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1.

Las causas del conflicto

1.1. RIvALIDADES MILITARES Y DIPLOMÁTICAS

Durante decenios, la vida internacional se fue polarizando en dos


grandes bloques militares que, a su vez, también escondían grandes
rivalidades económicas. Inglaterra, única potencia indus- trial en el
siglo XIX, veía acercarse peligrosamente al Imperio ale- mán, que
incluso llegó a superarla en algunos productos fabriles. La rivalidad
colonial, además, había agudizado los enfrentamientos entre ellos
desde finales del siglo XIX, sobre todo desde el llamado incidente de
Fachoda: esta ciudad del Sudán sirvió para denominar una crisis
colonial franco-británica (1888-1889) que, curiosamente, hizo que
ambas potencias terminaran acercándose y aliándose (entente
cordiale, 1904) ante la posible amenaza alemana en África.
El punto más caliente de Europa en el siglo xx estaba en los
Balcanes. Es buen ejemplo de ello el hecho de que esa centuria se
abriera y se cerrara con similares conflictos en la península balcá-
nica, auténtico polvorín europeo. A principios de siglo, ante la casi
seguridad de un nuevo conflicto en la zona, los bloques de poten-
cias se consolidan. Las dos grandes potencias de la zona buscan
aliados en otros grandes países. Austro-Hungría busca el apoyo ale-
mán y Rusia la cooperación militar francesa: los galos ayudan al
gigante país zarista con nuevos créditos monetarios para una mayor
rapidez en la construcción de sus ferrocarriles, baza estraté- gica
fundamental en una posible guerra. Francia y Gran Bretaña, por su
parte, llegan a acuerdos navales, distribuyendo las tareas de las
respectivas flotas para el dominio del mar y un, eventual bloqueo del
continente.
Dos bloques van cada vez configurándose con mayor claridad.
Por un lado, el Reino Unido, Francia y Rusia firman en 1907 un
acuerdo de ayuda mutua conocido como la Triple Entente. Por otro,
Italia y los Imperios Alemán y Austro-Húngaro habían firmado ya
anteriormente la Triple Alianza (1882), que aseguraba un gran blo-
que central en Europa desde el mar del Norte hasta el Mediterráneo.
Pero los italianos, poco a poco, se irán separando de sus coaligados en
los años previos a la guerra y no cumplirán su papel en la alian- za,
declarándose neutrales al inicio de la guerra, para luego pasarse a la
Entente y conseguir así sus apetencias territoriales en el Tirol y el
Adriático. Así pues, cinco potencias, distribuidas en dos bloques (más
la indecisa Italia), luchaban a principios de siglo por una hege- monía
que entonces no solo era europea, sino mundial. Los motivos de esta
rivalidad fueron también de diversa índole, como veremos a
continuación.

1.2. RIvALIDADES TERRITORIALES

1.2.1. Alsacia y Lorena


La tradicional rivalidad entre Francia y Alemania por Alsacia-
Lorena hunde sus raíces en la lejana Lotaringia medieval. El proble-
ma es tan grande que incluso ha dado origen a dos escuelas histo-
riográficas: la alemana, dirigida por Ranke, opina que son la
geografía, la raza, la cultura y la lengua las que crean una nación. Así,
Alsacia y Lorena serían Alemania; la escuela francesa, por el
contrario, opina que es la voluntad de los pueblos lo que configura lo
nacional. En ese caso Alsacía-Lorena sería francesa.
Después de la victoria alemana en la guerra franco prusiana,
Alsacia y Lorena pasaron a formar parte del Imperio Alemán (en
1871) proclamado por Bismarck en el Salón de los Espejos del pala-
cio de Versalles. La disputada zona será denominada Territorio
Imperial de Alsacía-Lorena. pero el nacionalismo francés no dejará de
reivindicar esos territorios. Los alemanes, que adoptaron serias
medidas de germanización en su recién adquirido territorio, provo-
caron incidentes con buena parte de la población. Mientras, la Ligue
pour la Défense de l'Alsace-Lorraine mantuvo encendidos los senti-
mientos franceses. Los militares germanos y la población alsaciana
acabaron enfrentándose violentamente en Saverne.
De todas formas, en 1911, el Reichsland (con aprobación del
Káiser) adoptó una Constitución que reconocía una autonomía par-
cial al territorio. Pero el continuo enfrentamiento entre el naciona-
lismo francés y el pangermanismo llevaría el caos a la zona en vís-
peras de la Primera Guerra Mundial y azuzaría el odio mutuo entre
ambos países.

1.2.2. Polonia

También el problema polaco hunde sus raíces en épocas preté- ritas.


Los territorios de la antigua monarquía electiva fueron divi- didos
entre las potencias circundantes, en sucesivas reparticiones, durante
todo el siglo XVIII. Las extensas llanuras polacas habían sido invadidas
una y otra vez por los prusianos y los rusos e inclu- so por los
franceses napoleónicos. A inicios del siglo xx, Polonia continuaba
dividida. El Imperio Austro-Húngaro gobernaba Galit- zia, donde su
administración era bastante suave y conciliadora. Prusia, por el
contrario, dominaba el oeste polaco y había intenta- do borrar todo
nacionalismo eslavo con una germanización agresi- va, que
conllevaba la instalación de colonos germanos. Rusia pose- ía la parte
este. En su zona, los zaristas presionaban fuertemente para que los
polacos se adhiriesen definitivamente a la Gran Madre Rusia. Las
fuerzas nacionalistas polacas, en torno al general Jozef Pilsudski
(1867-1935), que creía que su principal lucha era contra Rusia, se
habían refugiado en la Polonia austríaca: Galitzia (otro de los
rencores rusos hacia Austria-Hungría era que ésta hacía la vista gorda
ante todo ello) y reivindicaban la resurrección de una Polo- nia unida.
1.2.3. Los Balcanes

El conflicto de los Balcanes es el más complejo de todos estos


problemas territoriales y con él se abre la desestabilización de Euro-
pa nada más empezar el siglo. Las diversas etnias eslavas, los ruma-
nos (de origen latino), los helenos, los albaneses y los turcos, se mez-
clan con diversas religiones que complican más todavía el panorama:
croatas católicos, serbios y griegos ortodoxos, bosnios y turcos
musulmanes ... Parte de estos territorios estaban bajo domi- nio
austro-húngaro y parte bajo el gobierno turco. Rusia poseía
notables/influencias en la zona, sobre todo en Serbia (que era el
único país independiente de los que luego formarían la futura
Yugoslavia). Los gobiernos de estas tres superpotencias y los
gobernantes de los países más pequeños, como Rumania, Bulgaria o
Serbia, vivían en tib. estado de perenne inseguridad en la zona, por lo
que contaban
con importantes efectivos armados. Los asesinatos y rebeliones fue-
ron especialmente cruentos en Macedonia durante los años previos a
la Primera Guerra Mundial.
Por si fuera poco, existía un problema de fronteras entre Alba-
nia y Grecia que venía de lejos. La aspiración secular de los hele- nos
de agregar el Epiro Norte (zona de mayoría lingüística griega) a su
país, chocaba con las aspiraciones albanesas, que fueron refrendadas
por una comisión internacional que adjudicó el Epiro a Albania.

1.2.4. Islas del Egeo

Otro tema espinoso era la división del mar Egeo entre Grecia y el
Imperio Turco. ¿Qué islas debían pertenecer a cada uno? Desde la
antigua Hélade clásica, las islas del Egeo y aun la franja costera de
Asia Menor (con ciudades tan importantes como Esmirna o Éfeso)
habían pertenecido al mundo griego, pero después de siglos de
dominación turca, la península de Anatolia era toda otomana y
muchas islas habían permanecido en su poder hasta tiempos bien
recientes y, por tanto, seguían en su punto de mira. De hecho, sola-
mente tras la Primera Guerra Balcánica (dos años antes del estalli- do
de la Gran Guerra) Grecia se había hecho con Samotracia, Les- bos,
Chios, Sarnos, Lemnos e Icaria, amén de toda la Tracia y la península
de Salónica.
Por si fuera poco el caos en la región, se juntaron además las
apetencias italianas en la zona. Las ganas de hacerse con parte de las
islas griegas seguían bien vivas en Italia desde la época en que
Venecia controlaba alguna de ellas, como Chipre, ahora dividida
entre una comunidad griega y otra turca. Pero fue justo entonces
cuando esas apetencias se concretaron en el control de todo el Dode-
caneso (con Rodas como centro neurálgico), ocupado por Italia en
1912.
A todo este embrollo del Egeo había que añadir la cuestión de los
estrechos: el destino de los famosos pasos del Bósforo y los Dar-
danelos, que comunicaban los mares Egeo y Negro a través del
pequeño mar de Mármara. Todo ello estaba entonces bajo control
turco. Sin libertad de paso, la marina rusa quedaba totalmente
incomunicada por el sur, sin salida posible al Mediterráneo. Los
turcos agudizaron más el problema al pedir ayuda a los alemanes para
organizar su ejército a la manera prusiana. Además, el Impe- rio
germano envió expertos ingenieros para modernizar las fortifí-
caciones otomanas en los estrechos. Rusia, que miraba ya con
mucha inquietud el acercamiento turco-germánico, se puso mucho
más nerviosa al conocer que se le otorgaba el mando de la guarni-
ción del Bósforo a un alemán.

1.2.5. Las ansias expansionistas de Alemania

El Imperio Alemán se reunificó como un único Estado dema-


siado tarde para el reparto colonial. Ni siquiera el país más pode-
roso de toda la joven unión, Prusia, poseía un imperio colonial en
África como el que tenían franceses e ingleses. El Káiser y el
Gobierno germano siempre quisieron entrar a formar parte del
reparto del continente negro, pero simplemente habían llegado tarde
y nadie quería deshacerse de su apetitosa ración de la tarta colonial.
Hasta una potencia tan pequeña como Bélgica poseía casi todo el
Congo. Esto hizo que el malestar alemán fuera en aumen- to. Al fin
y a la postre los germanos tuvieron que contentarse con Tanzania,
Camerún y la desértica parte de lo que hoyes Namibia. Pero estas
zonas no le parecieron suficiente botín a un Imperio germánico en
auge.

1.3. RIvALIDADES ECONÓMICAS

Hasta finales del siglo XIX, la supremacía industrial británica era


incontestable. No existía ninguna nación creadora de manu- facturas
comparable a Inglaterra. Tampoco ningún Estado se acer- caba al
flujo de su comercio mundial. Los productos ingleses se colocaban
no solo en la Commonwelth, mediante el conocido pacto colonial
(los dominios ofrecen materias primas a la metró- poli y esta los
devuelve en forma de manufacturas), sino en el mundo entero, allá
donde llegara la poderosa flota mercante britá- nica. El Reino Unido
era incluso el principal proveedor de las demás potencias
occidentales. Nadie podía con la industria y el comercio de la Union
Jack. Pero desde principios del siglo xx, le surgió un competidor
temido y temible: Alemania. La industria del Reich germano había
crecido de tal forma que en algunos aspec- tos superaba ya a la
británica. Y no solo eso: su producción comen- zó a conquistar
muchos mercados internacionales, gracias a su espléndida situación
geográfica en el centro de Europa ya la cali- dad de sus materiales.
A partir de 1908, Alemania acaparará mercados tradicional-
mente ingleses como Turquía y el mundo árabe. Hasta aliados ínti-
mos, como la propia Francia (la más importante de las aliadas del
Imperio Británico), comenzarán a comprar también productos ale-
manes, casi a la par que las importaciones desde Inglaterra. Los
pequeños pero prósperos países del Benelux se echaron en brazos de
la industria alemana y llegaron a convertir el gran puerto de Rot-
terdam (el más grande del mundo junto con el de Londres), en la
salida natural de las manufacturas germanas, que llegaban hasta ahí,
bien en transporte fluvial por el Rin, bien en el potente ferro- carril
alemán. Otro aliado inglés, la Rusia zarista, triplicó la entra- da de
productos alemanes, convirtiéndose las importaciones ingle- sas en la
cuarta parte de las germanas. Hasta la célebre firma germana Krupp
estuvo a punto de hacerse con la fabricación del material bélico ruso,
de no haber sido por la intervención directa del Gobierno. Alemania,
además, comenzó a facilitar la tarea a los países necesitados de sus
excelentes productos mediante el empleo de una organización de
concesión de créditos muy flexible. La industria alemana siguió
subiendo en vísperas de la guerra y el Reino Unido no podía permitir
tamaño desafío a su poderío tradi- cional en el sector. Muchas voces
en Inglaterra, Francia y Alemania comienzan a opinar que la guerra
podrá solucionar el conflicto de intereses económicos dejando
incapacitado al rival.
Londres no debió asustarse tanto porque todavía dominaba casi
enteramente el mercado de valores. Las bolsas alemanas, en especial
las de Berlín y Frankfurt, no pudieron competir con los mercados
financieros de la City, ni siquiera con los de París. El Reich no pudo
colocar, así, los marcos alemanes más allá de sus fronteras, pero supo
patrocinar y orientar muy bien su inversión en el interior del país, lo
que curiosamente la hizo más rica y fuerte. Por ello, los movimientos
internacionales de capitales provocaron ásperos debates en 1913 y la
primera mitad del 14, que llenaron las páginas económicas de la
prensa alarmando a la población y a los inversores.
Toda esta situación de la economía mundial se mezcló con
aspectos más graves, al unírsele las consideraciones políticas. Por
ejemplo, Alemania, como hemos visto, añoraba poseer un imperio
colonial, no solo por cuestiones de prestigio internacional (cuestión
en aquel entonces muy importante), sino también para poder esta-
blecer ella misma su pacto colonial. Así se ahorraba cantidad ingen-
te de capital, obteniendo materias primas más baratas y mercados
más fáciles. A veces, la política económica chocaba de frente con los
pactos y presupuestos de las potencias. En la guerra balcánica de
1908, Francia no pudo apoyar a Rusia, como habría sido su deber,
porque en ese momento el Imperio Turco era un valioso mercado en
auge (su red ferroviaria era francesa).
Todo ello hizo adoptar en la mayoría de los países grandes medi-
das proteccionistas, lo que llevó a un control mayor del Estado de sus
respectivas economías y fue preparando un clima prebélico de roces,
competencia y falta de libertad. Además, el miedo se hizo todavía
más espeso en Europa al observar el crecimiento espectacu- lar de
Japón y los Estados Unidos de América, que presagiaban el cierre de
algunos -muchos- mercados mundiales a los europeos. Agoreros
franceses, ingleses y alemanes llegaron a hablar del estran-
gulamiento del comercio mundial al que llevaría el crecimiento nipón
y americano. Muchos pensaron que una buena guerra acaba- ría con
esa posibilidad.

1.4. RIvALIDADES PSICOLÓGICAS

En el caso de la Gran Guerra sería falso adjudicar toda la culpa a


las rivalidades militares, diplomáticas, territoriales u económicas.
También tuvieron mucha fuerza como causa del conflicto una serie de
ideas, como el culto a unos valores morales y patrióticos que lle-
vaban el germen del militarismo y de la xenofobia o el despertar de la
conciencia nacional frente a otras etnias antes más cercanas. Estos
postulados fueron el caldo de cultivo de un clima colectivo que llevó
a pensar a la inmensa mayoría que la guerra era la vía más rápida para
solucionar todos sus problemas, a veces antagónicos y, por ende,
todos los problemas mundiales.
A este clima psicológico prebélico contribuyeron mucho varios
grupos: a} el Ejército: el hecho que para conseguir que los Gobier- nos
y la opinión pública aceptasen el aumento de las cargas milita- res, el
ejército de muchos países se vio obligado a insistir en el «peligro» de
la guerra; b} la prensa: los periódicos publican todo suceso conflictivo
con excesivo sensacionalismo. Además se hacen eco continuo del
riesgo que supone para el país cada movimiento del teórico enemigo
y, por si fuera poco, abundan en invocaciones patrióticas y en
declaraciones xenófobas: «la hora de ajustar cuen- tas a esos
arrogantes está próxima», y e) el gobierno: en algunos paí- ses,
temerosos de la actitud pasiva de las masas, son los miembros del
propio Gobierno quienes insisten, una y otra vez, en el peligro
internacional.
y también contribuyeron los siguientes factores psicológicos:

1.4.1. El nacionalismo

Puesto de moda por el Romanticismo, el nacionalismo corrió paralelo


al desarrollo y triunfo de la burguesía y del liberalismo en Europa. Las
ideas nacionalistas que crearon a principios de siglo países como
Bélgica y Grecia, fueron desarrollándose consustancial- mente al
desarrollo del siglo XIX hasta convertirse a finales del mismo en una
especie de chauvinismo excluyente y xenófobo. La Historia con
mayúsculas fue manipulada, hasta convertirla en una historia
nacionalista y tribal en que cada grupo descubrió motivos de
resentimientos y reivindicaciones contra sus vecinos. Desde el País
Vasco hasta Armenia surgieron movimientos nacionalistas y mesias
revanchistas que sembraban el odio contra sus vecinos, anta- ño
amigos. Muchas minorías nacionales de Europa Central y Orien- tal
(checos, polacos, croatas, serbios) habían tomado conciencia poco a
poco de su propio ser nacional y esas ansias de independen- cia
producían revueltas y tensiones cada vez más graves en el seno de los
viejas monarquías-estado multinacionales que los cobijaban o
retenían, según se mirase.
Junto a estos movimientos que podríamos llamar secesionistas,
surgieron también movimientos nacionalistas unificadores. Es tam-
bién el momento delpangennanismo, que abogaba por una unión de
todos los pueblos germanos. Austria, los Sudetes y la Suiza alemana
deberían unirse en un Imperio Alemán todavía más grande y pode-
roso, que llegará a hacer guiños incluso a Escandinavia. También
surge elpaneslavismo, que pretende romper todas las barreras fron-
terizas entre las etnias de origen eslavo y crear incluso una gran
nación eslava desde Moscú a Belgrado.

1.4.2. El militarismo

Quizá nunca hubo una presencia militar más grande en los


Gobiernos del mundo que en el siglo XIX. Vayamos a la ciudad que
queramos, desde Lima a San Petersburgo y nos encontraremos con
que casi todos los estadistas y próceres del siglo XIX a los que se
levantó una estatua son militares. Hasta el callejero de Madrid es
militar: Serrano, O'Donnell, Narváez, Espartero (Príncipe de Verga-
ra), Prim ... Todos ellos, además, fueron presidentes de Gobierno y
alguno, incluso, regente. Los generales pintan mucho en la vida
nacional europea y los uniformes se dejan ver por doquier. Es más, el
káiser Guillermo, el emperador Francisco José y el zar Nicolás
siempre visten de uniforme. El propio archiduque Francisco Fer-
nando murió asesinado (detonante de la guerra) con casaca militar.
Los Estados Mayores controlan, además, las políticas interna-
cionales y convencen a sus respectivos jefes de que es preciso incre-
mentar la carrera de armamentos, y apoyar así una política agresi- va
contra el rival, que es -insisten en ello- potencial enemigo. En
extraña paradoja, la política de incremento de armamentos fue tanto
resultado de la tensión como causa de su agudización. Alema- nia
aumentó entre 1913 y 1914 en 200.000 hombres su ejército de tierra
(de 620.000 a 820.000) por temor a la guerra, exactamente lo mismo
que había hecho Austria ante la Primera Guerra Balcánica. Pero ello
llevó esta vez a una escalada continental. Francia elevó también sus
contingentes de tropas y fijó el servicio militar en tres años, mientras
Rusia llegaba a poseer un ejército de 1.8000.000 sol- dados en 1914.
Eran fuerzas formidables para la guerra y, desde luego, muy
excesivas para la paz.

1.4.3. Psicosis de guerra

Serían precisos muchos matices y estudios pormenorizados para


explicar este último factor como se merece, pero lo cierto es que
nunca hubo una psicosis de guerra tan grande como entre 1912 y
1914. Ya fuera por la ausencia de una auténtica guerra europea en
toda su dimensión desde las campañas napoleónicas, lo que hacia que
nadie supiera realmente en que consistía tal hecho, ya fuera por la
convicción nacionalista de que su país era el mejor y el más inven-
cible, ya fuera por la ingenua y optimista idea de progreso, o ya fuera
por el halo romántico de las heroicidades y los uniformes o por la
estupenda tajada territorial y económica que se esperaba sacar de la
victoria, el hecho es que nadie hizo nada especial para que estallase
la guerra, pero tampoco nadie hizo nada -y suena muy duro decirlo-
para impedirla.
Lo cierto es que la psicosis de guerra lo llenó todo durante un par
de años. Los colegiales se enardecían con el puño en alto pidien- do
venganza en las clases de Historia. Los universitarios añoraban la
gloria de las batallas, en vez de sumergirse en sus libros. Los
periódicos azuzaban el odio contra los no-nosotros y sugerían que la
única solución era la guerra. A los parlamentarios se les calentaba
peligrosamente la boca. Hasta los poetas lanzaban rimas incendia-
rias o, por lo menos, inflamadas de patriotismo. Rupert Brooke
publicaba en 1914 su célebre poema The soldier.

Si muero, piensen en mí solo así:


que un rincón de un campo lejano,
será por siempre Inglaterra. Habrá ahí,
escondido en esa buena tierra, un polvo mejor;
polvo a quien Inglaterra llevó, formó, iluminó,
dio sus flores, una vez, para amar, caminos que vagar;
un cuerpo de Inglaterra que respiró aire inglés, bañado
por los ríos, bendito por los soles de su hogar. y
piensen: ese corazón, libre de todo mal,
un pulso en la mente eterna, corresponde
en algún lugar, nada menos, que a los pensamientos de Inglaterra: a
sus paisajes y sonidos; a los sueños de días plenos
a la risa de los amigos, contagiada; y a la tranquilidad
de corazones en paz, bajo un Cielo inglés. *

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