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Los griegos jamás contaron con algo parecido a lo que más tarde se denominaron derechos
naturales, entendidos como derechos personales que correspondían a todo ser humano por el
mero hecho de existir y que garantizaban el respeto de su dignidad. La razón determinante es que
en aquella época aún no se había formulado una doctrina sobre la igual dignidad de todo ser
humano que pudiera servir de fundamento indiscutible de esos derechos. El pensamiento estoico,
durante su etapa final, contribuyó significativamente a poner las bases para formular una doctrina
sobre la dignidad universal del ser humano, pero nunca con el alcance que se lograría en la Edad
Media y, sobre todo, en la Edad Moderna.
De igual modo, tampoco encontramos en los textos griegos, filosóficos o legales, una figura
similar a nuestros derechos porque ellos nunca situaron al individuo como epicentro del Derecho.
Para ser más exactos, ni siquiera llegaron a concebir la figura de los derechos subjetivos
derivados de las decisiones del legislador que, mediante sus leyes, concedía y garantizaba
facultades, libertades o poderes que el ciudadano podría ejercer en el seno de la sociedad dentro
de los límites establecidos por la propia ley. Sin embargo, no quiere decir ello que no contaran con
garantías jurídicas de los bienes o intereses personales, sino que éstos se integraban en el interés
común y general de la polis y eran garantizados a través de la protección de éste.
Hesíodo, en su Teogonía, afirmaba que de la unión entre Zeus y Themis nacieron la Paz, el
Orden y la Justicia, a quienes correspondía corregir lo que los humanos desordenaban, y en Los
trabajos y los días insistía en que eran los dioses quienes velaban entre los hombres para que
siempre prevaleciera la justicia. No se refería a un orden jurídico natural y objetivo de cuyas
exigencias se pudiera dar cuenta razonablemente, sino a la voluntad de los dioses, que
establecían lo que debía ser tenido por justo según su caprichosa voluntad y exigían su respeto.
Themis y Diké representaban respectivamente las ideas de ley y justicia divinas, superiores a
cualquier disposición que pudiera establecer el hombre mediante sus leyes, pero nada más.
Ejemplo claro, es el expuesto por Sófocles en “Antígona”, por darle sepultura a su hermano y
posterior pena de muerte por desobedecer la ley de los hombres que había puesto Creonte.
Tampoco los sofistas admitieron un orden racional universal que debiera ser seguido con
independencia de lo establecido por el nomos. Aludieron a una justicia natural que se acomodaba
a la Naturaleza, mientras que la legal derivaba de la ley humana, que mantenía su valor aunque
contrariara lo ordenado por la Naturaleza. Cuando “se proclamará la oposición entre physis y
nomos sobre la base de que las normas sociales son arbitrarias y contrarias a la naturaleza.
Entonces se sentarán los principios del naturalismo biológico y del naturalismo psicológico como
fundamento para exigir una reforma del nomos”.
De todos estos pensadores, algunos de ellos abrieron la puerta al naturalismo jurídico: vivir
de acuerdo con la Naturaleza, pero una naturaleza fáctica, físico-cósmica, tal como lo hacían los
animales al seguir sus instintos. Frente al relativismo antropocéntrico de Protágoras, que, al erigir
al hombre en la medida de todas las cosas, relativizó todo tipo de exigencias para conceder
legitimidad únicamente a las establecidas por el nomos, reaccionaron otros sofistas como Hipias,
Alcidamas, Antifón, Gorgias, Calicles, etc., que reclamaron cada uno a su modo seguir lo estatuido
por la Naturaleza. Admitían que la Naturaleza, la physis, tenía algo que decir, pero no constituía
un orden racional, sino biológico e instintivo. Se debía considerar como establecido y exigido por
la Naturaleza aquello que se producía de hecho en la vida, en relación a la igualdad o desigualdad
de los seres humanos y a las consecuencias que se siguen de ello. Unos defenderán que la
physis nos hace a todos iguales y otros que somos desiguales por naturaleza, lo que les llevó a
defender o atacar el nomos según sus intereses. Pero, en última instancia, nada hacía perder al
nomos su validez una vez aprobado según los cauces procedimentales establecidos en la polis.
La razón natural no jugaba un papel relevante a la hora corregir, sino que cuando comprobaba
que lo más extendido entre los hombres era una determinada conducta, por lo general la convertía
en lo más adecuado para todos.
Aristóteles fue el primero que puso unas bases sólidas para entender y explicar la existencia
de un orden jurídico universal, natural y racional, propio del ser humano, garantía de su pleno
desarrollo como persona al superar el plano puramente biológico. Mediante el conocimiento
metafísico de la realidad, la razón sería capaz de comprender lo que es normal en cada ser, lo
que debe ser, captando lo que le es natural como persona y comprendiendo el modo de ser de
cada cosa y su finalidad. Proponía conocer al ser humano tal como era, su modo propio de ser,
sus inclinaciones, sus bienes, sus fines, etc., trascendiendo lo puramente físico; nuestra
inteligencia sería capaz de conocer su esencia y concluir un universal. Una vez captado el modo
de ser de la persona, la razón sería capaz de descubrir las exigencias y normas naturales que le
eran propias para alcanzar los bienes humanos de un modo adecuado.
Los estoicos hablaban de una Ley natural que regulaba y hacía posible el desarrollo
armónico del Universo. Esta ley se hacía asequible al conocimiento humano a través de la razón
natural, sin necesidad de más ayuda que sus propias facultades: el hombre estaba naturalmente
dotado para conocer el orden de la naturaleza que le era propio y seguirlo. Pero su planteamiento
continúa en el marco del naturalismo jurídico al enfocar desde una perspectiva físico-cósmica y
etiológica el carácter normativo del nomos, sometido a factores naturales objetivos de carácter
universal que sólo lo condicionan. En la medida en que la razón natural conocía rectamente ese
orden, en que captaba rectamente lo establecido por la Ley natural, el hombre podía conocer lo
que era más ajustado y adecuado a su naturaleza, así como las pautas que debía seguir en su
comportamiento. Su propuesta consistió en que el hombre viviera conforme a lo dispuesto en esa
Ley para él, tanto en lo jurídico como en lo moral. Aunque sólo disertaron sobre la Ley natural, no
sobre el derecho natural, sus aportaciones fueron de gran utilidad para la elaboración de la
doctrina sobre el derecho natural por los pensadores posteriores: su carácter universal e
inmutable y su plena accesibilidad a la razón natural del hombre, hizo que los juristas la
consideraran como una de las causas que daban origen al derecho natural, más amplio que la ley.
Por ello, afirma Sabine, la definición de justicia platónica no era propiamente jurídica, pues
se limitaba a exigir que cada miembro de la sociedad cumpliera honestamente con los deberes y
funciones que la polis le había encomendado: “no es en ningún sentido una definición jurídica,
porque le falta la noción de unos poderes de acción voluntaria en el ejercicio de los cuales debe el
hombre estar protegido por la ley y apoyado por la autoridad del estado”. Este autor concibe el
sujeto no como individuo autónomo, sino al servicio y en función de la sociedad. Dependiendo del
estatus social y de las funciones que correspondan a cada persona, existirá una modalidad de
amparo y protección jurídica para sus posibles actuaciones.
MacIntyre apunta también que “no existe ninguna expresión en ninguna lengua antigua o
medieval que pueda traducir correctamente nuestra expresión derechos hasta cerca del final de la
Edad Media: el concepto no encuentra expresión en el hebreo, el griego, el latín o el árabe (...)
Naturalmente de esto no se sigue que no haya derechos humanos o naturales; sólo que hubo una
época en que nadie sabía que los hubiera”. No existieron, por tanto, definidos como tales el
derecho a participar en las asambleas y manifestar con libertad la opinión propia, o a elegir a los
representantes o dirigentes políticos, o a adquirir propiedades, o a transitar con libertad por la
polis, etc., pero eso no significaba que no se garantizaran jurídicamente todos esos bienes y
facultades personales.
Esta protección o garantía jurídica no se fundamentaba en el propio sujeto, sino que venía
derivada de su idea de libertad y de la isegoría sobre la que se fundamentó su democracia,
reservada únicamente para los ciudadanos. Y aquí es donde entraban en juego la physis o el
nomos, a los que se podía apelar para el reconocimiento de un estatus que habilitaría
supuestamente a todo ser humano (en el caso de la physis) o sólo a los ciudadanos de la polis (en
el caso del nomos, siempre que el ciudadano no hubiera sido sancionado con la atimia) a
desarrollar determinadas actividades.
Esos órdenes no atribuían derechos, sino que regulaban las relaciones humanas para que el
ciudadano se comportara de un modo adecuado natural o legalmente. Así, los padres no tenían
un derecho en sentido estricto a educar a sus hijos, pero unos y otros se encontraban en una
situación jurídica garantizada por el nomos que permitía a los primeros dar la educación deseada
a sus hijos y legitimaba a éstos para recibirla. De igual modo, el hecho de tener la ciudadanía de
una polis tampoco suponía la titularidad de derechos a disposición del ciudadano, sino que
suponía una situación jurídica que le permitía al ciudadano defender su vida y su honor, adquirir y
mantener propiedades, manifestar libremente su opinión en las asambleas, decidir libremente el
matrimonio de los hijos, ostentar la propia representación o delegarla en los procesos judiciales,
etc., acomodando siempre tan variadas actuaciones a lo establecido por el nomos. La situación
jurídica de la mujer, en cambio, no abarcaba tantas posibilidades garantizadas de actuación, ni
tampoco los extranjeros afincados en la polis con permiso de las autoridades disfrutaban de una
situación jurídica similar, sino más limitada aún que la de la mujer ciudadana.
Sin embargo, advierte C. Orrego que no debemos entenderlo como un objetivismo puro,
pues en la concepción griega del Derecho estaban contenidos tanto los aspectos objetivos como
los subjetivos, como sucederá más tarde en los textos de los juristas romanos, es decir, que el to
dikaion griego no significaría solamente lo justo como orden establecido por la physis o por el
nomos, sino que implicaría también la legitimidad de actuaciones determinadas por parte de los
sujetos afectados por la situación jurídica estatuida para ellos.