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AUTORES
TEXTO
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Caterina García
Ángel J. Rodrigo

Los límites del proyecto imperial


ESTADOS UNIDOS Y EL ORDEN INTERNACIONAL
EN EL SIGLO XXI
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COLECCIÓN ENCUENTROS INTERNACIONALES


DIRIGIDA POR FRANCISCO JAVIER PEÑAS

DISEÑO DE COLECCIÓN: ESTUDIO PÉREZ-ENCISO

ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA:

© CATERINA GARCÍA Y ANGEL J. RODRIGO, 2008

© LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2008


FUENCARRAL, 70
28004 MADRID
TEL. 91 532 05 04
FAX 91 532 43 34
WWW.CATARATA.ORG

LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL.


ESTADOS UNIDOS Y EL ORDEN INTERNACIONAL EN EL SIGLO XXI

ISBN:
DEPÓSITO LEGAL:

ESTE MATERIAL HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN


DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSI-
BLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN
DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONS-
TAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.
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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. LA INVIABILIDAD DEL ORDEN IMPERIAL


1. Introducción
2. El proyecto imperial
3. El orden internacional cuestionado
4. Un orden imperial inviable
5. Consideraciones finales

CAPÍTULO 2. LOS LÍMITES DE LA SEGURIDAD IMPERIAL:


SEGURIDAD HUMANA, SEGURIDAD COLECTIVA
Y DERECHO INTERNACIONAL
1. Introducción
2. Los desafíos actuales a la seguridad en la Comunidad
internacional
3. La seguridad como seguridad humana
4. La seguridad colectiva como un instrumento
para la seguridad humana
5. La seguridad humana basada en el Derecho
internacional
6. Consideraciones finales
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CAPÍTULO 3. EL DERECHO INTERNACIONAL HEGEMÓNICO


Y SUS LÍMITES
1. Introducción
2. Hegemonía y Derecho internacional
3. Características del Derecho internacional
hegemónico
4. Los límites del Derecho internacional hegemónico
5. Consideraciones finales

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE AUTORES CITADOS


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INTRODUCCIÓN*

El proyecto imperial elaborado y puesto en práctica por la


Administración del presidente norteamericano G.W. Bush ha
determinado en gran medida los temas de debate y estudio en dife-
rentes disciplinas como las Relaciones Internacionales, la Historia
contemporánea, y la ciencia del Derecho internacional en esta pri-
mera década del siglo XXI. El denominado proyecto imperial,
resultado de un enfoque neoconservador de la política exterior
estadounidense y de las relaciones internacionales, está basado, de
forma sintética, en la creencia de que tal política debe reflejar los
valores fundamentales de las democracias liberales y, por ello,
reinterpreta el principio de soberanía e incorpora como herra-
mienta la utilización del poder de los Estados Unidos para el cam-
bio de regímenes en aquéllos Estados que no sean democráticos; en
un nuevo y alarmante análisis de las amenazas globales (en particu-
lar, del terrorismo internacional y de los llamados Estados cana-
llas) que ahora sabemos que es equivocado; y en la desconfianza
respecto a la legitimidad y eficacia del Derecho internacional y de
las instituciones internacionales para proporcionar seguridad o
justicia, por lo que defiende el uso de la fuerza incluso de forma
preventiva, bien de manera unilateral o junto a los aliados que
voluntariamente quieran unirse a la acción. Este enfoque neocon-
servador de la política exterior, de acuerdo con D. Zolo, puede ser

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considerado como un proyecto imperial en varios sentidos. En pri-


mer lugar, es imperial en sentido geopolítico porque tiende a operar
tanto económica como militarmente, a través de su hegemonía
militar absoluta, en una dimensión no espacial ya que, antes que la
ocupación continua y la anexión de territorios, busca estrategias
indirectas para lograr la “seguridad global” y un “nuevo orden
mundial”. En segundo lugar, es imperial en sentido sistémico,
puesto que tiene como objetivo que Estados Unidos sea el líder del
sistema mundial de las relaciones internacionales, quien determi-
ne la distribución de riqueza y poder e imponga su propia visión del
orden. En tercer lugar, este enfoque es imperial en sentido norma-
tivo por su tendencia a ignorar y a reformular las normas de
Derecho internacional. Y, por último, es un proyecto imperial en
sentido ideológico por su apelación constante a valores que conside-
ra universales para justificar su imposición incluso mediante el uso
de la fuerza1.
El impacto potencial de este proyecto imperial sobre las rela-
ciones internacionales y sobre el Derecho internacional se ha visto
incrementado, antes que por la solidez de su elaboración teórica,
por su adopción y aplicación por la Administración del presidente
Bush, en especial, durante sus primeros seis años de mandato. Sus
consecuencias en la práctica internacional explican, en buena
medida, la enorme atención que la doctrina de diferentes discipli-
nas le ha prestado.
Esta obra tiene por objeto el examen de la viabilidad y los
límites del proyecto imperial. En ella se sintetizan las reflexiones y
trabajos elaborados por sus autores a lo largo de los últimos años
sobre tres de los aspectos fundamentales en los que se basa el
denominado proyecto imperial norteamericano: el orden interna-
cional, la seguridad y el Derecho internacional. La tesis fundamen-
tal que se defiende es que el pretendido proyecto imperial,
entendido como un enfoque neoconservador de la política exterior
norteamericana y de las relaciones internacionales, tiene impor-
tantes límites que pueden explicar su fracaso y su consiguiente
ocaso como intento de articular las relaciones internacionales y el
Derecho internacional sobre presupuestos diferentes a los tradi-
cionales en la política exterior americana. Se trata, por tanto, de un

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INTRODUCCIÓN

conjunto de trabajos que tienen por objeto el examen de los límites


que tiene el proyecto imperial en tres temas básicos para valorar su
éxito o su fracaso: el orden, la seguridad de los propios Estados
Unidos y de la Comunidad internacional y el Derecho internacional
público.
En primer lugar, como se analiza en el capítulo I, el intento del
proyecto imperial norteamericano de reconfigurar el orden inter-
nacional al abandonar el tradicional multilateralismo hegemónico
y sustituirlo por el recurso al unilateralismo y al reinterpretar algu-
nos principios básicos de la arquitectura normativa para condicio-
nar la soberanía de los demás Estados y para ampliar, incluso con
carácter preventivo, sus posibilidades de uso de la fuerza se ha
revelado imposible. Es decir, se defiende que la transformación del
orden internacional en un orden imperial es inviable por tres moti-
vos: por su déficit de legitimidad, por su problemática legalidad
internacional y por las dificultades para asumir los costes militares,
económicos y políticos que implica. El pretendido orden imperial
es inviable porque la mayoría de los miembros del sistema interna-
cional no lo perciben como legítimo ya que no tiene autoridad ni
capacidad para generar el consenso necesario para mantenerlo ni
garantiza los tres objetivos básicos que debe proporcionar el orden
en tal sistema: la preservación de la sociedad de Estados, el respeto
al principio de soberanía y el mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales. Además, el orden imperial es inviable porque la
reinterpretación de dos de los principios que integran el arquitra-
be normativo del orden en el sistema de Estados tiene graves pro-
blemas de legalidad internacional: la soberanía condicionada es
contraria a la dimensión sustantiva y, sobre todo y aún más impor-
tante, a la dimensión formal del principio de soberanía, puesto que
éste tiene una naturaleza constituyente del orden y del Derecho
internacional; y la pretendida legítima defensa preventiva es con-
traria a la norma general de ius cogens que prohíbe la amenaza y el
uso de la fuerza en las relaciones internacionales y ha sido rechaza-
da por la mayoría de los Estados y miembros de la Comunidad
internacional. Y, por último, el orden imperial es inviable porque
Estados Unidos, a pesar de su preponderancia militar, económica y
política, carece de capacidad real para asumir los costes militares

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de las intervenciones armadas que dicho orden implica, tiene difi-


cultades para hacer frente a los costes económicos derivados de su
puesta en práctica y supone un coste político desproporcionado por
las tensiones que genera en sus relaciones con sus aliados tradicio-
nales y en su participación en las instituciones internacionales. Si
como afirma N. Fergurson, “el mejor argumento a favor del impe-
rio es siempre un argumento a favor del orden”2, el proyecto impe-
rial no sólo no ha logrado un orden imperial sino que se ha
convertido en una de las amenazas para el orden internacional.
Buena prueba de ello se encuentra en Oriente Medio, donde no sólo
no ha conseguido extender o imponer la democracia, sino que el
desorden, la inseguridad y la aparición de nuevas amenazas en la
zona (la situación interna del Líbano e Irak, el programa nuclear
iraní, entre otros) son en la actualidad una de las fuentes de desor-
den internacional más preocupantes.
En el capítulo II se examinan los límites que tiene la pretendi-
da seguridad imperial, entendida como la seguridad ofrecida y bus-
cada por medio del proyecto imperial estadounidense que está
caracterizada por su errónea percepción de las amenazas (en espe-
cial, las derivadas de Al-Qaeda y el terrorismo internacional y de
los llamados Estados canallas) y porque está basada, casi exclusiva-
mente, en su indiscutible superioridad de medios militares. La
mencionada seguridad imperial se ha revelado incapaz de dar res-
puesta a las necesidades en esta materia de los propios Estados
Unidos y, por supuesto, de la Comunidad internacional. Aún más,
la percepción actual es la DE un mundo más inseguro en el que las
amenazas son difusas y respecto a las que nadie puede hacer frente
en solitario, ni siquiera el Estado más poderoso, como ha recono-
cido ya la propia Administración estadounidense; en el que la segu-
ridad de un Estado, incluso de los más fuertes, depende también de
la de los demás; y en el que las nuevas amenazas y desafíos a la segu-
ridad suponen un riesgo para la seguridad de todos los Estados y de
la Comunidad internacional en su conjunto. Los ejemplos de
Afganistán, Irak o la mal denominada “guerra contra el terrorismo”
son bien ilustrativos de los límites de la seguridad imperial, ya que
los problemas que se pretendían solucionar siguen e incluso se han
agravado, como ha ocurrido en Irak. Por ello, en dicho capítulo, se

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INTRODUCCIÓN

defiende la necesidad de redefinir la seguridad en términos más


amplios y se comparte la idea de pasar del Estado como referente de
una concepción territorial de la seguridad a las personas como
objetivo de una nueva forma de entender la seguridad, la seguridad
humana. Asimismo, se propone, por un lado, que el sistema de
seguridad colectiva de las Naciones Unidas debe evolucionar hasta
convertirse no sólo en un instrumento para la seguridad de los
Estados, sino también para la seguridad de las personas humanas,
en un medio para la seguridad humana. Esto exige que las normas
que regulan el uso de la fuerza en las relaciones internacionales y
las instituciones y procedimientos que integran el sistema de segu-
ridad colectiva se adapten a las nuevas necesidades y funcionen
mejor. Es decir, es preciso que el Consejo de Seguridad funcione de
forma eficaz y adopte las medidas necesarias, sean sanciones u
otras o, en último término, autorice el uso de la fuerza para la pro-
tección de la vida y la integridad física de las personas, en particu-
lar, cuando se estén cometiendo conductas constitutivas de
crímenes contra la humanidad y de genocidio. Y, por otro lado, se
defiende que la seguridad humana, como uno de los objetivos fun-
damentales de la Comunidad internacional, ha de estar basada en el
Derecho internacional que, a la vez que proporciona legitimidad,
supone un límite para el ejercicio del poder y contribuye a reconfi-
gurar la identidad e intereses de los diferentes actores internacio-
nales, incluidos los Estados.
Por último, en el capítulo III, se analiza la pretensión de algu-
nos autores y del proyecto imperial de la Administración Bush de
reconfigurar el Derecho internacional con el fin de transformarlo
en un mero instrumento del poder norteamericano a través del cual
legalizar su hegemonía. Este pretendido Derecho internacional hege-
mónico podría ser, si se consolidara la tendencia imperial, el resul-
tado de un conjunto de prácticas internacionales e internas, del
rechazo a las normas imperativas de Derecho internacional gene-
ral, de la reformulación de otras normas jurídicas internacionales y
de la utilización selectiva de normas e instituciones. El objetivo del
mismo es el reconocimiento jurídico de las diferencias de poder entre
los Estados y de la hegemonía de Estados Unidos mediante su legiti-
mación por el Derecho internacional a través de la incorporación en

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el ordenamiento jurídico internacional de ventajas jurídicas espe-


cíficas para los Estados más poderosos, bien modulando el conte-
nido de las reglas generales, bien por medio de excepciones o bien
a través de normas específicas que protejan sus intereses. Ahora
bien, en dicho capítulo se defiende que este intento de transformar
el Derecho internacional en un Derecho internacional hegemónico
tiene importantes límites materiales, políticos y jurídicos. El
Derecho internacional hegemónico tiene límites materiales por-
que, a pesar la supremacía de poder militar, económico y político
de Estados Unidos, no ha conseguido casi ninguno de sus objetivos,
ya que la coerción y la instrumentalización del Derecho no son sufi-
cientes para imponer a los demás Estados nuevas normas jurídicas,
para garantizar su cumplimiento o para impedir que el resto de la
Comunidad internacional adopte otras sin su consentimiento o,
incluso, con su abierta oposición. Además, el Derecho internacio-
nal hegemónico tiene límites políticos porque carece de legitimi-
dad para los demás miembros de la Comunidad internacional. Aún
más, es percibido como un mal ejemplo, como una instrumentali-
zación del Derecho internacional que tiene como finalidad la lega-
lización de la hegemonía de Estados Unidos y el reconocimiento
jurídico de las desigualdades entre los Estados. Por ello, difícil-
mente puede tener éxito ya que, salvo coerción o muy improbable
coincidencia de intereses de los demás Estados con Estados
Unidos, no será aceptado ni cumplido de forma voluntaria porque
no se lo considera legítimo. Y, por último, el Derecho internacional
hegemónico tiene también límites jurídicos derivados tanto del
Derecho internacional público como del propio derecho nortea-
mericano. En el caso del primero, los límites jurídicos son de tres
tipos: sistémicos, sustantivos y formales. Los límites jurídicos de
carácter sistémico son, entre otros, el reconocimiento generaliza-
do de que la voluntad de los Estados ya no es el único fundamento
de la obligatoriedad de las normas jurídicas internacionales, la
existencia de normas imperativas que regulan y protegen intereses
generales de la Comunidad internacional en su conjunto o el carác-
ter constitutivo del principio de igualdad soberana tanto para el
actual sistema internacional como para el Derecho internacional
público. Los límites jurídicos de carácter sustantivo se derivan del

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INTRODUCCIÓN

propio contenido del Derecho internacional, en especial, de aque-


llas normas que regulan intereses y valores comunitarios como el
principio de prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza o las que
regulan la noción y el trato a los prisioneros de guerra. Los límites
jurídicos de carácter formal suponen un obstáculo al intento de
instrumentalización del Derecho internacional por parte de
Estados Unidos. La normatividad del Derecho depende en buena
medida de su autonomía respecto al poder y a la moral. En el caso
del Derecho internacional, los límites formales frente al intento de
legalizar la hegemonía se manifiestan, entre otros ámbitos, en los
procedimientos de conclusión de tratados internacionales y en los
mecanismos de adopción y aplicación de decisiones en el seno de
Organizaciones internacionales en los que Estados Unidos no
puede imponer de forma directa y absoluta ni su poder ni sus inte-
reses. En el caso de los límites derivados del propio derecho norte-
americano, éstos se encuentran en la constitución federal y en su
tradición jurídica, integrada por las principales normas jurídicas y
por la forma en que los tribunales interpretan y aplican las normas
jurídicas internacionales, como bien muestra la jurisprudencia
reciente del Tribunal Supremo.

El ocaso del proyecto imperial ha llegado antes incluso de lo que sus


defensores pensaban. La conclusión que se impone, al menos para
un buen número de autores entre los que nos incluimos, es que
dicho proyecto imperial ha fracasado. Pasado ya, por tanto, el
momento neoconservador en la política exterior estadounidense y
el momento unipolar en las relaciones internacionales, ya que se ha
producido en estos años un proceso de difusión, transferencia y
cambio del poder en el sistema de Estados3, en la doctrina ameri-
cana se han elaborado algunas alternativas a dicha política exterior.
Aquí se van a examinar, de forma sintética y con un carácter pros-
pectivo, algunas de tales propuestas que tienen enfoques diferentes de
tal política en lo relativo a los temas centrales examinados en esta
obra: el orden, la seguridad y el Derecho internacional. La primera

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supone un enfoque que encaja en lo que se denomina el internacio-


nalismo liberal; la segunda constituye una mezcla ecléctica entre el
neoconservadurismo, el realismo y el internacionalismo liberal
que su propio autor ha llamado wilsonismo realista; y la tercera
representa un ejemplo del nacionalismo jacksoniano que desconfía
de las instituciones internacionales y propugna la reducción de la
acción internacional.
La Universidad de Princeton publicó, en septiembre de 2006,
el informe Forging a World of Liberty under Law. U.S. National Security
in the 21st Century, que contiene los resultados del Proyecto
Princeton sobre Seguridad Nacional codirigido por los profesores
G. John Ikenberry y Anne-Marie Slaughter, en el que se propone
un enfoque liberal de la política exterior estadounidense4. Según
este informe, los objetivos de dicha política exterior deben ser
fomentar la seguridad interior, el crecimiento económico global y
crear un entorno internacional positivo basado en la cooperación
entre las naciones en materia de seguridad y en la difusión de la
democracia liberal. Para conseguir dichas metas, la estrategia nor-
teamericana debe reunir seis criterios: multidimensionalidad, es
decir, ser capaz de recurrir a diferentes instrumentos según las cir-
cunstancias; ser integrada, fusionando el poder de coacción con el
poder de atracción; basada antes en los intereses comunes que en
las amenazas; fundada antes en la esperanza que en el temor; ha de
perseguirse tanto en el plano interno como en el internacional de
otros Estados; y ha de estar adaptada a la era de la información. En
esta propuesta se defiende que Estados Unidos ha de intentar for-
jar un Mundo de Libertad regido por el Derecho. Esto exige la difusión
de la democracia liberal, construir un orden internacional liberal y
repensar el papel de la fuerza en las relaciones internacionales. Se
defiende que el orden internacional establecido después de la II
Guerra Mundial se ha roto y que es necesario reconstruir un nuevo
orden, pero no aquél orden, sino un orden internacional liberal
con un sistema de instituciones internacionales eficaces en el que
no necesariamente todas han de tener carácter formal. Por ello,
dado que la ONU está en crisis, su reforma ha de ser una prioridad
política, en especial la del Consejo de Seguridad, para ampliar su
composición y eliminar el derecho de veto porque, además de que

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INTRODUCCIÓN

bloquea y hace ineficaz a dicho órgano, ya no sirve a los intereses de


Estados Unidos. En dicho proyecto se propone que el objetivo de la
reforma de la ONU no ha de impedir desarrollar en paralelo, junto
con otros Estados amigos y aliados, un Concierto de Democracias5.
Esta nueva institución tendría como objetivo institucionalizar y
hacer posible la “paz democrática”, que implica la renuncia a usar
la fuerza militar entre las democracias; el compromiso de realizar
elecciones justas y libres a intervalos regulares con una pluralidad
de partidos; el respeto de los derechos civiles y políticos y su tutela
jurisdiccional; y la aceptación de la responsabilidad de proteger a
sus propios ciudadanos de cualquier catástrofe evitable y, cuando
no quieran o no sean capaces, tal responsabilidad la ejercerá la
Comunidad internacional. En este proyecto se defiende la necesi-
dad de repensar el papel de la fuerza, de forma que en lugar de la
doctrina de la primacía, Estados Unidos debe ayudar al predominio
militar de las democracias liberales, desempolvar y actualizar la
doctrina de la disuasión y desarrollar guías directrices sobre el uso
anticipado, que no preventivo, de la fuerza contra terroristas y
Estados extremistas. Se propone que el uso anticipado de la fuerza
contra Estados debe ser muy excepcional, sólo en última instancia
y autorizado por una institución multilateral, preferentemente un
Consejo de Seguridad reformado, pero, si esto no ha sido posible,
el actual Consejo u otro órgano multilateral ampliamente repre-
sentativo como la OTAN.
Francis Fukuyama, que ha compartido aulas y despachos con
pensadores y políticos neoconservadores, concluye que el enfoque
noeconservador de la política exterior norteamericana ha fracasa-
do por errores de la Administración Bush de juicio prudencial o de
puesta en práctica de políticas más que por los principios subya-
centes a dicha política. Destaca tres fallos principales: la evaluación
de las amenazas, la incapacidad para prever la virulenta reacción
global a su “hegemonía benevolente” y su optimismo desmedido
sobre las posibilidades de la ingeniería social a gran escala en
Oriente Medio y en Irak en particular6. Este autor, consciente del
descrédito del programa neoconservador, propone no un regreso al
realismo, sino lo que él llama un wilsonismo realista. Se trata de un
enfoque que mezcla elementos del idealismo wilsoniano, del realismo

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clásico y de los neoconservadores. El wilsonismo realista supon-


dría, en primer lugar, “una drástica desmilitarización de la política
exterior estadounidense y el desplazamiento del énfasis a otra clase
de instrumentos políticos”. La guerra preventiva y el cambio de
régimen por la fuerza serían tan sólo medidas extremas y debería
ponerse fin a la “retórica sobre la cuarta guerra mundial y la guerra
contra el terrorismo”. En segundo lugar, Estados Unidos debería
promover el desarrollo político y económico del resto del mundo,
basado en el estímulo a la democracia en los Estados y en los ins-
trumentos de poder blando antes que en los de coacción. Y, en ter-
cer lugar, dado que el poder estadounidense sigue siendo crucial
para el orden mundial, la mejor manera de ejercerlo y de ser útil es
por medio de su capacidad para configurar instituciones interna-
cionales. Este autor concluye que, tras el 11-S y la guerra de Irak,
existe un déficit de instituciones internacionales porque no existen
suficientes instituciones que confieran a la acción internacional
legitimidad y eficacia a la vez. Unas instituciones realistas para el
siglo XXI requieren dos cosas que suelen ser mutuamente exclu-
yentes: la eficacia que da el poder y la legitimidad derivada de la
participación universal y del uso de métodos y procedimientos de
adopción de decisiones en los que intervienen todos los Estados
miembros7. Para hacer frente a este déficit, propone una especie de
multi-multilateralismo consistente en la creación de nuevas institu-
ciones internacionales tanto de carácter formal como informal y la
adaptación de algunas existentes a las nuevas circunstancias, de
forma que operen de manera superpuesta y en ocasiones competi-
tiva, a las que se pueda recurrir en función de su eficacia y legitimi-
dad a la hora de resolver los problemas de acción internacional o de
satisfacer los intereses estatales8.
Barry R. Posen, especialista en relaciones internacionales y en
estudios sobre seguridad en el Massachusetts Institute of Technology,
defiende una política exterior estadounidense radicalmente dife-
rente a la tradicional. Estados Unidos “necesita ser más reticente
con el uso de la fuerza militar; más modesto respecto al ámbito de
la transformación política dentro y entre países; y más distante
política y militarmente de los aliados tradicionales. Ha de elegir
entre hábito y sentimiento por un lado, y realismo y racionalidad

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INTRODUCCIÓN

por otro”9. Advierte que la política exterior tradicional de republi-


canos y demócratas se ha caracterizado por un gran activismo inter-
nacional. Ahora bien, desde el fin de la guerra fría, los costes de la
política exterior americana se han visto afectados por cuatro
importantes hechos: la concentración de capacidad de Estados
Unidos para que su poder tenga consecuencias en los demás; la ree-
mergencia de la política de la identidad, en especial la que mezcla
religión y etnonacionalismo; la difusión del poder, en particular
del poder militar hacia Estados teóricamente débiles y actores no
estatales; y la globalización, que ha supuesto la difusión del capita-
lismo en todo el globo pero que junto a los beneficios también pro-
voca reacciones negativas para Estados Unidos. Para hacer frente a
los problemas relativos al orden y la seguridad internacionales,
Estados Unidos ha intensificado su activismo inernacional pero
esta estrategia, según Posen, ha fracasado. Según este autor,
“Estados Unidos debe intentar hacer menos. Debe perseguir una
gran estrategia de moderación (a grand strategy of restraint). Menos
no es nada. En esencia, significa que Estados Unidos debe concebir
vías para dar forma antes que para controlar la política internacio-
nal”10. Las amenazas para Estados Unidos no afectan a su soberanía
ya que el país no corre el peligro de conquista o intimidación por
otro Estado más poderoso y el terrorismo internacional, inlcuida
Al-Qaeda, es una amenaza que aunque no debe ser minimizada
tampoco debe ser exagerada. Por ello, necesita proyectar una polí-
tica sobre el mundo en desarrollo que sea consecuente con los valo-
res americanos y que le permita parecer “un buen socio”. Con este
fin, Estados Unidos ha de adoptar una estrategia de moderación en
la acción internacional que suponga actuar menos, reducir costes e
implicar a otros Estados en su propia seguridad. Este autor reco-
mienda tres niveles en dicha estrategia. Por un lado, dados los
medios materiales de los que dispone, Estados Unidos debe ayudar
el primero y el que más en casos de desastres naturales. Segundo,
en lugar de exportar la democracia, ha de limitarse a recomendar a
otros prácticas que les permitan encontrar su propio camino hacia
la democracia o, por lo menos, hacia formas más benignas de
gobierno. Y, tercero, Estados Unidos debe ayudar en las interven-
ciones humanitarias pero con determinadas condiciones: tener

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guías directrices razonables, que tengan el mandato de alguna


organización regional, ofrecer recursos logísticos antes que medios
de combate directo y evitar, siempre que sea posible, el liderazgo en
la intervención armada. En suma, Estados Unidos debe concebir
sus intereses en materia de seguridad en términos más reducidos y
compartir la responsabilidad y costes de forma más equitativa con
sus aliados tradicionales, entre ellos, la OTAN, Japón e Israel.
El objetivo de esta obra es proporcionar a los alumnos univer-
sitarios y a otras personas que puedan estar interesadas en estas
materias un conjunto de lecturas sobre diferentes cuestiones cru-
ciales en esta primera década del siglo XXI que afectan a todos los
Estados, a la sociedad civil global y a la Comunidad internacional en
su conjunto. Para ello, esta obra pretende divulgar algunas ideas
contenidas en trabajos científicos que, bien de forma conjunta o
individual, los autores habían realizado previamente, intentando
compatibilizar la claridad expositiva y el rigor analítico. El capítulo
I sobre “La inviabilidad del orden imperial” es el resultado de la
reelaboración y profundización de las ideas fundamentales conte-
nidas en las aportaciones de los autores a la obra de la que son edi-
tores, El imperio inviable. El orden internacional tras el conflicton de
Irak11. El capítulo sobre “Los límites de la seguridad imperial:
seguridad humana, seguridad colectiva y Derecho internacional”
tiene su origen en las ideas expuestas en la introducción y las con-
clusiones elaboradas por los autores para la obra de la que son edi-
tores, La seguridad comprometida. Nuevos desafíos, amenazas y
conflictos armados12. Y el capítulo sobre “El Derecho internacional
hegemónico y sus límites” es una versión modificada y aligerada de
buena parte de su aparato bibliográfico contenido en las notas a pie
de página de un artículo elaborado por A. Rodrigo y publicado en el
Anuario Español de Derecho Internacional13. La finalidad de esta
obra, por tanto, es acercar a un público más amplio las ideas y refle-
xiones realizadas a lo largo de estos últimos años en diversos traba-
jos científicos sobre un tema que, como ya se ha resaltado, ha
focalizado el estudio científico en tales años: la elaboración, puesta
en práctica y posterior fracaso del proyecto imperial norteamerica-
no. A su vez, tales trabajos constituyen una suerte de abanico de las
preocupaciones intelectuales de sus autores.

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INTRODUCCIÓN

Los trabajos que integran esta obra tienen un enfoque inter-


disciplinar, resultado de la interrelación de las disciplinas científi-
cas que practican sus autores, la Teoría de las Relaciones
internacionales uno y la ciencia del Derecho internacional otro.
Este enfoque interdisciplinar enriquece y completa el análisis de
los diferentes temas tratados. Las perspectivas de análisis de las
relaciones internacionales que incorporan las preocupaciones
normativas y le otorgan importancia al Derecho internacional y a
las instituciones internacionales tienen un mayor rendimiento
explicativo porque las normas jurídicas no sólo tienen un carácter
regulador de las relaciones entre Estados, sino que también tienen
una dimensión constitutiva de las identidades e intereses de los
actores internacionales. Las concepciones del Derecho internacio-
nal que lo entienden como un ordenamiento jurídico con una
estructura normativa abierta facilitan las relaciones con el poder y
la moral sin perder su autonomía y, por ende, su normatividad,
incrementan su relevancia en las relaciones internacionales por-
que ayudan a dar respuesta a las nuevas necesidades que tienen los
miembros de la Comunidad internacional. El enfoque interdiscipli-
nar de las relaciones internacionales puede ayudar a ambas disciplinas a
escapar de los riesgos derivados de la instrumentalización por un lado
y de la insularidad por otro. Dos buenos ejemplos de los resultados
de este enfoque metodológico son los capítulos de esta obra dedica-
dos al orden y a la seguridad.
Un análisis del orden, entendido exclusivamente como el
resultado de las relaciones de poder en el sistema de Estados, no
podría explicar cómo y por qué se mantiene o evoluciona a lo largo
del tiempo. Un análisis de la estructura normativa del orden inter-
nacional al margen de las consideraciones de poder e interdepen-
dencia del sistema internacional en el que opera ese orden no
ofrecería una explicación plausible sobre la identificación y conte-
nido de las normas básicas que sirven para regular las relaciones
entre los Estados y proporcionan espectativas estables para tales
relaciones. Todo sistema de orden internacional tiene su reflejo en
una arquitectura normativa que, desde la ciencia del Derecho
internacional, se puede contribuir a describir y a interpretar. Todo
sistema de orden internacional es el resultado de unas relaciones

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

de poder, de conflicto y de cooperación que la Teoría de las Re-


laciones Internacionales puede contribuir a describir y a explicar.
El análisis de la seguridad basado exclusivamente en el poder,
aunque sea el del Estado que cuenta con mayores y mejores medios
militares, no podría explicar los límites que tiene la seguridad
imperial: la imposibilidad de Estados Unidos de garantizar en soli-
tario su propia seguridad y de hacer frente a los nuevos desafíos y
amenazas a la seguridad. El examen desde un enfoque estrictamen-
te normativo podría llevar a conclusiones bien alejadas de la reali-
dad. Es preferible un enfoque interdisciplinar que incorpore el
análisis de los recursos materiales vinculados al poder con las pre-
ocupaciones normativas y éticas. Por ello, se defiende que la segu-
ridad sea concebida no sólo en términos de seguridad de los
Estados sino también de las personas, que sea una seguridad
humana. A ella debe contribuir el sistema de seguridad colectiva de
las Naciones Unidas y, además, ha de estar basada en el Derecho
internacional.

NOTAS

* Esta obra ha sido realizada en el marco del Proyecto de investigación subven-


cionado por el Ministerio de Educación y Ciencia, “La construcción del orden
mundial del siglo XXI: actores, autoridades y patrones políticos y jurídicos de
la gobernanza global”, (referencia: SEJ2007-66424).
1. Vid. D. Zolo, “The re-emerging notion of Empire and the influence of Carl
Schmitt’s thought”, en L. Odysseos y F. Petito (eds.), The International Political
Thought of Carl Schmitt. Terror, Liberal War and the Crisis of Global Order, Londres,
Routledge, 2007, pp. 154-165, en particular, pp. 160-162.
2. Vid. N. Ferguson, Coloso. Auge y decadencia del imperio americano, trad. M.
Chocano, Barcelona, Debate, 2005, p. 45 (1ª ed. en inglés, 2004).
3. Vid. J. Solana, “Algunas reflexiones sobre la actualidad internacional”, ARI,
2007, Nº 48, pp. 4-7.
4. Vid. Forging a World of Liberty under Law. U.S. National Security in the 21st Century,
The Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, Princeton
University, 2006 (el texto puede verse en http://www.wws.princeton.edu/ppns.
Esta propuesta está muy influida por las obras de sus dos codirectores G.J.
Ikenberry, Liberal Order and Imperial Ambition, Cambridge, Polity Press, 2006 y A-
M. Slaughter, A New World Order, Princeton, Princeton University Press, 2004.
5. Vid. la Carta para un Concierto de Democracias en el Apéndice A del informe
Forging a World..., op. cit., p. 61.
I. Daalder y J. Lindsay, “Democracies of the World, Unite”, The American
Interest, 2007, vol. 2, Nº 3 (January) también proponen crear un Concierto de

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INTRODUCCIÓN

Democracias por razones de eficacia (las democracias del mundo poseen mayo-
res y más potentes recursos políticos, económicos y militares que el resto de
Estados) y de legitimidad (el texto de este artículo puede verse en
http://www.the-american-interest.com).
6. Vid. F. Fukuyama, America en la encrucijada. Democracia, poder y herencia neo-
conservadora, trad. G. Dols, Barcelona, Ediciones B, 2007 (1ª ed. en inglés
2006), pp. 15-24.
7. Vid. F. Fukuyama, op. cit., 2007, pp. 187-199.
8. Ibid, pp. 163-186; también en su “The Paradox of International Action”, The
American Interest, 2006, vol. 1, Nº 3 (Spring).
9. Vid. B.R. Posen, “The Case for Restraint”, The American Interest, 2007, vol. 3, Nº
2 (November/December).
10 Ibid.
11. Vid. El imperio inviable. El orden internacional tras el conflicto de Irak, Madrid,
Tecnos, 2004.
12. Vid. La seguridad comprometida. Nuevos desafíos, amenazas y conflictos armados,
Madrid, Tecnos, 2008.
13. Vid. “El Derecho internacional hegemónico y sus límites”, Anuario Español de
Derecho Internacional, 2007, vol. XXIII, pp. 147-207.

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CAPÍTULO 1
LA INVIABILIDAD DEL ORDEN IMPERIAL

1. INTRODUCCIÓN

Desaparecida ya la “estable estabilidad” del orden bipolar, el orden


internacional del siglo XXI es más inestable que el del siglo XX, con el
agravante de que ahora las turbulencias se acompañan de un gran
aumento de la inseguridad. La inestabilidad actual proviene de los
efectos de la evolución de las fuerzas sistémicas, tales como las diná-
micas y procesos asociados a la globalización, sumados a los desafíos
al orden establecidos lanzados por distintos actores del sistema. El
orden internacional ha sido y sigue siendo un elemento imprescin-
dible para el buen funcionamiento, en primer lugar, de la sociedad
internacional de Estados y, en segundo lugar y por extensión, del sis-
tema internacional en su conjunto. Así, uno de los objetivos de la
sociedad de Estados ha sido siempre mantener el orden internacio-
nal1, pero esta finalidad se revela especialmente problemática por-
que es difícil establecer un orden entre Estados igualmente
soberanos en un sistema anárquico en el que no existe jerarquía for-
mal entre ellos. Aunque anarquía internacional y orden no son
incompatibles entre sí, la condición anárquica del sistema interna-
cional no facilita el establecimiento y el mantenimiento del orden.
El orden internacional al que nos referimos es un orden entre
Estados, “ (...) es un patrón de actividad que mantiene los objetivos

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primarios o elementales de la sociedad de Estados o sociedad inter-


nacional”2. Siguiendo a Bull, estos objetivos elementales son, en
primer lugar, la preservación de la sociedad de Estados; el mante-
nimiento de la soberanía externa de los Estados; y la limitación de
la violencia, el mantenimiento de los compromisos adquiridos y el
respeto a las normas de propiedad.
La construcción del orden internacional es un largo proceso
fruto de las relaciones de poder y de interdependencia entre los
Estados. La interdependencia pondera el peso de las relaciones de
poder y explica las relaciones cooperativas entre Estados con capa-
cidades asimétricas. En la actualidad, la globalización y la sociedad
de riesgo que genera hacen el orden aún más necesario, si cabe, que
en épocas anteriores. El orden internacional contemporáneo,
vigente desde la Segunda Guerra Mundual, es fruto de la larga evo-
lución del sistema de Estados europeos y algunos de sus principios
básicos del orden internacional contemporáneo se remontan al
siglo XVII (el principio constitutivo de soberanía), mientras que
otros elementos, como los que inspiran la gestión multilateral de la
paz y seguridad internacional y del sistema económico internacio-
nal, son más recientes. A partir de 1945, el orden, manteniéndose
estable, ha ido evolucionando hacia una forma hegemónica, multi-
lateral, altamente consensuada y cada vez más institucionalizada.
El orden principalmente busca la estabilidad. Cuando un
orden se convierte en inestable está siendo cuestionada su identi-
dad, ya sea porque a la mayoría de Estados ha dejado de serles útil,
ya sea porque se han alterado las relaciones de poder que hacen que
a uno —o varios de ellos— ya no les convenga mantenerlo al consi-
derar que puede obtener mayores beneficios de un orden distinto.
En la actualidad, el orden internacional está amenazado y es dis-
funcional ya que está siendo contestado por algunas de sus unida-
des principales y porque, a través de él, los Estados ya no son
capaces de proveer seguridad al sistema y a sus unidades.
Los cambios experimentados en el sistema internacional con
el fin de la guerra fría fueron políticamente muy importantes.
Finalizó el conflicto que había enfrentado a las dos superpotencias
del sistema y que había sido la base de la carrera armamentística
nuclear. La desintegración de la URSS puso fin a la estructura bipolar

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

del poder que había caracterizado el sistema internacional desde


1945. A pesar de la magnitud de los cambios, hasta mediados de los
años 90 se mantuvo inalterable el orden internacional de 1945. No se
cuestionaron en absoluto las estructuras constitucionales del mismo3:
el fin de la guerra fría no puso en entredicho al Estado como actor legí-
timo de la sociedad internacional, ni discutió los principios organiza-
tivos ni los principios de justicia procesal. Al contrario, el fin del
enfrentamiento ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética
permitió, en un primer momento, la revitalización de las instituciones
internacionales cuyo funcionamiento había paralizado la guerra fría.
Las dificultades de las instituciones se evidenciaron posteriormente
ante los conflictos de los Balcanes. La reaparición del conflicto arma-
do en el continente europeo nos enfrentaba a la paradoja de un siste-
ma internacional, que después de haber superado el conflicto por
excelencia de la guerra fría, era más inseguro y más incierto. Afloraron
las desavenencias entre los Estados sobre cómo afrontrar los nuevos
conflictos, la mayoría de ellos intraestatales pero con capacidad des-
estabilizadora en el ámbito internacional: cómo, cuándo y por qué
intervenir y quién y cómo asumir los costes de las intervenciones. Se
agrandaron las diferencias de poder entre las principales potencias
del sistema y, en lugar de tender hacia el mundo multipolar pronosti-
cado por algunos4, se fue consolidando un mundo unipolar. No obs-
tante, se seguían respetando los criterios de corrección de la acción de
los Estados propios del orden internacional de 1945.
Sin embargo, en los últimos años, el orden internacional se ha
visto amenazado desde diferentes flancos y por distintos tipos de
actores internacionales. El cuestionamiento del orden al que nos
referimos puede identificarse con los atentados terroristas del 11 de
septiembre de 2001 y con la respuesta político-militar de la
Administración Bush ante los mismos. Actores no estatales como Al
Qaeda han irrumpido con fuerza en la escena internacional negando la
legitimidad del orden existente, contraviniendo sus normas, cuestio-
nando sus instituciones y atacando directamente a la superpotencia
hegemónica a quién hacen responsable último del mismo. La respues-
ta de Estados Unidos ante esta amenaza, aunque por motivos diferentes,
también ha puesto en entredicho al orden existente. La Administración
Bush ha formulado una propuesta dirigida a reestablecer el orden

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internacional, fin primero de la sociedad internacional. No obstante,


es una propuesta de nuevo orden que rompe con los principios bási-
cos del anterior. Es el denominado proyecto imperial5 o el imperio libe-
ral, propuesto por algunos autores de origen anglosajón6, y que daría
lugar a un orden imperial.
El objetivo de este capítulo es examinar la viabilidad del pre-
tendido orden imperial resultado del proyecto imperial diseñado por
la Administración Bush y puesto en práctica tras los atentados del 11 de
septiembre de 2001. Este proyecto imperial cuestiona el orden inter-
nacional existente desde el final de la II Guerra Mundial al abandonar
el multilateralismo hegemónico y reinterpretar algunos de los princi-
pios básicos que integran la arquitectura normativa que lo sostiene. Su
finalidad, por tanto, está circunscrita a la determinación de la viabili-
dad del mencionado orden imperial y no a valorar el impacto que
dicho proyecto imperial haya podido tener. La tesis que se defiende en
este capítulo es que el pretentido orden imperial es inviable por su
déficit de legitimidad, por su problemática legalidad internacional y
por las dificultades de los propios Estados Unidos para asumir los cos-
tes militares, económicos y políticos que supone.
Este capítulo se estructura en tres partes: en la primera se
identifican las nuevas amenazas al orden internacional, así como
las disfunciones del mismo, y se analiza el denominado proyecto
imperial que, parcialmente, se articula como respuesta a ellas; en la
segunda parte se examinan dos aspectos básicos del orden interna-
cional contemporáneo que han sido cuestionados por el proyecto
imperial: el multilateralismo hegemónico y algunos principios
jurídicos fundamentales que contribuyen a mantener el orden
internacional; y, en la tercera parte, se estudian las razones que
sustentan la tesis del trabajo, la inviabilidad del pretendido orden
imperial anhelado por la Administración Bush.

2. EL PROYECTO IMPERIAL

Como hemos avanzado, el proyecto imperial de la Administración


Bush es, a la vez y sólo parcialmente, una respuesta a las nuevas
amenazas al orden internacional contemporáneo y una amenaza a

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

dicho orden. En este apartado nos referiremos, en primer lugar, a


las diversas causas que originaron su elaboración: las disfunciones
del orden existente, las nuevas amenazas a la seguridad y la situa-
ción hegemónica de Estados Unidos. En segundo lugar, analizare-
mos el significado y las implicaciones del proyecto para un orden
imperial.

2.1. LAS DISFUNCIONES DEL ORDEN INTERNACIONAL


CONTEMPORÁNEO

Aunque las principales amenazas al orden internacional se identi-


fican con los hechos del 11 de septiembre de 2001 y la consiguiente
reorientación de la política exterior estadounidense, el orden
internacional contemporáneo adolecía anteriormente de algunas
disfunciones que minaban su estabilidad y actuaban como precon-
diciones para las nuevas amenazas puesto que un orden que no es
capaz de alcanzar sus objetivos básicos es un orden que pierde
autoridad y legitimidad.
Un orden internacional nunca es perfecto y no por ello es
inviable; el orden tiene capacidad para mantenerse a pesar de cier-
tas disfunciones o contradicciones operativas. Si las actuales ame-
nazan su pervivencia es porque empiezan a rebasar los límites de lo
aceptable. Las disfunciones del orden internacional se remontan a
las últimas décadas del siglo XX y arrancan de su inadaptación a los
cambios operados en la sociedad internacional, si bien se han agu-
dizado al combinarse con las nuevas amenazas a la seguridad. A
principios del nuevo siglo, el orden internacional es disfuncional
en tres aspectos. En primer lugar, no sirve a los objetivos de
muchos de los actores y autoridades de las relaciones internaciona-
les contemporáneas porque persiste un orden interestatal en una
sociedad que ya no es meramente interestatal y en la que el Estado
ha perdido su capacidad de mediador entre sus ciudadanos, el sis-
tema y otros agentes quedando muchas veces a la merced de estos
últimos. La situación actual produce desajustes porque, por una
parte, el orden existente no contempla problemas y retos que tie-
nen su origen en la acción de actores no estatales y, por otra, no es
sensible a los cada vez más diversos objetivos y necesidades de

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éstos. Los principios comunes base del orden multilateral interes-


tatal se diluyen al ser traspasados a una sociedad internacional plu-
ral y global. La adaptación a la evolución y ampliación de la sociedad
internacional contemporánea exigiría que el orden internacional
trascendiese el orden estatal y se complementase con elementos de
orden mundial que considerasen los objetivos primarios de la vida
social de la humanidad en su conjunto7 y la dimensión humana de
la seguridad.
En segundo lugar, algunas de las instituciones, prácticas y
procedimientos del orden vigente resultan inadecuadas para hacer
frente a las dinámicas y problemáticas de la sociedad internacional:
los procesos de globalización en curso, los conflictos regionales, la
proliferación de armas de destrucción masiva, el terrorismo trans-
nacional y las redes transnacionales del crimen organizado son las
que mayores distorsiones provocan, pero no las únicas. Las institu-
ciones, prácticas y procedimientos que constituyen el orden inter-
nacional han quedado obsoletas y no facilitan el plantemiento de
soluciones a los retos contemporáneos porque fueron pensados y
creados en momentos en que estos no existían. La enorme inade-
cuación a la realidad actual las desprestigia y ese desprestigio
alcanza por extensión al orden del que emanan.
En tercer lugar, el funcionamiento del orden pone en eviden-
cia la existencia de una brecha entre la responsabilidad y la capaci-
dad de decisión de los Estados en la sociedad internacional. Los
gobiernos de los Estados democráticos son responsables de la
seguridad y bienestar de sus ciudadanos, sin embargo ya no siem-
pre toman todas las decisiones importantes que afectan sus vidas.
Aunque se haya llegado a esta situación con el beneplácito de los
Estados lo cierto es que muchas decisiones con repercusiones fun-
damentales sobre la ciudadanía recaen en actores y agentes que no
guardan ningún vínculo de legitimidad democrática con ella8. En
este contexto, el orden internacional sigue siendo un orden de
Estados pero muchas de las decisiones importantes de la sociedad
internacional se toman al margen de ellos. Tales decisiones, que
afectan a millones de personas, han sido gestadas por autoridades muy
alejadas de los Estados y sobre ellas no existe ningún control. Esta
situación en la que la distancia entre quienes resultan afectados por

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

una decisión y quienes participaron en su elaboración dentro de un


Estado democrático se agranda progresivamente lleva a Held a
plantear los límites del Estado nación como centro del pensamien-
to democrático9.

2.2. LAS NUEVAS AMENAZAS Y EL ORDEN INTERNACIONAL

El orden contemporáneo se enfrenta a dos tipos de amenazas de


distinta naturaleza: por una parte, el estadio actual del proceso de
globalización está transformando los fundamentos del orden inter-
nacional desde el exterior del sistema interestatal y, por otra, el
nuevo proyecto imperial de los Estados Unidos lo está fragmentando
desde dentro10. Nos ocuparemos a continuación de las primeras.
La globalización en sí no constituye una amenaza al orden
vigente. Es más, en opinión de los críticos y de los activistas anti-
sistema es un instrumento a su servicio. Sin embargo, se pueden
señalar cinco cambios operados en la sociedad internacional resul-
tado del complejo entramado de procesos que conforman la globa-
lización que alteran y amenazan el orden vigente. En primer lugar,
la transformación de la soberanía estatal. Un aspecto de esta trans-
formación es la ya mencionada realidad de las nuevas autoridades y
los nuevos centros de decisión que restan poder e influencia a los
Estados. Los actores no estatales del sistema internacional no
siempre se acomodan al orden internacional de la sociedad de
Estados. En unas ocasiones se aprovechan de él, en otras éste es
imprescindible para el desarrollo de sus actividades y a veces es un
obstáculo para la consecución de sus intereses. En este último caso,
pueden intentar desafiarlo. Otro aspecto es la separación de dos
elementos que habían sido indisociables en el sistema westfaliano:
el Estado soberano y el control de la economía nacional. El orden
político westfaliano se correspondía con realidades económicas ya
que el Estado era una unidad política y económica11. El capitalismo
global ha roto con la lógica previa y ha incapacitando al Estado en el
ejercicio de su rol regulador de la economía nacional. En segundo
lugar, la aparición de los riesgos globales. La sociedad internacio-
nal es hoy, tal como la caracteriza Ulrich Beck, la sociedad del ries-
go12: una sociedad en la que los riesgos ya no son nacionales sino

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sistémicos y civilizacionales, afectan a poderosos y a no poderosos


y, por tanto, no pueden ser resueltos exclusivamente por los
Estados, ni individual ni colectivamente. En tercer lugar, la proli-
feración de amenazas transnacionales y globales que surgen como
reacción a determinadas manifestaciones y consecuencias de la
globalización, a la vez que se amparan en ella, invalidan la concep-
ción de seguridad nacional y la idea del Estado como único provee-
dor de seguridad. El Estado, en tanto que proveedor de seguridad,
actuaba con una lógica nacional territorial mientras que las nuevas
amenazas son aterritoriales y globales. El ejemplo del terrorismo
global pone en evidencia que los Estados ya no pueden garantizar la
seguridad de sus ciudadanos, ni tan sólo en sus dimensiones más
tradicionales, y que para ello se requiere la cooperación transna-
cional con otros Estados y otros actores. En cuarto lugar, el aumen-
to de las desigualdades y una mayor conciencia de ellas crea
globalización política antisistema, contraria al orden y, en ocasio-
nes, generadora de violencia. La pobreza y la desigualdad no son la
causa de la violencia, pero en un mundo globalizado, la permanen-
cia de la pobreza y la desigualdad son un factor de inestabilidad a la
vez que un argumento político que puede ser utilizado para restar
legitimidad al orden y para subvertirlo. Finalmente, en quinto
lugar, la aparición de lógicas superpuestas a la de la seguridad
nacional que acompañan al proceso de globalización, como la de los
Derechos humanos, cuestiona y puede llegar a invalidar, un orden
meramente interestatal que prioriza los intereses de los Estados y
que, fundado sobre el principio de soberanía, no permite la gestión
de los intereses vitales de los ciudadanos cuando el Estado no es
responsable13.
Todas estas amenazas planeaban sobre el sistema internacio-
nal desafiando la estabilidad del orden vigente, pero nunca hasta el
11 de septiembre de 2001 el desafío había sido tan espectacular. El
hecho diferencial fue que la superpotencia hegemónica era atacada
en su territorio y los ataques fueron dirigidos contra los símbolos
de su poderío económico (el World Trade Centre) y de su poderío
militar (el Pentágono). El orden internacional había sido pensado y
estaba preparado para responder a la violencia internacional de los
Estados, no a la de grupos que escapan al control estatal, integrados

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

por comandos que están dispuestos a sacrificar su vida. La nueva


amenaza hacía materialmente vulnerable y dejaba psicológicamen-
te desarmada a la superpotencia. Ésta se topó de frente con la para-
doja de que nunca antes su poder había sido tan grande y nunca
antes sus ciudadanos se habían sentido tan inseguros. Ello, unido a
una determinada concepción del interés nacional en un contexto
de unipolaridad hegemónica indiscutida, a una interpretación del
marco institucional internacional como un lastre que impedía la
respuesta inmediata y contundente por la que el gobierno estadou-
nidense había optado, y a una política exterior mesiánica, llevó a los
Estados Unidos a abundar en el desorden internacional introduci-
do por Al Qaeda, convirténdose en la segunda amenaza al orden
internacional a la que nos referiremos a continuación.

2.3. LA HEGEMONÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS Y EL PROYECTO


PARA UN ORDEN IMPERIAL

Los atentados terroristas del 11 de septiembre no fueron la causa


pero sí el detonador y la justificación política del giro de la política
exterior de Estados Unidos14. El proyecto imperial estadounidense
se articuló a partir de la toma de conciencia por parte de la
Administración Bush de dos realidades: por una parte de la enorme
concentración de poder (político, militar y económico) en manos
de Estados Unidos15 que le permitía actuar sin tener en cuenta el
apoyo o rechazo de sus aliados y, por otra, de la vulnerabilidad del
país a pesar de este inmenso poder. La primera realidad era ante-
rior a la segunda y había llevado, mucho antes del 11-S, a los neo-
conservadores del entorno bushiano a plantearse la posibilidad de
llevar a cabo un reordenamiento del sistema internacional más
favorable a sus intereses, aunque para ello tuvieran que violar las
normas del orden internacional vigente16. Éstos comparten la
determinación hegemónica de impedir la emergencia de cualquier
competidor17, tienen una concepción excesivamente militar de la
política exterior y del poder, desprecian toda legitimidad que no
derive de la autoridad y toda autoridad que no esté dispuesta a usar
todos los medios para obtener sus objetivos y defienden que la hege-
monía estadounidense es positiva para el sistema. A la influencia de

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este grupo en la política exterior bushiana hay que añadir la ejerci-


da por los numerosos contactos empresariales del clan Bush (en la
industria de armamentos, y en los sectores petroquímico, financie-
ro y de la alta tecnología), por los fundamentalistas cristianos y por
el lobby judío, en concreto algunos personajes significados por ser
activos impulsores de los intereses israelíes (P. Wolfowitz, E. Perle
o L. Libby, entre otros). Puede sostenerse, por tanto, que los aten-
tados del 11-S no marcaron un antes y un después en la política
exterior estadounidense; marcaron, eso sí, una radicalización
importante de tendencias ya existentes e incluso permitieron la
materialización de proyectos que hasta entonces sólo habían sido
esbozados muy esquemáticamente18. Muchas de las declaraciones y
acciones de la política exterior cobraron nueva significación a la luz
de los atentados terroristas de 2001 y se convirtieron en elementos
de un proyecto imperial que se presentó como reacción obligada a
los ataques a la seguridad. No obstante, es posible encontrar ante-
cedentes de casi todas ellas en declaraciones de significado similar
que fueron llevadas a cabo en momentos en los que los atentados
eran inimaginables. Entonces, habían pasado más o menos des-
apercibidas en la vorágine de la campaña electoral estadounidense
o relegadas a un segundo plano por problemas más candentes de
política interna. Basta realizar una relectura del programa electoral
republicano en la campaña del 2000 para hallar la mayoría de ele-
mentos de la política exterior de Bush tras el 11-S19. Las declaracio-
nes venían precedidas de acciones que se habían adentrado en la
senda unilateralista ya en la época de la Administración demócrata de
Clinton, hoy aclamado como multilateralista por contraste con Bush:
las negativas a firmar el Acuerdo de Ottawa sobre prohibición de
minas antipersona en 1997 y el Tratado de Roma por el que se creaba
la Corte Penal Internacional en 1998, o la resistencia a afirmar el
Protocolo de Kyoto hasta pocos días antes de dejar la Presidencia.
En este contexto político y con los antecedentes existentes, los
atentados del 11-S precipitaron, facilitaron y justificaron la articu-
lación explícita del proyecto imperial, un proyecto que tiende a
subvertir los principios básicos del sistema internacional contem-
poráneo. La respuesta de la Administración norteamericana ha
consistido en el abandono del multilateralismo reactivado con el

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

fin de la guerra fría y en la actuación unilateral en contra de los


principios básicos de corrección de la acción propios de las estruc-
turas constitucionales del orden internacional. Las Naciones
Unidas han sido obviadas y la acción unilateral de la superpotencia
ha cuestionado el orden a la vez que ha perdido toda legitimidad.
Los elementos de este proyecto se hallan formulados en varios
documentos que plantean una serie de estrategias de actuación
complementarias: la National Security Strategy, referida a la dimen-
sión exterior de la seguridad nacional de los Estados Unidos, y la
National Strategy for Homeland Security, referida a su seguridad inte-
rior, constituyen el marco de referencia y establecen las pautas
generales sobre las que se concretan las estrategias específicas para
la lucha contra el terrorismo (National Strategy for Combating
Terrorism), para limitar el acceso de grupos terroristas y Estados
canallas a los materiales, tecnologías y conocimientos que posibili-
tan la construcción de armas de destrucción masiva (National
Strategy to Combat Weapons of Mass Destruction), para garantizar la
seguridad de los sistemas de información (National Strategy to
Secure Ciberspace), para frenar los flujos ilegales de dinero que
financian el terrorismo (National Money Laundering Strategy), para
establecer las prioridades militares del ejército estadounidense
(National Defense Strategy) y para combatir el tráfico y consumo de
drogas (National Drug Control Strategy)20.
El proyecto imperial ha sido descrito por G.J. Ikenberry como
una nueva gran estrategia integrada por siete elementos: el objeti-
vo de mantener un mundo unipolar en el que no tenga ningún com-
petidor que esté a su nivel; un nuevo y alarmante análisis de las
amenazas globales (grupos terroristas y Estados canallas) y de cómo
se les ha de hacer frente; la posibilidad de usar la fuerza de forma
anticipada e incluso preventiva; la redefinición de la soberanía; la
depreciación general de los acuerdos de seguridad internacional; la
necesidad de actuar de manera directa y sin limitaciones frente a
las amenazas, bien de forma individual o con la ayuda de aliados
que se convierten en meros activos estratégicos; y la consideración
de que la estabilidad internacional no es un fin en sí misma21.
El proyecto imperial lleva implícita también una determinada
concepción del ordenamiento jurídico internacional de forma que

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éste se convierta en un nuevo instrumento al servicio del poder y en


nigún caso suponga un límite para los intereses de los Estados
Unidos. Esta forma de entender las normas jurídicas internaciona-
les, si se impone o se consiente, podría dar lugar, como han adver-
tido ya algunos autores, a un derecho internacional hegemónico22.
Esta concepción del ordenamiento jurídico internacional, como se
analiza en el capítulo III, se fundamentaría en la necesidad de que
las nuevas normas no estuvieran demasiado alejadas de la realidad
y en que llevaran a cabo el reconocimiento jurídico las desigualda-
des de poder existentes entre los Estados de manera que permitie-
ra la legalización de la hegemonía. El Derecho internacional
hegemónico se caracteriza, en primer lugar, por la reinterpretación
de algunos principios fundamentales del Derecho internacional
con el fin de reducir las limitaciones que tales principios pudieran
suponer para la satisfacción de los intereses del Estado hegemón.
En segundo lugar, se caracteriza por la preferencia por unos proce-
dimientos de creación de normas internacionales (la costumbre
internacional) en detrimento de otros (los tratados internacionales
multilaterales) y por los instrumentos de soft law y las normas
indeterminadas. Y, por último, se caracteriza por la invocación y
aplicación selectiva de normas e instituciones jurídicas en los regí-
menes internacionales que contribuyen a consolidar la hegemonía
del Estado más poderoso, como son los relativos a las relaciones
económicas internacionales y a la seguridad.

3. UN ORDEN INTERNACIONAL CUESTIONADO

La puesta en práctica del proyecto imperial a partir de los atentados


del 11-S con el fin de instaurar un orden imperial cuestiona el orden
internacional existente desde la II Guerra Mundial, ya que, por un
lado, supone el abandono del multilateralismo hegemónico median-
te la consolidación de un sistema unipolar, el recurso al unilateralis-
mo y la erosión de las instituciones internacionales que pudieran
suponer algún límite para los Estados Unidos; y, por otro lado, el pro-
yecto imperial reinterpreta el ordenamiento jurídico internacional y,
en particular, dos principios básicos de la arquitectura normativa

36
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

que sostiene el orden internacional, el principio de igualdad sobe-


rana y el principio de prohibición del uso de la fuerza.

3.1. EL ABANDONO DEL MULTILATERALISMO HEGEMÓNICO

La estabilidad del orden en un sistema de Estados reposa en la


adherencia de la mayoría de Estados, durante la mayor parte del
tiempo, a un conjunto de normas y prácticas comunes. También
presupone una forma de legitimidad que permite expectativas
mutuas23. Un sistema es estable cuando los cambios que en él se
producen son relativamente lentos, graduales y pacíficos.
El orden internacional de 1945 era un orden legítimo, multi-
lateral y altamente institucionalizado que demostró ser un orden
muy estable a pesar de tener una base hegemónica y estar disocia-
do de consideraciones de justicia. Resistió el envite de la amplia-
ción del número de Estados de la sociedad internacional y cumplió
con creces la función socializadora al incorporar a Estados cualita-
tivamente distintos a los Estados occidentales u occidentalizados.
La estructura del sistema, es decir, la jerarquía de poder interesta-
tal, también ejerció un papel fundamental en la estabilidad del
mismo: la paridad nuclear y el elevado nivel de riesgo que planeaba
permanentemente sobre el sistema bipolar acabó convirtiéndose
en garantía de estabilidad. La estabilidad se antepuso a la justica en
todo momento. Así, la violencia estructural aumentaba (profundi-
zación de las desigualdades socio-económicas entre países y en el
interior de los países, uso de dobles estándares por parte de los
grandes...) aunque la violencia armada entre las dos superpoten-
cias se contenía. Todos los cambios acontecidos en Europa central
y oriental no provocaron una ruptura del orden y sus efectos deses-
tabilizadores fueron reducidos con relativa rapidez. No obstante,
los hechos del 11 de septiembre, más puntuales y aislados, han pro-
vocado un elevado grado de desorden e inestabilidad. La respuesta
al porqué eso ha sido así se halla en la violación de los principios
básicos de acción por parte de la superpotencia hegemónica. La
sucesión de declaraciones, decisiones, y actuaciones unilaterales
emprendidas por los Estados Unidos a partir del 11 de septiembre
de 2001 han restado legitimidad al hegemón poniendo en mayor

37
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

peligro el orden que se estableció y se mantuvo con su beneplácito


y de acuerdo a sus intereses. Éstos han cambiado no sólo por la
mayor concentración de poder en manos de una sola potencia, sino
por una interpretación errónea de la naturaleza de las nuevas ame-
nazas y por la adopción de una estrategia de seguridad altamente
ideologizada.

3.1.1. La consolidación de un sistema unipolar y el recurso


al unilateralismo

El sistema internacional es unipolar y la superpotencia hegemóni-


ca acumula un poder muy superior al de la siguiente potencia o con-
junto de potencias del sistema internacional. Ese poder es
estructural y, como tal, afecta a las estructuras básicas del poder
internacional (productiva, financiera, militar e ideológica). Al
finalizar la guerra fría se pensó que ese poder era más ideológico
que material: el escenario era el del triunfo del liberalismo y la
democracia en un mundo multipolar en el que los Estados Unidos
compartían, al menos, el poder económico con la Unión Europea y
Japón, el poder nuclear-militar con Rusia, y en el que China apare-
cía en el horizonte como un posible contrapeso en algunas esferas y
regiones. Hoy en día el poder del hegemón es más material que ide-
ológico: la capacidad militar de los Estados Unidos les ha converti-
do en el hegemón indiscutible ante la deriva militar de las
relaciones internacionales actuales. Sin embargo, a causa de las
acciones contrarias al orden internacional, su capacidad de convic-
ción ideológica está viéndose erosionada. Si en la guerra fría impe-
ró un orden de base hegemónica y legítima porque el hegemón lo
era “por invitación”, ahora estamos ante un desorden —todavía no
se ha conseguido un orden alternativo— hegemónico e ilegítimo en
el que el hegemón está actuando “por imposición”.
La hegemonía de un Estado no implica necesariamente el
recurso al unilateralismo en las relaciones internacionales, puesto
que el hegemón puede utilizar medio multilaterales, bilaterales o
unilaterales en función de su idoneidad para alcanzar los objetivos
que se ha marcado24. Ahora bien, la práctica interna e internacio-
nal de los Estados Unidos en estos últimos años se caracteriza por

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

el incremento del recurso al unilateralismo y por el ejercicio de un


multilateralismo selectivo. Por un lado, como ha resaltado N.
Krisch, en aquellos ámbitos en los que las instituciones internacio-
nales, incluido el Derecho internacional, no son lo suficientemen-
te receptivos a la incorporación de los intereses hegemónicos de
Estados Unidos, éste las ha reemplazado por medio de su propio
derecho interno. De esta forma, el derecho norteamericano se ha
convertido en un instrumento para regular y dominar distintos
aspectos de las relaciones internacionales por medio del ejercicio
extraterritorial de la jurisdicción, de los mecanismos de certifica-
ción, de las sanciones unilaterales, de los tribunales internos que
han actuado como tribunales internacionales o de la utilización de
la constitución americana como parámetro del Derecho interna-
cional25.
Por otro lado, Estados Unidos ha sido muy selectivo con las
instituciones internacionales multilaterales en las que ha querido
participar de forma activa mediante la práctica de lo que se ha
denominado multilateralismo instrumental, en función de en qué
medida son percibidas tales instituciones por importantes actores
internos americanos como un instrumento efectivo para la promo-
ción de los intereses nacionales norteamericanos26.

3.1.2. La erosión de las instituciones internacionales multilaterales

El proyecto imperial cuestiona en unos casos la eficacia y en otros la


propia existencia de algunas instituciones internacionales multila-
terales, en especial, la de aquellas que han sido creadas para defen-
der los intereses comunitarios y que pudieran suponer alguna
restricción a la libertad de acción de los Estados Unidos.
Las Naciones Unidas y en especial el Consejo de Seguridad
han sido el objeto central de esta estrategia de erosión. En unos
casos, destacados miembros de la Administración Bush han acusa-
do de irrelevante al Consejo de Seguridad si no accedía a los deseos
de los Estados Unidos (autorizar el uso de la fuerza contra
Yugoslavia en el asunto de Kosovo o después contra Irak), ya que
suponía un límite y aun una amenaza a los intereses nacionales de
los Estados Unidos27. En otros casos, ante la negativa del Consejo

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

de Seguridad ha interpretado las resoluciones existentes de forma


interesada y aún contraria a la legalidad internacional para conse-
guir sus objetivos. A veces, ha actuado al margen del Consejo de
Seguridad a pesar de la disponibilidad de éste para “adoptar todas
las medidas necesarias” para hacer frente a alguna amenaza para la
paz, como en el caso de la reacción contra Al Qaeda y los talibanes
en Afganistán. Y, por último, ha utilizado el sistema de seguridad
colectiva para legitimar ex post facto situaciones de hecho que eran
el resultado de la actuación unilateral al margen del Consejo de
Seguridad o incluso contraria al Derecho internacional28.
En el caso de la Corte Penal Internacional, los Estados Unidos
primero cuestionaron su creación29 y, después han dificultado su
universalidad y su funcionamiento al negarse a ser parte del
Estatuto de Roma de 17 de julio de 1998, al alentar a otros Estados a
que no lo ratificaran, al concluir acuerdos bilaterales con algunos
Estados para garantizar la inmunidad de sus tropas30 y al obtener
del Consejo de Seguridad que la Corte no inicie ni prosiga investi-
gaciones o enjuiciamientos de su personal cuando intervengan en
misiones autorizadas por dicho órgano31. Y, por último, ha obteni-
do del Consejo de Seguridad la jurisdicción exclusiva para juzgar las
conductas de los ex funcionarios y oficiales y de los miembros de la
fuerza multinacionacional de nacionalidad norteamericana que
hayan intervenido o intervengan en Liberia32.

3.2. LA REINTERPRETACIÓN DE ALGUNOS PRINCIPIOS BÁSICOS


DE LA ARQUITECTURA NORMATIVA DEL ORDEN INTERNACIONAL

R. Falk señala que “todo sistema de orden mundial implica un


arquitectura normativa compleja, en parte explícita, en parte táci-
ta, [y] durante varios siglos esta estructura reflejó la predominancia
normativa de la lógica de Westfalia, que tenía como premisa la pri-
macía del Estado soberano y territorial”33. La arquitectura normati-
va de la Comunidad internacional está basada, por un lado y desde el
punto de vista sistémico, en un conjunto de principios jurídicos
consustanciales al sistema internacional entre los cuales el funda-
mental es el principio de soberanía. Y, por otro lado y desde el punto
de vista sustantivo, se basa en algunas normas fundamentales por su

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

contenido, puesto que tienen por objeto proteger intereses y valo-


res esenciales de la Comunidad internacional y que conforman la
estructura comunitaria del Derecho internacional público. Entre
ellas tiene una importancia primordial porque tiene como objetivo
alcanzar el fin primero de cualquier sociedad, la paz, el principio de
la prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza enunciado en el
art. 2.4 de la Carta, completado por la regulación de dos excepcio-
nes al mismo: el uso institucional de la fuerza resultado del funcio-
namiento del sistema de seguridad colectiva previsto en el capítulo
VII de la Carta y el derecho inmanente de legítima defensa frente a
ataques armados (art. 51 de la Carta).
El proyecto imperial elaborado por la Administración Bush
cuestiona el orden internacional existente mediante la reinterpe-
tación de algunos de los principios fundamentales que sustentan su
arquitectura normativa: el principio de igualdad soberana y el prin-
cipio de prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza, junto con
las normas e instituciones que contribuyen a su implementación.
La reinterpretación de estos principios consiste en su reformula-
ción mediante una estrategia interpretativa en la que se destaca la
importancia que tienen algunos de los elementos integrantes del
principio, el desafío que plantean al ordenamiento jurídico inter-
nacional las nuevas necesidades surgidas en el contexto cambiante
de las relaciones internacionales y la necesidad de adaptar el con-
tenido del principio en cuestión con el objetivo bien de eliminar las
restricciones que pudieran suponer al Estado hegemón o bien de
ampliar su ámbito de aplicación para que sirvan a las necesidades
estratégicas de dicho Estado.

3.2.1. El principio de igualdad soberana

El principio de soberanía está siendo reinterpretado en las últimas


décadas en diversos sentidos, bien para dar respuesta a las nuevas
necesidades que se derivan de la globalización, de las enormes difi-
cultades de muchos de los Estados que tienen un origen colonial, o
bien para incorporar valores u objetivos de tipo ideológico como la
necesidad de proteger intereses y valores de la Comunidad interna-
cional o difundir los principios básicos del liberalismo34.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

La reinterpretación de la soberanía que está vinculada de forma


más directa al pretendido orden imperial es la que se puede reconstruir
de la Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América,
cuya aplicación práctica, entre otros ejemplos, sería la ocupación mili-
tar de Afganistán e Irak. De ella se deduce que la soberanía de los
Estados está condicionada al respeto de unos determinados valores que
se declaran como universales (la libertad, la democracia y la libre
empresa) y de un modelo concreto de Estado basado en la primacía del
Derecho, la separación de poderes, la igualdad social y de género, la
tolerancia étnica y religiosa y el respeto a la propiedad privada. Según
dicho documento, el primer imperativo de Estados Unidos es defender
la libertad y la justicia porque son adecuados y verdaderos para todos
los pueblos y en todo lugar. Aquellos Estados que tiranizan a su propio
pueblo y se aprovechan de sus recursos naturales, que no cumplen el
Derecho internacional y amenazan a sus vecinos, que están empeñados
en adquirir armas de destrucción masiva, que patrocinan el terrorismo
global y que rechazan los valores humanos básicos y odian a Estados
Unidos son calificados como Estados canallas o díscolos (rogue states).
Frente a ellos, y para impedir que lleven a cabo actos hostiles, Estados
Unidos podría actuar, si fuera necesario, de forma preventiva incluso
mediante el uso de la fuerza35. Esta exigencia de respeto a unos valores
y a un modelo de Estado supone una reinterpretación paradójica de la
soberanía, ya que, por un lado, se pide que el Estado sea eficaz en el
cumplimiento de sus deberes internos y obligaciones internacionales;
y, por otro, dicha soberanía es contingente, puesto que está condiciona-
da a la aprobación unilateral de Estados Unidos del respeto a tales valo-
res y modelo. Asimismo, esta reinterpretación supone atribuir a la
soberanía de los Estados un determinado contenido sustantivo. Los
Estados que no se acomoden a tal dimensión sustantiva, si Estados
Unidos así lo considera, pueden perder la protección derivada de la
dimensión formal de la soberanía.

3.2.2. El principio de prohibición del uso de la fuerza

En el caso de las normas e instituciones relativas al uso de la fuer-


za, su reexamen está siendo más intenso y más polémico como con-
secuencia de las diferencias culturales y de poder existentes en la

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Comunidad internacional, en especial por la indiscutida supremacía


militar norteamericana, y de la aparición de nuevos riesgos y amena-
zas para la seguridad de los Estados derivados de la proliferación de
armas de destrucción masiva y del terrorismo internacional.
La puesta en práctica del proyecto imperial ha supuesto la
reinterpretación del principio de prohibición del uso de la fuerza
por medio de la ampliación de una de sus excepciones, la legítima
defensa, con el fin de incrementar su discrecionalidad para usar la
fuerza, ya sea como respuesta o incluso con carácter preventivo.
Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, Estados
Unidos invocó su derecho a la legítima defensa para explicar el uso
de la fuerza contra el régimen talibán de Afganistán36. Esta invoca-
ción, según la doctrina que la ha defendido, supone una reinter-
pretación de los requisitos de la legítima defensa para que pueda
servir para justificar la legalidad de la respuesta armada contra el
terrorismo. Ello exige, por un lado, ampliar la noción de ataque
armado que habilita la respuesta mediante la legítima defensa, de
forma que se consideren los ataques terroristas, dada su enverga-
dura, como una modalidad de ataque armado37. Y, por otro lado, se
ha destacado la necesidad de flexibilizar las reglas relativas a la atri-
bución del ataque armado, de forma que la conducta de un Estado
consistente en permitir el uso de su territorio a grupos terroristas
pueda ser calificada como agresión indirecta, o mejor como un uso
indirecto de la fuerza atribuible a dicho Estado38.
Más perturbadora para la arquitectura normativa del orden
internacional es la reinterpetación de la legítima defensa conteni-
da en la Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de
América para ayudar a prevenir las amenazas derivadas del terroris-
mo y de los Estados canalla, a pesar de que no es totalmente
nueva39. En el Derecho internacional actual, la legítima defensa
sólo es posible frente a un ataque armado previo. En todo caso,
como señala M. Pérez González, en el Derecho internacional consue-
tudinario parece apuntarse la tendencia a justificar la legítima defen-
sa anticipada “en aquellos casos en que el ataque está preparándose o,
en otras palabras, es inminente, existiendo certeza sobre su desenca-
denamiento, a condición de que se cumplan los requisitos de necesi-
dad y proporcionalidad”40. Ahora bien, la doctrina de la legítima

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

defensa preventiva va más allá porque flexibiliza, por un lado, el


requisito tradicional de la inmediatez: “Debemos adaptar el con-
cepto de amenaza inminente a las capacidades y objetivos de los
adversarios de hoy”; y, por otro lado, el requisito de la necesidad:
“Estados Unidos ha mantenido durante mucho tiempo la opción de
acciones preventivas para contrarrestar una amenaza suficiente
para nuestra seguridad nacional. Cuanto mayor sea la amenaza,
mayor es el riesgo de la inacción y más imperiosa la necesidad de
tomar medidas preventivas para defendernos, incluso si la incerti-
dumbre permanece respecto al tiempo y al lugar del ataque del ene-
migo. Para impedir o prevenir tales actos hostiles de nuestros
adversarios, si es necesario, Estados Unidos actuará de forma pre-
ventiva”41. La ampliación de la legítima defensa contenida en el
documento citado tiene un carácter abstracto y general. Para limi-
tar los efectos desestabilizadores del sistema jurídico internacional
de esta transformación de la legítima defensa, W.M. Reisman ha
propuesto que sea considerada como una regla especial aplicable
exclusivamente a los Estados Unidos, como una doctrina estadou-
nidense situada entre el poder y el derecho42.

4. UN ORDEN IMPERIAL INVIABLE

El análisis de la práctica internacional de los últimos años, en la


que destacan los sucesivos atentados terroristas en Nueva York,
Madrid y Londres, las intervenciones en Afganistán e Irak, los pro-
gramas de fabricación de armas nucleares de Corea del Norte e
Irán, los numerosos e inacabables conflictos armados en África en
los que se mezclan la lucha por el control de los recursos naturales,
su comercio ilícito, la corrupción de los gobernantes, las enferme-
dades y la pobreza, permite concluir que el pretendido orden impe-
rial de Estados Unidos se revela inviable43.
El conflicto de Irak tiene un carácter simbólico respecto a las
posibles transformaciones del orden internacional, ya que en él se
han evidenciado con mayor claridad algunas de las tendencias que
se venían apuntando antes. Dicho conflicto ha supuesto, por un lado,
la ruptura del acuerdo tácito entre las democracias occidentales para

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

mantener el orden internacional mediante el cual Europa y otros


Estados aceptaban el predominio norteamericano, sobre todo en el
ámbito militar, y tales Estados contribuían al mismo proporcio-
nando recursos financieros y políticos y otorgándole una mayor
legitimidad. Y, por otro lado, ha supuesto una de las crisis más gra-
ves que ha sufrido a lo largo de su historia el sistema de seguridad
colectiva de las Naciones Unidas. El proceso que llevó a la ocupa-
ción militar de Irak puede ser interpretado no como un caso de
mantenimiento del orden internacional, sino como el intento de
imponer un nuevo orden, el orden imperial44.
La inviabilidad del pretendido orden imperial puede argu-
mentarse por medio de tres tipos de razones: por su déficit de legi-
timidad, por su discutible legalidad internacional y por los
enormes costes militares, económicos y políticos que dicho orden
imperial conlleva.

4.1. EL DÉFICIT DE LEGITIMIDAD

Los cambios en el orden internacional no sólo son el resultado de


las relaciones de poder, sino que además necesitan ser justificados
de manera convincente y tener capacidad de persuasión acerca de
sus posibles ventajas para suscitar la adhesión voluntaria al nuevo
orden. Necesitan, en definitiva, legitimidad política y moral para
que tanto el nuevo modelo organizativo45 como las normas jurídi-
cas46 que lo regulan tengan autoridad y sean percibidos como
correctos y adecuados ya sea por el contenido de las normas o bien
por la fuente o el procedimiento a través del cual han sido creadas.
De lo contrario el hegemón ha de imponer su nuevo orden por la
fuerza y ello le ocasiona un desgaste material y político que erosio-
na sus capacidades.
J. Ibáñez advierte que el principal desafío al que se enfrenta la
pax americana es “la generación del consentimiento necesario para
la reproducción y consolidación de la hegemonía estadounidense
en el mundo”. Este autor considera que la pax americana es en rea-
lidad mucho más frágil de lo que aparentan las manifestaciones
unilaterales de poder de los Estados Unidos ya que la imposición de
la voluntad hegemónica no es capaz de generar por sí sola un orden

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hegemónico permanente y estable. Esto es especialmente dificul-


toso si, como en el caso actual, las acciones del hegemón van en
detrimento del orden internacional existente, un orden consen-
suado que el propio Estados Unidos contribuyó a crear. Por otra
parte, el desorden introducido por los Estados Unidos tras el 11-S
no sólo afecta y provoca la reacción de otros Estados, sino la de
actores no territoriales con gran capacidad de aglutinar los senti-
mientos más variados de descontento y frustración47.
Como resultado de todo ello, se ha producido una degradación
acelerada de la seguridad mundial y la emergencia de un mundo
menos seguro que la potencia hegemónica no ha sabido controlar.
No se ha podido frenar el apoyo a los islamismos radicales; al con-
trario, éste ha aumentado. Las actividades de los terroristas isla-
mistas no han cesado ni con la guerra de Afganistán ni con la
invasión de Irak. Desde el 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda y
grupos afines han atentado en Pakistán, Túnez, Filipinas, Yemen,
Jordania, Indonesia, Kenia, Marruecos, Arabia Saudí, Turquía,
España y Gran Bretaña, y existen indicios de su voluntad de seguir
haciéndolo en Europa y de reintentarlo de nuevo en Estados
Unidos... A pesar de la gravedad de los hechos, no se ha avanzado ni
un ápice en el análisis de las condiciones materiales, ni en el de la
dimensión ideológica, ni en el del entorno político-cultural que legi-
tima a los islamistas radicales dentro de la comunidad musulmana en
todo el mundo. La degradación de la cuestión palestina y de la situa-
ción general en Oriente Medio ha alcanzado las cotas más elevadas
desde 1991 con la complicidad o complacencia estadounidense,
hecho que no ha contribuido a aplacar los ánimos de los islamistas
radicales. Pero además de la inseguridad, y lo que es quizá a largo
plazo más grave, está el hecho de que el pretendido nuevo orden, aun
con todos los éxitos cosechados en lucha antiterrorista y contraterro-
rista internacional, no consigue hacer de contrapeso al enorme mal
inflingido a la sociedad internacional, concretado en el menosprecio
de las Naciones Unidas como foro principal para el mantenimiento
de la paz y la seguridad internacional48.
La inviabilidad del proyecto imperial se explica también a
partir de las características del contexto de interdependencia y glo-
balización que constriñe la actuación del hegemón. Dicho proyecto

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

ha llevado a los Estados Unidos a ser casi imbatible en el ámbito


militar mientras que en el ámbito económico sigue siendo fuerte
pero altamente interdependiente. Esta gran capacidad militar se ve
contrarrestada con la progresiva pérdida de legitimidad, con lo cual
sus acciones son cada vez más costosas políticamente. En el ámbito
ideológico, la supuesta homogeneización ideológico-cultural aso-
ciada a la globalización y liderada por Estados Unidos no es más que
superficial, puesto que el aumento de su poder duro (capacidad
coercitiva) ha ido en detrimento de su poder blando (capacidad de
persuasión y de convicción). La transformación de hábitos y modas
en aquiescencia política no se está produciendo porque los ideales
políticos, la cultura y las políticas del hegemón son agresivas para el
mundo musulmán, y son amenazantes incluso para sus aliados tra-
dicionales49.
En definitiva, el pretendido orden imperial no es legítimo
porque la mayoría de los miembros del sistema internacional no
ven alcanzados con él los tres objetivos básicos que aún siguen
siendo válidos e irrenunciables: la preservación de la sociedad de
Estados; el principio constitucional de la soberanía; y el manteni-
miento de la paz y la seguridad internacional.
El conflicto de Irak y la posterior ocupación militar confirman
la inviabilidad del orden imperial, debida en parte, a la falta de
legitimidad de las potencias intervinientes. Mediante el uso de la
fuerza de dudosa legalidad internacional, el régimen de Sadam
Husein fue derrotado militarmente sin ofrecer una gran resisten-
cia, pero la posterior ocupación militar y administración territorial
por medio de la Autoridad Provisional de la Coalición tuvo enormes
dificultades. La administración territorial de Irak tuvo una estruc-
tura administradora dual, integrada por una administración pre-
ponderante (la Autoridad) derivada de la ocupación militar, y otra
con un papel muy limitado, la Misión de Asistencia de las Naciones
Unidas para Irak. El escaso éxito de este sistema de administración se
puede explicar por su ausencia de legitimidad de origen, puesto que
éste está en una ocupación militar con problemas de legalidad inter-
nacional, y porque tampoco ha sido capaz de suscitar la legitimidad
de ejercicio suficiente para estimular el asentimiento y aun la colabo-
ración de la población iraquí para hacer frente a los problemas de

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gestión pública, en especial, los relativos a la seguridad y al orden


público. Esta falta de legitimidad explica la renuncia, expresa en
unos casos y tácita en otros, de muchos y significativos Estados de
la Comunidad internacional a colaborar en la ocupación militar y
administración territorial de Irak mediante la aportación de fuer-
zas armadas, de recursos financieros o de apoyo político que pudie-
ran ayudar a Estados Unidos a compartir los costes derivados de la
intervención y, en definitiva, del mantenimiento del pretendido
orden imperial50.
Estados Unidos ha diseñado unilateralmente un orden que
pretende imponer a sus aliados. Al romper el consenso ha perdido
la legitimidad ante sus aliados y, sin embargo, les necesita para ges-
tionar las consecuencias de sus acciones unilaterales. El hegemón
más poderoso de los últimos tiempos es paradójicamente incapaz
de asumir los costes del unilateralismo que defiende.

4.2. LA PROBLEMÁTICA LEGALIDAD DEL PROYECTO IMPERIAL

Los cambios en el orden internacional que pretende el denomina-


do proyecto imperial de la Administración Bush, desde el punto de
vista jurídico, suponen la reinterpretación de dos principios fun-
damentales del Derecho internacional público que sostienen la
arquitectura normativa de dicho orden: el principio de igualdad
soberana, ya que condiciona la soberanía estatal al respeto de unos
determinados valores y de un modelo de Estado; y el principio de
prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza para dar cabida a la
legítima defensa preventiva y, llegado el caso, al uso unilateral de la
fuerza si ésta no fuera autorizada por el Consejo de Seguridad.
Como ya se ha señalado, el proyecto imperial de la Adminis-
tración Bush reinterpreta la soberanía al exigirle un determinado con-
tenido sustantivo y la transforma en una soberanía condicionada al
respeto a unos determinados valores que declara como universales
y a un modelo de Estado que considera como el único viable. Las
respuestas a esta reinterpretación en la Comunidad internacional
pueden considerarse, de forma mayoritaria, contrarias a la sobera-
nía condicionada. La práctica estatal es contraria de forma unáni-
me a la misma. La práctica institucional, en particular la del

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Consejo de Seguridad, puede ser interpretada también como con-


traria a la soberanía condicionada. En los diferentes casos de inter-
vención en terceros Estados, incluida la armada, haya sido ésta
autorizada por el Consejo de Seguridad con carácter previo, legali-
zada ex post facto o de dudosa legalidad internacional, las diferentes
resoluciones del Consejo de Seguridad han insistido en la necesi-
dad de reafirmar la soberanía del Estado y en recordar que dicha
soberanía reside en el pueblo concernido51. Estos supuestos son
ejemplos de soberanía suspendida, en la que el Estado afectado no
ejerce de facto la soberanía pero nunca ha perdido su soberanía en
sentido formal52. La reinterpretación de la soberanía condicionada
supone una violación de las dos dimensiones del principio de
igualdad soberana, de la sustantiva que consiste en la igualdad en el
derecho y, lo que es más grave, también de la formal, que implica
igualdad ante el derecho53. La soberanía es una ficción legal pero, a
diferencia de otras, es una ficción legal constituyente para el orde-
namiento jurídico internacional. Debido a su naturaleza constitu-
yente, requiere su aceptación si no se quiere poner en cuestión
todo el edificio del Derecho internacional54. Esto no impide que
dicho principio tenga excepciones (sistema de votación por mayo-
ría, derecho de veto, etc.), pero éstas deben ser negociadas, acorda-
das y escritas en tratados y no pueden ser impuestas por el mero
deseo del poder. En suma, la soberanía condicionada atenta contra
uno de los principios básicos por su importancia sistémica del
orden internacional y de su arquitectura normativa, el principio de
igualdad soberana.
El proyecto imperial propone también, como ya se ha apunta-
do, una reinterpretación de la regla relativa a la legítima defensa
que permita a los Estados Unidos recurrir a la fuerza para respon-
der a las nuevas amenazas e incluso abre la posibilidad a hacerlo
con carácter preventivo. En el caso de la ampliación del recurso a la
legítima defensa en supuestos de reacción contra actos terroristas,
dicha interpretación pasa por aceptar una ampliación de la noción
de ataque armado que incluya, como un supuesto específico del
mismo, los ataques de grupos terroristas dada su gravedad. Las
resoluciones del Consejo de Seguridad y la aceptación por la
Comunidad internacional de la respuesta militar de Estados

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Unidos frente a Afganistán, como respuesta a los atentados del 11-


S, justificada como legítima defensa, habrían originado la nueva
regla consuetudinaria55. Para limitar la ampliación de la regla, O.
Casanovas ha apuntado que en estos casos serían necesarios dos
requisitos complementarios: la respuesta multilateral y una amplia
aprobación de la Comunidad internacional56. Asimismo, dicha
interpetación exige flexibilizar la regla relativa a la atribución del
ataque armado, ya que los ataques terroristas son obra de grupos no
estatales. Esta interpretación se basa en considerar que tales actos
terroristas se pueden atribuir al Estado en el cual tienen su sede los
terroristas, como un caso de uso indirecto de la fuerza (o agresión
indirecta), por permitir que su territorio sirva como base para el
grupo terrorista. Esta tesis ha encontrado apoyo en la práctica ins-
titucional del Consejo de Seguridad, que en el preámbulo de sus
resoluciones 1267 (1999), 1333 (2000), 1378 (2001) y 1390 (2002),
entre otras, condena “a los talibanes por haber permitido que se
usara el Afganistán como base para el adiestramiento de territorios y
para actividades terroristas, incluso la exportación del terrorismo
por la red Al-Qaeda y otros grupos terroristas [...]”, y también en una
parte de la doctrina iusinternacionalista57. Otros autores, en cambio,
mantienen una postura crítica con esta interpetación, porque ni el
art. 3.g/ de la resolución 3314 (XXIV) de la Asamblea General, relati-
va a la definición de la agresión ni la Corte Internacional de Justicia
en el asunto de Nicaragua58, consideran que el mero hecho de servir
de base a grupos armados sea constitutivo de agresión indirecta, ya
que ésta exige “una sustancial participación” del Estado en los actos
de las bandas armadas o grupos irregulares59.
En el caso de la reinterpretación de la legítima defensa para
permitir el uso de la fuerza con el fin de impedir o prevenir posi-
bles amenazas (legítima defensa preventiva), con independencia de
que haya sido formulada como una regla general60 o como una regla
especial61, la respuesta de la práctica estatal y de la mayoría de la
doctrina ha sido contraria a dicha ampliación. La mayoría de los
Estados se han pronunciado en contra de la reformulación que la
Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos hace de la regla
relativa a la legítima defensa. Aun más, a pesar del virulento deba-
te relativo a la intervención militar en Irak, ni Estados Unidos, ni

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Gran Bretaña ni Australia justificaron el uso de la fuerza mediante


la legítima defensa preventiva, sino que lo hicieron por medio de la
teoría de las resoluciones encadenadas, como una reactivación de la
autorización que hacía la resolución 678 (1990) del Consejo de
Seguridad debido al incumplimiento iraquí de las obligaciones que
le imponían las resoluciones sucesivas, en especial las resoluciones
687 (1991) y 1441 (2002). Además, la mayoría de la doctrina iusin-
ternacionalista considera que la legítima defensa no tiene cabida ni
en la Carta de las Naciones Unidas ni en el Derecho internacional
general, porque no respeta los requisitos tradicionales de la nece-
sidad, proporcionalidad e inmediatez62. Y, por último, la legítima
defensa preventiva tiene efectos perturbadores para el orden inter-
nacional, para el Derecho internacional y para los propios Estados
Unidos, ya que supone la eliminación de cualquier límite legal al
uso de la fuerza y el retorno a la ley del más fuerte.
La aplicación del proyecto imperial plantea también impor-
tantes problemas jurídicos en materia de Derecho internacional
humanitario ya que supone un debilitamiento de su cumplimiento
como muestran los casos de Afganistán e Irak63. En unos casos,
Estados Unidos ha denegado el estatuto de prisioneros de guerra a
los talibanes, a los miembros de Al Qaeda y a los integrantes de la
resistencia iraquí con la consiguiente exclusión de las reglas deri-
vadas del III Convenio de Ginebra de 1949 relativo al estatuto de los
prisioneros de guerra y su condena a una especie de “limbo jurídi-
co” en la base norteamericana de Guantánamo. En otros, los dete-
nidos han sido objeto de malos tratos y de torturas como los
sufridos en la prisión de Abu Grahib. Y, por último, en ocasiones el
comportamiento de las tropas angloamericanas en Afganistán y en
Irak ha sido dudosamente compatible con el principio fundamen-
tal del Derecho internacional humanitario que exige distinguir
entre combatientes y no combatientes, entre población civil y obje-
tivos militares. Estos problemas no sólo han sido denunciados por
la doctrina iusinternacionalista64, sino que el propio Tribunal
Supremo de Estados Unidos, en su sentencia de 29 de junio de
2006 en el asunto Hamdan v. Rumsfeld, declaró que las Comisiones
Militares Especiales carecían de poder para juzgar a los detenidos
en Guantánamo y otras bases militares65. Aún más, la consecuencia

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de esta sentencia ha sido la decisión de la Administración america-


na de aplicar las Convenciones de Ginebra a tales detenidos66.
En suma, el proyecto imperial de la Administración nortea-
mericana supone “una concepción expansiva de sus derechos bajo
el ius ad bellum, mientras insiste en un concepción muy restrictiva
de sus obligaciones derivadas del ius in bello”67.

4.3. LAS DIFICULTADES PARA ASUMIR LOS COSTES MILITARES,


ECONÓMICOS Y POLÍTICOS

El mantenimiento del orden internacional siempre ha exigido a los


Estados hegemónicos una gran cantidad de recursos militares, eco-
nómicos y políticos. Cuando la potencia preponderante no ha sido
capaz de proporcionar los bienes públicos necesarios para alcanzar
el orden, éste ha sido socavado y con él la hegemonía del Estado en
cuestión. Desde su origen después de la II Guerra Mundial, la hege-
monía estadounidense en el bloque capitalista estaba basada en el
multilateralismo y los costes, sobre todo los económicos y los polí-
ticos, eran compartidos por los Estados aliados y por una red de
instituciones internacionales que contribuía a mantener el orden
internacional. El denominado proyecto imperial ha puesto en cues-
tión todo ello. Ahora bien, la práctica internacional muestra las
serias dificultades que Estados Unidos tiene para conseguir el orden
imperial y para hacer frente a los costes de todo tipo que supone.
Algunos autores han explicado tales dificultades por la falta de
voluntad política de los dirigentes americanos y por su carácter
vacilante respecto al objetivo pretendido68. No obstante, más allá
de la voluntad política de los dirigentes americanos, los casos de
Afganistán y, sobre todo, de Irak ponen de manifiesto la falta de
capacidad real de Estados Unidos para asumir los costes militares
de la intervención armada y, sobre todo, de la seguridad y del orden
público mediante el mantenimiento de tropas en Estados que se
considera que tienen un interés estratégico para el orden imperial.
Estos ejemplos, junto al de Kosovo, demuestran que el éxito militar
y la supremacía militar en términos absolutos no son suficientes
para mantener el orden en la sociedad internacional. Las dificulta-
des no aparecieron en la fase de conflicto armado stricto senso, sino

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

después, en la fase de administración territorial de Afganistán e


Irak, en la que Estados Unidos y sus aliados han sido incapaces de
establecer el orden, de eliminar los ejércitos privados y de crear un
clima de seguridad que permitiera la reconstrucción económica69.
Las necesidades militares que se derivan del orden imperial exigen
unos contingentes de tropas y unas habilidades que el ejército ame-
ricano no posee, ya que las fuerzas terrestres son muy reducidas, no
están preparadas para la ocupación efectiva del territorio y, en este
momento, la capacidad de rotación del mismo está ya casi al límite70.
La práctica internacional muestra también la incapacidad de los
Estados Unidos para hacer frente a los costes económicos deriva-
dos de la intervención militar, de la presencia de tropas y de la
reconstrucción de los Estados en los que interviene71.
El pretendido orden imperial ha supuesto también enormes
costes políticos para los propios Estados Unidos, para las institu-
ciones internacionales y para sus aliados tradicionales. En el caso
de Estados Unidos, la implementación de su proyecto ha erosiona-
do de forma seria lo que J.S. Nye Jr. ha denominado su “poder blan-
do”72. La actual política exterior estadounidense sólo es racional en
términos internos en la medida que va dirigida a ganar elecciones.
Es una política de impacto, con éxitos a corto plazo, pero incapaz de
lograr vencer en la “guerra” al terrorismo73.
Por otra parte, Estados Unidos se enfrenta a un importante obstá-
culo de orden interno para la implantación de su orden imperial. Si
bien es un país que cuenta, como se ha dicho repetidamente, con el
mayor poder militar y económico del sistema, para imponer su orden
necesita la fuerza armada. Sus líderes han afirmado estar dispuestos a
utilizarla cuanto haga falta en la lucha antiterrorista. Su opinión públi-
ca ha estado dispuesta a apoyar estas decisiones porque los atentados
del 11-S fueron también un ataque a los mitos fundacionales del excep-
cionalismo y la seguridad proporcionada por la lejanía tan presente en
el imaginario colectivo estadounidense74. Pero su opinión pública no
puede soportar las pérdidas humanas propias en los conflictos bélicos,
lo que es un problema insalvable para la potencia hegemónica puesto
que ni los más sofisticados armamentos pueden garantizar, como ha
demostrado su participación en los conflictos de Afganistán e Irak, una
guerra sin víctimas propias.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

El pretendido orden imperial ha supuesto también enormes


costes políticos para los aliados tradicionales de Estados Unidos y
para las instituciones internacionales. En el caso de las institucio-
nes internacionales, la ONU ha sido el foro donde se han manifes-
tado las tensiones derivadas del intento de legalizar el cambio de la
distribución de poder en las en las relaciones internacionales.
Respecto a sus aliados tradicionales, el proyecto imperial y, en
concreto, el conflicto de Irak, ha supuesto la visualización de una
posible fractura entre Estados Unidos y Europa75 y aun entre los
propios europeos. En este caso, ha afectado al propio proceso de
construcción europea en el seno de la Unión Europea, a pesar de los
esfuerzos realizados en los últimos años para elaborar una Política
Exterior y de Seguridad Común76.
En conclusión, la práctica internacional más reciente (Afga-
nistán, Sudán, Corea del Norte, Irán, los atentados terroristas de
Nueva York, Madrid y Londres), y sobre todo el extraordinaria-
mente difícil proceso de reconstrucción de Irak, demuestra la
inviabilidad del orden imperial y, lo que aún es más grave, el ries-
go de que derive en caos imperial si el Estado hegemón persiste en
hacer frente al problema del orden con la estrategia y los medios
que se contemplan en su proyecto imperial.

5. CONSIDERACIONES FINALES

En síntesis, queremos insistir en la idea de que la secuencia de


acontecimientos desencadenados a partir del 11-S ha cuestionado
algunos de los elementos básicos del orden internacional y de la
arquitectura normativa que lo sustenta, si bien el proyecto de orden
imperial alternativo se ha revelado inviable. El orden internacional
contemporáneo fue construido a partir de 1945 sobre la base de
principios e instituciones del sistema interestatal europeo, algunos
de los cuales se remontan al siglo XVII, y sobre la base de la hege-
monía estadounidense. Esa hegemonía en su momento fue alta-
mente consensuada por una Europa vencida y continuó siéndolo
cuando esa Europa se recuperó política y económicamente porque,
a cambio de su hegemonía, Estados Unidos proveía de seguridad a

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

sus aliados en un contexto de enfrentamiento bipolar. Los ataques


del 11-S enfrentaron a la superpotencia del sistema unipolar a la
paradoja de su vulnerabilidad. Las inmensas capacidades militares
y económicas no son suficientes para hacer frente a las nuevas
amenazas de naturaleza global y aterritorial.
El proyecto de orden imperial no es viable porque carece de
legitimitad, porque contraviene el orden jurídico internacional y
porque sus costes militares, económicos y políticos son excesiva-
mente elevados incluso para la superpotencia. Además, ha puesto
en marcha una estrategia errónea para luchar contra la amenaza
terrorista global porque no ha aprehendido la naturaleza cambian-
te del poder y de las amenazas globales, ni ha asumido los retos y las
oportunidades de la interdependencia y de la globalización.
El orden imperial carece de legitimidad, en primer lugar, por-
que no tiene ni la autoridad ni la capacidad para generar el consen-
timiento necesario para su mantenimiento; en segundo lugar,
porque, en el contexto actual de interdependencia y globalización,
el aumento del poder duro de los Estados Unidos ha ido en detri-
mento de su poder blando; y, por último, pretendido orden impe-
rial no tiene legitimidad porque la mayoría de los miembros del
sistema internacional no ven garantizados en él los tres objetivos
básicos: la propia existencia del sistema ante la amenaza de actores
no estatales, la supervivencia de los propios Estados y la paz.
El orden imperial es inviable también porque exige reinter-
pretaciones de algunos principios básicos de la arquitectura nor-
mativa del orden internacional que son contrarias a la legalidad
internacional. Por un lado, la concepción de la soberanía que se
deriva del proyecto imperial, que la condiciona al respeto a un
determinado contenido sustantivo integrado por los valores y
modelo de Estado que el hegemón declara como universales es
incompatible con el principio de igualdad soberana. Éste posee una
dimensión formal que tiene un carácter constitutivo del orden
internacional y del propio Derecho internacional. La soberanía
condicionada es contraria a la dimensión formal de la soberanía y
atenta directamente contra el orden internacional y contra su
arquitectura normativa. Y, por otro lado, respecto al principio de
prohibición del uso de la fuerza, si el recurso a la legítima defensa

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como respuesta a los ataques terroristas suscita dudas legales, tanto


la práctica internacional como la doctrina mayoritaria consideran
que la legítima defensa preventiva es contraria a las normas con-
suetudinaria y convencional sobre la materia porque no respeta los
requisitos de inmediatez, de la necesidad y de la proporcionalidad
y porque tiene efectos perturbadores para el orden internacional,
para el Derecho internacional y aún para los propios Estados
Unidos, ya que supone la eliminación de cualquier límite legal al
uso de la fuerza y el retorno a la ley del más fuerte.
Por último, el orden imperial es inviable porque Estados
Unidos carece de capacidad real para asumir los costes militares de
las intervenciones armadas y, sobre todo, de la seguridad y del orden
público por medio del mantenimiento de tropas en Estados que con-
sidera que tienen un interés estratégico para el orden imperial.
Además, Estados Unidos tiene dificultades para hacer frente a los
costes económicos que implica el orden imperial: un elevado gasto en
defensa, los derivados de las intervenciones militares, de la presen-
cia de tropas y de la reconstrucción de los Estados en los que inter-
viene. Y, finalmente, el pretendido orden imperial ha tenido
enormes costes políticos para los propios Estados Unidos, para las
instituciones internacionales y para sus aliados tradicionales.
No obstante, la inviabilidad del orden imperial no puede ni
debe ocultar dos desafíos pendientes. El primero consiste en iden-
tificar, analizar y valorar el posible impacto que las acciones lleva-
das a cabo por Estados Unidos como parte de su estrategia de lucha
contra el terrorismo, la proliferación de armas de destrucción
masiva y los Estados canallas hayan podido tener sobre el orden
internacional y sobre el Derecho internacional, es decir, sobre el
sistema internacional y sus principales actores y sobre algunos de
los principios jurídicos e instituciones básicas del orden existente
que integran su arquitectura normativa.
El segundo desafío, y éste no tiene sólo una dimensión cientí-
fica sino sobre todo práctica, consiste en la necesidad de recons-
truir el orden internacional actual sobre bases diferentes a las del
orden imperial: el multilateralismo democrático, la soberanía res-
ponsable, el respecto al Derecho internacional y la aspiración a la
justicia en la Comunidad internacional.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

NOTAS

1. H. Bull [The Anarchical Society. A Study of Order in World Politics, 2ª ed., Londres:
Macmillan, 1995 (1ª ed., 1977), introducción edición en inglés], advierte que
el orden es un fin y un objetivo deseable, pero que no es el valor primordial al
cual referir los comportamientos en las relaciones internacionales, puesto que
pueden existir otros fines como la justicia o las diferencias culturales. Vid.
también en este sentido R.J. Vincent, “Order in International Politics”, en
J.D.B. Miller y R.J. Vincent (eds.), Order and Violence. Hedley Bull and
International Relations, Oxford, Clarendon Press, 1990, pp. 38-64.
2. H. Bull, op. cit. p. 8.
3. Ch. Reus-Smit define las estructuras constitucionales del orden internacional
como los complejos normativos, no necesariamente jurídicos, que definen
quiénes son los actores legítimos del sistema y cuáles son los criterios de
corrección de la acción de los actores legítimos. Vid. Ch. Reus-Smit, “The
Constitutional Structure of International Society and the Nature of
Fundamental Institutions”, International Organization, vol. 51, Nº 4, otoño,
1997, pp. 555-589.
4. S.P. Huntington, “La superpotencia solitaria”, Política exterior, vol. XIII, nº 71,
1999, pp. 197-217.
5. The National Security Strategy of the Unites States of America, aprobada por el pre-
sidente G.W. Bush el 17 de septiembre de 2002 y de forma más matizada en The
National Security Strategy of the Unites States of America, aprobada por el presi-
dente G.W. Bush el 16 de marzo de 2006 (Vid. ambos documentos en
http://www.whitehouse.gov).
6. Vid., entre otros, N. Ferguson, Coloso. Auge y decadencia del imperio americano,
trad. M. Chocano, Barcelona, Debate, 2005 (1ª ed. en inglés, 2004), en especial
su introducción (pp. 47-81) y el Cap. V (pp. 245-282), en los que sostiene que el
orden internacional necesita más imperio liberal estadounidense, que basado en
reglas e instituciones, asegure bienes públicos como la paz, la libertad de los
mares y los cielos y un sistema abierto de comercio y finanzas internacionales. El
problema principal, para este autor, es la poca determinación y carácter vacilan-
te de los líderes americanos para extender dicho imperio liberal; aún más, la
propia negación de la condición de imperio por parte de los dirigentes america-
nos; M. Ignatieff, El nuevo imperio americano, Barcelona, Paidós, 2003; R. Cooper,
The Post Modern State and World Order, Londres, Foreign Policy Center, 2000 y
“The New Liberal Imperalism”, The Observer, April 7, 2002.
7. H. Bull, La sociedad anárquica..., op. cit., p. 71-73. Este autor concebía el orden
internacional y el mundial como órdenes inclusivos, siendo el segundo más
amplio y moralmente superior al primero. El orden internacional —una reali-
dad— es válido, según este autor, en tanto que es útil para conseguir el orden
mundial —todavía un objetivo—.
8. Strange sostiene que son los Estados los que han permitido, con sus decisiones
y sus inhibiciones, que otros actores, especialmente en el ámbito económico,
ocuparan su lugar. Este fenómeno es distinto al que, según Cooper, se opera en
los Estados postmodernos, puesto que en este segundo caso la cesión de respon-
sabilidad estatal se hace a una institución supraestatal que recoge y encarna los
vínculos democráticos de los ciudadanos con sus Estados de origen. S. Strange,
La retirada del Estado, trad. J. Ibañez, Barcelona, Icaria-Intermon/Oxfam, 2001
(1ª ed. en inglés, 1996); R. Cooper, op. cit., 2000.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

9. Refiriéndose a esta realidad, califica a la economía política mundial globaliza-


dora y al tejido de relaciones y redes transnacionales de auténticos desafíos a
la democracia. D. Held, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al
gobierno cosmopolita, Barcelona, Paidós, 1997 (1ª ed. en inglés, 1995). Esta idea es
compartida, entre otros, por J. Santamaría, “Some reflections on the New World
Order and Disorder”, en M. Walzer (ed.), Toward a Global Civil Society,
Providence/Oxford, Berghahn Books, 1998, pp. 307-315; y C. Brown, Sovereignty,
Rights and Justice. International political Theory Today, Oxford, Polity, 2002.
10. Este planteamiento se refleja también en los trabajos recogidos en “Agora: Is
the Nature of International Legal System Changing?”, Austrian Review of
International and European Law, nº8, 2003.
11. C. Brown, Sovereignty, Rights and Justice…, op.cit.
12. U. Beck, La sociedad del riesgo. En camino hacia otra sociedad moderna.
Barcelona, Paidós, 1998 (1ª ed. en alemán, 1986).
13. Haciéndose eco de la problemática generada por las situaciones en las que los
Estados no sólo no garantizan la seguridad de sus ciudadanos, sino que se con-
vierten en sus verdugos, los trabajos de la Comisión Internacional sobre
Intervención y Soberanía de los Estados proponen un nuevo vínculo entre sobe-
ranía y ciudadanía fundamentada en dos principios: por una parte, la soberanía
implica ante todo responsabilidad y la primera responsabilidad consustancial al
principio de soberanía estatal es la de proteger; por otra, el principio de no inter-
vención asociado a la soberanía cede ante la responsabilidad de proteger cuando
una población está sufriendo serios daños. The International Commission on
Intervention and State Sovereignty, The Responsibility to Protect, Ontario,
International Development Research Center, 2001.
14. Al margen de los cruces de opiniones contrapuestas sobre la relevancia histórica
de los hechos del 11-S o su relativismo, Michael Cox resalta que una de las conse-
cuencias intelectuales más interesantes de los atentados es que fueron el deto-
nante para que los Estados Unidos se plantearan el tema del Imperio, rompiendo
con una tradición que los alejaba de ese concepto. Crearon una sensación de cri-
sis aguda que hizo que políticas que siempre fueron controvertidas internamente
se aceptaran. M. Cox, “Empire, imperialism and the Bush doctrine”, Review of
International Studies, 30, 2004, pp. 585-606 (pp. 588 y 597).
15. Entre los autores que sostienen que Estados Unidos es la potencia que mayor
poder ha acumulado desde los tiempos del Imperio Romano, véanse, P.
Kennedy, “El poder de EEUU no tiene precedentes en la historia”, El País, 10
de febrero de 2002, M. Ignatieff, El nuevo imperio americano, Barcelona:
Paidós, 2003; R.Kagan, Poder y debilidad, Madrid: Taurus, 2003; J.J.
Mearsheimer, The tragedy of great power politics, Nueva York: Norton, 2001; J.S.
Nye, La paradoja del poder americano, Madrid:Taurus, 2003.
16 Algunos de los principales ideólogos neoconservadores en materia de política
exterior son W. Kristol y R. Kagan, “Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy”,
Foreign Affairs, 1996, vol. 75, Nº 4, pp. 18-32 y en su Present Dangers: Crisis and
Opportunity in American Foreign and Defense Policy, San Francisco, Encounter,
2000.
J. Ibáñez afirma que el giro del gobierno estadounidense hacia el unilateralis-
mo agresivo respondió más a los objetivos de los conocidos como crazies en
círculos gubernamentales estadounidenses (D. Rumsfeld, R. Perle y P.
Wolfowitz, entre otros) que al desafío del terrorismo islamista. J. Ibáñez, “El
desafío a la Pax Americana desde el 11 de septiembre de 2001”, en C.García

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Segura y A. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio inviable. El orden internacional


tras el conflicto de Irak, Madrid: Tecnos, 2004, pp. 33-66 (p. 39).
17. Esta idea, plasmada en la National Security Strategy de 2002, ya estaba presente
en un documento de 1992 cuyo autor era P. Wolfowitz y que finalmente no fue
publicado (Defence Planning Guidance).
18. C. García Segura, “Los efectos del 11 de septiembre en la política exterior de los
Estados Unidos”, en C.García Segura y A. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio
inviable…op cit. pp. 67-93 (p.68). Una opinión contraria es sostenida por I.H.
Daalder y J.M. Lindsay, America Unbound:The Bush Revolution in Foreign Policy,
Washingon: Brookings Institution, 2003. Estos autores defienden que G.W.
Bush se ha embarcado en una auténtica revolución en política exterior, aban-
donando décadas de tradición estadounidense de comportamiento exterior.
19. Vid., C. Rice, “Promoting the National Interest”, Foreign Affairs, vol. 79, nº 1,
enero/febrero 2000, pp.45-62.
20. Todos estos documentos están disponibles en http://www.whitehouse.gov.
21. G.J., Ikenberry, “La ambición imperial de Estados Unidos, Foreign Affairs en
español, otoño-invierno, 2002 (disponible en www.foreignaffairs-eso.org); G.
J., Ikenberry, America Unrivaled. The Future of the Balance of Power, Ithaca y
Londres, Cornell University Press, 2002; J. Newhouse, Imperial America. The
Bush Assault on the World Order, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2003.
22. D.F. Vagts, “Hegemonic International Law”, AJIL, 2001, vol. 95, pp. 843-848;
Vid. un análisis detallado de sus características en “El Derecho internacional
hegemónico y sus límites”, en el capítulo 3 de esta obra.
23. Barkin, J.S, y Cronin, B. (1994), “The state and the nation: changing norms
and the rules of sovereignty in international relations”, International
Organization, vol. 49, Nº 1, invierno, pp. 107-130.
24. Reisman y Schuchart explican el recurso al unilateralismo —contradicción
operativa del orden multilateral— con base en la eficacia de los diferentes
modelos de orden. A mayor eficacia del sistema, menor recurso a las actuacio-
nes unilaterales por parte de las potencias y a la inversa, a menor eficacia
mayor frecuencia de acciones unilaterales. M. Reisman y S. Schuchart,
“Unilateral Action in an Imperfect World”, Austrian Review of International and
European Law, nº 8, 2003, pp. 163-178.
25. Vid. N. Krisch, “More equal than rest? Hierarchy, equality and US predomi-
nance in international law”, en M. Byers y G. Nolte (eds.), op. cit., 2003, pp.
135-175; y “International Law in Times of Hegemony: Unequal Power and the
Shaping of International Legal Order”, EJIL, 2005, vol. 16, Nº 3, pp. 369-408.
26. Vid. R. Food, S.N. MacFarlane y M. Mastanduno, “Conclusión: Instrumental
Multilateralism in U.S. Foreign Policy”, en la obra de la son editores US
Hegemony and International Organizations, Oxford, Oxford Universty Press,
2003, pp. 265-272.
27. Vid. en este sentido J. Bolton, “Should We Take Global Governance Seriously?”,
Chicago Journal of International Law, 2000, vol. 1, pp. 205-221; y P. Stephan,
“International Governance and American Democracy”, Chicago Journal of
International Law, 2000, vol. 1, pp. 237-256.
28. Vid. M.P. Andrés Sáenz de Santa María, “El Consejo de Seguridad en la guerra con-
tra Irak: ¿ONG privilegiada, convalidador complaciente u órgano principal?”,
Revista Española de Derecho Internacional, 2003, vol. LV, Nº 1, pp. 205-222.
29. Los argumentos de Estados Unidos son, principalmente, sus especiales res-
ponsabilidades en materia de seguridad y la especificidad de su posición para

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

mantener el orden y pueden verse en D. Schefter, “The United States and the
Criminal Court”, AJIL, 1999, vol. 93, pp. 12-22; y en R. Wedgwood, “The
International Criminal Court: An American View”, EJIL, 1999, pp. 93-107, en
particular, p. 102.
30. Vid. The National Security Strategy…, op. cit., cap. IX, p. 31; también M.A.
Alcoceba Gállego, “La ilicitud internacional de los Acuerdos Antídoto celebrados
por Estados Unidos para evitar la jurisdicción de la CPI”, ADI, 2003, vol. XIX,
pp. 349-372.
31. Vid. las resoluciones 1422 (2002), de 12 de julio y 1487 (2003), de 12 de junio,
con las que el Consejo de Seguridad, actuando con arreglo al capítulo VII, pide
que, según el art. 16 del Estatuto de Roma de la CPI, si surge algún caso de
agentes y funcionarios de cualquier Estado que no sea parte en el Estatuto (por
ejemplo Estados Unidos) que participen en operaciones de mantenimiento de
la paz, no inicie ni prosiga investigaciones durante un periodo de un año a par-
tir de la fecha que establece cada resolución. Vid. C. Escobar Hernández,
“Algunos obstáculos en el proceso de constitución efectiva de la Corte Penal
Internacional: la resolución 1422 del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas y los acuerdos bilaterales celebrados por Estados Unidos”, Revista
Española de Derecho Internacional, 2002, vol. LIV, Nº 2, pp. 999-1003; J.F.
Escudero Espinosa, “Los poderes del Consejo de Seguridad y la Corte Penal
Internacional en el Estatuto de Roma”, ADI, 2003, vol. XIX, pp. 185-261; y M.
Bollo Arocena, “La adopción de las resoluciones 1422 (2002) y 1487 (2003) o el
bloqueo preventivo de la Corte Penal Internacional por el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas”, Anuario de Derecho Internacional, 2004,
vol. XXV, pp. 375-408.
32. La resolución 1497 (2003), en su párrafo 7, no sólo excluye la competencia de la
Corte Penal Internacional respecto al personal de Estados que no sean parte en el
Estatuto (que es el caso de Estados Unidos) sino que excluye también la compe-
tencia de los tribunales de terceros Estados que la tuvieran atribuida por sus leyes
nacionales para juzgar las violaciones graves de Derecho internacional humanita-
rio. Vid. las atinadas observaciones críticas de E. García Rico, “La resolución 1497
(2003) del Consejo de Seguridad: ¿una vuelta al régimen de capitulaciones en el
Derecho interncional?”, REDI, 2004, vol. LVI, pp. 185-192.
33. R. Falk, La globalización depredadora. Una crítica, trad. H. Bevia y A. Resines,
Madrid, Siglo XXI (1ª ed. en inglés, 1999), 2002, p. 29.
34. Vid. sobre las reinterpretaciones de las que está siendo objeto el principio de
soberanía Angel J. Rodrigo Hernández, “Soberanía y administración de terri-
torios”, ADI, 2004, vol. XX, pp. 279-326, en particular, pp. 282-296.
35. The National Security Strategy…, op. cit., en especial la introducción y los capí-
tulos II y V.
36. La decisión de los Estados Unidos de justificar la respuesta militar contra Al
Qaeda y los talibanes que le apoyaban fue una opción de política jurídica, ya
que la resolución 1368 (2001), de 12 de septiembre, en la que el Consejo de
Seguridad condenó los atentados y reconoció el derecho inmanente de los
Estados a la legítima defensa, también los calificó como una amenaza para la
paz y seguridad internacionales y declaró que estaba dispuesto para adoptar
todas las medidas que fueran necesarias. Por tanto, Estados Unidos tenía
abiertas las dos opciones: la de la reacción unilateral justificada por medio de
la legítima defensa y la reacción dentro del marco multilateral del Consejo de
Seguridad y sus autorizaciones para el uso de la fuerza.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

37. W.M. Reisman, “In Defense of World Public Order”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
833-835. L. Condorelli, “Les attentats du 11 septembre et leurs suites: où va le
droit international?, RGDIP, 2001, T. 105, pp. 829-848, en particular, p. 843.
En la doctrina española R. Bermejo García, “El Derecho internacional frente al
terrorismo: ¿nuevas perspectivas tras los atentados del 11 de septiembre”, ADI,
vol. XVII, 2001, pp. 5-24, en particular, pp. 19-22.
38. Th. Franck, “Terrorism and the Rigt to Self-Defence”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
839-843, en pp. 840-841; M. Byers, “Terrorism, the Use of Force and
International Law after 11 September, ICLQ, 2002, vol. 51, pp. 401-414, en par-
ticular, pp. 406-410; y “Not yet havoc: Geopolitical change and international
rules on military force”, Review of International Studies, 2005, vol. 31, pp. 51-70,
en particular, pp. 55-59.
39. El presidente B. Clinton adoptó en diciembre de 1999 el documento A National
Strategy for a New Century en el que se preveía la posibilidad de recurrir a la
fuerza contra grupos terroristas en legítima defensa (Vid. http://www.dtic.mil/
doctrine/jel/other_pubs/nssr99.pdf).
40. M. Pérez González, “La legítima defensa puesta en su sitio: Observaciones crí-
ticas sobre la doctrina Bush de la acción preventiva”, REDI, 2003, vol. LV, Nº 1,
pp. 192 y 195.
41. The National Security Strategy…, op. cit., 2002, Capítulo V, p. 15 y The National
Security Strategy…, op. cit., 2006, Capítulo V, p. 23.
Vid. una defensa de la legítima defensa preventiva en A.C. Arend,
“International Law and Preemptive Use of Military Force”, The Washington
Quarterly, 2003, vol. 26, Nº 2, pp. 89-103, en particular, p. 101-102 en las que
considera que la legítima defensa preventiva es válida jurídicamente pero
políticamente imprudente; W.C. Bradford, “The Duty to Defend Them: A
Natural law Justification for the Bush Doctrine of Preventive War”, Notre Dame
Law Review, 2004, vol. 79, pp. 1.365-1.492, en particular la parte V; J.C. Yoo,
“Using Force”, The University of Chicago Law Review, 2004, vol. 71, pp. 729-797,
en particular la Parte II.
42. W.M. Reisman, “Assesing Claims to Revise the Laws of War”, AJIL, 2003, vol.
97, pp. 82-90, en particular, p. 90.
43. M. Mann, El imperio incoherente. Estados Unidos y el nuevo orden internacional,
trad. F. Beltrán, Barcelona, Paidós, 2004 (1ª ed. en inglés, 2003) llega a una
conclusión similar por medio de unas herramientas analíticas diferentes. Para
este autor el nuevo imperialismo americano se ha convertido en el nuevo mili-
tarismo estadounidense y que éste no es suficiente para mantener un imperio.
Mann ilustra su razonamiento con una metáfora inquietante: el imperio esta-
dounidense resulta ser un gigante militar, un conductor desde el asiento de
atrás de la economía, un esquizofrénico político y un fantasma ideológico.
44. Vid. “un examen detallado de las diferentes implicaciones que este conflicto ha teni-
do sobre el orden internacional y el Derecho internacional” en C. García Segura y
A.J. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio inviable. El orden internacional tras el con-
flicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004; también K. Bannelier, Th. Christakis, O. Corten
y P. Klein (eds.), L’intervention en Irak et le droit international, París, Pedone, 2004.
45. I. Clark, “Legitimacy in a Global Order”, Review of International Studies, 2003,
vol. 29, pp. 79-95; y en su Legitimacy in International Society, Oxford, Oxford
University Press, 2005, señala que la legitimidad del orden no sólo ha de resi-
dir en la autoridad, sino que también debe de estar vinculada a nociones como
comunidad, ciudadanía y participación; también los trabajos contenidos en A.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Hurrelman, S. Schneider y J. Steffek (eds.), Legitimacy in an Age of Global


Politics, Nueva York, Palgrave, 2007, en particular el de J. Steffek, “Legitimacy
in International Relations. From State Compliance to Citizen Consensus”.
I. Hurd, “Legitimacy and Authority in International Politics”, International
Organization, 1999, vol. 53, pp. 379-408 advierte que, de los motivos que se
han alegado tradicionalmente para explicar por qué los actores internaciona-
les cumplen las normas y los acuerdos, la coerción, invocada por la doctrina
realista, presupone una relación asimétrica de poder entre los actores, y la
satisfacción de los propios intereses, alegada por los autores del racionalismo
institucional, exige la existencia y distribución de incentivos para todos. Este
autor propone una tercera razón: la legitimidad de las normas e instituciones
basada en la percepción subjetiva de los actores de que las normas e institucio-
nes son correctas y adecuadas y deben ser obedecidas (pp. 383-392).
46. Th. Franck, The Power of Legitimacy Among Nations, Oxford, Oxford University
Press, 1990, p. 19. Propone una concepción procedimental de la legitimidad
que depende de que las normas hayan sido creadas a través de un proceso
correcto, por ello es una cualidad que depende de su determinación (pp. 50-
66), de su validación simbólica (pp. 91-134), de su coherencia (pp. 150-182) y
de su adherencia o inserción (pp. 183-194); también en “Legitimacy in the
International System”, AJIL, 1988, vol. 82, pp. 705-759.
D. Bodansky, “The Legitimacy of International Governance: A Coming
Challenge for International Environmental Law”, AJIL, 1999, vol. 93, Nº 3, p.
600, en cambio, examina como fundamentos de la legitimidad la democracia
(pp. 612-617), la participación pública (pp. 617-619) y el conocimiento espe-
cializado (pp. 619-623).
47. Vid. J. Ibañez, op. cit., 2004, pp. 33-40.
48. Vid. J. Ibañez, op. cit., 2004, p.66.
49. Vid. C. García, “Los efectos del 11 de septiembre en la política exterior de los
Estados Unidos”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2004, pp. 91-93.
50. Vid. A.J. Rodrigo Hernández, “La administración territorial de Irak”, en C. García
y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2004, pp. 165-194; también R. Paniagua Redondo y
X. Pons Ràfols, “La guerra y ocupación del Iraq: Legalidad internacional y posición
de las naciones Unidas”, Agenda ONU, 2003-2004, Nº 6, pp. 34-111; y M. Kohen,
“L’administration actuelle de l’Irak: vers une nouvelle forme de protectorat?”, en
K. Bannelier, Th. Christakis, O. Corten y P. Klein (eds.), L’intervention en Irak et le
droit international, París, Pedone, 2004, pp. 299-315.
51. Vid., por ejemplo en el caso de Irak, el preámbulo de las resoluciones 1483
(2003), 1551 (2003) y 1546 (2004) del Consejo de Seguridad.
52. Vid. sobre la noción de soberanía suspendida A. Yannis, “The Concept of
Suspended Sovereignty in International Law and Its Implications in
International Politics”, EJIL, 2002, vol. 13, Nº 5, pp. 1.037-1.052.
53. La distinción entre igualdad en el Derecho e igualdad ante el Derecho proviene
de H. Kelsen, “Théorie du droit international public”, R. des C., 1953, vol. 84,
pp. 104-105.
54. P.M. Dupuy, “Comments on chapters 4 and 5”, en M. Byers y G. Nolte (eds.),
United States Hegemony and the Foundations of International Law, Cambridge,
Cambridge University Press, 2003, pp. 178-179.
55. W.M. Reisman, “In Defense of World Public Order”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
833-835; L. Condorelli, “Les attentats du 11 septembre et leurs suites: où va le
droit international?, RGDIP, 2001, T. 105, pp. 829-848, en particular, p. 843.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

En la doctrina española véase R. Bermejo García, “El Derecho internacional


frente al terrorismo: ¿nuevas perspectivas tras los atentados del 11 de septiem-
bre?”, ADI, vol. XVII, 2001, pp. 5-24, en particular, pp. 19-22; R. Paniagua
Redondo y X. Pons Ràfols (“El sistema de seguridad colectiva, el terrorismo
internacional y la legítima defensa”, Agenda ONU, 2001, Nº 4, pp. 9-56) afir-
man que, aunque “parece difícil subsumir los atentados del 11 de septiembre”
en la noción de ataque armado, “quizá [...] estamos asistiendo a una amplia-
ción de la noción de ataque armado más allá de lo que establece la definición
de agresión adoptada en 1974” (p. 41).
56. O. Casanovas y La Rosa, “El principio de prohibición del uso de la fuerza”, en
M. Díez de Velasco, Instituciones de Derecho Internacional Público, 15ª ed.,
Madrid, Tecnos, 2005, p. 1.009; y en “El principio de prohibición del uso de la
fuerza tras el conflicto de Irak de 2003”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds).,
op.cit., 2004, pp. 139-140.
57. Th. Franck, “Terrorism and the Rigt to Self-Defence”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
839-843, en especial pp. 840-841; M. Byers, “Terrorism, the Use of Force and
International Law after 11 September, ICLQ, 2002, vol. 51, pp. 401-414, en
especial, pp. 406-410.
O. Casanovas y La Rosa (op. cit., 2003, p. 920) añade que las referencias a la
legítima defensa en las resoluciones del Consejo de Seguridad y la aprobación
de la respuesta armada por los países de la Alianza Atlántica, Organizaciones
internacionales y gran parte de la Comunidad internacional “equivaldría a una
aceptación de esta extensión del derecho de legítima defensa reconocido en la
Carta de las Naciones Unidas”.
58. ICJ, Reports 1986, párrs. 228-230.
59. A. Cassese, “Terrorism is also Disrupting Some Crucial Legal Categories of
International Law”, EJIL, 2001, vol. 12, pp. 995-998; J.I. Charney, “The Use of
Force Against Terrorism and International Law”, AJIL, 2001, vol. 95, pp. 835-
839; K. Zemanek, “Self-Defence Against Terrorism; Reflexions on an
Unprecedented Situation”, en F. Mariño Menéndez (ed.), El derecho internacio-
nal en los albores del siglo XXI. Homenaje al profesor Juan Manuel Castro-Rial
Canosa, Madrid, Trotta, 2002, pp. 695-714, en particular, p. 714; M.G. Kohen,
op. cit., 2003, pp. 202-211.
En la doctrina española C. Gutiérrez Espada, “¿No cesaréis de citarnos leyes
viendo que ceñimos espada? (A propósito del 11-S)”, ADI, 2001, vol. XVII, pp. 25-
38, en especial, pp. 30-34; J.A. González Vega, “Los atentados del 11 de septiem-
bre, la operación “libertad duradera” y el derecho de legítima defensa”, REDI,
2001, vol. LIII, Nº 1 y 2, pp. 247-271, en particular pp. 253-256; R. Paniagua
Redondo y X. Pons Ràfols, op.cit., 2001, pp. 41-44; J. Saura Estapà, “Some
Remarks on the Use of Force Against Terrorism in Contemporary International
Law and the Role of the Security Council”, Loyola of Los Angeles International and
Comparative Law Review, 2003, vol. 26, Nº 1, pp. 7-30, en especial, pp. 22-26.
60. Así, ha sido formulada en The National Security Strategy, op. cit., 2002, Cap. V, p.
15, y en The National Security Strategy, op. cit., 2006, Cap. V, p. 23 como una regla gene-
ral y abstracta. Vid. un examen detallado de dicha propuesta en S. Ripol Carulla, “La
nueva doctrina global de defensa preventiva. Consideraciones sobre su caracteriza-
ción y fundamento”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2004, pp. 141-164.
61. Este es el caso de la formulación de W.M. Reisman, op. cit., 2003, p. 90, que
propone que sea considerada como una regla especial aplicable exclusivamen-
te a los Estados Unidos.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

62. O. Casanovas y La Rosa, op. cit., 2003, p. 918; M. Pérez González, op. cit., 2003,
p. 203; S. Ripol Carulla, op. cit., 2004, pp. 142-152.
63. Vid. S. Morgades Gil, “La asistencia humanitaria tras el conflicto de Irak: hacia
un derecho a la asistencia internacional”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op.
cit., 2004, pp. 195-226.
64. Vid. M. Pérez González y J.L. Rodríguez-Villasante, “El caso de los detenidos de
Guantánamo ante el Derecho internacional humanitario y de los derechos
humanos”, REDI, 2002, vol. LIV, Nº 1, pp. 11-40; y P. Pozo Serrano, “El Estatuto
jurídico de las personas detenidas durante el conflicto armado internacional
en Afganistán”, ADI, 2002, vol. XVIII, pp. 171-204.
65. Vid. Hamdan v. Rumsfeld, Secretary of Defense et al., 584 U.S. (2006), en
http://www.supremecourtsus.gov/opinions/05.pdf/05-184.pdf.
66. Vid. la Declaración presidencial de 11 de julio de 2006.
67. Vid. S.R. Ratner, “Ius ad Bellum and Ius in Bello after September 11”, AJIL, 2002,
vol. 96, Nº 4, p. 913.
68. N. Ferguson, op. cit., 2005 afirma en la conclusión a la obra que de los tres défi-
cits fundamentales que explican por qué Estados Unidos es un imperio menos efec-
tivo que el británico: el económico, el de personal y el de atención, éste es el más
grave. Concluye que como imperio que se niega a sí mismo, tiende a cometer dos
errores: asigna recursos insuficientes a los aspectos no militares de las intervencio-
nes y, el segundo, y más grave, intenta la transformación económica y política en un
marco temporal breve y falto de realismo (pp. 387-406).
69. Vid. J. Ibañez, op. cit., 2004, pp. 40-50; y A.J. Rodrigo, op. cit., 2004, pp. 187-192.
70. W.K. Clark, Winning Modern Wars. Irak, Terrorism and the American Empire,
Nueva York, Public Affairs, 2003; y el informe publicado por Global Security,
Where are the Legions? Global Deployment of US Forces, Washington D.C., 2003 (en
http://www.globalsecurity.org/military/ops/global-deployment).
71. Vid. la advertencia de W.D. Nordhaus, “Las consecuencias económicas de la
guerra contra Irak”, Foreign Affairs en Español, 2003, abril-junio, en
http://www.foreignaffairs-esp.org; también Ch. Johnson, Blowback: The Costs
and Consequences of American Empire, Nueva York, Henry Holt, 2000.
72. J.S. Nye Jr., La paradoja del poder norteamericano, trad. G. Bustelo, Madrid,
Taurus, 2003 (1ª ed. en inglés, 2002), p. 33.
En este sentido, en la doctrina española A. Remiro Brotons, “Terrorismo,
mantenimiento de la paz y nuevo orden”, Revista Española de Derecho
Internacional, 2001, vol. LIII, Nº 1 y 2, pp. 125-171, en especial, pp.168-171.
73. Vid. C. García, op. cit., 2004, p. 92.
74. Ibid., pp. 80-83.
75. Uno de los principales ideólogos de esta fractura ha sido R. Kagan, “Power and
Weakness”, Policy Review, 2002, Nº 113, en http://www.policyreview.org; y en
Poder y debilidad, Madrid, Taurus, 2003.
76. Vid. el análisis de las diferencias europeas al respecto en X. Gómez Sanz y S.
Morgades Gil, “La Política Exterior y de Seguridad Común en el conflicto de
Irak: de la formulación de la utopía a la práctica del interés nacional”, en C.
García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2004, pp. 95-123; M. Ortega Gómez, “La
Unión Europea ante la crisis de Irak”, Revista General de Derecho Europeo, 2005,
Nº 8, pp. 1-18 en http://www.iustel.com.; y también E. López-Jacoiste
(Coord.), La política de seguridad y defensa en Europa, Pamplona, EUNSA, 2006,
en particular el trabajo del profesor R. Bermejo.

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CAPÍTULO 2
LOS LÍMITES DE LA SEGURIDAD IMPERIAL:
SEGURIDAD HUMANA, SEGURIDAD COLECTIVA
Y DERECHO INTERNACIONAL

1. INTRODUCCIÓN

La seguridad se ha convertido, de nuevo, en la principal preocupa-


ción de la Comunidad internacional debido no sólo a las crisis, los
conflictos y las turbulencias que conforman la realidad del sistema
internacional contemporáneo sino también, y aunque parezca
paradógico, a la propia respuesta que el estado más poderoso les ha
dado, el proyecto imperial elaborado por la Administración Bush. Y
es que la pretendida seguridad imperial ofrecida y buscada por
Estados Unidos, basada en su indiscutible superioridad de medios
militares, se ha revelado incapaz de dar respuesta a sus propias
necesidades en materia de seguridad y, por supuesto, a las de la
Comunidad internacional. La creciente sensación de inseguridad y
la insatisfacción ante los análisis y políticas tradicionales para
hacerle frente hacen necesaria la redefinición de la seguridad. Para
ello, es imprescindible, en primer lugar, entender la naturaleza de
las causas de esta creciente sensación de inseguridad que tienen
tanto los Estados como la sociedad civil global y local. Algunas de
ellas son, por un lado, la persistencia de las amenazas tradicionales
que se derivan de los conflictos armados ya sean éstos de carácter
internacional o interno; por otro lado, la aparición de nuevas ame-
nazas como el terrorismo internacional, la proliferación de armas

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

de destrucción masiva, en especial si llegan a manos de grupos no


estatales, la delincuencia organizada transnacional y la descompo-
sición institucional de los denominados Estados fracasados; y, por
último, los nuevos desafíos a los que se enfrenta la Comunidad
internacional como las relaciones entre civilizaciones, la creciente
desigualdad económica entre los Estados y la consiguiente persis-
tencia de la pobreza, la propagación de enfermedades infecciosas
como el sida, la tuberculosis, la malaria y el SARS (síndrome respi-
ratorio agudo severo), la degradación del medio ambiente y los
riesgos derivados del uso de la biotecnología.
Los desafíos actuales a la seguridad poseen unos rasgos dife-
rentes a los de épocas anteriores, por lo que la respuesta también ha
de ser distinta a las respuestas tradicionales. Las nuevas amenazas
no respetan fronteras y, además, como destacó el Grupo de Alto
Nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio, creado por el
Secretario General de las Naciones Unidas, en su informe Un
mundo más seguro: La responsabilidad que compartimos, “hoy más
que nunca las amenazas están interrelacionadas y una amenaza
contra uno es una amenaza contra todos”1. Estas características tie-
nen como consecuencia, en primer lugar, la vulnerabilidad inter-
dependiente entre Estados fuertes y débiles, ya que la seguridad de
los Estados ricos y poderosos puede depender de la capacidad que
un Estado más pobre tenga para controlar tanto las enfermedades
infecciosas como posibles grupos terroristas que pudieran utilizar
su territorio como base de operaciones. Por ello, como se concluyó
en dicho informe, un presupuesto básico del nuevo consenso que
ha de forjarse en materia de seguridad es que todos somos respon-
sables de la seguridad de los demás. Y, en segundo lugar, la auto-
protección tiene límites, ya que “ningún Estado, por más poderoso
que sea, puede hacerse invulnerable, por sí solo, a las amenazas
actuales. Para garantizar su propia seguridad, todo Estado necesita
cooperar con otros Estados”. Por tanto, son necesarias nuevas
estrategias y un mejor funcionamiento de las instituciones inter-
nacionales y de los propios Estados para poder asumir la responsa-
bilidad colectiva de proteger la vida, la dignidad, la justicia y la
seguridad de los ciudadanos de cualquier Estado, empezando por
los propios2.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Por otra parte, es preciso considerar que los desafíos actuales


a la seguridad operan en un nuevo contexto internacional que X.
Batalla denomina un mundo uni-multipolar.3 Se trata de un mundo
en el que el orden internacional no puede ser exclusivamente uni-
polar porque, aunque el hegemón, Estados Unidos, es el Estado
más poderoso en materia militar, necesita la cooperación militar,
económica y política de otros Estados. En suma, precisa la legitimi-
dad derivada del multilateralismo efectivo4, para mantener el orden
internacional. El caso de Irak es un ejemplo paradigmático de las
capacidades y también de los límites del unilateralismo norteameri-
cano5. El orden internacional actual, como ya se ha analizado en el
capítulo I, es disfuncional y está amenazado. Además, “se enfrenta a
dos tipos de amenazas de distinta naturaleza: por una parte, el esta-
dio actual del proceso de globalización está transformando los funda-
mentos del orden internacional desde el exterior del sistema
interestatal y, por otra, el nuevo proyecto imperial de los Estados
Unidos lo está fragmentando desde dentro”6. En este contexto, el
orden internacional ya no cumple su función estabilizadora y prove-
edora de seguridad. Por ello, es necesaria la transformación de dicho
orden para que, a medio o largo plazo, proporcione no sólo seguridad
estatal, sino también seguridad humana y sistémica.
En definitiva, la seguridad en la Comunidad internacional está
comprometida debido tanto a causas tradicionales como a las nue-
vas amenazas y a los desafíos a los que tiene que hacer frente y que,
además, operan en un contexto internacional distinto.
Partiendo de estas constataciones, el objetivo de este trabajo
es doble. El primero, examinar los desafíos actuales y las amenazas,
tradicionales y nuevas, a la seguridad. Y, el segundo, participar en el
proceso de redefinición de la seguridad con el fin de contribuir al
debate, análisis y difusión de una nueva concepción de la seguridad
que pueda servir para dar respuesta a las necesidades que en esta
materia tiene la Comunidad internacional en estos primeros años
del siglo XXI. Y es que, en la actualidad, es necesario intentar resol-
ver la paradoja de la seguridad que puede ser descrita en los
siguientes términos. Por un lado, los Estados tienen poderosos
ejércitos que disponen de la más moderna tecnología y de las armas
más avanzadas y existen numerosas organizaciones internacionales

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

que tienen como objetivo la seguridad. Sin embargo, la sensación de


vulnerabilidad es enorme y la seguridad se ha convertido, de nuevo, en
una de las principales preocupaciones de la Comunidad internacional.
El principal reto que ésta tiene en esta materia es lo que M. Kaldor
denomina el vacío de seguridad. Un reto que tiene su origen, según esta
autora, en el cambio de los patrones de la violencia: los incidentes
terroristas internacionales han aumentado y amenazan con persistir; la
mayoría de las víctimas de los nuevos conflictos son civiles a los que, a
veces, incluso se les ataca de manera deliberada; la dificultad para dis-
tinguir en muchos casos entre crimen organizado y crimen violento, es
decir, entre guerra o crimen; y, por último, el incremento de las vícti-
mas causadas por los desastres naturales, las enfermedades infecciosas
y la pobreza7. Junto a ello, el mayor obstáculo con el que nos enfrenta-
mos es la persistencia de los antiguos planteamientos sobre la seguri-
dad, puesto que “ya no es posible interpretar la seguridad y la defensa
en clave de estricta protección material del territorio”8.
Por todo ello, dado que el enfoque y los medios tradicionales
no están siendo eficaces, es necesario explorar nuevas concepcio-
nes de la seguridad y de los elementos básicos que pueden contri-
buir a lograrla. Es preciso, en suma, redefinir la seguridad y
reformar las normas jurídicas y las instituciones internacionales o,
llegado el caso, crear nuevos mecanismos para hacer frente a los
desafíos que tiene en estos momentos la seguridad en la
Comunidad internacional. Es necesaria una concepción de la segu-
ridad que esté comprometida no sólo con los Estados, sino también
con las personas y las comunidades, que tenga como objetivo fun-
damental la protección de los individuos antes que (o al menos,
junto a) la del territorio o el Estado y que sea entendida en sentido
global de forma que comprenda los distintos tipos de necesidades
de las personas: la seguridad humana. Los propios Estados, en el
Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, reconocieron el derecho
de las personas a vivir en libertad y con dignidad, libres de la pobre-
za y la desesperación y el derecho a vivir libres del temor y la miseria
y se comprometieron a examinar y definir el concepto de seguridad
humana en la Asamblea General de las Naciones Unidas9. Este obje-
tivo exige no sólo que aparezcan Estados comprometidos con el
bienestar humano10, sino también que el sistema de seguridad

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

colectiva creado por la Carta de las Naciones Unidas funcione tam-


bién como un instrumento para la seguridad humana y que las rela-
ciones internacionales en la Comunidad internacional estén
basadas en el Derecho internacional público, que tiene como uno
de sus principios fundamentales la protección de la vida humana, la
integridad física y la dignidad de las personas.
A fin de alcanzar los objetivos perseguidos, este capítulo se
estructura en cuatro partes. En la primera se examinan las causas
que comprometen la seguridad en la actualidad. En la segunda
parte se exploran la noción de seguridad humana, sus ventajas y sus
limitaciones. En la tercera parte se defiende la necesidad de que el sis-
tema de seguridad colectiva sea también un instrumento para la segu-
ridad humana de personas y grupos y no sólo para la seguridad del
territorio e instituciones de los Estados. Y, por último, se analiza la
seguridad humana como un objetivo más de una Comunidad interna-
cional que ha evolucionado hacia una comunidad jurídica parcial en la
que sus principales valores e intereses comunitarios están regulados
por el Derecho internacional. Éste desempeña, a la vez, la función de
cauce regulador del ámbito de acción de los miembros de la
Comunidad internacional y de límite frente al poder.

2. LOS DESAFÍOS ACTUALES A LA SEGURIDAD


EN LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

Los desafíos actuales a la seguridad en la Comunidad internacional


provienen, principalmente, como ya se ha apuntado, de las nuevas
amenazas, de una serie de causas que, si bien en sí mismas no
suponen una amenaza, en determinados grados y circunstancias
pueden llegar a serlo y, también, de los conflictos armados, en
especial, por su frecuencia, de los que tienen un carácter interno.

2.1. LAS NUEVAS AMENAZAS A LA SEGURIDAD

Desde el fin de la guerra fría, a las amenazas tradicionales deriva-


das del uso de la fuerza y de los conflictos armados ya fueran inter-
nacionales o internos, se han añadido otras amenazas a la seguridad

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

que tienen su origen en un nuevo terrorismo internacional; en la


proliferación de armas de destrucción masiva, en especial, en la
posibilidad de que éstas salgan del control de los Estados y lleguen
a manos de particulares; en la delincuencia organizada transnacio-
nal; en la desestructuración institucional de algunos Estados que
no son capaces de cumplir objetivos mínimos como la paz social, la
alimentación, la sanidad o la educación; y en las redes transnacio-
nales del crimen organizado11.
El terrorismo era una amenaza ya conocida. La diferencia es
que, en estos momentos, estamos ante lo que P. Pareja denomina
un “nuevo terrorismo internacional”. Éste supone, por un lado, la
profundización e intensificación de algunas tendencias iniciadas a
mediados del siglo XX que implican un cambio cuantitativo y cuali-
tativo; y, por otro lado, el nuevo terrorismo internacional afecta,
además de a los individuos y a los Estados, a la seguridad del siste-
ma internacional en su conjunto. Las consecuencias de este nuevo
terrorismo internacional son, según este autor, el debilitamiento
de las estructuras del orden internacional porque, además de poner
en peligro la vida de los individuos y de desconcertar a los Estados,
al aumentar la inseguridad en la Comunidad internacional “cues-
tiona la capacidad del orden establecido para proveer de seguridad
a las diferentes unidades que lo integran”; y, además, el perjuicio a
determinados valores, libertades y derechos ocasionado por la
“respuesta inadecuada que han ofrecido los Estados a este desafío,
la llamada guerra contra el terrorismo”12. El nuevo terrorismo inter-
nacional, en ocasiones unido a otras causas, supone una grave ame-
naza para la seguridad de individuos, de Estados y del orden
internacional y también para una serie de valores, libertades y
derechos comunitarios e individuales que había costado mucho
esfuerzo conseguir y que parecían ya consolidados13.
Las armas de destrucción masiva constituyen una amenaza
tradicional a la seguridad internacional e incluso en los momentos
más tensos de la guerra fría eran consideradas, en particular las
armas nucleares, la amenaza por excelencia. En estos momentos,
según la agenda dominante, el peligro no residiría tanto en su
posesión por las potencias nucleares oficiales (Estados Unidos,
Rusia, China, Francia y Gran Bretaña) y aun por las no oficiales

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

(Israel, India y Pakistán), ya que asumen las reglas del juego de la


disuasión y las conciben como el último recurso14. La novedad de la
amenaza sería la proliferación de tales armas de destrucción masi-
va, de forma que pudieran hacerse con ellas determinados Estados
(Corea del Norte, Irán15 y después otros) o algunos grupos no esta-
tales que les permitiera llevar a cabo lo que J.A. Núñez denomina
“terrorismo de destrucción masiva”. No obstante, este autor
advierte que, en esta materia y tras el 11-S, se puede constatar un
retroceso a esquemas militaristas propios de la guerra fría, en par-
ticular en el caso de los Estados Unidos con su nueva doctrina se
seguridad nuclear. Ésta aspira a hacer el territorio norteamericano
invulnerable mediante una “escudo de misiles”, prefiere incre-
mentar la propia capacidad militar de contraproliferación antes
que mejorar los mecanismos normativos de no proliferación y, por
último y aún más desestabilizador, las armas nucleares ya no serían
un último recurso sino, en palabras de J. Núñez, “un arma destina-
da a ser usada en diferentes fases de las batallas, con la intención de
ganar”. Ahora bien, según destaca este autor, “las ADM son, obvia-
mente, una amenaza real, pero [...] ni es la única ni, desde luego, la
más importante. Y esto sería así aunque se le añadiera el terroris-
mo internacional”. Los motivos que justifican su afirmación son
que aunque en términos militares representan la amenaza con
mayor poder destructivo, no es la más probable; que los mecanis-
mos de control y vigilancia creados hasta ahora (TNP, AIEA,...) han
tenido unos resultados nada desdeñables; y que, dadas las enormes
dificultades que supone el proceso de desarrollo, producción y
adquisición (incluso por medio de la compra a un Estado produc-
tor) de las armas de destrucción masiva, “no hay constancia de que
ningún grupo terrorista internacional haya podido hacerse con
capacidades nucleares, químicas o biológicas”16.
No obstante, en los últimos años, en la Comunidad interna-
cional se han ido elaborando y adoptando importantes iniciativas
para hacer frente a esta amenaza. Por un lado, en el plano intergu-
bernamental, los Estados y las instituciones internacionales com-
petentes en la materia, conscientes de que “los actos de terrorismo
nuclear pueden acarrear consecuencias de la máxima gravedad y
amenazar la paz y la seguridad internacional”, han adoptado medidas

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

de gran trascendencia para hacer frente a este problema. El


Consejo de Seguridad, por medio de su resolución 1540 (2004), ha
creado una serie de obligaciones jurídicas internacionales para
todos los Estados que tienen por objeto prohibir el apoyo de cual-
quier tipo a los agentes no estatales que traten de desarrollar,
adquirir, fabricar, poseer, transportar y transferir o emplear armas
nucleares, químicas o biológicas y sus sistemas de vectores (párr.
1); y adoptar y aplicar leyes apropiadas y eficaces y controles inter-
nos que prohíban a tales agentes dichas actividades (párrs. 2 y 3)17.
Además, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó por
unanimidad el Convenio internacional para la represión de los
actos de terrorismo nuclear, por el que los Estados parte se com-
prometen a adoptar medidas para tipificar como delito en su legis-
lación interna una serie de actos constitutivos de terrorismo
nuclear y a perseguir y sancionar a los autores de tales conductas18.
Y, por otro lado, en el plano no gubernamental, la Comisión de
Armas de Destrucción Masiva, presidida por el diplomático sueco
H. Blix, adoptó en el año 2006 su informe Las armas del terror.
Librando al mundo de las armas nucleares, biológicas y químicas, en el
que realiza un buen número de recomendaciones específicas y
detalladas relativas a la necesidad de acordar principios generales
de actuación; a reducir el peligro de los arsenales existentes con el
fin de que los Estados no las usen y de que los terroristas no acce-
dan a ellas; a impedir la proliferación ya sea mediante la creación
de nuevos sistemas de armas o bien porque tengan acceso a ellas
nuevos Estados o grupos; y a la prohibición definitiva de todas las
armas de destrucción masiva, incluidas las nucleares19.
La delincuencia organizada transnacional es otra de las nuevas
amenazas que atentan contra la seguridad de las personas, de los
Estados y aun de la Comunidad internacional. El tráfico de drogas,
la trata de seres humanos, el tráfico ilícito de armas pequeñas y
armas ligeras o el blanqueo de dinero generan enormes beneficios
que, en ocasiones, se acercan o superan el PIB de algunos países y
pueden desafiar la autoridad del Estado en el que operan los grupos
que la practican, ponen en peligro su desarrollo económico y soca-
van el imperio de la ley. Tal como se afirma en la Estrategia Europea de
Seguridad, “estas actividades delictivas están asociadas a menudo con

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Estados frágiles o en proceso de descomposición” y “en casos


extremos, la delincuencia organizada puede llegar a dominar al
estado”20. Hasta el momento, los Estados y las Organizaciones
internacionales no han reaccionado con la rapidez y firmeza nece-
sarias para hacer frente a esta amenaza. Algunos obstáculos que
impiden una respuesta eficaz son la insuficiente cooperación entre
los Estados, la falta de coordinación en los organismos internacio-
nales y el incumplimiento por parte de muchos Estados de sus obli-
gaciones internacionales en la materia21.
Los denominados Estados fracasados, según O. Casanovas,
son “tanto aquellos Estados en los que la organización política ha
desaparecido y se han convertido en un escenario de lucha entre
grupos y fracciones, como los Estados en los que un poder tiránico
tiene sometida a la población a violaciones masivas de los derechos
humanos más fundamentales”. Los Estados fracasados represen-
tan, en primer lugar, una amenaza a las relaciones pacíficas y la
seguridad de los Estados que integran la Comunidad internacional.
En la actualidad, ésta no dispone de mecanismos institucionales
específicos y eficaces para hacer frente a esta amenaza para la paz y
seguridad internacionales. En la práctica internacional, las vías que
se han utilizado han sido el recurso a la acción colectiva de las
Naciones Unidas, a veces, en colaboración con otras instituciones
internacionales, y la acción internacional de algunos Estados al
margen de las Naciones Unidas. Y, en segundo lugar, los Estados
fracasados son también una amenaza para el sistema internacional
porque alteran sus fundamentos y, a la vez, una manifestación de la
crisis del sistema de Estados-nación existentes desde los tratados
de paz de Westfalia. En suma, como concluye el profesor O.
Casanovas, “los Estados fracasados ponen en tela de juicio los fun-
damentos mismos del orden internacional establecido desde la
segunda mitad del siglo XX. Su aparición está ligada a las tensiones
que sus sociedades sufren y que la globalización y el mundo postco-
lonial han puesto al descubierto. La crisis del Estado en la era de la
globalización y el fenómeno de la descolonización se han revelado
como elementos de cambio y transformación del orden internacio-
nal sin que éste haya venido acompañado de una reformulación de
alguno de los principios básicos del orden anterior que se han visto

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

tambalear: el principio de soberanía del Estado, el principio del


carácter irrevocable del reconocimiento, el principio de no inter-
vención, el principio de la prohibición del uso de la fuerza, etc.”22.

2.2. LOS NUEVOS DESAFÍOS A LA SEGURIDAD

A las nuevas amenazas apuntadas, en muchas ocasiones y en fun-


ción del nuevo contexto en las relaciones internacionales, se les
unen otras causas que ponen en peligro la seguridad de las perso-
nas, de los Estados y de la Comunidad internacional. Estas causas se
pueden entender como desafíos a la seguridad, ya que ocasionan
más muertes, perjuicios económicos y sensación de vulnerabilidad
que algunas de las amenazas tradicionales. Algunos de los desafíos
actuales a la seguridad son la pobreza y el incremento de las des-
igualdades entre determinados grupos de personas y entre Estados,
el deterioro progresivo del medio ambiente y el riesgo de que la
propagación de determinadas enfermedades infecciosas acaben
generando una pandemia de alcance mundial. Estos “problemas
sin pasaporte” pueden empeorar en los próximos años y no respe-
tan fronteras ni límites jurisdiccionales y, además, tampoco se
pueden resolver mediante un aumento de los gastos militares o por
medio del desplazamiento de tropas23.
En general, se asume que la pobreza creciente y el incremen-
to de las desigualdades económicas y sociales entre Estados y entre
grupos de personas de un mismo Estado suponen un desafío a la
seguridad. Se afirma que, en estas circunstancias, la lucha por el
acceso a los recursos escasos o por el control de los beneficios deri-
vados del comercio de dichos recursos pueden incrementar la inse-
guridad y ser causa de conflictos armados internos o internacionales.
Esta situación se agrava cuando se añaden las desigualdades étnicas o
religiosas y una explosión demográfica juvenil24. En cambio, otros
autores, entre ellos J. García Montalvo, destacan que los estudios
empíricos no evidencian que los conflictos armados se deban fun-
damentalmente a la desigualdad económica, a la exclusión política,
al nivel de democracia, al acceso y control de los recursos naturales,
a una renta per cápita baja o a la diversidad étnica. Según este autor,
es la polarización étnica, entendida como la división de una socie-

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

dad en dos partes casi iguales en función de la etnicidad y/o religión


de sus ciudadanos, y no la diversidad social la que “aumenta la pro-
babilidad de un conflicto armado, reduce la inversión y aumenta el
gasto público (efecto de búsqueda de rentas)”25.
La degradación del medio ambiente, la escasez de algunos
recursos naturales imprescindibles para la vida como el agua dulce
y la contaminación de espacios y recursos como resultado de la
acción humana plantean nuevos desafíos a la seguridad. Estas rela-
ciones entre el medio ambiente y los conflictos armados han dado
origen a una nueva dimensión de la seguridad, la seguridad
medioambiental. Y es que, como muy bien destaca R. Grasa, aunque
“no existe evidencia empírica clara para afirmar que los factores
medioambientales sean causa suficiente y per se para explicar el
surgimiento de la violencia en un conflicto, [...] resulta evidente y
contrastado que pueden ser una causa necesaria y al menos com-
plementaria en muchos casos”. Los denominados conflictos
medioambientales no son una categoría especial y específica de con-
flictos. Antes bien, son, como concluye este autor, conflictos socia-
les que tienen algunas características específicas que afectan a los
actores, al objeto de la disputa (una dimensión medioambiental) y
al proceso y conducta que siguen los actores y protagonistas directos
en sus diversos momentos y fases. Dichas características son el ser
tema de debate y preocupación pública; el plantear cuestiones de
gobernabilidad, gobernación y acción colectiva; y el ser multidimen-
sionales, ya que están vinculados con cuestiones de desarrollo, eco-
nómicas, sociales y políticas26. Un buen ejemplo de ello es el
problema del cambio climático, que constituye una grave amenaza
global y que, además, como ha puesto de manifiesto el informe Stern,
La economía del cambio climático, puede tener un impacto muy grave
sobre el crecimiento y el desarrollo económico (una pérdida de al
menos un 5 por ciento del PIB global y podría llegar hasta un 20por
ciento) si no se toman medidas enérgicas y en un plazo breve27.
La aparición de nuevas enfermedades infecciosas como el
SARS (síndrome respiratorio agudo severo consecuencia de la
transmisión a las personas de la gripe aviar) y el SIDA y el recrude-
cimiento de enfermedades ya existentes como la tuberculosis y la
malaria suponen un nuevo desafío a la seguridad mundial28. Son

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

éstos un ejemplo paradigmático de problemas sin pasaporte que no


se detienen ante fronteras físicas o jurisdiccionales, que incre-
mentan la sensación de vulnerabilidad y a los que sólo se les puede
hacer frente con la cooperación de todos los Estados, ricos y
pobres, afectados y no afectados, ya que la seguridad sanitaria
depende de todos y concierne a todos. Buena prueba de ello es la
experiencia de los últimos años en la lucha contra el SARS y la con-
sideración por el Consejo de Seguridad, en su sesión extraordina-
ria del año 2000, de que el SIDA es una amenaza para la paz y la
seguridad internacionales29.

2.3. LOS CONFLICTOS ARMADOS

Los conflictos armados entre Estados han sido la amenaza tradicio-


nal a la paz y la seguridad internacionales y, si bien este tipo de con-
flictos no han sido muy frecuentes en los últimos años, son una
posibilidad que no ha desaparecido ya que persisten controversias
regionales en diversos lugares del mundo que pueden desencade-
nar un conflicto armado internacional. En cambio, han sido mucho
más frecuentes los conflictos internos, las guerras civiles entre
grupos de un mismo Estado o entre aquél o aquéllos y el Estado, en
especial a partir de los años noventa30. Por ello, quizá esté en lo
cierto E. Hobsbawm cuando advierte que la gran diferencia entre el
siglo XX y el siglo XXI es que “la guerra ya no transcurre en un
mundo dividido en áreas territoriales bajo la autoridad de gobier-
nos legítimos que están en posesión del monopolio de los mecanis-
mos del poder público y de la coerción”31. Y es que, a pesar de la
existencia del principio básico del Derecho internacional que pro-
híbe la amenaza y el uso de la fuerza en las relaciones internaciona-
les y un conjunto de normas bien consolidado de normas que
regulan el comportamiento de los combatientes y que protegen a las
víctimas, el Derecho internacional humanitario, su aplicación en la
práctica suscita abundantes e importantes problemas.
Por un lado, las normas jurídicas internacionales relativas al
uso de la fuerza, desde el final de la guerra fría, se hallan en una
posición paradójica. El nuevo contexto de las relaciones interna-
cionales ha supuesto el desbloqueo del funcionamiento del Consejo

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

de Seguridad y la revitalización del sistema de seguridad colectiva


previsto en el capítulo VII de la Carta, que permite la autorización
del uso de la fuerza para hacer frente a aquellas situaciones que
sean calificadas como una amenaza para la paz y la seguridad inter-
nacionales. Pero, al mismo tiempo, los Estados, sobre todo los más
poderosos, han intentado ampliar las posibilidades de recurrir al
uso de la fuerza de forma descentralizada por medio de dos estrate-
gias: de una reinterpretación de la excepción de la legítima defen-
sa, como es el caso, de la doctrina de la legítima defensa
preventiva32, y a través de la reivindicación de una nueva excepción
a la regla general que permitiera la intervención armada por causa
de humanidad, la denominada intervención humanitaria33. Esta
paradoja ha situado en el centro del debate interestatal, institucio-
nal y doctrinal la necesidad y la posibilidad de modificar las normas
jurídicas internacionales relativas al uso de la fuerza para que sean
eficaces en la lucha contra las nuevas amenazas y para la protección
de valores esenciales de la Comunidad internacional actual34. Con
este fin, en los últimos años se han formulado un buen número de
propuestas pero, como destaca la profesora M. Paz Andrés tras ana-
lizar las formuladas en el contexto de la reforma de la Carta de las
Naciones Unidas, incluido el Documento Final de la Cumbre Mundial
2005, al que califica de inmovilista, “los Estados no quieren pro-
fundizar en el desarrollo de las normas sobre el uso de la fuerza,
prefieren tener las manos libres y actuar caso por caso sin directri-
ces que los constriñan”. Los Estados, concluye esta autora, se han
limitado a “repetir los principios generales consagrados en la
Carta, a reafirmar la vigencia de la Carta y del multilateralismo y a
reiterar la responsabilidad primordial del Consejo de Seguridad en
el mantenimiento de la paz”35.
Por otro lado, en el nuevo contexto de las relaciones interna-
cionales, surgido tras el fin de la guerra fría, han aparecido una
serie de factores que están cuestionando algunos principios e ins-
tituciones básicas del Derecho internacional humanitario, en parti-
cular las relativas a la protección de las víctimas, y plantean la
necesidad de hacer frente a nuevos problemas como es el de los des-
plazados internos36. S. Morgades identifica los siguientes: “la asime-
tría de las partes en los nuevos tipos de conflictos, la privatización de

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

las guerras, y las nuevas formas de violencia y terrorismo trasnacio-


nal, que no buscan una ventaja militar concreta, sino la aniquila-
ción del enemigo en el marco de guerras presentadas como justas
desde postulados morales o religiosos”. Tras el examen de la inci-
dencia de tales factores sobre las normas actuales, esta autora con-
cluye que se ha producido una devaluación de la protección de las
víctimas de los conflictos armados como consecuencia de la “tenden-
cia a la difuminación de las categorías, combatientes/población civil,
objetivo militar/objetivo civil; las dificultades para la aplicación de los
principios básicos de distinción y proporcionalidad en la conducción de
los actos de violencia armada; y la reducción o, incluso, la desaparición
del incentivo de la reciprocidad en la aplicación del Derecho interna-
cional humanitario”. No obstante, las causas de esta devaluación,
advierte esta autora, no son normativas, no se deben a los principios y
reglas de Derecho internacional humanitario, sino a las dificultades
para su aplicación en la práctica. Por ello, para mejorar dicha aplica-
ción recomienda que los Estados y las Organizaciones internacionales
tengan en cuenta la nueva concepción de la soberanía como responsa-
bilidad de proteger, que es necesario restablecer el carácter prioritario
de la protección de la población civil y preservar la dimensión priori-
tariamente humanitaria de los actores internacionales de carácter pri-
vado que intervienen en la protección de las víctimas37.

3. LA SEGURIDAD COMO SEGURIDAD HUMANA

La idea de seguridad humana38 es el resultado de la transformación


y evolución del concepto de seguridad que viene operándose desde
los años setenta y ochenta39. Las reflexiones teóricas siguieron a los
cambios experimentados en el sistema internacional en materia de
seguridad. Éstos, en el ámbito de la conflictividad, se intensifica-
ron en los años ochenta y noventa con el fenómeno de las llamadas
“nuevas guerras”40, que obligaron a cambiar la perspectiva de aná-
lisis tradicional, y con las cada vez más evidentes conexiones entre
conflictividad y desarrollo, dos ámbitos que hasta entonces se habí-
an presentado como compartimentos estancos. Las diferentes
reformulaciones de la seguridad de esta época suponían la extensión

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

del concepto tradicional en diferentes direcciones: horizontal-


mente, (ampliando las dimensiones de la seguridad, antes enten-
dida exclusivamente en términos político-militares), y
verticalmente, tanto en sentido ascendente (pasando del Estado
como objeto referente de la seguridad al sistema internacional),
como descendente (pasando del Estado al individuo).

3.1. ORIGEN Y CARACTERÍSTICAS DE LA NOCIÓN DE SEGURIDAD


HUMANA

La idea de seguridad humana surge de la toma de conciencia de la


inadecuación del pensamiento tradicional sobre la seguridad en el
contexto de la posguerra fría. Las nuevas formas de violencia no
eran contempladas por éste y sus mecanismos (fuerza militar clási-
ca) resultaban inadecuados e, incluso, contraproducentes para ges-
tionar los nuevos desafíos y las nuevas necesidades. Como ha señalado
Mary Kaldor, en paralelo al descenso en el número de conflictos
armados y en las víctimas mortales, han ido surgiendo nuevos tipos de
violencia y nuevos actores. Los nuevos riesgos son, sin duda, más
diversos que los de épocas anteriores. Pueden distinguirse las amena-
zas mayores (de origen externo) y las amenazas que surgen en la vida
cotidiana (de origen interno). Entre las primeras se citan el conflicto
violento, las pandemias, los desastres naturales, las crisis económicas
y el deterioro medioambiental. Entre las segundas, las enfermedades
endémicas, los daños y accidentes, la violencia cotidiana, la exclusión
social, las condiciones de vida no saludables, el envejecimiento y el
hambre a causa de las condiciones meteorológicas41.
Aunque algunos autores ven indicios del actual concepto de
seguridad humana en el Derecho internacional humanitario o en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos42, y pueden
hallarse trazas de usos similares en algunos trabajos de académicos
de los años ochenta, o incluso en el Programa de Paz del Secretario
General de Naciones Unidas de 1992, existe un amplio consenso en
circunscribir la fundación de la doctrina de la seguridad humana al
Informe sobre el Desarrollo humano del PNUD de 199443. En dicho
informe, el PNUD propuso un nuevo concepto de seguridad que
implicaba un cambio definitivo de objeto referente, un cambio en los

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

valores a proteger, un giro en la percepción de las amenazas y una ade-


cuación de los medios y mecanismos para garantizar esa seguridad.
Se destacaban cuatro características esenciales del concepto de
seguridad humana: su universalidad —las amenazas son comunes a
toda la humanidad y, por tanto, la seguridad humana es una preocupa-
ción universal—; la interdependencia de sus componentes; la utilidad
de la prevención como mecanismo para garantizarla; y el estar centra-
da en el ser humano. Por lo que respecta a sus componentes interde-
pendientes, la seguridad humana comporta la libertad respecto al
temor (freedom from fear) y la libertad respecto a la necesidad (freedom
from want). Respecto al primero, la seguridad humana debe hacer
frente a las alteraciones súbitas y dolorosas de la vida cotidiana, ya sea
en el hogar, en el trabajo o en la comunidad; respecto al segundo, debe
proteger de las amenazas crónicas tales como el hambre, la enferme-
dad y la represión. Así el concepto de seguridad humana imbrica la
seguridad física (inmunidad contra el miedo) y material (inmunidad
contra las carencias) y, sobre todo, sitúa al individuo por encima del
Estado. Esta última característica es destacada por Evans, quien seña-
la la existencia de tensión entre la seguridad del individuo y la del
Estado (o su gobierno)44, lo que constituirá uno de los principales
obstáculos para su admisión generalizada como concepto guía de la
acción política y, en consecuencia, para su materialización.
Según el PNUD, la seguridad humana se compone de siete
dimensiones o valores a proteger: la seguridad económica, la ali-
mentaria, la seguridad sanitaria, la medioambiental, la personal, la
comunitaria y la política. Las nuevas formas que asumen las ame-
nazas en el contexto internacional de la posguerra fría y a las que
debe dar respuesta la seguridad humana son el crecimiento des-
controlado de la población; la disparidad de oportunidades econó-
micas; la migración internacional excesiva; la producción y el
tráfico de estupefacientes y el terrorismo internacional.

3.2. LAS VENTAJAS DE LA NOCIÓN DE SEGURIDAD HUMANA

La doctrina de la seguridad humana, aunque imprecisa y polémica,


supone un giro copernicano en materia de seguridad por el cambio
de referente al que nos hemos referido y ello conlleva, en nuestra

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

opinión, una serie de ventajas y potencialidades tanto para el aná-


lisis teórico como para la praxis política. Teóricamente, cuestiona
todo el pensamiento ortodoxo y tradicional sobre la seguridad pro-
pio de la corriente dominante en Relaciones Internacionales, el
realismo y sus versiones neorrealistas. Discute con ello, las ideas
subyacentes de interés nacional, de amenazas, de enemigos, etc.
Además, desplaza las prioridades del Estado y le priva de argumen-
tos hasta ahora justificatorios: el interés nacional no puede ser el
escudo tras el que se realicen abusos y las violaciones de los dere-
chos humanos. En el ámbito práctico, lleva implícita la idea de res-
ponsabilidad del Estado frente a sus ciudadanos: el Estado debe
asumir sus responsabilidades como garante de la seguridad y ello le
obliga a plantearse qué mecanismos son los adecuados para conse-
guirlos. Esta es la idea básica asumida en el informe de la Comisión
Internacional sobre Intervención y Soberanía del Estado, La res-
ponsabilidad de proteger, que parte de dos principios: la soberanía
implica una serie de responsabilidades, de entre las cuales la pri-
mera es la de proteger a los ciudadanos; y cuando una población
sufre serios daños, el principio de no intervención cede ante la res-
ponsabilidad internacional de proteger45.
Otra de sus potencialidades consiste en unir políticamente las
agendas de seguridad y desarrollo asumiendo su realidad interde-
pendiente y global y abriendo la puerta a la solución de los proble-
mas estructurales de los que numerosos conflictos son el resultado.

3.3. LOS LÍMITES DE LA NOCIÓN DE SEGURIDAD HUMANA

Sin embargo, junto a estas potencialidades, la idea, el concepto o la


doctrina de la seguridad humana presenta todavía una serie de
limitaciones que condicionan su operatividad práctica y que han
generado una serie de críticas.
La primera se refiere al carácter “borroso” del concepto que
deriva de la falta de acuerdo teórico-político respecto a su conteni-
do46. Así, existen tres corrientes: la corriente partidaria de la visión
amplia (la de Naciones Unidas y el PNUD que combina la libertad
respecto al temor y la libertad respecto a la necesidad) y las dos
corrientes partidarias de usos restrictivos del concepto. Éstas son,

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

por una parte, la nórdica (defendida por Canadá, Noruega y Suecia)


que propone centrar el concepto en la freedom from fear por estimar
que en este ámbito se hallan actualmente las principales carencias
de la seguridad y porque entienden que un concepto ampliado lleva
a la dispersión de energías y a la disolución de responsabilidades.
Y, por otra parte, la japonesa: ésta es también una visión declarato-
riamente amplia pero que, aún sin admitirlo abiertamente, se
inclina por una aplicación restringida centrada en la freedom from
want por cuestiones vinculadas a la idiosincrasia regional (celo
soberano de los Estados de Asia Oriental) y a las necesidades y con-
veniencias de su política exterior47. Estas dos últimas corrientes
han dado lugar a controversias en la esfera político-práctica que se
han traducido en la formulación de iniciativas separadas y caminos
paralelos entre los máximos impulsores de la seguridad humana.
Las diferencias entre ambos han llegado a ser tan grandes que,
salvo una primera fase de cooperación en el marco del G8, no sólo
han seguido caminos separados, sino incluso han descartado pres-
tar apoyo a las iniciativas ajenas, dando lugar a situaciones tan
paradójicas como, por ejemplo: que en la Comisión sobre
Seguridad Humana, Japón no invitara a ningún comisario cana-
diense; que en el Human Security Network, proyecto inicialmente
lanzado por Noruega y en el que, entre otros países, también parti-
cipa Canadá, Japón fuera invitado, pero sólo informalmente, y
declinara la invitación; o que Japón no participara, a pesar de haber
sido invitado, en la Comisión Internacional sobre Intervención y
Soberanía Estatal presidida por Canadá48. Estas diferencias tam-
bién se manifiestan en el ámbito académico49: entre los defensores
de la opción nórdica, es decir la que considera que la seguridad
humana debe proteger al individuo frente a cualquier forma de vio-
lencia, se encuentran autores como Andrew Mack, Keith Krause o
Neil Macfarlane50. Ente los defensores de una opción más amplia,
que incluya todas las situaciones que afectan a la supervivencia y al
bienestar del individuo, se sitúan autores como Leaning, Hampson,
Thakur, Alkire, Winslow y Eirksen51.
Una segunda limitación deriva de las dificultades de materia-
lización en políticas públicas precisamente por su carácter excesi-
vamente general y amplio. En este sentido, uno de los retos actuales

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

del concepto de seguridad humana es hacerlo operativo. En estos


momentos, ya se están dando pasos en esta dirección. Así, en el
marco de la Unión Europea, el Grupo de Estudio sobre la Seguridad
Humana52 ha establecido seis principios para llevar a la práctica el
concepto y poder evaluar las actuaciones exteriores de la Unión
Europea con base en su compromiso con la seguridad humana: 1) la
primacía de los derechos humanos: toda actuación exterior de la UE
debe ir orientada a asegurar la seguridad, dignidad y bienestar de
los individuos y de las comunidades en que viven, antes que buscar
la victoria militar o la supresión temporal de la violencia; 2) la legi-
timidad de la autoridad política: toda intervención coherente con el
concepto de seguridad humana debe derivar de una autoridad legí-
tima y debe orientarse a la creación de una autoridad legítima
internacional, estatal o local, que sea responsable del imperio de la
ley y del respeto de los derechos humanos; 3) la aproximación basa-
da en la consulta a la población civil local (bottom-up approach): la
implicación de la sociedad civil es básica para conseguir una mejor
comprensión y para permitir a las comunidades vulnerables crear
las condiciones para la paz y la estabilidad puesto que se asume que la
seguridad humana no puede ser proveída desde el exterior, los outsi-
ders sólo pueden ayudar, sino que debe surgir del interior de las
comunidades en conflicto; 4) el multilateralismo efectivo, compro-
metido con la legalidad internacional y basado en la cooperación
entre la pluralidad de actores internacionales; 5) la aproximación
regional integrada, que deriva de la conciencia del potencial expan-
sivo de los conflictos locales y, por tanto, que rehuya los enfoques que
los presentan como aislados y encapsulados; y, finalmente, 6) la
dirección estratégica clara y transparente: toda intervención debe ser
resultado de una autorización jurídica clara y de un mandato transpa-
rente y debe tener una estrategia global coherente53.
La tercera limitación se refiere al escaso componente de “des-
arrollo” de la expresión seguridad humana. A pesar de la doble
dimensión del concepto, se trata de una relación desequilibrada.
Según R. Grasa, si bien se ha intentado complementar el concepto
de desarrollo humano introduciendo en la idea de seguridad huma-
na, la preocupación por el acceso y la estabilidad de ciertos bienes,
lo cierto es que ha pesado más el interés por “desmilitarizar” los

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

estudios de seguridad. Así, todavía quedaría pendiente la conver-


gencia teórica y política de las dos agendas54.
La cuarta limitación es, en nuestra opinión, la más grave y se
refiere al hecho de que, en ausencia de un consenso sobre la auto-
ridad legítima y los mecanismos para determinar cómo y cuándo
intervenir para garantizar la seguridad frente al temor, el concepto
pueda quedar a merced de usos arbitrarios e interesados y no sea
sino una nueva etiqueta bajo la que ocultar conductas neoimperia-
listas y justificar el intervencionismo liberal y nuevas formas de
militarismo55. Aunque existen intentos de clarificar y regular estos
temas, como se analizará más adelante, los Estados son reacios a
asumir los límites a su soberanía, siendo el verdadero escollo la
falta de voluntad política estatal. Así, los mencionados informes
sobre La responsabilidad de proteger y sobre todo A European Way of
Security intentan reducir el margen de arbitrariedad a través del
establecimiento de los principios para la intervención militar56.
En definitiva, las constricciones teóricas y políticas de esta
doctrina son aún numerosas y amplias aunque ello no obste para
seguir insistiendo en la necesidad de avanzar en la precisión del
concepto y en la construcción de un consenso internacional sobre
las cuestiones que plantea su adopción.

4. LA SEGURIDAD COLECTIVA COMO UN INSTRUMENTO


PARA LA SEGURIDAD HUMANA

La concepción tradicional de la seguridad colectiva tenía como


objetivo el proporcionar seguridad a los Estados pero, como señala
el Grupo de Alto Nivel (GAN) sobre las amenazas, los desafíos y el
cambio en su informe Un mundo más seguro, “cualquier suceso o
proceso que cause muertes en gran escala o una reducción masiva
de las oportunidades de vida y que socave el papel del Estado como
unidad básica del sistema internacional constituye una amenaza a
la seguridad internacional”57. El propio GAN constató con cierta
pesadumbre que “si bien las Naciones Unidas dieron origen al con-
cepto de seguridad humana, demostraron estar mal preparadas
para proporcionarla”58.

84
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

El sistema de seguridad colectiva diseñado por la Carta de las


Naciones Unidas ha estado en el centro del debate político y jurídi-
co internacional desde el fin de guerra fría. Por un lado, el Consejo
de Seguridad, que tiene la responsabilidad primordial para el man-
tenimiento de la paz y está integrado por representantes de los
Estados, amplió la interpretación de la noción de amenaza para la
paz y seguridad internacionales para poder adoptar medidas para
hacer frente a las nuevas amenazas que no tienen ya un carácter
estrictamente interestatal como son el terrorismo internacional o
la proliferación de armas de destrucción masiva y para la protec-
ción de valores como la democracia y la vida y la integridad física de
las personas incluso respecto al propio Estado del que son naciona-
les. En estos años, ha ampliado de facto sus funciones y ha recurri-
do a nuevas herramientas como las medidas legislativas, las
sanciones selectivas y los mecanismos de supervisión del cumpli-
miento de sus propias resoluciones. En definitiva, el Consejo de
Seguridad ha sido mucho más activo, ha adoptado más resoluciones
que nunca y ha incrementado su eficacia y su relevancia política y
jurídica. Pero, por otro lado, los Estados, sobre todo los más pode-
rosos, han intentado instrumentalizarlo para que sirviera a sus
intereses nacionales y, cuando no lo han conseguido, lo han margi-
nado y han actuado de forma unilateral. Esta situación paradójica
ha sido valorada de forma diferente por la doctrina. Unos autores
consideran que, en la práctica, el sistema de seguridad colectiva ha
desaparecido para convertirse en un instrumento más de los
Estados más poderosos59. Otros autores, en cambio, consideran
que el sistema de seguridad colectiva no contribuye sino que más
bien limita las posibilidades que tienen los Estados más poderosos
de garantizar su propia seguridad por lo que sus instituciones y nor-
mas son irrelevantes en la actualidad. En todo caso, añaden, podría
servir para desempeñar algunas funciones menores, complementa-
rias, como la ayuda a la solución de controversias, recopilar informa-
ción que pudiera ser útil a las partes de un conflicto, recabar
información sobre el desarrollo de armas de destrucción masiva por
parte de Estados que buscan alterar el actual equilibrio del poder o
verificar el cumplimiento de acuerdos60. Entre ambas valoraciones,
la doctrina también ha constatado el carácter ambivalente que tiene

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

la participación de los Estados más poderosos que, a la vez que lo


activan y le dan relevancia, lo instrumentalizan para legalizar, con-
validar y descentralizar el uso de la fuerza61.
Más allá de la valoración global que merezca el funcionamien-
to del sistema de seguridad colectiva en estos últimos años, convie-
ne examinar los aspectos concretos que han sido y son objeto de
debate y los argumentos que sustentan las diferentes propuestas
formuladas para resaltar aquéllas que puedan contribuir a conver-
tir dicho mecanismo en un instrumento que tenga también como
objetivo la seguridad humana. El debate sobre el sistema de seguri-
dad colectiva se ha centrado, básicamente y de forma selectiva, en
dos cuestiones: en las normas jurídicas internacionales relativas al
uso de la fuerza y en el funcionamiento de las instituciones y los
procedimientos a través de los que opera.

4.1. LAS NORMAS RELATIVAS AL USO DE LA FUERZA

El debate sobre las normas jurídicas internacionales relativas al uso


de la fuerza parte de constatación de que han de operar en un nuevo
contexto y de que existen nuevas necesidades que satisfacer y nue-
vos valores que proteger. Con el objetivo de que tales normas pue-
dan hacer frente a estos desafíos se han formulado varias
propuestas: la creación de nuevas normas sobre el uso de la fuerza,
la interpretación evolutiva de la ya existente y la necesidad de que
las normas e instituciones actuales sirvan para proporcionar segu-
ridad no sólo a los Estados, sino también a las personas humanas.

4.1.1. La necesidad de crear nuevas normas sobre el uso de la fuerza

Para algunos autores, las normas actuales sobre el uso de la fuerza


han dejado de tener sentido porque, dado que restringen grave-
mente la libertad de los Estados para garantizar su propia seguri-
dad, éstos han actuado de forma contraria a lo prescrito en ellas. De
forma más concreta, se afirma que los artículos 2.4 y 51 de la Carta
de las Naciones Unidas “han muerto” porque estas normas “han
sido violadas tantas veces y por tantos Estados” que han usado la
fuerza sin previo ataque armado que han quedado derogadas por la

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

práctica contraria subsiguiente62. Por ello, proponen que se creen


nuevas normas jurídicas internacionales sobre el uso de la fuerza
que reflejen la dinámica del poder y permitan hacer frente a las
nuevas necesidades en materia de seguridad, de manera que regu-
len la forma en la que los Estados se comportan realmente y no
cómo deberían comportarse63. J. Yoo propone la creación de nue-
vas normas que permitan la ampliación de la intervención armada.
Este autor analiza esta cuestión mediante un enfoque basado en la
teoría de la elección racional (public choice) en la acción colectiva.
Según esta aproximación, la paz y seguridad internacionales serían
bienes públicos globales que, en la actualidad, ya no están amena-
zados por la guerra entre grandes potencias estatales, sino por una
combinación de Estados canallas, organizaciones terroristas y
desastres humanitarios. El proporcionar tales bienes globales por
medio del uso de la fuerza sería un problema de acción colectiva
que dependería de los costes y de los beneficios que pudieran tener
los Estados intervinientes y el sistema internacional. El objetivo,
por tanto, de las normas relativas al uso de la fuerza no debería ser
la reducción o la prohibición del uso de la fuerza sino, al contrario,
la ampliación de las posibilidades de la intervención armada para
hacer frente a las amenazas que se derivan del colapso institucional
de algunos Estados, de su control por parte de actores no estatales
violentos y de las catástrofes humanitarias que pueden suponer un
genocidio o los crímenes contra la humanidad64.

4.1.2. La interpretación evolutiva de las normas existentes

Otros autores, en cambio, defienden una interpretación evolutiva


de las normas relativas al uso de la fuerza que ayude a hacer frente
a las nuevas amenazas y desafíos a la seguridad existentes en la
actualidad en la Comunidad internacional y permita conseguir el
objetivo de la paz y seguridad internacionales. Esta interpretación
evolutiva se ha hecho a las excepciones a la regla general que prohí-
be la amenaza y el uso de la fuerza en las relaciones internacionales:
la excepción que permite el uso de la fuerza resultado de la autori-
zación del Consejo de Seguridad y la de la legítima defensa. En el
primer caso, ha sido la propia práctica institucional del Consejo de

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Seguridad la que ha hecho una interpretación creativa del Capítulo


VII de la Carta que ha tenido como resultado, entre otros, una
ampliación de la noción de amenaza a la paz y seguridad interna-
cionales y la propia técnica jurídica de las autorizaciones del uso de
la fuerza a todos o a algunos de los Estados que voluntariamente
quisieran cooperar para alcanzar los objetivos propuestos, que ha
supuesto una “externalización” del uso de la fuerza65.
En el segundo, la interpretación evolutiva de la excepción de la
legítima defensa tiene como objetivo explicar jurídicamente el uso
de la fuerza frente a amenazas inminentes y como respuesta a actos
de terrorismo internacional frente a otro Estado o directamente
contra grupos. La aceptación de la legítima defensa frente a amena-
zas inminentes sería el resultado de la interpretación de la noción
de ataque armado que habilitaría para el uso de la fuerza, de forma
que dados los nuevos tipos de amenazas no sea necesario esperar el
previo ataque armado para poder utilizar la fuerza en legítima
defensa66. La posibilidad de recurrir a la fuerza armada en legítima
defensa contra otro Estado por actos de terrorismo internacional
supondría considerar que los ataques terroristas de gran enverga-
dura son una modalidad de ataque armado67 y, además, exigiría fle-
xibilizar las reglas relativas a la atribución del ataque armado, de
forma que la conducta de un Estado consistente en permitir el uso
de su territorio a grupos terroristas pueda ser calificada como agre-
sión indirecta, o mejor como un uso indirecto de la fuerza atribui-
ble a dicho Estado68.
El recurso a la legítima defensa directamente contra grupos
terroristas ha sido defendido por algunos jueces de la Corte
Internacional de Justicia en sus opiniones individuales y por algu-
nos iusinternacionalistas. Esta posibilidad, que implica considerar
que los actos de terrorismo internacional son un ataque armado, ha
sido argumentada a partir de una nueva interpretación del artículo
51 de la CNU y de la práctica del Consejo de Seguridad. Estos auto-
res consideran, a diferencia de la opinión mayoritaria de la Corte69,
que nada en el artículo 51 exige que la legítima defensa sea sólo entre
Estados70. Si se produce un acto de terrorismo internacional sus-
ceptible de ser calificado como un ataque armado, sería poco razo-
nable, advierten estos autores, que el Estado atacado se quedara sin

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

posibilidad de defensa porque no pueda ser atribuido a un Estado,


ya que tales actos siguen siendo ataques armados. Esta conclusión
vendría apoyada, según estos autores, por la práctica del Consejo de
Seguridad, ya que uno de los elementos novedosos de las resolucio-
nes 1368 (2001) y 1373 (2001) sería la posibilidad de recurrir al uso
de la fuerza en legítima defensa directamente contra los grupos
terroristas71. Los requisitos aplicables a esta interpretación creati-
va de la legítima defensa, según los autores que la defienden, serí-
an los tradicionales del Derecho internacional consuetudinario, la
necesidad y la proporcionalidad72.
La aceptación de estas interpretaciones evolutivas y, en algún
caso, creativas de las excepciones a la regla general que prohíbe la
amenaza y el uso de la fuerza en las relaciones internacionales no
depende tan sólo de la existencia de precedentes, sino que es pre-
ciso valorar también la cantidad y calidad de tales precedentes y la
respuesta de los Estados, las Organizaciones internacionales com-
petentes en la materia, de la doctrina iusinternacionalista y, en
suma, de toda la Comunidad internacional.

4.1.3. La necesidad de que las normas sirvan también para proporcionar


seguridad humana

Ahora bien, estas interpretaciones tienen como objetivo principal


la flexibilización o ampliación de las posibilidades de recurrir al
uso de la fuerza armada para incrementar la seguridad de los
Estados. La preocupación fundamental que subyace detrás de estas
propuestas es fomentar la propia seguridad de los Estados. Esta
concepción tradicional de la seguridad, que tiene como prioridad la
defensa del territorio, olvida en ocasiones la protección de sus ciu-
dadanos respecto a causas de inseguridad como pueden ser el ham-
bre, los desastres naturales, el crimen organizado, el desempleo,
los conflictos sociales, étnicos, raciales o religiosos o la propia con-
ducta de los agentes estatales. En suma, esta concepción tradicional
da prioridad a la seguridad del Estado sobre la de las personas,
sobre la seguridad humana. No obstante, en estos últimos años se
ha producido una reconceptualización de la soberanía de los
Estados, de forma que de ser entendida ésta como control ha pasado

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

a ser concebida como responsabilidad. Este cambio supone, como ya


se ha apuntado, que cada Estado tiene la responsabilidad primera
de proteger la seguridad y la vida de sus ciudadanos y de promover
su bienestar y que, subsidiariamente, cuando un Estado no pueda o
no quiera ejercer su responsabilidad de proteger o sea él mismo el
causante de la violencia y los crímenes, la Comunidad internacio-
nal tiene la obligación de proteger a las personas que se encuentren
en peligro73. Para este fin, a lo largo de los últimos quince años, se
ha propuesto y debatido la posibilidad de recurrir, en última ins-
tancia, a la fuerza armada para la protección de las personas que
están siendo objeto de violaciones graves y masivas de sus derechos
fundamentales por parte de otros grupos existentes en su Estado o
incluso del propio Estado del que son nacionales. Se trata de la
denominada intervención armada por causa de humanidad, más
conocida como intervención humanitaria. Esta posible interven-
ción puede tener un carácter institucional o unilateral.
El uso institucional de la fuerza sería el resultado del funcio-
namiento del sistema de seguridad colectiva de las Naciones
Unidas y su autorización por el Consejo de Seguridad. Esta posibi-
lidad goza de un sólido apoyo en la doctrina74 y en la propia prácti-
ca institucional. El Consejo de Seguridad, en repetidas ocasiones,
ha considerado que estas situaciones son una amenaza para la paz y
seguridad internacionales y, en algunos casos, ha adoptado dife-
rentes medidas, incluida la autorización para usar la fuerza, ya fuera
a operaciones de mantenimiento de la paz o bien a Estados75. Por
tanto, el uso de la fuerza armada por causa de humanidad para pro-
teger a las personas en casos de genocidio y otras matanzas a gran
escala, si está autorizada por el Consejo de Seguridad, en principio,
no plantea grandes problemas de legalidad internacional.
Mayores dificultades suscitan los supuestos en los que ante
una catástrofe humanitaria causada por la conducta de algún grupo o
bien del propio Estado del que son nacionales las víctimas, como
sucedió en Kosovo y sucede en Darfur, el sistema de seguridad
colectiva no ofrece una respuesta adecuada ya sea por falta de acuer-
do en el Consejo de Seguridad, por la amenaza o el ejercicio del
derecho de veto de algún miembro permanente o por otras causas.
La cuestión que se plantea es la de si es posible el uso unilateral

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

(individual o colectivo) de la fuerza por parte de los Estados para


detener la catástrofe humanitaria. El problema reformulado en tér-
minos jurídicos es el de si existe una excepción al principio general
de prohibición del uso de la fuerza que permita la intervención
armada unilateral por causa de humanidad para ejercer la respon-
sabilidad de proteger a las personas cuando la Comunidad interna-
cional no la ha ejercido de forma institucionalizada por medio del
sistema de seguridad colectiva. Aunque existen algunos ejemplos
de práctica estatal (por ejemplo, la intervención de los Estados
miembros de la OTAN en Kosovo considerada legítima pero ile-
gal)76 que se pueden invocar como precedentes77 y cuenta con el
apoyo de algunos autores, todavía existen importantes dificultades
para el reconocimiento de dicha excepción. Por un lado, uno de los
principales problemas que se derivan de dicha práctica es, como ha
resaltado O. Casanovas, su carácter selectivo que ha llevado a los
intervinientes a ejercer un doble estándar en el que las situaciones
que afectaban a los Estados más poderosos o a sus intereses han
sido excluidas78. Y, por otro lado, todavía no existe la práctica gene-
ral, constante y uniforme y la opinio iuris suficiente para concluir
que se ha creado una norma consuetudinaria que constituya una
excepción a dicha regla general79.

4.2. LAS INSTITUCIONES Y PROCEDIMIENTOS DEL SISTEMA


DE SEGURIDAD COLECTIVA

Estas situaciones en las que las relaciones entre Moral y Derecho


parecen entrar en conflicto porque legitimidad y legalidad no coin-
ciden refuerzan la exigencia de que el Consejo de Seguridad funcio-
ne y sea también un instrumento para la seguridad humana. En
estos casos difíciles, se añaden a los motivos morales las razones de
tipo práctico para exigir que el Consejo de Seguridad actúe de forma
eficaz, ya que su inacción pone en peligro la paz y seguridad inter-
nacionales, la vida de las personas y la propia normatividad del
Derecho internacional.
Además, dadas las enormes dificultades que plantea el cambio
de las normas jurídicas internacionales de carácter sustantivo que
regulan el uso de la fuerza, es conveniente, como propone Th.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Franck, reorientar el problema y concebirlo no como una cuestión


de normas sino de procesos. El objetivo de este nuevo enfoque ya
no sería la modificación de las normas (lo que es verdaderamente
difícil), sino de los procesos a través de los que el Consejo de
Seguridad determina caso por caso si autoriza medidas colectivas,
incluida la posibilidad de usar la fuerza armada, en las situaciones
límite80. En suma, ante la “interminable historia de la reforma” del
Consejo de Seguridad relativa a su ampliación y representación
equitativa81, se sugiere, como ha sido formulada en otras ocasiones
con carácter general, la opción de buscar soluciones prácticas a
unos pocos problemas importantes mediante la mejora del funcio-
namiento del Consejo de Seguridad. El reexamen del funciona-
miento de las instituciones y procedimientos del sistema de
seguridad colectiva tiene gran trascendencia para el objetivo de la
seguridad humana, ya que ésta puede ponerse en peligro tanto por
las medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad como por su
inacción y parálisis.
La propia práctica institucional del Consejo de Seguridad
muestra que ha sido y es posible mejorar su funcionamiento, como
lo ha puesto de manifiesto la evolución de una de las medidas más
habituales adoptadas por aquél, las sanciones. En este caso, para
evitar los problemas de eficacia y, sobre todo, el gravísimo impacto
humanitario que tenían las sanciones generales sobre los grupos
más vulnerables de la población civil del Estado sancionado, el
Consejo de Seguridad modificó el diseño, elaboración y aplicación
de tales sanciones generales para convertirlas en sanciones más
pequeñas y mejor dirigidas. Las denominadas sanciones selectivas se
caracterizan por la reducción del ámbito subjetivo de afectados (las
personas presuntos responsables de las conductas que han genera-
do una amenaza para la paz) y por la reducción de su ámbito mate-
rial, de forma que se imponen sólo sobre aquellas materias que
pueden causar un perjuicio grave a sus destinatarios y modificar su
comportamiento (restricciones financieras, comerciales y de ser-
vicios, restricciones de viajes y tráfico aéreo, etc.). Además, para
evitar los perjuicios a la población civil prevén excepciones huma-
nitarias que, al menos, no agravan la seguridad humana de la mayo-
ría de las personas del Estado destinatario de las sanciones.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

El sistema de seguridad colectiva, si cumple las funciones que


tiene asignadas, puede ser un buen instrumento para la seguridad
humana. Para ello es necesario, en definitiva, que el Consejo de
Seguridad funcione y pueda adoptar las medidas necesarias, sean
sanciones o de otro tipo o, en último término, incluso el uso de la
fuerza para la protección de la vida y la integridad física de las per-
sonas. Con este fin se han hecho un buen número de propuestas
que tienen como objetivo hacer posible la prevención y respuesta a
las catástrofes humanitarias, con independencia de las causas que
tengan, aunque ésta sea la propia conducta de los órganos del
Estado del que son nacionales las víctimas. Estas propuestas se
pueden sistematizar en dos grupos. Por un lado, las que tienen por
objeto impedir el bloqueo del Consejo de Seguridad por medio de
la limitación del ejercicio del derecho de veto en situaciones de
emergencia humanitaria en las que se estén causando o se puedan
causar grandes pérdidas de vidas humanas o en casos reales o pre-
visibles de depuración étnica a gran escala. Y, por otro lado, las que
pretenden reducir la discrecionalidad del Consejo de Seguridad
por medio de la adopción de criterios de legitimidad que ayuden a
dicho órgano a decidir cuándo y cómo intervenir.
Algunos autores, bien de forma individual o bien colectiva por
medio de informes elaborados por comisiones o grupos de exper-
tos, han propuesto que los cinco Estados miembros permanentes
del Consejo de Seguridad adopten un acuerdo para “abstenerse de
utilizar el derecho de veto, en asuntos que no comprometan sus
intereses nacionales, para obstaculizar la aprobación de resolucio-
nes que autoricen una intervención militar con fines de protección
humana”82. No se trataría, como es lógico, de una reforma de la
Carta sino de que los Estados con derecho de veto, mediante un
acuerdo inter se83, no impidieran al Consejo de Seguridad la adop-
ción de medidas, incluidas las que implican el uso de la fuerza, para
prevenir y proteger a las personas y comunidades en situaciones de
catástrofe humanitaria. Esta posibilidad, que tiene el precedente
del acuerdo de las cinco potencias relativo al procedimiento de voto
sobre las cuestiones procedimentales (el llamado doble veto)84,
aunque no garantiza el éxito permitiría hacer frente a los casos más
graves que ponen en peligro la seguridad de algunos grupos. Se

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

quiere que el sistema de seguridad colectiva funcione con la ayuda


de “una nueva cultura de veto responsable y disciplinado”. En defi-
nitiva, como concluye, R. Riquelme, “lo que se pretende es incul-
car[les] una cultura libre de veto en situaciones que claman al cielo,
así como disciplinar y responsabilizar el uso del veto sometiéndolo
a pública motivación, que debería estar fundada en la vital impor-
tancia del asunto para quien recurra a él”85.
El segundo tipo de propuestas dirigidas a mejorar el funciona-
miento del sistema de seguridad colectiva para que pueda ser un
instrumento eficaz para la seguridad humana consisten en la adop-
ción por los órganos con competencias para el mantenimiento de la
paz y seguridad, la Asamblea General y el Consejo de Seguridad que
es el que tiene la responsabilidad primordial, de resoluciones que
establezca una serie de criterios compartidos de legitimidad que
ayuden a tales órganos a decidir cuándo y cómo intervenir en casos
de crisis humanitarias. El GAN, en su informe Un mundo más segu-
ro, propuso que tanto la Asamblea General como el Consejo de
Seguridad adoptaran sendas resoluciones declaratorias que contu-
vieran cinco criterios básicos de legitimidad que deberían tenerse
en cuenta al debatir si tenía que autorizar o no el uso de la fuerza: la
gravedad de la amenaza, el propósito correcto, que fuera el último
recurso, la proporcionalidad de los medios y la ponderación de las
consecuencias de la intervención militar86. Más desarrollada y
completa es la propuesta contenida en el informe La responsabilidad
de proteger, en el que la Comisión internacional recomienda a la
Asamblea General que adopte una resolución declaratoria que con-
tenga los principios fundamentales de la responsabilidad de prote-
ger: la idea de la soberanía como responsabilidad; la triple
responsabilidad de la Comunidad internacional para la protección
humana para prevenir, reaccionar y reconstruir; la identificación
de un criterio mínimo para intervenir; y la enunciación de princi-
pios precautorios en el uso de la fuerza para la protección huma-
na87. Asimismo, la Comisión internacional recomienda al Consejo
de Seguridad que adopte una resolución que contenga los
“Principios para la intervención militar” que rijan su actuación en
los supuestos de peticiones de intervención militar con fines de
protección humana. Tales principios se encuentran detallados en la

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

sinopsis inicial del informe y consisten en: 1) el criterio mínimo de


la causa justa (la intervención está justificada si se dan pérdidas de
vida humana o limpieza étnica a gran escala); 2) unos principios de
precaución (debe darse la correcta intención —detener el sufri-
miento humano—); la intervención debe ser el último recurso, lo que
no significa que todos los demás hayan sido agotados, sino que exis-
ten claros indicios de su inviabilidad; el uso de medios proporciona-
les y la existencia de posibilidades razonables de éxito; 3) la autoridad
competente que es, sin duda, el Consejo de Seguridad, debe ser con-
sultada previamente a cualquier intervención y actuar con prontitud;
se propone que los miembros permanentes deberían acordar no uti-
lizar el derecho de veto a menos que esté implicado su interés vital; si
el Consejo no actuara podría hacerlo la Asamblea General en virtud
de la Resolución 377/V o las organizaciones regionales que siempre
deberán buscar la autorización del Consejo, incluso a posteriori; y 4)
unos principios operativos (los objetivos deben ser claros; es aconse-
jable la aproximación militar conjunta ente los socios implicados; la
intervención debe ser limitada y gradual; las normas de intervención
deben ser precisas, adecuarse al Derecho Internacional humanitario
y respetar el principio de proporcionalidad; proteger por la fuerza no
es el principal objetivo; debe buscarse la máxima coordinación entre
las organizaciones humanitarias)88.

5. LA SEGURIDAD HUMANA BASADA EN EL DERECHO


INTERNACIONAL

Más allá de los problemas conceptuales y de aplicación práctica que


suscita la seguridad humana y de las posibilidades que tiene el sis-
tema de seguridad colectiva para lograr dicha seguridad, los distin-
tos elementos que la configuran han sido reconocidos como valores
esenciales del sistema de las Naciones Unidas y, aún más, de toda la
Comunidad internacional. Los propios Estados, en el Documento
Final de la Cumbre Mundial 2005, reconocieron que “la paz y la segu-
ridad, el desarrollo y los derechos humanos son pilares del sistema
de las Naciones Unidas y los cimientos de la seguridad y el bienestar
colectivos” y que “el desarrollo, la paz y la seguridad y los derechos

95
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

humanos están vinculados entre sí y se refuerzan unos a otros”89.


Asimismo, entre los Estados, Organizaciones internacionales y
otros actores relevantes ha ido ganando aceptación la idea de que es
preciso que las relaciones internacionales estén basadas en el
imperio de ley y en el Derecho internacional90. Todo ello ha contri-
buido a que la Comunidad internacional haya evolucionado hacia
una comunidad jurídica parcial en la que sus valores y objetivos
fundamentales están regulados por el Derecho internacional. Por
tanto, la seguridad humana, como uno de tales objetivos, ha de
estar basada también en el Derecho internacional.

5.1. LA COMUNIDAD INTERNACIONAL COMO UNA COMUNIDAD


JURÍDICA PARCIAL

La Comunidad internacional es, en palabras F. Mariño, “una enti-


dad conformada por el conjunto de entes colectivos, primordial-
mente los Estados, que se relacionan entre sí mediante normas de
Derecho internacional público o Derecho de Gentes”91. Y, aunque
la Comunidad internacional todavía no ha llegado a ser una
Comunidad Internacional de Derecho92 o una Comunidad jurídi-
ca internacional93 ha evolucionado hacia una progresiva juridifi-
cación de las relaciones internacionales y transnacionales que en
ella se dan. Esta evolución la ha transformado en una comunidad
jurídica parcial en la que normas jurídicas de distinta naturaleza y
alcance regulan, aún de forma parcial, tanto los intereses y valores
comunitarios, como algunas de las relaciones entre sus distintos
miembros sean de naturaleza estatal o no estatal. Este proceso de
juridificación parcial está aún inacabado. Por ello, es importante
intensificar los esfuerzos en pro de la extensión y mejora del
imperio de la ley en las relaciones internacionales, de forma que
los diferentes objetivos fundamentales de la Comunidad interna-
cional como son el orden, la paz y la seguridad, el desarrollo sos-
tenible, la protección de los derechos humanos y del medio
ambiente y la justicia social estén regulados por el Derecho inter-
nacional.
Los propios Estados, por medio de diversas resoluciones de la
Asamblea General de las Naciones Unidas, han reconocido que el

96
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Derecho internacional es esencial para la gobernanza de los asuntos


mundiales. De forma más específica, el Documento Final de la
Cumbre Mundial 2005 reafirma que los propósitos y principios de la
Carta y el Derecho internacional son “el fundamento indispensable
de un mundo más pacífico, próspero y justo” (párr. 2), que para
hacer frente a los problemas de la Comunidad internacional es
necesario “un sistema multilateral eficaz, en consonancia con el
Derecho internacional” (párr. 6) y que “la seguridad colectiva
depende de que exista una cooperación eficaz, acorde con el
Derecho internacional, contra las amenazas transnacionales”
(párr. 7). Además, la propia Asamblea General, en una resolución
específica sobre esta cuestión, ha reconocido que el estado de dere-
cho y el Derecho internacional son pilares básicos del orden inter-
nacional y que, junto con los principios de justicia, son esenciales
para la coexistencia pacífica entre los Estados; que Naciones
Unidas debe implicarse más en la promoción del imperio de la ley
en las relaciones internacionales a través de distintas estrategias; y
que este tema debe pasar a ser objeto de un debate más profundo en
los sucesivos periodos de sesiones.94
Esta idea es compartida, respecto a algunos de esos objetivos,
por el antiguo Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi
Annan, que en la conferencia que impartió el 11 de diciembre de
2006 en la Biblioteca y Museo H. Truman (Missouri) pocos días
antes de abandonar su cargo, y que se puede considerar su testa-
mento político, afirmó que “tanto la seguridad como el desarrollo
dependen en última instancia del respeto de los derechos humanos
y del imperio de la ley”95.
Incluso en la propia doctrina norteamericana, tantas veces
desdeñosa con el Derecho internacional y las instituciones inter-
nacionales, pasado ya el cénit del momento neoconservador,
comienzan a formularse propuestas para su política exterior, como
la contenida en el Proyecto de la Universidad de Princeton, Forging
a World of Liberty under Law96 o el wilsonismo realista del hasta ayer
neoconservador F. Fukuyama97, que consideran al Derecho inter-
nacional y a las instituciones internacionales, reformadas en pro-
fundidad, como medios imprescindibles para la construcción de un
orden internacional liberal.

97
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

5.2. LA SEGURIDAD HUMANA A TRAVÉS DEL DERECHO INTERNACIONAL

El GAN, en su ya citado informe Un mundo más seguro, constató que


“la idea de que la mejor forma de preservar la seguridad sea un
equilibrio de poderes o una superpotencia, aunque esté animada de
buenos motivos, cuenta con poca aceptación internacional eviden-
te”98. El mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales,
incluida la seguridad humana de individuos y comunidades, es uno
de los propósitos esenciales de las Naciones Unidas y de toda la
Comunidad internacional. La consecución de dicho objetivo, como
la de los demás, ha de estar basada en el Derecho internacional y no
en el poder de los más fuertes. La seguridad que sólo depende del
poder de la fuerza acaba en tiranía.
En los últimos años, para responder a algunos de los nuevos
desafíos y amenazas a la seguridad, el poder, advierte F. Fernández
Buey, ha vuelto a “aparecer desnudo y el riesgo de limitación o con-
culcación de las libertades individuales y de los derechos conquis-
tados colectivamente vuelve a sentirse con la misma intensidad que
entonces. Una vez más, los poderes que entran en la configuración
del Poder están aduciendo que la seguridad es más importante que
cualquier otra cosa (que el derecho, que los derechos). Con lo cual
la libertad decae”99.
“Uno de los objetivos del Derecho —recuerda J.J. Moreso— es
sujetar al poder, someterlo a reglas que delimitan su ámbito de
actuación”. “El Derecho —continúa este autor— sólo establece una
especie de vía negativa para la política: dice lo que no se debe hacer,
nos enseña a evitar caminos erróneos; pero deja un amplio abanico
de opciones entre las cuales debemos de seleccionar democrática-
mente”100.
Como la historia ha demostrado, sin el respeto de los derechos
fundamentales de las personas reconocidos por el Derecho, que la
seguridad no puede existir. En tales casos, el ejercicio del poder sin
sujeciones suele acabar en la tiranía. La seguridad, por tanto, sobre
todo si ha de incluir la seguridad humana de individuos y comuni-
dades, sólo será posible si está basada en el Derecho y, en la
Comunidad internacional, en el Derecho internacional y en la jus-
ticia. Ahora bien, en nuestra opinión, difícilmente la seguridad, y

98
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

menos la seguridad humana, será factible por medio de una con-


cepción del Derecho internacional que sea reflejo e instrumento
del poder y que legalice la hegemonía de los Estados más podero-
sos, el Derecho internacional hegemónico. Esta concepción del
Derecho internacional, si se confirmara en la práctica, “podría ser
el resultado de un conjunto de prácticas internacionales e internas,
de reformulación de normas jurídicas internacionales y de utiliza-
ción selectiva de normas e instituciones que tiene por objeto el
reconocimiento jurídico de la diferencia de poder entre los Estados
y de la hegemonía y su ejercicio legitimado por el Derecho interna-
cional mediante la incorporación en el ordenamiento jurídico
internacional de ventajas jurídicas específicas para los Estados más
poderosos, bien modulando el contenido de las reglas generales,
bien por medio de excepciones o bien por medio de normas espe-
cíficas que protejan sus intereses”101. Y es que el Derecho interna-
cional hegemónico, como la práctica más reciente demuestra, tiene
importantes límites materiales para proporcionar seguridad
(Afganistán e Irak son un buen ejemplo); también tiene límites
políticos porque no tiene legitimidad; y, además, tiene límites jurí-
dicos en normas esenciales del Derecho internacional y aun en el
propio derecho norteamericano. En suma, “el Derecho internacio-
nal hegemónico no es eficaz ni legítimo e incluso es incompatible
con la legalidad internacional y norteamericana”102.
La seguridad humana ha de estar basada en un Derecho inter-
nacional que pueda ser concebido y percibido como el ordena-
miento jurídico de la Comunidad internacional y que, a la vez que
relevante y eficaz, tenga autonomía relativa respecto al poder y
posea legitimidad como consecuencia de la participación de todos
en su creación y de la incorporación de las aspiraciones de justicia
existentes en ella. En este sentido, el Derecho internacional pro-
porciona herramientas conceptuales, normas sustantivas, procedi-
mientos e instituciones y, sobre todo, establece unos límites cuyo
respeto es condición necesaria, aunque no suficiente, para la segu-
ridad humana. En primer lugar, el objetivo de la seguridad humana
ha de ser incorporado y desarrollado por medio de políticas inter-
nacionales formalizadas jurídicamente en normas e instituciones
internacionales cuyo contenido y competencias dependerá de las

99
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

negociaciones entre los miembros de la Comunidad internacional.


Y, en segundo lugar, el Derecho internacional establece también
una serie de límites al objetivo de la seguridad humana: el primero
es que la seguridad debe ser buscada dentro del marco jurídico
internacional y del respeto a las normas jurídicas existentes en
materia de uso de la fuerza, desarme, seguridad colectiva, etc.; el
segundo es que la seguridad humana ha de ser compatible con otros
objetivos básicos de la Comunidad internacional como son la paz, el
desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente, el des-
arrollo social; y el tercero es que la seguridad ha de ser absoluta-
mente respetuosa con las normas que reconocen y protegen los
derechos humanos de las personas ya que sin él es imposible que
dicha seguridad sea humana.

6. CONSIDERACIONES FINALES

La realidad internacional contemporánea presenta un panorama


en el que el orden internacional está doblemente amenazado por la
existencia de actores perturbadores del orden internacional y por
las consecuencias de las contradicciones inherentes a dicho orden.
Las primeras han sido analizadas en este trabajo como amenazas y
las segundas como desafíos a la seguridad. Como se ha visto, unas y
otros son muy diversos en su origen —surgen tanto desde el centro
mismo del sistema, como desde la más remota periferia—; en sus
manifestaciones, violaciones de la legalidad internacional vigente,
atentados, guerras, destrucción del ecosistema, etc.; y por lo que
respecta a sus actores: Estados —desde la superpotencia hegemóni-
ca hasta los Estados fallidos—, grupos terroristas transnacionales,
empresas transnacionales, movimientos sociales globales y organi-
zaciones del crimen organizado, entre otros. En este contexto, nos
enfrentamos a un nuevo tipo de conflictividad armada que ha gene-
rado la necesidad de redefinir la seguridad y sus componentes más
elementales: los referentes y los proveedores. Se ha ido gestando la
necesidad de pasar del Estado como referente de la seguridad, a las
personas (seguridad humana) y de operar un giro que permita
pasar de la exclusiva consideración del Estado como proveedor de

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

seguridad a una visión más amplia que contemple una autoridad


legítima que emane de la Comunidad internacional, cuando los
Estados no cumplan con su responsabilidad de proteger a sus ciuda-
danos. A lo largo del trabajo hemos mostrado los límites del proyecto
imperial para proporcionar, tanto a sus ciudadanos como a la
Comunidad internacional, uno de los principales bienes públicos, la
seguridad nacional o internacional, según el caso y, por tanto, hemos
defendido la necesidad de aprehenderla en otros términos diferentes
a la seguridad basada en el poder. Esta redefinición de la seguridad se
está produciendo, de manera paralela, en un doble ámbito: en el
ámbito teórico y en el ámbito político. Tras analizar tanto las diferen-
tes aproximaciones teóricas al concepto de seguridad humana como
las diferentes propuestas que grupos de expertos han elaborado a ins-
tancias de diferentes organizaciones internacionales, podemos afir-
mar que, al margen de las críticas a la imprecisión del concepto de
seguridad humana y de algunas dudas respecto a su posible utilización
política, existe una base para el consenso teórico sobre los principios
sobre los que debe sustentarse: la legitimidad y la cooperación en el
marco del multilateralismo efectivo. El principal escollo lo hallamos
en la falta de voluntad política estatal, por lo que nos adherimos a las
propuestas existentes acerca de la necesidad de trasladar estas refle-
xiones no sólo a los Estados y a las organizaciones internacionales,
sino a los actores de la sociedad civil para que puedan incidir sobre los
responsables políticos que dependen democráticamente de ellos.
A fin de hacer frente a las amenazas y desafíos de la seguridad
internacional, la seguridad colectiva debe evolucionar hasta con-
vertirse en un instrumento para la seguridad humana. Para ello
existen se han formulado diferentes propuestas: unas siguen estan-
do ancladas en la seguridad del Estado —la creación de nuevas nor-
mas relativas al uso de la fuerza que permitan su ampliación a fin de
hacer frente a un tipo de amenazas no contempladas anteriormen-
te, o la interpretación evolutiva de las existentes—, mientras que otras
plantean que las normas amplíen el referente de la seguridad y sirvan
para proporcionar seguridad humana. Estas últimas implican nece-
sariamente admitir la reconceptualización de la soberanía que ha
venido operándose en los últimos años en el sentido de dejar de ser
entendida como control para ser concebida como responsabilidad.

101
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

La ampliación del referente de la seguridad —del Estado a las per-


sonas— conlleva la ampliación del concepto de sujeto proveedor de
la misma, al Estado, proveedor habitual, se une, cuando el primero
no pueda actuar o sea él mismo la causa de la violencia, la
Comunidad internacional. En la misma dirección es pertinente y
urgente el reexamen del funcionamiento de las instituciones y pro-
cedimientos del sistema de seguridad colectiva. Al respecto existen
también dos tipos de propuestas: las dirigidas a impedir el bloqueo
del Consejo de Seguridad y las centradas en reducir su discreciona-
lidad por medio de la adopción de criterios de legitimidad.
En estos planteamientos, el Derecho internacional ocupa un
lugar fundamental en tanto que fuente de esta legitimidad —ya que
la actual Comunidad internacional es una comunidad que, tal como
hemos sostenido, ha evolucionado hacia una comunidad jurídica
parcial cuyos principales valores e intereses están regulados preci-
samente por Derecho internacional— y en tanto que limitación del
poder, por cuanto que el derecho constriñe al poder del mismo
modo que las instituciones internacionales limitan la conducta de
los Estados, al tiempo que contribuyen a la reconfiguración de sus
identidades e intereses.
Una redefinición de la seguridad en el sentido expuesto a lo
largo del trabajo, unida al compromiso de los Estados de respetar-
la, no sólo estaría dando la respuesta a las actuales amenazas y des-
afíos a la seguridad internacional sino que, además, contribuiría a
la renovación del orden internacional amenazado, aproximándolo
a la idea de orden mundial o cosmopolita de forma que pudiera ser-
vir, de nuevo, a los objetivos básicos de una sociedad internacional
transformada y ampliada.

NOTAS

1. Vid. el doc. UN/A/59/565, de 2 de diciembre de 2004, párrs. 17-23.


2. Vid. el informe Un mundo más seguro... op. cit., párrs. 24-30; también el
Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, párrfs. 69-72 (doc. A/RES/60/1, de
16 de septiembre de 2005).
3. Vid. X. Batalla, “Un mundo uni-multipolar” en C. García y A.J. Rodrigo (eds.),
La seguridad comprometida. Nuevos desafíos, amenazas y conflictos armados,
Madrid, Tecnos, 2008.

102
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

4. El concepto de multilateralismo efectivo, muy relacionado con el principio de


legitimidad, hace referencia al compromiso de trabajar en el marco del dere-
cho internacional, cooperando con las organizaciones regionales e internacio-
nales, los Estados y los actores no estatales. Este concepto sirve para distinguir
la aproximación de la Seguridad Humana del neo-imperialismo. Vid. E.B.
Eide, «Effective Multilateralism»: Europe, Regional Security and a Revitalised UN,
Londres, Foreign Policy Center, 2004; M. Ortega (ed.), The European Union and
the United Nations. Partners in Effective Multilateralism. París, Institute for
Strategic Studies. Chaillot Paper, nº 78, 2005.
5. Vid. C. García Segura y A.J. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio inviable. El
orden internacional tras el conflicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004.
6. Vid. C. García, “El orden internacional amenazado. Retos y oportunidades para
fortalecer la seguridad en la sociedad contemporánea”, en C. García y A.J.
Rodrigo (eds.), Op. cit., 2008.
7. Vid. M. Kaldor, “Nuevos conceptos de seguridad” en C. García y A. J. Rodrigo
(eds.), Op.cit, 2008; también M. Duffield, Las guerras en el mundo global. La con-
vergencia entre desarrollo y seguridad, trad. M. Moro, Madrid, La Catarata, 2004
(1ª ed. en inglés, 2001).
8. Vid. H. Torroja (dir.) y S Güell (coord.), Los retos de la seguridad y defensa en el
nuevo contexto internacional, Barcelona, Publicacions i edicions de la
Universitat de Barcelona, 2007, p. 9.
9. Vid. Doc. UN/A/RES/60/1, de 16 de septiembre de 2005, párr. 143.
10. La noción de Estado comprometido con el bienestar humano (compassionate
state) es de R. Falk, La globalización depredadora. Una crítica, trad. H. Bevia y A.
Resines, Madrid, Siglo XXI, 2002, pp. 8-10 (1ª ed. en inglés 1999).
11. Estas amenazas son identificadas como tales en la Estrategia de Seguridad
Europea aprobada por el Consejo europeo, Una Europa segura en un mundo
mejor, Bruselas, 12 de diciembre de 2003.
12. Vid. P. Pareja, “El nuevo terrorismo internacional: Características, factores
explicativos y exigencias”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
13. Vid. la preocupación por el respeto de los derechos humanos y del imperio de
la ley en la lucha contra el terrorismo en la resolución 60/158 de la Asamblea
General, de 16 de diciembre de 2005 y en la resolución A/60/228, de la
Asamblea General, de 8 de septiembre de 2006 que aprueba y contiene anexa
La estrategia mundial de las Naciones Unidas contra el terrorismo, en especial la
parte IV.
14. Vid. I. Marrero Rocha, Armas nucleares y Estados proliferadores, Granada,
Editorial Universidad de Granada, 2004.
15. Vid. C. Gutiérrez Espada y R. Bermejo García, “El programa nuclear iraní en el
ojo del huracán”, Revista Española de Derecho Internacional, 2005, vol. LVII, Nº
1, pp. 105-119.
16. Vid. J.A. Núñez Villaverde, “Las armas de destrucción masiva, una amenaza
vigente”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
17. M. Álvarez Verdugo, Incidencia del Consejo de Seguridad sobre la regulación jurí-
dica de las armas nucleares, Barcelona, Libreria Bosch, 2007.
18. El Convenio internacional para la represión de los actos de terrorismo nucle-
ar, de 13 de abril de 2005, se encuentra anexo a la resolución 59/290, de 13 de
abril de 2005, de la Asamblea General.
19. La Comisión de Armas de Destrucción Masiva fue creada en el año 2003 a ini-
ciativa del Gobierno de Suecia y estuvo integrada por 14 miembros independientes

103
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

nombrados a título personal por su presidente H. Blix. Su mandato incluía el


análisis de los peligros de las ADM y las respuestas factibles que se pueden
adoptar. Las propuestas formuladas por la Comisión pueden verse en su infor-
me Las armas del terror. Librando al mundo de las armas nucleares, biológicas y
químicas, trad. A. Blázquez y R. Vázquez, Bilbao/Barcelona, UNESCO
Etxea/ANUE, 2007 (1ª ed. en inglés de 2006), Anexo 1, pp. 198-215.
20. Una Europa más segura...op.cit. p.6.
21. Vid. el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrs. 165-177; también J.
Malem Seña, Globalización, comercio internacional y corrupción, Barcelona,
Gedisa, 2000; y M. Naím, Ilícito: cómo traficantes, contrabandistas y piratas están
cambiando el mundo, Barcelona, Debate, 2006.
22. Vid. O. Casanovas y La Rosa, “Los Estados fracasados”, en C. García y A.J.
Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
23. La expresión “problemas sin pasaporte” es de M. Renner, “Una nova definició
de la seguretat”, L’estat del món 2005. Redefinir la seguretat mundial. Informe del
Worldwacht Institute sobre el progrés cap a una societat sostenible, Barcelona,
Unescocat/Angle editorial, 2005, p. 33.
24. Vid. el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrfs. 44-46; también el
informe elaborado por R. Cincotta, R. Engelman y D. Anastasion, The Security
Demografic: Population and Civil Conflict After Cold War, Washington, Population
Action International, 2003.
25. Vid. J. García Montalvo, “Heterogeneidad social, economía y conflictos arma-
dos”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
26. Vid. R. Grasa, “La protección del medio ambiente. La seguridad medioambien-
tal y la especificidad de los conflictos medioambientales: son sólo conflictos
sociales”, en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008; también F. Izquierdo
Brichs, Guerra y agua: conflicto político y carestía de agua en Palestina, Santiago
de Compostela, Araguaney, 2005.
27. Vid. el informe Stern, La economía del cambio climático, en http://www.hm-tre-
asury.gov.uk/independents_reviews/stern_review_economics_climate_chan-
ge/stern_review_report/pdf
28. Vid. P. Pareja y X. Seuba, “Salud y seguridad global: la integración de la salud en
la agenda internacional de la seguridad”, Agenda ONU, núm. 8, 2006-2007.
29. Vid. el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrs. 47-52; también L.
Garrett, “The Next Pandemic”, Foreign Affairs, 2005, vol. 84, Nº 4, pp. 3-23; y
D. Pirages, “La contenció de les malaties infeccioses”, en L’estat del món
2005..., op. cit., pp. 81-100.
30. Vid. el ilustrativo gráfico reproducido en el informe Un mundo más seguro..., op.
cit., p. 18.
31. Vid. E. Hobsbawm, Guerra y paz en el siglo XXI, trad. B. Equibar, F. Esteve, T.
Fernández y J. Madariaga, Barcelona, Crítica, 2007 (1ª ed. en inglés, 2006), p.
11.
32. Vid. esta reinterpretación en The National Security Strategy of the United States of
America, de 17 de septiembre de 2002, en su cap. V, p. 15 y en la actualización
de dicha estrategia realizada el 16 de marzo de 2006, en su cap. V, p. 18.
33. Vid., entre otros, un examen de esta cuestión desde el punto de vista de la cien-
cia del Derecho internacional en C. Gutiérrez Espada, “¿No existe, acaso, jus-
tificación jurídica posible para las intervenciones armadas por causa de
humanidad?, Cursos de Derechos Humanos de Donostia-San Sebastián, Vol. V,
Bilbao, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 2004, pp. 203-224;

104
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

y desde el punto de vista de la Teoría de las relaciones internacionales con un


enfoque constructivista N.J. Wheeler, Humanitarian Intervention in
International Society, Oxford, Oxford University Press, 2000.
34. Vid. O. Casanovas, “El principio de prohibición del uso de la fuerza tras el con-
flicto de Irak de 2003”, en C. García y A. Rodrigo (eds.), op. cit., pp. 125-140;
también A. Pigrau, “La evolución de la prohibición del uso de la fuerza armada
y de sus excepciones” en H. Torroja (dir.) y S. Güell (coord.), op.cit., 2007, pp.
15-47.
35. Vid. M. P. Andrés, “Las normas relativas al uso de la fuerza: La seguridad colec-
tiva y la legítima defensa en el contexto de la reforma de las Naciones Unidas”,
en C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
36. Vid. O. Casanovas, “La protection internationale des regufiés et des personnes
déplacées dans les conflicts armés», R. des C., T. 306 (2003), pp. 9-176.
37. Vid. S. Morgades, “La protección de las víctimas de los conflictos armados”, en
C. García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
38. Algunos autores opinan que aún no es un concepto consolidado, sino que está
aún en proceso de maduración. K. Pérez de Armiño, “El concepto y el uso de la
seguridad humana: análisis crítico de sus potencialidades riesgos”, Revista
CIDOB d’Afers Internacionals, nº 76, 2006-2007, pp. 59-77. Para otros es más
bien un “síndrome” —en tanto que conjunto de síntomas refleja la convergen-
cia de agendas y compromisos entre los conceptos que subyacen en las relacio-
nes internacionales: seguridad, paz y desarrollo—, o un programa
político-normativo. R. Grasa, “Vínculos entre seguridad, paz y desarrollo: evo-
lución de la seguridad humana”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 76,
2006-2007, pp. 9-46.
39. Según Pérez de Armiño, las nuevas propuestas y formulaciones que se elabo-
raron en los círculos académicos desde esa época allanaron el camino hacia la
formulación de la seguridad humana. Pérez de Armiño, op. cit., p. 61.
40. M. Kaldor, Las nuevas guerras. La violencia organizada en la era global, trad. M.L.
Rodríguez, Barcelona, Tusquets, 2001 (1ª ed. en inglés, 1999).
41. JICA, Poverty Reduction and Human Security, Tokyo, Institute for International
Cooperation, March 2006, p. 11.
42. Entre ellos, A. Astri Shurke, “Human Security and the Interests of the States”,
Security Dialogue, vol. 30, nº 3, 1999, pp. 265-276; Cfr, P. Morillas, “Génesis y
evolución del concepto de seguridad humana”, Revista CIDOB d’Afers
Internacionals, nº 76, 2006-2007, pp. 47-58.
43. PNUD, Informe sobre el desarrollo humano. Nuevas dimensiones de la Seguridad
Humana, Nueva York, Oxford University Press, 1994.
44. Paul Evans, a partir del estudio de Hampson y Hay, resume en tres los rasgos
distintivos de la seguridad humana: la consideración del individuo como el
principal referente de la seguridad; la comprensión de la seguridad del indivi-
duo como una realidad enfrentada a una amplia gama de desafíos de entre los
cuales, el militar no suele ser el más relevante; y la mencionada tensión entre
seguridad del Estado y del individuo. O. Hapmson y J. Hay, “Human Security:
A Review of Scholarly Literature” Cfr. P.M. Evans, “Human Security” and East
Asia: In the Begining”, Journal of East Asian Studies, vol. 4, núm. 2, 2004, p.
265.
45. ICISS, La responsabilidad de proteger. Informe de la Comisión Internacional
sobre intervención y soberanía del Estado. Disponible en http://www.
iciss.ca/spanish-report.pdf

105
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

46. T. Owen, “Human Security –Conflict, Critique and Consensus: Colloquium


Remarks and a Proposal for Threshold-Based Definition”, Security Dialogue,
vol.35, nº ·3, 2004, pp. 373-387.
47. C. García, “Seguridad humana y política exterior japonesa: contexto, concepto
y aplicación”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 76, 2006-2007, pp. 79-
95.
48. A. Fukushima, “Human Security: Comparing Japanese and Canadian
Governmental Thinking and Practice”, Vancouver: Canadian Consortium on
Human Security, agosto 2004, Visiting Fellow Paper.
49. Una muestra significativa de este debate se recoge en el número 3 del volumen
35 de 2004 de la revista Security Dialogue.
50. A. Mack, “A Signifier of Shared Values”, Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004,
pp. 366-367; K. Krause, “The Key to a Powerful Agenda, if Properly
Delimited”, Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004, pp. 368-369; S.N.
Macfarlane, “A Useful Concept that Risks Losing its Political Salience”,
Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004, pp. 368-369.
51. J. Leaning, “Psychosocial Well-being Over Time” Security Dialogue, vol. 35, nº
3, 2004, pp. 354-355; F.O. Hampson, “A Concept in Need of a Global Policy
Response”, Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004, pp. 349-350; R. Thakur, “A
Political Worldview”, Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004, pp. 347-348; S.
Alkire, “A Vital Core that Must Be Treated with the Same Gravitas as Traditional
Security Threats”, Security Dialogue, vol. 35, nº 3, 2004, pp. 361-362.
52. Este Grupo de Estudio, coordinado por Mary Kaldor, fue convocado inicial-
mente por Javier Solana y ha sido renovado por la Presidencia finlandesa.
53. Vid. A European Way of Security. The Madrid Report of the Human Security Study
Group. 2007
54. R. Grasa, op.cit,. 2007, pp.36-37.
55. A European Way of Security, op. cit. p. 10.
56. Ibid. Vid. el informe La responsabilidad de proteger, op. cit., pp. 13-15. Esta pro-
puesta se examina con más detalle en el epígrafe sobre la mejora del funciona-
miento de las instituciones y procedimientos para la seguridad colectiva.
57. Vid. el informe Un mundo más seguro: La responsabilidad que compartimos, resu-
men de la Parte II, p.27 (doc. A/59/565, de 2 de diciembre de 2004).
58. Vid. el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrf. 13.
59. Vid. R. Paniagua Redondo y X. Pons Ràfols, “El sistema de seguridad colectiva,
el terrorismo internacional y la legítima defensa”, Agenda ONU, 2001, Nº 4, pp.
9-56, en particular, pp. 10-24.
60. Vid. J.C. Yoo y W. Trachman, “Less than Bargained for: The Use of Force and the
Declining Relevance of the United Nations”, Chicago Journal of International
Law, 2004-2005, vol. 5, pp. 379-394.
61. Vid. M.P. Andrés Sáenz de Santa María, “El Consejo de Seguridad en la guerra
contra Irak: ¿ONG privilegiada, convalidador complaciente u órgano princi-
pal?”, REDI, 2003, vol. LV, pp. 205-222; J. Cardona Llorens, “La “externaliza-
ción”/”privatización” del uso de la fuerza por las Naciones Unidas”, Soberanía
del Estado y Derecho internacional. Homenaje al profesor Juan Antonio Carrillo
Salcedo, Sevilla, 2005, pp. 317-342, en especial, pp. 338-342, y, sobre todo, su
trabajo específico sobre esta cuestión “La descentralización del sistema colec-
tivo de mantenimiento de la paz y seguridad internacionales”, en H. Torroja
(dir.) y S. Güell (coord.), op. cit., 2007, pp. 67-85; N. Krisch, “The Rise and Fall
of Colective Security: Terrorism, US Hegemony, and Plight of the Security

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Council”, en C. Walter et al., Terrorism as a Challenge for National and International


Law: Security versus Liberty?, Berlin, Springer Verlag, 2004, pp. 879-908.
62. Vid. M.J. Glennon, “Platonism, Adaptativism and Illusion in UN Reform”,
Chicago Journal of International Law, 2005-2006, vol. 6, pp. 613-640, en parti-
cular, pp. 618-624 y 628-636; también J. Yoo, “Force Rules: UN Reform and
Intervention”, Chicago Journal of International Law, 2005-2006, vol. 6, pp.
641-661, en especial, pp. 643-649.
63. M.J. Glennon, Limits of Power, Prerrogatives of Power : Interventionism after
Kosovo, Nueva York, Hamsphire, 2001; y “The UN Security Council in a
Unipolar World”, Virginia Journal of International Law, 2003, vol. 44, Nº 1, pp.
91-112, en especial, pp. 107-112.
64. Vid. J.C. Yoo, op. cit., 2006, pp. 654-660.
65. Vid. H. Freudenschuss, “Between Unilateralism and Collective Security:
Authorizations of the Use of Force by the U.N. Security Council”, European
Journal of International Law, 1994, Vol. 5, pp. 492-531; y J. Cardona Llorens,
op.cit., 2005, pp. 324-327.
66. Vid. M. Pérez González, “La legítima defensa puesta en su sitio: Observaciones
críticas sobre la doctrina Bush de la acción preventiva”, REDI, 2003, vol. LV, Nº
1, pp. 187-204; también el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrf. 188
y el informe del Secretario General, Un concepto más amplio de libertad:
Desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos, párr. 124 (doc. A/59/2005,
de 21 de marzo de 2005).
Una parte de la doctrina discrepa de esta interpretación y recuerda que la
jurisprudencia internacional ha exigido el previo ataque armado. Vid. M.P.
Andrés, op. cit., 2008; C. Gutiérrez Espada, “El ‘uso de la fuerza’ en el Informe
del Secretario General de Naciones Unidas preparatorio de la Cumbre de Jefes
de Estado y de Gobierno (Septiembre de 2005)”, Revista Electrónica de Estudios
Internacionales, 2005, vol. 10, pp. 9-15 y en “El ‘uso de la fuerza’ en los infor-
mes del Grupo de Alto Nivel (2004), del Secretario General (2005) y, a la pos-
tre, en el Documento Final de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno
(Naciones Unidas, Nueva York, Septiembre de 2005)”, Anuario de Derecho
Internacional, 2005, vol. XXI, pp.13-49, en especial, pp. 37-38.
67. W.M. Reisman, “In Defense of World Public Order”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
833-835. L. Condorelli, “Les attentats du 11 septembre et leurs suites: où va le
droit international?, RGDIP, 2001, T. 105, pp. 829-848, en particular, p. 843.
En la doctrina española R. Bermejo García, “El Derecho internacional frente al
terrorismo: ¿nuevas perspectivas tras los atentados del 11 de septiembre”, ADI,
vol. XVII, 2001, pp. 5-24, en particular, pp. 19-22.
J. Cardona Llorens, “Las excepciones al principio que prohíbe el uso de la
fuerza: Reflexiones a la luz de la práctica reciente”, Völkerrecht als
Wertordnung/Common Values in International Law. Festschrift für/Essays in
Honour of Christian Tomuschat, Kehl, N.P. Engel Verlag, 2006, pp. 723-748
advierte que no es realista afirmar que los precedentes son suficientes para
considerar que los actos ataques terroristas son “ataques armados”.
68. Th. Franck, “Terrorism and the Right to Self-Defence”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
839-843, en pp. 840-841; M. Byers, “Terrorism, the Use of Force and
International Law after 11 September, ICLQ, 2002, vol. 51, pp. 401-414, en par-
ticular, pp. 406-410; y “Not yet havoc: Geopolitical change and international
rules on military force”, Review of International Studies, 2005, vol. 31, pp. 51-70,
en particular, pp. 55-59.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Esta interpretación plantea un buen número de interrogantes que, en estos


momentos, son difíciles de responder. Vid. las atinadas reflexiones de A.
Sanjosé, “Algunas reflexiones sobre el informe del Grupo de Alto Nivel creado
por el Secretario General y el futuro del sistema de seguridad colectiva de las
Naciones Unidas”, Agenda ONU, 2005, Nº 7, pp. 315-319.
69. Vid. la opinión consultiva de 9 de julio de 2004 sobre las consecuencias jurídicas
de la construcción de un muro en el territorio palestino ocupado, párr. 139 (I.C.J.
Reports 2004).
70. Vid. las opiniones individuales de los jueces R. Higgins (párr. 33) y Koijmans
(párr. 35) en la opinión consultiva sobre las consecuencias jurídicas de la cons-
trucción de un muro en el territorio palestino ocupado.
71. Vid las opiniones individuales de los jueces Koijmans (párrs. 26-32) y B.
Simma (párrs. 4-15) en el asunto relativo a las actividades armadas en el territo-
rio del Congo (República Democrática del Congo c. Uganda), de 19 de diciembre de
2005 (I.C.J. Reports 2005).
La Corte, en este mismo asunto, evita pronunciarse sobre dicha posibilidad y
sobre las condiciones de la legítima defensa frente a fuerzas irregulares porque
no es necesario para resolver el caso concreto (párr. 147).
72. Vid. las opiniones individuales mencionadas en el asunto Congo c. Uganda de
los jueces Koijmans (párr. 31) y B. Simma (párr. 13).
73. Vid. el informe La responsabilidad de proteger, op. cit.
74. Vid. el informe La responsabilidad de proteger, op.cit., párrs. 6.1 a 6.27; y el infor-
me Un mundo más seguro..., op. cit., párr. 203.
75. El Consejo de Seguridad, entre otros casos, autorizó el uso de la fuerza armada
a una operación para el mantenimiento de la paz en la antigua Yugoslavia, a
Estados Unidos por medio de la resolución 794 (1992) para usar la fuerza en
Somalia y a Francia, a través de la resolución 929 (1994) en Ruanda.
76. Vid. The Independent International Commission on Kosovo, The Kosovo
Report.Conflict. International Response. Lessons Learned, Oxford, Oxford
University Press, 2000, p. 289; también P. Andrés Saénz de Santa María,
“Kosovo: todo por el Derecho internacional pero sin el Derecho internacio-
nal”, Meridiano CERI, 1999, Nº 28, pp. 4-8.
77. Vid. el análisis detallado de la práctica en F. Escudero Espinosa, Aproximación
histórica a la noción de intervención humanitaria en el Derecho internacional,
León, Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, 2002; también en
I. Ruiz-Giménez, La historia de la intervención humanitaria. El imperialismo
altruista, Madrid, Los Libros de La Catarata, 2005.
78. Vid. O. Casanovas, “La protection internationale des refugiés et des personnes
déplacées dans les conflicts armés”, R. des C., T. 306 (2003), p. 117.
79. Vid. en este sentido O. Casanovas, “Nouvelles questions sur le principe de l’in-
terdiction du recours à la force”, Baltic Yearbook of International Law, 2006, vol.
6, pp. 143-156, en particular, pp. 150-151; y C. Gutiérrez Espada, op. cit., 2004,
pp. 212 y 223.
80. Vid. Th.M. Franck, “Collective Security and UN Reform: Between the
Necessary and the Possible”, Chicago Journal of International Law, 2005-2006,
vol. 6, Nº 2, pp. 609.
81. Vid., por todos, el exhaustivo estudio monógráfico de R. Riquelme, La reforma
del Consejo de Seguridad de la ONU. El incremento de sus miembros y su más ade-
cuada representación equitativa, Madrid, Dykinson, 2000; la continuación de
dicho estudio y el análisis de las nuevas propuestas formuladas con ocasión de

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

la Cumbre Mundial 2005 puede verse en el trabajo de la misma autora “La


interminable historia de la reforma del Consejo de Seguridad”, Revista
Española de Derecho Internacional, 2005, vol. LVII, Nº 2, pp. 745-776.
82. Vid., entre otros, Th. Franck, op. cit., 2005-2006, pp. 609-611; el informe La
responsabilidad de proteger, op. cit., párr. 8.29 (2); y el informe del Grupo de Alto
Nivel Un mundo más seguro..., op. cit., párr. 256.
Los propios Estados miembros de las Naciones Unidas habían incluido esta
propuesta en el borrador de Documento Final de la Cumbre Mundial 2005 que
se mantuvo hasta su último proyecto (vid. el doc. A/59/HLPM/CRP.1/Rev.2,
párr. 120), pero lamentablemente desapareció del texto final aprobado por la
Asamblea General (doc. A/RES/60/1, de 16 de septiembre de 2005).
83. Th Franck, op. cit., 2005-2006, p. 610 enumera tres motivos por los que los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad podrían estar dispuestos a
aceptar un acuerdo que limitaría su discreccionalidad en el ejercicio del dere-
cho de veto: la percepción de que tenderían más a ganar que a perder con el
fortalecimiento del sistema de seguridad colectiva, la presión de opinión
pública global que situaría al Estado que vetara una decisión en una posición
muy difícil de mantener y, por último, que si se amplía el Consejo de Seguridad
la discriminación entre miembros originales y nuevos sería casi insoportable.
84. Este acuerdo está contenido en la Declaración de San Francisco de 8 de junio
de 1945 sobre el poder de veto (doc. UNCIO 852, III/1/37/1).
85. Vid. R. Riquelme, op. cit., 2005, p. 763.
86. Vid. el informe Un mundo más seguro..., op. cit., párrs. 207-208. A. Sanjosé Gil,
“Algunas reflexiones sobre el Informe del Grupo de Alto Nivel creado por el
Secretario General y el futuro del sistema de seguridad de las Naciones
Unidas”, Agenda ONU, 2005, Nº 7, pp. 299-331 advierte con acierto de la nece-
sidad de que el principio básico sobre la responsabilidad de proteger, el ejer-
cicio de la obligación de proteger y las circunstancias en las que podría
ejercerse deberían, por seguridad jurídica, ser desarrolladas y reguladas for-
malmente (pp. 319-321); en el mismo sentido C. Gutiérrez Espada, “El “uso de
la fuerza” en los informes del Grupo de Alto Nivel (2004), del Secretario
General (2005) y, a la postre, en el Documento Final de la Cumbre de Jefes de
Estado y de Gobierno (Nueva York, septiembre de 2005)”, Anuario de Derecho
Internacional, 2005, vol. XXI, pp. 13-49, en particular, p. 41.
El Secretario General, en su informe Un concepto más amplio de la libertad:
Desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos, doc. A/59/2005, de 21 de
marzo de 2005, párrs. 125-126 hizo suyos tales criterios de legitimidad y la
propuesta de que el Consejo de Seguridad apruebe una resolución que enuncie
y exprese su intención de regirse por tales criterios.
87. Vid. el párr. 8.28 del informe La responsabilidad de proteger, op. cit.
88. Ibid, párr. 8.29 (1) y la sinopsis con los “Principios para la intervención mili-
tar”, en pp.14-15 de la versión en español.
89. Vid. doc. A/RES/60/1, de 16 de septiembre de 2005, párr. 9.
90. Vid., entre otras referencias, la Declaración del Milenio (doc. A/RES/55/2, de 8
de septiembre de 2000, párr. 9); el informe del Secretario General, Guía gene-
ral para la aplicación de la Declaración del Milenio (doc. A/56/326, de 6 de sep-
tiembre de 2001, párrs. 14-32); y el Documento Final de la Cumbre Mundial 2005,
op. cit., párrs. 11, 119-120 y 134.
91. Vid. F.M. Mariño, Derecho internacional público (Parte General), 3ª ed. Rev.,
Madrid, Trotta, 1999 (1ª ed. 1993), pp. 19-20

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

92. Vid. F.M. Mariño, Derecho internacional público (Parte General), 1ª ed., Madrid,
Trotta, 1993, p. 13. esta calificación ha sido matizada por el autor a partir de la
3ª edición de 1999 (p. 14).
93. La expresión es de H. Mosler, “The International Society as a Legal
Community”, R. des C., 1974 (vol. 140-IV), pp. 1-320.
94. Vid. el doc. A/RES/61/39, de 4 de diciembre de 2006; y el párr. 134 de la reso-
lución 60/1 ya citada.
95. Vid. el texto de dicha conferencia y las preguntas y respuestas del debate sub-
siguiente en la página web http://www.un.org/apps/sg/sgstats.asp?nid=2357,
consultada el 15 de diciembre de 2006.
96. Vid. Forging a World of Liberty under Law. U.S. National Security in the 21st Century,
The Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, Princeton
University, 2006 (el texto puede verse en http://www.wws.princeton.edu/ppns.
Esta propuesta está muy influida por las obras de sus dos codirectores G.J.
Ikenberry, Liberal Order and Imperial Ambition, Cambridge, Polity Press, 2006
y A-M. Slaughter, A New World Order, Princeton, Princeton University Press,
2004.
97. Vid. F. Fukuyama, America en la encrucijada. Democracia, poder y herencia neo-
conservadora, trad. G. Dols, Barcelona, Ediciones B, 2007 (1ª ed. en inglés
2006).
98. Vid. el informe Un mundo más seguro, op. cit., párr. 186.
99. Vid. F. Fernández Buey, “Sobre poder y libertad”, en C. García y A.J. Rodrigo
(eds.), op. cit., 2008.
100. Vid. J.J. Moreso, “Poder y Derecho”, en C. García y A.J: Rodrigo (eds.), op. cit.,
2008.
101. Vid. A.J. Rodrigo, “La seguridad y el Derecho internacional hegemónico”, en C.
García y A.J. Rodrigo (eds.), op. cit., 2008.
102. Vid. A.J. Rodrigo, “El Derecho internacional hegemónico y sus límites”,
Anuario Español de Derecho Internacional, 2007, vol. XXIII, en particular, la Parte
III.

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CAPÍTULO III
EL DERECHO INTERNACIONAL HEGEMÓNICO
Y SUS LÍMITES

1. INTRODUCCIÓN

Uno de los principales debates científicos que se está desarrollan-


do en la doctrina iusternacionalista en el primer decenio del siglo
XXI es, paradójicamente, el relativo a la propia ontología del
Derecho internacional público, más aún cuando hace tan sólo unos
pocos años se anunciaba, ahora sabemos que de forma prematura,
que la batalla por el ordenamiento jurídico internacional estaba
ganada y que, dada su madurez, se había entrado en una fase pos-
tontológica que permitiría plantear cuestiones relativas a la justicia
e imparcialidad (fairness) del mismo1. Pero las circunstancias han
cambiado desde entonces y el Derecho internacional opera en la
actualidad en un nuevo contexto de las relaciones internacionales
que se caracteriza, entre otros rasgos, por el desequilibrio de poder
entre los Estados, por la globalización económica y por la progresi-
va construcción de una Comunidad internacional. En primer lugar,
el desmoronamiento del bloque comunista a finales de los años
ochenta creó una situación de gran desequilibrio de poder en la
sociedad de Estados y abrió la puerta a la hegemonía de los Estados
Unidos. Esta hegemonía, que es enorme en materia militar y menos
abrumadora en materia económica, política e ideológica, ha sido
ejercida en los últimos años de distinta manera según los casos,

111
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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

imponiéndola en unos y compartiéndola en otros, de forma unila-


teral o bien por medio de instituciones internacionales multilate-
rales. Asimismo, como ya se ha examinado en el capítulo 1, el
desequilibrio de poder a favor de Estados Unidos llevó a un grupo de
políticos y pensadores neoconservadores, primero, a formular un
proyecto imperial y, después, a ponerlo en práctica tras la llegada al
poder del presidente George W. Bush en el año 2000. En segundo
lugar, se ha producido una intensificación de la globalización econó-
mica que, favorecida por importantes avances en materia de tecnolo-
gía, información y comunicaciones, ha llevado a la creación de un gran
mercado global de bienes y servicios, en particular de los financieros,
en el que las economías de los Estados están interrelacionadas. Y, por
último, y a diferencia de otros momentos de la historia de las relacio-
nes internacionales en los que también había una potencia hegemó-
nica, en la actualidad existe una Comunidad internacional que ya no
tiene exclusivamente una naturaleza interestatal, sino que está inte-
grada también por otros actores no estatales; que desempeña impor-
tantes funciones en materia de identificación y reconocimiento de
intereses y valores colectivos y de deliberación y legitimación de obje-
tivos políticos, sociales y morales; que es, a la vez, una comunidad jurí-
dica parcial; y que puede representar un límite para la hegemonía de
los Estados Unidos.
El proyecto imperial actual tiene entre sus objetivos, unas
veces formulados de manera explícita y otras inducidos de la prác-
tica internacional e interna americana, el intento de cambiar el
orden internacional2 y de utilizar al Derecho internacional como
un instrumento más al servicio del poder y para la satisfacción de
los intereses nacionales de los Estados Unidos que en ningún caso
habría de suponer una restricción o un límite para el Estado hege-
mónico. Este proceso de legalización de la hegemonía se lleva a
cabo por medio de diversas estrategias: el rechazo a las normas
imperativas del Derecho internacional general, la reinterpretación
de algunos principios fundamentales del Derecho internacional o
el recurso a los procedimientos de creación de normas jurídicas
más permeables al poder con el fin de incorporar en el ordena-
miento internacional de ventajas jurídicas específicas para los
Estados más poderosos bien modulando el contenido de las reglas

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

generales, bien por medio de excepciones a éstas o bien mediante


la creación de normas específicas que protejan sus intereses. El reco-
nocimiento jurídico de las diferentes manifestaciones que puede tener
la hegemonía no es inmediato ni global, sino que puede ser el resulta-
do de un largo proceso que tendrá más o menos éxito en función del
contexto existente en las relaciones internacionales, del poder jurídico
del hegemón y de la respuesta de la Comunidad internacional a este
intento de transformar el Derecho internacional en un Derecho inter-
nacional hegemónico. La reconceptualización del ordenamiento jurí-
dico internacional en este sentido se encuentra, entre otros y con
distintos matices y aspectos, en la práctica internacional e interna de
los Estados más poderosos (estrategias nacionales de seguridad de
Estados Unidos de 2002 y 2006, en leyes internas y actos de la admi-
nistración), en pensadores neoconservadores (J. Bolton), en juristas
vinculados a la administración Bush (J.C. Yoo) y en iusinternacionalis-
tas neorrealistas (M.J. Glennon) o defensores de la teoría de la elección
racional (J.L. Goldsmith y E.A. Posner). Entre los motivos invocados
para justificar la reformulación de las normas jurídicas internacionales
destacan el cambio en la distribución de poder en la sociedad de
Estados y la aparición de nuevas amenazas, desafíos y tipos de conflic-
tos. Esta doctrina destaca los límites del Derecho internacional para
incorporar la nueva distribución de poder, para garantizar la seguridad
de Estados Unidos y para satisfacer los intereses nacionales. Por ello,
abogan por una nueva concepción del Derecho internacional para que
éste sea un instrumento del poder y para la consecución de los intere-
ses norteamericanos a corto plazo que se puede denominar Derecho
internacional hegemónico.
El objetivo de este capítulo es analizar en qué consiste el Derecho
internacional hegemónico e identificar y describir sus límites. Para
ello, por un lado, se examina la relación entre hegemonía y Derecho
internacional a partir de diferentes concepciones de aquélla y de las
implicaciones que tiene la paradoja de la hegemonía y se propone una
definición de carácter descriptivo del Derecho internacional hegemó-
nico (Parte I). Por otro lado, se analizan sus principales característi-
cas: el rechazo de las normas de ius cogens y de las normas universales
de Derecho internacional general, la reinterpetación de principios
fundamentales del Derecho internacional público, la preferencia por

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

los procedimientos de creación de normas más permeables al poder


hegemónico y la instrumentalización selectiva de las Organizaciones
internacionales, en especial, en materia de relaciones económicas y
de seguridad (Parte II). Y, por último, se identifican los límites mate-
riales, políticos y jurídicos derivados tanto del Derecho internacional
público, como del propio derecho norteamericano que tiene el
Derecho internacional hegemónico (Parte III).
La tesis que se defiende en este capítulo es que el pretendido
Derecho internacional hegemónico, en cuanto intento auspiciado
fundamentalmente por el proyecto imperial para legalizar la hegemo-
nía de Estados Unidos, tiene importantes límites materiales, políticos
y jurídicos. Tiene límites materiales por que es incapaz de conseguir
los objetivos pretendidos a pesar del poder excepcional de Estados
Unidos, ya que la coerción y la instrumentalización del Derecho no
son suficientes para imponer a los demás nuevas normas jurídicas,
para garantizar su cumplimiento o impedir que el resto de la
Comunidad internacional adopte otras sin su consentimiento o,
incluso, con su oposición. Además, el Derecho internacional hegemó-
nico tiene límites políticos porque carece legitimidad, es percibido
como un mal ejemplo que busca el reconocimiento jurídico de las des-
igualdades entre Estados, y, por tanto, salvo coerción o difícil coinci-
dencia de intereses no será cumplido de forma voluntaria por los
demás Estados. Y, por último, tiene límites jurídicos derivados tanto
del Derecho internacional público, como del propio derecho nortea-
mericano. En el caso del primero, tales límites tienen carácter sisté-
mico, sustantivo y formal. Y, en el caso del derecho norteamericano,
los límites derivan de la constitución de los Estados Unidos y de su tra-
dición jurídica constituida por medio de sus principales normas y por
la forma en la que los tribunales interpretan y aplican las normas
jurídicas internacionales.

2. HEGEMONÍA Y DERECHO INTERNACIONAL

La relación entre hegemonía y Derecho internacional tiene a la vez


aspectos positivos y problemáticos ya que está condicionada de
forma directa por las tensiones entre el poder y el Derecho. Por un

114
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

lado, la hegemonía no puede ser sólo el resultado del poder y nece-


sita al Derecho internacional. Pero, por otro lado, el Derecho inter-
nacional no puede ser sólo la voz del poder, aunque le proporcione
relevancia, ya que necesita autonomía y ésta implica límites para el
poder. Por ello, conviene examinar las concepciones de la hegemo-
nía y los conflictos que generan sus relaciones con el Derecho
internacional para intentar definir qué se puede entender por
Derecho internacional hegemónico.

2.1. LOS CONCEPTOS DE HEGEMONÍA

2.1.1. La hegemonía como poder

La mayoría de las definiciones de hegemonía que se han propuesto


en la Teoría de las Relaciones internacionales, a pesar de la dife-
rente concepción de la misma que tienen los autores, están basadas
en el poder ya sea éste militar o también económico y tecnológico y
con independencia de que sea ejercido de forma directa mediante
la coacción o bien de forma indirecta a través de instituciones o
incentivos y penalizaciones.
Para los autores realistas, incluidos los más recientes como
J.J. Mearsheimer, la hegemonía significa el dominio del sistema, es
decir, del mundo entero; y, hegemón es un Estado que es tan pode-
roso que domina todos los demás Estados del sistema. No obstante,
este autor reconoce que salvo que acaezcan acontecimientos
extraordinarios, es casi imposible la existencia de un hegemón glo-
bal y que en la práctica suelen existir hegemones regionales3.
Entre los autores más destacados de la teoría de la estabilidad
hegemónica, R. Gilpin define un sistema hegemónico como aquél
en el que un único Estado poderoso controla o domina a los Estados
más débiles y en el que el gobierno del sistema depende de la posi-
bilidad de que el Estado dominante utilice de forma efectiva sus
capacidades militares, económicas y tecnológicas y su voluntad
para inducir o forzar a otros Estados a satisfacer sus preferencias4.
Dentro del institucionalismo racionalista, R. Keohane conci-
be la hegemonía como aquella situación que se da en el sistema
internacional en la que un Estado tiene el control preponderante

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sobre algunos recursos materiales fundamentales: las materias pri-


mas, las fuentes de capital, los mercados y posee ventajas competi-
tivas en la producción de bienes altamente valiosos.5 Advierte, no
obstante, que la hegemonía no es suficiente para mantener un
orden estable ya que para ello es necasaria también la cooperación
que puede reforzar la hegemonía del Estado preponderante y ésta,
a su vez, puede incrementar la cooperación. Es decir, que hegemo-
nía y cooperación no son alternativas, sino que a menudo se
encuentran en una relación simbiótica6.
En la teoría crítica, R.W. Cox defiende una concepción mar-
xista de la hegemonía al concebirla como el poder basado en el
dominio racionalizado sobre la producción a través de una ideolo-
gía que incorpora el compromiso o consenso entre grupos subordi-
nados y dominantes. Este autor describe la hegemonía global como
“una estructura social, una estructura económica y una estructura
política; y no puede ser sólo una de ellas sino que ha de tener las
tres. La hegemonía global, por tanto, es expresada en mecanismos,
instituciones y normas universales que imponen reglas generales
de comportamiento para los Estados y para aquellas fuerzas de la
sociedad civil que actuan a través de las fronteras nacionales, reglas
que refuerzan el modo dominante de producción”7.
En todo caso, conviene advertir que en todas estas concepcio-
nes se reconoce que la hegemonía de un Estado tiene límites para el
control total del sistema internacional, sea por falta de capacidad
militar, por la necesidad de recurrir a la cooperación o porque exige
contar con el reconocimiento y aceptación del papel de hegemón
por los demás Estados. Tales límites muestran que la hegemonía de
un Estado exige dos condiciones: las capacidades materiales (mili-
tares, económicas, tecnológicas, culturales, etc.) y la capacidad de
liderazgo derivada de su autoridad.

2.1.2. La hegemonía como una función social

B. Cronin, en cambio, defiende que “la hegemonía no es un atribu-


to de un país particular sino que es un tipo de relación que existe
entre un grupo de países”; que se trata de “una forma de liderazgo y
no de dominación”. La autoridad hegemónica no deriva del poder,

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

sino de su papel dentro de un grupo de grandes potencias. Es decir,


es una propiedad social que puede tener el Estado hegemón y que le
proporciona legitimidad respecto a los demás Estados. Para ello, es
imprescindible que tales Estados acepten el programa que el hege-
món les propone para la sociedad de Estados y crean que el Estado
líder tiene los medios y la voluntad de promoverlo y defenderlo8. La
hegemonía, continúa este autor, es una institución que surge den-
tro de una sociedad internacional de Estados y consiste en un con-
junto de roles reconocidos, de prácticas generalmente aceptadas y
de procedimientos. En suma, la hegemonía es también una función
social que genera normas específicas de comportamiento. “En un
sistema hegemónico —continúa—, el hegemón es reconocido como
un líder en virtud de su rol en la institución. Este rol conlleva un
cierto tipo de prerrogativas y obligaciones que un actor que posee la
identidad de hegemón puede llevar a cabo. Por un lado, las otras
potencias reconocen que un hegemón tendrá una mayor influencia
en cuestiones sistémicas que otros Estados, pero también esperan
que proporcionará bienes colectivos y ofrecerá liderazgo en la ges-
tión de la seguridad y asuntos económicos incluso en los casos en
los que no estén involucrados sus intereses vitales”9. A la vez, los
Estados menos poderosos esperan que el hegemón respetará cier-
tos límites como la igualdad soberana formal, que cumplirá las
reglas y evitará actos unilaterales, que limitará su libertad de
maniobra en función de sus responsabilidades y que respetará los
límites procedimentales y las reglas de decisión antes de actuar10.

2.2. LA PARADOJA DE LA HEGEMONÍA Y EL DERECHO INTERNACIONAL

Un Estado hegemónico en la sociedad internacional de Estados,


como ya se ha señalado, es aquella potencia que, además de poseer
las capacidades materiales, goza de capacidad de liderazgo para
desempeñar la función de líder sistémico. Descritos con más deta-
lle, estos requisitos implican, por un lado, que el Estado hegemó-
nico es aquel Estado que tiene el poder, las capacidades materiales
para configurar el orden internacional de acuerdo con normas y
reglas que, aunque en la mayoría de los casos son adecuadas para
sus intereses, también son defendidas y aceptadas en mayor o

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menor grado como universales. Y, por otro lado, la función de líder


sistémico obliga al Estado hegemónico a conformarse a tales nor-
mas y reglas para proporcionar expectativas estables y mantener la
legitimidad del orden internacional, incluso cuando puedan entrar
en conflicto con sus intereses a corto plazo.
La hegemonía, concebida como una función social, propor-
ciona una gran influencia sobre normas y reglas multilaterales y, a
la vez, lleva aparejada una mayor responsabilidad para respetar
dichas reglas generalizadas de conducta. Esta tensión entre el
incremento de oportunidades y unas mayores constricciones es lo
que B. Cronin denomina “la paradoja de la hegemonía”. Ésta con-
siste en la tensión a la que tiene que hacer frente el Estado hegemón
entre la satisfacción de sus intereses nacionales y sus responsabili-
dades internacionales; en la tensión entre la posibilidad, en cuan-
to Estado más poderoso con capacidades materiales suficientes, de
actuar de forma unilateral en la persecución de sus propios intere-
ses y su rol de Estado hegemónico del que se derivan expectativas
sociales de que se acomodará a las reglas generales de conducta,
incluso aunque perjudiquen a veces sus intereses a corto plazo, que
sostienen un orden internacional percibido como legítimo y esta-
ble en el que satisfará sus intereses a largo plazo11.
La tensión, inherente a la paradoja de la hegemonía, puede
explicar la conducta contradictoria del Estado hegemónico respec-
to a algunos de los principales medios de los que dispone dicho
Estado para ejercer su poder respecto a otros Estados, satisfacer sus
intereses nacionales, configurar un orden internacional estable y
legítimo y desempeñar la función de líder sistémico. En definitiva,
la paradoja de la hegemonía puede ayudar a explicar las contradic-
ciones del hegemón respecto al Derecho internacional y a las insti-
tuciones multilaterales, a los que, en unas ocasiones ayuda a crear y
configurar, desarrollar y funcionar y, en otras en cambio, ignora,
ningunea e incluso socava mediante su conducta unilateral.
El Derecho internacional, por tanto, es uno de los primeros
afectados por la paradoja de la hegemonía. Por un lado, el Derecho
internacional puede ser un recurso muy útil tanto para satisfacer
sus intereses nacionales más inmediatos como para desempeñar la
función de líder sistémico, ya que a la vez que puede incorporar sus

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intereses materiales puede proporcionar seguridad jurídica,


espectativas estables y legitimidad para mantener el orden hege-
mónico en el sistema de Estados. Pero, por otro lado, el Derecho
internacional tiene un carácter ambivalente para el poder puesto
que no sólo es un instrumento extraordinariamente útil de estabi-
lización de las relaciones internacionales, sino que es también un
límite, un elemento de resistencia frente al poder12. El Derecho
internacional, en muchas ocasiones, supone para los Estados más
poderosos, incluido el hegemón, importantes límites sistémicos
(igualdad soberana), sustantivos (prohibición del uso de la fuerza
salvo en legítima defensa) y procedimentales (las reglas sobre cre-
ación de normas o sobre adopción de decisiones).
Por ello, el Estado hegemónico intenta, con distintos argu-
mentos y estrategias, reconfigurar el Derecho internacional para
hacerlo más dúctil y permeable a sus intereses, para convertirlo en
un instrumento más de su poder. El hegemón suele invocar dife-
rentes justificaciones para explicar su proyecto de instrumentaliza-
ción del Derecho internacional. Así, unas veces argumenta que
necesita reglas especiales o excepciones a las reglas generales para
poder hacer frente a las especiales responsabilidades internacio-
nales que tiene como líder sistémico como son proporcionar
orden, seguridad13, estabilidad financiera, incremento del comer-
cio internacional, etc. Y, en otras ocasiones, recurre al mito del
excepcionalismo de la creación y proyecto de los propios Estados
Unidos14 para obtener una posición privilegiada en las institucio-
nes multilaterales y en las Organizaciones internacionales. E.C.
Luck ha identificado cuatro características del excepcionalismo
americano en éstas últimas: la voluntad de ir solo en una variedad
de temas; la asunción de que sus prácticas y valores nacionales son
universalmente válidos y sus posiciones políticas son auténticas y
morales y no sólo adecuadas; una fuerte tendencia a tener en cuen-
ta sólo consideraciones internas cuando actúa en los foros interna-
cionales, incluida la adopción de normas internas contrarias a sus
obligaciones internacionales; y la creencia de sus dirigentes y
legisladores de que tienen varias opciones para alcanzar sus intere-
ses nacionales y que actuan a través de instituciones multilaterales
es una opción y no una obligación15.

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Ahora bien, si los intentos de los Estados más poderosos, y en


especial del hegemón, de instrumentalizar el Derecho internacio-
nal por medio de diferentes estrategias y técnicas tienen límites,
como ya se ha apuntado y se analizará más adelante, y no obtienen
todo el éxito esperado, tales Estados, como ha advertido con acier-
to N. Krisch, se han retirado del Derecho internacional y lo han
reemplazado por su propio derecho interno en aquellos ámbitos en
los que aquél no ha sido suficientemente permeable a sus intereses.
De esta forma, en ocasiones, el derecho norteamericano se ha conver-
tido en un instrumento para regular y dominar distintos aspectos de
las relaciones internacionales por medio del ejercicio extraterritorial
de la jurisdicción, de los mecanismos de certificación, de las sancio-
nes unilaterales, de los tribunales internos que han actuado como tri-
bunales internacionales o de la utilización de la constitución
estadounidense como parámetro del Derecho internacional16.
En este trabajo se va a examinar sólo la primera opción, el
intento de las grandes potencias, en especial del Estado hegemóni-
co actual, Estados Unidos, de reconfigurar y modelar el Derecho
internacional como un Derecho internacional hegemónico al ser-
vicio más de sus intereses nacionales que de cumplir el rol de líder
sistémico que prorciona bienes colectivos al sistema de Estados.

2.3. EL CONCEPTO DE DERECHO INTERNACIONAL HEGEMÓNICO

A lo largo de la historia del Derecho internacional, desde los siglos


XV y XVI hasta la actualidad, los Estados más poderosos en cada
momento han intentado moldear las instituciones y normas jurídi-
cas internacionales para que sirvieran a sus intereses17. El jurista
alemán W. Grewe ha sistematizado la historia del Derecho interna-
cional en varias épocas en función de quién era la potencia hege-
mónica en cada una ellas: España desde 1494 a 1648, Francia desde
1648 a 1815 y Gran Bretaña desde 1815 a 191918. Más tarde, después
de la II Guerra mundial y, en especial, tras el fin de la guerra fría, la
potencia que está intentando reconfigurar los fundamentos del
Derecho internacional es Estados Unidos19.
La idea que subyace detrás de estos intentos es que el Derecho,
en este caso el Derecho internacional, es un instrumento, uno más,

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

al servicio del Estado o Estados más poderosos, junto a otros como


la economía, el uso de la fuerza, la diplomacia o el comercio, bien
para mantener un orden internacional que satisfaga los intereses
de dicho Estado o Estados o bien para cambiar dicho orden de
forma que incorpore las aspiraciones del hegemón y sea sensible a
la nueva distribución de poder. Este carácter instrumental del
Derecho implica que el Derecho internacional debería ser un refle-
jo de las relaciones de poder existentes en el sistema internacional,
de unas relaciones desiguales entre el hegemón y los demás Estados
que el ordenamiento jurídico debería jerarquizar y legalizar.
La hegemonía es una cuestión de grado que tiene un carácer
contextual y dinámico, de forma que pueda dar lugar a modelos
organizativos que varían desde el imperio, el equilibrio de poder
entre grandes potencias ejercido por medio de un directorio simi-
lar al Concierto europeo o bien una especie de primus inter partes.
Otro tanto puede ocurrir en el caso de la incidencia de la hegemo-
nía sobre el Derecho, ya que podría tener manifestaciones extre-
mas como serían el Derecho imperial20 o la consideración del
Derecho como un epifenómeno del poder del que no tendría auto-
nomía y supondría, en última instancia, el fin del Derecho interna-
cional21. En medio de uno y otro, podrían operar diferentes grados
de lo que se ha denominado Derecho internacional hegemónico22.
El Derecho internacional hegemónico podría definirse de
forma descriptiva, a partir de las propuestas doctrinales y, sobre
todo, de la práctica interna (legislativa, ejecutiva y judicial) e inter-
nacional de los Estados más poderosos, en especial de Estados
Unidos, como una determinada concepción del Derecho interna-
cional que tiene por objeto el reconocimiento jurídico de las dife-
rencias de poder existentes entre los Estados. El pretendido
Derecho internacional hegemónico podría ser el resultado de un
conjunto de prácticas internacionales e internas, del rechazo a las
normas imperativas de Derecho internacional general, de reformu-
lación de otras normas jurídicas internacionales y de utilización selec-
tiva de normas e instituciones que tiene por objeto el reconocimiento
jurídico de la diferencia de poder entre los Estados y de la hegemonía
y su ejercicio legitimado por el Derecho internacional mediante la
incorporación en el ordenamiento jurídico internacional de ventajas

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jurídicas específicas para los Estados más poderosos, bien modulan-


do el contenido de las reglas generales, bien por medio de excepcio-
nes o bien a través de normas específicas que protejan sus intereses.
De forma más sintética, el Derecho internacional hegemónico puede
definirse como la hegemonía legalizada23. El profesor A. Remiro lo
define, con la expresión más gráfica e impactante, como el “instru-
mento de ocupación del mundo útil por la tribu opulenta”24.
El reconocimiento jurídico de las diferentes manifestaciones
que puede tener la hegemonía no se produce por medio de una
revolución jurídica, sino que puede ser el resultado de un largo
proceso más o menos exitoso en función del contexto existente en
las relaciones internacionales, de la capacidad persuasiva del hege-
món y de la respuesta de la Comunidad internacional. El resultado
final de esta tendencia imperial25 no está predeterminado, por ello
conviene identificar las características y estrategias jurídicas que
utiliza el Estado hegemón para transformar el Derecho internacio-
nal en un Derecho internacional hegemónico para someterlas a
crítica y debate y para descubrir sus límites.

3. CARACTERÍSTICAS DEL DERECHO INTERNACIONAL


HEGEMÓNICO

El Derecho internacional hegemónico se caracteriza por: 1) la opo-


sición a las normas imperativas y a las normas consuetudinarias de
carácter universal; 2) por la reinterpretación de algunos principios
fundamentales del Derecho internacional con el fin de reducir las
limitaciones que tales principios pudieran suponer para la satis-
facción de los intereses del Estado hegemón; 3) por la preferencia
por unos procedimientos de creación de normas internacionales
(la costumbre internacional) en detrimento de otros (los tratados
internacionales multilaterales) y por los instrumentos de soft law y
las normas indeterminadas; y, d) por la invocación y aplicación
selectiva de normas e instituciones jurídicas en los regímenes
internacionales que contribuyen a consolidar la hegemonía del
Estado más poderoso, como son los relativos a las relaciones eco-
nómicas internacionales y a la seguridad.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

3.1. LA OPOSICIÓN A LAS NORMAS IMPERATIVAS Y A LAS NORMAS UNI-


VERSALES DE DERECHO INTERNACIONAL

Algunos iusinternacionalistas norteamericanos, que consideran


que el trabajo de los juristas y diplomáticos consiste en “tratar con
el mundo tal como es y no tal como les gustaría que fuera”, se opo-
nen a la existencia en el Derecho internacional de normas impera-
tivas y, además, piensan que es muy improbable que se puedan
crear normas consuetudinarias de alcance universal. La importan-
cia de estas tesis no reside tanto en su solidez argumentativa ni en
su potencial explicativo como en la favorable acogida que han teni-
do en la Administración Bush.

3.1.1. El rechazo a las normas de ius cogens

M.J. Glennon considera que la noción de derecho imperativo es una


“invención confusa”, “una doctrina anacrónica, incoherente y autorre-
ferente” que debe ser descartada. Afirma que el ius cogens es incompa-
tible con los fundamentos positivistas del sistema jurídico
internacional moderno. Para este autor, la única fuente de la obligato-
riedad de las normas jurídicas internacionales es el consentimiento de
los Estados, como para el positivismo voluntarista tradicional. Los
Estados no estarían obligados por ninguna norma a la que no hubieran
consentido y el consentimiento no puede presumirse. Por ello, el ius
cogens, que tiene su origen en el derecho natural, no se puede reconci-
lilar con el principio básico del positivismo que sitúa en la voluntad de
los Estados el fundamento de la obligatoriedad de las normas26.
Este autor destaca que una parte importante de Estados no han
ratificado la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados
de 1969 en la que se introdujo esta noción y que, en particular,
Estados Unidos y Francia se han opuesto a los artículos sobre el ius
cogens. Esta oposición impediría la existencia de un régimen gene-
ral relativo a las normas imperativas, que se pretenden obligatorias
para todos los Estados, ya que se aplicaría sólo a los Estados parte de
la convención pero no a los Estados terceros a la misma.
Señala, asimismo, que existirían importantes dificultades
para la creación de normas imperativas. Su creación por medio de

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la costumbre sería ontológicamente imposible, ya que “todos sabe-


mos que las nuevas normas imperativas se forman cuando las anti-
guas son violadas”. Pero, la violación inicial de una norma
imperativa está prohibida ya que no admite ninguna derogación
(art. 53 CVDT). En el caso de los tratados, dada la irretroactividad
de la Convención de Viena (art. 4), no se podrían crear normas
imperativas por medio de tratados anteriores a la entrada en vigor
de la mencionada convención27.
Arguye, además, que el contenido de estas normas es “elásti-
co y flou”; y que nadie sabe qué es lo que constituye o puede consti-
tuir una norma imperativa debido a que se trata de una
transposición incompleta de los sistemas jurídicos internos. Esto
dificulta su identificación que, en el fondo —afirma—, reposa sobre
las preferencias personales y políticas de cada autor o sujeto, lo que
en nada contribuye a promover la estabilidad o previsibilidad
diplomáticas28.
Por último, ilustra las dificultades que plantea la aplicación de
estas normas con el caso de Kosovo de 1999. La posible existencia
en paralelo de normas imperativas (la que prohibe el uso de la fuer-
za y la que obliga a proteger los derechos humanos básicos) lleva a
una situación paradójica cuya solución lleva a hipótesis poco plau-
sibles: la nulidad de la Carta de las Naciones Unidas, la existencia
de jerarquía entre normas imperativas, etc.29.

3.1.2. El escepticismo sobre la existencia de normas consuetudinarias


de carácter universal

J.L. Goldsmith y E.A. Posner consideran que el Derecho interna-


cional es un instrumento del poder del Estado y para la satisfación
de los intereses estatales y utilizan un enfoque metodológico basa-
do en la teoría de la elección racional (rational choice theory) para
analizar esos factores30. Dados los presupuestos de su concepción del
Derecho, estos autores son muy escépticos sobre la posibilidad de
que el Derecho internacional consuetudinario “refleje regularidades
de comportamiento universales”, ya que tan sólo refleja “o coinci-
dencia de intereses o coordinación, coerción o cooperación bilatera-
les”31. Según ellos, “su teoría muestra cómo algunas aparentes

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

regularidades de comportamiento universal cooperativo pueden


ser un hecho ilusorio”. Las regularidades de comportamiento no
son el resultado “de un sentido de la obligación jurídica”, sino de la
coincidencia de las conductas de los Estados que maximizan sus
intereses. Por ello, “las regularidades de comportamiento asocia-
das con el Derecho internacional consuetudinario carecen de uni-
versalidad o solidez”32.

3.2. LA REINTERPRETACION DE PRINCIPIOS FUNDAMENTALES


DEL DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

La reinterpetación de algunos principios fundamentales del Derecho


internacional público consiste en su reformulación mediante una
estrategia interpretativa en la que se destaca la importancia que tienen
algunos de los elementos integrantes del principio, el desafío que
plantean al ordenamiento jurídico internacional las nuevas necesida-
des surgidas en el contexto cambiante de las relaciones internaciona-
les y la necesidad de adaptar el contenido del principio en cuestión
con el objetivo bien de eliminar las restricciones que pudieran supo-
ner al Estado hegemón o bien de ampliar su ámbito de aplicación para
que sirvan a las necesidades estratégicas de dicho Estado. El objetivo
último de esta estrategia reinterpretativa no es conseguir un cambio de
las normas sino en el contenido de las normas.
Algunos de los principios y normas básicas que están siendo
objeto de esta reinterpretación, en la que colabora la Administración
norteamericana actual y algunos sectores de la doctrina estadouni-
dense, son el principio de igualdad soberana y su corolario el princi-
pio de no intervención en los asuntos internos, el principio de
prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza y sus excepciones y
algunas normas básicas del Derecho internacional humanitario rela-
tivas a la noción, estatuto y trato a los prisioneros de guerra.

3.2.1. El principio de igualdad soberana

La reinterpretación del principio de igualdad soberana realizada en


la Estrategia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos de América,
aprobada por el presidente G.W. Bush el 17 de septiembre de 2002,

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pretende transformar la soberanía de los demás Estados en una


soberanía condicionada al respeto de unos determinados valores
que se declaran como universales (la libertad, la democracia y la
libre empresa) y de un modelo concreto de Estado basado en la pri-
macía del Derecho, la separación de poderes, la igualdad social y de
género, la tolerancia étnica y religiosa y el respeto a la propiedad
privada. Según dicho documento, el primer imperativo de Estados
Unidos es defender la libertad y la justicia porque son adecuados y
verdaderos para todos los pueblos y en todo lugar. Los Estados que
tiranizan a su propio pueblo y se aprovechan de sus recursos natu-
rales, que no respetan el Derecho internacional y amenazan a sus
vecinos, que están empeñados en adquirir armas de destrucción
masiva, que patrocinan el terrorismo global y que rechazan los
valores humanos básicos y odian a Estados Unidos son calificados
como Estados canallas o díscolos (rogue states). En dicho documen-
to se afirma que frente a tales Estados, y para impedir que lleven a
cabo actos hostiles, Estados Unidos podría actuar, si fuera necesario,
de forma preventiva incluso mediante el uso de la fuerza33. Esta rein-
terpretación supone atribuir a la soberanía de los Estados un deter-
minado contenido sustantivo que implica el respeto de unos valores
y modelo cuyo cumplimiento Estados Unidos puede evaluar34. De
este modo, parece que el único Estado verdaderamente soberano es
Estados Unidos. Los Estados que no se acomoden a tal dimensión
sustantiva, si Estados Unidos así lo considera, pueden perder la pro-
tección derivada de la dimensión formal de la soberanía.

3.2.2. El principio de prohibición del uso de la fuerza

La reinterpretación del principio de prohibición de la amenaza y el


uso de la fuerza está siendo más intensa y más polémica como con-
secuencia de las diferencias de poder existentes en la Comunidad
internacional, en especial por la indiscutida supremacía militar
norteamericana, y de la aparición de nuevos riesgos y amenazas
para la seguridad de los Estados derivados de la proliferación de armas
de destrucción masiva y del terrorismo internacional35. La norma
básica sobre la materia tiene carácter imperativo y establece una pro-
hibición general de usar la fuerza en las relaciones internacionales.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Dada su importancia y las dificultades para su modificación, tras el


fin de la guerra se está reinterpretando, fundamentalmente, una de
sus excepciones, la legítima defensa, con el fin de incrementar la posi-
bilidad de usar la fuerza, ya sea como respuesta o incluso con carácter
preventivo, ya sea contra Estados o bien directamente contra actores
no estatales. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de
2001 cometidos por Al Qaeda, Estados Unidos invocó su derecho a la
legítima defensa para explicar el uso de la fuerza contra el régimen
talibán de Afganistán36. Esta invocación, según la doctrina que la ha
defendido, supone una reinterpretación de los requisitos de la legíti-
ma defensa para justificar la legalidad de la respuesta armada contra el
terrorismo. Ello exige, como ya se ha examinado en el capítulo I, por
un lado, ampliar la noción de ataque armado que habilita la respuesta
mediante la legítima defensa, de forma que se consideren los ataques
terroristas, dada su envergadura, como una modalidad de ataque
armado37. Y, por otro lado, se ha destacado la necesidad de flexibilizar
las reglas relativas a la atribución del ataque armado, de forma que la
conducta de un Estado consistente en permitir el uso de su territorio a
grupos terroristas pueda ser calificada como agresión indirecta, o
mejor como un uso indirecto de la fuerza atribuible a dicho Estado38.
Aún más, se pretende ampliar el contenido de la legítima defensa para
que ampare el uso de la fuerza más allá del ámbito interestatal e inclu-
ya su uso contra los grupos terroristas directamente.
No obstante, la propuesta que supone un desafío mayor es la
de la legítima defensa preventiva, contenida tanto en la Estrategia de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América de 17 de sep-
tiembre de 2002 como en la de 16 de marzo de 2006, a pesar de que
no es totalmente nueva39, que pretende ayudar a prevenir las amena-
zas derivadas del terrorismo, de los Estados canalla y de la prolifera-
ción de armas de destrucción masiva. En el Derecho internacional
actual, como ya se ha apuntado en el capítulo I, la legítima defensa sólo
es posible frente a un ataque armado previo. En todo caso, como seña-
la M. Pérez González, en el Derecho internacional consuetudinario
parece apuntarse la tendencia a justificar la legítima defensa anticipa-
da “en aquellos casos en que el ataque está preparándose o, en otras
palabras, es inminente, existiendo certeza sobre su desencadena-
miento, a condición de que se cumplan los requisitos de necesidad y

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

proporcionalidad”40. Ahora bien, la doctrina de la legítima defensa


preventiva va más allá porque flexibiliza, por un lado, el requisito
tradicional de la inmediatez: “Debemos adaptar el concepto de ame-
naza inminente a las capacidades y objetivos de los adversarios de
hoy”; y, por otro lado, el requisito de la necesidad: “Estados Unidos ha
mantenido durante mucho tiempo la opción de acciones preventivas
para contrarrestar una amenaza suficiente para nuestra seguridad
nacional. Cuanto mayor sea la amenaza, mayor es el riesgo de la inac-
ción y más imperiosa la necesidad de tomar medidas preventivas para
defendernos, incluso si la incertidumbre permanece respecto al tiem-
po y al lugar del ataque del enemigo. Para impedir o prevenir tales
actos hostiles de nuestros adversarios, si es necesario, Estados Unidos
actuará de forma preventiva”41. La ampliación del uso de la fuerza por
medio de la legítima defensa preventiva contenida en dichos docu-
mentos tiene un carácter abstracto y general que puede tener efectos
desestabilizadores para el sistema jurídico42.
W.M. Reisman y A. Amstrong han defendido que el Derecho
internacional está incorporando una norma consuetudinaria en proce-
so de formación con un contenido más restringido al de la formulación
inicial en la Estrategia Nacional de 2002. Por un lado, señalan que desde
esa fecha varios Estados, colaboradores o no de Estados Unidos en la
intervención en Irak, han debatido y aprobado la posibilidad de recu-
rrir a la legítima defensa preventiva (Australia, Gran Bretaña, Francia,
India, Irán, Israel, Rusia). Y, por otro lado, las reivindicaciones de los
Estados relativas a la legítima defensa se reducen a dos supuestos: fren-
te a entidades no estatales que poseen o puedan poseer armas de des-
trucción masiva y frente a Estados en los que exista el riesgo de que los
terroristas adquieran armas de destrucción masiva43.
En definitiva, su aceptación bien como norma general o bien
como una norma específica implicaría un paso más en la evolución
hacia un Derecho internacional hegemónico.

3.2.3. La noción, estatuto y trato a los prisioneros de guerra

Además, como consecuencia de los ataques de Estados Unidos a


Afghanistán en 2001 y a Irak en 2003, desde la Administración
norteamericana se han reinterpretado algunas normas básicas del

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

Derecho internacional humanitario relativas a la noción, estatuto y


trato a los prisioneros de guerra. Estados Unidos ha negado el esta-
tuto de prisioneros de guerra a los combatientes talibanes median-
te la estrategia de considerarlos “combatientes ilegales”. Además,
rechazó la posibilidad de que los tribunales competentes que prevé
al artículo 5 de la III Convención de Ginebra sobre los prisioneros
de guerra de 1949 pudieran revisar el estatuto jurídico de tales per-
sonas y, en su lugar, estableció unas Comisiones militares especia-
les44. Esta nueva noción de “combatientes ilegales”, inexistente en
el Derecho internacional humanitario, ha situado a las personas
afectadas en una especie de limbo jurídico en el que desaparecían
en un “agujero negro legal” las normas que garantizan los derechos
básicos de toda persona humana y las garantías procedimentales e
institucionales para su protección. Asimismo, siguiendo una discuti-
ble interpretación de la noción de “tortura”45, el trato otorgado a tales
personas en los diferentes centros de detención y en los traslados a
ellos no es compatible con los artículos 2, 13 y 14 de la III Convención
de Ginebra sobre los prisioneros de guerra y, en todo caso, con inde-
pendencia de las dudas suscitadas por la administración americana
sobre su estatuto jurídico, con el artículo 3 común de los Convenios de
Ginebra y con el artículo 1 de la Convención contra la tortura y otras
penas y tratos degradantes, inhumanos o crueles46.

3.3. LA PREFERENCIA POR LOS PROCEDIMIENTOS DE CREACIÓN


NORMAS MÁS PERMEABLES AL PODER HEGEMÓNICO

El Derecho internacional hegemónico se caracteriza también por la


preferencia de aquellos procedimientos de creación de normas
jurídicas más adaptables a las necesidades geopolíticas y a la capa-
cidad de influir de los Estados más poderosos (la costumbre inter-
nacional y los tratados bilaterales) en detrimento de otros en los
que la igualdad soberana, al menos en sentido formal, puede supo-
ner alguna restricción. En suma, se caracteriza por la preferencia
por aquellos procedimientos de creación de normas que son más
permeables a la incorporación en el ordenamiento jurídico de las
diferencias de poder entre los Estados y les permiten obtener ven-
tajas jurídicas que legitiman jurídicamente sus intereses ya sea por

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medio de reglas generales, de reglas específicas o de excepciones a


las reglas generales. Asimismo, se caracteriza por la preferencia, no
siempre ejercida de forma coherente y sistemática, sino más bien
de forma selectiva en función de los intereses en juego, por los ins-
trumentos de soft law y por las normas indeterminadas en aquellos
regímenes internacionales en los que el Estado hegemón quiere
una baja juridificación de las relaciones internacionales (la protec-
ción del medio ambiente) y por normas muy específicas y detalla-
das en aquellos otros que considera prioritarios (comercio
internacional, derecho de la propiedad intelectual).

3.3.1.La desconfianza hacia los tratados internacionales


multilaterales

El Derecho internacional hegemónico que intenta modular Estados


Unidos se caracteriza a la vez por una gran desconfianza hacia los
tratados internacionales multilaterales y por la preferencia por los
tratados bilaterales. Los tratados internacionales multilaterales
son el procedimiento de creación de normas jurídicas más adecua-
do para la regulación y protección de intereses comunes de los
Estados y de los intereses generales de la Comunidad internacio-
nal. Sin embargo, Estados Unidos los percibe, en muchas ocasio-
nes, como poco permeables a sus intereses hegemónicos porque la
participación en la negociación es universal y está basada en el
principio de igualdad soberana y la adopción del texto se puede
hacer, en última instancia, por votación en la que el voto de cada
Estado es formalmente igual. Los tratados bilaterales, en cambio,
debido a que son más permeables a las diferencias de poder nego-
ciador, permiten incorporar de forma más directa a las normas
convencionales las condiciones especiales, las ventajas jurídicas,
las excepciones, la especial responsabilidad u otros conceptos de la
misma familia a través de los que el hegemón obtiene el reconoci-
miento jurídico de la hegemonía.
La desconfianza norteamericana en los tratados internaciona-
les multilaterales se manifiesta en diversos momentos (tanto en su
conclusión como en su aplicación) y por medio de diferentes estra-
tegias: en la negociación de los tratados, mediante la adopción de

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

declaraciones que califican a los tratados como non-self-executing,


por medio de la formulación de reservas, a través del recurso a la
regla later in time en sus tribunales, rechanzado ratificar o seguir
siendo parte en los tratados y, a veces incluso, oponiéndose a sus
posibles efectos tanto por medio de tratados bilaterales o resolu-
ciones del Consejo de Seguridad como por normas internas. En la
fase de conclusión, Estados Unidos utiliza su enorme capacidad de
influir en los demás Estados negociadores para que el contenido
del tratado regule y proteja los intereses americanos47. Si a pesar de
todo su poder de negociación no consigue que el texto refleje sus
intereses, Estados Unidos, después de firmar la adopción del texto
para poder continuar en el subsiguiente proceso de negociación
para el desarrollo normativo del tratado y para poder ejercer su
influencia en él, opta por no ratificar los tratados internacionales
multilaterales48. Así ha ocurrido a partir del fin de la guerra fría en
los casos, de gran transcendencia simbólica, del Convenio sobre la
diversidad biológica de 1992, del Tratado de prohibición de ensa-
yos nucleares de 1996, de la Convención sobre la prohibición del
empleo, almacenamiento, producción y transferencia de minas
antipersonal y sobre su destrucción de 1997, del Protocolo de Kioto
de la Convención marco de las Naciones Unidas sobre el cambio
climático de 1997, del Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional de 1998 y la Convención internacional para la pro-
tección de todas las personas contra las desapariciones forzadas, de
20 de diciembre de 2006. El principal argumento alegado para jus-
tificar la opción de no ratificar algunos de estos tratados ha sido
que, dadas las especiales responsabilidades globales que tiene
Estados Unidos en materia militar, necesita reglas especiales para
él que se adapten a la singularidad de su posición en el mundo49.
Si, por el contrario, Estados Unidos acaba manifestando su
consentimiento a este tipo de tratados, la desconfianza se mani-
fiesta en la fase de aplicación mediante diferentes estrategias que
tienen el objetivo de adaptar el contenido a su intereses hegemóni-
cos y hacerlo compatible con el derecho americano. Una de ellas es
mediante la adopción por el Senado americano de declaraciones
interpretativas que califican las obligaciones derivadas del tratado
como non-self-executing. Esto impide su aplicabilidad directa por

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los órganos internos y exige la elaboración de nuevas normas internas


o bien la remisión a las ya existentes que cumplen la función de ejecu-
ción normativa pero, a la vez, reformulan el contenido de las obliga-
ciones internacionales. Esto es lo que ha ocurrido en los casos de la
Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación
racial de 1966 y de la Convención contra la tortura de 1984, en los que
el Senado, para su ratificación en 1994, impuso sendas declaraciones
en las que los consideraba con tratados non-self-executing50.
Otra estrategia utilizada por Estados Unidos para mitigar los
efectos de los tratados internacionales multilaterales, en especial los
de protección de los derechos humanos, ha sido la formulación de
reservas que limitan o excluyen los efectos de determinadas disposi-
ciones con la justificación de hacerlos compatibles con las constitu-
ción y las leyes americanas51. Especialmente grave, por su
importancia simbólica, es el caso del Pacto internacional de los dere-
chos civiles y políticos de 1966 que fue ratificado por Estados Unidos
el 8 de junio de 1992. El instrumento de ratificación incluye cinco
reservas que limitan o excluyen los efectos del artículo 6 (establece
limitaciones a la pena de muerte), del artículo 7 (precisa el sentido de
lo que son las torturas, penas, tratos crueles, inhumanos o degradan-
tes), del artículo 10.2.b/ y 10.3 (regula el trato a los menortes delin-
cuentes), del artículo 15.1 (regula la reducción de penas) y del artículo
20 (prohibe la propaganda de la guerra y la apología del odio nacio-
nal, racial o religioso). Como advierte C. Redgwell, la práctica ameri-
cana en esta materia, dada su posición de superpotencia y de
abanderada de los derechos humanos, pone en riesgo no sólo la inte-
gridad del tratado, sino también el principio básico del Derecho
internacional de establece que el derecho interno no puede prevale-
cer sobre las obligaciones jurídicas internacionales52.
Una tercera estrategia es el recurso de los tribunales america-
nos a la regla later in time para resolver los conflictos entre tratados
internacionales y leyes federales. La regla later in time está siendo
invocada de forma tan frecuente como impetuosa por destacados
representantes de la administración americana para intentar exi-
mirse de las obligaciones financieras que se derivan de la perte-
nencia a las Naciones Unidas53. Ahora bien, se trata de una regla
que se explica no sólo por la situación hegemónica, sino también

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

por la tradición jurídica americana, ya que tiene su origen en el


artículo VI de la Constitución y fue reconocida por el Tribunal
Supremo americano en el asunto Dred Scott v. Sandford de 185754.
De acuerdo con el artículo VI.2 de la Constitución americana, los
tratados internacionales tienen el carácter de law of the land y son
considerados federal law55 con el mismo rango, por lo que las rela-
ciones entre ellos se regulan por la regla lex posterior derogat priori
(later in time en el derecho americano). De esta forma, mediante
una ley posterior se puede dejar inaplicado un tratado con los con-
siguientes problemas políticos y jurídicos que conlleva56.
Una última estrategia utilizada por Estados Unidos respecto a
los tratados multilaterales de los que es parte es el recurso a trata-
dos bilaterales firmados tanto con Estados parte, como no parte del
tratado multilateral para elevar el estándar de protección estableci-
do por el régimen multilateral. Este es el caso de los denominados
“Acuerdos ADPIC Plus”, que tienen el objetivo de introducir
garantías adicionales en las relaciones bilaterales, en particular en
materia de invenciones biotecnológicas, para la protección de los
derechos de propiedad intelectual por encima de los previstos en el
Acuerdo sobre los aspectos de la propiedad intelectual relacionados
con el comercio (ADPIC) integrante del sistema multilateral del
comercio57. El efecto de estos tratados bilaterales, resultado de la
desigual capacidad negociadora de las partes, es la erosión del régi-
men multilateral al obtener el hegemón unas ventajas que en la
negociación multilateral no ha podido conseguir.
La desconfianza del hegemón hacia los tratados internaciona-
les multilaterales, en ocasiones, va más allá de su rechazo a ser
parte o de la adaptación de su contenido a sus intereses en el
momento de la aplicación por medio de diferentes técnicas jurídi-
cas, pasa a la oposición frontal. Éste es el caso del Estatuto de Roma
de la Corte Penal Internacional, de 17 de julio de 1998. Estados
Unidos, después de rechazar su ratificación y tras su entrada en
vigor, ha recurrido a diversos instrumentos jurídicos para limitar al
máximo su funcionamiento y sus posibles efectos sobre los ciuda-
danos norteamericanos: tratados bilaterales, resoluciones del
Consejo de Seguridad y leyes internas. Por un lado, Estados Unidos
ha concluido más de un centenar de acuerdos bilaterales tanto con

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Estados parte como no parte del Estatuto, llamados Bilateral


Immunity Agreements, al amparo del artículo 98 del mismo y cuya
denominación más correcta sería la de “acuerdos bilaterales de
inmunidad”, ya que su objetivo es obtener el compromiso de los
otros Estados parte de no transferir a la Corte a los ciudadanos
americanos que se encuentren en su territorio. Se trata, por tanto,
de tratados que buscan garantizar la inmunidad de ciudadanos
americanos frente a la Corte Penal Internacional58. Por otro lado,
Estados Unidos ha forzado la adopción de las resoluciones 1422
(2002) y 1487 (2003) del Consejo de Seguridad en las que éste pide
a la Corte, según el artículo 16 del Estatuto de Roma, que si surge
algún caso de agentes y funcionarios de cualquier Estado que no sea
parte en el Estatuto (por ejemplo, Estados Unidos), que participen en
operaciones de mantenimiento de la paz, no inicie ni prosiga inves-
tigaciones durante un periodo de un año a partir de la fecha que esta-
blece cada resolución59. Y, por último, el Congreso americano ha
adoptado la American Servicemembers’ Protection Act, que fue firmada
por el presidente Bush el 2 de agosto de 2002, que prohibe a todos los
tribunales americanos, a los gobiernos locales y al gobierno federal
cualquier tipo de cooperación con la Corte Penal Internacional, sean
comisiones rogatorias, ayuda financiera, entrega o extradición de
cualquier persona americana o extranjero residente en Estados
Unidos (sección 2004). Asimismo, salvo excepciones, prohibe la
asistencia militar en beneficio de Estados parte en el Estatuto (sec-
ción 2007) y autoriza al presidente a usar “todos los medios necesa-
rios y apropiados” para liberar a ciudadanos americanos o de países
aliados retenidos o encarcelados por la Corte (sección 2008), por lo
que también es conocida esta ley como The Hague Invasion Act60.

3.3.2. La costumbre hegemónica

Autores que defienden concepciones diferentes de la costumbre


internacional y aun del Derecho internacional coinciden en que la
formación de normas consuetudinarias es el resultado de un proceso
que, aunque está abierto a la participación de todos los Estados de la
Comunidad internacional, permite a los Estados más poderosos
crear, mantener o cambiar tales normas con mayor discrecionalidad

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

que otras fuentes del ordenamiento jurídico internacional. Esta


mayor facilidad para que las normas consuetudinarias incorporen
las preferencias de los poderosos se explican porque tales Estados
poseen un cuerpo diplomático más amplio que genera más prácti-
ca, porque tienen capacidad de objetar el nacimiento de nuevas
normas y porque disponen de la capacidad militar, económica y
política necesaria para discrepar de los demás, para presentar
reclamaciones, para aplicar las decisiones judiciales y para impo-
ner sanciones llegado el caso61. Dada la naturaleza de proceso no
formalizado y la receptividad de la costumbre internacional a las
necesidades del poder, el Estado hegemónico la percibe como un
mecanismo permeable porque su apoyo, abstención u oposición
pueden servir para crear nuevas normas, bloquear el proceso de for-
mación o bien impedir que les aplicables y para modular la interpre-
tación y la evolución del contenido de las normas consuetudinarias.
La costumbre, por tanto, es para el hegemón un instrumento útil para
incorporar al contenido de la regla sus preferencias o intereses y su
poder o bien para el reconocimiento de excepciones que le eximan de
la regla general (teoría del objetor persistente).
Esta percepción del proceso consuetudinario vinculado al
poder presupone que el fundamento de su obligatoriedad es el con-
sentimiento del Estado, bien a cada norma individual, como defen-
día la doctrina voluntarista clásica, o bien, como hacen autores
neorrealistas contemporáneos, un consentimiento difuso o general
al proceso de creación de normas consuetudianrias (system con-
sent)62. Asimismo, supone, como en la denominada costumbre tra-
dicional, priorizar la práctica estatal tanto en forma de conducta
activa de los Estados más poderosos como de reacción o aquiescen-
cia de los demás en el proceso de formación de las normas consue-
tudinarias63. La opinio iuris tendría un papel secundario y sería
invocada para distinguir las obligaciones jurídicas de las que no lo
son y ha sido concebida, por estos autores, como “un conjunto de
acuerdos compartidos que permite a los Estados distinguir entre la
práctica estatal jurídicamente relevante y la jurídicamente irrele-
vante”64. En esta concepción de la costumbre, el proceso de infra-
valoración del elemento subjetivo lleva a considerar, como hace la
resolución de la International Law Association sobre Formación del

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Derecho internacional consuetudinario general, que “no es necesaria


para la formación de tal norma demostrar que dicha creencia [la
opinio iuris] existe, ni con carácter general ni respecto a un Estado
particular”65.
Además, el estrecho vínculo entre poder y costumbre interna-
cional permitiría a los Estados más poderosos el reconocimiento
jurídico de sus intereses por medio de excepciones particulares a
las reglas generales. Ésta sería la función de la denominada teoría
del objetor persistente. Según esta teoría, un Estado que ha objetado
de forma persistente (y continua, sin decaer en la objeción) a una
regla de Derecho internacional consuetudinario, durante el perio-
do de emergencia de la regla, no estaría obligado por ella. Según sus
defensores, no impugna la validez de la regla general reconocida,
sino que utiliza la vía de la excepción para defender intereses prác-
ticos o ideológicos de los Estados66 y es un instrumento esencial
para defender la soberanía de los Estados como refugio último
frente a la mayoría67. La doctrina señala como ejemplos de obje-
ción persistente la oposición de Estados Unidos y de otros países
desarrollados a las reglas sobre la Zona International de los Fondos
Marinos y Oceánicos sobre explotación de los recursos y sobre
transferencia de tecnología y la oposición a la nueva regla sobre
compensación por la expropiación y nacionalización de la propie-
dad privada de los extranjeros que proponían los países en vías de
desarrollo (una “compensación adecuada” según el derecho inter-
no) en sustitución de la regla Hull de una indemnización “justa,
adecuada, pronta, efectiva y no discriminatoria”.
Este conjunto de herramientas conceptuales que integran esta
concepción de la costumbre internacional, la costumbre hegemó-
nica, es utilizado por Estados Unidos y por algunos autores, sobre
todo en el ámbito del uso de la fuerza y de la intervención, para
argumentar jurídicamente que determinadas prácticas permiten
una ampliación del uso de la fuerza. Así ha sucedido respecto al uso
de la fuerza como respuesta a atentados de grupos terroristas, que
ha sido justificada como una interpretación evolutiva de la norma
consuetudinaria de la legítima defensa, de forma que ahora inclui-
ría “la respuesta militar contra países que voluntariamente han
permitido o dado apoyo a grupos terroristas si se ha probado que los

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

terroristas han golpeado al Estado que responde”68. Otro tanto ha


sucedido, aunque en este caso la oposición ha sido mucho mayor,
con la denominada legítima defensa preventiva, que supone una
interpretación de la regla consuetudinaria que pretende ampliar el
uso de la fuerza con carácter preventivo, antes incluso de que cual-
quier ataque haya comenzado o incluso antes de que sea inmimen-
te69. Asimismo, como consecuencia de la intervención militar en
Kosovo, se ha defendido que estaría en proceso de formación o inclu-
so ya formada una norma consuetudinaria que sería una excepción a
las reglas generales que prohiben el uso de la fuerza armada y la inter-
vención en los asuntos internos de los Estados y que permitiría el uso
de la fuerza armada por parte de un Estado o grupo de Estados, cuan-
do el Consejo de Seguridad se mantuviera inactivo, en los casos de
genocidio y de crímenes contra la humanidad70.
En suma, la hegemonía de Estados Unidos es ejercida a través
de la creación, evolución e interpretación de algunas normas con-
suetudinarias y por medio de su oposición a otras a lo largo de un
proceso que afecta bien a las reglas generales o bien a las excepcio-
nes. Este proceso se manifiesta, antes que por un cambio radical,
por medio “de la infiltración incidental de conceptos, de la ‘flexi-
bilización’, de la costumbre, de la maximización de los poderes dis-
creccionales de los dirigentes políticos y del progresivo impacto de
la sociedad sobre la opinio necessitatis”71.

3.4. LA HEGEMONÍA INSTITUCIONALIZADA

La hegemonía de un Estado, en contra de lo que a veces se afirma,


no implica necesariamente el recurso al unilateralismo, al ejercicio
unilateral del poder en las relaciones internacionales72. Esto tam-
bién es así en el caso de Estados Unidos, a pesar de la frecuente
invocación y práctica del ya mencionado excepcionalismo americano,
estimulado a partir de la postguerra fría por el incremento de las
asimetrías de poder militar, económico y político respecto a los
demás Estados de la Comunidad internacional. El hegemón utiliza
medios multilaterales, bilaterales o unilaterales en función de su
idoneidad para alcanzar los objetivos que se ha marcado73. La prác-
tica posterior a 1945 evidencia que Estados Unidos ha sido uno de

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

los principales promotores de las Organizaciones internacionales


de ámbito universal más relevantes que sirvieron para vertebrar el
orden internacional a partir de dicha fecha, aunque el entusiasmo
institucionalista americano ha disminuido a partir de 1990.
Uno de los rasgos que configuran el Derecho internacional
hegemónico es el recurso a las instituciones internacionales multila-
terales, entendidas en sentido amplio, comprensivo de las normas
jurídicas internacionales y de las Organizaciones internacionales,
para satisfacer los intereses hegemónicos. La hegemonía institucio-
nalizada puede ejercerse por medio de varias técnicas: El reconoci-
miento jurídico de las aspiraciones del hegemón bien por medio de
reglas generales o de excepciones a las mismas o bien a través de
reglas específicas; la creación de mecanismos institucionales para
reforzar la aplicación de las normas jurídicas de manera que a la vez
que incrementan la eficacia de la organización reducen los costes
para el hegemón; y la posibilidad de adoptar una respuesta institu-
cional (sanciones) en los supuestos de incumplimiento de las nor-
mas de la organización.
La hegemonía institucionalizada se caracteriza por ser ambi-
valente para las propias instituciones internacionales y por ser
selectiva. En primer lugar, la hegemonía institucionalizada es
ambivalente (a Janus-faced phenomenon)74 porque el ejercicio del
poder hegemónico por medio de éstas tiene una doble dimensión
en la que ventajas e inconvenientes van inexorablemente unidos.
Por un lado, supone la participación del hegemón en las institucio-
nes multilaterales dentro de las reglas procedimentales y sustanti-
vas que las regulan y, en muchos casos, su reforzamiento normativo
e institucional, la mejora de su eficacia y el incremento de la rele-
vancia jurídica y política de la organización. Pero, por otro lado, la
hegemonía institucionalizada representa también la disminución
de la autonomía institucional de la organización debido a su supe-
ditación a los intereses del hegemón, que obtiene legitimidad para
su conducta a la vez que la pueden perder las instituciones interna-
cionales con el consiguiente descrédito, erosión de su normativi-
dad y de su eficacia. Un buen ejemplo de ello es el del Consejo de
Seguridad. Como muy bien han examinado algunos autores,
Estados Unidos y sus aliados occidentales, tras el fin de la guerra

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

fría, han fortalecido el sistema de seguridad colectiva por medio de


la ampliación de facto de las funciones del Consejo de Seguridad y
del recurso a nuevas herramientas como medidas legislativas, san-
ciones selectivas y mecanismos de supervisión. Pero, a la vez, esto
ha supuesto la caída de dicho sistema de seguridad colectiva por su
marginación, instrumentalización y subordinación a los Estados
más poderosos75.
En segundo lugar, la hegemonía institucionalizada es selecti-
va. La práctica internacional enseña que no existe un rechazo gene-
ralizado de Estados Unidos a las instituciones multilaterales, sino
que dicho Estado elige y selecciona aquéllas en las que quiere par-
ticipar de forma activa dependiendo de la función asignada a la
organización, de sus intereses nacionales, del contexto interno e
internacional y del análisis de los costes y beneficios que su parti-
cipación puede ocasionarle. La actitud de Estados Unidos hacia las
institucionales internacionales se puede calificar como multilate-
ralismo instrumental, ya que la decisión de participar en ellas depen-
de de en qué medida sean percibidas por importantes actores internos
americanos como un instrumento efectivo para la promoción de los
intereses nacionales norteamericanos76. La hegemonía instituciona-
lizada mediante este multilateralismo instrumental se manifiesta en
aquellos regímenes internacionales y Organizaciones internacionales
que tienen un especial interés para los Estados más poderosos en
razón de la materia, de su capacidad de control y de la mejor relación
de costes y beneficios como son los relativos a las relaciones econó-
micas internacionales y a la seguridad.

3.4.1. La hegemonía institucionalizada en materia de relaciones


económicas internacionales

Estados Unidos y sus aliados occidentales han recurrido en este


ámbito, fundamentalmente, a dos regímemes internacionales para
ejercer de forma institucionalizada su supremacía: el financiero,
integrado por las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial
(BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)77, principalmen-
te, como instrumentos del denominado consenso de Washington, y el
régimen internacional del comercio integrado por la OMC y los

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

acuerdos multilaterales que administra78. Los motivos que pueden


explicar este ejercicio de hegemonía institucionalizada son, por un
lado, de tipo sustantivo, la defensa de intereses tan importantes
para estos Estados basados en la libertad económica y la economía
de mercado como son las finanzas y el incremento del comercio. Y,
por otro lado, de carácter procedimental, el diseño institucional de
dichos regímenes que les permite su control ya sea de forma direc-
ta (caso del BM y del FMI) o indirecta (OMC).
La hegemonía institucionalizada en materia de relaciones
económicas se manifiesta mediante la creación de normas genera-
les que recojan sus pretensiones, por medio del establecimiento de
condiciones especiales para terceros Estados y a través del reforza-
miento institucional del régimen en cuestión.
Una primera manifestación de hegemonía institucionalizada
es la adopción de normas generales que responden a los intereses
comerciales de Estados Unidos y de otros países desarrollados,
como ha ocurrido en el sistema multilateral del comercio, que, al
acuerdo básico, el GATT, se han unido cada vez más tratados multi-
laterales que regulan nuevas materias que se explican por el interés
de tales Estados, como son, entre otros, el Acuerdo sobre la agri-
cultura, el Acuerdo sobre obstáculos técnicos al comercio, el
Acuerdo general sobre el comercio de servicios (AGCS) y el
Acuerdo sobre los aspectos de la propiedad intelectual relacionados
con el comercio (ADPIC) y los que se pretenden añadir en la Ronda
de Doha sobre la cultura y otras materias79.
En segundo lugar, la hegemonía institucionalizada puede operar
mediante el establecimiento de condiciones especiales para los Estados
en vías de desarrollo para la obtención de préstamos, ayuda financiera o
reducción de deuda como son la condicionalidad ambiental, la exigen-
cia de programas de ajuste estructural o de reestructuración de la deuda,
la adopción de programas de privatización y desregulación financiera y
ser un determinado modelo de Estado caracterizado por la separación de
poderes, democracia y buena gobernanza80.
Y, en tercer lugar, la hegemonía institucionalizada se ejerce
por medio del reforzamiento institucional del régimen en cuestión.
En el caso del régimen internacional del comercio, se adoptó el
Entendimiento relativo a las normas y procedimientos por los que

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

se rige la solución de diferencias entre los Acuerdos de Marrakesh


en 1994. En él se creó el Órgano de Solución de Diferencias con
competencia obligatoria para conocer las violaciones de los acuer-
dos abarcados81. Este mecanismo garantiza el cumplimiento de las
normas del régimen y explica, por ejemplo, que normas interna-
cionales que ya existían en el marco de tratados internacionales
para la protección de la propiedad industrial e intelectual hayan
sido incorporadas por referencia, de nuevo, dentro de uno de los
acuerdos del sistema multilateral del comercio, el ADPIC82.

3.4.2. La hegemonía institucionalizada en materia de seguridad

La seguridad se ha convertido en estos momentos en la principal


preocupación del hegemón. Para conseguir este objetivo, está dis-
puesto a colaborar con las instituciones internacionales existentes en
materia de seguridad (la ONU y la OTAN, entre otras) y con las coali-
ciones de voluntarios pero, llegado el caso, está dispuesto a actuar en
solitario83. En este ámbito, en el que algunos autores realistas clásicos
consideraban que sólo servía el poder y que el Derecho pasaba a un
segundo plano, Estados Unidos ha instrumentalizado a las organiza-
ciones competentes en la materia para que le ayuden a conseguir sus
propósitos. El caso de la OTAN es paradigmático ya que, dada su
supremacía, la ha utilizado para complementar sus esfuerzos primero
en la antigua Yugoslavia y después en Afganistán. Mayor interés tiene,
desde el prisma del posible reflejo en el Derecho internacional, el
ejercicio de hegemonía institucionalizada llevado a cabo desde el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas84. La hegemonía insti-
tucionalizada en materia de seguridad tiene varias manifestaciones: la
creación de normas generales universales, la búsqueda de excepcio-
nes a las reglas generales o de la exención de la competencia de otros
Estados, la legalización ex post facto de situaciones que tenían una
dudosa legalidad internacional y la práctica interpretativa de la Carta
para disponer de mayor discrecionalidad en el uso de la fuerza por
medio de la técnica de las autorizaciones85.
Una primera manifestación de la hegemonía institucionaliza-
da por medio del Consejo de Seguridad ha sido su utilización para
crear normas generales universales obligatorias para todos los

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Estados, lo que J.E. Álvarez denomina Global Hegemonic International


Law86. Los ejemplos más importantes son los de las resoluciones 1373
(2001) sobre el terrorismo y la resolución 1540 (2004) sobre la proli-
feración de armas de destrucción masiva. En estas resoluciones el
Consejo de Seguridad, adoptadas a iniciativa de Estados Unidos con el
objetivo de luchar contra dos de sus preocupaciones fundamentales, se
ha convertido en un órgano legislativo mundial87. Las resoluciones
citadas suponen un supuesto poco frecuente en el Derecho internacio-
nal, ya que establecen normas generales obligatorias para todos los
Estados, crean mecanismos de supervisión y ejecución, imponen a
todos los Estados la obligación de cooperar y de adoptar las medidas
necesarias para su aplicación y no tienen limitaciones temporales ni
geográficas. Estados Unidos ha instrumentalizado al Consejo de
Seguridad para universalizar normas jurídicas que ya existían en trata-
dos multilaterales, como en la Convención internacional para la supre-
sión de la financiación del terrorismo de 9 de diciembre de 1999 o en
la Convención para la protección física de los materiales nucleares de
1980. De esta forma, el hegemón utiliza las resoluciones del Consejo de
Seguridad para establecer obligaciones para todos los Estados que res-
ponden a su interés primordial por la seguridad. La lucha contra el
terrorismo y contra la proliferación de armas de destrucción masiva
son objetivos de toda la Comunidad internacional, pero, en este caso,
además de su regulación mediante los instrumentos más habituales
para la protección de los intereses generales como son los tratados
internacionales multilaterales, Estados Unidos ha dado un paso más,
intrumentalizando al Consejo de Seguridad para crear normas genera-
les obligatorias para todos. Estas normas no suponen una violación de
otras ya existentes, sino que son una mezcla de poder hegemónico y de
Derecho, resultado de la posición privilegiada que tiene el hegemón en
las normas e instituciones del Derecho internacional88.
Una segunda manifestación de la hegemonía institucionaliza-
da ha sido la utilización del Consejo de Seguridad para la adopción
de resoluciones mediante las que obtiene excepciones, si no ad
nomine, pensadas para Estados Unidos, respecto a normas genera-
les creadas por medio de tratados multilaterales o incluso con el fin
de lograr la exención respecto a los efectos de la jurisdicción interna
de algunos Estados89. Este es el caso, por un lado, de las resoluciones

142
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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

1422 (2002) y 1487 (2003) en las que el Consejo de Seguridad, en vir-


tud del artículo 16 del Estatuto de Roma, pide a la Corte Penal
Internacional que, si conoce de algún asunto que afecte a agentes y
funcionarios de cualquier Estado que no sea parte (Estados Unidos
entre otros) que participen en operaciones de mantenimiento de la
paz, no inicie ni prosiga las investigaciones durante un periodo de un
año a partir de la fecha que establece cada resolución90.
Por otro lado, Estados Unidos y algunos de sus aliados han
promovido en el Consejo de Seguridad la adopción de resoluciones
con el objetivo de establecer también excepciones a la jurisdicción
exclusiva de los tribunales internos de algunos Estados concretos,
ya sea con carácter preventivo o bien para exigir la entrega de algu-
nas personas determinadas. El primer supuesto es el de las resolu-
ciones 1497 (2003) sobre Liberia (pár. 7) y 1593 (2005) sobre
Darfur (pár. 6), en las que no sólo se excluye la competencia de la
Corte Penal Internacional respecto al personal integrante de la
fuerza multinacional de Estados que no sean parte en el Estatuto
(como Estados Unidos), sino que se excluye también la competen-
cia de los tribunales de terceros Estados que la tuvieran atribuida
por sus leyes nacionales para juzgar las violaciones graves del
Derecho internacional humanitario. En definitiva, Estados Unidos
ha obtenido por medio de estas resoluciones una regla específica
que le otorga la jurisdicción exclusiva para juzgar las conductas de
los ex-funcionarios y oficiales y de los miembros de la fuerza multi-
nacional de nacionalidad norteamericana que hayan intervenido o
puedan intervenir en Liberia91 o en Sudán92. El segundo supuesto es
el de resoluciones que exigen a un Estado la entrega de algunas perso-
nas determinadas a otros Estados. Éste es el caso, entre otros93, de las
resoluciones 731 (1992) y 748 (1992), adoptadas a instancias de
Estados Unidos, Francia y de Gran Bretaña, que pedían a Libia la
entrega de los presuntos responsables del atentado terrorista sobre el
avión de la Pan Am (vuelo 103) sobre la ciudad escocesa de Lockerbie
el 21 de diciembre de 1988, en contra de lo establecido en el Convenio
para la represión de actos ilícitos contra la seguridad de la aviación
civil internacional, adoptada el 23 de septiembre de 1971 en
Montreal94. Mediante estas resoluciones, estos Estados que las habí-
an auspiciado conseguían dejar inaplicada la regla general prevista

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

en los artículos 7 y 8 del convenio (el Estado en cuyo territorio se


encuentren los presuntos responsables tiene la obligación de juzgar o
de extraditar) y le imponían a Libia, a pesar de su disposición a some-
terlos a juicio, la obligación de entregar a los presuntos responsables.
Una tercera manifestación de la hegemonía institucionalizada
por medio del Consejo de Seguridad ha sido su instrumentalización
para la legalización tácita ex post facto de situaciones que tenían su ori-
gen en conductas de dudosa legalidad internacional. Los ejemplos
más conocidos son los de Kosovo y de Irak. En el caso de Kosovo, des-
pués de la intervención armada por parte de los Estados miembros de
la OTAN sin la previa autorización del Consejo de Seguridad, éste, una
vez acabada la fase militar, adoptó la resolución 1244 (2000) por la que
autoriza a desplegar en Kosovo, bajo los auspicios de las Naciones
Unidas, presencias internacionales (pár. 5), una de carácter militar
para mantener la seguridad (pár. 7) y otra de carácter civil para la
administración territorial internacional (párs. 10 y 11). En el caso de
Irak, tras el ataque y posterior invasión armada de las fuerzas angloa-
mericanas sin autorización del Consejo de Seguridad, éste adoptó las
resoluciones 1483 (2003), 1511 (2003) y 1546 (2004), fundamental-
mente, con el fin de legalizar o al menos dar cobertura jurídica inter-
nacional a la presencia militar de tales tropas. De esta forma, ante el
fait accompli, reconoce la autoridad y responsabilidad de la Autoridad
Internacional de la Coalición en la administración efectiva del territo-
rio (resolución 1483) y las fuerzas ocupantes pasaron a ser integrantes
de una fuerza multinacional bajo un mando unificado establecida por
la resolución 1511 (pár. 13), y su posterior presencia en Irak obedecía
a la solicitud del nuevo gobierno provisional de dicho país (pár. 9 de la
resolución 1546)95.

4. LOS LÍMITES DEL DERECHO INTERNACIONAL


HEGEMÓNICO

El Derecho internacional hegemónico, como ya se ha apuntado, es


un intento de reconfiguración del Derecho internacional actual
para convertirlo en un instrumento del poder y para la satisfacción
de los intereses nacionales más inmediatos de los Estados más

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

poderosos y, en especial, de Estados Unidos, el hegemón. Ahora


bien, la práctica interna, internacional e institucional, la propia
dinámica de las relaciones internacionales y la respuesta de la
Comunidad internacional, ya sea por parte de Estados, ONG o, con
distintos matices, desde la doctrina iusinternacionalista mayorita-
ria muestra que el Derecho internacional hegemónico está encon-
trando fuertes resistencias y que tiene importantes límites. Tales
limitaciones se pueden sistematizar en tres grupos: materiales,
políticas y jurídicas.

4.1. LOS LÍMITES MATERIALES

Autores de referencia de la Teoría de las Relaciones Internacionales


han reconocido que la hegemonía global, salvo algún aconteci-
miento imprevisto, es casi imposible96 y que la hegemonía no es
suficiente para mantener un orden estable ya que necesita, además,
la cooperación de los demás Estados97. Estas limitaciones materia-
les las tiene también el Derecho internacional hegemónico. Tales
límites son especialmente visibles en materia de seguridad y res-
pecto a algunos regímenes internacionales a los que el Estado hege-
món se ha opuesto. En el caso de la seguridad, a pesar de las
reinterpetaciones del principio de prohibición del uso de la fuerza
para explicar la ampliación del recurso a la misma parte de Estados
Unidos y de sus aliados, la percepción actual es la de un mundo más
inseguro en el que las amenazas a veces son difusas y respecto a las
que nadie puede hacer frente en solitario, ni siquiera el Estado más
poderoso98, como ha reconocido la propia Administración esta-
dounidense99. Los ejemplos de Afganistán, Irak100 o la mal deno-
minada “guerra contra el terrorismo” son bien ilustrativos de tales
límites, ya que los problemas que se pretendía solucionar siguen e
incluso se han agravado, como ocurre con Irak.
Además, la oposición de algunos de los Estados más podero-
sos, en especial de Estados Unidos, a la creación y desarrollo de
algunos regímenes internacionales como son el de la responsabili-
dad internacional penal de los individuos institucionalizada por
medio de la Corte Penal Internacional de 1998 y el de la Convención
sobre la prohibición, almacenamiento, fabricación y destrucción

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

de las minas antipersonas de 1997, no ha impedido la entrada en


vigor de los tratados básicos. Como ha señalado P. Malanczuk, la
oposición de Estados Unidos ha supuesto dificultades para su
implementación y supone un mal ejemplo al pedir privilegios e
inmunidades, pero no ha imposibilitado su funcionamiento y apli-
cación y, como ya ocurrió con los tratados de Derecho internacio-
nal humanitario primero y protección de derechos humanos
después, a largo plazo es posible que decida unirse a tales regíme-
nes internacionales101. Otro tanto se puede afirmar del régimen
internacional sobre el cambio climático, en el que Estados Unidos
no es parte del Protocolo de Kioto de 1997 que le establecía una
obligación de reducción de un 7 por ciento su nivel de emisiones de
gases de efecto invernadero respecto a las del año de referencia que
es 1990102. Su autoexclusión del régimen no ha impedido su entra-
da en vigor y su funcionamiento inicial, aunque hace más difícil el
éxito del mismo en su lucha contra el calentamiento global.
En suma, el Derecho internacional hegemónico no es eficaz
para conseguir los objetivos pretendidos a pesar del poder excep-
cional de Estados Unidos, ya que la coerción y la instrumentaliza-
ción del Derecho no son suficientes para imponer a los demás
nuevas normas jurídicas, para garantizar su cumplimiento o impe-
dir que el resto de la Comunidad internacional adopte otras sin su
consentimiento o, incluso, con su oposición.

4.2. LOS LÍMITES POLÍTICOS

El Derecho internacional hegemónico tiene también límites políti-


cos porque no tiene legitimidad. Esta concepción del ordenamien-
to jurídico internacional, como ya se ha apuntado, está basada en el
poder o en la satisfacción egoísta de los intereses del hegemón por
lo que su cumplimiento por los demás depende de la coerción, es
decir, de la capacidad intimidatoria del poder del Estado hegemóni-
co o de la coincidencia de intereses entre éste y los demás Estados, lo
que no suele ser frecuente. En suma, si el Estado hegemón no cum-
ple su función social de líder sistémico y las normas jurídicas inter-
nacionales son sólo un instrumento de su poder o el resultado de un
cálculo racional para la satisfacción de sus intereses nacionales más

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

inmediatos en lugar de servir para proporcionar un orden estable y


bienes colectivos a toda la Comunidad internacional después de un
proceso abierto a la participación de todos, el Derecho internacio-
nal hegemónico no será percibido por los demás miembros del sis-
tema internacional como legítimo y, por tanto, salvo coerción o
retribución del hegemón, no se verán compelidos a aceptarlo y
cumplirlo de forma voluntaria.
La legitimidad del orden internacional103 y, en particular, del
Derecho internacional consiste en la cualidad normativa que con-
tribuye a su cumplimiento voluntario por los destinatarios por
razones internas, ya no por el temor a la coerción del poder ni por
la retribución o satisfacción de los propios intereses, sino por la
creencia subjetiva de que debe cumplirse, por un sentido interno
de obligación moral. La legitimidad del Derecho internacional,
según Th. Franck, es una percepción subjetiva que se deriva de una
serie de requisitos que pueden poseer las normas jurídicas: deter-
minación, validación simbólica, coherencia y adherencia como
inserción en un sistema jurídico104.
Entendida de esta forma la legitimidad, el Derecho interna-
cional hegemónico carece de legitimidad y, por tanto, salvo coer-
ción o difícil coincidencia de intereses no será cumplido de forma
voluntaria por los demás Estados. Al revés, el Derecho internacio-
nal hegemónico es percibido como un mal ejemplo, como un
intento basado en el poder del Estado hegemónico que busca el
reconocimiento jurídico de las desigualdades entre los Estados y
significa la legalización de la hegemonía. Como la práctica interna,
internacional e institucional de estos últimos años muestra, la
mayoría de los miembros de la Comunidad internacional rechazan
esta concepción del Derecho internacional.
El cambio de las normas jurídicas internacionales, su interpreta-
ción evolutiva para hacer frente a nuevas necesidades, la reinterpetación
de otras y el recurso a las instituciones multilaterales en el Derecho
internacional actual no puede ser impuesto ni realizarse al margen de
algunos procedimientos ya establecidas para ello. Al contrario, exige, al
menos, dos requisitos básicos, uno de carácter formal y otro sustantivo.
El primero, como se verá más adelante, obliga a que los cambios norma-
tivos e institucionales se hagan de conformidad con los cauces procedi-

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

mentales previstos en cada caso, sean las normas secundarias de cambio


sobre los tratados o las previstas en el seno de cada Organización inter-
nacional. El segundo, el requisito sustantivo, consiste en la necesidad de
persuadir y convencer a los demás Estados miembros de la Comunidad
internacional de la conveniencia y de la necesidad, si es el caso, del cam-
bio y del contenido de la reformulación del Derecho internacional. Se
trata de una condición fundamental porque, en la actualidad, a diferen-
cia de otros momentos de la historia de las relaciones internacionales, el
Derecho internacional opera en un contexto muy diferente. Ahora exis-
te una Comunidad internacional universal y heterogénea, que es tam-
bién una comunidad jurídica parcial, que puede desempeñar varias
funciones105. Una de ellas es ser una comunidad dialógica106, un espa-
cio público para el debate, persuasión y argumentación de las propues-
tas de cambio, interpretación, reinterpretación y uso del Derecho
internacional.

4.3. LOS LÍMITES JURÍDICOS

El Derecho internacional hegemónico tiene también límites jurí-


dicos en el Derecho internacional público y, aunque parezca para-
dójico, en el propio derecho norteamericano.

4.3.1. Los límites jurídicos derivados del Derecho internacional público

El reconocimiento jurídico de las aspiraciones del hegemón, como


ya se ha señalado, no se produce por medio de una revolución jurí-
dica, sino que es el resultado de un largo proceso. Ahora bien, la
práctica internacional e institucional de estos últimos años mues-
tra que el intento, más o menos intencional, de reconfigurar el
ordenamiento jurídico internacional como un Derecho internacio-
nal hegemónico tiene importantes límites sistémicos, sustantivos y
formales en el Derecho internacional público.

4.3.1.1. Los límites sistémicos


Los presupuestos metodológicos del Derecho internacional hege-
mónico se pueden reconstruir de forma deductiva a partir de las
formulaciones explícitas de algunos autores y de forma inductiva a

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

partir de la práctica interna, internacional de los Estados más


poderosos, en particular de Estados Unidos. Esta concepción del
Derecho internacional toma del positivismo voluntarista que la
única fuente de la obligatoriedad de las normas es el consentimien-
to de los Estados y de la teoría de la elección racional el carácter
endógeno del Derecho internacional, esto es, el carácter instru-
mental del poder y de los intereses estatales, puesto que, según este
enfoque, no condiciona la conducta de los Estados, sino que es el
resultado de su poder e intereses. Sin entrar en un análisis detallado
de estos enfoques, el Derecho internacional hegemónico es difícil-
mente compatible con la concepción predominante (mainstream) del
Derecho internacional e incluso con el propio ordenamiento jurídico
internacional tal como opera en la realidad, por lo que encuentra una
importante resistencia a algunas de sus características fundamentales.
El reconocimiento de que el único fundamento de la obligatoriedad de
las normas jurídicas internacionales no es la voluntad de los Estados
y de que existen normas a las que los Estados están obligados sin
necesidad de haber participado en su creación o sin haberlas con-
sentido es bastante mayoritario entre la doctrina iusinternaciona-
lista contemporánea107. Asimismo, la aparición, identificación,
reconocimiento y formalización jurídicos de intereses globales de
la Comunidad internacional ha supuesto una evolución cualitativa
en el Derecho internacional y, junto a la tradicional estructura bila-
teral, se ha desarrollado una cada vez más amplia y compleja estruc-
tura comunitaria108. Estas dos características básicas del
ordenamiento jurídico internacional actual suponen límites muy
importantes de carácter sistémico para el Derecho internacional
hegemónico.
La noción de normas imperativas, bien es verdad que no está
exenta de problemas, ha sido acogida por el derecho positivo inter-
nacional (arts. 53 y 64 de la Convención de Viena de 1969), por la
jurisprudencia internacional109, por la Comisión de Derecho inter-
nacional en su proyecto de artículos sobre responsabilidad interna-
cional de los Estados por hecho internacionalmente ilícito del que la
Asamblea General tomó nota110 y por gran parte de la doctrina iusin-
ternacionalista, incluida, aunque parezca sorprendente, la nortea-
mericana por medio del Restatement111. La existencia de normas

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

imperativas, que protegen intereses de la Comunidad internacio-


nal en su conjunto y que son reconocidas por ella, que no admite
acuerdo en contrario y cuya violación por los Estados tiene unas
consecuencias agravadas dentro del régimen de responsabilidad
interncional y si el incumplimiento grave lo llevan a cabo indivi-
duos puede generar responsabilidad internacional penal que se les
puede exigir por medio de instituciones internacionales, suponen
un límite muy importante frente a la instrumentalización del
Derecho interancional por parte del hegemón y su utilización como
una herramienta del poder al servicio de sus intereses estatales.
Los problemas que suscitan las normas imperativas no se derivan
tanto de la oposición de algún autor o Estado concreto como de las
dificultades para su identificación, de las relaciones entre normas
imperativas, de la relación con las normas sobre las inmunidades y
de la polémica distinción dentro de este ámbito entre normas pri-
marias y normas secundarias para la aplicación de las primarias
que, según algunos autores, no tendrían carácter imperativo112.
La existencia de normas consuetudinarias de alcance univer-
sal, es decir, de Derecho internacional general es más la regla
general en este tipo de normas que una excepción, como se puede
ver claramente enumerando las principales normas que regulan la
conducta de los Estados en ámbitos como el derecho del mar, los
derechos humanos, el derecho diplomático y consular, entre otros,
y como reconoce la doctrina mayoritaria y la jurisprudencia inter-
nacional113. Son normas que obligan a todos los Estados, respecto a
las que es posible el cambio de las normas y en las normas y admi-
ten acuerdo en contrario para la incorporación de nuevos intereses
y responder a las necesidades actuales pero, todo ello, según los
requisitos procedimentales previstos en el ordenamiento jurídico
internacional.
El Derecho internacional también supone un límite de carác-
ter sistémico para el intento de reinterpretar el principio de sobe-
ranía para condicionar la soberanía al cumplimiento por parte de
algunos Estados de unos determinados requisitos sustantivos,
introduciendo una cierta jerarquía de facto en los Estados. El prin-
cipio de soberanía ha sido objeto de múltiples reinterpretaciones y
matizaciones a lo largo de su historia114 pero, en todo caso, sigue

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

teniendo una función constitutiva del actual sistema interancional.


Sin él, la estructura del mismo sería bien diferente cualquiera que
fuere, desde un imperio a una democracia global. La soberanía, como
se afirma en el capítulo I, es una ficción legal pero, a diferencia de
otras, es una ficción legal constituyente para el ordenamiento jurídico
internacional que exige su aceptación por todos si no se quiere poner
en cuestión todo el edificio del Derecho internacional115.

4.3.1.2. Los límites sustantivos


Los límites sustantivos derivan del propio contenido del Derecho
internacional, en especial, de aquellas normas que regulan intere-
ses y valores comunitarios. Tales normas representan también una
resistencia destacable al proceso de reinterpretación de algunos
principios y normas básicas que tiene el objetivo de incorporar
ventajas jurídicas específicas para el hegemón mediante el recono-
cimiento bien de excepciones a la regla general, de exenciones a su
cumplimiento o de reglas específicas para la protección de sus inte-
reses. Se trata de restricciones al cambio dentro de las normas deri-
vadas del propio contenido de algunos principios y de la importancia
que tienen para la Comunidad internacional. Como se examinará
más adelante, las dificultades procedimentales para el cambio de las
normas hace que los Estados más poderosos, con frecuencia, opten
por intentar un cambio dentro de las normas consuetudinarias por
medio de su interpretación evolutiva o incluso creativa.
Bien es verdad que la costumbre internacional, como proceso
no formalizado, es más permeable al poder material de los Estados
para modular el contenido de las normas. Pero, como bien advier-
te S. Toope, precisamente porque se trata de un proceso relativa-
mente fluido, permite la participación de individuos, actores no
estatales y Estados menos poderosos, no exige el consentimiento
continuado de cada Estado y permite que se puedan formar nuevas
normas obligatorias globalmente incluso cuando un actor podero-
so disiente. Y es que, continúa este autor, a pesar de la desigualdad
de poder, el hegemón no pude controlar toda la agenda normativa;
Estados Unidos es ambivalente respecto a los asuntos mundiales; el
derecho consuetudinario es el resultado de un proceso que “no
requiere el consentimiento continuado y unánime de todos los

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

Estados, ni siquiera de aquéllos más directamente interesados en la


norma en cuestión; la nueva concepción de la opinio iuris permite
concluir que los Estados, en ocasiones, pueden estar obligados por
normas que no han consentido116. Concluye este autor que ni el
poder material ni la fuerza bruta del Estado más poderoso son sufi-
cientes para consolidar ni un cambio en las normas ni de las normas
consuetudinarias, porque su práctica y la coerción subsiguiente no
serán compartidas por los demás Estados y deslegitimará el proce-
so consuetudinario. Estados Unidos debe persuadir a los demás
Estados de la necesidad del cambio o consolidación normativa. El
poder jurídico reside en la capacidad para persuadir117.
La práctica más reciente muestra, por un lado, los límites sus-
tantivos del Derecho internacional frente al intento de reinterpre-
tación de algunos principios y normas básicas del ordenamiento
jurídico, en particular, en el caso de la excepción de la legítima
defensa al principio de prohibición del uso de la fuerza y en el de la
noción de prisioneros de guerra y su consiguiente estatuto jurídico.
Y, por otro lado, enseña que es posible la reinterpretación parcial
de la primera si se consigue persuadir a los demás Estados y actores
de la Comunidad interancional de la necesidad y justificación del
cambio en la norma para hacer frente a los nuevos retos.
Estados Unidos ha intentado reinterpretar la excepción de la
legítima defensa, como ya se ha señalado, para hacer frente a las
amenazas latentes (la legítima defensa preventiva) y como respuesta
al terrorismo internacional. En el primer caso, la respuesta de la
mayoría de los Estados, de la doctrina y de los miembros no estatales
de la Comunidad internacional ha sido contraria a la misma. En cam-
bio, cada vez goza de mayor apoyo la interpretación de la excepción
del uso de la fuerza en legítima defensa para hacer frente a las ame-
nazas inminentes118. En suma, el poder material del hegemón no ha
sido suficiente para la ampliación legal del uso de la fuerza mediante
la legítima defensa preventiva porque no ha tenido la capacidad de
persuasión suficiente. En el segundo caso, como respuesta al terro-
rismo internacional, está en proceso de consolidarse, no sin objecio-
nes119, la reinterpretación de la legítima defensa que permitiría
considerar determinados ataques terroristas como ataques armados
atribuibles al Estado que hospeda al grupo terrorista120.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

La reinterpretación de la noción de prisionero de guerra


mediante la creación de una nueva noción, la de combatiente enemi-
go ilegal, para excluirlos del estatuto jurídico que regula sus dere-
chos y obligaciones por medio de actos legislativos y ejecutivos de los
distintos órganos del Estado norteamericano no ha persuadido a la
Comunidad internacional de tal cambio en la norma. Al contrario, la
III Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra de 1949 ha
supuesto un límite firme a tal intento y, con desgana y de forma par-
cial, la Administración Bush tuvo que modificar sus decisiones para
acomodarse a lo prescrito por el Derecho internacional.

4.3.1.3. Los límites formales


El Derecho internacional, en cuanto Derecho, tiene también una
dimensión formal que le proporciona autonomía respecto al poder
y a la moral. Esta dimensión formal supone importantes límites al
intento de instrumentalización por parte de los Estados Unidos ya
sea en defensa de valores que se pretenden universales o bien de sus
intereses materiales más egoístas. Esta dimensión formal, entre otras
funciones, proporciona al Derecho autonomía respecto al poder y a la
moral. Por ello, como ha sugerido M. Koskenniemi, frente a la cultura
del dinamismo, que pretende convertir al Derecho internacional en
un mero instrumento del poder o de la moral para la satisfacción de
intereses particulares, es necesario reivindicar la cultura del formalis-
mo. Y es que, aunque el regreso al formalismo kelseniano ya no es
posible porque ahora sabemos que las normas formales son tan capa-
ces de convivir con la injusticia como los principios informales y que
no existe un terreno neutral, el formalismo es una condición necesa-
ria aunque no suficiente para el Derecho internacional. Áquel puede
ser entendido como “una cultura de resistencia al poder, como una
práctica de responsabilidad social, de apertura e igualdad” que no
puede reducirse a las posiciones políticas de las partes cuyas deman-
das son introducidas dentro de él121. El formalismo “constituye un
horizonte de universalidad, incrustado en una cultura de resistencia,
un acuerdo para escuchar las demandas de los demás e intentar tomar-
las en cuenta”122.
Esta dimensión formal del Derecho internacional se mani-
fiesta, entre otros aspectos, en los límites procedimentales que

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

tiene también el Derecho internacional hegemónico. El ordena-


miento jurídico internacional está integrado no sólo por normas pri-
marias que prescriben o prohiben conductas a los destinatarios, sino
que también existen un número cada vez mayor de normas secunda-
rias de cambio y adjudicación que establecen los procedimientos e
instituciones y regulan su funcionamiento. Estos límites pueden verse
con claridad en el caso de la adopción de tratados internacionales
multilaterales y del funcionamiento de las Organizaciones internacio-
nales, en especial, en materia de adopción de decisiones y, en algún
caso, de aplicación del derecho sustantivo de la misma.
La adopción de tratados internacionales multilaterales con el
objetivo de proteger intereses comunes de los Estados o intereses
generales de la Comunidad internacional, regulada por la
Convención de Viena sobre el derecho de los tratados de 1969, está
basada en el principio de igualdad soberana. La regla general bási-
ca del proceso de celebración de tales tratados, a pesar de la des-
igual capacidad negociadora de los Estados y de las múltiples
posibilidades de persuadir, influir y condicionar las decisiones que
tienen los Estados más poderosos, es que cada Estado tiene un voto
de igual valor y que la adopción del texto se realiza, salvo acuerdo
específico en contrario, por mayoría de dos terceras partes de los
Estados presentes y votantes (art. 9.2). Los procesos de celebración de
algunos de los tratados multilaterales más importantes del último
decenio muestran que, aunque en ellos se han incorporado muchas de
las pretensiones de los Estados Unidos, este Estado no ha podido
imponer completamente sus tesis a pesar de su inmenso poder. Así ha
sucedido en los casos del Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional, el Convenio sobre la diversidad biológica o de la
Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, pro-
ducción y transferencia de minas antipersonal y sobre su destrucción.
La hegemonía institucionalizada por medio de Organizaciones
internacionales, como ya se ha señalado, se caracteriza por su ambiva-
lencia. Como advierte, G.J. Ikenberry, la actitud norteamericana hacia
las Organizaciones internacionales refleja el dilema inherente a todas
ellas. Por un lado, el atractivo de estas instituciones para los Estados
más poderosos es que inmovilizan potencialmente a otros Estados a
través de orientaciones políticas predecibles y estables, lo que supone

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

que se reduce la necesidad de usar la coerción para mantener la hege-


monía. Pero, por otro lado, el precio que el Estado hegemómico debe
pagar por esta cooperación institucionalizada es una reducción de su
propia autonomía política y de la posibilidad de ejercer todo su
poder123. Los Estados más poderosos, a la vez que intentan instru-
mentalizar las instituciones internacionales para la satisfacción de sus
propios intereses, utilizan medios multilaterales y no unilaterales
para ello y obtienen legitimidad al recurrir a la cooperación institucio-
nalizada. Pero, al mismo tiempo, supone la participación del hegemón
con y dentro de las reglas procedimentales y sustantivas de la
Organización internacional. Esto limita la libertad de decisión y
acción del hegemón. Así se puede interpetar también la práctica ins-
titucional de las Naciones Unidas en materia de paz y seguridad de
estos últimos años, en los que el Consejo de Seguridad, junto a la
adopción de Derecho internacional hegemónico global por medio de
algunas resoluciones124, se ha opuesto en varias ocasiones a legalizar
de forma expresa el uso de la fuerza que pretendía Estados Unidos y
alguno de sus aliados. Asimismo, en materia de relaciones económi-
cas internacionales, a pesar de la preponderancia y de que las
Organizaciones internacionales económicas responden a los intere-
ses de Estados Unidos, la hegemonía institucionalizada también tiene
límites. En el caso de la OMC, Estados Unidos es el Estado contra el
que más demandas se han presentado ante el Órgano de Solución de
Diferencias por incumplimiento de los acuerdos abarcados. Incluso el
Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, a pesar de la pre-
ponderancia del hegemón, tienen, como ha señalado N. Woods,
“autonomía relativa”, entendida ésta como la extensión en la que
organización no es dominada por entero por el miembro o miembros
más poderosos. Por ello, concluye que “ni el BM ni el FMI disfrutan de
la independencia que proclaman sus tratados constitutivos pero tam-
poco se puede decir que estén ‘controlados’ por Estados Unidos”125.

4.3.2. Los límites jurídicos derivados del derecho norteamericano

El derecho norteamericano también supone límites al pretendido


Derecho internacional hegemónico derivados de la propia consti-
tución de los Estados Unidos y de su tradición jurídica constituida

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por medio de sus principales normas y por la forma en la que los


tribunales interpretan y aplican las normas jurídicas internaciona-
les, en especial el Tribunal Supremo, que, con carácter general, ha
sido respetuosa con el Derecho internacional.

4.3.2.1. Una tradición jurídica mayoritariamente respetuosa con


las obligaciones internacionales
El artículo VI.2 de la Constitución federal de 1787 declara que “los
tratados celebrados o que se celebren bajo la autoridad de los Estados
Unidos serán suprema ley del país y los jueces de cada Estado estarán
obligados a observarlos”. Esta disposición, conocida como la cláusula
de supremacía, de acuerdo con la interpretación que ha hecho el
Tribunal Supremo126 y la doctrina americana127, atribuye a los tratados
internacionales el mismo rango que a las leyes federales, primacía res-
pecto a las leyes de los estados federados y la obligación de que sean
aplicados por los tribunales americanos. Como ya se ha apuntado, algu-
nas de las estrategias utilizadas por los órganos internos para adaptar,
acomodar o, a veces, directamente eludir las obligaciones internacio-
nales derivadas de los tratados internacionales multilaterales en los
que en parte han sido el recurso a la calificación de algunos de ellos
como non-self-executing y el recurso a la regla later-in-time.
La distinción conceptual entre tratados que son directamente
aplicables y aquellos otros que necesitan ejecución normativa
interna tiene su origen en el asunto Foster v. Neilson (1829) del
Tribunal Supremo y la distinción terminológica, que reserva la
expresión self-executing para los primeros y non-self-executing para
los segundos, en el asunto Bartram v. Robertson (1887). La doctrina
norteamericana sostenía, hasta fechas recientes de forma mayorita-
ria, que existía una presunción de que los tratados internacionales
eran self-executing salvo que fuera manifiesta la intención de no ser
aplicables hasta que se promulgara la legislación interna de ejecución
normativa (implementing legislation), existiera la exigencia expresa de
los órganos legislativos, en particular del Senado, al autorizar la
manifestación del consentimiento o exigencia constitucional128.
Ahora bien, los tribunales americanos han utilizado en ocasiones
razones que nada tenían que ver con el texto de los tratados para
rechazar su aplicación directa y considerarlos non-self-executing129,

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

en especial en los tribunales inferiores a lo largo de los últimos


años130 e incluso la práctica reciente del Tribunal Supremo parece
alejarse de tal presunción131. A esta práctica jurisprudencial se ha
añadido, como ya se ha señalado, la de los órganos legislativos y
ejecutivo que han incluido declaraciones en tal sentido en los ins-
trumentos de ratificación de algunos convenios. No obstante, con-
viene relativizar las consecuencias de dicha práctica porque, como
ha mostrado D. Sloss, el efecto de tales declaraciones, que tienen
como objetivo evitar la aplicación de los tratados frente al derecho
interno, no ha impedido su aplicación directa por parte de los tri-
bunales americanos, dependiendo de la naturaleza de las reclama-
ciones y de la identidad de los litigantes132, sin necesidad de
adaptación previa al derecho americano porque las normas internas
preexistentes “casi siempre cumplen los requisitos de los tratados y
porque las reservas que se formulan excluyen completamente las dis-
crepancias” entre unas y otros133.
Los tratados internacionales son supreme law of the land y tie-
nen el mismo rango que las leyes federales por lo que sus relacio-
nes están reguladas por la regla later-in-time equivalente a nuestra
lex posterior derogat priori. La primacía de una ley federal posterior
respecto a un tratado internacional es, por tanto, una posibilidad
factible en el derecho norteamericano que, con el argumento de
aplicar las leyes internas posteriores, puede implicar el incumpli-
miento de los tratados y la consiguiente responsabilidad interna-
cional. Ahora bien, en la jurisprudencia del Tribunal Supremo
existe desde 1804 una regla de interpretación bien establecida,
denominada la regla Charming Betsy, según la cual “una act of
Congress nunca debe ser interpretada en violación del derecho de
las naciones si alguna otra interpretación es posible”134. Esta regla de
interpertación permite a los tribunales tener en cuenta las orientacio-
nes de los órganos políticos y evitar, siempre que sea posible de una
forma razonable, que la aplicación de las leyes internas puedan supo-
ner una violación de obligaciones internacionales convencionales135.
En todo caso, D. Vagts concluye tras el examen de la práctica nortea-
mericana sobre la materia que “aunque Estados Unidos ha buscado
modificar sus obligaciones convencionales en ocasiones, el número
de casos que realmente pueden ser considerados como violaciones

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no es tan elevado en relación con la cantidad de sus obligaciones”.


Por tanto —continúa— la práctica muestra que no existe una especial
crisis relativa al cumplimiento de los tratados internacionales en los
que es parte, salvo dos excepciones: el pago de las cuotas derivadas de
su condición de miembro de las Naciones Unidas y la Convención de
Viena sobre relaciones consulares de 1963136. En el primer caso se
invoca la doctrina de la political question y en el segundo el Tribunal
Supremo, en el asunto Breard v. Greene y en otros, ha invocado la doc-
trina de la ausencia de procedimiento (procedural default doctrine).
Según dicha doctrina, en ausencia de disposición expresa que esta-
blezca lo contrario, los tratados deben aplicarse de acuerdo a las reglas
de procedimiento interno, lo que ha llevado al tribunal en dichos
asuntos a aplicar el procedimiento previsto en una ley de 1996, la
Antiterrorism and Effective Death Penalty Act, en detrimento de la
Convención de Viena sobre relaciones consulares de 1963137.

4.3.2.2. El control del Tribunal Supremo sobre los poderes


ejecutivo y legislativo
Los límites jurídicos al Derecho internacional hegemónico se
encuentran también en el control que el Tribunal Supremo ejerce
sobre los órganos políticos (political branches)138, es decir, sobre los
poderes ejecutivo y legislativo de los Estados Unidos. Éste ha recono-
cido que, en situaciones de guerra, es necesario defender el interés
nacional y que sería posible flexibilizar las restricciones sobre los
actos de tales poderes. No obstante, también ha advertido que la pro-
tección de los intereses nacionales está sometida a límites y que,
incluso en tales circunstancias, se deben respetar algunas reglas fun-
damentales que constituyen la esencia del Estado de Derecho. En este
sentido, la jurisprudencia reciente del Tribunal Supremo muestra que
los actos del gobierno y las leyes del Congreso, incluso aunque formen
parte de la denominada “guerra contra el terrorismo”, tienen límites
y han de respetar derechos fundamentales reconocidos por la consti-
tución americana y por el Derecho internacional.
Un primer ejemplo, en este sentido, es el asunto Rasul et al. v.
Bush de 20 de abril de 2004. En dicha sentencia, el Tribunal Supremo
anuló la decisión de un tribunal de distrito, confirmada por el tribunal
de apelación, que denegaba el habeas corpus a algunos de los detenidos

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

en Guantánamo por falta de jurisdicción con el argumento de que


tales personas habían sido detenidas fuera de Estados Unidos y
estaban prisioneras en una base situada en territorio que no es de
soberanía norteamericana. El Tribunal Supremo alegó que Estados
Unidos ejercía su control y jurisdicción completos sobre la base
militar y que su detención en el extranjero no excluía la base de la
competencia de los tribunales americanos139.
Pero la decisión de referencia que simboliza los límites jurí-
dicos que el Tribunal Supremo puede suponer para el pretendido
Derecho internacional hegemónico ha sido el asunto Hamdan v.
Rumsfeld, de 29 de junio de 2006. En él, el Tribunal Supremo declaró
que las comisiones militares creadas por la Orden presidencial de 13
de noviembre de 2001 carecían de poder para juzgar al Sr. Hamdan
porque violaban el Código Uniforme de Justicia Militar de los Estados
Unidos y las Convenciones de Ginebra, no respetaban las garantía
procedimentales legales y porque el delito de conspiración del que era
acusado no está tipificado en las leyes de guerra y no puede ser juzga-
do por comisiones militares140. Como consecuencia de esta sentencia,
la administración americana, primero el Secretario de Defensa y des-
pués el presidente Bush, decidió aplicar los convenios de Ginebra a
todos los detenidos en la base de Guantánamo y en otras bases milita-
res americanas141. Asimismo, el presidente Bush firmó el 17 de octu-
bre de 2006 la Military Commisions Act, que había sido aprobada por el
Senado el 28 de septiembre anterior, en la que se reconoce la aplica-
ción de dichos convenios a tales personas142. No obstante, esta ley
contiene algunas restricciones de los derechos de los detenidos, entre
otras, la imposibilidad de que puedan invocar el habeas corpus, que
plantean importantes problemas jurídicos sobre los que tendrá que
pronunciarse de nuevo el Tribunal Supremo143.
En suma, aunque, como bien advierte A. Peyró, el Tribunal
Supremo es “una suerte de laboratorio en el que se afrontan a la vez
las incertidumbres y las posiciones contrastadas que prevalecen en
Estados Unidos en este principio de siglo frente al Derecho interna-
cional” y que en su seno coexisten varios tribunales que mantienen
tesis contrapuestas sobre la cuestión144, dicho tribunal está siendo
el principal límite jurídico interno tanto del pretendido proyecto
imperial como del Derecho internacional hegemónico.

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5. CONSIDERACIONES FINALES

El fin de la guerra fría puso de manifiesto las enormes asimetrías de


poder existentes en la Comunidad internacional y evidenció la
hegemonía de Estados Unidos, que ha buscado la legalización de
dicha hegemonía, lo que podría dar origen a un Derecho interna-
cional hegemónico. Éste no sería el resultado de una imposición
arrolladora, sino más bien de un proceso lento y largo si tal tenden-
cia continúa y no encuentra respuesta en la Comunidad internacio-
nal. El Derecho internacional hegemónico es ambivalente y
selectivo respecto al propio Derecho internacional. En primer
lugar, es ambivalente porque implica una concepción del Derecho
internacional público directamente vinculada al poder, que ve en él
un instrumento para legalizar las relaciones desiguales y para
introducir la jerarquización entre Estados por medio de reglas
generales, de excepciones a ellas o a través de reglas específicas. El
Derecho internacional hegemónico es un Derecho internacional
instrumentalizado y sin autonomía respecto al poder. Y, en segun-
do lugar, el Derecho internacional hegemónico es selectivo porque
reinterpreta algunos principios fundamentales del ordenamiento
jurídico internacional que limitan el ejercicio de la hegemonía;
porque da preferencia a aquellos procedimientos de creación de
normas jurídicas más receptivos a los Estados más poderosos; e
instrumentaliza a aquellas instituciones multilaterales que contri-
buyen a satisfacer el interés nacional del hegemón.
El pretendido Derecho internacional hegemónico, desde el
punto de vista teórico, sería, en el enfoque de los autores neocon-
servadores y neorrealistas, una reactualización del más estricto
positivismo voluntarista y una versión más sofisticada en el caso de
los autores seguidores de la teoría de la elección racional. Para
todos ellos, las obligaciones de los Estados sólo dependen de su
propia voluntad y, por ello, no estarían obligados a nada más de lo
que tales Estados hayan consentido de forma expresa. Además, los
Estados más poderosos prefieren aquellos procedimientos de cre-
ación de normas más permeables al poder como la costumbre
internacional y los tratados bilaterales, de forma que el Derecho
internacional tendría un carácter instrumental para la consecución

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

de sus intereses. Se trata de una concepción estrictamente estato-


céntrica que priva a las normas jurídicas de autonomía respecto al
poder y, por tanto, socava la normatividad del Derecho internacio-
nal. El Derecho internacional hegemónico no supondría límites o
restricciones a los intereses de los Estados más poderosos ya que
sería el resultado de tales intereses. En suma, sería endógeno a los
intereses de tales Estados.
No obstante, aunque el grado de elaboración conceptual del
pretendido Derecho internacional hegemónico no es muy elevado y
su rendimiento explicativo es limitado, puede llegar a tener una
gran trascendencia por dos motivos: por la acogida que ha tenido en
la administración Bush y por la percepción que se puede extender
en la Comunidad internacional y en el ámbito científico respecto
del Derecho internacional. Por un lado, algunas de las reinterpre-
taciones de principios jurídicos y de las propuestas de legalización
de la hegemonía han llegado a tener mayor trascendencia porque
han sido asumidas, defendidas y adoptadas por diferentes órganos
del gobierno estadounidense a través de medidas ejecutivas y legis-
lativas de alcance nacional y, a veces, también extraterritorial, y en
ocasiones por algunos tribunales americanos. Y, por otro lado, el
pretendido Derecho internacional hegemónico es, en cierta medi-
da, un proyecto y un efecto (un spin) que puede convertirse en la
profecía autocumplida en función de cómo sea percibida y de cuál
sea la respuesta frente a él. Como advierte Th. Franck, la respuesta
a este proyecto importa porque “depende de cómo éste sea percibi-
do —entre los académicos, los estudiantes a los que aquéllos ense-
ñan y los juristas en los gobiernos— se configurará en buena
medida la realidad futura”145. En este trabajo se ha demostrado que
el Derecho internacional hegemónico tiene importantes límites
materiales, políticos y jurídicos tanto en el propio Derecho inter-
nacional, ya sean de carácter sistémico, sustantivo o formal, como
en el Derecho norteamericano. En suma, el Derecho internacional
hegemónico no es eficaz ni legítimo e incluso, en ocasiones, es
incompatible con la legalidad internacional y norteamericana.
Ahora bien, este intento fracasado de reconfigurar el ordena-
miento jurídico internacional en un Derecho internacional hege-
mónico ha puesto de manifiesto la extraordinaria importancia y, a

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la vez, la gran dificultad del cambio de y en las normas, al menos, de


algunas de ellas. Para dar respuesta a las nuevas necesidades de los
Estados y de la Comunidad internacional en materia de seguridad,
de comercio o de protección de intereses o valores generales, ni el
inmovilismo ni la imposición del cambio son una alternativa ade-
cuada. El inmovilismo lleva a las normas jurídicas a la irrelevancia
porque no da respuestas a los nuevos desafíos y el cambio impues-
to de forma unilateral desde el poder lleva al ordenamiento jurídi-
co a la pérdida de su autonomía y ambos, inmovilismo e
imposición, a la desligitimación del Derecho internacional. El
cambio de y en las normas ha de hacerse de acuerdo con los requi-
sitos procedimentales y sustantivos básicos establecidos para que
el resultado posea relevancia y autonomía y, en definitiva, legalidad
y legitimidad.
En consecuencia, para Estados Unidos y para el resto de la
Comunidad internacional la alternativa al Derecho internacional
hegemónico no está fuera del Derecho internacional, como algunos
representantes de la administración americana han propuesto,
sino dentro del propio Derecho internacional. Incluso la propia
doctrina anglosajona, ya sea más146 o menos147 crítica con la con-
ducta de Estados Unidos, ha señalado que el interés nacional ame-
ricano puede satisfacerse mejor dentro de las instituciones y del
Derecho internacional, promoviendo el imperio de la ley, ya que de
esta forma podrá ejercer su influencia en la adopción de tratados,
en la costumbre internacional y en las Organizaciones internaciona-
les. Sin embargo, la alternativa al pretendido orden imperial148,
como advierte A. Remiro, no es aceptar un Derecho internacional
hegemónico, sino que es necesario un Derecho internacional uni-
versal en una Sociedad internacional democrática e institucionaliza-
da149. En otras palabras, la alternativa al Derecho internacional
hegemónico es un Derecho internacional que pueda ser concebido y
percibido como el ordenamiento jurídico de la Comunidad interna-
cional y que, a la vez que relevante y eficaz, tenga autonomía relativa
respecto al poder y goce de legitimidad como resultado de la parti-
cipación de todos en su creación y de la incorporación de las aspi-
raciones de justicia e imparcialidad existentes en ella.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

NOTAS

1. Vid. Th.M. Franck, “Fairness in the International Legal and Institutional


System. General Course on Public International Law”, R. des C., vol. 240
(1993-III), pp. 9-498, en particular, pp. 23-28. El propio Th. Franck, en “The
Power of Legitimacy and the Legitimacy of Power: International Law in an Age
of Power Disequilibrium”, AJIL, 2006, vol. 100, pp. 88-106, ha reconocido su
especial responsabilidad en este anuncio prematuro (p. 91, nota 12).
2. Vid. G.J. Ikenberry, Liberal Order and Imperial Ambition. Essays on American
Power and World Politics, Cambridge, Polity Press, 2006.
3. Vid. J.J. Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics, Nueva York, W.W.
Norton, 2001, pp. 40-42.
4. Vid. R. Gilpin, War and Change in World Politics, Cambridge, Cambridge
University Press, 1981, pp. 13 y 29.
5. Vid. R. O. Keohane, After Hegemony. Cooperation and Discord in the World Political
Economy, Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 31-38. Un concep-
ción similar es la de J. Nye, Bound to Lead: The Changing Nature of American
Power, Nueva York, Basic Books, 1990, que entiende la hegemonía como una
situación de poder desigual en la que un Estado tiene un alto grado de control
sobre otros (p. 87).
6. Vid. R.O. Keohane, op. cit., 1984, p. 46.
7. Vid. R.W. Cox con Th.J. Sinclair, Approaches to World Order, Cambridge,
Cambridge University Press, 1996, pp. 135-136.
8. Vid. B. Cronin, “The Paradox of Hegemony: Amerca’s Ambiguos Relationship
with the United Nations”, European Journal of International Relations, 2001, vol.
7, Nº 1, pp. 107-108.
9. Vid. B. Cronin, op. cit., 2001, p. 110.
10. Ibid, pp. 110-111.
11. Ibid, pp. 104-105 y 111-112.
12. Vid. N. Krisch, “International Law in Times of Hegemony: Unequal Power and the
Shaping of International Legal Order”, EJIL, 2005, vol. 16, Nº 3, pp. 376-380.
13. Cfr. W.M. Reisman, “Towards a Normative Theory of Differential
Responsibility for International Security Functions: Responsibilities of
Majors Powers”, en N. Andeo (ed.), Japan and International Law: Past, Present
and Future, The Hague, Martinus Nijhoff, 1999, pp. 43-58.
14. Vid. C. García, “Los efectos del 11 de septiembre en la política exterior de los Estados
Unidos”, en C. García y A. Rodrigo (eds.), El imperio inviable. El orden internacional
tras el conflicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004, pp. 81-82; también S.M. Lipset,
American Exceptionalism: A Double-Edged Sword, Londres, W.W. Norton, 1996.
15. E.C. Luck, “American Exceptionalim and International Organization: Lesson
from de 1990s”, en: R. Foot, S.N. MacFarlane y M. Mastanduno, U.S. Hegemony
and International Organizations. The United States and Multilateral Institutions,
Oxford, Oxford University Press, 2003, pp. 25-48, en especial, pp. 27-29. Un
desarrollo de esta tesis puede verse en la obra de este autor Mixed Messages:
American Politics and International Organization 1919-1990, Washigton DC,
Brookings Institution Press for the Century Foundation, 1999.
16. Vid. N. Krisch, “More equal than rest? Hierarchy, equality and US predomi-
nance in international law”, en: M. Byers y G. Nolte (eds.), United States
Hegemony and the Foundations of International Law, Cambridge, Cambridge
University Press, 2003, pp. 135-175; y en op. cit., 2005, pp. 369-408.

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17. Un magnífico estudio que muestra este objetivo permanente de las grandes
potencias de conseguir reglas especiales y el reconocimiento jurídico de la jerar-
quía y de la desigualdad material es el de G. Simpson, Great Powers and Outlaw
States: Unequal Sovereigns in the International Legal Order, Cambridge, Cambridge
University Press, 2004, en particular, los capítulos 4 a 7, pp. 91-223.
18. Vid. W. Grewe, The Epochs of International Law, trad. y rev. al inglés de M. Byers,
Berlín, W.de Gruyter, 2001.
19. Vid. M. Byers y G. Nolte (eds.), United States Hegemony and the Foundations of
International Law, Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
20. Vid. N. Krisch, “Imperial International Law”, Global Law Working Paper 01/04.
Una crítica a esta tendencia puede verse en S. Laghmani, “Du droit internatio-
nal au droit imperial? Réflexions sur la guerre contre l’Iraq”, Actualité du droit
international, 2003, abril, disponible en http://www.ridi.org/adi.
21. Esta concepción del Derecho internacional se puede encontrar en C. Schmitt,
Nacional-Socialismo y Derecho internacional, Ávila, Ed. Nueva Epoca, 1938; “El
concepto de Imperio en el Derecho internacional”, Revista de Estudios Políticos,
1941, Nº 1, pp. 83-101; Cambio de estructura del Derecho internacional, Madrid,
Instituto de Estudios Políticos, 1943.
En la actualidad la negación de la existencia del Derecho internacional en las
relaciones internacionales la defienden significativos representantes de la
Administración Bush como el antiguo embajador en las Naciones Unidas J.R.
Bolton, “Is There Really “Law” in International Affairs”, Transnational Law
and Contemporary Problems, 2000, vol. 10, pp. 1-48, para el que el
“International Law is not law; it is a series of political and moral arrangements
that stand or fall on their own merits, and anything else is simply theology and
superstition masquerading as law” (p. 48).
22. Vid. D. Vagts, “Hegemonic International Law”, AJIL, 2001, vol. 95, pp. 843-
848. Un análisis sintético de este concepto puede verse en K. Ginther,
“Hegemony”, en R. Bernhard (ed.), Encyplopedia of Public International Law,
vol. 9, Amsterdam, 1986, pp. 158-161.
23. Vid. G. Simpson, op. cit., 2004 define la hegemonía legalizada como “the exis-
tence within an internacional society of a powerful elite whose superior status
is recognised by minor powers as a political fact giving rise to the existence of
certain constitucional privileges, rights and duties and whose relations with
each other are defined by adherente to a rough principle of sovereign equality”
(p. 68); también N. Krisch, op. cit., 2005, pp. 389-399.
24. A. Remiro Brotons, “Desvertebración del Derecho internacional en la socie-
dad globalizada”, CEBDI, Vol. V (2001), pp. 45-381, en particular, pp. 329-341.
25. La doctrina ha enumerado diferentes manifestaciones de la tendencia impe-
rial norteamericana en el ámbito jurídico: el ejercicio extraterritorial de la
jurisdicción, la concepción de la legítima defensa preventiva, el trato dado a
los prisioneros de guerra, su influencia determinante en algunas
Organizaciones internacionales, su posición respecto a tratados internacio-
nales multilaterales de naturaleza casi-legislativa, etc. Vid., por ejemplo, K.
Zemanek, “Is the Nature of International Legal System Changing?, Austrian
Review of International and European Law, 2003, vol. 8, pp. 3-10, donde
sugiere que los Estados deberían “reconocer el papel único de Estados
Unidos en lugar de persistir en la fantasía de un orden mundial basado sobre
la igualdad ante el Derecho de todos los miembros del sistema internacio-
nal” (p. 10).

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

26. Vid. M.J. Glennon, De l’absurdité du droit imperative ius cogens, RGDIP, 2006,
T. 110, Nº 3, pp. 529-536, en particular, pp. 531-532.
27. Vid. M.J. Glennon, op. cit., 2006, pp. 532-533; también M. Glennon, Limits of
Law. Prerogatives of Power: Interventionism After Kosovo, Nueva York, Hampshire, 2001.
28. Vid. M.J. Glennon, op. cit., 2006, p.534.
29. Ibid, pp. 534-535.
30. Vid. J.L. Goldsmith y E.A. Posner, The Limits of International Law, Oxford,
Oxford University Press, 2005. Para estos autores, el Derecho internacional es
endógeno a los intereses estatales, ya que “no es un control sobre los intereses
egoístas de los Estados; es un producto del interés nacional”.
31. Vid. J.L. Goldsmith y E.A. Posner, op. cit., 2005, pp. 23-25.
32. Ibid, pp.35-43.
33. The National Security Strategy…, op. cit., en especial la introducción y los capí-
tulos II y V.
Vid. I. Österdahl, “...But Some Are More Equal than Others–On Weak and
Rogue States in the National Security Strategy of the United States”, Nordic
Journal of International Law, 2004, vol. 73, pp. 247-263.
34. J.A. Rabkin, “Recalling the Case for Sovereignty”, Chicago Journal of
International Law, 2004-2005, vol. 5, pp. 435-460 defiende que, en términos
morales, la soberanía es la primera línea de defensa nacional de los Estados
Unidos; en términos políticos, la soberanía es la precondición para el mante-
nimiento de la constitución americana; y, en términos jurídicos, la constitu-
ción americana es o debe ser mejor garantía de los derechos de los ciudadanos
que cualquier higher law como el derecho de la humanidad. El desarrollo de
esta tesis puede verse en su obra The Case for Sovereignty: Why the World Should
Welcome American Independence, American Enterprice Institute, 2004; tam-
bién en Law without Nations? Why Constitutional Goverment Requires Sovereign
States, Princeton, Princeton University Press, 2005.
35. Vid. el examen de este principio en el nuevo contexto de O. Casanovas y La Rosa,
“El principio de prohibición del uso de la fuerza tras el conflicto de Irak de 2003”,
en C. García Segura y A.J. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio inviable. El orden
internacional tras el conflicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004, pp. 125-140.
36. La decisión de los Estados Unidos de justificar la respuesta militar contra Al
Qaeda y los talibanes que le apoyaban fue una opción de política jurídica, ya
que la resolución 1368 (2001), de 12 de septiembre, en la que el Consejo de
Seguridad condenó los atentados y reconoció el derecho inmanente de los
Estados a la legítima defensa, también los calificó como una amenaza para la
paz y seguridad internacionales y declaró que estaba dispuesto para adoptar
todas las medidas que fueran necesarias. Por tanto, Estados Unidos tenía
abiertas las dos opciones: la de la reacción unilateral justificada por medio de
la legítima defensa y la reacción dentro del marco multilateral del Consejo de
Seguridad y sus autorizaciones para el uso de la fuerza.
37. W.M. Reisman, “In Defense of World Public Order”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
833-835. L. Condorelli, “Les attentats du 11 septembre et leurs suites: où va le
droit international?, RGDIP, 2001, T. 105, pp. 829-848, en particular, p. 843.
En la doctrina española R. Bermejo García, “El Derecho internacional frente al
terrorismo: ¿nuevas perspectivas tras los atentados del 11 de septiembre?”,
ADI, vol. XVII, 2001, pp. 5-24, en particular, pp. 19-22.
38. Th. Franck, “Terrorism and the Rigt to Self-Defence”, AJIL, 2001, vol. 95, pp.
839-843, en pp. 840-841; M. Byers, “Terrorism, the Use of Force and

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International Law after 11 September”, ICLQ, 2002, vol. 51, pp. 401-414, en
particular, pp. 406-410; y “Not yet havoc: Geopolitical change and internatio-
nal rules on military force”, Review of International Studies, 2005, vol. 31, pp.
51-70, en particular, pp. 55-59.
39. El presidente B. Clinton adoptó en diciembre de 1999 el documento A National
Strategy for a New Century en el que se preveía la posibilidad de recurrir a la
fuerza contra grupos terroristas en legítima defensa (vid. http://www.dtic.mil/
doctrine/jel/other_pubs/nssr99.pdf).
40. M. Pérez González, “La legítima defensa puesta en su sitio: Observaciones crí-
ticas sobre la doctrina Bush de la acción preventiva”, REDI, 2003, vol. LV, Nº 1,
pp. 192 y 195.
41. The National Security Strategy…, op. cit., Capítulo V, p. 15; también The National
Security Strategy of the United States of America, 2006, Capítulo V, p. 23, disponi-
ble en http://www.whitehouse.org.
42. Para limitar los efectos desestabilizadores del sistema jurídico internacional
de esta transformación de la legítima defensa, W.M. Reisman ha propuesto que
sea considerada como una regla especial aplicable exclusivamente a los
Estados Unidos, como una doctrina estadounidense situada entre el poder y el
derecho. Vid. W.M. Reisman, “Assesing Claims to Revise the Laws of War”,
AJIL, 2003, vol. 97, pp. 82-90, en particular, p. 90.
43. Vid. W.M. Reisman y A. Amstrong, “The Past and Future of the Claim of
Preemptive Self-Defense”, AJIL, 2006, vol. 100, pp. 525-550.
44. Estas comisiones fueron creadas mediante la Orden presidencial de 13 de
noviembre de 2001 sobre Detention, Treatment, and Trial of Certain Non-Citizens
in the War Against Terrorism (vid. Fed. Reg. 57833).
45. Vid. el memorandum de 1 de agosto de 2002 elaborado por el entonces conse-
jero jurídico del presidente G.W. Bush y, después, Fiscal General Alberto
Gonzales (el texto completo puede verse en http://www.findlaw.com).
46. Vid. M. Pérez González y J.L. Rodríguez-Villasante, “El caso de los detenidos de
Guantánamo ante el Derecho internacional humanitario y de los derechos
humanos”, REDI, 2002, vol. LIV, Nº 1, pp. 11-40; P. Pozo Serrano, “El Estatuto
jurídico de las personas detenidas durante el conflicto armado internacional
en Afganistán”, ADI, 2002, vol. XVIII, pp. 171-204.
47. Vid. P. Klein, “The effects of US predominance on the elaboration of treaties
regimes and on evolution of the law of treaties”, en M. Byers y G. Nolte (eds.),
op. cit., 2003, pp. 363-391, en particular, pp. 364-371.
48. N. Krisch, “Weak as Constraint, Strong as Tool: The Place of International Law
and U.S. Foreign Policy”, en: D.M. Malone y Y.F. Khong (eds.), Unilateralism
and U.S. Foreign Policy: International Perspectives, Boulder, Lynne Rienner,
2003, pp. 45-47 señala que desde el final de la II Guerra mundial hasta enero
de 2004, Estados Unidos es parte en tratados internacionales multilaterales
depositados en la Secretaría General de las Naciones Unidas en un porcentaje
significativamente menor (60 por ciento) que los demás Estados occidentales
(entre el 79 y el 93 por ciento).
49. Vid. este argumento in extenso para el caso del Estatuto de la Corte Penal
Internacional expuesto por el representante oficial americano D.J. Scheffer,
“The United States and the Criminal Court”, AJIL, 1999, vol. 93, Nº 1, pp. 12-
22; y con carácter más general W.M. Reismann, op. cit., 1999, pp. 43-58.
50. Vid. la incisiva crítica que hace L. Henkin, “U.S. Ratification on Human Rights
Conventions: The Ghost of Senator Bricker”, AJIL, 1995, vol. 89, Nº 2, pp. 341-

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

350; y D. Sloss, “The Domestication of International Human Rigths: Non-Self-


Executing Declarations and Human Rights Treaties”, Yale Journal of
International Law, 1999, vol. 24, pp. 129-221.
51. Vid. C. Redgwell, “US reservations to human rights treaties: all for one none for
all?”, en M. Byers y G. Nolte (eds.), op. cit., 2003, pp. 392-415.
52. Vid. C. Redgwell, op. cit., 2003, p. 399.
53. Vid. la declaración de 20 de enero de 2000 del senador Jesse Helms (“treaty
obligations can be superseded by a simple act of Congress. This was the inten-
tional design of our founding fathers…”) en S.D. Murphy, “Contemporary
Practice of the United States”, AJIL, 2000, vol. 94, p. 352.
54. Vid. 60 U.S. 393 (1857). Vid. sobre la regla later in time D.F. Vagts, “The United
States and its Treaties: Observance and Breach”, AJIL, 2001, vol. 95, pp. 313-
334, en particular, pp. 313-321.
55. Vid. Rest. 3rd. Restatement of Foreign Relations Law of the United States, Vol. I, The
American Law Institute, Washington, DC, 1986, párrafo 111 (1), Comment d, p. 44.
56. Así ocurrió en el asunto Whitney v. Robertson 124 US 190 (1888). Vid.
Restatement, op. cit., párrafo 115(1) (a), p. 63.
57. Vid. sobre los Acuerdos ADPIC Plus X. Seuba Hernández, “Los Acuerdos ADPIC
Plus y el acceso a productos farmecéuticos”, Temas de Derecho industrial y de la
competencia, 2006, Nº 8.
58. Vid. C. Escobar Hernández, “Algunos obstáculos en el proceso de constitución
efectiva de la Corte Penal Internacional: la resolución 1422 del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y los acuerdos bilaterales celebrados por
Estados Unidos”, Revista Española de Derecho Internacional, 2002, vol. LIV, Nº
2, pp. 999-1.003; M.A. Alcoceba Gállego, “La ilicitud internacional de los
Acuerdos Antídoto celebrados por Estados Unidos para evitar la jurisdicción de
la CPI”, ADI, 2003, vol. XIX, pp. 349-372; y F. Coulée, “Sur un état tiers bien
peu discret : Les États Unies confrontés au Statut de la Cour Pénale
Internationale”, AFDI, 2003, vol. XLIX, pp. 32-70.
59. Vid. J.F. Escudero Espinosa, “Los poderes del Consejo de Seguridad y la Corte
Penal Internacional en el Estatuto de Roma”, ADI, 2003, vol. XIX, pp. 185-261;
y M. Bollo Arocena, “La adopción de las resoluciones 1422 (2002) y 1487
(2003) o el bloqueo preventivo de la Corte Penal Internacional por el Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas”, Anuario de Derecho Internacional, 2004,
vol. XXV, pp. 375-408.
Cfr. con carácter general C. Gutiérrez Espada, “La Corte Penal Internacional
(CPI) y las Naciones Unidas. La disputada posición del Consejo de Seguridad”,
Anuario de Derecho Internacional, 2002, vol. XVIII, pp. 3-61.
60. El texto de la American Servicemembers’ Protection Act puede verse en la página
web http://www.iccnow.org.
61. Vid., entre otros, A. D’Amato, The Concept of Custom, Ithaca, Cornell University
Press, 1971, pp. 96-97; O. Schachter, “New Custom: Power, Opinio Iuris and
Contrary Practice”, en: J. Makarcyk (ed.), Theory of International Law and the
Threshold of the 21st Century. Essays in honour of Krzysztof Skubiszewski, The
Hague, Kluwer, 1996, pp. 531-540, en particular, pp. 536-537; M. Byers,
Custom, Powers and the Power of Rules. International Relations and Customary
International Law, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 35-40.
62. Vid. M. Byers, op. cit., 1999, pp. 142-146; V. Lowe, “Do General Rules of
International Law Exist?”, Review of International Studies, 1983, vol. 9, pp. 208-
209.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

63. A.E. Roberts, “Traditional and Modern Approaches to Customary


International Law: A Reconciliation”, AJIL, 2001, vol. 95, pp. 757-791 distin-
gue, por un lado, la costumbre tradicional, resultado primero de un proceso de
inducción de la práctica consistente y general seguido por los Estados por su
sentido de la obligación jurídica, en la que la opinio iuris juega una función
secundaria para distinguir obligaciones jurídicas y no jurídicas; y, por otro
lado, la costumbre moderna que es el resultado de un proceso deductivo que
comienza con declaraciones generales de reglas más que de ejemplos concre-
tos de práctica y en la que se prioriza la opinio iuris más que la práctica.
64. Vid. M. Byers, op. cit., 1999, pp. 147-151.
O. Elias, “The Nature of the Subjetive Element in Customary International
Law”, International and Comparative Law Quarterly, 1995, vol 44, pp. 501-520
define la opinio iuris de forma aún más explícita como un elemento que “is no
different from consent of States, or more precisely, consensual acceptance, in
one form or anhother, of the legal character of a given course of conduct…” (p.
501). En otras palabras, la opinio iuris “is indistinguishable from will/consent”
(p. 513).
65. Vid. la resolución 16/2000 de la International Law Association sobre Formación
del Derecho internacional consuetudinario general y el Informe final del Comité
sobre el tema Statement of Principles Applicables to the Formation of General
Customary International Law, enmendado en la Conferencia de Londres
(2000), sección 16, pp. 29-34 (disponible en http://www.ila-hq.org).
66. Vid. T. Stein, “The Approach of the Different Drummer: The Principle of the
Persistent Objetor in International Law”, Harvard International Law Journal,
1985, vol. 86, Nº 2, pp. 457-482, en particular, pp. 457 y 467-468.; también la
Resolución de Londres de la International Law Association sobre Formación…,
op cit., 2000, sección 17.
67. Vid. P. Weil, “Towards relative Normativity in International Law”, AJIL, 1983,
vol. 77, pp. 413-442, en particular, pp. 433-434; y en “Le droit international en
quête de son identité. Cours générale de droit international public”, R. des C.,
vol. 237 (1992-VI), pp. 9-370, en concreto, en pp. 195 y 201.
68. Vid. M. Byers, op. cit., 2005, pp. 55-59; R. Bermejo García, op. cit., 2001, pp.
19-22.
69. Vid. The National Strategy..., op. cit., 2002, Cap. V. p. 15; y The National
Strategy..., op. cit., 2006, Cap. V. p. 23.
70. Vid. A.E. Roberts, op. cit., 785-788.
71. Vid. A. Skordas, “Hegemonic Custom?”, en M. Byers y G. Nolte (eds.), op. cit.,
2003, pp. 317-347, en particular, p. 344.
72. Cfr. P-M. Dupuy, “The Place and Role of Unilateralism in Contemporary
International Law”, EJIL, 2000, vol. 1, pp. 19-29 donde examina la nueva olea-
da de unilateralismo practicada tras el fin de la guerra fría (pp. 25-28) y las
cuestiones que plantea (pp. 28-29).
73. M. Reisman y S. Schuchart, “Unilateral Action in an Imperfect World”,
Austrian Review of International and European Law, 2003, Nº 8, pp. 163-178, en
particular, pp. 164-166, apuntan que el recurso al unilateralismo depende de
la eficacia de los distintos modelos de orden internacional: cuanta mayor es la
eficacia del sistema menor es el recurso al unilateralismo por parte de los
Estados más poderosos y a la inversa.
74. Vid. J.E. Álvarez, “Hegemonic International Law Revisited”, AJIL, 2003, vol.
97, pp. 873-888, en particular, p. 874.

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75. N. Krisch, “The Rise and Fall of Collective Security: Terrorism, US hegemony,
and the Plight of the Security Council”, en Ch. Walter, S. Vöneky, V. Röben y F.
Schorkopf (eds.), Terrorism as a Challenge for National and International Law:
Security versus Liberty, Berlin, Springer, 2004, pp. 879-907; J. Cardona
Llorens, “La ‘externalización’/’privatización’ del uso de la fuerza por las
Naciones Unidas”, Soberanía del Estado y Derecho internacional. Homanaje al
profesor Juan Antonio Carrillo Salcedo, Sevilla, 2005, pp. 317-342, en especial,
pp. 338-342; y, sobre todo, su trabajo específico sobre esta cuestión “La des-
centralización del sistema colectivo de mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales”, en H. Torroja (dir.) y S. Güell (coord.), Los retos de la seguri-
dad y defensa en el nuevo contexto internacional, Barcelona, Publicacions de la
Universitat de Barcelona, 2007, pp. 67-85; y R. Paniagua Redondo y X. Pons
Ràfols, “El sistema de seguridad colectiva, el terrorismo internacional y la
legítima defensa”, Agenda ONU, 2001, Nº 4, pp. 9-56, en particular, pp. 10-24.
76. Vid. R. Food, S.N. MacFarlane y M. Mastanduno, “Conclusión: Instrumental
Multilateralism in U.S. Foreign Policy”, op. cit., 2003, pp. 265-272; también
E.C. Luck, op. cit., 2003, pp. 46-49.
77. Vid. M. López Escudero, “El Derecho monetario internacional” en Cursos de
Derecho internacional y Relaciones internacionaleds de Vitoria-Gasteiz 2003,
Bilbao, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 2004, pp. 55-102.
78. Vid. el estudio clásico de J. G. Ruggie, “International Regimes, Transactions, and
Change: Embedded Liberalism in the Postwar Economic Order”, en: S. Krasner
(ed.), International Regimes, Ithaca, Cornell University Press, 1983, pp. 195-231.
79. Vid. J.H. Jackson, World Trading System: Law and Politics of International
Economic Relations, Cambridge, MIT Press, 1997; P. Zapatero, Derecho del
comercio global, Madrid, Civitas/Thompson, 2004.
80. Vid. N. Woods, “The United States and the International Financial Institutions:
Power and Influence Within the World Bank and the IMF”, en: R. Foot, S.N.
MacFarlane y M. Mastanduno, U.S. Hegemony and International Organizations.
The United States and Multilateral Institutions, Oxford, Oxford University Press,
2003, pp. 92-114.
81. Vid. E-U. Petersmann, The GATT/WTO Dispute Settlement System. International
Law, International Organizations and Dispute Settlement, The Hague, Kluwer,
1997; y M. Montañà, La OMC y el reforzamiento del sistema GATT, Madrid,
McGraw Hill, 1997.
82. Vid. M. Melgar Fernández, Biotecnología y propiedad intelectual: Un enfoque inte-
grado desde el Derecho internacional, México, UNAM, 2005, pp. 135-210.
83. Vid. las cartas del presidente G.W. Bush que sirven de presentación a las
Estrategias Nacionales de Seguridad de 2002 y de 2006.
84. Vid. un examen general en D.M. Malone, “US-UN Relations in the UN Security
Council in the Post-Cold War Era”, en: R. Foot, S.N. MacFarlane y M.
Mastanduno (eds.), op. cit., 2003, pp. 73-91.
85. Vid. H. Freudenschuss, “Between Unilateralism and Collective Security:
Authorizations of the Use of Force by the U.N. Security Council”, European
Journal of International Law, 1994, Vol. 5, pp. 492-531; y J. Cardona Llorens,
“La ‘externalización’/’privatización’ del uso de la fuerza por las Naciones
Unidas”, en Soberanía del Estado y Derecho internacional. Homenaje al profesor
Juan Antonio Carrillo Salcedo, Sevilla, Servicio de publicaciones de las
Universidades de Córdoba/Málaga/Sevilla, 2005, pp. 317-342, en particular,
pp. 324-327.

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86. J.E. Álvarez, op. cit., p. 874.


87. Vid. P. Szasz, “The Security Council Starts Legislating”, AJIL, 2002, vol. 96, Nº
4, pp. 901-905; S. Talmon, “The Security Council as World Legislature”, AJIL,
2005, vol. 99, pp. 175-193; y E. López-Jacoiste, “Security Council legislation
against terrorism”, en VV.AA., International Terrorism and Change in
International Law, Pamplona, Thomson/Aranzadi, 2007, pp. 81-153.
88. J.E. Álvarez, op. cit., p. 887.
89. Vid. P. Klein, op. cit., 2003, pp.387-391.
90. Vid. los trabajos ya citados de C. Escobar Hernández, op. cit., 2002, pp. 999-
1.003; J.F. Escudero Espinosa, op. cit., 2003, pp. 185-261; y M. Bollo Arocena,
op. cit., 2004, pp. 375-408.
91. Vid. las atinadas observaciones críticas de E. García Rico, “La resolución 1497
(2003) del Consejo de Seguridad: ¿una vuelta al régimen de capitulaciones en
el Derecho internacional?”, REDI, 2004, vol. LVI, pp. 185-192.
92. La fómula utilizada es la siguiente. El Consejo de Seguridad, en el párrafo 6 de la
resolución 1593 (2005) decide que “los nacionales, los exfuncionarios o funcio-
narios o el personal de un Estado contribuyente que no sea el Sudán y no sea parte
en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional se sometan a la jurisdicción
exclusiva de ese Estado contribuyente respecto de todos los supuestos actos u omi-
siones derivados de las operaciones en el Sudán o relacionados con ellas estable-
cidas o autorizadas por el Consejo o la Unión Africana, a menos que ese Estado
contribuyente haya renunciado expresamente a dicha jurisdicción exclusiva”. Vid.
sobre este caso M.E. López-Jacoiste, “La resolución 1593 (2005) del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y la intervención de la CPI en la crisis de Darfur:
¡a la sexta va la vencida!”, REDI, 2005, vol. LVII, Nº 1, pp. 489-495.
93. Vid., entre otras, la resolución 1267 (1999), que su pár. 2 exige que los taliba-
nes entreguen a Osama bin Laden al Estado en el que haya sido objeto de acu-
sación o donde vaya a ser detenido y acusado.
94. La resolución 731 (1992) impone tal obligación de forma indirecta en su pár. 3
(“exhorta al Gobierno libio a que proporcione una respuesta completa y efectiva a
estas peticiones...”), ya que la exigencia de tal entrega se encuentra en las peticio-
nes formuladas por dichos Estados en los documentos a los que se hace referencia
en las notas a pie de página de la resolución y que forman parte de ella.
Vid. sobre los importantes problemas de legalidad que suscitan tales resolu-
ciones M.P. Andrés Saénz de Santa María, “¿De maximis non curat praetor...? El
Consejo de Seguridad y el TIJ en el asunto Lockerbie”, REDI, 1991, vol. XLIV, Nº
2, pp. 327-350; y E. Orihuela Calatayud, “La actuación del Consejo de
Seguridad de la ONU en el asunto Lokerbie: Paradigma de ‘incontrolable’ abuso
de poder”, REDI, 1992, vol. XILV, Nº 2, pp. 395-415.
95. Vid. los análisis críticos de M.P. Andrés Sáenz de Santa María, “El Consejo de
Seguridad en la guerra contra Irak: ¿ONG privilegiada, convalidador complaciente
u órgano principal?”, REDI, 2003, vol. LV, pp. 205-222; C. Gutiérrez Espada,
“La “contaminación” de Naciones Unidas o las resoluciones 1483 y 1511 (2003)
del Consejo de Seguridad”, ADI, 2003, vol. XIX, pp. 71-88; R. Paniagua y X.
Pons, “La guerra y ocupación de Iraq: legalidad internacional y posición de las
Naciones Unidas”, Agenda ONU, 2003-2004, Nº 6, pp. 13-111; y A. Remiro
Brotons, “Guerras del Nuevo Orden: Iraq, la agresión de los democráticos seño-
res”, Cursos de Derecho internacional y Relaciones internacionales de Vitoria-
Gasteiz 2003, Bilbao, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 2004,
pp. 17-53, en particular, pp. 44-50.

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LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

96. Vid. J.J. Mearsheimer, op. cit., 2001, p. 41.


97. Vid. R.O. Keohane, op. cit., 1984, p. 46.
98. Vid. C. García y A.J. Rodrigo (eds.), La seguridad comprometida. Nuevos desafíos,
amenazas y conflictos armados, Madrid, Tecnos, 2008.
99. Vid. la carta de presentación del presidente G.W. Bush a The National Security...,
op. cit., 2006 y el Cap. III, pp. 8-13.
100. Vid. C. García Segura y A.J. Rodrigo Hernández (eds.), El imperio inviable. El
orden internacional tras el conflicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004.
101. Vid. P. Malanczuk, “The International Criminal Court and Landmines: What
Are the Consequences of Leaving the United States Behind?”, EJIL, 2000, vol.
11, pp. 77-90.
102. Vid. el art. 3.1 del Protocolo de Kioto y el Anexo B.
103. Vid. I. Clark, “Legitimacy in a Global Order”, Review of International Studies, 2003,
vol. 29, pp. 75-95; y Legitimacy in International Society, Oxford, Oxford University
Press, 2005; también I. Hurd, “Legitimacy and Authority in International
Politics”, International Organization, 1999, vol. 53, Nº 2, pp. 379-408.
104. Vid. sobre la legitimidad del Derecho internacional los trabajos de referencia
de Th. Franck, “The Legitimacy in the International System”, AJIL, 1988, vol.
82, pp. 705-759; y The Power of Legitimacy among Nations, Nueva York, Oxford
University Press, 1990.
105. A.J. Rodrigo, “Comunidad internacional y Sociedad internacional en la doctri-
na iusinternacionalista contemporánea”, en C. García y E. Vilariño (Coords.),
Comunidad internacional y Sociedad internacional después del 11 de septiembre de
2001, Madrid/Barcelona/Bilbao, UCM/UPF/UPV, 2005, pp. 143-162 identifica
varias dimensiones de la noción de Comunidad interancional: la descriptiva, la
prospectiva o utópica, la normativa y la constructiva (pp. 159-160).
106. Vid. A. Linklater, The Transformation of Political Community. Ethical Foundations
of the Post-Westphalian Era, Cambridge, Polity Press, 1998, pp. 85-87.
107. Vid. Ch. Tomuschat, “Obligations Arising for States without or against their
Will”, R. des C., vol. 241 (1993-V), pp. 194-374.
108. Vid. B. Simma, “From Bilateralism to Community Interest in International
Law”, R. des C., vol. 250 (1994-VI), pp. 217-384.
109. Vid. la sentencia de 10 de diciembre de 1998 del Tribunal Penal Internacional
sobre la ex-Yugoslavia en el asunto Furundzija, pár. 153; y la sentencia de 21 de
noviembre de 2001 del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el asunto
Al-Adsani c. Reino Unido, pár. 61.
La Corte Internacional de Justicia ha reconocido de forma implícita su exis-
tencia aunque nunca ha utilizado las expresiones ius cogens o normas impera-
tivas. En su lugar, en diversos asuntos bien conocidos ha recurrido a la noción
de obligaciones erga omnes o a las expresiones “principios fundamentales” o
“principios intransgredibles” de Derecho internacional.
110. Vid. A/RES/56/83, de 12 de diciembre de 2001, en especial los artículos 26, 40,
41 y 50.1.d/.
111. Vid. Restatement (Third) on Foreign Relations Law of the United States, 1986,
párrafo 331 (2).
112. Vid. la interesante obra editada por Ch. Tomuschat y J-M. Thouvenin (eds.),
The Fundamental Rules of the International Legal Order: Ius Cogens and Obligations
Erga Omnes, Leiden, Martinus Nijhoff, 2006; en la doctrina española C.
Gutiérrez Espada, “Sobre las normas imperativas del Derecho internacional”
en Pacis Arts..., op. cit., 2005, pp. 273-290.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

113. Vid., entre otros asuntos, los de la Plataforma continental del Mar del Norte
(I.C.J. Reports, 1969, párs. 71-74) y el relativo a la delimitación de la frontera
marítima en el área del Golfo de Maine (I.C.J. Reports, 1984, pár. 111).
114. Vid. sobre las reinterpretaciones de las que está siendo objeto el principio de
soberanía Angel J. Rodrigo Hernández, “Soberanía y administración de terri-
torios”, ADI, 2004, vol. XX, pp. 279-326, en particular, pp. 282-296; también
P.A. Fernández Sánchez, “La soberanía poliédrica”, en Soberanía del Estado…,
op. cit., 2005, T.I.
115. P.M. Dupuy, “Comments on chapters 4 and 5”, en: M. Byers y G. Nolte (eds.),
op. cit., 2003, pp. 178-179.
116. Vid. S. Toope, “Powerful but unpersuasive? The role of the United States in the
evolution of customary international law”, en M. Byers y G. Nolte (eds.), op.
cit,. 2003, pp. 287-316, en particular, pp. 289-290.
117. Vid. S. Toope, op. cit., p. 316.
118. Vid. Th. Franck, Recourse to Force: State Actions against Threats and Armed
Attacks, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp. 97-108.
En la doctrina española M. Pérez González, op. cit., 2003, pp. 192 y 195; y R.
Bermejo García, “Guerra y paz (el palo y la zanahoria) en la nueva Estrategia de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos de marzo de 2006”, REDI, vol. LVIII,
Nº 1, pp. 574-580, en particular, p. 577.
También el Informe del Grupo de Alto Nivel, un mundo más seguro. La respon-
sabilidad que compartimos (doc. A/59/565, de 2 de diciembre de 2004, pár.
188); y el infome del Secretario General, Un concepto más amplio de la libertad:
Desarrollo, seguridad y Derechos Humanos para todos (doc. A/59/2005, de 21 de
marzo de 2005, pár. 124).
119. J. Cardona Llorens, “Las excepciones al principio que prohibe el uso de la
fuerza: Reflexiones a la luz de la práctica reciente”, en: Völkerrecht als
Wertordnung/Common Values in International Law. Festschrift für/Essays in
Honour of Christian Tomuschat, Kehl, N.P. Engel Verlag, 2006, pp. 723-748
advierte que no es realista afirmar que los precedentes son suficientes para
considerar que los actos ataques terroristas son “ataques armados”. Ahora
bien, reconoce que dicha calificación apunta una tendencia y que, dado que la
noción de “ataque armado” es un concepto jurídico indeterminado que debe
determinarse caso por caso, “si la práctica de la Organización (y la de sus
Estados miembros) termina aceptando que un acto terrorista, ya sea en gene-
ral, ya sea en determinadas circunstancias (por ejemplo, cuando sea de carác-
ter masivo y de excepcional gravedad) pueda ser considerado un “ataque
armado”, no podrá hacerse ninguna objeción jurídica (otra cosa será desde el
punto de vista de la razón)”. (pp. 738-739).
120. Esta interpretación plantea un buen número de interrogantes que, en estos
momentos, son difíciles de responder. Vid. las atinadas reflexiones de A.
Sanjosé, “Algunas reflexiones sobre el informe del Grupo de Alto Nivel creado
por el Secretario General y el futuro del sistema de seguridad colectiva de las
Naciones Unidas”, Agenda ONU, 2005, Nº 7, pp. 315-319.
121. Vid. M. Koskenniemi, The Gentle Civilizer of Nations: The Rise and Fall of
International Law 1870-1960, Cambridge, Cambridge University Press, 2002,
pp. 494-509.
122. Vid. M. Koskenniemi, “’The Lady Doth Protest Too Much’. Kosovo, and the
Turn to Ethics in International Law”, The Modern Law Review, 2003, vol. 65, Nº
2, pp. 159-175, en particular, p. 174.

172
13101 Los limites (2) 22/2/08 12:39 Página 173

LOS LÍMITES DEL PROYECTO IMPERIAL

A. Orford, “The Gift of Formalism”, EJIL, 2004, vol. 15, Nº 1, pp. 179-195,
deduce del comentario de la Carta de Naciones Unidas que la doctrina alema-
na ha realizado [B. Simma (ed.), The Charter of the United Nations: A
Commentary, 2nd. Ed., Oxford, Oxford University Press, 2002] que ésta consi-
dera a la Carta como un regalo del formalismo que puede servir para proporcio-
nar resistencia frente al imperialismo americano.
123. Vid. G.J. Ikenberry, “State Power and Institutional Bargain: America’s
Ambivalent Economic and Security Multilateralism”, en R. Foot et al (eds.),
op.cit., 2003, pp. 49-70, en particular, p. 50.
124. Vid. J.E. Álvarez, op. cit., 2003, pp. 873-888.
125. Vid. N. Woods, op. cit., pp. 96 y 113.
126. Vid., entre otras, algunas de las sentencias de referencia en esta materia como son
McCulloch v. Maryland (17 U.S. 316 (1819)), The Paquete Habana.; The Lola (175 U.S.
677 (1900)) y Banco Nacional de Cuba v. Sabatino (376 U.S. 398 (1964)).
127. Vid. Rest. 3rd, Restatement of the Foreign Relations Law of the United States, Vol. I,
The American Law Institute, Washington DC, 1986, párrafo 111; y, por todos, L.
Henkin, “International Law as Law in the United States”, Michigan Law Review,
1984, vol. 82, Nº 5-6, pp. 1.555-1.569.
128. Vid. Restatement, op. cit., pár. 111. (2).
129. Th. Buergenthal, “Self-Executing and Non-Self-Executing Treaties in
National and International Law”, R. des C., vol. 253 (1992-IV), pp. 370-380
apunta los casos Foster v. Neilson (1829) y United States v. Percheman (1833) del
Tribunal Supremo y el asunto Sei Fujii v. State (1952) del Tribunal Supremo de
California como ejemplos de tratados cuya aplicación fue rechazada y fueron
calificados non-self-executing por motivos que nada tenían que ver con la
redacción de las obligaciones internacionales en ellos contenidas.
130. Vid. algunos ejemplos M.A. McKenzie, “Treaty Enforcement in U.S. United
States v. Noriega, 808 F. Supp. 791 (S.D. Fla. 1992)”, HILJ, 1993, vol. 34, pp.
601-602.
Más recientemente, el Tribunal del Cuarto Circuito, en el asunto Hamdi v.
Rumsfeld, consideró que el art. 5 de la Convención de Ginebra sobre prisione-
ros de guerra no era self-executing porque no proporciona “a private right of
action” [Vid. Hamdi v. Rumsfeld, 316 F3d 450 (4th Cir., 2003), p. 468].
131. Vid. en este sentido el análisis y valoración que hace A. Peyró Llopis, “La place
du droit international dans la jurisprudence récente de la Cour Suprême des
Etats-Unis”, RGDIP, 2005, Nº 3, pp. 609-642, en particular, pp. 632-636.
En contra de tal presunción y a favor de un sentido contrario, es decir, que
todos los tratados, en principio, son non-self-executing ya que no se trata de un
cuestión meramente técnica o constitucional, sino que afecta al principio de
separación de poderes, Vid. J.C. Yoo, “Globalism and the Constitution:
Treaties, Non-Self-Execution, and the Original Understanding”, Columbia
Law Review, 1999, vol. 99, Nº 8, pp. 1955-2094, en especial, pp. 290-294.
132. Vid. D. Sloss, op. cit., 1999, pp. 149-152.
133. Ibid, pp. 183-188.
134. La regla Charming Betsy fue formulada por el juez Marshall en la sentencia de 22
de febrero de 1804 del Tribunal Supremo en el asunto Alexander Murray, Esq v.
Schooner Charming Betsy (Vid. 6 U.S. 64 1804).
135. Vid. C.A. Bradley, “The Charming Betsy Canon and Separation of Powers:
Rethinking the Interpretative Role of International Law”, Georgia Law Journal,
1998, vol. 86, pp. 479-537.

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CATERINA GARCÍA Y ÁNGEL J. RODRIGO

136. Vid. D.F. Vagts, op. cit., 2001, pp. 33s-334.


137. Vid. el asunto Breard v. Greene [523 U.S. 371 (1998)].
Vid. el exhaustivo análisis del caso desde un enfoque iusinternacionalista en
M. Aznar Gómez, “A propos de l’affaire relative à la Convention de Vienne sur
les relations consulaires (Paraguay c. Etats-Unis) d’Amerique”, RGDIP, 1998,
t. 102, Nº 4, pp. 915-950.
138. La expresión political branches la utiliza el propio Tribunal Supremo en diver-
sas sentencias para hacer referencia a los poderes ejecutivo y legislativo.
139. Vid. Rasul et al v. Bush, President of United States et al. [542 U.S. 466 (2004)]. En
contra de la decisión mayoritaria, puede verse el voto disidente del magistrado
A. Scalia al que se unieron los magistrados Rehnquist y Thomas.
140. Vid. Hamdan v. Rumsfeld, Secretary of Defense et al. [548 U.S. 184 (2006)]. Vid. el
completo análisis de esta sentencia de M.D. Bollo Arocena, “Hamdan v.
Rumsfeld. Comentario a la sentencia dictada por el Tribunal Supremo de
Estados Unidos el 29 de junio de 2006”, Revista electrónica de estudios interna-
cionales, 2006, Nº 12, pp. 1-31.
141. El Secretario de Defensa adoptó el 7 de julio de 2006 un documento cuyo títu-
lo era Application of Common Article 3 of the Geneva Conventions to the Treatment
of Detainess in the Department of Defense, que fue la base de la declaración pre-
sidencial de 11 de julio de 2006 en la se reconoce la aplicabilidad de los
Convenios de Ginebra a tales detenidos.
142. Vid. dicha ley en http://frwebgate.access.gpo.gov.
143. El Tribunal Supremo, en una decisión de 29 de junio de 2007, decidió admitir
a trámite y unir los casos Boumediene v. Bush y Al Ödah v. U.S. para examinar si
la negación del habeas corpus a los “combatientes enemigos ilegales” extranje-
ros es o no es compatible con la constitución americana.
144. Vid. A. Peyró Llopis, op. cit., p. 609. Esta autora señala que los jueces Scalia y
Thomas, de un lado, y Ginsburg y Breyer, de otro, mantienen posiciones radi-
calmente opuestas frente al papel del Derecho internacional en el orden inter-
no y que el resto adoptan posiciones en función de los asuntos (p. 640).
145. Th. Franck, op. cit., 2006, pp. 91-94.
146. Th. Franck, “After Austerlitz: The International System in the Age of Rampant
American Unilateralism”, Austrian Review of International and European Law,
2003, vol. 8, pp. 35-48 propone que Estados Unidos debería aprovechar “sus
quince minutos de gloria imperial”, no para coaccionar mediante el unilatera-
lismo rampante, sino para volver al Derecho y a las instituciones multilatera-
les para generar un nuevo consenso liderado por ellos que fuera percibido por
los demás como comprensivo de objetivos comunes (p. 48).
147 Vid. M. Byers, “International Law and the American National Interest”,
Chicago Journal of International Law, 2000, vol. 1, pp. 257-261; y A.M.
Slaughter, “Building Global Democracy”, Chicago Journal of International Law,
2000, vol. 1, pp. 223-229.
148. Vid. sobre la inviabilidad del orden imperial C. García Segura y A.J. Rodrigo
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Irak, Madrid, Tecnos, 2004, pp. 227-259.
149. Vid. A. Remiro Brotons, “New Imperial Order or (Hegemonic) International
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34, en concreto, pp. 31-33.

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