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Hablar sobre el ideal femenino es remontarse a una tradición antiquísima y abundante, que,
en este apartado me enfocaré en un aspecto esencial que, en mi opinión, es una de las bases
siete actos), de Liliana Blum como como una propuesta que contribuye a la desmitificación
Si hacemos una revisión de las mujeres en la historia literaria y mítica, la primera figura
que surge es Penélope, la esposa de Ulises, que sin haber realizado grandes proezas —
además de esperar el regreso de su marido durante veinte años y tejer y destejer una tela
prima, Helena —la femme fatale primigenia—, Penélope se situará como la esposa fiel y
prudente (Rodríguez Blanco, 2004). No sólo aguardará el regreso de Ulises, sino que
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también cuidará del patrimonio familiar, de la soberanía y de su hijo, aún imberbe. Así,
Penélope se configura como la esposa y madre ejemplar, tal y como Agamenón se lo dirá a
Esta imagen de esposa fiel y madre ejemplar poco se erosionará con el paso de los
años. Se enraizará en la concepción social de lo que significa ser mujer, porque, si hay que
dejar algo claro aquí, es que esta cuestión es una mera construcción social. Así lo indica
Simone de Beauvoir (1981) cuando, en su célebre El segundo sexo, nos dice que el destino
—según la sociedad —que sólo vendrá a completarse con el nacimiento de un hijo, aquel
que se convertirá en su alegría y justificación, pues es a partir de este que la institución del
matrimonio finalmente cobra sentido y, aún más importante, llega el pleno cumplimiento de
su destino fisiológico —que ella llama, irónicamente, “la suprema etapa del desarrollo de la
mujer”—: la maternidad.
que toda su fisionomía, con sus funciones, se encuentra orientada al único propósito de
el peso histórico que existe detrás de la figura de la madre, empezando con que esta imagen
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no puede ser explicada desde un solo enfoque. Revisar lo que significa la maternidad es un
Según nos indica Ester Martínez (1994), el concepto de familia, tal y como lo
podemos encontrarlos en el nacimiento de la burguesía entre los siglos XVII y XVII, clase
social cuyo eje familiar no puede completarse sin la presencia de mujeres y niños. Gracias
al avance de los anticonceptivos y pasada la euforia del baby boom, la estructura familiar se
que contribuye a la idea de que las mujeres han nacido para esta única tarea. Además de
repetida innumerables veces gracias a las pautas sociales del patriarcado. En México,
este binomio casi infalible: el padre severo versus la madre angelical. Asimismo, la buena
enunciadas.
La desmitificación en el parto
un conjunto de suposiciones colectivas que han terminado por forma todo un mito en torno
materna, en tanto que esta concepción plantea una suerte de determinismo para la mujer,
por lo que exige a la literatura feminista un planteamiento del fenómeno completo y no sólo
una parte romantizada del mismo. La maternidad, con todas las características que la
sociedad le ha impuesto, se vuelve casi obligada cuando alguien dice “no me quiero perder
la experiencia”, como si ser madre fuese alguna recreación. Osborne (1993) insiste que
partes el proceso (o trance, para ser más exactos) del parto, donde hallamos el odio a
maternidad. Dejando a un lado toda la simbología que representa en las artes, como apunta
Marie Langer (1994), este es un proceso biológico de gran carga psicológica que inaugura
el odio “más profundo y sincero jamás experimentado en su vida” (p. 47) que la
encuentra ausente hasta unos minutos antes de que empiece a pujar. Como ya nos advertían
la mayoría de las autoras citadas aquí, socialmente, el cuidado de los niños queda relegado
a la madre, y, como tal, Joaquincito, apenas y hará acto de presencia, pues más adelante,
suegra le anunciará que su marido se ha ido a casa porque estaba exhausto después de
Esta idea del cuidado de los niños queda reforzada cuando la madre de la
protagonista le dirá, intentando consolarla, que el destino de la mujer casada es tener hijos,
lo que, a su vez, se compagina con lo que Simone de Beavoiur, citada en la primera página,
La situación es incómoda. Nos queda muy claro cuando la narradora nos cuenta el
tedio de la enfermera al picarle los brazos, el cinismo del médico al replicarle: “ah, pero la
última vez que abriste las piernas no te estabas quejando” (p. 48) y la congregación de
Ella tiene una pesadilla. Aunque nunca había gozado de una gran silueta, la
protagonista se lamenta por haber aumentado veinte kilos por efecto de los antojos.
derrotada y deprimida porque ya nunca más será la que fue y tampoco descubrirá la que
pudo ser; de pronto, reconoce las náuseas que acompañan a su atracón y llora
está triste hasta el infinito, y que esto la hace cargarse de culpa… Sin embargo, no tiene
ganas de ver a la niña… Alguien entra con un arreglo de flores y ella debe sonreír.” (p. 51).
Aquí regresamos nuevamente a esta idea que Osborne (1993) nos decía acerca de todas
estas madres que experimentan un sentimiento de culpa por no encontrarse tan bien con el
que juró apoyarla en las buenas y en las malas, está plácidamente dormido. A ella no le
quedará más que resignarse a perder el sueño esa noche —y todas las que siguen durante la
La idea anterior concuerda perfectamente con lo que Ester Martínez (1992) nos dice
vida doméstica debido a la postergación que le exige el nuevo rol familiar que se le impone.
Dair Gillespie, citado en Osborne (1993), concuerda con la idea cuando asegura que el
único acceso al poder que la mujer tiene es a través de una educación superior a la del
esto, nos pone el ejemplo de un grupo de mujeres que optó no reproducirse biológicamente,
desfavorables como los de ser anormal, egoísta, inmoral, irresponsable, inmadura, no feliz,
no pensaba procrear o, tiempo después, si no echaba de menos ser madre, cosas que jamás
Sin embargo, resulta interesante el cierre de este breve cuento cuando la narradora
nos dice que: “no puede adivinar el futuro que se avecina trágico, discreto, como un
maremoto. Ahora la sorprende una lágrima de emoción cuando su bebé la mira a los ojos…
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ella se da cuenta de que en ese instante nada más importa” (p. 54). Un final agridulce. No
realidad, si sucede, no importa, siempre y cuando ella tenga a su niña. No se niega que
ha generado, que, tal vez, herede su hija: la niña que desde ese instante, desde la más tierna
porque así esté determinado, sino porque hay una diferenciación sexual que se establece
siempre (de Beauvoir, 1981), como quedó claro con el posicionamiento de la madre
presentado la dificultad del parto y nos atisba lo que sobreviene en ese “futuro que se
avecina trágico”. Es injusto, es opresivo, es limitante, ella quizás lo sabe, pero aprenderá a
sobrevivir porque ahora alguien la mira a los ojos y le enreda la mano tan diminuta que
Bibliografía
Blum, L. (2007). La maldición de Eva (tragedia en siete actos). En Beatriz Espejo y Ethel
Kolteniuk Krauze (comp), Atrapadas en la madre (pp. 47-55). México: Alfaguara.
Gutiérrez Capulín, R. & Díaz Otero, K. & Román Reyes, R. (2016). El concepto de familia
en México: una revisión desde la mirada antropológica y demográfica. Ciencia Ergo
Sum. XXIII (3), pp. 35-56.
Rodríguez Blanco, M. (2004). Penélope. El tejido eterno del mito. En Jesús de la Villa,
Mujeres de la antigüedad (pp. 13-38). Madrid: Alianza.