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NUREMBERG
JOE J. HEYDECKER
JOHANNES LEEB
Título original:
PRÓLOGO
LA GRAN BATIDA
5. Rendición incondicional
EL CAMINO A NUREMBERG
1. Empieza el proceso
2. Hitler en el poder
3. La siembra sangrienta
7. El Anschluss
9. La noche de cristal
LA GUERRA
2. La última esperanza
6. Operación Barbarroja
EN LA RETAGUARDIA
2. El lugarteniente de Hitler
4. La matanza de Katyn
5. La técnica de la despoblación
EL ÚLTIMO CAPÍTULO
2. Morir en la horca
3. Spandau, y después
PARTE DOCUMENTAL
CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO
LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ
ESCRITO DE ACUSACIÓN
ANEXO A
ANEXO B
VEREDICTO
SENTENCIA
PRÓLOGO
Por otro lado, los autores han decidido y se han visto obligados a adoptar
esta decisión, ignorar muchos aspectos de la situación. Por ejemplo, el
voluminoso complejo de las «organizaciones inculpadas», Gobierno del Reich,
Cuerpo de los jefes políticos, SS, SD, Gestapo, SA, Estado Mayor general y
Mando supremo de la Wehrsmacht. Lo cierto es que los crímenes de que eran
acusadas las organizaciones se manifiestan también en otras partes del proceso,
así como en las sentencias en la parte documental de este libro, por cuyo motivo
los autores no se reprochan esta omisión.
«En rigor, los alemanes, como todo el mundo, han de saldar cuentas con
los acusados.»
LA GRAN BATIDA
Risas y aplausos.
Wilhelm Frick, el antiguo ministro del Interior del Reich, fue capturado
cerca de Munich por oficiales del Séptimo Ejército americano. Así se leía en el
comunicado. De los demás faltaban todas las huellas.
—En fin —dice en un tono muy bajo—, el pueblo alemán ha elegido por
sí mismo su destino. Recuerden ustedes el plebiscito de noviembre de 1933,
cuando Alemania abandonó la Sociedad de Naciones. Entonces todo el pueblo
alemán, en unas elecciones libres, se declaró contrario a una política de sumisión
y se decidió por una política enérgica para el futuro.
—Sí, es posible que esto sea una sorpresa para muchos, incluso para mis
colaboradores. Pero yo no he obligado a nadie a colaborar conmigo, del mismo
modo que tampoco hemos obligado al pueblo alemán. El pueblo nos confió esta
misión. ¿Por qué han colaborado ustedes conmigo? Ahora les cortarán el cuello.
Pero allí ya no encuentra más que unos oficiales de las SS que maldicen
su mala suerte y dos secretarias que corren de un lado para otro sin un objetivo
determinado por aquellas habitaciones vacías, mesas y armarios revueltos y
maletas abandonadas. El jefe de la oficina del Ministerio, Curt Hamel, se ha
puesto el sombrero y el abrigo, pero no sabe qué hacer, ni hacia dónde dirigir
sus pasos. Cuando ve a Fritzsche le dice casi sin voz:
Al lado de este cadáver había los de cinco niños. Con sus camisones de
dormir, parecía que estuvieran durmiendo pacíficamente.
Más tarde, el último jefe del Estado Mayor de la Luftwaffe, general Karl
Koller, declaró:
Kohnle añadió:
Los dos coches se detuvieron a prudente distancia uno del otro. El general
bajó del «jeep» y Goering de su coche.
A media distancia entre los dos coches, en plena carretera, los dos
hombres se paran, se presentan a sí mismos y se estrechan las manos.
Al general Stack este apretón de manos le sería reprochado más tarde muy
duramente. Aquel saludo correcto provocó general indignación.
Pero el general Stack no sabía, claro está, en aquellos momentos hasta qué
punto le amargarían la vida por aquel saludo. Por el momento cree que esta es la
forma de proceder a la que está obligado. Goering fue conducido al puesto de
mando de la División, donde el general Dahlquist tomó bajo su custodia
personal al preso. Mientras tanto el Cuartel general del 7.º Ejército había sido
informado ya y el jefe del Servicio de Información, general William W. Quinn,
había prometido trasladarse sin pérdida de tiempo al puesto de mando de la
División para ver de cerca a aquel legendario personaje.
El comandante de la 36 División tuvo algún tiempo para charlar a solas
con Goering. John E. Dahlquist era un veterano, un hombre abierto y apolítico.
Sin embargo, quedó altamente sorprendido por lo que le dijo Goering ya a los
pocos minutos de hablar con él.
Después de estas palabras, Goering hizo honor a un pollo asado con puré
de patata y judías verdes que le habían servido. Con un apetito que llenó de
asombro al general Dahlquist, terminó el mariscal del Reich la comida, pidió
como postre una ensalada de frutas y elogió el café americano.
«Era la misma comida que aquel día les fue servida a todos los soldados
americanos», comunicaron luego oficialmente desde el Cuartel general de
Eisenhower en vista de la indignación que había provocado aquel menú a
Goering.
—¡Vigiladme bien!
Pronunció estas palabras en inglés, pero los soldados del grupo de choque
no estaban para bromas.
—Gracias.
—Creo que era el arma aérea más potente del mundo —contestó Goering,
muy orgulloso.
—De eso hace seis años —dijo Goering—, y no estoy preparado para
responder a esta pregunta. Ahora no puedo decir cuántos aviones teníamos.
—Sí. Coventry era un centro industrial. Fui informado de que había allí
grandes fábricas de aviones.
—¿Y Canterbury?
—¿Cuándo pensó usted por vez primera que había perdido la guerra?
—¿Por qué un personaje tan oscuro como Bormann ejerció una influencia
tan grande sobre Hitler?
—Hitler en persona.
—Hitler. Todos los que tenían algo que ver con esos campos estaban a las
órdenes directas de él. Los organismos estatales no tenían nada que ver con esos
campos.
«Desde el Cuartel general del Führer nos comunican que nuestro Führer,
Adolfo Hitler, ha muerto esta tarde en su puesto de mando en la Cancillería del
Reich luchando hasta el último suspiro por Alemania y contra el bolchevismo. El
30 de abril, el Führer nombró sucesor suyo al gran almirante Doenitz.»
Durante tres días las baterías rusas abatieron la resistencia alemana. Tres
días resistieron la presión enemiga las baterías antiaéreas, la infantería, el
Volkssturm, los escribientes, las tropas de la marina y las fuerzas de Policía. Tres
días... tres largos días.
—Los rusos han llegado al límite de sus fuerzas. Luchan ya con soldados
agotados, con antiguos prisioneros de guerra, con habitantes que han ido
reclutando en las regiones que han ido conquistando, en fin, no tienen un
ejército regular. La última acometida de Asia se estrellará, lo mismo que
fracasará también el avance de nuestros enemigos por el Oeste...
Doenitz trasladó el puesto de mando a Plön. Dos días más tarde el Alto
Mando de la Wehrmacht huye también de la zona de Berlín en dirección Norte,
Keitel y Jodl se reúnen con sus ayudantes, oficiales, ministros del Reich y
secretarios de Estado en Rheinsberg y desde allí siguen en dirección a
Flensburg. Schleswig-Holstein se convierte así en el último escenario del último
acto.
«En sustitución del hasta hoy mariscal del Reich, Goering, el Führer le ha
nombrado a usted, mi Gran Almirante, sucesor suyo. Los plenos poderes por
escrito están ya en camino. A partir de este momento adopte usted todas las
medidas que requiera la situación actual.»
Tanto las autoridades civiles como militares lo reconocieron como jefe del
Estado. El Alto Mando de la Wehrmacht e incluso Heinrich Himmler y las SS
acatan las órdenes que dicta el «presidente por la gracia de un telegrama». Los
miembros del antiguo Gobierno del Reich, por lo menos los que se encuentran
en Schleswig-Holstein, dimiten sus cargos para que Doenitz tenga más libertad
de acción... Entre los dimitidos figuran el filósofo del Partido y «ministro del
Reich para las regiones ocupadas del Este», Alfred Rosenberg, y el ministro de
Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop.
Con esto se veía claro el curso que había de seguir el Gobierno Doenitz.
Era preciso continuar la lucha en el Este para cubrir la retirada del mayor
número posible de alemanes al oeste de la línea de demarcación tal como había
sido señalada en el documento Eclipse e impedir que cayeran en poder de los
rusos. Al mismo tiempo era conveniente iniciar en el Oeste negociaciones de
capitulación para evitar nuevas bajas en el frente. En Flensburg creían poder
ganar para esta solución al general Eisenhower, a pesar de que sabían que los
aliados solo aceptarían la capitulación de todas las tropas alemanas al mismo
tiempo y en todos los frentes.
Por este motivo Doenitz se decidió, según sus propias palabras, «por el
Oeste cristiano y contra el Este asiático».
5. Rendición incondicional
Una niña que pasaba a última hora de la tarde por las oscuras calles de
Reims vio llegar a Jodl y sus acompañantes al edificio de la Escuela de Artes
Manuales, donde estaba el Cuartel General de los aliados.
—Había en la habitación una gran mesa sin nada encima. En cada puesto
un lápiz afilado junto a un cenicero, a pesar de que nadie fumaba. Estaban
presentes el teniente general Walter Bedell Smith, en representación del general
Eisenhower; el mayor general François Sevez, en representación del general
Alphonse-Pierre Juin, y el mayor general Iwan Susloparow, por el mando
soviético.
«—Mi general, deseo decir unas palabras... Con esta firma, el pueblo y la
Wehrmacht alemana se entregan por entero al vencedor. En esta hora solo me
cabe expresar la confianza de que el vencedor sabrá tratarlos con generosidad.
Para los alemanes había sido dispuesta otra mesa, más pequeña, cerca de
la entrada.
Después firmaron los demás. Mientras tanto Keitel intentó una vez más
ganar tiempo para los fugitivos. Llamó al intérprete ruso y le dijo que por las
malas condiciones de las transmisiones la orden de alto el fuego no llegaría con
toda seguridad a la tropa hasta pasadas unas veinticuatro horas.
Doenitz nombró para sustituir a Keitel al capitán general Jodl, jefe del
Alto Mando de la Wehrmacht. Es la última orden que dio.
En el bar del Patria se interpretó a la hora fijada el último acto del Gran
Reich alemán. El jefe de control americano Rooks, el brigadier inglés Ford, el
general de brigada ruso Truskow y el intérprete neoyorquino Herbert Cohn se
sentaron solemnemente a la misma mesa.
Tropas de la 11.ª División acorazada inglesa avanzaban por las calles con
la bayoneta calada. Una vez más les estaba permitido jugar a la guerra. El
objetivo era concreto: arrestar al Gobierno del Reich y al Alto Mando de la
Wehrmacht.
Para los alemanes, la invasión fue una sorpresa terrible. Los ministros que
no se encontraban a bordo del Patria estaban celebrando en aquellos momentos
una conferencia. El Canciller en funciones, conde Schwerin von Krosigk,
hablaba de la situación sin tener la menor idea de lo que estaba sucediendo.
—¡Manos arriba!
—¡Pantalones abajo!
Speer era un hombre tranquilo y sensato. Tal vez era el único que tenía
una noción clara de la situación en que se encontraban. Cuando apareció el
oficial inglés, sonrió y dijo:
—Sí, esto es el fin. Tal vez sea mejor así. A fin de cuentas, todo esto ya era
solamente una ópera.
A su lado estaba el almirante Von Friedeburg. Los dos hombres tenían las
manos entrelazadas a la espalda y paseaban en silencio por el pequeño jardín.
Llegaron los coches. Los prisioneros de guerra habían de ser conducidos a la
Jefatura de Policía de Flensburg donde había de formarse el convoy.
Transcurren los minutos. No se oye el menor ruido dentro del lavabo. Los
soldados empiezan a impacientarse. Llaman a la puerta. No reciben respuesta.
Golpean con el puño la hoja de la puerta. Silencio.
Con el fin del último Gobierno del Reich, el destino de Alemania estaba
ya única y exclusivamente en manos de los aliados.
«Pasarán muchos años, tal vez una generación, antes de que los setenta
millones de seres humanos de la Alemania conquistada estén otra vez en
situación de intervenir en la política mundial o puedan intentar gobernarse por
sí mismos», escribió el diario de los soldados americanos en Europa, Stars and
Stripes, en una información sobre los planes del Gobierno militar.
Por ejemplo, Franz von Papen, al que todos llamaban el «mozo que había
ayudado a Hitler a montar a caballo», antiguo Canciller del Reich, Vicecanciller
y embajador alemán en Viena y Ankara, había sido detenido en Westfalia.
Franz von Papen estaba convencido de que aquella sería para él la hora de
la liberación.
Pero todo sucedió de modo muy distinto. Los soldados del Noveno
Ejército descubrieron, después de haber ocupado la población de Stockhausen,
el apartado pabellón. Un sargento entró en la casa esgrimiendo una pistola. Los
hombres fueron hechos prisioneros de guerra.
Aquella misma noche sonó el teléfono del capitán Philip Broadhead, jefe
del Gobierno militar de Berchtesgaden. El oficial de guardia en el campo de
prisioneros de guerra estaba al otro extremo de la línea telefónica.
—Parece que se trata de un pez muy gordo —añadió el jefe del campo—.
Debe de tener una conciencia muy negra.
—¿Cómo se llama?
O también:
Y también:
Era evidente que Frank sabía a qué atenerse. Por este motivo aquella
noche había intentado abrirse las venas. Pero ahora le salvaban la vida..., para
llevarlo a Nuremberg.
—De este campamento no hay nadie que salga con vida —les decía
Schacht a los que internaban, después de él.
—¿Por qué fue detenido usted por Hitler? —le preguntaron los
americanos a Schacht.
—No tengo la menor idea —repuso el banquero.
Los discursos de Ley eran primitivos, confusos y con frecuencia los había
pronunciado con la lengua estropajosa. Nublado por el alcohol gritó en cierta
ocasión, durante una grandiosa manifestación:
—Está bien —asintió el oficial y le hizo una seña a uno de los soldados.
Este salió del cuarto y regresó, al cabo de poco tiempo, acompañado por
un anciano. Franz Xaver Schwarz, que ya había cumplido los ochenta años, y
que pocos días antes todavía era el todopoderoso tesorero del partido nacional-
socialista, y que había sido detenido por los americanos.
A una señal del oficial, uno de los soldados entró a otro testigo: Franz
Schwarz, el hijo del tesorero del partido.
Rosenberg, autor de la biblia del partido El mito del siglo XX, había fijado
su última residencia en Flensburg para estar al lado de Doenitz. Probablemente
había confiado que allí le darían un nuevo cargo y como miembro había
confiado en obtener cierta protección por parte de los aliados.
—Bien, bien.
—¡Ah! —musitó.
Durante la segunda mitad del mes de febrero del año 1945, un delegado
de la Cruz Roja sueca viajaba en un coche a franjas blancas, claramente
identificable para los aviones, a través de Alemania en ruinas. Era el conde Folke
Bernadotte, el mismo que tres años después fue asesinado en Jerusalén cuando
representaba a las Naciones Unidas.
¿Qué le sucedía a Himmler por aquellos días? Con la policía, las SS, la
Gestapo y el Ejército de la reserva tenía los instrumentos del poder reunidos en
sus manos. Sin temor a enfrentarse con una gran resistencia podía ejecutar un
golpe de Estado. Actualmente sabemos que en varias ocasiones le pasó la idea
por la cabeza. Pero el hombre vacilaba, dudaba como lo había hecho durante
toda su vida. Quería serle fiel a Hitler y al mismo tiempo salvar su pellejo.
—Estoy dispuesto a hacer todo lo que sea preciso para el pueblo alemán
—le dijo a Folke Bernadotte en el curso de su segunda entrevista—, pero he de
continuar la lucha. He prestado juramento de fidelidad al Führer y estoy ligado
por este juramento.
Pero, con infinita sorpresa por parte del conde sueco, Himmler aceptó la
proposición. Bernadotte no sabía lo que había sucedido mientras tanto entre
bastidores.
Intentó ponerse en contacto con las potencias occidentales por medio del
banquero sueco Jacob Wallenberg.
A estos se debe añadir el intenso terror que tenía a Hitler. Tenía miedo de
que su Führer pudiera descubrir su doble juego y que, en el último momento,
deshiciera sus proyectos. Por este motivo, planeaba en colaboración con
Schellenberg derrocar a Hitler.
—No creo que tengamos ocasión de colaborar durante mucho tiempo con
el Führer. Ya no está en condiciones de continuar su misión. ¿Cree usted que De
Crinis está en lo cierto?
—¿Y qué debo hacer yo? —preguntó Himmler, vacilante como siempre—.
No puedo mandar asesinar al Führer y tampoco hacer que le envenenen o
mandarle detener incluso en la Cancillería del Reich...
—Para evitar eso solo necesita tomar las medidas oportunas —observó
Schellenberg muy tranquilo—. Cuenta usted con un elevado número de altos
jefes de las SS que le son adictos y que se alegrarían de poder llevar a cabo esta
misión. Y si esto no bastara, entonces mande intervenir a los médicos.
Pero Himmler era incapaz de tomar una decisión de este tipo. Durante
aquel paseo que duró hora y media expuso todo lo que haría cuando sucediera a
Hitler en el poder.
«Aquella noche, con un ambiente que parecía que hubiese sonado la hora
del Juicio final, no la olvidaría en mi vida», escribió Folke Bernadotte.
La alarma aérea les obligó a bajar a los sótanos. Los suecos y alemanes se
sentaron allí en unos bancos de madera. Nadie reconoció a Himmler.
—Aquel fue el día más triste de mi vida —dijo Himmler, cuando a las tres
de la madrugada abandonaron el consulado y salieron a la calle, percatándose de
que el cielo estaba lleno de estrellas.
—Me voy al frente del Este —dijo al despedirse del conde Bernadotte y,
con una débil sonrisa, añadió—: No está muy lejos de aquí.
Pero al final hubo de reconocer que todo estaba perdido. Doenitz escribió:
—Puede que llegue el día en que los jefes del Tercer Reich tengan que
presentarse antes sus compatriotas para rendir cuentas...
A los agentes del Servicio Secreto aliado les llamó en el acto la atención el
hecho de que el nombre de Himmler ya no fuera pronunciado por la emisora de
Flensburg.
Himmler y sus compañeros fueron avanzando por la larga cola de los que
esperaban. Cuando les tocó el turno el antiguo Reichsführer-SS presentó su
documentación.
Solicitó ser recibido por el comandante del campo capitán Tom Sylvester.
El capitán inglés mandó llamar al preso a su habitación y, a continuación,
ordenó salir a los soldados.
Poco después llegaban los oficiales del Cuartel general. Se hicieron cargo
del detenido y lo llevaron a Lüneburg. Allí debió reconocer Himmler durante las
primeras horas de la mañana del 23 de mayo que habían terminado todas las
esperanzas para él. Los ingleses no tenían la menor intención de discutir con él,
ni negociar ni tratarle con ninguna clase de consideraciones.
Eso fue todo. Cubrieron la fosa y no dejaron ninguna señal visible. Las
huellas del hombre que debía haberse sentado en el banquillo de los acusados
en Nuremberg, el hombre que hubiese podido revelar muchas más cosas que los
demás acusados, se perdían para siempre. Había rehuido todas las
responsabilidades.
Casi todos los altos jefes del Tercer Reich estaban detenidos o habían
muerto. Solo quedaban unos pocos en libertad. Uno de los más importantes:
Joachim von Ribbentrop. ¿Dónde estaba Ribbentrop? Había sido visto por
última vez en el Norte durante los días en que el gran almirante Doenitz trataba
de formar un nuevo Gobierno. El nuevo presidente del Reich buscaba
desesperado a un hombre que no hubiese contraído ninguna responsabilidad
durante el anterior régimen, y a quien pudiera confiar el cargo de ministro de
Asuntos Exteriores. Había de ser un hombre al que los aliados no rechazaran de
buenas a primeras negándose a negociar con él.
—Sabe usted muy bien quién soy —contestó Ribbentrop con maliciosa
sonrisa.
—Primero he de afeitarme.
—¿Pensaba usted esperar, pues, hasta que hubiese pasado todo esto?
—Sí.
—Sí.
El hombre que era conocido por todo el mundo como el espíritu más
malvado después de Hitler fue llevado a Lüneburg y desde allí a un campo de
internados en «algún lugar de Europa.» Y continuaba luciendo su traje oscuro
cruzado y su sombrero de ala dura.
Uno de esos personajes era Baldur von Schirach, el antiguo jefe de las
Juventudes del Reich, últimamente Gauleiter y Comisario de la Defensa del
Reich en Viena.
—El 5 de junio de 1945 dijeron por la radio que serían detenidos todos los
jefes de las Juventudes Hitlerianas y que todos ellos serían acusados, incluso
aquellos que solamente tenían dieciséis años. Renunció a ser por más tiempo
Richard Falk y permanecer oculto y de nuevo se sintió el jefe de las Juventudes
Hitlerianas que marchaba al frente de sus muchachos.
—Sabes muy bien que no soy capaz de hacer una cosa así —repuso von
Schirach—. Lo he meditado todo muy bien. Disponía de tiempo para ello, nadie
me perseguía, ni molestaba. Pero me llevan ante un tribunal. Voy a decir toda la
verdad y cargar con toda la culpa. Por culpa mía creyó la juventud de Hitler, yo
la eduqué en esta fe y esperanza, y ahora he de ayudarla a volver por su camino.
Si se me ofrece la ocasión de decir todo esto ante un tribunal internacional, lo
haré. Luego, dejaré que me ahorquen.
Pero también indicó que solo había simulado aquella falta de memoria.
Kelley averiguó que a partir del año 1938 Hess había ido empeorando,
había ido perdiendo peso y se sentía cansado, falto de energías. Los testigos
declararon que era capaz de estarse sentado durante horas y horas en su mesa
escritorio con la mirada fija en el vacío.
Hess se encontraba sin duda en una crisis, pero la solución que buscó para
salirse de la misma fue tan extraña como su estado de ánimo por aquellos meses.
En su conversación con Kelley confesó que en el año 1940 le había predicho un
astrólogo que él había sido destinado para llevar la paz al mundo.
Hess decidió volar a Inglaterra por su propia cuenta y riesgo e iniciar allí
las negociaciones de paz. Llevó a cabo los preparativos en el mayor secreto.
Había de evitar a toda costa que Hitler pudiera sospechar algo. Hildegard Fath,
la secretaria de Hess, declaró en su informe:
—A partir del verano de 1940 y por encargo de Hess tuve que reunir todos
los datos posibles sobre las condiciones meteorológicas sobre las islas británicas
y el mar del Norte y transmitirlas directamente a Hess. Esta información me la
suministraba el capitán Busch. A veces también me la mandaba la señorita
Sperr, la secretaria de Hess en su oficina en Berlín.
Messerschmitt añadió:
El campesino David Mac Lean fue el primer inglés que habló con Hess en
territorio británico. Oyó sobrevolar repetidas veces el avión sobre su casa, a
continuación una sorda explosión y salió corriendo de la casa para averiguar lo
que había sucedido.
—Todo ocurrió de un modo muy poco militar —declaró Clark, igual que
Williamson más tarde a los periodistas.
Pero Hess no tenía una idea concreta de lo que había de hacerse para
poner fin a las hostilidades. Propuso al duque reunir varios miembros de su
partido político para redactar unas posibles bases de paz. Como condiciones que
presentaría Hitler, dijo Hess, la primera era que Inglaterra había de cambiar su
política tradicional.
«La película significó para mí una gran distracción de los problemas que
me atormentaban por aquellos días —escribe Churchill en sus memorias—.
Cuando terminó la proyección de la película me informó mi secretario que el
duque de Hamilton deseaba hablarme por teléfono.
¿Qué hacer?
Después de que Churchill dio estas órdenes, Hess fue conducido primero
a la Torre de Londres, la célebre fortaleza, hasta que le destinaron a una
residencia más confortable y agradable en una casa de campo.
«La jefatura del Partido nos comunica lo siguiente: Hess, a quien por
causa de una enfermedad que padece hace ya años, le había sido prohibido
expresamente por el Führer pilotar un avión, ha logrado, haciendo caso omiso de
la orden recibida, apoderarse de un avión.
»En efecto, tal como se desprende de las noticias recibidas desde Londres,
Hess ha aterrizado en un lugar de Escocia saltando en paracaídas de su avión y
lastimándose un pie.
»Rudolf Hess que, como ya se sabe, sufre desde hace años de una grave
dolencia, había consultado durante estos últimos tiempos a astrólogos y
curanderos. Se averiguará si estas personas pueden haberle influenciado en
tomar su fatal decisión.
»También cabe en lo posible que Hess haya sido atraído a una trampa por
los ingleses.
—Un año más tarde, Hitler enrojecía de ira cuando oía hablar de Hess —
recuerda su taquígrafo Piker—. Hitler no creía que Hess volviera a Alemania,
pues sabía que este solo podía confiar en ser internado en un sanatorio mental o
ser fusilado. Hess había de crearse una nueva existencia en el extranjero.
«En opinión del Führer esta es la única explicación lógica. Tal como se ha
sabido ahora, R. H. ya hacía años que se hacía tratar por impotencia, incluso
durante aquellos años en que nació su supuesto hijo. Ante sí mismo, su esposa,
el partido y todo el pueblo alemán R. H. creía hacer una demostración de
hombría al emprender el vuelo.»
En algún lugar de Europa... esto es lo que solían decir los aliados cuando
no querían revelar un lugar determinado.
Bad Mondorf era la última etapa por la que pasaban los presos antes de
ser llevados a Nuremberg al banquillo de los acusados. En Bad Mondorf
comenzaban los interrogatorios y la interminable espera.
—Según parece, usted es uno de los nazis con más éxito..., pues ha
logrado figurar entre los supervivientes.
—No sé desde qué lado considera usted el caso... Son muchos los nazis
que han sobrevivido.
—Pero usted es el último gran nazi. ¿Cómo se las ha arreglado usted para
sobrevivir? ¿Por qué no ha muerto usted?
—Debió ser más inteligente que usted, pues antes de estallar la guerra se
salió del Partido.
—No he dicho esto, pero todos saben que Schacht suele cambiar con
frecuencia sus puntos de vista.
—Siempre en efectivo.
—No, nada.
—Me dijeron dónde lo habían enterrado, pero es difícil llegar hasta allí. Y
tampoco los rusos les dejarán a ustedes buscar allí. Es del todo imposible
describirlo desde aquí, todo está muy desperdigado y sería difícil dibujar un
mapa.
—Los soldados que estaban allí y que cumplían mis órdenes. No sé lo que
habrá sido de ellos. Creo que sería imposible, aunque los rusos dieran su
consentimiento. Confío que más adelante tendremos ocasión de recuperar algo.
Si lo hiciéramos ahora, los rusos se quedarían con todo.
—No, pero lo haré ahora, a pesar de que no es necesario porque por la Ley
todo le corresponde a mi hija.
—¿Deja usted algo a sus secretarias?
—Veinte mil marcos como mariscal del Reich, tres mil setecientos marcos
al mes como comandante en jefe de la Luftwaffe, descontados los impuestos.
Mil seiscientos como presidente de los dos Reichstag. Luego, por mis
actividades como escritor..., por mis libros me pagaron casi un millón de marcos.
—Los gastos los pagaban de otro lado. Berlín y Karinhall eran pagados
por el Estado.
—¿No pagó usted por los cuadros... mucho más de lo que ingresaba usted?
—Disponía de dinero...
—¿Cuánto tiempo cree que viviría usted si hubiese caído en manos de los
rusos?
Creemos que esto es más que suficiente. Pero no era así para los
internados en Mondorf. Las comisiones de investigación de los aliados no tenían
prisa. Cada día hacían nuevas preguntas y cada día repetían las preguntas que ya
habían hecho en anteriores ocasiones. A veces alguno de los interrogados decía.
¡Secreto!
¡Asunto secreto!
Este segundo punto era el objeto de la discusión que se entabló entre los
aliados inmediatamente después de terminar las hostilidades. ¿Cómo había de
adoptarse esta «decisión conjunta»?
—Brindo —dijo con voz opaca— por que la Justicia actúe lo más
rápidamente posible contra los criminales de guerra alemanes. ¡Brindo por la
justicia de un pelotón de ejecuciones!
Nadie había visto nunca a Churchill tan excitado. No podía sospechar que
sus palabras provocarían una verdadera tormenta.
—El pueblo británico —continuó con voz muy fuerte— nunca permitirá
este asesinato en masa.
«Observaba a Stalin —continuó Elliot Roosevelt su relato—. Parecía
divertirse lo indecible, aunque su rostro estaba muy grave. Pestañeó despectivo
cuando aceptó el reto del primer ministro inglés y fue rebatiendo uno a uno sus
argumentos en un tono muy complaciente, sin percatarse en absoluto del mal
humor que dominaba a Churchill.»
—Aprovecho esta ocasión —dijo Churchill con voz helada— para declarar
que en mi opinión, tanto si son nazis como no, nadie que sea sometido a un
proceso sumarial debe ser llevado ante un pelotón de ejecución, sin antes haber
sido estudiados todos los factores en pro y en contra y haber tenido ocasión de
estudiar detenidamente todas las pruebas.
Los americanos y los rusos rieron. Los ingleses se mostraron más retraídos
para no despertar las iras de su jefe. El ministro de Asuntos Exteriores Eden le
hizo una señal con la mano a Churchill indicándole que se serenase y dándole a
entender que se había tratado única y exclusivamente de una broma.
«No hacía todavía un minuto que estaba allí —escribe en sus Memorias—,
cuando alguien desde detrás apoyó sus manos en mis hombros. Era Stalin y a su
lado estaba Molotov. Los dos reían cordialmente y dijeron vivamente que solo se
había tratado de una broma.»
Churchill continúa:
«Aunque entonces estaba tan poco convencido como hoy de que se trataba
de una broma, regresé a la sala.»
Stalin enarcó sus espesas cejas. Pero antes de que pudiera hacer un
comentario, ya continuaba Churchill:
—Pero mientras tanto, como usted sabe muy bien, soy del parecer que
hemos de hacer un proceso.
Si se hace un proceso con todas las de la Ley, ¿no podía llegar el caso de
que salieran a relucir ciertas cosas que pudieran resultar desagradables para
aquellos que acusaban?
Robert H. Jackson logró, dos meses más tarde, reunir a los representantes
de EE. UU., Gran Bretaña y la Unión Soviética alrededor de una misma mesa: El
26 de junio de 1945 se reunieron los delegados de las cuatro potencias
vencedoras en Londres para tomar una decisión.
Por la Gran Bretaña: El fiscal general sir David Maxwell Fyfe, canciller
del Sello Privado Jowitt y once ayudantes.
Cuatro años más tarde publicó Jackson el relato secreto de las reuniones
de Londres. Presenta «las diferencias de opiniones» de las cuales nadie por
aquel entonces estaba enterado:
3. ¿Acaso los políticos de los países que se sientan hoy como jueces no
podrán algún día, según este mismo derecho, ser llamados a rendir cuentas?
Sir David: —No creo que la defensa lo acepte sin discusión. Si Ribbentrop
es acusado de haber dirigido una política de agresión contra otras naciones, y
también contra Noruega, será muy difícil contradecirle cuando afirme que no
fue una política de agresión. ¿No podríamos mantener alejados todos estos
problemas del Tribunal?
—Lo que hemos de evitar en este proceso es la discusión sobre si los actos
realizados son una violación de derecho internacional. Declaremos
sencillamente lo que es el derecho internacional, de modo que no habrá
discusión posible sobre si es derecho internacional o no.
Se pusieron de acuerdo.
«Los crímenes son crímenes, sea quien sea el que los haya cometido»,
declaró.
Una vez más se pusieron de acuerdo, sobre este punto tan crítico como
sobre todos los detalles suplementarios. Hasta el último momento discutieron
dónde habría de reunirse el Tribunal.
Los soviets propusieron Londres o Berlín. A los ingleses les gustaba más
Munich. Finalmente, Jackson se entrevistó con el general Lucius D. Clay en
Frankfurt. Clay era el lugarteniente del gobernador militar de la zona americana.
Deseaba preguntarle sobre la localidad más apropiada.
Esta fue la primera vez que nombraron la ciudad cuyo nombre quedaría
para siempre ligado al proceso. Nuremberg, la ciudad de los Días del Partido, la
ciudad de los grandes triunfos de Hitler y de sus partidarios. ¡Nuremberg, la
ciudad de la Justicia! Jackson emprendió el vuelo de regreso a Londres. Después
de otras largas discusiones los rusos dieron finalmente su consentimiento, con la
condición de que la sede permanente del Tribunal fuera Berlín y solo el primer
proceso había de celebrarse en Nuremberg. En aquellos días contaban que
habrían de celebrarse muchos más procesos contra los criminales de guerra.
Los soviets calculaban incluso con unos 200.000 procesados. Jackson tuvo
que hacer esfuerzos casi sobrehumanos para hacerles desistir de esta cifra.
Propuso como solución acusar al mismo tiempo a diversos grupos de personas,
como, por ejemplo, las SA y SS, y ahorrarse de esta forma tener que proceder
contra cada uno de sus miembros.
Se pusieron de acuerdo.
Pero había un punto que no querían incluir entre las discusiones oficiales:
los ataques aéreos. Todos los interesados se negaban a tratar este asunto tan
delicado.
«Este tema —aconsejó Jackson más tarde— hubiese sido una invitación a
contraacusaciones que hubiesen representado un lastre peligroso durante el
proceso.»
Estuvieron de acuerdo.
Gilbert hablaba muy bien el alemán. Lo primero que hizo fue formar un
«test» de inteligencia. Les hacía preguntas, examinaba su poder de retención, les
hacía resolver una serie de problemas, les daba juegos psicológicos y les hacía
interpretar el sentido de unos grabados simbólicos. Con los resultados formaba
el llamado índice de inteligencia que en un hombre normal está entre los 90 y
110 puntos.
Gilbert hizo otros ensayos. Les rogó a los reclusos que le dieran su
opinión sobre el Acta de Acusación escribiendo al margen del documento unas
pocas palabras a este respecto. Estas observaciones, en opinión del psicólogo,
revelaban el carácter.
Los tres acusados que más tarde fueron absueltos expusieron en sus
comentarios unos puntos de vista muy distintos.
»Comprendí que un hombre que gozaba del poder del mariscal del Reich
no podía reconocer la autoridad del médico y someterse a él cuando la cura de
desintoxicación entrara en su fase crítica y por este motivo rehuía esta situación
tan desagradable para él interrumpiendo la cura».
Cuando volvió a mirar dentro de la celda, vio que Ley se había retirado al
rincón donde estaba el retrete. Solo podía ver sus piernas. Los guardianes
estaban acostumbrados a esta vista.
Ley se había llenado la boca con trozos de tela que había arrancado de sus
calzoncillos. Se había amordazado a sí mismo para no despertar la atención de
los centinelas, con sus estertores de muerte. También se había tapado la nariz y
los oídos con pedacitos de tela.
El suicidio de Ley fue mantenido bajo riguroso secreto por orden del
oficial de seguridad, Andrus. Temía que esto pudiera contagiar a los demás
reclusos. Pero a pesar de todo se enteraron..., lo que no les impulsó a imitar a su
compañero de cautiverio.
Y a Gilbert le dijo:
—Es mejor que haya muerto. Temía por su comportamiento delante del
Tribunal. Siempre fue un hombre muy confuso y distraído y pronunciaba unos
discursos llenos de fantasías y exageraciones. Creo que delante del tribunal
hubiese dado lugar a un lamentable espectáculo. En fin, no me sorprende, en
circunstancias normales hubiese muerto alcoholizado.
Pero el lugar de Ley no era el único que estaba sin ocupar en el banquillo
de los acusados. Otros dos hombres se mantendrían alejados del tribunal.
Gustav Krupp von Bohlen und Halbach y el misterioso Martin Bormann.
El frío lenguaje del examen a que fue sometido el rey de los cañones
supera cualquier otro relato:
El señor Krupp von Bohlen fue despedido hacia adelante y pegó con la
frente y la raíz de la nariz contra la barra de hierro del asiento delantero. Desde
aquel incidente había empeorado rápidamente el estado general del paciente.
Sus empleados tenían que hacer grandes esfuerzos para entenderle. Hasta hacía
dos meses había podido permanecer sentado en una silla durante escaso tiempo.
Pero tenía que valerse de dos criados.
—La última misión que me confió Hitler fue que sacara de Berlín al
Reichsleiter Martin Bormann en un avión «Cóndor» listo para el despegue en
Zechlin. Bormann murió cuando trataba de cruzar las líneas rusas en los límites
de la ciudad de Berlín.
—Desde todas las casas y todas las ruinas disparaban los rusos. En el
puente de Weidendamm había una ingente muchedumbre que trataba de
cruzarlo. Vi a Martin Bormann que llevaba un uniforme gris. Un carro de
combate «Tiger» y una sección de cañones de pequeño calibre se acercaban al
lugar vomitando fuego. Mientras los hombres, mujeres y soldados trataban de
hallar refugio tras el carro de combate, este explotó. Desperté entre personas
gravemente heridas y otras muchas muertas y salté a un cráter abierto por una
granada donde también estaba Martin Bormann, que no había recibido un solo
rasguño.
—¿A qué distancia estaba usted del carro de combate cuando este explotó?
—preguntó el juez americano Francis Biddle.
Kempka: «Sí».
—Nos falta Bormann, pero hemos oído decir que está en manos de los
rusos.
1. Empieza el proceso
Frente a los acusados, al otro lado de la sala, la mesa alargada un poco más
elevada que las restantes y detrás, las ventanas a través de las cuales se veían
ondear las banderas de los Estados Unidos, de la Gran Bretaña, de Francia y de
la Unión Soviética. Delante de la mesa de la presidencia, pero a un nivel
inferior, estaban los taquígrafos para los cuatro idiomas oficiales. Los alemanes
y los rusos usaban lápices, los ingleses y franceses pequeñas máquinas
silenciosas.
Al mismo lado de las cabinas de las intérpretes había el púlpito para los
testigos.
Eran las diez y tres minutos del veinte de noviembre de mil novecientos
cuarenta y cinco.
Uno detrás de otro salieron los cuatro jueces y sus cuatro adjuntos por una
puerta en la pared frontal de la sala. Seis vestían toga, los dos rusos iban de
uniforme.
Los ingleses: El juez adjunto, sir Norman Birkett, de pelo largo con
tendencia a caerle sobre la frente. A su derecha el presidente del Tribunal, sir
Geoffrey Lawrence. El personaje central del Tribunal era un hombre calvo, con
gafas que continuamente le resbalaban sobre la nariz, y con un rostro que a
veces expresaba agresividad, pero de vez en cuando sonreía con seco humor. Sir
Geoffrey sostuvo siempre las riendas del proceso fuertemente en sus manos, sus
decisiones revelaron claramente en todo momento que era un hombre de
corazón y muy experimentado en la vida.
El primer día del proceso fue dedicado casi íntegramente a la lectura del
Acta de Acusación que ya era conocida por los veintiuno. Goering permanecía
sentado muy tranquilo en un rincón, apoyando los brazos sobre el pecho y el
mentón en las dos manos. No se le observaba la actitud retadora que había
pensado adoptar.
Por consiguiente, Hess fue el segundo acusado que ya faltó el primer día.
Ernst Kaltenbrunner ni siquiera había hecho acto de presencia, porque debido a
una hemorragia cerebral había quedado retenido en la cárcel.
Por otra parte se presentó otra baja: Joachim von Ribbentrop, cuando
empezaron a leer las crueldades y crímenes contra la humanidad, palideció
intensamente y sufrió un ligero desvanecimiento.
Schacht dijo con mucha insistencia: «No soy culpable en ninguno de los
casos».
Hess: «No».
Para discursos más largos tendría mucho tiempo Goering durante el curso
del proceso. Se le ofrecería la ocasión de hablar casi ininterrumpidamente en el
curso de nueve días. En nombre de sus compañeros expuso los motivos
históricos, los principios de Hitler y del Partido nacionalsocialista, el «putsch»
de Munich, y los «objetivos» del Partido hasta que llegaron al poder.
2. Hitler en el poder
A las 11'15 horas, del 30 de enero de 1933, Hitler estrechó la mano del
anciano presidente del Reich, von Hindenburg, y prestó el solemne juramento a
la Constitución de Weimar y a continuación los nuevos miembros de su
Gabinete.
—¡No habrá compasión! ¡El que trate de cerrarnos el paso será aniquilado!
Los funcionarios comunistas serán fusilados allí mismo donde demos con ellos.
¡Y tampoco vamos a ser condescendientes para los socialdemócratas!
Goering: «Las detenciones a las que usted se refiere por lo del Reichstag,
son las detenciones de los funcionarios comunistas. Y hubiesen sido detenidos
aunque no hubiesen incendiado el Reichstag. Pero el incendio hizo que se
procediera con mayor rapidez a su detención».
Jackson: «En otras palabras, ustedes ya tenían las listas de las personas
que iban a detener preparadas, cuando estalló el incendio del Reichstag, ¿no es
cierto?»
Las listas de las personas que habían de ser detenidas ya habían sido
preparadas...
«Con el fin de proporcionar luz a los grupos que seguían, uno de los
bomberos buscó la posibilidad de encender los reflectores. Descendió a los
sótanos. Cuando bajaba los últimos peldaños de la escalera que conducía a los
sótanos, apoyándose con las manos en la pared, dio con su mano izquierda un
interruptor de mano que encendió. Vio entonces en dirección a la escalera una
claraboya. Los cristales del tamaño 40 por 50 centímetros habían sido rotos. Por
la apertura de la claraboya le apuntaban con unos revólveres que esgrimían unos
hombres que lucían unos uniformes muy nuevos de la policía y que invitaron al
bombero a regresar inmediatamente, ya que, en caso contrario, harían uso de sus
armas. El bombero volvió a salir a la calle e informó de lo sucedido a su jefe de
grupo.»
«Lo más sensacional para nosotros fue el saber que no había sido
Goering, sino Goebbels el verdadero incendiario. Goebbels había sido el que
había tenido la idea. Goebbels había comprendido lo que significaba poderles
cerrar la boca a los partidarios izquierdistas. Goebbels había discutido el caso
detalladamente con Goering y había insinuado misteriosamente que el Führer
había comprendido que había que hacer algo decisivo..., un intento de
atentado..., un incendio, pero Hitler lo había dejado todo en sus manos, quería
que le sorprendieran.
Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas... Sin embargo, todo daba la
impresión de haber sido planeado cuidadosamente.
Con este pedazo de papel, que lleva la pesada firma de von Hindenburg,
la misma noche del incendio del Reichstag llegó la primera ola de terror a
Alemania. Hubo miles de detenidos. Las listas ya habían sido preparadas
previamente...
Pero el pueblo alemán no se dejó intimidar a pesar del terror y del bluff
de la guerra civil: el Partido nacionalsocialista solamente obtuvo el 44 por 100 de
los votos.
Sabía que la mayoría legal del Reichstag nunca daría su aprobación a esta
ley. De nuevo hubo que recurrir al terror. Hitler mandó detener a cierto número
de los diputados enemigos e intimidó al resto, con la amenaza de que procedería
con ellos del mismo modo. Para actuar así, se basaba en la ley de urgencia que
había firmado Hindenburg la noche del incendio.
Y Wallis añadió:
Frente a los jueces con sus togas rojo escarlata se sentaban cinco acusados:
Marinus van der Lubbe, el presidente de la fracción comunista del Reichstag,
Ernst Torgler y los búlgaros Georgi Dimitroff, Wassil Taneff y Blagoi Popoff.
Lubbe era el único que fue hallado en el interior del Reichstag en llamas.
Solo había una explicación posible: otros le habían acompañado en el acto y
luego le habían abandonado en el interior del edificio, mientras que ellos
emprendían la huida.
—Los otros...
Goering intentaba demostrar que habían sido los comunistas los que
habían incendiado el Reichstag y lanzaba una diatriba detrás de otra contra los
ideales criminales del comunismo.
Dimitroff: «Me doy por satisfecho con las palabras que ha pronunciado el
señor ministro».
El hecho más notable del incendio del Reichstag es que los tres
especialistas judiciales, el especialista en incendios, el químico y el físico,
declararon unánimemente que un solo hombre no podía haber provocado en un
espacio de tiempo tan breve aquel incendio.
El químico del tribunal, doctor Schatz, declaró que había sido usado un
material inflamable líquido.
En aquel momento sucedió algo muy misterioso. Van der Lubbe levantó
la cabeza. Un testigo ocular comentó:
—Van der Lubbe fue sacudido por una risa silenciosa. Todo su cuerpo se
estremeció.
Jackson: «Estará usted, sin duda, enterado de que Ernst entregó una
declaración según la cual los tres citados incendiaron el Reichstag y usted y
Goebbels forjaron el plan y entregaron el petróleo y el fósforo que les sirvió de
material incendiario, y que usted mandó desalojar el corredor subterráneo que
conducía desde su casa al edificio del Reichstag. ¿Conocía usted esta
declaración?»
Goering: «No conozco ninguna declaración del jefe de las SA, Ernst».
Goering: «No. Hice una broma cuando dije, en cierta ocasión, que pronto
imitaría al emperador Nerón. Ahora solo faltaría que dijeran que me puse una
toga roja y con una lira en la mano tocaba una melodía mientras las llamas
consumían el Reichstag».
Risas en la sala.
Goering: «Este fue el chiste. Pero el hecho es que por poco el incendio del
Reichstag me cuesta la vida, algo sumamente lamentable para el pueblo alemán
y muy agradable para mis enemigos».
«Poco después del incendio del Reichstag me llamó Hitler para que le
informara sobre la situación en Danzig. Antes de ser invitados a pasar a la
Cancillería del Reich tuvimos ocasión de hablar con altos jefes nazis que estaban
haciendo antesala. Goering, Himmler, Frich y un Gauleiter del Oeste estaban
charlando muy animadamente, Goering contaba detalles sobre el incendio del
Reichstag. Entonces todavía guardaban muy celosamente el secreto del incendio.
A través de aquella conversación me enteré de que el incendio había sido
realizado por el mando nacionalsocialista.
Goering: «No».
Jackson: «¿No lo recuerda usted? Voy a leerle una declaración del general
Franz Halder que tal vez le ayude a refrescar la memoria: «Con motivo de un
almuerzo el día del cumpleaños del Führer en 1942, los comensales empezaron a
hablar del incendio del Reichstag y de su valor artístico. Oí con mis propios
oídos cómo Goering intervenía, de pronto, en la conversación: «El único que
conocía bien el Reichstag era yo, yo lo incendié». Y al mismo tiempo que decía
estas palabras se golpeaba el muslo con la palma de la mano».
«Para penetrar dentro del Reichstag usaron el corredor que iba desde el
palacio del presidente del Reichstag al edificio. Fue organizado un grupo de diez
miembros de las SA, hombres de entera confianza, y Goering fue informado,
detalladamente, de la operación. Solicitaron de Goering y él aceptó que durante
los primeros momentos dirigiría a la policía por una pista falsa. Desde un
principio quisieron atribuir el crimen a los comunistas.»
El clarividente Erik Hanussen, que dos días antes del incendio anunció
que veía «una gran casa en llamas», fue muerto poco después en el Grunewald.
El hombre que con toda probabilidad le reveló el plan a Hanussen, el ingeniero
George Bell, que había logrado su información en los círculos más íntimos de
los nacionalsocialistas, prefirió huir a Austria, pero antes le entregó el periodista
Fritz Michel Gerlich, de Munich, documentos secretos sobre los nazis.
Estas son las sangrientas huellas del incendio del Reichstag hasta que,
finalmente lograron silenciar todas las voces.
El abogado Werner Bross, uno de los ayudantes del doctor Otto Stahmer,
el defensor de Goering, informó de la grata nueva al acusado en la cárcel. Pero
entonces ocurrió algo muy extraño. Bross escribe en sus Memorias:
3. La siembra sangrienta
Los meses decisivos del año 1933 estaban dominados por la inquietud. Lo
que ocurría en plena calle y allí donde no les permitían la entrada a los
ciudadanos corrientes y vulgares, era calificado por los hombres del nuevo
régimen como «unificación».
Oigamos lo que dijo sobre esto Goering cuando fue llamado a declarar
bajo juramento y en respuesta a las preguntas que le dirigió su defensor el
doctor Otto Stahmer:
Doctor Stahmer: «¿Intervino usted para poner fin a aquellos abusos de los
que tuvo usted noticia?»
—Este Tribunal opina que se le debe permitir al testigo dar todas las
explicaciones que él crea oportunas para una mejor aclaración de este punto.
El hombre que debía estar informado, con todo detalle, de estos hechos
era el antiguo jefe de la Gestapo Rudolf Diels. Sus declaraciones fueron de suma
importancia durante el proceso de Nuremberg.
»Les grité a los hombres de las SA que Goering había ordenado que
fueran desalojadas aquellas habitaciones.
»Contestaron con risas cuando les advertí que los policías estaban
armados con bombas de mano. Pero finalmente, después de largas discusiones,
me entregaron a sus prisioneros.
»Entré en el piso. El suelo de las habitaciones había sido cubierto con paja
y varias de las víctimas que encontramos allí estaban a punto de morir de
inanición. Habían sido encerrados durante días enteros de pie en unos estrechos
armarios para que «confesaran» sus crímenes. Los «interrogatorios» empezaban
y terminaban siempre con latigazos. Casi todas las víctimas presentaban
numerosas fracturas, además de la pérdida de varios dientes.
Ante esta amenaza claudicaron las SS. Pero noticias aún más alarmantes
llegaron a oídos de Diels, esta vez desde el campo Kempa, cerca de Wuppertal.
El proceso de Kempa, que fue celebrado en el año 1947, confirmó que los
presos eran encerrados en grupos de veinticinco en los «bunker» que solo tenían
capacidad para cinco. Por las noches eran sacados uno a uno e «interrogados»...
en otras palabras: les pegaban hasta dejarlos inconscientes. Sus gritos eran
ahogados por el himno nacional. Para maltratar a los presos habían construido
un banco de madera sobre el que obligaban a echarse a los presos. Uno de los
verdugos los agarraba por la cabeza y el otro por los pies y sus compañeros
empezaban a continuación su diabólica obra. A veces les introducían puros
encendidos en la boca y les obligaban a tragárselos.
«Era uno de los campos que no había sido autorizado por mí.
Inmediatamente lo mandé clausurar.»
¡De modo que solo era por cuestión de quién mandaba y no por impulsos
humanitarios! Incluso uno de los testigos de descargo de Goering, el antiguo
secretario de Estado Paul Körner, hubo de confesar cuando fue interrogado por
Jackson:
Jackson: «¿Qué ocurría en aquellos campos para que tuvieran que ser
clausurados?»
Körner: «Sí».
En las ciudades las llamas llegaban hasta el cielo. Quemaban los libros.
Miles de obras que habían ayudado a que Alemania consiguiera un puesto en la
ciencia y en la literatura mundiales eran víctimas de las llamas.
—¿Qué dice usted a todo esto y qué papel desempeñó en este caso
concreto? —preguntó el abogado doctor Hans Marx a su mandatario, el acusado
Julius Strelcher.
—Pocos días antes del 1.º de abril fui llamado a Munich a la Casa Parda.
Adolfo Hitler me dijo lo que yo ya conocía. En la Prensa extranjera habían
lanzado una terrible campaña contra la nueva Alemania y nosotros habíamos de
decirle ahora al judaísmo internacional: «Hasta aquí y no más». Dijo que el 1.º
de abril había sido el día fijado para nuestra acción de represalia y quería que yo
cuidara de toda la organización. De modo que me cuidé de la acción anti-boicot.
Ordené que no fuera atacado directamente ningún judío y que delante de todos
los comercios había que haber un agente de guardia para que no se atentara
contra la propiedad privada. Lo cierto es que aquel día, con la excepción de unos
pequeños incidentes sin importancia, todo transcurrió dentro de la mayor
normalidad.
»Pocas semanas antes del «putsch» de Röhm me confesó uno de los jefes
de las SA que había oído decir que se forjaba un plan para derrocar a Hitler y a
sus colaboradores más íntimos. Conocía muy bien a Röhm. Le mandé llamar y le
expuse todo lo que me habían dicho. Le recordé aquellos tiempos en que
habíamos luchado juntos y le exigí que en todo momento le fuera fiel al Führer.
Me contestó que en ningún momento había pretendido emprender ninguna
acción contra el Führer.
»Le rogué que procediera en este sentido ya que no quería que el caso se
le escapara de las manos, como ya había ocurrido en parte. Insistí en que debía
poner fin al derramamiento de sangre. El Führer dio la orden en mi presencia. La
acción fue comunicada luego al Reichstag y este aprobó la ley de urgencia.»
Goering: «Klausner estaba, igualmente, entre los que fueron muertos y fue
precisamente el caso Klausner el que me impulsó a rogar al Führer que pusiera
fin a otros derramamientos de sangre, pues en mi opinión Klausner fue muerto a
pesar de ser inocente».
Jackson: «Pero cuando solo faltaban dos para completar la lista entonces
intervino usted exigiendo que se pusiera fin a los asesinatos. ¿He dicho la
verdad?»
Goering: «No, no fue así. Cuando reconocí que habían sido muertas una
serie de personas que no tenían nada que ver con el caso, fue cuando intervine, y
entonces solo quedaban vivas dos personas que el Führer había ordenado fueran
fusiladas, esto es cierto».
Esta fue la exposición oficial de los hechos por parte de Goering tal como
Hitler las comunicó también oficialmente en el año 1934.
»El «putsch» de Berlín lo seguí desde muy cerca. Y en este golpe de Estado
no intervinieron para nada las SA. Uno de los supuestos cabecillas de la
revuelta, el SA-Gruppenführer Karl Ernst, estaba muy ocupado los días
anteriores al 30 de junio ya que circulaban rumores por Berlín que decían que
las SA intentarían un levantamiento. Solicitó ser recibido por el ministro del
Interior Frick para darle toda clase de garantías que las SA no pretendían
realizar en absoluto un golpe de Estado. Asistí a aquella entrevista fuera de lo
corriente en la que un jefe de las SA le aseguraba al ministro del Interior que no
tenían la menor intención de lanzar un golpe de Estado.
»De modo que este es el asunto «putsch» de Röhm y de las SA. Estaba
presente cuando el acusado Goering informó a la Prensa el 30 de junio. En esta
ocasión dijo que había estado esperando la señal de Hitler y que entonces había
reaccionado muy violentamente, rápido como un rayo y había ampliado el
círculo de sus atribuciones. Esta «ampliación» les había costado la vida a muchas
personas inocentes. Recuerdo especialmente al general von Schleicher y su
esposa, von Bredow, el Director ministerial Klausner y muchos otros.»
Los misterios del llamado «putsch» de Röhm no fueron revelados por las
declaraciones de Gisevius. La investigación judicial y diferentes procesos antes
los tribunales alemanes celebrados a partir del año 1945 nos ofrecen un cuadro
bastante claro de lo ocurrido: Hitler, Goering y Himmler eliminaron, el 30 de
junio de 1933, con el pretexto de un supuesto levantamiento de las SA, a todos
los enemigos introducidos en sus propias filas. La vieja guardia, que durante
doce años había luchado por Hitler y que ahora exigía su recompensa, fue
aniquilada. Unos cómplices molestos, como Schleicher, Ernst, el incendiario del
Reichstag y sus compañeros, que todavía estaban vivos, fueron acallados para
siempre.
El canciller Hitler quería ser jefe de Estado, pues solo de este modo podría
llegar a ejercer el mando sobre el Ejército. Tenía que actuar y eliminar todos los
enemigos mientras Hindenburg todavía viviera. Röhm y sus tres millones de SA
representaban para él, sin duda alguna, el mayor de los peligros. Por este motivo
Röhm había de morir.
El acusado Hans Frank, que en el año 1934 todavía era ministro del
Interior bávaro, escribió en su celda de Nuremberg sus impresiones sobre el
decisivo golpe de Hitler en Munich.
»Una hora antes del mediodía llegó Röhm acompañado por todos sus
ayudantes y hombres de confianza. Todos ellos fueron destinados a distintas
celdas. Crucé los corredores mientras pensaba lo rápido que puede cambiar el
curso de la vida de un hombre. Ayer Röhm todavía era un hombre que gozaba
de poder, de autoridad e influencia... ¡y lo tenían encerrado en una celda!
»Le dejaron a Röhm una pistola sobre la mesa para que se quitara la vida.
Pero se negó.
»—¡Fuego!
»Röhm cayó hacia atrás y su pesado cuerpo golpeó las frías baldosas.
»—¡Mein Führer! ¡Mein Führer! —gritó el moribundo.
Hitler ya no tenía nada que temer en el interior del país. Ahora podía
cruzar las fronteras. Los incidentes se iban acumulando.
—Por las pruebas que obran en nuestro poder —declaró el fiscal general
inglés sir Hartley Schawcross, once años después en Nuremberg—, existen muy
pocas dudas de que el asesino de Dollfuss fue dirigido desde Berlín y ordenado
por Hitler seis semanas antes.
Dollfuss, que estaba en peligro de ser aplastado entre las izquierdas y las
derechas, siguió los consejos de Roma. En febrero de 1934 aprovechó el pretexto
de una amenaza de huelga por parte de los socialdemócratas para emplazar los
cañones en el barrio obrero de Viena. Prohibió el partido socialista y el partido
nacionalsocialista. Y sucumbió al destino de todos los dictadores: tenía que
gobernar por la fuerza, someter, censurar, aniquilar... y crear campos de
concentración. «Residencias», como los llamaban en Austria.
«—Los actos de terror estaban a la orden del día. Los atentados con
bombas iban dirigidos en primer lugar contra los ferrocarriles, los centros de
turismo y la Iglesia católica, que a los nazis les parecía la organización más
poderosa que se enfrentaba a ellos. Durante este período me informaron altos
funcionarios del partido nazi que estos atentados eran dirigidos por ellos.
Durante mis conversaciones con los altos jefes nazis, no trataron nunca de
ocultar estos hechos. Al contrario, se hacían personalmente responsables de estas
actividades en Austria.»
Además de los actos de terror, los nazis trataban de ejercer una presión
sobre Austria con la Legión austríaca. Esta organización, una fuerza militar de
varios miles de hombres, estaba emplazada en la frontera austríaca en Alemania
como una amenaza directa y constante. No cabía la menor duda de que era
apoyada, en todos los sentidos, por el Gobierno nazi de Alemania, ya que, en
caso contrario, no hubiese podido existir. También habían sido los alemanes los
que la habían armado y estaba compuesta por nazis austríacos que habían huido
de su país.
Este era el lugar en donde habían de reunirse los que debían tomar parte
en el «putsch». Dobler era considerado, por los conjurados, como uno más de
ellos. Había de tomar parte en la acción.
Pocos minutos más tarde, Mayer llamaba por teléfono al segundo hombre
del Gobierno, el comisario general del Estado, comandante Emil Fey. Mayer hizo
unas vagas insinuaciones y le dijo finalmente a Fey que no podía contárselo
todo por teléfono. Acordaron una nueva cita.
Dobler, Mahrer y Mayer fueron a otra cafetería, el café Central. Allí ya les
esperaba un enviado de Fey y Dobler repitió por tercera vez su historia. El
hombre de confianza de Fey escuchó atentamente el relato, se despidió y algo
más tarde informaba a su superior. El comisario de Estado, Fey, no se extrañó,
pues ya por otra parte le habían informado de algo parecido.
Más tarde se dijo que Fey había tardado en prevenir al jefe del Gobierno
del peligro que se cernía sobre él, pues no le tenía ninguna simpatía. Sin
embargo, no existe ninguna prueba que confirme esta teoría.
Tuvo que conversar largamente con el canciller hasta que, por fin, este
decidió adoptar algunas medidas. Dollfuss regresó a la sala donde estaba
reunido el Gobierno en pleno, informó detenidamente a los ministros y les rogó
que regresaran a sus puestos en espera de nuevas instrucciones.
—¡No, no! —gritó a Dollfuss—. Venga usted conmigo, por una puerta
secreta le llevaré al Archivo del Estado y desde allí saldremos a la calle.
¡Estaba cerrada!
El canciller levantó las manos, tal vez para protegerse la cabeza, o quizá
para arrebatarle al asesino el arma de las manos.
Dollfuss apenas podía hablar. Con grandes esfuerzos pidió que le dejaran
hablar con Fey. Este fue llamado por los rebeldes y se inclinó hacia el canciller,
al que apenas se podía oír.
—Salude usted a mi esposa —susurró Dollfuss—. Ruegue usted a... a
Mussolini... que cuide de mis hijos.
De nuevo abrió Dollfuss los ojos. Vio a los conjurados en la cabecera del
diván. Una suave sonrisa iluminó su pálido rostro.
—En este caso, no tengo nada que hacer aquí —replicó ofendido el
embajador.
Planetta, el asesino del canciller, confesó que había disparado los dos
tiros. El y Holzweber fueron condenados a muerte, así como otros cinco
rebeldes, mientras que Hudl, antiguo teniente condecorado, fue condenado a
cadena perpetua..., hasta el Anschluss del año 1938.
Pero cuatro años más tarde los rebeldes que habían sobrevivido
participaron en un desfile en su honor y fue descubierta una lápida
conmemorativa. Y en el proceso de Nuremberg el fiscal americano Sidney S.
Aldermann dijo:
«El cargo de presidente del Reich será unificado con el de canciller del
Reich. Por consiguiente, la autoridad del actual presidente del Reich será
conferida al Führer y canciller del Reich, Adolf Hitler.»
—Al canciller del Reich le ha sido imposible venir antes —le explicó
Oskar von Hindenburg a su padre.
Por fin el moribundo Hindenburg abrió los ojos. Una larga mirada
enigmática quedó fija en Hitler, pero ni una sola palabra surgió de los labios del
anciano. Cerró de nuevo los ojos... y ya no los abrió más.
—El 4 de abril de 1933, el Gabinete del Reich aprobó una disposición para
la creación de un «Consejo de defensa del Reich» —declaró en Nuremberg el
fiscal americano Thomas J. Dodd—. La misión secreta de este Consejo era
movilizar para la guerra. Durante la segunda reunión, el acusado Keitel, que
entonces era coronel y presidente del Consejo, insistió sobre la urgencia de la
misión de crear una economía de guerra y anunció que el Consejo estaba
decidido a eliminar todos los obstáculos que se opusieran al cumplimiento de
esta misión. Este objetivo de encauzar la economía alemana para fines bélicos
está también demostrado por el informe secreto de la sexta reunión, que se
celebró el 7 de febrero de 1934. En el curso de esta sesión el teniente general
Beck declaró que «el objeto de esta reunión era crear el ambiente de guerra».
Fueron discutidos todos los detalles para la obtención del dinero para
financiar una guerra en el futuro. Se dispuso que de los puntos de vista
financieros de la economía de guerra, se encargara el Ministerio de Economía del
Reich y el Reichsbank a las órdenes del acusado Schacht, que fue nombrado en
secreto el 31 de marzo de 1935 plenipotenciario de la Economía de guerra. En
caso de guerra había de convertirse en el dictador de la economía alemana. De
este modo toda la economía alemana quedaba a disposición de los conjurados
nazis, principalmente del acusado Schacht y todo con vistas a la guerra.
—La Historia conoce muy pocos casos —dijo Dodd—, en que un país, en
tiempos de paz, dirija todas sus fuerzas económicas de un modo consciente y
sistemático a las exigencias de guerra.
Otra prueba que presentó Thomas J. Dodd hacía referencia al diario del
embajador americano William E. Dodd:
«—¿Cómo podemos emprender una acción así con solo tres batallones?
Supongamos por un momento que Francia se defiende...
»Caso 2:
»Caso 3:
»Si Francia queda ligada por una guerra contra una tercera potencia, de
modo que no esté en condiciones de luchar contra Alemania.
La voz del fiscal americano no reveló la menor emoción cuando leyó estos
párrafos. En la galería de Prensa de la sala, los corresponsales tomaban
rápidamente muchas notas. También Goering empezó a mostrarse inquieto.
Apoyó una mano en el auricular para poder oír mejor.
«Por otro lado, y desde el punto de vista alemán, no deseamos una victoria
cien por cien de Franco, sino que estamos interesados en que la guerra civil se
prolongue y que aumente la tensión en el Mediterráneo. Dado que nuestro
interés está en que se alargue la guerra civil española, hemos de ayudar a Italia
en su plan de ocupación de las Baleares. La ocupación de las Baleares por Italia
no es bien vista ni por Francia ni por Inglaterra y puede provocar, en el
momento menos esperado, una guerra de Francia e Inglaterra contra Italia.
»Si Alemania sabe aprovechar esta guerra para solucionar las cuestiones
checa y austríaca, podemos contar con toda probabilidad que Inglaterra, que
estará embarcada en una guerra contra Italia, no se atreverá a proceder, al mismo
tiempo, contra Alemania. Y sin el apoyo de Inglaterra, Francia no se atreverá a
una intervención contra Alemania.»
Neurath: «Lo supe, por primera vez, con motivo de la reunión citada aquí
el día 5 de noviembre de 1937. Las palabras de Hitler me conmovieron muy
profundamente. Como es lógico, yo no podía cargar con la responsabilidad de
esta política».
Jackson: «He sido informado sobre el incidente y soy del parecer que es
importante para este Tribunal escuchar la amenaza que le fue dirigida al testigo
mientras esperaba ser llamado para ser interrogado. Las amenazas, no solamente
iban dirigidas contra él, sino también contra el acusado Schacht».
Doctor Rudolf Dix: «La cuestión hace referencia a una conversación entre
el testigo y yo. Bien, señor testigo, ¿qué le he dicho a usted?
Gisevius: «Sé muy bien por qué motivo Goering no desea que hable del
caso, pues es lo peor que se le puede reprochar a Goering».
Gisevius: «Pido perdón, pero solo deseaba informar que, dado que he sido
testigo del incidente, me he sentido coartado, pues estaba tan cerca que había de
oír forzosamente la conversación. Goering trata de cubrirse con la excusa de la
caballerosidad y con el pretexto de salvaguardar el honor de un difunto, pero lo
que pretende de verdad es impedir que yo haga una extensa declaración sobre
un punto concreto de la crisis Fritsch».
«La esposa del mariscal von Blomberg era una prostituta profesional que
había sido condenada en diversas ocasiones y que estaba fichada por la policía
por inmoralidad pública en todas las grandes ciudades. Figuraba igualmente en
el archivo central de la policía en Berlín. Personalmente vi la fotografía y las
huellas dactilares. También había sido condenada por la difusión de fotografías
inmorales. El presidente de la policía de Berlín se consideró obligado a poner
estos documentos, por conducto oficial, a disposición del jefe de policía
Himmler.»
Doctor Dix: «¿Puede usted declarar ante el Tribunal cómo se enteró usted
de esto?»
»Uno de los presos había relatado una historia horripilante, tan horrenda
que no me atrevo a repetirla aquí. Basta decir que el presidiario alegó que uno
de esos personajes era un tal señor von Fritsch o Frisch, no recordaba el nombre
con exactitud.
Doctor Dix: «¿A qué se debe que esté usted informado de esto?»
Gisevius: «Se habló de todo esto durante el proceso militar del Reich.
Fritsch fue llamado a la Cancillería del Reich y Hitler le habló de las acusaciones
que habían sido presentadas contra él. Fritsch, caballero de los pies a la cabeza,
no comprendía en absoluto lo que le estaba recriminando Hitler. Indignado
rechazó la acusación. Dio, en presencia de Goering, su palabra de honor a Hitler
de que todo era una infamia. Pero, en aquel momento, Hitler se dirigió a la
puerta, la abrió e hizo entrar al presidiario. Este levantó el brazo y señalando a
Fritsch dijo:
»—Este es.
»Empezó una nueva lucha que duró muchas semanas sobre cómo había de
estar constituido el Tribunal que había de juzgar y rehabilitar a von Fritsch.
Había llegado el momento de demostrar, ante un alto tribunal alemán, los
métodos de que se valía la Gestapo para eliminar a sus enemigos políticos. Era
una ocasión única para que los testigos en sus declaraciones bajo juramento
revelaran cómo se urdían aquellas intrigas.
»Los jueces del Tribunal militar del Reich interrogaron a los testigos de la
Gestapo. Investigaron los expedientes de esta y no tardaron mucho en averiguar
que el objeto de todo el caso era un tal capitán de la reserva von Fritsch.
Gisevius: «Un grupo de hombres, entre los que se debe resaltar al doctor
Schacht que, por aquel entonces, se reveló como hombre muy activo y que se
entrevistó con el gran almirante Raeder, y visitó igualmente a von Brauchitsch, a
Rundstedt, a Gürtner y les dijo a todos ellos: «Ha llegado la gran crisis. Ha
llegado el momento de actuar, ahora es cuando los generales han de librarnos de
este régimen de terror». Soy testigo personal de que Brauchitsch prometió
formalmente que aprovecharía la ocasión para empezar la lucha. Pero
Brauchitsch impuso una condición. Dijo: «Hitler todavía es un hombre popular
y nos vamos a enfrentar con la leyenda en torno a Hitler, pero antes vamos a
presentar al pueblo alemán y a todo el mundo la última prueba en el curso de las
sesiones del Tribunal y para su sentencia».
«Por este motivo, aplazó von Brauchitsch su acción hasta el día en que el
Tribunal militar del Reich había de emitir su veredicto. El Tribunal se reunió.
Antes de añadir algo, Hitler nombró presidente del tribunal al acusado Goering.
Y el Tribunal se reunió bajo la presidencia de este. El Tribunal se reunió bajo la
presidencia de este. El Tribunal celebró una sesión que duró varias horas y
luego fue aplazada en circunstancias muy dramáticas. Aquel era el día que se
había fijado para la entrada de las tropas alemanas en Austria.
»El Tribunal volvió a reunirse una semana más tarde. Pero Hitler ya se
había erigido en el gran vencedor. Los generales habían cosechado sus primeros
laureles y la alegría era grande y la confusión entre los generales aún mayor. Fue
disuelto el Tribunal. Se demostró que Fritsch era inocente, pero debido a la
euforia que reinaba en todo el país no podía atreverse a dar un golpe de Estado.
La crisis de von Fritsch, que por poco conduce a una intervención de los
generales, y entonces no hubiese sucedido todo lo demás, había sido ahogada
por la crisis de la euforia del Anschluss. El capitán general von Fritsch buscó en
setiembre de 1939, la muerte ante Varsovia.
7. El Anschluss
«Sonderfall Otto». Este era el nombre clave secreto del Anschluss para la
entrada de las tropas alemanas en Austria, que tuvo lugar en marzo del año 1938.
—El Führer le espera y está de excelente humor—, sonrió von Papen, que
luego añadió—. ¿Supongo que no tendrá ningún inconveniente de que,
casualmente, hayan llegado unos generales a Berchtesgaden?
«El Führer está de excelente humor», había asegurado von Papen. Pero
apenas se cerraron las puertas de la sala de trabajo, el jefe del Gobierno
austríaco comprendió que el dictador estaba dispuesto a lanzar una ofensiva
contra Austria. En efecto, Hitler estaba decidido a solucionar el problema
austríaco fuese como fuese... «así o así», según decía él mismo. Los comparsas
militares Keitel, Reichenau y Sperrle solo figuraban como decoración del
escenario. Hitler no rehuía ningún medio para obtener su fin; sabía que su
invitado Schuschnigg fumaba copiosamente, pero le prohibió fumar en su
presencia.
Dodd: «Espero que no será difícil encontrar los puntos que nos interesan:
«¿Qué dice usted a todo esto? Todo esto lo declaró en su discurso. ¿Es
verdad, señor testigo?»
Rainer: «Los hechos, tal como los describe usted, responden a grandes
rasgos a la verdad».
El artículo 2.º de aquel acuerdo que fue firmado por Hitler el 11 de julio
de 1936, decía:
¿Pero qué valor tenían ya unos acuerdos firmados? Schuschnigg, tal como
declaró Rainer, era un hombre aniquilado. Poco después de la entrevista con
Hitler, Schuschnigg escribió textualmente todo lo que se había hablado en el
curso de la misma. Esta conversación que presentamos resumida es el preludio
del último acto.
Hitler: «Sí, aquí es donde maduran mis ideas. Pero no nos hemos reunido
para hablar de la bonita vista ni del tiempo.»
Schuschnigg: «Sí, si esto fuera posible... Pero usted sabe muy bien, señor
canciller, que esto es del todo imposible».
«El señor von Ribbentrop expuso los detalles de cada punto y añadió,
finalmente, que el documento había de ser aceptado en su conjunto.
Demostramos palpablemente nuestra sorpresa e indignación. El doctor Schmidt
le recordó a von Papen su promesa antes de que emprendiéramos el viaje. El
señor von Papen confesó que él mismo estaba muy sorprendido. Le pregunté si
podíamos contar con la buena voluntad por parte de Alemania. El ministro de
Asuntos Exteriores y el señor von Papen nos dieron seguridades a este respecto.»
Dodd: «¿Les dijo Hitler que disponían hasta el 15 de febrero para aceptar
sus condiciones?»
Dodd: «¿Y les dijo también que en el caso de no aceptar sus condiciones
haría uso de la fuerza?»
»"Lanzar noticias falsas, pero dignas de crédito, que hagan creer en unos
preparativos militares contra Austria: a) por hombres de confianza en Austria; b)
por nuestros aduaneros en la frontera; c) por agentes de comercio. Tales noticias
pueden ser las siguientes: a) cancelación de todos los permisos en la zona del
VII Cuerpo del Ejército; b) concentración de material ferroviario en Munich,
Augsburgo y Ratisbona; c) el agregado militar alemán en Viena ha sido llamado
para una consulta a Berlín; d) reforzamiento de la guardia fronteriza con Austria;
e) los aduaneros han de informar sobre maniobras militares de las brigadas
alpinas en las cercanías de Freilassing, Reichenhall y Berchtesgaden".
Sir David: «¿Le dijo usted a Schuschnigg que Hitler le había informado
que aquellas exigencias que le entregaba eran un ultimátum del Führer y que
Hitler no estaba dispuesto a discutirlas?»
Sir David: «¿Pero sí oyó decir, durante la segunda conversación con Hitler,
que este le dijo a Schuschnigg que había de aceptar estas exigencias en el curso
de los tres días siguientes?»
Sir David: «Sea usted más prudente al decir que ha sido hoy la primera
vez que ha oído hablar de esto, pues le voy a leer a usted un documento. Repito,
¿de verdad no oyó decir a Hitler que había de aceptar aquellas condiciones en el
plazo de tres días, ya que, en caso contrario, Hitler entraría con sus tropas en
Austria?»
Sir David: «Si lo hubiera dicho tendría usted que admitir que se trataba
de una grave presión militar y política».
Ribbentrop: «Teniendo en cuenta las circunstancias, hubiera sido, desde
luego, una presión».
Sir David: «¿Acaso no sabe usted que Schuschnigg dijo: "Yo solo soy el
canciller federal. He de someter todo esto a la aprobación del presidente Miklas
y solo puedo firmar el documento con la condición de recabar la conformidad
del presidente"?»
Sir David: «¡Un momento, señor testigo! Con toda seguridad, usted como
miembro de Asuntos Exteriores, estaría sin duda, informado del efecto causado
en Austria y que Jodl califica de "rápidos y potentes". ¿Quiere usted declarar,
bajo juramento, ante el Tribunal, que no estaba informado de la reacción en
Austria?»
Sir David: «Comprendo. Dígame usted, ¿por qué usted y sus amigos
tuvieron preso a Schuschnigg durante siete años?»
Ribbentrop: «No lo sé. Pero si dice usted cárcel, sé por propia experiencia
que el Führer ordenó, en diversas ocasiones, y lo recalcó, que Schuschnigg había
de ser tratado con toda clase de consideraciones».
Sir David: «Ha dicho usted cárcel. Yo diría mejor Buchenwald y Dachau.
Estuvo en los dos campos. ¿Cree usted que se encontró muy bien allí?»
Ribbentrop: «Ha sido aquí donde por primera vez he oído decir que el
señor Schuschnigg estuvo internado en un campo de concentración».
Sir David: «Limítese usted a contestar a mis preguntas: ¿Por qué usted y
sus amigos tuvieron preso en una cárcel a Schuschnigg durante siete años?»
Ribbentrop: «No puedo decir nada sobre esto. Lo único que sé es que oí
decir que no estaba en la cárcel, sino internado en un hotelito y que disfrutaba
de toda clase de comodidades».
Sir David: «Pero sí le faltaba una, señor testigo. Dar su informe de lo que
había ocurrido en Berchtesgaden. A pesar de todo el confort, que según usted
gozaba en Buchenwald y Dachau, lo cierto es que no estaba en condiciones de
hablar de los acontecimientos tal como él los había vivido».
—Hitler está fuera de sí, está terriblemente indignado y todos los demás
también —informó Seyss-Inquart al canciller federal—. Goering exige que
dentro de una hora se anule la celebración del plebiscito. Espera mi llamada
telefónica antes de una hora. Si no recibe ninguna noticia hasta entonces
supondrá que se me ha impedido ponerme en comunicación con él y tomará las
medidas que crea pertinentes...
En Viena eran docenas de miles los que gritaban de júbilo por las calles.
Los policías se habían colocado brazales con la cruz gamada y eran llevados en
hombros por la muchedumbre. Los desconocidos se abrazaban, por doquier
surgían demostraciones y con infinito entusiasmo cantaban el «Deutschland,
Deutschland über alles...» Un muchacho se subió al balcón de la Cancillería e izó
la bandera de la cruz gamada...
Goering: «Bien, esto no puede continuar así. ¡En ninguno de los casos! La
cosa está en marcha. Escúcheme bien. El presidente federal ha de ser informado
sin pérdida de tiempo que le ha de entregar ahora mismo el poder como canciller
federal y que el Gabinete ha de estar constituido tal como lo tenía previsto, es
decir, usted canciller federal y el Ejército...»
Goering: «Sí».
Una hora y ocho minutos más tarde telefoneó Goering con su hombre de
confianza Wilhelm Keppler, a quien había destinado a Viena.
Keppler: «He hablado con Muff. Muff ha estado arriba con el presidente,
pero este se ha vuelto a negar».
Goering: «¿Cree usted que tomará una decisión dentro de los próximos
minutos?»
Goering: «Sí».
Seyss-Inquart: «¡No!»
Seyss-Inquart: «¡Sí!»
Goering: «Bien. ¡De modo que le confío a usted una misión oficial!»
Seyss-Inquart: «Sí».
En Viena el diminuto canciller federal daba una última vuelta por sus
despachos. A través de las ventanas llegaban hasta él las canciones y los vítores
en la calle. Schuschnigg escribe en sus Memorias:
«Di una vuelta por los despachos, crucé la sala de las columnas y entré en
la antesala de reuniones. Allí, debajo del retrato de Francisco José, había un
grupo de personas desconocidas. Un joven, con traje de montar, pasó cerca de
mí. No sabía si era un estudiante o uno de los jóvenes funcionarios. Llevaba el
pelo cortado al estilo prusiano. Comprendí. Ya había tenido lugar la invasión.
De momento, aún no habían pasado la frontera, pero ya estaban en el
Ballhausplatz. Todavía no era la Wehrmacht... era la Gestapo.»
Muff: «Seyss cuida del orden en estos momentos, está dirigiendo una
alocución».
Goering: «Que ahora se haga cargo del Gobierno. Que asuma el mando en
el Gobierno y que cuide de todo y... todavía mejor..., que Miklas presente la
dimisión».
Keppler: «Las SA y las SS desfilan por las calles. Reina una tranquilidad
absoluta».
Goering: «Preste atención, que mande ocupar las fronteras para que esos
no huyan con sus bienes».
Keppler: «Sí».
Goering: «Que forme un Gobierno provisional. Es completamente
indiferente lo que pueda decir, ahora, el presidente federal».
Keppler: «Sí».
Felipe: «Bien».
Hitler: «Nunca, nunca, sea lo que sea. Ahora estoy dispuesto a concertar
un tratado muy diferente con él».
Hitler: «No lo olvidaré, ocurra lo que sea. Si alguna vez llega a encontrarse
en peligro o en alguna necesidad, puede estar convencido de que yo le ayudaré
como sea, aunque todo el mundo se levantara contra él».
Goering: «Por lo demás, mire usted, sí... ayer dijeron, hablaron de cosas
muy serias, de guerras y cosas por el estilo..., me puse a reír. ¿Quién es el
estadista irresponsable que sea capaz de mandar a la muerte a millones de seres
humanos, por el mero hecho de que dos pueblos hermanos se reúnan de
nuevo...?»
Ribbentrop: «Sí, desde luego, sería ridículo, claro, claro. Y esto también lo
comprenden así aquí. Además, creo que están bastante bien informados».
Goering: «El Führer ha dicho que, dado que usted se encuentra ahí,
procure exponer las cosas tal como son. Sobre todo señale que están en un
profundo error si creen que Alemania dirigió un ultimátum. Deseo que le diga
usted lo siguiente a Chamberlain: No es cierto que Alemania haya mandado un
ultimátum. Esto es una mentira de Schuschnigg. Y tampoco es verdad que le fue
dirigida una amenaza al presidente federal. Lo único que pasó es que Seyss-
Inquart rogó a uno de nuestros agregados militares que le acompañara para que
le explicara un detalle técnico. Insisto en que Seyss-Inquart solicitó de nosotros,
primero por teléfono y luego por telegrama, que le mandáramos nuestras
tropas».
Goering: «¡Maravilloso!».
—Henlein ejerció sus actividades con ayuda de consejos de los altos jefes
nazis —declaró el fiscal Alderman sobre este punto—. El teniente coronel
Köchling le fue adscrito, como consejero, a Henlein, para ayudarle en la
organización de los Cuerpos de voluntarios de los sudetas alemanes.
Fue leída como prueba una anotación del ayudante de Hitler, Rudolf
Schmundt:
—El laurel más bonito es aquel que se recoge sin que haya costado una
sola lágrima a una madre.
Era evidente que Hitler pretendía hacer uso de la fuerza. El mundo estaba
sacudido por la fiebre del miedo. Sobre Europa entera se cernía el fantasma de la
guerra. En Berlín, en París, en Londres, en todas partes, los hombres y las
mujeres solo hablaban de la guerra. El miedo les había llegado hasta la médula.
De un momento a otro va a estallar el barril de pólvora...
Después del Día del Partido, el mundo entero esperaba que Hitler lanzara
su golpe. Y entonces Chamberlain dio un paso sensacional. Un paso
extraordinario para un jefe de Gobierno inglés, reflejado en su Diario:
«Me he decidido por una solución que dejó a Halifax muy sorprendido,
pero Henderson (el embajador inglés en Berlín) cree que esta solución puede
salvar la paz en la hora once.»
En aquel momento uno de sus ayudantes le entregó una nota. Hitler leyó
el papel, se lo dio al intérprete y dijo:
Schmidt tradujo:
Era el fin.
Mussolini: «¡Rápido!»
—I have a personal message from il Duce. I must see the Führer at once,
very urgent, quick, quick!
—¡Así tratamos a los únicos aliados que siempre nos han sido fieles!
El 1.º de octubre de 1938, la fecha que Hitler ya había previsto con mucho
tiempo de antelación, la Wehrmacht alemana entraba en el país de los sudetas.
Benesch presentó la dimisión y se fue a América. Sobre Europa se cernía un
ambiente de paz que ahogaba a todos.
—El domingo tomé esta decisión —le comunicó Hitler sin rodeos de
ninguna clase al jefe de Estado checoslovaco—. Mañana a las seis de la mañana
las tropas alemanas avanzarán desde todos los lados hacia Checoslovaquia.
—Sé que toda resistencia sería inútil —susurró Hacha, cuando volvió en
sí.
A las tres horas cincuenta y cinco minutos del día 15 de marzo de 1939
firmaban Hacha, Chvalkovsky, Hitler y Ribbentrop el documento que ya había
sido redactado. En todo el mundo se hizo un silencio impresionante cuando las
tropas alemanas entraron en Praga. Checoslovaquia había dejado de existir...
Sir David: «¿Recuerda usted que el acusado Goering, según sus propias
declaraciones ante el Tribunal, le dijo al presidente Hacha que daría la orden a
la Luftwaffe alemana de que bombardeara Praga?»
Sir David: «¿Recuerda usted las palabras de Hitler de que las tropas
alemanas emprenderían la marcha a las seis de la mañana? ¿Y que se
avergonzaba casi de tener que decir que por cada batallón checo había una
división alemana?»
Sir David: «¿Está usted de acuerdo conmigo que este pacto fue firmado
bajo la amenaza de la intervención del Ejército y de la Luftwaffe alemana?»
Sir David: «¿De modo que está usted de acuerdo conmigo que se obtuvo
la firma bajo presión y bajo la amenaza de un ataque?»
Sir David: «¿Qué otra presión se puede ejercer sobre un jefe de Estado
más que la amenaza de que un ejército muy superior en número y material
invadirá su país y que una potente fuerza aérea bombardeará su capital?»
Antes de que Hitler realizara sus planes secretos y que el ataque contra
Polonia desencadenara una Segunda Guerra Mundial, se sucedían en Alemania
una serie de terribles acontecimientos. El Tribunal dedicó varias semanas a la
discusión de estos hechos:
Goering: «Sí».
Goering: «Ya he dicho que firmé todas estas disposiciones y que cargo con
toda la responsabilidad».
Goering: «Sí, todo esto formaba parte de las disposiciones para eliminar a
los judíos de la vida económica».
Goering: «No lo recuerdo, pero sin ninguna duda debe ser cierto».
Jackson: «¿Y el día 3 de marzo de 1939 una disposición que fijaba el plazo
en el que los judíos habían de entregar todas sus joyas?»
Grynspan se había dejado llevar por sus impulsos sin pensar en las
catastróficas consecuencias de su acción. Su desdichado atentado fue el pretexto
para lanzar nuevas persecuciones contra los judíos en Alemania. Lo que sucedió
a partir de aquel momento fue expuesto detalladamente en el Proceso de
Nuremberg.
Nadie sabe lo que habló Hitler con su ministro de Propaganda. Pero todo
lo que sucedió a partir de aquel momento debió ser el resultado de aquella
conversación en voz baja que habían sostenido los dos hombres. Hermann
Goering, que no participó en aquella cena, dijo, siete años más tarde, en
Nuremberg:
—Tal como me enteré más tarde, durante aquella cena y después de haber
abandonado el Führer la sala, Goebbels informó que el consejero de embajada
había fallecido a consecuencia de las graves heridas que había recibido. Reinó
una cierta excitación y a continuación Goebbels pronunció, al parecer, unas
palabras invitando a la venganza. Era el antisemita más tenaz de todos, y sus
palabras fueron el origen de los futuros acontecimientos. De todo esto me enteré
a mi llegada a Berlín y fue el revisor de mi vagón quien me contó que en Halle
había visto unos incendios. Media hora más tarde llamaba a mi ayudante, quien
me informaba que aquella noche habían tenido lugar una serie de incidentes,
que los comercios judíos habían sido incendiados. De momento esto es todo lo
que supe.
»a) Solo deben ser adoptadas aquellas medidas que no pongan en peligro
la vida o los bienes de los alemanes. Por ejemplo, los incendios de sinagogas
solo cuando no exista un peligro para la inmediata vecindad; b) los comercios y
las viviendas de los judíos solo deben ser destruidos, no saqueados. La policía
ha recibido instrucciones de vigilar estas disposiciones y detener a los
saqueadores.»
Incluso Julius Streicher «el enemigo número uno de los judíos», fue
sorprendido por esta acción nocturna de sus compañeros Hitler, Goebbels y
Himmler.
»Puedo mencionar todavía que el señor von Obernitz dijo que Hitler
había dicho que era conveniente que las SA se desfogaran por lo que había
ocurrido en París. El señor Streicher no se movió de la cama.»
Sin ninguna clase de escrúpulos, Hitler y los suyos hacían uso del buen
nombre del pueblo alemán para sus fines propios. Aquella noche se cometieron
muchos asesinatos, atentados contra la moral, saqueos. Incluso el Tribunal
supremo del Partido nacionalsocialista hubo de escuchar más tarde lo ocurrido
aquella noche. En un informe a Hermann Goering declaró, sin rodeos, el juez
supremo del Partido, Walter Buch, y también este documento fue presentado
como prueba en Nuremberg:
Pero Funk era demasiado débil para llevar a cabo su amenaza. Ante el
Tribunal fue leída una declaración de Funk:
»Aquella tarde volví a hablar con el Führer. Mientras tanto, también había
visto a Goebbels, al cual había expresado mi disgusto en unas palabras que no
podían dejar ninguna duda. Le dije a Hitler que yo no estaba dispuesto a pagar
luego los platos rotos cuando él cometía una acción tan impremeditada como
aquella. Mientras estaba hablando con el Führer, entró Goebbels y comenzó con
sus acostumbradas manifestaciones. Fue entonces cuando se habló por primera
vez de imponer una multa y él dijo una cifra astronómica. Después de una breve
discusión, acordamos que fueran mil millones de marcos.
Aquella fue una sesión en la que los principales actores presentaron sus
verdaderas caras. Una sesión durante la cual fue decidido el destino de los
judíos. Y de nuevo los taquígrafos anotaron palabra por palabra lo que se dijo en
aquella reunión. Los documentos fueron capturados en el Ministerio del Aire, en
donde se había celebrado la reunión. Ahora eran presentados ante el Tribunal de
Nuremberg.
Jackson: «¿Puede usted decirnos quiénes, además de usted y Goebbels,
estaban presentes?»
Jackson: «Y luego habló usted durante largo rato de cómo pensaba llevar a
cabo la ariación de los comercios judíos. ¿No es así?»
Goering: «Sí».
Goebbels: «En casi todas las ciudades alemanas han sido incendiadas las
sinagogas. Ahora podemos destinar los solares a otros fines. Hay algunas
ciudades que quieren construir parques y jardines, otras que prefieren levantar
nuevos edificios».
Goebbels: «Opino que este debe ser el motivo para disolver todas las
sinagogas. Los judíos han de pagar. Considero conveniente promulgar una
disposición que prohíba a los judíos entrar en los teatros, cines y circos
alemanes. La floreciente situación en nuestros teatros nos permite adoptar esta
medida. Siempre están llenos. Considero igualmente conveniente eliminar a los
judíos de la vía pública. En la actualidad un judío puede usar un
compartimiento en un tren con un alemán. Hemos de promulgar un decreto que
prohíba que los judíos puedan usar el mismo compartimiento que un alemán, y
el Ministerio de Comunicaciones debe enganchar vagones especiales a los trenes
para uso exclusivo de los judíos. Y si no hay sitio para ellos, entonces que se
queden en pie en los corredores».
Goering: «Yo no lo expondría con detalle. Mire usted, cuando un tren esté
lleno, que se quede en el andén y si no que haga todo el viaje encerrado en el
retrete».
»Les cederemos una pequeña parte del bosque y haremos que aquellos
animales que se parecen más a los judíos, como, por ejemplo, el alce, que tiene el
hocico muy curvado, se aclimaten en la zona del bosque por donde paseen los
judíos».
»Pondremos un letrero que dirá: "Solo para judíos". Lo peor del caso es
que hay niños de judíos que van a colegios alemanes. Debemos expulsar a los
niños judíos de los colegios».
Hilgard: «El caso más importante es el caso Margraf, en Unter den Linden.
La joyería de Margraf. Se calculan los daños en casi dos millones, porque la
tienda fue saqueada».
Goering: «Si alguien se presenta en una tienda y ofrece unas joyas que
dice haber comprado, que las arrebaten sin más complicaciones».
Goering: «Está bien, pague lo que tenga que pagar, pero déselo al ministro
de Finanzas. El dinero pertenece al Estado. ¿Está claro?»
Goering: «Primero los daños que ha tenido ese judío Margraf con sus
joyas. Las joyas han desaparecido y no le serán devueltas. Y si la policía las
recupera serán del Estado».
Goering: «¡Oiga usted! ¿Qué me dice? Pero si veo con mis propios ojos lo
que le alegra todo esto. Usted ha hecho un gran negocio».
Heydrich: «Propongo que se les retiren a los judíos los carnets de chófer y
que se limite su libertad de movimientos. No veo por qué motivo los judíos han
de poder ir a tomarse un baño».
El contenido de este documento no fue rebatido una sola vez por Goering
en Nuremberg. Se limitó a unos pocos comentarios evasivos o cínicos. Por
ejemplo:
Jackson: «¿Exacto?»
Goering: «Sí, me ponía nervioso cada vez que Goebbels insistía en los
detalles. Usé las expresiones en consonancia con el estado de ánimo que me
dominaba».
Goering: «Efectivamente».
Esto fue todo lo que dijo Hermann Goering. Pero lo que se habló en el
año 1938 se convirtió muy pronto en cruda realidad: distintivos, ghettos y
destrucción.
—Cuando estalló la guerra civil en España, Franco nos pidió ayuda, sobre
todo en el aire. El Führer vacilaba, pero yo insistí en que mandáramos apoyo. En
primer lugar para que el comunismo no pudiera introducirse en España, y en
segundo lugar para probar el estado técnico de la Luftwaffe. Con autorización
del Führer, mandé una gran parte de mi flota de transporte y una serie de
escuadrillas para probar de esta forma, en una lucha seria, si el material
respondía a lo que nosotros confiábamos. Y para que el personal adquiriera
cierta experiencia, cuidé que fuera relevado continuamente.
¿Cuál es la historia de esta aventura? España había pasado por unos años
de intensa crisis. En 1931 había abdicado el rey Alfonso XIII, y la República que
siguió tuvo hasta el año 1936 veintiocho cambios de Gobierno. Finalmente, el 16
de febrero de 1936, se celebraron nuevas elecciones y el Frente Popular socialista
ganó 256 de los 473 escaños en el Parlamento. En el Marruecos español se
levantaron las tropas contra el nuevo Gobierno. El general Francisco Franco,
comandante de las Islas Canarias, emprendió el vuelo a Marruecos y asumió el
mando del levantamiento. En el norte de España fue el general Mola el que tomó
el mando de las tropas. A la misma hora lograba el general Queipo de Llano un
brillante éxito: con 180 soldados conquistaba la ciudad de Sevilla.
Durante tres años el pueblo español tuvo que pagar los platos rotos de
esta intervención de Stalin, Mussolini y Hitler-Goering. La lucha no hubiese
durado tanto tiempo sin la intervención de las potencias extranjeras.
Era ya el verano del año 1938. Durante cuatro meses se luchó a orillas del
Ebro. La lucha de material más grande desde la Primera Guerra Mundial. Se
había iniciado ya el cambio. La Legión Cóndor había conquistado la
superioridad en el aire, sobre todo gracias a sus «Me 109». El Gobierno
republicano perdió setenta y cinco mil hombres en la batalla del Ebro. Por la
Navidad del año 1938 empezó Franco el ataque contra Cataluña y a la Legión
Cóndor correspondió la misión de preparar la ofensiva desde el aire. Las líneas
republicanas fueron bombardeadas sin interrupción. El 9 de febrero de 1939
llegaba el general Franco, vencedor, a los Pirineos. El día siguiente se revolvió
hacia el último reducto en el centro de España. Con la conquista de Madrid, el 28
de marzo de 1939, terminaba la guerra civil en España.
Los soldados alemanes fueron engañados en Berlín cuando se les dijo que
lucharían por la justa causa del general Franco, pues en realidad luchaban por
Hitler y Goering. En el Proceso de Nuremberg fue presentado un documento
que habla más claro que todos los demás: El Protocolo de Hossbach sobre la
reunión secreta del 5 de noviembre de 1937. Durante esta reunión, Hitler dijo:
—Desde el punto de vista alemán, no nos interesa una victoria cien por
cien de Franco. Lo que nos interesa es que la guerra en España se prolongue y
aumente la tensión en el Mediterráneo.
Estos son unos hechos de los cuales los hombres de la Legión Cóndor no
tenían la menor idea, pues no eran comentados por la propaganda oficial.
También al doctor Josef Goebbels le ofrecía la guerra civil española una ocasión
de «entrar en fuego». ¡Qué alegría sintió Goebbels cuando, el 9 de mayo de 1937,
dos aviones del Gobierno republicano arrojaron sendas bombas sobre el
acorazado Deutschland, que estaba atracado en la bahía de Ibiza! Murieron
veintitrés tripulantes. Hitler se enteró de la noticia cuando se dirigía a los
festivales de Beyruth. Volvió corriendo a Berlín y ordenó que el acorazado
Admiral Scheer bombardeara como represalia el puerto de Almería. El
bombardeo se llevó a cabo el 31 de mayo de 1937.
—El pueblo alemán se enterará de lo valientes que han sido sus hijos en
su lucha por la libertad de un pueblo tan noble, y el de cómo han ayudado a
salvar la civilización europea.
—Es necesario adaptar las circunstancias a las exigencias —les dijo Hitler
a sus más íntimos colaboradores durante aquella conferencia secreta—. Y esto no
es posible sin la invasión de los Estados extranjeros y sin atacar las propiedades
extranjeras. Todos los pasos deben ser dirigidos al objetivo fijado. Se ha logrado
la unificación nacional-política de los alemanes. No podemos cosechar nuevos
éxitos sin exponernos a un derramamiento de sangre.
»La guerra contra Francia e Inglaterra será una lucha a vida o muerte. Es
peligroso dejarse llevar por la ilusión de que será una guerra civil, pues no existe
esta posibilidad. Volaremos todos los puentes y entonces ya no se tratará de si
estamos en nuestro derecho o no, sino de la vida y muerte de ochenta millones
de seres humanos.
—Fue una conferencia, como muchas de las que solía celebrar el Führer, y
durante las cuales exponía sus puntos de vista sobre la situación y las posibles
misiones que cabría confiar a la Wehrmacht. Se trata, en primer lugar, de tomar
las medidas necesarias para que la Wehrmacht estuviera siempre en condiciones
de responder a la menor orden de la jefatura del Estado, es decir, que el Führer
supiera que en un momento dado las decisiones que pudiera tomar serían
efectivamente llevadas a la práctica.
Para comprender esta lucha, que primero fue dirigida entre bastidores, es
conveniente evocar ciertos hechos que todos los que se sentaban en la gran sala
de reuniones del Tribunal de Nuremberg recordaban vivamente y que
precisamente por esto no fueron mencionados:
Y esto coincidía plenamente con los hechos: Cuando hacía ya tiempo que
Hitler había decidido desencadenar la guerra, daba a entender a Mussolini que,
por lo menos en el curso de los tres años siguientes, no había ni que pensar en
una guerra. Attolico, por el contrario, bombardeaba a su Gobierno con
advertencias hasta el punto que el ministro de Asuntos Exteriores italiano, conde
Galeazzo Ciano, escribió en su célebre «Diario»:
Ciano fue a ver a Ribbentrop para salvar la paz o, al menos, para conocer
las verdaderas intenciones de los alemanes. La entrevista se celebró el 11 de
agosto de 1939 en el castillo de Ribbentrop Fuschl, cerca de Salzburgo. Al RAM,
como era llamado el ministro de Asuntos Exteriores del Reich en los documentos
alemanes, le gustaban los escenarios grandiosos. Pero este es un punto que
tampoco se le pasó por alto a la acusación en Nuremberg. El intérprete doctor
Paul Schmidt fue interrogado como testigo por el fiscal inglés sir David
Maxwell-Fyfe.
Sir David: «¿Y es verdad que cuando era ministro de Asuntos Exteriores
era propietario de seis casas? Permítame usted que refresque su memoria y le
enumere las casas: Una en Sonneburg, de 750 hectáreas, con un campo de golf
particular. Otra en Ranneck, cerca de Düren, en las cercanías de Aquisgrán,
donde criaba caballos. Otra cerca de Witzbühel, donde solía ir de caza. Y luego,
claro está, el castillo Fuschl, en Austria. ¿Es cierto?»
Sir David: «Tal vez pueda usted contestar a la siguiente pregunta: ¿Había
podido algún ministro de Asuntos Exteriores anterior comprar con su sueldo seis
casas y fincas rurales?»
Doctor Schmidt: «Si pudieron hacerlo o no, no lo sé, pero lo cierto es que
no lo hicieron».
Ciano fue atacado desde el primer momento por su colega alemán con
hechos contundentes. Sin miramientos ni escrúpulos de ninguna clase
Ribbentrop retiró el velo y mostró la realidad desnuda.
Y escribió en su «Diario»:
Un juego vergonzoso.
Sir David: «Recordará usted, según leemos en el "Diario" del conde Ciano,
que este le preguntó a usted: "¿Qué es lo que queréis? ¿El Corredor o Danzig?", y
que usted le contestó: "Ahora, ya no. Ahora queremos la guerra". ¿Lo recuerda
usted?»
«Sé muy bien que existen por lo menos dos "Diarios" de Ciano. Uno de
ellos es falsificado. Ciano no solamente era un ambicioso y un vanidoso, sino
también un traidor. Nunca hacía honor a la verdad.»
En Roma se dejaron dominar por el pánico. Era evidente que Hitler quería
la guerra. La primera reacción de Mussolini fue romper las relaciones con
Alemania para alejar a Italia del conflicto que se avecinaba. Por otro lado, temía
la cólera de Hitler que podría manifestarse en una operación militar contra
Italia.
Mussolini sabía que había sonado una hora decisiva. Resignado, dijo a
sus colaboradores: «Es inútil querer subir a dos mil metros por encima de las
nubes. Tal vez nos acerquemos más a Nuestro Señor, si existe, pero nos alejamos
más de los hombres. Esta vez es la guerra.»
—Subito.
Doctor Seidl: «Una semana antes de iniciarse las hostilidades, tres días
antes de la invasión prevista de Polonia por las tropas alemanas, fue firmado
entre las dos potencias un documento secreto».
Doctor Seidl: «En este caso me veo obligado a citar como testigo al
comisario del Exterior, Molotov.»
Ribbentrop: «No recuerdo el texto exacto, pero más o menos decía esto».
Y nadie mejor que Hitler lo sabía. Apenas habían sido estampadas las
firmas al pie del documento, desencadenaba la guerra..., y pocas horas más tarde
anulaba la orden de ataque.
2. La última esperanza
Dahlerus: «Conocía Inglaterra muy bien, puesto que había vivido allí
durante doce años y también conocía muy bien Alemania. Durante una visita a
Inglaterra, a fines de junio de 1939, observé y comprobé que los ingleses no
estaban ya dispuestos a tolerar ningún nuevo acto de agresión por parte de
Alemania. El 2 de julio me reuní con unos amigos en el "Constitutional Club".
Discutimos la situación y me expusieron la opinión pública inglesa de un modo
muy claro:
»El 8 de julio me informó Goering que Hitler había dado su visto bueno a
esta proposición. La reunión tuvo lugar en Sönke-Nisse-Koog, en Schleswig-
Holstein cerca de la frontera danesa. La casa pertenece a mi esposa. Siete
ingleses, Goering, el general Bodenschatz y el doctor Schöttl asistieron a una
reunión. Era el 7 de agosto y comenzó la reunión invitando Goering a que los
ingleses le dirigieran las preguntas que consideraran más oportunas.
»Los ingleses no dejaron duda alguna de que el Imperio británico
ayudaría a Polonia en el caso de que Alemania intentara ocupar por la fuerza
aquella región del Este. Goering dio su palabra de honor de estadista y de
soldado de que, a pesar de que tenía el mando de las fuerzas aéreas más
poderosas del mundo y esto podría ser a veces una tentación para él, haría todo
cuanto estuviera de su parte para impedir una guerra».
Dahlerus: «Sí. A las ocho de la noche intenté ponerme al habla con él.
Goering me comunicó que la situación era muy grave y me rogó que hiciera todo
cuanto estuviera en mis manos para que se celebrara una conferencia entre los
representantes de Inglaterra y de Alemania. El sábado, 26 de agosto, volví a
reunirme con lord Halifax. Le rogué que insistiera cerca del Gobierno alemán
que el Gobierno inglés estaba dispuesto a llegar a un entendimiento. Lord
Halifax consultó con Chamberlain y redactó una carta maravillosa en un
lenguaje muy claro diciéndole que el Gobierno de Su Majestad expresaba el
deseo de hallar una solución pacífica».
Sir David: «Le ruego informe al Tribunal de uno o dos detalles que
Goering no nos ha contado aquí. Le dijo a usted... ¿o no se lo dijo?..., que dos
días antes, es decir, el 2 de agosto, Hitler le había comunicado a él y a otros altos
jefes, en el Obersalzberg, que estallaría el conflicto entre Polonia y Alemania».
Sir David: «Y supongo que él tampoco le dijo a usted que Hitler había
declarado: "Es nuestra misión aislar Polonia". ¿Le habló alguna vez de que
tenían la intención de aislar Polonia?»
Sir David: «¿Le dijo a usted que habían tomado la decisión de atacar
Polonia la mañana del 26 de agosto?»
Sir David: «¿Le dijo en alguna ocasión Goering por qué motivo habían
aplazado la fecha de ataque del 26 al 31 de agosto?
Dahlerus: «No, nunca me habló de un plan de ataque».
Sir David: «¿Y no le dijo tampoco Goering..., cito sus propia palabras: "El
día que Inglaterra dio oficialmente la garantía a Polonia, me llamó el Führer por
teléfono y me dijo que había anulado la proyectada invasión de Polonia. Me
dijo: Hemos de ver antes cómo podemos eliminar la interferencia de
Inglaterra"?. ¿Y no le dijo Goering tampoco en ningún momento que lo único
que pretendían de usted cuando le mandaron a Londres era ganar tiempo?»
Sir David: «Deseo repetirlo todo una vez más. Pero con ayuda de su libro
de usted, El último intento, voy a exponer en qué estado de ánimo se
encontraban los gobernantes alemanes. Vamos a abrir el capítulo que hace
referencia a Hitler... Permítame que lea:
»En aquel momento daba más bien la impresión de ser un demente que
un ser normal. Su voz apenas se entendía y su comportamiento era el de un loco.
Comprendía entonces que se trataba de un hombre que no estaba en su juicio.»
»Dio un paso y gritó con voz más fuerte y haciendo unos ademanes aún
más violentos.
Sir David: «Dice exactamente esto, que alzó el puño y se inclinó tan
profundamente hacia delante que casi tocó el suelo...»
Dahlerus: «Sí».
Sir David: «De modo que ese era el Canciller del Reich alemán. Vamos a
hablar ahora un momento de su ministro de Asuntos Exteriores. ¿Tuvo usted la
impresión de que Ribbentrop hacía todo cuanto estaba en su poder para poner
obstáculos a las gestiones de usted?»
Dahlerus: «Exacto».
Sir David: «Pero, según la opinión de Goering, hacía mucho más aún. Si
recuerda usted bien, usted iba a despedirse de Goering, creo que cuando partió
usted para Londres en su última visita:
«En una hora tan grave, creo sinceramente que ningún hombre de nobles
pensamientos podría comprender que empezara una guerra de destrucción si
haber hecho un último intento para hallar una solución pacífica entre Alemania
y Polonia. Su voluntad de paz podría ser decisiva en este caso sin la menor
mengua del honor alemán. Usted sabe lo mucho que yo condeno las
destrucciones provocadas por la guerra y sabemos cómo afecta una guerra a la
conciencia del pueblo, sea cual sea su resultado. Si la sangre francesa y alemana
han de correr nuevamente como hace veinticinco años, en una guerra mucho más
larga y sangrienta, los dos pueblos lucharán con la esperanza de su propia
victoria. Pero los que vencerán serán la destrucción y la barbarie.»
«Sé muy bien que Hitler quiere la guerra con Polonia —escribió
Coulondre en sus «Memorias». Y al hacer referencia a esta escena tan dramática,
afirma—: Su voz sonó seca y dura.
»—En esta hora tan decisiva —le dijo el francés a Hitler— se halla usted
ante el Tribunal de la historia, señor Canciller. No permita usted que corra la
sangre de los soldados, de las madres y de los niños...
»Se hizo el silencio durante unos minutos. Después Coulondre oyó cómo
Hitler murmuraba:
«Le dije a von Ribbentrop que haría todo lo posible para que las
negociaciones transcurriesen por unos cauces de sensatez. Von Ribbentrop se
sacó entonces un extenso documento del bolsillo y lo leyó en alemán, demasiado
de prisa.»
Los dos hombres se miraron con ojos muy brillantes, pero después se
calmaron, y Ribbentrop leyó las proposiciones alemanas.»
Sir David: «¿Y le dijo Forbes a usted que el señor Lipski le había dicho, de
un modo que no admitía dudas, que el ofrecimiento alemán era una violación de
la soberanía polaca y que Polonia, en el caso de que fuera abandonada por todos,
lucharía y moriría sola? ¿Era este el estado de ánimo en el que encontró usted al
señor Lipski?»
Dahlerus: «Sí».
Doctor Stahmer: «¿Y volvió usted a entrevistarse con Goering el día 1.º de
septiembre?»
—Juro por Dios Todopoderoso y que lo sabe todo, que diré la verdad, que
no ocultaré nada y no añadiré nada.
Lahousen: «Sí».
Lahousen: «Sí, retuve para mí, con permiso de Canaris, unas anotaciones».
Lahousen: «Sí».
Lahousen: «La operación, sobre la que ahora voy a declarar, es una de las
más misteriosas de las que llevó a cabo la Sección Extranjera del Servicio Secreto
alemán. A mediados de agosto recibió la Sección I, así como también la Sección
que estaba a mi mando, la Sección II, la orden de procurarnos uniformes y
material de guerra polacos para tenerlo todo previsto para la Operación Himmler.
La orden la recibió Canaris del Alto Mando de la Wehrmacht, y nos dio mucho
que pensar a todos los que nos afectaba de un modo más o menos directo,
porque no teníamos idea de lo que se trataba. Pero el nombre de Himmler
significaba mucho».
Amen: «¿A quién tenía que entregar el Servicio Secreto este material?»
Amen: «¿Cuándo fue informado el Servicio Secreto del uso que se haría
con este material?»
Amen: «¿Se enteró usted de lo que fue de aquellos internados del campo
de concentración que llevaron los uniformes polacos y provocaron el incidente?»
Más evidentes aún aparecen los hechos que expuso, en una declaración
jurada, el antiguo miembro del SD, Naujock:
»1. Desde 1931 al día 19 de octubre de 1944 fui miembro de las SS y desde
su fundación en 1934 hasta enero de 1941, agente del SD. Presté servicio como
miembro de las Waffen-SS desde febrero de 1941 a mediados de 1942.
»2. El día 10 de agosto de 1939, Heydrich, jefe del SD, me ordenó que
organizara un ataque contra la emisora de radio de Gleiwitz, cerca de la frontera
polaca, y después diera a entender que habían sido los polacos los que habían
llevado a cabo el atentado. Heydrich me dijo: "Es necesaria una prueba
concluyente de estos ataques polacos, tanto para la Prensa extranjera como para
la propaganda alemana".
—Lo único que sabía es que Varsovia era una fortaleza que estaba
ocupada por el Ejército polaco, con una guarnición muy potente. Las piezas de
artillería eran modernas, los fuertes estaban ocupados y Adolfo Hitler solicitó,
en dos o tres ocasiones, que evacuara la población civil. La proposición fue
rechazada. Solo se permitió la salida a las embajadas extranjeras. El Ejército
polaco estaba en la ciudad y la defendió obstinadamente. También los fuertes
exteriores estaban ocupados por potentes fuerzas y desde el interior de la ciudad
disparaban grandes piezas de artillería contra el exterior. Fue atacada entonces la
fortaleza de Varsovia y también con la Luftwaffe, pero fue después de haber
sido rechazado el ultimátum de Adolfo Hitler.
»El jefe del OKW, Keitel, repuso que todo esto ya había sido decidido por
el Führer y que este les había comunicado que si la Wehrmacht no estaba
dispuesta a acatar sus órdenes, no habrían de extrañarse entonces si hacían acto
de presencia las SS, la policía de Seguridad y otras organizaciones parecidas
para cumplir estas medidas. Esto fue lo que se habló en el curso de aquella
reunión sobre los métodos de fusilamiento y exterminio de Polonia».
Lahousen: «Sí, el jefe del OKW, Keitel, habló o repitió una expresión que
había usado Hitler sobre una "limpieza política"».
Amen: «Para que quede bien claro, ¿cuáles eran las medidas que a juicio
de Keitel ya habían sido aprobadas?»
Doctor Otto Nelte (defensor de Keitel): «Al acusado Keitel le interesa que
diga usted si cuando fue anunciada la orden del bombardeo de Varsovia desde
el aire, él llamó la atención sobre el hecho de que este ataque solo sería llevado a
la práctica si la fortaleza de Varsovia se negaba a capitular y solo después de
haber permitido a la población civil la evacuación de la ciudad».
—El testigo Lahousen ha declarado que yo había dicho que las casas
habían de ser incendiadas y los judíos muertos. Declaro, de un modo categórico,
que nunca en mi vida he hecho una declaración semejante. Canaris estaba
conmigo en mi coche, y es muy posible, no lo recuerdo con exactitud, que le
volviera a ver más tarde. Recibió directamente del Führer instrucciones acerca de
cómo había de actuar en Polonia y también sobre el problema ucraniano. La
declaración que se me atribuye carece de todo sentido, pues los ucranianos eran
amigos y no enemigos. Por consiguiente, hubiera sido un absurdo que yo
hubiese ordenado que los pueblos fueran incendiados. Por lo que se refiere a la
cuestión de si los judíos habían de ser muertos, aseguro que esta forma de
proceder siempre fue contraria a mi modo de pensar.
Amen: «¿Le vio usted alguna vez tomar bromuro o se lo indicó alguien?»
Steengracht: «Sí, ahora recuerdo que solía tomar unas píldoras rojas, pero
yo no prestaba la menor atención al hecho».
Sea como fuere, aun en el caso de que la memoria del ministro de Asuntos
Exteriores del Reich fuera debilitada o no por las drogas, los hechos no admitían
la menor duda. Tan pronto como empezó la guerra fue organizado el terror en
los países ocupados.
¿Cuáles eran los fines que perseguía Hitler? Su objetivo principal era
avanzar hacia el Este, tal como ya lo había señalado el año 1923 en su libro Mi
lucha: "Nosotros, los nacionalsocialistas, hemos de aferrarnos a nuestros
objetivos de política exterior, es decir, hemos de garantizarle al pueblo alemán
suficiente espacio vital. Y al hablar de espacio vital nos referimos, en primer
lugar, a Rusia y a los Estados vecinos. Esta acción es la única que justifica ante
Dios y la posteridad alemana el derramamiento de sangre..."
—Nunca hemos dicho que no estamos interesados en una paz con Hitler
—declaró lord Halifax al barón Bonde, y luego añadió—: Si hay alguien en
Alemania capaz de conseguir la paz, este hombre es Hermann Goering.
Hitler había rechazado unos ofrecimientos de paz que hoy día se nos
antojan muy favorables, incluso únicos. Hitler solo tenía necesidad de hacer una
concesión: proporcionar una mayor libertad a los checos.
Goering tenía plena conciencia del efecto que causaría esta negativa de
Hitler entre el pueblo alemán, y por este motivo, estaba dispuesto a que no se
hablara de aquellas negociaciones secretas con el fin de no desprestigiar el
acuerdo del Führer. Se mantenía fiel al hombre que no ponía fin a la «guerra a la
que le habían obligado» cuando se le ofrecía una ocasión tan favorable para
poner fin a las hostilidades. Aunque le dijo a Goering que meditaría el asunto,
nunca se volvió a hablar de ello.
»1. ¿Cuáles son los puntos en Noruega que podrían servir de base?
»2. ¿Pueden ser conquistadas estas bases por la fuerza en el caso de que
Noruega ofrezca una resistencia armada?»
—El informe lleva por título Asunto Noruega. Llamo la atención del Alto
Tribunal sobre el cuarto párrafo, que dice: "El Führer habló sobre la
conveniencia de entrevistarse personalmente con Quisling para obtener una
impresión directa sobre él. Raeder repuso: En el caso de que el Führer obtuviera
una impresión favorable, habría de recibir el Alto Mando de la Wehrmacht el
permiso para recibir los planes de Quisling y llevarlos a la práctica: a) por
medios pacíficos, es decir, el Ejército alemán sería llamado por el nuevo
Gobierno noruego; b) por la fuerza, en caso necesario".
El informe continúa:
Köln = H. M. S. Cairo
Königsberg = H. M. S. Calcuta
Leopard = H. M. S. Haycon
»En el caso de que pregunte por el destino: Going Bergen, chasing German
steamers! (Rumbo Bergen, perseguimos vapores alemanes).»
«El ataque alemán llegó por sorpresa y todas las ciudades que fueron
atacadas a lo largo de la costa fueron ocupadas según el plan previsto con
escasas bajas. El plan de Quisling de detener al rey, los miembros del Gobierno
y del Parlamento, fracasó a pesar del factor sorpresa y fue organizada la
resistencia en todo el país.»
El efecto que produjo este ataque en todo el mundo fue inmenso. Incluso
aquellos que eran de buena fe y habían intentado justificar el ataque contra
Polonia alegando los intereses alemanes en Danzig y en el Corredor,
demostraron su indignación. Con la ocupación de Dinamarca y Noruega, Hitler
hizo que todo el mundo se pusiera contra él. Neville Chamberlain, que había
sido reemplazado por Winston Churchill en el cargo de primer ministro, expuso
los sentimientos que animaban al mundo entero en un discurso que pronunció
el 16 de abril de 1940:
«¡Esta es la última acción del aborto del infierno en Alemania! Todos los
pueblos saben que no podrán vivir en paz hasta que haya sido destruido ese
perro loco.»
Pero Hitler, «el perro loco», ya no conocía barreras. Apenas había ocupado
Dinamarca y Noruega cuando ya se lanzaba a nuevas operaciones de gran
envergadura.
—Pero Hitler les dijo a sus oficiales: «Cuando Holanda y Bélgica sean
ocupadas, habremos asegurado la victoria sobre Inglaterra».
Milch: «Sí».
Roberts: «¿Los considera usted como hombres de honor por lo que sabía
de ellos?»
Milch: «Sí».
Milch: «Sí».
Roberts: «¿No recuerda acaso que solo un mes antes de esta conferencia, o
sea el día 28 de abril, Hitler en el Reichstag aseguró que respetaría la neutralidad
de una serie de países europeos, incluidos los tres países mencionados por mí?»
Roberts: «¿Quiere usted decir con esto que un hombre no podía defender
su honor?»
Milch: «No recuerdo con exactitud las palabras que Hitler empleó en
aquella ocasión...»
Sea como sea, lo cierto es que el Alto Mando de la Wehrmacht realizó un
trabajo a fondo. Bélgica solo pudo ofrecer resistencia durante diez y ocho días,
antes de que el rey Leopoldo III se viera obligado a firmar la capitulación. La
resistencia de los holandeses duró cuatro días.
Doctor Stahmer: «¿A qué fue debido que estallaran incendios tan grandes
en la ciudad de Rotterdam?»
Sir David: «¿Sabía usted que desde las diez se habían iniciado ya
conversaciones sobre la capitulación?»
Kesselring: «No».
Sir David: «¿Sabía usted que a las doce un oficial holandés cruzó las
líneas alemanas y se entrevistó con los generales Schmidt y Studen y que el
general Schmidt expuso por escrito las condiciones de la capitulación a las doce
horas y treinta y cinco minutos?»
Kesselring: «Lo lógico en este caso, hubiera sido que el general Studen
hubiese ordenado suspender el ataque. Yo no recibí este aviso ni tampoco las
fuerzas a mis órdenes».
Sir David: «Todo el mundo vio cómo los aviones tomaban rumbo hacia la
ciudad. También Studen debió ver los bombarderos, ¿no es así?»
Kesselring: «Sí».
Sir David: «Si este ataque hubiese tenido una importancia táctica para el
apoyo de las tropas, hubiese podido ser anulado, ¿no es cierto?»
Kesselring: «Sí, en el caso de haber estado informados de la situación
táctica».
Con estas palabras se ponía punto final a este asunto en Nuremberg. Los
acontecimientos del año 1940 no admitían una discusión más amplia. En Francia
avanzaban las cuñas de la Wehrmacht alemana.
—El Canal no debe ser cruzado —repitió la voz desde el Cuartel general
del Führer.
—¡Fin!
Pero esta ilusión se esfumó poco tiempo después. Desde Londres sonaba
sorda y decidida la voz de Churchill:
Hitler respondió con unas órdenes secretas dirigidas a Keitel y Jodl. Esta
orden, que lleva la fecha del 16 de julio de 1940, fue leída en Nuremberg ante el
Tribunal:
—Me interesa saber si el señor mariscal del Reich puede asumir las
siguientes obligaciones: 1.º, destruir la aviación inglesa; y 2.º, impedir que la
flota inglesa ataque las tropas de desembarco.
Pero Hitler insistía. Los preparativos continuaron a toda prisa, incluso las
barcazas del Rhin fueron transformadas para transportar unidades de
desembarco y en todo el frente del Oeste las tropas alemanas eran instruidas en
la lucha anfibia.
—Sea como fuere Inglaterra será aniquilada así o así. ¡Borraremos sus
ciudades del mapa! Y si en Inglaterra se sienten muy curiosos y preguntan: «¿Y
bien, por qué no vienen?» Contestaremos: «Tranquilizaos, iremos».
Jackson: «¿Y usted insistió con el mariscal del Reich para que se empezara
la invasión inmediatamente después de Dunkerque, no es cierto?»
Kesselring: «Sí».
Era necesario actuar con suma rapidez, tal como se expresó Hitler, pero en
Nuremberg sir Hartley Shawcross demostró, una vez más, que se trataba de un
ataque que había sido previsto mucho antes:
—Si llega el día en que la Unión Soviética adopta una actitud que puede
ser considerada como una amenaza por Alemania, entonces el Führer aniquilará
Rusia.
6. Operación «Barbarroja»
Menos de quince días después de haber sido nombrado para este nuevo
cargo, redactó Rosenberg, en su oficina, un informe sobre sus futuros planes:
»La misión del comisariado del Reich para Estonia, Lituania, Letonia y
Rutenia Blanca ha de ser la creación de un Protectorado alemán y, luego, con la
colonización de los pueblos germanos y la migración de los elementos
indeseables, convertirse en una parte del Gran Reich alemán. El mar Báltico ha
de convertirse en un lago alemán bajo la égida del Gran Reich alemán.»»
Alderman comentó:
»Esta proclama anunciaba al mundo que habían vuelto a rodar los dados.
Aquellos planes que venían siendo estudiados en secreto desde hacía casi un
año, daban ahora sus frutos. Creo que bastaría leer ante este Alto Tribunal unas
anotaciones: los informes del embajador alemán en Moscú hasta junio de 1941.
Esto fue lo que escribió el embajador alemán, Friedrich Werner Graf von
der Schulenburg, el 4 de junio:
Paulus: «Sí».
Paulus: «Sí».
Rudenko: «Dígame usted, señor testigo, ¿qué sabe sobre los preparativos
del Gobierno de Hitler y del Alto Mando de la Wehrmacht acerca de un ataque
armado contra la Unión Soviética?»
»2. Alcanzar una línea desde la cual la aviación rusa ya no pudiera atacar
el territorio alemán y como objetivo final se señalaba la línea Volga-Arkangel.
»El desarrollo de este plan sobre la base que acabo de detallar fue
terminado a principios del mes de noviembre, con dos maniobras militares de
cuya dirección me encargó el jefe del Estado Mayor del Ejército. El 18 de
diciembre de 1940 el Alto Mando de la Wehrmacht publicó las Disposiciones 21.
Formaban el fundamento de todos los preparativos militares y económicos. El
Alto Mando del Ejército empezó, desde aquel momento, a estudiar la operación
en todos sus detalles prácticos. Estas medidas fueron aprobadas el 3 de febrero
de 1941 por Hitler en el Obersalzberg. Para el comienzo del ataque había
calculado el Alto Mando de la Wehrmacht la época en que fuera más factible
dirigir grandes movimientos de tropa en territorio ruso, es decir, se confiaba que
esta situación se presentaría a partir de mediados del mes de mayo. Pero este
plazo sufrió un cambio cuando Hitler, a fines de marzo, decidió atacar
Yugoslavia. A causa de esta decisión hubo de aplazarse el ataque contra la Unión
Soviética, cinco semanas».
Paulus: «El ataque contra la Unión Soviética fue realizado, tal como acabo
de señalar, sujetándonos a un plan previsto desde hacía mucho tiempo y que
había sido cuidadosamente mantenido en secreto. Una operación de distracción
que debía ser dirigida desde las costas de Noruega y de Francia había de dar a
entender que el mando alemán preveía un desembarco en Inglaterra en el mes
de junio de 1941 y desviar de este modo la atención del Este».
Paulus: «El objetivo Volga-Arkangel, que era muy superior a las fuerzas
alemanas, ya caracteriza lo que tenía de absurdo la política de conquistas de
Hitler y del mando nacionalsocialista. Desde el punto de vista estratégico,
alcanzar esta línea hubiese significado el aniquilamiento de las fuerzas armadas
de la Unión Soviética.
»Para Hitler, la conquista del objetivo económico en esta guerra era muy
importante, según se desprende de un hecho que conozco por experiencia
personal. El 1.º de junio de 1942 y con ocasión de una conferencia de los
comandantes en jefe en el frente del Grupo de Ejércitos Sur en Polltawa, declaró
Hitler: "Si no conquisto los yacimientos de petróleo de Maikop y Grozny,
entonces habré de terminar esta guerra".
Presidente: «Sí».
Doctor Otto Nelte (defensor de Keitel): «¿He entendido bien cuando usted
ha dicho que ya en el otoño del año 1940 había comprobado usted plenamente
que Hitler tenía la intención de atacar la Unión Soviética?».
Doctor Nelte: «¿Se habló en los círculos del Estado Mayor del Ejército de
esta cuestión?»
Doctor Nelte: «¿Manifestó usted sus temores delante del capitán general
Halder o el comandante en jefe Von Brauschitch?»
Doctor Nelte: «Por consiguiente, tanto usted como el jefe del Estado
Mayor Halder estaban al corriente de estos hechos que presentan la guerra
contra Rusia como una agresión criminal y que a pesar de ello usted no hizo
nada en contra. ¿Fue usted nombrado posteriormente comandante en jefe del 6.º
Ejército?
Paulus: «Sí».
Doctor Nelte: «¿Pero usted conocía los hechos que se oponían a esta forma
de proceder?»
Paulus: «Los hechos, tal como se revelaron más tarde y que comprendí
precisamente por mi actuación al frente del 6.º Ejército, alcanzaron su punto
culminante frente a Stalingrado, pero yo no los conocía. Incluso este
reconocimiento de que se trataba de una guerra de agresión lo tuve mucho más
tarde, pues al principio solo había tenido ocasión de efectuar un estudio parcial
de la situación».
Doctor Nelte: «¿En este caso debo calificar su concepto expresado por
usted de "guerra de agresión" como un reconocimiento al que llegó usted
posteriormente?»
Paulus: «Sí».
Doctor Nelte: «¿Reconoce usted también que otros, que no estaban tan
cerca de la fuente como usted mismo, podían creer que lo que hacían era en
beneficio de su patria?»
Paulus: «Sí, estoy enterado de que se enviaron estos telegramas, pero solo
cuando ya había sonado el momento final, cuando era necesario encontrar
todavía un sentido a aquello tan horrible que había tenido lugar allí, para dar un
sentido a la horrible muerte de los soldados. Por este motivo, aquellos hechos
fueron descritos en los telegramas como hechos heroicos para que así pasaran a
la posteridad. Lamento no haber hecho nada para impedir el despacho de estos
telegramas».
Doctor Sauter: «¿Pero usted fue ascendido a mariscal de campo y luce este
título?»
Paulus: «Es lógico que use el título que me fue conferido».
Doctor Sauter: «En esta declaración leemos la frase final: "Yo cargo con
toda la responsabilidad de no haber vigilado personalmente la ejecución de mi
orden del 14 de enero de 1943 sobre la entrega de todos los prisioneros de
guerra...", es decir, de todos los prisioneros de guerra rusos, ¿es verdad?»
Paulus: «Sí».
Paulus: «En este escrito no era normal hacer referencia a este asunto. En
este escrito, dirigido al Gobierno soviético, se habla solamente de todo aquello
que pudo afectar, en el cerco de Stalingrado, a la población civil rusa y a los
prisioneros de guerra rusos. En este escrito yo no podía hablar de mis soldados».
Paulus: «No, no podía hablar aquí de los soldados alemanes, esto hubiese
tenido que hacerlo en otro lugar. El 20 de enero expuse que debido al frío, el
hambre y las epidemias era humanamente imposible continuar la lucha. La
respuesta que recibí del Alto Mando decía: "Capitulación imposible. El 6.º
Ejército cumplirá su misión histórica resistiendo hasta el final y permitiendo con
su sacrificio reorganizar el frente del Este".»
Doctor Sauter: «¿Y por este motivo dirigió usted hasta el último momento
esta acción considerada por usted como criminal?»
Paulus: «Exacto».
Doctor Sauter: «Hay otra cosa que aún me interesa: ¿Acaso no comprendió
usted, desde un principio, cuando le fue encargado el estudio de los planes para
el ataque contra Rusia que este ataque solo podría llevarse a la práctica violando
los tratados internacionales?»
Paulus: «Las noticias que habíamos recibido sobre las fuerzas rusas, eran
tan deficientes, que durante mucho tiempo no tuvimos una idea exacta».
Paulus: «Sí».
Doctor Exner: «¿Sabía que había decidido que usted sustituyera a Jodl
cuando terminara lo de Stalingrado, pues ya él no podía trabajar con Jodl?»
Paulus: «Sí».
Iola Nikitschenko (juez ruso): «¿Conocía las instrucciones dictadas por los
órganos del Reich en Alemania y el Alto Mando sobre el trato de que había de
ser objeto la población rusa por parte del Ejército alemán?»
Paulus: «Recuerdo que circularon unas instrucciones, puede ser que se
tratara de unas órdenes especiales, que decían que no habían de tomarse
erróneas consideraciones frente a la población civil».
Paulus: «Esto significa que solo habían de tener validez las medidas
militares».
Paulus: «No».
»En este discurso, Goering dijo un año antes de estallar las hostilidades:
»En otoño del año 1940 —continuó Alderman—, fue fijado el ataque
contra los Estados Unidos para una fecha posterior. Esto se desprende
claramente de los documentos que hemos capturado a la Luftwaffe alemana. El
informe lleva la fecha del 29 de octubre de 1940 y cito el quinto párrafo: "Con
vistas a una campaña contra América, interesa extraordinariamente al Führer la
ocupación de las islas del Atlántico".
»En julio de 1941 y durante el primer entusiasmo por los primeros éxitos
logrados contra la Unión Soviética, el Führer firmó la orden de continuar los
preparativos para un ataque contra los Estados Unidos. Esta orden secreta fue
encontrada entre los archivos de la Marina de guerra alemana. Voy a leer:
Pero qué diferente era la situación real a la situación que había esperado
el Führer... Ni la Unión Soviética ni Inglaterra habían sido vencidas. Al
contrario, la superioridad británica en el aire se manifestaba ahora también
sobre el continente, y en el Este el ataque alemán había quedado detenido
irremisiblemente delante de Moscú. Además, el ataque japonés contra la Flota
americana en Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, que le había dado a
Hitler fuerzas para la declaración de guerra, no resultó, tal como se esperaba,
mortal. En el escenario de guerra africano, tanto las tropas alemanas como
italianas se veían obligadas a ceder terreno al enemigo. En todas partes ya se
había iniciado el gran cambio.
Entre las pruebas que presentó el fiscal general soviético Roman Rudenko
ante el Tribunal, también figuraban las «Memorias» del antiguo presidente del
Senado nacionalsocialista de Danzig, Hermann Rauschning. Este informa, en
sus «Memorias», de lo que, en cierta ocasión, le dijo Adolfo Hitler, y Rudenko
leyó estos párrafos tan horrorosos:
Doctor Thoma: «En el caso de sus conferencias habló usted con frecuencia
de la "estructura de la idea". ¿Se sentía influido usted por Goethe?»
Dodd: «Un momento. No es necesario que nos cite usted todo el índice.
Me he limitado a preguntarle si había escrito o no usted este prólogo».
Griffith-Jones: «En este caso le ruego a usted eche una mirada a esta
colección de la revista. Son una recopilación de artículos del Israelitischen
Wochenblatt desde julio de 1941 hasta el final de la guerra. El Tribunal podrá
ahora demostrar lo que dice en rigor un fanático de la verdad. Por favor, fíjese en
la primera página, es un artículo del 11 de julio de 1941. "En Polonia murieron el
año pasado unos cuarenta mil judíos; no hay una sola cama más en los
hospitales". Puede usted continuar hojeando, señor acusado. El 12 de diciembre
de 1941: "Según informaciones recibidas de fuentes fidedignas, han sido
ajusticiados en Odesa miles, dicen incluso muchos miles, de judíos.
Informaciones parecidas se han recibido procedentes de Kiew y de otras
ciudades rusas". ¿Lo ha leído usted?»
Griffith-Jones: «Lo único que deseo saber es si ha oído usted las pruebas.
Puede usted contestar sí o no, pero sospecho será un sí».
Streicher: «Sí, pero añado al mismo tiempo que la única prueba válida
para mí es el testamento del Führer. En él declara que estas matanzas se llevaron
a cabo por orden suya. Esto es lo que creo. Ahora sí creo en ello».
Griffith-Jones: «¿Cree usted que esta matanza de millones de judíos se
hubiese podido llevar a cabo en el año 1921? ¿Cree posible que bajo otro
régimen, en el año 1921, hubiesen podido ser muertos seis millones de hombres,
mujeres y niños judíos?»
Este artículo iba firmado por el jefe de las Juventudes del Reich Baldur
von Schirach. El Tribunal le condenó principalmente por sus crímenes durante
su reinado como Gauleiter y Reichstatthalter de Viena. En el Escrito de
Acusación se decía que Baldur von Schirach era responsable de la deportación
de sesenta mil judíos de Viena. Baldur von Schirach le era fiel a Hitler, afirmó la
acusación. Era un idealista que había sido engañado repetidas veces, alegó la
defensa. Lo más probable es que fuera las dos cosas a la vez, idealista y
cortesano. Fue responsable de que en el año 1933 se disolvieran todas las
organizaciones juveniles del Reich que pudieran rivalizar con su «Hitler-
Jugend». Educó a la juventud para la guerra.
—La última prueba que le presentamos es una anotación del Diario del
ministro de Justicia sobre un proceso contra el vicario católico Paul Wasmer y se
plantea la cuestión en la decisión de si Rosenberg ha de presentar denuncia por
calumnia y difamación. El obispo había citado en su sermón una canción que era
cantada por las juventudes hitlerianas: «El Papa y el rabino que se larguen, fuera
todos los judíos». Ha afirmado usted ante este Tribunal no haberse inmiscuido
nunca en asuntos de la Iglesia católica o protestante...
Entre las muchas canciones que citó Dodd, también figuraba la siguiente:
Baldur von Schirach fue uno de los pocos en Nuremberg que confesó
plenamente su culpabilidad. Dijo mucho más sobre la ruta tan falsa por la que
había sido conducida la juventud alemana que las montañas de acusaciones de
papel impreso contra las Juventudes hitlerianas. El 24 de mayo de 1946, Schirach
declaró desde el estrado de los testigos:
Muy tarde llegó el jefe de las Juventudes del Reich, Schirach, a este
reconocimiento. Demasiado tarde. ¿Qué le había escrito a Streicher? ¿No le
había escrito, acaso, que todo lo que no llevaran a la práctica ahora lo pagaría
amargamente la juventud del mañana?
Fritzsche fue acusado por una declaración del antiguo mariscal de campo
Ferdinand Schörner. Rudenko leyó esta declaración:
Fritzsche: «No tengo que hacer la menor objeción a este juicio y declaro
que...»
Presidente: «El hombre que hizo esta declaración, ¿era libre o prisionero?»
«No existe una filosofía cristiana y tampoco una moral cristiana», declaró
el 17 de agosto de 1939 Hans Kerrl, ministro de Cultos del Reich.
Storey siguió leyendo entre los documentos que habían sido capturados:
»"En efecto, la lucha contra la Iglesia ha ido aumentando cada vez más:
destrucción de las organizaciones católicas, violaciones del modo de pensar de
los ciudadanos, de un modo especial de los funcionarios, difamación de la
Iglesia, del clero, de los fieles, clausura y confiscaciones de institutos cristianos,
destrucción de la Prensa y de las editoriales católicas. Cuando fracasaron todos
los intentos de encontrar una solución pacífica, Pío XII descubrió, el Domingo
de Pasión de 1937, en su Encíclica Con viva preocupación, ante todo el mundo, lo
que era el nacionalsocialismo: la negación de Jesucristo, la negación de sus
enseñanzas, el culto de la violencia, la adoración de la raza y de la sangre, la
negación de las libertades y de la dignidad humanas..."»
Matar a los débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los mutilados, a los
incapacitados para el trabajo, a los no gratos. Matar a todos los que no hacían
nada para ganarse el sustento de cada día.
Lammers: «Sí. Esta idea la expuso Hitler, por primera vez, en el otoño del
año 1939. El secretario de Estado en el Ministerio del Interior del Reich, doctor
Conti, recibió el encargo de estudiar detenidamente esta cuestión. Me opuse,
pero dado que el Führer insistía, propuse entonces que todo el asunto había de
enfocarse con todas las garantías necesarias y regulado por las leyes. Ordené
también que esbozaran esta ley en cuestión y en el año 1940 el estudio que en un
principio se le había confiado al secretario de Estado Conti le fue encargado al
Reichsleiter Bouhler. Este conferenció con Hitler, el cual no autorizó la ley tal
como había sido presentada, aunque tampoco la rechazó de pleno, pero más
tarde, sin que yo participara en ningún momento en esta acción dio orden de que
fueran muertos todos los enfermos mentales incurables. Esta orden la dio al
Reichsleiter Bouhler y al médico profesor doctor Brandt que entonces estaba a
sus servicios directos.»
—El Führer había dado la orden. La ley había sido firmada. Hoy solo
serán tratados los casos muy claros o aquellos completamente incurables. Más
tarde se efectuará una ampliación.
«En este sanatorio se presentó hace poco, en nombre del Ministerio del
Interior, una comisión compuesta por un médico y varios estudiantes.
Examinaron las historias clínicas de los enfermos internados en esta institución.
»La Comisión dictaminó cuáles eran los enfermos que "habían de ser
trasladados a otro sanatorio" y declaró "que una compañía de transportes de
Berlín se haría cargo del traslado de los enfermos y que el director del sanatorio
había de obedecer las instrucciones de esta compañía que estaba en posesión de
la lista nominal de todos los enfermos". Esta compañía se hacía llamar
"Transportes Sociales, Sociedad Limitada".
»Los niños gritan por la calles: "Eres un tonto, ya verás cómo tus padres te
mandarán al horno de Hadamar". Yo los que no quieren casarse dicen: "Casarse,
¿para qué? Luego tienes hijos y te los matan en el sanatorio". Y los viejos
murmuran: "Pronto nos tocará el turno a nosotros, cuando hayan liquidado a
todos los débiles mentales".
Kempner: «En efecto, estas cartas habían de quedar sin respuesta. Las
matanzas en estos institutos fueron continuadas durante años por orden de las
leyes secretas promulgadas por los acusados Frick, Himmler y otros».
Pero todo esto se estrellaba contra el muro del silencio con el que se
rodeaban todos los responsables. Los médicos, enfermeros y practicantes
continuaban inyectando la dosis mortal a los pacientes. Cuando el número de los
condenados a muerte fue en aumento, entonces fue sustituida la jeringa
hipodérmica, demasiado lenta, por la cámara de gas.
«Hay que mencionar también las medidas adoptadas en el verano del año
1940 en Alemania, según las cuales aquellos "que no rendían", es decir, los
enfermos incurables, eran internados en institutos especiales para ser muertos,
mientras que sus familiares eran informados de que habían fallecido de muerte
natural. Las víctimas no eran solamente ciudadanos alemanes, sino también
trabajadores extranjeros que ya no estaban en perfectas condiciones para
cumplir el trabajo que se les tenía asignado y que, por tanto, carecían de todo
valor para la maquinaria bélica alemana. Se calcula que fueron asesinadas unas
275.000 personas en estas instituciones que estaban bajo la autoridad del
Ministerio del Interior del Reich. No se puede calcular el número de
trabajadores extranjeros que fueron eliminados por este sistema.»
2. El lugarteniente de Hitler
Plücker escribe:
«En las cuatro paredes de su celda y en la puerta había escrito con grandes
letras: "Conservar la calma". Y esta misma frase la había escrito también sobre el
tablero de su mesa. No le vi nunca una fotografía de sus familiares, mientras que
los demás acusados tenían muchas fotografías sobre sus mesas. Siempre tenía
miedo de que le envenenaran. Se servía él mismo de la comida de las calderas.
Hess presentaba siempre una expresión fanática. En cierta ocasión le enfrentaron
con sus antiguas secretarias. No les prestó la menor atención.
»—Señor Hess —le dijeron—, estas señoritas son sus secretarias.
Todos estos informes aún hacen más real la cuestión sobre el estado
mental de Hess. Al noveno día del proceso, Hess provocó un escándalo en la
sala. La sesión de la tarde del 30 de noviembre de 1945 había sido dedicada a la
discusión de su caso. Todos los acusados permanecían en sus celdas y solo Hess
estaba en la sala del Tribunal. Rudolf Hess estaba solo en el largo banquillo de
los acusados, iluminado su enigmático rostro por las luces fluorescentes.
También estaban vacías las sillas de los abogados, pues únicamente el doctor
Rohrscheidt había hecho acto de presencia. Continuaban discutiendo el estado
mental del acusado cuando de pronto, Rudolf Hess se levantó de su banco y
prestó una declaración que sorprendió a todo el mundo.
Y Winston Churchill, que tenía en su poder todos los informes que hacían
referencia a Hess, indicó en el año 1950:
—Era un caso patológico y no criminal, y en este sentido debería ser
tratado.
—La solución que propuso Hess era que Inglaterra concediera plena
autoridad a Alemania en Europa, y Alemania no intervendría frente a Inglaterra
en el gobierno de su inmenso imperio, con la única condición de que le fueran
devueltas a Alemania sus antiguas colonias, pues tenía necesidad de estas para
las materias primas. Para saber algo sobre la actitud de Hitler hacia la Unión
Soviética, le pregunté si contaba a Rusia como formando parte de Europa o de
Asia, y él contestó: Asia. Le repliqué entonces que de acuerdo con lo que él
había expuesto, Alemania no podría atacar a Rusia, ya que Alemania solo exigía
libertad en Europa. El señor Hess reaccionó vivamente y dijo que Alemania
tenía que presentarle ciertas reclamaciones a Rusia que podrían ser satisfechas
por medios pacíficos o también en el curso de una guerra. Pero añadió en el acto
que carecían de todo fundamento los absurdos rumores que circulaban de que
Hitler pretendía atacar a la Unión Soviética en un próximo futuro.
Kirkpatrick leyó entonces lo que Hess le había dado por escrito. Primero:
para evitar guerras en el futuro entre Alemania y la Gran Bretaña habían de ser
fijadas unas zonas de influencia. La zona de influencia para Alemania era
Europa y para Inglaterra su Imperio mundial.
Lord Simon: «Pero existe una diferencia muy evidente. Los asuntos
internos del Imperio británico son la incumbencia de Inglaterra. ¿Acaso las
cuestiones internas de los países europeos son de la exclusiva incumbencia de
Alemania?»
Hess: «Le ruego a usted no lo tome como una amenaza, sino como una
opinión personal mía.»
Lord Simon: «¿Me permite decirle, pues, al general Smuts que África
occidental alemana debe ser devuelta a Alemania?»
Kirkpatrick: «De modo que todas las colonias, excepto las japonesas».
El fiscal inglés dedicó casi todo un día para exponer al Tribunal los
diversos puntos de la acusación contra Hess. Leyó un artículo de la
Nationalzeitung, que el día 27 de abril de 1941, es decir, pocos días antes del
vuelo a Inglaterra, escribía sobre Hess: «Su campo de trabajo es tan amplio y
múltiple, que es imposible resumirlo con pocas palabras. Son pocos los que
saben que muchas de las medidas que adopta nuestro Gobierno sobre todo en el
terreno económico militar y del Partido, se basan en la personal iniciativa del
lugarteniente del Führer».
Miles de alemanes fueron a parar, por culpa de esta ley, a las cárceles y
campos de concentración.
En efecto, las disposiciones firmadas por Bormann lo eran «en nombre del
lugarteniente del Führer», principalmente aquellas disposiciones que fueron
leídas ante el Tribunal y que hacen referencia a la anulación a los judíos del
derecho de poseer vivienda propia, de viajar y disfrutar de otras necesidades de
la vida cotidiana. El fiscal americano, Thomas F. Lambert, que presentó la
acusación contra Bormann, declaró:
—El resultado fue que se les negó a los judíos el uso de los coches-cama y
el poderse alojar en ciertos hoteles en Berlín, Munich, Nuremberg, Augsburg y
otras ciudades alemanas. Se les prohibió, además, visitar los balnearios, plazas y
jardines públicos, etc.
Esta objeción tuvo éxito en el caso de Hess. Bormann, sin embargo, fue
hecho responsable del linchamiento de los aviadores extranjeros apresados. Su
culpabilidad quedaba certificada por una disposición del 30 de mayo de 1944
dirigida a los altos funcionarios del Partido en la que prohibía la intervención de
la policía contra aquellas personas que habían participado en el linchamiento de
un aviador enemigo. Ya el 5 de noviembre de 1941 prohibió que los prisioneros
de guerra soviéticos fueran enterrados de un modo digno. Dos años más tarde,
ordenó a los Gauleiter que le comunicaran todos aquellos casos en que los
prisioneros de guerra rusos hubiesen sido objeto de buenos tratos. El punto
culminante lo representó en esta política contra los prisioneros de guerra
indefensos, la orden del día 30 de septiembre de 1944, que se convirtió en la
condena de muerte contra miles y miles de personas. Bormann anuló el derecho
de la Wehrmacht de juzgar a los prisioneros de guerra. De eso habían de cuidar
Himmler y sus SS.
—Alguien había de transmitir las órdenes —defendió el abogado doctor
Friedrich Bergold a su ausente mandatario—. Se trata solamente de un trabajo
burocrático que podía ser realizado por un oscuro funcionario o por un brillante
Reichsleiter.
—Señores del Tribunal, todos los niños saben que Hitler fue un hombre
malo. Pero este Ministerio público quiere hacer resaltar que Hitler, sin la ayuda
de unos colaboradores como Bormann, nunca hubiese podido mantener el poder
absoluto en sus manos y hubiese estado entonces muy solitario por el desierto.
Bormann fue un malvado arcángel al lado de este diablo llamado Hitler.
Todos los hombres que rodearon a Hitler no fueron tan fanáticos y tan sin
escrúpulos de ninguna clase como el burócrata Bormann. En el banquillo de los
acusados de Nuremberg se sentaban dos hombres que durante muchos años se
sintieron muy ligados a los altos jefes del Partido nacionalsocialista, pero que
ahora gustosamente hubiesen renunciado a esta compañía. El primero era Franz
von Papen y el segundo Hjalmar Schacht, y los dos fueron absueltos.
Papen, que desde hace años ha sido llamado por la historia «el mozo que
ayudó a Hitler a subir al caballo», hizo, desde el año 1933, una carrera política de
signo negativo. El antiguo Canciller y Vicecanciller del Reich fue embajador en
Viena en el año 1934 y embajador en Ankara en 1939. Fue llamado por Hitler y
acudió presuroso. Calló al ver los crímenes que se sucedían a su alrededor. Y
calló también en aquellos casos que estaban contra sus íntimos
convencimientos, como, por ejemplo, en la lucha que los nacionalsocialistas
organizaron contra la Iglesia. El fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe sometió a
contrainterrogatorio a Von Papen y comentó un caso concreto que revelaba
claramente la participación de Papen en los planes de Hitler.
Sir David: «¿Recuerda usted que cuando llegó a Austria presentó a Hitler
al cardenal Innitzer?»
Papen: «Sí».
Sir David: «Solo deseo que recuerde usted lo que le sucedió luego al
cardenal Innitzer. Tengo aquí la declaración jurada de un clérigo, el doctor
Weinbacher, secretario del arzobispo: "El 8 de octubre de 1938 tuvo lugar un
grave asalto de elementos juveniles contra el palacio del arzobispo de Viena. Fui
testigo del asalto". Describe a continuación cómo rompieron las ventas y las
puertas. Los sacerdotes se llevaron al arzobispo a una pequeña habitación y lo
mantuvieron oculto allí: "Poco después de haber llegado a la capilla, los
manifestantes entraron en las habitaciones del arzobispo. Lanzaron maderos
dentro de la capilla y uno de estos me tiró a tierra. Los manifestantes eran un
centenar de jóvenes de catorce a veinticinco años de edad. Se dedicaron a
destruir todo lo que encontraban a su paso. Con sus barras de hierro rompían las
sillas, las mesas, los candelabros, los cuadros y, sobre todo, las cruces, todas las
cruces.
»Cuando llegaron a la capilla se originó un gran tumulto al descubrir allí
al arzobispo. Lo apresaron, lo llevaron hasta una de las ventanas y gritaron: "A
este cerdo lo arrojaremos por la ventana".
»Bien, señor von Papen. Había contraído usted una grave responsabilidad
frente al cardenal Innitzer, ¿no es cierto? Le había presentado usted a Hitler. ¿Se
enteró usted de este asalto?
Sir David: «¿Y cuál fue la protesta que presentó usted cuando se enteró de
este indigno ataque?»
Papen: «Deseo hacerle recordar, sir David, que desde hacía un año había
abandonado el servicio, que ya no tenía nada que ver personalmente con lo que
sucedía en Alemania, y que, en efecto, los detalles de este incidente son muy
lamentables. Pero la Prensa alemana no publicó estos detalles».
Sir David: «Usted, acusado, nos ha dicho que era uno de los dirigentes del
catolicismo en Alemania. No nos hará creer que todos los obispos, por no decir
ya todos los sacerdotes católicos en Alemania habían sido informados del
indigno trato de que había sido objeto el cardenal Innitzer».
Del mismo modo que Von Papen ayudó a Hitler a conquistar el poder,
Hjalmar Schacht ayudó a Hitler a ofrecerle todas las posibilidades económicas
para que efectivamente pudiera llevar sus planes a la práctica. Schacht puso a
disposición del Führer su talento financiero y sus conocimientos de la economía,
a pesar de haber sido uno de los primeros en reconocer las intenciones
criminales que animaban al Tercer Reich. Este reproche le fue dirigido a Schacht
por el fiscal americano Jackson cuando le sometió a interrogatorio
contradictorio:
Schacht: «Han sido leídas por uno de los abogados durante este proceso.
Sí, son ciertas».
Jackson: «Estoy seguro de que quiere ayudar usted a este Tribunal y dirá
quiénes eran esos criminales a los que se refería».
Jackson: «Pues también usted colaboró con Hitler. ¿Sabe quiénes eran
esos colaboradores? Quiero que me nombre usted a todos los colaboradores que
englobaba entre esos criminales. Hitler ha muerto, según usted ya sabe».
Schacht ocupó altos cargos en la Economía del Tercer Reich a los que
Jackson hizo especial referencia. Fue presidente del Reichsbank, ministro de
Economía y plenipotenciario para la economía de guerra. Fue destituido de su
cargo de presidente del Reichsbank en el año 1939 y fue ministro sin cartera
hasta el año 1943.
Schacht: «Sí».
Jackson: «¿Vio usted con disgusto que nombraron a Goering para este
cargo?»
Durante la guerra se hicieron cada vez más patentes las diferencias que
existían entre Schacht y el organismo estatal. Cabe en lo posible que, como alegó
él mismo, ofreciera cierta resistencia. Pero nunca se llegó a un rompimiento
declarado. Terminaba siempre sus discursos con un triple «Heil, Hitler». Schacht
se excusó en Nuremberg diciendo que había usado esta fórmula para no
descubrirse. Su vida estaba amenazada. Pero en este caso intervino decidido el
fiscal.
Pregunta: «De modo que usted opina que un funcionario podía presentar
su dimisión en el momento en que creía que su modo de pensar era contrario al
de sus jefes».
Respuesta: «Sí».
Pregunta: «En otras palabras, ¿es usted de la opinión que los miembros
del Estado Mayor de la Wehrmacht, que son responsables de la ejecución de los
planes de Hitler, son tan responsables como el propio Hitler?»
Y Funk se aferró a esta tesis. Hasta qué extremo le arrastró este modo de
pensar hacia unos acontecimientos que hemos de calificar de criminales, se
desprende del interrogatorio durante el sumario previo el 22 de octubre de 1945.
Pregunta: «¿Sabía usted que esos saqueos se hacían por orden del
Partido?»
—Ya hubiese debido presentar mi dimisión en el año 1938. Por eso soy
responsable y confieso que estoy aquí como culpable.
»Entre los objetos que fueron depositados por las SS había joyas, relojes,
brillantes y objetos de alto valor de toda clase en grandes cantidades, que las SS
habían arrebatado a los judíos y a las víctimas internadas en los campos de
concentración. Tuvimos conocimiento de esto, pues lo agentes de las SS trataron
de cambiar estos objetos por dinero y para ello solicitaron la autorización de
Funk. De vez en cuando controlaba las cajas fuertes en sus cajas. También Funk
ejercía personalmente este control.
«Este Tribunal tiene la opinión de que Funk sabía qué clase de objetos
eran depositados en el Banco, o cerraba expresmente los ojos para no tener
conocimiento de ello.»
Este punto de vista le salvó la vida a Funk. Walther Funk fue un pequeño
y oscuro personaje en comparación con aquellos hombres de las SS que se
dedicaron al asesinato en masa. Al hablar de Funk, hemos de hacerlo también de
la sección económica de las SS. El jefe de esta oficina era Oswald Pohl, que fue
interrogado en el estrado de los testigos:
«Fue ministro del Interior del Reich en el primer gabinete de Hitler, cargo
que conservó hasta agosto de 1943, cuando fue nombrado protector de Bohemia
y Moravia. Fue ministro prusiano del Interior, director general del Reich para las
elecciones, plenipotenciario del Reich para la Administración del Reich y
miembro del Consejo de Defensa del Reich, miembro del Consejo de Ministros
para la Defensa del Reich y miembro también del Consejo del Pacto de las Tres
Potencias. Finalmente fue director general de la administración de los países
ocupados.»
Frick fue el hombre que después de la conquista del poder englobó a los
países ocupados dentro de la administración del Reich. Es una ironía en la
historia del proceso que los hombres que atacaron y defendieron a Frick ante el
Tribunal hubiesen trabajado en el Ministerio del Interior, y cuando Frick fue
nombrado ministro tuvieron que dimitir entonces sus cargos o fueron
destituidos poco después. El hombre que le acusaba era el fiscal americano
Robert Kempner y el hombre que le defendía el testigo Hans-Bernd Gisevius.
Kempner recordó al Tribunal aquella ley fatal que fue firmada por Hitler
y Frick y que le concedía a Himmler una pseudolegalidad, y con ella, manos
libres. Lleva la fecha del 17 de junio de 1936: «Para la unificación de las
actividades de la policía del Reich será nombrado un jefe de la policía alemana
en el Ministerio de Interior del Reich, a quien corresponderá al mismo tiempo el
estudio y la ejecución de todas las medidas policíacas en el país». Este jefe de la
policía quedaba a las órdenes específicas del «ministro del Interior del Reich y
de Prusia», y con ello, Frick se convertían en el jefe de Himmler, pues
teóricamente estaba al frente de toda la policía. En realidad, su control era
mínimo, aunque su nombre quedará eternamente ligado a los crímenes
cometidos por las organizaciones de las SS. El testigo Gisevius informó que
durante el primer año de estar en el poder, la Gestapo ejerció un auténtico
régimen de terror. También informó de los desesperados intentos de Frick de
poner obstáculos a las ansias de poder de Himmler. ¿Es cierto que durante
aquellos años Frick se vio impotente para actuar contra Himmler y Heydrich?
Gisevius contestó a la pregunta que sobre esto le fue dirigida por el defensor de
Frick, doctor Otto Pannenbecker:
Los judíos fueron los que más sufrieron las consecuencias de las
actividades de Frick.
—En el verano del año 1940, Hitler promulgó una ley que condenaba a
muerte a todas las personas ancianas y enfermas en Alemania y a todos aquellos
seres humanos que ya no pudieran ser de ninguna utilidad para la maquinaria
bélica alemana. Frick, más que cualquier otro ciudadano alemán, fue
responsable de la puesta en práctica de esta disposición. Tenemos en nuestro
poder muchas pruebas que demuestran que tanto Frick como un gran número de
personas estaban al corriente de estos crímenes. En julio de 1940, el obispo Wurn
escribió a Frick:
»"Desde hace algunos meses y por orden del Consejo de Defensa del
Reich son trasladados los enfermos mentales, los débiles mentales y los
epilépticos desde los sanatorios estatales y particulares a otras instituciones. Los
familiares son informados posteriormente de estos traslados. Lo corriente en
estos casos suele ser recibir, a las pocas semanas, un comunicado de que el
enfermo ha fallecido a causa de una enfermedad u otra, y que por razones de
índole policíaca se ha hecho necesario incinerar el cadáver. Se calcula, de un
modo superficial, que solo en Wurttemberg existen unos cuantos centenares de
estos casos. Me veo obligado a informar al Gobierno del Reich que estas
medidas han causado y están causando un profundo malestar en la población".»
Wilhelm Frick era el responsable directo de estos crímenes. En el año 1943
fue nombrado protector del Reich para Bohemia y Moravia y el Tribunal le hizo
responsable en este cargo de la intimidación de la población civil, de ordenar
trabajos forzados y de la deportación de los judíos.
El grupo de los antiguos altos jefes militares que figuraban entre los
acusados se descubrían por su actitud y su modo de hablar. Los antiguos
generales y almirantes hablaban el lenguaje escueto y tajante de los oficiales
profesionales. Algunos de ellos todavía llevaban sus viejos uniformes sin
insignias de ninguna clase. Y cuando el Ministerio Público les hablaba de sus
actividades en el pasado, se limitaban a citar, entonces, la obediencia y el honor
de los soldados. El mariscal de campo Wilhelm Keitel fue acusado y reconocido
culpable por el Tribunal de Nuremberg de los cuatro puntos de la acusación. En
el Escrito de Acusación fueron ampliados estos puntos:
Rudenko: «Paso ahora a la cuestión del trato de que había de ser objeto los
prisioneros de guerra rusos. Quiero preguntarle a usted sobre el informe de
Canaris. En este informe, Canaris habla del asesinato en masa de prisioneros de
guerra soviéticos y de la necesidad de poner fin a estas medidas tan arbitrarias.
Escúcheme usted bien y preste atención. Es el documento de Canaris. La
anotación de usted dice lo siguiente: "Las objeciones tienen su origen en el
concepto militar de una guerra caballerosa. Aquí se trata de la destrucción de
una filosofía. Por esto apruebo todas estas medidas y me hago responsable de
las mismas". ¿Fue esta la decisión que tomó usted?»
Keitel: «Sí, esto fue lo que escribí. Esta fue mi decisión después de haber
consultado con el Führer. Esto lo escribí yo».
Rudenko: «Le pregunto a usted, acusado Keitel, a usted que se hace llamar
mariscal de campo y que repetidas veces ante este Tribunal se ha presentado
como soldado. Con su sanguinaria decisión del mes de septiembre del año 1941,
autorizó y aprobó usted el asesinato de soldados indefensos que eran hechos
prisioneros de guerra por usted, ¿no es verdad?»
Keitel: «Sí».
Dodd: «En este caso, hemos de admitir que usted, de un modo consciente
por su juramento de soldado, firmó unas órdenes que sabía eran criminales».
Keitel: «El jefe de Estado tenía todos los poderes en sus manos. Por
consiguiente, que él cometiera un acto criminal no quiere decir que nosotros
forzosamente le imitáramos en esta actitud criminal».
Keitel: «Sí».
Dodd: «Pues bien, en este caso usted ejecutó órdenes criminales que
representan, al mismo tiempo, una violación del código de honor de un soldado
profesional».
Keitel: «Sí».
Lahousen: «Sí. Durante esta reunión nos reveló Canaris que desde hacía
algún tiempo Keitel insistía en que se llevara a cabo una acción que tenía como
objetivo la eliminación del mariscal francés Weygand y que mi sección debía
encargarse de llevar esta acción a buen fin».
Amen: «Ha dicho usted "eliminación". ¿Qué quiere decir concretamente?»
Lahousen: «Matar».
—No se habló más del asunto. Giraud huyó a África del Norte. Mucho
más tarde me enteré que Hitler había tenido un ataque de ira cuando se enteró
de la fuga del general francés y que lo había calificado como un completo
fracaso del Servicio de Seguridad del Reich.
—No sé qué decir sobre este caso —murmuró Keitel aquella noche en la
celda de la cárcel hablando con el psicólogo Gilbert—. El asunto Giraud, sí,
desde luego, suponía que lo sacarían a relucir... Pero, ¿qué he de decir? Sé muy
bien que un oficial y un caballero como usted se habrá formado su opinión
sobre mi persona... Estos hechos atacan mi honor de soldado. No me importaría
en absoluto que me recriminaran haber iniciado la guerra. Solo cumplí con mi
deber y acaté las órdenes que me daban. Pero este asunto... no sé sinceramente
cómo me vi envuelto en este caso...
Pocos días después, Gilbert observó que el antiguo jefe del Alto Estado
Mayor de la Wehrmacht, Alfred Jodl, ya no se sentaba durante las comidas en la
mesa de Keitel como había hecho hasta entonces. Gilbert habló con Jodl de la
conversación que había celebrado con Lahousen.
—He observado que usted ya no come con los altos jefes militares... En la
mesa de Goering y Keitel —comentó Gilbert.
Con estas palabras se ponía fin al asunto. Hasta el final del proceso, los
demás jefes militares rehuyeron a Keitel. Aunque el proyecto de asesinar a
Weygand y Giraud no fue llevado nunca a la práctica, el efecto moral fue terrible
para Keitel.
Otro documento:
»Se han previsto las medidas necesarias para borrar todas las huellas.
Tanto el chófer como el acompañante serán agentes del SD con uniformes de la
Wehrmacht. Para la publicación de la muerte en la Prensa, se ha establecido
contacto con el consejero secreto Wagner del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Wagner ha informado que el ministro (Ribbentrop) hablaría de este caso con el
Reichsführer.
7. El 7 de octubre de 1941, Jodl firmó una orden que decía que Hitler no
aceptaría la capitulación de Moscú o Leningrado y que insistía en que estas dos
ciudades fueran arrasadas.
Roberts: «Muy bien. ¿Ha sido usted siempre un soldado que ha defendido
el honor?»
Roberts: «Muy bien. ¿Cree usted que por lo que se vio obligado a hacer
durante los últimos seis o siete años fue mancillado su honor?»
Uno de los últimos puntos que presentó Roberts fue el caso de los
cincuenta aviadores ingleses que huyeron del campo de prisioneros de guerra de
Sagan, y que fueron apresados de nuevo y fusilados.
Jodl: «En aquella ocasión tuve la impresión de que Hitler hacía caso omiso
de todos los conceptos del derecho humano».
Roberts: «¿Admite usted que fue un asesinato lo que se cometió con esos
cincuenta aviadores?»
Roberts: «¿Y a qué fue debido que ustedes, unos generales de honor,
acataran sin protestas las órdenes de un asesino?»
Jodl: «Desde aquel momento hice todo lo que estuvo en mis manos para
impedir que pudieran repetirse estos casos».
Roberts: «¿Cree usted que fue un acto traidor y cobarde atacar a aquellos
cincuenta aviadores como si fueran perros?»
El fiscal inglés Elwyn Jones comentó el célebre caso del hundimiento del
Athenia:
Sir David: «Al parecer todo esto no le afectó a usted en lo más mínimo».
Raeder: «Sí».
Pokrowsky: «Y, sin embargo, presentó usted la dimisión en enero del año
1943, ¿no es así?»
Raeder: «Lo único que no se podía hacer es decir: "Ahí va esto" y dejar la
impresión de que se cometía un acto de indisciplina. Esto había que evitarlo a
toda costa, y nunca lo hubiese hecho, pues para esto me sentía demasiado
dominado por mi espíritu de soldado.»
Fue al llegar a este punto cuando Jackson se arrancó los auriculares y los
arrojó violentamente sobre la mesa. Durante unos instantes permaneció con las
manos apoyadas en los costados y los labios firmemente apretados, hasta que
finalmente se volvió hacia la presidencia:
2. Goering fue uno de los cinco principales jefes que tomaron parte en la
Conferencia de Hossbach el 5 de noviembre de 1937, en el curso de la cual Hitler
dio a conocer sus planes bélicos.
Goering: «Exacto».
Jackson: «¿Y va dirigido al jefe de la Policía de Seguridad SS-
Gruppenführer Heydrich?»
Goering: «Sí».
Sir David: «¿Y qué dice usted de las palabras "ya solo quedan escasos
judíos".»
Goering: «Pues muy sencillo, que quedaban muy pocos judíos..., los
demás se habían marchado».
Sir David: «¿Insiste en que ni usted ni Hitler sabían que los judíos eran
asesinados en masa?»
Sir David: «Pero sí estaba usted informado de una política que decía que
los judíos habían de ser eliminados, ¿no es así?»
Goering: «No, lo único que sabía es que los judíos debían ser evacuados y
no eliminados. Solo sabía que en ciertos casos se cometieron abusos».
Jackson: «¿En qué momento supo usted que la guerra, por lo menos por lo
que hace referencia a la conquista de los objetivos que ustedes se habían
señalado, debía ser considerada como una guerra perdida?»
Goering: «Desde mediados del mes de enero de 1945, ya perdía todas las
esperanzas».
Jackson: «¿Pretende usted decir con estas palabras que usted, como
soldado, no se dio cuenta hasta el mes de enero de 1945 que Alemania no podía
ganar la guerra?»
4. La matanza de Katyn
Kot: «Si uno de los hombres a que hago referencia hubiera sido puesto
realmente en libertad, no cabe la menor duda de que, en el acto, se hubiera
puesto en contacto con nosotros. Esos hombres no son chiquillos. No pueden
permanecer ocultos. Si uno de ellos ha fallecido, le ruego nos lo comunique. No
puedo creer que no se encuentren aquí».
Stalin: «¿Quiere usted decir, con estas palabras, que todavía hay polacos
que no han sido puestos en libertad?»
Kot: «Le ruego, señor presidente, ordene que sean puestos en libertad
todos los oficiales necesarios para nuestro Ejército. Tenemos pruebas fidedignas
de que esos oficiales fueron deportados».
Kot: «Tenemos todos los nombres, pues los comandantes del campamento
pasaban diariamente revista a todos los oficiales. Además, el NKWD llevaba
expedientes independientes para cada uno de los oficiales. Ni un solo oficial del
Estado Mayor del Ejército, a las órdenes del general Anders, ha dado señales de
vida».
—Aquí Stalin —dijo por el aparato—. ¿Han sido puestos en libertad todos
los polacos que se encontraban en las cárceles?
Stalin: «No cabe la menor duda de que fueron puestos en libertad y que
se encuentran camino de sus respectivos hogares».
Esto fue todo lo que lograron averiguar los dos generales polacos. El
Gobierno polaco en el exilio entregó al Kremlin unas cuarenta y nueve notas en
que se pedían explicaciones sobre el paradero de los oficiales polacos
desaparecidos y todas estas notas revelan que en Londres creían que los oficiales
estaban todavía vivos.
«No cabe la menor duda de que fue un acto de sabotaje», declaró más
tarde el antiguo secretario de Estado americano Summer Welles.
Pero todo esto eran solamente sospechas. Los sucesos que se limitan a
Katyn, hablan un lenguaje mucho más claro. Los hechos son, en la actualidad,
ampliamente conocidos. En el verano del año 1942 trabajaban unidades de la
Organización Todt en las cercanías de Smolensko. Entre estos hombres se
encontraban diez polacos. Por mediación de otro polaco, llamado Partemon
Kisielew, que habitaba en las cercanías de Katyn, se enteraron de la existencia
de una misteriosa tumba. Un día fueron a visitar secretamente la tumba. La
abrieron, la volvieron a tapar y clavaron sobre la misma una sencilla cruz de
madera. Nadie volvió a ocuparse del asunto.
Este fue el origen de la noticia alemana que hablaba de más de diez mil
cadáveres. La Agencia de Información soviética TASS, anunció tres días después
de haber hecho los alemanes su declaración:
—Nos ocuparía mucho tiempo leer todos los documentos que hacen
referencia a las investigaciones llevadas a cabo. Por tanto, me limitaré a leer
solamente unos extractos:
»3. Estos fusilamientos en masa fueron ejecutados por una unidad militar
alemana que se ocultaba tras el nombre clave de "Stab des Baubatallions 537",
mandada por el teniente coronel Ahrens y sus colaboradores el teniente Rex y el
teniente Hott.
»5. Los médicos forenses han establecido, sin ninguna duda, que las
ejecuciones fueron llevadas a cabo en el otoño del año 1941.
Ahrens: «No recuerdo ninguna otra unidad que llevara el mismo número».
Ahrens: «Sí, desde principios del año 1943 vivían cerca de mi Estado
Mayor un matrimonio ruso. Fueron ellos los que me dijeron que había sido en la
primavera del año 1940 y que habían llegado a la estación de Gnesdowo vagones
de ferrocarril con más de doscientos polacos uniformados. Habían oído muchos
gritos y también muchos tiros».
Ahrens: «No».
Smirnow: «Esto quiere decir que no sabe usted lo que pudo suceder en
septiembre o noviembre del año 1941 en el bosque de Katyn».
Ahrens: «Sí».
Smirnow: «¿Y no sabe usted lo que hicieron estos hombres durante los
meses de septiembre o noviembre de 1941?»
Ahrens: «No».
Ahrens: «No».
Oberhäuser: «Sí».
Oberhäuser: «Supongamos que cada uno de los oficiales tenía una pistola.
Esto significaría ciento cincuenta».
Smirnow: «¿Por qué dice usted que con ciento cincuenta pistolas no puede
llevarse a cabo una ejecución en masa?»
Doctor Stahmer: «El regimiento cubría una zona muy amplia. ¿Qué
distancia?»
Estas son las pruebas y las respuestas más destacadas del interrogatorio. A
continuación el ministerio público ruso presentó sus testigos, iniciando la tanda
el astrónomo Boris Bazilewsky, que durante la ocupación de los alemanes fue
segundo alcalde de Smolensko. Fue interrogado por Smirnow.
Smirnow: «¿Cuáles eran las relaciones que tenía Menschagin con las
fuerzas de ocupación alemanas?»
Smirnow: «¿Le dijo Menschagin por qué habían sido fusilados los
prisioneros de guerra polacos?»
Bazilewsky: «Sí, me dijo que formaba parte del sistema general dirigido
contra los prisioneros de guerra polacos».
Doctor Stahmer: «Pues daba la impresión de que leía usted las respuestas.
¿Cómo se explica que el intérprete ya tuviera en su poder sus respuestas por
escrito?»
Bazilewsky: «Las orillas del Dnjepr son muy largas, por lo tanto no
comprendo su pregunta».
Doctor Stahmer: «En este caso, sabe perfectamente a qué casa me refiero».
Doctor Stahmer: «¿Ha sido usted castigado por el Gobierno ruso por su
colaboración con los alemanes?»
Bazilewsky: «No».
Markov: «Estuvimos dos veces en los bosques de Katyn, las mañanas del
29 y del 30 de abril».
Smirnow: «¿Confirmó la Comisión que los cadáveres hacía tres años que
habían sido enterrados?»
Markov: «Sí».
Markov: «La mañana del día 1.º de mayo tomamos el avión en Smolensko.
Al mediodía aterrizamos en Bela. Se trataba de un campo de aviación militar.
Allí almorzamos y después nos presentaron ejemplares del documento para que
los firmáramos. Nos presentaron los documentos en aquel alejado campo de
aviación. Este fue el motivo por el cual firmé el documento.»
Doctor Stahmer: «El documento, no solamente fue firmado por usted, sino
también por otros once científicos, algunos de ellos de fama mundial. Figura
también un médico neutral, el profesor Naville, de Suiza».
Doctor Stahmer: «En su informe dice usted que el cadáver que fue
examinado por usted llevaba uniforme. ¿De invierno o de verano?»
Más tarde se averiguó que estas balas habían sido exportadas por la
fábrica Genschow, de Durlach, a los países bálticos, de acuerdo con el tratado de
Rapallo. En Nuremberg no volvió a hablarse del tema después de haber sido
interrogado este último testigo. El caso no fue aclarado, por lo menos no fueron
presentadas pruebas concluyentes.
—En Nuremberg ya sospechamos que los rusos podían ser los culpables
de lo sucedido. Por este motivo nos negamos a acusar del crimen a los alemanes.
5. La técnica de la despoblación
Nada menos que Adolf Heusinger, inspector general del Ejército federal
alemán, presentó ante el Tribunal de Nuremberg, en el año 1945, una declaración
jurada, que fue citada por el fiscal americano Telford Taylor:
«Siempre opiné que el trato de que era objeto la población civil en las
regiones de operaciones y los métodos que se empleaban para combatir a las
bandas de guerrilleros en las zonas de operaciones les ofrecían, tanto a los altos
jefes políticos y militares, la ocasión para alcanzar el objetivo que se habían
señalado, es decir, la reducción sistemática de los esclavos y de los judíos. He
considerado siempre estos métodos tan crueles una estupidez militar que solo
puede contribuir a dificultar la lucha de la tropa contra el enemigo.»
Lo que en este caso fue insinuado por Heusinger lo confirmó, con todo
lujo de detalles, el jefe de las unidades alemanas destinadas a combatir a las
bandas de guerrilleros enemigos. SS-Obergruppenführer y general de las
Waffen-SS, Erich von dem Bach-Zelewski. Fue interrogado por Telford Taylor:
Bach-Zelewski: «No».
Bach-Zelewski: «Sí».
Bach-Zelewski: «No».
Bach-Zelewski: «Sí».
Pokrowsky: «¿Ha dicho usted que la lucha contra los guerrilleros era una
excusa para diezmar la población eslava y judía?»
Bach-Zelewski: «Sí».
Ohlendorf: «El comandante en jefe del 11 Ejército fue primero Ritter von
Schober y luego von Manstein».
Ohlendorf: «De junio de 1941 a julio de 1942 fueron muertas por la unidad
especial unas noventa mil».
Ohlendorf: «Sí».
Ohlendorf: «Sí».
Ohlendorf: «Hasta la primavera del año 1942, sí. Luego recibimos una
orden de Himmler de que las mujeres y niños habían de ser muertos en los
camiones de gas».
Kleiss: «Tal vez fuera interesante que nos explicara cuál es la diferencia
entre Protectorado y Gobierno general».
Doctor Thoma: «Pero usted además de tener unas ideas políticas muy
concretas, también tenía una conciencia, ¿no es verdad?»
El testigo Erwin Lahousen, del Servicio Secreto, que estaba a las órdenes
del almirante Canaris, fue interrogado sobre este punto en Nuremberg por John
Harlan Amen.
Lahousen: «La orden comprendía dos clases de medidas que habían de ser
llevadas a la práctica, primero el fusilamiento de los comisarios rusos y luego la
muerte de todos aquellos elementos entre los prisioneros de guerra rusos que
serían seleccionados previamente por el SD y que eran los elementos
contagiados por el bolchevismo, o miembros activos del bolchevismo».
Lahousen: «Sí, creo recordar que las unidades especiales del SD, que
había que seleccionar esos elementos en los campos de prisioneros de guerra y
proceder luego a su ejecución».
Cómo se pudo llegar a este desprecio hacia las vidas ajenas se deduce de
las siguientes frases. El comisario del Reich, Erich Koch, responsable de la
Administración en Ucrania, dijo públicamente en Kiev:
Y Heinrich Himmler les dijo a sus generales de las SS, según un relato
taquigráfico que obraba en poder del fiscal americano Thomas J. Dodd:
»En todo momento presenté mis protestas contra esta orden y recuerdo
muy bien haber dicho que con esta orden se lograría perfectamente lo contrario
de lo que se pretendía con la misma. Pero no lo reconocieron así y me
amenazaron con ordenar al ministro de Justicia que dictara él esta ley en el caso
de que la Wehrmacht no estuviera dispuesta a dar su conformidad.
«El día 9 de junio de 1942 el pueblo de Lidice fue rodeado por los
soldados por orden de la Gestapo. Los soldados habían llegado en diez grandes
camiones procedentes de la población de Slany. Todo el mundo que quería
podía entrar en el pueblo, pero no dejaban salir a nadie. La Gestapo obligó a las
mujeres y a los niños a entrar en el colegio. El 10 de junio fue el último día de
Lidice y sus habitantes. Los hombres ya estaban encerrados en los sótanos y en
los establos de la familia Horak. Veían cómo se aproximaba su fin y esperaban
con serenidad. El sacerdote Sternbeck, un hombre de setenta y cinco años, los
confortaba con las palabras de Dios.
»En el patio de los Horak eran sacados cada vez diez hombres que eran
fusilados. Este asesinato en masa duró desde las primeras horas de la mañana
hasta las cuatro de la tarde. Más tarde se fotografiaron los verdugos de pie
delante de los cadáveres. 172 hombres y muchachos fueron fusilados el 10 de
junio de 1942 y siete mujeres de Lidice en Praga. Las restantes 195 mujeres
fueron internadas en el campo de concentración de Ravensbrück donde
murieron 42 como consecuencia de los malos tratos recibidos, siete fueron
condenadas a la cámara de gas y tres desaparecieron. Los niños de Lidice fueron
separados de sus madres. Noventa niños fueron destinados a Lodz, en Polonia, y
desde allí al campo de concentración de Gneisenau, en la región de Wartheland.
Hasta el momento no se han encontrado las huellas del paradero de estos niños».
—El sábado, 10 de junio, penetró en el pueblo una sección de las SS, que
con toda seguridad formaba parte de la división Das Reich destinada en aquella
región y ordenó a todos los habitantes que se concentraran en la plaza del
mercado. El pueblo había sido anteriormente cercado por los soldados alemanes.
Los hombres fueron invitados a formar grupos de cuatro o cinco personas y a
continuación estos grupos fueron encerrados en diferentes sitios. Las mujeres y
los niños fueron conducidos a la iglesia y encerrados allí. Poco después sonaron
disparos de ametralladora y todo el pueblo fue pasto de las llamas. Las casas
fueron incendiadas una detrás de otra.
»Las mujeres y los niños que olían el humo y oían las salvas estaban
terriblemente asustados. A las cinco de la tarde penetraron soldados alemanes
en la iglesia y colocaron sobre el altar una especie de caja de la que colgaban
varias mechas. Al poco rato el aire se hizo irrespirable, pero alguien logró abrir
la puerta de la sacristía, con lo que procuró un poco de alivio a las mujeres y
niños que se asfixiaban.
»Hacia las seis de la tarde, los soldados alemanes detuvieron el tren que
pasaba cerca de la localidad y obligaron a bajar del tren a todos los viajeros que
iban a Oradour. Los mataron a todos con disparos de ametralladora y luego
incendiaron los cadáveres.
Con estas palabras el fiscal francés Charles Dubost hizo referencia a otra
serie de crímenes: el asesinato de los rehenes, ejecuciones que fueron realizadas
con el fin de atemorizar a la población civil pero que, en realidad, solo sirvieron
para intensificar el odio hacia el invasor y engrosar las filas de la resistencia.
Solo en Francia fueron muertos por los alemanes más de 29.660 rehenes. El fiscal
Dubost informó de las terribles escenas que precedieron a las ejecuciones.
Recordamos que estas personas pagaban con sus vidas los actos que habían sido
realizados por otros. Vamos a exponer solamente dos ejemplos de los muchos
existentes.
—Me voy al Oeste y quiero ser sincero con usted. Con el corazón estoy
aquí, pues todo mi modo de pensar está dirigido hacia el Este. En el Este
tenemos que cumplir una misión nacionalsocialista, en el Oeste, por el contrario,
hemos de limitarnos a cumplir una función. En esto radica la diferencia.
Las consecuencias más terribles de esta política las pagaron los judíos.
Para hacer más comprensible la sentencia que el Tribunal dictó contra él, vamos
a citar solamente algunos puntos. En su libro, Cuatro años en los Países Bajos,
escribió Arthur Seyss-Inquart:
»b) Para una solución total, es decir, la deportación de todos los checos,
hay muchos factores en contra. Esta es una solución que no podría realizarse en
un próximo futuro.
»c) Asimilación de los elementos checos, o sea desperdigar la mitad de la
población checa por el interior de Alemania. La otra mitad ha de estar
desprovista de todo poder e influencia. Aquellos elementos que se opongan a
una germanización deben ser eliminados...»
«No existe en este Gobierno general una autoridad superior en rango más
fuerte por su influencia que el de gobernador general. Tampoco la Wehrmacht
ejerce aquí ningún poder de mando o de autoridad. Se limita, en este caso, a sus
funciones militares y de seguridad. No posee ninguna autoridad. Y lo mismo se
puede decir respecto a la policía y las SS. No existe aquí ningún Estado dentro
del Estado. Nosotros somos los únicos representantes del Führer y del Reich».
Sus discursos y sus Diarios fueron una acusación más contra él. Frank les
dijo en el mes de diciembre de 1940 a los jefes de sección:
«En este país hemos de gobernar con mano muy dura. Los polacos han de
convencerse de que no estamos dispuestos a andarnos con finezas y que lo único
que han de hacer es cumplir con su deber y obligaciones, o sea, trabajar y ser
buenos muchachos...»
«No quiero alabar al Gauleiter Sauckel —declaró una semana más tarde
Goering—, pues no tiene necesidad de alabanzas. Pero lo que él ha hecho en este
plazo de tiempo tan corto, el haber reclutado un número tan elevado de obreros
en todos los países de Europa para destinarlos a trabajar a nuestras fábricas,
constituye una hazaña única».
Entre los 1.600.000 obreros que había reclutado Sauckel, casi un millón
procedían del Este y más de 200.000 eran prisioneros de guerra rusos. El 15 de
abril de 1943 anunció Sauckel a Hitler que otros 3.600.000 obreros extranjeros
habían sido destinados a trabajar en las fábricas alemanas, además de otros
1.600.000 que eran prisioneros de guerra. Las fábricas de guerra alemanas
trabajaban ahora con un cuarenta por ciento de obreros extranjeros, procedentes
de catorce países. Y Sauckel declaró el 1.º de marzo de 1944:
«En noviembre de 1944 iniciaron los alemanes una campaña para reclutar
el máximo de obreros holandeses para trabajar en las fábricas del Reich.
Cercaban barrios enteros y deportaban a todos los hombres que lograban
apresar».
«El primero de octubre tuvo lugar otra redada de obreros. Voy a contarte
lo más importante de todo lo sucedido. No se puede concebir tanta bestialidad.
Recordarás perfectamente lo que nos contaban durante el dominio de los
polacos sobre los soviets, pues todo lo que ocurre es tan increíble como entonces
y tampoco queríamos creerlo. Publicaron la orden de que se necesitaban
veinticinco obreros, pero no se presentó ninguno pues todos habían huido.
Llegó la gendarmería alemana y prendió fuego a las casas de todos los fugitivos.
El incendio se hizo muy violento, pues hacía muchos meses que no llovía. Ya
puedes imaginarte lo ocurrido. Les prohibieron apagar los incendios, apalearon
y detuvieron a todos los que encontraban y como consecuencia fueron
destruidas sus fincas. Los gendarmes prendieron también fuego a otras casas, las
mujeres y los ancianos se dejaban caer de rodillas ante ellos y les besaban las
manos, pero los gendarmes les golpeaban con sus porras y amenazaban con
prender fuego a todo el pueblo».
Esta carta de una rusa del pueblo de Bielosirka fue la que instó a
Rosenberg a escribirle su carta a Sauckel. Ya unos meses antes había sido
informado Rosenberg de este estado de cosas, según se desprende del Asunto
Secreto del 25 de octubre de 1942 que fue firmado por el director ministerial
Otto Bräutigam del Ministerio del Este:
Himmler hizo todo lo que pudo. Ordenó a sus comandos que hasta aquel
momento habían sido destinados a matar en masa, que trabajaran desde aquel
momento única y exclusivamente en el programa del reclutamiento de obreros
extranjeros. Esto se deduce de una orden del jefe de la Policía de seguridad y del
SD en Tschernigow, SS-Sturmbannführer Christensen, a sus subordinados:
«En vista de la actual situación política, y sobre todo de la industria del
armamento en la patria, hemos de subordinar las medidas policíacas de
seguridad al reclutamiento de mano de obra para Alemania. Ucrania ha de
proporcionar, en un plazo de tiempo muy breve, un millón de obreros para
trabajar en la industria del armamento. De nuestra región han de partir
diariamente quinientos hombres con destino a Alemania. Para lograr esto damos
las siguientes instrucciones:
Tal vez simpatizaba durante algún tiempo con el plan expuesto por el
acusado Hjalmar Schacht de deportar a todos los judíos alemanes a la isla de
Madagascar. Este plan fue anulado de un modo definitivo en el año 1942. En
aquella fecha, el jefe de sección Franz Rademacher dio nuevas instrucciones a
las oficinas del Ministerio de Asuntos Exteriores:
Sir David: «Ha dicho usted que diversos representantes de sus oficinas
estuvieron destinados en las regiones del Este y vio usted las películas sobre los
campos de concentración, unas películas que han sido presentadas aquí. Sabe
usted que millones de prendas de vestir, millones de zapatos, 20.952 kilogramos
de anillos de boda de oro, 35 vagones de ferrocarril, fueron destinados al Reich.
Todos estos objetos pertenecían a hombres y mujeres muertos en los campos de
concentración de Majdanek y Auschwitz. ¿Nunca, durante todo el tiempo que
dirigió usted el Plan Quinquenal, le informaron a usted de la procedencia de
estos materiales? ¿Recuerda usted al testigo que declaró que los verdugos de su
amigo Himmler fueron tan meticulosos que les bastaban cinco minutos para
matar a una mujer, ya que antes le habían de cortar el pelo, que servía para
fabricación de colchones? ¿Jamás le informaron a usted de la procedencia de
estos materiales?»
Goering: «Sí».
—Si me hicieran el menor reproche porque de esta ciudad, que antaño era
considerada como la metrópoli del judaísmo, he destinado cientos de miles de
judíos al ghetto del Este, contestaría: Sí, en efecto, lo considero como una
contribución activa a la cultura europea.
«Uno de los principales objetivos de las medidas alemanas debe ser aislar
a los judíos del resto de la población.»
En mayo de 1941, publicó el ministro del Reich para las regiones ocupadas
del Este unas disposiciones que empezaban con las siguientes palabras:
«La cuestión judía hallará una feliz solución con la expulsión de los
judíos de todas las profesiones y oficios y con la creación de ghettos...»
Estos ghettos ofrecían la ocasión para los que residían en ellos de morir de
hambre. Millones de seres humanos veían cómo sus vidas se convertían en
verdaderos infiernos. En el siguiente capítulo hablaremos del ghetto de
Varsovia, con el cual reflejaremos un ejemplo característico de todos los demás
ghettos. Aquí hablaremos solamente de los detalles de lo que les sucedía a los
judíos antes de ser mandados al ghetto y después a las cámaras de gas. Solo la
Aktion Reinhardt, este horrendo crimen de la expropiación y aniquilamiento de
los judíos en el Gobierno general bajo la dirección del SS-Obergruppenführer
Odilo Globocnik, aportó beneficios de más de ciento ochenta millones de
marcos.
El sumario de esta reunión, que más tarde fue firmada por el secretario de
Estado de Ribbentrop, Ernest Freiherr von Weizsaecker, comprende todo lo que
les dijo Heydrich sobre «la solución final» a sus oyentes: El punto uno hace
referencia a la lista de los asistentes a la reunión. El dos empieza con las
siguientes palabras: «El jefe de la Policía de seguridad y del SD, SS-
Obergruppenführer Heydrich, informó de las instrucciones recibidas del
mariscal del Reich para iniciar los preparativos para la solución final del
problema judío en Europa».
Y sigue una exacta redacción que permite reconocer qué fantasiosos eran
los hombres que se ocupaban de estos problemas. En la lista de los condenados a
muerte figuran 330.000 judíos de Inglaterra, 4.000 de Irlanda, 18.000 de Suiza y
6.000 de España. Y mientras discutían cómo podrían eliminar a estos millones de
judíos, no se les ocurre pensar que para proceder a esta acción habían de ganar
antes la guerra. De todos modos, no deja de impresionar el hecho de que con
ayuda de la meticulosidad alemana se llegó a exterminar la mitad de estos once
millones de seres humanos. Finalmente, Heydrich declaró en unas palabras
típicamente burocráticas:
¯¿Cree usted que será posible alojarlos en las regiones del Este en
pueblos? En Berlín nos han dicho: «¿Por qué os complicáis la vida de este modo?
Ni en las regiones del Este ni en ninguna parte podemos hacer nada por ellos,
liquidadlos vosotros mismos».
«Los judíos son para nosotros unos peligrosos parásitos. Calculo que
viven en el Gobierno general unos dos millones y medio de judíos, y contando
todos los contaminados por esta raza podemos calcular unos tres millones y
medio de judíos. Estos judíos no los podemos fusilar, ni tampoco los podemos
envenenar, pero hemos de hacer algo para ir disminuyendo este número, de
pleno acuerdo con las instrucciones que nos vayan llegando del Reich. El
Gobierno general debe verse libre de la presencia de judíos lo mismo que ha
sucedido en el Reich. El medio para conseguir esto depende de las medidas que
adoptemos sobre el particular».
Entre las «medidas» que fueron escogidas por Frank, figuraban en primer
lugar las «unidades especiales» del SD. En Nuremberg la acusación presentó un
informe del SS-Brigadeführer Franz Stahlecker dirigido a Himmler. El jefe de la
unidad especial A informaba que su unidad había liquidado 135.567 personas, la
mayoría de ellas judíos, en el curso de "la solución final".
Con frío cinismo, Ohlendorf informó sobre los métodos que habían usado
en la unidad a su mando, la «unidad especial D».
»El oficial de las SS les gritó algo a sus hombres. Formaron un pelotón y
ordenaron a los judíos pasar al otro lado del montículo. Oí claramente que una
de las muchachas al pasar cerca de mí, dijo, señalando su cuerpo: «Veintitrés
años».
¯Vi por última vez a Eichmann en Berlín a fines de febrero de 1945. Dijo
entonces que cuando hubiésemos perdido la guerra se suicidaría.
Höss: «Sí».
Höss: «Sí».
Höss informó:
»El comandante del campo de Treblinka me dijo que había matado 80.000
en el curso de medio año. Su misión principal consistía en exterminar a todos los
judíos procedentes del ghetto de Varsovia. Usaba gas de monóxido, pero no
estaba muy satisfecho del resultado del mismo. Por este motivo, cuando construí
el campo en Auschwitz me decidí por el Zyklon B que introducíamos en las
cámaras por una pequeña abertura en las mismas. Según la temperatura que
hiciera las víctimas tardaban de cinco a quince minutos en morir. Sabíamos que
habían muerto cuando dejaban de gritar. Esperábamos aproximadamente media
hora antes de abrir la puerta y retirar los cadáveres. Nuestros soldados les
quitaban los anillos y los dientes de oro a las víctimas.
Höss: «Sí».
Gerald Reitlinger, uno de los más informados del asunto, nos ofrece en su
libro La solución final la siguiente descripción:
«El gas fluía lentamente a través de los agujeros. Las víctimas estaban
demasiado apretadas para darse cuenta de esto, pero algunas veces eran tan
pocos que entonces se sentaban en el suelo y fijaban sus miradas en aquellas
extrañas duchas de donde no salía agua. Pero pronto notaban los efectos del gas
y entonces se precipitaban contra la gigantesca puerta metálica con la pequeña
ventanilla y allí morían formando una pequeña pirámide. Veinticinco minutos
más tarde las bombas eléctricas extraían el aire cargado de gas venenoso, se abría
la gran puerta de metal y entraban los hombres del comando especial de judíos,
con máscaras antigás, botas de goma y mangueras. Su primer trabajo consistía en
retirar las huellas de sangre, los excrementos y separar los cadáveres... A
continuación, entraban los soldados alemanes y procedían a robarles a las
víctimas anillos y dientes de oro».
»¯Otra de las misiones que le voy a confiar a usted ¯me dijo Globocnik¯,
es la transformación de las cámaras de gas que hasta ahora vienen trabajando
con gases de explosión Diésel. Es necesario acelerar el proceso y he pensado en
la conveniencia de usar ácido prúsico. Anteayer estuvieron aquí el Führer y
Himmler. He de darle a usted todas las órdenes verbalmente, pues no quieren
que exista ninguna orden por escrito.
»Globocnik contestó:
»Globocnik repuso:
»Al día siguiente nos trasladamos a Belsen. El hedor que reinaba en toda
la comarca, en aquel cálido mes de agosto, era insoportable y millones de moscas
hacían la estancia allí imposible.
»Las cámaras se iban llenando. Apenas cabía nadie más... de acuerdo con
lo que tenía ordenado el capitán Wirth. De setecientas a ochocientas personas
ocupaban un espacio de solo veinticinco metros cuadrados, 45 metros cúbicos.
Cerraron las puertas. Mi cronómetro lo registraba todo. Cincuenta segundos,
setenta segundos... el motor no se ponía en marcha. Las víctimas esperaban en
las cámaras de gas. Nada. Los oíamos sollozar. El capitán Wirth golpeó con su
látigo al ucraniano que debía ayudar al sargento Hekenholt a poner el motor en
marcha. A los cuarenta y nueve minutos, mi cronómetro señalaba la hora exacta,
empezó a funcionar el motor. Pasaron otros veinticinco minutos. Efectivamente,
muchos ya habían muerto. A los veintiocho vivían muy pocos. Finalmente, a los
treinta y dos minutos, todos habían dejado de existir.
»Al otro lado de la cámara, los grupos de trabajo, compuestos por judíos,
abrían las puertas. Los muertos estaban de pie como si fueran columnas de
basalto. No había sitio suficiente para que se hubieran desplomado, ni siquiera
inclinado hacia un lado u otro. Incluso muertos era fácil reconocer a las familias.
Se tenían cogidas las manos de un modo que luego se hacía difícil separarlos
para dejar libre la cámara para el siguiente transporte. Sacaban los cadáveres,
manchados de sudor y de orina, de excrementos. Los cadáveres de los niños eran
arrojados por el aire. Los látigos de los ucranianos caían sobre los judíos. Dos
docenas de dentistas abrían con unos grandes ganchos las bocas de los muertos y
buscaban dientes de oro. Otros obreros investigaban los genitales y el ano en
busca de brillantes y oro».
Sollozó de nuevo, se golpeó con los puños contra las sienes y exclamó
finalmente:
¯¿Desea un calmante para poder dormir esta noche? ¯le preguntó Gilbert.
¯¿Y de qué habría de servirme? ¯replicó Fritzsche¯. ¿Cree que una píldora
puede borrarme todo esto de la cabeza?
¯No comprendo cómo los alemanes fueron capaces de hacer una cosa así...
¯¡Horrible, horrible...!
¿De dónde procedían esos hombres, mujeres y niños que eran torturados
a muerte y llevados a la cámara de gas, que eran fusilados por las «unidades
especiales» y muertos de hambre en los ghettos? Las víctimas de la política
racista nacionalsocialista procedían de todos los rincones de Europa. Hemos de
limitarnos a los números escuetos para comprender la inmensidad del crimen
cometido. De los judíos alemanes 160.000 cayeron víctimas de la solución final,
es decir, casi todos aquellos que no habían emigrado. En Austria 60.000. En
Checoslovaquia murieron 230.000 de los 530.000 judíos que fueron deportados,
en Francia unos 60.000. Holanda ha de lamentar la muerte de 104.000 judíos.
Muchos de los semitas deportados procedían de Yugoslavia, Hungría, Grecia y
Rumanía.
»Escena 45: Una mujer es arrastrada por los cabellos por la calle.»
»Vimos unos cien prisioneros que estaban descansando. Todos los presos
llevaban las piernas atadas con una cadena. El trabajo de estos presos consistía
en exhumar los cadáveres de una fosa común, apilarlos y luego quemarlos. Es
difícil de calcular, pero debía haber allí de 40.000 a 45.000 cadáveres. Cuando los
prisioneros terminaban de sacar los cadáveres de la tumba, eran muertos con un
tiro en la nuca.»
«Pasarán mil años y nadie ni nada borrará esta culpa de Alemania», dijo
el acusado Hans Frank en Nuremberg. Mientras escribimos estas líneas
solamente han transcurrido diecisiete años...
Pocos meses más tarde fue colocada la primera piedra para la realización
de la idea del ghetto de Goering. Los judíos que estaban señalados, y desde ya
hacía mucho tiempo registrados oficialmente, habían de fijar sus residencias en
unos barrios que les eran previamente señalados. Habían de abandonar sus
negocios y sus talleres, sus pueblos y sus comunidades y trasladarse, empleando
todos los medios de locomoción imaginables, a los ghettos de Cracovia,
Varsovia, Lublin, Radom y otras ciudades.
Bajo pena de muerte les estaba prohibido abandonar los ghettos y según
el Acta de una sesión del 16 de diciembre de 1941 declaró Frank a los miembros
de su Gobierno:
—La pena de muerte dictada contra los judíos por desobediencia a esta
orden ha de ser ejecutada sin pérdida de tiempo.
Para resolver el problema del modo de exterminar a los judíos que ahora
tenían concentrados en los ghettos, los verdugos inventaron con el tiempo, un
sinfín de métodos. El plan primitivo de Himmler fue, sencillamente, dejar morir
de hambre a aquellos seres encerrados entre muros. El racionamiento que se les
suministraba no era suficiente para vivir y esto coincide, plenamente, con las
instrucciones que firmó Herbert Backe del Ministerio del Reich para
Alimentación y Agricultura, el 18 de septiembre de 1942. El fiscal Walsh leyó la
orden:
—El acusado Rosenberg fundó, como ministro del Reich para las regiones
ocupadas del Este, una sección dentro de sus organizaciones que había de
ocuparse especialmente en hallar una solución al problema judío, por medio del
trabajo forzado. Sus planes están contenidos en un documento que presento
como prueba.
—En los ghettos eran seleccionados los judíos que estaban en condiciones
de trabajar y los destinaban a los campos de trabajo. Aquí eran sometidos a una
nueva selección. Se confiaba en poder reclutar, de este modo, entre 45.000 judíos,
a unos diez o quince mil capacitados para el trabajo. Al hacer esta afirmación me
baso en un telegrama de la Oficina Central de Seguridad del Reich, dirigido a
Himmler, que lleva las indicaciones de «urgente» y «secreto», del 16 de
diciembre de 1942. Voy a leer las últimas líneas: «En la cifra de 45.000 judíos no
están incluidos los ancianos y los niños. La selección proporcionará de diez a
quince mil judíos capacitados para el trabajo, procedentes todos ellos de
Auschwitz».
«Se conocen casos en que los judíos, con el fin de obtener un certificado
de trabajo, no solo estaban dispuesto a renunciar a todo sueldo o jornal, sino
incluso a dar dinero encima. El afán de los judíos en ayudar a sus patronos, llegó
a tal extremo que se hubo de proceder con la mayor energía y someter a los
judíos a un tratamiento especial». Los patronos de los que habla Katzmann eran
empresarios alemanes, y el más grande y conocido de todos era Walter Töbens
que, en sus fábricas de Varsovia, proporcionaba trabajo a quince mil judíos y,
gracias a los mismos, se convirtió de un empresario arruinado en un
multimillonario. Complicó a casi todos los oficiales del SD de Varsovia
sobornándolos, y repartió finalmente sus beneficios con el jefe de las SS y de la
policía, Odilo Globocnik.
«Con los judíos, y lo digo sin andarme por las ramas, hemos de terminar
de un modo u otro. Antes de seguir hablando quiero que ustedes se pongan de
acuerdo conmigo sobre la siguiente fórmula. Solo sentimos compasión hacia el
pueblo alemán y con nadie más en este mundo. Como viejo nacionalsocialista he
de añadir: Si los judíos lograran sobrevivir a esta guerra, entonces esta solo
habría significado un éxito parcial para nosotros. Caballeros, les ruego se
despojen de todo sentimiento de compasión. Hemos de exterminar a los judíos,
allí donde nos tropecemos con ellos y donde sea factible.»
Estas palabras son todo un programa. Solo en algunos lugares brilla una
luz en esta horrenda oscuridad y una de estas es la desesperada acción de los
judíos en el ghetto de Varsovia que, el 18 de abril de 1943, se levantaron contra
sus verdugos.
Walsh añadió:
Pero en realidad, las condiciones de vida eran mucho peores. Los judíos
ricos pudieron, al principio, alquilar viviendas más espaciosas, mientras que los
demás habían de apretujarse todavía más, pues había habitaciones en las que
dormían hasta treinta y seis personas... que se veían obligadas a hacer turnos
para poder dormir. Para comprender plenamente la situación diremos que toda
la población de Darmstadt estaba concentrada en un solo barrio. Por este motivo,
las calles siempre estaban llenas de gente.
Por otro lado, representó una gran ayuda que tanto el SD, como la
Gestapo y las SS en Varsovia estuvieran compuestas por elementos fáciles de
sobornar. Globocnik, por ejemplo, que poseía participación en el negocio de
Többens, no tenía el menor interés en que los obreros de su socio se muriesen de
hambre o fueran destinados a las cámaras de gas, a pesar de que esta hubiera
sido su obligación. Eran muchos los que sabían que Globocnik sacaba un
beneficio tan enorme de los ghettos que deseaba que estos no fuesen disueltos
jamás.
El Consejo de los judíos era una organización que había sido impuesta
por los alemanes y la policía judía un grupo de unos dos mil hombres que debía
justificar su existencia actuando de la forma más cruel que pueda imaginarse
contra sus propios compañeros de raza.
Pero fueron muy pocos los que dieron crédito al relato. Desesperados, la
mayoría se aferraban a la ilusión de que realmente se trataba única y
exclusivamente de un cambio de residencia, y que eran destinados a realizar otra
clase de trabajo. Continuaron organizando transportes y fueron muchos los que
se presentaban voluntarios confiando que encontrarían un lugar de trabajo
donde poder llevar una existencia más digna.
Un acontecimiento inesperado.
Amen: «¿Tuvo algo que ver con la destrucción final del ghetto de
Varsovia?»
»Los judíos que se habían confabulado con los bandidos polacos habían
izado la bandera polaca y judía para estimular a sus compatriotas a la lucha.
Este relato de Stroop fue ampliado por una serie de telegramas que
mandó a Cracovia informando sobre el curso de la lucha. Por ejemplo, el 22 de
abril telegrafió:
El 23 de abril:
«Los judíos y polacos prefieren morir antes que caer en nuestras manos.»
El 25 de abril:
El 26 de abril:
«Los judíos que han sido apresados explican que muchos de sus
compañeros se han vuelto locos debido al fuego, al humo y al calor. Hoy hemos
prendido fuego a varios bloques de casas. Este es el único sistema para que estos
bandidos salgan a la vista. Hemos vuelto a recoger un importante botín en armas
y dinero.»
El 27 de abril:
El 1.º de mayo:
El 3 de mayo:
«Los judíos y bandidos disparan con frecuencia con dos pistolas, una en
cada mano. Las mujeres ocultan las armas bajo sus faldas y no las enseñan hasta
que son detenidas. Prefieren morir antes que ser detenidas.»
El 6 de mayo:
«Hoy hemos registrado las casas que han sido pasto de las llamas. A pesar
de que consideramos que era humanamente imposible que alguien hubiese
salido con vida, hemos apresado, en el curso de esta acción, a 1.553 judíos, de los
cuales 356 han sido fusilados.»
El 8 de mayo:
El 10 de mayo:
El 13 de mayo:
«Los judíos que han sido detenidos en el curso del día formaban parte de
los grupos de combate.»
El 15 de mayo:
«Hoy solo hemos podido fusilar de seis a siete judíos. Esta tarde hemos
volado el cementerio, la capilla y todos los edificios contiguos.»
»De un hecho podemos estar seguros. El futuro nunca podrá dudar de que
los nazis han tenido ocasión de defenderse. La historia sabrá que los nazis han
podido decir todo lo que nos han considerado conveniente y oportuno. Han sido
juzgados ante un tribunal en unas condiciones que ellos nunca hubiesen
concedido a nadie es sus tiempos de poder y esplendor. Ha quedado bien claro
además que las declaraciones de los acusados han eliminado toda duda de su
culpabilidad, unas dudas que hubieran podido existir todavía en vista de la
inmensidad de sus crímenes y el carácter tan extraordinario de estos. Ellos han
contribuido a firmar su propia sentencia.
»Los presentes fueron con Hitler, Himmler, Goebbels y otros, jefes del
pueblo alemán. Si estos hombres no son responsables, ¿quién lo es? Cuando
abrí el proceso dije que a veces llega el momento en que un hombre ha de elegir
entre su conciencia y sus jefes. Y esos hombres apartaron a un lado su
conciencia, y por este motivo son culpables de las monstruosidades de que ahora
se les acusa.
»Hace muchos años, Goethe dijo, hablando del pueblo alemán, que
llegaría el día en que habría de enfrentarse con su destino: «El destino los
aniquilará porque ellos mismos se habrán traicionado y no querrán ser lo que
son. Es lamentable que no conozcan el estímulo de la verdad, que se entreguen
incondicionalmente en manos del primer granuja que incite sus instintos más
bajos, les fomente sus vicios y les enseñe a comprender y defender el
nacionalismo como aislamiento y brutalidad».
»Qué voz tan profética la de Goethe... Esos son aquellos granujas sin
escrúpulos de ninguna clase que fueron los causantes de los crímenes conocidos
por todos nosotros.
»Algunos puede que sean más culpables que otros. Pero cuando se trata
de crímenes como estos con los que nos enfrentamos, cuando sus consecuencias
son la muerte de más de veinte millones de semejantes nuestros, la destrucción
de todo un Continente, la extensión de tragedias sin fin y también de
sufrimientos y penalidades, ¿qué importancia tiene que unos hayan intervenido
en estos crímenes en menor grado que otros, que unos sean los principales
culpables y los otros solamente sus lugartenientes? ¿Qué importa que algunos
sean responsables de la muerte de solamente unos cuantos miles de seres
humanos y los otros de millones?
»La suerte de estos acusados representa muy poca cosa: su poder personal
para hacer daño ha sido destruido para siempre. Pero de su destino dependen
consecuencias todavía muy graves. Este proceso ha de convertirse en un mojón
en la historia de la civilización, no solamente condenando a los culpables, sino
también como exponente de que el bien siempre triunfará sobre el mal y
también porque el hombre sencillo en este mundo, y no hago aquí diferencias
entre amigos y enemigos, está firmemente decidido a colocar al individuo por
encima del Estado. Ojalá se conviertan en realidad las palabras de Goethe, no
solo para el pueblo alemán, tal como confiamos nosotros, sino para la
humanidad entera:
»"El padre... —¿lo recuerdan ustedes?—, señaló con el dedo hacia el cielo
y parecía decirle algo al hijo...".»
»Pero todas estas predicciones las hice, no solo unos días antes de
empezar el proceso, sino muchos meses antes cuando me encontraba en
Inglaterra, en presencia del doctor Johnston. Entonces ya redacté por escrito todo
lo que iba a suceder. Basaba mis predicciones en lo que había ocurrido en otros
países no alemanes. Durante los años 1936 a 1938 se celebraron en estos países
procesos políticos. Lo curioso de estos procesos es que los acusados se
reprochaban a sí mismos por haber cometido unos crímenes no existentes.
Algunos corresponsales extranjeros afirmaban que había dado la impresión de
que los acusados, por algún medio extraño, habían sido influenciados en su
modo de pensar y a esto se debía su extraño comportamiento. Cito textualmente
lo que publicó el Völkischen Beobachter, que se refería a un artículo publicado
en Le Jour: "Las drogas que se les administran a los acusados provocan que estos
hablen y actúen como se les ha ordenado».
»El doctor Johnston no sospechaba que cuando me visitó por primera vez
también él tenía esa extraña expresión en sus ojos. Lo esencial es que en aquel
artículo a que he hecho referencia se decía que todos los acusados presentaban
una expresión muy extraña. Una mirada vidriosa y soñadora.
¯Ruego al Tribunal que tenga en cuenta que todo lo que voy a decir lo
hago bajo juramento. A propósito de mi juramento, no pertenezco a ninguna
Iglesia, pero soy un hombre profundamente religioso. Estoy convencido de que
mi fe religiosa es mucho más profunda que la de la mayoría de los otros
hombres. Por lo tanto, ruego al Tribunal aprecie en todo su valor lo que voy a
decir a continuación bajo juramento, citando como testigo a Dios,
Todopoderoso.
Este chorro de palabras resultaba sumamente penoso para todos los que
se encontraban en la sala. Incluso los acusados se sentían como sobre ascuas y,
finalmente, Goering hizo una seña a su vecino para que dejara de andar por las
ramas y fuera al grano o dejara de hablar.
De modo que el mundo se quedó sin saber a qué extraña teoría se debía
que la desgracia que asolaba al mundo tuviera su origen en la acción de una
misteriosa droga que había comenzado a ser administrada durante la guerra de
los boers en el año 1899..., una droga que, sin duda, en opinión del acusado Hess
era administrada por los judíos o los masones. Hess se limitó a decir solo unas
cuantas palabras más:
¯Tuve la suerte de trabajar durante muchos años a las órdenes del más
grande de los hijos que mi pueblo ha creado en su milenaria historia. Soy feliz
de saber que he cumplido con mi deber frente a mi pueblo, como alemán, como
nacionalsocialista y fiel colaborador del Führer. No me arrepiento de nada.
Keitel: «En todos los asuntos, incluso en aquellos casos que representaban
una carga para mí, siempre he dicho la verdad y en la medida de mis
conocimientos he hecho todo lo posible para que en todo momento prevalezca la
verdad. Por este motivo, al final de este proceso mi intención es hacer, de nuevo,
hincapié en la verdad. En el curso de este proceso me planteó mi defensor dos
preguntas, la primera ya hace meses. Decían:
»Es trágico tener que ser testigo de que lo mejor que yo podía dar como
soldado, la obediencia y la fidelidad, fueron mal empleadas para unos fines no
reconocibles y que no supe comprender que a la obediencia militar existen
también ciertos límites. Esta es mi tragedia.
»Confío que Dios querrá llevar de nuevo al pueblo alemán por aquel
camino del cual Hitler y nosotros lo separamos. Ruego a nuestro pueblo que no
continúe por el camino que nosotros le señalamos, que no dé un solo paso más
en este sentido.
Doenitz: «Deseo decir tres cosas. Primero: pueden juzgar como mejor les
parezca la legalidad de la guerra submarina alemana, pero considero que esta
forma de guerra es legal y que actué en todo momento según el dictado de mi
conciencia. Si se presentara otra vez la ocasión, volvería a hacer lo mismo.
Schirach: «En esta hora en que hablo por última vez ante el tribunal
militar de cuatro potencias vencedoras, quiero declarar, con la conciencia muy
limpia, ante la juventud alemana, que soy completamente inocente de las
acusaciones que aquí se han proclamado, de los abusos y perversiones del
régimen de Hitler. No supe nada de los crímenes que fueron cometidos por
alemanes. Contribuyan ustedes, señores del jurado, a crear en esta generación un
ambiente de respeto mutuo, un ambiente libre de odio y venganzas.
»En una guerra como esta, en la que centenares de niños y mujeres han
sido muertos por las bombas arrojadas desde el aire y por los aviones en vuelo
rasante, en la que los guerrilleros usaron todos los medios imaginables a su
disposición, aquellas medidas, por duras que fueran, y aunque al parecer
estaban en contradicción con las leyes internacionales, no fueron, en ningún
momento, un crimen contra la moral y la conciencia. Yo digo que los deberes
frente al pueblo y a la patria están muy por encima de todos los demás. Y en
todo momento traté de cumplir con estos deberes. Confío que este deber sea
sustituido en un próximo futuro por otro deber más elevado aún: ¡el del
cumplimiento del deber frente a toda la humanidad!»
Papen: «Señor presidente, señores del jurado. Las fuerzas del mal eran
más potentes que las fuerzas del bien y arrojaron a Alemania, de un modo
irremisible, a la catástrofe. ¿Pero acaso han de ser condenados también aquellos
que en la lucha de la verdad contra la maldad esgrimieron la bandera de la fe?
¿Y cómo osa decir el fiscal Jackson que yo soy agente fiel de un Gobierno infiel?
¿O en que se basa sir Hartley Shawcross para decir: "Prefirió servir al infierno
que al cielo"?
»En la sala se oían todos los idiomas. Poco antes de las nueve y media
fueron conducidos los abogados defensores, en fila india y escoltados por
policías militares a la sala. Las taquígrafas e intérpretes ya habían ocupado sus
puestos. En la tribuna de la Prensa no quedaba un sitio libre. Tras los cristales
de las cabinas de la radio se veían a muchos locutores. Los fotógrafos y
operadores estaban en sus puestos.
Papen: «Me iré a vivir con mi hija a la zona inglesa o con mi esposa y mis
hijos a la zona francesa».
Schacht: «Yo también me iré a vivir con mi esposa y mis dos hijos que
viven en la zona británica y no deseo volver a ver nunca más a nadie de la
Prensa. Mi casa de la zona soviética ha sido saqueada por los comunistas».
—¿Teme usted que por parte alemana pueden atentar contra su vida?
Schacht: «Me gustaría, pues de esta manera sabría cómo es, lo que yo he
intentado tantas veces».
—Mis dos hijos de tres y cuatro años no saben qué gusto tiene el
chocolate. Por este motivo, desde ahora solo firmaré autógrafos contra chocolate.
—C'est dégoutant!
Pero, en aquel momento, Goering hizo una seña con ambas manos. No
entendía nada. El sistema de traducciones simultáneas presentaba un fallo.
Rápidamente acudió un oficial técnico que reparó la avería.
Frank sostuvo a media altura las manos, después de haberse sujetado los
auriculares, como en actitud de súplica. Dejó caer el labio inferior, con un
movimiento de cabeza, cuando escuchó las palabras:
Funk, que, sin duda, había previsto que le condenarían a muerte, estalló
en sollozos cuando escuchó las palabras «cadena perpetua», e hizo una
inclinación antes los jueces.
«Goering fue el primero en bajar, el rostro pálido, con los ojos a punto de
salirle de las órbitas».
Una vez en su celda se dejó caer sobre su camastro, cogió con expresión
ausente un libro y dijo a Gilbert:
—¡Muerte!
«Hess bajó, rio muy nervioso y dijo que no lo había escuchado y que, por
lo tanto, no sabía cuál era su condena. Ribbentrop daba la impresión de un
hombre deshecho, empezó a caminar de un lado al otro de su celda y murmuraba
ininterrumpidamente para sí: «Muerte. Muerte. Ahora ya no podré escribir mis
Memorias. Tanto me odian, tanto...»
»—Morir.
Jodl paseaba muy erguido por su celda. Su rostro tenía unas manchitas
rojizas. Cuando me vio, se detuvo durante unos segundos, pero fue incapaz de
articular una sola palabra. Finalmente dijo:
»Wittkamp observó que Jodl había colocado una nueva fotografía sobre la
mesa. La fotografía de su madre y él, cuando solo tenía un año.
Jodl leía un libro de Wilhelm Raabe. Frank mostraba una expresión muy
contenta cada vez que se presentaba el médico de la cárcel y estaba
entusiasmado con La canción de Bernadette, de Franz Werfel. Ribbentrop no
dejaba de preguntar dónde tendrían lugar las ejecuciones. Keitel le rogó al doctor
Pflücker le dijera al organista que cada noche solía interpretar unas pocas
canciones al órgano, «tocara la canción Schlafe mein Kindchen, schlafe ein, que
despertaba en él recuerdos nostálgicos».
—Mi querido doctor, acabo de ver por última vez a mi esposa. Ahora he
muerto. Ha sido una hora muy difícil, pero mi esposa lo ha querido así. Ha
estado muy valiente. Es una mujer maravillosa. Solo al final parecía iba a
desplomarse, pero se ha dominado en el acto y cuando nos hemos despedido
estaba muy serena.
—Bien, ¿qué hay de bueno hoy? —preguntaba Frick como todos los días
cuando le servían la comida. Los otros recogían en silencio los platos como si
adivinaran que aquella había de ser su última comida: ensalada de patatas y
salchicha, pan negro y té.
—Una noche puede ser muy corta —respondió evasivo el médico alemán.
«No comprendí su extraña sonrisa, pero algo raro debía haber relacionado
con la pipa. Cuando me enteré de que se había suicidado, lo comprendí todo:
solo en la pipa podía tener oculto el frasco de cianuro potásico.»
Hermann Goering estaba tumbado con los ojos abiertos sobre el camastro
y miraba al vacío. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, tal como prescribía
el reglamento.
Eran las 22 horas 45 minutos.
El grito del guardián resonó por todo el corredor. Se oyeron abrir unas
pesadas puertas de hierro y rápidos pasos.
Ninguna respuesta.
Más tarde fueron hallados por el médico americano doctor Martin los
restos de cristal en la boca del muerto.
—Confío en la sangre del cordero que lleva los pecados del mundo —dijo
Ribbentrop con los ojos cerrados.
«El reo debía situarse encima de una trampa que era abierta una vez le
habían colocado la soga alrededor del cuello. El condenado caía un piso. El piso
inferior estaba tapado por un paño para ocultar lo que sucedía. Dos médicos
americanos examinaban al ahorcado y dictaminaban su muerte.
Todo había de suceder con la mayor rapidez. Los rostros de los pocos
testigos estaban en la oscuridad: cuatro generales aliados, el coronel Andrus,
ocho representantes de la Prensa, el presidente del Consejo de ministros bávaro
doctor Wilhelm Hoegner, como «testigo del pueblo alemán» y que había sido
llamado urgentemente a Nuremberg. La sala olía a whisky, Nescafé y cigarrillos
de Virginia.
Todo había de suceder con la mayor rapidez. Solo quedaban unos escasos
segundos para el último consuelo espiritual, para pronunciar las últimas
palabras. Luego, la capucha negra aislaba al condenado del mundo exterior.
Woods colocaba la soga alrededor del cuello. Y, en el acto, se abría la trampa.
Todo debía ocurrir rápidamente. Los ayudantes del verdugo ataron las
manos a Ribbentrop. Le invitaron a dar su nombre.
A continuación dijo:
La capucha negra.
La trampa.
Los periodistas a los que no se les había permitido la entrada y que ahora
en secreto miraban desde las ventanas del Palacio de Justicia, desde donde al
menos veían el patio y la puerta de entrada al gimnasio, oyeron el sordo ruido de
la trampa al abrirse. Eran exactamente la una y catorce minutos.
—No, gracias.
Frick.
El ruido.
Se abre de nuevo la puerta. Aparecen los dos soldados. Entre ambos casi
arrastran a un hombre vestido solo con unos largos calzoncillos blancos.
Streicher se ha negado a vestirse y a caminar por sus propios medios hasta el
patíbulo. Ininterrumpidamente suena su profunda voz en el patio:
—¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! Heil...
Fritz Sauckel, que hasta el último momento se aferró a que todo era
debido a un error de traducción e interpretación gritó:
La verdad no se supo hasta muchos años más tarde. Los cadáveres fueron
llevados, después de muchos rodeos, a Munich, al crematorio y con la ayuda de
los empleados alemanes, de los cuales no se había podido prescindir, pero que
se comprometieron bajo juramento a guardar el secreto durante toda su vida,
fueron incinerados los cadáveres.
El comunicado oficial dijo que las cenizas de los ajusticiados habían sido
arrojadas a un río «en alguna parte de Alemania», en un lugar que quedaría en el
secreto, para «evitar que nunca pudiera levantarse allí un monumento».
Una de las disposiciones aprobada por las cuatro potencias, cuyos detalles
son secretos, se ocupa de lo que ha de hacerse, en el caso de que uno de los
presos muriera en la cárcel. La parte conocida de la disposición dice que el
cadáver ha de ser incinerado en un lugar desconocido y las cenizas arrojadas
desde un avión «en alguna parte del mar».
En dos ocasiones pareció que esta disposición iba a tener que llevarse a la
práctica. El «número tres», el antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Hitler y
Protector del Reich para Bohemia y Moravia, Constantin von Neurath,
preocupaba enormemente a los médicos por su avanzada edad y su estado de
salud. La segunda vez fue Rudolf Hess, que casi obtuvo éxito en uno de sus
muchos intentos de suicidio.
Heuss le escribió:
Han transcurrido treinta años desde el año 1933, y más de tres lustros
desde el proceso de Nuremberg. Los hombres que fueron objeto del juicio han
sido casi olvidados y sus crímenes forman parte de la Historia.
«Ni uno solo de los soldados ¯escribió Jack Fischman en su libro sobre
Spandau¯, hijos de esta guerra, en la que habían crecido, había oído hablar
nunca de esos hombres o conocía los motivos por los cuales estaban en
Spandau.»
El Artículo 1.º del proyecto dice, por consiguiente: «Los crímenes contra la
paz y la seguridad de la humanidad son crímenes del derecho internacional y los
individuos que son responsables de estos pueden ser castigados».
»1. Toda agresión que comprenda el uso de la violencia armada por las
autoridades de un Estado contra otro Estado, por otros motivos que la legítima
defensa nacional o defensa colectiva o también la ejecución de una orden o el
acatamiento de una recomendación de uno de los órganos autorizados de las
Naciones Unidas.
»3. Los preparativos para el uso de la fuerza armada por las autoridades
de un Estado contra otro Estado para otros fines que una legítima defensa
nacional o colectiva de una orden o acatamiento de una recomendación de un
órgano autorizado de las Naciones Unidas.
Artículo 4.º:
Artículo 5.ª:
Aunque las ideas base de este proyecto sean en la actualidad útiles como
siempre, jamás se ha llegado a un acuerdo sobre este código. Durante las
deliberaciones para la creación de un Tribunal criminal internacional, quedó
reflejada toda la inconsistencia por las objeciones que fueron presentando los
delegados, principalmente el representante de la Gran Bretaña, sir Frank
Soskice. Las Naciones Unidas publicaron el siguiente comunicado:
A pesar de ello, en enero del año 1952, se intentó en las Naciones Unidas
dar validez a los principios del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de
un modo especial, definir más concretamente el concepto de agresión. Un
Comité encargado del estudio de esta cuestión llegó al siguiente resultado:
«La época actual no es la más indicada con sus fuertes y numerosos roces
para reglamentar esta cuestión.» En otras palabras, no puede promulgarse una
ley contra el robo porque sean demasiados los ladrones que ejercen su
profesión.
Desde este punto de vista, carecen de todo valor los acuerdos tomados por
las Naciones Unidas y que, desde un principio, fueron calificados como
existentes solo sobre el papel. Por ejemplo, el 3 de noviembre de 1947 acordó la
Asamblea General:
CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO
Los autores saben que su compendio ofrecerá algunas lagunas para los
historiadores que dan, a veces, un gran valor a los menores detalles. Todos los
que deseen estudiar más detalladamente el Proceso de Nuremberg podrán
recurrir, para su estudio, a los extensos y completos documentos oficiales que
encontrarán en todas las bibliotecas públicas.
LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ
Los actos de brutalidad del régimen de Hitler no son una novedad y todos
los pueblos y regiones sometidos a su ocupación han sufrido, de un modo
violento, las consecuencias de este régimen de terror. Lo nuevo en este caso es
que muchas de estas regiones están siendo liberadas de sus opresores por los
Ejércitos de las potencias aliadas y los hunos hitlerianos en su repliegue
aumentan sus actos de crueldad. Los horrorosos crímenes cometidos por las
hordas hitlerianas en las regiones de la Unión Soviética, a cuya liberación se está
procediendo a marchas forzadas, y en las zonas francesa e italiana, presentan
actualmente las pruebas más completas en este sentido.
Roosevelt-Churchill-Stalin.
ESCRITO DE ACUSACIÓN
1. Conspiración
El objetivo de los conspiradores era socavar, por medio del terror y los
violentos ejércitos de las SS, al Gobierno alemán y derrocarlo. Después de haber
sido nombrado Hitler canciller del Reich, anularon la Constitución de Weimar y
prohibieron la existencia de todos los restantes partidos políticos. Fortalecieron
su poder por medio de la instrucción premilitar, los campos de concentración, el
asesinato, el aniquilamiento de los sindicatos, la lucha contra la Iglesia y las
organizaciones pacíficas, instituyendo en su lugar sus propias organizaciones
como las SS, la Gestapo y otras. Para llevar a buen término su programa,
procedieron a la lucha y exterminio de los judíos. De los 9.600.000 que vivían en
Europa durante la dominación nacionalsocialista, unos 5.700.000 según cálculos
provisionales, han desaparecido.
3. Crímenes de guerra
FUNK, fue durante los años 1932 a 1945: Miembro del Partido
nacionalsocialista, consejero económico de Hitler, miembro del Reichstag. Jefe
de Prensa del Gobierno del Reich, secretario de Estado en el Ministerio de
Propaganda, ministro de Economía del Reich, ministro de Economía de Prusia,
presidente del Reichsbank alemán, plenipotenciario económico y miembro del
Consejo de Ministros para la Defensa del Reich. Cargos: 1, 2, 3, 4.
VEREDICTO
»A este Tribunal le han sido otorgados plenos poderes para juzgar a todas
aquellas personas que hayan cometido crímenes contra la paz, crímenes de
guerra y crímenes contra la humanidad y según las disposiciones establecidas al
efecto.»
Punto 4: Solo pueden ser ciudadanos alemanes los que sean de sangre
alemana, sin tener en cuenta su fe religiosa. Ningún judío puede ser ciudadano
alemán.
«Las tierras en las que vivimos no les fueron regaladas por el cielo a
nuestros antepasados. Hubieron de conquistarlas. Y tampoco en el futuro
podemos confiar en la gracia divina, sino solamente en la fuerza de una espada
victoriosa.»
Hitler celebró cuatro conferencias secretas durante las cuales explicó sus
planes de agresión. Se trata de las conferencias del 5 de noviembre de 1937, del 23
de mayo de 1939, del 22 de agosto de 1939 y del 23 de noviembre de 1939.
«Este Tribunal opina que tal como llevaron estas negociaciones Hitler y
Ribbentrop, queda claramente demostrado que no estaba impulsado por la
buena fe ni por el deseo de mantener la paz, sino que representan, única y
exclusivamente, un deseo de aplazar en lo posible la intervención de la Gran
Bretaña y de Francia.»
La guerra contra los Estados Unidos empezó cuatro días después del
ataque de los japoneses contra la flota americana el 7 de diciembre de 1941. No
cabe la menor duda de que Hitler hizo todo lo que pudo para obligar al Japón a
entrar en la guerra contra los aliados. Prometió ayuda a los japoneses cuando
estos le informaron de sus planes de guerra contra los Estados Unidos.
Según una orden firmada por el acusado Keitel, toda resistencia debía ser
combatida llevando el pánico a la población civil. Una prueba concluyente en
este caso es el asesinato en masa llevado a cabo el día 5 de octubre de 1942 en
Drubno.
«No hemos mandado a nuestras tropas a esos países para que trabajen
para ellos, sino para extraer todo lo posible para que pueda vivir el pueblo
alemán. Me tiene sin cuidado que esos extranjeros se mueran de hambre».
En el verano del año 1941 fueron estudiados los planes para una solución
final del problema judío en toda Europa. Esta solución final consistía en la
exterminación de todos los judíos, hombres, mujeres y niños, tal como había
anunciado Hitler a principios del año 1939. Fue creada una sección especial de la
Gestapo al mando de Adolf Eichmann, jefe de la Sección B, IV de la Gestapo,
para llevar esta política a la práctica.
El plan para el exterminio total de los judíos fue aprobado poco después
de haber sido lanzado el ataque contra la Unión Soviética. Los Einsatzgruppen
de la policía de Seguridad y del SD se hicieron cargo de esta labor. De la
efectividad de la intervención de estos Einsatzgruppen, se desprende el hecho de
que en febrero de 1942, Heydrich informó a sus jefes que en Estonia ya no
quedaba ningún judío y que en Riga el número de los judíos había descendido
de 29.500 a 2.500, y que los Einsatzgruppen que actuaban en aquellas regiones
habían procedido a la eliminación en el curso de solo tres meses de 135.000
judíos.
Estos grupos especiales trabajaban de acuerdo con las fuerzas militares
alemanas. Existen pruebas de que los comandantes de estos grupos recibían
órdenes directas de los comandantes de las unidades de la Wehrmacht. El
carácter de la destrucción sistemática es iluminado por el informe del SS-
Brigadegeneral Stroop, que en el año 1943 fue encargado de la destrucción del
ghetto de Varsovia. Fue presentada ante el Tribunal la película que llevaba por
título: «El ghetto de Varsovia ha dejado de existir» como prueba documental.
Los asesinatos en masa de Rowno y Dubno, que han sido relatados por el
ingeniero alemán Gräbe, son un claro ejemplo de los métodos empleados en este
caso. La exterminación sistemática de los judíos se llevó a cabo en los campos de
concentración. La «solución final» preveía el internamiento de todos los judíos,
procedentes de todas las regiones de Europa ocupadas por los alemanes, en
campos de concentración. Según el estado de salud de los internados eran
destinados a trabajar o morir.
Se sabe que a las mujeres se les cortaba el pelo antes de destinarlas a las
cámaras de gas y que el pelo servía para la fabricación de babuchas en Alemania.
Los dientes de oro eran entregados al Reichsbank.
GESTAPO Y SD
LAS SS
LAS SA
El Gobierno del Reich estaba compuesto por los miembros del Gabinete,
del Consejo de Ministros para la defensa del Reich y por los miembros del
Consejo de Ministros secreto. El tribunal opina que el Gobierno del Reich no
debe ser considerado criminal: 1. No se ha demostrado que a partir del año 1937,
actuara como grupo u organización; 2. El grupo de las personas inculpadas es tan
reducido que puede procederse individualmente contra ellas.
ad 1. El Gobierno del Reich dejó de ser, desde la fecha que nos interesa,
una corporación con funciones de Gobierno, pasando a ser unos funcionarios
sometidos directamente al control de Hitler. El Gobierno del Reich no volvió a
celebrar, a partir del año 1937, una sola sesión, el Consejo de Ministros secreto
no llegó a reunirse nunca. Los miembros del Gobierno del Reich que
participaron en los planes para una guerra de agresión lo hicieron como
personas individuales. La invasión de Polonia no fue decretada por el Gobierno
del Reich.
Los miembros acusados fueron los jefes militares de más alto rango en
Alemania. Sus actividades fueron las mismas que en los ejércitos, flotas y
aviones de cualquier otro país. No formaron una asociación, sino una
concentración de oficiales de alto rango. No cabe la pregunta de si ingresaron
voluntariamente o forzosamente en estas organizaciones, puesto que, como
queda establecido, no existía tal organización. Por todo lo anteriormente
expuesto este Tribunal no considera criminales ni el Estado Mayor ni el Alto
Mando de la Wehrmacht.
BORMANN, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue miembro del
Estado Mayor y del Alto Mando de las SA y Reichsleiter de 1933 a 1945. Después
del vuelo de Hess a Inglaterra fue nombrado jefe de la Cancillería del Partido y
en el año 1943 secretario del Führer. Fue comandante en jefe del Volkssturm y
general de las SS.
Crímenes contra la paz: Bormann fue, en un principio, un hombre
insignificante y solo durante los últimos años de la guerra ganó rápidamente
influencia y poder. No existen pruebas de que Bormann estuviera al corriente de
los planes de agresión de Hitler.
DOENITZ, acusado según los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el
año 1936 comandante en jefe de la flota de submarinos y en 1943 comandante en
jefe de la Marina de guerra. El 1.º de mayo de 1945 fue nombrado jefe de Estado
como sucesor de Hitler.
FRANK, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, ingresó en el Partido
en el año 1927 y en el año 1934 fue nombrado ministro del Reich sin cartera.
Tenía el rango honorario de SA-Obergruppenführer y presidente de la
Academia del Derecho alemán.
FRITZSCHE, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue conocido
principalmente como comentarista de radio. En el año 1942 fue nombrado
director ministerial y jefe de la sección de Radiodifusión en el Ministerio de
Propaganda.
FUNK, acusado según los cuatro cargos, fue nombrado en el año 1938
ministro de economía del Reich y plenipotenciario para la Economía de guerra.
Un año más tarde se le nombró presidente del Reichsbank en sustitución de
Schacht. En 1943 formó parte del planeamiento central.
Considerando: Culpable según los cargos uno y dos, no culpable según los
cargos tres y cuatro.
JODL, acusado de los cuatro cargos, fue nombrado en el año 1939 jefe del
Estado Mayor y en el Alto Mando de la Wehrmacht. A él correspondieron, en su
aspecto militar, los preparativos de la guerra. Jodl se defiende alegando que él
no es político, sino un soldado obligado por su juramento de obediencia. Pero
también ha dicho que en diversas ocasiones trató de oponerse a ciertas medidas.
KALTENBRUNNER, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue jefe
de las SS en Austria y sucesor de Heydrich en el cargo de jefe de la Policía de
Seguridad, del SS y de la oficina central del Servicio de Seguridad, con rango de
Oberguppenführer.
RAEDER, acusado de los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el año
1928 comandante en jefe de la Marina de guerra y dimitió de este cargo en el año
1943.
Crímenes contra la paz: Como jefe del APA Rosenberg fue, conjuntamente
con Raeder, quien dio la idea para la invasión de Noruega. Es responsable
también del planeamiento y ejecución de la política de ocupación en las
regiones del Este. Se puso a disposición de Hitler como «consejero político» para
todas las cuestiones relacionadas con el Este europeo. En 1941, Hitler le confió la
responsabilidad para la administración civil en las regiones ocupadas del Este.
SAUCKEL, acusado de los cuatro cargos, ocupó una serie de altos cargos
en Turingia y poseía el rango honorario de SA y SS-Obergruppenführer.
Crímenes contra la paz: Las pruebas no han sido suficientes para acusarle
según los cargos uno y dos.
SCHACHT, acusado según los cargos uno y dos, fue antes de la conquista
del poder, presidente del Reichsbank y ocupó por dos veces este cargo durante
el Tercer Reich. En 1937 fue nombrado ministro sin cartera y destituido de este
cargo en el año 1943.
Considerando: No culpable según los cargos uno y dos, culpable según los
cargos tres y cuatro.
SENTENCIA
[3] Shawcross habló, sin duda alguna, de buena fe, ya que los planes de
invasión francobritánicos no fueron conocidos hasta el año 1952, cuando fueron
publicados en un Libro Blanco del Gobierno inglés.