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EL DESCUBRIMIENTO DEL ESPÍRITU

los hechos tal como los vemos y reconocer «lo que es». A~I XIV.
para Hesíodo la «virtud», la areté, se convierte en ob jeto dr
«visión interior», bien que los valores morales no «exist('ll EL DESCUBRIM IE NTO DE LA
en el sentido de que se los pueda «ver». Esto abre a la ld11 H UMANIDAD Y NUESTRA POSTURA
sofía el «camino de la búsqueda», que da origen a la cic111111 RESPECTO DE LOS GRIEGOS
europea. Hay que admitir, ciertamente, que la ulterior l'Vn
lución del símbolo del camino deja claro que la grandeza d, 1
pensamiento griego, que la ha hecho posible, tiene tamhu 11 Si nos ponemos a reflexionar sobre el significado que tiene
sus límites. ¡,,,ra nosotros el mu ndo antiguo, enseguida nos viene a la
111l·nte la palabra humanismo, a la que se agregan otras aso -
' 1.,cíon es no siempre ag radables a nuestro recuerdo. P ero
podemos sin escrúpulos deja r esta p alabra de lado, pues es
l lTiente y no fue acuñada hasta r 8 o 8 por un profeso r de

l111chillerato b ávaro (que era amigo de Hegel) .' En cambio,


l,1 palabra humanista y los conceptos studia humanitatis y
11·1· humaniores son más antiguos. Lo «humano>> parece ser,

p11es, el objeto de los estudios clásicos, pero el problema es


,¡11e quien habla de «humano» y «humanismo» y reconoce
,1~í al hombre una dignidad particular entra en cont radicción
, l>n el uso del término en griego clásico. Efectivamente, las 7
p:1labras «humano» y «humanidad» adquieren un tono so-
ll'mne cuando se las contrapone al b árb aro o al animal irra-
1 ional. P ero cuando los griegos de la época arcaica y clásica

dicen «hombre», ven en la palabra lo opuesto a divinidad: el _


l1ombre es mortal (~ poi:óc; [brotós], 0vrrróc; [thnetós]) frente

1
F. J. N iethammer, Der Streit des Philanthropismus und des H uma-
111 1111us in der Theorie des Erziehungsunterrichts unserer Zeit. Cfr. Walter
Hiicgg, Cicero und der Hu manismus. Formale Untersuchunchen über Pe-
1,11rca und Erasmus , Zúrich, r 946, p. 2 y ss. La palabra «humanista» está
,11 \'Stiguada desde 178 4 y «humanista» en su fo rma it aliana desde 15 3 8 . Cfr.
Hi'u.:gg, p. 3 y r 29 . Apropósito de este animado debate sobre el humanismo ,
, 1r. Hans Reiner, Die Sammlung, 19 4 9 / 5 o; F ranz Bechmann , Humanitas,
1•1 12; W. Schmid, Gnomon, 28 , 1 956 , p. 589 y ss.; H. Rüdiger, G eschichte
,¡,., Textüberlie/erung, I, 19 6 r, p. 52 6 .

422 4 2~
.,_,./
EL DESCUBRIMIENTO DE L E S PÍR I TU E L DESCUBRIM I ENTO D E LA H UMA NI D A D

a los inmortales (&0ávato L [athánatoi] ),2 una criatura frágil . En cambio, el contemporáneo de Platón, Isócrates, habla
la sombra de un sueño . de un modo muy distinto cuando señala ( 1 5, 2 53 = 3, 5) en
La contradicción interna por la que, desde hace un sigl(l qué se distingue el homb re del animal: gracias a su facultad
y medio, llamamos «humanidades» a los estudios sob re l., de hablar y convencer, han surgido las ciudades, las leyes,
Antigüedad griega, esto es, un período para el que el hombn las artes y los oficios, en una palabra, toda la civilización, y
no era tenido particularmente en gran valor, revela que aq111 más adelante (2 9 3) exhorta a los atenienses a perfeccionarse
ha habido un a confusión y corremos el peligro de caer en l., en la oratoria mediante la «educación» (paideia), «pues vo-
trampa de los tópicos; la única manera de resolverla será un., sotros os distinguís de todos los demás por lo que distingue
reflexión histórica que tal vez nos h aga ver que la contradi( al hombre del animal y al griego del bárbaro, por cuanto
ción señalada tien e un a causa objetiva que conviene tom:11 poseéis una mejor educación (mJtmóEDo0m [pepáidesthai] )
en serio y ob edece a cuestiones canden tes . para pensar y hablar». 4 Cicerón retom a esta idea (De inv. 1 ,
De vez en cuando se oye decir que los griegos, en su arlt' 4 , 4; también De ar. 1 , 31 ; 32, 3 3) : «A mi parecer, los hom-
clásico, no representaron al homb re con sus contingencia:-, bres se distinguen de los animales porque pueden hablar.
sino al «h ombre en sí», la «idea del hombre», como se di Por esta razón encuentro espléndido que alguien sobresalga
ría quizá platónicamente. P ero esta manera de hablar no l'~ entre los mismos hombres en aquello que los distingue de
griega y mucho menos platónica. Jamás un griego habló e11 los animales». Lo que caracteriza al hombre, el lenguaje y la
serio de la idea del.hombre. 3 Platón la evoca una sola V("t educación, es también hum anidad para Cicerón : una idea
en broma, asociándola a la idea del fuego y del agua, seguid., que ha tomado directamente de Isócrates y que transmite a
de la idea del cabello, la su ciedad y el cieno (Parménidc1, Petrarca. 5 Al igual que para Isócrates el orgullo de ser hom-
13 o c). Si se quiere describir las estatuas del siglo v con pa bre se asocia al orgullo nacional de ser griego y ateniense, el
labras de la época, se puede decir que representan persorn1:- rom ano es para Petrarca el «hombre» en sentido específico:
bellas o perfectas o también «semejan tes a los dioses», parn ambos se sienten miembros del más culto de los pueblos , y
utilizar una expresión utilizada con frecu encia en la antigu:1 esto significa el más elocuente.
......., poesía lírica para ensalzar a alguien . La norma y los valorl':- Otros ejemplos muestran que el siglo IV asocia el orgullo
radican todavía para Platón en lo divino , no en lo humano. de ser hombre al orgullo de ser culto. Se cita a este propósi-
to la sentencia del discípulo de Sócrates, Aristipo: 6 «Antes
mendigo que ignorante, pues al primero le falta dinero , pero
" Rudolf Pfeiffer, Humanitas Erasmia, StÚdien der Bibliothek Wa1
burg, 22, 1931, p. 2, nota 3.
4
3 Las consideraciones siguientes acerca de Platón, Isócrates, Cicero11 Cfr. también exposiciones an álogas en 4 , 4 7 y s. , donde se dice (5 o) :
y Aristipo se deben a E. Kapp, Gott. Gel, Anzeiger, 193 5, p. 3 3 3 y ss. (3 J·t, «Nuestra ciudad se ha distanciado tanto de los otros homb res gracias al
3) = GesammelteSchri/ten, p . 35 y ss. (36, 5). «La idea de hombre» ap:1 pensamiento y a la palabra ... que el nombre de "griego " designamás a_quien
rece ocasionalmente en el clasicismo alemán , por ejemplo en Wieland, l?articipa de nuestra "educación" (paídeusis) que a quien tiene el mi§q10
Agathodi:imon (II, 3, 58), pero no en Goethe, según rpe ha comunicado prigen que nosotros».
5 Rüegg, p . 2 9, nota 4 .
Uwe P etersen tras un profundo estudio del material reunido en el «Goet/)1'
6
Worterbuch» de la edición de Hamburgo. Diógenes Laercio, 2, 8 , 7 o .

424 4 25
EL DESCUBRIMIENTO DEL ESPÍRITU E L DESC UB RI MIEN TO DE LA HUMAN I DAD

al segundo humanidad (av8pwmoµós; [anthropismós])», , fundamentar la fe en la existencia de algo superior al hombre,


se decía de él que, h abiendo naufragado, fue a parar a l.1, fuera de él, que le impone obligaciones, y argumentar que
costas de Rodas y, al ver figuras geométricas en la arena, g11 Dios es la medida de todas las cosas ,'º Isócrates declara con
tó a sus compañeros: «¡Ánimo, veo huellas de hombres>• los sofistas que es el hombre la medida de todas las cosas. Si
Este pensamiento se expresa de la forma más directa en la, bien esta autonomía del hombre p rovocó al p rincipio un sen-
palabras que Hermipo atribuye a Tales: 8 «Tres cosas dd 11, timiento de inseguridad e incertidumbr e-cosa que no sor-
agradecer al destino. Primera, haber nacido hombre y 110 prende, puesto que la fragilidad del ser h u mano era de sobra
animal; segunda, ser hombre y no mujer, y tercera, ser grÍCI',• 1 conocida y Eurípides lo expresó de modo conmovedor- ,
y no bárbaro», y de la m anera más simple en la anécdota q111 los fru tos propios de esta ilustración, la retórica, el saber y
se contaba de Estilpón, un filósofo de la época de Alejand I o la cultura, crearon un n uevo sen timiento de orgullo, mez-
Magno (Diógenes Laercio, 2,115): Cuando Demetrio Polio, clado desde el principio, sin embargo, con una b uena dosis
cetes le pide, tras la conquista de Mégara, que haga un a lis1,1 de vanidad sofista. Isócrates reivindica que él, corno Platón,
de todas las cosas que se habían perdido en el saqueo de :- 11 enseñaba «filosofía» ; se aparta de los abogados plebeyos, de
casa, él respondió: nadie se ha llevado de mi casa la cult11111 los demócratas radicales y de los maestros de la elocuencia
(paideia). 9 que, sin formación, sólo b uscab an su propio p rovecho aun
Platón buscaba lo divino por el arduo camino de la filo con medios dudosos, y con la misma re solución combate a
sofía; Isócrates recomendaba la cultura universal del orado, los erísticos y los dialécticos , que sólo persiguen disputas
como filosofía más útil; Aristipo enseñaba una ética hedoni st 11 inútiles; entre ellos se encuentra, según él, también Platón.
y prosiguió a su manera las doctrinas de Sócrates com o forn111 U na sociedad aristocrática, cuyos miembros, descendien-
de vida; no sin razón Wieland lo describe en su novela con 1t • tes de los dioses, cultivaron los antiguos ideales caballerescos
caballero intelectualmente superior, amante sin reservas d, hasta comienzos del siglo v o, como fue el caso, hasta la gue-
los goces de esta vida. En Isócrates esta nueva conciencia d, rra del Peloponeso dirigieron la p olítica de la ciudad, ya no
sí mismo que tiene el hombre procede de la alta sociedad existe en la Atenas del siglo I V; el último intento de defender
ática de finales del siglo v , en la que los sofistas enseñab:111 los antiguos derechos de clase m ediante la educación sofista
la cultura y la retórica. Como la filosofía de Sócrates y <1, e imponer la moral de señores y la idea de superhombres a
Platón, es el resultado de la ilustración átic~. Pero, rnienl r:i, la masa que despreciab an terminó en un a salvaje crueldad y
que Platón, que sigue las huellas de Sócrates, trata a su ve7. d, quedó definitivamente comprometida con el gobierno de los

1
7 Vitruvio, 6, 11; cfr. Ci~erón, De resp., I, 29 (también Gott. Gel. /111
9 3 5, p. 3 3 4 = kl. Schr. p . 3 6).
------
treinta tiranos. Así, la concien cia democrática según la cual
lodos los ciudadanos no sólo poseían los mismos derechos,
sino también al men os la posib ilidad de tener el mismo valor,
8
Diógenes Laercio, 1 , 3 3 . se impuso incluso entre los aristócratas influenciados por el
9 El modelo de esta anécdota es la que Cicerón cuenta de Bías, qu i, 11

en una ocasión parecida, habría contestado: omnia m((.fl mecum porto. 1'111
sofismo , y en una medida tal, que la gente culta, a p esar del
otro lado, tampoco se trata de una historia antigua (ver W.Jaeger, Paúln,1
10
II, 122). P latón, Leg. , 7 16 e; ver también Resp . 497 e y 500 6-d.
EL D ES CU B RIM I ENTO DEL ESPÍRITU E L DESCU B RIMI EN TO D E LA HUMANIDAD

orgullo por su cultura, p or ser griegos y atenienses, aprendie ción: el homb re consciente de su p ropia deb ilid ad no tratará
ron a respetar al ser humano como tal. En adelante, la cultura a sus semejantes con dureza y tiranía. Estas amonestaciones
es con cebida como la esencia misma del hombre. El hombrl' no suponen todavía una dignidad y una fraternidad humana
«culto» mira por encima del homb ro al animal y al bárbaro. universal, aunque allanan el camino alas ideas del siglo IV; la
Ya H esíodo se preguntaba en qué aventaja el hombre ~il sentencia de Antígona: «No comparto el odio, sin o el amor»
animal (Trabajos, 277 y ss .): los animales se devoran entrl' se refiere todavía a los philoi, los parientes y los amigos, pues
ellos, el hombre conoce la díke, la justicia. Paniasis (fr. 14 a menudo se dice que hay que vivir «p ara darles alegría», de
K) elogia el vino como medio para fomentar una compañía donde se deduce que uno pu ede perjudicar tranquilamente
«humana» alegre mientras se canta. P ara Heráclito, el animal a sus enemigos.
posee menos lagos que el hombre.' ' Con su Medea Eurípides representa por primera vez a
Al principio los hombres se sentían unidos por la con una figura humana que suscita piedad por el solo hecho de
ciencia de que todos somos mortales igualmente débiles, qrn· hab er sido atormentada: esta mujer b árbara, privada de dere-
caducan como las hojas de los árboles. P ero es en el siglo J v chos, tiene únicamente a su favor el derecho del ser humano
cuando se empieza a considerar al «semejante» como tal. Y:1 en sí. P ero esta Medea es a la vez la prim era persona cuyos
en tiempos anteriores, ciertamente, los hombres se sentía n sentimientos y pensamientos se explican exclusivamente a
obligados a ayudar al prójimo y a tratarlo amistosament<:, partir del alma humana y que, a pesar de ser una bárbara, es
p ero este sentimiento no se b asaba en la consideración de qul' superior a los demás en cultura y en elocuencia. Cuando el
el hombre, en tan to que homb re, poseyera valor y dignidad . hombre se emancipa por p rimera vez de los dioses, aparece
Cuando se dice p or ejemplo en la Odisea, 8 ,5 4 6: «Como u11 el poder del espíritu humano autónomo y la invulnerabilidad
hermano es el extranjero y el suplicante» o 6, 2 o 7 : «Pues <.k del derecho h umano a la justicia.
Zeus vienen todos los huésp edes y mendigos», se quiere deci1 Las estelas funerarias áticasn son testimonio de la rapi-
que es un deber religioso acoger al desvalido. Y cuando el dez con que se extien de la con ciencia del derech o del hom -
horror a toda crueldad se hace patente de modo tan nota bit· bre; desde el bajorrelieve de Hegeso , por tanto h acia el año
in cluso entre los héroes de la Ilíada, se trata de una actitud 420 a. C. unos doce años después de la Medea de Eurípides,
que forma parte de las bu en as costumbres de una aristocraci :1 presentan a las esclavas al lado de sus señoras casi con los
consciente de su posición, que observa el orden y la modc mismos derech os que ellas y las acompañan de una forma
ración y se distin gue por ello de los asiáticos. También esto impregnada de dignidad hum ana.
está asociado a ideas religiosas , no sólo porque los dioses da11 Después de la guerra del Pelop oneso, cuando el deber
ejemplo de la vida en sociedad, sino sobre todo porque toda religioso hacia el prójimo necesitado y el resp eto al grupo
«presunción», toda trasgresión del orden, excede los límitt·s social al que u no pertenecía ya no eran sentidos en general
impuestos al hombre. Los ejemplos míticos de las epopeyas
homéricas exhortan sobre todo a la modestia y la modera 12
Debo esta indicación a E. Bielefeldt. Cfr. E. Buschor, Euripides
Medea, Hippolytos, Herakles übertragen und erUiutert, 1952, p. 84 . Ver
Il Cfr. supra, p . 243 y s. principalmente Eur. Alk. p. r 9 2 y ss.
EL DE SC U BR I MIEN TO DEL E S P ÍRIT U E L D E SC U B RI M I E NTO DE LA H UMANI D A D

como de estricta observancia, encontramos en Atenas un es- de las consideraciones griegas y romanas acerca de la amis-
trato de hombres cultos, democratizados interiormente, por tad. En la frase citada, la p alabra «filan tropía» se eleva a la
d ecirlo así, que, orgullosos de su propia «hu manidad» , atri- esfera jurídica: la «humanidad» se opone al derecho estricto
buyen al individuo una dignidad indepen diente de su edu- en vigor en tanto que sentimiento de equidad que el buen ge-
cación . Como en Eu rípides, este sentimiento de simp atía por neral recomien da. P ero en otros pasajes en los que Jenofonte
el homb re se transp arenta p rincipalmente cuando alguien es habla de la filantropía' 8 de Ciro, no emplea la p alabra en
víctima de una injusticia; así, en la fórmula: «Quien da falso sentido jurídico; se refiere a una disposición benévola hacia
testimonio e injustamente causa la desgracia a alguien» 11 o , los demás que comprende, por ejemplo , la hospitalidad y
m ás claro todavía, cu ando J enofon te dice del rey Agesilao : la b eneficencia. La ép oca primitiva usa la palabra particu-
«A menud o ordenab a a los sold ados que no se vengaran de larmente con referencia a los dioses, que hacen bien a los
los prisioneros como si fueran criminales, sino que los pro- hombres .19 En el siglo IV filantropía d esigna a menudo la
tegieran como hombres».' 4 Más adelante dice Jenofonte de 2
afabilidad d e un soberano º o más o menos lo que H omero
Agesilao que, cuando no podía tomar una ciudad por la fuer- llama philophrosyne, así como la cualidad de quien no se deja
za, latomab a por «filantropía» , por «amor a la h umanidad»;' 1 llevar sin más por su thymós, sino que lo rep rime y domina
las palabras «filantrop ía» y «filántropo» aparecen con fre- (Ilíada, 9, 255 y s.), es µ EL ALXOS [méilichos], dulce, flexible,
cuencia en el siglo I V , cuando se manifiesta el sentimiento y no oúr¡pói; [sklerós], duro, o a-u0ác,rii; [authádes], brusco,
d e que el desvalido y el qu e sufre «también es un h ombre».'1' pero no designa sólo el estado anímico de la p ersona , sino
Así, Ciro, enJ enofonte, dice a sus soldad os: «Es una ley eter- que también expresa el hecho de que alguien trata amable-
na .entre los h ombres que, cuando se conquista una ciudad, mente a otros por los que n o tendría por qué preocuparse de
los h abitantes y sus bienes perten ecen a los conquistadores . modo especial. Y así Isócrates recomienda al rey Filipo de
No cometéis, p ues, inj usticia si les arreb atáis cuan to podéis; Macedonia la fil antropía junto con la b enevolencia, EÚVOLa
p ero, si algo les d ejáis, lo haréis por filantropía».' 7 P araJ eno [éunoia ] (5 , 114 ), y la mansedumbre, n pc;xÓTTJS [praótes] (5,
fonte Ciro es el prototipo del príncipe «humano», aunque s11 r r 6) . Si bien filantropía y filántropo no son términos jurídi-
humanidad se basa todavía por en tero en la idea de que las cos, sin emb argo aparecen en los discursos del siglo I V junto
buenas obras son recompensadas, una idea que conocemos con las p alab ras benevolencia, mansedumb re y compasión
W,rni; [éleos]) y se int roducen en los conceptos ju rídicos.2 1

1
3 Andócides 1, 7 = Lis . 19 , 14. El con cepto general p ara esta n ueva «humanid ad» es precisa-
14 Jen. A ges. , , 2 , . Pfeiffer cita este pasaje, así como el de la nota pn· 22
mente «filantropía». Sin embargo, esta «humanidad» tenía
cedente, op. cit.
15 I , 2 2 .
18
16
Cfr. S. Tromp De Ruiter, «De vocis quae est qn Aav0pw:n; La [ph, Jen. Cir. 1 , 2, 1; 8 , 2 , 1; cfr. 1 , 3, 1; 8 , 4, 7 1 , etc.
9
lanthropía] significatio ne atque usu», Mnemosyne, 59, 1932, p. 272 -30 (, , ' Los e jemplos más antiguos se encuentran en Esquilo, Prom . 10 y s.
H . H unger, «Philanthropia. Eine griechische Wo rtpragung auf ihr<:111 y 2 8 ; cfr. II 9 .
2
Wege von Aischylos bis Theo dorus Metochites», A nz.., Ósterr. Ak. rn,1, º De Ruiter, p. 28 0 y ss.
21
19 63, Phil. -hút. Kl. p. 1-20. D e Ruiter, p . 28 5 y ss.
7 22
' J en. Cir. 7, 5, 7 3. A. H euss , Antike und Abenland, 4, p. 7 2 y s. y, en particular, p . 7 5

4 30 43 1
EL DESCUBRIMIENTO DEL ESPÍRIT U E L DE SC U BR I MIEN TO D E LA H U MAN I D AD

en tre los griegos un m atiz tan cargado de condescendencia, el h ombre cuando es hombre!», ws; xap(i:v fot ' av8pwrros;
puesto que desde siempre para ellos «el hombre» había sido av av8pwrros; TI [has charíen est' ánth ropos an ánthropos e]
algo problemático y deplorable, que «filantropía», «am or al (fr. 4 8 4 Ko). La fe en el valor del hombre, adquirida a prin -
hombre», pudo acabar significando «propina». 23 cip ios de siglo, está aquí asociad a al p ensamiento escéptico
No es la filosofía lo que descubrió la «humanidad» en de que el hombre no siempre es lo que p odría ser. El valor del -
G recia, 24 al contrario: a la cortesía, la amab ilidad y la man- hombre no radica para Men andro, como para Isócrates, en la
sedumbre la filosofía opone el rigor, la severidad y el carácter paideia, en la facultad de hablar, que lo distingue del animal;
incondicional del pensamiento; la idea de humanidad pro- es demasiado distinguido p ara tener n ecesidad de hacer gala
viene más bien de las ideas de la sociedad ática de finales de su cultura; deja a los esclavos el cuidado de presumir con
del siglo I V y principios del v y encuen tra su expresión más citas y máximas, y de este modo ellos le p roporcionan la vara
perfecta en las comedias de Menandro, en las que dicha so- con la que desea ver medidos a sus ciudadanos~Los p ersona-
ciedad está representada de la forma más fiel. Son comedias jes de Menandro están por entero consagrados a inquietudes
burguesas y, sin embargo, al mismo tiempo describen a la íntimas y p rivadas , y la filan tropía es en buena parte amor
perfección la sociedad m ás distinguida y refinada que haya por bellas heteras. Pero las diferen cias psicológicas de los
existido en Europ a~Los ciudadanos áticos que aparecen en personajes, sus reaccion es mutuas, se presen tan con una gra-
ellas son a la vez p ~~frctamente naturales, confiados, sin pre- cia y una perfección inigualables. Menandro deja de grado
tensiones y, sin embargo, con la seguridad característica que a los esclavos la acción más enérgica; 25 el esclavo de Aspis
una buena tradición confiere a generaciones conscientes de es una imagen perfecta del servidor fiel y útil, pero es frigio ;
su· valor. Puesto que no es un a sociedad cortesana como la se solía d ecir de los esclavos frigios que eran especialmente
que en tiempos arcaicos se congregaba alrededor de los tira- perezosos y estúpidos (Aposto!, 17, 100; Sud . cp 77 2 ) . Aun-
nos o como la que, poco después de Menandro , se reúne en que estas comedias se habían perdido y hasta hoy no hemos
torno a los P tolomeos en Alejandría, y que, no sometida a in- descubierto su alto valor literario gracias a fragmentos de
fluencias internas ni externas, no necesitaba p reocuparse de papiros, en gran medid a h an formado la vida social de Euro-
las opiniones de otros, oportunas o inoportunas, la delicada pa, especialmente a través de las adaptaciones de Plauto y.de
flor de la humanidad ha podido desarrollarse en toda su be- Teren cio . Ya en Roma estas p iezas de sociedad ejercieron una
lleza justo antes del ocaso de este mundo burgu és. Lo que el influencia que ib a mucho más allá de los círculos literarios:
hombre significa para Menandro lo expresa quizá de la forma En todo caso, Cicerón consideraba com o parte integrante de
más contundente su famosa frase: «¡Qué cosa m ás amable es la humanitas aquella soltura natural, aquella gracia liviana
que, sin duda, cien años an tes de Men an dro ya tenían su

y ss. muestra la importancia que esta idea de humanidad tenía para la teoría
25
política del helenismo y sobre todo para el vocab ulario diplomático de loh Terencio lo ha conservado en muchas obras. En su A ndria, D avo
soberanos helenísticos. solo pone en marcha la acción. Padre e hijo no se atreven a enfrentarse
23 directamente, cuando todas las dificultades serían barridas si uno de los
DeRuiter,p. 293; Wilamowitz, Griechische Tragodien,2,p. 2 7 ,nota 1 .
24
D e Ruiter, p. 3·03 tiene razón aquí. dos dijera lo que quiere.

43 2 433
EL D ESCU BRIMIENTO D EL ES PÍRIT U E L DE SCUBR I M I E N T O D E LA HUMANIDAD

lugar en la sociedad ática, como se deduce de los diálogos de filosofía lo que el orgullo cultural de Isócrates ha dado al
Platón, e iban asociadas a vastos intereses espirituales, p ero mun do y que at rajo especialmente a Cicerón, sigue en pie la
en aquellas obras no se h ace hincapié precisamente en la idea cuestión de cómo hubiera llamado Panecio a esta humanitas,
de humanidad. dado que no existe en griego una p alabra que designe a la vez
Si el romano que participaba activamente en política «human idad superior» e «idea de humanidad». P uesto que,
aceptaba esta idea de «humanidad», los hombres de Me- además, Cicerón tenía acceso directo a los dos conceptos,
nandro confinados en su estrecho círculo doméstico, estas el de Isócrates y el de la Ciropedia de Jenofonte,28 no avan-
figuras un tanto cansadas, no p odían servirle seriamente de zamos mucho acudien do a P anecio para que nos explique
ejemplo. La humanitas de Cicerón se remonta también a co- el concepto de humanitas de Cicerón. Sería más interesante
mienzos del siglo IV ateniense, cuando, como hemos visto, preguntarnos si, en el círculo de los Escipiones, la palabra hu-
asocia lo «humano» a la cultura y la elocuencia. Y el romano manitas ya era utilizada en la acepción que tanta importancia
debió de ap reciar la cultura mu cho más que Isócrates, puesto tuvo p ara las épocas posteriores, pero no tenemos respues-
que la gracia ática ya era fruto de la cultura. Además, en la hu- ta para esta p regunta. Lo más eviden te es suponer que los
manitas de Cicerón interviene la fil antropía, esta filantropía romanos considerab an «humanos» a los personajes griegos
amable, un poco desdeñosa que entre los griegos del siglo rv que apa recían en las ob ras de Menandro y de Teren cio, de lo
parecía emparejarse con la benevolencia y la mansedumb re; que el texto de Terencio p roporciona numerosas pruebas, y
para él se asocia con la virtud romana de la clementia. P ara designaban con el término humanitas su manera de ser, lo que
resolver la cuestión de si se puede tomar la palabra humanitas se asociaba con toda naturalidad a la conciencia aristocrática
como traducción de filantropía o más bien de áv8pwmoµós; romana y a la idea que se hacía de la cultura griega.
[anthropismós] , como Aristipo había llamado su humanidad En todo caso, desde Cicerón, la noción de humanidad
culta en la anécdota, se ha creído que era necesario presupo- une la idea de humano con la de humanismo; una determi-
ner una teoría filosófica de la humanitas anterior a Cicerón , nada forma de comportarse con soltura y libertad y de tratar
que reuniría los dos asp ectos y se atribuía a Panecio.26 P or a los demás con cordialidad y cortesía se combina con el
acertada que sea la observación de que Panecio basa la ética estu dio de los autores clásicos, con los que se aprende a «dis-
en la idea de que el hombre es algo superior al animal y que currir». Para los romanos era evidente desde un principio
deb e desarrollar est a epecifidad,2 7 que integre, p ues, en la que el hombre era un ser que «sabe h ablar», algo que Isó-
crates y Cicerón subrayan, puesto que adquirían su cultura
26
R. Harder, H ermes, 69 , 1934, p . 68 -74 .
gracias a la p alab ra griega, no sólo de los oradores, sino ya
27
R. Harder, p. 20. Dejo aquí a un lado el argumento según el antes, de la epopeya y sobre todo de la tragedia. Desde el ori-
cual también del estoicismo deriva una tradición hum anista que tuvo in-
fluenc ia sobre todo a través del cristianismo, pues con ella aparecen nue- 28
Cfr. el pasaje citado por H arder en p . 7 3, nota 3 ad Qu. r , r, 2 3. Sobre
vos motivos, como el nacimiento de una nueva interioridad, que exigirían la gran influencia de la Ciropedia en Cicerón, y antes que él en Escipión, cfr.
ser estudiados en un marco más amplio. H. StraEb urger, H ermes, 1966, Karl Münscher, «Xenopbon in der griechisch-romiscben Literatur», Philol.
p. 60-72 muestra hasta qué punto es cuestionable que Cicerón proyecte Suppl. 13, 2 , r 9 20, p. 7 4 y 7 8. Aulo G ellio 17 , 1; humanitas =filantropía+
su humanidad retrospectivamente en el círculo de Escipión . paideia.

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E L DESCUBRIMIENTO DEL ESPÍRI T U E L DESCUBRIMIE N TO DE LA HUM A N I DA D

gen, un elemento d e gracia y de elegancia entra a formar ¡, 11 t 111v11 tes históricas y estu dia a los teóricos de la retórica por su
así de la literatura latina, dado que en est a cultura ado¡11 111 1111crés meramente histórico, p uesto que toda manifestación
n ada tiende al rigor y la dureza. Y, así, en la literatura l:11 111 l11s1órica m erece la atención del investigador. Los diálogos
aparece un reino del esp íritu particular e independiente· 11 ,¡,. Cicerón, estas conversaciones urb anas, pierden terreno
el que la retórica y el pathos se encuentran con la cultu r11 \ 1 1 1nvor de los diálogos de Platón , cuya dialéctica tiende a
elegancia. Como Cicerón , la cultu ra europea está marca<111 «1 l111scar la verdad absoluta.
adelante por esta humanitas, desde Petrarca h asta el Bari 1111 En Alem ania no existía una «socied ad» que cultivara las
pasando por Erasmo. , 1111venciones de una conviven cia hecha de b uenos moda-
Pero éste no es sino uno de los caminos por los q1u- lit 1,·s, como las que se habían formado en los demás países de
influencia de la Antigüedad ha llegado a Europ a. Sobre 1, 11 In l•'. 11ropa a p artir del humanismo . «En Alemania , cuando uno
nosotros, los alemanes, no hemos sabido nunca adaptarno quiere ser educado miente», y la sinceridad y la espontanei-
a esta concepción del valor del hombre. Ya el primer jui«11, ' l.,d, las únicas virtudes reconocidas, desenmascaraban con
crítico de Lutero sobre Erasmo dice así: «En él lo h111111 1111 placer especial las reglas sociales y los grandes estilos del
no prevalece sobre lo divino». 19 La aspiración de Lutew d, 11rLe, pero también las ideologías de la vida p olítica. Todo esto
acercarse directamente a Dios sin tener en cuenta todo lo q111 pn judicó a Cicerón y al h umanismo que de él p rocedía, t anto
existía en la tradición europea lo apartó de todos los intc111 11 111ás cuanto que las corrien tes políticas del siglo X I X hacían
por integrar la cultura humanista en la doctrin a cristiana , 1, hincapié en lo actual, la técnica, los aspectos nacion ales y
la salvación, y su rotundo: «Aquí estoy, no p uedo hacer 01 1 , ~ociales, arrinconando a la vez el estudio del helenismo. Y
cosa» debió de parecer algo bárbaro a la sabiduría escép1i, ,, 1111n el latín perdió su posición, h asta entonces incontestada,
y a la sociabilidad conciliadora de un Erasmo . tic propedéutico del griego.
Siguien do la misma tendencia de este p ensamien11,, A mediados de los años veinte, cuando, desp ués de h aber
Winckelmann protesta contra la retórica y el patetismo el, 1 perdido la P rimera G uerra Mundial, se t rató de recordar qué
Barroco, contra el uso teatral de figuras y motivos an tigun~ valores valía la p en a conservar en Europ a, su rgieron entre
en la decoración de óperas y salas de fiestas: lo genuinamc1111 nosotros las primeras d udas: ¿se habían superado las viejas
griego, más allá de la interpretación que h ab ía hecho Ro111;1, l()rmas del hum anismo? El humanismo de Erasmo parecía
es la belleza divina del arte clásico. Así es como Herder vud 1 lcmasiado reservado a los eruditos, el humanismo de la épo-

ve a las obras literarias griegas, cuya b elleza fue creada poi ca de Goethe demasiad o limitado al campo estético ; hacía
corazones creyentes. Con este mismo espíritu, la filologh1 lnlta un n uevo humanism o que abarcara al hombre entero,
alemana del siglo XI X pierde el interés por la cultura romana, 11 0 sólo su p ensamiento y sus sentimientos, sino también sus
de entre los autores griegos utiliza a los oradores sólo como :1ccion es . Este humanismo ético y político se centró en el
rnncepto de la paideia, de la cultura y la civilización , recu-
19
Carta del 1 de marzo de I 5 I 7 : «humana praevalent in eo plus qu11111 rriendo de nuevo a lo que h ab ía sido el origen del human ismo
divina» . Sobre el significado fun damental de esta afi rmación ver Pfeiff,., de Isócrates y de Cicerón. Sin embargo, este humanismo no
(cfr. supra, nota 2 ) p . 20. quería volver únicamente a Cicerón e Isócrates, sino a toda

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1
EL DESCUBRIMIENTO DE L ESPÍRITU EL DESC U BRIMI ENTO D E L A H UMANIDA D

la Antigüedad, con preferencia a Platón que, como antípod t) político debía demostrarse en la acción práctica, del mismo
de Isócrates, no reconocía precisamente una dignidad p:1111 modo que el humanismo «estético» se había acreditado en
cular al hombre y a su cultura, y para quien no era el hom l111 las obras de arte. No bastaba con afirmar: «Según Platón y
sino Dios, la medida de todas las cosas. 1·1 auténtico helenismo, el hombre es un ser esencialmente
Cuando Sócrates funda su orgullo en algo tan frágil co11111 político», porque con esto no se resolvía la cuestión de si
el hombre, la sociedad en la que vive le brinda al menos 111111 participaba activa y libremente en la vida política o se dejaba
idea sólida y viva de cómo debe vivir el hombre. Para C-1 l 1 dócilmente utilizar como ruedecita de una máquina política
cultura no es un valor histórico heredado de un pasado k 111 o si, algo muy distinto, reflexionab a como Platón, apartado
no, sino que los atenienses cultos de su época la en carnan I l1 de la fastidiosa agitación de la vida cotidiana, sobre un Es-
forma inmediata.[No necesita recomendar la cultura, p 111· 1ado ideal en el que la gente común no ocupara los prime-

puede decir con seguridad y confianza: «Lo que poseemos 1 ros puestos. No se trataba de convicciones políticas, sino de
lo más perfecto de la tierra~ Panecio, en cambio, tiene q111 «actitud política», no de lo que era realmente el derecho,
recurrir al logos divino para asegurar este valor. sino de la «ética», no de la política, sino de «lo político», no
Cicerón recibe su cultura del extranjero, pero para el ele decisiones políticas, sino de «sentido político», no de los
se integra en los valores inmutables que sostienen el Estadn políticos, sino del «ciudadano». En resumen, todo el conte-
y la aristocracia de Roma. •También Petrarca y Erasmo p1 nido concreto y tangible se perdía en una hexis general, por
sap tierra firme, que no es, desde luego, la de las relaciotw~ manto la «educación del hombre» , la «idea del hombre»,
soci~les o políticas, sino la de la_kcris.tiana. Para Winck<.'1 la «norma suprema de la cultura» carecían de fundamento
m1:1nn y H erder, este humanismo basado en el hombre no('~ alguno. Y, así, este h umanismo tuvo que seguir el mismo
el objetivo principal, como ya hemos visto,3° y también en l'I camino que cualquier otro nihilismo que se escon diese bajo
llamado idealismo alemán el concepto de humanidad sig1 11 una «actitud» cual quiera, fuera «heroica» o «religiosa», y ya
sosteniéndose en la fe en un orden absoluto y sobrenatural desde el principio era evidente que este humanismo político
Ahora, sin embargo, humanismo y paideia no desca11 en realidad era apolítico o b ien podía ponerse al servicio de
saban ya sobre el fundamento de una sociedad estable o d1· cualquier política.31
un Estado sólido, no estaban cimentados por convicciom·~ Nos encontramos, pu es, ante la pregunta: ¿Qué espera-
religiosas o filosóficas. Incluso el racionalismo, que había to mos del humanismo? ¿Qué representan para nosotros los
mado muchos elementos de la tradición humanista, ya no era griegos? No es necesario elaborar de nuevo programas o
considerado una base segura. ¿Y humanidad y humanismo,' propagar una vez más un nuevo humanismo, sino confiar
¿Qué es el hombre? He aquí precisamente la p regunta, y la sin miedo en las viejas verdades. Puesto que los alemanes no
pregunta no podía servir de respuesta. Un humanismo ético podemos liberarnos tan deprisa de nuestra rancia pedantería
y de nuestra testadurez, y puesto que no es muy probable que
30 se forme en nuestro país, en un futuro próximo , una sociedad
Para más detalles sobre este punto, ver Rüegg (cfr. supra, p. 231.
notar) x IX y ss. y F. Blattner, «Das Griechenbild Winckelmanns», Antikl'
und Abendland, 1, 194 5, p. 12 1 y ss. 31
Gott. Gel. A nz. 1 9 3 5, 3 5 3 = Ges. Schri/ten ,?· 5 3 y ss.

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EL D ESCUBR IMIE NTO D EL ESPÍRITU EL DESC U BR IMIENTO D E LA H UMANI D A D

como la de Atenas después de perder la guerra del Pelopoiw dos siglos, y el mismo estudio de la An tigüedad h a contribui-
so, que cultivaba una placentera vida social y un humanisn111 do más que nada a demostrar la contingencia histórica de la
espiritual y elocuente, y dado que los tiempos contribuy1.·11 cultura griega y romana; cuanto más se profundizab a en el
más b ien a reforzar nuestra tendencia a tomarnos todas la~ conocimiento del mundo antiguo, con tanta más claridad se
cosas en serio, es p referible atenernos por lo p ronto al div, compren día cómo las ob ras más perfe ctas de la Antigüedad
num de los griegos más que a lo humanum, y no, desde luego , eran el resultado de unas condiciones que a nosotros nos
en el sentido de volver a traer a los dioses griegos y caer en un resultan extrañas. Porque, cuanto m ás grande e importante
nuevo p aganismo, sino recordando lo que los dioses griego:- es una obra, con tanta mayor fuerza está impregnada del
dieron al mundo y se h a hecho inmortal, aun después de qui· ~ spíritu del tiemp0>J con tanta mayor claridad una obra e

los dioses murieran; quizá podamos esperar protegernos dl· de arte refleja la id ea de espacio y tiempo determinada por
la crueldad y la b arbarie, incluso sin fundar n uest ra vida in la época y con mayor fidelidad expresa la literatura una fe
telectual en el concepto de humanidad. religiosa durante mucho tiempo perdida y la lengua revela
{.i Q ue los dioses sean la medida de todas las cosas significa la concepción que el hombre tiene de sí mismo y que es una
p ara los griegos que el mundo es un cosmos y que un orden etap a superada hace tiempo en el cam ino que el hombre oc-
estricto lo determina todo. Los griegos no sólo creyeron en cidental ha ido recorriendo a lo largo de la historia. ¿No será
esté «orden natural», sino que también trataron de compren pura verborrea d igna de un pedante culto afirmar que las
ded o. Con cuanta más claridad trataban d e comprenderlo grandes obras de arte son «in temporales», que los grandes
tanto más reconocían que detrás de estos dioses había algo hombres y sus logros se sustraen a la relatividad histórica?
más vasto y universal que da sentido, significado y consisten- En realidad, ningún historicismo ha podido a la larga entur-
cia a la vida. La cultura europea descansa sobre el hecho de biar el placer que nos produce la belleza del arte clásico. No
que los griegos descubrieron qu e este orden representa la ley sólo la contemplación ingenua de lo bello no se ha dejado
para el conocimiento, la belleza para los sentidos y la justicia inducir a error ; tampoco la Filología clásica. Aunque luchó a
para la acción. La fe en la existencia de la verdad, la belleza sabiendas al lado de la historia y renunció al entusiasmo por
y la justicia, aun cuando no aparezcan sino empañadas en el clasicismo, defendió su convicción de que los tesoros a ella
nuestro rriundo, es la herencia inmarcesible de los griegos, confiados eran de un valor singular. Sin embargo , los filólo-
L___que todavía hoy conserva toda su fuerza. gos clásicos se han encontrado en una situación ambigua y
Pero la fe clasicista que ve en los griegos un ejemplo debe han dedicado muchos esfuerzos a teorizar sobre su situación,
ser limitada en un punto esencial. La Antigüedad clásica ya en apariencia un tanto en falso, para d efender el humanismo
no puede servir de modelo al pensamiento, la literatura y el y justificar el clasicismo.
arte occidentales en el sentido de que las obras de los anti- Pero la contradicción entre la temporalidad de una gran
guos, las obras plásticas, la literatura y la filosofía o las insti- obra y su valor intemporal, ¿es realmente una contradicción?
tuciones políticas hubieran sido perfectas, modelos intem- ¿No se da aquí, como tantas veces eh el pensamiento huma-
porales a imitar para nuestras propias creaciones. Esta fe se no, un problema aparentemente insoluble al querer juzgar
ha venido abajo con la investigación histórica de los últimos algo sobte la b ase de una falsa analogía? El modelo de lo

44J\
EL DESCUBRIMIENTO DEL ESPÍR ITU E L DESCUBRIMIENTO DE LA HUMANIDAD

que se entiende aquí por historicidad y evolución es eviden ' lírica y la tragedia, alcanzaron su máxima p erfección entre los
temente el perfeccionamiento de instrumentos o de apara griegos. La «naturalidad» de la existencia, representada por
tos. En el campo de la técnica, lo que se ha superado pierde primera vez en ellas , h a formado los elementos fundamenta-
realmente todo interés . Un automóvil o un avión de nuestra les de nuestra manera de ver y p ensar, y los filósofos, desde
infancia es algo ridículo que no sirve p ara n ada. Lo pasado Tales a Aristóteles, han marcado de tal manera el punto de
y superado no puede recuperar un valor «clásico». Busque partida de la filosofía, que todas las ten tativas modernas para
mos un modelo mejor: en el reino de la naturaleza orgánica abordar estos problemas tienen necesariam ente que recurrir
hablamos también de evolución y decimos, por ejemplo, quv a los m odelos originales de los griegos. Así, todos los interro-
los animales son una forma orgánica más evolucionada qul' gantes que los griegos plantearon subsisten en la actualidad
las plantas . ¿Es por ello la rosa algo superado, ha perdido s11 como nuestros p ropios interrogantes. /
valor y se ha convertido en objeto de burla porque existen d Podemos, p ues, h ablar de la evolución de la humanidad,1
águila y el león ? ¿No es la flor la expresión clásica y perfect:1 incluso de progreso, sin n egar que los tiempos pasados tu-
de la naturaleza viva que conserva su validez aunque haya a s11 vieron su p ropia perfección, que poseyeron bellezas que son
lado formas superiores, m ás evolucion adas? Se podría decir, inaccesibles para nosotros y qu e, en ellos, algo que nos es pro-
parafr::¡seando las palabras de Ranke relativas a los período:.. pio y esencial se exp resó de forma más clara que en nuestra
históricos, que la rosa está tan próxima a D ios como el león, ép oca. Pero tampoco este modelo de la evolución orgánica
sin negar con ello la diferencia de valor ni el hecho mismo el¡· de la vida basta p ara explicar con claridad la evolución de la
la evolución. P ero no se puede considerar val or y evolución, cultura human a y la importancia del helenismo: el hombre,
como para los aparatos, sólo en relación con su finalidad al menos el hombre occidental, trab aja consciente y delibe-
práctica y con su u tilidad mensurable. Precisamente la inÍl' radamente en su futuro y, puesto que no puede actuar en el
rioridad de la rosa frente al león es lo que constituye su valo1, vacío, sino que tien e que agarrarse a algo concreto, recurre a
su perfección viene condicionada por su retraso en el camint 1 su propio pasado para orien tarse. La pregunta: «¿Qué quiero
de la evolución; la belleza que le es propia sólo es posible v11 ser?» va siempre ligada para él a la p regunta: «¿Qué soy y
la planta, y el animal obtiene su propia perfección al prcci1, qué he sido?». Así, p ara quien quiere ser sobre todo y exclu-
de la belleza de la planta. sivamente alemán es importante la pregunta: «¿Qué eran los
_y A esto se añade el hecho-válido tanto para la natural(' germanos?». P ero, sí queremos ser europeos (y esto es lo que
za orgánica como para la humana- de que'todas las form:i' queremos en el fondo desde el momento en que queremos
despliegan su máxima pureza y claridad en el momento dt: :-.11 leer y escribir y, sobr~ todo, si queremos conservar la ciencia,
origen, sin estar subordinadas a nuevas formaciones poste la técnica y la filosofía), la pregunta capital es: «¿Q ué eran
riores; así, por ejemplo , la hoja muestra su mayor perfeccin11 los grieg,os?». Y si, además, encontramos muchos aspectos
en el helecho, mient ras que en las plantas más evolucionad11 i~tisfactorios de la c~ltura europea moderna, todavía es
se reduce a formas más modestas, quizá para que destaq uv 111 más urgente preguntarnos: «¿Qué era est a cultura en sus orí-
flor. Del mismo modo, ciertas formas de arte, la represent.1 genes, en una época en qu e no h abía sido todavía deformada
ción de la belleza human a o las formas poéticas de la épica, l.1 por el m undo moderno?».

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EL DESCUBRIMIENTO DEL ESP Í RI TU E L DESCU B RIM I ENTO D E LA HUMAN I DAD

Si hoy día ya casi nadie postula la imitación de los griegos, correspondiera a unos pueblos y la ot ra a otros, diremos para
no es porque los griegos hayan perdido su valor, sino más concluir que hay una forma de humanidad a la que queremos
bien porque con demasiada facilidad se entiende la palabra seguir aferrados también nosotros, aunque no estemos dota-
«imitar»-muy al contrario d e lo que significaba en tiempos dos para el humanismo, este mínimo de humanidad para el
más fértiles y en la misma Antigüedad, cuando el arte, p or que no se requiere un don especial: el respeto al hombre. Los
ejemplo, era imitación de la naturaleza-en el sentido de valores absolutos que están por encima de nosotros, sobre
un mero copiar, de una reproducción fotográfica. Semejantt· todo el derecho y la verdad , tienen la fatal propiedad de ha-
imitación, desprovista de espíritu y de vida, sería lo contrario cernos olvidar a veces que el absoluto que conocemos no lo
de una verdadera imitación de los griegos, pues con ella S(' es. Nos permite actuar como si nosotros fuéramos p ersonal-
interrump iría el movimiento que los griegos habían introdu mente el absoluto, ¡y ay entonces de nuest ros semejantes ! La
cido en la vida espiritual de Europa. moral se convierte en ese momento en dinamita. Y su fuerza
Pero ¿queremos realmen te ser imitadores de los griegos explosiva aumenta a medida que los hombres creen que de-
y, en este sentido, europeos? Y si lo queremos, ¿por qué? ben servir, y la catástrofe está asegurada desde el momento
P ara responder afirmativamente a esta última p regunta, la en que convienen que determinadas institucion es encarnan
más difícil, no basta con recordar que somos europeos y n o el ab soluto. En tales ocasiones hay que recordar que todo
podemos h acer otra cosa sino vivir en esta tradición europea. hombre tiene su dignidad y su libertad. Pues bien: un poco
Si nos limitamos a arrastrar esta tradición, can sados y de mala de complacencia y espíritu de conciliación y tal vez, o sancte
gana, como una pesada cadena, mejor abandonarla. Pero, si Erasme, una pequeña dosis de ironía.
la pretensión de ser siempre independientes y originales no
es sustentada por una nueva misión divina, corre el riesgo de
llevarnos a la b arbarie y la brutalidad. Existe, es verdad , una
piedad del alma, un amor, que los griegos no conocieron ,
pero dos mil años de progreso muestran que el anhelo de
justicia, verdad y belleza no tiene por qué ser obra d el diablo,
que también es divino-no tenemos que avergonzarnos de
esta palabra- , y todo aquel que se h a sentido horrorizado
por la barbarie que nos rodea y nos amenaza se verá necesa-
riamente impulsado a evocar los orígen es d e la ética griega.
Pero el objetivo no es «la cultura», «la humanidad», sino
la verdad eterna que los griegos descubrieron, que les fue
revelada.
Pero para no dar la impresión de que la imitación del hu-
manum y del divinum de los griegos se excluyen mutuamente,
como si tuviéramos que elegir entre una de ellas, como si una

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