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REBELION
Y CONCIENCIA
CAMPESINA
EN LOS ANDES
Y;
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STEVEJ. STERN
com pilador
CAMPESINA
■
siglosXVH ÚXX
STEVE J. STERN
compilador
Stern / Mórncr / Trelles / Campbell / Salomón
Szeminski / Flores Gaündo / Bonilla
Mallon / Platt / Dandíer / Torrico / Albo
Serie: Historia Andina 17
Este libro contó con el respaldo del Social Science Research Council
© De la versión en castellano
IEP ediciones
Horacio Urteaga 694, Lima 11
Telf. 32-307Ü A24-4856
Traducción:
Capítulo 1,
Capítulo 2,
Capítulo 9 e
Introducciones
Carlos Iván Degregori
Capítulo 4,
Capítulo 5,
Capítulo 6 y
Capítulo 10
Sandra Patovv de Dcrteano
Impreso en el Perú
Agosto de 1990
2,000 ejemplares
Para mis padres y
en memoria de A. Eugene Havens
CONTENIDO
Mapas 11
Prefacio 13
Introducción
Bibliografía 391
MAPAS
S t Ií Vü J. SlF.RN
University of Wisconsin - Mudison
L
u eg o
política y los efectos combinados de revolución, descolonización y Guerra
Fría, provocaron un torrente de estudios sobre agitación agraria y movilización
política1. La nueva preocupación -en cierta medida un "redescubrimicnto"-
resultó especialmente evidente entre científicos sociales de los Estados Unidos2.
Después de todo, fueron los EEUU los que asumieron el liderazgo del mundo
occidental en la Guerra Fría, financiaron un sistema universitario enorme y
expansivo, y se angustiaron a raíz de fracasos políticos en China, Cuba y Viet
namí.
Ya en la década de 1960, mientras los intelectuales enfrentaban al reto de
comprender las turbulencias del mundo no-europeo y luchaban con sus propias
conciencias políticas, la cuestión agraria llegó a ocupar un lugar cada vez más
destacado en nuestra comprensión de la historia moderna mundial. Normal
mente irrelevantes o secundarias dentro de la vida política contemporánea de
sociedades industrializadas como EEUU, Inglaterra y (en menor medida) Fran-
1. Esta afirmación resulta casi obvia para cualquiera que ha estudiado la literatura sobre
campesinos, revolución agraria o movilización política. Véase, por ejemplo, las fechas de la biblio
grafía sobre campesinos y sobre revolución, revisadas por Clark y Donnelly (1983) y por Skocpol
(1979:3-33),o los trabajos citados en las notas 3-5. Un análisis de contenido de los artículos publicados
en las principales revistas académicas y de las áreas temáticas de las nuevas revistas (tales como
el ¡ournal of Peasant Studies o Peasant Sludies), apoyaría casi con seguridad la misma afirmación.
2. El termino "redescubrimiento'' lo tomo de Shanin (1971a:l 1). Tal como señala Shanin, sería
equivocado pensar que hacia fines de la década de 1950 y durante la década de 1960 presenciamos
el surgimiento del primer interés académico o político significativo sobre los campesinos y los
temas agrarios. El debate en Alemania y Rusia hada fines del S.XIX y prindpios del S.XX, por
ejemplo, produjo los trabajos clásicos de Chayanov (1986; original 1923), Kautsky (1974; original
1899) y Lenin (1964; original 1899). Más aún, el peso de los temas agrarios en la historia y las
polémicas políticas de países específicos tales como Francia, Inglaterra o México, produjo importan
tes bibliografías históricas sobre asuntos agrarios mucho antes de la década de 1960, aún cuando
estas bibliografías tendieron a no generalizar o teorizar más allá déla experiencia del paíscspeafico.
Y, por supuesto, la gran innovación política de Mao Zedong fue colocar a los campesinos y al
conflicto agrario en el corazón mismo de la teoría y la práctica de la revoluaón china.
Sin embargo, fue hacia fines de los años 50 y durante los 60 que, en el mundo académico
occidental, especialmente en los EEUU, se observó un resurgimiento del interés en los campesinos
y la movilizadón política, y un énfasis en perspectivas teóricas y comparativas que fadlitaba la
generalizadón amplia. No es accidental que fuera precisamente durante las décadas de 1960 y
1970 que los "viejos" clásicos fueran redescubiertos y republicados en ediciones occidentales.
cía, las clases agrarias "tradicionales" -terratenientes y cam pesinos- volvieron
súbitamente a desempeñar papeles fundamentales en los discursos sobre la
historia contemporánea. Los estudiosos de la modernización y la movilización
política, por ejemplo, vieron en el Tercer Mundo los estertores finales de clases
sociales y valores arcaicos, conforme sociedades antes tradicionales despertaban
dolorosamente a las expectativas y valores urbanos contemporáneos. El sector
agrario alimentaba las relaciones sociales, tradiciones y valores históricos que
impedían a las sociedades no-occidentales una modernización más rápida de
sus economías e instituciones políticas, y que hacían más difícil y políticamente
explosiva la transición a la vida moderna1. Aquellos que adoptaban una postura
más crítica frente al occidente industrializado, descubrían que la cuestión agra
ria resultaba central para la comprensión tanto del mundo occidental como del
no-occidental. Barrington Moore (1966) demostró que las culturas políticas
contemporáneas, fueran democráticas o autoritarias, reposan sobre cimientos
históricos de violencia y transformación agraria. Fue en un mundo previo de
señores, campesinos y estratos de burguesía naciente, y en los senderos políticos
que sus sociedades tomaron para reordenar el sector agrario, que Moore encon
tró las claves de los rasgos "democráticos" o "autoritarios" de la vida política
en Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos, China y Japón contemporá
neos. Eric R. Wolf (1969) se concentró más específicamente en el "Tercer Mundo"
y sostuvo que las grandes revoluciones del S.XX fueron fundamentalmente
"guerras campesinas". En diversas partes del mundo, el cam pesinado-conjunto
de productores agrícolas orientados a la subsistencia y sujetos a la autoridad
y a las exacciones económicas de un Estado, o de una clase de señores terrate
nientes, o de am bos- enfrentó el avance destructivo de las relaciones y valores
capitalistas. El avance del capitalismo socavó el acceso campesino a tierras,
recursos y mecanismos sociopolíticos que normalmente necesitaban para man
tener su modo de vida. En México, Rusia, China, Vietnam, Argelia y Cuba, el
campesinado se levantó en grandes movilizaciones defensivas que convirtieron
la revolución en algo tanto necesario como posible. (Para ser justos con Wolf,
su magnífico análisis de estudios de casos específicos iluminó los límites y
variaciones que matizaban la interpretación general. Véase por ejemplo su
tratamiento de las idiosincracias del caso cubano). Lo irónico fue que, al demoler
el viejo orden, los campesinos facilitaron el ascenso al poder de grupos revolu
cionarios, partidos políticos y Estados cuyo interés en la transformación social
podría, a final de cuentas, acelerar la propia destrucción o sojuzgamiento del
campesinado34.
6. Véase Murra 1975: esp. 23-115, 193-223; cf. Murra 1956. Para una consideración extensiva
y reciente de las ideas de Murra y la propia retrospectiva de Murra, véase Masuda y otros 1985.
N'L KVAS AI’KOXIMAC’IOMvS 31
experiencia por parte de los campesinos en sus relaciones políticas con el Estado
y con los sectores no campesinos.
Tanto en el período moderno, como en el colonial, seremos capaces de
lograr una apreciación más profunda de aquellos momentos en los cuales los
campesinos se orientan hacia la rebelión abierta, si reconocemos una historia
previa de "resistencia" y autodefensa campesina: una historia que abarca perío
dos aparentemente tranquilos y que coloca a los campesinos en una posición
de participación política activa, a veces innovadora. Podremos discernir más
claramente por qué los campesinos se convierten a veces en rebeldes o insurrec
tos: si estudiamos los fundamentos de las adaptaciones aparentes y reales a la
autoridad; si tomamos en cuenta los patrones de afirmación resistente y auto-
protección incorporados en tales adaptaciones; si nos preocupamos por averi
guar las diferentes maneras a través de las cuales dichas "adaptaciones en
resistencia" convirtieron los acomodos en algo parcial y contingente; y si toma
mos en consideración los valores y las evaluaciones políticas que subyaccn
bajo los acomodos parciales.
Los trabajos del presente volumen estudian a los pueblos andinos nativos
como actores, sujetos de la historia, continuamente comprometidos en moldear
sus sociedades, a veces como forjadores de relaciones políticas, no meros reacto
res, y ejerciendo con frecuencia un importante impacto limitante sobre sus
superiores locales y sobre actores o sistemas "externos". A su vez esta perspecti
va, sirve como prcrequisito para comprender las causas y el carácter de la
agitación política en los Andes. Aunque tal aproximación no ha producido
todavía un impacto significativo en la teoría, una creciente bibliografía con
estudios de área o de caso sobre campesinos y esclavos, sugiere la aplicabilidad
de esta perspectiva en áreas culturales rurales más allá de la región andina7.
Nuestra primera sugerencia metodológica se deriva directamente de esta
perspectiva: el análisis explícito de patrones preexistentes de "adaptación en resisten
cia" es un prerequisito esencial para cualquier teoría o explicación adecuada de las
rebeliones campesinas. Sólo preguntándonos por qué, en qué período y de qué
maneras los patrones previos de "resistencia" y defensa probaron ser más
compatibles y "adaptables" a la estructura de dominación más amplia, y tal
vez incluso a su legitimación parcial, podemos entender por qué la resistencia
culminó algunas veces en violentos estallidos colectivos contra la autoridad.
(En algunos casos, la "adaptación en resistencia" puede haber incluido actos
ocasionales de violencia, y sería necesario, por tanto, incluir en el análisis, el
estudio de las transformaciones en los usos de la violencia, más que suponer
una pura y simple transición de formas no violentas a formas violentas de
resistencia.) El análisis exitoso de la "adaptación en resistencia" que precedió
al estallido de la rebelión o insurrección requiere, a su vez, que se vea a los
campesinos como continua y activamente implicados en relaciones políticas
con otros campesinos y con no-campesinos.
7. Para los casos de América Latina y el Caribe, véase Larson 1983; Mintz 1977; Mintz y Price
1976; Stern 1981. Para el Africa véase Isaacman y Isaacman 1977; Isaacman y otros 1980; Isaacman
1985. Para el sur de los EEUU véase Genovese 1974; Hahn 1983. Para el sudeste asiático, véase
Scott 1985; JPS 1986.
Este enfoque ve la rebelión como una variante de corto plazo dentro de
un proceso de larga duración de resistencia y adaptación a la autoridad y, por
consiguiente, abre un segundo campo de replanteamiento: la selección de mar
cos temporales como unidades de análisis. Sea en el estudio de una rebelión
local o de una insurrección de proporciones regionales o suprarregionales,
¿cuánto necesita retroceder en el tiempo el investigador para discernir acertada
mente las causas y la dinámica interna de la rebelión?
Una y otra vez, los estudios de caso que aparecen en este volumen sugieren
quedebem os observar múltiples marcos temporales simultáneamente: períodos
relativamente cortos ("coyunturales" y "episódicos") para entender los cambios
recientes que hacen más probable y posible la rebelión o insurrección, y para
apreciar los cambios dinámicos que tienen lugar durante el curso de conflictos
violentos. Por otro lado debemos también observar períodos más largos, que
abarcan siglos, para entender las injusticias, memorias y estrategias históricas
que dan forma a los objetivos, conciencia y tácticas de los rebeldes. Los ensayos
de Salomón y Szcmiñski y las investigaciones recientes de Manuel Burga (discu
tidas en la introducción a la Parte 11), demuestran que si queremos aprender
las categorías y conceptos de los rebeldes del períoao colonial tardío, resulta
esencial una profunda familiaridad con la historia cultural y la memoria popular
anteriores al S.XVIII. La especulación que desarrollo en mi ensayo sobre la
ruptura de la "adaptación en resistencia", convierte la historia del S.XVII en
un fundamento indispensable, no un mero "telón de fondo", para la explicación
de la guerra civil de la década de 1780. De modo semejante, a pesar de notables
diferencias entre ellos, Bonilla, Platt y Mallon invocan todos continuidades y
legados de lejanas épocas coloniales para explicar, en parte, el carácter de las
rebeliones decimonónicas. Y para Bolivia contemporánea, Albo demuestra que
las poblaciones aymaras políticamente comprometidas, así como sus adversa
rios, piensan en términos de memorias colectivas que abarcan dos siglos. En
cada uno de estos casos, limitar la unidad histórica de análisis relevante a un
período de cuarenta o cincuenta años resulta peligrosamente miope y viola la
memoria histórica y la conciencia de los propios rebeldes.
Obviamente, la necesitad de incorporar marcos de larga duración dentro
de las unidades de análisis relevantes no implica que los eventos y cambios
de corto plazo sean irrelevantes. El relato de Campbell sobre las relaciones
tupamaristas-kataristas durante la guerra civil de la década de 1780, el estudio
de Mallon sobre el nacionalismo campesino que florece en medio de la guerra
y la ocupación extranjera, y la detallada descripción de Dandler y Torrico sobre
el compromiso establecido entre el presidente Villarroel y los campesinos de
Cochabamba, son prueba elocuente y convincente de que los eventos denomina
dos episódicos importan enormemente, sobre todo en coyunturas fluidas de
crisis y rebelión. El desafío que enfrentan los investigadores no es el de reempla
zar unidades de análisis de corto o mediano plazo por la longue durée, con lo
cual se correría el riesgo de sepultar los cambios reales, los momentos de fluidez
y ruptura, y sus causas, tras un panorama de continuidades duraderas y cambios
ocurridos a la velocidad de las glaciaciones. El desafío es, más bien, desarrollar
un análisis que incorpore exitosamente múltiples escalas temporales dentro de
una visión de la rebelión y sus causas.
NU-VAS APROXIMACIONES ¿5
8. El incidente fue reseñado y explicado por primera vez por Sotelo Inclán (1943:201-3) y fue
subsecuentemente objeto de más discusión iluminadora por Womack (1969:371-72) y Fuentes
(1969). Estoy muy agradecido a Eric R. Wolf por llamar graciosamente mi atención sobre la
"genealogía académica" de este hecho.
conciencia y la amplitud de los horizontes políticos que descubren los ensayos
de este libro resultan demasiado diversas -y flexibles para encajar dentro de
una estrecha categoría de "conciencia cam pesina", descrita anteriormente en
este ensayo. Las aspiraciones y compromisos ideológicos campesinos van más
allá de las obsesiones con tierras locales, las garantías de subsistencia, o la
autonomía (entendida como el simple deseo de ser dejados en paz). Ni podemos
afirmar que la experiencia material, las conexiones sociales y la comprensión
política de los campesinos estuvieran en gran parte confinadas a los "pequeños
universos" de las comunidades y haciendas. Para el período colonial tardío,
tanto directamente como a través de intermediarios, los campesinos giraron
en órbitas sociales, económicas c ideológicas que se extendían considerablemen
te más allá de sus lugares principales de residencia y trabajo. La movilización
para entronizar un nuevo orden social "neo-inca", no reflejaba un simple anhelo
de autonomía y subsistencia local, sino un esfuerzo por forjar una nueva política
a nivel macro, que combinara más exitosamente las necesidades campesinas
locales con las aspiraciones a un nuevo orden político suprarrcgional. Es verdad
que se puede descartar la lucha por un renacimiento andino neo-inca como
un ejemplo de milcnarismo "prepolítico" al cual serían propensos los campesi
nos desesperados por superar su fragmentación. Pero en este caso, uno tendría
que confrontar la inversión que hace Alberto Flores-Galindo de nuestros su
puestos usuales. Flores-Galindo muestra que la búsqueda de un libertador Inca
no fue una aspiración confinada sólo a campesinos o indios. El sueño de un
resurgimiento neo-inca fue una idea política de un atractivo tan irresistiblemen
te "universal" en el mundo andino colonial tardío, que encendió la imaginación
de individuos más "cosm opolitas" e hizo posible que los campesinos andinos
imaginaran un orden social que los aliase con poblaciones no campesinas y no
indígenas bajo los auspicios de un Inca.
De modo similar, nuestros materiales de los siglos XIX y XX, revelan una
conciencia de los mundos políticos ubicados más alia de la localidad inmediata,
una voluntad de tratar con los Estados y una flexibilidad de conciencia mucho
más compleja que las predecibles obsesiones localistas en función de tierras,
subsistencia o autonomía. Platt introduce la noción de reciprocidad campesinos-
Estado; Mallon argumenta en favor de la existencia de un nacionalismo campesi
no desde la base antes de que una burguesía imponga el "nacionalism o" sobre
una ciudadanía integrada por un mercado interno; Dandler y Torrico proporcio
nan elocuentes testimonios del interés y el compromiso campesino en pactos
políticos populistas; Albo explora las dolorosas reevaluaciones que llevaron a
los campesinos, particularmente aymaras, a rechazar pactos políticos paternalis
tas y a buscar nuevas formas de acción política a nivel nacional. En todas estas
descripciones, los campesinos andinos no aparecen más inherentemente localis
tas que otros actores políticos; su conciencia no se adecúa a supuestos apriorísti-
cos; su conducta política aparece alimentada poruña larga experiencia histórica
de trato con Estados y fuerzas políticas de nivel macro; y su historia ideológica
resulta ser, por derecho propio, una variable importante para explicar la activi
dad rebelde.
Los particulares valores, memorias y visiones del mundo que definen el
contenido de la conciencia rebelde andina pueden ser, en importantes aspectos,
específicamente andinos, pero lo mismo no puede decirse de la imposibilidad
de encuadrar la conciencia campesina andina dentro de categorías a priori. Se
debe recordar que la mayoría de los sectores campesinos han tenido larga
experiencia frente a los Estados y a los sectores no-campesinos. Más aún, la
mayoría de campesinados han residido en bien definidas "arcas culturales"
(Mesoamérica, Europa mediterránea, Africa del Norte islámica, China, Indochi
na, etc.) con complejas historias internas que definían nociones culturales de
identidad y aspiración social, orden y desorden, justicia y venganza, continui
dad y cambio, y similares. Estas nociones culturales son el producto de una
historia configurada tanto por campesinos como por no-campesinos. Más im
portante: la expansión de esas nociones culturales no se ha restringido sólo a
las elites no-campesinas, aún cuando los campesinos han impuesto sus propias
variaciones parciales9. Bajo estas circunstancias, deducir de los rasgos generales
"estructurales" de los campesinados, su(s) forma(s) característica(s) de concien
cia resulta irremediablemente unidimensional y ahistórico. Deducir, además,
que los campesinos son característicamente localistas, atrasados y defensivos,
no hace sino añadir un insulto a la injuria. Resulta muy instructivo que investi
gadores perspicaces de sectores campesinos particulares encuentren la historia
y la complejidad de su conciencia más ricas de lo que nuestras posturas teóricas
supondrían. El análsis de Francés Fitzgerald sobre el "Marxismo-leninismo en
el paisaje vietnamita" (1973:284-304; basado en gran medida en Mus, 1952),
por ejemplo, es un asombroso ejemplo de la manera en la que tradiciones y
valores históricos específicos de la cultura vietnamita proporcionaron funda
mentos para una conciencia campesina rebelde compatible con nociones marxis-
tas de revolución y justicia. Para tomar un ejemplo más minuciosamente defini
do, Arturo Warman encontró que la resistencia campesina mexicana a los
intentos estatales por "colectivizar" el manejo de sus tierras comunales (ejidos)
en la década de 1970, no reflejaba la ignorancia, el localismo y tradicionalismo
que los intelectuales utilizaban comúnmente para explicar la posición campesi-
9. Por ejemplo, se puede argüir que en las culturas mesoamericanas, la noción de que el
sacrificio humano a los dioses era necesario para mantener el cosmos, servía a los intereses de la
élite y se hallaba más plenamente elaborada por los sacerdotes e intelectuales gobernantes. Nótese,
por ejemplo, el cargo de Padden (1967), de que los aztecas fomentaban y manipulaban esas creencias
como parte de su estrategia imperial. Sin embargo, es también claro que tales nociones sobre la
relación entre los hombres, los dioses y la continuidad de la vida se hallaban desde mucho tiempo
antes difundidas en las culturas mesoamericanas, y que los campesinos compartían tales nociones,
incluso si ellos no siempre llegaban a las mismas conclusiones que las elites sobre la necesidad y
los efectos de prácticas e instituciones sacrificiales específicas. De modo similar, en Vietnam, la
noción cultural de que la autentica transformación social podía ocurrir sólo a partir de un "mandato
celestial" puede haber sido elaborada por las élites vietnamitas, pero los campesinos podían también
compartir tales nociones, podían torcerlas para que sirvan a las necesidades y comprensiones
campesinas y, en ciertos casos, resistir o atacar a las elites bajo los auspicios de un mandato celestial.
Para citar otro ejemplo, en la Europa mediterránea, los campesinos podían absorber mucho de los
valores paternalistas inculcados por la Iglesia Católica, pero podían usar su "religiosidad" para
forjar lazos especiales con los santos patrones, tan exclusivamente responsables ante las comunida
des campesinas, que esos santos parecían opacar a Jesús. En cada uno de estos ejemplos, la rebeldía
campesina o la ausencia de rebeldía podían ser afectadas por valores y entendimientos configurados
por no-campesinos tanto como por campesinos, y la naturaleza de la conciencia y las proclividades
políticas campesinas no podían ser derivadas exclusivamente de variables "estructurales" (campesi
no comunero vs. siervo de hacienda, agricultor independiente vs. aparcero o arrendatario, peón
de hacienda vs. trabajador de plantación, y así).
na "reaccionaria". Por el contrario, los campesinos reconocían astutam ente que
detrás de las máscaras retóricas de progreso y recompensa material se escondía
un intento estatal de organizar y controlar empresas agrícolas modernas de
formas que hubieran destruido las opciones económicas que los campesinos
necesitaban para sobrevivir (Warman 1980:61 -83)10. Los campesinos no eran
ignorantes a nivel macropolítico, ni intrínsecam ente opuestos al "progreso" o
a formas colectivas de organización económica.
Nuestra tercera sugerencia metodológica es, por tanto, que los estudios de
las rebeliones campesinas deben tratar la conciencia campesina como una cuestión
problem ática en vez de predecible, deben dar especial atención a la “historia cultural"
del área estudiada y descartar nociones sobre el inherente localismo y carácter defensivo
de los campesinos. Desde esta perspectiva, el localismo y las obsesiones defensivas
en relación a los derechos locales pueden en realidad prevalecer entre campesi
nos rebeldes específicos en épocas y lugares específicos, pero estos patrones
no pueden ser asum idos como un fenómeno cuasi universal, inherente a la
condición del cam pesino amenazado por factores externos tales com o señores
feu d ales, autoridades estatales o mercados. Esta perspectiva le permite también
al analista evaluar más dinámicamente la influencia mutua entre las variables
m ateriales e ideológicas (en tanto las últimas no siempre "reflejan" a las prime
ras de modo simple o directo), y considerar de qué modos la atención explícita
a la conciencia campesina cambia nuestro entendim iento de las causas y los
problemas en juego durante una rebelión. Nos animará, además, a desarrollar
las nuevas herramientas teóricas necesarias para explicar los múltiples contor
nos que puede adquirir la conciencia campesina. La explicación teórica de
M allon sobre el desarrollo de una conciencia nacionalista antes de la consolida
ción de una burguesía dominante y un mercado interno es un ejemplo instructi
vo y apasionante.
Si se toma seriam ente la conciencia campesina en los Andes, se debe sopesar
inm ediatam ente el significado de la etnicidad en la conciencia y la revuelta
"cam pesina". Aquí, también, la experiencia andina provoca un replan tea miento
de supuestos y paradigmas. Por etnicidad entiendo el proceso de usar supuestos
atributos culturales y físicos que se consideran fuertemente adheridos a las
personas implicadas y, por tanto, no fácilmente renunciables, adaptables o
transferiblcs (raza o color, ancestros biológicos o culturales, religión, lenguaje,
hábitos de trabajo, vestimenta, etc.) Atributos que sirven para trazar las fronteras
sociales que ubican a las personas en agrupaciones diferenciadas dentro del
m undo más amplio de la interacción social. En la medida en que las fronteras
étnicas no coinciden con las fronteras de clase, las relaciones e identificaciones
étnicas pueden servir para articular las quejas y las visiones del mundo de
cam pesinos y no-campesinos. Tal fue el caso, por ejem plo, en las movilizaciones
insurreccionales que trataron de instaurar un orden incaico en los Andes duran
te las postrimerías de la colonia. Un sentido compartido de identificación y
agravios étnicos sirvió de puente, por lo menos en algunas zonas, para unificar
De la Resistencia a la Insurrección:
crisis del orden colonial
Introducción
na gran guerra civil estremeció las serranías andinas del sur de! Perú y
U Bolivia durante los años 1780-1782. Dos siglos y medio antes, los conquis
tadores españoles habían arrebatado el control del Imperio Incaico, desplazado
a su nobleza y procedido a gobernar a los antiguos súbditos de los incas: los
pueblos de un vasto conglomerado de reinos y comunidades étnicas, llamados
"indios" por los nuevos colonizadores. La abrumadora mayoría de estas pobla
ciones andinas locales eran campesinos, es decir, productores agrícolas o pasto
res, orientados a la subsistencia, en posesión efectiva de tierras pero sujetos a
las exigencias de una capa de señores y un Estado. Fue en gran medida sobre la
base del tributo y el trabajo campesinos, que los colonizadores construyeron
su economía mercantil y explotaron sus legendarias minas de plata. En la
década de 1780, muchas de estas mismas poblaciones campesinas se apresura
ron a enrolarse en ejércitos insurrectos que asaltaban el Antiguo Régimen y
proclamaban el advenimiento de una nueva era regida por reyes indios, en
algunas regiones reyes que se consideraban descendientes de los antiguos incas.
Como era de esperarse, los campesinos proporcionaron el grueso de las fuerzas
combatientes en ambos bandos de la Guerra Civil que se desencadenó.
Por haber movilizado pobladores rurales, por su violencia, su intenso drama
político y sus consecuencias de largo alcance, la gran insurrección es comparable
a su más conocida contraparte colonial tardía: la Revolución Haitiana (1791-
1804). Tanto como la insurrección de esclavos en Haití proyecta su presencia
sobre la interpretación de las sociedades esclavistas en el Caribe y regiones
adyacentes en los siglos XVIII y XIX, así la interpretación de la Guerra Civil
andina arroja una inmensa sombra sobre la historia del Perú y Bolivia. Cualquier
consideración profunda sobre el curso de la historia andina nativa debe abordar
resueltamente las causas y el significado de la gran insurrección. Y en tanto
los insurrectos tuvieron éxito en movilizar decenas de miles de campesinos,
controlar un "territorio liberado" y propagar la idea de una sociedad justa, su
movimiento proporciona material especialmente dramático y sobresaliente para
el estudio teórico y comparativo de los movimientos campesinos.
Este libro, esfuerzo colectivo para estudiar la historia de la resistencia y la
rebelión en el mundo andino desde el S.XVII1, comienza apropiadamente con
la gran Guerra Civil. Los tres ensayos de la Parte I reexaminan los modos
internas de la movilización insurreccional, y señalan el camino para nuevas hi
pótesis.
Mi ensayo presenta la historiografía pertinente e intenta una nueva aprecia
ción de la "Era de la Insurrección Andina". El ensayo cuestiona la cronología
y la geografía comúnmente aceptadas de los movimientos insurreccionales en
el S.XV11I. Estas fronteras cronológicas y geográficas resultan críticas en una
tendencia metodológica muy influyente en la historiografía: el uso del "análisis
espacial" para correlacionar características socioeconómicas específicas con la
presencia o ausencia de insurrección en las principales regiones andinas, y para
interpretar las causas y el carácter de la Guerra Civil sobre la base de tales
correlaciones. Mi ensayo sostiene que una importante amenaza insurreccional
surgió en la sierra bastante antes de las décadas de 1770 y 1780 (el período
enfatizado en la historiografía); que en las áreas serranas consideradas hasta
hoy relativamente pacíficas estallaron en realidad rebeliones; y que las utopías
insurreccionales que inspiraron a los campesinos en el sur del Perú y Bolivia
en la década de 1780 tenían similar atractivo en el centro y norte del Perú ya
en las décadas de 1740 y 1750. De ser correctos, estos hallazgos socavan la base
de datos y los supuestos utilizados en trabajos anteriores; convierte el análisis
espacial practicado hasta ahora en algo altamente engañoso y, en realidad,
revisa profundamente la naturaleza del problema que los historiadores tratan
de explicar y comprender. Porque ahora el problema no es cómo explicar por
qué las poblaciones campesinas en las provincias de la sierra sur fueron singu
larmente impelidas o dispuestas a rebelarse en la década de 1780, sino más
bien comprender una serie de nuevas preguntas: por qué el orden colonial
tardío tuvo que enfrentar amenazas de insurrección a lo largo de un vasto
territorio que abarcaba la sierra central y tal vez de la sierra norte, tanto como
el sur; por qué tales coyunturas aparecieron ya en la década de 1740; por qué
durante la mayor parte del S.XVIII, nociones panandinas acerca de una gran
transformación conducida poruña fuerza Inca "retornada" o "revivida ^ejercie
ron un atractivo tan grande entre campesinos de regiones serranas por lo demás
diversas; y por qué, finalmente, una de las varias coyunturas insurreccionales
culminó de hecho en una guerra insurrecional prolongada en un período y un
área específicos.
Desde esta perspectiva, el problema de los movimientos insurreccionales
que estallaron en el sur en la década de 1780 se convierte en subtema de un
problema mayor y de más largo plazo, y es para enfrentar ese problema mayor
que debemos desarrollar nuevas interpretaciones y metodologías si queremos
entender las causas de la Guerra Civil Andina. Mi ensayo presenta los inicios
de una interpretación alternativa, ofrecida como hipótesis, que retrocede hasta
el S.XVII para comprender patrones de "adaptación en resistencia" de poblacio
nes andinas nativas, y explora los cambios subsiguientes en economía política,
demografía y políticas estatales que socavaron estrategias campesinas anterio
res, erosionaron los fundamentos de la autoridad y legitimidad coloniales, y
por lo general provocaron en las poblaciones andinas un mavnr uso de la
./ I V U ^ V .I W I \ /\ L A I'ARIU 47
Steve J. Stern
University of Wisconsin - Madison
ntre 1720 y 1790, las poblaciones and inas nativas del Perú y Bolivia, a veces
acom p añad as o d irigid as por castas o blancos d isid entes, se levantaron
bastante m ás de cien veces en violento d esafío a las au torid ad es colon iales1.
M u ch o m ás que en épocas anteriores, en el S. XV111 un español que asum ía el
p u esto de corregidor de Indios, sabía que arriesgaba la vida a cam bio del derecho
a exp lotar las zonas ru rales indígenas.
D os m om en tos destacan en este tenso siglo de rebelión. El prim ero: la
in su rrección m csián ica d esatada en 1742 por Juan Santos A tahualpa desde las
zon as selváticas lim ítrofes con la sierra central del Perú. A utoproclam ado d escen
d ien te de los incas, an u n cián d o la inm inente reconquista del reino del Perú, Juan
San tos gu ió a poblacion es sclv ícolas y m igrantes serran os d escontentos en
su cesiv as in cu rsion es m ilitares que expu lsaron a los colonizad ores de la m ontaña
subtropical ubicada en las estribaciones orientales de los Andes.
D u ran te d iez años de lucha in term itente, nunca las au torid ad es coloniales
alcan zaron una sola victoria contra los ejércitos gu errilleros de Juan Santos, con
b ase en la selva. D espués de varias derrotas hum illan tes que costaron cientos de
vidas, el Estado colonial resolvió finalm ente constru ir una red de fortificaciones
m ilitares d estin ad as a im pedir la expansión de la insurrección hacia la sicira. El
segu n d o m om ento d estacablc fue la m ás gran d e guerra civil que abarcó los
am p lios territorios serranos del sur del Perú y Bolivia entre 1780 y 1782. Los
in su rrectos, p red om in an te pero no exclu sivam en te cam p esin os indígenas, fue
ron in sp irad os y por un tiem po cond u cid os por Jo sé Gabriel C ondorcanqui,
T om ás Katari y Ju lián A pasa (quien tom ó el nom bre de Túpac Katari). C o n d o r
canqu i, un kuraka m oderad am ente rico del distrito d eT u n g asu ca en el Cusco, fue
el hoy fam oso d escend ien te de los Incas que ad optó el nom bre de Túpac Amaru
II y se convirtió en m u chas regiones en el nom bre y sím bolo m ás d estacad o de la
1 .Véase Flores G. 1981:254;O P h elan 1985: 285-98;G olte 1980:139-149; Fuentes 1859:3; 277-278;
Esquivel y N avía ca. 1750:1: xlvi-xlvii. Téngase en cuenta que las investigaciones sobre rebeliones
locales están lejos de haber sido conriDletadas í^r^rialm onto *—,u -: — ^ ....... ' "
insurrección2. Como Juan Santos Atahualpa antes de él, Túpac Amaru II proyec
tó la imagen de un indio noble desheredado que reclamaba su legítima soberanía
sobre el Tawantinsuyu y liberaba por tanto a sus seguidores de la onerosa
opresión colonial. Conforme la movilización masiva de los indios apartó a
sectores criollos y mestizos de la coalición insurreccional, el mesianismo neo-inca
adquirió importancia creciente. En este caso, las autoridades coloniales alcanza
ron una victoria decisiva. Pero dos años de intensa guerra dejó un saldo de quizás
100,000 vidas (de una población total de aproximadamente 1,200,(XX) personas en
el territorio directamente afectado)3, y traumatizó la conciencia de indios y
blancos hasta bien entrado el S.XIX. (Flores G., 1976: 305-310; 1981: 236-264;
Macera 1977: 2:319-324.
Juntos, estos dos momentos definen una era que podemos llamar legítima
mente la Era de la Insurrección Andina. Durante los años 1742-17824, las autori
dades coloniales tuvieron que enfrentar algo más que los disturbios locales y las
conspiraciones insurreccionales abortadas de los años previos. Confrontaban,
entonces, la amenaza o realidad más inmediata de una guerra civil en gran escala,
que desafiaba la estructura más general del gobierno y los privilegios coloniales.
Bajo las banderas de un Inca-rey mesiánico, la violencia y el conflicto local poejían
convertirse de repente en una insurrección regional o suprarregional que movi
lizara la adhesión de decenas de miles. La guerra civil tupamarista galvanizó las
mejores esperanzas de las poblaciones andinas nativas, y volvió realidad las
peores pesadillas de la élite colonial. Tan lejos como México, indujo a los
funcionarios coloniales a tomar medidas conciliatorias para impedir que los
disturbios aldeanos se convirtieran en insurrcción regional (Taylor 1979: 120).5
En el Perú, la insurrección dejó como legado un ataque a la memoria del pasado
incaico, una reorganización de los mecanismos de control social del período
colonial tardío, un amargo endurecimiento de las tensiones y los miedos sociales,
y una tendencia de los criollos a alinearse con los realistas durante las Guerras de
la Independencia (Mendiburu 1878-1890: 8: 417-418; Rowe 1954 : 35-36, 51-53;
Fishcr 1976; Flores G. 1976b: 304-310; Mercurio Peruano 1791 y del 20 de abril,
2. Aunque Túpac Amaru fue importante en Bolivia y el norte de Argentina, la afirmación vale
más para el Perú que para Bolivia donde el nombre Katari es el símbolo principal. Es importante
advertir que la gran insurrección abarcó varias insurrecciones y territorios, en el mejor de los casos
laxamente coordinados. Sobre Túpac Katari, véase Valle de Siles 1977.
3. Para estas cifras, Véase Vollmer 1967: 247-267; Golte 1980. 42-43; Comblit 1970: 9. Mórner
(1978:123-125) duda que fueran posibles pérdidas tan grandes, y se refiere el número relativamente
bajo de víctimas de la guerra del anden régime en general. Los casos de Haití en 1792-1804 y
Venezuela en 1810-1821, me convencen de que el escepticismo de Mórner puede estar fuera de lugar.
4. Como se hará evidente en las conclusiones y en la nota 39, no se deben ver los años 1742 como
lmcas divisorias absolutas que separan rígidamente períodos insurreccionales y no insurreccionales.
Cualquier periodización, si se toma demasiado literalmente, amenaza volverse arbitraria y engaño
sa. Las tendencias y patrones que distinguen un período histórico de otro son con frecuencia
discernibles y significativas inmediatamente antes y después de que un período "comienza" y
"termina". Pero esto no quiere decir que la periodificadón sea inútil o innecesaria, y no niega la
existenda de auténticas fronteras que separan un período de otro.
5. Para otra prueba más de las importantes reverberadones de la revolución de Túpac Amaru,
véanse los comentarios de Phelan (1978:105-109) acerca de los intentos de los disidentes colombianos
para manipular el temor que despertaba la insurrecdón tupamarista en su propia lucha en Colombia
f/'f An T r\*r 1Q01 N
1794; Macera 1977:2:319-324, Lynch 1973:157-170). Este momento decisivo de la
historia colonial andina ha producido una bibliografía histórica extensa y a veces
penetrantes (véase Campbell 1979; Flores G. 1976a). Sin embargo, todavía esta
m os apenas comenzando a explorar las causas, alcances y consecuencias de la
fracasada revolución de Túpac Amaru II.
El proposito de este ensayo es usar nuevos y viejos materiales, tanto publica
dos como inéditos, para criticar rumbos tomados por estudios recientes de la
insurrección de Túpac Amaru, y sugerir ten tativam entealgunaslíneasde reinter
pretación. Plantearé que las interpretaciones actuales de las causas y amplitud de
la guerra civil de 1780-1782 se encuentran debilitadas por:
las poblaciones de las tierras bajas y los migrantes serranos que habitaban la
montaña central, o estudian el movimiento en el contexto del trabajo misionero
franciscano en las fronteras de los asentamientos coloniales (Várese 1973; Leh
nertz s.f., 1974, 1972, 1970; Valcárccl 1946: 47-69; Amich 1771: csp. 179-206;
Izaguirre 1922-29; 2:107-296). Sobre las repercusiones de la insurrcción en la sierra
-corazón económico y político de la colonia- la literatura sobre la rebelión se
escinde. Un grupo de intérpretes vea Juan Santos Atahualpa como una figura que
estableció importantes lazos e influencias en la sierra, contribuyendo por tanto
a la creciente oleada de rebelión serrana del S.XVIII (Vallcjo 1946: esp. 155-165;
Castro A. 1973: esp. 156-157, Chirif y Mora 1980: 257-58). Quien más cuidadosa
mente expone este punto de vista (Castro A. 1973) toma nota de la clientela
serrana que se unió a Juan Santos Atahualpa en la montaña, y de los aparentes
lazos e influencias establecidas por los insurrectos entre pobladores y conspira
dores serranos. El problema es que la escasa evidencia (dadas las limitaciones de
las fuentes), la falta de una discusión sistemática de los lazos serranos y sus
implicancias, y una tendencia a la hipérbole, hacen quecste enfoque sea fácilmen
te desear table. De hecho, la mayoría de los más serios estudiosos de las rebeliones
andinas del S.XVIII han sido impresionados por el fracaso de las poblaciones de
las provincias vecinas de la sierra central (Jauja y Tarma) para unirse al movimien
to insurreccional que tenía lugar a lo largo de su frontera oriental, ven, por tanto,
el movimiento de Juan Santos como una insurrección de frontera, más bien
marginal en sus consecuencias políticas. No importa cuán importante fuera la
ideología "nacionalista india” del movimiento o sus logros militares, su relevan
cia para la historia mayor de las rebeliones e insurrecciones andinas en los
territorios colonizados de la sierra y la costa habría sido muy limitada (Métraux
1942; Kubler 1946: 385; Loayza 1942: ix; Vargas U. 1966; Campbell 1979: 6;
OThelan 1985)6. Incluso Lehnertz, quien argumenta cuidadosamente que el mo
vimiento de Juan Santos se sustentó en una base social crecientemente serrana, lo
hace centrándose en la gama multiétnica de renegados serranos que huían a la
frontera selvática. Las bandas guerrilleras indio-mestizas de Juan Santos fracasa
ron en movilizar la sierra propiamente dicha (véase Lehnertz s.f.: capítulo 6).
El resultado claro del recuento bibliográfico es que nos movemos sobre
terreno firme al evaluar el movimiento de Juan Santos como un estudio de caso
en la historia de la frontera selvática, pero en arenas movedizas cuando evalua
mos sus repercusiones serranas. Cuidadosos investigadores reconocen los lazos
serranos pero los juzgan relativamente sin consecuencias; estudiosos disidentes
tienden a exagerar sin precisiones y se enfrentan a severas limitaciones documen
tales. Nos encontramos frente a una historiografía más bien de poco calado en lo
que respecta al significado del movimiento de Juan Santos para la historia de las
insurrecciones serrranas.
Por contraste, la gran rebelión de Túpac Amaru, quizá el acontecimiento
serrano más importante desde la conquista española, ha generado una extensa
literatura. En una etapa anterior se obtuvo una visión panorámica y se formula
ron preguntas generales. Entre los resultados se incluyen un estudio magistral de
6. Una excepción parcial a esta caracterización es el ensayo pionero de Rowc sobre el "movi
miento nacional Inca" (1954:40-47).
54 5 1 iv v u iiim \
la lucha por justicia social y sus repercusiones continentales (Lewis 1957; cf.
Valcárcel 1946); un debate significativo y continuado sobre el carácter "fidelista"
o "separatista” de la insurrección (Cornejo B. 1954; Valcárcel 1947,1960; García R.
1957; L. Fischer 1956; cf. Szcmiríski 1976; 201-4; Campbell 1979; 19-21; Choy 1976;
cf. Bonilla y Spalding 1972); y un estudio pionero sobre el surgimiento de un
"movimiento nacional Inca" entre los nobles andinos disidentes del S. XVIII
(Rowc 1954; cf. Rovve 1951; Spalding 1974:147-193). Sin embargo, estos trabajos
dejaron pendiente una explicación de la cronología y la geografía de la insurrec
ción, sus complejidades y contradicciones ideológicas, y su incapacidad para
conquistar el apoyo de la mayoría de kurakas andinos. Trabajos más recientes,
políticamente críticos de la búsqueda de las bases populares de la independencia
criolla (Bonilla et al. 1972), y quizás influidos por tendencias metodológicas
recientes en historia social y cuantitativa, se han esforzado por ofrecer una visión
más precisa de las causas y la dinámica interna de la insurrección. Por un lado,
una serie de investigaciones en curso, observan meticulosamente los hechos
mismos de la rebelión, para indagar sus múltiples tensiones ideológicas, su
precaria composición multiétnica, sus patrones de organización y liderazgo, su
oposición andina y no-andina y los cambios al interior del movimiento conforme
la propia guerra civil se desarrollaba (Manuel Burga, comunicación personal,
1982;Campbell 1976,1978,1979,1981, capítulo4 en este volumen; Flores G. 1976b,
1977,1981, Hidalgo 1982,1983; Larson 1979; O'Phclan G. 1979, 1982, 1985: 209-
256;Szeminski 1976,1980,1982,1984). Porotro lado, varios estudiosos observan
atentamente el calendario y la geografía de la agitación en el período colonial
tardío, para evaluar sus causas estructurales y sus bases sociales regionales
(Cornblit 1970; Golte 1980; Flores Galindo 1981: 254; 262; Mórner 1978: 110-22,
128, 155; Mórner y Trelles, capítulo 3 en este volumen; O Thelan 1985; sobre
regionalismo, cf. Fishcr 1979; Campbell 1979: 25-26)7
En realidad, el ámbito geográfico de la insurrección se ha convertido en el
tema más importante en los trabajos más recientes c innovadores sobre las causas
déla revolución tupamarista. El "verdadero problema", para usarlos términos de
un influyente investigador, es "por que la rebelión estalló en sólo una parte de las
provincias y no en todas" (Golte 1980:176), Oscar Cornblit (1970) fue pionero de
este tipo de enfoque en un estudio sobre "Sociedad y rebeliones de masas en Perú
y Bolivia durante el S.XVIII", Cornblit, como otros antes y después (véase
Humphreys y Lynch 1965; Lynch 1973, Phelan 1978), argumentaba que las
reformasborbónicasamenazaron una variedad de intereses establecidos y encen
dieron, por tanto, la disidencia multiétnica a finesdel S.XVIII. Esto explica porqué
las élites rebeldes podrían estar dispuestas a dirigir una revuelta, pero no explica
cómo podrían movilizar masivamente a seguidores. A pesar de un extendido
"resentimiento permanente" (Cornblit 1970: 39) y de disturbios locales en la
América andina durante el S.XVIII, sólo algunas regiones rurales indígenas
participaron en la insurrección general de 1780-82. Cornblit encontró que el
territorio insurrecto del sur del Perú y Bolivia incluía entre su población indígena
un alto porcentaje de forasteros, migrantes desplazados y alienados de sus ayllus 7
10. Los problemas técnicos en el estudio de Golte son lo suficientemente sustanciales como para
requerir una reseña aparte para tratarlos ampliamente. La seriedad de estos problemas está indicada
por el hecho de que dos bases estadísticas claves para su interpretación sean más bien hipótesis y
problemáticas. Que los repartos se hayan supuestamente triplicado durante 1754-1780, es una
tendencia que se encuentra más declarada que demostrada (Golte 1980: 117-118). Las evidencias
citadas por Golte demuestran la preponderancia de abusos ilegales en el reparto, pero no una
tendencia como la que él sugiere. Sin embargo, la supuesta triplicación de las cuotas legales de
reparto es crucial en la fórmula que mide las exigencias que pesaban sobre los indios en varias
provincias (ibid.: 177-78). Además, el cálculo de la capacidad de pago ("índice de producción") délas
varias provincias descansa sobre datos de 1792 (ibid., 111-113, 177-178) que pueden o no reflejar
variaciones regionales en la capacidad de pago durante las décadas previas a la explosión insurrec
cional de 1780. Anotemos a su favor, que Golte advierte con frecuencia al lector de los límites de las
evidencias y de los procedimientos usados en su estudio pionero. Pero característicamente procede
inmediatamente a ignorar sus propias advertencias y reservas.
Límite entre loe distritos de la Sierra Central, Sierra Norteña y Sureña.
VA
CUADRO 2.1.
11. Esto no quiere decir que Juan Santos no era consciente de la existencia de otros pueblos
europeos, tales como los ingleses, con los cuales afirmaba haber establecido una alianza política
(Loayza 1942: 2; Izaguirre 1922-29: 2:116). Los datos básicos disponibles sobre la biografía personal
de Juan Santos se repiten en casi todas las fuentes disponibles, pero muchos de los detalles desu vida
antes de 1742 permanecen oscuros o no confirmados (el de Juaniz 1960 es un recuento fantasioso).
Juan Santos tenía apariencia mestiza (véase Lehnertz s.f.: cap. 6,18-20) a pesar de su identificación
con la sociedad indígena y la nobleza incaica. Podría haber nacido en Cajamarca (Loayza 1942: 29),
probablemente fue educado por los jesuitas en el Cusco, en la escuela para los hijos de curacas y
nobles nativos, y afirmó inicialmente que los jesuitas podían ir a enseñar a su reino selvático (ibid.:
4). Contemporáneos suyos afirmaban que había hecho un intento de organizar una alianza insurrec
cional entre curacas alrededor de 1730 o 1731 (véase Várese 1973:179; AGN 1752:44r), y sus críticos
afirmaban que era un criminal fugitivo, que había asesinado a un jesuíta durante el virreianto de
Castclfuertc (1724-1736) y había escapado posteriormente de prisión. Várese (1973:177-178) critica
inteligentemente la historia de asesinato y prisión basándose en el análisis minucioso de las fuentes
que se hallaban disponibles mientras realizaba su investigación. Sin embargo, un documento
fechado en 1752 corrobora la historia de la prisión, aunque deja sin resolver el problema del asesinato.
Se refiere de una manera directa a los archivos del corregidor local sobre un apresamiento anterior
de Juan Santos Atahualpa por el virrey Castelfuerte y su exilio a "La Piedra", una isla-prisión cerca
del Callao. Pero vincula la prisión a la subversión política de Juan Santos Atahualpa y no menciona
el asesinato de un jesuíta (véase AGN 1753: 47; sobre "La Piedra" como isla-prisión, véase Armen-
daris 1725). Este hallazgo documental sobre su anterior prisión y fuga, añade sentido a la afirmación
de Juan Santos Atahualpa en 1742, de que "su casa se llama Piedra” (Loayza, 1942: 2).
l.A ERA DE I.A INSURRECCION' 61
14. Después de haberme encontrado con estos casos criminales, descubrí que uno había sido
citado en el panorama del Perú colonial tardío por Tord y Lazo (1980: 307-308), y otro en la visión
general de la experiencia femenina por Prieto de Zegarra (1981:1:378-380). Estos autores no analizan,
sin embargo, las implicancia^ de estos documentos para la historiografía de la insurrección.
15. Este patrón de huida a la frontera selvática sonará familiar a los historiadores de la esclavitud
afroamericana, para quienes la fuga de "cimarrones" rebeldes a zonas de frontera interior es un tópico
de gran importancia (véase Price 1979).
LA F.RA DE LA INSURRECCION 63
325; Ortiz 1975-76:1:127-129; Juan y Ulloa 1826: 250; Moreno C. 1977: 236-237;
Várese 1973:188).
Por consiguiente, en la propia frontera selvática la clientela potencial de Juan
Santos incluía un número considerable de serranos desafectos, cuyos contactos y
conocimientos de la sierra magnificaban la amenaza insurrecional del movimien
to. Las autoridades tenían buenas razones para temer la habilidad de Juan Santos
para organizar una red de espías y propagandistas en la sierra (véase Loayza
1942: 27-28; Eguiguren 1959: 1: 319; Amich 1771: 188). Más aún, la dimensión
mesiánica y las proezas militares del movimiento expandieron aún más su
composición serrana en la selva. Cientosdescrranos huían para unirse al Inca Rey
(véase Amich 1771: 189), y los rebeldes incursionaban en la sierra en busca de
reclutas adicionales (AGN 1752:15v, 19v, 20r, 22v; Loayza 1942:156, 207). Una
sucesión de rituales ponían a tales prisioneros directamente en presencia del Inca
Rey, y si resultaban exitosos, integraban a los nuevos "hijos" del Inca en los
trabajos, celebraciones y vida religiosa de la nueva sociedad (AGN 1752:14v-24r;
Loayza 1942:207). El reino selvático de Juan Santos Atahualpa parecía funcionar
como una gran confederación de pueblos y de jefes. Un conjunto de pueblos
vivían normalmente separados del campamento del Inca, de acuerdo a su vida
selvática previa, pero podía ser movilizado, coordinado y reunido cuando era
necesario. Otro conjunto de pueblos y de jefes, de impronta más serrana y de
creación más reciente, parecía vivir bajo la influencia más inmediata del Inca
(AGN 1752: 15v-16v, 19-20, 22r-24r).16 Sólo los seguidores mestizos sumaban
probablemente varios centenares (Lehnertz s.f.: cap. 6, n. 43).
La composición social de las fuerzas militares rebeldes confirmaba la presen
cia de una significativa minoría serrana en el movimiento. Los informes que
tenemos disponibles no permiten un cálculo preciso, pero dan la impresión de
que una fuerza de combate de 400 a 500 guerrilleros podía incluir hasta 100
serranos (véase por ejemplo, los informes de 1743 y 1752 en Loayza 1942: 27-28,
37-38,43,44: AGN 1752:20v). Ya en 1743, la cantidad de seguidores serranos de
Juan Santos justificó la organización de una unidad separada de combate de
alrededor de 50 mujeres serranas, capitaneadas por una tal "Doña Ana", zamba d e
Taima (Loayza 1942:28). Tal como en las comunidades de esclavos fugitivos del
Brasil e hispanoamérica, los hombres fugitivos deben haber sobrepasado consi
derablemente en número a las mujeres (véase Price 1971:18-19: AGN 1752: 20r
"composición por sexo de los prisioneros reclutas capturados").
¿Pero qué de la sierra misma? Se podría, después de todo, argumentar que el
movimiento de Juan Santos drenaba de la sierra precisamente a los individuos
más inquietos y desafiantes. Si desviamos nuestra atención de los seguidores
serranos del Inca en la montaña, ¿encontramos evidencia sustancial de un apoyo
latente entre los serranos que permanecían en la sierra central? Cinco hilos de
evidencias sugieren que el mesianismo y las hazañas de Juan Santos ejercieron
16. Este interpretación de la organización e influencia política de Juan Santos Atahualpa está
más en la línea de Várese (1973), quede Lehnertz (s.f.) A pesar del valor de la evidencia en AGN 1752,
mis comentarios siguen siendo algo especulativos. Se necesita más investigación para corroborar o
modificar la interpretación que aquí se sugiere.
64 »-»i i> iv \
19. Para relatos históricos de las revueltas de 1750 y 1783 en Huarochiri, véase Mendiburu 1874-
90: 5:172-173,2:252; Valega 1939:89; Valega 1940-43:1:59-60; Rowe 1954:45-47; Spalding 1984: cap.
9. La revuelta de 1758 permanece más oscura, pero una descripción breve se encuentra en Carrió
(1782: 47-48).
56 STEVE STERN
22. Los funcionarios que redactaban informes a sus superiores, especialmente ios virreyes que
hadan un recuento de su mandato al terminar sus períodos, se hallaban tentados de minimizar los
peligros inminentes o los conflictos irresueltos, con el fin de demostrar su competenda. Un ejemplo
instructivo es el informe del virrey Guirior en vísperas de la insurrecdón de Túpac Amaru Relaciones
1867-72: 3: 39-54, esp. 40-41, 43).
provocado una im portante revuelta indígena, probablem ente por la m anera en la
cual había m anejado el reparto (Véase Esquivel y Na vía ca. 1750: 2: 295, 261;
Zudaire 1979:258; Loayza 1942:123-124). Varias fuentes contem poráneas confir
man independientem ente que el reparto producía un fuerte sentim iento de
agravio en el área Tarm a-Jauja en la década de 1740 y que conflictos recurrentes
durante el período 1744-45 destruyeron la autoridad de Santa com o corregidor
(Juan y Ulloa 1826:250; Loayza 1942:75,81; Fuentes 1 8 5 9 :4:102; Vallejo F. 2:301,
328-329J.23 Los disturbios de 1744-45 se produjeron conjuntam ente con evidencias
de que los indios locales acogerían favorablem ente una liberación dirigida por un
Inca. Adem ás, algunas evidencias sugieren que las autoridades coloniales descu
brieron una conspiración para organizar una insurreción en toda regla en la
propia Tarm a24. La amenaza de m ovilización violenta en la sierra era real, y
exigía una respuesta.
Conocem os al m enos tres m edidas tom adas para restaurar una difícil paz
social en la sierra central. En 1744, las autoridades virreinales excepturaron a
Tarm a de su cuota de mitayos para las m inas de mercurio de Huanca vélica (Za vala
1978-80:3; 52-53). El virrey Villagareía (1736-1745) definió francam ente la medida
com o "m edio para su quietud". (Fuentes 1 8 5 9 :3 :383)2S. La excepción perm aneció
en vigencia por lo m enos hasta 1761 (M endiburu 1874-90: 5 :1 7 9 ), y quizá hasta
m ucho después. Hasta 1772, por ejem plo, los indios de Tarma no eran presiona
dos para proporcionar una cuota de mitayos para las im portantes m inas de plata
locales de Lauricocha (Zavala 1978-80: 3: 59). Sospecho que lo mism o era válido
para el caso de H uancavelica: en 1782 Tarma se encuentra conspicuam ente
ausente de la lista de distritos obligados a la mita en H uancavelica (Fisher 1977:
92). En 1745, el recién llegado virrey Superunda tomó dos m edidas adicionales.
Primero, el corregidor de Tarm a, como un capataz al cual se le acabó su período
útil en una plantación de esclavos, tenía que ser reem plazado. Rápidam ente
Superunda llamó a Lima al desgraciado Santa (Loayza 1942: 75, 125; Esquivel
Navía ca. 1750: 2: 239). Segundo, el Estado tenía que m ostrar su habilidad y sus
intenciones de acallar la disidencia. Superunda envío 100 tropas entrenadas y al
m ás destacado general peruano, José de Llam as, para reem plazar a Santa. Así
com enzó una concentración de fuerzas m ilitares cuyo propósito explícito era
intim idar a los serranos tanto como derrotar o aislar a Juan Santos Atahualpa
(Loayza 1942: 75). Las tropas se acuertelarían no sólo en fuertes ubicados en el
borde de la selva, sino también en los principales lugares de la sierra (véase Amich
1771: 203; Ruiz L. 1 7 7 -8 8 :1 :9 2 :2 : lámina 12; Amat 1776:399; M endiburu 1874-90:
23. Como veremos más adelante, Santa fue relevado por la fuerza de sus obligaciones,
reinstalado más tarde y, en su segundo trabajo como corregidor, fue aparentemente menos capaz de
reposar en el reparto como fuente sustancial de ingresos.
24. Eguiguren (1959: 319) se refiere al litigio contra Severino Yancapaucar, el organizador de
una de tales conspiraciones en Tarma, y dice que la documentación abarca los años 1733-1774.
Desafortunadamente, no proporciona detalles cruciales sobre la conspiración o su calendario. El
fiscal fue un tal "Don Francisco", y sabemos que Don Francisco Obregón compró el puesto de
corregidor de Tarma en 1749 (Moreno 1977: 94). Cualquiera que haya sido el cronograma preciso de
los cargos iniciales levantados contra Yancapaucar, y la recolección de evidencias formales, es
probable que hacia mediados de la década de 1740 corriera la voz dando cuenta de tales intentos
organizativos.
25. En realidad, la supresión implicaba dejar de pagar el dinero que los indios de Tarma habían
l.A ERA DE LA INSURRECCION 69
5:141; 8:273). Para 1760, más de la mitad de las 241 tropas fijas entrenadas, asig
nadas teóricamente al Batallón de Infantería del Callao, prestaban servicio en
realidad enTarma y Jauja (Campbell 1976:36, esp. n.2: 1978:17). La combinación
de tropas entrenadas y una milicia auxiliar ampliada (véase Campbell 1978:60-
63), ambas dirigidas por oficiales veteranos, no sólo fortaleció el aparato represi
vo del Estado en Tarma y Jauja sino que, como veremos más adelante, permitió
a estos distritos, especialmente Tarma, servir como una plataforma desde donde
se debelaban disturbios en otras provincias serranas.
Así, hacia mediados del S.XV1 II, la sierra central no ofrecía un panorama muy
diferente al de la explosiva política de la frontera selvícola. En este sentido, la vio
lencia en Huarochirí fue sólo una dramática manifestación local de una amenaza
regional mucho más amplia. A lo largo de la década de 1740, los pueblos de la sie
rra central mostraron una erizada disponibilidad para montar violentos desafíos
a la líneas de autoridad establecidas si se les provocaba o inspiraba adecuada
mente. Cuando luego del fracaso del General Llamas en derrotar a Juan Santos
Atahualpa, Alfonso Santa fue reinstalado como corregidor de Tarma y coman
dante militar en 1747, evitó los costosos errores del pasado. Más sabio a partir de
su amarga experiencia, Santa no puso demasiado a prueba su suerte en la ex
plotación de los repartos, y parece haber experimentado considerables dificulta
des financieras, en parte porque los repartos ya no le proporcionaban grandes in
gresos. En vez de ello, Santa centró sus esperanzas materiales en la posibilidad de
que un exitoso final al caso Juan Santos Atahualpa le proporcionaría una jugosa
recompensa déla Corona (véase Loayza 1942:116-129,esp. 118-119,123-124,128).
De esta forma, con buenas razones, las autoridades coloniales actuaron
vigorosamente para asfixiar el potencial insurreccional de la sierra central y
sellarla de mayores influencias sediciosas de Juan Santos y sus emisarios. Luego
de la derrota de la rebelión huarochirana y la conspiración limeña de 1750, y con
la mayor concentración de fuerzas en Tarma-Jauja (Várese 1973: 199), la sierra
central parecía protegida de la subversión.
Pero esto nos lleva a una cuarta área de evidencia: la respuesta de las
poblaciones serranas ante la audaz invasión de Juan Santos Atahualpa en 1752.
Para entoncos, la división del control militar parecía clara. Los pueblos de la selva
habían recobrado sus territorios perdidos, pero las fuerzas coloniales gobernaban
con autoridad en la sierra. En agosto, diez años después de su declaración de
soberanía incaica sobre el Perú, Juan Santos Atahualpa buscó quebrar el control
colonial sobre la sierra: invadiría la región de Comas (Jauja), establecería allí una
cabecera de playa serrana, esperaría varios meses a que las provincias serranas se
plegaran a su causa, y emprendería finalmente la conquista de la sierra y la toma
de Lima (AGN 1752: 12r, 16v, 20v). Comas y sus anexos de Andamarca y
Acobamba, se ubican en una zona serrana semiaislada al Este del valle del
Mantaro, a lo largo del cual se aglomeran la mayoría de pueblos y del tráfico de
Tarma-Jauja (Véase mapa 4; Amich 1771:31-32). En el S.XIX, guerrillas campesi
nas armadas durante la Guerra del Pacífico (1879-1883) establecieron y defendie
ron una "república campesina" independiente en la zona de Comas desde 1888
hasta 1902 (Mallon 1983: 80-122, esp. 111-121; y Mallon cap. 9 en este volumen).
Dentro del área de Comas, Andamarca era el último pueblo serrano en la ruta a
la montaña de Jauja. Una topografía extrema hacía que la transición de sierra a
70 STF.VE STI'.RN
selva fuera abrupta y no gradual. Había que trepar primero para cruzar las punas
frías y pantanosas de Andamarca antes de descolgarse bruscamente hacia la
montaña subtropical (Amich 1771:32,36).
En este territorio difícil pero algo aislado, Juan Santos Atahualpa jugó sus
cartas serranas. Las fuerzas rebeldes tomaron fácilmente Andamarca el 3 de
agosto, pero el corregidor de Jauja desplegó rápidamente sus fuerzas para el
contraataque. Advertido por un serrano convertido en espía, Juan Santos se
replegó de Andamarca antes que arribaran las fuerzas coloniales (Loayza 1942:
183-205; Vallejo F. 1957: 285-86). La ocupación había durado sólo dos días
completos. A primera vista, Juan Santos Atahualpa parecía haber obtenido otra
victoria dramática: otra incursión guerrillera que eludía las fuerzas coloniales. En
realidad, teniendo en cuenta las intenciones originales del Inca, la incursión
marcó un punto de viraje decepcionante; el fracaso en establecer un territorio
liberado permanente en la sierra. Como si aceptaran el status c¡uo, ninguno de los
dos bandos emprendió acciones militares contra el otro después de 1752.
El repliegue de Juan Santos Atahualpa de Andamarca subraya los formida
bles obstáculos para una insurrección serrana. Tales obstáculos adquieren aún
mayor significación si, como ha sostenido Stefano Várese (1973:183-85,203), Juan
Santos Atahualpa esperaba inaugurar una nueva era sin recurrir a gran derrama
miento de sangre (cf. nota 29, más adelante).
Sin embargo, más importante para lo que aquí nos interesa, la invasión de
1752 demostró que la idea de una liberación conducida por el Inca ejercía todavía
una poderosa atracción popular. La historiografía franciscana oscurece este
punto al presentar la imagen de un impostor frustrado y vengativo, incapaz de
encontrar seguidores serranos. Como sostiene Amich: "No pasó el tirano Juan
Santos mucho tiempo en Andamarca, antes reconociendo que los serranos no
estaban a su devoción, pues no le daban la obediencia, saqueo el pueblo, y le pegó
fuego antes de retirarse..." (1771: 205-206; cf. Izaguirre 1922-29: 2: 163, 181-82).
Pero tras una lectura cuidadosa, incluso las cartas y testimonios publicados por
Loayza (1942: 183-231, esp. 204-205, 208, 215, 229) contradicen esta mitología.
Cuando arriban Juan Santos y sus fuerzas, los preparativos de defensa organiza
dos por los "vecinos" respetables de Andamarca se derrumban. Sólo dos disparos
fueron hechos antes de que una voz indígena gritara: "nuestro Inca es, vénganse
para acá" (Loayza 1942: 208). Entonces Juan Santos ingresó pacíficamente, mar
chó hacia la plaza y aceptó el homenaje de sus nuevos vasallos. Tal como un
horrorizado testigo recordó más tarde, los indios y mestizos que traicionaron la
defensa de Andamarca, "1c besaron manos y pies al Rebelde" (ibid.: 204). El
incendio provocado por Juan Santos Atahualpa, lejos de aparecer como un
estallido de frustración, parece haber tenido como objetivo casas y símbolos
seleccionados, incluyendo la iglesia local (ibid.: 215).
Sin embargo, más reveladores que la colección documental de Loayza son los
expedientes criminales contemporáneos en contra de supuestos agentes-espías
de Juan Santos (AGN 1752). Porque es en estos registros, levantados inmediata
mente después de la invasión de agosto, que afloran el sentido de conmoción,
urgencia y amenaza insurreccional. La herejía de la mayor parte de la población
india y mestiza de Andamarca escandalizó y aterrorizó a los leales a la Corona.
Mapa 4. Tarma-Jauja durante los años de las insurrecciones indígenas: lugares protagonistas.
L»/\ r.I\ /A \JV. l,/ \ li\^>L> / U
26. Para tener una idea de los textiles perdidos por la multa, considérese que la cantidad excedía
la producción textil anual de los más grandes obrajes del S.XVII1 (Silva S. 1964: 119-20)
l,/ \ l J \ / \ U I L li\ D U I\ I\ P A ^ V ~ iV _ A \ /:>
27. También vale la pena advertir, sin embargo, que la sierra central adquirió notoriedad después
de 1742, el año en que Juan Santos Atahualpa inició su insurrección. Para el "mapa" de los lugares
problemáticos más destacados en 1742, véase Montero (1742: 31-31).
LA ERA DE [.A INSURRECCION 77
estrictos términos económicos, Jauja se encontraba entre los distritos más lucra
tivos que un corregidor podía encontrar en el S.XVI1I (véase Macera, en Carrió
1782: 20-21). Pero tal como anotó un observador, para realizar esas ganancias el
corregidor tenía que sobreponerse a "algunas dificultades que ofrece el espíritu,
y carácter de sus ha vi tan tes" (Cangas 1780:315). Teniendo en cuenta la reputación
de la sierra central, la respuesta del virrey Agustín de Jáuregui ante la amenza de
invasión británica en 1780, resulta fácilmente comprensible. Luego de asumir su
cargo en julio, Jáuregui mejoró la seguridad enviando armas y municiones no sólo
hacia puntos estratégicos a los largo de la costa del Pacífico, sino también a Jauja
y Tarma: los puntos neurálgicos de conflicto en la sierra (Relaciones 1867-72:3:188-
89).
Si la sierra central representaba una amenaza insurreccional considerable,
¿por qué entonces Juan Santos Atahualpa no logró desatar una insurrección
serrana de envergadura? Este fracaso constituye, después de todo, el sustento
más fuerte de la tesis que afirma que Juan Santos condujo una insurrección
fronteriza de importancia política relativamente marginal para la sierra. Debe
mos comenzar con una distinción fundamental. Una evaluación sutil del fermen
to político en la sierra central debería distinguirentre un desafío popular creciente
a la autoridad -desafío, más aún, receptivo a la idea de una liberación incaica- y
las circunstancias concretas que podrían o no transformar tal mar de fondo en
realidad. En otras palabras, debemos distinguir entre "coyuntura" y "hecho", y
nuestra interpretación histórica debe funcionar en ambos niveles de análisis.
Nuesta hoja de balance debe reconocer no sólo la realidad de una amenaza
insurreccional, sino también el hecho de que esta amenaza, aunque genuina y
seria, sin embargo no se materializó. ¿Qué fuerzas impidieron que una coyuntura
crecientemente insurreccional anunciara, en realidad, el inicio de una insurrec
ción general?
Responder adecuadamente tal pregunta requeriría una cantidad sustancial
de investigaciones adicionales y la redacción de otro ensayo. Sin embargo,
algunos indicios pueden proporcionar los elementos para una explicación inicial
tentativa. Debemos reconocer desde un principio, la inmensa dificultad de
organizar una insurrección indígena de proporciones en los Andes del S.XVIII.
Investigaciones recientes arrojan crecientes dudas sobre la idea de revueltas
indígenas "espontáneas" que encienden fuegos insurreccionales de dimensiones
regionales o suprarrcgionales. Insurrecciones de envergadura tomaron años de
preparación; los conspiradores podían discrepar en detalles de liderazgo, inclu
sive sobre a quién reconocer como nuevo Inca Rey; una vez desencadenada, una
insurrección que se extendía por amplios territorios era en el mejor de los casos
un conjunto laxamente coordinado de revueltas regionales y subrcgionales
(véase Szemiríski 1976: 225-243; Campbell 1981: 677-678, 680-681,690; O'Phelan
1982, 1979; Zudaire 1979: 79-83; Loayza 1942:123,163,166,172; Beltrán A. 1925;
54-55; Vargas U. 1966-71: 4: 207; Lewin 1957: 118; Cornblit 1970: 11-14; Kubler
1946: 386-387).
El trabajo organizativo insurreccional enfrentaba dos obstáculos peligrosos:
una red sorprendentemente efectiva de inteligencia (es decir, espionaje) y clien
tela je colonial, que permitía a las autoridades descubrir y aplastar conspiraciones
"secretas"; y una estructura de "dividir para reinar" a través de la cual las
78 STUVIí STF.RN
indígenas sentían por el pasado incaico no les impidió mantener en muchos casos
una conservadora lealtad a la corona española (Burga 1981: 250-252).
El fracaso de Juan Santos Atahualpa para conducir una insurrección en la
sierra central se explica entonces, en parte, por las condiciones generales del
S.XVI1I. Más que confianza en una erupción cuasi espontánea, la insurrección
indígena requería un considerable trabajo organizativo para vencer difíciles
obstáculos. La correlación de fuerzas permitía que las autoridades desmontaran
conspiraciones, aplastaran revueltas locales antes de que se expandieran y
ganaran fuerzas, y conquistaran aliados y ejércitos indígenas en medio de
aparentes "guerras raciales". Por tanto, no nos debe sorprender que, incluso
cuando una conjunción determinada de fuerzas volvía la insurrección altamente
probable, la guerra civil no llegara a estallar. Tal conjunción y tal fracaso tuvieron
lugar no sólo en la sierra central en la década de 1740, sino también -como era
claro para los contemporáneos- en partes de la sierra central y del sur en 1776-
1777 (Golte 1980: 137-138; Campbell 1978: 101; Zudaire 1979: 76-77).
A estas circunstancias generales debemos añadir algunas particularidades
de la región Tarma-Jauja. La evolución de la estructura de poder indígena en la
región proporcionó ventajas suplementarias al régimen colonial. Desdeel S.XVI,
el régimen colonial consolidó su autoridad en las provincias serranas, en parte
estableciendo "grupos de poder" multiracialesque entrelazaban élites de origen
indígena y no-indígena (Stern 1982: 92-102,158-159,163-164, Spalding 1974: 31-
87, Larson 1979). El éxito de esta estrategia variaba ciertamente según las
regiones, períodos y estratos dentro de la élite indígena. Además, tendencias
contrapuestas volvían con frecuencia la colaboración indios-blancos un asunto
ambiguo, frágil e internamente contradictorio, más que una franca alianza de
intereses. Lo más importante para nuestra discusión, sin embargo, es que el
entrelazamiento regional del poder hispano-colonial y el indígena, asumió
formas peculiares e inusualmente intensas en la región de Tarma-Jauja. La débil
presencia inicial de los españoles, la alianza entre éstos y los huancas en el S.XVI,
la ausencia de minas y al mismo tiempo la proximidad a centros comerciales
como Lima, Huacavelica y Huamanga, son peculiaridades de la historia colonial
temprana de la región, que junto con la astuta política de los curacas favorecieron
el eventual surgimiento de poderosas dinastías andinas en Tarma-Jauja. Los
señores de estas dinastías alcanzaron éxito excepcional en el aprovechamiento de
la colaboración indios-blancos en beneficio propio, y fueron excepcionalmente
reticentes, por tanto, para atacar la estructura del poder colonial. En la sierra
central, durante el S.XVI1I, apellidos como Astocuri, Apoalaya y Limaylla,
designaban a poderosas familias regionales cuyos matrimonios entre ellos y con
españoles colocaban la región bajo el dominio de lo que era en realidad una
nobleza mestiza. Estas familias eran propietarias de las mejores haciendas de
Tarma-Jauja, dominaban los cacicazgos y cofradías andinas del valle del Manta
ra, establecían exitosas alianzas matrimoniales con corregidores y funcionarios
españoles y asumían con orgullo una historia de ancestral nobleza andina y fiel
servicio a la corona española (véase Dunbar T. 1942; Celestino 1981; Celestino y
Meyers 1981; Espinoza S. 1973a; Espinoza S. 1973b: 230; Argucdas 1975:80-147).
En Tarma-Jauja, por tanto, una insurrección conducida por un foráneo como
Juan Santos Atahualpa, enfrentó una fusión excepcional mente intensa entre el
80 SITA' F. STIZRN
28. Recuérdese que esta es una lista de casos conocidos. Otros ejemplos han eludido, al menos
hasta el momentos, los registros históricos.
LA ERA DF. LA INSURRECCION 81
29. Creo que los puntos que acabamos de mencionar son tanto necesarios como suficientes pa
ra explicar el fracaso en materializar un hecho insurreccional en la sierra. Sin embargo, debo destacar
que otra variable relevante puede ser el empuje ideológico y estratégico del propio movimiento de
Juan Santos Atahualpa. A veces pareciera que Juan Santos hubiera buscado minimizar la violencia
(véase Várese 1973: 183-185, 203; Loayza 1942: 3; AGN 1752: 20v), y hubiera esperado expresiones
de apoyo y simpatía serrana tan obvias y abrumadoras que por sí solas hubieran empujado al virrey
a aceptar el advenimiento de un reino Inca. Durante los preparativos para la invasión de Andamarca,
parecía que Juan Santos planeaba "conquistar" la sierra residiendo en Andamarca tres meses
mientras las provincias serranas se volcaban a su causa; ordenó a sus jefes y guerreros que no se
concen traran en matanzas, sino en la captura de prisioneros vivos para integrarlos a engrosar las filas
del Inca. Esta "conquista" relativamente no violenta y espontánea (que describe adecuadamente
cómo Juan Santos conquistó Andamarca) habría bastado presumiblemente para convencer al virrey
de abandonar el Perú (véase AGN 1752:20v). Si esta estrategia describiera adecuadamente los planes
de Juan Santos, podría revelar un profundo énfasis espiritual dentro del movimiento de Juan Santos
Atahualpa: énfasis en la curación de espíritus heridos en preparación de una era justa, saludable y
próspera, más que en la organización de ejércitos y alianzas políticas para un asalto directo a las
ciudadelas del poder colonial. Nótese al respecto las sorprendentes condolencias ofrecidas a una
mestiza atemorizada por los tres indios apresados y acusados más tarde de "traidores". Ellos le
aseguraron que no tenía que preocuparse o llorar, "porque luego que viese a su Apo Ynga, le llenaría
de consuelos, que asi lo experimentaban ellos en sus travajos". El Inca la aliviaría de todas sus
aflicciones, penas y enfermedades (AGN 1752:12r). Este énfasis en la curación espiritual más que en
el asalto político-militar no resulta extraño para los estudiosos de movimientos müenaristas, y difiere
sustancialmente del empuje militar y estratégico que caracterizaría las insurrecciones tupamarista
y katarista en la década de 1780.
El problema con la hipótesis aquí delineada es su carácter altamente especulativo, dado lo
escaso y contradictorio de las evidencias actualmente disponibles. Si nuevas investigaciones
prueban que esta hipótesis tiene méritos, podría significar muy bien que Juan Santos y sus emisarios
no se preocuparon demasiado en organizar un asalto militar insurrecional a la sierra -a pesar de la
inquietud y rebeldía existentes en la sierra en los años 40 y 50 del S.XVIII. Más importante habría sido
"correr la voz" de una inminente transformación y de las intenciones benévolas del Inca. De todas
maneras, esto no bastaría para explicar por qué la insurrección no abarcó la sierra central de todas
maneras, ni descartaría la explicación sugerida en este ensayo. Pero añadiría otro obstáculo para que
la "coyuntura" se materialice como "hecho".
82 STEVE STERN
30. En realidad la insurrección abarcó también lo que hoy es el norte de Argentina y Chile.
Utilizo "sur del Perú y Bolivia" como una gruesa referencia a los territorios y a las culturas serranas
de los Andes del sur antes asociados con el imperio incaico: Tawantinsuyu.
31. En realidad, Dunbar (1942: 160. 176 N.44) conocía uno de los documentos hasta aquí no
trabajados sobre la sierra central (AGN1781), pero lo usó para otros propósitos que oscurecieron su
significado para la historia de la rebelión andina.
LA ERA DE LA INSURRECCION 83
32. Aunque el informe oficial del virrey se centraba en un pueblo llamado "Rento", no he podido
localizar tal pueblo y sospecho que una transcripción errónea en el informe virreinal publicado
puede dar cuenta de la misteriosa referencia. En cualquier caso, AGN 1780 deja en claro que el primer
disturbio tuvo lugar en o cerca de Mito.
84 STliVL STKRN
33. De acuerdo a Millán de A. (1793: 134), San Juan de Colpas pagó 6 mil pesos de renta y el
interés sobre los principales que sumaba 56 mil pesos. A un interés del 5%, el porcentaje estándar por
obras país en el período colonial, los ingresos por intereses representarían otros 2,800 pesos al año.
34. Romero (1937: 148) y Silva S. (1964:161) estaban al tanto de la destrucción de San Juan de
Colpas, pero confundieron la fecha y atribuyeron erróneamente el hecho a los seguidores de Juan
Santos Atahualpa.
A.: 1793:134)34. Similares invasiones de tierras destruyeron el obraje de Michi-
vilca, y el chorrillo "Exaltación de Roco". En los tres lugares los indios construye
ron "pueblos con sus iglesias, Casas de Ayuntamiento y Cárceles" (ibid). .
La primera de nuestras interrogantes centrales al evaluar la región centro-
norte durante la era Túpac Amaru II, queda entonces clarificada. Revueltas y a
veces ambiciosas estallaron en Tarma-Jauja, provincias estratégicas de la sierra
central, precisamente mientras la guerra insurreccional se desarrollaba en el sur.
Incluso después del debelamiento de la insurrección sureña, la autoridad colonial
en la sierra central reposaba sobre bases más bien precarias. El virrey Jáuregui
(1780-1784) informó sobre disturbios en Chupaca (al sur de Jauja), y conflictos por
tierras se mantuvieron latentes en el valle Yanamarca (justo al norte del pueblo
de Jauja) durante 1784-1791. En 1791, la tensión forzó a los terratenientes y jueces
de tierras coloniales a retirarse de Jauja por razones de seguridad. (Sobre lo
anterior, véase Relaciones 1867-72: 3: 121-122; Yanamarca 1840-42; esp. 575; cf.,
para Taima, Eguiguren 1959:1: 339-350).
A este primer punto, debemos añadir inmediatamente un segundo: el balan
ce militar de fuerzas en Tarma-Jauja durante 1780-1782 hizo especialmente difí
cil que los rebeldes se conviertan en insurrectos. A estas alturas, recordemos, Tar
ma-Jauja se había convertido en un centro de seguridad cuyos experimentados
veteranos de la represión colaboraron en suprimir revueltas dentro y fuera de sus
propios distritos. La rápida disponibilidad de tropas y oficiales regulares de Tar-
ma, Jauja y, si era necesario, Lima hizo relativamente fácil para las autoridades su
primir o aislar con rapidez rebeliones en la sierra central. (Para ejemplos especí
ficos de las revueltas jaujinas, sobre las cuales la evidencia es más abundante que
en el caso de Tarma, véase Mendiburu 1874-90:8:125,4:193; Relaciones 1867-72:
3:53-54; AGN 1780: 6r; AGN 1781: 6v, 10r, 16r). En general, a partir de la década
de 1750 fue en la sierra centro y norte, así como a lo largo de la costa, donde se
reforzó la seguridad para contrarrestar los peligros de rebeliones indígenas y
ataques británicos. Gobernadores militares y tropas gobernaban Tarma-Jauja; las
defensas costeras fueron reformadas; y el extenso corregimiento de Cajamarca
fue dividido en tres (Huambos, Huamachuco y Cajamarca), cuyo tamaño más
pequeño y cuyas milicias indígenas harían el norte más manejable (véase Camp
bell 1978: 60-61; Espinoza 1971; BNP 1783: esp. 5v-9v; Espinoza 1981: 183).
El balance de fuerzas en la sierra sur contrasta nítidamente. Allí las autorida
des gobernaban sobre un vasto y accidentado territorio, más aislado de los
centros costeños del poder militar colonial, teniendo que confiar en milicias
provinciales poco confiables. Bajo estas condiciones resultaba más difícil que las
autoridades impidieran la organización de ejércitos insurreccionales, o la expan
sión de la rebelión de una localidad a la siguiente. (Sobre la efectividad compa
rada de milicias provinciales y tropas regulares, véase Campbell 1976: 45-47;
Campbell 1978: 99,106-111,1147; Campbell 1981: 676).35
35. El 29 de julio de 1981, Don Moisés Ortega, de Acolla (norte de Jauja), me informó en
conversación personal que otros documentos que registran disturbios violentos en Tarma en 1780-
81 existían en manos de uno de su parientes lejanos, pero que el propietario no estaba dispuesto a
permitir el acceso a la documentación. Don Moisés Ortega es historiador y maestro de escuela con
profundas raíces familiares en Acolla y el valle de Yanamarca, eximio conocedor de la historia
regional.
LA ERA DE LA INSURRECCION 8/
ban Vischongo (en la zona del río Pampa, considerablemente al sur de Huanta),
se horrorizaron al tropezar con un gran festejo indígena en celebración de Túpac
Amaru II (quien para entonces ya había sido ejecutado). Los mercaderes, que o
bien estaban armados o acompañados por soldados, atacaron para impedir las
celebraciones, pero los indios "se tumultuaron" y "posesionaron de los cerros por
razón de ser rebeldes" (ibid.: 95). Incluso después de la derrota final de las
insurrecciones sureñas, la memoria de Túpac Amaru II continuó evocando
simpatía y represión. Antes de su recaptura en 1784, Diego Jaquica, un prisionero
fugitivo, curandero nativo y autoproclamado pariente de Túpac Amaru, recorría
la región y asistía a celebraciones públicas tales como matrimonios y fiestas
religiosas. Durante sus erranzas, Jaquica recibía tratamiento respetuoso cuando
recapitulaba la historia épica de la revolución de Túpac Amaru (Huertas 1978:10-
16).
El fracaso de las grandes insurrecciones sureñas para expandirse hacia el
centro y el norte es un problema histórico más complejo de lo que previamente
habíamos reconocido, y no resulta reducible a tendencias de la estructura socio
económica que habían vuelto a los pueblos de la sierra centro y norte menos
predispuestos a rebelarse o menos receptivos a ideas mesiánicase insurrecciona
les. No sólo hemos subestimado gravemente las repercusiones del movimiento
de Juan Santos Atahualpa en la sierra central hacia mediados de siglo. Hemos
confiado, además, en una base de datos que resulta sumamente incompleta y
engañosa para interpretar las bases regionales de las movilizaciones andinas en
la década de 1780 (véase mapa 3). Incluso en el sur, la base de datos es defectuo
sa36. Probablemente, el fracaso de la insurrección en el centro y el norte tuvo que
ver tanto con variables organizativas, militares y políticas -algunas de ellas,
irónicamente, consecuencia de la propia gravedad de la crisis de mediados de
siglo en la sierra central- como con diferencias "estructurales" demográficas,
económicas, de explotación mercantil u otras similares37.
Colocados en el contexto de las investigaciones recientes sobre Ca jama rea,
Huamanga y Tarma-Jauja, ya no podemos seguir descartando más otros ejem
plos de revueltas, intenciones insurreccionales o simpatías tupamaristas en el
centro y el norte como meras aberraciones. En norte, centro y sur encontramos
tanto conciencia acerca del proyecto tupamarista como también rebeliones
violentas. Como advertía un panfleto en Huaraz en las navidades de 1781, poco
antes de que estallara una rebelión local: "si en la tierra de arriba «del sur» han
existido dos Túpac Amarus José Gabriel y su primo y sucesor Diego Cristóbal», aquí
hay doscientos" (Eguiguren 1959: 1: 395). A final de cuentas, la muy conocida
rebelión de Huarochirí en 1783 lejos de ser una aberración, encaja bien dentro del
panorama más amplio que ofrecían el centro y el norte durante la era de Túpac
Amaru II. Esta fue una revuelta al mismo tiempo ambiciosa y visionaria en
términos ideológicos, pero severamente constreñida en términos prácticos y
organizativos. Para los altos oficiales endurecidos en las grandes guerras del sur,
la de Huarochirí fue una rebelión más bien fácil de aislar y reprimir (véase
Valcárcel 1946:133-138; Mendiburu 1874-90: 2: 252-253; 8: 295-298).
Profundamente enraizada en la cultura política del S. XVIIII, la idea de un
neo-inca liberador pudo resurgir incluso después que su época histórica hubiera
pasado (cf. Flores Galindo, cap. 7 en este volumen). Más de una generación
después de la derrota de Túpac Amaru, ideas mcsiánicas neo-incas pulsaban
todavía una cuerda sensitiva en la sierra central. En 1812, durante la crisis de la
independencia, miles de indios invadieron Huánuco, la pequeña "ciudad" capital
de la provincia ubicada al norte de Tarma (véase Varallanos 1959:452-477; cf. Roel
1980:101 -106). La revuelta de Huánuco llevó a don Ygnacio Valdivieso, intenden
te interino de Tarma (una intendencia que incluía en su jurisdicción a los antiguos
corregimientos de Huánuco, Tarma y Jauja), a emprender una investigación
secreta para detener posibles desbordes hacia Tarma y Jauja (véaseCDIP 1971-75:
3-1: 121-248, y el "Prólogo” de Dunbar Temple iii-xcvii). Para su consternación,
Valdivieso descubrió una corriente subterránea preexistente de rumores mesiá-
nicos y amenazas de violencia, y tuvo que emprender acciones decisivas, inclu
yendo una redada de cabecillas, para desactivar posibles rebeliones. En extensas
zonas de Tarma y Jauja, "emisarios" del Inca habían corrido la voz, ya en mayo de
1811, de que un inminente cambio de eras liberaría a los indios y eliminaría a los
europeos (chapetones). En ese mismo mes, el abogado patriota bonaerense Juan
José Castelli, quien había conducido una expedición patriota a Bolivia, declaraba
en las antiguas ruinas de Tiahuanaco que las fuerzas patriotas abolirían el tributo
indígena, redistribuirían la tierra, establecerían un sistema escolar universal y
decretarían la igualdad legal de los indios (Lynch 1973:120-124). Losesfuerzos de
Castelli para ganar una base social indígena confiable en Bolivia resultaron
infructuosos. Sin embargo, desdóla distancia de Tarma-Jauja los indígenas lo vie
ron como un liberador neo-inca: "decían, que ya venia el hijo del ynca, y que Casteli
(sic) tenía rasón" (CDIP 1971-75: 3-1: 124). En 1812, durante la violencia en
Huánuco, los indígenas hablaban de la llegada del "Rey Castelli" o de "Casteli
Inga" (Dunbar Temple, ibid.: L).
Hacia un replantamiento
38. Uso "mito" en un sentido neutro más que en sentido valorativo, en el espíritu de la
antropología y la sociología del conocimiento más que en términos despectivos que ubican el "mito"
en el reino de la ficción y de la fábula. Vale la pena recordar que por breves períodos y en algunos
territorios, el mito de una liberación Inca se convirtió en verdad vivida.
S\J
En los recientes esfuerzos para discernir con mayor rigor las bases sociales y
económicas de la insurrección, se ha perdido, sin embargo, una apreciación de la
amplitud de la crisis y sus causas subyacentes. Hemos restringido demasiado
nuestro foco de atención. Es tiempo de reincorporar la visión más panorámica de
investigadores como Valcárcel, Lewin y Rowe, sin sacrificar nuestra búsqueda de
un entendimiento más preciso del tiempo, geografía, casualidad, liderazgo,
contradicciones internas y demás. (Un libro pionero en esta dirección csO'Phelan
1985). El colapso de la autoridad colonial española sobre indios y castas pobres
-manifiesto en el desafío explícito y violento a la autoridad hasta entonces
aceptada, y en el surgimiento de nuevas ideologías que avisoraban un orden
social transformado- fue aún más grave de lo que admitimos. Su alcance territo
rial incluía la sierra nortedel Perú tantocom oel territorio sureño que se convirtió
en campo de batalla insurreccional. La crisis de autoridad incluyó distritos de la
estratégica sierra central -Huarochirí, Tarma y Jauja- en las alturas de Lima, la
capital, y que constituían un pasaje principal entre el norte y el sur. Por último,
el despunte de una urgente amenaza insurrecional se remontó por lo menos hasta
la década de 1740-9, y abarcó cuarenta añoso más antes de su supresión definitiva.
Por cierto, detalles de tiempo, intensidad, capacidad organizativa y similares
variaron de región a región, y estas variaciones regionales influyeron en el
resultado de la crisis insurreccional. Pero ésta fue una crisis de gobierno cuyas
proporciones la aproximaron a aquella que destruyó la autoridad colonial
francesa en Haití. La gravedad y la escala de la crisis son tanto más soprendentes
si se consideran las diferencias en geografía y medio físico, repertorio de instru
mentos de control social (cooptación y clientelaje, represión, contrainteligencia,
etc.), densidad demográfica y composición étnico-racial, experiencia colonial y
política metropolitana, que dieron a los gobernantes coloniales españoles una
gran ventaja sobre su contraparte francesa3940.
Conforme indagamos por explicaciones más satisfactorias de la Era de la
Insurrección Andina, tendremos que revisar no sólo nuestra cronología y geogra
fía, sino también nuestras herramientas metodológicas. Tendremos que alejamos
39. Tal como Rowc señaló hace ya tiempo (1954: 37-40), y O'Phelan más recientemente (1985:
58-92,275-276), podría ser posible hablar de una coyuntura insurrecional inicial tan temprano como
en la década de 1730. Intentos de organización insurrecional en gran escala incluyen los esfuerzos
iniciales de Juan Santos Atahualpa en 1730-31 (AC.N 1752: 44, 47); la rebelión de Azángaro en 1737,
que fue parte de una conspiración que implicaba 17 provincias (Loayza 1942:123; Esquivel y Navía
ca. 1750: 2: 261; Rowe 1954: 39); y la conspiración de 1739 en Oruro, planificada por Juan Vélez de
Cordova, que parece haber organizado algún apoyo andino a lo largo de la costa del Pacífico si no
en el altiplano boliviano. (Beltrán 1925: 54-84; Maúrtua 1906:12 143; Fuentes 1859:3:378-580; Lewin
de rebeliones potencialmente significativas en Cochabamba y Paraguay (véase Montero 1742: .32,38-
40). Otras evidencias del fermento político y espiritual existente ya durante el virreynato de
Castelfuerte (1724-36), incluyen el caso de un indio forastero que recorría Puno como un Jesús de
Nazareth viviente -"con su cruz al hombro y corona de espinas descalzo y con su soga al cuello". El
indio ganó inmediatamente seguidores y fue saludado en procesiones conforme sus seguidores lo
llevaban por los pueblos cargado sobre sus hombros. En tres días, el corregidor local y la milicia
capturaron al "Nazareno” y lo ahorcaron. (Para el incidente completo, véase Carrió 1782: 39).
40. Esta comparación n'o intenta negar los enormes obstáculos que enfrentaron los revolucio
narios haitianos, ni la magnitud de sus conquistas. Para un estudio apasionado y elocuente de sus
logros, véase James 1963. Sin embargo, los factores mencionados en el texto hadan más enorme, en
términos políticos y organizativos, la tarea de una revolución indígena en Perú-Bolivia.
de los enfoques mecanicistas de causalidad que explican el "por qué", "cuándo"
y "dónde" de las movilizaciones insurreccionales mayormente en términos redu
cidles a categorías de estructura social (los forasteros de Comblit), o a grados de
saqueo económico (los índices de Col te sobre la incapacidad de los campesinos
para hacer frente a las demandas de reparto de los corregidores). Metodológica
mente necesitamos avanzar en dos direcciones. Primero, debemos mostrar
mayor respeto por la interacción de diferentes niveles de análisis: estructural,
coyuntural y episódico (véase Braudel 1958). Es esta multiplicidad de escalas
temporales y niveles de causalidad la que puede ayudamos a entender la erosión
de la autoridad colonial, en el largo plazo, sobre un área andina bastante amplia
que incluía la mayor parte de Perú y Bolivianas variaciones de tiempo y lugar que
crearon "minicoyunturas" dentro de la coyuntura insurreccional mayor de 1742-
1782; y la transformación, en determinados momentos, de serias amenazas
insurreccionales en hechos insurreccionales, revueltas o conspiraciones aborta
das o "no-hechos" bloqueados. Un segundo correctivo metodológico consistiría
en otorgar mayor atención a la interacción entre explotación o penurias materia
les por un lado, y conciencia o indignación moral, por otro (véase Thompson 1971;
Scott 1976). Es la memoria moral -o m ito-d e un orden social alternativo de base
andina, una memoria cultural alimentada y sostenida por las poblaciones andi
nas durante un período más temprano de "adaptación en resistencia" a la
autoridad colonial (véase Huertas 1981, Flores Gal indo 1986;Stern 1982:187-193,
esp. 188), la que explica en parte por qué el saqueo económico no condujo sólo a
revueltas locales, ni siquiera a conspiraciones insurreccionales bajo banderas
milenaristas hispano-cristianas, sino más bien a soñar en una gran transforma
ción bajo auspicios nativistas o neo-incas.
Nuestra metodología revisada no implica que las variaciones regionales no
sean dignas de investigación, o que el método espacial del cual Cornblit y Golte
son pioneros tenga poco que ofrecer. Si searticula el análisisespacial comparativo
con una base de datos mejor desarrollada y una metodología menos mccanicista,
puede rendir resultados verdaderamente estimulantes. El detallado microanáli-
sis de distritos ubicados dentro de provincias insurrectas, por ejemplo, podría
clarificar aspectos de liderazgos, composición social, interés económico y simila
res que hicieron que, una vez en marcha la insurrección, un distrito se inclinara
por los insurrectos o por los realistas. (Véase Mórncr y Trelles, capítulo 3 en este
volumen). De modo similar, si regresamos al nivel macro, las particularidades de
las diferentes regiones introducirán sin lugar a dudas importantes matices en la
historia más amplia de la insurrección andina. En el caso de Tarma-Jauja, por
ejemplo, sospecho que la presión sobre la tierra, una creciente población de
"mestizos aindiados", y la fluidez de los linderos raciales en la cultura plebeya de
los campamentos mineros de Tarma y de las aldeas indio-mestizas de Jauja,
adquirían mayor importancia en la discusión de las causas y la cultura política de
la rebelión, que en Cusco-Puno41. El reconocimiento de tales variaciones ilumina
41. Por "mestizos aindiados" quiero decir los mestizos cuya lengua (muchos sólo hablaban
quechua) y cuyas relaciones sociales en el campo los volvían virtualmente indistinguibles de los
"indios", a pesar de su privilegiado status tributario como "mestizos". (Sobre la población colonial
STF.VF. STF.RN
42. En sus comentarios a la conferencia en la cual se basa este libro, Friedrich Katz propuso una
prometedora línea de análisis comparativo, demasiado compleja para reproducirla enteramente
aquí. Dos puntos claves merecen mención en este contexto, aunque los lectores deben estar
advertidos de que su comentario no puede ser "reducido" sólo a estos dos puntos. Primero: México
experimentó un boom económico en el período colonia] tardío, y esto permitió reposar más en formas
indirectas de extracción de excedente, basadas en mecanismos mercantiles cuyas implicaciones
políticas diferían grandemente del énfasis puesto en Perú en los impuestos directos tales como
tributos, distribución forzada de mercancías y derechos forzados sobre la fuerza de trabajo. Segundo:
en su evolución, la memoria de las tradiciones Inca y Azteca tomó trayectorias radicalmente
I.A I.K A U t L A ll\IS L¡K K ]:.L -L .IU N
(canción)
diferentes en las dos regiones culturales"y efectivamente impidió el surgimiento de una ideología
insurreccional popular neo-azteca. En los Andes, por ejemplo, sería difícil encontrar, como en el
centro de México, tradiciones orales que registran hambrunas bajo la férula de los emperadores
nativos. Sobre la historia de las utopías neo-incas, véase el excelente ensayo de Flores Galindo 1986.
96 STI-VI-. STt'RN
DOCUMENTACION CITADA
A rchivos Referidos
I. Introducción
ada gs m á s n a t u r a l a l ANAU7.AR l o s o r í g e n e s d e u n a r e b e l i ó n r u r a l q u e
comparar las estructuras y coyunturas espaciales con la conducta de los
respectivos habitantes. Cabe preguntarse si habrá correlación entre ciertas ca
racterísticas de las unidades espaciales y las posturas de sus pobladores con
respecto a la rebelión o cualquier otra actitud o postura que se quiera estudiar.
Así lo hizo, para tomar un solo ejemplo, el historiador sociólogo Charles Tilly
al analizar los orígenes de la contra rebelión de Vendée en 1793 (Tilly 1976).
Con respecto a la rebelión de Túpac Amaru que aquí nos ocupa, algo similar
fue hecho por el antropólogo-historiador Jürgen Golte en su libro (1980) sobre
repartos y rebeliones. Al igual que lo hiciera uno de nosotros (Mórner) en un
estudio autcúor (1978), Golte uo usó s\wo cifras cu el uivel gcueral de proviu
das, medida en extremo gruesa para medir las variaciones y correlacionar las
actitudes de una población radicada en un ambiente caracterizado por una ex
trema heterogeneidad ecológica y topográfica. Bajo estas circunstancias, a
algunos historiadores les ha parecido fácil rechazar la utilidad o viabilidad del
enfoque analítico espacial, en base a unos cuantos datos empíricos opuestos1.
El presente estudio es un intento de demostrar, en efecto, la importancia del
enfoque análitico espacial. Pero esto supone dos condiciones fundamentales.
En primer término, es necesario poseer datos empíricos valederos en niveles
espaciales más cercanos a las colectividades humanas que tomaron decisiones
cruciales durante la rebelión. En segundo lugar es preciso emplear métodos.
Además habrá que evitar conclusiones precipitadas acerca de la causalidad de
la rebelión, fenómeno siempre sumamente complejo. Más bien se trata de
probar y quizá, a raíz del análisis realizado, rechazar hipótesis y generalizacio-
(’) Esta versión ha sido tomada de la revista Histórica, Vol. X N° 1 (Lima: PUCP, julio de
1986), con permiso de sus editores. El lector podrá encontrar allí una serie de cuadros y mapas
que no han sido incluidos en la presente edición.
1. Por ejemplo Steve Stern, en artículo publicado en esta edición, hace una revisión del
alcance de la rebelión de Juan Sántos Atahualpa que pone en duda los aspectos geográficos y
cronológicos con los cuales la historiografía reciente se ha aproximado al estudio de las rebelio
nes andinas.
ncs de aceptación anterior, hechas sobre bases menos sólidas. Por otra parte,
la mayor utilidad del enfoque referido tiende a ser precisamente la formula
ción de nuevos problemas e interrogantes, antes que la contestación de anti
guas preguntas. En nuestro parecer esto no es una desventaja, sino lo contra
rio. La búsqueda por resolver problemas del pasado va procediendo, paso a
paso, con la ayuda de enfoques metodológicos diversos, y pocas veces se
encuentran contestaciones claras y definitivas a los interrogantes originales.
Por el cóntrario, la búsqueda se desenvuelve en un proceso gradual de enten
dimiento y esclarecimiento sobre el problema en cuestión. Será entonces
completamente natural, si el planteamiento del problema en términos cuanti
tativos traerá por consecuencia el replanteamiento del problema, de manera
novedosa, en términos cualitativos por entero distintos.
En el libro sobre el perfil de la sociedad rural del Cusco a fines de la
colonia uno de nosotros (Mórner 1978), presentó un análisis basado en dos
fuentes seriadas. Una de ellas, el censo tomado por los párrocos cusqueños por
orden del Obispo Manuel Mollinedo y Angulo en los años 1689 y 1690, era por
aquel entonces desconocida por los historiadores. La otra era el censo tomado
por los subdelegados de partidos por órdenes del Intendente Benito de la
Mata Linares en 1786, conocido por ser más verídico, en lo que al Cusco se
refiere, que al censo virreinal de 1792. Al igual que el censo de 1689-90, el de
1786 abarca todas las doctrinas rurales de la diócesis del Cusco, incluyendo
anexos. En "El perfil" se incluyó un capítulo sobre la rebelión de Túpac Amana,
pero la ausencia de datos pormenorizados sobre la rebelión en el nivel local
determinó que sólo fuera posible hacer un análisis en el nivel poco satisfacto
rio de provincia-partido. No obstante bastó para poner en duda una hipótesis
hecha por el sociólogo argentino Oscar Cornblit que había presumido, en base
a datos alto-peruanos, una correlación positiva entre un alto porcentaje de
forasteros y propensión a la rebelión en los años 1780 (Cornblit 1970).
En cambio se pudo constatar que la provincia de Canas y Canchis, cuna
indudable de la rebelión tupacamarista, retenía el porcentaje más bajo de indios
forasteros en todas las diez provincias rurales cuzqueñas.
En el año 1983, los dos autores del presente estudio nos encontramos en
la Universidad de Texas y fue entonces que surgió la idea de realizar un
trabajo común, con la misma problemática, pero en base a un estudio sistemá
tico de todas las fuentes impresas disponibles sobre la rebelión en el nivel local
y de un análisis cuantitativo más sofisticado. Con respecto a los datos socio
económicos se decidió hacer una distinción entre las doctrinas y los anexos
que en ocasiones estaban sujetos a éstas, distinción que no se había aprovecha
do en "El perfil". La colaboración tuvo que realizarse por correo por encon
trarse Mórner en Suecia y Trelles en la Universidad de Texas en Austin. Fue
ahí que este último llevó a cabo toda la obra de programación y computación
requerida2. Nos complacemos en expresar nuestro mayor reconocimiento y
gratitud al Departamento de Historia de dicha Universidad por las facilidades
recibidas en esta conexión. También agradecemos la ayuda prestada por el
a. Quiquijana
Este caso revela las contradicciones internas de manera clara. Cuando Túpac
Amaru entró a Quiquijana, entre otras cosas buscando al corregidor Cabrera,
el curaca de la localidad —Don Antonio Solis Quivimasa, "inca natural"— lo
recibió amablemente, permitiendo que se tomen los bienes del corregidor, lo
invitó a su casa a comer bizcocho y tomar aguardiente y aún le insinuó que
se quedara a almorzar. José Gabriel agradeció pero anunció que aún le que
daban siete provincias por recorrer. AI despedirlo, Quivimasa ofreció la ayuda
de toda su gente. Pasaron los días y Quivimasa no hizo nada. La única orden
de Túpac Amaru que fue cumplida fue la de colocar tres horcas. Pero esta
decisión, como se explicaría a su tumo, fue tomada por Quivimasa para contener
a la gente del común que estaba a punto de rebasarlo y pasarse a la rebelión
de manera más activa. Cuando las segundas intenciones de Quivimasa se
hicieron evidentes, empezaron las hostilidades hacia su persona. El "inca
natural" decidió huir de Quiquijana ante la amenaza de un linchamiento. Los
suyos lo siguieron hasta más de una legua de camino arrojándole piedras y
ACUTUDKS HACIA I.A RI-UKI.ION 1U3
sigla Mambís
PI786 Población indios 1786
PICHI Población indios uno (1786-1690)
SXRTI Proporción de sexos indios 1786
P0786 Población otros 1786
POCIII Población otros cambio una (1786 1690)
SXRTO Proporción de sexos otros 1786
TT786 Población total 1786
TTC1II Población total cambio una (1786-1690)
SXRTT Proporción de sexos total 1786
INDHA Indios de hacienda cantidad absoluta
INDI IAR Indios de hacienda cantidad relativa
ÍNDFR Indios forasteros cantidad absoluta
INDFRR Indios forasteros cantidad relativa
NH786 Número de haciendas en 1786
HCNM Número de hacendados nombrados
ATTD Altitud
Entre 2800
y 3800 metros
Menos de
2 8 00 metros
lUISPJ
uijana^'
9 T am bobam ba
'A BA M B V , \:
iccacupe
Li m a lam b o
CANAS
VciiUe AREA DE ESTUDIO
j j------- 1------
Adaptcd (rom Magnus Mttrner, Perfil de la wdodtad rara! del Cuzco a fines de la Colonia.
Lima: Editorial Universidad del Pacífico, 197$. p. 149.
X. La dimensión espacial
3. Uno de los primeros en plantear esta agrupación, aunque en otro contexto., fue Alberto
Flores Galindo, en Túpac Amaru II. Antología, Retablo de Papel, Lima 1976.
% de la
población total:
Población total de los
10 partidos del Cusco 174.623
(Salvo el Cercado)
Modelo A+ restringido
Distribución
% en: Canas/Canchis Quispicanchis Otros
50.1 35.3 15.6
% de población total: 48.5 38.8 3.7
% de la
población total:
Poblaciones bajo curacas
leales en 1780 36.775 21.1
Modelo A restringido
Distribución
% en: Canas/Canchis Quispicanchis Otros
24.7 10.9 64,4
% de población total: 32.7 15.5 19.4
% de la
población total:
Comunidades rebeldes
en 1780 31.649 18.1
Modelo C+ restringido
Distribución
% en Canas/Canchis Quispicanchis Otros
26.5 50.1 23.4
% de población total: 29.1 27.7 23.5
% de la
población total:
Población bajo curacas
leales en 1780 19.227 11.0
Modelo C- restringido
Distribución
% en Canas/Canchis Quispicanchis Otros
0 37.6 62.4
% de población total 0 27.7 10.0
ACUTUDI-S IIAC1A I.A REBELION 111
lealista destacaban igualmente algunos pueblos de Paruro (el 33.5 % del modelo
C restringido). El papel predominante de Canas y Canchis dentro del campo
rebelde trae ciertas consecuencias de importancia. Hemos notado ya que las
comunidades rebcldcs(C+) tendían a estar situadas en tierras más altas que las
comunidades leales. No se debe pensar, sin embargo, en pueblos situados en
las mismas faldas de las montañas.
En Canas y Canchis se trata, por el contrario de pueblos establecidos a las
orillas del río Vilcanota, es decir en tierras relativamente bajas en el contexto
provincial. Empero, al mismo tiempo significa una altitud promedio mucho
mayor que en las provincias más al norte. Los bajos niveles de número de
haciendas (NH786), de indios de haciendas (INDH A+) y de forasteros (INDFR)
constituye otra característica de la provincia de Canas y Canchis que ha llega
do a marcar el conjunto de pueblos rebeldes. Por el otro lado, con los pueblos
de una y otra tendencia marcados, según nuestras referencias contribuye a
apoyar las interpretaciones recientes en el debate histórico sobre la importan
cia del conflicto entre, por un lado, la red familiar de curacas de Túpac Amaru,
en el Vilcanota, por el otro lado, los curacas aristócratas de los ayllus de la
ciudad del Cusco y a lo largo del Valle Sagrado. Merece mencionarse que el
10.3% de la población de los pueblos bajo liderazgo leal habitaban en la
provincia de Calca. Igualmente, el padrón de pueblos que se podrá ver en el
mapa refuerza la tesis de que la arriería, profesión del mismo Túpac Amaru,
tuvo gran importancia en lanzar y hacer expandir la rebelión.
La dimensión espacial podrá ofrecer también otras perspectivas, de natu
raleza menos evidente, pero de relevancia para la rebelión. Existe un docu
mento, de 1577, que brinda informaciones bastante detalladas sobre los cuatro
suyos en los que se dividió, como se sabe, los territorios del incario. En 1982,
los antropólogos Tom Zuidema y Deborah Poole, publicaron un ensayo dedi
cado a la reconstrucción de esta delimitación sobre el mapa actual (Zuidema
y Poole 1982) .
El antiguo Collasuyo desde ya es el centro de la rebelión con muy pocas
excepciones. Por añadidura de éstas, Coporaque es el pueblo más al sur y
bastante aislado de los demás4. El contraste más fuerte al Collasuyo se lo
ofrece el antiguo Chinchaysuyo con pueblos todos hostiles a la rebelión. Así
también, el norte del antiguo Condesuyo, es decir hasta e incluso Capacmarca
en el sur de Paruro. Más al sur destacan, en cambio, los focos rebeldes. Se
podrá explicar esta división. Esta última zona, en 1786 ya fue caracterizada
por tener, en gran parte, población no-indígena, no obstante la pobreza y
aspereza del medio. En la provincia/partido de Chumbivilcas, los mestizos
formaban el 37.5% de la población total. Es decir que en el caso de estos
pueblos sería natural una debilidad de los vínculos con el pasado incaico. Sin
4. Además en Coporaque parece que el curaca Eugenio Sinanyuca tuvo un papel crucial.
Ver por ejemplo CDIP 1971-75 II, 1: 111 y 2: 3, 309-334. Más enigmático resulta, en efecto, Sicuani,
situado en medio de pueblos rebeldes y por bastante tiempo ocupado por ellos. No obstante la
presencia de varios curacas rebeldes, del aparente curaca principal, Simón Callo, se dice en
diciembre de 1780 que está "en la compañía del Sr. Gobernador" (CDIP 1971-75 II 2: 350). El
papel del otro curaca, el "español" Miguel Zamalloa, resulta más controvertido (ibid: 591,3: 334).
112 MÓRNER/'I KELLIiS
5. Sankha se sitúa al 14 Km. al este del pueblo de Paruro; Pampakucho a 25 Km. al sur.
Como Poole observa, sin embargo, se trata de una "estructura ecológica idealizada", es decir no
necesariamente estricta.
6. Agradecemos al distinguido colega y amigo Dr. Manuel Burga por habernos facilitado un
ejemplar de ese artículo.
ACTITUDES IIACIA I A REBELION 113
CUADRO I
F U E N T E S
A+ Liderazgo 4 15 4 18 1 4 - 10 59 - 19 21
rebelde
— >% 21 21 5 - 53 - 100
A- Liderazgo - 5 23 8 48 2 6 36 3 24 27
leal
— >% - 21 33 8 25 13 100
C+ Comunidad 17 60 6 27 4 24 —
1 4 —
28 31
rebelde
—> 61 21 14 4 100
C- Comunidad 7 25 7 32 4 24 — —
18 20
leal
—> 39 39 22 100
28 22 17 2 17 3 89
—> 31 24 19 3 19 4 100
CLAVE
SUM = Suma de valores observados
n = Número de observaciones
x = Promedio
t t V . i l ! \J\JILD n / A V . I t t L / \ 1 \ L L D I1 L IW 1 \ 11D
CUADRO II C
Cuadro resumen del modelo C restringido
Actitud colectiva
CLAVE
SUM = Suma de valores observados
n = Número de observaciones
x = Promedio
* La marcada diferencia entre TTCHI y PICHI + POCH1 se debe, en éste y otros cuadros,
a que en ocasiones sólo se registró el cambio total o sólo hay datos para indios, como
puede verse en las variaciones de n.
Comentaremos los resultados más adelante, en la sección IX de este trabajo.
CUADRO III A
Cuadro resumen del modelo A ampliado
Actitud del liderazgo
CLAVE
SUM = Suma de valores observados
n = Número de observaciones
x = Promedio
De estos, 14 se refieren a anexos
ACTITUDES HACIA LA REBELION 117
CUADRO III C
Cuadro resumen del modelo C ampliado
Actitud Colectiva
CLAVE
SUM = Suma de valores observados
n = Número de observaciones
x = Promedio
4
Ideología y faccionalism o
durante la gran rebelión
L eón G. C ampbell
L
a i iis t o r io c r a f ía de is p a n o a m é r ic a
del antiguo imperio de los Incas, constituye, sin embargo, un criterio apropiado
ya que abarca varias rebeliones en lugares tan distantes entre sí como La Paz,
Puno, Sorata, Oruro, Cusco, Arequipa, Huarochirí y otros. Además, al hacer
énfasis en el nacionalismo incaico -concepto que necesita aún ser sometido a
prueba como ideología y estrategia organizativa- libera al debate la clásica
"definición occidental e hispana del espacio y del tiempo", mediante la cual
se definía y explicaba los movimientos indígenas como contraparte nativa de
los movimientos independentistas criollos (Lewin 1957, Valcárcel 1970). Desde
este punto de vista, se enfoca la historia de la América andina en términos de
mentalidades y comportamientos indígenas, en vez de tratarla simplemente
como un aspecto de la historia de España en el Perú. A la vez, necesitamos
estudiar las diversas rebeliones indígenas comprendidas dentro de la gran
insurrección en el contexto de sus dinámicas regionales específicas, en lugar
de tratarlas como parte de un movimiento más general y unificado, en el que
los líderes rebeldes colaboraron unos con otros bajo auspicios comunes y con
fines similares. Al no tener que definir la rebelión en términos de su centro
geográfico de gravedad -el Cusco- podemos también preguntamos hasta qué
punto se ceñían las rebeliones regionales al interior de la movilización insurrec
cional (como por ejemplo la de Oruro en 1781 y la de Huarochirí en 1783) a
los parámetros generales del nacionalismo incaico.
También hay que estudiar más a fondo los esquemas cronológicos existentes
de la revuelta y rebelión indígena en el área andina hacia fines de la Colonia.
Tanto Goltc (1980:141-147) comoOThelan (1982:461-488) han intentado clasifi
car las revueltas conocidas que han ocurrido en el Perú durante la segunda
mitad del siglo, desde la iniciada por Juan Santos Atahualpa en la región
ubicada entre Tarma y Jauja hacia 1740, hasta los acontecimientos aislados que
tuvieron lugar en las postrimerías de la Gran Rebelión de 1780. Sin embargo,
la mayoría de las investigaciones realizadas a la fecha limitan esta cronología
a los hechos ocurridos en el sur del Cusco, que culminaron con la rebelión
liderada por José Gabriel Túpac Amam Inca en Tinta, el 4 de noviembre de
1780. Dentro de este esquema, no menos de 66 revueltas, conspiraciones, insu
rrecciones, "tumultos" y otras minicoyunturas de violencia son clasificadas
como el "ciclo preparatorio" de descontento que llevaría finalmente al conflicto
más grave de 1780. Por su parte, la Gran Rebelión se divide en por lo menos
dos fases: una "fase tupamarista", dominada por las actividades y el liderazgo
de Túpac Amam al frente de los pueblos quechua del sur del Perú entre los
años 1780 y 1781, y una "fase katarista", en que priman las hazañas de los
hermanos Katari y los pueblos aymara del altiplano boliviano, entre 1781 y
1782. A pesar del hecho de que dos tercios completos del ámbito de la Gran
Rebelión se situaban en las provincias del Collado de Carecaja, Sicasica, Pacajes
y Omasuyos, que rodeaban el lago sagrado del Titicaca y la ciudad de La Paz,
los historiadores, quienes asumen que los rebeldes debían tener en mente
objetivos políticos y militares racionales, tales como la captura del Cusco, han
dejado de lado la importante influencia de la cultura e historia aymaras en la
naturaleza y el significado de esta revolución. En efecto, la cronología de ésta
ha dado lugar a una historiografía de los movimientos andinos de protesta
que incide en lo sucedido en las provincias al sur del Cusco, es decir, Canas,
120 CAMPIJlíLI.
Esto permitiría hallar las significaciones más profundas y los patrones continuos
de actos que de otro modo parecerían caprichosos c incluso irracionales. Si
bien este enfoque no es totalmente nuevo, la prioridad que Darnton otorga a
los papeles del mito y del simbolismo, del ritual y de la respuesta, sí podrían
aplicarse a los acontecimientos que nos interesan. Lo mismo ocurre con los
actos derivados de sistemas de creencias que periódicamente hacen llamados
a un enfrentamiento abierto con la autoridad, lo cual confiere a las revueltas,
según Darnton, un carácter acumulativo y cíclico, más fuerte que los propios
acontecimientos individuales. Además, el autor afirma que la historia de las
"m entalidades", al ser reducida a un intento de medir las actitudes en valores
contables (por ejemplo, el número de revueltas), deja de interpretar estos objetos
de estudio culturales como un medio para comprender el universo rebelde y
las dimensiones sociales de sus creencias. ¿Cómo podría estructurarse una
investigación de este tipo?
Este capítulo se encarga primero de explorar las relaciones entre los sistemas
andinos de creencias vigentes a mediados del siglo XVIII y la expansión de la
rebelión, como una herramienta para comprender la organización de los movi
mientos que se originaron en el Cusco, en Sorata, en Puno y en La Paz, así
como el significado de ésta y otras coyunturas de violencia. También es nuestro
objetivo investigar la relación entre la ideología rebelde -en especial el mito
de Inkarrí, divisionista por naturaleza y difundido con la idea del reinado de
un Inca noble del Cusco- y el faccionalismo que se desarrolló entre las dos
principales fuerzas de la Gran Rebelión -los tupamaristas del Cusco y los
kataristas de La Paz. Pensamos así definir los límites de la unidad ideológica
y ayudar a explicar el sentido de ciertos aspectos del comportamiento rebelde
(por ejemplo, los sitios del Cusco y de La Paz), que parecen opuestos a una
estrategia militar y bélica "racional". En tercer lugar, el ensayo reconoce las
profundas diferencias entre el nacionalismo neo-inca de los elitistas Túpac
Amaru del Cusco, cuyo propósito era unir a todos aquéllos que no fueran
"españoles", y las ideas más radicales, populistas y separatistas de los Katari
del Alto Perú, que no eran de origen noble, y en cuya mentalidad prima la
fuerte presencia de un liderazgo indígena comunal.
Este capítulo intenta relacionar los factores de la ideología andina y del
faccionalismo político, y los de la explotación material y de atropello moral en
el contexto de un Incario resucitado, como guía para investigaciones futuras.
Mi enfoque general reconoce que el Alto Perú era un foco fundamental de
rebelión con características propias, a pesar de que las obras de Lewin, Valcárcel
y Fisher tienden a considerar que la Gran Rebelión nace y se desarrolla a partir
del Cusco. En la víspera de la rebelión de Túpac Amaru en Tinta, el Oidor
General José Antonio de Areche escribió a Lima que hacia esos momentos la
rebelión había avanzado con fuerza en el Alto Perú, y que no menos de nueve
provincias, incluyendo las de Sicasica, Pilaya, Cochabamba, Paria, Pacajes,
Chichas, Lipez, Porco y Carangas, habían sido afectadas (AGI 1780). Por otro
lado, situaré a la rebelión en el Bajo y Alto Perú dentro del contexto del tiempo
andino, que enfoca los cambios temporales en términos de una serie de Pachacu-
tis, o cataclismos, dirigidos por representantes de Wiracocha, el dios creador
andino,quienes deben regresar a la tierra para revertir el injusto orden mundial
lU b U L U U lA Y l A C U U N A l . l S M U YAÓ
existente (Szemiñski 1984: 50; Gow 1982: 197-223). Utilizando este contexto
cíclico, se hace más fácil relacionar los actos de los rebeldes indígenas, comen
zando con Juan Santos Atahualpa, y continuando con Tomás Katari, Túpac
Katari, Túpac Amaru Inca y Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui. Todos ellos
se basaron en las tradiciones y en las creencias que prevalecían en el mundo
andino. Este concepto del tiempo andino sugiere también que los papeles
desempeñados por líderes nativos carismáticos, tales como Juan Santos Ata
hualpa, Julián Apasa (Túpac Katari) y Túpac Amaru Inca, pueden haber contri
buido a fomentar la rebelión andina, al revivir el concepto de la "recuperación"
y permitirle avanzar desde la periferia de Tarma y Jauja en 1740 hacia el Alto
Perú después de 1777, y finalmente al corredor Cusco - La Paz después de
1780 (Curatola 1977). De esta manera, los acontecimientos de 1780 no serían
tanto la culminación "lógica" de una década de varias (66 ó más) revueltas
locales y antifiscales, sino más bien la continuación de una serie de protestas
neo-incas, mesiánicas e indigenistas (Golte 1980: 141-147; OThelan 1982: 27).
Por ejemplo, Jorge Hidalgo (1983: 117-138) ha demostrado que ya en el año
1777 los indios del Cusco no sólo habían elegido a su rey, sino también habían
planeado un levantamiento general que correspondía a cambios predetermina
dos en la cosmología andina, anunciados por profecías de conocimiento gene
ral. El Oidor Areche señaló que ya en el año 1775 había recibido advertencias
por parte de los jueces territoriales sobre la posibilidad de un levantamiento
pan-andino, pronosticado para 1777, el "año de los 3 sietes", que tenía un
importante y misterioso significado para los indígenas (Campbell 1978: 100-
101). Algunas de estas profecías incluso se publicaron en las crónicas de aquellos
tiempos, que aparecieron en el Cusco en 1782 (Relación de los Hechos más
Notables, 1900: 501-532). Este capítulo no desarrolla una "teoría general" para
explicar el advenimiento de la Gran Rebelión: sólo sostiene que la causalidad
debe ser elucidada en su propio contexto cultural.
John Rovve (1980) ha descrito los importantes esfuerzos que hiciera Túpac
Amaru después de 1770 para lograr que los españoles reconocieran legalmente
su descendencia directa de la realeza Inca. También ha explicado el afán de
las familias de la élite indígena por honrar las tradiciones neo-incas, mantenien
do así un nexo con el pasado incaico. Estos hechos, así como otras evidencias,
sugieren que la Gran Rebelión era parte de un esfuerzo más amplio de recupera
ción cultural, cualesquiera que fueran sus implicancias, y no, como sostiene
J.R. Fisher (1970: 23), un estallido espontáneo y no planificado por parte de los
indígenas, a quienes la frustración habría llevado a la revuelta. La pregunta
es: ¿qué quiso lograr Túpac Amaru?
La evaluación del comportamiento de Túpac Amaru, una vez capturado
el corregidor Antonio de Amaga, el 4 de noviembre de 1780, sugiere que el
jefe rebelde actuaba con el riesgo calculado de que podía persuadir a los
habitantes del sur del Cusco para que aceptaran su mando e intentaran expulsar
a los españoles de las provincias sureñas de Tinta y tal vez Quispicanchis, en
las que sabía que había gran descontento. Sin embargo, esta intención no explica
por qué la revuelta pudo convertirse en una rebelión regional y luego suprarre-
gional, a diferencia, por ejemplo, de las revueltas comunales de México (Taylor
1979). A pesar de que ciertos estudiosos de la historia y de la ideología andinas
están convencidos de que las semillas de una identidad andina protonacional
se hallaban germinando en la región durante esa época (Flores G. 1981: 55-70;
Durand F. 1973), ninguno de ellos afirma que estos sentimientos eran ya lo
suficientemente fuertes como para sostener una rebelión, si bien Rowe (1954)
sugiere que tal vez éste haya sido el caso. Kubler (1946: 350) demuestra que,
desde mediados de siglo, había florecido en el Cusco un culto activo a la
antigüedad incaica, tanto por parte de los criollos, que adoptaron las vestimen
tas y los adornos incas, como por parte de los caciques, que exhibían con
orgullo el antiguo símbolo del dios sol y de los incas en las ceremonias públicas.
El obispo del Cusco incluso señaló que durante las celebraciones de Corpus
Christi y Santiago Apóstol, las deidades cristianas eran ataviadas al estilo inca
(Perú 1980: 2: 632-634, 637). No obstante, ¿podemos por ello pensar que esta
rcafirmación nostálgica de las glorias incaicas bastaba para desencadenar una
rebelión importante? De modo más específico, ¿qué tipo de cosmología que
uniera a dios, al rey español y al Inca permitiría esta concepción andina de la
historia y del futuro?
En una serie de publicaciones, Jan Szemiñski (1976,1980,1984 y el capítulo
6 de este volumen) ha empezado a sugerir diversas maneras en que los indígenas
podrían haber desarrollado una ideología lo suficientemente cohesiva como
para poder contrarrestar el divisionismo de la historia regional peruana, que
sentía recelo hacia los extraños y estaba internamente fraccionada. Su descrip
ción de la sociedad andina nos muestra un mundo social compuesto por una
serie de estamentos, en el que había pocas diferencias entre españoles e indios
en términos sociales, pero no así en términos de acceso a los recursos económicos
y al sistema de administración de justicia. Szemiñski además afirma que, al
haberse incrementado el nivel de descontento indígena con el colonialismo
español durante el siglo XVIII, los líderes rebeldes tuvieron éxito en fomentar
un marco conceptual que distinguiera entre españoles e indios en el fuero
moral, a fin de justificar la rebelión.
Por ejemplo, Stcm (capítulo 2 de este volumen) demostró que en Tarma,
en la década de 1740, un forastero, incluso posiblemente mestizo, llamado Juan
Santos Atahualpa, pudo hacer suyo el mito de Inkarrí y ganar partidarios entre
las tribus campas del interior, a pesar de que debía lidiar con la oposición de
los poderosos caciques gamonales de la región. Utilizando sus conocimientos
de magia y simbolismo, Juan Santos forjó en torno a su persona una leyenda
de invencibilidad que persistió hasta mucho tiempo después de su muerte y
mantuvo viva la esperanza de un exitoso movimiento de liberación posterior.
Está claro que la presencia de los mitos andinos de resurrección, descritos
por numerosos estudiosos del área andina (Ossio 1973: 444; Wachtel 1976: 291;
Gow 1982: 197-223), demuestran que el concepto de una recuperación inca, a
través de la aparición de un mesías, había alcanzado su apogeo a mediados
del siglo XVIII. De acuerdo a la leyenda, cuando el Inca fue decapitado por
los españoles en 1572, su cuerpo empezó a regenerar bajo tierra, dejando abierta
la posibilidad de una reencarnación eterna. Igualmente importante era el hecho
de que los indios creían qup las crisis andinas habían atraído la atención del
IDEOLOGIA Y FACCIONAUSMO 125
cielo, donde el dios creador Wiracocha había ordenado a sus seguidores que
se alzaran contra aquellas personas a quienes él consideraba inmorales y rebel
des contra dios (C D I? 1971-75:11:2:321; Perú 1980:1:328-30). De los documentos
de la época se desprende la idea de que había llegado el momento de actuar.
El análisis del curso de las rebeliones de Tomás Katari y Túpac Amaru
indica que aparecieron en calidad de mesías y se ciñeron a un patrón de
comportamiento predeterminado con respecto a sus seguidores. Esto incluía
la asociación de sus apellidos con el mito de Inkarrí, el abandono de su mundo
(Tinta, Chayanta) en favor del mundo ajeno de la América hispana (Lima,
Buenos Aires), y su regreso triunfal con poderes creativos que aumentaban su
capacidad de cambiar el mundo (Szemiñski, capítulo 6 de este volumen).
Ambos apellidos, Katari y Amaru, hacen referencia, en aymara y en quechua
respectivamente, a la serpiente, simbólico representante de un "mundo subte
rráneo" antropomorfo, al que los españoles habían relegado a los indios a raíz
de la conquista en el siglo XVI (Hultkrantz 1978:311-319). Tal como lo demostra
ra John Rowc (1980), Túpac Amaru hizo uso del poder de su nombre, en un
esfuerzo consciente por ligarse con las tradiciones de los últimos incas ejecuta
dos en el Cusco por el virrey Toledo en 1572. El aparentemente exitoso empeño
del Inca por obtener legitimidad a través de la leyenda del Inkarrí se trasluce
en la sentencia que dictara contra él el Oidor General Areche en el Cusco, en
mayo de 1781 (CDIP 1971-75: 11:2 765-778). En ésta fue condenado como "el
vil insurgente José Condorcanqui, alias Túpac Amaru y supuesto cacique",
bajo su nombre cristiano Condorcanqui, culpable de "lesa m ajestad", por su
encarnación del rey inca y por otros actos que "pretendían arrebatar al rey
(español) su reino". La corte estaba tan convencida de que Túpac Amaru había
adquirido estatus real y se había convertido en representante simbólico de
todos los indígenas supuestamente cautivos, que utilizó la sentencia como
pretexto para erradicar el nacionalismo inca. En consecuencia, Areche abolió
el cargo hereditario de cacique, el uso de vestimentas incas y de pinturas o
retratos de los antiguos incas, la escenificación de dramas o espectáculos con
protagonistas incas, e incluso todo escrito que hiciera referencia a las pasadas
glorias (como los "Comentarios Reales" de Garcilaso de la Vega), y mantuviera
viva la idea de la recuperación. Sin embargo, Szemiñski señala en un capítulo
de este volumen que los libros no podían alcanzar este objetivo por sí solos,
sino más bien con la ayuda de una imagen general de la historia transmitida
en forma oral y simbólica. También se prohibieron los emblemas de la suprema
cía inca, tales como las banderas y los cuernos de conchas marinas, e incluso
se hizo ilegal el uso de la lengua quechua (Campbell 1985a).
Sin embargo, a pesar de los rasgos poderosamente cohesivos del mito de
Inkarrí, la comprobada disensión al interior de ambas rebeliones (la de Katari
y la de Túpac Amaru), indica que muchos segmentos de la sociedad indígena
eran inmunes al mensaje transmitido por estos caciques, o que la aceptación
del mito no era suficiente por sí sola para transformar a los indios en rebeldes.
Más bien, se puede llegar a la conclusión de que la existencia del mito de
Inkarrí constituye una evidencia de la fragmentación social que existía en las
zonas donde los estratos superiores de la estructura indígena del poder no se
diferenciaban mayormente de la omnipresente estructura del poder colonial.
Si bien es necesario investigar más a fondo este aspecto, éste podría haber sido
el caso en el Cusco, donde la nobleza indígena se oponía drásticamente a Túpac
Amaru, a quien consideraban un farsante y un competidor (Campbell 1981:
681-691). El hecho de que Túpac Amaru nombrara nuevos caciques y goberna
dores en las zonas conquistadas también indica que su rebelión no se integraba
por completo dentro de los alcances de la autoridad de estas élites indígenas,
lo cual hizo que el esfuerzo bélico debiera además invertir mucho tiempo y
recursos en obtener legitimidad. Entonces, la interrogante devendría en: ¿cómo
hicieron los líderes rebeldes para contrarrestar esta fragmentación social; y de
qué modo influyó en sus decisiones la devoción por la ideología de la recupera
ción?
Si bien no fueron menos de 66 las revueltas conocidas que tuvieron lugar
durante la década de 1770 a 1780, incluyendo el ataque en 1780 a la aduana
de Arequipa (Galdós 1967) y la conspiración de los plateros en el Cusco ese
mismo año (OThelan 1985), éstas parecen haber sido del tipo rutinario y
reformista descrito por Taylor en relación a México (1979, cap. 4). Conflictos
normales entre gobernantes y gobernados, que la Corona consideraba "cosas
de la sierra". Sin embargo, lo que las diferencia, parece ser el hecho de que
acontecimientos tan distantes como la protesta negra contra los tributos en
Lambaycque en 1777 (Campbell 1972) y los disturbios en Ofuzco en 1781 (Stern,
capítulo 2 en este volumen) se hallaban en apariencia ligados a rumores en
tomo a Túpac Amaru, lo cual indica que la reivindicación de su linaje inca
estaba trascendiendo.
En este punto debemos considerar la rebelión de Tomás Katari de 1777 en
Chayanta. Sabemos, por ejemplo, que Túpac Amaru, en su calidad de "cacique
arriero", poseía más de 300 muías y mantenía comunicación directa con el Alto
Perú a través de las rutas de comercio que cubría entre Cusco y Potosí vía La
Paz. No hay pruebas concretas de que hubiera contacto entre Tomás Katari y
Túpac Amam, y de hecho los esfuerzos kataristas por establecer comunicación
con los tupamaristas en Oruro, poco después de que estallara la revuelta en
noviembre de 1780, evidenciaban una ignorancia recíproca. Pero, según Manuel
de Bodega, corregidor de Paria, es probable que Túpac Amam se hallara siquie
ra enterado de que Tomás Katari era aceptado como "un oráculo y un soberano"
por el pueblo del Alto Perú (AGN 1780; Hidalgo 1983: 122-125). A pesar de
que Tomás Katari fue aprehendido por indios traidores y entregado a los
españoles para su ejecución en enero de 1781, dos meses después de que Túpac
Amam iniciara su propia rebelión, su pueblo se rehusaba a aceptar la muerte
de su mesías (Lewin 1957: 739). Esto causaría luego serios problemas entre
ambos grupos rebeldes.
Durante el período que siguió a su retorno a Lima, donde había abogado
asiduamente por aliviar la carga tributaria de su pueblo y conseguir la valida
ción legal de su linaje real inca, Túpac Amam aparentemente tuvo algo que
ver con las revueltas de 1777 en Maras, en Umbamba (O'Phelan 1977) y posible
mente en Huarochirí, al haber entrado en contacto con caciques de la región
(Albo s.f.: 25). No está claro si Túpac Amam también participó en la conspiración
de los plateros de 1780 .(O'Phelan 1985), pero es de suponer que el jefe rebelde
había definido ya su plan de acción y no se había lanzado a generar, en 1780,
"un estallido repentino, violento y no planificado" (J.R. Fishcr 1970: 23). Sin
IDEOLOGIA Y I‘ACCION AUSMO 1 2 /
A pesar de este éxito inicial, los primeros edictos de Túpac Amaru llaman
la atención por sus objetivos generales, no específicos, como el "terminar con
el mal gobierno" y deponer a Arriaga, de modo que los paisanos pudieran
servir libremente a su vez a la Iglesia (Durand 1981: 29-49). Sin embargo, al
eliminar a Arriaga, el Inca no señaló métodos precisos para diferenciar a los
inmorales "corregidores y pescuezos colorados", cuya humanidad en sí queda
ba en duda, de los criollos y mestizos más progresistas, a quienes esperaba
atraer. La vaguedad de este enfoque permitió que diversos grupos se vengaran
de sus enemigos bajo los auspicios de la rebelión, e hizo que muchos criollos
y mestizos moderados se asustaran. En forma similar, el hecho de que Túpac
Amaru no pudiera obtener el apoyo de los poderosos "caciques gamonales"
del Cusco, quienes lo consideraban un provinciano advenedizo, hizo que el
reclutamiento se hiciera difícil en esa ciudad y sus alrededores. De este modo,
la decisión del rebelde de marchar hacia el sur, en dirección a Quispicanchis,
Lampa y Azángaro -ruta que conduce a territorios dominados históricamente
por los colla, los lupaca y los pacajes, todos ellos súbditos de la rebelión
katarista- lo obligaría a rcevaluar sus relaciones. La investigación de Thierry
Saignes (1983) aclara la complicada estructura étnica de las zonas, pero se
precisaría de un análisis más profundo para determinar el impacto que tuvo
la ofensiva tupamarista sobre estos pueblos. El hecho de que Dámaso Katari
aceptara la autoridad del "rey inca Túpac Amaru", y creyera que actuaba bajo
las órdenes del "rey de España" (CDIP 1971-75:11:2 549), probablemente refleja
el desorden que experimentaron los kataristas a raíz de la muerte del carismá tico
Tomás, el 15 de enero de 1781. Además, Dámaso reconocía que, sin la presencia
tupamarista, la revuelta de Chayanta nunca trascendería el nivel local. De allí
que Dámaso enviara a un emisario a Oruro para establecer contacto con las
huestes del Cusco (Odriozola 1863: 305-6).
Tenemos sólo evidencia parcial sobre las motivaciones de Túpac Amaru
antes de su repentino regreso al Cusco, el 22 de diciembre, hecho que constituyó
un estratégico movimiento de pinza, destinado a asegurar el control sobre esta
zona clave del altiplano peruano. La razón más importante para esta incursión
a Azángaro residía obviamente en la vieja rivalidad de los tupamaristas con
los Choqueguanca, una familia que también decía descender de un linaje real
inca y apoyaba activamente a la Corona. Tal vez como una demostración de
fuerza en contra de estos caciques gamonales que se resistían a su movimiento
y difamaban su ascendencia, las fuerzas de Túpac Amaru quemaron once
haciendas y otras propiedades y mataron a sus habitantes (Campbell 1981: 682-
683). Por cierto, según una investigación de José Tamayo Herrera (1982), la
ofensiva tupamarista en el Collao estuvo marcada por una considerable violen
cia y por actos de vandalismo, que contrastan notoriamente con su conducta
en las regiones quechuas en tomo al Cusco, donde virtualmente no hubo ni
pillaje ni destrucción (Campbell 1983). Esta diferenciación sugiere que al interior
del movimiento existía el faccionalismo, bajo la forma de un castigo más severo
a la deslealtad en el territorio aymara. También puede implicar que las tácticas
y las aspiraciones de los movimientos rebeldes del Alto y Bajo Perú eran distin
tas.
Si bien en la mayoría de los casos la coerción y la persuasión bastaban
para reducir las tensiones, a veces estas estrategias no lograban disminuir el
faccionalismo y la rivalidad inherente a la sociedad indígena. El escriba de
Túpac Amaru, Esteban Escarecna, declaró en su juicio que el Inca no conocía
directamente al hombre llamado "Francisco Catari". Sin embargo, Escarcena
señaló que su reacción instintiva era la de pelear contra su rival, a menos que
éste último "aceptara una división del reino" (Lewin 1957:829). Esta declaración
plantea muchas interrogantes no vcrificablcs, particularmente por haber sido
hecha en un contexto en que el liderazgo Katari había ya aceptado la hegemonía
nominal de este señor del Cusco, sin por ello perder las esperanzas de expandir
su rebelión hacia el exterior, tal vez al Cusco e incluso a Lima, a fin de destruir
a los españoles.
No obstante, está claro que, si bien Túpac Amaru podría haberse preocupa
do por la subsistencia del culto katarista a su fallecido mesías, su principal
problema era el de ganar apoyo entre los poderosos caciques del sur del Cusco.
Este apoyo sólo le fue brindado en forma parcial. En la provincia de Chinchero,
por ejemplo, el poderoso clan Pumacahua constituía uno de los principales
aliados de la Corona: su cacique, Diego Mateo Pumacahua, contribuyó a la
victoria española mediante su heroica defensa de la capital del Cusco. Durante
y después de la rebelión se revelaron las profundas brechas sociales que afectan
el mundo indígena. Por ejemplo, los tupamaristas iniciaban su conquista de
provincias realistas como Cochabamba mediante el levantamiento de una horca
en la plaza principal, decorada con un retrato de Túpac Amaru, a fin de recordar
a los residentes que la pena por deslealtad al Inca era la muerte (Szemiñski,
capítulo 6 de este volumen). A raíz de la captura de Túpac Amaru, Pumacahua
encargó una pintura que conmemorara la ocasión. La obra muestra un puma
que vence a una serpiente, bajo la mirada benevolente de la Virgen de Monse-
rrat, patrona de Chinchero. En el fondo aparecen Pumacahua y su mujer, ambos
vestidos a la usanza española, afirmando su soberanía territorial. Debajo de la
pintura figura el dicho de Julio César, "Vini, vidi, vinci", recordando la derrota
de la facción rival, que trajo consigo un renovado respeto y poder para la
familia Pumacahua en el gobierno de reconstrucción del Perú.
político-militares, tales como los sitios del Cusco y La Paz, que permiten enten
der más a fondo las causas y los efectos específicos de este faccionalismo.
Las iniciales victorias militares impidieron las divisiones que finalmente
habrían de hacer fracasar la ofensiva rebelde. Poco después de la ejecución
ceremonial del corregidor Arriaga por parte de Túpac Amaru, la rebelión
avanzó hacia Quispicanchis. Allí, el 18 de noviembre, en las afueras del pueblo
de Sangarará, las fuerzas de Túpac Amaru diezmaron a una milicia española
reunida a toda prisa, desbaratando así para siempre el mito de que los españoles
eran invencibles por las armas y generando una dinámica para la futura expan
sión del conflicto (Campbell 1978:111). Sin embargo, mientras los tupamaristas
saqueaban los obrajes de Pomacanchis y Parapuquio y distribuían géneros y
coca a sus leales seguidores, ya había criollos que sintieron rechazo ante la
noticia de los 576 muertos en el santuario de la iglesia de Sangarará y ante los
rumores de canibalismo que llegaron hasta el Cusco. En respuesta, y sin duda
debido a las sospechas oficiales en tomo a su papel en el conflicto, el obispo
Moscoso sancionó con la excomunión a los líderes rebeldes (CDIP 1971-75:
11:2:275-514; Campbell 1980: 251-270; Durand Florez 1981: 489-520). Tales actos
pueden haber dado lugar a una reorientación del movimiento.
Hacia fines de noviembre, parece aumentar la percepción popular de la
revuelta de Túpac Amaru como un movimiento de fuertes connotaciones reli
giosas, bajo el mando de un Inca reconocido. Un síntoma de este fenómeno se
halla en las crónicas españolas, que hablan de fuerzas rebeldes de más de
60,000 hombres, ciegamente fieles a su monarca Inca, cuando en realidad este
número era mucho menor (Campbell 1970: 111). Encontramos otro indicador
en la conducta del cacique al distribuir la tela y la coca robadas: deja una parte
para él mismo, comportamiento que coincide con las normas andinas de inter
cambio y reciprocidad (Murra 1975), y también demuestra su habilidad, devol
viendo algunos de los excedentes de mano de obra y producción que los
españoles habían obligado al pueblo a entregar, sin mediar compensación algu
na.
Si, por un lado, los repentinos cambios en la ofensiva de Túpac Amaru
durante el primer mes de su rebelión pretendían ganar apoyo, sus pronuncia
mientos muestran una evolución que va desde actos auspiciados por el rey
hacia otros basados en su propia responsabilidad como Inca. Por ejemplo,
Durand ha señalado que se observa una marcada disminución en el número
de referencias al rey en los edictos publicados por Túpac Amaru en las provin
cias del sur del Cusco durante los meses de noviembre y diciembre (Durand
Florez 1981: 29-49). En vez de ello, el jefe rebelde esgrime argumentos que
subrayan su propia autoridad, y expresa el deseo de agrupar a todos los
'paisanos' bajo su 'bandera'. Esto es señal de un sutil cambio ideológico, e
indica que Túpac Amaru empezaba a actuar como Inca. Puesto que estos
comunicados, firmados por Túpac Amaru Inca', estaban dirigidos a los grupos
sociales de provincia que tradicionalmente habían sido leales a la Corona, pero
que ahora se hallaban descontentos por la corrupción y la mala administración
del Perú, resulta probable que los mensajes orales dirigidos a las comunidades
indígenas estuvieran aun más imbuidos de su autoridad moral como Inkarrí
(Hidalgo 1983: 120-121).
Los esfuerzos rebeldes por utilizar las tradiciones y la ideología incaicas
se hacen evidentes en muchos sentidos. A raíz de la victoria de Sangarará,
Túpac Amaru y su esposa, Micaela Bastidas, encargaron un óleo que los retrata
ra como Inca rey y Colla (reina) respectivamente, rechazando el sombrero de
tres puntas con plumas y los atavíos de mestizo de sus primeras épocas, en
las que intentaba obtener un título valedero dentro del orden social español
(Gisbcrt 1980: 208-211; Hidalgo 1983:117-138; Macera 1975). Un análisis ortográ
fico de la firma de Túpac Amaru muestra que el rebelde era consciente de la
necesidad de emplear símbolos de autoridad que ayudaran a contrarrestar la
segmentación social y favorecieran la coalición (Cárdenas A. 1980: 229-232;
Aparicio V. 1981: 325-330). Hallamos un indicio adicional de la necesidad de
impedir el desorden en la rapidez con que el rebelde nombraba caciques,
gobernadores y comandantes militares en las áreas conquistadas, para así conso
lidar su poder de Inca (Campbell 1981, 1986). Sin embargo, estas actitudes no
bastaron para controlar a las provincias. En primer lugar, los gobernadores se
enfrentaban a la difícil tarea de distinguir entre los criollos, a los que no se
debía de hacer daño, y los españoles, considerados inmorales, inhumanos c
integrantes de la facción de los corregidores (Perú 1980: 1: 408-409). En ciertas
zonas, estos comandantes aseguraban a su vez que se les había dado el poder
para "devorar" a estos "estrangeros leogardos" [sic], apóstatas y rebeldes, que
eran inhumanos y malos cristianos, lo cual condujo a actos de violencia e
incluso de canibalismo (Szcmiñski, capítulo 6 de este volumen). El resultado
fue que estas instrucciones eran lo suficientemente flexibles como para que los
rebeldes actuaran contra cualquiera, fuera blanco o indio, a quien consideraran
Iskay uya (hipócrita) (ibid.). De este modo, la revuelta parecía en algunos casos
acentuar el faccionalismo y la desunión, al revivir conflictos sociales preexisten
tes y problemas raciales.
Cuando los rebeldes tupamaristas se trasladaron más al sur, hacia las
provincias de Lampa, Carabaya y Azángaro, y más tarde hacia las regiones do
Puno, Chucuito y La Paz, a raíz del fracasado sitio del Cusco en diciembre do
1780 y enero de 1781, el liderazgo parece haber hecho aún mayor hincapié en
que el suyo era un movimiento de 'amarus' (serpientes), a diferencia de los
'pumas' (los Pumacahua) y de los 'gatos' o 'pescuezos colorados' españoles
(Gisbcrt 1980: 214 ss; Hidalgo 1983: 128 ss; Szcmiñski: capítulo 6 de este volu
men). Ante la estrategia de Moscoso de cerrar las iglesias y utilizar a los
sacerdotes locales como informantes, los rebeldes también tomaron la actitud
simbólica de pronunciar sus discursos en quechua frente a las 'huacas' y los
cementerios, en vez de hacerlo en español sobre las escalinatas de las iglesias
españolas, recordando así a sus oyentes que tenían la obligación hacia sus
ancestros de plegarse al movimiento. Asimismo, en estas semanas, la rebelión
parece haber polarizado a las comunidades que atravesaba, a pesar de los
esfuerzos de los líderes para unificar la sierra sur.
Los informes españoles que datan de los primeros meses de la campaña
indican que son numerosos los españoles, sobre todo criollos y mestizos, mu
chos de ellos 'principales', es decir, personas de rango y autoridad, que abando
naron la causa rebelde, dejando así a un remanente de campesinos para que
lucharan bajo la bandera rebelde al lado de los indios (Szcmiñski 1981: 570-
IDEOLOGIA Y I'ACCIONMISMO 133
Quispe y Juan de Dios Mullpuraca pusieron en claro que sólo aceptaban órdenes
de Diego Cristóbal Túpac Amaru, y no apoyaron inicialmcnte las demandas
kataristas para la abolición de las obligaciones del tributo y de la mita (OThclan
1982: 474). La importancia de tomar Puno, que controlaba la ruta de comercio
entre el Bajo Perú y las minas de plata de Potosí, demandaba, sin embargo,
una cooperación. En los meses que siguieron a la captura y ejecución de Túpac
Amaru, con excepción de una recelosa colaboración durante el asedio de objeti
vos tácticos específicos como la ciudad de Puno en abril, se observó una escasa
cooperación entre las fuerzas quechuas y aymara, que rivalizaban por dominar
el Alto Perú. Por ejemplo, durante el segundo sitio de la ciudad, los indios de
Carabaya lucharon al lado de los quechuas, mientras que los de Pacajes se
quedaron con los aymaras, y hubo también indígenas de Cabanas que apoyaron
a Orellana y los realistas (Albo s.f.: 41). Por su parte, los tupamaristas se
percataban de la ferocidad de la revuelta popular que habían ayudado a desen
cadenar en zonas tales como Chucuito, pero no hacían ningún esfuerzo por
participar en ella. Por cierto, era tan limitada la autoridad de Túpac Katari,
que cuando se inició el tercer asedio a Puno en mayo, el cacique debió solicitar
un salvoconducto en Chucuito para poder viajar a Puno y prestar su ayuda
(ibid.: 43). Su presencia era mucho menos importante que la habilidad de los
tupamaristas para reclutar a los acaudalados indios aymaras de Omasuyos,
Larecaja y Chulumani, lo cual condujo finalmente a la toma de la ciudad. Antes
de partir, Orellana comunicó a las autoridades de la ciudad de Arequipa que
las fuerzas rebeldes se hallaban profundamente divididas y reconocían como
su rey ya sea a Túpac Amaru o Túpac Katari, pero nunca a ambos (Paz 1786:
1:376). En el Cusco, el juez español Benito de la Mata Linares escribió al Ministro
de Indias, José de Gálvez, después de la muerte de Túpac Amaru en mayo,
para informarle de las diferencias organizativas e ideológicas que separaban
a los tupamaristas, quienes intentaban unir a todos los no españoles, y a los
más radicales kataristas, quienes habían empezado a rechazar de plano cual
quier alianza (AHM 1781).
La ascención al poder de Diego Cristóbal Túpac Amaru, en su calidad de
"hermano" de José Gabriel, así como su negativa de reconocer a Túpac Katari
como Inca, precipitan el creciente distanciamiento entre ambas facciones regio
nales (Odriozola 1863: 209-211; Szemiñski 1981: 575). Si bien Diego Cristóbal
tuvo la prudencia de reconocer la autonomía de las provincias aymaras ocupa
das por sus tropas a raíz de su conversión en jefe, se empeñó -sin embargo-
en que izaran su bandera y sólo permitió que Túpac Katari ocupara un cargo
de tercer nivel en la cadena de mando tupamarista. En un edicto publicado en
mayo, el escriba de Diego Cristóbal, Pedro Obaya, quien había tomado el
nombre de don José Guaina Cápac, firmó como "Notario Público de la Nueva
Conquista", poniendo en claro el enfoque tupamarista de la ocupación de las
provincias del Collado (Odriozola 1863: 209-211; CDIP 1971-75: 11:3:96). Para
subrayar las diferencias entre ambos grupos, Diego Cristóbal sólo se refería a
Túpac Katari por su nombre español Apasa, y espontáneamente le otorga el
rango de virrey o marqués, mientras que reserva el término más íntimo de
"hijos" para sus parientes Andrés y Miguel Túpac Amaru y otros lugartenientes
tupamaristas. Algunas de las interrogantes sobre el alcance e impacto de este
IDEOLOGIA Y FACCIONALISMO 137
Conclusión
El 27 de enero de 1782, los rebeldes restantes tupamaristas firmaron un
acuerdo de paz en Sicuani, poniendo fin a las hostilidades de la Gran Rebelión,
si bien al año siguiente se produjeron esporádicas revueltas en Huarochirí y
otras zonas, que fueron reprimidas rápidamente. En julio, Diego Cristóbal y
el resto de los tupamaristas fueron puestos bajo custodia, y los líderes fueron
juzgados y ejecutados, en un esfuerzo por librar al virreinato de esta influyente
familia. Sin embargo, los indígenas y otros simpatizantes de la rebelión mantu
vieron la esperanza, expresada en pasquines, de que su rey hubiera sobrevivido
(Baquerizo 1980: 18; Perú 1982: 274): "Nuestro Inca Gabriel vive, lo juramos,
pues, como rey porque viene legalmente, y lo recibimos, y todos los indios
perciben que defiende sus derechos".
Nuestro breve repaso de la relación entre ideología y organización en la
Gran Rebelión sugiere la necesidad de reevaluar los movimientos sociales
andinos dentro de su verdadero contexto cultural e ideológico. Históricamente,
y sobre todo durante la celebración en el Perú del sesqu icen tena rio de la
independencia, los estudios se han centrado en tomo a la rebelión de Túpac
Amam en el sur del Cusco, en detrimento de otros movimientos de protesta
social que ocurrieron al mismo tiempo en el Alto Perú, en Chile y en Nueva
Granada (Me Farlanc 1984; Hidalgo 1982; Moreno Y. 1976). Este enfoque restrin
gido soslaya el hecho de que las protestas y las revueltas de mediados del siglo
XVIII eran fenómenos andinos, protagonizados por pueblos quechuas y ayma
rás, que veían estos actos como parte de una larga tradición de resistencia y
rebelión contra el colonialismo español y no como "precursores" de la indepen
dencia de España.
En años recientes, el desarrollo de la "Nueva Historia" peruana (Kapsoli
1984) ha empezado a hacer énfasis en el siglo XVIII como un tiempo de ruptura
con tradiciones anteriores, y a enfocar estas rebeliones como respuestas a fuerzas
de mercado injustas y protestas contra formas onerosas de colonialismo, tales
corno el repartimiento de mercancías, que intensificaba la explotación del exce
dente de mano de obra y producción indígena (Golte 1980). Mientras que esta
orientación ha llevado a una mejor comprensión de las dinámicas estructurales
y fuerzas de mercado que contribuyeron a fomentar las protestas regionales,
estos enfoques sociales y económicos siguen situando a los movimientos mis
mos dentro de un marco tradicional de oposición al reformismo borbón, en
particular en términos de secuencias de datos temporales que correlacionan al
estallido de la revuelta con la legalización del repartimiento en 1754.
A pesar de esta posición, los observadores y jueces españoles reconocieron
que los tupamaristas habían intentado utilizar un concepto incaico resurrecto
como idea legitimadora de una organización y un liderazgo insurrecionales
provenientes de lo alto. En consecuencia, decidieron castigar severamente a
estos caciques, hasta el punto de erradicar todo vestigio del antiguo imperio
inca (Rowe 1954; Campbell 1985a). Estos duros castigos dictados contra los
acusados eran sólo parte de un grupo más amplio de sanciones dirigidas contra
el poder del nacionalismo y la mitología incas, en especial contra el mito de
Inkarrí, del que hicieron uso tanto Túpac Amaru como Juan Santos Atahualpa
antes y Túpac Katari después. Según Hidalgo, es lícito suponer que Túpac
Amaru "recibió" el manto de Inkarrí del pueblo del sur del Cusco mucho antes
de 1780, y que su contraparte Túpac Katari procedió antes en Chayanta bajo
una "autorización" similar. Ambos lideraron una secuencia de acontecimientos
ligada no sólo a los excesos del absolutismo borbón, sino también a un mandato
no muy claro de presidir sobre los "pachacuti" o cataclismos que revertirían
el orden mundial existente y expulsarían a los españoles. Es posible que en
algunas instancias las masas sobrepasaran las demandas del liderazgo rebelde,
extendiendo así la dimensión social de la rebelión.
Este punto de vista sobre el conflicto aparece en una carta escrita por Túpac
Amaru al Oidor General José Antonio de Arechc, el 5 de marzo de 1781, en la
que se compara con el pobre pastor David que intentaba liberar a Israel de los
faraones mediante la derrota del cruel guerrero Goliat (CDIP 1971-75:11:2: 521-
531; Klaiber 1982). Si bien Túpac Amaru no pudo predecir la victoria, el uso
de la parábola señala que los desaventajados pueden vencer si están moralmente
en lo justo, y el resultado sería que el Estado español quedaría desacreditado
140 CAMPBELL
DOCUMENTTACION CITADA
Archivos referidos
Conciencia e identidad
durante la era de la
insurrección andina
Introducción
s i :n k l c r i s o l d e la crisis política y l a r e b e l i ó n , q u e h o m b r e s y m u j e r e s s e
vuelven más conscientes de sus propias aspiraciones latentes y de su com
prensión del mundo, incluso conforme las redefinen o tal vez las transforman. La
conexión entre crisis política y el problema de conciencia influye al interior de los
estudios académicos. Los intentos por reexaminar la gran insurrección de la
década de 1780, realizados en la Parte I, subrayan repetidamente cuán crucial y
sin embargo cuán limitada es nuestra comprensión de la mentalidad andina. El
camino hacia una comprensión adecuada de las visiones del mundo del período
colonial tardío es largo y difícil. Los tres ensayos de esta Segunda Parte nos hacen
avanzar considerablemente por ese camino.
El estudio de Frank Salomón sobre el culto a los antepasados y motines
locales en Andagua, Arequipa, ofrece fascinantes incursiones en la cultura
política de adaptación y revuelta que precedió el ascenso de ideologías insurrec
cionales más radicales. Los expedientes judiciales de Andagua permiten atisbar
aspectos relativamente clandestinos de la vida política y religiosa local de
mediados del S.XVI1I. Usados con sensibilidad por un hábil etnógrafo, estos
atisbos iluminan la ideología popular del período preinsurreccional que susten
ta la cambiante legitimidad de los dirigentes andinos nativos locales, así como
del régimen colonial en su conjunto. Los juicios de Andagua documentan
vividamente el papel central de los sistemas de creencias religiosas y prácticas
rituales, especialmente el culto a los antepasados, en la legitimación de las
élites andinas nativas envueltas en la actividad empresarial de la economía mer
cantil.
La hipótesis más sugerente de Salomón plantea que los nativos de Andagua
desarrollaron un concepto de lo que debían .ser las relaciones correctas entre
indios y europeos, a partir de la fusión de nociones andinas e hispánicas de
relaciones intcrétnicas. De la religión andina tomaron la noción de la multiplici
dad de la humanidad. La humanidad andina fue dividida, subdividida y redivi
dida otra vez, en una estructura de grupos humanos contrapuestos, de diverso
grado de inclusión. Esta elaborada serie de divisiones y subdivisiones garantiza
ba a cada segmento humano su propio sentido de identidad y descendencia,
al mismo tiempo que los incorporaba dentro de un agrupamiento humano más
alto o inclusivo. Para lograr la unidad entre segmentos humanos agudamente
144 INTRODUCCION A l.A PARTF. II
más amplio. ¿Sobre qué bases establecían las poblaciones andinas nativas su
propio sentido positivo de identidad? ¿En qué medida experimentaban una
crisis de identidad en el S.XVI11? ¿De acuerdo a qué criterios podían incorporar
a algunos mestizos provincianos y criollos pobres dentro del reino andino que
vendría? ¿Y cómo se enlazaban las autodcfiniciones específicamente andinas,
ligadas a dioses, paisajes y fronteras étnicas determinados, con la idea más
universal de "indios" que serían unificados y liberados por el advenimiento
de un Inca-Rey? El ensayo de Salomón nos recuerda la importancia del ritual
en las autodefiniciones andinas, y en el simposio de 1984, Manuel Burga com
partió los avances de una investigación en desarrollo que se centraba en la
evolución de los mitos y rituales en los Andes centrales para rastrear las cam
biantes autodefiniciones nativas. La investigación de Burga (recientemente pu
blicada en Burga 1988; ver también Flores Galindo 1987) muestra que es engaño
so plantear la pregunta de las identidades y utopías ligadas al Inca en términos
que suponen continuidades simples y directas conservadas desde el S.XVI. Lo
que él encuentra, en cambio, es que durante los siglos XVI y XVII, las sociedades
andinas locales sufrieron una continua erosión de las conexiones rituales y
mitológicas que las ligaban a las principales deidades regionales y suprarregio-
nales, que en otros tiempos habían servido para incorporar las identificaciones
más fragmentarias, de menor escala, como "familia" y "comunidad", dentro
de horizontes étnicos más amplios de identidad, intereses y obligaciones. Hacia
fines del S.XVII, esta atrofia religiosa había reducido en general las fronteras
de la identidad y la veneración andinas a los cultos más bien restringidos a
las momias de los antepasados. La investigación de Burga nos permite plantear
el problema de la identidad andina de manera más precisa. La pregunta no es
cómo las identidades ligadas al Inca fueron preservadas y propagadas desde
el S.XVI sino, más bien, cómo nociones generales de "indianidad" y de un
retorno del Inca, acompañadas por nuevas formas de memoria y ritual, inclu
yendo la representación teatral de temas incas y relacionados a la conquista,
vinieron a injertarse dentro de la escala del ritual y la mitología andina, cuya
escala por lo demás venía reduciéndose, reexpandiendo así los horizontes de
la identificación, memoria y cohesión andinas.
Cualquiera sea la explicación de la reconstitución y propagación de ideas
y utopías neoincas, éstas ejercieron claramente un poderoso influjo en la con
ciencia popular durante el período colonial tardío. Uno de los aspectos más
sutiles de este fenómeno fue el modo en el cual la utopía andina pudo seducir
a no-indígenas. Esto lo estudia Alberto Flores Galindo en su sensitivo retrato
de Gabriel Aguilar y José Manuel Ubalde, dos líderes criollos de la curiosa
conspiración neoinca descubierta en Cusco en 1805. En la historia del empeño
de Aguilar y Ubalde por coronar un Inca-Rey, Flores Galindo detecta los rezagos
de un renacimiento cultural andino tan poderoso y expansivo, que pudo ocasio
nalmente conquistar la imaginación de criollos e intelectuales urbanos. La
creciente obsesión nativa con las glorias, tradiciones, historia y profecías andi
nas, influyó profundamente los medios provincianos que constituían el hogar
de muchos criollos ymestizos durante el S.XVIII. La existencia de esta influencia
cultural, y los aspectos proféticos y místicos de la cultura católica colonial,
explican que incluso los no-indios pudieran encontrar irresistible la idea de un
INTRODUCCION A I.A PARTE II 147
reino inca revivido. En el Perú del S.XVI1I, nos recuerda Flores Galindo, los
"designios", las percepciones y las sensibilidades proyectados por el lado "andi
no" nativo de la cultura europeo-andina, podían extenderse hasta abarcar una
diversidad de tipos sociales: campesinos pobres indígenas, indios nobles ricos,
mestizos empobrecidos, criollos inquietos. No debemos exagerar el punto. Di
versos hechos nos advierten ampliamente sobre las precauciones que debemos
tomar: la rapidez con que la mayoría de simpatizantes criollos se replegó de
su alianza con Túpac Amara; el asesinato de criollos por tropas rebeldes, incluso
cuando sus líderes prohibían las ejecuciones; la tensión entre las inclinaciones
más multiraciales de la dirigencia tupamarista, centrada en el Cusco quechua,
y las tendencias más exclusivistas de los kataristas centrados en el altiplano
aymara. En tanto la permeabilidad de las fronteras culturales y sociales reflejaba
experiencias cotidianas, dicha permeabilidad variaba probablemente de región
en región, y tal vez también de estrato en estrato dentro de los grupos étnico-
raciales.
Sin embargo, vistos retrospectivamente, la flexibilidad y el alcance de la
cultura andina del S.XVI1I resultan impresionantes precisamente porque iban
a perderse en las secuelas de la Gran Rebelión. Conforme transcurrió el S.XIX,
el universo de las preocupaciones c identidades andinas nativas fue reduciéndo
se hasta coincidir con aquel del campesinado pobre indígena. Si hubieran vivido
largos años, los viejos Aguila r y Ubalde se hubieran encontrado como solitarios
sobrevivientes de un pasado casi incomprensible.
5
Culto a los ancestros y resistencia
frente al Estado en Arequipa
entre los años 1748 y 1754*
F r a n k S a i .o m o n
University of Wisconsin - Madison
"...con el m ayor agrado les dije, hijos, aqui vengo a aser la visita deste
pueblo y a ver si queréis pagar las sobras que os están señaladas; a
que respondieron todos con voces descom puestas, que si que nos bolba-
m os plata, aquí no hay sobras nigunas; arto asem os de pagar a nuestro
cura; por lo que tem iendo alguna fata consequencia respecto de allame
sin suficiente jente les bolbi a decir con la misma dulzura hijos yo no
os apuro pero no es esto el modo de libertaros del cargo que se os ase
en cada tercio y asi lo que podéis practicar es dezir al excelentísimo
señor virrey destos reynos para que m ande se aga revisita... y se borrará
L U L 1 U A l ,U S A I N C J t M K U S Y K t ó l b l h í\ l_IA 1 3 1
Pero esta victoria resultó ser una ilusión. Poco después, el Corregidor se
enteraría de que, ni bien concluida la asamblea, Gregorio Taco -ex-cacique de
Andagua (f. 245r) y hombre conocido por su liderazgo en materia de cultos
en los santuarios aborígenes- había hecho renacer la agitación a n ti tribu taña.
El 2 de junio Arena recibiría una carta del cacique interino (es decir, no heredita
rio) y gobernador de Andagua, don Carlos Tintaya. Este pedía al Corregidor
que enviara tropas para encarcelar a Taco. Arana accedió de inmediato, envian
do a don Bernardo Vera y Vega a la casa de Taco, acompañado de 13 soldados
(f. lr-v).
Encontraron al "idólatra" y a su esposa, Teresa Luychu, durmiendo en
estado de ebriedad luego de una fiesta (f. 135v). Tomado por sorpresa, Taco
empezó a vociferar furioso, diciendo a los invasores que ningún español de
Arequipa podía juzgarlo, pues él gozaba de la protección del Virrey de Lima.
Al escuchar sus gritos, sus vecinos indígenas hicieron repicar las campanas de
la iglesia y corrieron por las calles "en número cresido, con cajas u clarines",
gritando "¡Mueran los españoles!" Las mujeres, en especial, daban rienda suelta
a su odio racial ("¡Aunque no mueran aora estos moros presto morirán!") y
proclamaban la inmunidad de Taco frente a la jurisdicción de Arequipa ("dicien
do que el Corregidor no era su juez y que sólo el Señor Virrey era juez de su
marido"). A pesar de que la mayoría de los habitantes de Andagua sabían el
quechua, Taco y Luychu gritaron en aymara (f. lOr, 12r). Esto creó confusión
entre los soldados, que creyeron haber escuchado a Taco dar órdenes a sus
seguidores para que mataran a Vera y Vega. Entre alaridos y música, los
pobladores atacaron a los invasores arrojando piedras con sus hondas. Debido
a una confusión de identidad (atribuida luego a una semejanza,en el vestir),
creyeron haber capturado al detestado Corregidor Arana. Los soldados fueron
presa del pánico, atinando tan sólo a rescatar a su comandante y huir.
Durante los días siguientes, Arana se dedicó a recopilar declaraciones de
testigos sobre diversos aspectos de Andagua. En las actas de estas entrevistas
se aprecian diferentes puntos de vista, entre ellos el del cacique interino y
gobernador, don Carlos Tintaya. Este manifestó su disgusto ante la ignorancia
de sus súbditos y la susceptibilidad de éstos frente a la "idolatría" demagógica.
Según sus declaraciones, los seguidores de Taco lo habrían amenazado con
hacerle perder el cargo si intentaba interferir con Taco, alegando que su líder
"no tiene juez al presente" y se hallaba protegido por el mismo Virrey
(f. 47r-v). Tintaya decía que todos los indígenas aceptaban sin reparos las
órdenes de Taco y de su conocida "cuadrilla".
Los residentes "españoles" de Andagua consideraban que sus vecinos indí
genas demostraban "suma altives poca obediencia y ninguna inclinación a los
actos de doctrina" (f. 33 r-v). Entre los hispanos, el pueblo tenía fama de contar
con innumerables y peligrosos brujos, cuyas artes negras eran francamente
temidas (f. 14r). Algunas de las suertes de brujería atribuidas a los indígenas,
en especial a las mujeres, pertenecen a la tradición satánica europea (Silverblatt
1982). No obstante, en general los testimonios españoles demuestran un conocí-
152
representa todo el "reino del Perú", tanto indio como español, es decir, a nivel
de la autoridad virreinal. La insistencia de los pobladores de Andagua de que
sólo el Virrey podía juzgar a Taco refleja la idea de que el poder de este se
extiende desde Lima hacia Arequipa y hacia Andagua por vías separadas, y
que las pretcnsiones de la Arequipa española de ejercer una hegemonía regional
eran ilegítimas. La tolerancia hacia los curas en Andagua, incluso durante los
incidentes, es señal de que los pobladores aceptaban que la Iglesia reivindicara
su antiguo derecho de oficiar en todos los fueros.
Hacia 1750, los tributarios de Andagua parecen haber considerado que la
intervención de los corregidores de la era de los Borbones no eran sino intentos
de imponer una noción de jurisdicción muy distinta. Los caciques que colabora
ban con ellos violaban el concepto legal que el pueblo atribuía al cargo de
gobernante nativo. A ojos del pueblo de Andagua, el pago de impuestos había
dejado de pertenecer a su "código legal" y los funcionarios del gobierno español
ya no eran representantes legítimos de un poder superior, sino emisarios de
una autoridad vecina que habían venido a extorsionarlos. Cuando los líderes
de la legalidad española violaron los derechos de la legalidad popular, los
sacerdotes andinos, cuya misión era propiciar c interpretar la interacción entre
los bienes sagrados y profanos en todas las escalas de las jerarquías de poder,
empezaron a oponerse a estas desviaciones del flujo en el contexto secular
(Millones 1979). Según el razonamiento de los creyentes, aquellos que entre
los jefes del culto y los de santuarios hubiesen obtenido ventajas en el sector
comercial, eran también los mejor preparados para encabezar la resistencia,
pues ellos mismos habían resistido mejor el ataque.
Si los jueces españoles hubieran tratado las reivindicaciones pluralistas de
los rebeldes de Andagua con un mayor grado de simpatía o comprensión, estos
hubieran tal vez terminado por aceptar su condición de tributarios. Pero tal
como sucedieron las cosas, el movimiento de Andagua aparece como una etapa
en el deterioro del tnodus viven di andino-europeo. Agudizó a escala local la
enemistad entre la Iglesia y los funcionarios estatales de asuntos indígenas,
puso al descubierto la debilidad de las autoridades nombradas por el régimen
colonial frente a la insubordinación, fomentó el miedo a los indios entre los
españoles urbanos y reveló claramente la incapacidad de las autoridades reales
para ejercer influencia sobre las decisiones de política indígena local (Salomón
1983). Los procesos de fa c to del faccionalismo andino aún no se encaminaban
hacia la revolución abierta, pero tampoco se mantenían (como habrían de
demostrarlo los acontecimientos) dentro de los límites de un consenso andino-
español).
¿Cuáles fueron las consecuencias de la pérdida de los ancestros? El juicio
no nos da una respuesta. Como en los casos similares producidos en el siglo
XVII, la insurrección no parecer haber sido una secuela inmediata. Los docu
mentos nos crean la impresión de un retorno superficial a la actividad normal,
en un ambiente de amargura y tácita hostilidad. Pero si tomamos en cuenta la
frustración de las expectativas populares de justicia y la pérdida de los santua
rios que habían simbolizado la conexión con el pasado, no es difícil imaginar
que estos incidentes fomentaran en algunas mentes una respuesta positiva
hacia las propuestas de una transformación franca y radical de la condición indí
gena.
6
¿Por qué m atar a los españoles? N uevas perspectivas
sobre la ideología andina
de la insurrección en el siglo XVIII
J a n S z e m in s k i
H ebrew U niversity o f Jerusalen
C/ Había muchas razones obvias, pero éstas no explican porqué las fuentes es
pañolas insisten que entre 1780 y 1782 se mataba a lodos los españoles: chapeto
nes (españoles nacidos en España) y criollos (españoles nacidos en América),
hombres, mujeres y niños. También se victimaba a los mestizos y a veces a los in
dios. En 1974 sugerí por primera vez una hipótesis que luego traté de probar
(Szeminski 1984:15-57), según la cual en el Perú del siglo XVIII, "españoles" sig
nificaba una serie de cosas: españoles de España, miembros de la "república de
españoles" en América, clase al ta, nobleza, Gente qullana (es decir, notables) de las
comunidades indígenas, personas de la cultura española.
Normalmente las fuentes no especifican qué tipo de español había sido
muerto. Es fácil encontrar en cada jerarquía social un grupo de llamados "españo
les", a quienes los indios tenían buenas razones para matar. No me será posible
hacer un análisis detallado de las personas que murieron a manos de los
rebeldes, puesto que para ello faltan los datos necesarios. Trataré, por lo tanto, de
presentar la imagen que los insurrectos tenían de los españoles. Este retrato
puede proporcionarnos una justificación general para la matanza, pero no una
particular para la víctimas individuales. Personalmente estoy convencido de que
el exterminio respondía a un motivo generalizado, puesto que para que el ser
humano mate a un semejante necesita demostrar que éste ha perdido su condi
ción humana, o que nunca la tuvo.
Muchas fuentes nos indican que los españoles eran considerados seres
malignos. Al iniciar su insurrección, el Inca José Gabriel Túpac Amaru (a quien
en adelante se le llamará Túpac Amaru) proclamó sus objetivos: "Acabar con todo
Europeo como principales autores de" todas las malas instituciones. Al mismo
tiempo declaró en quechua "Que era llegado ya el tiempo en que debian sacudir
el pesado yugo que por tantos años sufrían de los Españoles, y se les gravaba
diariamente con nuevas pensiones y hostilidades: que sus arbitrios iban hasta
execu tar igua les castigos en todos los Corregidores del Rey no; extermina r a todos
¿POR QUE MATAR A LOS ESPAÑOLES? 165
los Europeos". Así "era llegado ya el tiempo" y tam bién el remedio: "exterm inar
a todos los Europeos" (CD1P 1971-75: II: 2: 255-256).
Algunos días después, publicaría el mismo texto como edicto para las
provincias de Chumbi vilcas y Paucartambo. Los culpables eran los Corregidores
europeos y el rem edio su exterm inación, con lo cual volvería a im perar el orden
destruido por los europeos (C D T A 1980-82:1:419). Los dem ás edictos y cartas del
Inca (e. g. ibid.: 1: 331-489) también condenan a los europeos y hablan de que ha
llegado el m om ento. Hay fuentes españolas que confirman esta condena de los
europeos por parte de Túpac Amaru (ibid.: 1:442; CDIP 1971-75: II: 2 :415). Para
los seguidores del Inca, dar m uerte a los europeos equivalía a dar muerte a los
españoles. Circulaban rum ores de que Túpac Amaru había dado órdenes a sus
súbditos para que exterm inaran a todos los españoles (ibid: II: 2 :5 3 2 ) e incluso a
cualquiera que vistiera una cam isa de tipo español (C D T A 1980-82:1:338). El Inca
sostenía (y los dem ás le creían) que había recibido una real cédula para mandar
al cadalso a todos los Corregidores y "Puka Kunkas” ("pescuezos rojos"), popular
apodo con el que se conocían a los españoles (ibid: 3: 945-950).
Las fuentes también mencionan muchas otras ocasiones en que un español
moría por ser español. En todos los casos el Inca asociaba "la llegada del tiempo"
con la necesidad de ma tar a los Corregidores y a los eu ropeos en general, micn tras
que los dem ás pensaban que todos los españoles (es decir, tanto criollos como
chapetones) debían morir precisam ente por ser españoles. Esta convicción prece
dió a la insurrección. Según un testimonio indígena de 1776, se había prcdicho
que en 1777 habría un levantamiento general de indios. "A los españoles se les
habían de qui tar la vida em pezando por los corregidores, alcaldes, y dem as gente
de cara blanca y rubios que no tubiesc duda pues tenían los yndios del Cuzco
nom brado rey que los governase" (ibid: 2: 229).
El testim onio enumera el orden deexterm inación y señala el criterio para ello:
puestos y características raciales de tipo español. El español era malo por
naturaleza, pero ¿por qué?
Las fuentes sugieren con frecuencia que los españoles tenían fama de herejes.
M uchos de los docum entos atribuidos a Túpac Amaru acusan a los Corregidores
y europeos de no temer a Dios (CDIP 1971-75:11:2:263), de rebelarse contra el rey
(ibid: 11:2:272), de ser herejes (ibid: II: 2:462), de s e r :.. ."apóstatas condenados al
infierno y traidores a su rey, no cristianos", por que sus acciones eran "perversas
im posiciones", m ientras que los actos del Inca eran verdaderam ente cristianos
(ibid: II: 2:461,463: Túpac Amaru y la Iglesia, 1983:209; CDTA 1980-82:3:207,215,
218).
En la Proclam ación Real de Túpac Amaru, los reyes de España y sus
funcionarios eran acusados de usurpadores y crim inales, y de no temer a Dios
(CDIP 1971-75: II: 2: 578-79).
El Inca hablaba de europeos, de españoles de España. Sin em bargo, no había
m anera práctica de diferenciar entre éstos y los criollos, cuya identificación con
100 S7 I.M1NSKI
los e sp a ñ o les hacía p resu m ir q u e tam bién eran h erejes, ap ó statas, y rebeld es
co n tra la C o ro n a. La au d ien cia del Inca, an alfab eta y q u ech u a -h a b la n te, no
co m p ren d ía su s p a la b ra s d el m ism o m odo. U no de los e scrib a n o s del Inca relató
q u e en G u a ro , éste "em p ezó a p red icar a los in d io s d e aquel p u eb lo y a lo s que
llev ab a, q u e h asta ah ora no había co n o cid o a D ios, ni sab ían q u ién e r a , q u e sólo
tenían p o r d io ses a lo s lad ro n es d e los co rreg id o res y a los cu ras, y q u e el venia
a p o n er rem ed io en ello". Lo rep itió en o tras o p o rtu n id a d es tam bién (C D T A 1980-
8 2 :5 :1 2 6 - 1 2 8 ) .
M icaela B astid as, la esposa del Inca, creía q u e los e sp añ o les eran traicioneros
y d e sea b a q u e fu eran d estru id o s (ibid: 4: 9). U no de lo s g o b ern a d o res del Inca
tratab a m u y m al a los e sp a ñ o les y a los m e s tiz o s :.. .p o rq u e eran u n o s "traicio n e
ro s, d o s caras, q u e esta b a n rev elad o s contra el In c a ... y q u e a sí p o r traicioneros
m a n d a b a el Inca q u e tod os lo s p asasen a cu ch illo y a ca b a sen " (ibid: 3: 629-30).
En A z á n g a ro , D ieg o C ristó b al T ú p ac A m aru (a q u ien en ad elan te se llam ará
D ieg o C ristó b a l) so sten ía q u e los fu n cio n ario s e sp añ o les eran crim in a les que no
cu m p lía n las ó rd en es reales y: "estra n g ero s L eo g ard o s co rreg id o res y o tro s m u
ch o s" q u e h acían qu e lo s in d io s se volv ieran h erejes. T a m b ién d ecía q u e eran
a p ó sta ta s, y no v erd a d ero s cristian o s, co m o lo eran su s p ro p io s seg u id o res (ibid:
2: 341-344).
D iego C ristó bal in clu so d irig ió una carta al V irrey d e Lim a, en la q u e repetía
e sta r co n v en cid o d e que los e a p a ñ o les eran crim in ales, a p ó sta ta s y rebeld es
co n tra la C o ro n a d e E sp aña (C D IP 1971-75: II: 3 :1 2 7 ). El líd er m acha T o m á s Katari
em p le ó un a rg u m en to m u y p arecid o (ibid: II: 2 :2 4 4 -5 9 ). Los seg u id o res d e Julián
A p asa T ú p ac K atari (a q u ien en ad elan te se llam ará T ú p a c K atari) acu saron a los
e sp a ñ o le s d e h ab er m atad o a los tribu tario s del R ey sin la au to riz a ció n de éste
(V alle d e S ile s 1980: 103), lo cual equ iv alía a reb ela rse contra la C orona. En
C o p a ca b a n a , lo s in su rg en tes no p erm itiero n q u e se en terrara los cu erp o s de los
e sp a ñ o les, "aten to a que eran to d o s los E sp a ñ o les u nos E x co m u lg ad o s, y tam bién
u n o s d em o ñ o s" (C D IP , 1971-75: 2: 2: 804)".
El e sp a ñ o l co m o ser n o h u m a n o
(*) Nota del editor: La investigación de Szemiñski sobre el 'degollador' se basa en trabajos de
campo contemporáneos en Ayacucho. Sin embargo, adquiere una mayor credibilidad gracias a
evidencias históricas de la misma región. Ya en el siglo XVI, los indios de la región expresaron el
temor de que los españoles quisieran utilizar la grasa de sus cuerpos con fines medicinales (Cristóbal
de Molina, Relación de las fábulas y ritos de los Incas, tal como aparece en Las crónicas de los Molirns,
Francisco A. Loayza, ed. en Lima en 1943, p. 79). Y en 1780, los indios de los distritos de 1luancavelica
en la región de Ayacucho se rebelaron contra las patrullas de soldados porque, según decían, éstos
iban a degollarlos (Relaciones de los virreyes y audiencias que han gobernado el Perú, 3 vols., Madrid, 1867-
1872, 3: 51).
¿POR QUE MATAR A LOS ESPAÑOLES? 169
262). El Inca viajó a Lima para obtener el reconocimiento oficial de sus orígenes
incas, y al mismo tiempo presentó en Lima varios documentos destinados a
obtener la exoneración de la mita para los pueblos de Canas.
Los casos deTúpac Amaru y Tomás Katari se rigen por pautas casi idénticas.
Ambos viajaron, uno a Lima y el otro a Buenos Aires, a fin de obtener algunos
privilegios especiales para sus pueblos. Ambos retornaron y fueron respetados
por detener supuestos poderes extraordinarios. Ambos lucharon contra el régi
men español y dijeron haber recibido Reales Cédulas para hacerlo.Su poder era
transmitido a sus seguidores y colaboradores. Ambos términos, Katari -en
aymara- y Amaru -en quechua- significan 'serpiente'. La serpiente pertenece a
la familia del trueno, que simboliza cambios y es uno de los ancestros de los Incas
como habitantes (cf. Hocquenghem 1983; Szemiñski 1984: 83-200).
Podemos resumir la vida de ambos de la siguiente manera:
Distribuidor de la Piedad Divina por Erario sin Par." Este documento fue
analizado por el experto Luis Durand Florez (1974:141-147, 173-176), quien de
mostró que no se trataba de una falsificación española. Tu pac Amaru habría sido,
por la gracia de Dios, Inca Rey de todos los dominios de España en América del
Sur. También ostentaba el título de Duque de la Superlativa, siendo ésta un ser de
sexo femenino, de Señor de los Cesares y Amazonas con dominios en el gran
Paititi, de Comisario y Distribuidor de la Piedad Divina como un tesoro sin igual.
Todos los reyes cristianos lo son por la gracia de Dios. Sin embargo, este rey
también era Inca por la gracia de Dios, y el dios por cuya gracia los Incas eran reyes
era el sol, su padre. Todos los reyes son distribuidores de la piedad divina, pero
esta función normalmente está implícita en el propio título de rey. El ser
Comisario Distribuidor de la Piedad Divina implica una relación más directa con
Dios, pero ¿de cuál dios estamos hablando?
Mis investigaciones sobre la imagen de la religión incaica, tal como la presen
tan los famosos cronistas de los primeros años de la Colonia -don Felipe Guamán
Poma de Ayala, don Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua y
Cristóbal de Molina- y la comparación de estos datos con los que obtuve en el
Ayacucho del siglo XX, me dieron la certeza de que en la base del panteón del
Tawantinsuyu existía un dios creador. Según el contexto, su componente mascu
lino llevaba el nombre de Wiraquchan, Pacha Kamaq, Inti, etc., mientras que el
componente femenino generalmente se llamaba Pacha Mama, la madre del
tiempo y del espacio o la señora del mundo. Hoy en día se le identifica con la
Virgen en diversos contextos (cf. Mariscotti 1978; Ansión y Szemiñski 1982;
Szeminski 1983). Esa Superlativa femenina que aparece en el título completo de
Túpac Amaru, ¿será la Pacha Mama?
En un momento dado Túpac Amaru declaró que los gritos de los peruanos
llegaban al ciclo, por lo cual él, el Inca, había dado numerosas y variadas órdenes
que restaurarían la salud social y la moral.
En muchos otros documentos el Inca repitió que había actuado con la gracia
de Dios y en contra de aquellos que se rebelaban contra Dios (CDIP 1971-75: II:
2:321; Túpac Amaru y la Iglesia 1983:210,215; CDTA1980-82:1:328-330). A veces
insistía en que Dios lo obligaba a actuar. Después de haber descrito las causas
económicas y sociales de la insurrección, el Inca escribió: "Todo lo que me ha
precisado a repararlo quees de mi obligación, pues ya que Dios Nuestro Señor me
ha dado sin atendera mis graves culpas, quiero hacer algún mérito... expeliendo
solo a los Corregidores y a todos los Chapetones que quieren ir contra mis sanas
ordenes" (CDIP 1971-75: II: 2: 463).
Argüía que, gracias a su intervención, el pueblo podría conocer al: "verdade
ro Dios" (ibid: 1:2:397) cosa que no pudieron hacer durante la era de dominación
española. El, quien por gracia de Dios descendía de los reyes Incas, acusaba al
gobierno del Perú de haber introducido costumbres malsanas, y al clero del Perú
de haber olvidado al verdadero Dios del cielo y de la tierra. Comparaba a los
indios con los israelitas en Egipto, y se veía a sí mismo como un David o un
Moisés. A consecuencia de sus acciones, los fieles conocerían al Todopoderoso y
creerían en El. El óamino del Inca era el camino de la verdad (CDTA 1980-82:2:
206,218, 327; 3: 113).
Diego Cristóbal también actuaba con la gracia de Dios. Era un noble Inca por
¿POR QUE MATAR A LOS ESPAÑOLES? 173
la gracia divina, y por servir al Altísimo y al rey de España acusaba a los españoles
de ineficiencia en el proceso de cristianización de las Indias (Cornejo B. 1963:426-
431). Ordenó a los cristianos que adoraran a Dios y a su Santísima Madre, ya que
por el favor divino había llegado el fin de la esclavitud délos indios en manos de
los Corregidores. Diego Cristóbal informó al obispo del Cusco que los reyes de
España tenían la obligación de cristianizar a los indios, pero que también perde
rían tal vez el reino de las Indias porque allí los Corregidores no ejecutaban la
voluntad de Dios (CDTA 1980-82: 2: 354). Esta misma convicción de que el Inca
y sus seguidores habían recibido de Dios una misión figura en muchos otros do
cumentos.
¿Cuál era el sistema de referencias conceptuales en el que los rebeldes
invocaban la noción de Dios? ¿Era un sistema católico, andino, o tal vez ambos?
Los rebeldes afirmaban repetidamente ser católicos y cristianos. ¿Pero qué
significaba ser cristiano para un indio peruano del siglo XVIII? Hoy en día, todo
peruano católico sabe que existen ceremonias y ritos de los que el sacerdote no
debería enterarse. Podría descubrirse la diferencia en las referencias conceptuales
a través de las descripciones de este tipo, pero son tan poco claras que es difícil
comprender a quién dirige el rito. También cabría la posibilidad de demostrar la
existencia de sacerdotes no cristianos, pero soy incapaz de distinguir entre los
sustitutos nativos de los sacerdotes católicos españoles y los sacerdotes andinos
no católicos. La última opción consistiría en demostrar que los conceptos cristia
nos servían para encubrir y legalizar las imágenes andinas. Las referencias a Dios
y a la Virgen podrían servir para evidenciar una relación de este tipo, pero
también podrían ser totalmente católicos. Como no tenemosa disposición ningún
modelo histórico detallado de la religión andina, la única posibilidad que nos
queda es la de demostrar la presencia de creencias no cristianas entre los rebeldes.
En Livitica, el 25 de noviembre de 1780, Túpac Amaru dijo a los pobladores
que perdonaba a todos aquéllos que lo habían combatido con las armas, porque
a partir de ese momento comenzaría un nuevo régimen. Los indios "le saludaron
con estas palabras: Tu eres nuestro dios y señor y te pedimos no hayan sacerdotes
que nos importunen; a estos les respondió el indio no podía ser así, porque quien
nos absuelve en el artículo de la muerte" (ibid: 3: 76-77).
A partir de esto podría interpretarse que en el siglo XVIII la religión andina
había incorporado al clero y a las creencias católicas con referencia especial a la
muerte. También resulta obvio que el pueblo de Livitica no sentía la necesidad de
contar con la presencia de un sacerdote católico en la vida diaria. Según el Corre
gidor de Puno, antes de una batalla "Adelantóse a responder por todos los otros
un Yndio con bastón en la mano y ... dixo resueltemente que no havian menester
aquel Yndulto, ni reconocían por Soberano al Rey de España; sino a su Ynca Tupac
Amaru: añadiendo lisonjeras amenazas de que acabarían con toda nuestra tropa,
libertando solamente a este Eclesiástico, para tomarlo de Capellán”. Después de
la batalla (CD1P 1971-75: II: 2:407-412), el capellán al que intentaban conservar
con vida trató de confesar y absolver a los rebeldes moribundos. Sin embargo
éstos morían" sin tomar entre los labios el dulce Nombre del Señor” (ibidem).
Si era así, ¿entonces para qué necesitaban un capellán? El obispo del Cusco
descubrió la manera en que los Incas celebraban el Corpus Christi en esta ciudad.
Tomaban parte en la procesión, portando escudos con la imagen del sol o del rey
174 SZEMIÑSKI
Quispe Tupa Inca señaló que el primer lugar donde aparecería el Inca sería
la Capilla del Señor de los Temblores. Este Cristo de los Temblores es una imagen
cusqueña del Señor de los Milagros, también llamado Señor de Pachacamilla
(pequeño Pachacámac). Varios estudiosos han llamado la atención sobre el hecho
de que el Señor de los Milagros ocupa hoy en día exactamente el mismo lugar,
en el espado social y geográfico, que el antiguo Pacha Kamaq andino. Basándome
en las crónicas de Guamán Poma, traté de demostrar que Pacha Kamaq es una de
las representaciones del dios creador andino (Szcmiñski 1983). Pacha Kamaq (el
178 SZEMIÑSKI
Alma del Tiempo y del Espacio) se asocia con el oeste, hacia donde van el sol y la
noche, con el Ukhu Pacha o Hurin Pacha, el mundo subterráneo y profundo, y con
Pacha Mama, la madre tierra. Es el causante de los terremotos, de todos los
cataclismos y de todo cambio, en especial de los cambios irregulares. Cualquier
acontecimiento importante recibía el nombre de Pacha Kuti, es decir, cataclismo
o revolución del tiempo y del espacio. Los pequeños Pacha Kutis señalaban los
períodos en la existencia de un individuo o de una familia. Los grandes dividían
el Pacha, la continuidad del tiempo y del espacio, en épocas o sectores. En el mito
contemporáneo de Inkarrí se dice que el Inca regresará con un cataclismo que
exterminará a los españoles. La Capilla del Señor de los Temblores es, en
realidad, el lugar adecuado para el retorno del Inca. El razonamiento de Quispe
Tupa Ynca indica que el dios que otorgó a Túpac Amaru, Túpac Katari, Tomás
Katari y a los demás rebeldes la obligación de actuar, tenía todas las característi
cas de Wiraqucha o Pacha Kamaq. Esto implica que el Dios cristiano del siglo
XVIII, en particular Dios padre, era concebido como una versión española y
oficial del dios creador andino. Esta identificación explica también cuáles eran
las virtudes de un buen cristiano. Todo indio que observaba los ritos de su
comunidad (común) y cumpliera con las obligaciones que le impusieran la
tradición y la comunidad tal como le fueran enseñadas por sus padres, podía
considerarse un verdadero cristiano. Si éste fuera el caso, no habría ningún
español que fuera un buen cristiano, y todos ellos serían herejes.
Según el obispo del Cusco, todos los indios deseaban el retomo de la edad de
oro de los Incas. El obispo insistía en que las profecías sobre el regreso del Inca
circulaban a través de libros impresos, sobre todo como consecuencia de lá
popularidad alcanzada por los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega
(ibid:2: 633-637). Es posible que los textos escritos tuvieran influencia sobre los
miembros más ricos y mejor educados de la nobleza india. Sin embargo, en 1780,
la mitad de los 24 electores era incapaz de firmar documentos. Los 24 electores
pertenecían a las familias incaicas más nobles y acaudaladas. Por lo tanto, los
libros resultaban insuficientes para propagar una creencia general. La fe en el
retomo del Inca se basaba en imágenes andinas generales de la historia, y se
transmitía en forma oral. La presencia de los santos católicos peruanos podría
indicar que la identificación de los personajes del panteón inca con los del
panteón católico alcanzó niveles más profundos. También es posible que algunos
curas católicos hayan participado en conspiraciones regionales previas al levan
tamiento.
Hubo una ocasión en que incluso expresó su sorpresa por el hecho de que
el obispo del Cusco no conociera la profecía (ibidem).
Esta misma profecía sobre el retorno del reino a manos de sus legítimos
dueños fue escuchada en varias ocasiones por el Padre de la Borda, en presencia
¿IA JK y u u M A IA K A I A J S 1 1 3 1 'A l N V J l . E 3 f
de Túpac Katari (CDIP 1971-75: II: 2: 810-816). En este caso, sin embargo, no se
hacía mención de ningún santo. Parecería que el comienzo délos nuevos tiempos
se hallaba ligado a una purificación moral. El 15 de noviembre de 1780, un testigo
de los inicios de la rebelión declaró que había visto como un Parupuquio: "Todos
los indios de armamento, traían por armas hondas y sables, y se daban el para bien
abrazándose unos a otros diciendo que ya se les habían acabado sus trabajo y
padecimientos" (CDTA 1980-82: 3: 85).
Sacerdotes y Dioses
E l In ca
Se dice que Túpac Katari habría convencido a sus seguidores de que el rey
Thupa Amaru los resucitaría al quinto día de su muerte en batalla. La resurrec
ción al quinto día corresponde a una antigua tradición andina (CDIP 1971-75: II:
3:81). Túpac Katari negaría luego sus promesas de resurrección (ibid: II: 3:180),
pero este desmentido tuvo lugar durante su propia confesión legal. Después de
todo, el mismo decía ser la reencarnación de Tomás Katari (Valle de Siles 1983:48).
Según los mitos de Huarochirí, la resurrección al quinto día ocurrió durante
los tiempos de la primera y más antigua humanidad, denominada hoy en día
como 'los gentiles' o machu. Guamán Poma los llamaba Wari Wiraqucha Runa
o Wari Runa (cf. Szemiríski 1984: 97-137). Esta tradición andina de resurrección
podría indicar que también cabía la esperanza del retorno de los ancestros. Esto
confirmaría la interpretación de Hidalgo Lehuede sobre las asambleas y procla
maciones en los cementerios. Asimismo denotaría que la llegada del Inca a la
creación de la primera generación de indios, los Wari Wiraqucha Runa. ¿Sería
posible que todos los seguidores del Inca se convirtieran en nuevos Wari
Wiraqucha Runa, en fundadores de nuevos linajes en un mundo nuevo? Túpac
Amaru era el nuevo fundador del ayllu real. Se le asociaba con el Gran Paititi,
lugar en que se dice que aún hoy reinan los Incas. Paititi está al este, de donde
viene el sol y de donde debiera surgir todo lo nuevo (cf. ibid: 185-186).
Era mi intención delinear más claramente la imagen del Inca entre los
rebeldes, pero no logro añadir nada significativo a lo que ya escribí en el año 1978.
He hallado tres casos en los que el Inca era llamado Dios, pero sólo uno de ellos
parece verosímil, y ya lo he citado anteriormente (CDTA 1980-82:3:76). Según el
padre M. de la Borda, los indios ejecutaban las órdenes de Túpac Katari como si
éste fuera realmente una deidad (CDIP 1971-75: II: 2: 810). Diversas fuentes
indican que el Inca era considerado inmortal, o que al menos era visto como una
persona que no debía y no podía morir. Felipe Velasco Thupa Yupanqui, Diego
Cristóbal y muchos otros líderes rebeldes sostenían que el Inca no había muerto
en Waqay Pata: uno decía que estaba en Lima, otros afirmaban que se había ido
al Gran Paititi. Su muerte fue descrita como la desaparición de un ser que traería
orden al universo (Szemiríski 1984:181-182). En una chichería de Acomayo, un
indio, "poniéndose muy triste y compungido, haciendo mucho dolo dijo que al
inca Thupa Amaru le quitaban la vida el día martes... que su Majestad mandó lo
llevasen vivo y que no quería le quitasen la vida y el Señor Visitador, fingiendo
por disculparse, ha dicho que lo entregaron muerto y que sólo la cabeza la
despachaba a su Majestad" (CDTA 1980-82: 4: 347-348).
Merece la pena señalar que la muerte de Túpac Amaru (es decir, el Inca) era
interpretada como una prueba deque los españoles se habían rebelado contra el
rey de España.
No es necesario repetir todos los títulos que los seguidores otorgaron al Inca:
Bienhechor de los Pobres, Padre, Majestad, Rey, etc. Los pobladores de las
provincias a veces recibían de rodillas a sus representantes. Hubo el caso de un
sacerdote católico que ponía los Evangelios sobre las cabezas de los líderes
rebeldes antes de cada acción (CDIP 1971-75: II: 2:651). El Inca solía ser llamado
Libertadory Redentor(Lewin 1957:340). Según el obispodel Cusco,el Inca ostenta
ba los títulos de: "Libertador del reino, Restaurador de privilegios* y padre
¿POR QUE MATAR A LOS ESPAÑOLES? 183
común de los que gemían bajo el yugo de los repartimientos", mientras que el
pueblo lo llamaba Redentor (CDIP 1971-75: II: 3: 332).
También se le creía invencible (CDTA 1980-82: 5: 37). El mismo dijo que
nombraría a los líderes que conducirían al pueblo por el camino de la verdad
(ibid: 3: 113). Los indios veían en él al representante de su pueblo, así como
del Perú, de la tierra y de la gente (Szemiñski 1984:138-139,178-190). Asimismo
representaba a los valores morales tradicionales, cosa que debiera ser analizada
por separado.
Conclusiones
Los rebeldes poseían una imagen de la historia, cuyas tres últimas épocas
serían: el mundo antes de los españoles, el mundo de los españoles y el mundo
después del retorno del Inca. He intentado ofrecer un esquema de estas épocas
(cuadros A, B y C).
El mundo creado por Dios Padre y por la Santísima Madre tiene, básicamen
te, una estructura tripartita, compuesta por el cielo, la tierra y el mundo subterrá
neo, cuyos nombres en quechua son Hanaq Pacha, Kay Pacha y Hurin Pacha res
pectivamente. En cada pacha existe una jerarquía de seres que son representacio
nes locales de Dios: el sol, el Inca y Jesús (Pacha Kamaq). Cada ser masculino tiene
una contraparte femenina. Ya que las fuentes sobre la rebelión no contienen
ninguna información concreta sobre la imagen de estas jerarquías, he u tilizado la
versión más simple, que se basa por igual en las crónicas del siglo XVI y los mitos
contemporáneos. La jerarquía del cielo, que no ha cambiado, me ayudó a hallar
el orden de las entidades en las demás jerarquías (por ejemplo Venus, en su
calidad de representación del trueno, también sirve para señalar el lugar de
Santiago Apóstol). No estoy seguro si los Wiraquchakuna debieran aparecer dos
veces en el mundo subterráneo, una vez como españoles y otra vez como ances
tros de todos los humanos. En este mundo, su presencia se limita a la de
fundadores de linajes, identificados con los kurakakuna o caciques, sus herede
ros.
El cuadro A explica por qué era inevitable la conquista. En este mundo,
los Willaqkuna o sacerdotes andinos no sabían cómo rezarle y respetar a Jesús.
Naturalmente doy por sentado que entre 1770 y 1780, Jesús y Pacha Kamaq se
hallaban totalmente identificados, cosa que podría no ser cierta por completo. El
Inca y los Runas eran culpables de descuidar y olvidar a Jesús (Pacha Kamaq) y
a toda la jerarquía del mundo inferior. Esto constituía una ofensa a Dios Padre,
quien decid ió castigar al Inca y a los Runas por medio de un cataclismo, y les envió
a los españoles. Estos tenían el deber de castigar al Inca y a los Runas, y de
enseñarles a respetar a Jesús y a la jerarquía del mundo inferior, estableciendo así
una relación correcta entre ambos mundos (cuadro B).
Los españoles, enviados por Dios o, en este caso por Jesús Pacha Kamaq,
vinieron y conquistaron este mundo. Introdujeron la manera correcta de respetar
a Jesús y a la jerarquía del mundo inferior. Castigaron al Inca y a los Runas.
También mataron al Inca, y abolieron la jerarquía que gobernaba este mundo,
para luego comenzar a administrarlo a su manera. Mataron a los indios para su
184 SZEMIÑSKI
retomo del Inca fue posible porque Jesús lo permitió. La guerra entre el Inca y sus
enemigos era una guerra entre cristianos que se acusaban unos a otros de herejía
y rebelión. Naturalmente queda aún por investigar el peso real de las creencias
y de los dogmas católicos en la religión andina del siglo XVIII. Sin duda se trataba
de creencias católicas, ¿pero hasta qué punto resultaban importantes? ¿Será que
los elementos cristianos constituían simplemente una serie de cul tos especializa
dos que se relacionaban con el mundo subterráneo? ¿O tal vez habrán estado
presentes también en otros aspectos de la religión andina?
(a) : No tengo una idea dara sobre si Wiraqucha Qhapaq, rey de España, correspondía a Dios
Padre o a Jesús-Pacha Kamaq. Tal vez era sólo un rey de ancestros humanos en el mundo inferior.
He preferido omitirlo del diagrama. Los seres femeninos, contrapartes de cada ser masculino, sólo
aparecen cuando resulta necesario. Hay estrellas, santos y montañas femeninas. La composidón de
la familia lllapa (Chaska, Santiago, Amaru, etc) es poco conodda.
(b) : El Pacha tiene otras secciones, y también es factible subdividirla más. Supongo que Lima,
Buenos Aires, Paititi y Africa, al igual que España, forman parte del Hurin Pacha al que también
pertenecen la noche y los muertos.
(c) : 1lay rezos del siglo XVI, que mendonan a Runa Kamaq, o alma del hombre, garante del
orden en la sodedad humana. Lo he identificado con el Inca, debido a la oposidón entre éste y Pacha
Kamaq-Jesús.
(d) : Cada ser del Kay Pacha tiene un prototipo en el délo, que posiblemente se identifica con una
estrellas o una consteladón.
Cuadro B: el mundo de los españoles
Nota: El subrayado indica a los miembros de la jerarquía del Kay Pacha que existen pero han
perdido su lugar allí. Los signos de interrogación señalan a los representantes del Kay Pacha que
probablemente han sido transferidos al Hurin Pacha.
P
o r l a d e l a c ió n d e u n o
puso brusco fin a una conspiración. Como otras que se sucederán en las ciu
dades latinoamericanas de esos años, tenía como finalidad asaltar el cuartel, po
sesionarse de la plaza e iniciar un proceso que culminaría con la expulsión de los
españoles. El relato historiográfico convencional nos dice que entre los protago
nistas figuraban el mineralogista Gabriel Aguilar, un miembro de la Audiencia,
Manuel Ubalde, además de un abogado, tres sacerdotes, un regidor, un comisa
rio de indios nobles y un personaje de la aristocracia indígena. En términos
étnicos se trataba de algunos indios liderados por varios criollos (o mestizos).
Quienes concibieron y alentaron con más entusiasmo el proyecto -es decir
Aguilar y Ubalde-, pertenecían a las clases medias provincianas de la época,
ese sector social que buscará un rol protagónico tiempo después, durante la
revolución cusqueña de 1814. Hasta aquí parece que nos encontramos ante un
acontecimiento que se inscribe de manera natural en la lucha por la independen
cia. Pero ocurre que los conspiradores no pensaban en establecer un régimen
republicano, sino que lejos de cualquier proyección futura, querían restaurar
un orden anterior: eran monárquicos y buscaban a un Inca como rey.
La vuelta al pasado inspiraba una revolución. Quedaría, sin embargo, como
tantos otros proyectos abortados. En la mañana del 5 de diciembre de 1805,
Gabriel Aguilar y José Manuel Ubalde fueron ahorcados en la Plaza Mayor del
Cusco1. Esa lectura heterodoxa de la tradición2 que ellos habían realizado, sería
comprendida todavía en 1823, cuando el Congreso del Perú reivindicó la memo
ria de estos "insurgentes" proclamándolos "beneméritos de la Patria". Transcu
rren algunos años más, y en una tradición que Ricardo Palma dedica a esos
acontecimientos, no sabe cómo denominar a sus protagonistas, y duda entre
los calificativos de "loco o patriota": estaban contra los españoles pero siguiendo
(*) Esta ponencia es parte de una investigación realizada conjuntamente con Manuel Burga.
1. Vicuña Mackenna, Benjamín. La revolución de la independencia del Perú, Lima, Gardlaso,
1924; pp. 68 y ss. Biblioteca Nacional de Lima. Sala de Investigaciones (en adelante B.N.) D 120.
"Expediente relativo al juicio seguido a los conspiradores Aguilar y Ubalde". Lima, 1805, 19 ff.
2. La idea de la "heterodoxia de 1? tradición" procede de uno de los artículos de Mariátegui
que fueron publicados bajo el título Peruanicemos el Perú. Este autor advirtió el potencial transforma
dor que podía estar contenido en ei pasado peruano, rescató de esta manera una palabra que come
"tradición" pertenecía al vocabulario de las clases dominantes.
i
concepciones al parecer descabelladas (Palma 1953: 838). Desde esta versión,
la historia tradicional les ha deparado el trato de hermanos menores de los
precursores, personajes inciertos que penden entre la realidad y la ficción,
"utópicos" en el sentido vulgar de la palabra: individuos que albergan ideas im
posibles3.
Este desconcierto de los historiadores reúne algún fundamento. Aguilar
tenía seis años en 1780 y Ubalde catorce. Debió formar parte de los recuerdos
infantiles o adolescentes de ambos la "gran rebelión" de Túpac Amaru con su
secuela de violencia y destrucción. No podían ignorar que en nombre de la
vuelta del Inca, en los escenarios del sur andino, se habían saqueado haciendas
y obrajes, destruido iglesias, pasado por las armas a cuantos se calificaban
como puka kunka y que esa revolución política se había transformado rápidamen
te en un conflicto étnico. Personajes como Aguilar y Ubalde hubieran podido
estar entre las eventuales víctimas de esos desmanes. Podrían haber sido, por
ejemplo, algunos de esos niños (españolitos o mestizos) que en Tapacarí fueron
arrojados desde las torres de las iglesias. Hay testimonios suficientes como
para estar seguros que ellos no ignoraban estos sucesos. Incluso, en el caso de
tener éxito, imaginaron algunas precauciones: apresar a todos los españoles
con celeridad y embarcarlos rumbo a España y evitar así cualquier masacre.
Al margen de la ingenuidad, la referencia nos muestra que eran conscientes
del riesgo que corrían. Aparentemente Aguilar y Ubalde ilustrarían esa idea
sartreana de medir la evidencia de una idea por el desagrado que causa45.
Pero podría ser que sin negar la violencia desplegada durante 1780, los
historiadores hayan exagerado su impacto en los hombres de esa época. Luis
Durand cree ver una prolongación de la utopía tupamarista todavía en el Cusco
de 18053. Además, esos sucesos estarían mostrando que la vuelta del Inca no
es una preocupación exclusiva de la población indígena. En efecto, el incario
como alternativa a la opresión colonial parece que resultó de la aproximación
entre esos mundos aparentemente infranqueables que habían sido la república
de indios y la república de españoles. Un hecho biológico evidente: incremento
de los mestizos a medida que transcurre el siglo (22% de la población). La
cultura andina, de la represión y la clandestinidad, pasa a la tolerancia y los
ámbitos públicos: fiestas y procesiones en las que se exhiben imágenes de los
incas; temas similares en los keros, los lienzos y al parecer hasta en los murales.
Reinstaurar el imperio incaico parece constituirse en un principio de identidad.
Esta utopía no sería un producto exclusivo del sector indígena: habría compren
dido a otros sectores sociales.
La aproximación entre las dos repúblicas siguió diversos caminos. A veces
son los criollos y mestizos que optan por expresarse en quechua y componen
3. Una bibliografía bastante completa sobre el tema se puede encontrar en el resumen que
realizó José Agustín de la Puente del proceso seguido a Aguilar y Ubalde. Cfr. La causa de la
emancipación del Perú. Lima, Instituto Riva Agüero, 1960, pp. 495-525.
4. "...me vi llevado a,pensar sistemáticamente contra mí mismo hasta el punto de medir la
evidencia de una idea por el desagrado que me causaba" (Sartre 1968: 162).
5. Luis Durand tiene en preparación un libro sobre la historia del Cusco entre las revoluciones
de 1780 y 1814. Por el momento puede consultarse Durand 1983.
BUSCANDO UN INCA i»y
yaravíes como Mariano Melgar o dramas con personajes incaicos al estilo del
Ollantay. En otras ocasiones, es el indio quien "emplea elementos europeos
para expresarse mejor" (Argucdas 1952:140). Pero este proceso de convergencia
será interrumpido por los conflictos sociales que se desencadenan entre 1780
y 1824. Terminadas las guerras de la independencia en el país, las divisiones
y contraposiciones étnicas y sociales, primarán sobre las tradiciones comunes.
La utopía andina en el siglo XIX se convertirá en utopía campesina y quedará
confinada en los medios rurales. Aguilar y Ubalde se ubican a medio camino:
en el centro mismo de un período de transición.
Podríamos ilustrar de varias maneras esta transición. El tema de los incas
va desapareciendo paulatinamente del discurso político criollo. Los símbolos
andinos quedarán postergados en los emblemas patriotas. La aristocracia indí
gena desaparece del escenario político. Se ha insistido lo suficiente en lo que
respecta a las prohibiciones que establecieron los europeos después de la derrota
de Túpac Amaru (vestimenta, lengua, títulos nobiliarios, pintura); habría que
añadir los elementos espontáneos que se hicieron presentes en esa creciente
divergencia entre las dos repúblicas. Los indios de los pueblos de Huancavelica
habían incorporado las corridas de toros entre sus expresiones culturales. En
1791 un bando pretende prohibir, sin éxito, esa "inhumana costumbre", de
manera que, en 1807 se reitera el veto contra una práctica de la "gentilidad"
(B.N. C3351, 1791 y D142, 1807). Se regresa a la represión y la clandestinidad
¿Quiénes fueron nuestros personajes? Sus biografías nos pueden ayudar a
entender los derroteros urbanos de la utopía andina. Hasta aquí, siguiendo a
otros historiadores, hemos indicado tres rasgos: provincianos, clase media,
criollos. Los dos primeros resultan -como seguiremos viendo-bastante eviden
tes. El tercero, está rodeado de imprecisiones. El vocablo criollo no existe en la
terminología oficial, que para fines censales o tributarios sólo distingue entre
españoles, indios, mestizos, negros y castas. Criollo es para muchos limeños un
calificativo denigrante, aunque escritores como Viscardo y Guzmán, afectado
por el exilio europeo, quieren rescatar ese término y en ciudades de provincias
como Cusco, parece adquirir connotación positiva, contrapuesto a adjetivos
peyorativos como "chapetón" o "gordo". Frente a Ubalde o Aguilar, cualquier
empadronador colonial se hubiera planteado la alternativa español o mestizo;
en justicia los hubiera ubicado en la segunda categoría. Genealógicamente sólo
tenemos referencias confiables sobre Ubalde, que parecen obedecer a una de
las siete combinaciones posibles que originaban a los mestizos: español-mestiza.
Culturalmente, como veremos, se elaboraron una amalgama de concepciones
europeas e indígenas, ¿mestizos? Podemos llegar a esta conclusión si admitimos
-siguiendo a Dionisio Farfán (1818), George Kubler (1958) y Pablo Macera
(1977)- que, al comenzar el siglo XIX en el mestizo, lo blanco predominaba
sobre lo indio. (Macera 1977: II: 444 y ss.).
Ubalde había nacido en Arequipa y sabemos con precisión gracias a Luis
Durand, que fue un 27 de mayo de 1766. Su familia poseía por la rama materna
algunas tierras en Majes, las que quizá permitieron solventar una educación
que desde temprano corre a cargo de una tía monja. Esta tía, en todo momento,
buscó dirigir su vocación hacia la iglesia y los claustros, y aunque no tendría
éxito, sí conseguiría desarrollar en su sobrino una gran inquietud religiosa:
1?U M .U K h S
6. El proceso de Aguilar y Ubalde, que hemos venido citando, ha sido editado por Carlos
Ponce, en La Paz, basándose en una transcripción del manuscrito que se conservaba en el Archivo
General de la Nación, en Buenos Aires. Ambos reos, durante el proceso, hablan con una claridad
poco usual, que nace del convencimiento en la corrección de sus ideas. Refieren todo, hasta sus sue
ños.
7. Revista del Archivo Histórico del Cuzco, Cusco, 1950, No. 1, p. 234.
BUSCANDO UN INCA 193
dados de esos hombres no comparten las divisiones y fronteras que nosotros te
nemos.
El cristianismo significa, aparte de lo indicado sóbrela pobreza y los francis
canos, la lectura del Dcuteronomio, los pasajes de la Biblia dedicados a la
interpretación de los sueños y, luego, la epístola a los Corintios y el Evangelio
de San Juan. Las citas más precisas provienen de estas dos últimas referencias.
En San Juan la idea que rescata Ubalde es que "el verbo eterno ilumina a todo
hombre que viene a este Mundo" (Conato 1976: 58; San Juan 1: 1-18). Justifica
así sus sueños y revelaciones. Al fin y al cabo, ellos han tenido acceso a supuestos
designios divinos al margen de la Iglesia. El entusiasmo que tienen por las
sagradas escrituras no parece prolongarse en una defensa de la institución
(...los curas mudan curatos con la facilidad que se abandona una camisa inservi
ble y sucia"). Pudiendo entrar en alguna orden, estando tentados por esa
posibilidad, a la postre prefirieron permanecer en el mundo. La opción encuen
tra fundamento precisamente en la epístola a los Corintios, donde San Pablo
se refiere a la caridad: "todo lo cree por su misma sinceridad" (Conato 1976:
181; Corintios 13: 17). El amor colocado por encima de la fe como camino de
salvación. Se trata de una lectura de las escrituras; quizá poco ortodoxa, lectura
al fin: hemos podido cotejar las citas del proceso con los textos originales. No
sabemos quiénes otros comparten estas concepciones o en qué predicadores
podrían haber encontrado aliento. Unicamente podemos indicar que tiempo
antes, Túpac Amaru también había recurrido con frecuencia a imágenes bíblicas
en sus proclamas: comparar la situación del Perú con la opresión del pueblo
de Israel.
Del encuentro entre estas lecturas y los sueños deriva esa concepción provi-
dencialista y mesiánica de Aguilar. Ninguno de ellos piensa su biografía como
producto del libre albedrío. Por el contrario, ambos se sienten llamados, escogi
dos, designados. Realizan una misión. Al principio se piensa que Aguilar podría
ser el monarca. Pero luego descubren -cuestión evidente- que para ser un Inca
hace falta descender de otro: en una sociedad estamental son derechos que se
heredan. Entonces comenzará la busca febril de un descendiente del Túpac
Amaru I, confundido con Felipe Túpac Amaru, pero no cabe la menor duda
que se trata del personaje ajusticiado por Toledo en la Plaza Mayor del Cusco
un día de 1572. Ese mismo personaje con cuyo recuerdo prácticamente termina
los Comentarios Reales del Inca Garcilaso: "Así acabó este inca, legítimo heredero
de aquel imperio por línea recta de varón desde el primer inca Manco Cápac hasta él"
(Libro octavo, capítulo XIX). La legitimidad en ese tiempo, no era sólo un
problema de designación divina. Era también un problema de ascendientes y
genealogía. Se quiere restablecer un orden entregando el poder a su legítimo
detentador: el Rey que fue usurpado. En esta empresa Aguilar y Ubalde son
simples profetas. Es así como las formas cristianas (lecturas, referencias, concep
ciones) envuelven proyectos andinos.
Una insurrección no se decide por argumentos tácticos. Para Aguilar y
Ubalde no importan nociones como correlación de fuerzas, enemigos y aliados.
Ellos no razonan políticamente; El sentido que tienen del tiempo es otro: funcio
na por períodos y etapas. En 1805 ocurre que hay más de un signo que indica
que "ha llegado el tiempo". Otra fórmula evangélica que podemos encontrar
repetidamente en San Marcos, San Lucas y San Juan: "Bienaventurado el que
lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las
cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo" (Apocalipsis, 1: 3). ¿Qué
tiempo? Es el tiempo de los indios, mientras llega a su fin el de los españoles.
La sociedad, como ellos la piensan, responde a un esquema dual donde a veces
se contraponen europeos y americanos, pero otras veces, indios y hombres de
cara blanca. Obviamente Aguilar y Ubalde se creían más próximos de los indios,
aunque aquí contraviniendo sus concepciones, más que un problema de naci
miento se trató de una opción.
¿Aguilar y Ubalde fueron personajes excepcionales? Las declaraciones no
parecen sorprender a sus jueces, salvo en lo que se refiere a los sueños y a
ciertas profecías, considerados como coartadas para atenuar el inevitable casti
go. Por otra parte, durante ese año de 1805, Aguilar ha conversado no sólo
con Ubalde, sino que lo ha hecho con cuantos se ha encontrado en la ciudad
del Cusco y en los pueblos cercanos. No nos debe sorprender que la conspiración
fuera fácilmente develada, en la medida en que carecía de esc requisito indispen
sable que es el secreto. Prescindieron de él, convencidos de que sus posibilidades
de éxito estaban por encima de cualquier voluntad. Además, pareciera que
encontraron fácilmente audiencia para sus profecías. Pablo Inca Roca, un indio
noble encausado, refiere un encuentro con Aguilar que tuvo lugar el mes de
junio, probablemente en la parroquia de San Sebastián: "...llamó al que declara
y le dijo que el Rey de España se había mudado y que estábamos sin Rey; que
había llegado el tiempo que los incas reinasen y que como era de casta india,
se había de coronar, haciendo degollar ante todas cosas a todos los europeos"
(Conato 1976: 170).
El Perú del siglo XVI11 parece recorrido por una atmósfera de "fin del
mundo" (Barclay y Santos 1983:26 y ss)8. El Inca era esperado. Diversos testimo
nios avalan la existencia del llamado ciclo mítico de Inkarrí durante esc siglo:
pinturas representando al Inca degollado circulan en Arequipa y Cusco, repre
sentaciones teatrales, inspiradas en el encuentro de Cajamarca se ejecutan en
el norte del país. Juan Santos Atahualpa desde la selva, predica que la cabeza
del Inca está en España. Para entonces la memoria colectiva había fusionado
en un mismo personaje a Atahualpa con Túpac Amaru I: la muerte se escenifica
en Cajamarca pero con los rasgos que según Garcilaso rodearon al ajusticiamien
to del último inca de Vilcabamba en el Cusco. En la imaginación andina, la
conquista termina recién en 1572 (González y Rivera 1982). Dos siglos después
se espera que el Inca vuelva en cualquier momento. Aguilar cree que no hacen
falta mayores preparativos porque es suficiente invocar el nombre del Inca
para que acudan los campesinos. Esta es la idea central que vertebra sus concep
ciones.
Es probable, como lo han señalado Federica Barclay y Fernando Santos,
que la espera del Inca esté asociada a los transtornos físicos que soportó el
Perú del siglo XVIII: lluvias e inundaciones en el sur andino, devastador terre
moto en Lima el año 1746. Pero también es cierto que el proceso debe ser
era el epílogo del libro: ese pasaje, que ya recordamos, donde se refiere a la
muerte de Túpac Amaru I. Los lectores terminarían relacionando el principio
con el fin. Cada cual lee lo que le interesa. Debemos añadir que Raleigh fue
autor de una History of the V\¡orld, escrita por los mismos años en que Garcilaso
componía su obra, donde invitaba a sus lectores ingleses a luchar contra España
y comparaba a este país con las potencias más opresivas en la historia de la hu
manidad.
La edición utilizada por Aguilar y Ubalde pudo ser la de 1723, pero es
imprescindible recordar que en 1800-1801 se hizo una nueva edición en Madrid,
con una nota introductoria en la que el editor decía: "confieso que no puede
menos de causarme mucha admiración que obras de esta naturaleza, buscadas
por los sabios de la nación, apetecidas de todo curioso, elogiadas, traducidas
y publicadas diferentes veces por los extranjeros, enemigos jurados de la gloria
de España, lleguen a escasearse...".
Garcilaso, en su dimensión profetica, tuvo una compañía inesperada: Santa
Rosa de Lima. Todavía circula en el Perú una supuesta profecía de esta santa
sobre el fin de Lima, arrasada por el mar, cuyo embate llegaría hasta más allá
de la Plaza de Armas, casi justo donde comenzaba el barrio de indios de la
ciudad. Durante el terremoto de 1746, "...se esparció en toda la ciudad el rumor
falso, que llegaba ya el mar a sus contornos", desatándose verdadero pánico
entre los sobrevivientes (Terremotos 1863: 45-46). En el proceso no se alude a
este tema, aunque Santa Rosa aparece diciendo que "...habría que volver el
Reyno a los mismos indios" (Conato 1976:117; Catanzaro 1964; Vargas Ugarte
1959)10. Originalmente este personaje pertenece al santoral católico español:
una devoción limeña destinada a exaltar la flagelación, la penitencia y la reclu
sión interior. Pero con el tiempo fue incorporada al mundo campesino. La
toponimia, con diversos pueblos andinos que recogen el nombre de la santa,
es un testimonio de este proceso11. Aunque había fallecido un 24 de agosto de
1617, poco a poco, la fecha fue trasladada al 30 de agosto que -premeditación
o azar- coincide con la muerte de Túpac Amaru I. Esta fecha ha sido escogida,
a su vez, para celebrar la fiesta principal en muchas localidades de la sierra.
Todo esto debe ser leído únicamente como hipótesis o hilos que podrían ayudar
a desenredar esa madeja intrincada que es la cultura popular mestiza durante
la colonia.
Garcilaso de la Vega no fue la única lectura andina que influyó a Aguilar
y a Ubalde. Este, en su biblioteca, disponía de un libro, muy apreciado, que
se esfuerza tanto en hacer leer y circular entre sus amigos como en conservar:
se titula El llanto de los indios (Conato 1976: 32). Ignoramos quién fue su autor;
por otras referencias suponemos que era una obra de formato pequeño y pocas
páginas, en la que se denunciaba la injusticia y la opresión. Habría que ubicarlo
junto con otros libritos similares con títulos como reclamaciones o lamentos
de indios, verdadera literatura indigenista de "bolsillo", efímera y difícil de
10. El Congreso de Tucumán (1816) tuvo una imagen de Santa Rosa en su sala de sesiones
y el ejército libertador fue puesto bajo la advocación de esta misma santa.
11. El nombre de Santa Rosa aparece en lugares tan diferentes como Jaén, Chiclayo, Ayaviri,
Melgar, Huánuco, etc. (Tarazona 1946).
BUSCANDO UN INCA 197
conservar, pero de una eficacia propagandística hasta ahora poco valorada por
los historiadores, con la excepción de Eguiguren para quien llegaron a ser como
"catecismo populares...escuchados con reconocimiento y coraje..." (Eguiguren
1967, 3: 112). Se trata de una producción equidistante al Mercurio Peruano y la
cultura oral y por lo tanto difícil de ubicar en los repositorios bibliográficos.
Probablemente elaborada por esas capas medias provincianas.
Hemos dejado para el final otra vertiente en las concepciones de Aguilar
y Ubaldc: la cultura europea de la época. En la biblioteca de Ubalde figuran
Tácito, Peralta, Campomanes y en el juicio menciona de manera particular el
estudio sobre los incas del abate Rcynal. Pero curiosamente éste aparece como
autor de "predicciones políticas" y vinculado a Garcilaso. Los Comentarios se
convierten en un libro panflctario precisamente por la lectura anticolonial que
realizan algunos ilustrados como Marmontel. Entre 1609 y 1800, totales o parcia
les, se habían realizado diecisiete ediciones de esa obra: diez en francés, dos
en inglés, una en alemán y cuatro en español (Tauro 1965). Su postrera fama,
de Europa llegó al Perú.
Fue el encuentro con Aguilar y su temperamento profético el factor que
revitalizó estas lecturas de Ubalde: "trajo a la memoria cuanto pudo de los
muchos libros místicos que leyó de muchacho y en edad provecta, para volver
a analizar el mérito de don Gabriel". Y aunque Aguilar no disponía de un
volumen equivalente de lecturas, tampoco estaba al margen de la cultura euro
pea. Sin omitir su viaje a ese continente, el historiador boliviano, Carlos Ponce
lo ubica acompañando a Humboldt en su recorrido por el Perú.
No ignoraban a Europa, pero como en el caso de Túpac Amaru encontraron
un sustento más sólido en el pensamiento tradicional cristiano o en los produc
tos culturales del mundo andino, que en la Ilustración. La revolución que
imaginan Aguilar y Ubalde, de manera más evidente que la de 1780, no estaba
en principio destinada a cuestionar "las bases de la sociedad del Antiguo
Régimen, estratificada, vertical y jerárquica" (Maticorena 1981: 8). El Rey y la
Monarquía eran principios inconmovibles, "...el Rey es en quien reside una
potestad temporal suprema y dada por Dios" (Conato 1976: 173). De lo que se
trataba era de cambiar una dinastía (la de los Borboncs) por otra (descendientes
de los Incas). Realizar este cambio era una manera de ejecutar los designios
divinos: "...Dios quería hacer en el Perú una grande novedad" (Conato 1976:61).
La idea del Rey es entonces separable de la persona de Carlos IV. Para
llegar a esta conclusión fue importante la observación de la escena europea: el
fin de una dinastía en Francia y el reconocimiento del nuevo monarca por el
Papa, es decir, ese Napoleón Bonaparte, "legítimo Soberano", verdadera encar
nación del demonio para la élite colonial, pero un personaje al parecer positivo
para Ubalde (Conato 1976:176). Hay algunas evidencias que muestran la proxi
midad con la que se seguían los acontecimientos europeos. Por lo menos desde
1791, en el sur peruano ya se conocía la "Declaración de los Derechos del
Hombre" (Declaración 1955: 76).
Lo medular en la visión que de las cosas tenían Aguilar y Ubalde es su
anclaje en la utopía andinar el regreso del Inca y la restauración de una monar
quía incaica. Esta visión es efectivamente utópica porque implica una alternativa
al orden colonial, imaginaria y total, disruptiva frente a la situación vigente,
pero a diferencia de las utopías europeas, los hombres andinos no diseñan su
sociedad ideal en el futuro o en un lugar lejano, sino en el pasado. Entonces,
más que una creación original, se trata de una peculiar lectura de la historia.
La ciudad ideal ha existido: fue y será el país de los Incas. Para describirla no
hace falta una obra que explique cómo serían sus casas y calles, sus hábitos y
costumbres porque éstos todavía se conservan en la vida cotidiana (costumbres
de la aristocracia indígena) o en las tradiciones orales. Garcilaso viene a ser
un sustento para esta memoria colectiva. Se explica, entonces, que la utopía
andina no recurriera a un arquitecto del futuro y lo sustituyera por un historia
dor. La utopía andina es como el yaraví o las décimas, una creación, un producto
nuevo. No se trata de una prolongación, de estructuras mentales andinas;
tampoco de la importación mecánica de categorías occidentales. Como ocurre
en otras expresiones de esa misma cultura popular (retablos por ejemplo), del
encuentro entre formas occidentales y contenidos andinos, resulta algo diferente
a sus patrones originales (Stastny 1981).
Señaladas todas las diferencias posibles entre la utopía andina y las utopías
europeas, habría que admitir sin embargo que hay coincidencias y paralelismos
en el tiempo. Como lo ha indicado Bronislaw Baczko, "...el siglo de las Luces
es un período «caliente» en la historia de las utopías en la misma condición
que el Renacimiento o la primera mitad del siglo XIX" (Baczko 1978). Se debió
entablar un curioso contrapunto entre el mundo andino y Europa cuyo rastreo
sería tema de otro ensayo: el entusiasmo por lo incaico de los ilustrados euro
peos y los debates sobre la calidad del hombre americano pudieron llegar a
lugares tan lejanos como Arequipa, Cusco o Huánuco. Los incas se convirtieron
en personajes familiares para la literatura francesa ilustrada. Para los utopistas,
como señala Raúl Porras, el Tawantinsuyo fue "...el modelo de una sociedad
feliz bajo un régimen paternal y comunista" (Porras 1968: 160). La idea del
"hon sauvage" encontró un escenario adecuado en América. Las fuentes para
estas concepciones fueron también Las Casas y Garcilaso.
Toda la pasión puesta por Gabriel Aguilar y Juan Manuel Ubalde en la
empresa común quedó demostrada en la entereza con la que marcharon hasta
la horca. Hemos anotado algunas explicaciones de su fracaso: excesiva confianza
en la providencia, descuido del secreto necesario, traición de uno de los implica
dos. Habría que añadir otra circunstancia más: la escasa vinculación que ellos
mantenían con los indios. No la buscan, porque están convencidos que basta
sólo el nombre del Inca (haber encontrado un legítimo descendiente) para que
estalle la sublevación. Pero, del proceso puede colegirse que tampoco era fácil
que realizaran este encuentro anhelado. Aguilar transforma su juvenil búsqueda
de la salvación individual, en una obra colectiva que parece confundirse con
ese designio divino de encontrar una mujer entre las indias. No obstante estos
propósitos, entre los implicados no figura ningún "indio del común". Daría la
impresión que la mayoría de ellos ignoraban los sueños de los conspiradores.
No se infiere que el día del ajusticiamiento asistiera un "gran concurso de
gente". Los indios del Cusco no aparecen entre aquellas personas con las que
conversan repetidas veces-Aguilar o Ubalde. Estos intelectuales mestizos de
provincias, que sin ser indios rechazan el orden establecido, encaman un rasgo
de la intelectualidad peruana de entonces y ahora: su débil anclaje social.