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Los dientes de una monja acaban de confirmar la gran aportación de las mujeres a los
manuscritos medievales
@flamencastone
“Íntegramente manuscritos, los códices eran realizados por los monjes, los únicos que de
hecho accedían a ellos, además de contados hombres de la nobleza”. Es un fragmento de un
texto publicado recientemente en El País Semanal contando la relevancia cultural de los
famosos manuscritos ilustrados del medievo. En realidad, la literatura de divulgación y parte
de la académica lleva décadas dando por buena esta teoría. Pero un nuevo descubrimiento
acaba de dar un vuelco a esta creencia.
Las investigadoras descartaron dos de tres teorías. Se sabe que el lapislázuli se utilizó también
para la elaboración de medicamentos, y también que los devotos besaban los manuscritos,
como los famosos Libros de Horas, como manifestación de su fervor religioso. Pero estas dos
prácticas no están acreditadas hasta tres siglos después de la vida de nuestro sujeto. La tercera
explicación, y la más plausible, es que la mujer fuese una de las monjas dedicadas a la
elaboración de manuscritos. Es decir, que existían.
Muchos de los manuscritos que nos han llegado no estaban firmados. Los que sí están
firmados lo están en un amplísimo porcentaje por monjes, es decir, hombres. Las
representaciones cotidianas del medievo raras veces ponían a las mujeres como escribas o
redactoras, y los historiadores asumían que cuando aparecían esas mujeres, como la “Dama de
la verdad”, eran mayormente representaciones alegóricas de las musas de los hombres, no
personas reales.
Sí se ha podido constatar, por ejemplo, que durante el boom de la industria, entre los siglos
XIII y XIV, la parte de pintura de este largo proceso de producción se llevaba a cabo por
monjas, principalmente en París, pero se creía que el grueso de la creación de estos libros,
desde los amanuenses hasta los encuadernadores, estaba reservada a los monjes.
Fragmento de una escena del Apocalipsis del Gerona Beatus, un manuscrito español del siglo X
pintado por Ende, una iluminadora de manuscritos femeninos. Este es el primer uso certificado
de lapislázuli por una mujer pintora.
Unas escribas en Sevilla por aquí, unos códices escritos en segunda persona del plural
femenino por allá… Así hasta un total de 4.240 libros en los que se ha certificado la presencia
de mujeres en alguna de sus fases de creación. El monasterio de Dalheim, donde se ha
encontrado el cuerpo de esta monja, se quemó en el siglo XIV. Si sabemos ahora que ella se
dedicaba a la escritura es por el pigmento de sus dientes, ya que la destrucción del centro
eliminó cualquier rastro de libros que hubiesen podido certificar esta autoría.
"La historia de esta mujer podría haber quedado oculta para siempre sin el uso de estas
técnicas. Me hace preguntarme cuántas otras de estas artistas podríamos encontrar en
cementerios medievales", ha dicho Christina Warinner, la coautora de este estudio.