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TRILEROS DE LA IGUALDAD: “NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ”, TODO

IGUAL, COMO SIEMPRE. EL POSMACHISMO


Miguel Lorente Acosta
(Capítulo del libro “Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros”)

Los hombres han cambiado mucho a lo largo de la historia, lo


mismo que lo ha hecho la sociedad, especialmente en estos
últimos años. Si miramos atrás comprobamos que nada se parece
siquiera a lo que era hace una década, todo se ha modificado
como parte de un mundo que ha acelerado los procesos
transformadores a todos los niveles. No obstante, en esencia,
todo sigue igual: los hombres como referencia y la sociedad
asentada sobre la desigualdad. Y no puede ser casualidad que
ante tantos cambios, ante modificaciones tan marcadas como ha
supuesto la globalización y el multiculturalismo, el sistema de
valores haya soportado los envites del cambio y se mantenga
sobre las mismas referencias.

“Todo sigue igual, como siempre”. El resultado es objetivo,


pero la situación es un poco mas compleja de lo que parece.
Ante la permanencia de esas referencias tradicionales caben dos
posibilidades: Puede ser que las cosas sean “como siempre”
porque sigan igual, o pueden “seguir igual” porque todo es como
siempre. La clave está en entender si se trata de un proceso
evolutivo o de una situación estática que no se ha modificado
en nada a pesar del paso del tiempo y de la llegada de nuevas
circunstancias.

Y aunque en principio pueda parecer que lo que permanece lo


hace por soportar sólidamente las fuerzas que intentan
cambiarlo, en ocasiones ocurre lo contrario y dura más aquello
que se protege dentro de una estructura flexible. Nuestra
cultura es evolutiva, como la propia naturaleza humana, si no
hubiera sido así y hubiera intentado permanecer bajo las
primeras referencias, tarde o temprano habría fenecido ante la
imposibilidad de soportar y contrarrestar toda la dinámica de
cambio que surge ante unas circunstancias que se van
modificando. Sin embargo, a pesar de esa evolución la cultura
“sigue igual”, permanece como siempre en su esencia, en esos
valores y estructura que le dan sentido, pero para ello ha
necesitado cambiar en las formas y en los elementos más
superficiales, en aquellas partes que rozan directamente con
las nuevas circunstancias para pulirlas y evitar de este modo
el desgaste de toda la estructura.

A pesar de ello, junto a las fuerzas que han existido en todo


momento para intentar corregir la desigualdad y la injusticia
que se deriva de ella, poco a poco se han unido acciones e
iniciativas más activas y organizadas, proceso que culminó en
el siglo XVIII con la Revolución Francesa y la Ilustración. A
partir de ese momento el feminismo comienza su lucha a favor de
la igualdad entre hombres y mujeres, restándole paulatinamente

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espacio a la desigualdad. Primero fue el voto, después el resto
de derechos y oportunidades.

La crisis de la posmodernidad llevó a un replanteamiento de los


problemas existentes en la sociedad bajo unas nuevas
referencias, entre ellos el de la desigualdad entre hombres y
mujeres, que encontró en ese contexto posmoderno las
condiciones idóneas para profundizar en su significado, no sólo
para corregir algunas de sus manifestaciones. Por primera vez,
junto a la crítica política, cultural, filosófica… aparecieron
nuevas circunstancias sociales que ponían en tela de juicio la
construcción de la desigualdad y la realidad que había creado.
Ya no se trataba tan sólo de debatir sobre los tiempos y
espacios ocupados por hombres y mujeres, ahora lo que estaba en
cuestión era lo que se entendía que significaba ser hombre y
ser mujer, lo que era la identidad masculina y femenina, y con
ello la crítica al modelo único y exclusivo que había sido
adoptado históricamente.

La situación para el orden establecido y para sus guardianes y


referencias, los hombres, era bastante más seria que la
discusión sobre las circunstancias. Lo que estaba en juego eran
las identidades, no las funciones, pero con el agravante de que
si se modificaban las identidades se cambiarían también las
funciones desarrolladas por hombres y mujeres, y lo harían no
como una cesión o como una concesión, sino en términos de
derechos y, por tanto, de responsabilidades.

En estas circunstancias si fallaba la primera condición y las


mujeres no ocupaban su rol esencial de esposas y madres, la
identidad masculina sobre las funciones de esposos y padres se
desmoronaba, tanto por el temor al rechazo como por las
consecuencias que surgían en unas circunstancias más iguales
por medio de un pacto distinto en la distribución de los
papeles dentro de la relación. Y si se venía abajo la identidad
masculina caería también la estructura que mantenía en pie la
construcción de la desigualdad.

El posmachismo fue la reacción crítica contra los avances de la


igualdad y del feminismo al coincidir los logros de las
políticas igualitarias con el contexto social, político y
cultural de la posmodernidad. Estas circunstancias facilitaron
que la percepción de la realidad se vivera como una crisis
interna, no como había ocurrido hasta entonces, que los
problemas eran vividos como elementos externos, casi ajenos a
quien los sufría. La persona pasa a ocupar un papel relevante,
ya no sólo aparece como quien sufre el problema, ahora también
se presenta como responsable de la solución.

El posmachismo necesitó de la posmodernidad para surgir,


desarrollarse y estructurarse, si bien conforme van
evolucionando el distanciamiento se hace mayor, en gran medida
debido al distinto carácter que tenía cada una de las

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posiciones. La posmodernidad nace de la crítica a los
enunciados de la Ilustración ante las nuevas circunstancias y
la percepción de su fracaso, mientras que el posmachismo
impregnado de estos valores en su inicio, conforme ganó
velocidad, fueron desprendiéndose para revestirse de un interés
claramente utilitarista en la consecución de objetivos
concretos que pasaban por reforzar los valores clásicos del
patriarcado.

“DE CASTA LE VIENE AL GALGO”. LA CONDICIÓN POSMACHISTA

El posmachismo recoge todo lo peor de la posmodernidad para


intentar mantener lo existente, a diferencia de la
posmodernidad que buscaba superarlo. El posmachismo aparece en
una fase avanzada de la posmodernidad. Existen elementos
comunes que dan significado y coherencia a su aparición, entre
ellos destacamos el hecho de que su nacimiento procede de una
crisis vivenciada como un fracaso y generadora de un cierto
desencanto y desasosiego. Pero en el posmachismo, a diferencia
de la posmodernidad, que parte del presente para cuestionar el
pasado inmediatamente anterior, la crítica nace en la crisis
del presente, pero viene a cuestionar el futuro resultante de
la consolidación del momento actual, para lo cual recurre a las
referencias del pasado alrededor de los valores del
patriarcado.

El posmachismo no surge de los cambios o de las crisis, sino


que nace por los cambios. Se trata de un fenómeno reactivo y no
va a favor del tiempo (no es evolutivo), ni de la dinámica (no
forma parte armónica del contexto crítico), sino que busca un
espacio propio para tratar de superar la crisis que afecta a
los valores que defiende a partir de una posición de ruptura.
Una quiebra que en la posmodernidad intenta romper con las
referencias de la Ilustración, y que en el posmachismo intenta
minar el proceso evolutivo del feminismo y del movimiento de
mujeres para así restaurar las referencias patriarcales
sustituidas o desplazadas.

La propia idea del posmachismo ya aparece como una trampa


dirigida a conseguir el objetivo de mantener la desigualdad y
las posiciones de referencia de los hombres. En teoría se
presenta como un planteamiento ausente de ideología, pero sólo
es la apariencia, puesto que está cargado con todas las ideas
del modelo tradicional de la desigualdad, lo único que al
aparecer en armonía con el contexto, y al ser camuflado dentro
de una estrategia que lo invisibiliza como planteamiento,
parece ser neutral. Dentro de sus tácticas está la crítica a la
situación presente sin una reivindicación de los valores que
defienden o que intentan hacer prevalecer, al menos de manera
explícita. Esta circunstancia reviste a las propuestas del
posmachismo de una aparente neutralidad muy útil a la hora de
conseguir adeptos que las secunden, y de facilitar su

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incorporación a los planteamientos más diversos, aunque ello
impida formar una estructura coherente que dé significado a las
diferentes propuestas que hacen, por ejemplo, hablar por un
lado de la perversidad de las mujeres sobre el mito de la “Eva
perversa”, y por otro presentaras como madres y esposas
amantísimas, base de la familia y de la sociedad. Les da igual,
se trata de un juego tramposo, lo importante es conseguir la
crítica y la ruptura que se hace desde la igualdad. De este
modo, si se consigue contrarrestar lo que actúa contra lo
previamente establecido, al final lo que se consigue, sin
necesidad de hacer ninguna propuesta ideológica, es que
permanezcan los valores de los planteamientos asentados sobre
el orden existente.

TRILEROS DE LA IGUALDAD

Los avances de la igualdad, del movimiento de mujeres y del


feminismo, tuvieron su reflejo en la sociedad a través de una
mayor presencia de las mujeres en los espacios tradicionalmente
ocupados por los hombres, y en una forma diferente de estar
presente a través de las nuevas roles y funciones que pudieron
asumir. La igualdad trajo oportunidades para las mujeres, pero
también independencia, autonomía y libertad. Ya no era
necesario ser “mujer de” o “hija de” para poder disfrutar del
espacio público como lo hacían los hombres sin ser cuestionadas
por ello, ya bastaba con ser mujer. Mujer y nada más, y nadie
más.

Esta nueva actitud y presencia también abrió las puertas a


entender la identidad de las mujeres sobre sí misma, no sobre
las referencias de una identidad tradicional que las presentaba
orientadas a los demás, lo cual aceleró el proceso de cambio
que llevó a una mayor y diferente forma de estar y convivir en
sociedad. Las consecuencias aparecieron de inmediato en el
terreno personal, familiar y laboral, pero, sin duda, una de
las esferas donde el impacto fue más marcado, tanto por el
cambio en sí como por la percepción del mismo por la sociedad,
fue en la sexualidad, con la llamada “revolución sexual” y el
control de la fecundidad por medio de los anticonceptivos
orales, la llamada “píldora”.

Las mujeres cambiaron su identidad y su comportamiento social,


y con ello cuestionaron la identidad tradicional de los
hombres, en gran parte construida y dirigida a mantener la
división histórica de funciones entre hombres y mujeres. Por
primera vez los hombres, acostumbrados a la masculinidad como
referencia universal, tomaron conciencia de la “masculinidad
delimitada”, es decir, de la presencia de algo más y diferente
a lo de los hombres con reconocimiento social, circunstancia
que se vivió como una situación hostil y crítica, lo cual dio
lugar a la respuesta del posmachismo. Un posmachismo que baja a
cuestiones prácticas del día a día, pero que sobre todo busca

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jugar con las ideas y los sentimientos para buscar la
desorientación necesaria que lleve a la pasividad, y con ella
que todo continúe como había venido siendo.

Para ello recurre a los elementos que la posmodernidad pone a


su alcance, entre ellos el de la imagen. El posmachismo es una
trampa en las trampas, juega con el contexto para crear unas
referencias y unas imágenes que faciliten la interpretación y
aceptación de los mensajes que se mandan desde distintas
posiciones con el objetivo de mantener las referencias
tradicionales.

El posmachismo necesita crear su propia estética y romper con


la imagen rancia y viril de un machismo cuestionado y
desplazado, para de ese modo hacer que sus propuestas e ideas
tengan credibilidad. Ya no es suficiente la idea de autoridad
masculina ni la amenaza de la fuerza. El terreno no le es
propio y la presencia de mujeres en una sociedad receptiva a la
igualdad y a las nuevas formas de relación (personal, laboral,
familiar) hacen imposible mantener como referencia única la
imagen tradicional de los hombres. El posmachismo surge en este
contexto como un mecanismo adaptativo a las nuevas
circunstancias. Y lo hace para permanecer, no para cambiar,
aunque todo esté revestido de cambios aparentes, de ahí su
naturaleza tramposa.

De alguna manera los hombres necesitan “feminizarse” en su


estética, tanto en la forma, se preocupan por la imagen, ropa,
moda, el qué dirán, resultar atractivo,… y adoptan elementos de
identidad grupal sobre estos elementos (yuppies, metrosexuales,
urbanitas, vigorexia,…) como en el fondo a la hora de
presentarse, en el que se observa que hay un recorrido que
intenta una “igualación” con la posición tradicional de las
mujeres y con sus roles. Así, por ejemplo, se reivindica la
figura de los hombres como padres, se recurre a la utilización
de la imagen del hombre como objeto en la publicidad, se le
ridiculiza en series de TV y anuncios por mujeres, se presenta
la prostitución masculina como una situación equiparable a la
de las mujeres…

Esta estética incorpora a la mujer como su gran aliada y como


defensora de estos hombres en su papel de compañeros ideales,
pero va más allá para no sólo encontrar el respaldo de muchas
mujeres, sino para reproducir también las formas e incorporar
algunas de las estrategias de la lucha histórica del movimiento
de mujeres. Bajo este diseño se organizan en grupos muy
diferentes, pero todos con el objetivo común de la defensa de
lo masculino, llevan a cabo acciones similares a las del
movimiento feminista, e intentan llegar a la sociedad
demandando respuestas y soluciones a un problema que es de la
sociedad, no sólo de los hombres.

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El relativismo dominante de la posmodernidad es aprovechado
para, al mismo tiempo que se habla de los problemas que afectan
a las mujeres, compararse a ellas y presentarse como víctimas o
hacer referencia a situaciones de discriminación o a las
dificultades para desarrollarse como padres. Y se va más lejos
en esta dirección para recurrir al igualitarismo en sus
reivindicaciones y en la crítica hacia las mujeres, que es
confundido con la igualdad como valor asentado en los Derechos
Humanos, pues mientras que esta es exigible y universal, la
matemática del igualitarismo siempre se puede controlar y
dosificar desde una posición de poder.

Esta imagen del posmachismo se ve reforzada con otra de las


características de la posmodernidad incorporada a su
estrategia: el mensaje. El posmachismo no cuenta con una
ideología propia, en el sentido de diferente a los
planteamientos patriarcales del machismo histórico, y sólo
busca neutralizar y contrarrestar las reivindicaciones del
movimiento de mujeres para que continúen prevaleciendo las
ideas dominantes de la tradición. La reflexión y acciones del
posmachismo se presentan, por tanto, inconexas y aisladas sobre
cada una de las cuestiones que quieran ser neutralizadas, y en
lugar de ir acompañadas de una valoración profunda sobre el
significado de sus propuestas, lo que se busca es jugar con la
idea del mensaje y las estrategias de marketing. De este modo
se impacta en la sociedad y se obtiene rentabilidad inmediata
sobre cuestiones puntuales que generalmente afectan a los
grupos que las tratan de contrarrestar, aunque entren en
conflicto con el mensaje de otros grupos. Al final el objetivo
es que la suma de todos cuestione la situación general
incidiendo sobre amplios sectores de la sociedad, algo que se
consigue con esa estrategia activa y sumatoria, aunque a veces
pueda resultar contradictoria.

Toda la estrategia de marketing basada en la imagen y los


mensajes culmina con la delimitación de sus referencias y
mediante el refuerzo de su identidad. Tiene que quedar muy
claro “lo que no son”, pues la actitud de feminización que
adoptan para darle credibilidad a su mensaje puede generar
cierta desorientación, circunstancia que tratan de evitar
manteniendo unos límites nítidos respecto a todo aquello que no
debe ser confundido con sus posiciones. No importa tanto tener
una identidad clara y fácilmente reconocible, algo contrario a
la estrategia de camuflaje y difícil ante la subjetividad y el
relativismo imperante, como el no ser confundido con “otras
identidades”, de ahí que recurran a lo que hemos denominado
“identidad por contraste”, en el sentido de definirse en
negativo y buscar más un “yo soy yo en cuanto que no soy tú”
que definir una identidad en positivo. De este modo la
homofobia está muy presente en muchos de los discursos, tanto
en el plano sexual (homosexualidad) como en el de las ideas,
especialmente contra los hombres feministas, que son
considerados como traidores, falsos hombres, hombres sometidos,

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sin personalidad, criterio o carácter,… y toda una serie de
calificativos que tratan de demostrar con sus ideas e
implicaciones.

TODO IGUAL, COMO SIEMPRE. LA “IGUALDAD” COMO TRAMPA

El posmachismo es una de las últimas trampas que la cultura


patriarcal ha puesto en práctica, aunque su origen se remonte a
la década de los 80. El posmachismo busca jugar con la
normalidad como argumento y hacerlo en nombre de la igualdad,
de manera que todo lo que sea corregir la desigualdad, que
lógicamente se dirige a atender a las mujeres que sufren sus
consecuencias, es presentado como un ejemplo manifiesto de
desigualdad por no contemplar dentro de esas medidas a los
hombres. Incluso llegan a presentarlas como un ataque contra
ellos, puesto que muchas de estas iniciativas buscan modificar
las causas que dan lugar a los problemas de la desigualdad,
causas que radican en los privilegios que la cultura les ha
concedido a los hombres, es decir, en los privilegios que los
hombres se han dado a sí mismos.

El posmachismo lo tiene fácil porque juega en campo propio, es


cierto que parte del público ha cambiado y se ha vuelto más
crítico, pero el contexto social es el mismo creado por la
cultura de la desigualdad. Por eso no busca hacer un
planteamiento alternativo a la igualdad, ni proponer una
especie de negociación o consenso para ceder en algunos
privilegios a cambio de mantener otros. El posmachismo pretende
que continúen las mismas referencias tradicionales, no otras, y
para ello su estrategia es generar cierta confusión y
desorientación, porque esa desorientación se traduce en duda,
la duda en una distancia que lleva a que la gente no se
posicione respecto al tema en cuestión, esta distancia se
traduce en pasividad, y la pasividad en que todo continúe como
estaba, es decir, bajo las referencias de la desigualdad.

Por eso el posmachismo no plantea alternativas y sólo critica


aquello que viene a cuestionar las referencias y valores
tradicionales. Según ese planteamiento, el ataque dirigido a
las críticas que cuestionan la desigualdad existente sirve para
desgastar el argumento de la igualdad, y para generar la duda
que lleva a la pasividad cómplice con la continuidad del modelo
tradicional. Si se critica aquello que cuestiona a la
desigualdad, y de ese modo se genera una duda, el resultado es
que permanece la desigualdad. Así, por ejemplo, si se habla de
violencia de género el posmachismo plantea como argumento que
hay muchas “denuncias falsas” que las mujeres utilizan para
sacar beneficios en contra de los hombres, y al separarse
“quedarse con la custodia de los niños, la casa y la paga”.
Como se puede ver, no niega la existencia de violencia de
género, pero generan la duda sobre su realidad al cuestionar su
dimensión y al decir que todo ello es producto del interés del

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feminismo y determinadas organizaciones de mujeres que se ven
beneficiadas al imponer su visión particular de la realidad. Y
para ello se aprovecha de la ventaja que da jugar con el mito
tradicional de la “mujer mala y perversa” que la cultura ha
puesto al alcance de cualquiera cuando lo necesite.

Esa duda es suficiente para que no se produzca la necesaria


implicación en la erradicación de esta violencia por entender,
como ha ocurrido a lo largo de la historia, que aun siendo
violencia prevalece el carácter privado de la relación, y la
supuesta decisión de la mujer cuando no denuncia y continúa
dentro de la relación violenta. Como si fuera un acto libre de
consentimiento explicado en clave interna, no una conducta
violenta de dominio y control ejercida paulatinamente por el
hombre hasta llegar a las agresiones.

Es la estrategia del posmachismo, generar la duda, bloquear el


planteamiento a favor de la igualdad o incluso volverlo en
contra del propio objetivo de la igualdad, y para ello utiliza
una forma diferente a los argumentos y estrategias
tradicionales, que siguen presentes y sirven para presentar al
posmachismo como una posición diferente al machismo
tradicional, y así ser más eficaz. “Nosotros no somos así”,
dicen los posmachistas ante los argumentos más directos y
frontales del machismo, pero persiguen lo mismo y lo consiguen
con más eficacia al cambiar el mensaje en la forma y en el
contenido.

Los elementos que predominan en los planteamientos posmachistas


son la neutralidad, el cientificismo, el interés común, el
argumento del beneficio económico para quien hace los
planteamientos a favor de la igualdad, y la idea de imposición
y adoctrinamiento intrínseca a la igualdad como parte de una
ideología excluyente.

La teórica neutralidad en sus planteamientos pretende marcar


distancias con las iniciativas que se proponen desde los
movimientos a favor de la igualdad y el feminismo. El
posmachismo dice que ellos no quieren beneficiar a hombres ni a
mujeres, que ellos buscan lo mejor para todos, y de este modo
hacen una crítica directa a las medidas de igualdad dirigidas a
las mujeres, como si están fueran parte de un privilegio por
ser mujeres, cuando en realidad son actuaciones dirigidas a
abordar las consecuencias sufridas por la desigualdad, bien
sean en forma de violencia, discriminación, o cualquier otro
tipo. Es como si un programa de salud basado en la vacunación
de las personas en riesgo ante una enfermedad infecto-
contagiosa fuese criticado por no vacunar a toda la población.
No tiene sentido y resulta ridículo, pero estos mismos
planteamientos cuando se hacen en temas de igualdad suelen
tener mucha receptividad al jugar con los valores y los
prejuicios existentes. Al final obtienen resultados, puesto que

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con este tipo de planteamientos evitan corregir la desigualdad
y reconocer las causas que dan lugar a ella.

El cientificismo también busca romper con la posición del


feminismo y de la igualdad. El posmachismo parte de la base que
la igualdad es un planteamiento ideológico, no una realidad,
puesto que para ellos la realidad está en la desigualdad y en
la necesaria distribución desigual de funciones entre hombres y
mujeres. Para reforzar sus propuestas y marcar distancia de un
teórico planteamiento ideológico, recurren al dato, y para ello
manipulan estudios y resultados de manera que sean sintónicos
con los que plantean desde su posición ideológica. Por ejemplo,
los estudios del Consejo General del Poder Judicial indican que
aproximadamente el 30% de las sentencias por violencia de
género no son condenatorias, y el posmachismo concluye sobre
este dato que el 30% de las denuncias son falsas al no acabar
en condena. Con ello generan la confusión en la sociedad e
indican que las denuncias falsas están presentes en un
porcentaje elevado del total, cuando en realidad una sentencia
no condenatoria no indica que la denuncia haya sido falsa,
simplemente que los elementos de prueba existentes no son
suficientes para romper la presunción de inocencia que ampara
al acusado. Esta circunstancia, por otra parte, no es
infrecuente en una violencia que se produce tras los muros del
hogar, sin testigos y que se suele denunciar días después a la
comisión de los hechos. Pero da igual, lo importante es generar
confusión y hacer que se dude de la realidad de la violencia de
género.

El interés común parte del juego anterior y pretende reforzar


la idea de que el posmachismo es quien en verdad defiende la
igualdad buscando lo mejor para toda la sociedad, para hombres
mujeres, niños y niñas, no como las medidas de igualdad que
sólo se centran en las mujeres y que, incluso, se dirigen
contra los hombres. Este elemento está muy relacionado con lo
que he denominado “Igualdad.0” (igualdad punto cero). Se trata
de una estrategia que busca descontextualizar el significado de
las políticas y medidas de igualdad, y desnaturalizar el
movimiento de mujeres y el pensamiento feminista que
históricamente ha puesto de manifiesto la realidad de la
desigualdad con su significado, es decir, como parte de una
cultura patriarcal que necesitaba de la desigualdad para
mantener sus valores y conseguir sus objetivos.

El posmachismo intenta poner el contador de la desigualdad a


cero y empezar a actuar en “igualdad” para hombres y para
mujeres, como si no existiera desigualdad y como si no
estuvieran aún presentes las causas y la estructura cultural
que ha generado y genera la desigualdad. De este modo no sólo
impide que se alcance la igualdad, sino que, sobre todo, vacía
de significado la situación de la desigualdad y evita hacer un
planteamiento profundo que vaya más allá de la corrección

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puntual de aquellos elementos y situaciones que sean
cuestionadas por la sociedad en cada momento determinado.

Como se puede ver hacen sus propuestas sin un significado que


explique la situación de la desigualdad como parte de la
cultura, sin un reconocimiento histórico de lo ocurrido ni de
sus causas, y sin aplicar medidas específicas sobre quienes
sufren el impacto de la desigualdad, y todo ello planteado en
nombre de la igualdad. Con todo ello, el objetivo del
posmachismo de mantener las referencias tradicionales está
garantizado.

Pero además, por si todo esto fuera poco, al margen del


cuestionamiento implícito a sus propuestas, el planteamiento
posmachista incluye dos elementos críticos directos hacia la
igualdad como parte del marketing, pues no son elementos
específicos de la igualdad, pero sí argumentos que cuentan con
mucha receptividad en el momento actual.

Uno de ellos es la referencia al beneficio económico de quien


plantea las medidas de igualdad. Todo se presenta como una
forma de “ganar dinero”, de “beneficiar a las organizaciones
afines o a gente cercana”, o de poner en marcha servicios que
no sirven para nada salvo para “colocar a los amigos y a las
amigas”. Y por supuesto, todo ello en detrimento de otros
recursos, programas, ayudas… que sí son necesarias. El
argumento económico siempre es eficaz, pero en tiempos de
crisis económica ha encontrado una receptividad añadida que al
unirse a los otros argumentos facilitan la pasividad, cuando no
el rechazo directo de las iniciativas a favor de la igualdad.

El otro argumento “de moda” es hablar de “adoctrinamiento”.


Para esas posiciones promover la igualdad sólo es un
instrumento “atractivo” para conseguir imponer una ideología y
unos valores al resto de la sociedad, por eso hablan de
“ideología de género” y han tomado la palabra “género” como
sinónimo de todo lo malo, dogmático y radical para plantear la
amenaza en estos términos y hablar de adoctrinamiento. Esta
posición refleja de forma muy gráfica cuál es la imagen de la
realidad.

Por una parte porque muestra cómo la desigualdad no es una


cuestión numérica o superficial que lleva a que en determinados
contextos haya más presencia de hombres que de mujeres, ni que
se entienda que algunas tareas particulares, como es el cuidado
y la maternidad, las mujeres deben ser desempeñadas por las
mujeres, sino que la desigualdad forma parte esencial de la
estructura del orden natural creado por la cultura, y de los
valores que lo apuntalan. Por tanto, el cuestionamiento de la
desigualdad significa remover los cimientos del orden, y con
ello toda la estructura levantada sobre los mismos, de ahí que
no se permita la más mínima crítica. Y por otra parte, la
extensión de su planteamiento se ve como transmisión de los

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valores aceptados, lo cual se entiende como “educación”,
mientras que transmitir la igualdad como valor y corregir las
consecuencias de la desigualdad se ve como “adoctrinamiento”.
De este modo se llega a la paradoja de que hablar de los
valores y de las referencias que luego dan lugar a la violencia
de género, a la discriminación, al aislamiento y alejamiento de
las mujeres de la vida pública… es educar, mientras que lo
contrario y permitir una sociedad más justa y pacífica es
adoctrinar.

Los planteamientos críticos con la igualdad son eficaces al


formar parte de las trampas, y al utilizar los diferentes
trucos que han desarrollado para evitar detenerse en la
reflexión. Por eso el debate se centra mas sobre determinados
resultados que sobre el verdadero significado de las
circunstancias y valores que dan lugar a esas situaciones que
luego son cuestionadas. Y por ello el posmachismo junto a la
crítica a la igualdad habla de igualdad, “de su igualdad”.

El posmachismo ha aprendido que la mejor forma de evitar el


debate y la reflexión no es la negación ni el ocultamiento, eso
ha funcionado cuando las posiciones androcéntricas no eran tan
cuestionadas y cuando la presencia de la igualdad era menor,
pero ya no es eficaz. Ahora resulta mucho más práctico desviar
la atención, y para ello la mejor forma de hacerlo no es
plantear otro tema, sino utilizar el mismo debate pero con un
sentido completamente diferente, por eso una de las batallas
que más está librando el posmachismo es la del lenguaje. El
posmachismo busca conquistar las palabras para luego darles un
sentido completamente diferente y así aumentar la confusión,
que es su objetivo último. Lo ha hecho con la palabra
“feminismo” al hablar de “nuevo feminismo”, con la violencia de
género cuando introduce en su concepto el maltrato infantil, la
violencia contra los hombres o la violencia en las parejas del
mismo sexo… todo es confundir para evitar el posicionamiento o
para que este, si se produce, sea erróneo.

Con esta estrategia el posmachismo habla de igualdad bajo esa


idea comentada de la “Igualdad.0”, es decir, exigiendo que se
adopten las mismas medidas para mujeres y para hombres. De este
modo, evita tomar conciencia sobre el significado de la
desigualdad como parte de un sistema de valores amparado por la
cultura, impide que se conozca al realidad histórica de la
desigualdad y, por tanto, el por qué de la realidad actual,
pero sobre todo garantiza que continuará la desigualdad a
través de la crítica que hace y de la continuidad de las
diferencias y desigualdades existente en el presente, puesto
que si ahora hay desigualdad y se apoya del mismo modo a quien
ocupa la posición aventajada y retrasada, al final avanzaran
las dos partes, pero manteniendo la desigualdad entre cada una
de ellas.

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Todo está muy bien diseñado para conseguir la apariencia del
cambio en la continuidad. Es parte de las trampas que la
cultura pone a las mujeres y a la igualdad. Es la trampa del
posmachismo.

Con todos estos elementos buscan el rechazo de la igualdad de


forma directa, si pueden, pero sobre todo a través de la
confusión, la desorientación, la duda y la pasividad que hace
que todo siga igual.

Y como parte de la posmodernidad que lleva en su origen recurre


con frecuencia al victimismo para completar su estrategia. De
este modo, ante cualquier cuestionamiento de sus planteamientos
o ante el desenmascaramiento de su estrategia de confusión,
responden que todo lo que sea cuestionar la igualdad o algunas
de sus medidas es catalogado como posmachismo para así impedir
el debate, y la crítica hacia esas posiciones a favor de la
igualdad que presenta como dogmáticas y cerradas. Para ello
recurre a otro de los elementos del posmachismo como es la
“atemporalidad”, que sitúa el debate y el problema en las
cuestiones de la agenda política y social de la actualidad,
como si la desigualdad no tuviera un significado dentro de la
cultura y del orden social establecido para estructurar y
jerarquizar las relaciones y referencias. Con esta táctica el
problema se limita a la clásica reivindicación sobre los
tiempos y los espacios trasladado al presente, sin considerar
la presencia histórica de la desigualdad, ni el porqué ha
estado siempre presente.

Y están tan metidos en intentar desnaturalizar e impedir el


debate y las medidas a favor de la igualdad, que no son
conscientes de la realidad objetiva que envuelve y
contextualiza la situación actual, la cual se caracteriza por
dos elementos.

1. Ausencia de los planteamientos posmachistas en el


debate histórico a favor de la igualdad y de la
corrección de las manifestaciones de la desigualdad.
Nunca les ha importado la violencia de género, la
custodia de los hijos y de las hijas cuando hace años
las madres la asumían sin recibir la pensión económica
que por ley les correspondía, y sin que hubiera forma
de que lo hicieran hasta que no se llevaron a cabo
determinadas reformas legales, aunque todavía no han
acabado los problemas en este sentido, lo cual
demuestra la intencionalidad en la estrategia. El
posmachismo no ha estado presente en el debate de
estos temas ni de ningún otro para intentar hacer
valer sus ideas, porque antes no estaba en cuestión la
posición de referencia de los hombres ni los valores
impuestos al resto de la sociedad. Sólo cuando todo
esto ha entrado a formar parte de la crítica es cuando

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se han presentado, pero no para formar parte del
cambio, sino para evitarlo.
2. Utilización de la igualdad para no avanzar en
igualdad. Critican que sólo se hable de mujeres, no de
hombres, pero lo hacen para que no se hable de
ninguno, ni de hombres ni de mujeres, no para que se
hable de los dos. Cuestionan que se actúe contra la
violencia de género, a favor de las ayudas laborales a
las mujeres, de corregir las diferencias en la
presencia de mujeres donde están infra-representadas,
de determinadas medidas a favor de la salud de las
mujeres… Y todo se presenta como que no se hace nada
por los hombres. El argumento, además de pobre es
falaz porque la forma de buscar una actuación a favor
de algo supuestamente necesario no es criticar la
actuación necesaria sobre otros problemas, sino
reivindicar y pedir que se lleve a cabo en los lugares
y a las personas que les corresponda. Sin embargo, el
posmachismo se limita a pedir que se hable de
cuestiones de hombres, no para resolver los teóricos
problemas, sino para que no se corrijan los que
afectan a las mujeres, o para que no se vean
perjudicados o desarmados en su estrategia de poder y
control, de lo contrario no lo plantearían en términos
de contraposición, sino como un apoyo a las dos
iniciativas: a favor de las mujeres y a favor de los
hombres. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la
instrumentalización de la custodia compartida, que más
que reivindicar una paternidad que en muchos casos no
se ha ejercido en corresponsabilidad durante la
convivencia de la pareja, como se suele demostrar en
los procedimientos judiciales de separación y
divorcio, lo que se busca es que la mujer “no se salga
con la suya” o no asumir los costes económicos que
supone no tener la guardia y custodia de los hijos e
hijas. La instrumentalización es tal que por ello con
frecuencia recurren a argumentos falaces como el
llamado SAP (Síndrome de Alienación Parental), y
presentan el rechazo de los hijos hacia el padre como
producto de la manipulación de la madre. Sin embargo,
este síndrome no es reconocido por la comunidad
científica, pero además, desde el punto de vista
científico resulta muy difícil de explicar, puesto que
lo que supone es una quiebra entre los sentimientos de
los hijos y la conciencia que ellos tienen sobre su
padre a través de los mensajes críticos de la madre,
algo muy difícil de aceptar desde el punto de vista
científico. Por ello el posmachismo juega con la idea
de la perversidad de las mujeres e intenta confundir
al mezclar la influencia que se pueda sobre una
persona, sea hijo, hija, hermano, padre o amiga, con
una disociación entre el plano de los sentimientos y
el del conocimiento.

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El grave drama que se esconde detrás de esta
instrumentalización algo más que tramposa, y al
catalogar la situación como SAP se impide investigar
las verdaderas causas del rechazo de los hijos al
padre, entre ellas la más frecuente es la existencia
de violencia previa durante la convivencia, lo cual se
corresponde con la realidad. Según los datos de la
Macroencuesta 2011, el 73% de las mujeres que salen de
la violencia de género lo hacen a través de la
separación, no por la denuncia, y los hijos e hijas de
estas mujeres habrán sufrido la violencia que el padre
ejerció sobre la madre cuando vivía juntos, por lo
cual es muy probable que tras la separación, sobre
todo en los momentos iniciales, estos hijos no quieran
ver al padre. Su conducta y actitud no es producto de
la manipulación de nadie, sino del resultado de la
experiencia violenta que han sufrido.
El drama aumenta cuando tras aceptar el SAP como
argumento, se le retira la custodia a la madre se le
da al padre maltratador. Una de las trampas más
terribles que aún sigue presente en nuestros Juzgados
y Tribunales.

El posmachismo está aquí y ha venido para quedarse, para


permanecer en la permanencia de la desigualdad histórica como
nueva estrategia. Y lo hace como una de las últimas trampas,
una trampa conceptual y estratégica capaz de generar nuevas
trampas en cualquier aspecto y terreno de la vida, pues en el
fondo no sólo pretende mantener la desigualdad entre hombres y
mujeres, sino que también busca que continúe el orden natural
jerarquizado y sus valores “naturales” que dan sentido a todo
lo que se aplica desde las posiciones de poder aceptadas.

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