna, Enrique González et al., Historia de la
universidad colonial (avances de investigación), México, cesu-unam, 1987, pp. 83-89 (La Real Univer-
sidad de México. Estudios y Textos, I).
7 Margarita Menegus y Rodolfo Aguirre, Los indios, el sacerdocio y la universidad en Nueva España.
matrícula universitaria de México durante el siglo xviii,” en Mariano Peset, Obra Dispersa. La universidad
de México, México, iisue-unam/Ediciones de Educación y Cultura, 2012, pp. 223-250 (La Real Universi-
dad de México. Estudios y Textos, XXVIII).
22 • Armando Pavón Romero
Ordenamos, que qualquiera que hubiere sido penitenciado por el Santo Oficio, o sus Pa-
dres, o Abuelos, o tuviere alguna nota de infamia, no sea admitido a grado alguno de este
[sic] Universidad, ni tampoco los Negros, ni Mulatos, ni los que comúnmente se llaman
Chinos morenos, ni qualquiera género de esclavo, o que lo haya sido; porque no sólo no
han de ser admitidos a grado, pero ni a la matrícula; y se declara, que los Indios, como
Vasallos libres de su Magestad, pueden, y deben ser admitidos a matrícula y grados.11
9 Gibrán Bautista, “África en México: esclavitud y migraciones en los siglos xvi y xvii”, en Enciclo-
pedia de Conocimientos Fundamentales. Historia-Geografía, Clara Inés Ramírez (coord.), vol. 3, México,
unam/Siglo XXI Editores, 2010, p. 45-66.
10 Margarita Menegus, “La Real y Pontificia Universidad de México y los expedientes de limpieza de
co en el siglo xviii”, en Ma. de Lourdes Alvarado y Rosalina Ríos Zúñiga (coords.), Grupos marginados
de la educación (siglos xix y xx), México, iisue/Bonilla Artigas, 2011, pp. 135-158; Leticia Pérez, “La
La universidad masculina… • 23
Con todos estos datos podemos saber quiénes podían asistir o no a la universidad y,
desde luego, no tenemos ninguna referencia a las mujeres, ni como espacio abierto ni
prohibido a su ingreso. La ausencia de alusiones parece más bien el resultado de un
conocimiento tácito de algo que se daba por hecho, por lo que ocuparse de una cierta
reglamentación hubiera resultado superfluo. Es decir, las mujeres no sólo estaban ex-
sangre afrentada y el círculo letrado. El obispo Nicolás del Puerto, 1619-1681”, en Armando Pavón Ro-
mero (Coord.), Promoción universitaria en el mundo hispánico. Siglos xvi al xx, México, iisue, 2012 (La
Real Universidad de México. Estudios y Textos, XXVII), pp. 271-293. Sugiero al lector revisar estos textos
atendiendo a la resolución final que tomó la universidad en atención a la condición jurídica de los involu-
crados, pues los autores ponen mayor atención a la incomodidad que la apariencia física del involucrado
causaba a los condiscípulos.
13 Clara Ramírez, Universidad y familia. Hernando Ortiz de Hinojosa y la construcción de un linaje,
siglos xvi... al xx, pról. de Armando Pavón, México, IISUE-Bonilla Artigas, 2013, 262 pp.
14 Farfán, XV. 22. Estoy siguiendo la edición de Julio Jiménez Rueda, Las Constituciones de la antigua
universidad, México, ffyl-unam, 1951, 116 pp. (Ediciones del IV Centenario de la Universidad VIII).
24 • Armando Pavón Romero
cluidas de la universidad, sino que ni siquiera hacía falta mencionarlo en los estatutos
y constituciones. Se trataba de una exclusión ejercida y construida a lo largo de siglos,
de tal suerte que parecía algo “natural”. De hecho, la legislación de la Real Univer-
sidad de México sólo se refiere a sus miembros en sentido masculino y, desde luego,
no parece tener un sentido genérico que englobara a hombres y mujeres. Se trata, por
el contrario, de un sentido que sólo incluye a los hombres y, si quedara alguna duda,
podemos recurrir a la legislación universitaria que más directamente nos habla de
la universidad como una institución masculina. Me refiero a los estatutos dedicados
al vestido de los estudiantes. Éstos aparecen en los distintos cuerpos estatutarios de
la Real Universidad de México. Quizá la versión más extensa y detallada es la que
aparece en el proyecto de estatutos del marqués de Cerralvo, proyecto elaborado por
una comisión de doctores de la propia universidad.
El título 36 se titula “De los traxes de los estudiantes y decencia de sus estudios”. Está
compuesto por dos estatutos no numerados y la edición que publicó Enrique Gonzá-
lez15 tiene además un comentario al margen derecho del primer estatuto, probable-
mente añadido en fecha posterior. El primer estatuto comienza reconociendo el valor
humano que significa la dedicación al estudio y la necesidad de que semejante valor
se exprese en el vestido “[…] pues los estudiantes rrespecto de su virtuosa ocupación
y exersisio en las letras y virtudes se aventajan a todas las demás personas, asimismo
es justo se diferensien en los traxes y vestidos de sus personas”.16 Entonces, escribe
la comisión legisladora, los trajes escolares deben ser
[…] con toda modestia,/ de manera que los que fueren matriculados y ganaren curso para
graduarse en esta universidad, traigan mantheo y vonete, eçepto los estudiantes que sir-
ven a otros. Y los que oyeren gramática, traigan camisas llanas y onestas, sin lechuguilla
de curiosidad demasiada. E ninguno de los estudiantes traiga calsas y guarnisiones de ter-
siopelo y rraso, y los manteos y sotanas o sayos, ni en sus cassas traigan rropas de seda,
aunque se permite que puedan traer los collares de los sayos y manteos por dentro con
alguna guarnisión de seda, y no traigan medias de color y guantes adovados ni labrados,
y todos anden con sus cuellos de clérigos.
15 Seguiré la edición crítica de Enrique González, Proyecto de estatutos ordenados por el virrey Cerral-
vo (1626, México, cesu-unam, 1991, p. 169 (La Real Universidad de México. Estudios y Textos III).
16 Esta y la siguiente cita en Cerralvo. 36. [1]. Los estatutos de Palafox son menos declarativos y más
prácticos, pero mantienen el mismo objetivo. Palafox. XVI. 236 y 237. Estoy siguiendo la edición de 1775,
Constituciones de la Real y Pontificia Universidad de México, 2ª ed., México, Imprenta de Felipe de
Zúñiga y Ontiveros, 1775, 238 pp. + 21 pp. del índice de materias.
La universidad masculina… • 25
[Al margen derecho del texto anterior puede leerse lo siguiente:] conforme a el edicto. Y
póngase que los cursantes que trujeron manteo y sotana no entren en la universidad a cur-
sar ni a otros actos, sino con bonetes, pena de perder las matrículas. Y no puedan entrar
en la universidad con golilla y ferreruelo, si no fuere en la facultad de medicina, aunque
se permite que puedan ir vestidos de corto de negro, con cuellesillos destudiantes.
Aunque del texto en su conjunto puede decirse que se trata de vestimentas específicas
para hombres, es necesario aclarar que algunos de los conceptos que encontramos
aluden a vestimentas que podrían ser masculinas o femeninas, por ejemplo, “man-
teo”, “camisas”, “lechuguilla”, “calzas”, “sayos”, “collares”, “medias” y “guantes”.
Todas estas palabras, insisto, refieren a prendas usadas por hombres o por mujeres, lo
que cambiaba era la forma y la manera en que se combinaban con otras prendas, como
veremos a continuación. Además de estos términos también se advierten otros que de-
signan elementos específicamente masculinos, como “bonete”, “sotanas”, “cuellos
de clérigos o de estudiantes”, “ferreruelo”17 y “golilla”.18 Al combinarse, resulta del
todo evidente que la comisión legisladora estaba reglamentando únicamente el ves-
tido de universitarios hombres. Por ejemplo, sólo los hombres podían usar manteo y
bonete; lo mismo ocurre con la sotana y el manteo; y si combinamos sotana, manteo,
“cuellos de clérigos” o de estudiantes y bonete es evidente que estamos hablando
de un vestido exclusivo de hombres. De hecho, este traje era muy parecido al de los
clérigos, cosa que no debe sorprendernos porque si bien las universidades eran insti-
tuciones que estaban abiertas a los laicos, desde la Edad Media y ante la inexistencia
de los seminarios, habían sido centros de formación de clérigos, en especial seculares.
Así pues, gran parte del estudiantado universitario formaba parte o aspiraba a formar
parte del estado eclesiástico.
Como se ha señalado, al margen derecho del estatuto se encuentra un texto que
alude a otra vestimenta, también masculina, pero más propia de los laicos. En lugar
de la sotana se permite que los estudiantes vayan “vestidos de corto, con cuellesillos de
estudiantes”, en específico para los estudiantes de medicina, se les autoriza el uso
17 Rosa M. Martín Ros, “Capa masculina, del tipo herreruelo”, en Alberto Bartolomé Araiza (Ed.),
La paz y la guerra en la época del Tratado de Tordesillas, Madrid, Sociedad V Centenario del Tratado
de Tordesillas, Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, 1994, pp. 144-145. Cova-
rrubias define “Ferreruelo: género de capa, con sólo cuello sin capilla y algo largo […]”, en Sebastián de
Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 2ª ed., ed. de Felipe C. R. Maldonado, revisada
por Manuel Camarero, Madrid, Editorial Castalia, 1995, p. 542.
18 Sobre la golilla como parte del atuendo masculino véase Juan de Zabaleta, “El Galán”, en El día
de fiesta por la mañana en Madrid y sucesos que en él pasan, 7ª impresión, Madrid, Imprenta de Juan de
San Martín, 1754, p. 13, donde puede leerse: “Ponese luego la golilla, que es como meter la cabeza en un
cepo: tormento inexcusable en España. Esta es la Nación, entre quantas la razón cultiva, que menos cuida
de sus comodidades. Está la golilla aforrada en blanco, por dexar de la valona no más de algunos visos. Ya
les llega a los Galanes la enfermedad de las medias a la garganta, plegue a Dios no los ahotue”. Agradezco
a Bárbara Rosillo la ayuda para ubicar el libro de Zabaleta. También me han sido útiles los trabajos de
Victoria de Lorenzo.
26 • Armando Pavón Romero
de “golilla y ferreruelo”. Si bien lo corto o largo del vestido masculino en este caso
parece estar relacionado con la facultad que se cursa, hay otros criterios que son pre-
existentes a los de la universidad y en los que encontraremos diferencias de género
y de las actividades laborales que realizan los individuos. Para explicar con detalle
esta diferencia vale la pena recurrir a un tratado de la época: Tratado provechoso
que demuestra cómo en el vestir, calçar comúnmente se cometen muchos pecados…,
escrito por el arzobispo de Granada, Hernando de Talavera. El autor explica que lo
largo o corto del vestido se establece, primeramente, por una diferencia de género y,
luego, de actividad laboral.
[54] Tanbien es cosa natural, y por esso vsada en toda parte, que de vna manera se vista
el varón y de otra >manera se vista< la mujer, y que generalmente >que< cada vno traya el
vestido, segund que más conuiene para la execución de su of/f/icio.
[55] Porque comúnmente las mujeres están y fueron hechas para estar ençerradas e oc/c/
upadas en sus casas y los varones para andar e procurar las cosas de fuera, por esso a don-
de quier que ay seso se vsa que ellos traya ropa corta y ellas ropa luenga. Ca para andar
acá y allá por el poluo y por el lodo es menester /ropa corta y/ hábito corto […].19
[…] y bien por esta causa los clérigos y los letrados, e los onbres ançianos y honrrados,
en toda parte tra/h/en y siempre traxeron hábitos largos. Ca el of/f/icio de aquestos más
es de estar y >de< vacar a obras intelectuales que >de< andar mucho solícitos en procurar
cosas temporales. Claro que es que el que ha de correr o luchar, o trocar o cauar, o texer o
19 Hernando de Talavera, Tratado provechoso que demuestra cómo en el vestir, calçar comúnmente se
cometen muchos pecados…, editado por Teresa de Castro en “El tratado sobre el vestir, calzar y comer del
arzobispo Hernando de Talavera”, en Espacio, tiempo y forma, Serie III, Historia Medieval, t. 14, 2001, p.
31. Castro señala que el Tratado… se escribió en 1477 y se publicó hacia 1496.
20 Pierre Bordieu, La dominación masculina, p. 105.
La universidad masculina… • 27
carpentear, o trepar o hazer obras semejantes otro hábito más expedido ha menester que
el que está rezando o leyendo o escruiendo, o borslando o haciendo /otra/ qualquier obra
de reposo y >de< assosiego. E avn porque la honestidad y la vergüença ha de ser mayor
en las personas ec/c/lesiásticas y en las mujeres que en los seglares >y en los< varones
>por esso los clérigos y mujeres tra>h<er ropas luengas que cubran pies e piernas y no
tanto los varones<. La graueza, seso y madureza ha de luzir en los ec/c/lesiásticos y en
los letrados y en los ancianos –como dizen los sabios- e por esso han de traer luengos y
ponposos hábitos. Y avún para refrenar la ligereza que naturalmente tienen las mujeres
fue cosa natural que trax/i/essen ropa luenga que las pudiesse enpachar.21
a la prohibición que tenían los clérigos para el estudio del derecho civil23 y, por otra,
debido a las reticencias de la Iglesia hacia la medicina, que a pesar de lo teórico de la
formación universitaria, tarde o temprano era posible que un médico interviniera en
un cuerpo humano. Debemos aclarar que la golilla formaba parte del “cuello”, por lo
que su uso parece ser alternativo al cuello de clérigos o estudiantes e incluso al cuello
de “lechuguilla”. Al parecer, el uso de ferreruelo y golilla, que en el estatuto se res-
tringe a los médicos, tuvo una mayor vigencia en el siglo xvii, y su uso se extendería
entre los juristas y funcionarios del rey.
Yten, que ningún estudiante traiga espada, daga ni puñal ni otras armas ofensivas, ni
con ellas por ninguna bía entren a oyr lisiones ni actos públicos, so pena que el vedel o
secretario que las pueda quitar y se les bendan, y el presio dellas se le dé la tersia parte
al que quitare las armas, e las dos tersias partes se metan en el arca de la universidad;
y para que todo lo contenido en este título se cumpla y guarde se encarga al rrector de
esta universidad que lo agan guardar. Y que el que fuere dos veces amonestado, e no
lo cumpliere, que no gane cursso aquel año.24
Como puede verse se prohíbe la portación de “espada, daga, ni puñal ni otras armas
ofensivas” dentro de las escuelas. Los estudiantes no podían llevar armas ni en las
clases regulares ni en ninguno de los distintos actos académicos. Si bien, el estatuto
se refiere a los estudiantes puede decirse que también alcanzaba al resto de los uni-
versitarios. El uso de la espada era uno de los signos distintivos del caballero. Así,
en masculino. La portación de armas era además considerada una necesidad debido
a la cotidianidad de la violencia en las sociedades europeas del periodo moderno.
Sin embargo, en las escuelas universitarias, una espada, una daga o un puñal podían
intimidar e influir en una lección, en un claustro o en un concurso de oposición. Por
tanto, desde las primeras décadas de vida de la universidad novohispana y ante el
hecho cotidiano de la presencia de estudiantes armados,25 se prohibió el ingreso de
23 En el claustro pleno del 23 de diciembre de 1569, “El dicho señor rector propuso que auía necesidad
que se enviase a su santidad y a su delegado por vna licencia general para esta vniuersidad para que los
clérigos pudiesen oyr leyes”, agn, ru, vol. 3, f. 48 v. También véase J. F. Schwaller, Church and clergy...,
p. 36.
24 Cerralvo. 36. [2]. Las negritas son de la edición que estoy citando.
25 En el claustro pleno del 10 de noviembre de 1570, “propúsose que en los generales entran, asy en las
facultades de teología, Cánones y demás ciencias, estudiantes con espadas y que no guardauan la horden
que se deue, conforme a los estatutos de la dicha vniuersidad. Por todo el ilustre claustro se dixo e
La universidad masculina… • 29
personas armadas y, como puede leerse en el estatuto, quien lo hiciera debía ser des-
armado. Las armas así confiscadas serían luego vendidas. Podríamos decir que debido
a la construcción social e histórica de los roles de género este estatuto sólo estaba
dirigido a la población masculina, pues la espada no formaba parte del atuendo ni de
los accesorios femeninos. La comisión legisladora, de esta suerte, no incluye en su
idea del estudiante a las mujeres.
Si bien estaba prohibido portar armas en las escuelas, la espada y las espuelas forma-
ban parte de los símbolos del doctorado. Eran también los símbolos del “caballero”.
En este sentido, la espada y las espuelas eran accesorios de las vestimentas universi-
tarias, accesorios, como antes hemos dicho, eminentemente masculinos. En efecto, en
una real cédula fechada el 17 de octubre de 1562, el monarca concedió a los doctores
del Estudio novohispano el título de “caballero”.
[…] tenemos por bien y es nuestra merced y voluntad, que agora y de aquí adelante,
todas las personas que en la dicha universidad se graduaren gozen en las nuestras indias;
islas e tierra firme del mar océano de las libertades y franquezas de que gozan en estos
reinos los que se gradúan en el Estudio e universidad de […] Salamanca, ansí en el no
pechar, como en todo lo demás.26
Con esta cédula se levantaban las restricciones que se habían establecido para la
Universidad de México en las cédulas fundacionales, que eran básicamente dos:
la exención del pago de impuestos, privilegio de los caballeros, y la concesión de
una jurisdicción especial para los universitarios. Para efectos prácticos, la cédula se
aplicó en lo tocante al primer punto, como enseguida veremos; pero la jurisdicción
todavía tardaría algunas décadas en ser concedida.27 Como resultado de la cédula, en
el claustro pleno del 9 de mayo de 1563 se presentó una petición del doctor Mateo
Arévalo Sedeño, fiscal de la audiencia:
proueyó que se guarde el estatuto de la vniuersidad de Salamanca que habla cerca de lo susodicho y que se
guarde y cumpla segund está dicho y asy se mandó asentar por auto […]”, agn, ru, vol. 3, f. 64 v.-65.
26 Cédula real de 17 de octubre de 1562, agn, ru, vol. 7, f. 6-7.
27 El tema de la jurisdicción volvió a tratarse en el claustro pleno del 24 de octubre de 1597. Entonces,
el pleno se reunió para ver un pliego de cartas y once reales cédulas que enviaba el doctor Juan de Castilla,
procurador de la universidad. La tercera cédula que se revisó contenía una petición del monarca para que
el virrey y la audiencia informasen sobre la conveniencia de otorgar al rector el privilegio de jurisdicción:
“sobre el conocimiento de las causas criminales dentro de la universidad, reservando la apelación a la real
audiencia”, como era el caso limeño, según la concesión del virrey Toledo. agn, ru, vol. 6, f. 269-270.
30 • Armando Pavón Romero
por sí y en nombre de los señores doctores, en que pedía y suplicaua a su Señoría Ylus-
trísima del señor Visorrey, los ouiese por nueuamente incorporados de doctores desta
Vniuersidad para gozar de la nueva merced que su Magestad avía hecho a la dicha
vniversidad de hazer caualleros a los que en ella se graduasen. Y el dicho señor Visorrey
dixo que en nombre de su Magestad los hauía por nuevamente incorporados, para que
gozaesen la dicha merced y para que sean preferidos en antigüedad a todos los demás
doctores […].28
Por esta razón, en cualquier ceremonia de doctorado, además de los símbolos caracte-
rísticos del grado máximo, se entregaba a los doctores laicos una espada y unas espue-
las. Podemos citar, a manera de ejemplo, el caso del doctorado en cánones de Tomás
de la Cámara, alcalde de corte.29 En primer lugar, los bedeles, “los quales tenían
las mazas en los honbros como es uso y costumbre…”, presentaron al doctorando
ante el claustro de doctores. Luego, el aspirante, “puesto en pie, quitada la gorra con
que le mandaron cubrir, hizo una oraçión en latín y acabada propuso una questión”.
Al terminar, y como parte de la ceremonia, dos doctores argumentaron en contra de
su exposición, “a los quales no le dejaron responder, y acabado pidió licencia al ilus-
tre señor maestrescuela para pedir las insignias de doctor”. Entonces, su padrino, el
doctor Pedro Farfán, que además era su colega en el tribunal de la audiencia, le hizo
entrega de tales insignias
[…] que fueron un libro con una oración en latín ponyéndoselo en las manos le dixo
acçipe hune librum clausum y apertum ut posis legeris y luego tomó un anillo y se lo
puso en el dedo de su mano y le dixo accipe anulum in signum desposationis cun juris
canonici scientiae y luego levantó y le dio un abrazo y un ósculo en el carrillo en señal
de paz y amor.
El libro, como puede verse, simbolizaba la facultad que ahora tenía de leer, es decir,
de regir cátedra; el anillo significaba el matrimonio con la facultad de derecho canó-
nico; y el beso y el abrazo, además de una expresión de paz y amor, significaban la
bienvenida al nuevo doctor. Enseguida, el virrey y el alguacil mayor, en calidad de
padrinos no académicos, le impusieron los símbolos del caballero: “[…] entrambos,
ayudado el uno del otro, le calzaron unas espuelas doradas y le ciñeron una espada y
daga dorada y, ansí, armado cauallero pidió licencia al dicho su padrino para pedir el
grado de doctor en la facultad de cánones al ilustre señor maestrescuela”.
Faltaba la imposición de los últimos símbolos del doctorado. El acta, sin embargo,
en este punto es un poco escueta y no nos ofrece la descripción de esta parte de la
ceremonia. Podemos reconstruirla a partir de otra acta semejante, la del doctorado de
Santiago de Vera, también alcalde del crimen como Tomás de la Cámara:
después de dadas las dichas insignias pidió y suplicó al señor doctor maestrescuela le
diese y concediese el grado de doctor en la dicha facultad de cánones, y puesto de rodi-
llas sobre un cuxín, el dicho señor maestrescuela […] le dio y concedió el dicho grado
poniéndole en los honbros un capirote negro con aforro de carmesí y una gorra con una
borla de seda colorada, insignias de la dicha facultad y, demás del dicho grado, le dio
y concedió todas las graçias preheminecias, facultades anejas y pertenecientes al dicho
grado de doctor […].30
Los últimos símbolos del doctorado y que formarían parte de su vestimenta eran,
según el texto citado, el “capirote” y la “gorra con una borla.” “Capirote” no es sólo
un gorro en forma de cucurucho, sino también una “muceta”, una especie de capa
corta, que se extiende hacia abajo, desde el cuello hasta no más allá del pecho. A
esta última acepción alude el texto, y esa muceta debía ser del color de la facultad
en la que había sido concedido el grado. La “gorra con una borla” es el “bonete” o
“birrete” que coronaba la cabeza del doctor. La borla también debía ser del color de
la facultad y era justamente la que diferenciaba el bonete del doctor del que portaba
el estudiante.
La descripción anterior, como se recordará, alude a dos doctorados otorgados a
universitarios laicos. En el caso de los universitarios clérigos no se usaban los sím-
bolos del caballero, es decir, no se les ceñían ni las espuelas ni la espada. Así, para
terminar este apartado podemos concluir que no todos los símbolos del doctorado
eran exclusivamente masculinos: el libro, el anillo, el abrazo y el beso son elemen-
tos compartidos por hombres y mujeres tanto de aquella época como de la nuestra;
en cambio, las insignias restantes son exclusivamente masculinas: la espada, las es-
puelas, la muceta y el bonete con borla. Todo ello nos indica la masculinización de
la universidad, institución que, tras un largo periodo de “deshistorización”, incluso
anterior al surgimiento de la propia universidad, no necesitaba siquiera reglamentar
un espacio para las mujeres. Peor aun, era una institución que celebraba el celibato
masculino como condición necesaria para la dedicación plena al estudio.
30 Acta del grado de doctor en cánones de Santiago de Vera, a la sazón alcalde del crimen de la audiencia
¿Qué puedo agregar? Un mismo techo nos reunió; después, un mismo corazón. Bajo
el pretexto de estudiar, nos entregamos un mismo corazón […] Esta pasión voluptuosa
me dominó por entero. Llegué a abandonar la filosofía y a descuidar mi escuela […]
¡Qué dolor, el de Fulberto, cuando lo descubrió! [...] Bien pronto Heloísa se dio cuenta
de que estaba en cinta […] Una noche, aprovechando la ausencia de su tío, yo la rapté
secretamente, como habíamos convenido. La hice llegar sin demora a Bretaña, donde
ella permaneció en casa de mi hermana hasta el día en que dio a luz un hijo, a quien
puso el nombre de Astrolabio.
Acusándome a mí mismo, como de la peor traición, del robo que le había hecho el amor,
fui a buscarlo [a Fulberto], le supliqué, le prometí toda clase de reparaciones que quisiera
exigir […] Para terminar de dulcificarlo, le ofrecí una satisfacción que sobrepasaba todas
sus esperanzas: me casaría con aquella a quien había seducido, con la única condición de
que el matrimonio permaneciera en secreto, a fin de no arruinar mi reputación.31
Hasta aquí una breve selección que nos permite conocer la historia hasta la pro-
puesta de un matrimonio secreto. El filósofo, en atención a los criterios medievales
del honor, se dispone a casarse con Eloísa. La necesidad del secreto del matrimonio
se comentará un poco más adelante. Por ahora es importante ver que mediante el
matrimonio pretendía reparar el abuso de confianza cometido contra Fulberto. Evi-
31 Abelardo, Cartas de Abelardo y Heloísa, Historia Calamitatum, 5ª ed., precedido de “En favor de
Heloísa”, de Carme Riera, pról. de Paul Zumthor, trad. de C. Peri-Rossi, Barcelona, Medievalia, José J. de
Olañeta, Editor, 2001, pp. 52-54.
La universidad masculina… • 33
¿Qué gloria podía esperar yo –me preguntaba– de un acto tan poco glorioso, tan humi-
llante para ella como para mí? ¡Qué expiación le exigiría a ella el mundo, al privarlo de
semejante luz! ¡Cuántas maldiciones le atraería este matrimonio, qué prejuicios ocasio-
naría a la Iglesia, qué llanto costaría a los filósofos! ¿Qué mayor indecencia, qué mayor
miseria que verme a mí, un hombre formado naturalmente para el bien de la creación
entera, humillado al yugo vergonzoso de una sola mujer? Ella rechazaba violentamente
la idea de una unión en la que no veía para mí más que ignominia y carga inútil.34
Sin dejar pasar la profunda misoginia expresada en la cita (“¿Qué mayor indecencia,
qué mayor miseria que verme a mí […] humillado al yugo vergonzoso de una sola
mujer?”), que se trasladará a las universidades y perdurará por siglos, es importante
decir que la argumentación todavía continúa y es larga. Abelardo nos dice: “[ella]
Me representó, paso a paso, toda la infamia y las dificultades del estado matrimonial
[…]”. Según la Historia Calamitatum, Eloísa, como buena discípula formada en la
escolástica, recordó a Abelardo múltiples citas de los apóstoles, de diversos santos
y aun de diferentes filósofos que mostraban “las limitaciones del matrimonio […]”.
Llegó, incluso, a formular razonamientos aparentemente simples y lógicos, produci-
dos por ese proceso de “deshistorización” que hace de la dominación masculina un
acto aparentemente “natural”:
[…] ¿qué relación habría entre los trabajos de la escuela y el cuidado de un hogar, entre
un pupitre y una cuna, un libro o un anaquel y una rueca, un lápiz o una pluma y un
huso? ¿Quién, mediando la Escritura o los problemas de la filosofía soportaría los va-
gidos de un recién nacido, las canciones de la nodriza que lo mece, la multitud ruidosa
32 Ibidem, p. 54.
33 Idem.
34 Ibidem, pp. 54-55.
34 • Armando Pavón Romero
Podemos dividir la cita anterior en dos partes. La primera nos presenta las dificultades
que el matrimonio presenta al filósofo. La vida diaria del hogar distrae al intelectual
de sus estudios, le impide concentrarse en el trabajo filosófico. La segunda, trata de la
posición económica del intelectual. En efecto, Eloísa planteaba la solución que la ri-
queza podría ofrecer al matrimonio del filósofo. Sin embargo, la dedicación plena
al propio trabajo intelectual impide que quien se dedica a semejante profesión pueda
atender al mismo tiempo los negocios que podrían hacerlo un hombre rico. Así pues,
el compromiso total con la filosofía, según el texto, conduce a una vida sin riquezas
que obligan al celibato. La mujer y los hijos representan, desde esta perspectiva,
una responsabilidad que el filósofo no puede afrontar. Esta es, en buena medida, una
idea que estaba presente en la sociedad europea en vísperas del surgimiento de las
universidades, que era resultado de una construcción histórica milenaria (si atende-
mos a las citas que ofrece el mismo texto)36 y que se preservaría, todavía, por varios
siglos más.
35 Ibidem, p. 56.
36 En la misma Historia Calamitatum pueden verse alusiones de san Jerónimo a Cicerón y Teofrasto,
donde se presenta una verdadera opinión al matrimonio de los sabios, así como alusiones a Séneca, al An-
tiguo Testamento e inlcuso a san Agustín, donde se presenta la necesidad que tiene el sabio de llevar una
vida ejemplar que, en buena medida, impone una renuncia al mundo, pp. 55 y 57.
La universidad masculina… • 35
El rector debía haber cursado un año, y no podía ser escolar avecindado en la ciudad,
sino foráneo, de Castilla y León, alternativamente. Debía ser laico o clérigo no casado,
mayor de 25 años, y en ningún caso catedrático, religioso o colegial, ni clérigo que tu-
viera cargos o prebendas, para asegurar su independencia.37
Si bien este criterio debió pasar a la Universidad de México, lo cierto es que no era
aplicable en el punto concreto de la geografía señalada. En los otros puntos, ni en el
siglo xvi ni en buena parte del xvii tuvo una aplicación estricta. De hecho, y debido
al juego de poderes políticos que se experimentó en la Universidad de México, encon-
tramos rectores que fueron religiosos y clérigos con cargos o prebendas. Donde sí se
cumplió fue en lo tocante a que no hubo rectores catedráticos, al menos no lo eran al
tiempo de su rectorado. El tema del celibato, según la cita de Peset, estaba referido a
los clérigos –“clérigo no casado”–, por lo que podría pensarse que los laicos podrían
estar casados y, sin duda, fue el caso de muchos rectores laicos.
En el caso de la Universidad de México podemos dividir los periodos rectorales
en cuatro etapas más o menos bien diferenciadas, desde la fundación hasta mediados
del siglo xvii. En un breve y primer momento, los rectores provinieron del cabildo
de la catedral (1553-1561); luego, se tuvo un periodo de transición durante el cual
los estudiantes intentaron hacer valer su derecho a ocupar el rectorado (1561-1574);
después sobrevino un tercer periodo de dominio de los ministros de la audiencia
en el rectorado universitario (1575-1601),38 al que siguió un cuarto periodo, que se
prolongó desde 1602 hasta 1668, en el que alternaron rectores provenientes del clero
secular, del clero regular y de la real audiencia.39
El perfil del rector de la Universidad de México, al menos en el periodo señalado
(1553-1668), no correspondió con lo normado por los estatutos de Salamanca. El
creciente poder del rey se manifestó en la universidad en diversos aspectos y uno de
ellos fue el rectorado. Desde un principio quedó claro que al virrey y la audiencia,
encargados de echar a andar el proyecto universitario, les parecía que el rectorado
debía estar en manos de personas con mayor formación y experiencia que la de los
estudiantes. El rectorado fue quedando, en buena medida, en manos de personajes
externos a la universidad. Para ocupar el rectorado parecía más importante ser de la
catedral, de la audiencia o de las órdenes religiosas. Antes de ocupar el cargo, eso sí,
los candidatos tenían el cuidado de incorporarse a la universidad, con lo cual, cuando
universidad de México, México, iisue-unam/Ediciones de Educación y Cultura, 2012, pp. 9-35 (La Real
Universidad de México. Estudios y Textos, 28).
38 Sobre los tres primeros periodos ocurridos en el siglo XVI, véase Armando Pavón Romero, El gremio
docto…, p. 213-291.
39 Para el periodo 1602 a 1668 puede consultarse Leticia Pérez Puente, “El clero regular en la rectoría
La sexta cédula que se bio en el dicho claustro fue para que ningún oydor ni alcalde de
corte durante el tiempo que usasen sus oficios pudiesen serbir los oficios de rector de la
universidad. La qual, vista y obedecida en el dicho claustro con la reberencia y acata-
miento debido, todos los doctores, maestros y consiliarios arriba referidos por los demás
de la dicha universidad dixeron no querían ni pretendían aprobecharse de la dicha real
cédula ni se executase […].41
y nada más que un ministro de la real audiencia. Nos encontramos, entonces, ante las
intenciones de los doctores y la resolución del monarca que se estrellaban contra el
poder efectivo que ejercían los jueces de la audiencia en la ciudad colonial. Esta dura
realidad no impedía que los logros del procurador Juan de Castilla se expresaran en
otras cédulas más; la séptima, por ejemplo, reforzaba la prohibición a los oidores:
42 Ibidem, 270 v.
43 Cerralvo. 1.1. y Palafox. II. VIII y X.
44 Real cédula de 8 de febrero de 1646, John Tate Lanning, Reales cédulas de la Real y Pontificia Uni-
versidad de México, de 1551 a 1816, versión paleográfica, introducción, advertencia y notas por J. Tate
Lanning, México, unam, 1946, p. 55.
38 • Armando Pavón Romero
[…] y en lo que mira a que los doctores casados no puedan ser Rectores de esa Uni-
versidad, aunque la Constitución décima de las Nuevas lo permite, se ha considerado
por los del dicho mi Consejo que no es decente ni conveniente, que sea cabeza de una
comunidad, que tanto tiene de eclesiástico, una persona casada […].45
Con mayor claridad, ahora se suma al conflicto político el carácter moral derivado del
hecho de que un casado encabece la universidad. Desde nuestra perspectiva actual,
sería necesario profundizar en los aspectos morales de la época para comprender
cuál podría ser el problema de “decencia” que experimentaría la universidad, “una
comunidad, que tanto tiene de eclesiástico”, al ser encabezada por un seglar casado,
porque hoy en día sería difícil apreciar alguno. Por ahora, basta señalar que la cédula
normaba el celibato del rector universitario que, de otra manera, constituía una con-
dena al matrimonio, a la mujer y a los hijos.
Ciento treinta y seis años después, el problema del matrimonio entre los universitarios
novohispanos volvió a ser objeto de la atención real. Aunque, como acaba de citarse,
la universidad era una institución con una gran presencia eclesiástica, los escolares y
graduados laicos podían perfectamente contraer matrimonio. Sin embargo, en España
se había legislado que los escolares que estuvieran en instituciones bajo patronato real
requerían, para casarse, una licencia real.46 En 1792, el rey expidió una cédula pare-
cida a raíz del intento matrimonial del bachiller Manuel Esteban Sánchez de Tagle,
colegial real de San Ildefonso y descendiente de una de las familias aristocráticas del
virreinato, con María Josefa Barrera y Andonaegui. Al respecto, Ángela Carballeda
ha dedicado unas páginas en “Género y matrimonio en Nueva España”.47 La auto-
ra nos dice que el padre del bachiller era contrario al matrimonio; el diferendo había
terminado ante el alcalde ordinario Pedro Ramón Romero de Terreros y Trebuesto,
segundo conde de Regla, quien falló a favor del joven. Entonces, el padre recurrió
directamente al rey para resolver el asunto. El fallo del alcalde ordinario fue revocado
y el bachiller Sánchez de Tagle no pudo contraer el matrimonio anhelado. En la corte,
el fiscal esgrimió el siguiente argumento para solicitar al rey la aplicación, en los te-
rritorios americanos, de la norma arriba citada:48
[…] evitar de esta suerte los matrimonios poco decorosos, que se suelen contraer por los
colegiales, educandas y estudiantes a impulso de su sensualidad y pocos años, y de
los arbitrios y sugestiones de que se valen los que se interesan en ello, sin que sus padres
tutores y curadores, ni los demás sujetos a quienes incumbe impedirlos, puedan remediar
oportunamente por lo mucho que distan regularmente sus domicilios de los parajes en
que los indecentes matrimonios se celebran.49
[…] me hizo presente mi Real Audiencia de esta ciudad de México […] Sería conve-
niente me dignase extender a aquellos dominios lo resuelto para estos, en punto a que los
colegiales que se hallan siguiendo sus estudios, no puedan casarse sin mi Real Licencia
por considerarse su extravío perjudicial al Estado […]
Estando baxo nuestro Real Patronato y protección Real, las vniversidades, seminarios
conciliares y demás colegios de enseñanza eregidos con autoridad pública en nuestras
Yndias y, mereciéndonos sus Escolares y Alumnos la más particular atención, para que
no desgracien en sus carreras y estudios, con perjuicio del Estado y sus propias fami-
lias: Ordenamos y Mandamos que los tales alumnos, Escolares e Yndividuos de Dichas
49Idem.
50La fecha de bautizo, así como la de matrimonio y nombre de su cónyuge están publicadas por Javier
Sanchiz en la página electrónica <http://gw.geneanet.org/sanchiz?lang=es&p=manuel+esteban&n=sanch
ez+de+tagle+herrera>.
40 • Armando Pavón Romero
A diferencia del fiscal, que pone el acento en el aspecto moral al considerar que los
matrimonios de los estudiantes eran “poco decorosos”, la cédula del rey se centra en
dos puntos bien diferentes, contenidos en la siguiente oración: “para que no desgra-
cien en sus carreras y estudios, con perjuicio del Estado”. El primero se refiere a lo
que hoy llamaríamos “fracaso escolar”; es decir, el rey considera que el matrimonio
podría ser un factor de interrupción de los estudios; y el segundo, al costo social, aca-
démico y profesional que una carrera inconclusa representaba para el Estado. Sin em-
bargo, como hemos venido exponiendo, podríamos concluir que por diversas razones
numerosos intelectuales y autoridades consideraron durante siglos –podrían sumarse
más de dos milenios– que no era conveniente que un hombre dedicado al estudio,
fuera un filósofo, un sabio o un universitario, uniese su vida a una mujer.
Para finalizar la historia del bachiller Manuel Esteban Sánchez de Tagle baste decir
que terminó casándose varios años después, en noviembre de 1800, con otra mujer,
51 Real cédula del 11 de junio de 1792. Copia manuscrita del duplicado para el “Juzgado de Provisorato”
de la catedral de Valladolid (Morelia, México). Archivo privado de Marco Fabrizio Ramírez Padilla, quien
es el autor de la transcripción paleográfica (la puntuación es mía). Agradezco a Marco Fabrizio la gentileza
de facilitarme las fotografías del documento. Él ha publicado un comentario sobre la cédula en su blog,
“Bibliofilia novohispana. Espacio dedicado al mundo del l ibro novohispano” (<http://marcofabr.blogspot.
mx/2009/10/real-cedula-para-que-los-individuos-de.html>). La cédula también aparece registrada en otros
repositorios, como la Colección Mata Linares, véase Remedios Contreras y Carmen Cortés, Catálogo de
la Colección Mata Linares. Vol IV. Archivo Documental Español, publicado por la Real Academia de la
Historia, Tomo XIX, Madrid, 1972, p. 292. Una versión impresa se encuentra en la colección digital de la
Universidad de Texas de San Antonio (<http://digital.utsa.edu/cdm/ref/collection/p15125coll6/id/1087>,
consultada el 9 de agosto de 2014). Es posible que el antecedente de la cédula destinada a México fuera la
“Circular de 31 de octubre de 1783” referida a un escolar del Colegio Militar de Ocaña que ofreció casarse
con una vecina de Ocaña sin permiso de su padre. Entonces, el rey, “por su Real orden dirigida al Consejo
en 23 del mismo mes fue servido de resolver que en el Colegio de Ocaña, y demás que estén baxo su Real
inmediata protección, ningún alumno pueda contraer matrimonio, ni ligarse para contraerle sin licencia
de su Magestad, como se practica con los Militares […]”, en Santos Sánchez, Extracto puntual de todas
las pragmáticas, cédulas, provisiones, circulares, y autos acordados, publicados y expedidos por regla
general en el reynado del Señor D. Carlos III, cuya observancia corresponde a los tribunales y justicias
ordinarias del reyno: Obra útil para todos los que se dedican á la judicatura y abogacía, Tomo II, Madrid,
Imprenta de la viuda e hijo de Marín, 1792, pp. 185-186.
La universidad masculina… • 41
María Luisa Omañana Marín. Entonces Sánchez de Tagle tenía casi 35 años de edad.
Su padre y la monarquía cambiaron totalmente el destino de su vida matrimonial.
Para finalizar este trabajo basta una breve recapitulación, pues en las páginas ante-
riores hemos visto cómo la universidad novohispana fue una institución masculina,
sin que para ello fuera necesario establecer una prohibición expresa a las mujeres.
Esta situación era el resultado de una construcción histórica que hacía pasar como algo
“natural”, deshistorizado, lo que en realidad era un acto de la dominación masculina.
Bibliografía
nes de Educación y Cultura, 2012, pp. 223-250 (La Real Universidad de México.
Estudios y Textos, XXVIII).
__________. Obra Dispersa. La universidad de México, México, iisue-unam/Edicio-
Fuentes de Archivo
Recursos digitales
Resumen
Desde la Antropología Cultural, el capítulo tiene el objetivo de analizar las narrativas políti-
cas y artísticas actuales de mujeres chicanas del norte de California sobre el fenómeno de la
violencia de género e incluso sobre su denuncia trasnacional contra el feminicidio en México,
Centroamérica y la frontera mexicano-estadounidense, así como la discriminación y violencia
que ellas viven en sus espacios de residencia en Estados Unidos.
La violencia ejercida contra las mujeres es uno de los principales obstáculos para el desarro-
llo de las sociedades y representa una violación fragante contra los derechos humanos. Desde el
artivismo, son muchas las acciones que han realizado distintos colectivos y organizaciones de
mujeres en la frontera norte de México y en el estado de California para detener la desaparición
y asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, refiriendo a que es un fenómeno que centra el debate
de las mujeres mexicanas, estadounidenses y mexicano-americanas para conocer y debatir
sobre la violencia contra mujeres en condición de migración y de vulnerabilidad en ciudades
fronterizas de México y Estados Unidos.
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
46 • Paola Suárez Ávila
Abstract
From the Cultural Anthropology, the article analyses narratives and current art of Chicana
women in northern California that express the phenomenon of gender violence and their trans-
national complaint against femicide in Mexico, Central America and the Mexican-American
Border; also, the discrimination and violence which they themselves live in their new areas of
residence in the United States.
Violence against women is one of the main obstacles to the development of societies and
represent a fragrant violation against Human Rights. From the artivism many actions they
have taken different groups and women’s organizations in the northern border of Mexico and
in the State of California to Stop Disappearance of Women and female murders in the border
city of Juarez.
Introducción
1 En 1993, durante el gobierno municipal de Francisco Barrio, comenzó la evidencia de los crímenes
momento una respuesta confiable de las autoridades. De allí el impacto que ejercían
las imágenes.
La artista Dianne Kahlo, residente en Kentucky, mencionó que la instalación del
muro exhibido en el mccla surge de su sentimiento para contribuir en la exigencia
de aclarar estas desapariciones y asesinatos en la frontera. Al sentimiento y firmeza de
documentar, actuar y levantar la voz en contra de los asesinatos de mujeres de Dianne
Kahlo se unía la indignación y solidaridad de la documentalista mexicano-americana,
Lourdes Portillo, junto con otras activistas y feministas de México y España como
Esther Chávez Cano y Judith Torrea.
El centro focal de la instalación “Muro de los Recuerdos” fue la imagen de la
Virgen de Guadalupe. Esta imagen virginal, según la propia artista, es la síntesis de
una serie de trasposiciones de imágenes de mujeres jóvenes desaparecidas en Ciudad
Juárez, en donde se reconfigura la Virgen de Guadalupe, dando rostro a la Virgen
de Juárez, con la representación de 110 chicas que son apenas un porcentaje del total de
las mujeres asesinadas. La Virgen de Diana Kahlo tiene una altura de 1.52 m, la esta-
tura promedio de las mujeres que han sido asesinadas2 (Imagen 1).
Imagen 1
Virgen de Guadalupe compuesta con las facciones de mujeres
desaparecidas en Ciudad Juárez, México3
2 La Opinión (2013, octubre 23). “Reaparecen a las de Ciudad de Juárez. Dianne Kahlo revive a mujeres
desaparecidas o asesinadas en la fronteriza Ciudad Juárez, dentro de una instalación en Mission Cultural
Center”. La Opinión, <http://www.laopinion.com/desaparecidas-ciudad-juarez-mission-yosoy132-diane-
kahlo>, consultada el 5 de mayo de 2014.
3 Instalación “Muro de los recuerdos de las mujeres desaparecidas en Juárez”. Dianne Kahlo y Lourdes
Portillo, 2013. Exhibida en el Mission Cultural Center for Latino Arts. San Francisco, California.
50 • Paola Suárez Ávila
¿Cómo llegué a Señorita Extraviada? Yo soy de Chihuahua, yo soy del norte de México
y solía leer los periódicos de Juárez y Chihuahua, donde tengo parientes, y leí un artículo
muy pequeño, que yo creo que era muy pequeño, en el periódico El Diario y decía: “Han
desaparecido 35 mujeres”; y, entonces, un misterio, como que no sabían nada y yo dije:
“¡Dios mío, no puedo ni creerlo! ¡Aquí, si se muere una mueven mar y cielo y la tierra
y todo para encontrarla!, ¡35 son un chorro!” Entonces yo pensé que quizá, como yo ya
había hecho otras películas sobre Derechos Humanos, podía volver a México y entender
un poquito, porque soy del norte y hacer algo, porque me parecía muy misterioso. Tenía
ganas de documentar, de hacer un documental. No era una investigación muy periodís-
tica, era artística. Yo, para empezar, nunca fui a la escuela de periodismo. Entonces, a
mí… hay muchas reglas que yo no las hago. Lo hago así, a mi modo.
México.
El muro de los recuerdos… • 51
Mi relación con el activismo más bien tuvo que ver mucho con las Madres de Mayo; con
ellas, que me relacioné con ellas muy profundamente, y seguí los pasos y seguí viendo
lo que estaban haciendo. Después fui a Juárez y ahí empezó todo. En Juárez no había ese
tipo de organización; aparte, las mujeres que estaban desapareciendo en Juárez eran de la
clase obrera, de la clase muy pobre y la gente [los familiares] no tenía esa educación que
las mujeres de la Plaza de Mayo tenían, porque éstas eran de la clase media. Entonces,
era muy difícil verdaderamente incorporarse a cualquier grupo, porque los grupos se des-
moronaban, se peleaban. Es normal; también la gente está sufriendo tanta pobreza, tanta
carencia que no había mucho de donde agarrarse, y estuve muy apegada a Esther Chávez
Cano, y Esther era una activista par excellance y nada más con ella. Después traté de
ayudar a las madres en un grupo, Voces sin Eco, que se desmoronó, y había un chorro
de cosas que estaban ocurriendo alrededor del activismo en contra del feminicidio. Pero
yo también [… ] te acaba, te acaba todo eso; te acaba el horror, te acaba el terror de ver
todo eso, de ver todo lo que pasa en Ciudad Juárez, te enferma. Esa es la verdad y muchas
personas te pueden decir eso. Humm, y me retiré.5
La situación que vivió Lourdes en Ciudad Juárez refleja el sentir de muchas activis-
tas que han tomado la iniciativa de promover y luchar por la justicia de las mujeres
en Juárez. La decepción es desgastante ante la falta de salidas al problema donde la
inseguridad y la impunidad permean en un campo de batalla, donde las mujeres que
pretenden organizarse están arriesgando su vida ante la falta de garantías.
México.
6 La académica feminista y diputada por el partido de la Revolución Democrática, Marcela Lagarde,
encabezó a muchas militantes que consiguieron que se aprobara la “Ley general de acceso de las mujeres
a una vida libre de violencia contra la violencia hacia las mujeres”. Es de suma importancia el Capítulo V:
De la violencia feminicida y de la alerta de violencia de género contra las mujeres. Véanse sus artículos
21-26.
7 Brunori, Alberto (2009). “Presentación”, en Toledo Vázquez, Patsilí, Feminicidio, México: Oficina
8 Scott, Joan W. (2012). Las mujeres y los derechos del hombre. Feminismo y sufragio en Francia,
Desde esta perspectiva teórica que nos ofrece Joan W. Scott, podemos reflexionar
que el pensamiento feminista chicano contemporáneo tiene una expresión única en
el mundo definido por la identidad de mujeres mexicano-americanas que apelan por
la libertad de derechos y de una vida plena de las mujeres más allá de las fronteras
mexicanas y/o estadounidenses. Considerando la importancia que tiene la experiencia
de la migración y de la asimilación de las mexicano-americanas en una nueva cultu-
ra, de la mexicana a la estadounidense, donde está presente la triple exclusión como
ciudadanas: por cuestión de género, etnicidad y clase.
Las narrativas en contra de la violencia en las propuestas artísticas de las mexica-
no-americanas envuelven nuevos espacios de conocimientos y de experiencias vivi-
das de mujeres que han transformado su vida privada y política durante el proceso
del movimiento migratorio que aún continúa, debido a que las reflexiones en torno
a esta situación las hacen seres políticos que promueven una agencia para transfor-
mar su realidad y la de otras mujeres que han tenido la necesidad de migrar a otros
espacios.
La ciudadanía es un concepto universal que nos plantea retos a la cuestión de los
feminismos surgidos en Estados Unidos bajo la inspiración de pensamiento episte-
mológico de mujeres de origen mexicano o latinoamericano. Las chicanas hacen pre-
sente la discusión sobre por qué algunos individuos han alcanzado plenos derechos de
ciudadanía y otros y otras apenas están pugnando por ellos, reflexionando en puntos
y fenómenos críticos como la violencia sistémica que encubre a los feminicidios de
Ciudad Juárez.
Las narrativas artísticas de las chicanas apelan a los espacios autonómos de cultura
política en donde es posible establecer una relación entre arte y activismo político.
El “artivismo” desnuda nuevas formas de hacer arte impulsadas desde una visión fe-
minista, a partir de las cuales cuestionan las múltiples maneras de ser de las mujeres
y de estar en el mundo con base en las relaciones de género asimétricas del mundo
contemporáneo, así como en la discriminación etno-racial y de clase.
Sobre el acrónimo de artivismo, lo han acuñado artistas como la fotógrafa y dise-
ñadora gráfica Ina Riaskov, de Producciones y Milagros Agrupación Feminista, “el
arte permite tener, sobre todo, un contacto más lúdico y directo con otras personas.
Vemos que por medio del arte muchas veces se pueden comunicar causas y luchas de
una manera más lúdica que un puro activismo de la palabra dura”.11
El artivismo feminista aborda distintos problemas de la colectividad humana y de
las relaciones de género; en este sentido son las artistas chicanas quienes develan la
violencia sistemática ejercida en contra de las mujeres, con el fin de generar nuevos
espacios de discusión y análisis donde las mujeres construyan una vez más sus
identidades, sus problemáticas y sus demandas en una plataforma de acción femi-
nista.
Conclusiones
La violencia contra las mujeres es una problemática a nivel mundial, que ha busca-
do distintas resoluciones en retóricas y epistemologías feministas donde las mujeres
activistas, artistas y académicas han depositado distintas reflexiones por medio de la
política, el arte visual y las letras para diseñar, construir y definir nuevos tipos de ciu-
dadanía donde las mujeres puedan combatir la indefensión que tienen ante al Estado
al enfrentarse a mecanismos de violencia sistémica.
En un contexto de migración internacional, las mujeres de la frontera mexicano-
estadunidense, chicanas y mexicanas han lanzado sus demandas y la exigencia para
que sea resuelto el problema del feminicidio y la violencia sistémica en contra de
ellas ejercida desde el Estado y las organizaciones criminales que viven en el espacio
fronterizo entre México y Estados Unidos.
La necesidad de crear nuevos espacios de acción política ha logrado que las muje-
res activistas encuentren un espacio en el arte, para hacer visibles las problemáticas
de las mujeres en condición de marginación, de violencia y de extrema pobreza de
la frontera méxicano-estadunidense. El artivismo es un movimiento mundial que ha
impactado al feminismo desde la década de los setenta del siglo xx para generar
discusiones en torno a la identidad femenina y feminista, enfrentando las retóricas
del sistema patriarcal que las niega en todos los ámbitos de la existencia y la cultura
humana, incluido el arte.
Desde mi perspectiva, el artivismo es un fenómeno importante para el análisis antropo-
lógico ya que es posible estudiar las posibilidades que contiene el perfomance como una
acción cambiante en donde los espectadores y actores promueven reflexiones centradas
en las condiciones contemporáneas de la mujer y su relación con la violencia de género.
La representación de la violencia en el artivismo feminista de Dianne Kahlo y
Lourdes Portillo devela apenas una parte de los sentimientos y las perspectivas políti-
cas de las mujeres chicanas, en donde es posible encontrar nuevos rasgos de liderazgo
femenino y feminista en la búsqueda por la resolución de los crímenes perpetrados
contra mujeres en Ciudad Juárez.
Finalmente, considero que las condiciones de exclusión en diversos ámbitos de la
vida humana de las mujeres migrantes hacen que ellas tengan una visión propia del
mundo, donde el capitalismo y el sistema patriarcal de las democracias modernas en
México y Estados Unidos no han asentado las bases para reconocer el derecho pleno
de la ciudadanía de las mujeres, sobre todo las migrantes, y el respeto a una vida libre
de violencia.
Bibliografía
Ávila García, Virginia (ed.) (2013). Memorias del Primer Seminario-Taller Inter-
nacional “Los debates de la globalización desde una perspectiva de género”.
México: Facultad de Filosofía y Letras-unam.
El muro de los recuerdos… • 55
Fuentes electrónicas
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revive a mujeres desaparecidas o asesinadas en la fronteriza Ciudad Juárez, den-
tro de una instalación en Mission Cultural Center”. La Opinión. <http://www.
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consultado el 5 de mayo de 2014.
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to con las personas: Ina Riaskov”. La Jornada. <http://www.jornada.unam.
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lourdesportillo.com/index.php> consultado el 5 de mayo de 2014.
Villalpando, Rubén (2009, diciembre 26). “Muere Esther Chávez, pionera en la lu-
cha contra feminicidios en Juárez”. La Jornada. <http://www.jornada.unam.
mx/2009/12/26/estados/021n1est> consultado el 9 de mayo de 2014.
Villalpando, Rubén y Gustavo Castillo (2011, enero 2). “Registra Juárez en 2010
la cifra más alta de feminicidios en 18 años”. La Jornada. <http://www.
jornada.unam.mx/2011/01/02/politica/006n1pol> consultada el 5 de mayo
de 2014.
Entrevistas
Material audiovisual
Páginas electrónicas
EL CORRELATO EN LA NARRACIÓN:
MUJERES Y LUCHAS SOCIALES
Clarice Lispector
Resumen
Identidad, memoria y narración son los ejes de este artículo que tiene como fin considerar la
pertinencia de un género literario que nació en el contexto de una América Latina colmada de
luchas sociales y proyectos nacionales revolucionarios. La identidad femenina militante y la
memoria que invoca a un recuerdo inmediato de acontecimientos en los que influye y que a su
vez intervienen en la construcción de identidades combinadas son algunas de las reflexiones.
Nos adentramos en recuerdos transformados en palabras orales que a su vez se trasladarán a la
escritura como marco para comprender la construcción del sujeto en femenino, que manifiesta
formas de resistencia, arribando a propuestas que inciden en la creación de un mundo diferente
y por tanto mejor.
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
58 • Silvia Soriano Hernández
Abstract
Identity, memory and narration are the axis of this article with the goal to consider the relevance
of a literary genre that was born in the context of a Latin America plenty of social revolutionary
struggles and national projects. The militant feminine identity and the memory that invokes an
immediate recollection of events are some of the reflections. We take memories transformed
into spoken words which in turn will move to writing and are framework for understanding the
construction of the female subject, expressing forms of resistance that lead to proposals that
affect the creation of a different and so, better world.
Introducción
quien escucha. Así, miramos este género como representación de formas de creativi-
dad que combinan la militancia con la denuncia oral para reubicar la lucha fuera de
las fronteras del espacio donde se vive y combate, donde se muere y se persiste.
Asimismo, estamos pensando en las mujeres que juegan cierto papel de liderazgo
y que, al hablar primero para los suyos, fueron hablando más y más para llegar a
otros, y con palabras propias narraban los motivos de su actividad intercalando sen-
timientos personales con añoranzas sobre un futuro que podía, gracias a su accionar,
ser mejor que el presente en que se lucha. No padecen anomia puesto que le ponen
nombre a su experiencia y se atreven a confrontar otras versiones que difieran de sus
narraciones. Su palabra tiene valor porque es verdadera y porque brota de vivencias
de combatividad.
Precisiones metodológicas
Tomar como punto de partida la memoria de mujeres luchadoras sociales que perte-
necen a grupos y/o etnias consideradas como subalternas1 confiere cierta peculiaridad
metodológica que debemos precisar. Por una parte, la cuestión de la identidad es
central. En una investigación sobre el movimiento indígena en el Ecuador, Guerrero y
Ospina2 señalan que los marcadores identitarios son aquellos elementos socialmente
reconocidos como identificaciones públicas de la pertenencia de una persona, en este
caso, al mundo indígena, en el contexto particular del espacio andino, pero que sin
duda se extiende a otras regiones de América Latina; esto significa que, producto de
diversos procesos y momentos, ciertos sectores de la población indígena fueron afir-
mando “su identidad india por encima de sus circunstancias profesionales o de clase,
[considerándola] una opción de vida”, aspecto atractivo en la medida en que es su
propia sociedad la que los excluye y discrimina precisamente por su condición étnica.
El recurso de la identidad étnica se vuelve factor de cohesión política con el objetivo
1 Es inevitable hacer referencia a Chakravorty Spivak y su muy citado texto sobre la posibilidad del
subalterno de hablar, véase la traducción al español en “¿Puede hablar el subalterno?” Revista colombiana
de Antropología, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, vol. 39, enero-diciembre, 2003, Bo-
gotá, Colombia, pp. 297-364, donde adelanta lo siguiente: “Este texto se moverá, a lo largo de una ruta
necesariamente dilatada, de una crítica a los actuales esfuerzos en Occidente de problematizar al sujeto
hacia la pregunta de cómo es representado en el discurso occidental el sujeto del tercer mundo. A lo largo
del camino tendré la oportunidad de sugerir que un descentramiento aún más radical del sujeto está, de
hecho, implícito en Marx y Derrida. Y recurriré, quizá de manera sorprendente, al argumento que la pro-
ducción intelectual occidental es, de muchas formas, cómplice de los intereses económicos internacionales
occidentales. Al final, ofreceré un análisis alternativo de las relaciones entre los discursos de Occidente
y la posibilidad de hablar de (o por) la mujer subalterna. Usaré ejemplos específicos del caso de la India,
discutiendo detalladamente el estatus extraordinariamente paradójico de la abolición británica del sacrifi-
cio de la viuda”, p. 301.
2 Fernando Guerrero y Pablo Ospina, El poder de la comunidad. Ajuste estructural y movimiento indí-
de interpelar a otros sectores de la sociedad. Esta táctica lleva implícita una toma de
conciencia de sí mismo, del ser que se diferencia para reconocerse. Reflexión que
nos conduce a una realidad social que tiene representaciones subjetivas dando sentido
a las acciones, así como acciones que estructuran una realidad.
3 Ivonne Szasz y Susana Lerner (compiladoras), Para comprender la subjetividad. Investigación cuali-
que las cosas dichas pasan del campo de la oralidad a la escritura, que la historia no
abandonará ya nunca”. Lo profundizaremos más adelante.
Después de comprender lo que significa la identidad étnica, la subjetividad de estas
mujeres y la fuerza de sus palabras recreadas por sus recuerdos de militancia, preci-
samos que retomaremos algunas de las ideas que expresaron en diferentes momentos
y escenarios ciertas mujeres indígenas. Algunas de las frases me fueron dichas en
alguna estancia de investigación en Guatemala y en Chiapas, pero el resto, como se
verá en la fuente, fueron resultado de otras entrevistas que he recuperado de varias
lecturas.
Las frases de las mujeres son el punto de partida (y de llegada) para incorporar
una reflexión sobre esta memoria de lucha que es narrada por militantes que saben
que recordar y contar son un binomio. Sus voces son públicas no sólo porque suelen
tener un papel de dirección al interior de su propio movimiento social, sino porque al
hablar frente a un mediador sabían que serían escritas y difundidas más ampliamente.
A pesar de que su experiencia es personal, en la medida que se deben a un colectivo,
sus reflexiones son propias y fusionadas entre lo individual y lo grupal.
¿Quién puede recordar y para qué hacerlo? ¿Cómo recuperar esos recuerdos que
pertenecen a un presente de organización social de mujeres que no escribirán su ex-
periencia? ¿Quién sería el intermediario que ayudaría en esa recuperación y posterior
difusión? Cuando Carlo Ginzburg se propuso investigar sobre las clases subalternas
afirmó que:
Aun hoy día la cultura de las clases subalternas es una cultura oral en su mayor parte.
Pero está claro: los historiadores no pueden entablar diálogo con los campesinos del
siglo xvi (además, no sé si les entenderían). Por lo tanto, tienen que echar mano de fuen-
tes escritas (y, eventualmente, de hallazgos arqueológicos) doblemente indirectas: en
tanto que escritas y en tanto que escritas por individuos vinculados más o menos abier-
tamente a la cultura dominante. Esto significa que las ideas, creencias y esperanzas de
los campesinos y artesanos del pasado nos llegan (cuando nos llegan) a través de filtros
intermedios y deformantes. Sería suficiente para disuadir de entrada cualquier intento de
investigación en esta vertiente.5
5 Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un minero del siglo xvi, Océano, México,
1997, p. 4.
62 • Silvia Soriano Hernández
Andrés Guerrero. En ese complejo proceso de ciudadanía y de representación nos dice: “En un sistema
ciudadano de exclusión, en el cual los dominados quedan relegados a un ámbito contingente, ni público ni
privado, se presenta una pregunta. ¿Cuáles son los canales por los que se establece la comunicación entre
el Estado y las poblaciones? Es decir, ¿de qué manera son representadas en lo público-estatal? ¿Cómo
intervienen los ciudadanos en este proceso de representación de los ‘sujetos’?” (Etnicidades, Flacso sede
Ecuador, Quito, 2000, p. 47). Asimismo, el autor afirma que durante décadas, las aspiraciones y propuestas
de los indios de la sierra eran trasmitidas por otros: la Iglesia católica, los militantes comunistas y quienes
se sintieran con el deseo de expresar lo que creían que pensaban esos otros. Este proceso de ventriloquía
llegó a su fin en el momento en que los indígenas de Ecuador se posicionan como sujetos políticos, cuando,
tras una impresionante manifestación nacional en 1990, obligaron a los poderes a negociar con ellos. Así,
añade: “Este hecho, la difusión masiva de la negociación y las intervenciones de los dirigentes indígenas,
trastocó el imaginario nacional. Por primera vez en la historia de la República, los ecuatorianos miraban
(presencia física y discursos) a indígenas afirmar sus propios planteos y negociar mano a mano y en público
con los grandes poderes reales: los representantes del gobierno, de los terratenientes y de los industriales;
de la iglesia y los militares” (p. 50).
7 Op. cit., p. 13.
El correlato en la narración… • 63
Las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrez-
can a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides.
Esto no es exactamente lo mismo que pedirle a la gente que recuerde un ataque de
maldad singularmente monstruoso. (“Nunca olvides”.) Quizá se le atribuye demasiado
valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión. Recordar es una acción ética, tiene
un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación que
podemos sostener con los muertos. Así, la creencia de que la memoria es una acción
ética yace en lo más profundo de nuestra naturaleza humana: sabemos que moriremos y
nos afligimos por quienes en el curso natural de los acontecimientos mueren antes que
nosotros: abuelos, padres, maestros y amigos mayores. La insensibilidad y la amnesia
parecen ir juntas. Pero la historia ofrece señales contradictorias acerca del valor de la
memoria en el curso mucho más largo de la historia colectiva. Y es que simplemente hay
demasiada injusticia en el mundo. Y recordar demasiado... nos amarga. Hacer la paz es
olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada.9
Es en este sentido que el pasado que se narra por estas mujeres militantes forma parte
del presente; no es una memoria que atrapa la injusticia, sino que la deja correr
sin detenerse; es un recuerdo que continúa vigente cuando se testimonia. Lo que Ri-
coeur distingue sobre las experiencias relativas a la profundidad temporal: cuando el
pasado se adhiere de alguna forma al presente y cuando el pasado se reconoce como
tal en su dimensión de pasado.
A propósito de la verdad y la mentira, dice Sissela Bok que la tradición griega pre-
socrática asemejaba lo que se recordaba con la verdad, de allí que la oralidad fuese el
mecanismo de triunfar contra el olvido: “La tradición oral exigía que la información
fuese memorizada y repetida, a menudo en canciones, para que no se olvidara”.10 De
esta forma se podían corear desde las genealogías de los dioses hasta consejos acerca
de la salud; la repetición de boca en boca garantizaba el recuerdo y, por tanto, lo que
se decía constantemente era considerado como verdadero.
p. 35.
64 • Silvia Soriano Hernández
Abrevar de lo oral para conseguir una publicación ha existido desde tiempos le-
janos y no es nuestro objetivo detenernos en el tema. Lo que sí pretendemos es con-
siderar la peculiaridad que en América Latina ha enriquecido este género. Diversas
manifestaciones nacidas de lo oral se han transformado en libros. Aquella a la que
Miguel Barnet llamó la novela testimonio dada su singularidad de surgir de un bi-
nomio: un hombre y/o una mujer que le narraba al gestor (en este caso Barnet) su
historia personal englobando tanto a otras personas como hechos históricos que retra-
taban una época. La Biografía de un cimarrón, primero, y Canción de Rachel,11 poco
después, fueron analizadas por su propio creador como una fuente viva. La memoria
privilegiada de Esteban Montejo (esclavo y después cimarrón) y de Rachel (vedette
de los años veinte) que unían a sus vivencias episodios concretos de la realidad cuba-
na, a los que el editor añadió cierta dosis de ficción. Fue así como, con su escritura,
rompía la tenue frontera que separaba lo verídico de lo imaginario señalando que
surgía una literatura de fundación cuyo escenario se recreaba de un mundo tan real
como irreal. “La novela-testimonio debía ser un documento, a la manera de un fresco,
reproduciendo o recreando […] aquellos hechos sociales que marcaran verdaderos
hitos en la cultura de un país”.12
La militancia política haría brotar, años después, otras manifestaciones con un
origen similar pero con una intencionalidad totalmente divergente. A decir de Renato
Prada, sería el testimonio caracterizado por un discurso con un fuerte enunciado el
que daría pie a lo que él llamó discurso testimonio,13 considerado como un relato
con una enunciación enunciada puesto que el sujeto del enunciado es el sujeto de la
enunciación. Seguimos con Prada cuando afirma que es un discurso verbal en primera
persona “cuya intención explícita es la de brindar una prueba, justificación o compro-
bación de la certeza o verdad de un hecho social”. Los hechos narrados brotan de una
causalidad política, cuentan con una manipulación de mecanismos literarios propios
de otros discursos, por lo que no tienen una intencionalidad estética (entre la verdad
y la belleza, escogen la primera) y tienen un valor de praxis inmediata ya que narran
movimientos libertarios en curso; así, la actualidad conlleva compromiso.14
11 Véase Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, Siglo XXI Editores, México, 1968; y Canción de
presenta en nuestros días, al lado de una literatura testimonial (novelas, cuentos, crónicas) y documental,
una manifestación discursiva cada vez más tenaz y significativa: el testimonio o, como preferimos llamarlo
nosotros, el discurso-testimonio” (Renato Prada, El discurso testimonio y otros ensayos, Coordinación de
Difusión Cultural-unam, México, 2001, p. 13).
14 Citaremos sólo dos ejemplos de libros que recogen el testimonio de mujeres que comparten varios
rasgos en común: ser pobres y ser militantes. Domitila Barrios de Chungara, mujer boliviana casada con
un minero y que organizó a las esposas de los mineros en torno a una de las estructuras sindicales obreras
más poderosas del continente durante los años ochenta, la Central Obrera Boliviana. El Comité de Amas
de Casa se convirtió en el brazo femenino de los obreros mineros que tras un arduo proceso de politización
ensayaron estrategias comunes, donde la represión aparecía de diferentes formas: cárcel, asesinato, destie-
El correlato en la narración… • 65
Por su parte, John Beverley planteó que el testimonio como género latinoameri-
cano tendió a desestabilizar las fronteras disciplinares: “yo veo el testimonio como
modelo de una nueva forma de política, que también significa una nueva forma de
imaginar la identidad de la nación”.15 Abunda en que las voces de estos testimonios
son aquellas que han sido excluidas de las representaciones oficiales y son repre-
sentativas de un grupo o clase social; por ello, es una afirmación de lo individual
en lo colectivo. Regresamos a Ricoeur cuando afirma que el testimonio constituye
la estructura fundamental de transición entre la memoria y la historia, y la memoria
considerada asimismo en su estadio declarativo.
El primer cuestionamiento que se le puede hacer es su fiabilidad; por ello, el filóso-
fo francés señala que “la sospecha aparecerá a lo largo de una cadena de operaciones
que comienzan en el plano de la percepción de una escena vivida, continúa en el de
la retención del recuerdo, para concentrarse en la fase declarativa y narrativa de la
restitución de los rasgos del acontecimiento”.16 Es entonces la unión entre la escena
vivida y el narrador que se vale de sus recuerdos para declarar cómo sucedieron los
hechos. La frontera entre la ficción y la realidad debe estar perfectamente delimitada.
El testigo, al narrar, pide que se le crea, pero al aceptar su verdad existe la posibilidad
de que sea confrontado con otras versiones sobre el mismo hecho y él pueda mantener
su historia. Nos enfrentamos al valor de la palabra. Cuando el testimonio es narrado
rro, exilio, tortura, golpeando por igual a hombres y a esposas de mineros. Domitila narró sus propuestas
políticas en diversos foros enfatizando que su experiencia no era individual sino que pertenecía al colectivo
del cual ella formaba parte; un yo social, le llama Prada. Su expresión oral llegó a la escritura gracias a la
intermediación de la brasileña Moema Viezer. Como prueba de su amplia difusión podemos mencionar
las muchas traducciones que se realizaron de ella así como las diversas ediciones, gracias a lo cual la
lucha minera salió de las fronteras bolivianas. La otra es Rigoberta Menchú Tum, indígena guatemalteca
militante, junto con su padre, del Comité de Unidad Campesina, organización, como su nombre lo indica,
de campesinos, pobres, ladinos e indígenas. Menchú, forma parte de ese sector social que además de ser
pobre, indígena y mujer, encuentra una razón de su ser en la militancia campesina en un contexto de guerra
con los ya conocidos efectos de la represión: cárcel, asesinato, masacres, exilio. En esta experiencia quien
tomó el papel de trasladar lo oral a lo escrito fue la venezolana Elizabeth Burgos; el libro también fue
traducido a varios idiomas y se sigue editando. Para este libro en particular es necesario mencionar que su
testimonio fue cuestionado por David Stoll, el antropólogo estadounidense que acusó a Menchú de falsear
parte de su historia. Mencionamos que estamos al tanto del debate aunque este no es el espacio para con-
templarlo. Ambos trabajos dieron forma a importantes obras que podemos considerar como una irrupción
en un escenario de lucha con un predominio masculino de voces.
15 También aporta una definición del testimonio en el contexto latinoamericano de luchas sociales: “Por
testimonio me refiero a una narración con la extensión de una novela o una novela corta, en forma de libro
o panfleto (esto es, impresa y no acústica), contada en primera persona por un narrador que es también el
verdadero protagonista o testigo de los sucesos relatados, y cuya unidad narrativa es por lo general una
‘vida’ o una experiencia significativa de vida [...] dado que el testimonio es, por naturaleza, una forma
proteica y demótica que aún no está sujeta a las leyes de un sistema literario normativo, cualquier intento
–como el mío en este ensayo– por adscribirle una definición genérica resulta, en el mejor de los casos,
provisional y, en el peor de ellos, represivo” (John Beverley, Testimonio: sobre la política de la verdad,
Bonilla/Artigas Editores, México, 2004, pp. 22-23). Cabe aclarar que la definición de Prada se publica en
2001, mientras que la de Beverley apareció en 1989.
16 Op. cit., p. 209.
66 • Silvia Soriano Hernández
(todavía siguiendo a Ricoeur), sólo puede ser conocido por quien(es) escucha(n), de
allí que sea limitado a pocos pero, cuando pasa a ser escrito, su difusión es mucho
mayor: “El testimonio es originalmente oral; es escuchado, oído. El archivo es escri-
tura; es leído, consultado”.
Mientras sigamos en el sistema actual, siempre las cosas van a ser así. Por eso me parece
tan importante que todos los revolucionarios ganemos la primera batalla en nuestro ho-
gar. Y la primera batalla a ganar es la de dejar participar a la compañera, al compañero,
a los hijos, en la lucha de la clase trabajadora, para que este hogar se convierta en una
trinchera infranqueable para el enemigo. Porque si uno tiene el enemigo dentro de su
propia casa, entonces es un arma más que puede utilizar nuestro enemigo común con
un fin peligroso. Por esto es bien necesario que tengamos ideas claras de cómo es toda
la situación y desechar para siempre esta idea burguesa de que la mujer debe quedarse
en el hogar y no meterse en otras cosas, en asuntos sindicales y políticos, por ejemplo.
Porque, aunque esté solamente en la casa, de todos modos está metida en todo el sistema
de explotación en que vive su compañero que trabaja en la mina o en la fábrica o en lo
que sea, ¿no es cierto?
El párrafo introductorio de este apartado es una muestra de cómo las palabras de esta
luchadora social se vuelven simbolismo de un mundo posible. Dichas en la década de
los ochenta del siglo pasado, cobran particular relevancia en la mayoría de los países
latinoamericanos, en un contexto donde, si bien ha habido grandes cambios, la participa-
ción política de las mujeres de clases subalternas sigue siendo asignatura pendiente, pero
siempre hay aquellas que saltan las trancas y son a las que nos referiremos en adelante.
Una vez que hemos clarificado el escenario en el que nos movemos, vamos a re-
forzar lo dicho hasta ahora ejemplificando nuestra propuesta con algunos testimonios
de mujeres. Antes de ello, volvamos al rol de mediador.
Es importante subrayar de quién es la voz narrativa. No es la intelectual quien ha-
bla por la subalterna, es esta misma hablando a través de la pluma de una intermedia-
ria que escribe; es el diálogo entre la escritura y la oralidad lo que queremos retomar.
Ante las críticas que se hicieron al testimonio por poner el peso preponderante en
el interlocutor, considerándolo como una “narración mediada”, Beverley señala que
“ninguno de los participantes tiene que cancelar su identidad como tal”. Entonces, la
unidad y la diferencia se establecen por el canal de solidaridad y/o simpatía que pue-
de existir entre ambas; ninguna de ellas se cancela porque su relación es simbiótica.
Los recuerdos de la narradora seguramente están presentes, pero también suele ser
necesario buscarlos.
El correlato en la narración… • 67
17 Edward Said, El mundo, el texto y el crítico, Cuadernos de los Seminarios Permanentes, ccydel-
unam, México, 2004, p. 28.
68 • Silvia Soriano Hernández
pequeñas que nacen desde un horizonte que está matizado por la lucha social y que
emergen desde lo local para convertirse en expresiones amplias de la problemática
por la que atraviesan múltiples personajes que suelen ser poco visibles, ahora acom-
pañados de un otro que, de cierta forma, se introduce en un espacio que le es ajeno
pero con el que teje un lazo de solidaridad y al hacerlo vuelca lo local hacia lo global.
No perdamos de vista que quien habla narra lo que ha vivido, lo que ha visto, lo que
conoce. Por ello, su relato es una apuesta por el cambio, porque en su vida prevalece
la injusticia, y eso puede y debe terminar. Lo anterior sólo es posible si existe una
organización desde la cual se alcance a transformar la sociedad. Son mujeres que se
construyen como sujetos sociales en la toma de conciencia, de la resistencia frente
a diversos poderes que se muestran como intocables, inalcanzables, inmutables y
eternos. Pero ellas los cuestionan y sus palabras se convierten en herramientas que al
interpelar buscan romper para edificar. Son creadoras de sentidos.
La organización y el racismo
las violaciones en contra de las mujeres por medio de los expatriados que eran patrullas
en ese momento, comisionados militares. Y las mujeres, ¿a quién vas? ¿Cómo vas a
quejarte? ¿Cómo que dejarte hacer lo que quisieron hacer contigo? Entonces era muy
fuerte esa violencia por parte del ejército contra las mujeres. Teníamos miedo de por sí,
de esta gente del ejército y de las patrullas que son unas gentes que se formaron con una
mentalidad de los mismos del ejército. La guerrilla molestaba en algunas ciudades, sí,
pero digamos que el que más fue fuerte fue el ejército, mucho más fuerte el ejército. Es
lo que más miedo dio y eso fue terror para toda la población.19
Blanca Chancoso es una mujer quichua de Ecuador, país donde surgió una de las
más importantes organizaciones indígenas en el continente latinoamericano, la Con-
federación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (conaie). Ella introduce en sus
reflexiones la realidad de muchas mujeres indígenas que se encuentran limitadas por
condiciones objetivas y particulares que forman parte de un entramado social que es
difícil de cuestionar. Su narración nos conduce al interior de vidas que desafían el
espacio asignado y que buscan por diferentes medios introducirse en la militancia
pero sin pretender dejar de ser madres, esposas, mujeres. Sus palabras también nos
ayudan a repensar la perspectiva de género que debe enmarcarse en un contexto par-
ticular, en este caso rural, indígena, y cómo sus reivindicaciones nacen desde allí para
abarcar otros horizontes. Pueden experimentar formas novedosas de organización
producto de nuevas relaciones que se tejen en un contexto de miedo (a la aceptación
masculina, por ejemplo) y esperanza (de que la militancia y el cuidado de los hijos
sean actividades compartidas).
[…] nosotras las mujeres de que tenemos el hijo, el esposo, o sea, ser esposa, ser mujer,
ser todas esas cosas [que] no se facilitan los otros espacios, entonces qué tipo de reivin-
dicación vamos dar para yo poder estar en todos los espacios sin dejar de ser lo otro,
sin negar el derecho a la integridad familiar. Por ejemplo, porque puede ser, es cierto, que
también una pareja en este mundo, por cualquier razón no van juntos a la eternidad, en
cualquier momento se corta, pero eso es otra cosa, el problema es que también fraca-
san cuando se están en estos otros niveles, los fracasos se dan por estar participando,
entonces cómo hacer eso. Es como que uno se niega el derecho incluso a ser feliz, a ser
pareja, esto sí es preocupante. Yo por eso digo: si la violencia esta generada por no
entender esta cosa, y para evitar que mi marido me pegue, para evitar que mi marido
me eche de la casa, mejor entonces me quedo aquí nomás; no es cierto, y sigan nomás
o les acompaño pero ahí nomás, porque si no mi marido no me va a dejar. Nunca dicen
“mi mujer no me va a dejar”, dicen “mi marido”. Ese es el problema, porque si fuera
de 2002
70 • Silvia Soriano Hernández
por la mujer no estuvieran los hombres donde están, entonces es en eso donde yo me
pongo a pensar y digo “es un reto”, porque tenemos que tratar de ver que no sea espa-
cio sólo para mujeres de esa naturaleza, sino que sea para todas, en esos términos que
tengamos que conocer la situación, pero ¿cómo?, tenemos que inventar la forma y de
ahí, ahí deberían de ser las reivindicaciones de las mujeres más que las reivindicaciones
del derecho a ser presidenta, yo creo que más bien tiene que ser en la búsqueda de esta
situación, la que nos permite, nos facilite para los otros espacios.20
Rosa Dueñas llegó a Lima a los 11 años con su familia, procedente del campo, huyen-
do de la violencia, sin trabajo, sin un lugar donde vivir y sin hablar castellano. Cuando
alcanzó una edad adulta, Dueñas se incorporó como secretaria de Asuntos Femeninos
de la Confederación General de Pobladores del Perú (cgpp), pero conocedora de las
limitaciones que se tejen sobre las mujeres en una organización mixta. Estas mujeres
pobres e inmigrantes a Lima suelen estar solas ya sea porque son madres solteras,
viudas o abandonadas, con lo que la responsabilidad sobre sus hijos recae sólo en
ellas. Por lo demás no es extraño que tengan enfermedades crónicas y que, como ella
señala, los niños vayan llegando a sus vidas sin ninguna planeación. Habla del racis-
mo, de la religión y de la incomprensión a los que hizo frente con muchas dificultades
y grandes dosis de soledad.
Hasta donde puedo hacer memoria, yo rezaba el Rosario todos los días. Pero cuando vine
a Lima y me hice activista política, pensé que no necesitaría del cristianismo más, que
la práctica religiosa simplemente nos alejaría de la cruda realidad que estamos luchando
por cambiar. Llegué a ser una dirigente política, pero encontré tantas contradicciones,
tanta lucha interna, tanto rechazo ¡porque yo era una mujer que decía las cosas! Encuen-
tras que no tienes a dónde ir, nadie quien te entienda, ni un lugar donde refugiarte.21
20 Entrevista a Blanca Chancoso realizada por Fernando García. Proyecto comparativo entre el mo-
Micaela es una mujer indígena tzetzal de Chiapas quien tomó nuevas ideas de los
zapatistas. Por un lado, comenzó a buscar otra vida lejos de su comunidad. Muchas
veces suele idealizarse ese espacio que para la gran mayoría de las mujeres es bas-
tante opresivo y si bien a nivel individual algunas lo cuestionan y se van fuera, llegar
a un planteamiento más global sólo es posible con el apoyo de una organización que
las contemple como sujetos sociales que son más que bases de apoyo. Ellas también
tienen algo que decir y, por tanto, que aportar. En particular debemos resaltar esa
división genérica que a ellas les asigna el silencio.
[...] yo creo que algo bueno de haber salido del pueblo es que aprendemos a vernos
como mujeres, de otra manera, diferente a como estamos en la comunidad, es mejor
para ellas, para las mujeres. Las cosas que aprendemos fuera de la comunidad, no sólo
el español que lo podemos hablar, sino que hablamos, podemos hablar lo que sentimos,
lo que queremos, lo que pensamos.
[...] estuve participando porque vi que sí se puede participar y también podemos defen-
dernos y tenemos el derecho de protestar, porque es lo que aprendí, que sí se puede. Pero
antes no, porque estaba yo como una mujer tonta que no podía contestar, no podemos
contradecir al hombre, no podemos contestar a ninguna autoridad, entonces la mujer
somos bajo demanda, bajo amenaza, somos… no podemos levantar la voz.22
[...] los niños estaban acostumbrados a una profesora mestiza, a quien le decían “seño-
rita”. Era una comunidad muy cerrada. De pronto aparezco yo, indígena, para enseñar-
les. No sabían si realmente debían decirme señorita o no. Un día, al final de clases, se
encuentran con sus padres y les hablan de la señorita. Ellos preguntan ¿cuál señorita?,
¿en dónde está? Yo los saludé y decían, ¿esa es nuestra señorita? Pero, si está vestida
como nosotros, no puede ser la señorita profesora. Una persona que estaba vestida
como ellos no podía ser la profesora; imposible... Se creía que sólo un mestizo puede
ser maestro y puede saber, y no un indígena... Cuando yo me presenté fue un choque
para los padres.23
22 Entrevista a Micaela, militante de Kinal, realizada en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chia-
Venezuela, Colombia, Ecuador, Foro por la Emancipación e Identidad de América Latina, México, 2001,
p. 110.
72 • Silvia Soriano Hernández
Para cerrar
Con las breves narrativas citadas podemos reflexionar acerca de la paradoja en la que
se encuentran al hablar estas mujeres pobres, discriminadas, explotadas y organiza-
das; ellas transmiten pensamientos que han ido acuñando durante años, elaborados
con sus acciones diarias, las cuales se acompañan de una militancia. Son mujeres que
cuestionan su lugar en el mundo, en un mundo pobre y, de cierta forma, prescindible,
al que desean cambiar posicionándose de otra forma. Además, no hablan en singular,
sus palabras engloban cierta realidad colectiva con elementos positivos y negativos.
Parafraseando a Paul Ricoeur cuando habla de la narración y la ficción a propósito de
Marcel Proust: “el poder que tiene la ficción literaria de crear un héroe-narrador que
persigue cierta búsqueda de sí mismo cuyo objetivo es precisamente la dimensión del
tiempo”,24 me parece que puedo traer estas reflexiones al escuchar a aquellas muje-
res que a veces, sin saberlo y sin proponérselo, son narradoras y heroínas que en un
tiempo y espacio concretos persiguen la búsqueda de sí mismas y que, al encontrarse
en un colectivo, se topan con el sentido de su existencia par ir más allá que Proust,
porque sus palabras no reflejan la ficción, sino que retratan una realidad.
Para ejemplificar lo argumentado, nada como escuchar esas voces de mujeres indí-
genas que se expresan a partir de diferentes medios y que nos ayudan a profundizar,
por un lado, sobre la idea que tienen de sí mismas y, por el otro, lo que significa el
simbolismo de la palabra en un ambiente donde las mujeres suelen hablar sólo entre
ellas y en voz baja, adquiriendo un valor no sólo nuevo, sino rebelde. Las voces no
son únicamente palabras, sino que forman parte de acciones. Es importante señalar
que en las líneas citadas se evidencia de quién es la voz narrativa, esto significa que
en el traslado de la oralidad a la escritura la narradora mantiene su identidad y sus
ideas a pesar de los filtros intermediarios a los que alude Ginzburg; conocemos a estas
mujeres que conservan al menos una dualidad, la de pertenecer a grupos subalternos
y la de ser militantes de una organización que no necesariamente es de mujeres. Asi-
mismo, confirmamos que podemos construir teorías y análisis de la realidad social
gracias a ellas o, mejor aún, con ellas.
Nos enfrentamos entonces a múltiples retos, entre otros, a contemplar viejas y nue-
vas formas literarias que rompen el canon de la belleza pero que transitan por la senda
de una verdad que se antoja ficción en la medida en que las historias narradas involu-
cran seres vivos que intercalan recuerdos desgarradores con la esperanza; narraciones
que no nacen para ser escritas pero que, aun así y gracias a un mediador, podemos
conocerlas para entender lo que significa la palabra por tanto tiempo negada y que, al
ser narrada como parte de la lucha social, rompe con su marco de enunciación.
Bibliografía
Resumen
Abstract
This chapter approaches the study of the female migration in the South Border of México
from an anthropological and embodied perspective. From this outlook, the bodies of migrant
women acquire a dual composition: they are seen as “signs-spaces” constituted by the trans-
boundary scene and also as “practices-places” with potential to transform and rebuild their
subjectivity. The main objective of this article, consist therefore in the analysis of the hegemo-
nic constructions taking place in these bodies, leading to border narratives that perpetuate and
legitimize their marginal status. Finally, this study advances in the detection of theoretical and
methodological approaches that retrieve the female migrant body as a political place, allowing
these women to resist, confront and (re)signify the meanings associated with being a “woman
of the border”.
Introducción
Desde esta perspectiva, los cuerpos femeninos migrantes son entendidos como su-
jetos socioculturales atados a un habitus3 fronterizo que condiciona y desplaza las
identidades de género.
El concepto de habitus, como perspectiva teórica y metodológica, es útil para
analizar a los fenómenos sociales como resultado de prácticas corporales contextua-
lizadas, ya que permite articular dialécticamente el estudio de las estructuras sociales
con el reconocimiento de la agencia individual de los sujetos.
Así, es posible aseverar que los cuerpos migrantes reflejan una materialidad expe-
riencial y discursiva profunda, por lo que pueden caracterizarse como “formaciones
contingentes de espacio, tiempo y materialidad […] ensamblajes de prácticas, discur-
sos, imágenes, acuerdos institucionales, planes y proyectos específicos”.4
Para el caso específico de la Frontera Sur, lo anterior se traduce en una consi-
deración dual de los cuerpos migrantes: en primer lugar, como “signos-espacios”
marcados por la experiencia socializante, atados a estructuras normalizadoras que
condicionan el quehacer corporal5 y, a la par, como “prácticas-lugares”6 que recupe-
ran la subjetividad agente de los individuos, capaces –a partir del cuerpo– de modelar
los andamiajes verticalistas del poder.7
Partir de un análisis corporizado de la migración femenina permite, por un lado,
observar que las relaciones de género son constitutivas –y no sólo el producto o re-
sultado– de los límites sociales y espaciales formalmente reconocidos.8
De esta forma, los patrones de movilidad demográfica y los discursos estructu-
rantes de la territorialidad conocida como “Frontera Sur de México” dan lugar a
la constitución de “geografías del cuerpo” sexualmente diferenciadas que, desde el
mismo cuerpo, son resistidas por las migrantes, generando desplazamientos y (re)
posicionamientos en sus identidades de género.
En segundo lugar, recuperar la experiencia corpórea de las mujeres migrantes posi-
bilita una (re)localización de los procesos migratorios transnacionales, que a partir de
3 Bourdieu, Pierre, El sentido práctico, Madrid, Ediciones Taurus, 1991, p. 92. El concepto de habitus
desarrollado por Bourdieu hace referencia a “una serie de disposiciones duraderas y transferibles, estruc-
turas estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios
generadores y organizadores de prácticas y representaciones”.
4 Farquhar, Judith y Lock, Margaret, Beyond the Body Proper: Reading the Anthropology of Material
p. 401.
6 Desde esta perspectiva, cuerpos y lugares son considerados elementos culturales activos, caracte-
rizados por “la ubicación de una multiplicidad de formas de política cultural, es decir, lo cultural convir-
tiéndose en política”.
7 Harcourt, Wendt y Escobar, Arturo (eds.), Las Mujeres y las Políticas del Lugar, México, Universidad
Nelson, Lice y Seager, Joni (eds.), Blackwell Companion to Feminist Geography, London, Blackwell,
2005, pp. 138-149.
78 • Rodrigo Alonso Barraza García
El propósito del presente artículo consiste, por tanto, en analizar de qué manera la
construcción de los cuerpos femeninos sur-fronterizos responde en gran medida a
la constitución de un espacio transfronterizo “securitizado” y racialmente jerarquiza-
do, que corporiza a las mujeres migrantes a partir de la naturalización de una tríada
ideológica “racialización-domesticación-proletarización”.
Por otro lado, partiendo de una visión heterárquica del poder,10 dicha construcción
normativa de los cuerpos femeninos se combinará con el análisis y el reconocimiento
de su “subjetividad-agente”, (re)posicionando a la corporalidad femenina migrante
como un “rasgo performativo del significante político”.11
En ese sentido, coincidimos con los planteamientos de Judith Butler en cuanto a
la definición del género como una serie de “actos/performances” que no preceden o
expresan una subjetividad anterior sino que, por el contrario, la constituyen. Lo ante-
rior permite posicionarse ante la identidad como un “devenir” abierto y en continua
mutuación. Es a partir de la repetición, la descontextualización o el rechazo de los
diferentes actos que intentan subjetivarnos que es posible legitimar, desestabilizar o
subvertir las normas de género que condicionan la existencia corporal.
Así, es gracias a la puesta en marcha de “performatividades de resistencia” asocia-
das a las prácticas corporales cotidianas de las migrantes femeninas que dichas mujeres
confrontan, dinamizan y (re)configuran el significado de “ser mujer en la Frontera”.
Finalmente, se avanzará en la identificación de propuestas metodológicas condu-
centes a rastrear los itinerarios corporales de las mujeres en la Frontera Sur, operación
Arturo (eds.), Las mujeres y las políticas del lugar, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
2007, pp. 29-41.
10 Castro-Gómez, Santiago, “Michel Foucault y la Colonialidad del Poder”, Tabula Rasa, núm. 6,
enero-junio de 2007, pp. 153-172. En una teoría heterárquica del poder “[…] la vida social es vista como
compuesta de diferentes cadenas de poder que funcionan con lógicas distintas y que se hallan tan sólo
parcialmente interconectadas. Entre los diferentes regímenes de poder existen disyunciones, inconmensu-
rabilidades y asimetrías, de modo que no es posible hablar aquí de una determinación “en última instancia”
por parte de los regímenes más globales” (ibid., pp. 166-167).
11 Butler, Judith, Gender Trouble. Feminism and the Subversion on Identity, Londres, Routledge, 1990,
p. 172.
Cuando la frontera se encarna… • 79
Frontera Norte, México, El Colegio de la Frontera Norte, vol. 15, julio-diciembre de 2003, pp- 65-89.
13 Lisón, Carmelo, “Antropología de la Frontera”, Revista de Antropología Social, Madrid, Editorial
la Frontera Sur mexicana: el primer establecimiento de una “frontera-límite” entre México y Guatemala
en los años 1528-1531, la independencia y posterior anexión de Chiapas y El Soconusco a la República
Mexicana en 1824, la fijación de la frontera internacional en 1882, la oleada de refugiados políticos que se
asentaron en Chiapas debido a la violencia política desatada en Guatemala en el año 1981 y, finalmente, el
aumento de la migración hacia Estados Unidos en 1991. Es a partir del análisis discursivo de esta división
histórica que se ha logrado identificar los tres procesos subalternizantes desarrollados a continuación.
15 Hernández, Salvador (coord.), La Frontera Sur de México: cinco formas de interacción entre sociedad
y ambiente, México, el Colegio de la Frontera Sur, 2005, p. 119; Villafuerte Solís, Daniel, La Frontera Sur de
México. Del tlc México-Centroamérica al Plan Puebla Panamá, México, Plaza y Valdés, 2004, p. 289.
80 • Rodrigo Alonso Barraza García
Women of Color”, Stanford Law Review, núm. 43, vol. 6, 1991, pp. 1241-1299.
19 Platero, Raquel, Intersecciones. Cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Barcelona, Bellatierra,
2012, p. 327.
Cuando la frontera se encarna… • 81
Para el caso de las mujeres migrantes, la inclusión de las categorías “sexo” y “raza”
resulta esencial para observar de qué manera la diferenciación genérica es naturali-
zada y legitimada simbólicamente al interior del habitus sur-fronterizo mexicano. De
acuerdo con Viveros:
Cruz,21 por su parte, establece que la identificación de las mujeres migrantes centro-
americanas como indígenas –en particular, indígenas “de segunda categoría” versus
el componente indígena “nacional”– por parte de la sociedad de acogida se traduce
en la representación de estas mujeres como una otredad “salvaje”.
El cuerpo de las mujeres migrantes etnizadas se convierte, por tanto, en un cuerpo
“anómalo”, “peligroso”, “incivilizado”. A partir de esta construcción discusiva se
trazan nuevas fronteras simbólicas y sociales determinadas por la segregación y ex-
clusión de dichas mujeres. Del mismo modo, estas “metáforas raciales” materializan
en la constitución de nichos laborales migratorios fuertemente sexualizados/precari-
zados22 y de enorme presencia en la Frontera Sur de México, como el entretenimiento
sexual, el trabajo doméstico o la prostitución.23
La consideración del cuerpo de las mujeres migrantes como “un espacio salvaje”
y fuertemente biologizado produce, además, la visibilización de estas mujeres como
cuerpos sexualmente disponibles, víctimas legítimas de cualquier acto de violencia
sexual que se cometa contra ellas.
americano actual”, en Carceaga, Gloria, Memorias del Primer Encuentro Latinoamericano y del Caribe:
la sexualidad frente a la sociedad, México, 2008, p. 172.
21 Cruz, Tania, “Racismo cultural y representaciones de inmigrantes centroamericanas en Chiapas”,
ción de estas fronteras internas que desembocan en la conformación de otredades subalternizadas. Reto-
mando a Salázar (op. cit.) dicha sexualización/reificación, anclada en el componente étnico, se despliega
diferencialmente de acuerdo con la nacionalidad de procedencia. Así, mientras las inmigrantes guatemal-
tecas son consideradas “trabajadoras”, “confiables” y “buenas para cuidar niños”, las mujeres hondureñas
y salvadoreñas son vistas como “mujeres fáciles” o “robamaridos”.
23 Ángeles, Hugo y Rojas, Martha, “Migración femenina internacional en la Frontera Sur de México”,
Papeles de Población, Universidad Nacional del Estado de México, vol. 6, núm. 23, enero-marzo de 2000,
pp. 127-151.
82 • Rodrigo Alonso Barraza García
24 “La sociedad disciplinaria es aquella en la cual el comando social se construye a través de una difusa
red de dispositivos o aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas. La
puesta en marcha de esta sociedad, asegurando la obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión
y/o exclusión, se logra por medio de instituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital,
la universidad, la escuela, etc.) que estructuran el terreno social” (Hardt y Negri, 2000: 24-25).
25 Foucault, Michel, Vigilar y Castigar, México, Siglo XXI Editores, 1997, p. 384. El cuerpo dócil
global) supone su propia ficción hegemónica (o incluso ideal) de tolerancia multiculturalista, respeto y pro-
tección de los derechos humanos, democracia y otros valores por el estilo”. En ese proceso, la idea de ser
una “buena mujer migrante” alude a la necesidad de renunciar a su identidad étnica –y nacional– de origen,
no para adoptar una nueva nacionalidad de acogida, sino para asumir una sola identidad proletarizada: la
de un “cuerpo trabajador”.
Cuando la frontera se encarna… • 83
Como resultado de este discurso victimizador, las mujeres migrantes son someti-
das a un proceso de (re)presentación hegemónica que reifica su subjetividad agente,
ignorando los complejos procesos de construcción de redes comunitarias y el inten-
so activismo político desarrollado por diversas colectividades de mujeres migrantes
sur-fronterizas.27 Las migrantes son, desde esta perspectiva, “cuerpos sujetados”,
apolíticos e indefensos, por lo que el control de su corporalidad –disfrazado de asis-
tencialismo externo– remite a un imperativo moral que legitima cualquier interven-
ción biopolítica consecuente.
En segundo lugar, la securitización generizada de las mujeres migrantes en la
Frontera Sur puede explicarse a partir de la proliferación, naturalización y exter-
nalización del trabajo doméstico. Así, el espacio sur-fronterizo se ha encargado de
producir “cuerpos-máquinas (des)generizados, útiles en las relaciones de mercado
[…] que transitan entre el hogar y el mercado, útiles para el cuidado”.28
Esta consideración del cuerpo femenino migrante como un cuerpo apto para el
cuidado doméstico permite, a su vez, insertar a las mujeres migrantes bajo un dis-
curso de feminidad aceptado culturalmente, debilitando su asociación con lo sexual-
público-etnizado. De esta forma, el cuerpo de las mujeres migrantes transmuta hasta
convertirse en un espacio privado, reglamentado y gubernamentalizado. Retomando
a Gregorio Gil:
27 En ese sentido, destacan los trabajos desarrollados por la Organización “Mama Maquín”, creada en
1990 por mujeres refugiadas guatemaltecas en respuesta a la violencia política y sexual experimentada
cotidianamente al interior de sus trayectorias migratorias. A partir del activismo político y las redes de
solidaridad, se desarrollaron actividades de concientización y redes de apoyo para asegurar el retorno
exitoso de estas mujeres a la comunidad de origen.
28 Gregorio-Gil, Carmen, “Politicas de conciliación, externalización del trabajo doméstico y de cuida-
dos y migraciones transnacionales”, en Actas III Congreso de Economía Feminista, Sevilla, Universidad
Pablo de Olavide, 2009, p. 4.
29 Ibid., p. 6.
84 • Rodrigo Alonso Barraza García
Para Ribas, “el proceso de feminización de los flujos migratorios equivale a un proce-
so de proletarización femenina en las migraciones internacionales de trabajo”.31
Lejos de lo que pudiera pensarse, dicha proletarización no supone la exclusión de
las mujeres migrantes de los circuitos transnacionales de producción y consumo. A su
vez, la proletarización de las migrantes sur-fronterizas no puede explicarse únicamen-
te en términos de reclusión o “desvalorización” del trabajo femenino.
Por el contrario, la subalternización de los cuerpos migrantes –a partir de su cons-
trucción como espacios salvajes, domésticos y/o victimizados– supone una operación
discursiva que habilita la explotación y proletarización de estas mujeres, quienes de
esta manera son (re)posicionadas como cuerpos fácilmente capitalizables –léase ex-
plotables– dentro del esquema socioeconómico actual conocido como “capitalismo
tardío”.
Así, las mujeres migrantes son (re)presentadas como cuerpos-espacios capaces de
“encarnar” el ideal del trabajador neoliberal moderno, es decir, mano de obra barata,
flexible y sin derechos. De esta manera, se pone en marcha una “economía de la al-
teridad”32 abocada a la deshumanización y cosificación de la corporalidad femenina
migrante.
Lo anterior supone, por tanto, la despolitización de las relaciones de producción,
la instauración de falsas dicotomías –categorías de la diferencia– que fomentan la
desigualdad en las relaciones de género constituidas al interior de las dinámicas mi-
gratorias y, finalmente, una división del trabajo basada en categorías raciales que
profundizan la subordinación femenina.
De procedencia indígena, y dedicadas en gran parte a los servicios sexuales, el
trabajo doméstico y el trabajo agrícola,33 las mujeres migrantes llevan en sus cuerpos
“marcas de género” que materializan –y al mismo tiempo justifican– los procesos
subalternizadores/subalternizantes vinculados a la construcción de la nación mexi-
cana moderna.
30 La Frontera Sur de México alberga en su interior distintos proyectos de integración neoliberal entre
los que se encuentran el Plan Puebla Panamá (actual proyecto Mesoamérica) y el Tratado de Libre Comer-
cio con América del Norte.
31 Ribas, Natalia, Una invitación a la Sociología de las Migraciones, Barcelona, Ediciones Bellaterra,
2004, p. 115.
32 Calavita, Kitty, “Law, Immigration and Exclusion in Italy and Spain”, Papers, núm. 85, 2007,
pp. 95-108.
33 Rojas, op. cit.
Cuando la frontera se encarna… • 85
La conjunción de estas tres esferas de poder pone en marcha una serie de políticas
del cuerpo en donde las mujeres migrantes aparecen como “cuerpos de alquiler” ca-
paces de generar plusvalía a partir de su hipervisibilización en términos capitalistas.
La Frontera Sur, desde esta perspectiva, funciona como un universo simbólico que
(re)produce los patrones subalternizantes propios del proceso de apertura e integra-
ción de la Frontera Sur a las lógicas actuales del capitalismo global.
A continuación se retomará el elemento corporal de las mujeres sur-fronterizas a
partir de un enfoque etnográfico y experiencial, en el que el cuerpo es entendido como
un “producto cultural vivo” que alberga en su interior el potencial de resistir, con-
frontar o subvertir las estructuras de dominación que sobre él actúan. Para Escobar
y Harcourt lo anterior posibilita “Mostrar cómo las mujeres se involucran de manera
creativa con la globalización de múltiples formas, y nos referimos principalmente a
la política del cuerpo como algo central para la experiencia del lugar y la política de
mujeres”.34
Así, el cuerpo es visto como un lugar de enunciación política, capaz de constituir-
se como un locus de resistencia, reinvención y relocalización de las identidades de
género, especialmente en un contexto de alta vulnerabilidad, como la Frontera Sur
de México.
al. (eds.), Crossing Borders and Shifting Boundaries: Gender on the Move, Berlín, Leske and Budrich
Opladen, 2003, pp. 79-99.
39 Levitt, Peggy, The Transnational Villagers, Berkeley, University of California Press, 2001, p. 289.
40 Sanz, Jesús, “Aproximaciones cualitativas al estudio de las remesas y a sus significados sociales y
la, Chiapas, un espacio promovido al interior del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova.
Cuando la frontera se encarna… • 87
Referencias
45 Solomon, Jane, Living with X: A Body Mapping Journey in the Time of hiv and aids. A Facilitator’s
Resumen
Las prendas donadas al ropero de un albergue para migrantes de una localidad de la frontera
sur de México son las protagonistas de este texto. Ellas nos condujeron a proponer una antra-
pología: una mirada materialista sobre los desechos y los procesos sociales que éstos develan.
Walter Benjamin pensó a los intelectuales como traperos, que trabajan con fragmentos de
materialidades diversas e intentan reconstruir un acontecer total a través de esas singularidades.
En esos cristales, como los llama el filósofo, nosotros contemplamos dos procesos: el aban-
dono y la globalización. El abandono es un umbral que dirime la posición de los sujetos en el
orden social, si están dentro o fuera, protegidos o expuestos, si son extraños o reconocibles.
Los migrantes que transitan por esa localidad fronteriza habitan lo que denominamos zonas de
abandono móviles, es decir, una enorme extensión de espacios materiales y sociales que sirven
como infraestructura para los procesos de globalización (vías férreas, carreteras, estaciones,
puertos), pero que constituyen umbrales identificables del abandono. Los migrantes que uti-
lizan el tren de carga que pasa por Tenosique no sólo portan ropas que han sido desechadas,
sino que también se adentran en un espacio que liga vida y poder, en palabras de Giorgio
Agamben.
* El autor agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
92 • Rodrigo Parrini Roses
Abstract
The protagonists of this text are the clothes that were donated to a shelter for migrants in a villa-
ge on the southern border of Mexico. They led us to propose an antrapología (anthropology of
rags): a materialistic perspective on the waste and the social processes revealed by them. Walter
Benjamin thought intellectuals as Lumpensammler (rag-and-bone men), who work with frag-
ments of varied materialities and try to rebuild a total becoming through these singularities. In
such crystals, as the philosopher refers to them, we consider two processes: the abandonment
and globalization. Abandonment is a threshold that settles the position of the subjects in the
social order, if they are indoors or outdoors, protected or exposed, if they are strangers or recog-
nizable. Migrants who pass through this border town live what we call zone of abandonment in
motion, that is to say, a huge expanse of material and social spaces that serve as infrastructure
for globalization processes (railways, roads, stations, ports), but are identifiable thresholds of
abandonment. The migrants who use freight train crossing through Tenosique not only carry
clothes that have been thrown away, but also they venture into a space that links nuda vita (bare
life) and power, in the words of Giorgio Agamben.
Introducción
Italo Calvino
Las ciudades invisibles
1 Cfr. Tim Ingold, Bringing Things to Life: Creatives Entanglements in a World of Materials, Working
Papers 15, Manchester, University of Manchester, Economic & Social Research Council, 2010; “Towards
and Ecology of Materials”, Annual Review of Anthropology, núm. 41, 2012, pp. 427-442; David Miller
(ed.), Home Possessions. Material Culture behind Closed Doors, Oxford/Nueva York, Berg, 2001.
Antrapología del abandono… • 9
3
formas de objetualidad,2 los modos de consumo3 y, por supuesto, de las lógicas del
don y el intercambio,4 había algo que no encajaba, a mi entender, con esos mapas,
aunque, de alguna manera, abonan a esta reflexión. Pero persistía una inquietud et-
nográfica: ¿cuál era el orden que podría explicar esta proliferación de desechos, estos
dones harapientos que habíamos inventariado, la basura a las orillas de los trenes,
en medio de estos flujos multitudinarios de migrantes?, ¿cómo se podían relacionar
esos fenómenos con la corrupción generalizada de las instituciones públicas que ex-
torsionan de maneras diversas a los migrantes, las formas brutales de violencia que
éstos experimentan, los procesos históricos de fragmentación de sus sociedades y las
estrategias de defensa y cuidado que algunos colectivos despliegan a lo largo de
sus desplazamientos? Me parecía que los desechos, los harapos y esas prendas usadas
estaban, literalmente, a la vera de cualquier reflexión política, como piezas sueltas de
un rompecabezas alucinante.
Previamente había destinado varios meses (casi un año) a reunir algunas de ellas
para comprender, en la medida de lo posible, los vínculos entre los procesos locales
y los globales en el campo de la migración. Como indiqué, La Bestia me produjo
una intensa fascinación conceptual, porque apreciaba que en ella confluían proce-
sos de mitologización con otros de tecnificación, gigantescos e incontrolados flujos
globales con otros locales apenas perceptibles. Esa tensión magnífica entre lo mítico
y lo maquínico, entre las tecnologías y los cuerpos humanos, entre unos procesos
históricos de larga data y las vidas precarias de miles de sujetos hipnotizó mi interés
intelectual. De alguna forma, el díptico sobre memoria es una continuación de esa
captura magnética.
A esto se sumó otro momento conceptual, por así llamarlo. Leyendo Ante el tiem-
po, de Georges Didi-Huberman, me encontré con la propuesta de Walter Benjamin de
imaginar al historiador como un trapero. Cuando leí la palabra la asocié de inmediato
con el trabajo en el ropero de migrantes. Sólo una rara coincidencia hizo posible
el neologismo que titula este artículo, porque sólo hay que reemplazar una ‘o’ por
una ‘a’ para que la antropología se convirtiera, o al menos su significante, en una
antrapología. Pero la operación no es sólo semántica o fonética, implica trasponer
2 Cfr. Arjun Appadurai (ed.), La vida social de las cosas. Perspectivas culturales de las mercancías,
traducción de Argelia Castillo, México, Grijalbo/Conaculta, 1991; Jane Bennett, Vibrant Matters. A Poli-
tical Ecology of Things, Durkham/Londres, Duke University Press, 2010; Sherry Turkle (ed.), Evocative
Objects: Things we Think with, Cambridge, Massachusetts Institute of Technology, 2007.
3 Mary Douglas y Baron Isherwood, El mundo de los bienes. Hacia una antropología del consumo, tra-
ducción de Enrique Mercado, México, Grijalbo/Conaculta, 1990; Nicky Gregson y Louise Crewe, Second-
Hand Cultures, Oxford/Nueva York, Berg, 2003.
4 Cfr. Ricardo Gabriel Abduca, “Reciprocidad y don no son la misma cosa”, Cuadernos de Antropología
Social, núm. 26, 2007. pp. 107-124; Philippe Descola, Más allá de la naturaleza y la cultura, traducción de
Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2012; Maurice Godelier, El enigma del don, traducción de Alber-
to López, Barcelona, Paidós, 1998; Marcel Mauss, Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio
en las sociedades arcaicas, traducción de Julia Bucci, Madrid, Katz, 2012 [1925]; Alain Testart, “What’s
is a gift?”, hau, Journal of Ethnographic Theory, vol. 3, núm. 1, 2013, pp. 249-61.
94 • Rodrigo Parrini Roses
el pensamiento de Benjamin sobre un análisis histórico de los objetos, los restos, los
desechos y las ruinas a un trabajo etnográfico con esos materiales.
No me adentraré en la teoría de la historia de Benjamin. Creo que es suficiente, al
menos en este texto, propiciar un principio muy conocido de su aproximación, enun-
ciado en el Libro de los pasajes, que invita a “descubrir en el análisis del pequeño
momento singular, el cristal del acontecer total”.5 No sé si estos momentos singulares
y los objetos que nos interesan reflejan el cristal de un acontecer total. Hay demasia-
dos elementos en juego, tanto en el momento singular como en el acontecer total, para
suponer un descubrimiento inmediato de uno en el otro. Pero creo que en estos trapos
(Lumpen) hay suficiente acontecer total para que su análisis sea valioso. El antrapó-
logo debe escrutar en esos desechos aconteceres inmediatos o mediatos, cercanos o
lejanos, materiales o simbólicos, subjetivos o sociales. Sin duda, ellos corresponden
al pequeño momento singular de Benjamin, aunque no sepamos si refractan los cris-
tales que interesan al filósofo. Aunque esos trapos sean opacos, oscuros, algo dicen
y de algo hablan.
En nuestro caso, deseamos leer en ese momento singular, textil y desechable dos
aconteceres: el abandono y la globalización. Nuestra mirada es singular; es decir,
examinaremos en esos trapos los rastros de ambos procesos; en cambio, no interpre-
taremos esas prendas desde el prisma general de los aconteceres. De este modo, la
antrapología se dedica a recolectar esos desechos y, en lo que Didi-Huberman llamará
una arqueología material, interpreta sus signos, sus materialidades y sus usos.
Si el ángel de la historia del que habla Benjamin mirara estos parajes y estas cosas
no sólo vería la tradición de los oprimidos, sino también sus herramientas, los obje-
tos, las cosas que quedaron dispersas en sus éxodos y sus huidas. La tradición de los
oprimidos también es el instrumental de su opresión, la escasez de sus posesiones y
la fragilidad de sus pertenencias. El ángel tendría que ver los basurales de la historia
como un osario de mercancías que han llegado a su final, pero que, justamente en ese
instante, se transforman en documentos de la miseria, “[…] sintiendo dentro de sí no
la muerte, sino el uso”, como ha escrito Dereck Walcott.6
El ángel ve una catástrofe, dice Benjamin, “que amontona incansablemente ruina
sobre ruina”, donde nosotros sólo vemos “una cadena de datos”.7 La antrapología
sería una disciplina de la mirada que reconocería datos donde hoy sólo vemos ruinas;
5 Walter Benjamin, El libro de los pasajes, edición de Rolf Tiedemann, traducción de Luis Fernández,
Isidro Herrera y Fernando Guerrero, cuarta reimpresión, Madrid, Akal, 2013 [1982], p. 463.
6 Dereck Walcott, Omeros, traducción de José Luis Riva, Barcelona, Anagrama, 1994.
7 Walter Benjamin, “Tesis de filosofía de la historia”, en Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte
el ángel que la anima, si tuviera alguno, atisba azorado el futuro y debe aclarar, en el
presente más inmediato y vivo, qué sucederá. No es una disciplina de la prospección,
sólo se detiene ante estos restos para entender qué los ha producido y qué surgirá de
ellos en un futuro inmediato o tardío, si es que algo naciera de los trapos que le in-
teresan. Se pregunta entonces: ¿a qué materialidades debemos asirnos para enfrentar
el destino?, ¿qué materialidades nos pueden cubrir del dolor o de la violencia, del
abandono o la tristeza?
Benjamin, de acuerdo con Didi-Huberman, solicita que el historiador adopte “la
mirada meticulosa del antropólogo atento a los detalles más pequeños”,8 para conver-
tirse, así, “en el ‘trapero’ (Lumpensammler) de la memoria de las cosas”.9 Lumpen es
harapo y trapo en alemán, y una Lumpenanthropologie sería una antrapología, inte-
resada en esa memoria de las cosas, que importa a Benjamin. En su Libro de los pa-
sajes, el filósofo alemán escribe que no desea inventariar “los harapos, los desechos
[…], sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible: empleándolos”.10
¿Cómo se pueden emplear esos desechos y esos harapos en disciplinas textuales como
la antropología o la historia?, ¿qué memoria de las cosas podemos reconstruir, si fuera
el caso, entre esos harapos y esos desechos? Lo que ha sido destruido, desechado,
tirado, lo que no sirve, ¿qué memoria guarda y cómo podemos emplearlo?
En este texto afronto esta paradoja, pero desde un ángulo distinto. El Hogar-Refu-
gio para Personas Migrantes La 7211 cuenta con un ropero formado por las donacio-
nes de diversas personas e instituciones. Es un lugar que, al principio, reunía prendas
dispares: zapatos, abrigos, cinturones, vestidos, bolsos, en una especie de depósito de
lo sobrante y un acomodo de la miseria. En abril de 2014, con un grupo de alumnos
de mi universidad, organizamos ese armario y seleccionamos las prendas más ade-
cuadas para las condiciones del viaje que los migrantes centroamericanos realizan
(o intentan hacer) desde la frontera sur de México hasta Estados Unidos. Cuando
clasificamos esas ropas, descartamos las que no servían, tiramos lo que estaba muy
deteriorado y rescatamos lo que considerábamos útil; hicimos el inventario del que
habla Benjamin. Luego de nuestra intervención, la sala donde se acumulaba la ropa
lucía ordenada; varias decenas de cajas con objetos que no servían fueron donadas
a otras instituciones o grupos, y las vestimentas que podrían servir a los migrantes
colgaban en un armazón de metal o estaban apiladas en unos anaqueles. Habíamos
8 Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, traducción
y nota preliminar de Carlos Oviedo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2011, p. 155.
9 Ibid., p. 156.
10 Walter Benjamin, El libro de los pasajes, op. cit., p. 462.
11 Fundada el 25 de abril de 2011, en la ciudad de Tenosique, este hogar es un proyecto de la Provincia
Franciscana San Felipe de Jesús en sureste de México. Su nombre recuerda la matanza de 72 migrantes, la
mayoría centroamericanos, en la ciudad de San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, efectuada por
células del crimen organizado en complicidad con la policía local (cndh, 2013). Este hogar es el primero
que encuentran los migrantes que entran a México por la frontera entre Tabasco y Guatemala; les ofrece
alojamiento, comida, atención jurídica, orientación y primeros auxilios.
96 • Rodrigo Parrini Roses
inventariado para producir un orden entre los desechos y un armario de los harapos;
quienes realizamos esa tarea no utilizaríamos nada de lo seleccionado.
El empleo del que habla Benjamin no es el uso literal de las cosas; él las ocupa
para pensar la historia material de un siglo. Pero para el antrapólogo las cosas no sólo
constituyen objetos textuales, que podemos anotar en un diario de campo, sino mate-
riales que pueden ser utilizados literalmente. Por otra parte, la cita que le interesa al
practicante de esta disciplina no proviene de un texto que habla sobre cosas u objetos,
llega desde su propia materialidad. Citar es integrar a nuevas redes interpretativas o
prácticas un trozo de otro campo o uso; en este caso, citar correspondió a dos gestos:
incluir o desechar. Citas para usos futuros de objetos cuya materialidad no se ha
desgastado totalmente o para modificaciones de su régimen de pertenencia, cuando
una prenda, por ejemplo, pasa de una caja donde se depositó como donación a otra
donde se la pone como basura. Citar, en este contexto, es transformar los objetos en
desechos, las prendas en harapos, los usos en ocasos materiales quizá definitivos.
En esos deslindes se juega, a mi entender, la memoria de las cosas: tal vez en las
cosas mismas. Entre lo que Didi-Huberman llama “la pura dispersión empírica y la
pura pretensión sistemática”, el historiador-filósofo de los “trapos” (el antrapólogo,
en nuestros términos) restituiría a los desechos “su valor de uso” utilizándolos, “es
decir, restituyéndolos en un montaje único, capaz de ofrecerles una “legibilidad”.12 El
ropero se formó entre la pura dispersión empírica y la sistemática, entre los montones
de ropa mezclada y los colgadores de prendas diferenciadas. Fue, en alguna medida,
un montaje para un uso cotidiano de esas vestimentas y una operación de legibilidad,
porque distinguir lo que sirve de lo que no, lo que puede ser utilizado en el viaje de
los migrantes, lo que es don de lo que es basura es producir una legibilidad social para
esos desechos. El acto de clasificar y ordenar es en sí mismo una interpretación.
Nos detenemos ante estas prendas y sus devenires porque contienen lo que Didi-
Huberman llama una arqueología material13 y nos ayudarán a dilucidar no sólo su
destino sino el de sus portadores. Observamos los harapos como citas de relaciones
sociales que podremos comprender con mayor profundidad cuando analicemos
sus desechos. Continuamos, así, la apuesta del mismo Benjamin con respecto a la his-
toria del siglo xix europeo. Si Marx “expone el entramado causal entre la economía y
la cultura”, él desea investigar “su entramado expresivo”14 a través de su “captación
plástica”.15 El principio del montaje sería el camino, según Benjamin, para “[…]
levantar las grandes construcciones con los elementos constructivos más pequeños,
confeccionados con un perfil neto y cortante”,16 lo que permitiría descubrir “en el
análisis del pequeño momento singular, el cristal del acontecer total”.17
18 João Biehl, Vita: Life in a Zone of Abandonment, Berkeley/Los Ángeles, University of California
Press, 2007; Will to Live. Aids Therapies and the Politics of Survival, Princenton, Princeton University Press,
2007.
19 Cfr. Elizabeth Povinelli, Economies of Abandonment. Social Belonging and Endurance in Late Li-
144.
21 Ibid., p. 143.
22 El tren Chiapas-Mayab cubre todo el sur de México en dos rutas distintas, una en el Golfo de México
y otra en el Pacífico, que suman 1,805 km. Ambos caminos se conectan a través del Ferrocarril Istmo de Te-
huantepec (fit), que une el puerto de Salina Cruz en Oaxaca con Medias Aguas en Veracruz. Una ruta inicia
en el estado de Yucatán y llega hasta el puerto de Coatzacoalcos, en Veracruz, atravesando Campeche,
Tabasco y una parte de Chiapas. La otra empieza en Tapachula y finaliza en la ciudad de Ixtepec en Oaxaca.
Esta última tiene troncales que la conectan con Puerto Madero en Chiapas. A través de las conexiones del
fit se puede seguir una ruta hacia Coatzacoalcos u otra hacia el norte del país, cruzando Puebla, el Estado
de México e Hidalgo. Lo que en términos mediáticos es conocido como La Bestia, tristemente famoso por
los abusos que se cometen contra los migrantes montados en su ‘lomo’, es en realidad una intrincada red
ferroviaria con diversos tramos y desvíos que pertenece a empresas distintas dedicadas al transporte de
carga. El tren que pasa por Tenosique transita por una ruta distinta a la del Pacífico.
98 • Rodrigo Parrini Roses
redes ferroviarias extensas que cruzan Norteamérica; son utilizados por los migrantes
para viajar a través de México hacia Estados Unidos, en un flujo humano constante
que involucra a miles de sujetos.
En los meandros de ambos flujos parasitan todo tipo de actores que aprovechan la
vulnerabilidad de los migrantes. A los flujos ferroviarios se suman los migratorios y, a
éstos, los criminales. La globalización, escribe Peter Sloterdijk, “lleva la exterioridad
reticulada a todas partes” y “desgarra las ciudades abiertas al comercio, incluso las
aldeas introvertidas, introduciéndolas en el espacio de tráfico”.23 En esa geografía se
reducen “todas las peculiaridades locales”24 a dos denominadores comunes: el dinero
y la geometría.
En dicha exterioridad reticulada se crean zonas de abandono, como las denomina
João Biehl.25 Si bien para el antropólogo brasileño esas zonas son espacios físicos
definidos a donde se envía a los indeseados y a grupos crecientes de pobres, nosotros
las pensamos como zonas de flujos globales que, en ese cruce entre dinero y geome-
tría, producen nuevas formas de abandono. Una novedad, tal vez, de los procesos
de globalización observados desde la perspectiva de una etnografía fronteriza, es
que generan nuevas formas de nomadismo que no pueden ser pensadas solamente
con categorías sedentarias. En este caso, los trenes en movimiento serían zonas de
abandono, fluidas y móviles, al igual que el denso y complejo mapa de líneas férreas
o carreteras.
La localización será fundamental, dirá Agamben, para pensar las formas de aban-
dono y los estados de excepción, porque no se limita a distinguir “lo que está dentro
y lo que está fuera, la situación normal y el caos”, sino que establece un umbral “a
partir del cual lo interior y exterior entran en esas complejas relaciones topológicas
que hacen posible la validez de un ordenamiento”.26
¿Dónde, entonces, se produce el abandono?, ¿cuáles serían los umbrales que
encontramos o podemos identificar en nuestra etnografía? Uno de ellos es el tren
con sus vías férreas, que materialmente constituyen un umbral biopolítico e inau-
guran una topología. No podemos buscar en los ordenamientos legales ese umbral,
pero una vez que los migrantes entran a ese espacio (aunque no solamente en él)
sus derechos pueden ser sometidos a todo tipo de violaciones.27 Están, en esa
zona de abandono móvil, dentro y fuera del ordenamiento legal. Abandonados, en
términos de Agamben.
23 Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización,
Prendas y mercancías
La ropa donada profundiza el abandono. Los migrantes que viajan en trenes también
viven de las sobras: parte de la comida, por ejemplo, que dan los comerciantes a La
72 está a punto de descomponerse. Los locatarios de los mercados la regalan en vez de
tirarla. Como la ropa, que muchas veces ya no sirve. En las topologías que inauguran
el dinero y la geometría estas prendas suponen el último uso de algunas mercancías
y un mapa de corporalidades disjuntas; en ese ropero, la globalización se perturba y
sus coordenadas geométricas no coinciden con los cuerpos, tampoco los bienes con
sus usos.
¿Qué es una mercancía que ya no sirve para nada y carece de cualquier valor de
cambio posible? Si restamos algo de su valor de uso, ¿en qué se transforma una pieza
de ropa tras su donación?, ¿qué distancias median entre los cuerpos que las visten
como mercancías y aquellos que las usan como desechos? Es como si presenciáramos
una retroversión de las mercancías que, ya desechadas, se transforman sólo en una
materialidad que añora algún uso potencial.
Podemos leer la donación de esas ropas como un contraflujo. Inservibles y ya no
intercambiables, regresan como dones hasta estos lugares donde el abandono crea
nuevas topologías, pero no inaugura nuevos intercambios. El don, en este lugar, es
el fin.
De pronto, estas ropas han sido desfetichizadas y ya no ocultan relaciones huma-
nas detrás de sus valores comerciales. Devueltas a una materialidad radical, disímiles
al gusto o la moda, sólo serían útiles (por última vez). Desprovistas de belleza, regre-
san a los cuerpos como recursos extremos ante la desnudez o la miseria. Umbrales
textiles del abandono, quien se las pone asume la donación de lo desechado, el fin de
las modas, las fronteras del gusto, y se aproxima a ellas como materialidades protec-
toras y cobijantes, pero también traza sobre su cuerpo las topologías que distinguen
lo exterior de lo interior, lo normal de lo excepcional, el caos del orden. ¿Un migrante
que porta las prendas donadas encarna, en parte, las relaciones que esas ropas propi-
ciaban? ¿Un migrante, al usarlas, estaría al exterior o al interior de los umbrales del
abandono?, ¿en lo normal o en lo excepcional?, ¿en el caos o en el orden?
Creo que debemos pensar por qué las zonas de abandono móviles son habitadas por
sujetos que visten despojos. Es como si los migrantes, muchos de ellos, tuvieran que
100 • Rodrigo Parrini Roses
pasar un umbral corporal al vestirse con las ropas que otro desechó y luego entraran a
esas zonas fluidas que condensan nuevas formas globales de abandono.28 Se subirán
a trenes que transportan mercancías, vistiendo desechos en los que, potencialmente,
cualquier objeto se puede convertir. Ellos han encontrado algo para protegerse en ese
contraflujo que produce el don, en los intercambios finales de objetos que también
son fronterizos dentro de los sistemas estéticos y prácticos. El contraflujo de la abun-
dancia a la escasez, de la riqueza a la miseria, del centro a la periferia, que parasita
los flujos mercantiles, tecnológicos y energéticos que parten desde nodos comercia-
les para dirigirse a otros. Abandonados sobre trenes, despojos sobre cuerpos vivos,
umbrales maquínicos y textiles para estos nuevos arreglos de geometría y dinero de
los que somos testigos. La melancolía de las mercancías globales se delinea sobre el
horizonte metálico de las vías férreas.
Los trenes son ruinas del antiguo capitalismo terrestre que inundó de líneas y máqui-
nas amplios espacios del mundo, desde el sur de Asia hasta las enormes estepas de
Norteamérica. Funcionan, es cierto, pero son artefactos del pasado privatizados, res-
catados, vueltos a privatizar.29 En Tenosique, la vieja estación de trenes está en ruinas;
memorial de pasajeros y de largos viajes, hoy sólo atestigua el paso de los trenes de
carga. Son las ruinas del Estado, si leemos ese lugar con los argumentos de Navaro-
28 Ese umbral corporal está presente en los trabajos de Biehl y Povinelli. Ambos se detienen, en con-
textos diferentes, en los cuerpos deteriorados de los abandonados. Si bien ése no es el caso de muchos
migrantes, el deterioro será un resultado del viaje. En el caso de Biehl en Vita: Life in a Zone of Abandon-
ment, los internos de Vita –una especie de asilo y de hospital para pobres, ubicado en la ciudad de Porto
Alegre– viven en sus cuerpos el abandono, y la estancia en el lugar parece profundizarlo. En Economies
of Abandonment. Social Belonging and Endurance in Late Liberalism, de Povinelli, los aborígenes austra-
lianos experimentan una serie de enfermedades, crónicas y agudas, y un detrimento paulatino de su salud
y sus cuerpos. Si bien la antropóloga estadounidense no habla de ‘abandonados’, describe condiciones de
vida subjetivas que aceleran los procesos patológicos o los producen; para ella, ese horizonte de lenta des-
trucción es una manifestación del cruce entre neoliberalismo (liberalismo tardío, lo llama) y biopolítica, al
menos en el caso australiano. Quizá en el caso de los migrantes un rasgo que resalta y debe pensarse es que
son sujetos sanos, en términos médicos. El abandono, en nuestro caso, no es la enfermedad (aunque lo sea
en algunos casos) sino el desgaste corporal intenso que generan las condiciones del viaje. Pero, también, el
estatus del cuerpo con respecto a la ley y las instituciones, esté sano o enfermo, y que se inaugura, a nuestro
entender, cuando entra en determinadas zonas móviles o fluidas de abandono, con independencia del estado
de salud de los sujetos. Tampoco en Biehl o en Povinelli el abandono es una condición médica, pero sí se
manifiesta de manera patente en el cuerpo y, en muchos sentidos, produce corporalidades y estados de salud
específicos. Es necesario dilucidar por qué esa localización ambigua de los abandonados intensifica las
enfermedades, pero también que éstas profundizan la localización. Como veremos más adelante, cuando
los migrantes arriban a la frontera norte de México, su abandono se ha ahondado, pero también su deterio-
ro corporal, como si se produjeran mutuamente. He tratado de pensar el vínculo entre salud, abandono y
migración en otro texto (Parrini, 2015).
29 En México los trenes fueron privatizados en 1995, dentro de una reforma del Estado de corte neoli-
30 Según datos de la Comisión Económica para América Latina (cepal), en Honduras 67.4 % de la
población vivía bajo la línea de la pobreza (2010); en El Salvador el porcentaje era de 45.3% (2012) y en
Guatemala de 54.8 % (2006) (cepal, 2014, Cuadro 4). De los migrantes que se alojaron entre enero y junio
de 2013 en albergues administrados por la Iglesia católica a lo largo del país, 30% no contaba con ningún
tipo de educación formal, 18% tenía educación básica incompleta y 23% básica completa. Sólo 1% tenía
educación superior (Servicio Jesuita a Migrantes, 2013: 62). El 85% de los alojados migraba por razones
económicas (ibid., p. 78).
31 G. Agamben, op. cit.
102 • Rodrigo Parrini Roses
peligrosos. Siguieron hacia Guadalajara y tomaron el tren que los condujo hasta So-
nora. El alimento que les ofrecían en el comedor era la única comida a la que tenían
acceso. Llamaron a unos familiares en Estados Unidos, pero nunca les enviaron el
dinero prometido. Pronto seguirían su viaje hacia la frontera. No saben si al cruzar
los detendrá la Patrulla Fronteriza del país del norte. Le pregunto a uno de ellos qué
hará si lo deportan y me dice que regresará a Honduras y se resignará a vivir en la
pobreza; sólo viaja porque desea darle un futuro distinto a su hija de cuatro años, pero
la experiencia ha sido tan dura que no lo volvería a intentar.
Lo que en el ropero eran reflexiones antropológicas en este comedor se transformó
en una evidencia indesmentible. Los migrantes que lograron llegar a este punto del
viaje visten harapos; el viaje profundiza su miseria y su vulnerabilidad. Cerca de la
frontera norte están literalmente abandonados y lo que les espera es un gigantesco
desierto inclemente. El abandono es un proceso sustentado en una trama densa de
relaciones sociales de exclusión y violencia. Los dos migrantes citados caminaron por
las vías del tren en la parte sur de México porque no pudieron subirse a los vagones.
La energía maquínica que ofrecen los trenes, como un suplemento, ha sido prohibida
o dificultada por las autoridades; el cuerpo humano debe realizar el viaje con sus
propios recursos. Las vías del tren se convierten en caminos.
Cuando preguntábamos por los despojos que quedaban en las orillas del tren, en
esas geografías de los desechos que debemos sobreponer a las de la globalización,
pensábamos que eran restos de una presencia, quizá sus huellas. Luego esas mismas
vías se convirtieron en senderos. Una nueva dimensión se añade a esas geografías de
los desechos: las zonas de abandono móviles abarcan la red ferroviaria mexicana casi
en su totalidad, desde el sur hasta la frontera norte del país.32 El abandono no corres-
ponde, en este caso, a la materialidad de los espacios, como sí sucede con las zonas
de abandono estudiadas por Biehl.33 Estas zonas móviles siguen a los migrantes, se
32 Las formas de viajar de los migrantes centroamericanos por México han sido variadas. No obstante,
luego de la masiva entrada de menores de edad no acompañados a Estados Unidos, desde fines de 2013
y hasta mediados de 2014, el gobierno mexicano adoptó una serie de medidas para contener el flujo mi-
gratorio en la frontera sur. El 7 de julio de 2014 fue presentado por el presidente de la República el Plan
Integral Frontera Sur (Grupo de Trabajo sobre Política Migratoria, 2014). Entre las primeras medidas
tomadas dentro de ese Plan se prohibió el uso de los trenes a los migrantes indocumentados; las redadas de
instituciones federales se concentraron en evitar que los migrantes los utilizaran, pero también se aumentó
la velocidad con la que transitan por ciertos lugares. El Plan, que prometió defender los derechos humanos
de los migrantes, se tradujo en un incremento sostenido de las deportaciones. El gobierno de Guatemala
informó que, durante 2014, 114,009 centroamericanos fueron “deportados de México por vía terrestre”, lo
que representó un incremento de 53%, en comparación con el año anterior (Dirección General de Migra-
ción de Guatemala, 2015). Si bien no hay datos precisos, las dificultades para tomar los trenes supondrían
una transformación en las formas de viaje y, en alguna medida, en las rutas migratorias. Notas periodísticas
hablan del uso de rutas más peligrosas (Chaca y Quadratín, 2015); en un reportaje de la bbc se lee: “en
balsas que bordean la costa del Océano Pacífico. A pie por brechas entre cerros, en caminatas que a veces
superan 100 kilómetros. Escondidos en camiones de carga, en taxis o autobuses de pasajeros. Es la forma
como desde hace varios meses se mueven miles de migrantes centroamericanos que ingresan a México sin
documentos migratorios” (Najar, 2015: 1).
33 J. Biehl, Vita, op. cit.
104 • Rodrigo Parrini Roses
Mientras escribía este artículo me encontré con un reportaje periodístico que descri-
be la vida de los migrantes centroamericanos que trabajan en el basurero municipal
de la ciudad de Tapachula, Chiapas, a 40 kilómetros de la frontera con Guatemala.
“Al llegar al basurero municipal –escribe la periodista– domina un penetrante olor
[…] en un solo lugar hay cuatro vehículos descargando y los conductores saludan a la
gente que corre a ver qué les puede servir de la ‘mercancía’ recién llegada. La piel que-
mada, la frente sudorosa y la mirada cansada, identifican a hombres y mujeres que –al-
gunos descalzos y otros con tenis bañados en lodo– escalan los interminables montones
de basura, se apoyan en bastones de madera fabricados por ellos mismos con un clavo en
el extremo, el cual ensartan en las latas de aluminio y las botellas de plástico.37
Benjamin reivindica una imagen de la historia asentada “en las cristalizaciones más
humildes de la existencia, en sus desechos, por así decir”.38 Cuando organizamos el
ropero en La 72 descartamos muchas prendas que nos parecieron inservibles. Las
guardamos en cajas y luego las tiramos a la basura. Creímos que lo que para nosotros
era ‘basura’ lo sería también para los otros, pero nos equivocamos. A las pocas horas
de tirar esa ropa inservible había migrantes, alojados en el Hogar-Refugio, escarban-
do entre los restos para seleccionar (pepenar) lo que podría servirles. Fue un efecto
inesperado de nuestros afanes. Habría deseado que esa búsqueda no hubiese sido
necesaria; tampoco propiciarla. Pero hubo algo muy profundo que nunca entendimos
(al menos yo no lo hice); no interrogamos el destino de esas ropas, el uso final que se
les podía dar. El ropero solidario había creado pepenadores circunstanciales.
Al leer el reportaje sobre los pepenadores guatemaltecos de Tapachula pensé en las
conexiones aún ocultas entre la migración y los desechos.
Regresemos al umbral del que ha hablado Agamben. ¿Qué líneas de sobrevivencia
ha cruzado alguien que escarba en la basura?, ¿qué tipo de sujeto se conforma en esa
sobrevivencia mediante desechos? Cité antes otras escenas: alimentos descompuestos
que sirven para cocinar, migrantes vistiendo harapos, una alimentación azarosa que
depende de la buena voluntad de las personas que se encuentran durante su viaje.
Éste es el viaje de los más pobres: ¿podría la historia fijar su imagen en estas cris-
[…] en general, pasan alrededor de 12 horas al día en el basurero para obtener, a veces,
sólo 30 pesos. En otras ocasiones corren con más suerte y llegan a ganar hasta 150
pesos, dinero que ocupan para alimentar a sus familias […] Una jornada de 12 horas
sin prestaciones, en donde en cualquier momento pueden contraer alguna infección o
enfermedad.39
[…] si queremos imaginárnoslo tal como es, en la soledad de su oficio y su obra, veremos
a un trapero que, en la alborada, junta con su bastón los trapos discursivos y los jirones
lingüísticos a fin de arrojarlos en su carro quejoso y terco, un poco ebrio, no sin dejar
que de vez en cuando revoloteen de manera burlona, al viento matinal, uno u otro de esos
desteñidos calicós: ‘humanidad’, ‘interioridad’, ‘profundidad’. Un trapero al amanecer:
en la alborada del día de la revolución.40
Benjamin piensa a ese intelectual pepenador (tal vez el antrapólogo que nos interesa)
trabajando a la alborada en sus labores de recolección: trapos discursivos, jirones
lingüísticos, dice con sorna. En su carro revolotean esas telas delgadas (calicós) que
llama ‘interioridad’, ‘humanidad’ o ‘profundidad’. Pero no sabemos si ese trapero
intelectual se ha dado cuenta del día en el que salió a recolectar, “la alborada del día
de la revolución”.
Aunque el antrapólogo compartiera parte de las labores de ese pepenador, y tam-
bién sus defectos, de todos modos no sólo recolectaría jirones lingüísticos ni trapos
discursivos, aunque haya muchos que sólo se dediquen a eso. El antrapólogo junta,
literalmente, trapos y jirones, prendas y ropas. Sus calicós son otros: abandono, de-
secho, globalización. No ha visto la alborada que anuncia Benjamin, pero sí se ha
percatado de que no se pueden recoger sólo textos ni citas; también hay que pepenar
la materia, los objetos, las cosas, los desechos, la basura. El antrapólogo es un intelec-
tual materialista, que sería la otra lectura que se puede hacer de esa cita de Benjamin,
un etnopepenador del mundo y de la historia, que recoge los trozos dispersos de sus
avatares y aconteceres y camina por las vías de un tren, mirando el suelo estrellado
de basura, que ordena ropas y contempla desechos. Lo hace al amanecer o durante la
noche, porque la alborada prometida no ha llegado.
cientos de ellos, junto con activistas y religiosos, se habían subido a algunos de los
vagones del tren que pasa por la ciudad para viajar hacia el norte, el 17 de abril de
2014. Los defensores de derechos humanos pretendían denunciar las condiciones
del viaje de los centroamericanos por México; los migrantes, utilizar esa cobertura
política para evitar las detenciones y deportaciones. Pero, durante la noche, los vago-
nes fueron desenganchados del tren y sus ocupantes quedaron varados en la ciudad.
Como respuesta, los activistas y migrantes organizaron una marcha que recorrió a pie
varios cientos de kilómetros y que arribó, finalmente, al Distrito Federal. Era un acto
inédito en la historia de la migración en esa zona del país y una de las pocas manifes-
taciones masivas de migrantes de las que se tenga registro. Algunos de los migrantes
que partieron en esa marcha llevaban prendas que habían tomado del ropero. En
alguna medida, todas esas ropas eran como fetiches llenos de la energía política de
un momento histórico, pero no sé si al tocarlas se podría captar esa ebullición social.
Harapos transformados en fetiches, prendas de vestir en objetos políticos.
La rememoración, escribe Benjamin en respuesta a la carta de Horkheimer, “puede
hacer de lo inconcluso (la dicha) algo concluso, y de lo concluso (el dolor) algo in-
concluso”.41 Si así fuera, situados ante estos paisajes y estas vidas, frente a esas ropas
y esos harapos, los trenes, los caminos y el desierto, deberíamos preguntarnos cómo
transformar el dolor concluso en una dicha inconclusa.
¿Podría esa Lumpenperfomance propiciar una dicha inconclusa a través de una
complicidad textil?, ¿se puede crear un relato político mediante el tacto del cuerpo
y las prendas de los otros? Estas ropas ofrecidas al público de un evento académico
podrían exorcizar esa búsqueda matinal de trapos discursivos y jirones lingüísticos de
la que se ríe Benjamin, y promover una labor materialista de pepenación intelectual.
Pero también creo que en esas telas desechas o en los harapos persisten vibraciones
corporales, afectivas y sociales que pueden ser captadas por sus nuevos portadores.
Tocar es conocer; sentir es adentrarse en la dimensión más dura de la experiencia: las
injusticias conclusas de las que habla Horkheimer. En esa medida, una Lumpenper-
fomance sería un acto de rememoración, según lo ha dicho Benjamin, en el que se
podría concluir el dolor y volver a abrir la dicha.
Bibliografía
41 Ibid., p. 473.
Antrapología del abandono… • 109
Miller, David (ed.), Home Possessions. Material culture behind closed doors, Oxford/
Nueva York, Berg, 2001.
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Vidas políticas y cotidianas
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Mujeres rurales e indígenas en México… • 115
Resumen
Abstract
The processes of globalization in Mexico have structurally transformed rural society and have
become a pretext to justify inequality. In the context of rural and indigenous diversity, women
are almost always excluded from policies and development programs. Opportunities and rights
have a distinct character regarding gender, so women have mostly held positions of subordina-
tion to men; this situation has led to disadvantages at work and payment conditions, education,
land tenure and migration, among others.
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
116 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
Introducción
Globalización y ruralidad
La globalización también implica que las demandas a nivel nacional sean reflejo casi
exacto de las que ocurren a nivel internacional, bajo los intereses de unos cuantos
grupos de personas y corporaciones.
Hernández2 considera que la globalización es un proceso histórico, multidimensio-
nal, discontinuo y desigual. Histórico, porque se ha desarrollado durante la historia de
1 Víctor Flores Orea y Abelardo Mariña Flores, Crítica de la globalidad. Dominación y liberación en
y desarrollo rural en la región andina, Centro Peruano de Estudios Sociales (Cepes), 2006. pp. 297-310.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 117
3 Idem.
4 Con estas ideas, se sigue viendo la influencia del pensamiento de Durkheim del siglo xix, donde, para
pasar de una sociedad tradicional (campesina) a una moderna, se propone que el sector agrario se transforme
e incluso se destruya, porque no es importante en la sociedad moderna. Este es un modelo de desarrollo
que ha sido implementado en muchos países del llamado Tercer Mundo.
118 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
polarización económica y social, sobre todo entre los sectores que acceden a los be-
neficios de la globalización y aquellos que son excluidos.
Así, la globalización ha tenido diversas consecuencias en las formas de vida, ma-
neras de pensar, producir, actuar, consumir, etcétera. Ha creado nuevos mercados,
otros medios de comunicación y transporte, distintas maneras de comercializar e
intercambiar pero, principalmente, ha incidido en la toma de decisiones, que se con-
centra en unos cuantos5 y cada vez se polarizan más, dando lugar a nuevas formas
de estratificación social y a enormes desigualdades. Al tratar de homogeneizar a los
países, se acrecientan las desigualdades en ingreso y recursos como la tierra, la pro-
piedad y el capital humano, por lo que las repercusiones dependen del estrato social
y económico al que las personas pertenecen.
El medio rural es uno de los entornos que se ha visto sometido a una importante
reestructuración, derivada de la aplicación de políticas económicas6 ligadas al nuevo
modelo impuesto por el orden global.7 En la agricultura, el proceso de globalización
ha intensificado las presiones competitivas, ha ampliado y profundizado las relacio-
nes capitalistas de producción en el campo y empeorado las condiciones del empleo
rural. Se han reducido los costos de mano de obra mediante la sustitución de traba-
jadores fijos y estables por fuerza de trabajo temporal y flexible, evitando con ello
asumir la responsabilidad de costos asociados al salario, como pagos de seguro social,
pensiones, vivienda y servicios médicos. Cada vez más, los trabajadores son remune-
rados a destajo (se les paga por el trabajo que realizan en un día), lo cual intensifica
el número de horas que deben trabajar.8
Estas transformaciones han dado lugar a la nueva ruralidad, pues actualmente las
sociedades rurales no sólo se concentran en la agricultura y la ganadería; lo agrario
5 Sukhdev Pavan, en Corporación 2020. Transformar los negocios para el mundo del mañana, 2013,
señala que las corporaciones son instituciones muy importantes en la economía política, debido a que el
sector privado genera cerca de 60% del pib mundial y emplea a 70% de los trabajadores del mundo; ade-
más, los impuestos a las corporaciones representan una opción significativa de los ingresos del gobierno.
Entonces no debería sorprender mucho que las corporaciones tengan semejante poder sobre los políticos y
los burócratas que toman las decisiones que impactan en los países.
6 Las políticas sectoriales se encuentran subordinadas a otras macroeconómicas, que tienen como prin-
que las definiciones y estrategias del desarrollo rural se adapten a dichas modificaciones. Se deben dejar de
lado las concepciones que ven lo rural como antagónico a lo urbano, que ubican el progreso económico
de lo urbano hacia lo rural, de lo agrícola a lo industrial y, por ende, de lo atrasado a lo moderno. Véase el
trabajo de Edelmira Pérez, “Hacia una nueva visión de lo rural”, en Giarracca, Norma (comp.), ¿Una nueva
ruralidad en américa latina?, Asdi, Clacso, 2001, pp. 17-30.
8 Véase Cristóbal Kay, “Estudios rurales en América Latina en el periodo de globalización neoliberal:
¿Una nueva ruralidad?”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 71, núm. 4, octubre-diciembre, 2009, pp.
607-645.; y Víctor Manuel, Magin Zúñiga Estrada y Cristóbal Santos Cervantes, “Tipificación de produc-
tores agropecuarios. Estudio de caso en la Región Texcoco del Estado de México”, Sociedades rurales,
producción y medio ambiente, vol. 14, núm. 28, 2014, pp. 47-69.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 119
no es lo rural, existe una multifuncionalidad del espacio rural.9 Los miembros de los
hogares rurales transitan hacia ocupaciones no agropecuarias que en un principio
complementaban su ingreso familiar, pero que, con el tiempo, han adquirido un peso
central en el ingreso del hogar. Además, cada vez existe mayor interacción de los
ámbitos rural y urbano, implicando una progresiva flexibilización y feminización
del trabajo rural, y es creciente la importancia de la migración internacional y de las
remesas10 para la subsistencia familiar.
Los procesos globales han afectado en mayor medida a los campesinos más po-
bres, quienes tienen que realizar múltiples actividades para subsistir, dando lugar
a la descampesinización, la desagrarización, la semiproletarización e inclusive a la
proletarización. Se ocupan en sectores como la agricultura, la artesanía, las industrias
pequeñas y medianas, el comercio, los servicios, la ganadería, la pesca, la minería,
la extracción de recursos naturales y el turismo, entre otros.11 De ahí también se de-
riva su creciente explotación, ya que se han convertido en proveedores principales
de mano de obra barata y flexible para el capitalismo, y han perdido su capacidad de
producir alimentos baratos12 para autoconsumo y venta de excedentes.
La globalización ha empeorado las condiciones de trabajo de la población rural y
ha provocado que un importante número de mujeres rurales se integre al mercado la-
boral precario. Así, la precarización del empleo rural, la multiocupación, la expulsión
de medianos y pequeños productores del sector, las continuas migraciones campo-
ciudad o a través de las fronteras y la creciente orientación de la producción agrope-
cuaria hacia los mercados se relacionan con procesos de globalización que inciden en
la exclusión social en el medio rural y afectan a la mayoría de los productores y tra-
bajadores rurales, sobre todo los medianos y pequeños, campesinos y/o trabajadores
sin tierra, incluyendo a las y los medianos y pequeños propietarios no agropecuarios
del medio rural,13 pero principalmente a las mujeres, quienes, a decir de Sira del Río,
están inmersas, al mismo tiempo, en cambios de mercado y de hogares.
9 Roberto Escalante Semerena y Fernando Rello Espinosa, en el artículo “El sector agropecuario mexi-
cano: los desafíos del futuro” (Comercio Exterior, vol. 50, núm. 11, 2000, p. 984), sostienen que la persis-
tencia de una heterogeneidad económica y social en las zonas rurales requiere de políticas diferenciadas,
pues sólo así se podrían resolver los variados requerimientos de los agentes y de los procesos económicos
cada vez más cambiantes y complejos, sobre todo en el marco de la mundialización de las economías y la
creciente presencia de flujos internacionales de mercancías y personas.
10 Cristóbal Kay, 2009, op. cit.
11 Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto
y Luciano Martínez Valle (coords.), La pluriactividad en el campo latinoamericano, 2009, Quito, Flacso,
pp. 9-18.
13 Miguel Teubal, “Globalización y sus efectos sobre las sociedades rurales de América Latina”, en
Globalización, crisis y desarrollo rural en América Latina: Memorias de sesiones plenaria. alasru. V
Congreso Latinoamericano de Sociología Rural, 1998, pp. 27-58.
120 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
gimtrap/Cintefor/oit, 2000.
18 Irma Lorena Acosta Reveles, “De campesinos a ‘multifuncionales’. La explotación agrícola familiar
Derivado de los procesos de globalización, los hogares rurales mexicanos han teni-
do que recurrir a estrategias que diversifican sus quehaceres. El fida19 señala que los
hogares del medio rural se dedican a: negocios propios en la agricultura (8%), gana-
dería (6%), utilización de recursos naturales (5%), trabajo asalariado en la agricultura
(14%), trabajo asalariado fuera del campo (32%), autoempleo en actividades de venta
de bienes y servicios no agrícolas (6%), remesas recibidas de Estados Unidos o de
otros lugares de México (20%) y 10% de transferencias gubernamentales, destacando
las de Procampo (2%) y Oportunidades (3%).
En resumen, algunos de los principales efectos de la globalización en México han
sido: el incremento del trabajo asalariado, la precarización del empleo rural, la mul-
tiocupación, la exclusión de medianos y pequeños productores del sector, el aumento
de los flujos migratorios hacia las ciudades y Estados Unidos, principalmente, la re-
orientación de la producción agrícola nacional de acuerdo con los requerimientos de
los mercados20 y la articulación de los agricultores a complejos agroindustriales, en
donde predominan las decisiones de núcleos de poder vinculados a empresas trans-
nacionales.21
Hacia la segunda mitad del siglo xx, el proceso de urbanización en México, aunado a
factores económicos, sociales y demográficos como la disminución de la fecundidad
y la intensa migración hacia las ciudades, provocó el descenso de la población rural.22
Según el Censo de Población y Vivienda 2010, México tenía 112,336,538 habitantes,
de los cuales 26,049,769 (23.19%) vivían en áreas rurales23 (49.6% hombres y 50.4%
mujeres); sin embargo, la población rural pasó de 71.7% en 1900 a 23.2% en 2010,
lo cual significa una reducción de 48.5% en 110 años. Como se observa en la Gráfi-
ca 1, mientras la población rural disminuye de manera drástica, la urbana aumenta
considerablemente.
19 Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (fida), Rural Poverty Report 2011. New Realities, New
Challenges: New Opportunities for Tomorrow’s Generation, Informe sobre la Economía Rural de Escasos
Recursos en el Mundo, 2011.
20 Roberto I. Escalante Semerena y Horacio Catalán, en el artículo “Situación actual del sector agro-
pecuario en México: perspectivas y retos” (Economía Informa, núm. 350, enero-febrero, 2008, p. 21),
señalan que la exclusión del mercado de un gran número de productores ha generado un creciente déficit
comercial del sector agropecuario, destacando la importación de los cereales y granos básicos, como arroz,
trigo y maíz; considerando la actual apertura total de granos básicos, es de esperarse un aumento de las
importaciones, afectando negativamente la seguridad alimentaria de México.
21 Miguel Teubal, op. cit.
22 Blanca Suárez San Román, Emma Zapata Martelo, Rosario Ayala Carrillo, Naima Cárcamo Toalá,
Josefina Manjarrez Rosas, ¿… Y las mujeres rurales? Avances y desafíos en las políticas públicas, 2011,
México, Indesol-gimtrap, p. 251.
23 En México, la población rural se designa según el número de habitantes. El inegi clasifica como
Gráfica 1
Distribución porcentual de la población por tamaño
de localidad, 1930 a 2010
33.7
42.6
28.7
35.1 25.4
33.5 23.2
Fuente: inegi, Censos de Población y Vivienda, 1930-2010, cuestionario básico. Tomado de inegi, 2013.
Perfil sociodemográfico. Censo de Población y Vivienda (2010).
Algunos estados del país registran mayor población rural que otros, entre ellos
Oaxaca (con 52.7% de población rural), Chiapas (51.3%), Hidalgo (47.8%), Tabasco
(42.6%), Guerrero (41.8%), Zacatecas (40.5%) y Veracruz (38.9%). Estas entidades
también coinciden con aquellas que, de acuerdo con el Coneval (2010), presentan ma-
yores porcentajes de pobreza: Chiapas (78.5%), Guerrero (67.6%), Oaxaca (67.0%)
y Zacatecas (60.2%).
La presencia de población rural suele estar asociada con la pobreza, y así lo mues-
tran otros indicadores como los servicios públicos: 5.76% de la población rural no
cuenta con energía eléctrica, 23.92% no tiene agua entubada y 31.38% no dispone
de drenaje. Las comunidades rurales son las que más carecen de servicios públicos,
situación que afecta principalmente a las mujeres, quienes se encargan de las labores
del hogar –como lavar, limpiar la casa, preparar alimentos y cuidar a niños, niñas,
personas mayores y enfermas–, además de atender a los animales de traspatio. La
falta de servicios básicos se traduce en más trabajo y tiempo en las actividades que
ellas realizan.
Otras características de la población rural refieren que 17.79% habla alguna lengua
indígena (8.73% hombres y 9.06% mujeres) y 17.84% no sabe leer y escribir (7.98%
hombres y 9.86% mujeres). Estos datos demuestran que son las mujeres quienes en
menor porcentaje saben leer y escribir, y quienes más hablan lengua indígena, lo cual,
aunado a la condición de género, contribuye a mantenerlas en desventaja respecto a
Mujeres rurales e indígenas en México… • 123
los hombres y a otras personas que no viven en comunidades rurales, pues éstas han
sido causas de discriminación y segregación.
Globalización y género
24 María Nieves Rico y Martine Dirven, “Aproximaciones hacia un desarrollo rural territorial con en-
foque de género”, en Seminario Género y Enfoque Territorial del Desarrollo Rural, Natal, Río Grande do
Norte, Brasil, 14-17 de julio, 2003, pp. 1-24.
25 Sophie Teyssier, “Sistemas financieros: un enfoque de género”, Financiamiento rural, Cuadernos
rencia”, Observatorio de la Economía y la Sociedad Latinoamericana, núm. 86, octubre, 2007, disponible
en <www.eumed.net/cursecon/ecolat/mx/2007/ilar.htm>.
30 Paloma Bonfil, op. cit.
31 Sara María Lara Flores y Hubert C. De Grammont, “Reestructuraciones productivas y encadena-
mientos migratorios en las hortalizas sinaloenses”, en Sara María Lara Flores (coord.), Los “encadena-
mientos migratorios” en espacios de agricultura intensiva, Zinacantepec, Estado de México, Colegio
Mexiquense/Miguel Ángel Porrúa, 2011, pp. 33-78.
32 María Elena Valenzuela et al., op. cit.
33 Emma Zapata Martelo, Blanca Suárez San Román y Rocío Rosas Vargas, “Las mujeres y sus que-
haceres en el ámbito rural. Avances y retrocesos. Comparación entre México y España”, Agronuevo, año
2, núm. 15, 2006, pp. 13-31.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 125
espacios laborales en Tabasco, México, México, Asociación Ecológica Santo Tomás, 2004, p. 88.
37 Magdalena García Hernández, “Emprendimientos de mujeres, una propuesta con propuesta”, Mile-
América Latina, México, crim/unam, 1989; Irma Arriagada, “Mujeres rurales de América Latina y el
Caribe”, en Virginia Guzmán, Patricia Portocarrero y Virginia Vargas (comps.), Una nueva lectura: Género
en el desarrollo. Entre Mujeres, Lima, 1991, pp. 243-269.
126 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
o vendedoras por catálogo. Edelman42 estima que 50% de los trabajadores emplea-
dos en actividades agrícolas no tradicionales son mujeres, y que más de dos tercios
de quienes se ocupan en las plantas de procesamiento agroindustrial son mujeres; y
también están presentes en la maquila rural. Suárez et al.43 señalan que las mujeres
rurales recurren a proyectos productivos, microempresas, grupos solidarios, coope-
rativas, empresas familiares y otros trabajos remunerados que les permiten obtener
mayores recursos económicos. La incorporación de las mujeres en el trabajo pro-
ductivo ha provocado sobreexplotación:44 más de 36% trabaja más horas que las
que acostumbran en el hogar, y la ayuda que reciben de otras personas del grupo
doméstico es mínima.
En el Cuadro 1 se observa que 60.74% de las mujeres rurales realiza trabajos en el
hogar, siendo ésta su principal actividad no remunerada; mientras que sólo lo hacen
1.05% de los hombres. Destaca que los hombres se concentran más en quienes dijeron
ser estudiantes.
Cuadro 1
Población de 12 años y más no económicamente activa,
por tipo de actividad no económica y sexo
Total Rural (%) Urbana (%)
Total 10,551,884 22.48 28.06
Jubilado(a) o pensionado(a) 1,458,184 1.19 4.55
Estudiante 6,892,068 14.11 18.52
Hombre Quehaceres del hogar 348,473 1.05 0.82
Limitación física o mental permanente para 534,801 1.89 1.16
trabajar
Otro tipo de actividad no económica 1,318,358 4.23 3.01
Total 29,105,949 77.52 71.94
Jubilado(a) o pensionado(a) 741,213 0.38 2.39
Estudiante 7,043,716 14.23 19.00
Mujer Quehaceres del hogar 20,492,783 60.74 48.50
Limitación física o mental permanente para 365,029 1.08 0.86
trabajar
Otro tipo de actividad no económica 463,208 1.09 1.20
Fuente: inegi, Censo de Población y Vivienda, 2010.
42 Marc Edelman, “Transnational Organizing in Agrarian Central America: Histories, Challenges, Pros-
pects”, Journal of Agrarian Change, núm. 8, 2008, pp. 229-257, disponible en <http://onlinelibrary.wiley.
com/doi/10.1111/j.1471-0366.2008.00169.x/abstract>.
43 Blanca Suárez et al., op. cit.
44 Pablo Ramírez Moreno, “Características regionales de los hogares y de las solicitantes a proyectos
promusag”, en Emma Zapata Martelo y Josefina López Zavala (coords.), La integración económica de las
mujeres rurales: un enfoque de género, México, Secretaría de la Reforma Agraria, 2005, pp. 65-92.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 127
Cuadro 2
División ocupacional de la población rural ocupada, según sexo
% en las zonas rurales
Total Hombres Mujeres
Población ocupada 8130,024 6246,215 1883,809
Funcionarios, directores y jefes 0.77 0.70 1.02
Profesionistas y técnicos 5.90 4.64 10.09
Trabajadores auxiliares en actividades administrativas 1.80 0.91 4.74
Comerciantes, empleados en ventas y agentes de ventas 7.82 4.21 19.78
División ocupacional
45 Según el inegi, 2011, en esta división se clasifica a los trabajadores que auxilian en los procesos
productivos, realizando actividades sencillas y rutinarias que implican esfuerzo físico, destreza motriz y
conocimientos básicos que se aprenden en la práctica en sólo unas jornadas de trabajo; por ejemplo, las
ocupaciones que apoyan en actividades relacionadas con los procesos de explotación agrícola y ganadera,
pesquera, forestal y la caza, o las que apoyan en funciones relacionadas con los procesos de explota-
ción pesquera, forestal y la caza: como cavar hoyos para plantar árboles, amontonar troncos y rollizos o
desbrozar bosques, y en ocupaciones como ayudante de invernadero, ayudante de reforestador, peón en
actividades silvícolas o jornalero de vivero. Se trata de trabajos poco calificados.
128 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
Estos resultados corroboran lo que Teubal46 señala respecto a que una opción de
los hogares rurales para combatir las condiciones de pobreza se relaciona con el in-
cremento de las actividades no agropecuarias que generan ingresos monetarios, pero
es difícil acceder a estas actividades, ya que la mayor parte de la población no cuenta
con la capacitación necesaria, además de que no existe una oferta amplia de este tipo
de ocupaciones. Generalmente se emplean en el comercio informal y algunas cuentan
con algún establecimiento (tienda, manualidades, puestos de comida, etcétera) dentro
de la misma comunidad.
Los trabajos que ellas desempeñan con mayor frecuencia se ubican en el sector ter-
ciario, sobre todo en “trabajo por cuenta propia”. Los proyectos productivos, microem-
presas, grupos solidarios, cooperativas y empresas familiares también han representado
estrategias de sobrevivencia para las mujeres rurales.47 Según el inegi (2008, a través
del Censo Agropecuario 2007, IX Censo Ejidal), las mujeres ejidatarias que realizan
otras actividades no agropecuarias ni forestales a nivel nacional, participan en activida-
des industriales (20.12%), artesanales (56.40%), de extracción de materiales para cons-
trucción (17.27%), extracción de otros materiales (19.23%) y en la pesca (9.06%).
La incorporación de las mujeres al trabajo productivo remunerado no ha sido en las
mejores condiciones. Autoras como Lara48 y Hernández, por ejemplo, han mostrado
cómo grandes empresas de agroexportación solicitan el trabajo de mujeres jóvenes
que cobran salarios muy bajos y no gozan de ningún tipo de protección legal. Las
contratan medio tiempo y no pueden acceder a los beneficios que establece la ley,
porque al no cumplir las ocho horas reglamentarias no tienen derecho a la seguridad
laboral ni a un salario justo. Otros estudios realizados por la fao, la oit y la cepal
entre 2011 y 201249 apuntan que la mayoría de las asalariadas agrícolas se integra a
un mercado de trabajo que se caracteriza por la estacionalidad de los empleos, sala-
rios bajos y remuneraciones para las mujeres inferiores a las de los hombres.50 Al ser
un trabajo flexible, puede ser ocupado por otras personas, siendo ellas consideradas
como “trabajadoras kleenex”, es decir, trabajadoras desechables, siempre reemplaza-
bles, gracias a la existencia de una periferia que garantiza la incorporación de nuevas
trabajadoras en situaciones de extrema vulnerabilidad,51 sobre todo niños, niñas y
mujeres, quienes no logran mejorar sus condiciones de vida.
donde se analizaron las relaciones entre la pobreza rural y las condiciones de trabajo temporal en la agri-
cultura desde una perspectiva de género.
50 María del Carmen Valenzuela et al., op. cit.
51 Véase el trabajo de Javier Lucas, “La Unión Europea ante la inmigración: balance de una esquizofre-
nia jurídica y política”, en Pablo Ceriani Cernadas y Ricardo Fava (ed.), Políticas migratorias y derechos,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanús, 2009, pp. 37-62.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 129
Otra característica del trabajo de las mujeres de las zonas rurales es que desempe-
ñan diversas funciones y actividades a la vez (superposición de actividades), lo cual
dificulta la definición y medición de su trabajo. En un mismo día, una mujer puede
labrar la tierra, cuidar el ganado, pescar, recoger leña, transportar y comercializar
víveres, preparar alimentos, tejer y elaborar artesanías. Sin embargo, las estadísticas
y estudios oficiales aún tienden a contabilizar solamente el trabajo remunerado y la
principal actividad de la persona,52 generalmente la del jefe de hogar.
El trabajo de las mujeres en el medio rural puede traer beneficios y perjuicios para
ellas y sus familias. La participación productiva de las mujeres rurales es esencial
para reducir la pobreza, ya que representan parte importante de la fuerza de tra-
bajo rural; por ello, incrementar su ingreso significa elevarlo en más de 40% de los
hogares rurales pobres centroamericanos, donde la mujer es jefa del hogar.
Lo anterior se traduce en una mejor salud y nutrición para niños y niñas;53 en el
corto plazo, tiene efecto positivo en la incidencia y severidad de la pobreza, y existen
efectos intergeneracionales en la calidad del capital humano.54 Suárez et al.55 desta-
can algunos beneficios que han logrado las mujeres rurales al acceder a trabajo re-
munerado: obtener un ingreso económico, aunque sea mínimo; elevar su autoestima,
liderazgo y poder; participar en otros ámbitos locales y contribuir a la elaboración de
propuestas de desarrollo más equitativas; adquirir un aprendizaje que les permite
obtener experiencias organizativas, establecer contacto con instituciones guberna-
mentales y sociales, aprender a gestionar y a negociar; salir de su aislamiento domés-
tico; participar en la toma de decisiones al interior del grupo doméstico; crear nuevas
formas de liderazgo; ser reconocidas por su familia, su comunidad y otras localida-
des; lograr que algunos hombres colaboren con ellas y les proporcionen apoyo moral,
económico y técnicas de producción; insertarse en procesos de empoderamiento y
construir relaciones más igualitarias entre los géneros.
No obstante, las mujeres desempeñan los trabajos menos remunerados, flexibles, sin
prestaciones laborales y que han aumentado su carga de trabajo, debido a que los hom-
bres no han querido asumir mayor responsabilidad en las labores domésticas. Aun así,
muchas mujeres valoran su creciente participación en el mercado laboral, ya que les
ofrece la oportunidad de negociar una mejor relación con sus parejas o con sus padres y
reduce el dominio patriarcal en el hogar, además de procurarles mayor independencia.
Ellas prefieren ganar poco dinero, aunque sea mínimo, a no tener ni para comer.
Respecto a los obstáculos y limitaciones que enfrentan las mujeres rurales cuan-
do participan en el trabajo productivo, Suárez et al.56 identifican los siguientes: por
Emma Zapata Martelo, “Gestoras e innovadoras: Las productoras de nopal verdulero”, en Emma Zapata
130 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
Martelo, Tejiendo esperanzas. Los proyectos de mujeres rurales, México, Colegio de Posgraduados/Insti-
tuto de la Mujer Guanajuatense (imug)/gimtrap, 2005, pp. 16-60; Emma Zapata Martelo, Blanca Suárez,
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campus Puebla, 2003, entre otros.
57 Verónica Vázquez García y María Eugenia Chávez Arellano, en el artículo “Las mujeres son más
una oportunidad real de creación de empleo o de dar valor agregado a los productos
agrícolas; los planificadores gubernamentales rara vez toman en cuenta las necesida-
des reales de las mujeres y las responsabilidades genéricas que asumen; los técnicos
cobran por hacerles los proyectos, independientemente de su aceptación, y el periodo
de consultoría es muy corto. Los tiempos administrativos no corresponden con los
tiempos técnicos requeridos, ya que los recursos asignados llegan a destiempo; el
mercado no es seguro, es más importante quién comercializa y no qué se comerciali-
za; no se consideran las variables relacionadas con la demanda y oferta del mercado,
rentabilidad y éxito de las microempresas, así como las características de los merca-
dos regionales y locales.
indicador de que el trabajo no remunerado de las mujeres es el que más aporta, pero
es el menos valorado.
Como parte de las actividades no remuneradas que realizan las mujeres están el
trabajo en la parcela, el traspatio y la casa, con actividades reproductivas y producti-
vas agrícolas, pecuarias, artesanales y la toma de decisiones respecto al autoconsumo
y manejo de excedentes,60 así como el manejo de aves y cerdos, o incluso de ganado
mayor (alimentación, limpieza y cuidados diarios),61 producción de tortillas o elabo-
ración de artesanías y trabajo en el traspatio,62 entre otras. Por ello, además de consi-
derar el aporte del trabajo reproductivo de las mujeres, se debe considerar que éste no
deja de hacerse aunque se participe en el trabajo productivo remunerado.
La jefatura es otro aspecto que se debe tener presente al hablar del trabajo de las
mujeres rurales e indígenas, pues no es lo mismo ser hija, esposa o jefa de fami-
lia. El ser jefa de hogar puede traer dificultades y beneficios. Por una parte, tienen
mayor poder de decisión, pero también deben asumir todas las responsabilidades
familiares. Chant afirma que las mujeres jefas de hogar enfrentan el estigma de ser
“mujeres solas”, cuyo significado se enmarca en el ámbito sexual: las mujeres tienen
que aprender a sortear las presiones de aquellos que las observan como una presa
sexual más.
Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2002, del total
de hogares rurales familiares encabezados por una mujer, en 97.3% el cónyuge no
se encuentra presente. En los hogares con jefatura masculina, esta situación ocurre
únicamente en 3.4% de los casos. Respecto a la jefatura femenina, ésta es asumida
en mayor medida conforme aumenta la edad; 60 y más es el grupo en el que hay más
jefas de familia. El hecho de que ellas ocupen esa posición las hace garantes únicas de
la familia, incrementa su trabajo y responsabilidades, pues tienen que hacerse cargo
tanto del trabajo productivo como del reproductivo, destacando que los hogares con
jefatura femenina son los que tienen mayor probabilidad de pobreza63 y de incorporar
a sus hijos e hijas al trabajo remunerado desde la infancia.64
60 Idem.
61 Blanca Suárez, op. cit.
62 Emma Zapata Martelo y Josefina López Zavala (coords.), La integración económica de las mujeres
(Sociológica, año 15, núm. 42, 2000, p. 235), apunta que la pobreza de los hogares con jefas mujeres se
explica porque la ausencia del jefe varón constituye una real disminución de recursos internos en la unidad
doméstica, y las mujeres obtienen salarios menores que los hombres. Además, afirma que las mujeres
jefas de hogar, debido a que tienen que dividir su tiempo entre el trabajo extradoméstico y el doméstico,
se encuentran en una situación de aislamiento social que les impide la construcción y el mantenimiento de
redes sociales. En estos hogares es común la incorporación temprana de los hijos al mercado de trabajo y
la consecuente repercusión en su futuro desarrollo. Este enfoque señala como único aspecto favorable de
dichos hogares la ausencia de violencia doméstica.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 133
Educación
Las exigencias educativas para una economía globalizada implican mayores desven-
tajas para las mujeres rurales, especialmente para obtener empleos de mayor calidad,
porque sus niveles de escolaridad son bajos, menores que los de las trabajadoras
urbanas y, con el patrón inverso a éstas, pues la escolaridad de los hombres es mayor
que la de las mujeres.65
Las mujeres del medio rural tienen menos oportunidades educativas y no cuentan
con las condiciones para acceder a un trabajo calificado; además, como ya se mencio-
nó, las responsabilidades que se les asignan por el hecho de ser mujeres traen como
consecuencia que los trabajos a ejecutar estén relacionados con las actividades del
hogar, por lo que con frecuencia se emplean en trabajos donde carecen de prestacio-
nes sociales, y no las ampara un contrato colectivo que se traduzca en bienestar y
seguridad de su trabajo.66
El nivel de escolaridad es un elemento que influye en la participación, gestión y
organización de las mujeres. Quienes tienen mayor formación, tienen también mayor
entendimiento de las relaciones de trabajo, y eso les permite agilizar procesos en áreas
legales, contables, administrativas, de recursos materiales y humanos, capacitación,
entre otros.67 Entre menos sea la instrucción que poseen las mujeres, menor será su
participación económica.68
De acuerdo con datos del inegi,69 destacan 10 municipios con los menores gra-
dos promedio de escolaridad (tres años de primaria): Cochoapa el Grande, Guerrero
(2.3); Coicoyán de las Flores, Oaxaca (2.5); San Martín Peras, Oaxaca (2.8); Mixtla
de Altamirano, Veracruz (2.9); San Simón Zahuatlán, Oaxaca (3.2); Tehuipango, Ve-
racruz (3.2); Santa María la Asunción, Oaxaca (3.3); Mitontic, Chiapas (3.4) y Sitalá,
Chiapas (3.4). De la población rural a nivel nacional, 5.17% de las mujeres y 4.17%
de los varones no saben leer y escribir. A pesar de que el analfabetismo ha disminuido
a lo largo de los años, el grado de escolaridad de la población rural se ubica en la
educación básica.
Como se observa en la Gráfica 2, conforme aumenta el nivel de estudios, dismi-
nuye el porcentaje de mujeres y hombres rurales que participan en ellos. El mayor
porcentaje de estudios para las mujeres rurales se concentra en la educación básica
(9.50%), siendo el más bajo en todos los estratos.
sociales textiles en Tlahuapan, Puebla”, en Beatriz Martínez Corona y Rufino Díaz Cervantes (coords.),
Mujeres rurales, género, trabajo y transformaciones sociales, México, Colegio de Posgraduados campus
Puebla, 2003, pp. 177-206.
68 Emma Zapata et al., op. cit.
69 En el Censo de Población y Vivienda 2010.
134 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
Gráfica 2
Nivel de escolaridad de la población rural y no rural, por sexo, 2010
Educación básica Educación media superior Educación superior
30.00 26.26
24.71
25.00
20.00
15.00
9.57 9.50
6.80 6.53 7.40 6.56
10.00
0.00
Hombres rurales Hombres no rurales Mujeres rurales Mujeres no rurales
Fuente: inegi, Censo de Población y Vivienda, 2010. Tabulados del cuestionario ampliado.
Gráfica 3
Población rural de 12 años y más, por sexo y nivel
de instrucción, según condición de ocupación, 2010
11.27
12 Sin escolaridad Educación básica Educación mediasuperior Educación superior
10
4 2.34
1.66 1.28
2 0.55 0.59 0.07 0.32 0.53 0.4
0.07 0.02 0.05 0.02 0.01
0
Población ocupada Población desocupada Población ocupada Población desocupada
Hombre Mujer
Migración
Emma Zapata Martelo y Josefina López Zavala (coords.), La integración económica de las mujeres rura-
les: Un enfoque de género, México, Secretaría de la Reforma Agraria, 2005, pp. 235-288.
71 Adriana Archenti, Mujeres y migración. Modelos y modalidades de interpretación en los estudios
el sueño americano, México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”/
gimtrap, 2009.
73 Gloria Camacho Z., Mujeres migrantes: trayectoria laboral y perspectiva de desarrollo humano,
74 Se pueden consultar los trabajos de Sara Lara y De Grammont, op. cit., y Emma Zapata et al., op. cit.
75 Ariza, op. cit.
76 En las comunidades rurales se ha incrementado el uso de teléfonos celulares que, si bien facilitan la
comunicación con los familiares migrantes, permiten el control de las mujeres en sus lugares de origen y
significa un gasto económico que beneficia al capital.
77 Gloria Camacho, op. cit.
78 Manuel Castells, “La era de la información”, Economía, sociedad y cultura, vol. 2, Madrid, Alianza
Editorial, 1998.
79 Gloria Camacho, op. cit.
80 Gloria Marroni, op. cit.
81 Marina Ariza, “Migración, familia y transnacionalidad en el contexto de la globalización: Algunos
puntos de reflexión”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 64, núm. 4, octubre-diciembre, 2002, pp. 53-84.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 137
82 Fondo de Población de las Naciones Unidas (unfpa), Estado de la población mundial 2006. Hacia
identidad en el ámbito rural”, en Papeles de Trabajo, núm. 6, 1997, Centro Interdisciplinario de Ciencias
Etnolingüísticas y Antropológico-Sociales, Universidad Nacional de Rosario.
84 Gloria Camacho, op. cit.
85 Blanca Suárez y Emma Zapata Martelo, “Ellos se van y ellas se quedan. Enfoques teóricos de la
migración”, en Blanca Suárez y Emma Zapata Martelo (coords.), Remesas. Milagros y mucho más realizan
las mujeres indígenas y campesinas, México, gimtrap, 2004, pp. 15-69.
86 Antonella Fagetti, “Mujeres abandonadas: Desafíos y vivencias”, en Dalia Barrera Bassols y Cristina
Oehmichen Bazán (eds.), Migración y relaciones de género en México, México, gimtrap/unam/iia, 2000,
pp. 119-134.
87 Marina Ariza, op. cit.
88 Véase María del Rosario Ayala-Carrillo y Emma Zapata Martelo, “Migración y género, enfoques
89 El inegi señala que 22.02% de la población en México está constituida por mujeres rurales de 12
años y más.
90 La feminización de las migraciones hacia los países desarrollados está asociada al crecimiento de
una “cadena mundial de cuidados” (unfra, 2006) que no es otra cosa que la transferencia transnacional
del trabajo reproductivo, como respuesta a una “crisis de los cuidados” que afecta a los países centrales. Se
trata asimismo de una nueva estratificación del mercado de trabajo a nivel mundial que genera una deman-
da de mano de obra femenina que ha acelerado los movimientos. Véase Ana Inés Mallimaci, “Revisitando
la relación entre géneros y migraciones. Resultados de una investigación en Argentina”, Dossier, vol. 18,
núm. 2, 2012, pp. 151-166.
Mujeres rurales e indígenas en México… • 139
los migrantes cuando retornan al país de origen, a veces ya en edad avanzada,91 por lo
que habría que preguntarse quién se beneficia más de quién.
Para muchas mujeres rurales, la migración significa más igualdad, menos opresión
y discriminación que limite su libertad y coarte sus oportunidades. La migración
puede llevar a la construcción de relaciones de género más igualitarias;92 sin em-
bargo, la evidencia indica que este potencial emancipador es temporal, fragmentado
y limitado.93 Las mujeres migrantes figuran entre las personas más vulnerables a la
violación de sus derechos humanos, por su doble condición de migrantes y mujeres.
El arduo trabajo que realizan merece reconocimiento y es preciso proteger sus dere-
chos humanos.94
Consideraciones finales
91 Véase Tanja Bastia, “La reproducción de las desigualdades de género en origen y en destino: un
estudio transnacional a partir de las migraciones bolivianas”, Papeles del ceic, vol. 2, núm. 110, 2014,
disponible en: <http://www.ehu.eus/ojs/index.php/papelesCEIC/article/viewFile/12982/12437>.
92 Es importante distinguir entre los cambios en los roles de género y los cambios más estructurales en
han propiciado que las personas que se dedicaban al campo a pequeña escala ya no
puedan hacerlo, pues no pueden competir con las grandes industrias agroexportado-
ras que, además de que se están apropiando de las tierras, dejan fuera a los pequeños
campesinos. Al empeorar las condiciones de vida de mujeres y hombres, ellas han
visto en el trabajo una necesidad indispensable para obtener un ingreso económico,
diversificando sus actividades, aun en las peores condiciones.
Las mujeres han tenido que enfrentarse a muchas dificultades al ingresar en el
ámbito laboral, sobre todo porque no cuentan con los niveles de educación y capa-
citación que les permitan insertarse en empleos con mejores condiciones de trabajo,
además de que no disponen de mucho tiempo para dedicarse a trabajar porque tienen
otras responsabilidades familiares. Por tanto, los empleos que obtienen son general-
mente los de menor remuneración, flexibles, fácilmente reemplazables y que no les
proporcionan ninguna prestación social, como seguro, pensión, etcétera.
Ante este panorama, muchas mujeres deciden migrar a otras entidades donde
puedan obtener empleo, aunque sea en las mismas condiciones que ya se mencio-
naron; tal es el caso de quienes se ocupan como jornaleras agrícolas, en el empleo
doméstico y de cuidados. En la migración, la mano de obra de mujeres, hombres
e incluso niños y niñas es vista como una mercancía que obedece a las normas del
mercado. Al ser una mercancía de intercambio, puede ser fácilmente reemplazable,
pues no se considera la parte humana, sobre todo cuando se trata de mujeres rurales
y/o indígenas.
Otro dominio en donde se ve la discriminación de las mujeres rurales es en el in-
terpersonal, que influye en la vida cotidiana, sobre todo cuando ellas son las jefas de
familia, pues tienen que enfrentar solas todas las dificultades. Las mujeres enfrentan
grandes problemas a la hora de buscar trabajo, algunas relacionadas con su condición
de género y otras derivadas del mercado de trabajo (las cuales ya se mencionaron).
Entre las primeras se encuentra el hecho de que siguen siendo las responsables úni-
cas del trabajo reproductivo, que implica los quehaceres en el hogar, el cuidado de
los hijos, hijas y otros familiares que necesiten asistencia especial, el trabajo con los
animales que tienen en el traspatio y el solar, así como otras actividades comunitarias
en las que también participan, lo cual significa que tienen triples jornadas de trabajo
y deben hacer varias actividades al mismo tiempo.
La condición de las mujeres que se enfrentan a la migración depende de si se que-
dan o migran, en qué condiciones lo hacen, con quién, entre otros factores. Cuando
ellas se quedan deben hacerse cargo de todas las otras actividades que dejan de hacer
quienes migraron; cuando ellas migran, reproducen los roles tradicionales de género
en los trabajos que realizan en los lugares de destino, lo que las hace más vulnerables
a la discriminación por parte de quienes las contratan, más aun cuando se trata de
mujeres indígenas que no hablan español, en la migración nacional, o inglés, en la
migración internacional.
Como se pude observar, son muchos los factores que se interrelacionan y que
pueden dar un panorama de las situaciones de inequidad y discriminación que viven
Mujeres rurales e indígenas en México… • 141
las mujeres rurales e indígenas, aunque aquí sólo se han abordado algunos. Estos
factores se pueden interseccionar en diferentes esferas y realidades, el género, la
raza, la etnia, la edad, la educación, entre otros, son los principales que afectan a las
mujeres rurales.
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144 • María del Rosario Ayala C. y Emma Zapata M.
Resumen
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas
1 Entiendo que vivir bien es un complejo concepto que incluye ideas como hablar y caminar como
gente, oír antes que hablar, buscar que los actos y las palabras sean compatibles, y hablar de lo que sabes.
Implica la vida en armonía con el medio ambiente y con la espiritualidad del cosmos,con tu comunidad y
contigo mismo. Debe haber respeto y cuidado a la naturaleza: se desecha el concepto de vivir mejor porque
implica el predominio de lo material.
2 Tal vez debemos buscar otro término que no sea el de feminismo, porque Domitila no se asumió como
feminista y Casimira tiene resistencias con los temas de la agenda feminista. Ambas son ejemplos de
cómo construirse como personas autónomas y abrir los espacios liberadores a otras mujeres.
148 • Virginia Ávila García
y orienten sus fuerzas y colaboración para dar paso a una buena vida en un marco social y
ambiental armonioso.
Palabras clave: feminismo boliviano, colonialismo interno, suma qamaña, colaboración entre
géneros, vivir bien.
Abstract
In this paper I analyse the Bolivian feminism that recovers the worldview of the qamaña or
good summa live in the militant lives of Domitila Barrios de Chungara and Casimira Rodríguez
Romero, social activists in a historical period between Social Reforms in 1952 and he neolibe-
ral reforms since the eighties
Domitila and Casimira indigenous Bolivian for different generations and are akin to the
dream of racial, cultural and social equity, gender. Both are noted for their personal militancy,
labor and political participation that have managed to negotiate public and personal spaces, in
your objectives find a good life in their community.
The sense of history that builds its activities realizes two Historiography discoveries gen-
der: first, the sense of which part of good living of the people and second, they participate in the
historical recognition of their processes where the Ancestors to assert Rights of Nature.
This Bolivian indigenous feminism demand for an Indigenous and Local Agenda, in dis-
cussion with International Agenda, because looking that women in defense and struggle for
their rights to his men direct their forces and collaboration to wake a Good Life in a frame and
social, environmental harmonious.
Introducción
Este texto trata de las vidas de dos mujeres bolivianas, Domitila Barrios de Chungara
y Casimira Rodríguez Romero, analizadas en su contexto social e histórico como
constructoras de un feminismo de vida con sentido comunitario y social. Lo he traba-
jado con las sugerencias metodológicas que propone la socióloga aymara boliviana
Silvia Rivera Cusicanqui a partir de: curiosear, averiguar y comunicar3 en un país
3 “Curiosear, averiguar, comunicar: con estos tres verbos Rivera Cusicanqui enhebró su propuesta
metodológica como una serie de gestos. Primero, la curiosidad, que proviene de ejercitar una mirada
periférica: la del vagabundeo […] La mirada periférica incorpora una percepción corporal. Metaforiza la
investigación exploratoria. Envuelve un estado de alerta. Se hace en movimiento y guarda cierta familia-
ridad con lo que se ha llamado la atención creativa. Averiguar, como segundo paso, es seguir una pista.
Es la mirada focalizada. Y para eso, como insiste Silvia: “lo primero es aclararse el porqué motivacional
entre uno mismo y aquello que se investiga”. Lo dice porque subraya una tarea irreemplazable: descubrir
“la conexión metafórica entre temas de investigación y experiencia vivida”, porque sólo escudriñando ese
En busca del buen vivir entre mujeres… • 149
compromiso vital con los ‘temas’ es posible aventurar verdaderas hipótesis, enraizar la teoría, al punto de
volverla guiños internos de la propia escritura y no citas rígidas de autorización. Por último, ¿cómo comu-
nicar? Hablar a otrxs, hablar con otrxs. Hay un nivel expresivo-dialógico que incluye “el pudor de meter
la voz” y, al mismo tiempo, “el reconocimiento del efecto autoral de la escucha” y, finalmente, el arte de
escribir, o de filmar, o de encontrar formatos al modo casi del collage. Hablar después de escuchar, porque
escuchar es también un modo de mirar, y un dispositivo para crear la comprensión como empatía, capaz de
volverse elemento de intersubjetividad… Las entrevistas un modo del happening. Y la clave es el manejo
sobre la energía emotiva de la memoria: su polivalencia más allá del lamento y la épica, y su capacidad
de respeto por las versiones más allá del memorialismo de museo” (en Silvia Rivera Cusicanqui, “Contra
el colonialismo interno”, por Verónica Gago en Revista Anfibia, disponible en <http://www.revistaanfibia.
com/ensayo/contra-el-colonialismo-interno/> consultada el 5 de septiembre de 2015).
4 Asociación de Mujeres Profesionistas Universitarias, sede Cochabamba; dependiente de la Federa-
ción de Mujeres Profesionistas Universitarias de Bolivia bajo la presidencia de la doctora Clouzet de Santa
Cruz de la Sierra. A su vez están afiliadas a ifuw, International Federation of University Women.
150 • Virginia Ávila García
su buen oficio como funcionarias. La ocasión fue propicia para mirar más allá de la
superficie, porque vi el trato discriminatorio sutil de las profesionistas mestizas y
criollas de varios lugares bolivianos que dejaban traslucir, en su mayoría, su distan-
ciamiento con las dos mujeres de pollera.
Casimira, discreta, sonriente, se mostró segura y participó en todas las actividades
académicas. Escuchó con atención los trabajos presentados; el evento fue grabado en
su totalidad. Mabel García, la encargada de comunicación social, quechua también,
de manera diligente manejó la difusión del evento en todos los medios cochabam-
binos. Primitiva Guarachi tomó las notas. Ninguna de ellas se daba por enterada del
trato con sesgos discriminatorios que las mujeres universitarias de Santa Cruz de la
Sierra, Sucre, Cochabamba y la Paz les dieron, con algunas excepciones.
En Casimira predominó el trato discreto, su seguridad y su orgullo étnico por ser
quechua. Primitiva la respaldaba. Mis observaciones y sus testimonios en entrevistas
formales y pláticas informales me dieron las pautas para comprender mucho del mun-
do femenino boliviano actual. Durante estas conversaciones me comentó Casimira
acerca de la aparición de su libro testimonial, sustentado en entrevistas y testimonios
que escribió con la investigadora mexicana Concepción –Coni– López Silva, mismo
que fue presentado en Cochabamba en febrero de 2016 con el título Camila: Memo-
rias de una militancia política en el trabajo asalariado.5
Domitila y Casimira representan dos caras de la persistente movilización de las
mujeres surgidas de estratos marginados que luchan por reorientar sus vidas familia-
res y las de sus grupos sociales hacia reposicionamientos de sus etnias con base en lo
que la teórica del colonialismo y descolonialización del sur, Silvia Rivera Cusican-
qui,6 ha denominado la identidad cheje de los grupos bolivianos y la memoria larga y
la memoria corta desarrolladas por los grupos étnico-culturales frente al colonialismo
hispano construido durante siglos de dominación europea y confrontado con el colo-
nialismo interno como herencia cultural y política de los grupos criollos que, desde la
independencia boliviana en el siglo xix, han impedido el acceso de los grupos indios
a los derechos sociales.7
5 No fue posible acceder al texto recién publicado porque está ausente de las librerías académicas y
comerciales. Una vez más se comprueban los problemas de distribución que hay entre las obras escritas
por latinoamericanas.
6 “Conversación del mundo” entre Boaventura de Sousa Santos y Silvia Rivera Cusicanqui, realizada
en el Valle de las Ánimas (La Paz, Bolivia) el 16 de octubre de 2013, disponible en <https://www.youtube.
com/watch?v=xjgHfSrLnpU> consultada el 30 de septiembre de 2015.
7 “Este fenómeno de colonialismo interno tiene varias dimensiones. Desde un punto de vista institu-
cional, se refleja en el persistente acaparamiento del poder político por parte de las élites mestizo-criollas.
Desde un punto de vista de estratificación social, se traduce en procesos de exclusión económica, política,
social y cultural, según los cuales corresponden a los indios los peores lugares de la pirámide social. Así,
la estratificación social se produce a través de una superposición de procesos clasistas y racistas, con una
tendencia a que coincidan los privilegios de clase con los sectores mestizo-criollos y a que los sectores
subalternos sean indios. Por último, y no menos importante, el colonialismo interno tiene una dimensión
de opresión de las nacionalidades indígenas en su conjunto, que no son reconocidas por el sistema político”
En busca del buen vivir entre mujeres… • 151
(en Marta Cabezas Fernández, “Bolivia: tiempos rebeldes, coyuntura y causas profundas de las moviliza-
ciones indígena-populares”, aibr, Revista de Antropología Iberoamericana, núm. 41, mayo-junio de 2005,
p. 3, disponible en <http://www.aibr.org/antropologia/41may/criticos/may0501.pdf> consultada el 21 de
octubre 2015.
8 Testimonio de Casimira Rodríguez. Entrevistas personales de la autora con la ex ministra, en el Gran
de septiembre de 2000, el bloqueo de caminos de junio de 2001, la revuelta de los cocaleros en febrero de
2002, ‘febrero negro’ (2003), la ‘guerra del gas’ (septiembre-octubre 2003), la movilización alteña para
expulsar a Aguas del Illimani (enero 2005) y las movilizaciones de junio de 2005 –denominadas por
algunos ‘la segunda guerra del gas’– forman parte, pues, del mismo ciclo rebelde” (en Marta Cabezas
Fernández, op. cit., p. 5).
10 Ibid., p. 5: “entendemos por ‘ciclo rebelde’ una etapa histórica de los movimientos sociales con
momentos de mayor intensidad y momentos de latencia, que tiene objetivos comunes y que se sirve del
lenguaje de la rebelión para lograrlos”.
152 • Virginia Ávila García
Perú, Venezuela y la caribeña Cuba. Por otro lado, se enfrenta, después de 10 años de
ejercer el poder, a fuertes críticas de activistas e intelectuales como las mencionadas
Julieta Montaño y Silvia Rivera Cusicanqui.11
Domitila Chungara, nacida en los años treinta del siglo xx, vivió el efímero triunfo
del nacionalismo revolucionario en los años cincuenta y sesenta que, trastabillando
con los gobiernos dictatoriales, se mantuvo hasta mediados de los años ochenta.
Casimira, nacida en los años sesenta, representa a la nueva mujer empoderada y
creyente de las grandes capacidades de los grupos culturales originarios que saben
vivir bien, en armonía, abriendo los espacios comunicativos entre los grupos sociales
populares urbanos y de campesinos rurales, apegados al trabajo, al respeto a la natu-
raleza y a la propia historia, pero siempre prestos al levantamiento rebelde ante los
duros golpes que ejemplifica el Decreto neoliberal 21060. Sus historias convergen en
los orígenes indígenas, humildes, viviendo en las condiciones de pobreza familiar que
a la primera la obligaron a cuidar a cuatro hermanas menores y a la segunda contra-
tarse para el trabajo doméstico a cambio de techo y comida.
Por distintos caminos ambas supieron entender sus momentos históricos. Domi-
tila vivió para buscar una buena vida para sus hijos, su esposo, pero también para la
comunidad sindical de los mineros. Casimira, dedicada al trabajo más despreciado,
supo rebasar la discriminación social y empuñó la defensa de un gremio que está, aún
ahora, en la marginalidad de los derechos laborales casi en toda América. Ha sabido
hacer alianzas muy convenientes para alcanzar los derechos siempre negados a las
etnias; ella afirma que su compromiso con el sindicato fue alargándose hasta que se
dio cuenta de:
[…] que ya estoy bien metida dentro de la organización y de esa manera también, ¿no?,
en la lucha de clases, hemos estado sumándonos a la propia lucha con los hermanos
cocaleros […] de acuerdo a nuestras posibilidades […] desde ahí nos vamos conociendo
con el propio actual presidente (Evo Morales) y nuestro propio gobernador actualmente
(Iván Canelas) […] era parte política, el tener un compañero desde nosotros, y de pronto
también el único que de alguna forma, según mi convicción, me hacía inspirar en la po-
lítica, porque hemos conocido tantos políticos que solamente para las elecciones éramos
sus amigos, digamos, y este gobierno es totalmente diferente, este proyecto político.12
11 Ambas conocen a Evo Morales y se han distanciado del autoritarismo, exceso de protagonismo, ac-
titudes machistas y desviaciones a los principios del respeto a la pachamama y a los objetivos del tiempo
del cambio o pachakutik que ha producido el movimiento indígena popular.
12 Entrevistas de la autora con Casimira Rodríguez R.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 153
La vida de Domitila refleja muchas de las identidades posibles de una mujer lati-
noamericana indígena: fue la esposa de un trabajador, en su caso minero; madre de
siete hijos;13 vendedora ambulante de salteñas14 para complementar el exiguo salario
familiar; hija y hermana mayor que, huérfana de madre, asumió el cuidado de sus cua-
tro pequeñas hermanas cuando sólo tenía diez años; cercana y luego distante de toda
religión, pero creyente en Dios, supo conciliar todas estas funciones con la dirección
del Comité de las Amas de Casa de Siglo XX.15 Sus dotes de liderazgo la trajeron a
México en 1975, como voz de las luchadoras sociales de su país; con su testimonio
de vida descubrió otras formas de defender y ganar espacios sociales para las mujeres,
en la temprana edad de los feminismos de los años setenta. René Chungara fue su
esposo y padre de sus hijos, trabajador del mineral Siglo XX; retó, apoyó y negoció
espacios con Domitila, su pareja, para que ella tomara el liderazgo del Comité de
las Amas de Casa, organismo femenino que colaboró activamente en los continuos
enfrentamientos de los mineros con la empresa paraestatal denominada Corporación
Minera de Bolivia16 (Comibol) y con los gobiernos democráticos y las dictaduras.
El matrimonio Chungara representa una versión cercana a la práctica indígena del
chachawarmi;17 es decir, el poder compartido de la pareja, donde quienes ejercen el
poder lo hacen con su compañera de vida. En este caso, los Chungara invirtieron los
roles porque el poder lo tuvo ella dentro del sindicalismo minero y de las Amas de
Casa, pero él estuvo presente.
La larga trayectoria de Domitila en los movimientos sociales después de la apa-
rición de su libro “Si me permiten hablar…” Testimonio de Domitila, una mujer de
las minas de Bolivia está dispersa. Domitila lo considera “como la culminación de
mi trabajo en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer”,18 realizado en la Ciudad
familias mineras. Fue fundada el 2 de octubre de 1952, días antes de que fueran nacionalizadas las minas
propiedad de las familias Patiño, Hotschild y Aramayo, el 31 de ocubre de ese mismo año. La Comibol
actuaba como patrón de miles de mineros, proporcionaba los escasos derechos sociales de los mineros
y actuaba como una tienda de raya –salvando las diferencias– de las haciendas porfirianas. Con el admi-
nistrador negociaban las mujeres el cumplimiento de proveer alimentos, ropa y medicamentos. En todo
momento el Ejército boliviano reprimió a los mineros que se movilizaban (véase <www.comibol.gob.bo/
index.php/institucional.historia>, consultado 6 de junio de 2016).
17 Que entre sus significados destaca la práctica de ejercer el poder con la pareja, donde cada uno tiene
funciones específicas.
18 Moema Viezzer, “Si me permiten hablar…” Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de
Bolivia.
154 • Virginia Ávila García
de México en 1975, misma que fue su plataforma para ser reconocida como la mujer
más cuestionadora de la postura feminista de clase media y alta, que representó al fe-
minismo oficial que se ratificaba con su modelo de pensamiento occidental y blanco,
distante ya, para entonces, de los conflictos sociales y que daba paso a las agendas
rasas que han aglutinado en unas demandas concretas la diversa, amplia y muy com-
pleja problemática de las relaciones desiguales entre los géneros. Domitila representó
en todo momento a las feministas sociales, aquellas que consideran que la liberación
de las mujeres, como la de los hombres machistas, se dará cuando socialmente se haya
conseguido la libertad y justicia sociales, pero siempre los logros femeninos deberán
ser obra de ellas mismas.
Por su parte, Casimira, empleada del hogar desde los 13 años19 de edad, representa
a millones de latinoamericanas que hacen de su empleo una extensión del trabajo do-
méstico de sus hogares. En su testimonio personal afirma que su primera experiencia
a esa temprana edad fue muy traumática por las condiciones similares a la trata de
mujeres. Ella trabajó en una casa entre 14 y 16 horas diarias, sin derecho a salario ni
descanso, sólo a cambio de techo y comida.20 En su experiencia laboral, además de
las pobres condiciones salariales, el trato recibido fue discriminador, ya que no se le
permitía hablar delante de los patrones ni dirigirse a ellos; cuando se atrevió a solicitar
un salario, la patrona la acusó de ladrona ante la policía de Cochabamba; ella contra-
demandó, no hubo respuesta.21 Regresó a su casa por un tiempo y después volvió a
trabajar con un salario muy bajo y con derecho a descansar el domingo por la tarde.
Todo este condicionamiento social, procesado por su inteligencia y sentido de
justicia con orientación socialista, la motivó a la organización de sus compañeras
de trabajo, campesinas, mal vistas en la ciudad, y comenzó la idea de agruparse. Esto
se inició en 1985, con reuniones entre amigas que descansaban, como ella, los domin-
gos por la tarde; en ese espacio escucharon a una ex religiosa, un sacerdote católico
y un pastor metodista que orientaron sus inconformidades;22 organizaron el primer
sindicato de trabajadoras del hogar en Cochabamba en 1987;23 en 199224 presenta-
troschilenos.blogia.com/2006/020812/entrevista_a_casimira_rodriguez_romero_ministra_de_justicia_
de bolivia>.
23 En 1987 también se funda el Movimiento al Socialismo. Es el origen del actual mas, refundado en
1995 en Cochabamba. En 1997 se alía con el movimiento campesino cocalero dirigido por Evo Morales
Ayma, que supo comprender a las comunidades para dar un cambio a la movilización social al poner en el
centro a los campesinos y a las comunidades indígenas por primera vez en la historia boliviana del siglo
xx, dominada por la fuerte presencia y movilización de los obreros y mineros. Este cambio a la historia de
los movimientos sociales indígenas dejó atrás la rebelión para construirse como fuerza política.
24 Afirma que ese año conoció a Jesucristo, también cambió de religión: se acercó a la Iglesia meto-
dista por ser abierta a la movilización social. Recibió el “Premio Mundial Metodista por la Paz” en 2003.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 155
Casimira siempre se refiere a los compañeros y compañeras como hermanos o hermanas, es una forma del
protestantismo en sus denominaciones diversas el hacer uso de estas palabras en su trato cotidiano.
25 Véase “Los grandes machos de la ley han visto arrebatado su espacio”, por Mariana Carbajal, en
bajo o diez para las que trabajaban de planta; vacaciones de 15 días anuales, descanso los fines de semana
y días feriados e indemnización por años de trabajo, etcétera.
27 Un traje muy usual de las indígenas bolivianas se compone de la pollera o falda colorida, que se com-
plementa con una blusa, sombrero y capa. El diseño de estas prendas es variado y de diferentes calidades.
De manera un tanto peyorativa, quienes se visten usando estos atuendos son llamadas cholas.
28 Plaza ubicada en el centro histórico de La Paz, Bolivia, sede de los poderes políticos.
29 La abogada feminista Julieta Montaño considera que una de las estrategias del movimiento conduci-
do por Evo Morales es la publicidad y que los mensajes desde el poder buscan el impacto social y el apoyo
por medio de la cuidadosa estrategia de los medios (entrevista de la autora con la doctora Montaño, en su
domicilio en Cochabamba, Bolivia, el 23 de septiembre de 2015).
156 • Virginia Ávila García
de Derechos Humanos y Justicia a cargo de una persona que “estaba tan, por una par-
te, discriminador y, por otra, tan colonizado que a su cabeza no le entraba que alguien
que no fuera abogada fuera su jefa, además mujer. Entonces tuve unas luchas muy
directas […]”.30 En otra entrevista con una periodista, Casimira señala que parte de
su equipo en el ministerio de Justicia no aceptó que ella fuera la jefa, ni la secretaria.
La boicotearon.31
Ella misma comenta la historia de su nombramiento a ese alto puesto público:
En 2006 el hermano presidente me invita a formar parte del primer gabinete […] me ha
tocado ser ministra de Justicia, donde era muy difícil, tal vez, para muchos aceptar que
una mujer indígena, una ex trabajadora del hogar, que había sido trabajadora del hogar de
muchas de las personas que estaban ahí sentadas, de pronto fuera la ministra de Justicia,
¿no? Entonces sí, como que a algunos abogados no les ha caído muy bien.32
La idea central del gobierno de Evo fue enviar el mensaje social de que habría un
fortalecimiento de la justicia social comunal a partir del consenso de la comunidad
y no sólo el método de la justicia ordinaria del Estado boliviano basado en el ámbito
punitivo. Casimira estuvo en contra de castigos como la muerte y el linchamiento.
Afirma que la justicia ordinaria exige que las personas tengan muchos recursos para
obtener justicia, mientras que “en este otro lado, que son los pueblos indígenas, las
comunidades campesinas hacían de otra manera la justicia: restaurativa, transparente,
sin costo económico, con control social”.33
Ella se rodeó de mujeres para ejercer su ministerio, así como de una subteniente
que fue su guardia personal. Trató de hacer una política de puertas abiertas y un minis-
terio móvil, pero la decisión del ministerio de puertas abiertas fue revocada a los dos
meses, al ser tomadas las oficinas por un grupo de inconformes; la del ministerio mó-
vil no se pudo implementar. Al ser ministra de Justicia y Derechos consiguió para el
Sindicato de trabajadoras del hogar, el decreto presidencial de la celebración del Día
Nacional e Internacional de las Trabajadoras del Hogar, el 30 de marzo.34 También
promovió la Ley Anticorrupción y una propuesta de la Ley General del Trabajo. Al
término de este encargo presidencial en 2007, se retiró a cuidar a su mamá, y decidió
ser madre, a su vez: a sus 43 años nacieron sus hijas gemelas llamadas Débora Camila
y Jade Jael. Su madre le ayudó dos años a cuidarlas, luego murió. En julio de 2015
fue llamada por el gobernador de Cochabamba, recién electo, a hacerse cargo de la
Secretaría de Desarrollo Integral, con varias dependencias a su cargo.
35 Destaca la obra de Boaventura de Sousa Santos y los teóricos sudamericanos afines a las teorías de
abajo. En esta dialéctica fueron marginales los otrora poderosos grupos europeizantes y pro capitalistas
gobernantes. Las resistencias ahora quedaron en el bando antes dominante. El proceso sigue (véase el
artículo arriba citado de Marta Cabezas F.).
37 En la Constitución hay referencia a los idiomas que se reconocen como oficiales, el castellano y los
que estarían referidos a las etnias: aymara, araona, baure, bésiro, canichana, cavineño, cayubaba, chácobo,
chimán, ese ejja, guaraní, guarasu’we, guarayu, itonama, leco, machajuyai-kallawaya, machineri, maropa,
mojeño-trinitario, mojeño-ignaciano, moré, mosetén, movima, pacawara, puquina, quechua, sirionó, taca-
na, tapiete, toromona, uru-chipaya, weenhayek, yaminawa, yuki, yuracaré y zamuco (datos del Instituto
Nacional de Estadística de Bolivia, 2015, disponibles en <http://www.ine.gob.bo/html/visualizadorHtml.
aspx?ah=Aspectos_Politicos.htm>, consultado el 18 de agosto de 2015).
158 • Virginia Ávila García
texto que su gobierno presentó para referéndum y que contenía la nueva Constitución
del país, bajo el título de “Para que nunca más seamos excluidos”:
Para construir una Bolivia más justa necesitamos un golpe de timón de fondo y en esa ta-
rea los pueblos indígenas nos señalan la ruta que debemos seguir. La Nueva Constitución
establece que en el nuevo modelo de país los pueblos indígenas tendrán una profunda
participación civil, política y económica. Para que nunca más seamos excluidos. Antes,
las hermanas y hermanos quechuas, aymaras, guaraníes y otros hermanos de tierras bajas
no podíamos entrar al Palacio, no podíamos entrar a la Plaza Murillo, no podíamos cami-
nar en las aceras, en las ciudades importantes; ése es el pasado de los pueblos indígenas
en Bolivia y en Latinoamérica. Ahora, los pueblos indígenas somos uno de los pilares
fundamentales de un nuevo país. Estoy convencido de que la Nueva Constitución Polí-
tica del Estado tiene que pasar del papel a la realidad para que nuestros conocimientos
y nuestra participación nos ayuden a construir un nuevo futuro de esperanza para todos.
Quién sino los pueblos indígenas podemos señalar el rumbo de estos cambios para la pre-
servación de la naturaleza, para distribuir equitativamente los beneficios de los recursos
naturales y de los territorios que habitamos ancestralmente.
38 Bolivia, Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia, documento avalado en 2008, para
ser presentado a referéndum nacional al pueblo boliviano en enero de 2009, disponible en <www.harmon
ywithnature.org/Contentdocuments/159Bolivia%20Consitucion.pdf>, consultada el 27 de septiembre de
2015.
39 Boaventura de Sousa Santos, en entrevista con la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, en
concepto complejo que lo mismo alude a la naturaleza, la madre tierra, la cosmovisión de la espiritualidad
indígena, y que incluso puede ser la deidad misma.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 159
bres con la madre tierra y la naturaleza mediante prácticas y creencias que orientan a
lo espiritual, al cuidado material y al reconocimiento de la importancia de todos los
elementos que existen y que, al integrarse armónicamente, evitarán más daños al pla-
neta. Se trata de preservar el entorno ambiental y espiritual del cual depende la vida
de la humanidad, donde las mujeres juegan un papel central por sus roles sociales.
De manera simbólica, se alude a los conceptos éticos, centrales en esta cosmovisión
indígena y que enriquecen el lenguaje jurídico occidental:
El párrafo anterior precisa el sustento del nuevo Estado plurinacional en los valores
de una vida armoniosa (ñandereko), una vida buena (teko kavi), donde, al transitar
por un camino noble (ghapaj ñan), conduciéndose con responsabilidad, trabajo (ama
qhilla) y respeto, se puede alcanzar el supremo valor de vivir bien (suma qamaña).41
El siguiente inciso del mismo artículo retoma los conceptos occidentales de la len-
gua culta,42 presente en las constituciones de pueblos occidentalizados y que ofrece
un diálogo cultural que demarque aquellas coincidencias en los llamados derechos
humanos:
Artículo 8.II El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, digni-
dad, libertad, solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparen-
cia, equilibrio, igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación,
bienestar común, responsabilidad, justicia social, distribución y redistribución de los
productos y bienes sociales, para vivir bien.
En suma, la Constitución boliviana de 2009 es una síntesis cultural que Silvia Rivera
Cusicanqui relaciona con el abigarramiento y la identidad cheje, que43 atribuye a
41 Idem. Silvia Rivera Cusicanqui sintetiza la suma qamaña, concepto central de gran impacto en la
región andina y el que más ha traspasado las fronteras bolivianas con estas acciones humanas: hablar y
caminar como la gente, oír antes que hablar, hacer compatibles los actos con las palabras y hablar de lo
que se sabe.
42 Silvia Rivera Cusicanqui considera que, por ahora, la carencia de conceptos y teorías impide teorizar
significados que se traduzcan y puedan ser transmitidos de las lenguas indígenas a las lenguas “cultas” de
los dominadores, pero que el contenido simbólico enriquece la síntesis cultural en la búsqueda de alter-
nativas culturales frente al agotamiento cultural europeo. En la entrevista con De Sousa arriba citada, ella
propone que Europa haga las aportaciones de su tecnología y que deje a las culturas indígenas retomar el
diálogo entre los hombres y mujeres y con la madre tierra y la naturaleza para evitar el deterioro de nuestro
mundo natural.
43 Idem. Lo abigarrado es la mezcla interiorizada por las personas de un grupo social donde lo blanco
44 Concepto de René Zavaleta que Silvia Rivera C. desarrolla ampliamente para explicar la duplicidad
Estos movimientos indígenas y sociales tienen sus antecedentes más claros en las
luchas de los sindicatos que hacia 1952 lograron las reformas económicas y sociales
arropadas en el gobierno de Víctor Paz Estenssoro y de su partido, el Movimiento Na-
cionalista Revolucionario (mnr). Los gobernantes pronto abandonaron los objetivos
sociales. Más tarde advinieron dictaduras, represión y más pobreza, que los sindicatos
confrontaron incrementando sus prácticas asentadas en la democracia de la asamblea
para la toma de decisiones y en acciones de movilización de las cuales Domitila fue
testigo e incluso participante. La esperada represión y dos grandes masacres, la de
Septiembre y la de San Juan, no se hicieron esperar para acallar a los rebeldes.
Ella vivió la esperanza de la “Revolución del 52”, las luchas sindicales para los
derechos de los mineros y sus familias, hasta que sufrió la llamada “relocalización de
las minas“ mediante el Decreto 21060,45 denominado también “de la Nueva Política
Económica”, del 29 de agosto de 1985, que dio un vuelco a los avances de 1952 y
redireccionó la economía boliviana que entraba así al mundo neoliberal. Fue firmado
también por el presidente Paz Estenssoro46 quien de este modo certificaba la incor-
poración de Bolivia hacia las dogmáticas políticas neoliberales que ordenaban los
nuevos organismos multinacionales. Este decreto supremo facilitó los despidos de
los trabajadores de las empresas públicas y privadas. el Capítulo III, correspondiente
al decreto del sector minero y metalúrgico, daba un beneficio a los trabajadores de
tres meses de salario en una sola exhibición o seis meses de salario en seis partes, y
dejó en el desempleo a 35 mil mineros y sus familias.47 El desamparo fue total porque
debieron desalojar las casas prestadas por la Comibol48 y dejaron de tener acceso a las
pulperías, donde se surtían de sus productos básicos.
Domitila49 sufrió en carne propia, junto a René, las consecuencias dramáticas de
las primeras reformas neoliberales. El beneficio monetario se lo adjudicó exclusiva-
mente René. Se separaron, ella se fue a vivir a Cochabamba y él se fue con otra mujer.
45 “Que es necesario aplicar una Nueva Política Económica que tenga la aptitud de ser realista y prag-
mática con el objeto de atacar las causas centrales, de la crisis en el marco de una racionalidad de medidas
fiscales, monetarias, cambiarias y de ajuste administrativo del sector estatal que, además de su contenido,
radicalmente antiinflacionario, siente los fundamentos para reiniciar, redefinir y encaminar el desarrollo
nacional liberador, dotado de profundo contenido social que rescate los valores morales del pueblo bolivia-
no” (Párrafo del Decreto 21060 de Víctor Paz Estenssoro, disponible en <www.derechoteca.com/gacetabolivia/
decreto-supremo-21260-del 29 de-agosto-de 1985>, consultado el 12 de agosto de 2015).
46 Víctor Paz Estenssoro fue cuatro veces presidente boliviano; su ciclo comenzó con las nacionaliza-
ciones y terminó decretando este giro al neoliberalismo. Este decreto abarcó toda la economía del país:
reformas monetarias, fiscales, de productividad, de salarios, de política laboral. Su plan económico tiene
diferencias de forma y no de contenido con el Plan de desarrollo que en México se implementó en los
años ochenta.
47 Marta Cabezas, en su artículo citado, habla de 27 mil obreros de las minas.
48 A lo largo de libro de Domitila es recurrente su temor a perder la casa sin servicios que compartía
Ella empezó una nueva etapa de sus luchas en el medio urbano, entre muchos de los
desplazados de la minas. Esta es la fase ya poco documentada de su vida, aunque
existen escritos desperdigados.
El ciclo minero boliviano que había explotado los recursos de la plata y del estaño
llegó a su fin; la demanda de hidrocarburos como el gas natural y el control de
la siembra de la coca caracterizaron la nueva etapa neoliberal, así como reencauzar la
explotación de otros recursos. Sin duda se abrió la brecha de la lucha de clases al car-
gar sobre los desempleados de la mina y del campo los costos de las reorientaciones
en la extracción de materias primas y de la economía en su conjunto.
Los sindicatos surgidos a principios del siglo xx tuvieron en los mineros a un
sector obrero reconocido por su capacidad de negociación sustentada en la continua
movilización para la obtención de derechos y recompensas sociales. El sindicato de
mineros representó las luchas, resistencias y negociaciones que Domitila nos narra
desde su perspectiva de militante y ama de casa, casada con un minero. Ella y sus
compañeras amas de casa compartieron la lucha de sus esposos, defendieron con
certeza el valor moral de la fuerza de trabajo (ama qhilla).
En 1986 las consecuencias del decreto mencionado dejaron fuera a los mineros de
la interlocución con el gobierno; por último, la Confederación Obrera Boliviana y la
Federación de Sindicatos de Trabajadores Mineros de Bolivia trataron de resistir y
emprendieron “La marcha por la vida”, disuelta en 1986 por la fuerza pública, que
detuvo la protesta-demanda de cinco mil mineros y sus familias. Fue el fin del prota-
gonismo obrero y minero en el cual Domitila puso su vida.
Domitila fue el centro del sindicalismo de las mujeres-esposas, porque “El Co-
mité de Amas de Casa” lo mismo emprendía marchas demandando la libertad de los
esposos detenidos que realizaba huelgas de hambre o promovía acciones directas de
enfrentamiento contra el Ejército amenazando con hacer explotar granadas50 o mante-
ner prisioneros a los ejecutivos gringos, o promovía el mejoramiento de las pulperías,
de los servicios sanitarios y de la vivienda.
Si 1985 fue el fin del ciclo de grandes movilizaciones de mineros y sus mujeres,
en ese año la jovencita Casimira Rodríguez se reunía en una parroquia las tardes li-
bres de los domingos, con sus amigas, también empleadas del hogar. Allí recibieron
educación laboral y comenzó su incipiente organización de empleadas asalariadas del
hogar que reclamaban sus derechos como los otros trabajadores. En ese año comenzó
la historia de una mujer consciente de las condiciones de sometimiento en que vivían
las empleadas domésticas. Se organizaron en Cochabamba, fueron convenciendo a
sus compañeras de afiliarse, tomaron conciencia política y pronto iniciaron moviliza-
ciones en los medios como una estrategia de lucha.51
50 Domitila narra dos episodios donde las mujeres asediadas por el Ejército amenazaron con explotar
dinamita. Esto era creíble porque los mineros tienen acceso a este material y también lo han usado en sus
enfrentamientos con el poder.
51 Entrevistas de la autora con Casimira.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 163
52 Las pulperías controlaban la venta y distribución de los alimentos básicos, los medicamentos, la ropa
con la detención de los gringos por las mujeres que exigían la libertad de los mineros presos a raíz de la
Masacre de Septiembre (op. cit., p. 91).
57 Bartolina Sisa fue la mujer de Tupac Katari, indio sublevado en el siglo xix; ambos asediaron a
los bolivianos criollos desde El Alto, que es el paso a La Paz (entrevista con Primitiva Guarachi, 24 de
septiembre de 2015).
164 • Virginia Ávila García
he visto de cerca la lucha de las mujeres, he visto cómo las mujeres se enfrentaban no
sólo a los hombres en los temas del machismo y del patriarcado, sino a las fuerzas repre-
sitarias, pude apreciar la gran inconformidad, inclusive enojo, de la mayoría de las profesionistas frente a
las funcionarias indígenas.
59 Viezzer, op. cit., p. 8.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 165
sivas; eran la primera línea para lograr sus espacios, sus reivindicaciones, defensa de sus
derechos, defensa de sus hijos […] La mujer es parte activa e igualitaria del hombre. El
hombre no podría vivir sin la mujer y la mujer no podría vivir sin el hombre.60
Casimira Rodríguez vive, día con día, el proceso de descolonización interna donde,
entre mujeres de diferentes clases, se da una sorda lucha porque las otras no asumen
que las mujeres indígenas sean iguales a ellas, predominando la ideología clasista y
racista por encima de las consideraciones de equidad entre mujeres. Casimira es la
secretaria de Desarrollo Humano Integral del Gobierno de Cochabamba desde 2015.
Junto con Primitiva Guarachi, su colaboradora, es la imagen del poder femenino e
indígena en la gobernación de Cochabamba; su equipo de trabajo está conformado
por indígenas, principalmente mujeres. En este espacio de poder dirige la implemen-
tación y promoción de
En las entrevistas, ella me confirmó su preferencia para trabajar con mujeres porque
son más confiables para los cargos y tienen menos conflictos para asumir que ella
es la jefa. Su principal colaboradora es la directora de la Dirección de Igualdad de
Oportunidades, la maestra en Ciencias Sociales Primitiva Guarachi,62 mujer joven
que emergió como lideresa en su comunidad cuando acudía a las asambleas convoca-
das por las autoridades, donde una y otra vez fue rechazada,63 hasta que se necesitó a
Grand Hotel de Cochabamba: “En el trópico de Cochabamba, de donde era dirigente Evo Morales, las
mujeres no podían tener tierra, no podían tener un título de propiedad y las mujeres no podían participar
en las organizaciones sindicales, y han abierto por su lucha un espacio, creando la organización llamada
la ‘Federación de Mujeres Trabajadoras del Trópico de Cochabamba’ y han conformado la Federación o
Confederación de Mujeres Bartolina Sisa”.
166 • Virginia Ávila García
Domitila Barrios nació en el campamento minero llamado Siglo XX, cercano a la co-
munidad de Llallagua, el 7 de mayo de 1937,67 descansa en el Cementerio General de
Cochabamba, en el lote de honor destinado a las autoridades y personajes de la región.
El 13 de marzo de 2012, a punto de cumplir 75 años, fue vencida por el cáncer que
padeció desde 1984. La gobernación de Cochabamba la alojó por última vez con ho-
charon hacia La Paz para reclamar por el cierre y desalojo de las minas en 1986.
67 Viezzer, op. cit., p. 45.
168 • Virginia Ávila García
nores, y a su funeral acudió el presidente Evo Morales, quien le impuso, post mortem,
la medalla del Cóndor de los Andes, el más alto reconocimiento del Estado boliviano.
Sus hijos, Rina y Ricardo, provenientes de España, y Rodolfo, María, Fabiola, Alicia
y Paola, llegados de Suecia, la acompañaron solamente en sus últimos días, porque
vivieron exiliados en dichos países europeos desde 1980, por decisión de sus padres
ante el acoso de los gobiernos de los dictadores que persiguieron a Domitila.
Ezequiel Barrios, su padre, sastre de la policía minera, activo testigo de Jehová
y militante de izquierda, fue modelo de vida para Domitila, quien, a la edad de diez
años, se hizo cargo de sus cuatro pequeñas hermanas, a quienes alimentó y cuidó
después de la muerte de su madre68 a consecuencia del último parto.
Forjada en el dolor, el trabajo y las tempranas responsabilidades hogareñas, supo
hacer negociaciones con sus maestros para acudir a la escuela básica para los hijos de
los mineros. Su constancia y ganas de aprender la llevaron a conseguir la enseñanza
elemental. Al huir de la violencia familiar de su padre y madrastra, de manera fortuita
conoció a quien sería su compañero por muchos años, el policía civil y luego minero
René Chungara, de quien se separó en 1986. Domitila rompió tempranamente con la
religión al desprenderse de las amenazas de los Testigos de Jehová por participar en
política, y conservó su fe en Dios, pero no su adhesión a grupo religioso alguno.
Desde su nacimiento en 1937 y hasta 1986, cuando las minas dejaron de ser la ac-
tividad principal de Bolivia, ella vivió en el departamento del Potosí, en la provincia
de Rafael Bustillo, el corazón de la minería boliviana y de la movilización social del
sector más combativo de los trabajadores. Su vida se desarrolló en el espacio sim-
bólico de las minas: Catavi-Siglo XX, Uncía y Huanuni, riquísimas vetas del cerro
Llallagua.
Aquí, en los alrededores de Llallagua, nació, creció y comenzó su vida como di-
rigente del Comité de Amas de Casa, que surge en 196169 como consecuencia de
las urgentes necesidades de sobrevivencia que se suscitaron entre las familias de los
mineros al no recibir su salario ni contar con los víveres ni medicamentos que la
propia Comibol proporcionaba. Se inició en la lucha política cuando el sindicato de
mineros organizó a los trabajadores junto con sus familiares para hacer una marcha
hacia La Paz para demandar solución a sus necesidades, pero fueron detenidos, por lo
que sus mujeres se organizaron para exigir su libertad; luego de intentos individuales,
surgió la idea: “si en vez de ir así, cada una por su lado, nos uniéramos toditas en
conjunto y fuéramos a reclamar a La Paz, ¿qué pasaría? Quizás podríamos cuidarnos
mutuamente y conseguir algo”70 Estas mujeres del Comité acudieron a La Paz, donde
fueron rechazadas por otro grupo de mujeres llamadas “barzolas”,71 entrenadas para
68 Ibid., p. 51.
69 Viezzer, op. cit., p. 76.
70 Ibid., p. 77.
71 Las barzolas tomaron el apellido de María Barzola, una mujer valiente que murió en una represión
gubernamental. Domitila protesta por el uso del nombre de una gran mujer, pues ellas eran golpeadoras de
las mujeres que protestaran, como sucedió con las Amas de Casa de las minas.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 169
esposos como un signo de identidad social importante que también se aprecia en la forma de citar a los
personajes femeninos que protagonizan algunas de las historias aquí contadas. Sólo las solteras usan sus
propios apellidos. Siempre que hablábamos de Domitila agregaban Chungara y eliminaban Barrios.
76 Según testimonio de Primitiva Guarachi, directora de la oficina de Igualdad de Oportunidades del
gobierno actual de Cochabamba, ella ingresa a la vida política por su participación en la radio comunitaria,
medio que la dio a conocer y le permitió ganar la alcaldía de su pueblo (entrevista de la autora con Primitiva
Guarachi, el 22 de septiembre de 2015, en Cochabamba, Bolivia).
77 Viezzer, op. cit., p. 79.
170 • Virginia Ávila García
y lo consideraron fuera de lugar. Más tarde mejoró la situación; sin embargo, Domiti-
la afirma que la represión contra estas mujeres activistas repercutió entre sus esposos
e hijos cuando aquéllos eran despedidos o exiliados y les decían: “A usted, señor, lo
estamos botando no por problema sindical ni político, sino por haber permitido que
su mujer se preste a servir a intereses foráneos”.78
Cuando Domitila tenía 25 años de edad, se incorporó al Comité formalmente en
1962, y cuenta que lo hizo a instancias de su marido, porque la retó a comprometerse
más, durante los difíciles días de protesta, cuando los mineros tomaron como rehenes
a algunos gringos, socios de la empresa minera boliviana como una estrategia de los
sindicalistas para un intercambio de detenidos. El conflicto fue internacional, muy
duro en las negociaciones, y fue el mejor entrenamiento para su naciente militancia
en las movilizaciones sociales en las que participó desde ese año y hasta el fin de
sus días. Esto sucedió en 1963. En 1965 alcanzó el liderazgo del comité y, como su
dirigente supo mantener el objetivo central de establecer estrategias de movilización
social de apoyo a las demandas salariales de sus esposos y del mantenimiento de las
familias, más allá de un grupo de mujeres que gestionan el bienestar de sus familia-
res, fueron obligadas por las dictaduras y por las presiones patronales del complejo
minero a organizarse como esposas y madres que debieron buscar, recoger, cuidar
y defender a sus familiares golpeados, perseguidos, desaparecidos o muertos como
castigo a sus participaciones en las protestas sociales.
Ella narra dos masacres: la de septiembre de 1965 y la de San Juan en 1967, que
sufrieron las familias de los obreros mineros. En relación con la primera recuerda
cómo asesinaron a madres que defendían a sus wawas,79 escondidas bajo la cama, a
las criaturas, a jóvenes. También relata la solidaridad de las mujeres con los “solda-
ditos hambrientos” que los masacraban, al considerar ellas que cualquiera podría ser
alguno de sus hijos al que obligaban a estar en el frente. Domitila no compartía esta
acción de darles “un pancito” a quienes los mataban y golpeaban, pero apreciaba la
bondad de las mujeres del pueblo. La represión incluyó asaltos a las ambulancias.
Estas masacres las vivió Domitila y se radicalizó en su lucha.
Ellas acompañaron la defensa sindical y social y enfrentaron también a otras mu-
jeres movilizadas desde las fuerzas represoras como las barzolas, mujeres de institu-
ciones religiosas e inclusive de la Cruz Roja, quienes las presionaban en nombre de
sus deberes, supuestamente relegados, de esposas y madres.
En este sentido, los acontecimientos que Domitila narra demuestran su temprana
conciencia, por la que observó las diferentes formas de asumirse como mujer. La con-
ciencia desarrollada por las mujeres del comité revolucionó el papel callado y pasivo
de las mujeres comunes, inclusive las propias esposas de los mineros que se negaron a
participar. Menciona los argumentos que utilizaron contra ellas las Amas de Casa, las
78 Ibid., p. 81.
79 Niños/as (véase Viezzer, op. cit., pp. 106-110).
En busca del buen vivir entre mujeres… • 171
barzolas, las afiliadas al Movimiento Familiar Cristiano, grupo de mujeres que, a de-
cir de Domitila, “nos odiaba, nos detestaba y nos llamaba herejes y por todos modos
trataba de desacreditar el Comité”.80 Ella menciona que decidió no estar peleándose
con los otros grupos de mujeres y que hizo alianzas con las cristianas.
Domitila comprendió que el camino de las mujeres que confrontan tradiciones
machistas, que las limitan a meterse en su casa y no participar de la política son du-
ramente cuestionadas por el entorno social machista: “Porque hablan mal de nosotras
[… ] Por ejemplo, a nosotras nos decían que éramos amantes de los dirigentes, que
por hallarnos una aventura amorosa habíamos ido al Sindicato”.81 A René, marido de
Domitila, el jefe le dijo:
Mira, te estamos retirando de la empresa por culpa de tu mujer, porque tú eres un cornudo
que no sabes amarrarte los pantalones. Ahora vas a aprender a dominar a tu mujer. Pri-
mero, tu mujer ha estado presa y en vez de estar callada, ha vuelto peor: sigue agitando
y sigue metiendo cizaña entre la gente. Por eso te estamos retirando de la empresa. No
es por vos, es por culpa de esta mujer. Segundo: mira, ¿para qué vas a necesitar tú de
una mujer política? Anda, pues, bótala por ahí […] y yo te voy a devolver tu trabajo.
Una mujer así no sirve para nada […] ¿Por qué eternamente vas a estar arruinado con
esta mujer? ¡Es demasiado esta mujer! ¡Ni parece una mujer!
La fortaleza y decisión de Domitila la llevaron a ser la única mujer entre 500 delega-
dos hombres en el Congreso de Trabajadores de Huanuni, en 1973. Ella dice: “Mis
compañeros todos, sin excepción, respetaron mi condición de mujer casada y con
hijos […] Mi compañero –René– sabía que yo iba a estar en esa situación y nunca
desconfió de mí”.82
Ante las resistencias de los mineros a permitir que sus mujeres participaran en
actividades del comité, las dirigentes usaron la radio para reconvenirlos y les dijeron:
“Aquellos compañeros que pegaron a sus esposas deben ser agentes del gobierno.
Sólo así se justifica que ellos estén en contra de que sus compañeras hayan pedido lo
que en justicia nos corresponde. ¿Y cómo es posible que se hayan molestado por una
protesta que hicimos en forma general y donde todos se han beneficiado?83
En los distintos momentos de las movilizaciones en las que participó Domitila
aparecen mujeres que usan tácticas de presión para controlar las acciones de las acti-
vistas. Religión, clase social, humanitarismo y solidaridad entre ellas eran esgrimidas
80 Ibid., p. 82.
81 Es común que las mujeres militantes sean cuestionadas por supuestos intereses amorosos que las in-
citan a la participación política. En este sentido hay testimonios de ex guerrilleras mexicanas, de militantes
de la eta y de los movimientos sociales del 68.
82 Viezzer, op. cit., pp. 84-85.
83 Ibid., p. 85.
172 • Virginia Ávila García
84 Entrevista con Lily Encinas, presidenta de la ampu, Cochabamba, Bolivia, en el Grand Hotel Cocha-
[a los] hermanos cocaleros en las luchas, las marchas, las huelgas que se hacían […]
nosotras como organización de clase también igual nos sumábamos, de acuerdo a las
posibilidades, desde ahí nos vamos conociendo con el propio actual presidente, de algu-
na forma con nuestro propio gobernador88 actualmente […] y bueno, gracias a esa lucha
larga que hemos puesto tanto a nivel nacional hasta el nivel internacional, en el 2006
tenemos por primera vez un presidente indígena [con el que trabajamos] en encuentros
ampliados, según mi convicción, él me hacía inspirar.89
Destaca que ser boliviana la llena de orgullo y que, así como ella, su pueblo se recono-
ce con la autoestima alta y se saben reconocidos en el exterior gracias a la política del
presidente Evo Morales. En él reconoce a un promotor de las mujeres.90 Ella se asume
como una mujer tímida “que la necesidad misma nos ha ayudado a romper, digamos,
esos espacios de silencio”, y también nos brinda espacios de formación en tema de
mujeres “porque yo, gracias a ser rodeada por mujeres, escucho a las compañeras y
hemos logrado construir nuestro propio discurso”.91 Ella acepta que:
87 Idem.
88 El gobernador Iván Canelas la nombró parte de su gabinete al frente de una de las siete secretarías:
la de Desarrollo Humano Integral.
89 Este comentario de Casimira evidencia la simpatía que Evo Morales ejerce en los sectores femeni-
nos, lo cual, por cierto, molesta a las agrupaciones feministas bolivianas que muestran su desagrado en la
recopilación de anécdotas sobre el atractivo de Morales y algunos comentarios que él ha hecho. Casimira
está en desacuerdo con dichas críticas porque considera que en las luchas sociales se distribuyen tareas y
hay trato igual con los medios.
90 Julieta Montaño considera que las mujeres indígenas en la política no son autónomas.
91 Entrevistas citadas de la autora con Casimira Rodríguez Romero.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 175
de hogar para que ocupen espacios de poder Ya hubo 6 trabajadoras del hogar como
candidatas para puestos políticos, pero eran espacios ‘de relleno’ Nuestro problema es
que no sabemos negociar porque confiamos en los compañeros de lucha, en su hones-
tidad Yo no he negociado mi equipo, mis viceministros Pero nadie te enseña el camino
para trabajar en la política y sobrevivir adentro Por eso uno se arma de un buen equipo
Así empieza a trabajar una Yo me he replanteado como desafío una nueva alternativa de
justicia, que responda No hacerlo hubiese sido un error histórico, un pecado.92
En las trayectorias de vida de estas dos mujeres, Domitila Barrios Cuenca de Chun-
gara y Casimira Rodríguez Romero, median las similitudes y muchas diferencias. En
sus historias personales se develan los procesos históricos de Bolivia, se palpan las
complejidades de un pueblo abigarrado, como lo describe Silvia Rivera Cusicanqui,
otra boliviana de origen aymara, conocedora de la historia de su país con una postu-
ra crítica y propositiva compartida por Julieta Montaño, mestiza que cuenta con la
experiencia de ser dirigente de una organización no gubernamental que, desde hace
cuatro décadas, ha acompañado las luchas de mujeres por acceder a sus derechos;
como abogada está cerca de la justicia y su actitud crítica no deja márgenes a la su-
perficialidad de los mensajes publicitarios o políticos de un régimen que ella aprecia
maquillado de indigenismo.
Domitila nació en 1937, en el Potosí boliviano, lugar paradójico que concentra la
riqueza minera y la pobreza y marginación de sus pobladores, dedicados a la activi-
dad minera del estaño, símbolo de la productividad y de la sobreexplotación de los
recursos naturales desde la Colonia.
Mujer con fuertes rasgos indígenas que ella adjudica a su padre, durante sus 74
años de vida acumuló los signos de la dramática historia de su país, de la clase tra-
bajadora obrera, de las familias bolivianas pobres, de la marginación y superación
femeninas.
En su cuerpo, quedaron las huellas de la violencia en sus expresiones más duras:
la violencia familiar, recibida de manos de su padre –a quien admiró y tomó como
ejemplo en la vida militante– y de su madrastra, durante sus años de adolescencia,
etapa signada por la muerte de su madre, que la dejó en la orfandad, con sólo diez
años, y ante la responsabilidad de cuidar a cuatro hermanas y a un padre violento y
alcohólico. Ya como mujer joven huyó de esta violencia y, a sus 20 años, se unió a
René Chungara, su compañero desde hasta los 64 años, cuando se separaron luego de
una vida de pareja en la que procrearon siete hijos: Rodolfo, Fabiola, María, Ricardo,
Rina, Alicia y Paola. Sus relaciones familiares transcurrieron entre la pobreza, el ex-
ceso de jornadas, el trabajo sindical, el apoyo y cierto alcoholismo de René. Su gran
compromiso familiar, que adquirió desde sus 25 años y hasta su muerte, la condicionó
a la lucha social creando conflictos con René.
La violencia institucional que supo rebasar en sus momentos más crueles la reci-
bió del Estado. Esta violencia la vivió en cautiverio, en persecuciones y moralmente
cuando perdió a sus hijos a consecuencia de los golpes recibidos y de las malas con-
diciones sanitarias de su embarazo y parto. También fue perseguida y ultrajada hasta
que llegó la ruptura de la familia en 1980, cuando la dictadura de Luis García Mesa
obligó a sus hijos a salir al exilio en Suecia y en España. Ella permaneció un breve
tiempo en Europa, mientras el golpe de Estado tomaba su cauce con otro dictador.
Retornó a Bolivia, donde vivió lejos de sus hijos hasta su muerte y separada de René
desde 1986.
Las recurrentes crisis de pareja estallaron y René buscó otra mujer. Con este acon-
tecimiento se cancelaron sus vidas en pareja y en la mina. Domitila siguió su trabajo
social pero el Comité de Amas de Casa terminó una etapa de gran empoderamiento
femenino y tradición rebelde.
Si en 1962 Domitila se lanzó a buscar alternativas fue impulsada por las necesi-
dades propias, las de René y de sus hijos. Se miró a sí misma como integrante de un
grupo compacto, su propia familia, pero ligada a la comunidad, a su grupo social, por
ello luchó y negoció demandas inmediatas para mejorar sus vidas, su magra alimen-
tación, las condiciones sanitarias de las viviendas, los medicamentos, y denunció por
doquier las duras condiciones de vida de los mineros y sus familias a quienes siempre
vio como un conjunto explotado por la Comibol.
Argumentaba sus decisiones y negociaba con René con estrategias inteligentes.
Por ejemplo, cuando René le reclamó por no haber aceptado la oferta del gobierno
que la cooptaba mediante un empleo para él en La Paz, lejos de los riesgos y mar-
ginalidad de las minas y con becas para sus hijos, ella le contestó que deseaba tanto
como él una vida mejor para ellos, pero se negaba a que sólo lo gozaran en familia,
cuando estaba atrás una larga lucha social de otras familias que no lo alcanzarían.
René aceptó y siguieron adelante y con mayores conflictos, como al regresar del
exilio en la zona tropical de Las Yungas, cuando él le exigió, le ordenó incluso, que
ya no participara en el Comité de las Amas de Casa, que renunciara a cualquier acti-
vidad política, todavía temerosa por la experiencia del exilio interno en una zona tan
calurosa para ellos que estaban habituados a las zonas altas y frías, aceptó a cambio
de que él renunciara a lo que tanto le gustaba: estar con los amigos y beber. Hicieron
el compromiso y cada uno renunció a hacer lo que más le gustaba. René fue el pri-
mero en fallar y ella sólo actuó en consecuencia; de esta manera, ambos continuaron
haciendo lo que necesitaban.
En busca del buen vivir entre mujeres… • 177
En las relaciones con las mujeres, Domitila describe en sus relatos la multiplicidad
de las formas de asumirse mujeres. Con sentido perspicaz va reconociendo que a
partir de las diferencias de clases sociales, de etnias, de educación e incluso de mo-
mentos en las vidas de las mujeres hay muchas formas de actuar y que la femineidad
es múltiple y compleja.
De esta manera, en su testimonio desfilaron mujeres diferentes: las barzolas, las
nacionalistas, las rotarias y las leonas, las religiosas, las profesionistas, las intelectua-
les; todas actuaron de acuerdo con sus intereses, nada de igualdades. En cada relación
apreció la dialéctica.
En su cuerpo femenino asumido como propio, ella tomó sus decisiones; amó a sus
hijos, trabajó por ellos, los cuidó, los hizo fuertes para la vida, nunca se aprecian en sus
testimonios quejas ni reclamos por los cuidados y tareas que ellos demandaban. Siem-
pre los protegió, pero los hizo fuertes ante los riesgos de la persecución y represión que
sufrió durante muchos años. Los cuidados y trabajos para sus hijos, marido, hermanas,
padre, no los cuestionó, los dio sin más. En un simbolismo femenino, ella que fue tan
amante, tan fuerte, que acogió como las otras bolivianas a todos los hijos bolivianos,
incluyendo los soldaditos que las reprimían. Finalmente, va a padecer en su vientre, en
su cuerpo femenino maltratado, el cáncer avasallador que la llevó a morir.
Casimira, nacida en 1966, en Paredón, de la provincia Mizque del departamento
de Cochabamba,93 es una bella mujer de fácil sonrisa, de complexión fuerte, ama de
casa con pareja y un par de preciosas niñas que engendró cuando tenía 43 años y su
fe se tambaleaba ante la falta del milagro de la maternidad.
La importancia de la maternidad en su vida es innegable. Al término de su año
como ministra de Justicia, que ella califica como un periodo de prueba, acompañada
de su dios y del grupo de mujeres que la apoyaron y con las que vivió en comunidad
en La Paz cuando ocupaba dicho cargo, entre ellas la mujer militar que la protegió.
Con sencillez y firmeza, afirma que no fue fácil asumir un cargo profesionalizado por
abogados y junto a hombres poderosos, uno de los cuales había sido su patrón cuando
era trabajadora del hogar.
De su vida personal la entristece la falta de apoyo y responsabilidad de su pare-
ja. Al tener ella demasiados compromisos políticos, culturales, sindicales y sociales
lamenta no estar al pendiente de la alimentación y educación de sus hijas. Concluye
que resuelve los problemas de atención y cuidados de las niñas acudiendo a la solida-
ridad femenina de sus compañeras y continúa negociando para hacer cambios en su
relación de pareja. Confirma que sus grandes logros políticos los pudo hacer por ser
soltera y sin hijos, y que ahora que tiene pareja e hijas la situación se ha complicado
porque ama a sus niñas y siente la necesidad de educarlas y estar cerca de ellas. Sin
embargo, en 2015 tomó la decisión de reincorporarse a la política. Desde la Secretaría
93 Entrevistas de la autora con Casimira Rodríguez Romero en la ciudad de Cochabamba, Bolivia, los
Conclusiones
Domitila Chungara fue una mujer extraordinaria que supo comprender su tiempo,
aunque nunca cambió su sensibilidad social; sus mayores logros se dieron en el perio-
do de 1962 a 1986, en la militancia social y la lucha por los derechos de los mineros
y sus familias y en pro de la liberación de la mujer. Coincide con el auge y declive del
nacionalismo revolucionario boliviano en el modelo capitalista de Estado, proceso
salpicado por crueles dictaduras. Su experiencia en las movilizaciones sociales de los
mineros y las Amas de Casa fue un hito en la historia del feminismo internacional al
hacerla pública en la tribuna paralela a la Primera Conferencia Internacional; allí supo
acerca de las demandas feministas y las rechazó porque no atendían a la problemática
social; a su vez, fue rechazada por las feministas tradicionales.
Domitila estuvo en desacuerdo, y con ella se expresaban millones de mujeres que
pensaron y siguen pensando como ella. “El trabajo primero y principal no consiste
en pelearnos con nuestros compañeros, sino con ellos cambiar el sistema que vivimos
por un otro, donde hombres y mujeres tengamos derecho a la vida, al trabajo, a la
organización”.95 Su feminismo era de vida y no se oficializó.
Para Domitila, el control natal en Bolivia significaba disminuir el poder de la clase
trabajadora, porque así dejaban manos libres a capitalistas y extranjeros, los ene-
migos de la liberación del pueblo. Al atreverse a denunciar los problemas reales de
su país y presentarse como “soy la esposa de un trabajador minero de Bolivia”, la
94 Me atrevo a decir que es una de las más cercanas al gobernador porque frecuentemente delega en ella
matrona feminista, a quien Domitila llama “la Betty Friedman, la gran líder feminista
de Estados Unidos”, la reconvino a centrarse en el plan de acción y a que dejara su
tono belicista, que demostraba que no sólo eran manejadas por los hombres, sino
que ignoraban por completo los asuntos femeninos, finalizando con la frase: “Como
hace la delegación boliviana”.96 Domitila exigió su derecho a la réplica y arrebató la
palabra a la presidenta de una delegación mexicana,97 quien le aconsejaba –en apoyo
a Friedan– que se olvidara del sufrimiento del pueblo, de masacres y que hablaran
sobre la mujer, restringiéndose a “igualdad, desarrollo y paz”, el lema del año inter-
nacional de la mujer.
La discusión subió de tono cuando Domitila aceptó el reto de hablar de ellas, las
que estaban allí, y remarcó las diferencias en el arreglo personal, en los trajes y ves-
tidos, en los autos y choferes, en las habitaciones y el cuidado de la familia que la
posición social obligaba; concluyó que eran mujeres pero no iguales, que los derechos
entre las mujeres respondían a la “ley del embudo”: ancho para algunos y angosto
para otros; que ellas, las latinoamericanas que se enfrentaban a dictaduras, no goza-
ban del derecho de organizarse para jugar canasta, sino para mostrar que “nuestros
compañeros están arrojando sus pulmones, trozo más trozo, en charcas de sangre
[...]”,98 que “nuestros hijos están desnutridos”.
Domitila cuestionó que las otras no sabían lo que era levantarse a las 4 de la ma-
ñana y acostarse a las 11 o 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer
doméstico [...]”,99 por lo que si la solución para la burguesía femenina era pelearse
con los hombres, para las trabajadoras era la plena colaboración entre hombres y mu-
jeres a fin de mejorar las duras condiciones de vida; concluye su testimonio sobre este
evento al decir: “[en] esta experiencia fue importante para mí constatar otra vez –y
en esa oportunidad en contacto con más de 5,000 mujeres de todos los países– cómo
los intereses de la burguesía no son realmente nuestros intereses”. Las reflexiones
de Domitila dejaron claro que el feminismo de las mujeres de condiciones sociales
diferentes atiende problemas sociales diferentes, y que el feminismo descontextuali-
zado de las realidades sociales de cada grupo deriva en demandas que maquillan las
luchas femeninas.
En 1980, por estar presente en la reunión de las mujeres en Copenhague, estuvo
lejos del golpe de Estado y consecuente represión del militar y nuevo dictador Luis
García Meza. Sus hijos fueron obligados a exiliarse en Suecia y España. La familia
se rompió. La permanente preocupación de Domitila de ser desalojada de su pobre
vivienda se cumplió y fue echada de su casa a los 90 días del despido de su marido.
René Chungara, según Domitila, se fue con otra mujer y con la escasa indemnización.
Domitila dejó la zona minera del Potosí y bajó al Valle de Cochabamba para vivir
en el barrio Huayrak’asa. Allí permaneció hasta su muerte, en 2013, al lado de sus
fieles hermanas. Sus hijos regresaron sólo para estar con ella sus últimos días. René
Chungara había muerto en 2005.
Su prolífico vientre que guardó 11 vidas, cuatro de ellas malogradas, comenzó a
darle problemas con el cáncer desde 1984. Perdió el útero y un seno; al final, el cán-
cer la invadió. Sobrevivió hasta 2013. En ese lapso perdió en la distancia a los hijos,
perdió a su marido, pero su imagen pública perduró en la memoria. Al mudarse a la
unidad habitacional de los ex mineros, abrió una escuela para estimular lideresas.
En 1987 conoció a Félix Ricaldi, quien estuvo a su lado en sus proyectos sociales
y personales hasta su muerte. En un recuento de su vida, siempre en la militancia e
inconforme con los poderes, nunca perdió la esperanza de que el pueblo trabajador
llegara al poder.
Las polleras, la espiritualidad quechua y aymara dejaron su impronta en el ima-
ginario social. Domitila no protagonizó el ascenso de algunos grupos a los que ella
pertenecía. En 2004 fundó el Movimiento Guevarista de Bolivia; así, se daba un
encuentro póstumo con el Che Guevara, muerto en la región cochabambina, a quien
nunca conoció y de cuya lucha nunca supo hasta que fue golpeada por la muerte de
su hijo, acusado de complicidad con la guerrilla.
Evo Morales selló un compromiso, la condecoró póstumamente con la medalla
el Cóndor de los Andes. Fueron tres días de duelo nacional; hubo muchos reportajes
sobre su vida y obra: un reconocimiento póstumo a una gran mujer.
Sus aportaciones personales al feminismo internacional pueden ser vistas como
otra cara de la militancia, la del día con día, donde, para organizarse, la mujer lucha-
dora enfrenta la resistencia y la violencia masculina cuando en el hogar los hombres
que la rodean dificultan sus decisiones, ya que no apoyan con el cuidado a los hijos
ni con el trabajo doméstico. Algunas mujeres, con toda su carga personal de trabajo
como madres, esposas y empleadas, suman la tarea de la búsqueda de soluciones a
la problemática social que las rodea, para alcanzar mejores condiciones de vida para
su comunidad y su familia. La gestoría social por alcanzar el mejoramiento social
va acompañada de una negociación privada con el marido, los padres, los hijos y los
hermanos para permitirse alcanzar un lugar de organización con otras mujeres.
Casimira pertenece a la generación de la tecnología, de los medios de comunica-
ción y, aunque sus condiciones de vida fueron precarias, ha sabido aprovechar los
espacios de marginalidad para procesar sus luchas. Es una mujer religiosa y no aprue-
ba la despenalización del aborto, no piensa en los espacios privados como espacios
aislados de la vida social, sino que, en tono con la naturaleza, con el cosmos, con la
pachamama, cree en la armonía y en la integración de y entre los hombres y las muje-
res; cree en la negociación, no en la confrontación con los hombres. Ha sabido romper
el techo de cristal del poder; se mantiene erguida frente a la discriminación social que
prevalece en las y los colonizadores internos, intenta trabajar con equidad por todos
En busca del buen vivir entre mujeres… • 181
los grupos y sin discriminaciones. Muchas de estas tareas las asume oficialmente a
través del puesto que actualmente ejerce.
Como mujer ha resentido la falta de apoyos suficientes de su pareja, quien la en-
tiende como líder pero no colabora bien como padre de las hijas gemelas que nacieron
en 2008: Débora Camila y Jade Jael. Ella, como es frecuente en quienes son madres,
lamenta la falta de tiempo para los cuidados y educación de sus hijas. Asume y sufre
los costos de ser mujer funcionaria y líder.
Domitila y Casimira, con sus historias de vida y de líderes femeninas, han aportado
mucho a sus comunidades, de diferentes formas, porque vivieron distintos momen-
tos históricos. Ambas representan a mujeres de su tiempo, críticas, sensibles, firmes,
negociadoras, entregadas a los demás, sin perder la claridad de su propio camino,
llevando a la realidad el dicho de Silvia Rivera Cusicanqui: “la individualidad se
acrecienta en la vida de la comunidad; es decir, es en la convivencia con los otros que
se puede construir una misma”. Nunca cedieron sus espacios, los ampliaron.
Casimira, de modo pausado, al contrario de Domitila, más apasionada, ha ido
construyendo para ella y sus compañeras trabajadoras espacios dignos con derechos
establecidos. Salió de sus múltiples marginalidades y ha llegado a las altas esferas
del poder. Sus símbolos y fortalezas son su origen quechua, su lengua, la defensa
de su atuendo y haber acompañado al primer presidente indígena en un tramo de su
camino.
La suma qamaña o vivir bien de hombres y mujeres bolivianos pasa por la cola-
boración entre los géneros, sin perder los espacios propios de cada uno. Las mujeres
no pueden sustraerse de su entorno y actualmente las graves crisis que vivimos los
latinoamericanos en el modelo neoliberal globalizado exige un replanteamiento de
las demandas feministas. Para las bolivianas como Casimira,100 Silvia y Julieta, la
descolonización interna es el principal problema a resolver para que la sociedad de
hombres y mujeres accedan a una buena vida y a los derechos que les asegure su vida
armoniosa en el entorno de la pachamama.
Referencias
Ávila, Virginia y Suárez, Paola (Coordinadoras). Los estudios de género hoy. Debates
y perspectivas, México, Facultad de Filosofía y Letras-unam, 2015, (Sociedades
globales 1).
Carosio, Alba (Coordinadora). Feminismo y cambio social en América Latina y el
Caribe, Buenos Aires, Clacso, 2012 (Colección Grupos de Trabajo).
100 Ella define que su lucha es “Una lucha contra el sistema colonialista que conserva condiciones de
servidumbre. La ley lo cuestiona y mi llegada al Ministerio de Justicia lo consideré como un paso hacia la
descolonización, a través de mi persona” (Proceso, ya citado).
182 • Virginia Ávila García
Páginas web
Andrea Andújar*
Resumen
Este trabajo explora las acciones colectivas de protesta realizadas en Argentina contra la pro-
fundización del modelo neoliberal durante la década de 1990. Para ello, se enfoca en un caso
específico: los cortes de ruta ocurridos en la provincia de Jujuy, en el norte del país, en mayo de
1997. Inscripto en la historia social con perspectiva de género, su propósito es reconstruir, con
base en el uso de la historia oral y la revisión de un acervo documental escrito compuesto por
periódicos de alcance local y nacional, la activa participación de las mujeres de la clase traba-
jadora en ese conflicto y en el novel sujeto político surgido en él: el movimiento piquetero.
Palabras clave: movimiento de piqueteras, cortes de ruta, Jujuy, Olga Márquez de Arédez.
Abstract
This article explores the collective actions of protest in Argentina against the deepening of the
neoliberal model during the 1990s. For this reason, it focuses in a specific case: the roadblocks
that took place in the province of Jujuy, in the north of the country, in May 1997. Combining
a social history approach with a gender perspective, its purpose is to reconstruct, based on the
use of oral history and written documents such as newspapers with local and national scope,
the active participation of the working class women in that conflict and in the novel political
subject emerged during it, the piquetero movement.
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
186 • Andrea Andújar
Introducción
En la tarde del 7 de agosto de 1997, Olga Márquez de Arédez recorría las dependen-
cias de la policía y de la gendarmería de Libertador General San Martín, una ciudad
localizada en la provincia de Jujuy, al noroeste de Argentina. Quería averiguar el
paradero de las personas arrestadas durante esa jornada. Muchas de ellas eran mujeres
que habían salido a cortar las rutas tres días antes para reclamar al gobierno provincial
el cumplimiento de los compromisos asumidos en el mes de mayo de ese año y así
poner fin a una masiva protesta que, iniciada en esa localidad, se había extendido por
todo el territorio de Jujuy, convirtiendo la provincia en una de las principales preocu-
paciones del gobierno nacional.
No era la primera vez que esa mujer alta, de rasgos marcados y mirada profunda
exigía respuestas a las fuerzas de seguridad sobre el destino de quienes habían sido
detenidos/as. Olga tenía una vasta experiencia en eso, aprehendida hacía ya más de 30
años en el golpe de Estado que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón
el 24 de marzo de 1976. En la madrugada de ese día, un grupo de personas con unifor-
mes militares y policiales se había llevado detenido a su marido, Luis Arédez. En esa
ocasión, habían llegado en una camioneta blanca que exhibía en una de sus puertas un
logotipo de la empresa Ledesma, el ingenio azucarero más importante de la provincia.
Desde hacía décadas, la familia Blaquier, dueña del ingenio, determinaba en buena
medida los destinos de las y los pobladores de Libertador General San Martín.
Luis, médico pediatra de profesión y defensor de los derechos de las y los traba-
jadores agrupados en el sindicato azucarero del lugar, había intentado ponerle coto
a su poder. Así, cuando en el año 1973 fue electo intendente de Libertador General
San Martín, cargo ejecutivo más elevado de la conducción político-administrativa de
las ciudades en Argentina, comenzó a obligar a los propietarios de Ledesma a pagar
regularmente los impuestos correspondientes al estado municipal; incluso, llegó a ex-
propiarles algunas hectáreas de tierras para entregarlas a los pequeños agricultores de
la zona. Pero estas medidas no perdurarían por largo tiempo, pues la presión ejercida
por los Blaquier sobre el gobierno provincial lograría que este último interviniera el
municipio y forzara la dimisión de Arédez.
La evidencia de los vínculos de esa familia azucarera con el poder político estatal
era tan clara para Olga que ella no dudó, esa mañana del 24 de marzo, en ir hasta las
puertas del ingenio a preguntar si sabían dónde tenían detenido a su marido. Pero
nadie quiso decirle nada. Luis continuó desaparecido varios días más hasta que, final-
mente, Olga recibió una carta en la que se le avisaba que estaba recluido e incomuni-
cado en la cárcel de San Salvador de Jujuy, ciudad capital de la provincia y distante
de Libertador General San Martín, a 120 km.
1 Delia Maisel, Memorias del apagón. La represión en Jujuy: 1974-1976. Buenos Aires, Ediciones
medh, 2006.
Luchas y resistencias en clave femenina… • 187
2 En julio de 2012 se inició en Jujuy el juicio por delitos de lesa humanidad ocurridos bajo el terrorismo
estatal en esa provincia. Un año más tarde, Mariano Braga y José Bulgheroni, oficiales de inteligencia
de la denominada área 323 de represión, fueron condenados a prisión perpetua, mientras que Antonio
Vargas, interventor del Servicio Penitenciario de Jujuy en barrio Gorriti, convertido en centro clandestino
de detención, fue condenado a 25 años de prisión e inhabilitación absoluta. Este último fue imputado en
causas relacionadas con las represiones contra trabajadores de la mina El Aguilar y con la Noche del Apa-
gón –como se conoce la represión llevada a cabo por fuerzas conjuntas en Libertador General San Martín
entre el 20 y el 27 de julio de 1976, donde fueron secuestrados alrededor de 400 vecinos/as y trabajadores/
as del ingenio Ledesma, de los cuales más de 30 continúan desaparecidos–. Por este caso, además, están
procesados en otra causa judicial Carlos Alberto Blaquier, dueño del ingenio Ledesma, y Alberto Lemos,
administrador de esta empresa en aquella época.
3 Olga Márquez de Arédez murió el viernes 17 de marzo de 2005 como consecuencia de un cáncer
agravado por la bagazoosis que produce la caña que quema el ingenio Ledesma. Antes de morir había
iniciado una nueva causa penal contra el ingenio, por contaminación.
188 • Andrea Andújar
4 Un ejemplo de esta lectura puede hallarse en Maristella Svampa y Sebastián Pereyra, Entre la ruta y
1991.
7 Entre ellas puede citarse el artículo 194 del Código Penal argentino, que estipula que “el que, sin crear
una situación de peligro común, impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los trans-
portes por tierra, agua o aire o los servicios públicos de comunicación, de provisión de agua, de electricidad
o de sustancias energéticas, será reprimido con prisión de tres meses a dos años”.
Luchas y resistencias en clave femenina… • 189
fronteras de lo político como la circulación del poder. Por otro, entiende que con ello
también habrían desafiado su posicionamiento en la esfera de la domesticidad, cues-
tionando los roles de género instituidos socialmente.
Para llevar a cabo este análisis, se ha consultado un acervo documental confor-
mado por diarios de alcance nacional en Argentina (Clarín y Página 12) y local (El
Tribuno y El Pregón, ambos de Jujuy), y por el análisis de las memorias que, en tanto
procesos de recuerdo y reconfiguración de significados, las mujeres han construido
sobre sus propias acciones.8
Durante la década de 1990, Argentina, al igual que otros países de América Latina,
sufrió un proceso de intensas transformaciones socioeconómicas y políticas vincu-
ladas con la profundización del modelo neoliberal. Fue bajo las dos presidencias
consecutivas del peronista Carlos Saúl Menem, al frente del Poder Ejecutivo nacio-
nal entre 1989 y 1999, cuando los sectores dominantes asentaron definitivamente
las bases del mismo y cuyos pilares fueron la desregulación y liberalización de la
economía, acompañadas de una amplia apertura comercial y financiera, la reforma
laboral –centrada en la flexibilización de las condiciones y relaciones de trabajo–
y la restructuración del Estado a través de una reforma sustentada en la reducción
del peso del sector público en el empleo y en la producción de bienes y en los
servicios, así como en la capacidad del Estado de intervenir y regular la economía.9
De tal suerte, entonces, se privatizaron las empresas públicas a la par que el Estado
se retiraba de las funciones de protección y seguridad social, descentralizándolas
simultáneamente. Todo ello condujo, por un lado, al colapso del ya crítico aparato
productivo industrial y al desmantelamiento de los escasos resabios existentes del
estado de Bienestar; por otro, provocó que los niveles de desempleo, pauperiza-
ción y vulnerabilidad social se elevaran a dimensiones históricamente desconocidas
en Argentina. Así, para mediados de esa década, el desempleo y subempleo, por
ejemplo, ascendieron a nivel nacional hasta alcanzar casi a 30% de la población
económicamente activa.
La aplicación de este conjunto de reformas fue sustentada, asimismo, en un pro-
ceso democrático que formuló un discurso legitimador, ciñendo la actividad política
8 Las entrevistas orales que sustentan este estudio fueron realizadas por la autora en 2004.
9 Sobre este proceso pueden consultarse, entre otros, los estudios de Marcos Novaro, Piloto de tormen-
tas. Crisis de representación y personalización de la política en Argentina. Buenos Aires, Letra Buena,
1994; Julio Gambina y Daniel Campione, Los años de Menem. Cirugía mayor. Buenos Aires, Centro
Cultural de la Cooperación, 2002; Mario Rapoport, Historia económica, política y social de la Argentina
(1880-2000). Buenos Aires, Ediciones Machi, 2003.
190 • Andrea Andújar
10 No existe un acuerdo generalizado sobre el origen de la palabra “piquetero”. Para algunos analistas,
remite a las “picadas”, nombre que tienen los caminos de tierra alternativos a las rutas y que también fueron
cortados para evitar el tránsito de personas, autos y mercaderías. Para otros, reenvía a las experiencias de
lucha de la clase obrera argentina durante el siglo xx, cuando, para impedir el ingreso de rompehuelgas
a las fábricas en los paros de actividades, los obreros montaban “piquetes” en las puertas de las mismas.
También se le encuentra en la prensa sindical o político-partidaria de algunas organizaciones para hacer
referencia al reparto de panfletos o periódicos a la salida de las fábricas o en lugares visibles como las
esquinas de las calles.
Luchas y resistencias en clave femenina… • 191
11 Aun cuando la exigencia de creación de fuentes de trabajo y/o subsidios por desempleo fueron los
comunes denominadores de todas estas protestas, también estuvieron presentes reclamos en torno a la
gratuidad de los hospitales públicos, la creación de escuelas y jardines maternales, el otorgamiento de cré-
ditos para pequeñas y medianas industrias o la reconexión de los servicios de gas y electricidad en aquellos
hogares cuyas familias no habían podido pagarlos.
12 Entre el 20 y el 26 de junio de 1996, la población de las ciudades de Cutral Co y Plaza Huincul, en la
provincia patagónica de Neuquén, protagonizó un importante corte de rutas exigiendo que el gobernador
neuquino diera respuestas ante la situación crítica desatada con la privatización de Yacimientos Petrolíferos
Fiscales (ypf), compañía petrolera estatal privatizada entre 1991 y 1992 y que, hasta entonces, había sido
crucial para el desarrollo de ambas comunidades. En abril del siguiente año, un nuevo corte conmovió a
esta región y fue seguido por otro que se extendió entre el 8 y el 15 de mayo de 1997 en General Mosconi
y Tartagal, ciudades localizadas en la provincia de Salta –que colinda con Jujuy– y que también se habían
desarrollado al amparo de la presencia de ypf. Un análisis de estos conflictos puede verse, entre otros,
en Orietta Favaro, Mario Arias Bucciarelli y Graciela Iuorno, “La conflictividad social en Neuquén. El
movimiento cutralquense y los nuevos sujetos sociales”, Realidad Económica, núm. 148, Buenos Aires,
1997, mayo-junio; Pablo Barbetta y Pablo Lapegna, “Cuando la protesta toma forma: los cortes de ruta
en el norte salteño”, en Norma Giarraca et al., La protesta social en la Argentina. Buenos Aires, Alianza
Editorial, 2001; Maristella Svampa y Sebastián Pereyra, op. cit.; Javier Auyero, Vidas beligerantes. Dos
mujeres argentinas, dos protestas y la búsqueda de reconocimiento. Buenos Aires, Universidad Nacional
de Quilmes, 2004; Andrea Andújar, “Pariendo resistencias: las mujeres piqueteras de Cutral Co y Plaza
Huincul (1996)”, en María Celia Bravo, Fernanda Gil Lozano y Valeria Pita (compiladoras), Historia
de luchas, resistencias y representaciones. Mujeres en la Argentina, siglos xix y xx. Tucumán, Editorial
edunt, 2007.
13 Alejandro Rofman, Las economías regionales a fines del siglo xx. Los circuitos del petróleo, del
excusarse por la ferocidad con que la gendarmería había reprimido un corte de rutas
en esa localidad, la mujer lo increpó diciendo: “a mí la gendarmería me baleó la
pierna. Tengo cinco hijos a cargo y yo estuve a punto de perder la pierna por culpa
de una bala que usted, señor gobernador, mandó a la infantería. […] Yo salí a la ruta
solamente a pedir trabajo y usted nos respondió con aquella medida en la ruta. ¿Le
parece correcto?”14 Exhibiendo la herida y poco dispuesta a callarse a pesar de que al-
gunos de sus compañeros procuraban detenerla, ella continuó hablando, poniendo en
entredicho la pretensión del gobernador de eludir su responsabilidad en lo sucedido.
Todo había comenzado el 19 de mayo en Libertador General San Martín, ciudad
cabecera del departamento de Ledesma, ubicada a 120 km de la capital provincial y
cuya población alcanzaba los 70 mil habitantes aproximadamente. Durante la noche,
una asamblea convocada por el Centro de Desempleados y Desocupados de Liberta-
dor General San Martín, organización de reciente creación, resolvió iniciar un corte
en la ruta nacional Nº 34. El detonante de tal decisión se hallaba en el reciente despi-
do de cuatro mil trabajadores de la zafra del ingenio Ledesma al finalizar la cosecha
tabacalera, lo cual provocaba que las personas despedidas no pudieran trabajar en la
zafra azucarera que se avecinaba y que constituía la única salida laboral posible, cues-
tión que contenía, además, la potencial sobreexplotación de la escasa mano de obra
que quedaba contratada por el ingenio.
Fue así como en la madrugada del 20 de mayo un grupo de personas, entre las
que se contaban desocupadas/os, integrantes de varias organizaciones sindicales, ac-
tivistas de partidos políticos y de organismos de derechos humanos, comenzaron a
encender fogatas y levantar barricadas en la ruta, exigiendo al gobernador la creación
de cinco mil puestos de trabajo, subsidios inmediatos para desocupados/as y la pos-
tergación del vencimiento de los impuestos.15
Sin embargo, y como ya había sucedido en las ciudades patagónicas y salteñas,
quienes con mayor rapidez acudieron al bloqueo de la ruta fueron las mujeres. Según
relató Pablo, uno de los jóvenes que desde el comienzo estuvo en corte, básicamente
estas mujeres eran “las esposas de los zafreros o de los ex zafreros, y sobre todo de los
obreros industriales del ingenio”.16 Según él, ellas habían sido las primeras en asistir
debido a que “los hombres, por temor a la pérdida de su trabajo o por la presión
que significaba el no volver a conseguirlo si realizaban una acción así, no querían
comenzar un conflicto”.17
Su evaluación sobre la mayoritaria presencia femenina era compartida por Alicia,
Cristina y Carolina, mujeres que participaron y sostuvieron el corte de rutas. Empero,
sus testimonios permitían entrever también un protagonismo femenino mucho más
heterogéneo socialmente que el aludido por Pablo. Ese día, no sólo se encontraban
en las barricadas las esposas de los obreros y trabajadores del ingenio, sino también
maestras integrantes de las agrupaciones gremiales locales y lideradas por Mary Fe-
rrín –dirigente de la Asociación de Educadores Provinciales (adep)–, trabajadoras
estatales y desocupadas.
En el caso de las docentes y las trabajadoras estatales, su estancia en la ruta se nu-
tría de un conjunto de reclamos que abarcaba desde los atrasos constantes en el pago
de sus remuneraciones hasta la petición de aumento de salarios. Para las mujeres des-
ocupadas, que en realidad constituían el porcentaje mayoritario de las que estaban en
el corte, las causas que las habían llevado a levantar los piquetes remitían a una serie
de prácticas y agencias que no eran ajenas al rol maternal. Según narró una militan-
te de un partido político y maestra:
Mirá, lo que colmó el vaso fue la indiferencia de los gobernantes, la indiferencia mene-
mista. […] La misma gente que lo votó a Menem era la que más bronca tenía. Y entre
ellos, las mujeres. Eran más aguerridas, no les importaba nada. Era salir a pelear por
la comida de sus hijos, por la salud de sus hijos, por el futuro de sus hijos en lo laboral.
Dejaban la vida por asegurar el futuro de sus hijos.18
Para la testimoniante, la defensa de la supervivencia de las y los hijos fue uno de los
resortes fundamentales que impulsaron la movilización de las mujeres desocupadas.
Este anclaje en la maternidad no fue una característica singular de quienes protagoni-
zaron este tipo de protestas. De hecho, la fuerza explicativa o justificadora que posee
el discurso armado en torno a ella para dar cuenta de los motivos que sustentan las
acciones colectivas de las mujeres es recurrente en la historia. Si hacemos una rápida
revisión del siglo xx en la Argentina, para atenernos exclusivamente a la localización
territorial que enmarca este trabajo, este discurso puede ser rastreado tanto en las
demandas de las obreras y trabajadoras urbanas de comienzos del siglo xx como en
quienes impulsaron la sanción del voto para las mujeres hacia fines de la década de
1940 o en las Madres de Plaza de Mayo y su lucha contra el terrorismo de Estado
desde la segunda mitad de la década de 1970.19 Incluso, como demuestran las his-
toriadoras Marcela Nari y Silvana Palermo,20 las necesidades del mundo doméstico
impregnaron en ocasiones las demandas de los trabajadores hacia el Estado o las
diversas patronales empresariales. Pero tampoco es posible dejar a un lado que la re-
lación mujer-hogar o madre-hijo/a, si bien ha operado como una herramienta de pro-
moción de luchas y emancipación de las propias mujeres, ha servido como estrategia
de control y disciplinamiento ejercido sobre ellas, naturalizando la división sexual del
trabajo y dando sustento a uno de los constructos socioculturales en los que se ampara
la opresión y subordinación femenina. La conjugación de ambos usos, históricamente
cambiantes aunque se presenten como inmutables, implica una tensión en la que es
necesario detenerse a fin de comprender más acabadamente la presencia femenina en
las rutas; para ello, se vuelve nodal retomar el contexto en que se dieron estas luchas
que, tal como sostuvo Carolina, también estuvieron relacionadas con la “bronca” ante
la “indiferencia de los gobernantes”; en particular, la “indiferencia menemista”.
El desmantelamiento final de las funciones de protección social del Estado de bie-
nestar durante la década de los noventa provocó un vacío que intentó ser cubierto a
partir de la potenciación de las redes comunitarias. Bajo la forma de programas para
la reducción de la pobreza, la dirigencia política nacional y las agencias internaciona-
les entronizaron las virtudes de la autoayuda, autosuficiencia y autonomía populares
respecto del Estado. Generaron así mecanismos paliativos de las consecuencias del
ajuste estructural que consistieron en delegar la responsabilidad social estatal en la
actividad y el “voluntariado” comunitarios, orientados mediante la acción de organi-
zaciones no gubernamentales, barriales y/o grupos de profesionales.21 De este modo,
tras discursos de ciudadanía activa y “empoderamiento”, se instaló desde el poder
una nefasta retórica: los sectores sociales victimizados por el disciplinamiento del
“marco regulador del mercado” eran, a partir de ese momento, libres para convertirse
en los dueños de sus propios destinos. Se siguió, entonces, que quienes cargaron sobre
Valobra, Del hogar a las urnas. Recorridos de la ciudadanía política femenina argentina, 1946-1955.
Buenos Aires, Prohistoria Ediciones, 2010. En cuanto a la politización de la maternidad desplegada por las
Madres de Plaza de Mayo puede consultarse Débora D’Antonio, Las Madres de Plaza de Mayo y la ma-
ternidad como potencialidad para el ejercicio de la política, en María Celia Bravo, Fernanda Gil Lozano y
Valeria Pita, op. cit.; Judith Filc, Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura, 1976-1983. Buenos
Aires, Editorial Biblos, 1997; Beatriz Schmuckler y Graciela Di Marco, Madres y democratización de la
familia argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1997.
20 Marcela Nari, op. cit.; Silvana Palermo, “¿Trabajo masculino y protesta femenina? La participación
de las mujeres en la gran huelga ferroviaria de 1917”, en María Celia Bravo, Fernanda Gil Lozano y Valeria
Pita, op. cit.
21 Las directivas vinculadas con estos mecanismos pueden hallarse en el informe del Banco Mundial:
La lucha contra la pobreza: oportunidad, empoderamiento y seguridad. Informe sobre el Desarrollo Mun-
dial 2000-2001, Washington D.C., Estados Unidos. Por otro lado, estas estrategias se asentaron sobre prác-
ticas preexistentes de autoorganización comunitaria afines a la satisfacción de necesidades básicas (tales
como la resolución de deficiencias habitacionales mediante proyectos de autoconstrucción implementados
durante las décadas de 1960 y 1970).
Luchas y resistencias en clave femenina… • 195
sus espaldas con los efectos de la desregulación económica, la apertura para la libre
circulación de capitales, la flexibilización laboral y la pérdida de las fuentes de traba-
jo debieron también responsabilizarse de la gestión de los comedores infantiles, las
guarderías maternales, la organización de talleres de capacitación y de trabajo para la
supervivencia cotidiana, la prestación de servicios de salud o el cuidado de ancianos/
as, entre otras actividades sociales.
Sin embargo, esta carga entrañó un profundo sesgo genérico. En la medida en
que muchas de estas tareas de supervivencia fueron consideradas como una exten-
sión de las “naturales” actividades femeninas en la esfera familiar, las mujeres fue-
ron convocadas diligentemente a participar en ellas. Todo ello habría redundado en
un reforzamiento del carácter doble de la subordinación de las mujeres de los sectores
subalternos, es decir, en términos de género y de clase, aligerando además la presión
social sobre el Estado.22
A pesar de ello, y allí es donde reside justamente la tensión antes referida respecto
de los usos discursivos sobre la maternidad, ocupar el lugar de cuidadoras de la comu-
nidad vigorizó el protagonismo femenino en el entretejido de las redes de solidaridad
social, en la gestión de los recursos de la comunidad, en la experiencia organizativa
de base y en la capacidad de movilización. Fue en ese escenario, a partir de las tareas
compartidas dentro de su clase y de su comunidad, como reflexiona Temma Kaplan,23
y exigiendo los derechos emanados de la asignada responsabilidad de conservar la
vida, donde las mujeres mutaron sus acciones en actos fundacionales de confron-
tación con el poder. En ese sentido, la maternidad fue utilizada políticamente para
romper los lazos de la domesticidad y apropiarse de los espacios públicos. El espacio
de la ruta, entonces, se transformó en el escenario en que las mujeres experimentaron
nuevas prácticas colectivas y también donde volcaron, a su vez, saberes aprehendidos
con anterioridad.
En efecto, no era ésta la primera oportunidad en la que algunas de las que se ha-
llaban bloqueando la ruta en Libertador General San Martín en mayo de 1997 habían
desafiado el estado de cosas imperante. Por el contrario, ya habían protagonizado
anteriormente acciones colectivas en las que arriesgaron sus vidas en defensa de su
comunidad.
Alicia nació en Libertador General San Martín en el año 1961. Desocupada, vive con
sus ocho hijos en un barrio de esa localidad. Mientras conversábamos en su jardín
22 Andrea Andújar,
op. cit.
23 Temma Kaplan,“Conciencia femenina y acción colectiva: el caso de Barcelona, 1910-1918”,
en Amelong, J. y Nash, Mary (comps.), Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y
contemporánea,Valencia, Alfonso el Magnánimo, 1990.
196 • Andrea Andújar
durante una tarde de octubre de 2004, ella respondía al saludo de un vecino o de una
vecina que pasaba por el frente de su casa. Evidentemente, eran muchas las personas
que la conocían. Quizá fuera así porque, desde hacía años, Alicia venía enfrentando
las reglas de juego de un orden que bregaba por excluirla.
Ella relataba que, a comienzos de 1990, vivía en una precaria casa al “costado de
unas tierras del ingenio Ledesma”, junto con su hija mayor y el primero de sus hijos
varones, que “para esa época tenía un año”.24 Allí carecían prácticamente de todos
los servicios y, con otras familias, “decidimos juntarnos y armar una comisión de
vecinos. Yo fui elegida la presidenta de la Comisión del Barrio 17 de agosto, que así
se llamaba”.25
Pero, como cada vez eran más las personas que llegaban al lugar esperando en-
contrar algún trabajo en la zafra, el espacio en que podían instalarse ya no alcanzaba.
Por esta razón, decidieron tomar terrenos colindantes no cultivados, propiedad de los
Blaquier, y montar sobre ellos precarias viviendas. Fue así como Alicia lideró un gru-
po de 12 familias que ocuparon el predio. La reacción de los propietarios azucareros
fue casi instantánea. Según continuó narrando Alicia:
Al poco tiempo que nos metimos, una mañana, empezó a meter fuego. Ya habíamos
limpiado todo el terreno y habíamos armado unas casitas, toda la familia ayudaba. La
primera casita era la mía. Y de lejos venía rajando la topadora, así, con todo. Y yo me
he puesto ahí delante de la topadora […] que ha parado ahí. El tierral casi me entierra.
Y yo estaba con el machete así, me he tapado la cara con la gorra y el pañuelo. Cuando
siento que el tipo para la máquina, yo subo y lo amenazo con el machete. Si no se tiraba
lo partía en dos al viejo. Y se amontonó todo el mundo y vino la policía. Y me escondía
de la policía. Pero después me agarraron y me han llevado.26
Pese a la protesta de sus amigos y vecinos, Alicia fue detenida, esposada y conducida
a la comisaría, aunque a pie “porque yo al patrullero no me subo, le dije al policía”.
Una vez en la comisaría, apareció un juez que la insultaba permanentemente:
Y antes de llegar al ingenio me han vendado los ojos y me han metido. Y yo pensé que
éstos me van a matar. Y me hablaban que quién va a reclamar, nadie va a reclamar por
ella, además no tiene familia, decían. […] Después me han dejado parada ahí. Me han
venido a sacar la venda y estaba Moya [un capataz del ingenio], estaba el viejo este Paz
[el conductor de la topadora], y había dos que eran Blaquier y otro jovencito que creo
que era el hijo. Entonces uno me dijo, me habló bien, me dijo que yo te puedo dar una
casa, un trabajo seguro, en la casa de gobierno vas a trabajar.28
Pero Alicia se negó. No quería nada de eso, insistiendo en que no sabía leer y mucho
menos trabajar para el gobierno. Lo único que ella pretendía era quedarse en esas
tierras. “ ‘Pero no podés porque vamos a plantar cañas’, me dijo uno de ellos. ‘Bueno,
pero ustedes tienen un montón de tierras y nosotros no tenemos dónde vivir’ […]”,29
respondió ella, obstinada en mantener su posición pese a la inferioridad de condi-
ciones en la que se hallaba. Luego de que uno de ellos le repitiera que eran tierras
del ingenio y que si querían, podían “aplastar” a quien allí se metiera, la volvieron a
llevar a la comisaría.
Este testimonio pone de manifiesto varias cuestiones. La primera es la estigmati-
zación de la que pueden ser objeto las mujeres cuando llevan adelante acciones que
supuestamente no se condicen con los atributos que se les asignan cultural y social-
mente. Para el juez, el hecho de que Alicia liderara la toma de terrenos del ingenio
azucarero y encabezara la movilización de sus vecinos y vecinas quebrantaba las
conductas esperables de “su sexo”, al abandonar la esfera de la domesticidad, ganar
la calle y poner su cuerpo en posición de pelea contra los dueños del ingenio. En la
mirada del funcionario judicial, este tipo de insubordinación la hacía merecedora
de los calificativos de loca y de prostituta, adjetivos usados recurrentemente para
deslegitimar los reclamos público-políticos de las mujeres.30 Pero esto no amedrentó
a Alicia; por el contrario, ella contaba con recursos para enfrentar estos intentos de
disciplinamiento. Al menos es lo que se puede entrever de otros pasajes de su relato
en los cuales se evidencian las diversas tácticas que puso en juego para que, a pesar
de estar en una situación desventajosa como la implicada por la detención policial,
no perdiera del todo el control de su destino. Así, la decisión de ir caminando a la
comisaría en lugar de subirse al patrullero policial, por ejemplo, le permitía intentar
preservar su integridad física, ya que todas las personas de su barrio podían no sólo
verla sino también seguirla y, con ello, asegurarse de que llegara bien.
28 Idem.
29 Idem.
30 Vale la pena señalar que de la misma manera calificaban los militares a las Madres de Plaza de Mayo
Ciertamente, Alicia sabía los riesgos que podía correr en un país donde las fuerzas
de seguridad son proclives al uso del maltrato, llegando incluso al ejercicio de la
tortura que, además, por tratarse de una mujer, podía contemplar la vejación sexual.
De hecho, sus temores estaban fundados, porque, cuando ya no estaba a la vista de
todos sino detenida a merced del juez y de los policías, fue llevada con los ojos venda-
dos hasta las instalaciones del ingenio con la amenaza de que la iban a matar. Esta
cuestión demostraba, además y otra vez, los estrechos vínculos existentes entre los
dueños del ingenio azucarero y el poder judicial de la localidad.
Otra medida que Alicia tomó en su propia defensa fue negarse a firmar el escrito en
que se dejaba constancia de las causas de su detención. Para ello argumentaba que no
sabía leer, lo cual era cierto. Pero, en esa ocasión, su analfabetismo, situación que ge-
neralmente es vivida con vergüenza y como padecimiento, fue esgrimido como he-
rramienta de desafío, posibilitándole evitar que el reconocimiento de las acusaciones
en su contra quedara asentado. Firme en sus convicciones, Alicia tampoco aceptó
la casa ni el trabajo que, a modo de soborno, uno de los Blaquier propuso entregarle
a cambio de su defección en el reclamo.
Nunca supo por qué no la mataron. Pero lo que jamás olvidó es que fueron sus ve-
cinas/os quienes, portando antorchas y movilizándose hacia donde la tenían detenida,
lograron su libertad. De todos modos, el juez, antes de soltarla, le aseguró: “algún día
nos vamos a volver a encontrar”. Alicia, desafiante, lo miró y le contestó: “seguro que
sí, juez, pero a esta negra hace falta mucho para que la aplasten”.31
Por tanto, cuando ese mediodía del 20 de mayo de 1997, mientras preparaba la
comida para sus hijos/as, Alicia escuchó el estruendo de las bombas de gases lacri-
mógenos y los disparos, salió corriendo hacia la ruta, pensando que tal vez era hora
de volver a encontrase con el juez. Pero, por el momento, en medio del humo y las
corridas, las primeras caras que divisó eran las de Nancy, Carolina y Olga Márquez
de Arédez, amigas que intentaban defenderse, como podían, de la represión.
Las balas y los gases lacrimógenos comenzaron el mediodía del 20 de mayo, poco
tiempo después de que un ministro del gobernador de Jujuy se acercara al corte de
rutas iniciado durante la madrugada de ese día para escuchar los reclamos de las
y los manifestantes. El funcionario había prometido volver a reunirse con ellos/as,
pero esto nunca sucedió. En su lugar, se presentaron 300 efectivos de gendarmería
que conminaban a desalojar la ruta. Ante la negativa de las y los manifestantes, los
gendarmes, bajo el mando de Pedro Pasteris, un conocido represor durante la última
dictadura militar,32 empezaron una feroz represión que dejó como saldo 50 personas
heridas, entre ellas la dirigente del gremio docente, Mary Ferrín.
Entre tanto, desde la provincia de La Pampa, en el centro de Argentina, el ministro
del Interior de la Nación, Carlos Corach, declaraba: “no vamos a tolerar cortes de ruta
porque es un medio violento, contra la ley”.33 Sostenía también que el número de
heridos como resultado de la represión en Libertador General San Martín no superaba
las 18 personas debido a que quienes habían cortado la ruta “eran muy pocos”. Este
intento de minimizar lo que ocurría en la ciudad jujeña contrastaba con las imágenes
mostradas por los noticieros televisivos, que daban cuenta de la magnitud de los
enfrentamientos. Pero, además, el afán gubernamental por disminuir la dimensión de
los mismos se tornaba más infructuoso aun, habida cuenta de que los funcionarios
nacionales y provinciales recibían los partes médicos directamente de un hospital
ubicado en las cercanías del corte, a los que tenía acceso la prensa local y nacional.
En realidad, el problema que este corte generaba en el elenco gubernamental nacio-
nal estaba vinculado con los reproches del presidente Menem a sus ministros por la
escasa previsión que tenían sobre estas acciones beligerantes.34
Fue así como el Poder Ejecutivo nacional se dispuso a dejar en claro públicamente
el tipo de respuestas que brindaría cada vez que esta clase de conflictos se produje-
ra. De este modo, en una solicitud aparecida el 22 de mayo en la mayor parte de la
prensa escrita, sostenía que “Sólo bajo el irrestricto cumplimiento del orden jurídico
establecido es posible defender con eficacia los derechos fundamentales de nuestra
democracia; y sólo bajo esas condiciones el Gobierno Nacional garantiza a todos su
efectiva vigencia”.35 La traducción de esas palabras en acciones concretas no se haría
esperar: la gendarmería contaría con absoluta libertad para intentar desalojar la ruta
a cualquier precio. Ello marcaba una diferencia con las actuaciones de la adminis-
tración menemista frente a los cortes que habían tenido lugar en abril de ese año en
las localidades de Cutral Co y Plaza Huincul, en Neuquén, y en General Mosconi y
Tartagal, en Salta, a comienzos de mayo de 1997.
Ciertamente, en estos casos también se acudió al uso de la fuerza represiva. De
hecho, en las ciudades neuquinas, la persecución desatada contra quienes habían ini-
ciado un corte de rutas el 9 de abril de 1997 provocó el asesinato, por parte de un
policía provincial, de Teresa Rodríguez, una joven mujer que no estaba participando
del conflicto. Pero el elemento distintivo es que en Jujuy, la represión se desató pocas
32 Pasteris fue procesado y detenido posteriormente, junto con otros cuatro represores, en el marco de
una causa en la que se investigan secuestros, torturas y desapariciones en el centro clandestino de detención
conocido como La Polaca, situado en la ciudad correntina de Paso de los Libres.
33 Clarín, 21 de mayo de 1997.
34 Según Página 12 del 21 de mayo de 1997, el gobierno enfrentó, entre abril y mayo de 1997, cuatro
cortes de ruta: Cutral Co y Plaza Huincul, en Neuquén; Tartagal y General Mosconi, en Salta; San Lorenzo,
en la provincia de Santa Fe, y el recientemente comenzado en Jujuy, a los cuales se sumaban las protestas
de camioneros en ese mismo mes, que realizaban cortes en las ciudades de Mendoza y Rosario.
35 El Tribuno, Clarín y La Nación, 22 de mayo de 1997.
200 • Andrea Andújar
horas después de comenzado el corte, sin que se abrieran canales de diálogo y de ne-
gociación. A su vez, persistió durante varios días, pues desalojar las rutas y desactivar
el conflicto no fue nada fácil para las fuerzas de seguridad.
Durante tres días, y pese a que arribaron al lugar más de mil efectivos uniformados,
los choques entre éstos y la población se mantuvieron. Por momentos, los gendar-
mes lograban despejar los bloqueos para luego volver a ser apedreados y tener que
retroceder. Si la gendarmería contaba con las armas y la legalidad para usarlas, las y
los pobladores contaban con el número y la convicción de que la ruta era el lugar en
el que debían permanecer. Según relató Carolina, “la consigna era no abandonar la
ruta por más gendarmes que llegaran”.36
En medio de tales contiendas, los responsables de las fuerzas represivas tomaron
una decisión: extender el uso de la fuerza más allá de las rutas. Así, el 21 de mayo,
los gendarmes comenzaron a perseguir a las y los manifestantes dentro de la ciudad.
Un periódico local consignaba que “las granadas de gas comenzaron a caer en las
viviendas del barrio San Lorenzo, lo que obligó a los vecinos a salir de las mismas
alarmados y con niños en los brazos, que presentaban principios de asfixia”.37 Ante
esto, “el pueblo reaccionó con más terror porque esta gente cometió el error de inteli-
gencia de tirar con gases lacrimógenos a un barrio que estaba al costado del puente. Y
ahí salió la gente del barrio porque había chiquitos jugando y tiraron ahí también”.38
La dureza de la represión produjo, entonces, el efecto opuesto al deseado: el bloqueo
inicial se convirtió en una verdadera pueblada, despertando, por otro lado, la solida-
ridad del resto de la población jujeña. Así, en pocos días, todo el territorio provincial
se vio involucrado en el conflicto de Libertador General San Martín.
En efecto, al corte en esa localidad se sumó un paro de 24 horas con movilización
en la propia capital, convocado por el Frente de Gremios Estatales (fge) –organi-
zación conformada a comienzos de 1988 que nucleaba a varios sindicatos de em-
pleados estatales– y por la Multisectorial de Jujuy –agrupamiento constituido por
representantes de los gremios estatales, partidos políticos, centros vecinales, cámaras
empresarias y colegios profesionales–, para las 10:00 de la mañana del 22 de mayo.39
Además, en Abra Pampa, localidad ubicada al norte de la provincia, ese mismo día los
y las desocupadas cortaron la ruta; en tanto, un grupo de desempleadas/os liderados
por el ex trabajador ferroviario Eduardo Quiroz y la ex trabajadora Rosa Vacaflor, a
quienes se sumaron diferentes organizaciones gremiales, centros de desocupados de
otros ingenios y el colegio de abogados, tomó la misma medida en San Pedro, ciudad
a 70 km de la capital jujeña.
Mujeres que modelan con mano propia: “si no cumplen, volvemos a cortar”
Con estas palabras, Cristina, una mujer desocupada que vive en el barrio San Loren-
zo, de Libertador General San Martín, se expresaba en la asamblea del 31 de mayo en
la que se determinó el levantamiento del corte de rutas en la localidad.40 Ninguno de
los allí presentes se extrañó de que esa mujer bajita y menuda alzara la voz y lanzara
la advertencia. Tampoco la tomaron en broma porque, a esas alturas, ya habían que-
dado en claro los alcances que tenían las acciones de las mujeres y la contundencia
de sus palabras.
Durante el tiempo que permanecieron en la ruta, ellas pusieron en práctica una
serie de actividades que coadyuvaron a sostener el conflicto y que estuvieron vincu-
ladas, por un lado, con las tareas que solían desempeñar en el espacio doméstico. Así,
fueron ellas las principales responsables de recolectar los alimentos donados por las
familias y los pequeños comercios de la zona, y de prepararlos para dar de comer a
quienes se encontraban bloqueando los caminos. También estuvieron en primera línea
durante las recurrentes contiendas con las fuerzas represivas, juntando piedras, aceite
hirviendo y agua para arrojarlos contra los gendarmes, o acudiendo a rescatar a los
niños y niñas y a los ancianos y ancianas alcanzados por los gases lacrimógenos y las
balas de goma cuando la represión sobrepasó las rutas para internarse en los barrios.
Pero, por otra parte, la propia dinámica de esta modalidad de protesta les permitió
potenciar sus posibilidades de tomar la palabra públicamente, expresar sus ideas y
proponer líneas de acción colectiva. En efecto, las constantes reuniones asamblea-
rias, las prácticas de una democracia ligada más a la intervención directa que a la
representatividad –ya que todas las decisiones se tomaban en asambleas donde par-
ticipaban todas/os las/os que estaban en el corte–, el contacto permanente entre ellas
y con los varones, nacido en la convivencia durante la estancia en la ruta, generó un
marco de confianza y una cotidianeidad en el trato y en la creación de lazos colecti-
vos que animaron a las mujeres a hablar, formular y debatir las medidas que debían
a asumir. Entre ellas, una de las más importantes fue la conformación de una nueva
organización cuyos referentes serían un joven y dos mujeres: Pablo, Nancy y Alicia,
cuya experiencia de organización y liderazgo se había evidenciado durante la toma
de terrenos del ingenio azucarero.
Según relatara esta última, en una de las múltiples asambleas que se realizaron
durante los días de la represión escuchó a un muchacho que, arriba de una de las
improvisadas gradas, hablaba por el micrófono
diciendo que nos teníamos que organizar para conseguir lo que queríamos. Y nos mira-
ba a las mujeres y preguntaba ‘¿qué piensan las mujeres del valle? ¿Qué van a hacer
para que les den subsidios, para que les den trabajo?’ Y después lo vi luchar contra la
gendarmería. Y entonces le digo a mi compañera Nancy […] que él hablaba bien, que
debe tener estudio. Entonces les empiezo a decir que hay que apoyarlo. Y así hicimos la
Comisión de Desocupados 22 de Mayo. Pablo [el joven a quien se refiere aquí Alicia]
fue nombrado presidente y detrás de él estaba la Nancy y después estaba yo.41
42 Idem.
204 • Andrea Andújar
primero tenía que ver con cuáles serían los puntos de la negociación con el gobierno
provincial y hasta dónde se cedería, a fin de llegar a un acuerdo con él. El segundo
tema era determinar en qué lugar se llevaría a cabo tal negociación. Las preferencias
del poder político jujeño se volcaban por circunscribir la convocatoria al diálogo a
los representantes del Centro de Desempleados y Desocupados de Libertador General
San Martín y a llevarlo a cabo en un terreno menos conflictivo. Fue así como estos
últimos fueron invitados a asistir a una reunión en la capital provincial, San Salvador
de Jujuy.43
La Comisión de Desocupados 22 de Mayo se opuso a la realización de ese viaje
argumentando que los “sacarían del centro del conflicto”.44 No obstante, el Centro de
Desempleados fue imponiendo su posición, conforme avanzaba el desgaste, luego
de tantos días de bloqueo de las rutas, y aumentaba, asimismo, la presión de la Iglesia
para que las partes arribaran a un acuerdo.
La mediación eclesiástica fue sumamente fructífera para concretar el encuentro
entre el gobierno y quienes estaban en los cortes de ruta. El 30 de mayo, luego de 11
días de conflicto, se produjo una reunión clave en el salón parroquial de la catedral
de San Salvador de Jujuy entre el gobernador y los representantes piqueteros de Li-
bertador General San Martín y del resto del territorio jujeño que se había sumado a la
acción colectiva de protesta. Para facilitar la instancia de negociación, estos últimos
habían constituido la Comisión Coordinadora de Desocupados y Piqueteros integra-
da por tres delegados de cada corte de ruta, que de allí en más representaría a “todo
desocupado existente [quedando facultada para] reclamar y peticionar en todas las
negociaciones que se realicen a futuro”, manejar subsidios, puestos de trabajo, etc.,
conjuntamente con la iglesia representada por “el padre Jesús Olmedo, monseñor
Palentini, el padre Germán Maccagno, la pastoral de la Prelatura de Humahuaca y la
Diócesis de Jujuy”.45
Según narraron algunas/os protagonistas del corte en Libertador General San
Martín, el cura local terció para que entre los tres representantes de esta ciudad que
partirían a San Salvador de Jujuy no hubiera ninguno perteneciente a la Comisión
de Desocupados 22 de Mayo. Sin embargo, Pablo logró integrarse en el grupo, acor-
dando con Alicia y Nancy que ellas se quedaran en la localidad al frente del corte y
a la espera de lo que sucediera durante el encuentro con los funcionarios guberna-
mentales.
En la reunión, la presencia del obispo Marcelo Palentini y otros sacerdotes fue
esencial para otorgar credibilidad a las promesas del gobierno y poner fin al conflicto,
aunque los propios miembros de la iglesia declararan que estaban allí en calidad de
testigos y no como garantía o aval de las propuestas gubernamentales.46
Reflexiones finales
“Si no cumplen, volvemos a cortar” no fue simplemente una amenaza lanzada por
una de las desocupadas que cortó la ruta en Libertador General San Martín. En boca
de esas mujeres que desafiaron el poder de los Blaquier, que salieron a confrontar al
gobierno para resistir las consecuencias del modelo neoliberal, que se enfrentaron
con la gendarmería, la frase implicaba mucho más. Significaba la condensación de
una experiencia que las había constituido como “las piqueteras”, un nuevo sujeto
devenido de la lucha y de la resistencia.
Referencias
ta, cuyo origen a nivel nacional data de 1994. En su seno nucleaba originariamente a trabajadores/as y,
fundamentalmente, a personas desocupadas. Uno de sus líderes más reconocidos, impulsor cardinal de la
creación de esta organización, fue Carlos “Perro” Santillán, quien para ese entonces era secretario general
del Sindicato de Empleados Municipales de la provincia de Jujuy y uno de los referentes más destacados del
gremialismo opositor de las políticas menemistas.
208 • Andrea Andújar
Resumen
En este artículo analizo entrevistas con mujeres de Guadalajara, México, quienes han partici-
pado en las compañías que ofrecen ofertas de matrimonio internacional por medio de internet
o cybermarriage. Estas mujeres aspiran a encontrar partidos de Estados Unidos por medio de las
agencias como la “Vacation Romance Tours” y por e-mail. En contraste con los medios de
comunicación y algunos medios académicos que presentan esta industria como instrumento
para explotar a las mujeres o como parte del tráfico de mujeres, algunas latinas de clase media
utilizan recursos que facilitan los procesos globales, como el internet y el turismo para ima-
ginar y alcanzar una vida a la que no tienen acceso en México. El espacio de lo extranjero les
promete mejores prospectos para el autodesarrollo y crecimiento por medio de un matrimonio
más solidario y equitativo, porque piensan que éste implica oportunidades para viajar, una
mejor educación y, en ocasiones, conveniencias profesionales. Al mismo tiempo, estos
imaginarios virtuales de conseguir mejores relaciones y vida son contradictorios, porque están
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
212 • Felicity Amaya Schaeffer
sometidos a las realidades complejas de las variables de condiciones de vida de los hombres
reales con quienes pueden relacionarse.
Palabras clave: amor por internet, imaginarios virtuales, malinchismo, mujeres latinas, ma-
chismo.
Abstract
In this article, I analyze interviews with women from Guadalajara, Mexico who participate in
International Internet marriage industries (Cybermarriage) to meet U.S. men at agencies, tours,
and through on-line communication. In contrast to scholars and media accounts depicting In-
ternational marriage industries as exploitative of poor women, or as part of the trafficking of
women trade, I locate a growing trend of cosmopolitan middle class women who use global
processes, such as the Internet and tourism circuits, to imagine and attain more stable and li-
berating lifestyles, equitable gender relations, and more opportunities than found in their local
environments. While flexibility and mobility may be accelerated under current global flows,
I analyze the uneven and even contradictory ways this “global imagination” plays out in the
desires of women from Mexico.
Introducción
1 Vid. Karen Kelsky, Women on the Verge: Japanese Women, Western Dreams, 2001.
2 Desde los noventa, las feministas mexicanas y latinoamericanas lograron un gran avance al conseguir
una mayor igualdad de género en los círculos legales que se basan en la desigualdad entre hombres y mu-
jeres y en códigos matrimoniales patriarcales. Para más información sobre la confluencia de ley y género,
vid. Helga Baitenmann, Victoria Chenaut y Ann Varley, Decoding Gender: Law and Practice in Contempo-
rary Mexico, 2007; Lorena Fries y Verónica Matus, El derecho: trama y conjura patriarcal, 1999; Marcela
Lagarde y de los Ríos, Para mis socias de la vida: claves feministas para el poderío y la autonomía de las
mujeres, los liderazgos entrañables y las negociaciones en el amor, 2005.
214 • Felicity Amaya Schaeffer
3 Giddens especula sobre la transición a la vida moderna a través de lo siguiente: primero, del deslin-
causando más preocupación sobre su legitimidad para operar el negocio en Guadalajara, por ser extranjero.
De hecho, aunque Mexican Wives era una agencia de presentaciones legítima, se clausuró recientemente
porque, al parecer, debía impuestos. Sin embargo, los medios de comunicación de Guadalajara difundieron
una versión distinta sobre la clausura de esta compañía: durante una semana, los medios de comunicación
reportaron erróneamente que la agencia estaba envuelta en la trata de blancas de México a Rusia, con la
intención de manchar su reputación y evitar que las mujeres se suscribieran a otras agencias afiliadas en
Guadalajara. Esta empresa reanudó sus labores con una razón social nueva.
5 Poco a poco, la compañía redujo sus viajes a México a uno por año, pues los viajes a Colombia eran
6 Es difícil especificar cuántas mujeres están suscritas a este tipo de agencias, pues algunas pertenecen
a más de una y las cifras cambian constantemente. Mexican Wives tiene en todas partes de 200 a 500 parti-
cipantes, aunque el número de miembros activos es mucho menor. Asimismo, hay más de 300 compañías
en internet que promueven mujeres de Asia, Rusia, el Caribe y Latinoamérica.
7 Algunas agencias decidieron cobrarle a las mujeres para asegurarse de su seriedad respecto a los
prospectos de matrimonio.
8 En México es más probable que las personas de clase media y media alta adquieran una visa, pues
pueden probar su intención de regresar a su país mediante un empleo estable, cuentas bancarias y la pro-
piedad de autos o inmuebles. Pero las mujeres que no emigran legalmente para estudiar o trabajar deben
obtener una visa de novia. Las agencias que prestan servicios de búsqueda de parejas proveen información
detallada en sus sitios web o en la agencia misma y, en ocasiones, venden un “kit de inmigración” con toda
la información y trámites relacionados.
216 • Felicity Amaya Schaeffer
Existen muchas razones por las que las mujeres mexicanas desean casarse con
hombres estadounidenses, aunque a veces ese deseo choca con el tipo de hombres que
las agencias atraen. Desde los veinte años en adelante, las mujeres esperan escapar del
estigma de ser “solteronas” en la sociedad mexicana, la cual generalmente asume que
sus mejores días ya pasaron. Así como el matrimonio simboliza cualidades positivas
tales como felicidad, oportunidad y avance, la soltería está estigmatizada justo por lo
opuesto: falta de desarrollo, soledad, estancamiento y fracaso.9 Las páginas web les
dicen a los hombres que pueden aspirar a salir y/o casarse con mujeres hasta veinte o
treinta años más jóvenes que ellos, acentuando así el mercado de las jóvenes. Cuando
pregunté a las participantes cuál era el tipo de hombre que les parecía atractivo del
tour, muchas coincidieron en que la edad y el físico eran menos relevantes que su
respetabilidad y las atenciones que éstos tenían hacia ellas.
Conforme las mujeres mexicanas de clase media ingresan al mercado laboral y ganan
su propio dinero, cada vez son más las que cuestionan la utilidad de los papeles tra-
dicionales de género en México que colocan a los hombres como cabeza de familia.
Durante el siglo xx, en Guadalajara se dieron varios cambios, incluyendo el rápido
influjo de personas de áreas rurales a urbanas, la industrialización, la expansión glo-
bal del comercio y de servicios, el incremento en las comunicaciones masivas y la
expansión del protestantismo.
A medida que esta ciudad evolucionaba de una economía rural a una urbana, las
mujeres accedían a mejores empleos, educación y servicios de salud.10 La crisis del
peso en los ochenta afectó especialmente a las mujeres solteras y de clase media,
pues esta expandida crisis económica dio origen a la pérdida de empleos y a que mu-
chos hombres emigraran a Estados Unidos, generando así tanto oportunidades como
responsabilidades para las mujeres que dejaron atrás.11 Cuando esta independencia
recién descubierta se conjuntó con niveles más altos de educación, las mujeres em-
pezaron a demandar roles de género más equitativos; esperaron más antes de casarse,
aumentaron las estadísticas de divorcio y el aumento en el uso de anticonceptivos
resultó en una disminución del número de hijos que éstas tenían.12
9 Cf. Tania Rodríguez Salazar, Las razones del matrimonio. Representaciones, relatos de vida y socie-
dad, p. 147.
10 Cf. Orlandina de Oliveira, Mujeres y crisis. Respuestas ante la recesión, 1990.
11 El trabajo femenil ya no era un estado temporal o una rareza, sino que estaba incorporado a la vida de
las mujeres como un rito de paso a través del cual las mujeres podían escapar de la soledad en el hogar (vid.
Pierrette Hondagneu-Sotelo, Gendered Transitions: Mexican Experiences of Immigration, p. 13).
12 LeVine afirma que la estadística de fertilidad nacional disminuyó durante los años setenta y ochenta.
El promedio de hijos que las mujeres mexicanas tenían disminuyó de 6.7 en 1970 a 3.46 en 1989, según
información de la unicef en 1991 (Sarah LeVine, Dolor y alegría: Women and Social Change in Mexico,
p. 197).
Las preferencias de la mujer mexicana… • 217
13 Cf. Pierrette Hondagneu-Sotelo, Gender Displays and Men’s Power: The ‘New Man’ and the Mexi-
can Immigrant Man, pp. 200-218, citando a Rolando Cordera Campos y Enrique González Tiburcio,en
México: el reclamo democrático, p. 114.
14 Durante el tiempo que estuve haciendo mi investigación en Guadalajara, aun las mujeres con buenos
17 Internet World Stats, “Mexico: Internet Statistics and Telecommunications Reports” [disponible en
línea].
18 Cf. Saskia Sassen, Global Cities and Survival Circuits, pp. 254-274.
19 Vid. Maureen O’Dougherty, Consumption Intensified: The Politics of Middle-Class Daily Life in
2001.
21 Vid. Jennifer Hirsch, A Courtship after Marriage: Sexuality and Love in Mexican Transnational Fa-
milies, 2003; Jennifer Hirsch y Holly Wardlow, Modern Loves: The Anthropology of Romantic Courtship
and Companionate Marriage, 2006; Mark B. Padilla et al., Introduction: Cross-Cultural Reflections on an
Intimate Intersection, 2007.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 219
Deserciones personales
Conforme mis entrevistadas argumentaban por qué querían casarse con un estadou-
nidense, se iba haciendo más difícil, a partir de sus descripciones, distinguir entre
el hombre y la nación mexicana. Ellas buscaban a los americanos para cristalizar
relaciones y estilos de vida utópicos e igualitarios con compañeros que compartirían
las tareas domésticas, que ofrecerían una mejor forma de vida, quienes serían porta-
dores de más estabilidad económica y oportunidades –cualidades de las que, algunas
dicen, los hombres mexicanos carecen–. En las entrevistas y reportes escritos de los
libros de la agencia, las mujeres afirmaban constantemente que querían un hombre
que fuera fiel, que comprendiera y respondiera a sus necesidades, y que fuera traba-
jador. Cuando les pregunté en los tours por qué no podían encontrar un hombre así
en Guadalajara, ellas movieron la cabeza y expresaron repetidamente su desagrado
por los machos.
Anna, una madre viuda de 34 años de edad, quien trabaja medio tiempo como
contadora, respondió con entusiasmo a mi correo y acordó verme en un conocido
restaurante.22 Allí me contó que hace malabares para trabajar y cuidar a sus tres niños
quienes, con el apoyo de su familia, asisten a una escuela privada. Según Anna, en
México los hombres son más machistas que en Estados Unidos, pues se sienten ame-
nazados por el hecho de que las mujeres ganen más que ellos:
Económicamente, están más estables que los hombres […] Ya tienen su propia casa, su
carro, y lujos que muchos hombres no les pueden dar. Y lo más curioso de aquí, que es el
coraje que tiene el hombre aquí en México, es que la mujer –por eso como que pone más
el machismo–, que muchas mujeres sobresalgan más que ellos. Pero, bueno, lo bueno de
otras personas de otros países es que admiran ese tipo de mujer.23
Mientras Anna cree que el machismo de los hombres mexicanos proviene de las
amenazas a su poderío en casa y trabajo, ella percibe a los hombres extranjeros de
países primermundistas como lo opuesto, como el tipo de hombre que respeta a las
mujeres fuertes y exitosas. Ella dijo terminantemente que los hombres mexicanos
necesitan subyugar a las mujeres para sentirse hombres. Según ella, el machismo
es un estado defensivo contra las posiciones sociales y económicas elevadas de las
mujeres. Curiosamente, al tiempo de nuestros últimos comunicados, luego de haber
tenido más experiencias conociendo hombres en los Vacation Romance Tours, Anna
22 Cambié los nombres de todas las mujeres que entrevisté y, a menos de que se indique lo contrario, las
citas corresponden a entrevistas cara a cara. Todas las traducciones de español a inglés son mías.
23 “Economically, they [Mexican women] are more stable than men […] They already have their own
house, car, and luxuries that many men cannot give them. And, even more curious, what angers men here
in Mexico –and for this reason they are more macho– is that women are more successful than them. But
the good thing about people from other countries is that they admire this kind of woman”.
220 • Felicity Amaya Schaeffer
notó que muchos hombres americanos llegaban con la creencia de que las mujeres
eran incultas y de que vivían en ranchos o pueblos pequeños. Ellos no podían creer
que ella había comprado su propio departamento en Puerto Vallarta. Anna me sonrió y
dijo: “Somos una buena opción, ¿eh?” Luego de aproximadamente cinco angustiantes
meses de no saber nada del hombre con quien había mantenido comunicación por es-
crito durante más de un año, Anna asistió al siguiente tour con cierta renuencia, pues
temía que la causa de ese silencio fuera su inesperada transferencia militar a Irak.
Cuando pregunté a mis entrevistadas por qué pensaban que los hombres de Estados
Unidos difieren de los de México, éstas lo atribuyeron al hecho de que los mexicanos
son irresponsables, “como niños”, y desatentos con las necesidades emocionales e
intelectuales de las mujeres. Argumentaron también que los hombres eran apapacha-
dos en casa por sus madres y que se mudaban sólo porque esperaban recibir el mismo
trato por parte de sus esposas. Por otra parte, Anna explicó:
Me ha tocado ver que los hombres de allá están dispuestos, o sea, a compartir quehace-
res, algo que aquí casi, casi no ocurre, o sea, allá […] pues a mí me han dicho: ‘yo cocino
para ti’. No como lo que dicen aquí: ‘¿Cómo que me vas a cocinar?’ O sea, allá […] los
hombres son más independientes desde más pequeños, yo pienso que saben valorar más
todos los aspectos, ¿no? […] Y eso es lo que en cierta manera les va a dar un poco más
de madurez y […] es libertad que ellos mismos sienten; por lo mismo a lo mejor tienen
menos prejuicios, no que los de aquí…24
Para Anna, la disposición de los hombres americanos para participar del trabajo “de
las mujeres” es liberadora, pues abre las relaciones a la negociación, a la flexibili-
dad y a la comunicación, mientras que algunos procesos como la urbanización y las
mejorías en educación y empleo para las mujeres contribuyen al cambio en los roles
de género. Parece que ellas están evolucionando con más rapidez que los hombres.25
Guadalajara es una ciudad en constante movimiento, pues muchos hombres emigran
a Estados Unidos para buscar empleo.
Josefina, una doctora divorciada de 52 años de edad, quien tiene dos hijos mayores,
expresó su frustración por la falta de prospectos en México, específicamente en el
estado de Jalisco, de quienes dice “no valieron la pena”. De los que quedan, describió
24 “I have noticed that men from over there [the United States] are willing to share in the chores […]
I’ve seen something that almost never occurs here […] Over there they have told me ‘I will cook for you,’
not like what they say here: ‘What do you mean I’m going to cook for you?’ [laughing hard]. Over there
men are more independent from a younger age. I think that they learn to value all of these aspects, you
know […] and this gives them a little more maturity. It’s liberating that they themselves feel this way and
that they have fewer prejudices than men here”.
25 Vid. Pierrette Hondagneu-Sotelo, Gendered Transitions: Mexican Experiences of Immigration, 1994.
Hochschild presenta un argumento similar en su estudio basado en los Estados Unidos. Cf. Arlie Hochs-
child, The Second Shift, 1994.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 221
tres tipos: los hombres afectados por la cultura machista (especialmente, aquellos de
clase baja con poca educación; aunque también hizo notar que incluso los hombres
de clase alta tratan de minimizar o controlar su machismo); los homosexuales (quie-
nes dijo, abundan en el estado de Jalisco) y los mojados (rancheros emigrantes, de
los cuales, muchos se han ido al estado de California). Y de aquellos que no se han
casado: “muchos quieren sexo sin compromiso o sexo a cambio de salir a comer o de
ir con ellos al cine”. A Josefina no le parece justo que el intercambio (los ingresos,
estilos de vida y actitud cosmopolita) de los hombres no se iguale con el de ellas. Nue-
vamente, ella describe el machismo como un estado juvenil o infantil en comparación
con el del padre/esposo paternal del norte. Un par de mujeres me miraban de reojo y
se quejaron entre dientes de que muchos hombres en Guadalajara eran homosexuales,
lo que limitaba el número de prospectos disponibles. Los diversos comentarios que oí
de las mujeres acerca de la proliferación en Guadalajara de machos y gays reforzó la
descripción que las mujeres hacen de ambos grupos como infantiles y egoístas en su
búsqueda de placer ya que, al parecer, éstos no tienen interés en relaciones monóga-
mas y duraderas que puedan terminar en matrimonio. Aunque es importante desafiar
la idea popular de que el abandono de las responsabilidades domésticas por parte
de la mujer ocasiona el rechazo social, las quejas de las mujeres sobre la inmadurez
sexual de los hombres, así como de su fracaso para guiar con eficacia a la familia y
la nación, hacen que éstos retomen su rol como proveedores en la familia y como
mejores líderes tanto del hogar como de la nación.
Las quejas constantes de las mujeres sobre el machismo revela que el contexto más
amplio del Vacation Romance Tour es el de un sitio ritualista para el romance y un
espacio transnacional para mediar cómo se cuentan las historias.26 En otras palabras,
en estos espacios hay guiones en operación, mediante los cuales las mujeres expresan
su deseo de buscar hombres estadounidenses. Las declaraciones de las mujeres no son
tan relevantes por el hecho de que sean “verdaderas” o “falsas”, sino por alertarnos
sobre el peso figurado que arrastran estas historias al ser fácilmente digeribles por una
audiencia occidental familiarizada con el tropo de los hombres latinos que los perfila
como machos mujeriegos.
Sin embargo, aquí encontramos críticas tan destacadas como problemáticas, arrai-
gadas en la caracterización que las mujeres hacen de los hombres. Primero, las mu-
jeres revelan preferencias de clase al asociar a los hombres mexicanos con las
características negativas del macho. Relacionarse, en particular, con hombres locales
entorpece las estructuras equitativas del intercambio capitalista (lo que Josefina llama
un intercambio injusto), pues los hombres mexicanos no pueden corresponder al afec-
to de las mujeres con matrimonio, regalos y actividades de tiempo libre.
Las quejas de las mujeres sobre el machismo están ligadas a su crítica de los hom-
bres y de la nación mexicana como una forma de sentir que se caracteriza por una
La mujer mexicana del año 2001 está despertando de su cruel realidad. Se está y se le
están dando más opciones de vivir una vida con calidad, llena de realizaciones laborales
y personales, de mejorar su ingreso per capita. Se le está tomando en cuenta dentro de la
fuerza de la clase trabajadora, y no sólo como máquina de hacer niños, ni como ama de
casa, que más bien es una sirvienta sin sueldo y sin reconocimiento de su propia familia y
de las personas que le rodean. La mujer mexicana tiene varios años que está despertando
a mejores oportunidades de vida en todos los aspectos y con actitudes, desea que se le
reconozca su labor día a día con la misma destreza y capacidad intelectual como la del
varón. La mujer de nuestro país, “raza de bronce”, está despertando de su largo letargo
que duró centurias y ahora está aceptando su propio valor –aunque esto le causó malos
tratos, humillaciones, torturas y hasta la muerte–. No, no exagero, Felícitas. Es cierto, lo
más importante, pienso yo, para una mujer, es reconocer su propio valor ante sí misma
y ante los demás; que se respete como valioso ser humano.27
27 “The Mexican woman of the year 2001 is waking up from her cruel reality. She has and is being
given more options to live a rich life, full of work and personal accomplishments, to improve her per
capita income. She is being taken into account within the workforce of the working class and not only
as a baby-making machine, nor as a housewife who is more like a servant without a salary and without
any recognition from her own family or those around her. The Mexican woman has for many years been
awakening to better opportunities in her life in all aspects, and with this outlook, she wants her day-to-day
labor to be recognized as having the same skill and intellectual capacity as that of the man. Women from
our country, ‘The Bronze-Skinned Race’, are waking up from a long slumber that has lasted centuries and
are now accepting their proper value --even though this is causing her to be badly treated, humiliated,
tortured even until death. I am not exaggerating, Felicity. It is true. The most important, I think, [for a
woman] is to recognize her proper value before herself and before others, and that she be respected as a
valuable human being”.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 223
impune y los asesinatos de las mujeres tanto de Ciudad Juárez, México, como de otros
países latinoamericanos.
Como dice Marcela Lagarde y de los Ríos, el feminicidio o genocidio de mujeres
“se produce por una organización patriarcal, social y jerárquica sexista que se basa
en la supremacía y la inferioridad, que genera desigualdad de género entre hombres
y mujeres”.28 Aunque la mayoría de mis entrevistadas no sacó a colación estos he-
chos terribles de violencia de género, la preferencia de las mujeres por los hombres
extranjeros resuena en el contexto más amplio de la frágil relación que éstas tienen
con los derechos sociales y legales que las hacen vulnerables a las formas cotidianas
de la violencia contra la mujer, especialmente a aquellas que se rehúsan a regirse por
los roles tradicionales.
Quiero aclarar que México ha gozado por mucho tiempo de un avanzado sistema
legal alterado por la Revolución, la Invasión francesa (de acuerdo con el Código Na-
poleónico) y la Independencia, así como por el liberalismo y el pensamiento ilustra-
do. Más recientemente, en agosto de 2010, la Suprema Corte en México decretó que
cada estado debe reconocer los matrimonios gay celebrados en el Distrito Federal,
capital del país, en donde los derechos de adopción se han extendido a este tipo de
parejas. No es debido a la ley, sino a la cultura de ilegalidad a la que se refieren las
mujeres, que los hombres no cumplan con los acuerdos de divorcio (o que no ganen
lo suficiente para pagar la pensión alimenticia) y que todavía haya poca rectificación
legal y apoyo social para asegurarse de que los hombres lo acaten. Incluso las muje-
res de clase media reciben poco apoyo por parte de la ciudadanía al hablar de nuevas
carreras o roles equitativos en la familia.
Las feministas mexicanas han subrayado recientemente la respuesta negativa ante
el avance de la mujer, la cual se hace evidente en programas de televisión populares,
periódico, y hasta en un conocido programa de debates que se transmite por radio
en Monterrey, México. El anfitrión del programa, Óscar Muzquiz, pide a los hom-
bres que llamen para contar historias sobre esposas irresponsables, buscando a “La
Fodonga del Año”, o de esposas que estén canalizando su energía en su profesión y
no en la familia. Muzquiz atribuye este cambio a la “americanización” de los valores
familiares y se le cita diciendo en una entrevista que muchas mujeres mexicanas es-
tán confundiendo “libertad con libertinaje”, y que muchos hombres mexicanos se están
volviendo “mandilones” (palabra del argot mexicano para referirse a los hombres dé-
biles y subyugados o afeminados).29 Estos discursos populares e imágenes de mujeres
fuera de control tienen la intención de presionar moralmente o de regresar a la mujer
a la casa y a los roles de género tradicionales.
28 Vid. M. Lagarde y de los Ríos, Preface: Feminist Keys for Understanding Feminicide: Theorhetical,
Josefina y otras mujeres también señalaron a las madres que –ellas dicen– perpe-
túan el machismo con su trato preferencial hacia los hijos varones. Además, la tensión
entre clases era obvia en los tours. Algunas mujeres de clase media reprobaban el
comportamiento de las “morenas” o mujeres de color, de quienes decían que llevaban
al límite su deseo por los estadounidenses al pasar la noche con ellos en el tour. Es de-
cir, las mismas mujeres regulaban el comportamiento sexual de otras, diferenciando
entre las prácticas sexuales mexicanas y el libertinaje sexual de las estadounidenses.
Históricamente, las mujeres consiguieron un estatus social mediante su papel re-
productivo para poblar la nación y fungir como fuerza cultural al enseñar a las gene-
raciones futuras cómo ser buenos ciudadanos.30 Así, el papel de la mujer en la familia
heterosexual como esposa y madre se transmitió míticamente para salvaguardar la
ubicación de la mujer en el hogar. Las mujeres que se salían de estos roles eran seña-
ladas como fugitivas, prostitutas, mujerzuelas o malas mujeres.31 Las formas en que
los proyectos nacionales apuntan a los cuerpos de las mujeres como foco de control
disciplinario están bien documentadas,32 aunque pocos informes toman en serio la
manera en que las mujeres perturban el cuerpo moral de la nación mediante las ca-
racterizaciones negativas que hacen de los hombres.
Conociendo los guiones globales de los comportamientos y estructuras familiares,
las mujeres contaminan sus propias fronteras caracterizando a la nación como un
cuerpo masculino excesivamente machista. Las mujeres naturalizan su deserción
de la propia nación y enfatizan su preferencia por otra. Ellas invierten la jerarquía de
género al corromper el cuerpo de México como un “espectáculo de hombres fuera
de control”.33 Como señalaremos más tarde, las mujeres se ven a sí mismas teniendo
30 Hay muchos debates feministas sobre género y nacionalismo en Estados Unidos que se centran en
las formas en que las mujeres son marginadas en las agendas nacionales (cf. Nira Yuval-Davis, Gender
and Nation. 1997; Anne McClintock, Imperial Leather: Race, Gender, and Sexuality in the Colonial Con-
quest, 1995; Caren Kaplan, N. Alarcón y M. Moallem, Between Woman and Nation, 1999; y Tamar Mayer,
Gender Ironies of Nationalism: Sexing the Nation, 2000). Hay abundantes debates feministas sobre el
rol sexual de la mujer como reproductora de la familia y la nación. Algunas feministas latinoamericanas
argumentan que la diferencia sexual de la mujer, su reproducción de amor y de sangre no sólo ha reforzado
su subordinación ante las estructuras de poder patriarcales y la ley, sino también incitó la violencia entre
los hombres. Fries y Matus comentan que la subordinación de la postura sexual de la mujer y su papel
reproductivo en la familia contribuye a la minimización de sus derechos conforme a la ley (vid. L. Fries
y V. Matus, El derecho: Trama y conjura patriarcal, 1999; M. Lagarde y de los Ríos, Para mis socias de
la vida: Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres, los liderazgos entrañables y las
negociaciones en el amor, 2005). Debido al desarrollo nacional de México y Estados Unidos con base en
la modernidad, las feministas anticolonialistas han criticado la forma en que se equipara a los cuerpos de
las nativas con la premodernidad y el pasado (cf. María Lugones, Toward a Decolonial Feminist, pp. 742-
759; Emma Pérez, Sexuality and Discourse: Notes from a Chicana Survivor, pp. 159-184; Arturo Aldama
y Naomi H. Quiñonez, Decolonial Voices: Chicana and Chicano Cultural Studies in the 21st Century,
2002).
31 Vid. Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera, 1987.
32 Cf. Michel Foucault, The History of Sexuality, 1978 y A. McClintock, Imperial Leather: Race, Gen-
que huir de México, nación que relacionan con hombres inmaduros, egoístas, violen-
tos y retrógrados.
y desequilibrio cuando ellos mismos empiezan a sufrir limitaciones raciales y de género” (cf. C. Kaplan,
N. Alarcón y M. Moallem, Between Woman and Nation, 1999, citando a Lubiano, Shuckin’ off the African-
American Native Other: What’s ‘Po- Mo’ Got to Do with It?, p. 152).
34 Mientras que el Estado mexicano controla las formas de cultura integradas en las entidades territo-
riales tales como zonas arqueológicas, museos y la promoción de las artes y artesanías, la industria está
dominada por filmes extranjeros, la mayoría, de Estados Unidos. De hecho, el Instituto Mexicano de Cine-
matografía estima que el cine estadounidense abarca 62 % de los filmes que se proyectan en México, y hay
quienes piensan que esta estadística pronto alcanzará el 80% (vid. N. García Canclini, Will There Be Latin
American Cinema in the Year 2000? Visual Culture in a Postnational Era, p. 253). En Guadalajara, 48%
de las películas provienen de Estados Unidos; 29 %, de otros países, y 13% son mexicanas. No obstante,
las películas estadounidenses se exhiben en 74% de los cines. (cf. Enrique E. Sánchez Ruiz, Los medios de
difusión masiva: la internacionalización y las identidades en el occidente de México, pp. 116-117).
226 • Felicity Amaya Schaeffer
35 Las historiadoras y teóricas chicanas han reescrito la historia de la Malinche a partir de la interpreta-
ción que Octavio Paz hace de ella como traidora, para enfatizar su papel como intérprete, feminista y como
una figura predominante que usó su limitada posición para ayudar a salvar de la violencia de la Conquista
a tantos indígenas como fuera posible. Para leer más de este icónico trabajo revisionista, vid. Norma Alar-
cón, Chicana’s Feminist Literature: A Re-vision through Malintzín/or Malintzín: Putting Flesh Back on
the Object, 1983; Traddutora, Traditora: A Paradigmatic Figure of Chicana Feminism, 1989; Rita Cano
Alcalá, From Chingada to Chingona: La Malinche Redefined or a Long Line of Hermanas, pp. 33-61; G.
Anzaldúa, Borderlands/La Frontera, 1987; Cordelia Candelaria, La Malinche, Feminist Prototypes, pp.
1-6; Adelaida R. Del Castillo, Malintzin Tenepal: A Preliminary Look into a New Perspective, pp. 58-77;
E. Pérez, Sexuality and Discourse: Notes from a Chicana Survivor, pp. 159-84. En contraste, Paz la ve
severamente como una figura pasiva: “Su pasividad es despreciable: no se resiste a la violencia, en cambio,
es un montón de huesos, sangre y polvo… es la nada” (vid. Octavio Paz, The Labyrinth of Solitude: Life
and thought in Mexico, pp. 85-86).
36 La descendencia de la unión entre Malintzin y Cortés fue referida después por José Vasconcelos
como los orígenes turbulentos de “la raza cósmica” (cf. José Vasconcelos, Raza Cósmica, 1997).
37 Vid. Octavio Paz, The Labyrinth of Solitude: Life and thought in Mexico, 1961.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 227
centrarme en la descripción que Alicia me dio sobre la relación con extranjeros, lo que
yo veo como la reforma colectiva de la imagen de Estados Unidos con ese patriarcado
benevolente y muy distinto de las formas locales de patriarcado violento, me di cuenta
de que resonaba con las de muchas otras mujeres del tour.
Recuerdo cuando me senté con Blanca –una mujer de 52 años de quien hablaré
más a detalle más tarde– en su casa, ubicada en un hermoso vecindario de Guadala-
jara, mientras leíamos cuidadosamente los aproximadamente sesenta correos y cartas
que recibió, muchas acompañadas de fotos. Ella se reía al pasarme retratos de hom-
bres cubiertos de polvo atendiendo sus granjas, de hombres sorprendentemente jóvenes,
otros claramente descuidados e incluso de algunos que mandaban fotos de la flor de
su juventud, en los setenta. Ella agitó la cabeza con desaprobación debido a la pobre
calidad de los prospectos. Entonces, me pasó el retrato de un afroamericano entrado
en los treinta, con pants. “¡Oh, no!”, decía una y otra vez, y el semblante le cambiaba
mientras movía la cabeza. En ese momento no me quedó claro si fue la edad o la ca-
rrera lo que le causó tal repulsión, pero cuando señaló la foto de otro hombre de color
con la misma cara de horror, me quedó clara su actitud. Surgió el retrato de un hombre
inglés con traje, más o menos de su edad, tal vez a mitad de los cincuenta. De nuevo,
su rostro languideció al explicarme la falta de interés de éste en cuanto supo la edad
de Alicia, pues él le confesó que estaba buscando una mujer que estuviera acabando
los veinte o empezando los treinta.
El entusiasmo de las mujeres por un hombre blanco, alto y exitoso se extendía más
allá del tour y podía oírse en las ondas radiofónicas de “Radio Mujer”, en Guadala-
jara. Las mujeres llamaban alentadas por la idea de pescar un prospecto. Uno de los
programas de la estación, ¡Al fin te encuentro!, llevaba mujeres a la cabina para que
–como las fotos de chicas en sitios de boda en la red– anunciaran sus datos persona-
les a los radioescuchas en Guadalajara, diciendo: “Tengo ojos verdes, cabello largo
obscuro”, etcétera. Muchas buscaban rasgos similares en los hombres con quienes
esperaban salir: “Que tengan posibilidades económicas” y “que sea alto y delgado”.
Mientras que las mujeres que entrevisté conocen hombres personalmente en los tours
organizados por agencias nupciales o en los viajes personales, estas mujeres se re-
únen con sus pretendientes potenciales en la estación de radio, la cual arregla y paga
una cita a ciegas para quienes efectivamente encontraban un compañero. La falta de
hombres profesionistas disponibles en la localidad hacía que algunas de estas mismas
mujeres visitaran agencias extranjeras y que asistieran a Vacation Romance Tours.
Con describir a los hombres de México como machos, las mujeres evaden el ser-
món y la acusación de ser malinchistas. En cambio, degradan la imagen nacional con
la caracterización de hombres pobres, ignorantes y/o abusivos. Ellas fusionan su ex-
periencia individual –con hombres abusivos, insensibles, inmaduros y adúlteros– con
imágenes populares de la nación mexicana. Los hombres que hacen dinero en la eco-
nomía profesional representan a una economía moral y a la ciudadanía más recta. Al
verter este discurso sobre los hombres mexicanos como padres, esposos, proveedores
y ejemplos inadecuados, ellas no discuten la falta de oportunidades económicas para
228 • Felicity Amaya Schaeffer
38 Los roles de género tradicionales siguen jugando un papel importante en la cultura mexicana, pero
varían entre las áreas urbanas y rurales, entre la clase culta y la trabajadora, y así sucesivamente. Es el
caso particular de los hombres más jóvenes, quienes tienen una mejor educación y aprenden los roles de
género a través de diversos medios como el cine, la música y las historias de vida fuera de México. El
término “machismo light” de Luis Leñero Otero, puede ser una forma más apropiada para hablar de las
formas contemporáneas de machismo (citado en Keijzer, Los derechos sexuales y reproductivos desde
la dimensión de la masculinidad, p. 313). Muchos hombres se dan cuenta de que ya no pueden poner en
práctica el patriarcado que sus padres y abuelos ejercieron. Antropólogos como Gutmann tienen cuidado
al contextualizar los cambiantes significados históricos, regionales y de clase de la hombría o machismo,
también resalta algunas cualidades positivas del machismo, tales como el sentido que éste tiene del cuidado
y la obligación hacia sus hijos y familias (vid. Matthew Gutmann, The Meanings of Macho, 1996).
39 La construcción del imperio durante la guerra de 1846-1848 entre México y Estados Unidos generó
lo que Streeby llama “patriotismo igualitario blanco”, erigido sobre los cimientos de la caracterización
negativa de los hombres mexicanos (vid. Shelley Streeby, American Sensations: Class, Empire, and the
Production of Popular Culture, p. 91). Limón también discute la erótica de la construcción del imperio
en el suroeste de Estados Unidos (cf. José E. Limón, American Encounters: Greater Mexico, the United
States, and the Erotics of Culture, 1998). No obstante, mientras se ponía a los hombres mexicanos bajo
una luz negativa, las mujeres mexicanas eran idealizadas como aquellas que esperaban que los ingleses
las salvaran de la tiranía. Para Horsman, tanto políticos como poetas buscaban extinguir y absorber la raza
mexicana mediante la unión de mujeres mexicanas y hombres americanos. A las mujeres mexicanas de san-
gre más pura, las españolas de clase alta, se les caracterizaba como compañeras románticas naturalmente
más adecuadas para la sangre más pura de la “caballería yanqui”. En contraste, a los hombres mexicanos
se les caracterizaba como sucios, flojos y pisoteados (cf. Reginald Horsman, Race and Manifest Destiny:
the Origins of American Racial Anglo-Saxonism, 1981. También, vid. Amy Kaplan, The Anarchy of Empire
in the Making of U.S. Culture, 2002).
40 Cf. Héctor Domínguez-Ruvalcaba, Modernity and the Nation in Mexican Representations of Mas-
culinity: From Sensuality to Bloodshed, p. 98. En este libro, el autor analiza los contornos homoeróticos
de la masculinidad mexicana y discursos de machismo durante el periodo posrevolucionario tanto sensual
como violento. También argumenta que la crítica del machismo es una expresión de la modernización de
la nación. Asimismo, el autor dice que en mucha de la crítica estudiantil del machismo desde 1930, “la
imagen masculina aparece, según la revolución había propuesto, como una alegoría de la dominación,
la condición colonial y el obstáculo para la modernización” (idem).
Las preferencias de la mujer mexicana… • 229
41 En la investigación que Doris Sommer hace de la literatura mexicana, ésta indica que la construc-
ción de la nación dependía de la naturalización del amor y del romance heterosexual. Ella dice: “En mi
lectura, la pasión romántica dio una retórica para los proyectos hegemónicos en el sentido de Gramsci de
conquistar al antagonista a través del interés mutuo o el ‘amor’ y no con la coerción” (vid. Doris Sommer,
Foundational Fictions: The National Romances of Latin America, p. 6).
42 Anna señaló: “En esos tres días, él la conquistó con sus detalles. Porque no la soltaba, la perseguía
noción del capitalismo basado en la ideología del trabajo pesado y de grandes recom-
pensas, de un sistema democrático que responde.
43 Cf. N. García Canclini, Consumers and Citizens: Globalization and Multicultural Conflicts, 2001.
44 Vid. Eva Illouz, Consuming the Romantic Utopia: Love and the Cultural Contradictions of Capita-
lism, 1997.
45 Illouz declara que en Estados Unidos la práctica de salir con una mujer en contraposición al hecho
de visitarla en su casa se debe al aumento del ingreso real durante las primeras décadas del siglo xx, lo
cual convirtió rápidamente “al consumo en un elemento inherente a cualquier encuentro romántico”
(ibid., p. 54). Los libros de etiqueta reforzaron este patrón, definiendo el consumo como “simbólico del
buen trato” hacia la mujer por parte de su compañero.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 231
como un príncipe de algún país lejano de quien ella puede depender.46 En uno de sus
primeros correos, ella le da su opinión sobre las relaciones:
No busco un hombre para que me cuide. Busco a un hombre que esté listo para compartir
su vida conmigo, que sepa cómo trabajar y que quiera crecer al par de su compañera. A
mí no me gustaría vivir con un hombre que se la pase sentado, esperando tener buena
suerte para que las cosas salgan bien […] Me gusta trabajar y me gustaría trabajar junto
con mi compañero para que entre los dos podamos hacer algo para nuestro futuro.
El tipo de matrimonio que Laura describe suena más como una sociedad que como
una estructura patriarcal; en esta sociedad, la relación crece en la visión compartida
del sacrificio y trabajo duro, para que juntos aseguren su futuro. Esta visión íntima no
distingue entre amor y economía, entre público y privado, entre individual y colecti-
vo. En la cama y en el lugar de trabajo, una pareja debería contribuir equitativamente
y trabajar duro para que mejore tanto cada uno, como la relación. La síntesis de cultu-
ra laboral y sexualidad propició, en vez de enfriar, el roce de los cuerpos. Para Laura,
el sexo ya no era una obligación orientada al placer masculino. Sus románticos viajes
a la costa abrieron el camino para la experimentación sexual y el placer mutuo. Esta
comprensión del sexo y del amor, con los mutuos ideales del intercambio capitalista,
hace un eco del discurso que promueven las revistas estadounidenses y la investiga-
ción psicológica sobre el amor. El estudio que Eva Illouz hace sobre los paralelos
entre amor y capitalismo busca en la cultura popular para trazar estas interconexiones.
Las revistas femeninas sugieren que en lugar de ser “golpeada” o “afectada” por el
amor, la mujer es responsable de sus éxitos y fracasos románticos; que debe trabajar
duro para procurarse un futuro emocional cómodo y también que ella debería garan-
tizar que una relación provea un intercambio equitativo.47
Las revistas como Cosmopolitan son muy populares entre las mujeres de clase
media y alta en México. Esta revista presenta artículos que se escriben tanto en Esta-
dos Unidos como localmente. A través de esta mezcla de discursos, se pide a las lec-
toras de élite que participen “indirectamente” en la emancipación, aun cuando las
editoras saben que las mujeres esperan regirse por normas más tradicionales.48 Mis
46 Traduje la correspondencia que Cody había sostenido durante más de un año y di seguimiento a sus
incursiones amorosas en México, Perú y Guatemala. Éste se aseguraba de elegir únicamente mujeres de
“clase alta”, en su mayoría profesionistas con fuertes lazos familiares.
47 Ibid., p. 195.
48 Ibid., p. 30. Los teóricos de la cultura popular mexicana como Jean Franco abordan las formas en que
las mujeres son influenciadas por el consumo mediático. En el estudio de Franco sobre historias románticas
en los medios masivos de México y Estados Unidos, descubre que las mujeres asimilan de forma distinta
las historias románticas que perpetúan la división internacional del trabajo. Las “novelas” mexicanas de
la clase baja proyectan el valor de la mujer como el agente de esas historias que respaldan una fuerte ética
del trabajo (aunque esto implique prostituirse) como medio para que ella se libere del macho y de las situa-
ciones familiares opresivas. Por otro lado, en las novelas americanas Harlequin (leídas en su mayoría por
mujeres blancas de clase media), la mujer adquiere poder social mediante su habilidad para seducir a los
232 • Felicity Amaya Schaeffer
Sé por experiencia propia que si necesito algo, puedo conseguirlo si voy y lo busco; si
ahorro para comprarlo o si trabajo con mucho empeño, puedo ganármelo […] pero nunca
espero que las cosas me caigan del cielo […] Lo que es más, creo que la felicidad se
encuentra en la búsqueda y no en la espera.
Anna no basa el amor y el matrimonio en el destino tanto como en las relaciones ca-
pitalistas, en donde los individuos que trabajan mucho logran el éxito. Asimismo, el
hecho de que Anna sea protestante y no católica influye en su entendimiento del rol
de la mujer en el mundo. De hecho, más de la tercera parte de las mujeres inscritas
a Mexican Wives se identificó en su página de perfil como cristiana, sin religión o
católica pero sin seguir todas las reglas que la Iglesia dicta para las mujeres. Esta tran-
poderosos; una habilidad que tiene recompensas tales como el matrimonio, la comodidad y la abundancia.
Estas historias mantienen la división de clase entre Estados Unidos y México a través de narraciones ro-
mánticas en las cuales las mujeres que desean salir adelante en México tienen que trabajar; mientras que
las mujeres blancas seducen a la suerte logrando matrimonios que mejoran su postura social. No obstante,
Franco no habla de la forma en que las historias que se transmiten por medios masivos impactan a las muje-
res de clase media y alta en México, especialmente porque los medios masivos estadounidenses circulan en
México cada vez más. En las telenovelas, romance, pasión y matrimonio permiten el acceso de las mujeres
a una movilidad y estatus ascendentes, además, desde luego, a una alta dosis de drama (cf. Jean Franco,
Plotting Women: Gender and Representation in Mexico, 1989).
49 Vid. T. Rodríguez Salazar, Las razones del matrimonio: Representaciones, relatos de vida y sociedad,
p. 185.
50 Hirsch encuentra una tendencia similar en la forma en que las mexicanas mayores describen el
matrimonio como un destino o voluntad divina; mientras que las jóvenes lo definen como la elección
individual de alguien que sea tanto buen proveedor como compañero (vid. J. Hirsch, Courtship after
Marriage, p. 87).
Las preferencias de la mujer mexicana… • 233
51 Escobar argumenta: “En 1919 había 170,000 protestantes en Latinoamérica y se estima que hubiera
co actual hacia el protestantismo y su historia de expansión misionaria. Los misionarios protestantes vieron
la oportunidad de expandirse por Latinoamérica durante la crisis y debilitamiento de la Iglesia católica
durante la Guerra de Independencia con España entre 1810 y 1814 (ibid., p. 31).
53 Vid. T. Rodríguez Salazar, Las razones del matrimonio: Representaciones, relatos de vida y sociedad,
p. 15.
234 • Felicity Amaya Schaeffer
no ha empleado por más de 16 años para vincular a hombres de Estados Unidos con
mujeres mexicanas. Se hace evidente que Jessica proviene de la clase media, mientras
ella relata cómo mataron a su padre por defender su rancho de los guerrilleros zapa-
tistas durante el levantamiento de los indígenas chiapanecos en 1994. Su estrategia
pragmática para encontrar un esposo estadounidense refleja en un sentido más amplio
su filosofía de supervivencia: “En vez de soñar, establezco objetivos. Soy una persona
que trabaja por objetivos posibles, no por sueños”. Jessica describe a los hombres
latinos –así como a la situación económica, social y política en sus países– frenando
su acceso a la seguridad social y económica, así como a la movilidad.
Las mujeres como Jessica externan su preferencia por los hombres norteamerica-
nos mediante un lenguaje de profesionalismo y mercadeo mientras hacen el recuento
del proceso de encontrar un romance y/o matrimonio a través de los ideales del traba-
jo duro, del autosacrificio y de la lucha individual. Al mismo tiempo, ellas expresan
su esperanza de autosuperación, lo que algunas describen como superarse o de mejo-
rarse a sí mismas y la vida de sus familias. Su moralización del desarrollo individual
con el sacrificio del patriotismo conjunta el desarrollo capitalista con el bien colectivo
que justifica la ganancia personal frente a las luchas colectivas por los recursos y la
distribución de la tierra, como las de los zapatistas.
La ubicación de Guadalajara al occidente del país –simbólicamente marcada por
sus tradiciones sexistas de la hacienda rural tanto como por su conexión con la agri-
cultura y, por tanto, con las olas masivas de emigración hacia Estados Unidos, aunado
a su crecimiento cosmopolita como un semillero de alta tecnología– distingue a la
ciudad, al menos desde la perspectiva de muchas mujeres, por su futuro “moderno”,
como la base de una sociedad íntima e intercambio con Estados Unidos.
Las mujeres voltean a Estados Unidos para liberarse de una economía estancada
y de normas culturales, esperando convertirse en arquitectas de sus propios destinos.
Esta es una perspectiva liberadora y tiene el potencial para alterar la jerarquía de gé-
neros en México. Pero, como vimos antes, para algunas mujeres esta visión moderna
de rehacerse a sí mismas depende de la proyección de la teleología del retraso del
desarrollo y el exceso sexual en las clases más bajas, en los indígenas y en la comu-
nidad gay.
Conforme las mujeres ganan confianza e independencia a través de su trayectoria
profesional y mediante la exposición a historias de amor y matrimonios con extran-
jeros, ellas empiezan a concebir nuevas posibilidades para sí mismas. Sin embargo,
las mexicanas no aceptan todo de la cultura estadounidense o del marco capitalista.
Conscientes de que las mujeres estadounidenses son más liberales, de que las familias
son menos extensas y de que múltiples mujeres son más materialistas en aquel país,
numerosas mexicanas afirman la importancia de apegarse a las tradiciones espiritua-
les y familiares. Además, muchas de estas mujeres, en especial las que son madres,
saben que tendrán que “sacrificar” sus carreras y familias para encontrar la felicidad
con un extranjero.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 235
El hecho de que las mujeres puedan recurrir a internet para comunicarse con hom-
bres de Estados Unidos y otros países agudiza su sentido de convertirse en alguien
nuevo al momento del contacto íntimo. Estas intimidades virtuales no dependen de
la proximidad o del contacto físico, ni del intercambio de alientos y la fricción de los
cuerpos, sino de la profundidad de nuestro compromiso, transmitido por medio de co-
rreos electrónicos traducidos. Las mujeres no esperan que se dé el momento preciso o
que aparezca el hombre adecuado. En lugar de eso, ellas se constituyen como sujetos
modernos evocando el modo de vida de otros lugares en su vida diaria. En el video
Writing Desire (2000), de Ursula Biemann, una de las participantes en la industria de
las ciberbodas dice:
Parte del encanto del internet es que las mujeres se pueden expresar independien-
temente de las normas o costumbres locales, pues su público se extiende más allá de
las fronteras nacionales, culturales y raciales. El internet es un trampolín para asumir
los tiempos de cambio, los deseos sexuales y nuevas identidades. Sherry Turkle des-
cribe el monitor de la computadora como el lugar donde “nos proyectamos dentro de
nuestros propios dramas, en los cuales somos productora, directora y protagonista
[…] Los monitores son la nueva locación para nuestras fantasías, tanto eróticas como
intelectuales”.54 Las mujeres recurren al internet para expresar sus esperanzas, sueños
y deseos íntimos y, en el proceso, para acceder a otros esquemas y normas.
El uso del internet y de agencias en vez de redes sociales para encontrar relaciones
también marca una nueva forma de pensar en el amor, el cortejo y el matrimonio.
De acuerdo con las tradiciones mexicanas burguesas, se tiene la expectativa de que
la mujer espere paciente y pasivamente a que el hombre tome la iniciativa. Tradi-
cionalmente, una vez que el hombre externa públicamente su deseo por una mujer,
ella queda marcada como territorio de éste y ya no puede salir con nadie más. Este
periodo de cortejo puede durar un par de años o más. Durante este tiempo, la mujer,
a quien se le llama “novia”, no puede ir a lugares donde pueda ser blanco sexual de
otro. Por su parte, el hombre o “novio” puede tener muchas aventuras sexuales con
varias mujeres.55 Aunque la práctica de este tipo de cortejo es obsoleta, aún perdura la
idea separatista de las esferas de género y de la protección del honor y reputación de
la mujer por medio de su pureza sexual, pues las mujeres expresan su frustración por
las inconsistencias entre las conquistas sexuales de los hombres casados y la continua
vigilancia de la actividad sexual de las mujeres.
Por tanto, para estas mujeres el internet es, en efecto, el espacio ideal para expe-
rimentar formas menos restrictivas de cortejo. Mientras al cuerpo de la mujer se le
cuida y vigila mediante normas sociales y códigos de respetabilidad, las conexiones
virtuales representan oportunidades para comunicarse y tener citas con múltiples per-
sonas, así como para establecer relaciones sexuales en una sociedad que amonesta
severamente la actividad sexual de la mujer fuera del matrimonio.
Algunas mujeres como Laura experimentan un gran placer en no tener a sus hom-
bres dentro de sus círculos sociales y familiares (y las correspondientes habladurías)
y al llevarlos o acompañarlos en escapadas románticas que llevan a encuentros sexua-
les. Tener sexo no sólo es difícil debido al género, la clase y las normas sociales de
respetabilidad que dictan que las mujeres deben dejar el sexo para el matrimonio.
Muchas viven con su familia y carecen de tiempo o de un espacio privado para tener
encuentros íntimos o sexuales. En contraste, como la masculinidad depende de las
expresiones de independencia y solidaridad con sus congéneres, a los hombres se les
permite mucha más libertad para frecuentar bares, clubes y otros espacios sociales.
54 Cf. Sherry Turkle, Life on the Screen: Identity in the Age of the Internet, p. 26.
55 Vid. Joseph Carrier, De Los Otros: Intimacy and Homosexuality Among Mexican Men, 1995.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 237
Bueno, mira […] En otra ocasión salí con unas amigas –sólo una vez–, salimos de no-
che. No es difícil. Ellos se me acercaron, pero la verdad es que son personas que están
bebiendo, que piensan que si una mujer va a un bar […] Los hombres creen que si una
mujer va sola a un bar, es porque está buscando un encuentro sexual.
La verdad es que me he alejado de mis amistades y de todos los contactos sociales que
pude haber tenido. Pero ha pasado el tiempo y aparte de sentirme sola –a pesar de tener a
mis hijos y mi familia– sentí la necesidad de tener a alguien más a quien pudiera expre-
sarle mis sentimientos y pensamientos de lo que pasa en mi vida diaria. Me di cuenta de
que no puedo vivir como una ermitaña. Si he conocido a algunos hombres, ha sido a tra-
vés de compañeros de trabajo. Y la verdad es que debido a mi empleo, a mi trabajo como
mamá y cabeza de familia, no me queda mucho tiempo libre para tener vida social.
Aun cuando Anna vive con su familia y cuenta con su apoyo y cuidados, le falta el
tiempo y la energía para construir un círculo social que le permita conocer gente con
quien salir. De hecho, casi todas las mujeres que entrevisté tenían una vida social frá-
gil debido a las obligaciones con sus familias, hijos y empleos. No sólo se cuestiona
la presencia de una mujer en un espacio público, sino que, además, la fuerte demanda
de su tiempo por parte del trabajo y la familia le deja poco espacio para socializar con
238 • Felicity Amaya Schaeffer
En vez de apegarse al concepto de “amor a primera vista”, las mujeres quieren llegar
a conocer la “vida interior” de un prospecto antes de profundizar en una relación emo-
cional. Teresa me dice que puede ser juguetona e ingeniosa para ver cómo responden
los hombres a su inquieto intelecto. Ella puede leer entre las líneas de una conversa-
ción por internet y juzgar rápidamente si alguien es de criterio amplio y si respeta la
confianza e inteligencia de la mujer. Curiosamente, después de varias relaciones por
internet, a Teresa le parece que los europeos son más cultos y liberales, y que tienen
un criterio más amplio que los estadounidenses. Entonces, ha optado por usar varias
agencias de citas en lugar de asistir a fiestas de los Vacation Romance Tours. Parecido
al encanto de las citas en línea en Estados Unidos, el uso de citas en línea en México
proviene de la idea moderna de intimidad e interés personal basada en el acercamiento
a través de la comunicación, en vez del “amor a primera vista” y en el deseo de supe-
ración del ser mediante el contacto con otros.56
El hecho de que las mujeres tengan un contexto cultural más extenso dentro del
cual compararse contribuye al incremento de aquellas que sienten que no tienen que
conformarse con lo que está disponible en su localidad. Mediante la conversación
56 En la discusión de Hardey sobre las relaciones por Internet, cf. Michael Hardey, Life Beyond the
Screen: Embodiment and Identity through the Internet, pp. 570-585, éste se refiere a la idea de Giddens so-
bre la intimidad moderna para entender los contextos más amplios de las citas por internet. Vid. A. Giddens,
The Consequences of Modernity, 1990.
Las preferencias de la mujer mexicana… • 239
con hombres en los tours y a través de chats en internet y correos electrónicos, las
mujeres obtienen municiones para construir nuevas normas y roles de género. Anna
compartió sus experiencias con hombres de los tours de GlobalLatinas y por correo
electrónico:
Creo que mi país es reconocido por tener gente y costumbres muy arraigadas […] Y de
aquí, que el machismo todavía está muy enraizado en los valores de los hombres […]
Me gusta conocer otras personas que consideran esto [el machismo] como una falta de
madurez, que da la pauta para que la mujer tenga su lugar en la sociedad y en su vida
con los hombres.
Según Anna, las pláticas con hombres que no se rigen por las mismas normas cultura-
les refuerzan su convicción de que el machismo favorece a los hombres, pero no a las
mujeres. Anna también me dijo que había recibido algunos consejos muy buenos de
personas con quienes se había estado comunicando. Como las mujeres con frecuencia
justifican y perpetúan el comportamiento machista, no hay muchos confidentes con
quienes ellas pueda compartir sus pensamientos y sentimientos más profundos.
En estos intercambios cibernéticos, las mujeres deben negociar la tensión entre
el deseo de liberarse tanto de las normas locales como de los roles de género y el
manejo de las limitaciones más sagaces de estos intercambios más comercializados.
Puesto que los hombres les escriben a múltiples mujeres, éste puede ser un proceso
caro en el que ellos no sólo pagan por el acceso al correo electrónico y los servicios
de traducción, sino por mandar flores y regalos e incluso por visitar a quienes se han
filtrado mediante la comunicación escrita. Y debido a que muchos varones les man-
dan aproximadamente entre 500 y 1000 dólares para clases de inglés, las mujeres se
sienten profundamente agradecidas y obligadas a corresponderles en formas que los
complazcan.
Mónica le mandó un correo a un estadounidense con quien se estaba escribiendo
y quien le había enviado 500 dólares para clases de inglés: “Respecto a mis clases de
inglés, estoy muy orgullosa porque me nombraron la alumna de honor […] Todavía
no sé mucho, pero, como te dije antes, estoy poniendo todo mi empeño en aprender
rápido […] Y tampoco quiero decepcionarte”.
De este modo, las mujeres pueden ser oprimidas por los deseos y necesidades del
consumidor, así como por códigos de reciprocidad.
Conclusión
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Estudios de género sobre salud
y trabajo de cuidados
El derecho a la salud… • 247
Resumen
El texto presenta algunas reflexiones sobre las consecuencias que tienen en el ámbito de la
salud algunos modelos de socialización de género a los que están expuestos los hombres. In-
teresa problematizar dichas consecuencias al interpretar la salud como un espacio de derechos
humanos. Se comentan datos estadísticos sobre causas de muerte de hombres y, a la par, se
problematizan categorías que se han utilizado al tratar de dar cuenta de la sobremortalidad de
los varones. Se cuestiona la noción de privilegios masculinos al evidenciar las consecuencias
negativas que tiene en su salud la repetición acrítica de modelos de masculinidad, asociados
a la búsqueda de riesgos y a la falta de cultura del autocuidado. Esto dificulta el ejercicio del
derecho humano a la salud en la experiencia de los varones. Se presentan dimensiones de una
propuesta de análisis integral de la noción de derecho a la salud de los varones, para lo cual se
enfatiza la categoría del “cuidado de sí” como parte de sus modelos de identidad de género. Se
propone el ejercicio ciudadano de la propia población masculina y una intervención crítica de
profesionales de la salud.
* El autor agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
248 • Juan Guillermo Figueroa Perea
Abstract
This text presents some reflections on the implications in the field of health of some models of
gender socialization to which men are exposed. We are interested in problematizing these con-
sequences, when interpreting health as an area of human rights. We comment on some statistics
on causes of death for men and on the categories that have been used to try to account for the
excess mortality rates of males. The notion of male privilege is questioned by revealing the
negative consequences on their health, because of uncritical repetition of models of masculini-
ty, associated with risk-seeking and lack of culture of selfcare. This hinders the exercise of the
human right to health in the experience of men. We reflect on some dimensions of a proposed
comprehensive review of the concept of right to health for men, for which the category of
“selfcare” is emphasized as part of males’ models of gender identity. We propose a critical
exercise of citizenship among men and a critical intervention of health professionals.
Key words: models of masculinity, self-care, gender socialization patterns, the right to
health.
Introducción
Este texto busca reflexionar sobre las consecuencias que tienen en el ámbito de la
salud algunos modelos de socialización de género a los que están expuestos los hom-
bres. No se trata de generalizar lo que vive dicha población y menos estigmatizar
algunos comportamientos considerados violentos, dadas sus potenciales consecuen-
cias para diferentes personas, pero sí interesa problematizar dicho ejercicio violento
al interpretar el ámbito de la salud como un espacio de derechos, en especial de los
mismos hombres. Es decir, surge de la pregunta analítica y política, en términos de
si se puede ejercer violencia contra sí mismo, dado que se suele interpretar dicha
práctica con la intención de someter y de dominar a alguien. No obstante, me interesa
problematizarlo a partir del diálogo con diversas categorías que se usan al tratar de
interpretar los procesos de salud-enfermedad de diferentes grupos de hombres.
En la literatura aparece la categoría de “negligencia suicida” (Bonino, 1989), así
como la de “la masculinidad como factor de riesgo” (De Keijzer, 1995), al tratar de
caracterizar las causas de muerte de los varones. Se habla de que “ser hombre es malo
para la salud”, o bien de que “el machismo no combina con la salud” (Papai, 2009),
ya que se identifican trayectorias que llevan a la muerte, relacionadas con los procesos
de socialización de los sujetos del sexo masculino. Se describe la sobremortalidad
masculina aludiendo a la metáfora de que muchos sujetos del sexo masculino se
“mueren como hombres” (De Keizer, 1992), a la par que he ironizado diciendo que
se es “hombre hasta la muerte” (Figueroa, 2009a).
Gary Barker (2005) publicó Dying to be men, título que he parafraseado señalando
“¡Qué ironía, me muero por ser hombre!” Más allá de una broma, la frase combina
dos acepciones de la expresión “me muero”; antes de limitarla a un sinónimo del acto
El derecho a la salud… • 249
de fallecer, se propone leerlo como el sentir que se vive ante una situación o compor-
tamiento que se desea experimentar. En este caso se refiere al deseo de ser hombre,
al margen de que su contenido no está tan evidentemente definido. Lo contradictorio
es que pareciera que muchos hombres se mueren en la búsqueda de algo ambivalente
y contradictorio, al grado de que las principales causas de muerte tienen que ver con
actos violentos, incluso ejercidos por quien fallece después de los mismos.
Estudios recientes (Canudas, García y Echarri, 2015) muestran un descenso en la
esperanza de vida de la población masculina en México, algo que ocurre en casos
excepcionales dentro de las historias demográficas y de salud de la población, como
ciertos eventos bélicos y de epidemias, ambos en magnitudes significativas. Ello llega
a generar muertes de proporciones importantes de la población.
En el caso actual se alude a un contexto de violencia (como señala Cárdenas,
2015), si bien habría que definir de quién y sobre quién es la violencia: ¿en términos
grupales sería entre varones, o bien de varones a mujeres? Ahora bien, si se piensa en
términos individuales, ¿podría ser de un varón sobre sí mismo? Iniciemos entonces
con una breve fotografía de las muertes de las personas del sexo masculino.
rante el primer año de vida y la de la niñez alude al periodo entre el primer aniversario
y los cinco años de edad. La que convencionalmente he denominado ‘mortalidad en la
juventud’ hace referencia al periodo de los 15 a los 49 años, edad que suele tomarse
como el periodo reproductivo de las mujeres y como el inicio de la experiencia pro-
ductiva de muchos hombres.
En los cuatro casos, estos indicadores se comparan para la población de varones y
la población de mujeres, y además se contrasta entre tres grupos de países en América
Latina: en el primero de ellos se consideran aquellos de tasas de mortalidad alta en el
momento de la medición (como Colombia y Venezuela), en el segundo caso de mor-
talidad baja (como Cuba, Costa Rica, Chile y Uruguay) y en un tercer grupo aparece
México junto con Brasil. A continuación se estima cuál sería un nivel de mortalidad
viable a ser alcanzado tomando no un “ideal epidemiológico” en abstracto, sino al
menos las condiciones de países latinoamericanos con bajos niveles de mortalidad,
y se estima lo que la autora denomina “déficit de esperanza de vida y muertes evita-
bles”, en términos de la diferencia entre el ideal factible y los datos observables para
el caso mexicano durante el quinquenio que va de 2000 a 2005.
Cuando compara la tasa de mortalidad infantil, encuentra que se podrían evitar en
México 17 muertes por cada 100 mil habitantes (tanto en hombres como en mujeres)
si se llegara a los niveles más bajos de América Latina. Es decir, en el primer año de
vida no habría tanta diferencia en función del sexo de la persona. Cuando compara
los datos durante la niñez, encuentra 22.8 muertes evitables para los hombres y 20.6
muertes evitables para las mujeres (por 100 mil habitantes). Es decir, todavía las
diferencias no son tan significativas, aunque ya empieza a verse un leve incremento
para las muertes evitables: 10% más alto para el caso de los varones, lo que sugiere
analizar las respectivas causas de muerte.
Ahora bien, donde se presenta una diferencia muy notoria y estadísticamente sig-
nificativa es en el de la mortalidad entre 15 y 49 años, ya que dentro de los varones
alcanza un nivel de 35.9 muertes evitables por cada cien mil habitantes, mientras que
en el caso de las mujeres el indicador disminuye a 8.4 por cada cien mil; es decir, el
primer dato es más de cuatro veces el nivel del segundo, lo cual está más asociado a
comportamientos de los individuos que a las diferencias fisiológicas entre las perso-
nas en función de su sexo.
Al finalizar la primera década del presente siglo, el Consejo Nacional de Población
(2010) preparó un documento en el que se analizan las principales causas de morta-
lidad en México, con el propósito de ser presentado en Naciones Unidas, dentro de
una comisión sobre población y desarrollo. En este documento se analizan las cinco
principales causas de muertes a partir de diferentes grupos de edad y, en todos los
casos, considerando las diferencias entre hombres y mujeres. Además, se muestran
trayectorias de los indicadores a lo largo del tiempo y durante tres décadas, empe-
zando en 1980.
Los primeros dos grupos coinciden con los que trabajó Araceli Damián (2006).
Llama la atención que, desde el periodo de 1 a 4 años de edad, los accidentes cons-
El derecho a la salud… • 251
tituyen una causa importante tanto en niños como en niñas: ocupa el primer lugar
en los cuatro años más recientes de los siete que se presentan en el análisis para los
niños y en los tres más recientes para las niñas. Al margen de que en este documento
no se señala el contraste de cuántos accidentes ocurren dependiendo del sexo de la
persona, se privilegia la distribución al interior de cada grupo y en eso se centran las
comparaciones.
Para el tercer grupo que analizan (de 5 a 14 años) los accidentes constituyen la
principal causa de muerte en todos los años tanto para niños como para niñas, si bien
los porcentajes son más altos en el primer grupo. Es decir, una de cada tres muertes en
niños y una de cada cuatro muertes en niñas se deben a dicha razón. Llama la atención
que en cinco de los siete años considerados en la secuencia temporal de análisis, apa-
rece como cuarta o quinta causa de muerte el concepto de “lesiones intencionales”,
pero solamente en la experiencia de los sujetos del sexo masculino. En los cinco años
referidos, esta causa representa una de cada 20 muertes en este grupo de edad, ocu-
pando el cuarto o quinto lugar entre lo que da cuenta de los fallecimientos.
Un panorama distinto se presenta al pasar al cuarto grupo de edad considerado en
este documento (de 15 a 24 años), ya que los adolescentes y adultos jóvenes presen-
tan en todos los años del análisis las “lesiones intencionales” como segunda causa de
muerte, sólo atrás de los accidentes, la cual se mantiene como la principal explicación
de la muertes de jóvenes de ambos sexos. Entre las mujeres, las lesiones intencionales
aparecen una vez como segunda causa de muerte y en tres ocasiones como tercera, si
bien las proporciones de accidentes y lesiones intencionales en los dos últimos años
analizados constituyen poco más de 60% de las muertes de hombres y alrededor de
32% en el caso de las mujeres. Casi el doble de sujetos del sexo masculino fallece por
causas de tipo violento, comparado con el caso de las mujeres.
En el quinto grupo de edad (25 a 44 años de edad) las lesiones intencionales se
mantienen como segunda causa de muerte de los hombres, atrás de los accidentes,
mientras que entre las mujeres los accidentes pasan a ser la tercera causa en impor-
tancia, desapareciendo de las cinco primeras el rubro de “lesiones intencionales” y
emergiendo los tumores malignos y las cardiovasculares como las dos más signi-
ficativas, estadísticamente hablando. Las lecturas desde el género ofrecen algunas
posibilidades de interpretación.
En los dos últimos grupos de edad (45 a 64 años de edad y de 65 años y más) el pa-
norama epidemiológico es distinto, ya que los accidentes disminuyen su peso relativo
entre los hombres, además de desaparecer entre las mujeres; también desaparecen las
lesiones intencionales entre los sujetos del sexo masculino como parte de las cinco
principales causas de muerte, para “dejarle paso” a los problemas cardiovasculares,
a los tumores malignos y a la diabetes mellitus, tanto entre hombres como entre
mujeres.
Ahora bien, en estudios demográficos realizados durante la segunda década del
siglo xxi, lo que se ha encontrado en la experiencia mexicana es que, más allá de las
transiciones epidemiológicas originadas por los diferentes problemas de salud a los
252 • Juan Guillermo Figueroa Perea
que están expuestas las personas en sus diferentes etapas de vida (acompañados con
las intervenciones de tipo médico y con los avances tecnológicos), están adquiriendo
cada vez más importancia algunas causas de muerte asociadas al comportamiento
de las personas (Conapo, 2010: 12) y a su contexto. Es decir, no parece el mismo
escenario a ser intervenido el que surge de enfermedades transmisibles infecciosas
y parasitarias, o incluso de aquellas asociadas al parto (relevantes estadísticamente a
partir del grupo de 15 a 24 años en el caso de las mujeres) que lo que puede trabajarse
para prevenir muertes derivadas de acciones violentas (como los accidentes y las
lesiones intencionales), o bien, de los suicidios y de los homicidios. En este segundo
escenario, la problemática de la población masculina se ha recrudecido tanto que ha
detonado descensos en su esperanza de vida (Canudas, García y Echarri, 2015), algo
que rompe radicalmente las tendencias demográficas de la población.
Una característica de los arreglos sociales actuales, a partir del avance del conoci-
miento sobre enfermedades infecciosas y de otros padecimientos, es la organización
institucional de acciones para cuidar de la salud de la población. En ese tenor, se
reconoce el derecho a la salud, el cual se ha instrumentado desde una interpretación
mínima como el poder asegurar el acceso a servicios de salud, ya que resulta imposi-
ble asegurar el estado de equilibrio y de bienestar al que alude la Organización Mun-
dial de la Salud, en contraposición a la ausencia de enfermedad. Esto es así porque
hay malestares y enfermedades que no dependen de instancias externas al individuo,
sino que están asociadas a sus prácticas de autocuidado y a su etapa de vida, en parte
porque el Estado y la definición de dicho derecho asume las capacidades y la corres-
ponsabilidad de los sujetos en la construcción de su respectivo proceso de salud y
enfermedad, al margen de los “excesos neoliberales”.
Lo anterior no pretende ignorar la influencia de los modelos económicos ni tampoco
busca pasar por alto las estrategias de algunos gobiernos al delegar en los ciudadanos
la gestión de los recursos que necesitan para cuidar de sí mismos, dejando de lado las
responsabilidades mínimas que se espera de las instancias de gobierno. No obstante,
quiero subrayar y alertar sobre los resultados que ha documentado la literatura sobre
salud de los hombres, en términos de que muchas de sus muertes podrían posponerse
si los aprendizajes de género legitimaran el autocuidado en dicha población (Klein,
1995; Nesse y Kruger, 2002; De Keijzer, 2003; Figueroa, 2007, entre otros), o bien
si se evidenciaran los costos de la temeridad y de la búsqueda constante de riesgos,
valores asociados a muchos modelos de masculinidad.
Podría parafrasear la contradicción que sugieren los datos sobre las muertes mas-
culinas al contrastarlas con el derecho a la salud del que también son titulares los
hombres, en términos de que tienen el derecho a estar sanos pero no la obligación
de buscarlo. O bien, dicho en otro sentido, es necesario problematizar cómo es que
los sujetos del sexo masculino interpretan “el bienestar y el equilibrio” entre las di-
mensiones fisiológicas, las emocionales y las sociales, al que se alude en la definición
de la Organización Mundial de la Salud. La discusión sobre el sentido del derecho
humano a la salud adquiere matices diferentes dependiendo de si la salud se inter-
preta como el menor número posible de enfermedades, padecimientos o síntomas de
molestia, o bien como avances en el estado de equilibrio / bienestar biológico, psico-
lógico y social de una persona, de un grupo o de una colectividad.
Es decir, ¿podría ser que prácticas legitimadas y promovidas dentro de la identidad
de género de los varones fueran atentados a su derecho a la salud física o emocional,
desde la lectura de especialistas en dichos temas? De ser así, ¿qué significado adquie-
re entonces el derecho a la salud (que, de acuerdo con ciertas interpretaciones, supone
autocuidado físico y emocional), si potencialmente hay hombres que buscan ser re-
conocidos por sus pares, como un criterio de bienestar y de certezas en su autoestima
y que por ello dejan de cuidarse (desde otras interpretaciones) o incluso se exponen
254 • Juan Guillermo Figueroa Perea
1 La película “Sólo contra sí mismo” fue dirigida por Mikael Hafstrom, Suecia, 2003.
256 • Juan Guillermo Figueroa Perea
de salud pública para atender y curar las causas de morbilidad y mortalidad de los
varones, en términos de los efectos visibles y finales de las mismas, pareciera que
sería más eficiente un cuestionamiento sobre las causas que socialmente legitiman
como referente simbólico el ejercicio de la violencia por parte de los varones hacia
otros varones y hacia otras personas con las cuales llegan a vincularse, pero además
hacía sí mismos, a través de aniquilarse y de no cuidarse.
El tema del suicidio permite e invita a profundizar sobre la soledad comentada an-
teriormente pero, a la vez, sobre el significado del derecho humano a la salud en
la experiencia de los hombres. De acuerdo con múltiples estadísticas, en diferentes
regiones del mundo las tasas de muerte por suicidios son mayores entre hombres que
entre mujeres, pero, a la par, los reportes de intentos de suicidio son más frecuentes
entre mujeres que en el caso de la población masculina.
Son diferentes las razones que se han identificado al tratar de dar cuenta de dichas
diferencias. Una de las mismas tiene que ver con que las mujeres recurren a formas
menos violentas que los hombres y, por ende, estos últimos logran “una efectividad
mayor” al tratar de matarse. Otra interpretación que se propone es que muchas mu-
jeres, en el fondo, no buscaban suicidarse sino pedir ayuda, al tiempo que hacían
evidente su hartazgo o desasosiego ante alguna situación problemática que estaban
viviendo antes del intento, mientras que para los hombres pareciera más difícil bus-
car apoyo de otras personas e incluso pueden ser cuestionados en caso de no lograr
su objetivo de matarse. Es decir, “acaban muriendo también de manera solitaria y
violenta”.
En una noticia de Notimex aparecida en el periódico Milenio en octubre de 2014,
se informa que se decidió sancionar legalmente a una mujer por haber abandonado a
su bebé en una estación del metro, y se argumenta que el motivo fue “omisión de cui-
dado”, bajo la hipótesis de abandono de una persona incapaz de valerse por sí misma
(Courtenay, 2002). Me pregunto si valdría la pena indagar sobre si muchos sujetos
del sexo masculino están expuestos a aprendizajes de género que acaban legitimando
que sean omisos respecto a su propio cuidado. De ser este el caso, ¿habría alguien a
quien responsabilizar al tratar de modificar este escenario?
Una dimensión que vale la pena incorporar en esta serie de reflexiones es el sentido
de “dejarse cuidar”; es decir, el derecho a la salud incluye el acceso a servicios de
salud pero, a la par, el uso de los mismos. En diferentes revistas dedicadas al estu-
dio de los procesos de salud y enfermedad (como la International Journal of Men’s
Health) es frecuente encontrar textos que abordan la pregunta de por qué los hombres
no van a los servicios de salud (Mansfield et al., 2003). Suele hablarse de falta de
promoción de los servicios, de incompatibilidad entre los horarios laborales y los
de servicios, e incluso de las resistencias de la población masculina a reconocerse
El derecho a la salud… • 257
Otra causa importante de muerte entre los hombres tiene que ver con accidentes auto-
movilísticos, en especial en grupos de edades jóvenes. En diferentes estudios se ha
observado que ello no solamente tiene que ver con el consumo de alcohol, sino inclu-
so con el hecho de que se maneja a altas velocidades (Treviño et al., 2014).
En un reportaje realizado en Argentina, se encontró que muchos hombres decla-
raban que no respetan los señalamientos de tránsito ya que “estos están pensados
2 Nora Muñoz encuentra en un grupo de varones jóvenes el enorme peso que continúan teniendo las
normas y reglas socioculturales tradicionales que han sido estipuladas para el género masculino, las cuales
incitan a estos varones a mantener códigos y maneras de hacer tendientes al “descuido” de la salud, debido
a la carga que la cultura y la sociedad han atribuido a las diferencias genéricas (2006: 154).
3 Las cuatro modalidades incluyen: 1. preocuparse por; 2. encargarse de; 3. dar cuidado; 4. recibir
cuidado.
4 Puede verse también el texto de Hausmann et al. (2008). “Women seek for help, men die! Is depres-
para quienes no saben manejar, es decir, las mujeres”. No obstante, las estadísticas
muestran mayores imprudencias al manejar por parte de los hombres (asociadas a
accidentes más violentos, dada una mayor velocidad al conducir) y, por ende, más acci-
dentes producidos por ellos, al margen de que en el imaginario social se hable de que
“las mujeres no saben manejar”, incluso dicho por personas del sexo femenino. Sin
embargo, las tasas de accidentes viales y las de trabajo son superiores en la población
masculina, en parte por la práctica socialmente legitimada de la temeridad, por una
noción de menor vulnerabilidad y por una representación de no necesitar cuidarse
(Gastaldo, 1995; Stillion, 1995). Al parecer, la población masculina tiene serios pro-
blemas, pero no de acceso a servicios de salud, sino de legitimar simbólicamente el
cuidado de su salud como un derecho.
Vale la pena regresar al concepto de derechos humanos como aquellas capacidades
con las que cuentan las personas para poder desarrollarse como tales y que, por lo
mismo, socialmente les son reconocidas para poder ejercer como personas (Bidart,
1989; Madrazo, 1993; García Romero, 1996 y Cervantes, 2001, entre otros). Más
allá de una prerrogativa o privilegio, los caracteriza como humanos y de ahí la necesidad
de asegurarlos, reconocerlos y de construir condiciones sociales para su ejercicio y,
paralelamente, para alertar sobre las condiciones que los inhiben, en particular las que
atentan contra los mismos.
Si se recuerda a Franca Basaglia (1984) cuando señaló, hace tiempo, que muchas
mujeres aprenden a ser “un cuerpo para los otros” derivando en un ser para los de-
más, lo que la literatura sobre masculinidad a veces pareciera reflejar es que muchos
varones aprendemos a “ser un ser para nosotros”, no para los otros, “un ser para sí”, o
bien “un ser autorreferido”. Lo que es muy extraño es que un ser para sí no cuide de
sí; ¿qué pasa con alguien que ve por él, pero no cuida de sí mismo? Es decir, ve por
él simbólicamente, ya que trata de cumplir un estereotipo de la masculinidad, porque
existe una presión de los pares, pero, a la par, fallece prematuramente por ser hombre,
tratando de alcanzar cierto estándar de la masculinidad, en particular a través de no
cuidar de sí mismo.
Este último apartado presenta una serie de preguntas con el fin de estimular reflexio-
nes colectivas alrededor del significado de derecho a la salud en el entorno de una
población que presenta dificultades de acceso simbólico al autocuidado, pero que a la
par experimenta lo que podría denominarse “violencia contra sí mismo”, ya sea por
omisión o por una agresión directa al cuerpo, a partir de interpretar que de esta for-
ma el sujeto se legitima en función de su identidad de género, incluso interpretando
racional o irracionalmente que a través de ello alcanza reconocimiento de sus pares y
que, por tanto, ello le genera una sensación de bienestar.
El derecho a la salud… • 259
¿Qué significa que una persona sea descrita con un comportamiento que puede ser
calificado de “negligencia suicida”? La negligencia es la omisión, el descuido volun-
tario y consciente en la tarea cotidiana que se despliega a través de la realización de
un acto contrario a lo que exige y supone el deber que esa persona realiza. De acuerdo
con Goncalvez et al. (2012), “el suicidio es un acto de autoaniquilamiento, compren-
dido como un malestar multidimensional sufrido por un individuo que identifica un
problema para el cual el autoexterminio es percibido como la mejor solución”.
¿Cómo interpretar que la muerte de un sujeto pueda ser caracterizada como “morir
como hombre”, o bien que se afirme que “ser hombre es malo para la salud”? Lo que
de alguna manera se está asumiendo es que el destino de los sujetos del sexo mascu-
lino está asociado a muertes violentas, en muchos casos originadas por otros hombres
(homicidios y accidentes automovilísticos –de los que son víctimas– como ejemplos),
o bien por una falta de cuidado de sí mismos (por ejemplo, la cirrosis hepática o las
imprudencias en accidentes de trabajo o al manejar). Me pregunto qué significado
tiene académica y políticamente “la negligencia y la imprudencia con respecto a sí
mismo”.
¿Cómo se puede interpretar que en ejercicios de simulación estadística se concluye
que si se redujeran las tasas de muerte de los hombres a los niveles de las observadas
en las mujeres (incluso controlando las derivadas de diferencias biológicas), se evi-
tarían más muertes que teniendo cura para todos los tipos de cáncer (Nesse y Kruger,
2002)? ¿Es un mero juego hipotético o se les puede alertar a los sujetos masculinos
que “traen permanentemente consigo” un factor de riesgo?5
¿Será que resultan suficientes las definiciones que sobre violencia se usan en ciencias
sociales y en algunos ámbitos de política pública, en el proceso de monitorear con-
ductas abusivas, de control y de dominio? La violencia física y psicológica se asume
como un comportamiento que, bien sea por acto o por omisión, tiene el propósito de
lastimar, dañar o lesionar a “otra persona”. Destaco “otra persona”, ya que un “sujeto
enajenado” podría ser motivo de vigilancia o confinamiento, ante el riesgo de que se
dañe a sí mismo. De la misma manera un hijo puede ser retirado de la custodia de sus
progenitores si éstos no son considerados competentes para su cuidado.
¿Qué sucedería entonces con un sujeto que dentro de los estándares de “en pleno
uso de sus facultades mentales” se infringe daños o se deja de cuidar, pero cuando a
5 “El cuidado de sí designa un determinado modo de actuar, una forma de comportarse que se ejerce so-
bre uno mismo, a través de la cual, según Foucault, uno se hace cargo de sí mismo” (Muñoz, 2006: 90).
260 • Juan Guillermo Figueroa Perea
6 ¿Cómo dialogar con Merleau-Ponty (citado por Nora Muñoz, 2006: 78), en términos de que “no es
¿Será que necesitamos una categoría para caracterizar de manera asertiva la falta de
cuidados legitimada socialmente en la experiencia de muchos varones?, ¿qué pasa
con la categoría de negligencia interpretada como un descuido que puede ser objeto
de una demanda penal, cuando ésta es aplicada para un sujeto que se maltrata y se
descuida a sí mismo, generándose una “muerte prematura”?
¿Cómo se podría recuperar la distinción que se hace en el campo de los derechos
respecto al sujeto activo y al sujeto pasivo de un derecho en el tema de la salud,
cuando a la vez se combina con las responsabilidades individuales, institucionales
y colectivas de monitoreo de los procesos de salud y enfermedad?, ¿Qué sentido
tendría esto en términos de política pública y de programas en ámbitos relacionados
con la salud, sin restringirlos a los tradicionalmente identificados en asociación con la
práctica médica? Si se ha reconocido que la masculinidad hegemónica es uno de los
obstáculos principales para ejercer el derecho a la salud, ¿cómo deconstruirlo desde
la lógica de los derechos humanos?
Si bien se reconoce al Estado como un agente corresponsable en el cuidado de la
salud al participar en los procesos educativos para el cuidado individual de la salud,
¿cómo considerarse también los procesos que se desarrollan y que permiten a los in-
dividuos “pre-ocuparse” de su salud (Vieira Pinto, 1973); es decir, prever y ocuparse
previamente de la misma, con el fin de poder influir sobre su entorno?
¿Podría recuperarse la propuesta de Luis Bonino (1995) al identificar microma-
chismos como una forma de desglosar la categoría de machismo a partir de las mi-
crorrelaciones de poder que sugiere Foucault al analizar el poder, quizá desglosando
los aprendizajes de género de muchos sujetos del sexo masculino, que les dificultan
reconocerse frágiles y vulnerables y, por ende, necesitados y dignos de cuidado?,
¿cómo recuperar los recursos sociales que le permiten a los individuos irse apode-
rando del contexto e ir influyendo sobre el mismo, por ejemplo cuestionando sus
identidades de género?
¿Cómo se podría generar una reflexión significativa (desde la lógica del conocimiento
significativo del que se habla en la pedagogía) para interpretar, desde la experiencia
de la población masculina (con su reconocida heterogeneidad), que dicha población
parece presentar serios problemas para ejercer el derecho humano a la salud, pero no
precisamente por falta de acceso, sino por el tipo de discurso asumido al respecto y
por el significado ambivalente que tiene para muchos de ellos el cuidado de su salud
en tanto derecho? Es decir, ¿de qué manera socializar recursos para irse apoderando
del contexto e influir sobre el mismo, al cuestionar identidades de género autodestruc-
tivas y promover una preocupación por la salud como un acto reflexivo?
262 • Juan Guillermo Figueroa Perea
Epílogo
Este texto no pretende aportar respuestas a las preguntas anteriores, sino invitar a
reflexionar alrededor de las mismas, a partir de problematizar certezas en los apren-
dizajes de género y, de paso, los supuestos epistemológicos y gnoseológicos de las
categorías usadas para estudiar el significado del derecho a la salud.
Una propuesta de política pública, de debate y de discusión para cuestionar algu-
nas de las diferentes causas de muerte de los hombres consistiría en problematizar
modelos de masculinidad, de tal manera que los hombres tuviéramos la posibilidad
de resignificar relaciones con nuestro propio cuerpo, porque al hacerlo seguramente
resignificaríamos las relaciones con todos los otros cuerpos con los que regularmente
nos relacionamos.
Vale la pena reflexionar en futuros trabajos sobre la distinción que propone Nora
Muñoz (2006: 157-158), al distinguir autocuidado y cuidado de sí, ya que el primer
término es definido como “el conjunto de acciones intencionadas que realiza la perso-
na para controlar los factores, internos o externos, que pueden comprometer su vida y
desarrollo posterior. Éstas tienen como objeto mantener el funcionamiento íntegro de
la persona de forma independiente”. Esta definición deja entrever que el autocuidado
se orienta a las prácticas y a las actividades que realizan los sujetos para el cuidado de
su salud. En la contraparte, el cuidado de sí se define, en cambio, como “una actitud
en relación con uno mismo, con los otros y con el mundo”, lo que lo ubica como una
categoría global que involucra el autocuidado entre sus componentes fundamentales,
El derecho a la salud… • 263
debido a que, para poder desarrollar el conjunto de acciones que connota el autocuida-
do, debe existir un proceso de construcción de significados que orienten dichas accio-
nes. Así, el conjunto de actitudes que asumen los sujetos (cuidado de sí) se convierte
en una razón sin la cual no sería posible adoptar y desarrollar prácticas (autocuidado)
orientadas al mantenimiento de la salud.
Resulta necesario, por ende, profundizar en las coincidencias y diferencias entre
las categorías de “ser para sí” y “ser que cuida de sí”. Al parecer, los varones son
seres entrenados para “pensar en sí mismos”, como parámetro de referencia de la co-
tidianidad, dentro de una sociedad patriarcal, pero incluso sin necesidad de conocerse
ni justificarse, pues se asumen como el sujeto social de referencia. Sin embargo, si
los varones buscaran hacer sinónimo el “ser para sí” con un “cuidado de sí”, ello los
obligaría a dejar de pensar en sí mismos como el ser de referencia en la organización
social y acabarían relativizándolo, construyendo referentes relacionales en sus inter-
cambios de género y dándole forma a su ser como un “yotro” (Fernández, 2007); es
decir, el yo como el otro, o bien “un sujeto en relación” permanente.
Referencias
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264 • Juan Guillermo Figueroa Perea
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fiado).
__________ (2003). “Hasta donde el cuerpo aguante: género, cuerpo y salud masculina”,
Resumen
Este documento reflexiona sobre los alcances, las restricciones y los desafíos en el recono-
cimiento del trabajo de cuidado, realizado mayoritariamente por mujeres, en las políticas de
desarrollo social y económico de los países latinoamericanos. Con base en un análisis des-
criptivo de las encuestas del uso del tiempo implementadas en el contexto latinoamericano
en los últimos 15 años y situada desde la perspectiva de la economía feminista, destaco los
nodos centrales de discusión en torno a la necesidad de reconocer y cuantificar las tareas y
las actividades que conforman el trabajo de cuidado, como una estrategia para incidir en las
prácticas que orientan la formulación, el diseño e implementación de políticas públicas y en
la transformación, aunque lenta, de los imaginarios socioculturales respecto a las tareas y los
trabajos que se consideran productivos en una sociedad.
Palabras clave: trabajo de cuidado, género, mujer, encuestas de uso del tiempo.
Abstract
This paper reflects on the achievements, constraints and challenges in recognition of care work,
done mostly by women, in the policies for social and economic development of Latin Ameri-
* La autora agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Na-
cional Autónoma de México y al Proyecto papiit ig 300-713 “Género y Globalización en los Debates de la
Historia y la Teoría Social Contemporánea” la publicación de este capítulo en el libro América globalizada.
Reinterpretaciones de las relaciones de género, desafíos y alternativas.
268 • Sandra Milena Franco Patiño
can countries. I chose the perspective of feminist economics for to analyze the use of time in
the housework and care work. Based on surveys implemented in Latin American in the last
15 years, this articles argues the importance of recognize and quantify the tasks and activities
embedded in the housework and care work and it suggest that the statistical evidence about
these works can to be a strategy to influence the practices that guide the formulation, design
and implementation of public policies.
Introducción
1 La discusión sobre el carácter productivo de los trabajos data de 1934, cuando Margaret Reid in-
trodujo el criterio de la tercera persona para considerar las actividades productivas como todas aquellas
“actividades que pueden ser hechas alternativamente por una tercera persona dentro o fuera del hogar
como una actividad de mercado o no y que producen bienes o servicios mercantilizables” (Reid [1936]
citada por Bonke, 1995: 20).
270 • Sandra Milena Franco Patiño
gualdad no deriva directamente de la diferencia de los sexos,2 sino de los valores, las
normas y las creencias socioculturales que fundamentan las identidades masculinas y
femeninas y, con ello, la valoración jerárquica que las sociedades otorgan a los roles
y los trabajos que desempeñan unos y otras.
Desde esta perspectiva, el modelo económico capitalista expresa el carácter es-
tructural y estructurante de la división sexual del trabajo en la jerarquización de los
espacios público y privado, de las personas que de él participan –hombres y muje-
res– y de las actividades que allí se realizan productivas e improductivas. A razón
de ello, desde los años sesenta del siglo xx, las feministas cuestionaron la visión
androcéntrica de la economía neoclásica y marxista y la centralidad en las actividades
del mercado que han caracterizado el ordenamiento económico;3 el androcentrismo,
por cuanto refuerza la supremacía masculina en las actividades del mercado a costa
de invisibilizar o desconocer las actividades que también llevan a cabo las mujeres
en éste, invisibilización que se acompaña de juicios de valor que descalifican la labor
de las mujeres y la subvaloran mediante clasificaciones de las ocupaciones que se
consideran socialmente improductivas o no económicas; la preponderancia de las
actividades mercantiles, porque dicho énfasis omite y excluye un conjunto de traba-
jos (como la alimentación en el hogar, las tareas domésticas, el cuidado de personas
dentro y fuera del hogar, la gestión de recursos) que producen bienes y servicios en
diversos ámbitos de la sociedad (hogar, comunidad, mercado), actividades con o sin
remuneración económica y cultural, orientadas al cuidado de la vida humana, reali-
zadas generalmente por mujeres.
La postura crítica de la economía feminista constituyó una oportunidad para: a) dis-
cutir el carácter productivo de los trabajos intra y extra-domésticos; b) reconocer
el cuidado como un trabajo con contenido material y emocional que hace posible el
bienestar individual, familiar y social; c) destacar el aporte que las mujeres hacen al
funcionamiento del sistema económico.
La consideración de estos componentes condujo a revisar los conceptos y las ca-
tegorías analíticas, eminentemente economicistas, con las que tradicionalmente se
habían estudiado estos temas por resultar insuficientes para explicar la heterogenei-
dad y la variedad de trabajos y actividades socialmente necesarios, las racionalidades
en que se fundamentan y la multiplicidad de instituciones distintas del mercado que
participan de la provisión social del bienestar. Igualmente, condujo a diseñar otros
instrumentos que capten de mejor manera y en mayor medida las complejas formas
de trabajo que se efectúan en el marco de relaciones de mercado o por fuera de ellas,
2 Marta Lamas, “Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género”, Papeles de Población, núm. 21,
julio-septiembre, Toluca, 1999, pp. 147-178; Luz Gabriela Castellanos, “Sexo, género y feminismo: Tres
categorías en pugna”, en Patricia Tovar Rojas (compiladora), Familia, género y antropología: Desafíos y
Transformaciones, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003, pp. 31-65.
3 Amaia Pérez O., “Estrategias feministas de deconstrucción del objeto de estudio de la economía”,
hacia las familias, protección e inclusión sociales, Reunión de expertos, cepal, 2005; Valeria Esquivel, La
economía del cuidado en América Latina. Poniendo los cuidados en el centro de la agenda. pnud, 2011,
pp. 41; Soledad Salvador, Comercio, género y equidad para América Latina: Generando conocimiento
para la acción política. Estudio comparativo de la “economía del cuidado” en Argentina, Brasil, Chile,
Colombia, México y Uruguay, Red Internacional de Género y Comercio, Capítulo Latinoamericano. Dis-
ponible en: <http://www.generoycomercio.org/investigacion.html>.
5 Los antecedentes de la implementación de esta herramienta indican que en Europa (Londres, 1913; la
URSS, 1924) y Estados Unidos (1920 y 1934) se hicieron los primeros desarrollos. Después de la II Gue-
rra Mundial comenzaron a proliferar este tipo de encuestas, entre las que se destacan el llamado Estudio
Szalai, auspiciado por la unesco, entre 1965 y 1966 en 13 ciudades de 11 países (Bélgica, Checoslovaquia,
ex RFA, Francia, Hungría, Bulgaria, Polonia, ex URSS, Estdos Unidos, Yugoslavia). Otros países han
sistematizado este tipo de encuestas, como Holanda, que la realiza cada cinco años, y Dinamarca, Gran
Bretaña y Francia, que la llevan a cabo cada 10 años; Canadá realiza este tipo de estudios como parte de la
General Social Survey. Con menos sistematicidad, países como Bélgica, Alemania, Italiay España cuentan
con experiencias importantes de registros de uso del tiempo.
272 • Sandra Milena Franco Patiño
6 En 2007, doce países latinoamericanos habían aplicado eut. Los pioneros fueron Cuba (1985 y
2002), República Dominicana (1995), México (1996, 2002) y Nicaragua (1998). En la década posterior,
Guatemala (2000 y 2006), Bolivia (2001), Uruguay (2003), Ecuador (2004), Costa Rica (2004), Argentina
(2005), Colombia (2006, 2007) y Panamá (2011) (cepal, 35).
7 Clasificación Internacional de Actividades para Encuestas sobre el Uso del Tiempo (icatus) y otras
relacionadas. Esta clasificación considera actividades generales de manera que puedan incorporarse como
un módulo anexo a las encuestas de hogares. La clasificación es de carácter jerárquico y suma un total de
401 actividades que cada país retoma según sus particularidades e intereses.
8 ops, La economía invisible y las desigualdades de género. La importancia de medir y valorar el
trabajo no remunerado, p. 62. Las cuentas satélites se orientan a incluir aquellas actividades que no se
registran en las cuentas nacionales o que sí se incluyen pero no en suficiente detalle. Estas cuentas saté-
lite permiten cierta redefinición de los conceptos, modificaciones del alcance o de la inclusividad y más
pormenorización, esto explica por qué algunas observaron lo relativo al trabajo no remunerado como
antecedente de las eut.
La medición del tiempo. Oportunidades y desafíos… • 273
Tabla 1
Sistemas de medición de los trabajos doméstico y de cuidados utilizados
por los países latinoamericanos
Estrategias* Descripción Países Año Observaciones
Abarca la variedad y si- Cuba 2001 Encuesta de presupuesto del tiempo
multaneidad de actividades y encuesta sobre el tiempo libre
que se realizan. (cinco municipios).
cional, como en el caso de Cuba, que en el año 2000 incorporó el enfoque de género en el programa de
Desarrollo Humano con el apoyo del pnud, o Chile, que en 2003, en convenio con la oit, orientó esfuerzos
a medir el trabajo infantil y adolescente.
Fuente: cepal (2007). Informe del VIII Encuentro Internacional de Estadísticas de Género para Políticas
Públicas.
• Las encuestas de tareas cortas o largas, caracterizadas por un registro ágil, aunque
restrictivas en el número de horas diarias que contabiliza y en que no captan activi-
274 • Sandra Milena Franco Patiño
Las Encuestas del Uso del Tiempo en América Latina. Una mirada micro
En sus inicios, las eut fueron diseñadas para servir al análisis microsocial de los de-
terminantes de distintas dimensiones del comportamiento de las familias y los hoga-
res (patrones de consumo, utilización del tiempo libre, usos de medios de transporte,
entre otros); sin embargo, desde que la Plataforma para la Acción de Beijing instara
a los países a relevar encuestas de uso del tiempo para medir “cuantitativamente el
valor del trabajo no remunerado que no se incluye en las cuentas nacionales, por
ejemplo, el cuidado de los familiares a cargo y la preparación de alimentos”,9 y con
el acompañamiento de la cepal y el pnud, éstas han sido utilizadas para medir el tra-
bajo doméstico y el trabajo de cuidados no remunerados. Además de compatibilizar
las Cuentas Satélites de producción y consumo de los servicios no remunerados de
los hogares con los aportes al cuidado de la salud y la disminución de la pobreza que
éstos realizan, se buscó incorporar los sistemas de estadísticas nacionales, sistemas
de información con perspectiva de género que hicieran posible institucionalizar y
legitimar indicadores claves, útiles y comparables entre países sobre el empleo del
tiempo; así como también permitir la sistematicidad y periodicidad en la recogida de
los datos.
Desde esta perspectiva, las eut –bien sea como encuestas específicas o como mó-
dulos conexos a las encuestas de hogares– constituyen una oportunidad para explorar
la distribución del tiempo al interior de los hogares, de manera que se pueda disponer
de información detallada del conjunto de actividades y tareas10 que despliegan los
diversos miembros de las familias (según edad, sexo, tipo de hogar, estrato social,
durante el día (trabajo, ocio, descanso), mientras que las tareas remiten a una forma de trabajo que puede
ser remunerado o no.
La medición del tiempo. Oportunidades y desafíos… • 275
11 Vivian Milosavljevic y Odette Tacla, “Las encuestas de uso del tiempo, su diseño y aplicación”, X
Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, Quito, Unidad Mujer y Desarrollo-
cepal, 2007.
12 V. Esquivel y Elizabeth Jelin, “Hacia la conceptualización del cuidado”, Documento conceptual del
proyecto La economía política y social del cuidado. Un enfoque intersectorial para promover la igualdad
de género y los derechos humanos de mujeres, niños, niñas y adolescentes. Versión preliminar. Buenos
Aires, ides/unicef/unfpa, 2009.
13 Según datos de la onu, 2006.
276 • Sandra Milena Franco Patiño
Como se ha mencionado, las eut han sido una opción útil para evidenciar las dobles
y triples jornadas de trabajo que enfrentan las mujeres al verse obligadas a alternar su
participación en el mercado laboral con el trabajo doméstico y el trabajo de cuidados,
culturalmente concebidos como su principal labor y al que dedican la mayor parte de
su tiempo. Aunque estos registros han alcanzado cierto grado de institucionalidad que
ayuda a superar la ideologización de las cuestiones de subordinación y segregación
como exclusivo y propio de “las feministas” y, en ese sentido, posicionar hoy a los
cuidados como un hecho social de bienestar en el que tanto el Estado como la socie-
dad en general cumplen un papel sustancial, persisten algunas restricciones teóricas
y metodológicas para delimitar, medir y contabilizar lo concerniente al trabajosdo-
méstico y el trabajo de cuidado. Por un lado, por el contenido ideológico sociocultu-
ralmente otorgado a estos trabajos y, por otro, por la superposición y la simultaneidad
que caracterizan su desempeño en la cotidianidad.
Estas restricciones van más allá de cuestiones meramente técnicas o analíticas;
expresan cierta forma de entender la realidad y, acorde con ello, intervenirla. En esta
perspectiva, es interesante ver la heterogeneidad en la manera de nombrar y clasifi-
car las tareas y las actividades que conforman el trabajo doméstico y el trabajo de
cuidados, no sólo por las particularidades culturales y de organización social de los
países, sino también porque en ellas es posible identificar ciertos paradigmas que,
aunque situados desde la perspectiva de género o feministas, posicionan imaginarios,
representaciones y prácticas en relación con el qué y el cómo de la igualdad social.
Así como el Estado a través de las políticas sociales y económicas incide en la repro-
ducción y/o modificación de prácticas sociales de desigualdad de género, los técnicos
y los académicos hacemos lo propio cuando intervenimos en procesos sociales sobre
los que consideramos necesario actuar.
¿Cómo se entiende el trabajo doméstico y el trabajo de cuidados en las eut? ¿Cuá-
les son los ejes analíticos que se han privilegiado para la caracterización y la contabili-
zación del tiempo de los trabajos? ¿Qué potencialidades y qué desafíos plantean estos
análisis? Los anteriores son algunas de las interrogantes que orientan el examen a las
tareas y las actividades que conforman la medición del tiempo de trabajos domésticos
y de cuidados implementadas en América Latina en los últimos años (Tabla 2).
La medición del tiempo. Oportunidades y desafíos… • 277
Tabla 2
Tareas y actividades que conforman el trabajo doméstico
y el trabajo de cuidados en las eut en América Latina
Trabajo doméstico
País Trabajo de cuidado
Alimentación Limpieza Gestiones
Preparación Vivienda Compras cotidianas - Apoyo a personas con
alimentos Compras mayores limitaciones
Ropa/ calzado Trámites/pago de - Apoyo y cuidado de niños
México
servicios
Reparación/construcción
de la vivienda
Cocinar Quehaceres del Compras - Cuidar enfermos
hogar (lavar platos, Reparar casa - Cuidar niños
Nicaragua
lavar ropa, planchar, Recoger leña
limpiar la casa) Recoger agua
Preparación de Arreglo de la casa Compras en mercados - Cuidar niños, ancianos y
Ecuador alimentos (limpieza) enfermos
Arreglo de ropa - Tareas escolares
Cocinar Limpieza Traer leña Cuidar niños
Lavar trastes Acarrear agua
Guatemala
Lavar ropa
Sacar basura
Cuidar y/o asear la casa Compras en ferias o Cuidar niños y ancianos
Lavar y/o planchar mercados
Arreglar y/o mantener la
vivienda
Bolivia
Acarrear leña y/o agua
Cría de animales y/o
cultivos para el consumo
del hogar
Actividades Aseo de la vivienda Construcción y repara- Cuidado de niños y ado-
culinarias Arreglo de ropa ciones lescentes
Compras Cuidados a enfermos no
Gerencia u organización crónicos y otros cuidados
de personas de toda edad
Panamá
Discapacitados con aten-
ción cotidiana
Ayudas gratuitas en los
hogares
Trabajo voluntario
Preparar comidas Limpiar Hacer compras Cuidado de niños y adultos
Cuba Alimentar niños Lavar Hacer gestiones Enseñar niños
Acompañar niños
Oficios en su Elaborar prendas de Labores del campo o en Cuidar o atender niños
hogar vestir o tejidos para la cría de animales Cuidar personas enfermas,
Oficios en otros miembros hogar Asistir a cursos o eventos ancianas o discapacitadas
hogares e institu- de capacitación Trabajos comunitarios
Colombia
ciones Autoconstrucción de o voluntarios en obras
vivienda comunitarias públicas
Participar en otras activida-
des cívicas o sociales
Fuente: Elaboración propia con base en la revisión de las eut de estos países.
278 • Sandra Milena Franco Patiño
Los estudios sobre el trabajo doméstico están anclados a los desarrollos de las
teorías marxistas que buscaban comprender la relación entre capitalismo y la división
sexual del trabajo. Enfatizaban en los procesos de reproducción biológica, cotidiana
y social que se desplegaban por las tareas domésticas, las cuales incluyen tanto la
subsistencia de los miembros de la familia (mantenimiento de la vivienda, procesos
nutricionales, arreglo de ropa), como el cuidado de personas dependientes (niños,
niñas, adultos mayores, enfermos, personas en situación de discapacidad).
La superposición entre tareas domésticas y de cuidado como características de
la domesticidad fue tensionada por otras corrientes feministas debido a que no
toda la reproducción social tiene lugar en el ámbito del hogar, sino que otras esferas
como la comunidad, las organizaciones de ayuda y el mercado participan en la pro-
visión de éstos. Asimismo, al subsumir el trabajo de cuidados como una labor más
en el conjunto de las tareas domésticas, se perdieron de vista las particularidades
que asume el cuidado como un factor de bienestar, y se sostenía la familiarización y
feminización con la que se caracteriza esta tarea. Estas nuevas problematizaciones
–impulsadas por las feministas anglosajonas– dieron lugar a la emergencia del trabajo
de cuidados como un objeto de análisis de la economía y la sociología feminista. Este
desplazamiento conceptual subraya una dimensión microeconómica de las relaciones
entre el cuidado de dependientes y la disponibilidad y acceso de estos servicios a
cargo del Estado. “La economía del cuidado extiende las fronteras del trabajo repro-
ductivo para analizar también cómo el contenido de cuidado de ciertas ocupaciones,
usualmente feminizadas, penaliza también a los trabajadores y trabajadoras que se
desempeñan en ellas”.14 De ahí que la dimensión material de los cuidados –el traba-
jo– explore en quienes desempeñan esta labor (mujeres/hombres de diversa edad); el
ámbito en el que se efectúa (hogar, comunidad, mercado); el marco de relaciones en
que se desarrolla (familiares, contractuales, de solidaridad); el tipo de remuneración
(con o sin recepción de ingresos).
Situada en estos referentes, el examen crítico a las actividades que registran las eut
en América Latina presentadas en la Tabla 2 evidencian que las tareas domésticas se
concentran en tres aspectos básicos: alimentación, limpieza y gestiones. No obstante,
llama la atención el tratamiento generalizado que se le otorga a las tareas alimentarias,
toda vez que, del conjunto de tareas domésticas, éstas son las que más tiempo, energía
y dedicación requieren;15 son tareas delegadas y atribuidas casi exclusivamente a las
mujeres-madres en el hogar y son las que connotan mayor valor simbólico por cuanto
17 Cristina Carrasco, Cristina Borderías y Teresa Torns (eds.), El trabajo de cuidados. Historia, teoría
y políticas, p. 64.
18Ana Domínguez et al., Tiempo, temporalidades y géneros en contextos, p. 7.
19 Sandra Milena Franco, “El sostén de la vida. La alimentación familiar como trabajo de cuidado. Un
estudio en Marmato (Caldas, Colombia)”, Tesis doctoral, Flacso, Buenos Aires, 2013.
La medición del tiempo. Oportunidades y desafíos… • 281
les dedican 2 horas más a esta labor (10 horas diarias). La mayor diferencia por zonas
se destaca en Pinar del Río, donde las mujeres del área urbana dedican 8 horas y 20
minutos, versus 12 horas y 24 minutos de las mujeres de la zona rural. Al compararlos
por sexo, los hombres trabajan en labores domésticas tres horas menos por día respec-
to de las mujeres; incluso en los municipios de Pinar del Río y Guisa, en el área rural
la diferencia en la participación entre hombres y mujeres alcanza las 5 y 6 horas.
El trabajo doméstico dentro del hogar (que incluye población mayor de 15 años)
se caracteriza por ser principalmente femenino. En todos los municipios, ya sea zona
urbana o rural, las mujeres tienen la mayor carga doméstica dentro del hogar, aunque
llama la atención que los hombres de las zonas rurales tienen mayor participación en
estas labores que los del área urbana (2.3 horas versus 1.2, respectivamente).
En Panamá, la primera eut22 aplicada en 2011 analiza las horas promedio de la
semana que los integrantes de las familias urbanas de 15 años y más dedican a los
trabajos. En la participación en las tareas domésticas, en promedio, las mujeres tra-
bajan el doble de horas que los hombres. Las mujeres entre los 30 y 39 años de edad
dedican 32 horas en promedio a la semana en trabajos domésticos y de cuidados,
mientras que los hombres sólo dedican 15 horas. La distribución porcentual de horas
semanales de los integrantes del área urbana expresan con claridad la diferencia en
la dedicación de tiempo a las tareas según la ideología de género. Mientras que la
distribución porcentual de las mujeres en las tareas culinarias es de 80.2%, la de los
hombres es apenas de 19.8%, mientras que en las tareas relativas a construcción y
reparaciones de la vivienda la distribución porcentual de horas para los hombres es de
78.2% respecto a 21.8% de la distribución de las mujeres. Es en las compras donde se
evidencia una distribución porcentual más igualitaria: 57.3% de las mujeres respecto
a 42.7% de los hombres.
En relación con el uso del tiempo en los trabajos remunerados y no remunerados de
hombres y mujeres en Colombia,23 los hallazgos indican que son las mujeres quienes
mayormente se dedican a trabajos no remunerados. A nivel nacional, 90.4% de las
mujeres que participaban en el mercado laboral declaró haber realizado actividades
no remuneradas, frente a 54.8% de los hombres. A nivel urbano, dicha proporción
disminuye levemente tanto para mujeres como para hombres, mientras que en el área
rural aumenta para ambos.
Respecto al tipo de actividades no remuneradas realizadas, se observan igualmente
diferencias entre hombres y mujeres. En 2008 la población femenina que reportó ha-
ber realizado oficios en su hogar fue cerca del doble que la masculina a nivel nacional
y urbano, y más del doble en el área rural. En relación con el cuidado de niños(as) a
nivel nacional y urbano, la proporción de mujeres que realizó esta actividad fue más
del doble que la de hombres, y a nivel rural fue más del triple.
Valoraciones más recientes24 –eut aplicada en 2011– muestran que el porcentaje
de participación más alto en actividades de trabajo no comprendidas en el Sistema de
Cuentas Nacionales por parte de los hombres es en labores de limpieza, mantenimien-
to y reparación del hogar (33.4%) y compras y administración del hogar (22.2%),
mientras que la participación de las mujeres se concentra en 72.3% en el suministro
de alimentos a miembros del hogar, limpieza, mantenimiento y reparación para el
hogar (68.5%) y mantenimiento de vestuario para las personas del hogar (40%). Se-
paradas por zonas, se encuentra que la participación en estas actividades es mayor en
las zonas rurales respecto a las urbanas y, dentro de aquéllas, las mujeres detentan el
más alto porcentaje de participación.
a) Las dificultades para diferenciar actividades por hogares según zona de residencia
(urbana/rural) y clase social (altas, medias y pobres) que posibilite entender las
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Síntesis curriculares • 287
SÍNTESIS CURRICULARES
Editoras
la Mujer. La Historia de las Mujeres, volumen 44, número 44. Coautora, junto con el
doctor Alberto Suárez, de un texto publicado por el Centro de Estudios de la Mujer,
Universidad Central de Venezuela, 2015; “El trabajo por amor a dios y por un lugar
en el cielo”, en Ra Ximhai, volumen 10, diciembre de 2014, Universidad Autónoma
Indígena de México. Correo electrónico: <generoyglobalizacion@gmail.com>.
Autoras y autores
Andrea Andújar
Maestra en Ciencias en Estudios del Desarrollo Rural, Área de Género: Mujer Ru-
ral en el Colegio de Posgraduados. Investigadora auxiliar adjunta en el Colegio de
Posgraduados, campus Montecillos. Sus temáticas de investigación están enfocadas
a género, mujeres rurales, trabajo infantil, violencia de género y violencia escolar,
educación y migración. Correo electrónico: <madel@colpos.mx>.