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de la educación
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28 / Pensar la educación
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Elementos conceptuales de la educación / 29
Es cierto. Y buena prueba de ello es que en toda sociedad humana, en todo grupo
humano, más o menos evolucionado, institucionalizado o no, existe el cuidado edu-
cativo, aun cuando cada sociedad establezca sus propias pautas de crianza. La edu-
cación, decía John Dewey (1859-1952), fundamentando su activismo pedagógico,
no es m' tan siquiera preparación para la vida, es «la vida misma». No creemos que
hagan faltan argumentos más sólidos que aquellos que conforman nuestra propia
convicción como seres humanos de 1a importancia y necesidad de la educación en
nuestra sociedad occidental. Y donde la propia extensión del término educación
-—educar ya no es tan sólo acudir" a la escuela, aprender en un determinado período
de tiempo una serie de contem'dos y destrezas sociales que se consideraban sufi-
cientes para toda la Vida— comprende hoy en día dominios y campos muy diversos
que, a su vez, constituyen otras tantas especialidades profesionales. También resul-
ta importante señalar que —independientemente de la reflexión teórica y filosófi-
ca— llegar a ser un buen profesional en pedagogía implica no sólo una formación
científica de carácter específico, sino además, por su continua expansión hacia
múltiples campos de intervención, también exige —y cada vez ma’s— una forma-
ción y aproximación inter y transdisciplinaria.
Por otra parte, parece ser que todas las personas responsables —al menos en
aquellos países que han logrado un cierto grado de desarrollo y, dentro de los mis-
mos, aquellos grupos sociales que tienen la dicha y el privilegio de no verse some-
tidos a una lucha, en ocasiones feroz, por la simple supervivencia cotidiana— al
hablar de educación la piensan desde una conciencia optimizante. Es decir, todos
reclaman y desean la mejor calidad educativa, que es tanto como decir la mejor
calidad de vida y —por añadidura— los mejores profesionales al servicio de la
mejor educación. Y este deseo, a su vez, nos lleva de forma inevitable —y aunque
sólo sea por simple contraste— a pensar que todo aquello que no funciona, todo
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aquello que no va bien, se debe a que falla la educación, a que no se educa en fun-
ción de lo que la sociedad y los propios acontecimientos reclaman.
Como consecuencia de ello surge en los ciudadanos la ilusión educativa; es
decir, que la mayor parte de las personas suponen que todo aquello que no fun-
ciona funcionaría si la educación cumpliese su cometido; o, lo que es igual: si los
responsables políticos y sociales estuviesen convencidos de la necesidad de dotar
al sistema educativo de los mejores medios y recursos tanto humanos como mate-
riales y, por supuesto, sin dejar de estar presente una filosofía que será la que, en
último término, señale las metas hacia donde dirigir la acción educativa.
O lo que viene a significar lo mismo." ¿Que’ modelo de ciudadano? ¿Que’ modelo
de persona se quiere construir? En esta misma línea —y por sólo citar un ejem-
plo—— se expresaba J. L. Vives (1492-1540) cuando escribía que «elfi'n de la edu-
cación está, pues, determinado por la idea que se tenga del hombre». Esta refle-
xión de nuestro gran pedagogo, a pesar de los siglos transcurridos, sigue plena de
vigencia. Y nos debe llevar a una reflexión básica inicial; reflexión que puede y
debe ser hecha no sólo desde la política del propio sistema educativo, es decir, a
nivel de macrosistema, sino también desde el microsistema que representa la acti-
vidad cotidiana de un centro o de un profesor especialista en su materia, en un aula
concreta reflexionando sobre los objetivos y metas que quiere llegar a conseguir
con sus alumnos.
Y esta reflexión básica se traduce en una pregunta muy simple: ¿que’ clase de
ciudadano queremos construir?, ¿que’ clase de persona quiero estimular?, ¿que’ ele-
mentos y capacidades (cognitivas, afectivas o psicomotoras) voy a utilizar, a
impulsar, para conseguir el modelo de persona más acorde para que desarrolle una
existencia digna en la sociedad y en la cultura que le ha tocado vivir?, ¿que’ selec-
ción de contenidos voy a realizar?, ¿en que” contenidos voy a insistir' ma’s?, ¿en los
procedimentales?, ¿en los actitudinales?, ¿en los conceptuales? ¿Quiero educar y
enseñar en el saber?, ¿en el saber hacer?, ¿en el saber ser?, ¿o voy a procurar el
equilibrio entre estos tres modos de sabiduría de los contenidos educativos? Todas
estas preguntas se las debe formular un buen educador, pero todas ellas tendran’
como guía —en último término— la finalidad educativa o finalidades educativas,
como muy bien decía Vives. En efecto, nuestras finalidades vendrán determina-
das, de un modo concreto, por la «idea» que tengamos del ser humano y, de un
modo general, por la filosofía de la acción educativa.
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cia etimológica) como desde una perspectiva operativa, es decir, tratando de seña-
lar el campo y la dirección en la que desarrolla todas sus posibles funciones.
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Sin embargo, el segundo significado nos sitúa ante una acción necesariamen-
te más elaborada y compleja; para hacer salir o extraer algo es necesario el cono-
cimiento de ciertas técnicas y de una cierta programación en el tiempo debida-
mente calculada y, por tanto, correctamente secuenciada. Hay, incluso, quien seña-
, la la diferencia entre ambos términos y significados (específicamente aplicados a
la práctica profesional de la educación) como la opción entre hacer cabezas bien
llenas o construir cabezas bien hechas. O lo que viene a significar lo mismo: ins-
truir con el max’imo posible de contenidos, independientemente de su incidencia
en la vida, en el medio o en la cultura real del individuo o, por el contrario, ins-
truir educando para la vida, en la construcción personal del conocimiento y ense-
ñando a pensar para la solución de los problemas reales con los que el individuo
habrá de enfrentarse a lo largo de su existencia. Educar, en suma, para que las per-
sonas adquieran la máxima autonomía en los diferentes ámbitos de la vida coti-
diana procurando convertir las aptitudes en capacidades.
No obstante, y atenie’ndonos —como lo venimos haciendo— a la raíz etimo-
lo'gica del concepto, existe coincidencia entre ambos verbos latinos en el concep-
to de crianza. Digamos que el concepto de crianza es común a las dos proceden-
cias que hemos analizado. No existe inconveniente alguno en interpretar dicha
coincidencia como la absoluta necesidad primaria y elemental que tiene el ser
humano del inicial cuidado biológico, ya que a diferencia del resto de los seres
Vivos nace en mayores condiciones de precariedad, como nos decía líneas más
arriba Manganiello.
Sin embargo, ambos conceptos difieren en la atención educativa posterior,
sobre todo a nivel institucional. Hasta tal punto que, alrededor de ambos concep-
tos podríamos situar concepciones diferentes de modelos educativos, o bien esti-
los educativos divergentes. Unos más conservadores y perennialistas y otros más
progresistas y dinámicos como se muestra en la figura 1.1. Evidentemente, esta
afirmación no tendría sentido si no tuviéramos en cuenta la propia evolución his-
tórica del pensamiento y de las concepciones ideológicas de la vida y del mundo,
así como del progreso de las ciencias y de la tecnología.
En otro orden de consideraciones, ya independientes de 1a procedencia etimo-
lo'gica —y para cerrar esta primera aproximación conceptual a la educación se
puede afirmar, en la línea que lo expresan A. J. Colom Cañellas y L. Núñez
Cubero (2001:21)3, que para que podamos hablar de educación se tienen que dar
tres condiciones básicas: «a) un planteamiento o programa moral; b) la condición
Sine qua non de la inteligencia, y c) ciertos grados de intencionalidad».
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— Estilo convencional
l Intencionalidad
l
— Estilo progresista
— Educación «cerrada» — Educación «abierta»
- formal - constructiva
0 sistemática ° relacional-interactiva
— La clase como grupo normativo — La clase como grupo criteria]
0 normas ya establecidas ° normas a establecer
— La clase como grupo homogéneo — La clase como grupo heterogéneo
o igual criterio para todos ° atención a la diversidad
— Predorninio de la moral heterónoma - Predominio de la moral autónoma
—— «Cabezas» bien llenas — «Cabezas» bien hechas
/!
Y justamente aquí es donde encontramos la gran diferencia que se da entre el i ll
hombre y el animal, ya que para hablar de educación es necesaria la existencia de
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unos mínimos requisitos axiológicos como son poseer unas creencias, practicar
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unos valores y dotarnos de una concepción de la Vida y del mundo. M y f
En consecuencia, es normal que todas las culturas y sus intelectuales más sig-
nificativos se hayan preocupado por definir lo que era la educación. En el caso
concreto de nuestra tradición cultural —y por tornar alguna referencia inicial—,
desde Sócrates hasta John Dewey, pasando por Locke, Rousseau, Kant y Herbart,
todos nuestros grandes pensadores, en algún momento de su reflexión sobre el
universo, la naturaleza y el ser humano, se han preocupado de tratar de explicar-
nos que’ entendían por educación.
Ahora bien, no resulta suficiente abordar el sentido de la educación tan sólo
desde esta dimensión etimológica, aunque nos conduzca a unas primeras reflexio-
nes no exentas de intere’s en relación con lo que debamos entender por educación.
Conviene trascender este primer nivel y tratar de llegar a una comprensión del te'r-
mino en función de su capacidad operativa, es decir, desde la influencia de su
acción en el desarrollo de la vida de las personas, de los grupos y de las socieda-
des. O lo que viene a significar lo mismo, precisar muy bien el sentido de la acción
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educativa, ya que, como afirma Gaston Mialaret (1977: 11)4, «las palabras tienen
su historia, y podrían evitarse numerosas discusiones si se procurara precisar
bien el sentido con que se las utiliza». Y esta afirmación se puede completar
diciendo que tanto el sentido como el significado de la acción educativa variará en
función del «campo operacional» en el que ejerza su actividad y las relaciones que
mantenga con cada uno de los elementos que conforman dicho «campo» en el que
habrá de intervenir.
La educación es, antes que nada, una actividad y, por consiguiente, conviene
caracterizarla en función de la misma. Ahora bien, estamos obligados a pregun-
tamos ¿que’ clase de actividad es? A esta cuestión —en principio- se puede res-
ponder diciendo que se trata de una actividad específicamente social y que como
tal cumple unas finalidades propias, que vienen determinadas por el tipo de fun-
ciones que desarrolla y el dominio al que se dirige:
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4.:
A todo este juego complejo defuerzas interactuantes hoy tendríamos que aña-
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dir' un nuevo concepto que va mucho más allá de lo que hasta no hace mucho ve-
níamos entendiendo la mayoría de las personas por sociedad, y que añade aún
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mayor complejidad al término. Nos referimos al concepto de sociedad de la infor-
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mación, como paradigma de una sociedad que —a partir de la aparición de las
nuevas tecnologías de la información—-— ya no sólo tiene su principal cometido en
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la producción de bienes materiales, sino de conocimiento y que nos sitúa ante nue-
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vos modelos del ejercicio de la economía y ante nuevos modelos de comunica-
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ción. Una sociedad que plantea problemas y conflictos hasta hace nada inéditos y
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de compleja solución. Una «sociedad-red», en términos de Manuel Castells
(1999:29)8, y en la que, como expresa este mismo autor, «es cada vez más habi-
tual que la gente no organice su significado en tomo a lo que hace, sino por lo que
es o cree ser. Mientras que, por otra parte, las redes globales de intercambios ins-
trumentales conectan o desconectan de forma selectiva individuos, grupos, regio-
nes o incluso países según su importancia para cumplir las metas procesadas en la
red, en una corriente incesante de decisiones estratégicas. De ello se sigue una
división fundamental entre el instrumentalismo abstracto y universal y las identi-
dades particularistas de raíces históricas. Nuestras sociedades se estructuran cada
vez más en tomo a una oposición entre la red y el yo».
Es dec1r', estamos sin lugar a dudas ante un nuevo modelo de sociedad —socie-
dad globalizada— en la que urge que la educación establezca con claridad su come-
tido y sea capaz de dar respuesta a los nuevos problemas que de ella se derivan.
Desde la perspectiva particular, es decir, referida a las relaciones que puede
mantener sobre individuos y grupos singulares, la actividad educativa se podría
explicar y desarrollar teniendo en cuenta las múltiples y diversas funciones que
7 Clausse, A. (1975): La relativite’ e'ducatt'onnelle. Esquisse d’une histoire et d’une philosophie de l’e'-
cole, Nathan-Labor, Paris/Bruxelles.
3 Castells, M. (1999): La era de [a información. Economia, sociedad y cultura, vol. I: La sociedad
red, Alianza Editorial, Madrid.
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1. Una visión justa, digna y pertinente del ser humano, considerado como
sujeto de educación integral.
2. Una visión deforrnada y distorsionada del ser humano, considerado como
sujeto más de instrucción que de educación y que satisfaga los intereses
generales de la economía interna de la sociedad a la que pertenece.
3. Una Visión incluso negadora del ser humano, considerado como instru-
mento puesto al servicio exclusivo y temporal de los intereses ideológicos
y económicos de una e’lite dominante. En este caso se trataría de hacer
de las personas seres sumisos y domesticados, antes que instruidos o edu-
cados.
A lo largo de la historia —basta hacer un ligero recorrido por ella—- nos encon-
tramos con ejemplos de estas tres visiones que en numerosas ocasiones se han cons-
tituido como altemativas excluyentes en la lucha por alcanzar la dignidad humana,
y en las que la educación ha tenido un papel fundamental. A su vez, estas tres posi-
bles altemativas de las finalidades educativas son las que nos van a permitir ejercer
un análisis objetivo en torno a la realidad de los intereses que persigue un determi-
nado medio histórico en relación con el modelo de educación que practica.
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«La cultura comprende todos los aspectos del entorno humano realizados por
el hombre. Lo que incluye dos grandes grupos de cosas: I ) la herencia de bienes,
de instrumentos, de instituciones, de procedimientos técnicos, de lenguas, de sis-
temas econo’micos, de ideas y de valores; 2) los procedimientos por los cuales
estos objetos, estos materiales, estas ideas fueron adquiridas y desarrolladas en
el pasado, los procedimientos por los cuales cosas nuevas son creadas en el pre-
sente y en elfuturo. Cuando un pueblo pone el acento sobre su herencia y olvida
los procedimientos que la han creado y deben modfiicarlo, la cultura es relativa-
mente esta'tica. Cuando un pueblo pone el acento sobre una apreciación crítica
de los procedimientos por los cuales esta herencia ha sido adquirida y puede ser
mejorada en el porvenir, la cultura es relativamente dina’mica»“.
Esta’ claro que podemos afirmar que ese primer «grupo de cosas» que Hopkins
incluye en su definición de cultura (la herencia de bienes, de instrumentos, de ins-
'° Tomamos como referencia para estas distinciones las ofrecidas por Arnould Clausse en su obra
(1955): Une doctrine socialiste de l’e’ducation, Arnicale Fe'de'rale du Personnel Enseignant Socialiste de
l’Arrondissement de Lie‘ge, Lie‘ge.
“ Hopkins, L. Th. (1941): Interaction: the Democratic Process, Heat and Company, Boston.
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Ello quiere decir que la civilización se nos presenta con ciertos rasgos estáti-
cos: vendría a ser lo producido por y para el hombre y se caracterizaría porque
——fuera de todo juicio de valor— esas «cosas producidas» están ahí. En cambio,
la cultura debe ser necesaria y absolutamente dinámica. Y ¿cuál sería la función
de la educación en relación con la cultura y con la civilización? La respuesta es
bien fácil: la función de la educación consistirá en saber crear en los individuos
esa apreciación crítica de los procedimientos y no tan sólo la transmisión de los
mismos. La educación deberá procurar desarrollar una función realmente de sín-
tesis; es decir, la educación debería llegar, en buena ley, a confundirse con la cul-
tura, ya que ello supondría que el individuo estuviera en todo momento al corrien-
te de las grandes manifestaciones de la actividad humana y que, a su vez, fuera
capaz de realizar sobre ellas un juicio de valor personal.
Esta afirmación, mutatis mutandis, nos debe llevar igualmente a considerar
que —por la misma razón— civilización y cultura, pueden llegar a ser concep-
tos antinómicos si se consideran desde una perspectiva educacional. La civili-
zación está compuesta de un conjunto de hechos, de nociones y de concepcio-
nes consideradas como realidades, es decir, fuera de todo juicio de valor. Estas
realidades pueden ser materiales, económicas, políticas, morales, estéticas, etc.
De ahí que —en principio- la civilización sea esencialmente estática, aun
cuando cada civilización comporte una estructura ideológica que se puede defi-
nir por la suma de las intenciones que la animan y de las interpretaciones que
nos propone de la naturaleza, de la vida y del hombre. Por el contrario: «a este
conjunto de hechos se opone la cultura que es comprensión, juicio, aprecia-
ción, reflexio'n, sensibilidad, conciencia. La cultura es un acto permanente y
sin cesar renovado del espíritu>>12. Y ¿cuál sería en este orden de consideracio-
nes la función principal que la cultura ejercería? La respuesta es bien sencilla:
la aplicación por parte del sujeto —entie’ndase del alumno, si se prefiere- del
espíritu crítico sobre esa realidad —a veces muy compleja— para forjarse
sobre ella un juicio de valor.
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La cultura, pues, se observa que tiene una función catalizadora en relación con
los fenómenos de la «nurture», es decir, del desarrollo y crianza de los seres huma-
nos, ya que debe seleccionar de entre las realidades existentes aquellas que deben
ser aprendidas porque representen un valor educativo que no aliene la capacidad
de progreso humano. Y atañe tanto al aprendizaje como a la educación, pero el pri-
mero debe estar al servicio de los bienes culturales, que es tanto como decir del
hombre mismo y de la colectividad. Debe ser, por otra parte, real y directa, es
decir, que se debe adquirir por el contacto directo de nuestro yo más supremo
—de nuestra inteligencia— con las realidades de la vida.
Por ello mismo, la mejor definición que se puede dar de la cultura es decir de
ella que es una disponibilidad del espíritu que no se adquiere por una simple gim-
na’stica intelectual. Y es en este punto donde interviene de forma decisiva la idea
de una educación permanentemente nueva; entendiendo por nueva, que debe estar
en continuo proceso de elaboración y construcción. Como una tarea nunca acaba-
da, siempre por construir.
Y aquí es donde las relaciones entre educación y cultura adquieren su verda-
dera dimensión social, ya que el divorcio entre educación y cultura será tanto más
grande cuanto la sociedad sea conservadora y estática, como es el caso de las
sociedades tradicionales.
Según todo lo expuesto se podría afirmar con Werner Jaeger (1967z3)16 que
«todo pueblo que alcanza un cierto grado de desarrollo se halla naturalmente incli-
nado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la
comunidad humana conserva y transmite su peculiaridadfi’sica y espiritual»; y se
podría añadir' que también la transfonna. El problema, pues, en un último análisis se
aparece como la aceptación o no aceptación de la evolución y el progreso; como un
hecho inherente a la dinámica rru'sma de este sistema complejo que es la sociedad a
la que todo hombre pertenece. Aceptarlo significa poner en marcha todo un proceso
de educación crítica que se asnru'le e incluso se confunda con la cultura.
'6 J aeger, W. (1967): Paídeia: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México.
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