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Jaques Delors
Materia: español
Maestra: Lucia Elizabeth
INTRODUCCION
La arquitectura razonada del libro dirige el orden de los acontecimientos hacia esa
demostración: Juan María Brausen, redactor publicitario, recibe el encargo de
escribir un guión de cine con personajes ordinarios, por no decir mediocres, que
correspondan a cierto término medio social, psicológico, moral.
Al promediar la novela, el encargo del guión queda sin efecto; pero las
consecuencias que ha desencadenado son no solamente irreversibles, sino que a
medida que el libro avanza, el pequeño mundo que Brausen ha creado se va
instalando en la trama del relato y el referente, y sugiriendo una suerte de
intercambiabilidad de esos dos planos y de muchos otros que se van desplegando
en la novela.
Así, Brausen, que además de ese mundo imaginario, creado al principio por
encargo, adopta una segunda personalidad -Arce-, llevando una doble vida con
una prostituta, cuando se ve obligado a huir de Buenos Aires, sus pasos, a través
de itinerarios misteriosamente complicados, lo llevan hasta la plaza de Santa
María, la misma que el doctor Díaz Grey, al comienzo del guion inconcluso, está
mirando por la ventana de su consultorio.
El mundo de Onetti, objeto material y mental como todo gran texto de ficción, es
una creación autónoma que resulta de una estrategia narrativa totalmente inédita.
Cada relato, decía entonces, tendrá en La vida breve su ritmo y sus exigencias,
pero dos de ellos, al menos, irán progresivamente acercándose.
En ambas historias muere una mujer que es deseada: Elena Sala, amada por el
doctor, se suicida (una sobredosis de morfina, probablemente); la Queca,
codiciada por Arce y su envilecimiento es asesinada por Ernesto, quien frustra las
tentativas homicidas del propio Arce.
Estas correspondencias entre los dos relatos (no son las únicas, por otra parte)
van conectando sus dos vías, y lo harán –como se verá enseguida– hasta
desdibujar los límites entre realidad y ficción (Saer, en el artículo citado, considera
este aspecto como una reelaboración virtuosa de viejos temas cervantinos y
calderonianos).
¿Qué nos propone, en definitiva, La vida breve? ¿Qué otra cosa que una profunda
reflexión acerca de la importancia que los relatos tienen para el hombre, acerca de
cómo el escritor se funda en fragmentos para construir los mundos ficcionales,
acerca de cómo cualquier hombre sólo cuenta con ellos (fragmentos) para
construir su historia?
Si en Las mil y una noches Scheherazada evita que el rey Schahriar la ejecute
contándole historias que lo mantienen suspenso y embelesado, en La vida breve,
análogamente, “contar” es multiplicar la vida, prolongarla, extender la nimia
existencia cotidiana, trastocar el destino escrito por otros Bráusenes (todos los
Bráusenes que anteceden a Juan María, e incluso él mismo, no son otra cosa que
“moldes vacíos, meras representaciones de un viejo significado mantenido con
indolencia, de un ser arrastrado sin fe entre personas, calles y horas de ciudad,
actos de rutina”
El pasaje quizás más sorprendente del texto es aquel a partir del cual,
verdaderamente absorto, el lector comprende que Brausen y Ernesto se han
largado a Santa María, el lugar imposible (recordemos que Santa María era una
invención de Brausen en tanto escritor).
Nueva ironía, Brausen-Arce cena arriba –en el lugar de Dios– y presencia una
nueva colección de fragmentos que habrán de convertirse, tiempo después, en
trama de la novela Juntacadáveres.
Por todo esto, La vida breve puede leerse, por una parte, como culto rendido a
uno de los más esenciales aspectos del hombre: el acto de narrar; por otra parte –
diría Saer– como una moderna y apasionada reelaboración del tema cervantino
por excelencia: la realidad de la ficción.