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Lunes 20 de mayo

SEGUNDO MÓDULO

LISTA DE TEXTOS

2.1 San Justino mártir, Diálogo con Trifón: cap. 2,


p. 3 – cap. 3, p. 1; y cap. 8, p. 1.

2.2 San Justino mártir, Apología I: p. 20; 44, 10 y


46, 2.

2.3 San Justino mártir, Apología II, p. 13.

2.4 Clemente de Alejandría, El Pedagogo, Libro I,


p. 1, 1 – 3, 3; 28, 1; 29, 1; 99, 1. Libro III, p. 1, 1.

2.5 Clemente de Alejandría, Strómata, Libro I, par.


11, 1-2; 12, 3; 13, 1-3; 14, 3 – 15, 1; 17, 4 – 18, 4;
28, 1 – 4; 30, 1; 32, 4.

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TEXTO 2.1
San Justino mártir, Diálogo con Trifón: cap. 2, p. 3 – cap. 3,
p. 1; y cap. 8, p. 1.

Capítulo 2. [3] Yo mismo, en mis comienzos, deseando


también tratar con alguno de estos filósofos, me puse en
manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero
dándome cuenta que nada adelantaba en el conocimiento
de Dios, sobre el que tampoco él sabía palabra ni decía ser
necesario tal conocimiento, me separé de él y me fuí a otro,
un peripatético, hombre agudo, según él creía. Este me
soportó bien los primeros días; pero pronto me indicó que
habíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato
no resultara sin provecho. Yo le abandoné por esta causa,
pues ni filósofo me parecía en absoluto.
[4] Pero mi corazón estaba lleno del deseo de oír lo que es
peculiar y más excelente en la filosofía; por eso me dirigí a
un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy
altos pensamientos sobre la propia sabiduría. Apenas me
puse al habla con él, con intención de hacerme oyente y
discípulo suyo:
-¿Cómo? -me dijo- ¿ya has cursado música, astronomía y
geometría? ¿Te imaginas que alguna vez vas a contemplar
una de aquellas realidades que contribuyen a la felicidad,
sin aprender primero lo que puede separar al alma de lo
sensible, y prepararla para lo inteligible, de modo que
pueda ver lo bello en sí y lo que es en sí bueno?
[5] Me hizo un largo panegírico de aquellas ciencias, me las
presentó como necesarias, y, confesándole yo que las

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ignoraba, me despidió. Como es natural me molestó haber
fracasado en mi esperanza, tanto más cuanto que yo creía
que aquel hombre sabía algo. Por otra parte, considerando
el tiempo que tendría que gastar en aquellas disciplinas, no
pude sufrir diferirlo para tan largo plazo.
[6] Estando así perplejo, me decidí, por fin, a tratar también
con los platónicos, pues gozaban también de mucha fama.
Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra
ciudad un hombre inteligente, una eminencia entre los
platónicos. Con éste tenía yo mis largas conversaciones y
progresaba, así cada día hacía progresos notables. La
consideración de lo incorpóreo me cautivaba; la
contemplación de las ideas daba alas a mi espíritu (cf.
Platón, Fedro 249c; 255d); me imaginaba haberme hecho
sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía esperar que
de un momento a otro iba yo a contemplar al mismo Dios.
Porque tal es la finalidad de la filosofía de Platón.
Capítulo 3. [1] Con esta disposición de ánimo, determiné un
día henchirme de abundante soledad y huir de los caminos
de los hombres, por lo que marché a un lugar retirado, no
lejos del mar. Cerca ya de aquel sitio, donde me proponía,
una vez que llegase, estar ante mí mismo, me iba siguiendo,
a poca distancia, un anciano, de aspecto no despreciable,
que daba señas de poseer bondadoso y venerable carácter.
Me dí vuelta, me detuve, y clavé fijamente en él mi mirada
(…)
Capítulo 8. [1] Esto dicho y muchas otras cosas que no hay
por qué referir ahora, marchóse el anciano, después de
exhortarme a proseguir la meditación, y yo no le volví a ver
más. Pero inmediatamente sentí que se encendía un fuego
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en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a
aquellos hombres que son amigos de Cristo; y dialogando
conmigo mismo sobre las palabras del anciano, hallé que
ésta sola es la filosofía segura y provechosa.

TEXTO 2.2
San Justino mártir, Apología I: p. 20; 44, 10 y 46, 2.

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TEXTO 2.3
San Justino mártir, Apología II, p. 13.

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TEXTO 2.4
Clemente de Alejandría, El Pedagogo, Libro I, p. 1, 1 –
3, 3; 28, 1; 29, 1; 99, 1. Libro III, p. 1, 1.

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TEXTO 2.5
Clemente de Alejandría, Strómata, Libro I, par. 11, 1-2; 12,
3; 13, 1-3; 14, 3 – 15, 1; 17, 4 – 18, 4; 28, 1 – 4; 30, 1; 32, 4.

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14.3. En efecto, hay cosas de las que no recordamos nada
(pues aquellos bienaventurados hombres tenían una
extraordinaria capacidad [intelectual]); hay otras que, por
no tenerlas anotadas, las hemos recordado alguna vez, pero
ahora se nos han olvidado con el [paso del] tiempo; no
obstante, las [que escribo] no son otras que aquellas, que
permaneciendo en mi memoria casi habían desaparecido de
la misma, puesto que no es fácil memorizar a quien no está
bien ejercitado; precisamente ésas [quiero] reavivar en estas
notas. Hay cosas que, escogiendo de lo conocido, tengo que

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pasar por alto voluntariamente, ya que tengo miedo de
poner por escrito incluso aquello que reservamos al hablar,
y no por envidia (pues no sería lícito), sino por respeto para
quienes las lean, no sea que se precipiten [en ellas] de
manera infundada, y venga a suceder que tendamos una
espada al niño, como afirman quienes gustan de
proverbios.
14.4. “Porque es imposible que haya escritos que no lleguen
a divulgarse” (Seudo Platón, Epístolas, II,314 B), aunque yo
no los haya dado a conocer [jamás]; sin embargo, lo que va
y viene anunciado de continuo y de modo uniforme por la
sola palabra escrita, no responde a un [posible]
interrogador nada más que lo que está escrito, puesto que
carece de la obligada ayuda, tanto del autor mismo como de
cualquier otro que [anteriormente] haya recorrido el mismo
camino(1).

15.1. Mi escrito aludirá a algunas cosas e insistirá en otras y


sólo mencionará unas pocas, pero procurará hablar de lo
que permanece olvidado; desvelará lo oculto e indicará lo
secreto.
17.4. Lo mismo que los agricultores riegan la tierra antes [de
sembrar], así también nosotros regamos con el agua potable
de los pensamientos griegos, regamos la tierra que ellos
son, para que reciban la semilla espiritual que ha sido
sembrada, y así pueda crecer [en ellos] fácilmente.

Sobre la filosofía
18.1. Por tanto, estos Stromata recorrerán la verdad
mezclada a las enseñanzas de la filosofía, o mejor, envuelta
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y oculta en ellas, como el fruto comestible de la nuez; me
parece que sólo a los labradores de la fe corresponde el
custodiar las semillas de la verdad.
18.2. No se me ocultan tampoco las murmuraciones de
algunos ignorantes timoratos que dicen que es necesario
ocuparse de lo más imprescindible, o sea, de lo que
contiene la fe, y prescindir, en cambio, de las cosas externas
y superfluas, que nos fatigan inútilmente y nos ocupan el
tiempo sin aportar nada al objetivo final.
18.3. Incluso hay quienes piensan que la filosofía es mala,
porque se ha introducido en la vida de los hombres para su
perdición por un malvado inventor.
18.4. Pero, yo mostraré a lo largo de estos Stromata que el
vicio (lit.: la maldad) es de naturaleza mala, de la que
ningún labrador puede jamás hacer crecer nada bueno, e
insinuaré de alguna manera que la filosofía también es obra
de la divina Providencia.

28.1. Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria


para la justificación de los griegos; ahora, sin embargo, es
provechosa para la religión, y constituye una propedéutica
para quienes pretenden conseguir la fe mediante
demostración racional; por eso se dice: “Tu pie no
tropezará” (Pr 3,23), refiriendo a la Providencia lo que es
bueno, tanto griego como nuestro.
28.2. Ciertamente, Dios es la causa de todos los bienes; de
algunos de modo directo, como del Antiguo y del Nuevo
Testamento, de otros mediatamente, como de la filosofía.

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28.3. Quizás también la filosofía haya sido dada
primitivamente a los griegos antes de que el Señor les
llamara a la fe, ya que también la filosofía educaba a los
griegos, al igual que la Ley a los hebreos, hacia Cristo (cf.
Ga 3,24). En verdad, la filosofía, abriendo camino,
predispone al que va a ser perfeccionado por Cristo.
28.4. Por eso dice Salomón: “Haz acopio de sabiduría y te
ensalzará, y te coronará con diadema espléndida” (Pr 4,8.
9); una vez que tú la hayas fortificado con la almena (lit.:
coronación de un muro) de la filosofía y de toda clase de
bienes, la mantendrás inaccesible a los sofistas.

30.1. Al igual que el ciclo de estudios es útil para la filosofía,


que es su señora (o: reina), así también la misma filosofía
contribuye a la adquisición de la sabiduría. La filosofía es
una práctica (o: búsqueda) de la sabiduría; la sabiduría, en
cambio, es la ciencia de las cosas divinas y humanas y de
sus causas. La sabiduría es la señora de la filosofía, como
ésta lo es de la propedéutica.

32.4. Manifestamos, por tanto, abiertamente desde ahora


que la filosofía consiste en la búsqueda de la verdad y de la
naturaleza de los seres (esa verdad de la que dijo el Señor
mismo: “Yo soy la verdad” [Jn 14,6]); y además, la
educación preparatoria del descanso en Cristo ejercita el
espíritu y despierta la inteligencia, generando la afición
investigadora mediante la verdadera filosofía. Es la que han
descubierto y tienen los iniciados, o mejor, la han recibido
de la Verdad misma.

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