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Palabra y Trascendencia

Desde el Principio, dice el Evangelio,

es la Palabra.

Desde el Principio, dice el Popol Vuh,

es la Palabra.

La Palabra, que es milagrosa y creativa, es un movimiento intencional y


trascendente que va del ser al ser. Por lo tanto, la Palabra es simultáneamente
potencia, acción y acto consumado; es decir, la Palabra no sólo es el
movimiento verbal, intencional y creativo que va del ser al ser, sino es también
su expresión, su pensamiento y su lenguaje.

Si la Palabra es potencia, acción y acto consumado es porque siempre


tiene origen, sentido y trascendencia. No importa si la Palabra es oral o
escrita, si es viva voz o letra muerta; incluso en el silencio, la Palabra ―sin
excepción―, crea.

La Palabra es entonces acción y reflexión, realidad y pensamiento, la


Palabra es la creación ética de la praxis.

II

El desarrollo del ser humano; la praxis ontológica de ser más y mejor,


está siempre acompañada y acompasada por la trascendencia misma de la
palabra. No lo podemos negar: somos seres dialógicos, seres trascendentes de
lenguaje y comunicación que nos hacemos y rehacemos, nos creamos y
recreamos, en la palabra.

Quizá a esto se deba que muchos pueblos del mundo se autonombren


conforme al principio original de la palabra; en México poseemos ejemplos
notables: el pueblo Kitse cha’tnio (chatino), son la gente de la palabra difícil y
esforzada; el pueblo Tsu ju jmí (chinanteco), es el pueblo de la palabra
antigua; el pueblo Yokot’ anob (chontal), es el pueblo que habla la palabra; el
pueblo O`depüt (zoque), son gente de la palabra, el pueblo Hña hñu (otomí),
son hablantes de la palabra; el pueblo Runixa ngigua (chocho), es el pueblo
que dice la palabra…

La espiral de la palabra
gira en su inmanencia

La vírgula de la palabra
desplegando el diálogo trascendente

La palabra es el núcleo ontológico de la esencia humana.

III

La palabra inicia su gesta y aventura siendo primitiva y mítica. La


palabra original siempre pervive y nunca abandona la emoción; por eso jamás
deja de ser grito de placer o displacer, lamento o risa, gemido o llanto. Palabra
primitiva y universal de la infancia que sólo acusa pensamiento y reflexión
gracias a la intervención y contribución de la madre, quien nos dona, en su
madresía, todo el acervo cultural de la historia humana. La palabra emocional
y universal trasciende entonces en palabra oral, en pensamiento y lenguaje: la
palabra acusa identidad, sentido y trascendencia.

Este movimiento trascendente de la palabra primitiva y mítica, palabra


políglota e infantil, preñada de sensación y emoción, organizada en lenguaje y
pensamiento gracias a la contribución materna, hace que la palabra oral se
constituya en el puente simbólico e imaginario que nos liga al mundo y al otro,
en la socialización, en el diálogo, en la comunicación e intercomunicación
humana.

No se trata de un momento cualquiera en la existencia del ser humano.


Según Vigotski, quien a su vez lo confirma de Stern, se trata del
descubrimiento más importante que podemos realizar en el curso de nuestra
vida: saber que cada ser tiene su nombre.

La palabra oral y verbal se dice y se escucha, se aprende y aprehende, se


hace humana y emerge a la realidad y al mundo para pronunciarlo, para
transformarlo, para humanizarlo. Por eso, la intencionalidad y el sentido
intercomunicativo de la palabra oral, su trascendencia, no pretende sino
humanizar conscientemente el mundo de la vida en comunión con otras
conciencias. La palabra verbal, siempre en movimiento, siempre en
metamorfosis, es el venero fecundo que produce y reproduce la dinámica del
lenguaje, de los pueblos y sus culturas.

Me explico: la palabra oral y verbal, la que va de la boca al oído y de la


escucha a la conciencia, a pesar de ser extraordinariamente fecunda y viva
tiene el extraño capricho de someterse al imperio del viento y el tiempo… La
palabra verbal es plástica y dinámica, gira en su propio movimiento, en su
rodar de boca en oído y de oído en boca, de conciencia en conciencia. Es por
eso que la palabra oral y verbal sólo existe en la conciencia de quien la piensa,
la dice o la escucha, de quien la recuerda y la hace consciente y viva:
trascendente.

La palabra oral sobrevive al viento y al tiempo gracias a la memoria pero


cambia siempre conforme a la conciencia. Puede decirse que la palabra oral es
el puente comunicativo que une vitalmente dos o más conciencias, dos o más
existencias e historias que se intencionan entre sí y al hacerlo se trascienden
mutuamente. En consecuencia, el origen, intencionalidad y finalidad de la
palabra viva, de la palabra voz y de la palabra escucha, cara a cara, boca a
oído, co–razón a co–razón, no es otra que crear y recrear, en comunidad y
comunión, la comunicación e intercomunicación necesarias para humanizar
nuestras condiciones materiales y espirituales de vida. Por esta sencilla razón,
la palabra es inmanente a la condición humana; y por esta misma razón, decir
la palabra es un derecho que nunca nadie puede ni debe negar.

¿Quién no recuerda las palabras muertas y podridas, infectadas de


violencia; el imperativo categórico, siempre en acusativo, de un maestro
domesticador que alguna vez nos silenció con gritos: ―«¡Tú! ¡Cállate!»…? La
palabra nueva y fresca de la infancia amordazada por el narcisismo oral del
despotismo docente. O bien: ¿quién no recuerda la bendición de una madre, el
consejo de un padre o el adiós de un amor? ¿Quién no recuerda estas
palabras que cambian de color y aroma a medida que maduran en la memoria
y florecen en el recuerdo… en la conciencia?

La palabra oral es trascendente precisamente porque es dinámica y


plástica gracias a la conciencia. Es la volatilidad de la palabra oral lo que hace
posible su trascendencia. Y no sólo porque la “sonoridad” de la palabra oral
permanece muy poco tiempo en el espacio, ni porque la memoria termine por
olvidar las palabras evocadas y proferidas; sino porque nuestra sordera impide
escuchar y comprender la actualidad y urgencia de su contenido y significado,
de su reclamo inmediato y de su concreción efímera. Ciertamente es difícil que
la palabra verbal trascienda intacta, original y virginal en la memoria, en el
recuerdo y en la conciencia; pero es justo reconocer también que esta
plasticidad es su cualidad mejor. La palabra oral, a diferencia de la palabra
escrita, es dinámica y dialéctica. Es viento y no piedra.

Si la palabra oral tiene la extraña cualidad de fugarse en el viento y con el


tiempo es porque depende de su registro en la memoria y de su acervo en el
recuerdo; sin embargo, es la conciencia quien selecciona de la memoria y el
recuerdo las palabras dichas, escuchadas y evocadas de la experiencia vital.
Es así, en su portentosa fragilidad, que la palabra oral trasciende tiempo,
espacio y materia.

Esta doble potencia de la palabra hablada y escuchada; este atributo y


facultad de ser simultáneamente efímera y perenne en la conciencia propia o
ajena ―quizá en ambas―; esta relación inmanente y trascendente de la
palabra viva; esta fragilidad de la palabra que nace del ser para renacer en
otro ser, es justamente lo que permite el milagro del diálogo.

El diálogo, que es palabra viva y vital, es la posibilidad misma de la


relación dialéctica, intencional y convergente de dos o más conciencias que
logran comunicarse, y al hacerlo, se intercomunican para trascenderse
mutuamente. Perece mentira pero la palabra fugaz, palabra viva y cargada de
sentido que va de la boca al oído, del oído a la conciencia y del ser al ser, la
palabra del diálogo, es la expresión más limpia y pura, más real y verdadera
de la esencia humana.

La palabra deja de ser entonces un simple ruido que interpela al sordo


silencio del mundo para convertirse y transformarse en sonido organizado, en
música y voz, en plegaria y canto. El diálogo es un canto por donde el ser del
otro adviene a mí y por donde el ser que soy encuentra al otro.

Este diálogo hace que la palabra sea un encuentro existencial capaz de


crear y producir, en la diferencia y semejanza, en la identidad y alteridad, en
la contradicción humana, la utopía posible y necesaria que anima el desafío
humano —siempre inconcluso—, de ser más y mejor.

De esta manera, la palabra del diálogo respeta y alienta la alteridad del


otro porque al hacerlo confirma y reafirma su propia identidad. No hay yo sin
otro ni identidad sin alteridad. Gracias al diálogo ontológico, diálogo del ser al
ser, construimos lo tuyo y lo mío, lo nuestro.

En el diálogo ontológico la palabra trasciende la sonoridad física del


sonido, del tiempo y del espacio por donde viaja y se transporta la
intencionalidad del ser; sin embargo, la realización de la intencionalidad de
este ser que pretende dialogar, comunicarse e intercomunicarse con otro ser,
no es posible suponerlo sin la libertad necesaria para activar la potencia
creativa y trascendente de la palabra.

Esto obliga a pensar que el diálogo nace del silencio y comienza siempre
por escuchar.

El diálogo es creativo porque se reconoce como una ética de la liberación,


para la libertad. El diálogo necesita libertad: libertad de palabra, libertad de
opinión, libertad de expresión, libertad de creencia, libertad de asociación,
libertad de organización, libertad de conciencia. Esta libertad inmanente al
diálogo, sin embargo, no lo agota. El diálogo es una ética para la liberación
porque es humilde y creativo, crítico y autocrítico: trascendente.

Porque nace siempre de la fe, la esperanza y el amor.

IV

La palabra escrita, lo mismo que la palabra oral, es trascendente al


tiempo y espacio. Sin embargo, la palabra escrita no necesariamente despliega
su sentido y trascendencia en la relación cara―cara, boca–oído, conciencia–
conciencia; tampoco fluye ni se desvanece fácilmente por el viento y el tiempo.
En realidad, la palabra escrita no niega la palabra oral sino la
sobredimensiona: la firma, la afirma y confirma; es decir, la trasciende.

La palabra escrita es el registro gráfico de la palabra oral y en


consecuencia no sólo es memoria sino también testimonio y testamento:
historia humana.

Gracias a la palabra escrita hemos sido convidados a nutrirnos del bagaje


cultural del prodigio humano. Gracias a la palabra escrita podemos trascender
tiempo y espacio, distancias y fronteras, culturas y cosmovisiones. Gracias a
la palabra escrita podemos participar en el festín de la historia como
anfitriones y comensales, pues no sólo podemos conocer, por ejemplo, la
palabra de un Nezahualcoyotl trascendido, casi diría resucitado, sino podemos
también sobrepasar los límites propios de nuestra efímera y transitoria
existencia. La palabra escrita permite historizar la existencia humana en el
mundo de la vida: una carta…, un poema…, una ley...

Todo esto lo escribo porque el propósito principal de esta reflexión es


ponderar la importancia de la palabra oral y escrita en el desarrollo del ser
humano, importancia que sin argumentación se corrobora simplemente por
carecer de oposición. Pero también importa a esta reflexión resaltar la urgente
necesidad de alentar una alfabetización a partir de la continuidad existente
entre la palabra oral y la palabra escrita. Ambas palabras, la oral y escrita,
son producto de las relaciones que mujeres y hombres crean en el mundo de
la vida; estas relaciones constituyen a su vez el mundo humano de la cultura;
por lo tanto, la palabra oral y la palabra escrita no se oponen sino se
complementan.

Porque así como aprendimos a decir y escuchar la palabra oral, así


también aprendimos a trazar y a leer la palabra escrita; salvo que la palabra
oral se aprende, se escucha y se habla informalmente, de la madre, con la
familia, en el hogar, en comunidad, en el mundo de la vida como escenario y
mediador. La palabra escrita, por el contrario, se ve y se toca, se traza y lee; se
enseña y aprende formalmente, programadamente, en la escuela, con docentes
y entre estudiantes, en el triste claustro de la realidad escolar.

Si la palabra escrita guarda relación con la palabra oral; es decir, con


respecto al lenguaje y pensamiento, se debe precisamente a la progresiva
continuidad y complementariedad existente entre la palabra oral y su registro
escrito.

Por ejemplo: gracias a la palabra escrita, gracias a que en mi infancia fui


alfabetizado, puedo leer y comprender (“sentir” es la palabra correcta), una
carta de mi madre… Debido a que mi madre escribe y yo leo, puedo
estremecerme con sus palabras y comunicarme con ella vitalmente más allá
de los límites espaciales y temporales ―físicos―, que la palabra oral me puede
ofrecer. Soy capaz de percibir sus sentimientos y pensamientos más allá del
tiempo y del espacio escenográfico que hace años animaron la escritura de la
carta; carta que es actual y leo siempre en tiempo presente, en el aquí del
ahora y en el ahora del aquí...

Este acto de comunicación entre mi madre y yo, acto que trasciende el


tiempo y el viento; este espacio invisible y este tiempo anulado que niegan la
ausencia y me revelan su esencia, ciertamente es un evento muy fácil de
ubicar en el diario acontecer de nuestro cotidiano existir. Sin embargo, si
profundizamos en la magnitud y complejidad de dicho evento común y
consuetudinario, no es extraño observar que supera la esfera de lo cotidiano y
trasciende la inmediatez de los hechos. Esta comunicación por medio de la
palabra escrita entre mi madre y yo; esta intercomunicación que va
igualmente del ser al ser, de su conciencia a la mía y de su amor a mi amor;
esta acción que firma, afirma y confirma el aquí y el ahora del instante, de la
historia; esta posibilidad de trascender las dimensiones físicas del tiempo y del
espacio, incluso de la materia; es toda la emoción, toda la belleza, toda la
desmesura del milagro verdadero de la vida.
Trascendencia creativa de la palabra escrita.

Así pues, la palabra escrita se aprende y se enseña formalmente,


programadamente, escolarizadamente, metodológicamente. Este aprendizaje y
enseñanza de la escritura y lectura, proceso que conocemos vagamente como
alfabetización, representa un momento crítico para el desarrollo social y
humano; se trata, sin duda, del evento educativo más importante y crucial de
la instrucción elemental y escolarizada.

Lo cierto es que la alfabetización, aún sin proponérselo, representa una


frontera, un antes y un después que divide en dos, para bien o para mal, no
sólo la vida y existencia del ser humano, sino también de los pueblos, las
naciones y las culturas.

La alfabetización como momento crítico de la instrucción escolarizada es


incuestionable. Nada ni nadie es capaz de negar la importancia que la
alfabetización tiene, o no tiene, para promocionar o sabotear el desarrollo
social y humano. Nada ni nadie puede negar la descarada correspondencia
entre ignorancia y analfabetismo, entre subdesarrollo y analfabetismo, entre
pobreza y analfabetismo, entre explotación y analfabetismo, etc. Este acuerdo
respecto a la alfabetización como punto crítico del desarrollo humano y de la
instrucción escolarizada, esta ausencia de oposición ante semejante evidencia,
hace de la alfabetización una verdad prácticamente incuestionable y
apodíctica. En el desarrollo del ser humano sólo el aprendizaje de la palabra
oral supera en importancia el aprendizaje de la palabra escrita.

Pero la alfabetización no sólo es relevante para el desarrollo del ser


humano sino también lo es para los pueblos, las naciones y las culturas. Los
pueblos y culturas ágrafas son los grupos humanos más vulnerables y
susceptibles de ser explotados y destruidos. Si la alfabetización es un
momento fundamental, crucial y crítico para el desarrollo del ser humano, de
los pueblos y sus culturas, se confirma entonces que la alfabetización más que
cualquier otro tipo de educación debe ser comprendida como acción política. A
todo esto también puede agregarse que la alfabetización, como acción política,
es invariablemente acción cultural: acción cultural para la libertad o acción
cultural para la dominación.

Lo cierto es que la alfabetización segrega o integra, desarrolla o


embrutece; sirve para oprimir o sirve para liberar.

Todo esto lo escribo precisamente porque la alfabetización impuesta por


el Estado y la escuela capitalista, en todas sus formas y variables, apela
siempre a una hipotética e hipócrita neutralidad que sirve de amparo para
instrumentar formulaciones y soluciones técnicas y pedagógicas que ocultan
perversas intenciones de explotación, exclusión y control social. Intenciones
perversas y ocultas, concomitantes a la ideología instrumental de los
programas y campañas de alfabetización del Estado capitalista y su escuela
domesticadora, clasista y alienante.
Con esto quiero decir que el Estado capitalista instrumenta y certifica la
alfabetización como salvoconducto para que las personas, los pueblos y las
culturas puedan, o no, participar de los ‘beneficios’ que otorga la sumisión al
mito del consumo. Por eso, es fundamental reconocer que la alfabetización es
primero acción política y después acción pedagógica. Las instrumentaciones
técnicas y pedagógicas del Estado capitalista en materia de alfabetización,
despolitizadas e implementadas bajo enfoques cognitivos, románticos y
técnicos de lectoescritura, no hacen sino reproducir indefinidamente la
ignorancia, el analfabetismo político y la cultura del silencio.

La historia de México y del mundo nos dice que la alfabetización del


Estado capitalista siempre ha sido una acción cultural de dominación: acción
cultural que los opresores instrumentan y legitiman contra los pueblos
oprimidos. La historia demuestra que los pueblos oprimidos hemos sido
persistentemente víctimas de las políticas educativas de alfabetización
diseñadas e instrumentadas por la ideología de un Estado antipopular,
racista, sexista, etnocida y gerontofóbico; un Estado clasista y necrófilo que
niega y asesina la diversidad cultural y lingüística de los pueblos,
responsabilidad histórica y patrimonio cultural de la humanidad.

No debe asombrarnos, por ejemplo, que en todos los territorios indígenas


de México y el mundo, el analfabetismo corresponda en cifras estrictas a estos
pueblos oprimidos, acentuándose esta injusticia en los sectores más
indefensos y vulnerables, especialmente en mujeres, personas de la tercera
edad y población monolingüe. Así, de súbito, la alquimia ideológica del Estado
capitalista convierte a los pueblos indígenas en el estigma y la vergüenza
nacional, cuando la triste realidad demuestra que se trata de un saldo
histórico producto de la denigrante inequidad e injusticia de la política
educativa del Estado capitalista. El analfabetismo es la maldición y el estigma
cultural del Estado educador.

Aún recuerdo las palabras de una alumna de posgrado, maestra de


primer año de primaria en una comunidad indígena de Oaxaca, quien acusó al
Estado de ‘analfabetizador’. A decir verdad, no encuentro palabra más
adecuada y certera para caracterizar la acción cultural de dominación que el
Estado ha impuesto en contra de los grupos oprimidos con sus campañas de
‘analfabetización’, especialmente aquellas diseñadas e instrumentadas en
contra de los pueblos indígenas.

Decía arriba que toda educación e instrucción escolarizada debe


reconocer en la alfabetización su momento crucial y crítico, pues
inevitablemente implica la iniciación formal al ritual programado del consumo.
Se trata de un cruce de fronteras que explica la intencionalidad política e
ideológica de la alfabetización, pues el Estado clasista, lacayo del Capital,
instrumenta políticas educativas que persistentemente ‘analfabetizan’, y por lo
tanto excluyen, segregan y explotan a las clases y los pueblos más oprimidos y
vulnerables. Es decir, las campañas y los programas de alfabetización como
política educativa del Estado capitalista, terminan generando el analfabetismo
necesario para empobrecer y segregar social y culturalmente al pueblo, a las
mayorías; reproduciendo y garantizando de manera indefinida las relaciones
extremas de explotación… La contradicción social y humana, la lucha de
clases, la explotación del hombre por el hombre funciona cabalmente y el
analfabetismo garantiza la existencia de tal contradicción.
Esta analfabetización instrumentada por el Estado clasista se realiza en
dos frentes y por partida doble: ya sea segregando social y culturalmente a las
personas y al pueblo; o bien, promoviendo campañas de analfabetización que
arrasan identidades, lenguas, culturas y cosmovisiones. Es importante
consignar que en ambos casos, la alfabetización promovida por la escuela y el
Estado clasista como acción cultural para la dominación, es alentada y
financiada por la furia antropófaga del Capital.

El Capital manda, el Estado obliga y el magisterio instrumenta.

VI

He querido resaltar en esta primera reflexión, de manera breve pero


urgente, la importancia que tiene la alfabetización en la vida y existencia del
ser humano y en la preservación de los pueblos y sus culturas.

Esta relevancia que tiene la alfabetización para animar el desarrollo del


ser humano, de los pueblos y las culturas, no puede ni debe ser soslayada por
las educadoras y educadores del pueblo. Es decir, a pesar de las políticas
educativas del Estado clasista y de la ideología dominante que subyace a todas
ellas, el desafío de la educadora y el educador popular que emprende la noble
tarea política de alfabetizar, debe iniciar dirimiendo entre una alfabetización
como acción cultural para la dominación o una alfabetización como acción
cultural para la libertad.

Para finalizar, y sólo para resaltar la importancia que la alfabetización


tiene en el proceso educativo, quiero recordar y subrayar que la catástrofe y el
fracaso de la escuela capitalista, en todas sus formas, variables y niveles, tiene
como punto de origen la alfabetización. La pobreza en el aprovechamiento
escolar; la dificultad para comprender y crear textos; la reprobación, la
deserción, el fracaso escolar, etc.; toda esta vergüenza educativa tiene como
origen común y causa primera y principal el analfabetismo promovido por el
Estado capitalista y su escuela clasista, racista y enajenante.

¿Por qué la alfabetización deja de participar en el desarrollo del ser


humano y de los pueblos y gira de pronto en su contra? ¿Por qué la
alfabetización, frontera del acto educativo y momento crítico del desarrollo
social y humano, invierte su sentido y actúa perversamente en perjuicio de las
personas y grupos que más la necesitan y reclaman? ¿Y nosotras y nosotros,
educadoras y educadores del pueblo, qué papel desempeñamos ante estas
políticas estatales de analfabetización cultural, social y política? ¿Qué
debemos hacer ante el papel ideológico y tendencioso de la escuela y el Estado
clasista? ¿Cuál es nuestro compromiso político y pedagógico respecto a la
alfabetización?

En pocas palabras ¿A favor de quiénes estamos?

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