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por el
P. Segundo Llorente, S. I.
Misionero de Alaska
1951
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NIHIL OBSTAT,
LUIS IZAGA, S. I.
Censor Ecco.
IMPRIMI POTEST:
C. MAZON, S. I.
Præpos. Prov. Costell. Occident.
28 Noviembre 1950.
IMPRIMATUR
† CASIMIRUS, Episc. Bilbaensis.
Bilbai, 15 Januarii1951
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ÍNDICE
EL OASIS DE ANIAK................................................................................................50
BIOGRAFÍA DE UN MECÁNICO
ALASKEÑO................................................................................................................75
25 AÑOS DE JESUITA..............................................................................................91
MI CASA DE BETHEL............................................................................................101
DICIEMBRE EN KALSKAG...................................................................................118
«ASAMBLEA CONSTITUYENTE»
EN AKULURAK......................................................................................................142
4
EJERCICIOS EN EL HOSPITAL
DE ANCHORAGE....................................................................................................157
LA TIZONA Y EL CAMPEADOR..........................................................................186
EN ANCHORAGE,
FUERA DE PROGRAMA........................................................................................193
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A LOS LECTORES
Por estas breves letras quiero comunicar a todas mis amigos que leen
EL SIGLO DE LAS MISIONES, que anoche me llegó un telegrama
anunciándome el cambio que yo esperaba, aunque no para donde yo
esperaba.
Yo me había quedado con ganas de volver a dar otra dentellada a
Kotzebue, pero la santa obediencia ha querido que vaya a dársela a Bethel,
en las riberas del río Kuskokwim, donde sucederé al Padre Menager, que es
el actual párroco.
La parroquia comprende todo el río, desde la desembocadura hasta Mc
Grath, una distancia fantástica. Veremos cómo nos las bandeamos. Tan
pronto como me establezca en el lugar y ponga los negocios en orden me
pondré al habla con los lectores de EL SIGLO DE LAS MISIONES y les '
contaré cuanto me acaezca, según mi costumbre de hacerlo, por cuantos
lugares he recorrido.
El miércoles de Ceniza se nos comunicó el nombramiento del nuevo
señor Obispo en la persona del Padre Francisco Gleeson, S. J., que, entre
otras hazañas memorables, tiene en su haber él haber estudiado la sagrada
Teología en Oña, villa muy noble de nuestra nobilísima Burgos.
Cuando le traté, en 1935, enseñaba español y era a la vez Rector de
nuestro Colegio de Tacoma, en el Estado de Washington. Por más que le
pinché en español, se hizo el zorro y salió con la suya de conversar en
inglés. Veremos a ver si tenemos mejor éxito cuando le coja a solas en
Bethel y pasemos juntos varios días al amor de la lumbre.
Akulurak sigue impertérrita, y pronto hablaremos de ella largo y
tendido por vía de despedida, si Dios nos da vida para ello, que con tanto
volar en tantos aviones nunca sabe uno por la mañana, si llegara a la cena
con los huesos sanos.
El Señor, en su infinita misericordia, nos asista y nos tenga de su
mano, ya que, como dice el genial Gar-Mar: "Todo tiene arreglo en manos
que pueden crear". Estamos en las manos de Dios y no hay sitio como ese.
Con este traslado habrá el consabido trastorno en la respuesta a tantos
amigos que me hacen la vida alegre con sus cartas. Bueno será que tomen
nota y empiecen de nuevo escribiéndome a mi nueva dirección. Para todos
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habrá, si no una carta larga, por lo menos una tarjeta y ciertamente una
estampa.
Creen ustedes que yo les entretengo con mis crónicas, y son ustedes
los que me están sosteniendo con las suyas. Tal vez algún día hable del
efecto de algunas cartas de cierto matiz marcadamente espiritual. Puede
decirse que esas cartas han sido el medio de que Dios se ha valido para
aliviarme, instruirme y alentarme. Al terminar de leerlas me siento muy
pequeño y muy animado.
Pero basta de esto, pues dentro de cuarenta y ocho horas llegara el
aeroplano y no he hecho aún las maletas.
SEGUNDO LLORENTE, S. 1.
22 febrero 1948
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I
1.—Cartas académicas
Estas son las más comunes y las que más me entretienen. No nos
conocemos de vista ni tal vez nos conozcamos jamás: pero nos conocemos
con el corazón y nos entendemos como si hubiéramos convivido toda la
vida.
Vienen de todas partes. Nada más ver el sobre, ya sé de quién son y
casi sé lo que me van a decir. De ordinario husmeo en busca de tal o cuál y,
sí están, las leo las primeras. No creo deber concretar qué cartas son la tal o
la cuál; me llevaría muy lejos.
Esas cartas trazan trayectorias de familias cristianísimas que me han
como adoptado. Si el niño cogió un catarro, me entra tos; y si no es más que
un resfriado, me contento con estornudar.
Si Pepe sacó sobresaliente, tiro la gorra al techo; y si la madre está
desahuciada, se me anuda la garganta y se me nublan los ojos. La vida es
así.
Una profesora dejó caer como al acaso esta pepita de oro en una de sus
cartas:
«Padre, lo encomiendo s Dios todos los días; y no sólo una vez al día,
sine que cada vez que paso por una Iglesia y entro a saludar al Señor, le pido
por usted. Tanto es así que me imagino que, al verme entrar, dirá Jesús para
sus adentros desde, el sagrario: «Vaya, ya está ésta de vuelta; Padre Llorente
tenemos.»
Este párrafo lo echo yo a morder con el párrafo más humanamente
divino escrito en el siglo XX. Oigan y aprendan los Misioneros que pasan
50 años en las Misiones y no escriben para el público. Vean lo que se
pierden. El solo pensamiento de que Jesucristo pronunció mi nombre en un
sagrario a 14.000 kilómetros de Alaska me da por bien pagados todos los
sinsabores anejos a la vida misionera.
13
De lo que me entero por carta
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IV.—Cartas espirituales
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II
El cementerio do Bethel
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Las crecidas del Kusko con los bloques de hielo en Mayo fueron
carcomiendo, y socavando las orillas, de modo que tuvieron que derribar las
casas y levantarlas de nuevo a mayor distancia. El Kusko siguió socavando
las riberas y obligando a los vecinos a mudarse más atrás.
El altozano primitivo ha desaparecido casi por completo. Los vivos se
mudaron; pero los muertos no lo pudieron hacer por sí propios, y como
nadie les ayudó, fueron poco a poco desplomándose en las aguas turbias del
bondadoso Kusko, que los ha venido recibiendo en su seno maternal.
Hoy mismo pueden verse escenas macabras al remar en frente del
cementerio. Pueden verse —digo— esqueletos en las posturas más terrorí-
ficas: unos se asoman un poco, otros se asoman más, otros muestran una
dentadura y unas cuencas vacías que mejor será pasar por alto, otros cuelgan
en posturas estrafalarias sujetos por el maderamen carcomido del ataúd, y
así por el estilo, dan al conjunto un aspecto idílico y hacen del sitio un lugar
ideal para ir de merienda y solazarse ante los tintes arrebatadores del
crepúsculo vespertino. Aquí un poeta se volvería loco de atar ante panorama
de tan sin igual embeleso.
Bombardeando al hielo
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certeramente bombas que rompían el hielo y levantaban nubes fantásticas,
mientras nosotros, como isidros abobados, estirábamos el cuello, abríamos
la boca y dejábamos escapar un aaahhh simplón y pueblerino.
Tres veces en 24 horas se repitió el bombardeo.
Gracias a él no tuvimos agua dentro de casa, aunque para entrar en la
mía tuve que hacerlo con botas de goma que me cubrían toda la pierna. El
agua llegó a la puerta, pero no entró, gracias a las estacas que sostienen en
alto la vivienda.
Los aviones volvieron a darnos una sesión de circo dando vueltas y
volteretas en el aire todos a una, como si tuvieran un solo piloto común, y
cuando creyeron qué tendríamos dolor de pescuezo para el resto del año, se
dispararon camino de Anchorage a más de 600 kilómetros por hora. Dios se
lo pague y... hasta la vista.
22
III
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Censo do la población
Bebida y borrachera
Cines y bailes
Pero dejando el aguardiente para otra ocasión, digo que los católicos
de Bethel tienen tantas tentaciones, que no es de extrañar no vengan todos a
Misa como debieran.
Hay dos cines todas las noches; uno empieza cuando el otro termina; y
como los salones de cine están en los extremos opuestos de la aldea, todas
las noches se ve una procesión de gente a la misma hora. No llevan santos,
ni cruces, ni pendones.
Llevan un dólar en el bolso y un ansia incontenible de sentarse otras
dos horas delante de otra película.
Hay dos salones de baile, a donde van al terminarse la segunda sesión
de cine. Lo ordinario es acostarse a las dos de la madrugada.
Tanta mundanidad e irregularidad de costumbres trae necesariamente
una sequía espiritual que agosta y mata al alma más robusta. No es fácil ir a
Misa cuando, se ha pasado la noche de ese modo; y si se va, se bosteza más
que se reza.
Me dijo mi antecesor que, si cumplían con Pascua 30 personas, me
diera por satisfecho. Me pareció el colmo de la tibieza.
Importunando mucho al Sagrado Corazón por las noches ante el
Sagrario silencioso, que en vez de 30 fueron 55 los que se confesaron y
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comulgaron, es decir, que no quedó casi nadie, porque entre los 85 católicos
hay que contar a los niños que no tienen usa de razón.
Métodos de amor
Modas y divorcio
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IV
La señora Lulú
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cascarilladas, porque me oyó decir un día que no había cosa que me gustase
tanto como moler y triturar almendras con mis caninos. Hay también en la
mesa un vaso grande de jugo de naranja.
"Padresito mío"
La señora Luid me llamaba Padresito mío y añade que casi podría ser
ml abuela. Como toda la vida fue enfermera, me clava los ojos se-
miapagados para descubrir si pasé bien la noche, si me alimento
debidamente, si sudo por nada, si tengo la lengua cargada, etc., etc.
Entra luego el médico y hace lo mismo, preguntándome qué tal hice la
digestión. Luego nos echamos por los campos variadísimos de todas las
conversaciones dignas y respetables.
Sale el médico; pero yo no puedo salir. La señora Lulú no me ha
preguntado aún qué noticias tengo de España. Asimismo no se satisfizo con
las razones que aduje para no haberla visitado en siete días seguidos, y
vuelve a la carga. Entre col y col me da varios avisos para que me conserve
santo, verdadero imitador de Jesucristo.
Ella no es católica; pero no cree haber hecho en su vida nada de que
tenga que ruborizarse el día del Juicio. Quiere que yo sea buen sacerdote,
buenísimo, y dice que no me ha de perdonar el menor desliz si algún día
llega a su conocimiento que caí en alguno.
No cree en un Infierno eterno. Nos eternizamos arguyendo y
debatiendo. Si me ve una mota en el vestido, me echa el alto; y si no me
corto el pelo a tiempo, lo tengo que hacer pronto, porque eso sería ya un
desliz.
Como me afeito todos los días, la pobre se lleva un chasco, ya que
gozaría lo indecible mandándome afeitar.
A todos los que la visitan les dice que tienen en Bethel un sacerdote
graciosísimo y la mar de bueno, que me traten bien y me inviten a cenar con
frecuencia.
Esta señora ha hecho más propaganda en mi favor que ninguna otra
persona que yo sepa. Como tiene tanta autoridad, sus palabras llevan mucho
peso y me han granjeado amigos sin cuento.
Es bastante puritanica. Creo que me ayuda porque no fumo ni bebo,
cosas ambas elementales en un buen cristiano. A ver si algún alma buena
reza por la señora Lulú, mi bienhechora y admonitora.
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Misas y bautismos en el hospital
Charlas de sobremesa
Cuando se siente con bríos (y se siente con frecuencia), guisa una cena
muy maja y nos invita a dos o tres solterones a cenar. Fregamos los platos
en dos minutos y luego nos sentamos a departir sobre la vida en esta Alaska
singular, trayendo razones de fuerza para probar nuestro aserto, porque no se
da nada por supuesto y hay que probarlo todo.
Como se lee tanto en estos inviernos tan largos, los blancos de Alaska
adquieren pronto un barniz de erudición verdaderamente temible.
Saben qué año inventó Ford el automóvil, cuántas toneladas de piñas
exportan las islas Hawái, los diversos salarios semanales de los actores y
actoras de cine, la grasa que produce anualmente la pesca de ballenas en el
Antártico, lo que tardaría uno en llegar al sol en automóvil, lo que nos
tocaría a cada uno si se repartiese equitativamente todo el dinero existente y
que enfermedad causa más defunciones, el cáncer o el mal de corazón.
Hechos reales, concretos, verificables.
Y a todo esto no les he dado el nombre de la viuda enfermera. Se
llama Esther Victory; pero yo la llamo reina Victoria y ella se ríe muy
complacida.
Mientras más años viva aquí la reina Victoria, más limpio y aseado me
presentaré yo ante el público. Recen, pues, por ella, si estiman en algo mi
presentación exterior.
Cuando me trae la ropa lavada, mete casualmente un buen mollete de
pan reciente, o por lo menos unas rosquillas para el chocolate, y a veces toda
una libra de chocolate.
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Cuando predico los domingos en Misa, la veo entre los eskimales muy
atenta, con el rosario y el devocionario listos para cuando yo termine la
arenga. ¡Viva la reina Victoria!
La "Vicaria"
Como tenía dotes sobresalientes, se pudo casar pronto con otro blanco,
también muy bueno. Tuvieron a su vez hijos y vivieron felices hasta que un
día de verano tuvieren que hacer un viaje rio Kuskokwim arriba, él, ella y
una hija de 15 años.
Cientos de veces habían hecho aquel trayecto en su vaporcito fluvial
con casita pintada y todo y una estufa para hervir café y hacer unas sopas en
plena navegación.
Esta vez encallaron en la arena, y por más que maniobraron no
lograron desatollar el barco. El marido tanteó alrededor del barco y lo halló
tan raso que se echó a la arena con botas de goma.
Todo iba saliendo bien. Empujones rítmicos combinados desde
adentro con pértigas y desde afuera con los puños iban produciendo el
deseado resultado; pero muy despacio.
El marido se apartó un poco para hacerse cargo mejor de la situación,
cuando pisó en un hoyo profundo, se hundió, comenzó a gritar, la hija se tiró
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al agua para salvarlo, se hundió también en el remanso engañador y los dos
se ahogaron.
La desconsolada mujer quiso también tirarse al agua; pero no sabía
nadar, y el pensamiento de los niños que quedaban en casa esperándola, la
contuvo, y allí se quedó petrificada llorando hola entre el cielo y la corriente
del Kusko.
Echó el áncora para estar segura y se puso a esperar a que pasase algún
barco.
¡Qué horas aquellas! Cuando me lo cuenta en la cocina no hace más
que llevarse el pañuelo a los ojos. Vino al poco un barco, y ahora viene lo
terrible. Comenzaba a lloviznar. Los del barco iban dentro de la cubierta y
no la vieron.
Marchaba río arriba el tal barco impelido por una máquina que hacía
mucho ruido; pasó casi rozando, pero nadie la vio agitar el pañuelo en la
cubierta ni menos la oyeron los gritos que daba implorando auxilio. El barco
pasó y se alejó.
Cuando ya estaba lejos, un niño que no podía estar mucho debajo de la
cubierta sin curiosear por de fuera, vio el barco encallado que habían dejado
atrás y se lo dijo a su padre.
Este se hizo cargo al punto y viró en redondo. Se acercó
cautelosamente, se enteró de la tragedia y volvió a Bethel trayendo a la
viuda llorosa, pero no desesperada.
Luego hallaron que los dos ahogados habían perecido en un espacio
reducidísimo de agua profunda. Dos brazadas bien dadas los hubieran
sacado del peligro. El atolondramiento, el no saber nadar, el peso de los
vestidos y la frialdad del agua contribuyeron de consuno a la catástrofe.
35
V
El eskimal y el sacerdocio
Bethel tiene el honor de ser la cuna del primer indígena con vocación
para el sacerdocio. Roberto Corrigal, huérfano, hijo de blanco y eskimala y
educado en Holy Cross está hoy en el Noviciado de los Padres Jesuitas en
calidad de escolar y, si persevera, se ordenará un ella de sacerdote y vendrá
a ser párroco de sus paisanos del Kusko.
Este joven de 19 años necesita todas nuestras oraciones; y a ver si no
queda por nosotros.
Los indios de las Montañas Roqueñas han dado tres sacerdotes, los
tres Jesuitas si no me engaño; uno en el Canadá, otro en el Estado de Nueva
York, y otro que acaba de ordenarse en la Provincia de Oregón, cerca de
aquí. Los tres son, indios puros, que yo sepa.
La raza eskimal ha dado y está dando pastores a las sectas
protestantes; pero para set pastor protestante no es menester más que
descender de Adán y Eva, no fumar, no embriagarse y leer la Biblia.
No se trata de eso. Se trata de si un eskimal puro puede o no llegar a
ser sacerdote. Hoy por hoy vemos el horizonte bastante oscuro.
Al llegar a los 18 años el eskimal pierde toda ambición de instrucción
académica y llega como a un estancamiento definitivo en cuestiones es-
colares, mientras que por otra parte se despierta en él un prurito irresistible
por la mecánica.
Lo primero que hace al comprar un reloj, un motor, un rifle, lo que
sea, es desmontarlo pieza a pieza, examinarlo despacio y volverlo a
componer muy complacido.
Los dibujos de Física no le dicen nada. Tiene que verlo él mismo y
palparlo. Asimismo no hemos encontrado aún el eskimal que haya enten-
dido y reído debidamente un chiste nuestro. ¿Cómo va a entender filosofía y
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Teología?
Además no hay modo de hacerle perseverar en una misma ocupación
seis meses seguidos. Tiene que variar y mudarse.
Se me dirá que si tomamos al niño, eskimal y lo educamos con los
blancos, se podrá parangonar con ellos, No hay tales. Lo lleva en la sangre.
Hemos tenido en nuestras escuelas chicos desde los 5 a los 22 años y
no han sido excepción a la regla general. No hay modo de hacerles aguantar
el hastío que les produce una misma 'tarea día tras día.
Sin constancia, ¿cómo van a resistir el estudio abstracto y pesado que
supone la preparación para el sacerdocio? Añádase a esto su escasa fuerza
de voluntad para sobreponerse al instinto sexual, y se verá que el horizonte
aparece ciertamente poco halagüeño.
En cambio, basta que haya una inyección de sangre blanca, para que
cambien los términos. Cuando un blanco se casa con una mestiza, tenemos
hijos guapísimos, esbeltos, robustos y en todo como los blancos.
Si se casa con una eskimala pura, tenemos los mestizos que son aún un
problema.
Si reciben buena educación, pueden llegar y han llegado a ocupar
puestos de responsabilidad y confianza. Conozco a tres aviadores mestizos
que lo están haciendo bastante bien.
Si no se les encauza bien desde el principio, resultan una mezcla
detonante que da lástima.
Roberto Corrigal
Jerry Dahl
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esperar en paz el desenlace largo del hecho en cuestión.
Me le imagino en las clases de Teología poniendo en aprietos a más de
un profesor. Dios lo haga. Jerry es contracción yanqui de Gerald que
supongo equivaldrá a nuestro Gerardo. A ver si piden por la ordenación de
Gerardo.
Vive junto a mí un polaco muy viejo que atravesó el mar en los brazos
de su madre y después de vagar de mozo por los Estados Unidos vino a
parar al interior de Alaska.
Dice que eran tres mineros exploradores o buscadores de oro: él y
otros dos muy vivos. Vivían en sociedad y se turnaban en la cocina hasta
que ninguno quiso guisar.
El polaco, después de instarle mucho, aceptó guisar pero con esta
condición: que el primero que se quejase de los guisos, tendría que cocinar.
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Pasaban semanas y semanas y allí nadie se quejaba.
El polaco estaba harto de guisar. Un día echó en el café mostaza, sal,
pimienta y una cebolla. Al primer trago un minero dio un puñetazo en la
mesa y dijo con voz de trueno:
—Este café sabe a perros.
Le brillaron los ojos de gozo al polaco, pero antes de que tuviera
tiempo de abrir la boca, añadió el otro en voz baja:
—Pero así es como me gusta a mí el café. Y el otro minero corroboró,
también en voz baja:
—Lo mismo digo yo.
Con lo cual el pobre polaco tuvo que seguir cocinando mal de su
agrado.
Se llama Juan a secas. Está en vía de recobrar la fe perdida y espero
que las oraciones de los lectores le ayuden a dar el paso definitivo.
Háganlo aunque no sea más que por interés propio; porque si se
condena, se verán privados en el cielo de chistes capaces de entretenerlos
una buena porción de la eternidad.
42
VI
Subiendo río arriba desde Bethel, nos encontramos con Akiak. Como
no hay más que cinco familias, no nos detendremos a explicar cosas ya
sabidas; pues sabido es ya de todos qué hacemos en Alaska cuando llegamos
a una aldea con un puñado de católicos.
Seguimos río arriba y divisamos pronto colinas pobladas de vegetación
que son como un oasis después de vivir en las llanuras cenagosas de Bethel.
En las faldas de la primera colina se asienta la aldea de Kalskag. Para
mí este nombre es música al oído y miel en el paladar. He aquí una aldea
totalmente católica no sólo en teoría sino en la práctica, que son dos cosas
muy distintas.
En el centro se alza la Iglesia. Junto a ella acabo de levantar una casita
muy pequeña para mí solo.
Al extremo de la población sobresale la escuela del Gobierno. Lo
primero que se hace al llegar es recibir un mensaje del Sr. Maestro
anunciando que la comida, o la cena, son a tal hora. Se acepta la invitación
con hacimiento de gracias.
Mike, el catequista
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Una vez al mes tienen una colecta y con lo recogido pagan a un
anciano que corta leña y enciende la estufa de la Iglesia; compra petróleo y
atiende a las dos lámparas; barre, desempolva, pone los bancos en orden, y
así por el estilo.
Al catequista le tengo que dar de ml bolsillo 200 pesos; ciento en
marzo y los otros ciento en septiembre. Bien poca cosa para lo mucho que
trabaja; pero sus hijos le ayudan mucho.
El catequista llene unos 66 años y es viudo. Se llama Miguel Pitka
aunque nadie le llama así, sino Mike, que se pronuncia Maik. Maik tiene
algo de sangre rusa en las venas.
Él no lo cree, porque no sabe explicárselo; pero el bigote blanquecino,
la voz de tenor, el tinte azulado de los ojos y sobre todo los arrestos y las
buenas entendederas que llene, le delatan a la legua.
Algún tatarabuelo fue ruso castizo y él no se preocupó de ello. Esta
región fue explotada por los rusos cuando eran los amos de Alaska, y
dejaron huellas profundas.
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la prójima a besarla, se volvió la cruz a dar la vuelta. La gente quedó sin
respirar.
La buena mujer volvió a poner la cruz en la postura debida y
sujetándola con las manos dijo a la prójima:
—¡Bésala ahora!
Besó la prójima y Jesucristo esta vez no quiso apartarla de Sí,
dejándola besarle como hizo con Judas.
—¿Qué le parece, Padre? ¿La toleramos más tiempo, o la atamos a un
árbol en el monte para los osos?
"Y otra cosa. Cuando el Padre Menager estuvo aquí, dejó el ciborio en
el sagrario. Vacío, por supuesto."
"Cerramos el sagrario y aguardamos a que volviese el Padre. Nos dijo
que era imposible que tuviera agua el ciborio, porque le había purificado y
dejado vacío y reluciente. Pero el agua estaba allí.
"Nos dijo que la recogiésemos y la usásemos con algún enfermo. Cayó
pronto muy grave la mujer de Antonio que llevaba ya mucho tiempo sin
venir a las oraciones. Dimos el agua a la enferma y sanó enseguida. Antonio
se hizo muy fervoroso y una familia vecina que no era católica se movió a
convertirse inmediatamente. ¿Qué le parece?
Discursos y proyectos
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Y finalmente vamos a levantar todos juntos un taller con herramientas
comunes que los jefes se encargarán de vigilar, y allí podrán hacer sus
barquichuelas, remos, kayaks, trineos y redes para el salmón.
Si cada uno tiene que comprar esas herramientas, no lo podrán hacer;
pero si todos escotan igualmente, comprarán un juego magnifico de
herramientas modernas que les faciliten el trabajo.
A todos les parece bien la idea y se va a poner manos a la obra. Lo
importante es evitar celos, evitar poner obstáculos a los demás y que nunca
sea usted el que empiece los líos y malas inteligencias.
Sigo hablando hasta que caigo en la cuenta de que se me repiten las
ideas y corta en seco. Pregunto si tienen objeciones.
Se oye el vuelo de una mosca en aquel silencio total hasta que un viejo
observa en voz baja que no hay más que añadir a lo ya dicho. Poco a poco
comienzan ellos a cambiar impresiones y yo me pongo a conversar en voz
baja con el vecino. Por fin se levanta la sesión.
Pensando en Navidad
Kalskag tiene unos 120 católicos. Las confesiones duran un rato que
pasa de rato. En la Santa Misa rezan y cantan admirablemente y se acercan a
comulgar en filas muy ordenadas y sin que falten más de dos o tres que
tienen que reformar un poco sus costumbres, como la prójima conocida y
algún otro.
Se me quejan que solo un año han tenido al misionero en Navidad, y
piden con ojos saltones que la pase con ellos este año. Les prometo so-
lemnemente y con muchos testigos que así lo haré —si vivo— y se ponen
alegres como niños con zapatos nuevos.
Vamos a tener unas Navidades por todo lo alto. La Misa del Gallo va a
ser algo fantástico. A los hechos nos atendremos.
Al empaquetar la maleta momentos antes de llegar el aeroplano me
entra una tristeza profunda al tener que dejarlos. Este continuo empaquetar y
desempaquetar maletas sin tener lugar fijo es cosa que me deprime
sobremanera y hasta me pone nudos en la garganta.
48
Experiencia do vuelo
49
VII
El oasis de Aniak
La aldea de Aniak
50
Iglesia y habitación del misionero
Un capitán retirado
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perfectamente los planes de Rusia, los de Inglaterra y los del resto del
mundo en general.
Tenía ideas algo oblicuas sobre Franco que yo me encargué de
rectificar y que él aceptó después de la exposición tan convincente que le
hice.
Sabe cuántas divisiones de soldados tienen las distintas naciones y
cuántas pueden poner en pie de guerra si llegara el caso.
El único secreto que no ha llegado a desenterrar es el de la fabricación
de la bomba atómica. El porvenir de Alaska no encierra secreto alguno para
él.
Este buen señor trabaja como el que más; quiere bien a todos; no tiene
vicios y es un cocinero colosal.
Detrás de su casa se alza el almacén propiedad de un señor ya entrado
en años con quien es imposible aburrirse. El acento extranjero le delata; pero
por más que agucé el nido no pude identificarle con nación alguna conocida.
Samuel, el montenegrino
Un amigo de Kotzebue
53
Ananías, el que mató a su mujer
Las vicarias
55
narraciones espirituales acomodadas a una enferma que está a punto de
presentarse ante Dios. Para variar un poco, mezclo anécdotas un tanto
amenas que las hacen reír.
57
VIII
Imitando al Señor
59
Vida católica en Aniak
Presencia protestante
61
alrededor de la estufa con unas caras de risa angelicales.
Torné la palabra y expuse mis creencias comenzando por la existencia
de Dios.
Por espacio de diez minutos asintieron a toda hasta que entré por el
campo vedado de la Eucaristía. Aquí, torcieron el rostro y se entristecieron.
Lo sentían, pero tenían que disentir.
Pasé con ellos toda la tarde. El pastor realmente nunca estudió gran
cosa. Su profesión fue la de cocinero en diversos campamentos de
serradores en las selvas del Oeste.
Pero el Espíritu sopla donde le place y un día le sopló a él tan
rectamente que dejó la cocina y se convirtió en pastor protestante. Lleva en
el bolso el libro del Nuevo Testamento que se sabe poco menos que de
memoria. Como mencionase yo una vez a Lotero, se me descolgó con la
filípica más furibunda contra los luteranos a quienes condenó al infierno por
toda la eternidad.
Dijo que los luteranos han corrompido el espíritu divino de la Sagrada
Escritura. El pertenece al grupo de Asambleístas de Dios.
Este grupo es aún algo vago, pero es la resultante de la fusión de otros
grupos que a partir de la primera guerra mundial fueron repletos del Espíritu
Santo, en los campos de batalla y cruzaron luego el Atlántico trayendo a
estas latitudes al divino Espíritu que a su vez se posesionó de grupos locales,
principalmente al sur y en el centro de la nación.
No levantan iglesias costosas ni menos catedrales.
Su vocación es recorrer el mundo y persuadir a la humanidad que
caiga de rodillas, crea en la divinidad de Jesucristo, acepte la remisión total
de sus pecados lavados en la sangre del Gólgota, escuche el susurro del
divino Espíritu que nos da el sentido genuino de la Sagrada Escritura y, una
vez que haga eso la humanidad, los Asambleístas cumplieron su cometido y
no se cuidan de que luego la gente se haga católica o luterana o
mahometana.
Realmente es una lástima que no den un paso más y acepten el dogma
católico; porque tienen un cimiento magnifico sobre el que podrían edificar.
Pero no; tienen que quedar truncados y pararse a medio camino. Por
eso son herejes.
¡Qué pena, que a todas las razones que les daba yo para probar la
Eucaristía, o la confesión, o el purgatorio, o lo que fuera, se agarraban a
respuestas de cliché y no había modo de apearlos!
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¿Pastores de buena fe?
Oración patética
¡Salvación asegurada!
64
Etiqueta de las despedidas
Este buen señor se fue por ahí haciéndose lenguas de la amistad que
había contraído conmigo.
Acostumbrado a disputas acaloradas en que ninguno cede aunque no
fuera más que por amor propio, se llevó una impresión extraña al verme
escucharle tan paciente sin interrumpirle, lo que le hizo sospechar que yo
asentía.
Cuando me llegó la vez, como lo hice sin voces ni aspavientos, le
gustó la manera y así debatimos horas enteras.
Oyó lo que yo tenía que decir, lo negó, le urgí, lo volvió a negar,
insistí, insistió él, no hubo más.
Le escuché, se lo negué, insistió, insistí yo, pasamos a otra cosa. Todo
con una paz inalterable
Debemos convencernos de que las conversiones son obra de la gracia,
y esta se alcanza mejor ayunando, venciéndose, mortificándose y viviendo
muy unidos a Dios.
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Decía yo para mis adentres mientras debatíamos:
Si algún alma buena se estuviera disciplinando ahora y Dios aplicase
la disciplina por la conversión de estas tres almas, tal vez nos cantase otro
gallo.
Pudiera ocurrir, digámoslo para consuelo nuestro, que la semilla allí
sembrada produzca el ciento por uno a su debido tiempo. ¡Quién sabe!
Amabilidad… intransigente
El error más común hoy día entre las masas norteamericanas es que
todos los cristianos, a pesar de las diferencias que llaman accidentales como
es el pertenecer a esta secta o a la otra, vamos por caminos que nos llevan
directamente al cielo.
Todas las sectas son caminos que con más o menos rodeos nos llevan a
Dios. Entre esas sectas Incluyen al Catolicismo.
Esta herejía ataca incluso a muchos católicos poco instruidos que lo
creen con toda sinceridad y necedad.
Es lo primero que procuro yo desbaratar en mis instrucciones
religiosas.
A Dios hay que servirle y adorarle, no como a nosotros se nos antoje,
sino como a Él le agrada que lo hagamos; y Él se dignó revelarnos el modo
y manera por medio de Jesucristo que estableció la Iglesia con poderes
absolutos para iluminarnos y guiarnos a todos en este punto.
Esa Iglesia es la que desde Pedro continúa inmaculada hasta Pio XII y
continuará hasta el fin de los siglos, sin sectas, sin vaguedades, sin
revolcarse por los suelos y chillar como locos en reuniones religiosas, sin
sancionar el divorcio que permita nuevas nupcias, y sin quitar un segundo
de tiempo a la eternidad del infierno en el que no creen la mayoría de los
protestantes.
El año pasado pasaron de cien mil los que se convirtieron al
Catolicismo. La vaguedad fría del protestantismo no llena los corazones que
se conservan aún puros, sinceros y nobles.
Hoy más que disputas acaloradas, se usa el sistema de charla íntima y
amistosa con miras a esclarecer ideas.
Es un hecho que, cuando en las discusiones se alza la voz, la luz se
apaga y no queda más que humo y calor. Pero lo que se busca es luz.
66
La amabilidad de la charla no tiene nada que ver con
contemporizaciones. Cuando el error y la verdad se ponen frente a frente no
caben actitudes ambiguas ni gestos de colaboración.
La Iglesia católica es la única verdadera. Si afirmarlo es ser tachados
de fanáticos e intransigentes, lo somos y nos gloriamos de ello.
67
IX
De Aniak a Magraz
Pero estamos aún en Aniak, aunque la vamos a dejar por unos días. Mi
«parroquia» se extiende hasta McGrath (se pronuncia Magraz)
en el corazón de Alaska o poco menos.
Con las maletas listas esperé al bimotor que pasa por Aniak camino de
McGrath dos veces por semana.
Es un avión magnifico capaz de acomodar 20 pasajeros y una carga
considerable de mercancías. Puede uno pasearse por él y desperezarse sin
peligro de tocar el lecho.
Salimos de Aniak al oscurecer y cruzamos cadenas de sierras cubiertas
de nieve, una tras otra en sucesión ininterrumpida sin acabar nunca de
llegar.
¡Qué extensiones tan inmensas de terrenos deshabitados y, lo que es
peor, inhabitables!
Valles profundos que se retuercen doloridos entre montes nevados,
con faldas más o menos largas algunos y cortados a tajo otros, uno tras otro,
dominados de vez en cuando por algún pico terminado en cono perfecto,
indicador del volcán que se apagó hace acaso cuatro mil años. Más picos y
más valles estrechos como callejones.
El avión zumba sobre las nubes que se van espesando e impiden seguir
distinguiendo más valles y más picos coronados de nieve. Todo aquello es
obra de la naturaleza no tocada por el hombre.
La huella humana se distinguió perfectamente al divisar las hileras
simétricas de luces que alumbraban el aeródromo.
El piloto debe ser un maestro en el arte de aterrizar, porque nos posó
tan insensiblemente que no pudimos advertir el momento en que las ruedas
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tocaron la pista de cemento. ¡Un viaje perfecto!
Un recibimiento frío
La capilla católica
Catequesis de adultos
Todas las noches a las nueve venían los adultos a la casa del mecánico
para asistir a las instrucciones que yo les daba.
El piso estaba cubierto con una alfombra limpísima. Bombillas de luz
eléctrica por todos los rincones.
Sillas cómodas y algunas butacas con ceniceros, pues todos y cada
uno, hombres y mujeres, fumaban cigarro tras cigarro sin darse casi cuenta
de que fumaban.
A mí me hacían sentar en el centro como el Niño Jesús entre los
doctores del templo, aunque ni ellos eran doctores ni era yo niño.
Desde las nueve hasta las once y media exponía yo un punto de
doctrina: uno de los Sacramentos, o Mandamientos, o la contextura de la
Iglesia, la Misa, etc., y ellos hacían observaciones sobre lo expuesto.
Bien pronto advertí que con la esposa de un aviador no valían asertos
al tun lun. Todo lo inquiría e investigaba minuciosamente, y todos
respirábamos cuando al fin asentía complacida y decía muy ufana:
—Ahora lo veo.
Otra señora bautizada en la secta presbiteriana, pero ansiosa de hacerse
católica, hilaba también muy fino y lo cribaba todo hasta dejar el grano puro
y limpio de toda paja.
Entonces di gracias a Dios por los años de formación intelectual; por
los años de filosofía y Teología que se me habían hecho largos, pero que
ahora vi que no lo hablan sido; por el estudio serio y la lectura seria de
libros de apologética que ahora me capacitaban para satisfacer la sed
legitima de Dios que estos buenas gentes mostraban.
Todos quedaban satisfechos y animados.
Dando un paso más, les hablé también de las vidas de los Santos que
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les pusieron ante los ojos horizontes nuevos y nunca soñados.
A las once y media sacaban unas bandejas con bizcochos y chocolate y
cuando el reloj daba las doce ya teníamos los labios limpios con las
servilletas de papel que son aquí tan corrientes.
Así podíamos decir Misa y comulgar al día siguiente. Nadie se acuesta
en McGrath antes de la medianoche.
Visita al aeropuerto
En ese avión, o en uno como ese, volaron por aquí las religiosas
73
Esclavas españolas que aterrizaron sanas y salvas en Tokio.
Como hicieron el viaje en el verano, se llevaron un chasco al ver una
Alaska verde como una pradera sin fin.
Tal vez la altura tan enorme las impidió distinguir el terreno y no se
fijaron en que hay más charcos, lagos, ciénagas y aguazales que tierra firme
verde y florida.
Estas Religiosas españolas me notificaron desde Filadelfia que
pasarían por Anchorage tal día y tal hora.
Vivía yo entonces en Akulurak totalmente incomunicado con el resto
del mundo y no me fue posible recibirlas en el aeródromo.
Hoy tal vez sería diferente. Desde McGrath a Anchorage no es mucha
que digamos la distancia, y hay aviones comerciales entre las dos todos los
días o poco menos.
Si desde McGrath me enterase yo de que un grupo de monjas
españolas pasaban por Anchorage para el Oriente, no vacilaría un momento
y sacaría pasaje en el primer aeroplano aunque me tuviese que empeñar
hasta los ojos
El solo pensamiento de ver una monja española después de 18 años de
no ver ninguna me daría alas para volar aunque no hubiese aeroplano.
No sé lo que haría o diría yo en presencia de un grupo de monjas
españolas aquí en Alaska; probablemente haría alguna tontería come
abrazarlas, echarme a llorar o contarles un cuento. ¡Vaya usted a ver!
¿Y qué harían ellas? Desde luego no harían ninguna tontería como las
mías. Pongamos las cosas en su punto.
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X
Biografía de un Mecánico
alaskeño
Un perro de 17 años
En una visita que hizo a Anchorage se encontró con una joven que hoy
es su esposa.
Se casaron por lo civil por varias razones y la más importante es la
más sencilla: ella no está bautizada, era divorciada, y Juan había perdido
toda noción de leyes canónicas.
Una mañana, mientras la señora planchaba un talegón de ropas blancas
como la leche, me contó la historia de su vida. Yo la escuchaba sentado en
una butaca con un libro en las rodillas, mirándolo sin leerlo.
Eran y son aún tres hermanas. Su madre era una santa. Su padre era un
monstruo, y aun eso es alabarle. Las dejaba solas a veces dos años seguidas
y volvía con unas barbas que no le reconocían.
Tardan una labranza regularcilla en el centro de los Estados Unidos
lejos de poblado, y allí crecían las niñas y la madre trabajando como
hombres. El padre estaba con ellas varios meses y las volvía a dejar solas.
Las niñas caminaban todos los días muy lejos a una escuelita donde
aprendieron a leer y escribir; pero tuvieron que dejar pronto la escuela para
trabajar y poder comer.
Crecieron como amazonas, curtidas a fríos y calores. Lo mismo
segaban alfalfa que araban con una pareja de caballos u ordeñaban un
cántaro de leche antes del desayuno.
Se les murió la madre más de pena que de enfermedad alguna y
entonces vino el padre a dirigir los negocios; pero no le pudieron tolerar y
cada una tiró por su sitio.
Nuestra heroína se casó con un joven que había sido marinero y estaba
a la sazón divorciado de su mujer. No congeniaron tampoco, y nuestra
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heroína se divorció de él.
Con todo, no vacila en afirmar que el tal ex-marino nunca la obligó a
hacer lo que hizo otro marino vecino suyo, que obligaba a su mujer a echar
calderos de agua por fuera en las ventanas del dormitorio hasta que el ruido
del agua en los vidrios le traían el sueño que de otra manera no podía
conciliar. Hasta que una noche la pobre mujer se hartó de músicas y se
divorció.
Nuestra heroína vagó por varias ciudades y tuvo buenos empleos en
hoteles y fondas de cocinera, que ésa era su profesión. Hasta llegó a tener
fonda propia con un par de criadas que fregaban y servían.
Pero un día se hartó de todo y vino a Alaska a guisar en alguna fonda
de Fairbanks o Anchorage, y allí fue donde se encontró con nuestro Juan.
Quiere hacerse católica sin tardanza. Lee todos los libros católicos que
pesca y quiere leer más.
Tomo yo la palabra alguna que otra vez y entonces deja el planchado y
se sienta a escucharme sin perderme ni una aliaba, pues todo es nuevo para
ella según me dice.
Es que yo me echo a divagar por los campos de la perfección y unión
íntima con Dios, y ella lo ve como ve el sediento caminante del desierto
cataratas de agua cristalina que se despeña allá lejos, muy lejos.
La validez o invalidez de su primer matrimonio será resuelta pronto en
el tribunal de la curia episcopal; y si resulta ser inválido, entonces se casará
con Juan como Dios manda; se bautizará; comulgará y se considerará la
persona más feliz del universo.
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que no ha dado la carrera, en el cuerpo la tiene.
Con esta lluvia mansa se disipó la nube y volvió a salir el sol que hoy
brilla luminoso.
Todo el Kusko está confiado a mí celo. Akulurak se fue disipando
paulatinamente hasta convertirse en una especie de bruma lejana.
82
XI
Repartiendo miedo
Ester López
Mi primera noche
De nuevo, el jolgorio
88
sudor con un pañuelo que debla haber sido lavado la semana anterior. Varias
veces les rogué que contasen ellos algo; pero no, se sabían ya de memoria y
querían aprenderme a mí; por eso tuve que hacer el gasto muy a mi gusto.
Lo que colmó la medida fue el hecho histórico que les conté, a saber,
que yo dudé bastante entre hacerme Jesuita o Cartujo. No pudieron concebir
que yo alimentase pensamientos de Cartujo ni un solo día, y así quedó la
bacía convertida en yelmo de Mambrino.
Al día siguiente, pasé un buen rato con los chicos. Tienen dos salones
y dormitorios diferentes; los medianos, hasta los 16 años, viven separados
de los mayores que llegan a veces hasta los 22 años. Los medianos van a la
escuela. Los otros, los graduados, se dedican a oficios mecánicos o son
leñadores. Tenemos allí un taller muy bien montado. En el verano se ara con
un tractor una extensión considerable de tierra que nos da patatas, berzas,
zanahorias, guisantes y tomates. Como el río va carcomiendo las orillas y
nos va robando terreno, se lo robamos nosotros al monte que se eleva a
nuestro alrededor. Hay también una vaquería con seis vacas, cuatro terneros
y un toro muy manso y muy hermoso a quien llaman Ferdinando. En marzo
traen algunos cerdos pequeños en aeroplano y los ceban todo e1 verano. En
octubre son ejemplares bien cebados y dan carne para todo el invierno.
Durante el invierno resultarían una carga insoportable. Resulta más barato
traerlos de pequeños en aeroplano, como he dicho.
Contando cuentos
89
para amedrentarlas en serio.
A los 15 minutos de sesión me entró miedo a mí de que alguna se
desmayase y mandé encender todas las luces y hasta cambié de disco y
cantamos al piano.
El pánico que se apoderó de ellas fue sin precedentes. Se levantaron de
sus asientos y se me vinieron corno un enjambre con los ojos aterrados y las
manos en ademán de quien implora misericordia, y tuve que cambiar de
conversación.
Las había empezado a informar sobre los coloquios del hechicero
Jacques con el demonio en noches de luna en lo espeso del bosque entre
sepulturas, y no acerté a prever la explosión de pánico que se suscitó. Luego
cantamos y les dije muchas cosas graciosas y con eso se fueron a la cama
completamente normales y muy regocijadas.
90
XII
25 años de jesuita
Ejercicios espirituales
A las monjas les di unas pláticas preparatorias para los Ejercicios y por
fin entramos en ellos. Por falta de tiempo los hice yo a la vez que se los di a
ellas.
Había algunas que ya los habían hecho privadamente, por no tener los
Padres oportunidad de dárselos. Esas no quisieron perder ninguna migaja y,
con el debido permiso, asistían a los puntos y a las pláticas.
A mí me gusta dar los puntos en alguna sala recogida, no en la capilla.
Se los di en su sala de recreo y las que venían a oír traían consigo ropas que
cosían o bordaban a la vez que escuchaban, para que no se entorpecieran las
labores.
Las otras formaban un semicírculo muy compungido que de vez en
cuando estaba muy lejos de compunciones, pues no faltaban ocasiones para
hacer amable la virtud.
Al terminar los puntos yo me subía al montecillo a meditar entre los
pinos junto a una estatua de la Inmaculada que domina todo el panorama.
Subía por el cementerio y me paraba a rezar un «De profundis»
delante de la sepultura de mi antiguo compañero P. Lucchesi, muerto a los
80 años. Hay enterrados allí unos ocho jesuitas y dos monjas y un verdadero
bosque de crucecitas de indígenas.
Los pinos despedían un olor muy agradable. Si se restregan en las
manos las yemas o brotes de sus ramas, queda un olor exquisito que le
acompaña a uno el resto del día.
Es aquel un lugar excelente para ensimismarse con Dios en la
contemplación. Por desgracia ya empezaban los mosquitos a molestarnos.
Se pasaron volando los ochos días. El último tuvimos un «Tedeum» muy
devoto.
91
25 años de Jesuita
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Las bodas de oro del Padre Lucchesi
Para que se vea cómo arregla Dios la trama de nuestras vidas cuando
le place hacerlo, me había venido algunas veces el pensamiento de que
celebraría las bodas de plata con la Compañía de Jesús como celebró el P.
Lucchesi sus bodas de oro de sacerdote.
Iba en una barquilla de remos a visitar a unos pescadores que vivían en
tiendas de lona en un afluente del Yukón, cuando se levantó un viento
brioso con mucha lluvia.
Afortunadamente halló al poco rato una choza abandonada, sin estufa,
sin cama, con cl techo lleno de agujeros, y en ella se metió hasta que
amainase el temporal. Como éste no amainó durante todo el día siguiente, y
aquel era el día de sus bodas de oro, lo pasó con el Ángel de la Guarda en
ayunas y tiritando.
Como a hombre de mucha virtud que era, Dios le dio a gustar hieles y
ajenjos; en cambio a mí como a niño mimado y enfermizo me preparó el
mazapán más rico que han visto los siglos y en compañía de la Comunidad
religiosa más numerosa de Alaska Boreal.
Y todo acaeció como al acaso, con una naturalidad que me dejó muy
pensativo y muy agradecido a la bondad paternal de nuestro Padre que está
en el cielo y no nos pierde ojo ni nos lo puede perder. Lo dijo
maravillosamente Gar-Mar: «Si Dios se echase a dormir, despertaría sin
cosas.»
La Madre Superiora de Holy Cross lleva dos años en la casa y la ha
renovado notablemente. La extrañó mucho cuando vino que todos los
tránsitos y salas, y lo mismo las capillas, estaban llenos de Dolorosas,
crucifixiones y santos penitentes en actitudes agonizantes.
Dice que cada vez que salía del cuarto era como hacer el «Via-
Crucis». Con la disculpa de blanquear las paredes, descolgó todos los cua-
dros y los sustituyó por otros más alegres y no menos devotos.
Ahora da gusto darse un paseo por los tránsitos y escaleras y ver
Ángeles de la Guarda cubriendo con sus níveas alas dos niños de rizos
rublos y ojos azules que cazan incautos una mariposa al borde de un abismo
bordeado de flores; o al Niño Jesús jugando con su primito Juan Bautista
entre palomas junto al arroyo que, si no pasó, debió haber pasado por Naza-
ret; o a la Sagrada Familia en situaciones idílicas, y sólo muy rara vez se ve
un cuadro que traiga pensamientos de tristeza; porque la vida en Alaska para
93
nosotros es ya de por sí expuesta a tristezas y melancolías y no conviene
echar gasolina en el fuego.
Mi traje nuevo
En recompensa por los Ejercicios que les di, además de las oraciones
que me ofrecieron, me regalaron un traje negro magnífico que habían
recibido de un capellán del Ejército a quien ya no le venía bien por haber
engordado mucho en poco tiempo.
El sombrero me caía muy pequeño. El traje, debidamente planchado,
me caía como hecho a la medida y le metí en la maleta para lucirle en Bethel
los domingos y días de fiesta.
En Norteamérica no se usa la sotana en la calle. Los sacerdotes
vestimos de negro con alzacuello y se nos conoce a simple vista. Los pas-
tores protestantes hacen de su capa un sayo y cada uno viste como se le
antoja.
Los episcopalianos visten como nosotros casi sin excepción. Si se ve
un «clérigo» del brazo de una señora honestamente ataviada, ya se sabe que
es protestante y se le dice:
—Adiós, reverendo.
Si el clérigo va solo, se le dice:
—Adiós, Padre.
En Alaska vestimos como salteadores de caminos. Cada uno echa
mano de lo primero que pilla. Como nos conocemos tan bien, cada uno es lo
que es, sin parar mientes en cómo viste.
Yo ya tenía en el baúl un traje menos malo; pero éste que me dieron
las monjas es mucho mejor y no venía bien a ningún otro; así que me vino
de perlas. Con el traje me dieron lienzos de lino para mis altares y cuanto
necesité en materia de corporales y purificadores que ellas tenían en
abundancia.
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Como no hubo guerra en su temporada de soldado, le pusieron a
remendar zapatos en el cuartel y llegó a ser un zapatero dignísimo. Fue una
providencia de Dios, porque ahora durante el invierno arregla los zapatos de
los pupilos y ahorra a la Misión un dineral.
Este hermano lo es todo. Dirige las labores labradorescas, el establo de
las vacas, las estufas, la luz eléctrica, cuantas necesidades ocurren en una
casa de tantas dependencias.
En los 34 años que lleva allí, no ha dejado de levantarse ni un sólo día
a las cinco menos cuarto para despertar a la Comunidad a las cinco con la
campana. Sólo un alemán puede gloriarse de un hecho tan prodigioso.
Me recordó al filósofo Kant, de quien se cuenta que daba el paseo
diario tan a la misma hora, que la gente ajustaba o regulaba los relojes con
su paseo. Da gusto ver a otros tan exactos y tan fieles a sus deberes.
Antes de salir para Bethel quise ver reunidos a todos los niños y niñas
procedentes del Kusko. Resultó un grupo considerable. Todos eran feli-
greses míos y tuvimos nuestro rato a solas.
Tomé nota de todos para informar luego a las familias en mis visitas
por sus aldeas respectivas.
Insistí en que aprendiesen a tocar el armonio, y, a ser posible, los
chicos; pues si es mujer la organista, los hijos le impiden con frecuencia
venir a Misa y nos quedamos sin música. Todas estas pequeñeces
desempeñan un papel más importante de lo que pudiera parecer.
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XIII
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Este año su esposa y sus hijos no pudieron venir con él a la mina y
vive solo y algo triste en su magnífica casa.
Me sube a una habitación con dos camas ultramodernas y me dice
casualmente que escoja la que me plazca. Al darles un puñetazo, las camas
se quedan temblando diez minutos. Acostarse en ellas es subirse a un
columpio en actividad. Menos mal que ya me voy haciendo a dormir en
muelles.
El nombre propio de la mina es Náyak. Pocos paisajes superan al de
Náyak. Las casas están alineadas a lo largo del arroyo de aguas cristalinas
que se precipitan entre guijarros limpidísimos.
Un sistema de tuberías provee de agua corriente a todas las casas. A
los dos lados del arroyo se elevan unos montículos cubiertos de vegetación
por donde merodean los osos negros gordinflones e inofensivos.
Una mañana, mientras desayunábamos, pudimos ver en la loma una
osa descomunal con dos oseznos que la seguían brincando y divirtiéndose
coma nenes.
Cuando no ladran los perros, es que no hay osos a la vista. Cuando
ladran, nadie se alarma; es que pasan por allí dos o tres osos camino del
valle que se extiende a lo lejos.
El cocinero de la mina mató tres osos desde la ventana de la cocina.
Habían bajado al olor del basurero y gruñían y hozaban a dos pasos de la
cocina. No necesitó más que cargar el rifle y apretar el gatillo.
Me lo contaron los que vieron muertos a los osos y oyeron los
dispares; así que no tenemos más remedio que creerlo.
Labor catequística
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¡Qué rapidez en entender lo que todavía no ha acabado uno de decir!
Explicaba yo al público una noche cómo Dios es nuestro Padre y se halla
con nosotros como tal proveyéndonos de lo necesario, etc., etc., y añadí que
eso no nos dispensaba a nosotros de trabajar. Pronuncié esta frase:
—Dios nos dará el pan...
Y la chica la remató en alta voz:
—Pero lo tenemos que amasar nosotros.
Me dijo la maestra que no se la puede hablar sin que se descuelgue con
salidas oportunísimas. Su madre es una señora piadosísima que no se cansa
nunca de escucharme cuando les visitaba en su casita limpia y bien
amueblada.
La Misa la teníamos muy temprano para que los trabajadores pudiesen
estar a tiempo en sus puestos. Después de Misa me invitaban al desayuno a
una casa diferente donde se reunían las señoras a desayunar conmigo en un
espíritu de lo más patriarcal.
Hablaban todas tanto y tan alto que yo aprovechaba la ocasión para dar
a mi garganta un bien merecido descanso. Discutieron por activa y por
pasiva el modo de escribir a mi madre en España invitándola a que viniera a
Náyak, o por lo menos para decirle que no se preocupase por mí, que ellas
me trataban bien.
El desayuno con aquella especie de tertulia, duraba lo menos dos
horas.
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Un día Jerry me guiñó el ojo y cuando me tuvo en un rincón, me metió
en el bolso un billete de 20 dólares. Acto seguido me echó de si con un
empujón y se dio media vuelta. Son caricias yanquis muy típicas.
Al día siguiente tuvo que confesarme que estaba bautizado en la
Iglesia, pero que no había puesto los pies en ella en más de 30 años. Tiene
un genio de todos conocido. Nadie se queja de las comidas.
Como le ven siempre con un cuchillo de medio metro o con un
machete, todos le alaban los guisos o se callan como muertos. Este fue el
que mató los tres osos.
Un minero excepcional
100
XIV
Mi casa de Bethel
Repaso de cartas
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«Negrín», hizo reír sin duda al Señor cuando escribió así al final de su carta:
«A su «Negrín», un pellizco y un pedazo de chorizo, ya que no le
gusta cazar ratones».
No olvidemos que el tal Negrín murió de una pulmonía doble, por no
haberla triple.
En otra carta leí que oyeron que me habla muerto y que me habían
ofrecido un sinnúmero de sufragios. Bueno, algún día será de verdad.
La fiesta de la Independencia
Mi casa prefabricada
Mi primer verano en Bethel ha sido uno de los más lluviosos; pero así
y todo me las arreglé para terminar la casa donde ahora vivo. Es una casa
que yo llamarla «el Arca de Noé» por la forma convexa del tejado.
Es de las que fabricó el Gobierno yanqui para los soldados durante la
guerra: un armazón de barras metálicas guarnecidas con planchas de zinc
por fuera y con material plástico aislador por dentro. Fabricadas a millares y
para todos los climas, resultan muy frías en Alaska. Al terminarse la guerra
fueron vendidas en pública subasta, y en Bethel se compraron, poco menos
que de balde.
Para hacerse una idea de lo frías que son, baste decir que gasté mil
dólares en acondicionar la mía, y todavía dista mucho de ser lo caliente que
debiera. El verano que viene, si Dios quiere, daremos los últimos retoques, y
entonces esperamos que sea regularmente cómoda y caliente.
«El Arca» tiene 16 pies de ancha por 36 de larga, o sea, más del doble
de lo que era el famoso «agujero negro» de grata memoria.
Tengo tres camas, y las tres han sido ya ocupadas simultáneamente
cuando coincidieron pasar juntos por aquí los Padres Convert y Menager,
franceses, uno de Lyon y el otro de Nantes.
El P. Menager hizo de cocinero y nos preparó unas ensaladas que
hubieran sido deliciosas si no las hubiera recargado tanto de vinagre. Tiene
verdadera pasión por salsas y condimentos picantes y nunca se harta de ajos.
Si pasa tres días sin cebolla, ya chilla y no deja piedra por mover hasta
que se hace con ellas. No puede ver las nueces, de lo que me alegré; pues yo
me muero por ellas.
Tampoco le gusta el aceite de oliva. Le dije un día que a mí me
gustaba el aceite, pero que no lo compraba porque aquí está por las nubes.
Él se calló; pero al marchar me compró nada menos que seis litros de aceite
refinado, con el cual he podido freír todo lo freíble.
104
El Padre Convent, huésped de veinticuatro horas
Ascética y chistes
Otra cosa que le encantaba al Padre era la Iglesia que él edificó, pero
que estaba muy rústica y sin terminar cuando yo vine.
Aprovechando un generoso donativo de una señora yanqui,
encomendé la tarea a un pintor de profesión y a un carpintero muy diestro
que en poco tiempo dejaron la Iglesia tan reluciente y tan hermosa que deja
boquiabiertos a los que la vieron antes y la ven ahora.
El P. Menager rezaba el Breviario y hacia visitas largas ante el sagrado
silencioso y se extasiaba ante el crucifijo (imitación del de Limpias, aunque
más pequeño) que adquirí y coloqué en el centro entre las seis velas
litúrgicas.
Por las noches nos entreteníamos comentando los libros de Santa
Teresa que él conoce muy a fondo, o discutiendo puntos de los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio que él ha estudiado muy de propósito.
Entre col y col no faltaban anécdotas menos serias, como cuando me
dijo que una vez fue visitar a León XIII una peregrinación francesa en la que
estaba representada la ciudad de Nantes. El Papa iba preguntando a los
diversos grupos de dónde procedían y llegó el turno al grupo de Nantes, que
por cierto era pequeño. Al oír que venían de Nantes, les dijo el Papa con
amargura simulada:
—De Nantes teníais que ser: de Nantes. Bien profetizó de vosotros
Virgilio: «Apparent rari Nantes!...».
En otra ocasión celebraban con mucha pompa la fiesta del Corazón de
Jesús en un Colegio francés de estudiantes jesuitas. Hubo himnos y poesías
en que los estudiantes anhelaban derramar su sangre por Cristo. Terminada
la cena se anunció que se deseaban voluntarios en la cocina para fregar
platos; y como nadie se dirigiera a la cocina, el Padre Ministro los paralizó a
todos con esta exclamación a voz en cuello:
—¡A ver esos mártires; que vengan a fregar platos!
107
Cuando un día el cielo apareció sereno y vino el piloto a decir al Padre
que ya era hora de volver a Akulurak, nos despedimos con un abrazo
ignaciano y me invitó a visitarle y a visitar a tantos conocidos como dejé por
allá.
108
XV
En una de mis visitas a un soltero amigo mío que vive del juego y
otros entretenimientos no menos inocentes, le encontré borracho en toda
regla. Es blanco y veterano de la guerra mundial del 14. Se alegró mucho al
verme.
Me agarró con aquellas manazas lanudas de oso pardo y quiso
obligarme a que aceptase una copa o un billete de 5 pesos o algo. La
cuestión era que aceptase algo.
Como yo insistiese en que me sobraban millones y no necesitaba nada,
me miró a las muñecas en busca del reloj de pulsera, y al ver que no lo
usaba, me obligó a aceptar uno nuevo que tenía sin estrenar. Le pregunté si
el reloj era para el monasterio o para mí. Se quedó de una pieza.
Aguzando el cacumen replicó que era para mí, por supuesto, ¿dónde
hay monasterios por aquí? Y aunque los hubiera, ¿qué tenía que ver él con
los monasterios?
Acepté el reloj provisionalmente hasta enterarme de si era para el
monasterio o para mi uso personal; pues reloj de pulsera, aun con permiso,
me parece un derroche de lujo y mundanidad. El pobre reloj fue pronto
víctima de un desastre fenomenal que paso a describir, como si Dios
quisiera darme a entender que no aprueba en mi semejantes inventos.
Vuelta de campana
109
Escogí para visitarlos el 17 de octubre, domingo y fiesta de Santa
Margarita María de Alacoque. Como iba a ser una visita de unos días, no
consumí el Santísimo de Bethel.
Cargué con las maletas, hice una visita muy fervorosa al sagrario y salí
para el aeródromo, que para mí es siempre salir para el matadero.
Creo que lo único que me da miedo en Alaska es el volar. Como para
Dios no hay secretos, se enteró de ello y me destinó al Kusko donde todos
los viajes principales tienen que ser forzosamente en aeroplano.
Esto me recuerda lo que Jesucristo hizo con Santa Margarita María,
cuyo hermano exigió de la Madre Superiora que no se había de dar queso
Margarita, pues los Alacoques abominaban el queso. Cuando el Señor se
decidió a obrar cosas grandes en Margarita, la exigió que tomara queso.
Es decir, que las almas que El escoge, no le han de negar
absolutamente nada, y cualquier temor implica en sí cierta desconfianza en
Dios que Él no puede tolerar.
Comparando lo grande con lo pequeño, digo que a mí me ha exigido el
Señor el sacrificio de volar cuando sabe que la vista de un avión me pone
los pelos de punta. Esta vez cargaron en el aeroplano varias cajas de
gasolina y una carga regular de mercancías para la mina.
Junto al piloto se sentó un muchacho de 17 años amigo suyo y muy
amigo de volar. Yo me senté detrás. El piloto es muy experimentado. Baste
decir que pasó los años de la guerra bombardeando a los japoneses en la
famosa carretera de Birmania, en Singapur y sus cercanías, y voló muchas
veces entre los picos formidables del Himalaya,
Despegamos sin novedad y nos remontamos por las nubes como la
cosa más natural del mundo. Yo me puse en oración, y tanto me consoló el
Señor en ella que me extrañó ver cómo habíamos llegado a la mina.
Aquella mañana en Misa había predicado sobre los misterios dolorosos
(estábamos en el mes del rosario) y recuerdo que al hablar de la coronación
de espinas me vinieron inesperadamente unos escalofríos que yo no pude
explicar. Ahora estábamos circunvolucionando sobre el aeródromo.
El aparato fue bajando según las reglas universales de aviación, y al
tocar el suelo lo hizo con una violencia inusitada que me hizo agarrarme a lo
primero que pillé a mano.
Botó hacia adelante unos 12 metros y, al tocar el suelo por segunda
vez, hocicó, dio una vuelta de campana y quedó tendido de espaldas en un
golpazo macabro seguido de ruidos de cajas y objetos que se estrellaron
110
atropelladamente contra la parte delantera.
Siguieron unos segundos de un silencio total. Si no hubiéramos estado
atados a los asientos, no hubiera quedado en nosotros un hueso sano. Hay
que hacer notar que al invertirse la posición del aeroplano, el pasajero queda
cabeza abajo y pierde toda noción de lugar.
El primer pensamiento que me vino fue éste: el motor se prenderá
fuego y arderemos todos fulminantemente. El hecho de que pude pensar con
lucidez me dijo que por lo menos no estaba herido de cuidado. No sentí
dolor alguno.
111
Nos quedamos mirando los tres a una distancia respetable del aparato
y descubrimos que el único herido era yo; ellos sólo tenían algunos
renegridos y magullamientos muy leves.
Yo tenía una herida en la cabeza, y era tanta la sangre que me salía,
que se alarmaron razonablemente, pero ¿qué íbamos a hacer? Me senté
silencioso mientras ellos descargaban la mercancía. Cuando salían con
cajones al hombro, se les metían los pies por los forros de las alas que
quedaron hechas jirones.
Lo inexplicable
Envuelto en sangre
¿Perdidos en el aire?
114
¿Qué le había ocurrido al faro? Había sufrido no sé qué desperfectos y
lo estaban arreglando los mecánicos del Servicio Civil de Aeronáutica.
Hicimos varias circunvoluciones sobre el aeródromo y aterrizamos sin
novedad a la luz pobre de una luna enfermiza que, al fin y al cabo, nos dio la
vida.
El instinto animal de conservación gritó dentro de mí: «ya no vuelvo a
volar»; pero lo acallé al punto, pues sería una barbaridad rechazar el cáliz
que tan amorosamente nos regala Dios.
Entramos en el hospital y el médico, después de examinarme, dijo que
aquello no era nada. Una cortadita de tres pulgadas que se había detenido al
llegar al hueso. Afeitó el área correspondiente; congeló la piel rasgada; pidió
una aguja; dio tres puntaditas majísimas y dijo que eso era todo. Dijo que las
heridas en la cabeza asustan mucho por la gran cantidad de sangre que
ocasionan; pero no son nada en realidad. Se lava la herida, se cose, se pone
un emplasto encima y a dormir.
115
Este fenómeno de no haber sentido nada me recordó al dentista
mejicano que prometía sacar las sin dolor. Tenía en el asiento un mecanismo
que, al pisar en un pedal, daba un pellizco retorcido al incauto paciente.
Cuando la muela estaba a punto de salir, pisaba el pedal. El paciente
saltaba de la silla sin acabar de localizar el dolor que le corría por todo el
cuerpo, y en la confusión consiguiente se olvidaba momentáneamente de la
muela; que de eso se trataba. Como no podía menos de suceder, vino un
indio quejándose de una muela en la mandíbula inferior. Al salir la muela y
llevarse el pellizco consabido, exclamó estupefacto:
— ¡Quién iba a pensar que llegaran las raíces tan abajo!
117
XVI
Diciembre en Kalskag
118
puerta, me puso un montón de leña cortada a la medida.
Me hizo asimismo un catre de madera sobre el cual pusimos un
colchón nuevecito con cuatro mantas.
Se me olvidó encargar una almohada y como no la había en la tienda
local, tuve que echar mano de los pantalones bien dobladitos y con una
toalla por almohadón.
Es decir, que por 309 dólares sarnosos que me costó el material, más
90 dólares que le di al catequista por el trabajo, tengo ahora en Kalskag casa
propia; pequeña, es verdad; como que no tiene más que 12 pies de ancha por
14 de larga (1); pero casa propia e independiente, bonita, caliente, silenciosa,
a diez pasos de la Iglesia, en fin, que no hay más que pedir.
Alejandro, el batallador
Jorge, el infortunado
Jorge me visita con frecuencia. Se casó con una mestiza muda. Hablan
por señas y pocas, pues no parece sino que se comunican por pensamiento
como los bienaventurados en el cielo.
Tuvieron siete hijos, pero todos se les murieron de pequeños. Ya no
esperan más. No han dejado piedra por mover para adoptar algún hijo; pero
los aldeanos han perdido tantos hijos entre accidentes y muertes naturales
que no tienen ninguno de sobra.
Jorge se resignó y puso todos sus amores paternales en un gato que
creció en su regazo muy gordinflón y mimado.
Este verano fue a cazar almizcleras en los lagos limítrofes y fijó la
tienda de lona entre arbustos que adquieren aquí un tamaño regular. Por las
copas de los arbustos se veía todos los días un águila que, al parecer, iba en
busca de ratones silvestres. Al gato también le gustaba cazar ratones.
Una tarde se oyó un ruido extraño a corta distancia, y Jorge tuvo la
pena de ver con sus propios ojos al gato remontarse por los aires en las
garras aceradas del águila que se perdió en la lejanía.
¡Pobre Jorge! Dice que todo le ha salido mal en la vida; pero vive
sumamente resignado como buen eskimal.
Además no es cierto que todo le haya salido mal. Precisamente hará
sólo cosa de un mes tuvo una suerte monumental. Salió a cazar conejos con
escopeta de perdigón.
120
Pasaron horas y más horas por rastros muy difíciles, cansado,
hambriento, siempre con la esperanza de que se le pusiera a tiro algún ga-
zapo... y nada.
Desesperado, echó la escopeta al hombro y, al cortar por un atajo entre
breñas, se halló de sopetón delante de una madriguera en la que invernaban
unos osos al parecer dormidos.
Corrió a casa, y sin pensar que iba ya anocheciendo, tomó el rifle y
volvió jadeante a la madriguera con el dedo al gatillo. La osa madre le había
olido y habla tomado las de Villadiego dejando en la nieve un rastro
magnifico.
Dentro quedaban osos dormidos y confiados. Matarlos dentro era
improcedente; pues, como son tan pesados, cuesta mucho sacarlos.
Disparó al aire. Al cabo de algunos desperezos, protestas y rezongueos
salió uno a ver qué pasaba. Una bala a quemarropa le dejó tendido. Salió el
segundo y le pasó lo mismo. Salió el tercero algo más duro de pelar, pero
dos balazos certeros le paralizaron y se fue desangrando a torrentes como
sus dos hermanos. No salieron más.
Entró Jorge gateando y me contó que la madriguera tenía el suelo
cubierto de yerba seca muy caliente. Las paredes tenían una costra de
escarcha formada por el aliento congelado de los osos.
Al día siguiente cayó una nevada fenomenal que cubrió el rastro de la
osa fugitiva. Los tres osos, acarreados en trineos, proveyeron de carne a la
aldea; y a él le proporcionaron más alimento que todos los conejos del
contorno.
Margarita, la charlatana
122
Celedonia, mi vecina
123
XVII
El cielo anticipado
124
Una reunión familiar
Turrón de Jijona
Entre tanto se iba decorando la iglesia para la Misa del Gallo que iba a
ser cantada. Después de comer ensayábamos la Misa gregoriana hasta que
quedamos satisfechos del buen resultado.
Además tuve que buscar un rato aparte para preparar cinco niños que
iban a hacer la Primera Comunión. Mi casita parecía un enjambre.
Para colmo de bendiciones llegó el aeroplano correo y me trajo dos
kilos de turrón de Jijona que me enviaba la señora Bertha Téllez de Méjico.
Este año lo envió con tiempo.
En los días de Akulurak me llegaba durante la cuaresma; y como la
presencia del turrón me turbaba demasiado, lo comía descarado en aquella
125
estación santa de penitencia cuando ni siquiera nos viene a la imaginación la
palabra turrón.
Esta vez me llegó tan a tiempo que no pude menos de dar gracias al
Jesús de mi sagrario tan callado y escondido, pero tan activo y atento para
que no me faltase turrón en mi refugio de Kalskag.
126
La Nochebuena
Entonces hacemos una venia y nos dirigimos al altar con gran mesura
y seriedad según el orden prefijado. Se canta la Misa «de Angelis» sin
tropiezo serio mientras el altar es una nube de incienso.
127
Echo un sermoncito sencillo y al grano, que me sale de lo íntimo del
alma; tan de lo íntimo, que si no los convierte a ellos, me convierte a mí. Lo
termino sudando por la sencilla razón de que yo sudo por nada.
Llegamos a la Comunión y tuve el gozo de repartir 76 formas
consagradas, loado sea Dios, que hoy como ayer se complace en conversar y
convivir con los humildes y sencillos de corazón.
Los eskimales de Kalskag no podemos ser más sencillos y competimos
en pobreza con los pastores bíblicos de Belén. No hay entre nosotros sabios.
Tan ignorantes somos que ni siquiera sabemos ser incrédulos ni mordaces ni
sarcásticos.
Somos tan pobres, que si nos registrasen, no hallarían entre todos
nosotros arriba de cien pesos.
Pero en cambio no hay quien nos gane a reírnos ni a cantar villancicos
ni a pasarnos las horas muertas en la iglesia adorando a nuestro Dios
escondido en el sagrario.
Al terminar la primera Misa, comienzo la segunda. Durante toda ella
se suceden cánticos de Navidad que entonan todos a voz en cuello mientras
yo me remonto en espíritu a los cielos que esta noche, destilan miel y nos
están rociando con lluvia divina.
Como San Pedro en el Tabor, quisiera que esta segunda Misa no se
acabara nunca, porque da gusto estar en compañía de Jesús, el único que
llena el vacío infinito de nuestro corazón.
Al terminar la segunda Misa salimos todos a la calle que tiene medio
metro de nieve apisonada y dura como cemento, y mientras nos damos la
mano y nos felicitamos las Pascuas con gran efusión y familiaridad, los
mozos nos recrean con salvas de rifle cuyos ecos cruzan el río y, cuando los
creemos perdidos, vuelven a resonar repetidos por el monte cubierto de
pinos que se eleva detrás de la aldea.
Durante diez minutos todo es fogonazos como si estuviéramos
repitiendo una invasión armada del enemigo.
El cielo está cuajado de estrellas fulgurantes con claros grandes acá y
allá que tal vez son ráfagas de la aurora boreal que no aparece esta noche en
forma discernible.
El termómetro marca 39 grados bajo cero. Las chimeneas vomitan
bocanadas de humo negro que se queda sobre los tejados formando nubes
aisladas cada vez más negras.
Yo me meto en la cama donde muy pronto pierdo de vista el mundo de
128
los vivos.
A las diez y media tenemos la tercera Misa con un lleno absoluto;
porque como no tenemos nada que hacer, y como no hay entretenimientos
que nos distraigan, la iglesia es hoy el centro de todas nuestras actividades,
y entre el portal de Belén y el sagrario se lo llevan todo.
La tentación de la soledad
El especialista en pájaros
129
Este pájaro de pico excepcionalmente largo y algo encorvado pasa los
inviernos en la isla de Tahití e islitas circunvecinas al extremo sur del gran
Pacífico y en un vuelo fantástico, que deja tamañitos a todos los demás, cae
sobre las co1inas del bajo Yukón lejos de toda habitación humana.
El verano pasado organizaron una expedición en aeroplano tres
señores ornitólogos dispuestos a jugarse la vida en busca de un nido de
«curiew».
El maestro de Kalskag es uno de los tres.
Después de muchas tentativas inútiles, amararon en un lago rodeado
de altozanos cerca del río Andreafski. Clavaron allí las tiendas de lona
dispuestos a no dejar yerba por pisar ni agujero por escudriñar.
Tomando por los extremos una maroma larguísima iban peinando la
periferia del terreno hasta que, cansados y hambrientos, se dieron por
vencidos.
Caminando a la buena de Dios cada uno en direcciones opuestas,
dieron por fin con dos nidos. El «curiew» se había apegado al terreno al
pasar la maroma sobre él y no había levantado el vuelo.
Ahora, pisado y todo, tampoco alzó el vuelo; pero su carne, le delató.
Tan parecido era su plumaje a las yerbas, que resultaba casi imposible
distinguirlos.
El «curiew» se dejó coger y manosear. Le sacaron varías docenas de
fotografías. Coincidió que al día siguiente salieron los pollitos de los
huevos.
Las fotos de estos pollitos superan en número a las del principito
inglés y a las de cualquier principito.
Con esta colección de fotos ya se ha enterado la ciencia del lugar que
escoge el «curiew» para anidar; cuántos huevos pone; tamaño y color de
estos huevos; color de los pollitos recién salidos y así por el estilo; porque
cuando un científico se pone a investigar, es una declaración de guerra sin
cuartel.
El señor maestro y yo nos sentamos a la pantalla y estudiamos un
sinnúmero de diapositivas en las que vemos «curiew», nidos, aves y flores
sin fin.
Ha sido una noche sumamente poética en consonancia con el espíritu
del día. No sé qué tiene la pantalla que nos presenta como interesante lo que
visto en la realidad no nos llama la atención. Así termina el día de Navidad
en Kalskag.
130
Cuando venga el correo recibiré cartas de España preguntándome
cómo pasé las Navidades y deseándomelas muy felices. Lo han sido de
verdad. Unas Navidades envidiables aun con la cena solitaria que, como
todas las cenas, siempre recrea y enamora.
Nombres propios
Mortalidad infantil
134
XVIII
La muerte do Sofía
Había prometido a los de Aniak pasar con ellos el Año Nuevo, y así lo
hice. Mi llegada no pudo ser más oportuna. Aquella Sofía que había
mejorado tanto después de haber estado a las puertas de la muerte, recayó y
estaba ahora de nuevo a punto de expirar.
Me costó trabajo conocerla. Allí no había más que huesos. Se confesó
y recibió el Viático. Al día siguiente volvió a comulgar.
Cuando volví el tercer día con la Comunión, tuve que volver a la
Iglesia con la Sagrada Forma. Sofía estaba delirando.
A eso de las diez de la mañana comenzó la agonía. A las doce, el
estertor estaba en su apogeo. A las cuatro, lo mismo. A las cinco llevaba
camino de nunca acabar. A las seis el estertor no había variado.
Sin pretenderlo, no podía echar de mí el recuerdo de José Afkan, el de
Akulurak, que estuvo agonizando catorce horas seguidas y que, si no
hubiese muerto cuando lo hizo, me hubiera matado a mí, que llevaba dos
días junto a la cabecera, a punto de desplomarme de fatiga.
Sofía tampoco acababa de acabarse. A las siete y media de la noche
toqué la campana y tuvimos Rosario y Bendición.
Al terminarla me vinieron a decir que Sofía había fallecido. Mis
sueños de convertirla en catequista y organista, se desvanecieron. Dios lo
quiso así, bendito sea.
Esta mortandad eskimal tan elevada es la causa de que no se pueda
planear con ellos gran cosa., pues, cuando ya creía uno que iban a dar fruto,
enferman y se mueren, así, sin más. Sofía tenía 18 años.
Durante el entierro caía pausadamente la nieve, como si el cielo
quisiera llorar de la única manera que aquí puede hacerlo en el invierno:
135
copos de nieve por lágrimas.
Su hermana Anastasia volvió a casa de su marido en Kalskag,
quedándose Aniak sin más vicaria que la vieja María.
136
El record del frío
Mi casa rectoral
Leonor, la aviadora
138
un empleo lucrativo en el Servicio Civil de Aeronáutica y en las oposiciones
llevó el número uno.
No se quiere volver a casar, porque dice que dio todo el afecto de su
corazón al marido y, muerto éste, no le queda afecto para ningún otro.
Antes de casarse fue aviadora. Su padre fue senador en tiempos del
presidente Wilson. Leonor nunca se bautizó en ninguna secta, y ahora quiere
nada menos que hacerse católica.
Hace menos preguntas que Margarita, pero son de orden universal;
tanto, que para responderlas debidamente hay que sacar a plaza tratados
enteros de Teología.
Como tiene que estar en la oficina durante las sesiones generales,
viene previamente a mi casa y yo la instruyo en la iglesia, sentados los dos
en un banco junto al altar.
Nos asustamos cuando notarnos que han pasado dos horas, y nos había
parecido un minuto. Por fin se rinde también y pide ser bautizada.
Su madre, que tiene 80 años y vive con ella, lo siente mucho y se la ve
a veces llorar a solas; pero Leonor no da el brazo a torcer y la vieja se
resigna como puede; tanto es así, que hasta mostró deseos de conocerme
personalmente.
Leonor me previno que no me asustase si la ancianita me decía algo
impropio por haberle «robado» a su hija. A la hora convenida entré en casa
muy torero, con el brazo alargado y reventando amabilidad por ojos, boca y
demás sentidos corporales.
La vieja me clavó una mirada de acero que se derritió en menos que se
tarda en decirlo, y allí mismo, de pie, antes de sentarnos, me invitó a cenar
el próximo domingo.
Daniel, el no bautizado
139
Daniel viene a las instrucciones, y, cuando no puede hacerlo, viene a
mi casa a instruirse privadamente.
Lo que más le agrada es que, como no está bautizado, no tiene que
confesarse antes del bautismo; y luego no estará obligado a confesar más
que los pecados que cometiere después del bautismo.
Con eso no tiene que meterse a resolver su pasado entre marineros y
prisioneros japoneses, ni las andanzas por esos mundos de Dios que él
corrió sin trabas de ningún género cuando se escapó de casa al apuntarle el
bigote.
Pero, por más que se humille él, no nos la pega; pues basta mirarle a la
cara para ver que es todo honradez, cordura y sensatez. Bueno como un
pedazo de pan.
A éste no le ponen obstáculos en casa. Su padre es mormón y su madre
es de la secta llamada Ciencia Cristiana, Daniel, es libre, para escoger lo que
lo plazca, y aun para no escoger nada. Por fortuna, Dios le tocó el corazón, y
Daniel se dio por aludido.
Me pregunta poco; más bien absorbe lo que yo le digo.
140
ello.
La ceremonia del bautizo resultó muy bien e impresionó no poco a los
circunstantes.
A la mañana siguiente, Leonor recibió por primera vez el Pan de los
Ángeles.
La próxima noche se bautizó Margarita. Como había sido bautizada en
el Protestantismo, el bautizo fue condicional, y condicional fue también la
absolución, después de una confesión general.
Leonor fue la madrina, encantada de poder, actuar ya como católica en
el sentido pleno de la palabra.
En la Misa del día siguiente, Margarita comulgó por primera vez, y,
por cierto, al lado de su marido, para que los ángeles tuvieran algo bueno de
qué hablar en el cielo.
El último fue Daniel. Su padrino fue un señor que se convirtió del
Protestantismo hace varios años. Así, poco a poco, se va engrosando el
rebaño de Pedro, hasta que llegue el día venturoso en que no haya más que
un rebaño bajo el cayado de un solo Pastor.
141
XIX
«Asamblea Constituyente»
en Akulurak
Invitación oficial
142
El primer personaje no era otro que nuestro reverendísimo P.
Provincial de Oregón que venía a visitarnos oficialmente. Estudiamos juntos
un año en Teología e hicimos juntos la Tercera Probación.
En casi once años que no nos veíamos, me sorprendió verle tan cano y
tan grueso. Después de un forcejeo animado logré agarrar yo solo la maleta
que traía y dejé que se las arreglasen como pudiesen los otros dos veteranos,
PP. Deschout y O'Connor.
Entramos en mi «Arca de Noé» que ellos no hablan visto y nos
sentamos junto a la estufa a combatir los 30° bajo cero que hacía fuera.
Así sentados me empezaron a disparar preguntas sobre los vaivenes de
la vida en las riberas del Kusko; pero yo les dije que como soy tímido y
hombre de pocas palabras, prefería oírles a ellos sobre sus vidas y milagros.
Al oírme decir que yo era hombre de pocas palabras, armaron un
verdadero escándalo y me preguntaron si había oído hablar del octavo
Mandamiento.
A las seis de la tarde los llevé a la fonda y cenamos unas chuletas para
celebrar tan memorable ocasión.
Vueltos a casa charlamos hasta cerca de la media noche.
Previendo casos como éste me había hecho de antemano con cuatro
colchones y tres camas. El P. O'Connor cargó con el pato y durmió en el
colchón que armó sobre dos bancos bien metidito en un saco de dormir.
A la mañana siguiente, después de las Misas, me arremangué y puse
sobre la mesa un desayuno que nos dejó alegres como unas pascuas.
Ellos partieron inmediatamente para Akulurak y yo lo hice dos días
después.
Horizontes conocidos
De nuevo en Akulurak
145
problemas tienen solución ante el sagrario.
Charlas nocturnas
Consultas y debates
148
Con la máquina de escribir en una mano, el Breviario en la otra, y
Jesucristo en mi corazón iré yo mismo por el mundo, impávido, a caza de
almas y de noticias.
149
XX
El Señor Obispo llegó con mucho retraso, pero llegó. Era su segunda
visita a Bethel. La primera había sido en el verano anterior, a poco de su
consagración episcopal, cuando vino en plan de exploración y
reconocimiento del terreno a él confiado.
Llegó a Bethel a media tarde y aterrizó al otro lado del río, que aquí
tiene 4 kilómetros de anchura. Le esperé de este lado; pero no venía. Le fui a
buscar en una gasolinera:
Al meterme por el aeródromo distinguí un bulto negro debajo de un
bimotor y no me equivoqué. Allí estaba su Ilustrísima sentado con toda paz,
en espera de acontecimientos.
Ya nos conocíamos, pues convivimos unas semanas en el Colegio de
Tacoma, Estado de Washington, en el verano de 1935.
Después de los saludos de ritual, volvimos en la gasolinera que, por
apechar contra el viento y la marea nos cargaba de espuma.
Ya en casa, nos sentamos a charlar sin prisas. Estudió la Teología en
Oña. Llegó a Espolia dos días después del golpe de Estado de Primo de
Rivera y en aquel rinconcito burgalés estuvo cuatro años.
Como había cerca de veinte yanquis en Oña, la tentación de hablar en
inglés era muy grande y no siempre la venció. Por eso, aunque habla aún
español, lo hablaría mucho mejor si no hubiera habido tantos yanquis en
Oña.
Le regalé un ejemplar de mis librejos alaskeños para refrescar el
español. Los leyó a su tiempo; y como le preguntase yo un día si se había
reído con ellos, me respondió que no era todo risas en esos escritos, sino que
había de un pasaje y más de dos que arrancaban lágrimas. No dije más ni le
volví yo a preguntar sobre el caso.
151
El nombramiento de Obispo
Catorce confirmaciones
152
volver a la aldea en muchos años. Nuestro actual Señor Obispo sigue la
práctica de confirmar sólo a los que hayan comulgado,
Terminada la confirmación en Bethel volamos a Kalskag.
Como mi casita no estaba en condiciones de albergar a dos, su
Ilustrísima se alojó en la escuela del Gobierno donde convivió
familiarmente con el maestro que no es católico.
Aquella primera noche en Kalskag me despertó el catequista y me
informó que su hija se estaba muriendo. Corrí a su cabecera y pude ver que
se trataba de un ataque cardiaco ocasionado tal vez por el cansancio de velar
a su hijita recién fallecida.
Como ella estaba medio consumida por la tisis, la fatiga la había
postrado y puesto en trance de agonía. Pasé un par de horas junto al lecho.
La pobre mujer se quejaba con bastante frecuencia, hasta que su padre —mi
catequista— tomó en las manos el crucifijo y la increpó furibundo:
—¿De qué te quejas, estando en cama con colchón? Mira al Señor en
este leño. ¿Qué tiene? Espinas y clavos. ¿Y te atreves a quejarte tú?
La enferma quedó atónita unos segundos y luego rompió a llorar. Dije
yo para mis adentros: ¡Con este catequista estamos como queremos! Sin
embargo, tomé la palabra para suavizar un poco la orenga del espartano
catequista. La enferma no falleció.
En Kalskag se confinaron once, todos niños de la escuela. Visitamos
las casas de los eskimales para que se hartasen de ver de cerca al Señor
Obispo y luego partimos por avión para Holy Cross.
Como nos estaban esperando, pudimos recrearnos desde las nubes con
la vista de grupos de niños muy agitados, verdaderas manchas negras en
movimiento sobre un suelo blanco. Aquí en Holy Cross estábamos en casa
propia, gracias a Dios, ¡y cómo se notaba!
Desde luego se decidió celebrar una Misa pontifical por todo lo alto,
sin omitir el más mínimo detalle prescrito por las rúbricas.
Su Ilustrísima se revistió para la ceremonia en el edificio próximo a la
Iglesia y marchamos en procesión como en las catedrales de verdad. Los dos
Hermanos estudiantes jesuitas que están haciendo allí el Magisterio hicieron
de diácono y subdiácono de honor, siempre al lado el Señor Obispo.
153
El Padre Superior hizo de preste asistente. El Padre Grif hizo de
subdiácono y yo de diácono. En el presbiterio había una flota de
monaguillos debidamente entrenados.
El coro cantó magníficamente los himnos rituales y la Misa, y la
iglesia estaba atestada de gente ente entre escolares y aldeanos. Salió todo
como una seda.
Yo me dejé saturar de liturgia, buena falta me hacía después de tantas
aventuras por las riberas del Kusko siempre solo.
Tuve distracciones de no poca duración recapacitando sobre la paz y el
gozo que como lluvia primaveral caen mansamente sobre el alma durante las
ceremonias rituales de Misas como éstas tan comunes en países católicos, y
como nos vemos privados de eso los que andamos entre matorrales sin tener
con frecuencia ni un sacristán que nos ayude la Misa.
Cuantas veces he tenido yo Bendición con el Santísimo y he tenido
que encender las velas, manejar el incensario y atender a todas las
ceremonias por no tener en la iglesia un hombre inteligente a quien confiar
semejantes menesteres.
Y al terminar la Bendición y salir los parroquianos, tengo que apagar
las velas, doblar las vestiduras, cubrir el altar, volver a su sitio el incensario
sin otra compañía visible que la de los bancos, aunque con los ojos del
espíritu veo legiones de ángeles postrados de hinojos ante la majestad divina
del Señor tan escondido en el sagrario.
Una Misa Pontifical en toda regla hace un bien inmenso al misionero
solitario que va por esos andurriales roturando el terreno para que un día no
muy lejano pueda producir frutos de bendición, feligreses tantos en número
que nuestros sucesores puedan celebrar entre ellos Misas Pontificales como
la que tuvimos hoy en Holy Cross. .
156
XXI
Ejercicios en el Hospital
de Anchorage
La Hermana Solange
Cada vez que veo estudiantes rebosando salud; chicos guapísimos con
el cabello partido en crenchas muy galanas; jóvenes esbeltos que parecen
cincelados por el buril del mismísimo Fidias; al pensar luego que o no son
católicos, o si lo son, no aspiran más que a terminar una carrera que les
facilite trabajar a la sombra, cobrar un sueldo ramplón, criar media docena
de hijos y llegar luego a viejos sentados en la butaca de algún casino con
compadres tan canos y calvos como ellos, se me subleva la sangre y me
viene tentación de agarrarlos por las solapas y decirles con acento lastimero:
—Pero, hombre, ¿no ves que estás perdiendo la ocasión de poderte
cubrir de gloria marchando a las Misiones donde con tus fatigas, con tus
dolores, con tus esfuerzos, con sufrimientos de todo género llevados
alegremente por amor de Dios puedes convertir un sinnúmero de almas que
glorifiquen eternamente contigo a Jesucristo?
Nos sobran ya abogados, ingenieros, médicos y veterinarios. Lo que
nos hace falta con toda urgencia son chicos como tú que vayan hoy mismo a
los Noviciados y marchen luego a conquistar el mundo para Cristo. Si me
dices que Dios no te llama, vete a la iglesia; arrodíllate ante el sagrario; di a
la Santísima Virgen que presente Ella tu petición a su Divino Hijo. Diles
que tú quieres venirte aquí de voluntario. Veremos luego si te llama Dios o
no te llama.
Dios llama a muchos; pero son pocos los que se dan por aludidos. Se
excusan con que si la, novia, si la madre viuda, si la salud, si me comerán
vivo los indios, si el suelo patrio, y en estas excusas se les pasa la juventud.
Entre tanto Jesucristo sigue dando toquecitos a otros corazones jóvenes.
«Mañana te abriremos —le responden— para lo mismo responder mañana».
Total, que lo único de que dispone Dios para convertir al Japón —
repitámoslo— son esos grupitos de almas temblorosas que van a ser la
simiente de la gran cosecha venidera.
161
Quitémonos reverentes el sombrero e inclinémonos ante esas monjas
españolas, hermanas nuestras que marchan a conquistar para Dais todo el
Imperio del Sol Naciente. Todo esto se me ocurrió en Anchorage al ver la
foto que me trajo la Hermana Solange.
Esta misma Hermana me llevó un día a la azotea del hospital para que
se me despejase la cabeza contemplando los montes nevados y los bloques
de hielo llevados y traídos por las mareas que en este lugar son las segundas
del mundo en ascenso y descenso de nivel.
En estas aguas anclaban los galeones españoles enviados por el virrey
de Méjico hace doscientos años. Hoy, a falta de galeones y por impedirlo los
hielos flotantes, los barcos se han convertido en aéreos y da gusto ver como
cruzan el cielo aviones de todas las marcas y tamaños.
Debido a la tirantez de relaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin,
Alaska posee una fuerza militar aérea considerable con base principal en
Anchorage.
Asimismo por estar en el cruce de caminos entre los Estados Unidos y
el lejano Oriente, Alaska tiene en Anchorage —según dicen— el aeródromo
mayor del mundo. Lo cierto es que en cualquier día del año se posan y alzan
el vuelo en Anchorage más aviones que en Nueva York.
Desde la azotea donde estuve unos veinte minutos no dejé de ver en
ningún momento aeroplanos volando, y a ratos se veían escuadrillas de caza
a velocidades fantásticas venir y perderse de vista en formación militar
impecable.
Pude ver también autogiros estrafalarios que me recordaran a nuestro
Juan de la Cierva de tan recio abolengo castellano.
Dentistas y médicos
Estábamos en abril; pero con tanta nieve y tanto hielo era como estar
en enero. Entre los edificios de la ciudad se destaca nuestra Iglesia recién
edificada.
Es de cemento, costeada por la ciudad a fuerza de rifas y loterías y con
donativos considerables de personas sin religión como se acostumbra en este
país original donde el amigo más generoso del sacerdote es el masón más
162
significado del lugar, en una mezcolanza político-religioso-social como no
creo se dé en parte alguna del universo.
La Iglesia no está terminada, pero está acondicionada para celebrar en
ella y se llena tres veces todos los domingos. En uno de ellos dije yo la Misa
de las nueve con unos 500 asistentes, todos blancos, como si estuviéramos
en Chicago.
Seguramente que pasan de 2.000 los católicos de Anchorage; sino que
como son la mayoría semi-aventureros no acaban de radicarse nunca en un
lugar fijo y de todo tienen menos de religión.
Así y todo se va formando un núcleo de familias estables que son las
que forman la espina dorsal de la parroquia.
Una de esas familias es la de un dentista muy amigo nuestro. Este
buen señor me examinó la dentadura y me dijo que estaba en condiciones
excelentes.
De los siete hijos que tiene, quiere que salgan por lo menos un cura y
una monja. Dios le oiga.
Hay aquí un médico sin religión amiguísimo de los misioneros.
Abrigamos fundadas esperanzas de que entre pronto en el seno de la Iglesia.
Oyéndome contar historias se reía tan estrepitosamente que sin poder
contenerse en la butaca se echaba en el suelo y quedaba sobre cuatro patas
con espasmos estentóreos de risa. Estando así, si pronunciaba yo una sola
palabra, me hacía señas que callase hasta que se le normalizase la
respiración. Dos veces huyó del cuarto, pues por lo visto su organismo no
tenla capacidad para tanto ejercicio muscular involuntario.
Me regaló un par de botas rojas que le debieron costar un dineral. Más
aún, me examinó de pies a cabeza y, me halló —son sus palabras— «como
uno de esos toros que torean en España».
Fruto de Ejercicios
163
mencionarse.
Cuatro horas seguidas por esas nubes parduzcas en un bimotor cargado
de correspondencia y mercancías. Cuatro horas de oración y de rosarios.
Otros pasajeros se dormían en posturas graciosísimas. En avión yo sólo me
duermo en las kalendas griegas. El que no sepa cuándo son estas kalendas,
que se lo pregunte a un bachiller.
Conclusión
166
XXII
La llegada do un "Douglas"
168
Los soldados en las trincheras conocen el calibre del obús que pasa por
el timbre peculiar del silbido. En estas trincheras imaginarías donde me bato
yo cuerpo a cuerpo y lucho por la extensión del reinado de Cristo en la
tierra, me he familiarizado ya tanto con los aeroplanos, que distingo, sin
mirarlos, al Douglas, al Cessna, al Vega, al Stimson, al que sea. Cada motor
tiene su sonido peculiar.
Este zumbido que se está acentuando por momentos es efectivamente
de un Douglas. Ya lo diviso allá lejos en las nubes. Al ser herido por los
rayos solares el metal que lo cubre refleja la luz como un espejo. Viene a
velas desplegadas, con los motores como fauces de monstruo prehistórico a
punto de caer sobre la presa.
Ahí viene; ya está cerca. Traza un círculo sobre el aeródromo a unos
300 metros y de repente se ladea y desciende buscando la línea recta de la
pista Norte a Sur que es la más larga.
Afloja la marcha. La afloja más. Enfoca la pista y viene bajando,
bajando, sobre las colinas, cruza el rio, salva unos plantíos de arbustos y se
posa sobre el cemento con esas llantas de goma monumentales.
Rueda delante de mí con velocidad vertiginosa que poco a poco
decrece hasta que, a punto de pararse, vira en redondo y vuelve a pasar ante
mí despacio y majestuoso camino de las oficinas. Da unos resoplidos fuertes
y al fin queda inmóvil como atleta que ha terminado la carrera y se tiende a
descansar sobre el mullido césped.
Este Douglas tiene capacidad para tres toneladas y vuela a 250
kilómetros por hora, aunque pudiera volar más rápido si hubiera prisa. Sin
mercancías da cabida a 25 pasajeros. Cuando viajo en él me siento siempre
en medio, entre las alas, pues es un hecho científico que, en el centro hay
menos vaivén que en los extremos.
Del aeródromo salen varios pasajeros. Desde mi asiento noto que
algunos parecen cohibidos; señal de que son nuevos en Alaska. Otros, en
cambio, se mueven muy garbosos y saludan acá y allá; señal de que son
veteranos que vuelven de un viaje de negocios o recreo por los Estados
Unidos.
Salen también del aeroplano sacas de correspondencia, cajones,
paquetes, cajas y maletas. Pasados unos 25 minutos giran de nuevo las
hélices y el aparato comienza a pavonearse por la pista. Zumban los motores
cada vez más fuerte.
El Douglas embiste la pista de Este a Oeste, acelera la marcha y en un
169
infierno de ruido desesperante despega y se pierde detrás de
un monte lejano. Quedo envuelto en un silencio sedante rodeado de luz; de
paz y de verdura.
Sobre todo la paz. ¡Qué paz reina hoy en MacGrath! Tal vez en estos
momentos cruza el mar Caribe un tifón catastrófico que deja a su paso
barcos hundidos e islas destrozadas. Tal vez se está librando una batalla
campal en los campos milenarios de la China. Tal vez acaba de nacer un
volcán que pone en huida despavorida a los incautos habitantes de una isla
filipina. Tal vez...
Aquí, en McGrath, en este día del mes de agosto no hay tifones, ni
guerras, ni volcanes, ni siquiera frío ni calor. Ello es lo que me tiene como
embrujado. Ni frío ni calor; ni viento ni lluvia; ni nubarrones ni mosquitos;
ni niebla, ni escarcha, ni nada que pudiera considerarse mancha o arruga en
la bonanza de este día sin precedente memorable.
Este es un día perfecto. ¿Cuánto tiempo voy a estar sentado aquí? No
lo sé. Probablemente seis o siete horas, hasta que haya anochecido.
Los que viven en climas bonancibles no lo saben apreciar; como no
apreciamos la vista los que no estamos ciegos, ni apreciamos la respiración
fácil los que no tenemos asma. Hoy me voy a vengar de catorce años de
tiempo más o menos desagradable y voy a mirar al cielo azul y a las sierras
lejanas hasta que me duela el pescuezo y se me cansen los ojos.
Sobre los picos elevados de la sierra blanca aparecen y desaparecen
nubecillas blancas como vellones de lana purísima.
A medida que el sol y la tierra cambian de postura, el tinte del
arbolado en las faldas de los montes sufre cambios apreciables dentro del
verde básico.
Pero volvamos a Alaska. Bendito sea Dios, que nos ha dado un día tan
humano y tan ameno. Me levanto al fin y doy un paseo a lo largo del
aeródromo. Cruzo unos matorrales y llego al río. Camino río abajo un buen
trecho que vuelvo a desandar río arriba.
172
Las orillas tienen yerba crecida. Arranco unas brazadas y me siento de
nuevo contemplando la corriente reposada del río profundo y silencioso. Ver
correr el agua es de lo más sedante y poético que existe.
Viendo correr el agua del río Cardoner tuvo San Ignacio inteligencias
inenarrables. Yo, pobre de mí, no hilo tan fino y me contento con elevarme a
Dios a mi manera, pero también me elevo,
De estas elevaciones me saca una bandada de patos que caen sobre el
agua como si fueran piedras. Parece imposible que se tiren tan vio-
lentamente sin hacerse daño. Nadan y se divierten juguetones. Se hunden, y
vuelven a salir donde menos se esperaba. Cazan insectos y moscas. Se
sumergen y salen a flote.
Ya se juntan, ya se apartan. Se están dando la gran vida. ¡Con qué
cariño tan paternal los cuida Dios!
Estos son también hermanos míos. ¿Me querrán ellos a mí por
hermano? Los llamo con una voz que saco de no sé dónde, y los muy
descastados alzan el vuelo y se pierden en lontananza.
En el aeródromo zumban motores de marca Vega. Siempre que oigo
este nombre me acuerdo de aquel señor viejo de mi pueblo que vivía cerca
de la torre de la iglesia. Los chicos tirábamos piedras a las campanas y casi
todas caían en su corral sembrando el pánico entre las gallinas. El buen viejo
salía tras de nosotros, pero no nos pillaba. Al darse por vencido nos voceaba
con el puño en alto:
—Si no estáis enducáus, yo vos enducaré.
Aquí junto al Kusko estas palabras me alegran el alma.
Al otro día
175
XXIII
Buscando silencio
La cabaña de maderos
Prácticas de puntería
177
en el cuerpo se abren a manera de hongo y causan un destrozo fenomenal.
Fue para mí una revelación lo cerca que le rondé a la hojalata, y hasta
la perforé un par de veces. El Hermano me dijo que tuviera confianza; que si
le daba a la hojalata, mucho mejor le daría al oso que era cincuenta veces
mayor.
El hecho de que la hojalata se estaba quieta y el oso no lo estaría, no lo
discutimos; como tampoco discutimos la probabilidad casi cierta de que la
presencia del oso me pudiera ocasionar tal temblor de piernas y brazos que
diera al traste con todos mis tiros al blanco.
El Hermano ha cazado muchos osos, y lo mismo se diga del dueño de
la choza. Me aseguraron que por lo general el oso negro huye del hombre y
hace cuánto puede por evitar con él todo encuentro; pero si acontece
encontrarse con él de repente, el oso ataca feroz e infaliblemente.
Y eso es precisamente lo que hace el buen cazador: se mete por los
árboles sin hacer ruido y con la mano al gatillo. Salta el oso y ¡zas! dos
balazos: uno en la espina dorsal y el otro en el corazón. El primer disparo le
paraliza y el segundo le mata.
Con un balazo en el corazón corre el oso 50 metros destrozando
cuanto encuentra a su paso. Por eso es menester paralizarle primero.
El disparo infalible es en los sesos; pero resulta que tienen el cráneo
tan duro y con una curvatura tan especial que con frecuencia resbala el
proyectil. En tales casos el cazador se juega la vida en cada fracción de
segundo que sigue.
Pan y zanahorias
En la isla solitaria
Distribuyendo el tiempo
Esto era lo que había estado ambicionando tanto tiempo. Dios tiene
secretos importantísimos que comunicar al alma y yo me he estado
muriendo por conocer alguno de esos secretos.
Dios obra en esto como nosotros, que cuando hablamos a alguien,
esperamos que nos preste atención; y si no nos la presta, puede ocurrir que
nos disgustemos, demos media vuelta y marchemos con la música a otra
parte.
Dios espera vernos desocupados y en silencio para que le podamos oír
el mensaje. Entre el ruido, las ocupaciones que nos distraen, los planes que
hilvanamos cuando aparentamos estar en silencio y las imaginaciones
estériles que nos persiguen a sol y a sombra, Dios Nuestro Señor se ve y se
desea para acechar un momento oportuno y entrarnos como El quisiera.
Evidentemente que será un acierto rotundo darle a Dios por el gusto y
ponerse uno en tales condiciones que el silencio esté garantizado.
En la Isla de las Zanahorias leería yo los puntos de meditación y luego
me sentaría sobre el tronco de un árbol a meditar 60, 80, 100 minutos
seguidos en la convicción plena ele que mi contemplación no había de ser
interrumpida ni por carraspeos de vecinos, ni por estornudes extemporáneos
de seres humanos, ni por puertas que se abren o se cierran, ni por ladridos de
perros, ni siquiera por el zumbido rápido de un aeroplano que se aleja.
¿A qué hora seria la comida? Cuando ya no me tuviese de hambre. ¿A
qué hora me acostaría? Cuando estuviese realmente fatigado. ¿A qué hora
me levantaría? Cuando se colase la luz por aquel ventanuco pegado al suelo.
¿Con qué lecturas entretendría el tiempo libre? Con el Nuevo Testamento, el
180
Kempis y el Libro de los Ejercicios comentado por el P. Oraá, S. J., que
tuvo la delicadeza de regalármelo desde su sitial rectoral de Loyola.
En plenos Ejercicios
181
Aquella estrella tan luminosa no podía ser otra que Sirio. La de más
allá pudiera muy bien ser Arturo, a no ser que fuera Antares.
Las dos Osas brillaban majestuosas sobre mi cabeza con la estrella
Polar destacándose entre todas. Me vinieron a la memoria los versos de Fray
Luis: «¿Por qué están las dos Osas — de hallarse en el mar siempre
medrosas?»
Arenga al infierno
Así pasé ochos días con sus noches en ambiente de cielo. Los secretos
que Dios me comunicó en este retiro son secretos de guerra que no me es
dado divulgar.
Creo que la única vez, que hablé en voz alta, bien audible y en buen
castellano, fue cuando, avergonzado de los crímenes de mi juventud y de la
superficialidad y vaciedad de mi vida madura, en un arranque de quijotismo
místico y con una sinceridad a toda prueba, declaré la guerra a todo el
infierno desde Lucifer hasta el portero, y les dije que en adelante no habría
cuarteles.
Sus armas me son bien conocidas. También ellos conocen las mías,
que son tres: pobreza; desprecio y dolor. No me creen que las vaya a usar.
Pero a eso vino precisamente mi arenga al infierno: a hacerles saber
que las voy a usar a todas horas, y que pierden el tiempo en quererme
persuadir a lo contrario. El tiempo dirá.
Adiós a la isla
185
XXIV
La Tizona y el Campeador
(Diálogo de despedida)
186
Agarrada a mi mano derecha o sentada en mis rodillas corrió ufana por
el mundo, defendida contra caídas, empujones, magullamientos y puntapiés;
que a todos estos contratiempos están sujetas por esos mundos las piezas
indefensas del bagaje.
La primera carta que escribí, si mal no recuerdo, fue a don Miguel de
Unamuno. Acababa de leer uno de sus escritos y me creí en la obligación de
protestar. Por desgracia la carta salió tan extremadamente violenta, tan
atestada de insultos, tan vehemente, que temí complicaciones
internacionales y la rasgué.
Al ver la cantidad de veneno que salió de mis fauces viperinas, me
entró miedo y prometí irme a la mano en lo sucesivo y ser más humano e
indulgente. Como se ve, el principio de mi campaña con la Tizona no fue
del todo halagador.
En 1940, en Kotzebue, se me descompuso la Tizona; pero, gracias a
esa paciencia que adquiere uno en los días eternos del Polo Norte, logré
componerla razonablemente y volvimos a los tajos y mandobles como si allí
no hubiera ocurrido nada.
Tres años más tarde en Akulurak se me volvió a descomponer; pero
los dedos mágicos del antiguo aviador Hermano Jorge Feltes, S. J., la
compusieron de nuevo y volvimos a los campos de batalla a cubrirnos de
heridas y de polvo. .
Hace cosa de tres meses, en Magraz, la Tizona sufrió un revés de muy
mala catadura. Un aviador amigo mío la llevó a Anchorage a una oficina
donde reparan máquinas de escribir, y me la devolvió remendada y con esta
esquela colgada al cilindro: "All worn out. Useless to fix it. Better buy a new
one". O sea: «Completamente gastada. Inútil repararla. Compre otra nueva»,
¡Pobre Tizona mía! Después de dar los pasos necesarios, me llegó de
Boston hace unos días otra máquina tan nuevecita y reluciente como la
Tizona. La miré con saña. Estuve a punto de darle un puntapié.
Nunca la querré tanto como a esta Tizona idolatrada que renquea, si, y
tropieza y cae con la carga; pero se levanta con bríos y hace alarde de querer
arremeter como en los días de su juventud florida.
Sentados la Tizona y yo frente a frente tenemos el siguiente diálogo, el
último sin duda, y por tanto el más triste y el de mayor envergadura de
cuantos hemos tenido.
CAMPEADOR—Dime, Tizona, ¿cómo te hiciste tan vieja en tan poco
tiempo? ¿Qué son quince años? ¿Por qué no tienes siete vidas como los
187
gatos? Precisamente ahora que te conocía tan bien por dentro y por fuera,
enfermas de muerte y me dejas.
TIZONA.—Tuya es la culpa, Campeador, Me has dado 13 millones de
mojicones. Dime si hay cabeza que aguante semejante palotina sin quebrarse
e inutilizarse.
CAMPEADOR.—No llames mojicones a los teclazos, Tizona. Fueron
caricias, o por lo menos eso fue siempre mi intento al pasarte las manos por
el teclado. Lo mismo hacen los pianistas con sus pianos. ¿Y no hay acaso
tirones de orejas que son otras tantas expansiones de cariño y familiaridad?
Y vamos, Tizona; ya que has vivido 15 años a mi lado y has sido la con-
fidente íntima de lo más recóndito de mi corazón ¿qué avisos de despedida
me das? ¿Cuál es tu testamento?
TIZONA.—Ni te daré avisos ni haré testamento; pero ya que me lo
pides, te traeré a la memoria lo que ya te dije mil veces mientras tú y yo
fuimos una sola cosa. Y sin más preámbulos paso a decirte que cuando veas
sobre la mesa un montón de cartas y no sepas cuál hayas de contestar
primero, da la primacía a las de los enfermos de sanatorios, y tras éstas
responde a las de los que guardan cama en sus propias casas.
Porque los sanos, como salen a la calle, se distraen y entretienen;
mientras que los enfermos, como no pueden salir y viven entre cuatro
paredes, no tienen distracciones y empiezan a esperar tu carta a las 24 horas
do haber echado la suya al correo.
Los enfermos que viven en sus casas aún tienen algunas distracciones;
pero los que viven en sanatorios es como si vivieran en un bosque cerrado, o
peor aún, en un cementerio. Estos son los que necesitan cartas con toda
urgencia. Escribir a éstos es como hacer de un golpe las catorce obras de
misericordia.
CAMPEADOR.—Entendido. Así lo haré.
TIZONA.—Cuando estés enojado, no escribas cartas, y esto por dos
razones, a saber, o pierdes el tiempo o cosechas enemigos. Si al terminar
una carta enojado, la lees, por lo general la rompes; y a esto lo llamo yo
perder el tiempo. Si no la lees y la echas al correo, el destinatario (que tiene
corazón de carne como tú) te responderá con otro disparo, y ya tenemos
guerra. Y tú no eres hombre de guerra, sino de paz.
¡Cuántas veces le he visto entrar en el despacho furibundo, agarrarme
con garras de león, apretar las quijadas corno una hiena y empezar a
golpearme sin misericordia! Y aunque me dolía la paliza de teclazos, me
188
dolía más pensar que todo era tiempo perdido, cuando no dañoso. Sigue mi
consejo. Cuando estés enfurruñado, si hace mal tiempo y no puedes salir a la
calle, duerme una siesta o estudia Moral, pero no escribas.
CAMPEADOR.—Gracias, Tizona; pero escucha una observación.
Hay trances y ocasiones en la vida que exigen una actuación rápida y a
fondo, llamando al pan, pan, y al vino, vino. Hay dolencias que sólo se
curan con el bisturí, no con emplastos ni cataplasmas.
TIZONA.—De acuerdo, Campeador; pero si echas una mirada
retrospectiva por la baraúnda de cartas escritas y recibidas, verás que no ha
habido un solo caso en el que hayas acertado al usar el bisturí; mientras que
todas las veces que usaste lo que in llamas emplastos, el resultado ha sido, si
no un exitazo, por lo menos un éxito, que no es poco.
Es decir, que si has de matar al toro, hazlo galantemente con el traje de
luces y el espadín silencioso; no lo mates a cañonazos. Lo primero admira;
lo segundo espanta.
CAMPEADOR.—Tal vez tengas razón, Tizona; procuraré seguir tu
consejo. Y dime, de todos los temas que ensayé contigo, ¿cuál crees tú que
ha sido el mejor recibido y el más provechoso?
TIZONA.—El tema espiritual sin género de duda. Bien están los
chistes si son pocos y en su punto. Bien están los cuentos si son breves y
tienen miga. Pero lo que agrada y satisface es lo espiritual; porque el
corazón ansía la felicidad perfecta; y aunque ésta no se da más que en el
cielo, lo espiritual es un trasunto de él y nos da ya acá abajo con cuentagotas
lo que en el cielo se nos dará sin medida, o sin más medida que nuestra
capacidad. La felicidad del chiste o del cuento apenas si pasa de la
epidermis mientras que la de lo espiritual entra y se asienta en el corazón.
CAMPEADOR.—Es cierto, y desde hoy voy a dar de mano a todo lo
que no sea estrictamente espiritual.
TIZONA.—Despacio, Campeador, despacio, no seas extremoso. Lo
espiritual es como el postre, o como la copa de vino generoso después de
una comida abundante de viandas menos generosas. No escribir más que
temas espirituales y querer que la gente viva de eso, es como querer vivir de
miel y turrones que a los dos días empalagarían.
CAMPEADOR.—¿Y cómo va a haberse uno para acertar en esto?
TIZONA.—Muy sencillo: mezcla lo útil con lo dulce. Patatas y turrón;
garbanzos y miel; pan y mantequilla. Que nunca falte una historieta, una
salida inesperada, una noticia interesante; y entre col y col mete asuntos
189
espirituales que satisfagan el corazón. Aprende de los Evangelios donde
entre tantas sentencias espirituales salen a relucir la gallina y sus polluelos,
el pastor y su rebaño, los lirios de los campos, los cerdos endemoniados y
los perros que lamen las heridas de un pordiosero.
CAMPEADOR.—Bien, Tizona, de acuerdo. ¿Y qué tema crees tú que
sigue en importancia al espiritual?
TIZONA.—A esta pregunta me es muy difícil responder. Siendo
tantos y tan variados los lectores, no podrá jamás llover a gusto de dos.
Mientras te mantengas en el terreno abstracto de catequizar eskimales,
visitar les enfermos, enterrar los muertos y rogar a Dios por ellos, todos te lo
alabarán y te dirán amén.
Pero pobre de ti si te sales del sendero trillado y te descuelgas un día
con una opinión sobre temas discutibles. Tú no puedes ser monárquico ni
republicano ni falangista ni requeté ni rebelde ni leal; y si eres algo de eso,
no lo digas. Tú no eres del norte ni del sur ni del éste ni del oeste, sino que
te llovieron las nubes, o mejor aún te elevaron los cielos alaskeños.
A ti te tiene que gustar todo; y aun entonces te expones a peligros por
aquello de que hay gustos que merecen palos. Como al fin y al cabo eres
hombre y todo lo humano te atañe hasta cierto punto, creo que lo mejor será
que hagas de tu capa un sayo y te expreses como lo veas delante de Dios sin
esquivar ningún tema que juzgues ser de la mayor gloria de Dios dadas las
circunstancias.
Escribir y dar palos de ciego no dejan de tener sus puntos de contacto.
¡Cuántos párrafos que creía el autor qué valían un Potosí, pasan
inadvertidos, mientras que otros que salieron como al acaso sin advertencia
plena dan en el blanco y hacen furor! Difícilmente acertarás a pronosticar la
reacción del público.
CAMPEADOR.—Bien, Tizona; con estas divagaciones ya sé a qué
atenerme. ¿Tienes más quo decirme?
TIZONA. Sí, y con esto terminó. No aguardes a que las cartas se te
amontonen. Despacha cada día unas pocas; si no, se te amontonan y luego
un día te pones a despacharlas como una furia, y todos se vuelven errores y
empotramientos de teclas sobre el papel. Cada empotramiento de teclas es
una cana que le sale a la maquina; por eso tengo yo tantas; por eso he
envejecido prematuramente.
CAMPEADOR.—Así es, Tizona, y me arrepiento de lo hecho. Tres
cartas diarias breves y al grano después del desayuno nos dejarán contentos
190
a todos. Y perdona que te haga otra pregunta. ¿Crees tú, Tizona, que debo
aceptar la dirección espiritual de almas que viven a 12.000 kilómetros de
Alaska?
TIZONA.—Hubiera preferido que no me lo hubieras preguntado; pero
ya que lo hiciste, quiero darte mi cándida opinión. No cabe duda que hay
preguntas que se pueden responder sin que sean óbice las distancias. A esas
preguntas puedes responder lo mejor que sepas.
Pero te aconsejo que no aceptes la dirección espiritual de gente que no
conozcas. Ya tienen allá un Padre Espiritual y un confesor que los conocen.
Venir con eso al país de los eternos hielos, aunque sea sincero, tiene mucho
de romántico.
Nunca le digas a un seminarista si tiene o no vocación para la Religión
o las Misiones. Y lo mismo a las bachilleras que tienen ya aprobada la
Reválida. Apenas leas en una carta la palabra VOCACIÓN, encógete de
hombros y encomiéndalo a Dios en el silencio nocturno del sagrario.
CAMPEADOR.—Bien, Tizona, haré como me sugieres, aunque
procuraré ensanchar un poco la manga en casos dudosos. Y dime ¿no tienes
nada más que decirme?
TIZONA.—Nada más, Campeador, absolutamente nada más si no es
desearte un porvenir de felicidades con tu nueva máquina a la que deseo
también una vida muy larga y muy próspera.
CAMPEADOR.—Adiós, Tizona mía, adiós. Lástima que no tengas un
alma inmortal como la mía, para que nuestra unión perdurase eternamente
en el cielo. Tú volverás a la nada.
Mientras viviste, fuiste para mí un escalón en mi subida hacia Dios. Te
quedo sumamente agradecido, aunque sé que no te das cuenta de mi
agradecimiento.
Mientras yaces empolvada «DEL SALÓN EN EL ÁNGULO
OSCURO» hasta que manos extrañas den contigo en el basurero, recuerda
nuestras lides por los lomas del Polo Norte.
Tú fuiste la primera que viste brotar mis canas, y te reíste de ellas por
dentro. Tú escuchaste mis canciones, mis invectivas, mis oraciones, mis
silencios, mis tartamudeos en eskimal y mis exclamaciones en español
castizo.
Juntos nos maravillamos de las auroras boreales, de las ballenas, de la
nieve perenne y de los hielos eternos. Juntos liberamos a Moscardó en el
Alcázar, apresarnos al «Mar Cantábrico», triunfamos en todos los frentes y
191
desfilamos por la Castellana tras las banderas victoriosas.
Juntos hemos seguido los vaivenes del mundo en sus variados
aspectos, ora batiendo palmas, ora llorando, ora llenos de esperanza y
siempre encomendándolo a Dios en cuyas manos está el verdadero remedio.
Todo llega en este mundo caduco. Adiós, Tizona. Manos extrañas te
destruirán. Yo no podría cometer jamás semejante atropello.
Recibe el adiós final, no sólo el mío, sino el de todos aquellos que
recibieron carta o cartas que tú deletreaste generosamente aquí en el país de
los eternos hielos. ¡Descansa en paz!
192
XXV
En Anchorage,
fuera de programa
193
y vuelta para Magraz en el bimotor marca Douglas que hace el recorrido de
Bethel a Anchorage tres veces por semana.
El vuelo fue ideal hasta que llegamos a Magraz. Allí comunicaron por
radio a los pilotos que no aterrizasen, pues se estaba formando una capa
gruesa de niebla sobre el aeródromo y correríamos peligro de
descalabrarnos.
Los pilotos siguieron adelante en línea recta y aterrizaron en
Anchorage sin percance alguno. A los dos días me devolverían a Magraz.
Aparentemente era para mí un trastorno; pero acostumbrado como
estoy a ver en todo la mano de Dios, callé y hasta me alegré.
194
hacen; que no es lo mismo oírlos que hacerlos. Lo primero lo deja a uno
medio amodorrado; lo segundo nos convierte a Dios de verdad.
Con estas ideas directrices y generales nos pusimos respectivamente
ellas a hacerlos y yo a dárselos. Los días pasaban sin sentirse, y una mañana
en el desayuno nos encontramos con que se habían terminado.
Eso fue en el desayuno. Aquella misma noche después de cenar
comencé una serie do meditaciones ignacianas a un grupo selecto de
católicos que reunió el párroco de Anchorage, el Irlandés P. O'Flanagan. Se
reunieron al pie de 70 adultos de ambos sexos; todos blancos.
El Anchorage de hoy
Panorama espiritual
Meditaciones de Ejercicios
197
Lo que oyeron las impresionó sobremanera. Hartas de cine, de músicas
insulsas, de programas radiofónicos tan superficiales, de modas necias y de
conversaciones y lecturas más necias aún, las pobres criaturas se quedaban
anonadadas al ver destilar ante su consideración temas tan nutritivos, tan
razonables, tan salvadores y tan propios del alma humana que, como ya dijo
Tertuliano, es naturalmente cristiana.
Tal vez por falta de costumbre lo cierto es que quedaron muy
fatigadas. Yo quedé exhausto de fuerzas, loado sea Dios.
La vocación do un exsargento
Más vocaciones
Una señorita que asistió a las pláticas se entrevistó conmigo para que
la facilitase ingresar en las Carmelitas descalzas. Es mecanógrafa y vive de
su sueldo en las oficinas federales de aduanas.
La animé mucho y dije Misa el primer viernes de mes a su intención
para que Dios reblandeciese el corazón empedernido de la Priora que
rehusase admitirla.
Nos reímos no poco comentando la figura que pintaría ella vestida de
monja. Esta es la cuarta vocación monjil de blancas alaskanas que ha
llegado a mi noticia.
La población blanca de Alaska comienza así a arrimar el hombro y a
participar de las obligaciones y privilegios de la vida religiosa dentro del
seno común de la Iglesia.
Del sur de Alaska han salido tres sacerdotes seculares y un jesuita;
todos blancos. Como ya he notado en otras crónicas, nuestras esperanzas de
hacer sacerdotes indios o eskimales son muy tenues. El tiempo dirá.
Yo tengo por norma no desperdiciar nunca la ocasión de proponer a
los jóvenes la posibilidad del sacerdocio o del convento. Como Dios me ha
colocado entre eskimales, y como estos son tan cerrados, me veo atado de
pies y manos por así decir y no saco más que risas escépticas y meneos de
cabeza negativos.
Lo hago para que Dios, al ver mis ardientes deseos, los escuche a su
modo despertando vocaciones en otros climas más benignos donde los
chicos —y las chicas— tienen más talento y mejores dotes y cualidades para
abrazarse con la vida de más perfección.
En mis ratos de sueño despierto (que no son pocos) me veo en colegios
de blancos trayéndolos a docenas a la Religión.
199
Es una especie de obsesión que tengo y que tal vez se deba al deseo de
ver a muchos otros compartir conmigo la vida del cielo que vivo en mi
revoloteo perenne alrededor del sagrario y en la administración de los
Sacramentos.
200
XXVI
El valle de Matanuska
Susi, la zalamera
204
XXVII
En capilla
En el quirófano
Después de la operación
207
Investigaciones científicas
Al cuarto día ya estaba con inteligencia tan lúcida (¡ojo con poner
lucida, corrector de pruebas quienquiera que seas!) que pensé en aprovechar
el tiempo de alguna manera, además de cumplir la voluntad de Dios estando
en el lecho.
En un ir y venir continuo de pensamientos, me hizo hincapié uno muy
singular.
Recuerdo que de pequeño vi en una hoja del calendario zaragozano el
origen verdadero de algunas prendas de vestir y algún otro objeto casero.
Recordé sólo dos: los pantalones los inventó San Pantaleón, y los
vestidos los inventó Vesta la de las vestales.
Entonces sin poderme contener pedí lápiz y papel y me enfrasqué en
una investigación científica depuradísima. El primer día lo dediqué a
prendas de vestir, y he aquí lo principal de mis hallazgos sensacionales:
Las medias se inventaron en el antiguo reino de Media; las calzas y
calzones en Calcedonia; las capas en Capadocia; las mantas, según unos en
Mantua, y según otros en Palencia; las corbatas, un capitán de corbeta
natural de Paracuellos; las gorras, en Mendigorría; las almohadas y
almohadones los inventaron los Almohades; las bragas se las disputan entre
Braga y Braganza; las sayas, un sayón malagueño natural de Sayalonga...
Al llegar aquí quedé tan rendido por el esfuerzo mental, que tuve que
dejar las investigaciones hasta el día siguiente.
Armado nuevamente de lápiz y papel arremetí con el origen de varios
objetes caseros.
Hallé que la cama la inventó Cam (el hijo de Noé) durante el diluvio
que se prolongó más de lo esperado y trajo el cansancio consiguiente. Los
platos los inventó Platón, y las cucharas el torero Cuchares. Las zarandas un
tal Zarandona, y las hormas un tal Hormaeche. Los paraguas en el Paraguay,
por supuesto.
Con esto se me pasó la mañana. Al atardecer me volví a sentir
científico y hallé el origen de cosas relacionadas con la alimentación. La
comida se inventó en Como de Italia. La cena, proscrita en un principio por
el concilio Niceno, fue luego restaurada con creces por Zenón. Los churros,
el almirante Churruca, y las moras el poeta Moratín. El caldo, un alcalde de
Baracaldo, y no un rey de Caldea como aseguran los envidiosos del ingenio
español. El pan se lo disputan Panamá, y Villafranca del Panadés.
208
Y como se relacionan algo con el comer, diremos que las copas se
inventaron en Copenhague; los vasos en Basilea; las jarras en las Alpujarras,
y las mesas en Mesopotamia.
Al día siguiente volví a echar mano del famoso lápiz, y entre visitas y
tazas de caldo hallé que las damas se inventaron en Damasco; los bolos en
Bolivia; las cartas en Cartago, y en cuanto a la pelota hay que distinguir:
desde luego la pelota misma fue inventada por un pelotón de los torpes en
un rato de descanso; la jugaron con cesta en Cestona, con pala en el Pa-
latinado, y a mano en Manila. De esto no cabe duda.
Parece también fuera de toda duda que los primeros osos aparecieron
en Osuna; los primeros lobos en Lovaina; las chinches en Chinchilla, y los
leones en la muy noble corte de León donde como en embrión se formó todo
el futuro imperio español. Finalmente hallé que los saludos empezaron en
Buendía.
La monja que me cuidaba se alarmó al veme borrajear papeles y me
los quitó, aunque me prometió no destruirlos, para no privar a la posteridad
de hallazgos tan importantes. Sin lápiz ni papel seguí meditando en los
orígenes de las cosas; pero como no apunté mis hallazgos se me olvidaron.
En mis divagaciones iba construyendo palabras: la caspa, de Caspe;
los alambres, los moros, de la Alhambra; los bailes en Bailén a raíz de la
victoria sobre los franceses. Aquí hice punto final definitivo.
212
XXVIII
La recela de la longevidad
Nacido en 1880, don Gregorio tiene hoy 70 años redondos; pero nadie
le echaría arriba de 55. Precisamente se sacó una foto el verano pasado; y
díganme los que la vean si don Gregorio aparenta tener 70 años.
Le pregunto cómo se las ha arreglado para llegar a viejo sin
aparentarlo, y me da la siguiente receta que quiero pasar a mis lectores sin
omitir un ápice.
No es una receta simple que quepa en un renglón, sino una serie de
recetillas que, unidas y fielmente observadas, traen consigo infaliblemente
una salud de roble durante un tiempo inacabable. Allá van:
a) No casarse jamás. En esto le estoy imitando yo a la letra; loado sea
Dios.
b) No enfadarse jamás. Aquí ya no estoy tan seguro de que le imito al
pie de la letra; pues recuerdo que hace unos años me enfadé una mañana
cuando me enteré que la ONU se ingería en los asuntos internos de España.
c) No dejar pasar un día sin beber por lo menos cinco botellas de
cerveza. Aquí sí que estoy perdido; pues la cerveza y yo nunca nos
compenetramos. Resignémonos, pues, a morir en la primavera de la vida.
d) Tener siempre en el baúl una botella de ron con una condición: se
echan 14 gotas de azúcar; luego se llena el vaso con agua caliente; luego se
revuelve todo el tinglado con una cucharilla y luego se bebe despacio, a
sorbos, y si se hace así todas las mañanas en ayunas, no hay peligro de
morirse.
Aquí fue donde me di por muerto y enterrado, pues tendría que beber
ese brebaje antes de Misa; y, ¡ya ven ustedes!
e) No acostarse jamás sin comer antes una manzana bien madura y con
la monda. Dice que una manzana a esas horas actúa como lubrificante y lo
tiene a uno siempre más limpio que un jaspe. Al buen entendedor, pocas
palabras.
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Bilbao, Madrid, Panamá
215
en un cerro arcilloso, todos los ingenieros fracasaron en su intento de
impedir que se cayese la arcilla de los techos.
Entonces le consultaron a él. Con su experiencia de minero sumada a
un sentido común nada común, ideó una manera de colocar los maderos
transversales que dio un resultado estupendo. Desde aquel día el Ingeniero
jefe del canal le quiso a Gregorio como a un hijo.
217
La guerra de 1914
Minero en Alaska
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Aquí volvió a juntar dólares y más dólares a fuerza de trabajar, y en
1930 volvió a España a descansar en los cafés de la Coruña.
En 1931 no le gustó el cariz político que iban tomando las cosas y se
reembarcó para Alaska donde vive todavía hecho un brazo de mar. Nunca ha
estado en el norte ni en el oeste donde habitan los eskimales.
Al comenzar la segunda guerra mundial, adquirió empleo en
Anchorage donde el Gobierne, gastó millones y millones en la erección de
cuarteles y pistas de aterrizaje para aeroplanos. Por todas partes abundan los
obreros parados.
Gregorio no recuerda haber estado nunca sin empleo. A raíz de la
segunda guerra mundial se hizo súbdito yanqui, como hicieron más de dos
millones de extranjeros cuando vieron que el no ser ciudadanos
norteamericanos les privaba de un sinnúmero de privilegios.
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Tan interesante se me hizo D. Gregorio que le urgí a que me volviese a
visitar, y lo hizo dos veces más; así puede redondear mis apuntes sobre su
vida y milagros.
Yo le remiraba sin hartarme nunca de mirarle. Aquí está un español,
gallego, vecino mío como quien dice, que visitó la catedral de León donde
asistí yo a tantas Misas solemnes.
Me pareció mucho más guapo que todos los yanquis; más caballeroso;
más tipo de hidalgo; más abierto; más desinteresado; en fin, más hombre.
¡Lástima que hablase un español tan acuchillado de frases extranjeras!
Me preguntó cómo me las arreglo yo para hablar el español sin
extranjerismos. No sabiendo qué responder, me encogí de hombros y dejé
escapara un ¡velay! Ramplón y chabacano.
Honor y loa al invicto D. Gregorio Real y Fernández que ha llevado la
alegría española de polo a polo y ha sido representante digno de la raza en
tierras bañadas por todos los océanos.
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