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críticamente. Tal como decía David Brooks (2007): “I am one with the
external mind”.
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Los sistemas educativos de la mayoría de los países del mundo, sin distinción
de ideologías, se han movilizado para transformar sus currículos oficiales en
currículos de competencias. Tanto tiene un currículo competencial Nicaragua
como Canadá o Portugal. El problema, tal como señala Fernández de Castro
(2006) en su crítico estudio, es si el objetivo es el de preparar a los jóvenes
para ser “buenos profesionales” (entendiendo por profesionales, trabajadores
acríticos) o para ser “personas libres y conscientes”.
El enfoque competencial del currículum, visto desde el campo educativo, no es
ninguna revolución. De hecho recoge muchas ideas y prácticas de larga tradición
en escuelas innovadoras, orientadas a promover el aprendizaje de todo aquello
que “debe haber desarrollado un joven o una joven al finalizar la enseñanza
obligatoria para poder lograr su realización personal, ejercer la ciudadanía activa,
incorporarse a la vida adulta de manera satisfactoria y ser capaz de desarrollar un
aprendizaje permanente a lo largo de la vida” (Fernández de Castro, 2006). Desde
mi punto de vista ofrece una nueva posibilidad para extender estas prácticas
minoritarias y para reflexionar sobre la manera como estamos ejerciendo
nuestra profesión –sin olvidar que sin duda, no todo el mundo coincide en el
“para qué” transformarla–. De acuerdo con Pérez Gómez (2008) “este programa
requiere refundar, reinventar la escuela que conocemos”, al menos en buena parte.
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ellos mismos, sino en función de dónde surgen y de su uso. Tal y como se dice a
menudo, el conocimiento es esclavo de un contexto.
Por lo tanto, cuando se habla de escoger un contexto –una situación o un
problema– para el aprendizaje, no nos estamos refiriendo a buscar una fuente
de “motivación” inicial para después olvidarla, sino a aprender a partir del
contexto para comprender y fundamentar la actuación en su marco y en otros
muchos. Por lo tanto, el contexto escogido se tendría que caracterizar por
formar parte de la vida de los chicos y chicas (han de poder percibir el sentido
de lo que aprenden), por posibilitar la construcción de un saber significativo
(de ideas y procedimientos disciplinares importantes) y, muy especialmente,
por ser socialmente relevante (se relaciona con el planteamiento de actuaciones
responsables). El conocimiento no se puede separar de las situaciones en las
cuales se aprende y se utiliza, cosa que no quiere decir que no se pueda abstraer
y transferir.
Se entiende el conocimiento como una representación (un modelo) que integra
conceptos, experimentos, vivencias, instrumentos, procedimientos, datos,
lenguajes, valores, emociones..., y que las personas –en interacción con otras–
somos capaces de activar y de utilizar cuando hacemos alguna actividad en la
vida cotidiana o la profesional, tanto para interpretarla, como para orientar la
toma de decisiones. El conocimiento tiene una estructura que incluye redes de
relaciones semánticas entre entidades abstractas o materiales y es producto de
una cultura. Una suma de informaciones o datos no es conocimiento sino están
integradas junto con objetos y prácticas en una estructura o modelo que les da
sentido, y se comparten con otras personas en un marco cultural determinado.
Uno de los retos que tiene la escuela hoy es el de ayudar al alumnado a construir
conocimiento, que no debe confundirse con transmitir muchas informaciones
o definiciones, y a ser capaz de ampliarlo a lo largo de toda la vida. Comporta
que quien aprende –junto con otros– debe saber poner en acción su capacidad
de razonamiento y de inferir para la resolución de un problema que tiene sentido
para él o ella, y relacionado con una vivencia vivida, imaginada, o narrada por
otro.
Esta construcción se hace en interacción con los conocimientos culturales
aportados por los adultos y por los compañeros, que ayudan a reformular las
preguntas, a experimentar nuevas vivencias, a contrastar y revisar las ideas
iniciales y las maneras de hacer o de valorar, a identificar otras y a relacionarlas
entre sí. Poco a poco los alumnos pueden aprender a estructurar su pensamiento
en función de conocimientos complejos, y a saber utilizarlos para resolver
nuevos problemas y para continuar aprendiendo.
El conocimiento que se quiere ayudar a aprender en el marco escolar acostumbra
a ser un conocimiento explícito, que se puede comunicar, manipular y transferir,
y que tiene un cierto grado de formalización. Pero también se aprende un
conocimiento tácito e informal, fruto de la experiencia que se va acumulando.
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individuales. En otros casos, son una copia de lo que hace un compañero del
grupo. En cambio, actividades aparentemente de trabajo individual, como entrar
en una plataforma virtual y participar en un foro, evaluar producciones de los
compañeros, construir colectivamente una definición o resolver un problema,
pueden ser muy útiles para interactuar con otros.
Aprender a funcionar en grupos sociales heterogéneos implica cambiar muchas
de las reglas de juego que están institucionalizadas tanto en la escuela como
en la sociedad en general. Por lo tanto, será necesario tanto cuestionar ideas
y prácticas habituales del tipo que según con qué compañeros no se puede
aprender, que en el trabajo en grupo se pierde tiempo o que copiar es una buena
estrategia para obtener buenos resultados académicos, como constatar a partir
de vivenciarlo que todos podemos aprender de todos o que aporta mucho más
placer entender algo que copiarlo.
Es probable que nos parezca imposible que todos los alumnos no copien, o nos
asuste el ruido que hay a un aula participativa, o que nos cueste gestionarla,
pero si éstos son los problemas hará falta ver como aprender a solucionarlos.
Nuestra competencia profesional nos llevará a buscar y encontrar maneras de
afrontar en cada caso su resolución, pero una condición básica es no renunciar
a buscar su solución.
Mientras un grupo–clase no institucionalice unas reglas de juego de
funcionamiento cooperativas, es difícil que todo el mundo pueda aprender.
Por lo tanto, es importante dedicar tiempo a construir nuevas reglas sobre la
manera de colaborar en el trabajo en el aula y de aprender. Si se deja al azar, lo
más normal es que se reproduzcan e institucionalicen las maneras de funcionar
habituales en el entorno social. Es un tiempo que no se pierde, puesto que se
rinde mucho más y, además, nos permite afrontar mejor la resolución de los
problemas que nos depara la vida.
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A modo de conclusión
Cómo hemos podido deducir, un currículum orientado al desarrollo de
competencias, en muchos aspectos, supone reafirmar muchas de las prácticas
que una buena parte del profesorado ya hace años que aplica. Pero seguramente
este es un buen momento para revisarlas y analizar en qué aspectos se puede
hacer un paso más, porque siempre podemos aprender.
A menudo pensamos que los libros de texto no son coherentes con estos
planteamientos, pero no hemos de olvidar que tenemos los libros de texto que
compramos. En los primeros años de la LOGSE se publicaron libros mucho
mejores, pero no se vendieron. Las editoriales se adaptan al mercado y nos hace
falta repensar a fondo qué buscamos en un libro de texto. Aun así, el mejor libro
puede ser mal utilizado y viceversa. Un libro de texto no dice qué tenemos que
hacer los profesionales –qué enseñar, en qué orden, con qué actividades...–,
puesto que sólo es un recurso más entre los muchos que tenemos al alcance para
hacer mejor nuestro trabajo.
También pensamos a menudo que buena parte de nuestros alumnos no son
capaces de pensar de forma compleja y que no les gusta trabajar. Pero está muy
comprobado que depende del maestro que tienen a su lado, de si no renuncia a
que ellos o ellas aprendan. No hace falta decir que requiere paciencia y que los
resultados no son nunca a corto plazo. Pero es mucho más gratificante poder
comprobar cómo nuestros alumnos se van “enganchando” poco a poco al trabajo
de aprender, que no vivir su fracaso día tras día.
El reto que tenemos es el de ser capaces de trabajar en equipo los diferentes
profesionales de un centro y sacar el tiempo de donde sea para hacerlo. Es un
problema que requiere iniciativa e imaginación y que sólo se puede solucionar
desde el propio equipo, puesto que no habrá nadie que desde fuera, dando
normas, lo solucione eficazmente.
Puede parecer utópico pensar que es posible conseguir que nuestros alumnos
sean competentes y, sobre todo, que nosotros lleguemos a ser competentes en
ayudarlos a serlo. Pero tal como escribe Eduardo Galeano:
La utopía está en el horizonte. Caminas dos pasos, ella se aleja y el horizonte
corre diez pasos más allá. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Pues nos sirve para
caminar.
Quien se afirma en la rutina, en lo que siempre ha hecho, y no camina (y quizás
se equivoca), difícilmente podrá ayudar a la mayoría de alumnos a vivir de
manera responsable (competente) en nuestro Planeta. En palabras de Beckers
(2001):
El camino es largo y difícil porque su andadura es exigente tanto para quien
enseña como para quien aprende. Las cuestiones abiertas son numerosas
y no podemos esperar a tener todas las respuestas para comprometernos,
colegiadamente, en una dirección que parece útil y éticamente deseable.
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