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ÉTICA Y PSICOANÁLISIS

Tradicionalmente en la ética, hay un Bien Superior, más allá de los bienes. Este Bien,
puede ser de orden individual o colectivo; lo colectivo es la política, lo individual es un
bien imperceptible, pero que hay que tomar en cuenta para conseguir la verdadera
felicidad, la ligada a un destino de la humanidad. Actuar éticamente, es actuar por ese
bien de la humanidad. Kant creyó haber encontrado ese nudo entre el individuo y lo
colectivo: “Actúa de tal modo que la máxima que regula tu voluntad, pueda servir para
la voluntad universal”.

Para el psicoanálisis no hay un Bien transcendental, ni imperativos universales, y si los


hay, son paradójicos y es así como Lacan pregunta “¿Has actuado en conformidad con
tu deseo?”, planteando la máxima: “no hay que ceder en relación al deseo”. Lo que nos
lleva a la pregunta por el deseo, no regulado por la voluntad sino por el Inconsciente, o
más bien, dominado por él.
Esta Ética, es una ética a contracorriente de la occidental, del intercambio de los bienes,
de la ética del tendero (que denominó Antoni Vicens)

La ética se basa en un juicio, un juicio sobre la acción, alguien que juzga (aunque
seamos nosotros mismos) emite un veredicto: “tú debes… o tú puedes…”. Así el juicio
ético se entendía como un concepto ligado a la voluntad. La voluntad no es un concepto
lacaniano, pero sí lo es el deseo, que a diferencia de la voluntad, necesita del discurso
del Otro. Todo lo importante del ser humano se juega en relación a un discurso. El
deseo no puede presentarse como individual, es siempre el deseo del otro, es una
formación de discurso que siempre incluye al Otro, es inconsciente, es algo que me
domina, no sé bien qué es mi deseo, no está en lo que pedimos, en lo que queremos; a
veces, es justo lo contrario.

La Ética no es una máxima sino que es la relación entre juicios, de juicio a juicio.
Hablar de ética implica introducir el discurso, necesito el juicio del otro, juicio aplazado
a la respuesta del otro.

El deseo del hombre no se satisface con ningún objeto de consumo, sino con un
discurso, con el lenguaje. Tiene como objeto otro deseo y en esa operación no hay saldo
cero, surgirá otro deseo, que se relanza y circula siempre porque el lenguaje así lo
impone, produciéndose un plus que Lacan luego llamará goce. Cuando alguien actúa un
deseo produce un sentido nuevo del tipo que sea. Ser deseante es esto, es estar atento a
los nuevos sentidos que surgen. Para explicar este “nuevo sentido”, Lacan utiliza la
tragedia y la comedia clásicas. Éstas no son sino una representación de ese sentido
nuevo que surge. La falta, en el deseo, es constitutiva del ser humano y nada vendrá a
satisfacerla. A diferencia del régimen de la culpa donde hablamos de una falta que
puede ser pagada en forma de castigo, resarcimiento, etc., o como algo que puede ser
perdonado si no aquí, en el otro mundo. Sin embargo, en el deseo es una falta lógica que
nunca vendrá a ser saturada. Para nadie es posible saturar las faltas y de ahí la
repetición. Hay una insistencia de lo real sin ley para cada ser humano (el sinthôme).

En el amor es fácil ver como repetimos, nos da la idea de un retorno siempre. En el odio
y en la ignorancia también lo vemos. En la ignorancia: “todos como sujetos no
queremos saber nada…” dice Lacan. Y el trabajo de análisis es explorar este no querer
saber. No queremos saber sobre nuestro goce, no queremos saber sobre nuestro deseo…
Para Vicens el odio más extremo es el odio a sí mismo. Es el odio que se puede detectar
bien en la clínica de la melancolía, hay un odio y sus quejas son reproches al otro que
no le ha tenido en cuenta. En la melancolía está muy hipotecado el sentido del amor, es
decir, la posibilidad de obtener un “sentido nuevo”. El odio está más cerca de lo Real, es
muy difícil sacar a alguien del odio. El amor cambia, repite, etc. pero el odio parece
algo muy ligado a una fijación.
La vida humana tiene una dimensión trágica pero también otra cómica. La comedia nos
presenta como el deseo burla las leyes.

Para Lacan hay una oposición radical entre lo que él llama el centro deseante y el
servicio de los bienes. Este centro deseante está ligado al concepto de repetición, al
objeto “a”, que funciona como regulador del deseo, no es un objeto de intercambio, ni
del comercio. Tiene algo ligado con lo real, no es un objeto de cálculo. El objeto “a”
solo lo conocemos por su repetición: una mirada, una voz… que solo se hace patente a
través del análisis.

Ese centro deseante, en la enseñanza de Lacan, en su recorrido se formalizará como


objeto “a”, y más tarde será el goce”. El goce proviene de los circuitos del significante,
pero no solo, más bien de lo real.

Rómulo Lander dice que el acto analítico, plantea claramente que la ética del
Psicoanálisis es la ética de la búsqueda de la verdad inconsciente del sujeto. Es decir, su
verdad interior. Sabemos que el deseo del sujeto es inatrapable, sin embargo sus efectos
refieren a su verdad interior. No actuar en conformidad con el deseo, es pasar a la
impostura. Es actuar en conformidad con la exigencia familiar y social. Es como dice
Lacan <la traición a sí mismo>. Lacan decía no hay acto analítico sin ética. Entiendo
que se refiere a la ética del buen decir y a la ética de la búsqueda de la verdad interior.
Ya que esta es la única forma como el acto puede ser genuinamente analítico.

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