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yo misma
las relaciones madre-hüa

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NancyFríday

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yo misma

EDITORIAL ARGOS VERGARA, S. A.


Barcelona
Título de la edición original:
«MY MOTHER/MY SELF»

Traducción
Ramón Margalef

Cuando dejé de ver a mi madre con los


ojos de una niña, descubrí la mujer que me
ayudó a alumbrarme a mí misma. Este libro
está dedicado a Jane Colbert Friday Scott.

Primera edición: marzo de 1979

Copyright © 1977, Nancy Friday


Copyright © 1979, de la traducción y de la edición españolas
Editorial Argos Vergara, S. A.
Aragón, 390, Barcelona-13 (España)

ISBN: 84-7017-666-8
Depósito Legal: B. 12.867-1979

Impreso en España - Printed in Spain


Impreso por Chimenos, S. A., Dr. Severo Ochoa, s/n. Carretera Nacio-
nal 152, Km. 26, Coll de la Manya, GranoUers (Barcelona)
RECONOCIMIENTOS

En 1973 cayó en mis manos un libro en cuyas páginas se relaciona-


ba el potencial orgásmico de las mujeres con el grado de seguridad o
confianza experimentada por éstas en otro tiempo ante sus padres. Pue-
do recordar aquel día, el sitio en que me encontraba sentada; recuerdo
hasta el peso del libro que tenía en las manos, y, desde luego, mi reac-
ción instantánea, que se tradujo en una pregunta: en cuanto a la madre
¿qué había que decir?
Acababa de escribir un libro sobre las fantasías sexuales de las
mujeres. No había quedado en mi mente el menor resquicio de duda
en cuanto al punto de comienzo de la represión o aceptación sexual.
¿Cuál es la persona que antes que nadie aparta la mano de nuestros
genitales, quién implanta el placer o la inhibición en cuanto a nuestros
cuerpos, quién establece Las Reglas y con su propia vida nos facilita
un modelo indeleble? Aquella semana redacté un esbozo, un plan para
escribir un libro que se titularía: Madres e Hijas: La Primera Mentira.
Me juzgaba a mí misma una buena candidata para este tema por-
que, aunque he de confesar que amaba a mi madre, también percibía
la existencia de un espacio psicológico suficientemente amplio entre no-
sotras, una separación que me permitiría ser justa y objetiva. Como si
esto se hallara al alcance de cualquier mujer. Fueron necesarios dos
años de investigaciones para ir más allá de la irritación que contenía
ese primer título. Incluso para reconocer cuan molesta me sentía per-
sonalmente.
Mi intención era llevar a cabo una serie de entrevistas con madres
e hijas dentro de una familia, y también con las abuelas, cuando fuese
esto posible. En los últimos cuatro años me he entrevistado con más
de doscientas mujeres de todos los puntos de Estados Unidos. En su
mayor parte, eran madres. Y todas ellas, ciertamente, hijas. En el pla-
no más significativo, eran expertas. Pero advertí rápidamente que un
libro de entrevistas no resultaría suficiente.
Había esperado evitar lo subjetivo mediante el hallazgo de unas
pautas que se acomodaran a la mayoría de las mujeres. Trazando tales
10 MI MADRE, YO MISMA RECONOCIMIENTOS 11

pautas a través de las generaciones, podríamos ver las conscientes e cuales el presente libro habría sido inconmensurablemente más pobre
inconscientes repeticiones, corregidas con la mejor intención en nuestra en cuanto a contenido. Del mismo modo que el lector sigue el desarro-
maternal herencia, desembarazándonos del resto. Puesto que las vidas llo de un argumento, espero que se aprecie con claridad que, antes de
de las mujeres van a cambiar, debíamos tener acceso al esfuerzo for- poder explicar la relación madre-hija, debía yo comprender la mía
mativo de esa relación. Teníamos que superar el enojo suscitado por propia. Sin k>s pasmosos conocimientos del doctor Robertiello, sin su
unas mentiras dichas «por nuestro bien», averiguar cuál es el auténtico capacidad para el análisis, sin su preclara mente y su personal implica-
amor existente entre madre e hija, o bien liberarnos de la ilusión de ción (es padre de tres hijas), yo habría abandonado mi empeño hace
un amor que nunca existiera, en absoluto. Yo andaba buscando una mucho tiempo.
clarificación. Descubrí a Rashomon. Madre: «Preparé cuidadosamente Las personas cuyos nombres aparecen a continuación aportaron a
a mi hija ante su primera menstruación». Hija: «Mi madre no me dijo esta obra, además de sus conocimientos, su tiempo y su interés. No
nada.» Dos versiones de idéntica historia, diferentes y, sin embargo, siendo del caso mencionar sus títulos profesionales dentro del texto,
iguales. Ninguna de las dos mujeres cree estar mintiendo. lo hago aquí, al propio tiempo que les doy las gracias:
Para llegar a comprender contradicciones como ésa, hablé con psi-
quiatras, educadores, médicos, abogados y sociólogos. Yo no quería con- Pauline B. Bart: profesora adjunta de sociología en psiquiatría, Facul-
testaciones propias de un libro de texto: de las veintiuna profesionales tad de Medicina, Universidad de Illinois; autora del The Student
citadas en este libro, dieciséis de ellas tienen hijas. Ninguna mujer me Sociologist's Handbook.
concedió más generosamente que la doctora Leah Schaefer su buen jui- Jessie Bernard: socióloga/becaria residente, en la Comisión de Dere-
cio, su sabiduría, sus conocimientos profesionales y hasta su vida pri- chos Civiles de EE. UU.; autora de Women, Wives, Mothers: Va-
vada. Contraje con ella una deuda que nunca podrá quedar saldada. lúes and Options, The Future of Motherhood, y The Future of
Y hay algo que me resulta particularmente patético: la frecuencia con Marriage.
que estas personas, altamente adiestradas, confiesan tropezar con difi- Mary S. Calderone, doctora en Medicina: directora del Consejo de
cultades al aplicar a sus propias existencias lo que intelectualmente Educación e Información Sexual de los EE. UU.; autora de Reléase
conocían. from Sexual Tenslons.
Una de las primeras ideas que deseché fue la referente a mi con- Sidney Q. Cohlan, doctor en Medicina: profesor de pediatría; director
vencimiento de que podía aprender todo lo que necesitaba saber de adjunto del servicio de pediatría, Hospital de la Universidad, Cen-
las mujeres. Podemos ir dando saltos en vez de andar, pero ¿por qué tro Médico de la Universidad de Nueva York.
no utilizar las dos piernas? Cuando el doctor Sirgay me telefoneó para Helene Deutsch, doctora en Medicina: psicoanalista; autora de The
hablarme de la solicitud que yo le había formulado, respecto de una Psychology of Women.
entrevista con cierta eminente especialista en psiquiatría infantil, me Lilly Engler, doctora en Medicina: psiquiatra con consulta privada en
informó que ésta debía ausentarse de la ciudad y le había pedido que la ciudad de Nueva York; asesora de diversas instituciones en
él mismo me atendiera. Más bien descortés, yo le respondí que puesto EE. UU. y otros países.
que abrigaba la creencia de que las mujeres eran quienes mejor com- Cynthia Fuchs Epstein: profesora de sociología, Queens College, Uni-
prendían a las mujeres, esperaría a que su colega femenino regresara. versidad de la ciudad de Nueva York; directora de proyectos, Ofi-
Estoy muy satisfecha de que aquel día mi interlocutor no me colgara cina de Investigaciones Aplicadas, Universidad de Columbia; auto-
el teléfono. Algunas de las posibilidades de conducta y atisbos sobre el ra de Wornan's Place: Options and Limits in Professional Careers,
comportamiento que a mí se me antojaron más raros y regocijantes, de y coautora de The Other Half: Roads to Women's Equality.
cuantos figuran en estas páginas, provienen de él y de otros hombres.
Aaron H. Esman, doctor en Medicina: psiquiatra jefe del Jewish Board
Éstos también tienen hijas.
of Guardians; miembro de la facultad en el Instituto Psicoanalítico
Hablé por vez primera con el doctor Richard Robertiello en el de Nueva York; autor de New Frontiers in Child Cuidance, y The
curso de una tarde como tantas otras. Constituyó tal episodio uno de Psychology of Adolescence: Essential Readings.
los acontecimientos modeladores de mi carrera, y fue así como, al co- Mió Fredland, doctora en Medicina: profesora de psiquiatría, ayudante
rrer de los años, se produjeron una serie de conversaciones sin las de clínica, Facultad de Medicina de la Universidad de Cornell.
12 MI MADRE, YO MISMA RECONOCIMIENTOS 13

Sonya Friedman: psicóloga; asesora en cuestiones de matrimonio y di- ción en el Instituto de Salud Mental de Long Island; miembro del
vorcio; coautora de Tve Had It, You've Had It! Advice on Di- cuadro ejecutivo de la Sociedad para el Estudio Científico del Sexo;
vorce from a Lawyer and a Psychologist. psiquiatra supervisor del Servicio de Guía de la Comunidad; autor
Emily Jane Goodman: abogado; coautora de Women, Money and de Hold Them Very Cióse, Then Let^hem Go, y coautor de Big
Power. You, Little You.
Amy R. Hanan: directora de personal, A T & T General Departments. Sirgay Sanger, doctor en Medicina: director del programa padre-hijo,
Elizabeth Hoppin Hauser: psicoterapeuta, perteneciente al Centro de Hospital de St. Luke; instructor, Columbia College of Physicians
Consulta de Long Island, en Forest Hills. and Surgeons; autor de Emotional Care, Hospitalized Children.
Helen Kaplan, doctora en Medicina: psicoanalista y sexoterapeuta; pro- Leah Cahan Schaefer: psicoterapeuta; miembro del Servicio de Guía de
fesora de psiquiatría, adjunta, Facultad de Medicina de la Univer- la Comunidad, ciudad de Nueva York; perteneciente al cuadro eje-
sidad de Cornell; psiquiatra adjunta de la Clínica Payne Whitney cutivo de la Sociedad para el Estudio Científico del Sexo; autora
del Hospital de Nueva York; autora de The New Sex Therapy. de Women and Sex.
Sherwin A. Kaufman, doctor en Medicina: ginecólogo y tocólogo, del Joan Saphiro: profesora de trabajo social, Smith College.
Lenox Hill Hospital, ciudad de Nueva York; autor de Intímate Marcia Storch, doctora en Medicina: jefe de la clínica de ginecología
Questions Women Ask, New Hope for the Childless Couple, y para adolescentes y planificación familiar, sección infantil y juvenil,
The Ageless Woman. Roosevelt Hospital; profesora ayudante de clínica, de obstetricia y
Jeanne McFarland: profesora, Smith College, Departamento de Eco- ginecología, College of Physicians and Surgeons, Roosevelt Hospi-
nomía. tal, ciudad de Nueva York.
Gladys McKenney: profesora de las clases sobre matrimonio y familia Betty L. Thompson: psicoanalista, de actividades privadas.
en una escuela de enseñanza media de Michigan. Lionel Tiger: profesor de antropología en la Rutgers University; autor
George L. Peabody, doctor en Filosofía: ciencia de la conducta apli- de Men in Groups, The Imperial Animal, y Women in the Kibbutz.
cada.
Vera Plaskon: coordinadora de planificación familiar, Hospital de Roo- Dejo constancia de mí especial gratitud hacia aquellas mujeres cu-
sevelt, Nueva York; especialista clínica en crianza del bebé, rela- yos nombres no aparecen aquí, madres e hijas que me dieron todo lo
ción madre/hijo. que pudieron darme, aun anónimamente. Ellas reconocerán sus pala-
Virginia E. Pomeranz, doctora en Medicina: profesora adjunta de pe- bras. Espero que perciban algo de la vida adicionada de que ahora dis-
diatría en la Facultad de Medicina de la Cornell University, y asis- pongo, sabiendo lo que este libro, sus vidas y la mía propia me han
tenta de dicha especialidad en el New York Hospital; autora de enseñado.
The First Five Years: A Relaxed Approach to Child Care, y coauto- Durante años han vagado por mi mente, confusas, ideas sobre
ra de The Mothers' and Fathers' Medical Encyclopedia. la identidad de las mujeres. Pero yo fui una escritora viajera hasta que
Wardell B. Pomeroy, doctor en Filosofía: investigador sobre cuestiones me casé. Hay ciertas preguntas que no nos atrevemos a formular sin
sexuales, informes Kinsey, Sexual Behavior in the Human Male y el apoyo de otra persona. En este libro, como en mi vida, esa persona
Sexual Behavior in the Human Female, autor de Boys and Sex, y ha sido Bill Manville.
Girls and Sex. N. F.
Jessie Potter: miembro del programa sobre sexualidad humana, Facul- Nueva York (ciudad)
tad de Medicina, Universidad de Northwestern; directora del Ins- Abril, 1977
tituto Nacional de Relaciones Humanas.
Helen Prentiss: profesora de psicología infantil en una universidad del
Oeste medio. Tal nombre es un pseudónimo, pues ha preferido
permanecer en el anonimato.
Ira L. Reiss: profesora de sociología, Universidad de Minnesota.
Richard C. Robertiello, doctor en Medicina: consultor jefe de instruc-
CAPÍTULO 1

AMOR MATERNAL

A mi madre siempre le he mentido. Y ella a mí. ¿Qué edad tenía


yo cuando aprendí su lenguaje, cuando aprendí a llamar a las cosas por
otros nombres? ¿Cinco, cuatro años? ¿Era tal vez más pequeña? Su
negativa, al enfrentarse con algo que no podía decirme, que su madre
a su vez no había podido decirle a ella, y sobre lo cual la sociedad nos
había ordenado a ambas que guardáramos silencio, entorpece todavía
hoy nuestra relación.
A veces intento imaginarme una pequeña escena que nos hubiera
servido de avuda a las dos. Mi madre, adoptando un aire amable, cá-
lido, reservado y al mismo tiempo desaprobador de su propia conducta,
me hace entrar en el dormitorio, en el que duerme sola. No tiene más
de veintiséis años. Yo tal vez seis. Colocando sus manos (unas manos
que su padre le recomendó que procurara mantener ocultas porque
eran «grandes y carecían de atractivo») sobre mis hombros, fija su
mirada directamente en mis ojos, a través de los cristales de mis gafas
de montura de acero, y me dice: «Tú sabes, Nancy, que el papel de
madre no se me da bien. Tú eres una chiquilla encantadora y no tienes
culpa de nada. Pero es que me cuesta trabajo adoptar una actitud ma-
ternal. De modo que cuando veas que no me parezco a las otras ma-
dres, esfuérzate por comprender que ello no se debe a que yo no te
quiera. Al contrario, te quiero de verdad. Pero me siento confusa. Sé
algunas cosas, e intentaré enseñártelas. En cuanto a lo otro, a lo del
sexo y todo lo demás, lo cierto es que no puedo tratarlo contigo por-
que no sé a ciencia cierta de qué forma tales cuestiones han quedado
ensambladas en mi vida. Intentaremos dar con otras personas, con otras
mujeres que puedan hablarte y llenar esos huecos. No puedes esperar
que yo sea en toda su extensión la madre que tú necesitas. En algunos
aspectos, me siento más cerca de ti que me sentí en otro tiempo de mi
madre. No experimento esa serena, divina y básica certidumbre que
tú supones que ella sintió en un momento semejante. Abrigo todo gé-
nero de inseguridades en cuanto a la forma de criarte. Pero tú eres
un ser inteligente, igual que yo. Tu tía te quiere, tus maestros sienten
16 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL ( 17

ya crecer una necesidad en ti. Con su ayuda y con la que yo pueda duda, ni a la ambivalencia de los afectos ordinarios. Esto no es más
aportar, procuraremos que te hagas con toda la carga maternal, con que una ilusión.
todo el amor del mundo. Sucede, solamente, que no puedes esperar Las madres pueden amar a sus hijos, pero en ocasiones no gustan
obtenerlo todo de mí.» de ellos. La misma mujer que quizá se tiraría debajo de las ruedas de
Una escena que nunca hubiera podido ocurrir. un camión desfrenado con tal de que éste no aplastara a su hijo, la-
Hasta donde alcanza mi memoria, recuerdo que vo no quería la clase menta a menudo el sacrificio, día a día, que la criatura, sin saberlo, le
de vida que mi madre creía que podía mostrarme. Pienso, en ocasiones, impone, afectando a su tiempo, a su sexualidad, a su propia realización
que ella tampoco la deseaba. A medida que voy haciéndome mayor, personal.
más va alejándose de mi niñez, de su acorazado papel de madre, con- Con nuestra percepción de la falta de autenticidad de nuestra ma-
virtiéndose progresivamente en una mujer más y más interesante. Qui- d r e — con su propia ansiedad, su carencia de fe en las superúdealizadas
zá no debió haber llegado nunca & ser madre; desde luego, lo fue nociones de feminidad/maternidad que intenta enseñarnos —Anacen las
demasiado pronto. La miro hoy, y con todo el amor y la irritación del inquietudes sobre nuestra sexualidad personal. Es el comienzo de la
mundo lamento que no tuviera la oportunidad de vivir otra vida, la duda en cuanto a nuestra realización como personas con identidad pro-
mía, tal vez. Pero la suya no fue una época en la que las mujeres sin- pia, separada de ella, establecida en nosotras como mujeres antes de
tieran que se les deparaba la posibilidad de escoger. ser madres. Nos esforzamos por la autonomía, nos esforzamos por la
No tengo idea acerca del momento en que comencé a darme cuen- sexualidad, pero los inconscientes y más profundos sentimientos que
ta, con el monstruoso egoísmo que la dependencia presta a los ojos hemos obtenido de ella no descansarán: solamente nos sentiremos en
de unacr"íatt»a>aie que mi madre no era perfecta: yo no representaba paz, seguras de nosotras mismas, cuando hayamos cumplido con el glo-
toda su vida. ¿Ocurrió esto en la misma edad en que empecé a formu- rificado «insinto», para el cual hemos sido educadas, a través de la
lar el terrible juicio: el que me llevó a pensar que ella no era la mujer imagen de su vida, repitiendo: «Tú no serás una mujer completa hasta
que yo quería ser? Creo que siempre tuve presentes ambos instantes. que seas madre.»
Ello explica mi sentimiento de culpabilidad al dejarla, y mi enfado ante Es demasiado tarde ahora para pedir a mi madre que vuelva sobre
el hecho de que no se opusiera a ello. Pero estoy segura de que supo sus pasos y examine las evasiones que hiciera tan silenciosamente como
siempre, hasta un punto que sus adoctrinadas actitudes hacia la mater- cualquier otra madre, y ante las cuales me mostré sumisa durante tan-
nidad no le permitirían jamás admitir, que mi hermana y yo no lo to tiempo, aunque sólo fuera porque ella deseaba lo contrario. Yo
éramos todo. Nosotras no le habíamos aportado la certificación de fe- figuro entre las que desean cambiar ciertos esquemas, callejones sin
minidad que su madre prometiera. Que, por una vez en su vida, el salida, de sus vidas. Se trata de esquemas que, conforme pasa el tiem-
sexo y un hombre habían sido más importantes que la maternidad. po, me parecen más familiares: «Yo he estado aquí antes.»
Hija más consciente de sus deberes que yo, mi madre quería acep- El amor entre mi madre y yo no es tan sacrosanto hasta el punto
tar la visión de realidad que mi abuela le había inculcado. Mintió en que no pueda ser cuestionado: si vivo con una ilusión respecto de lo
lo demás. Se subvirtió a sí misma, sus genuinos sentimientos, las in- que existe entre nosotras, no dispondré de ningún punto de apoyo so-
cipientes intimaciones de esperanza de vida y aventura que ella encon- bre el cual alzarme yo misma.
trara en mi padre, y que la indujeron a marcharse con él, en contra de En el curso de mis años de entrevistadora, son muchas las mujeres
los deseos de su familia... Todo perdido por querer convertirse en una que me han dicho insistentemente: «No. No acierto a pensar en nada
buena madre. Las reglas de la suya tenían la autoridad de toda la cultu- significativo que haya heredado de mi madre. Somos dos mujeres com-
ra que las respaldaba. No había «malas madres», ni nada semejante; pletamente distintas...» Estas palabras son dichas, habitualmente, con
solamente había malas muiereis/'eran las explícitamente sexuales, que aire de triunfo, como si la comunicante de turno reconociese el enorme
vivían con la idea de que lo que se daba entre ellas y sus maridos te- esfuerzo realizado para modelarse a sí misma de acuerdo con su madre,
nía tanto derecho a existir, por lo menos, como sus hijos. Estas muje- pero creyendo en su resistencia. Ahora bien, en mi entrevista con la
res poseían escaso «instinto maternal». hija, ésta sonríe con cierta aflicción: «A cada paso», me dice, «le estáis
Se nos ha educado en la creencia de que el amor de la madre es reprochando a mamá que me trata de la misma forma que la trataba
diferente a otras clases de amor. No se halla expuesto al error, a la a ella su madre... ¡de una forma que no era de su agrado!» Sin em-
18 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL E* 19

bargo, en otra entrevista, el esposo manifiesta: «A medida que pasan vor con que nosotras negamos a nuestra hija el acceso a su propio
los años va haciéndose más y más igual a su madre.» cuerpo queda intensificado por la irritación, la conclusión y la abnega-
Para ser justa añadiré que cuando las entrevistas se hacían prolon- ción que experimentamos al renunciar a nuestra propia sexualidad.
gadas, cuando se presentaba la ocasión de hablar durante largo rato, «Has de estar segura de que yo te quiero, independientemente de
mis comunicantes comenzaban a descubrir similitudes entre sus propias lo que te diga o te haga», es el mensaje que liega de la madona. «Nadie
vidas y las de sus madres. En primer término había las diferencias te querrá nunca como yo. La madre es la persona que más te quiere
superficiales, externas. La madre vivía en una casa; la mujer con quien del mundo y siempre me tendrás junto a ti.» Muchas madres ofrecen
estaba yo hablando ocupaba un apartamento. La madre no había tra- esta clase de amor imposible porque están solas y desean ligar sus
bajado un solo día en su vida; la hija se había procurado un empleo. hijas a ellas para siempre. Todas las madres arguyen eso porque tam-
Nos aferramos a tales «hechos», utilizándolos como prueba de que he- bién ellas se encuentran en una trampa: sugerir menos es ser una «ma-
mos creado nuestra propia vida, distinta de la suya. Pasamos por alto la madre». El amor real que ella pueda sentir por nosotras no posee la
una verdad más básica: la de habernos hecho cargo de sus ansiedades, potente atadura del amor idealizado y perfecto en que ambas necesita-
temores y enconos; nuestra forma de tejer la tela de araña de las mos creer. Es un trato que ninguna de las dos podemos rechazar.
emociones entre nosotras y los demás se inspira en lo que de común «Cuando la madre mantiene una genuina relación sexual con su
hemos tenido con ella. esposo», declara la psicoterapeuta Leah Schaefer, «pero finge ante su
Queramos para nosotras la vida de nuestra madre o no, nunca de- hija, afirmando que de un modo u otro toda la vida erótica debe que-
saparece de nuestra mente la imagen de lo que ella fue. En ningún te- dar ligada a la maternidad, la hija lo percibe, y experimenta la impre-
rreno es esto más válido oue en eJ sexual. Sin nuestra identidad sexual, sión de que no puede confiar en su madre. Durante mis prácticas como
una identidad sobre la cual podamos apoyarnos con todo nuestro peso, psicoanalista, me he encontrado una y otra vez con que ésta es la men-
con la certidumbre de cuando en otro tiempo disfrutábamos siendo tira básica. Los padres dicen a sus hijos: "No, no, no debes hacerlo..."
«hijas de mamá», nos sentimos inseguras. Tenemos brotes de sexual Pero la niña advierte que la madre está haciendo lo prohibido. De
confianza, de actividad, de exploración, pero con el primer rechazo, este modo, cierto aspecto de la vida y la personalidad de la madre se
con la primera insinuación de pérdida, de censura sexual o de humilla- convierte en un gran secreto para la hija... Y, no obstante, la madre
ción, volvemos a lo seguro y familiar: el sexo es malo. Esto constituyó quiere estar siempre al tanto de cuanto afecta a la pequeña. Espía en
siempre un problema entre nuestra madre y nosotras mismas. Cuando su psique, le está diciendo siempre que son amigas, que se deben con-
los hombres parecen inteligentes y atractivos, nos aliamos momentá- tar mutuamente todas sus cosas... Pero, de nuevo, la hija descubre
neamente con ellos, en contra de las reglas antisexuales de la madre. que su madre le oculta un gran secreto, que una parte de su ser queda
Pero no hay que confiar en los hombres. Decimos que la culpa es nues- más allá de su alcance. Se trata de una relación unilateral, supuesta-
tra: vamos de la madre a los hombres, sin nada propio entre ella y mente basada en la verdad, pero que la joven juzga manipulada. Esto
ellos. El matrimonio, en lugar de suponer el fin de nuestra infantil le provoca un resentimiento.
alianza con ella, se convierte, irónicamente, en el motivo de unión más »La situación se torna más difícil para la joven cuando la madre
sólido de nuestras vidas. En otro tiempo quisimos ser unas «buenas no es consciente de la mentira. Aquélla razona así: "¿Cómo puedes de-
chicas». Ahora deseamos transformarnos en unas «buenas señoras ca- cirle eso a una niña? Puedes decidirte por retener cierta información,
sadas»... Justamente, como la madre. Las riñas con ella, motivadas pero esto no te da derecho a decirle a tu hija una mentira". Algunas
por los hombres, han terminado, por fin. Ante nuestra madre, lo más mujeres llegan, dando muchos tumbos mentales, a la conclusión de
difícil de afrontar es su sexualidad. A ella le ocurre lo mismo con que el único fin de la relación sexual es la maternidad. En consecuen-
respecto a nosotras. cia, no creen estar mintiendo, en absoluto. Piensan que salvaguardan
Son dos mujeres que se ocultan mutuamente aquello que las define "la moral" de la chica. Lo que hacen es echar los cimientos de una
como tales. desconfianza por parte de la joven que durará a lo largo de toda >u
Si no. separamos el amor de la madre de su temor sobre el sexo, vida\v también de una sensación de aislamiento y desamparo. Todo lo
siempre veremos el amor y el sexo como dos cosas opuestas. La dico- relativo al sexo es confuso para la hija, pero en el caso de experimentar
tomía pasará a nuestras hijas. «Mamá tenía razón», decimos. Y el fer- la impresión de que su madre le miente, ¿en quién podrá confiar ya?
20 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 21

Y la confianza en una misma y en la otra persona es la base de la con un hombre. Pero sus más profundos sentimientos son traicionados
vida, del matrimonio, y del orgasmo sexual.» cuando la hija entra en casa el lunes para enfrentarse con una madre
La dificultad de la madre no radica necesariamente en su condición resentida, preocupada e irritada por una razón que no puede especificar
de persona mentirosa o hipócrita. Ella dice una cosa, hace otra, y sin en voz alta.
embargo denota en un profundo nivel que rea1mentp\iente algo to- Al decir una cosa acerca del sexo y la maternidad, al mismo tiem-
talmente distinto. La mayor parte de nosotras nos hemos acostumbra- po que experimenta emociones contrarias ante estos dos temas, la ma-
do a vivir con esta cuarteadura tripartita en la gente que conocemos, dre presenta un cuadro enigmático a su hija. La primera mentira — l a
y nos aceptamos mutuamente como un todo. Como hijas, sin embargo, idea de que la sexualidad de una mujer puede estar en conflicto con
estamos tan enfocadas sobre nuestras madres que las aceptamos lite- su papel de madre — atenta hasta tal punto contra las tradicionales
ralmente, intentando integrar los tres guerreantes aspectos que pre- ideas sobre la feminidad, que no puede hablarse de ella. La chica aca-
sentan a nuestros ojos. Puesto que tal confusión penetra en la relación ba percibiendo un vacío entre lo que su madre dice, lo que su madre
madre-hija, y será vista repetidas veces a lo largo del libro, voy a per- hace... y lo que la joven detecta en el fondo de todo. Nada de lo que
mitirme separar claramente las tres ideas: la madre siente se nos escapa. En realidad, nuestro problema radica
1. Actitud. Ésta consiste en lo que decimos, en la impresión ex- en que intentamos vivir todas las partes del cuarteado mensaje de que
terior que de nosotras tiene la gente. Es el aspecto nuestro que cambia nos hizo objeto. Por esto, demasiado a menudo, nuestra conducta, así
con mayor rapidez. A menudo es un reflejo de la opinión pública, de como nuestras vidas, representan un compromiso discordante. No sa-
los libros que hemos leído, de lo que opinan nuestras amigas, etc. Por bemos qué hacer. Nos desabrochamos el botón superior de nuestro ves-
ejemplo: la madre que decide que su hija no crecerá ineducada sexual- tido y volvemos a abrocharlo. Esto es una broma. Pero cuando nos
mente, como creció ella; entonces adquiere para que se informe un hallamos en la cama y presentimos el orgasmo, nuestros inconscientes
ejemplar del último libro publicado sobre el tema de la educación se- y divididos sentimientos afirman su primacía, privándonos de satisfac-
xual, como Show Me} ción. Y esto ya no es ninguna broma.
Su forma de actuar cuando la chica lleva a la práctica los preceptos Nuestros esfuerzos por ver a la madre claramente son frustrados
especificados en el libro es la diferencia existente entre la actitud y la por una especie de negativa. Se trata de uno de nuestros más primiti-
2. Conducta. La madre descubre a la hija tocándose y explorán- vos mecanismos de defensa. Pronto, las chicas empiezan a rechazar la
dose la vagina, en la forma indicada en las ilustraciones del libro. Con noción de que la madre es algo menos que la «buena madre» que ella
una mueca de desagrado, le aparta la mano. pretende ser. Muy frecuentemente, esto se hace dividiendo la idea de
La conducta ha cambiado mucho en los últimos años, pero es un madre en buena v mala. La mala madre es la otra, no la real. Es la
error creer que nuestra manera de actuar se corresponde siempre con madre que resulta cruel, que tiene dolores de cabeza, que no nos agra-
nuestras actitudes estrictas. El doctor Wardell Pomeroy, el principal da. Es temporal. Sólo la buena es real. Aguardaremos su regreso du-
investigador en el equipo de Kinsey, me manifestó que, normalmente, rante años, siempre convencidas de que la mujer que tenemos delanta,
el cambio de conducta lleva un retraso de por lo menos una generación la que nos hace sentirnos culpables, inadecuadas, e irritadas, no es
con respecto al cambio de actitud. Tal conservadurismo se encuentra una madre. Hay muchas entre nosotras que, viviendo lejos del hogar,
fuertemente influenciado, si no es determinado, por nuestros vuelven periódicamente junto a su madre, en la Navidad, o con motivo
3. Más profundos (a menudo inconscientes) sentimientos. Estas de algún cumpleaños, esperando que en tal ocasión... ¿será todo dis-
soterradas fuerzas básicas o motivaciones habitualmente nos son ense- tinto? Mujeres hechas y derechas como nosotras, todavía seguimos bus-
ñadas por nuestros padres. Son los más rígidos aspectos de nosotros cando lo mismo, todavía continuamos atadas a la ilusión de la buena
mismos, transportadores del pasado, que a menudo anulan las otras y amante madre.
dos ideas. Pueden ser negadas u «olvidadas», pero, no obstante, muy Los niños creen que sus padres son perfectos v que ellos v no sus
a menudo, se expresarán por sí mismas en el comportamiento irracio- padres son los culpables cuando algo no marcha bien. Tenemos que
nal o distorsionado. Una madre dice (actitud) a su hija que todo lo pensar, se dicen, que nuestros padres son perfectos porque, dada nues-
referente al sexo es hermoso. En cuanto a su conducta, «ignora» cui- tra condición de niños, dependemos por completo de ellos. No podemos
dadosamente que la chica se ha ausentado para pasar el fin de semana permitirnos detestar a la madre; de manera que lo que hacemos es
22 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 23

descargar nuestras iras en nosotros mismos. En vez de decir que ella manera de sentir. La causa de que su madre, ahora mismo, se muestre
es odiosa, pensamos: «Yo soy odioso.» La madre ha de ser buena, jui- tan enfadada, tan alterada, o tan fría, obedece a que el padre se ha
ciosa, todo ternura. portado de una manera terrible, a que todavía no se ha recibido el
El ejemplo más extremado sobre nuestra necesidad de creer en la encargo hecho a la tienda, a que escasea el dinero en el hogar, e incluso
por todos conceptos amante madre radica en e' caso de los niños mal- a que ella ha sido mala. En último extremo, la chica llega a tener la
tratados. Tomad a una de estas criaturas, que sólo sabe de palabras convicción de que, se trate de lo que se trate, todo proviene de que
gruesas y de golpes, y dejadlo al cuidado de una cariñosa madre adop- ella ha sido traviesa. Suya es la culpa de que en la tienda se retrasen
tiva. Se verá una y otra vez que la criatura prefiere regresar junto a en las entregas, de que papá no se haya portado bien, de que no haya
la verdadera madre, aun con toda su crueldad. El niño aspira a per- dinero en la casa, etc., etc.
petuar su ilusión de que ella es una buena madre, y esto es más fuerte Los primitivos habitantes de las cavernas pintaron antílopes en mu-
en él que su deseo de que cesen los golpes que le da y las malas pa- ros antes de que recurrieran a la caza para procurarse de alimento. Del
labras que le prodiga, es más fuerte que la vida misma. mismo mágico modo, las pequeñas juegan a ser madres perfectas con
La verdad es que mientras la niña quiere creer que su madre la sus muñecas, esperando que, por arte de encantamiento, surja la ma-
quiere sin lugar a dudas, puede vivir desazonada al averiguar que no dre ideal oculta en la mujer situada por debajo de la perfección que
es así. Lo necesario, principalmente, es que la niña sienta que su madre promete tanto y da tan poco.
se inclina por lo real, por lo auténtico. Es mejor aprender, lo más pre- Jugando con sus muñecas, la pequeña perpetúa la ilusión. «¿Ves lo
cozmente posible, que aunque nuestra madre nos quiere, esto no se cariñosa que soy con mi muñeca? ¡ Resulta tan fácil, tan íntimo, tan
produce con la exclusión de todas las demás personas, de todas las co- cordial! ¿Por qué no eres tú así conmigo?» Han pasado muchos años
sas. Si la niña es estimulada para que entre en colusión con su madre, desde el tiempo en que yo jugaba con mis muñecas, pero la parte más
pretendiendo que el instinto maternal lo conquista todo, ambas se ve- dura en mi labor de escribir este libro es renunciar a la idea de que
rán más tarde entorpecidas por mecanismos de negaciones y defensa si yo misma hubiese dicho, hecho o esbozado aquella cosa mágica, ha-
que las aislarán de la realidad de sus mutuos sentimientos; entonces, bría podido convertirse en realidad la ilusión de un amor perfecto en-
se habrá esfumado cualquier esperanza de establecer una verdadera re- tre mi madre y yo.
lación entre ellas. La hija repetirá esta relación con los hombres, con Entre madres e hijas existe un vínculo de amor real. Existe un amor
otras mujeres. La idea de una madre y una hija mintiéndose mutua- real entre mi madre y voNPero no se trata de esa clase de amor que
mente para mantener una ficción con suavidades de cuadro al pastel ella me hizo creer siempre que sentía, que la sociedad me dijo que sen-
puede parecer tierna, conmovedora. Lo cierto es que el precio pagado tía, con motivo del cual yo en todo momento me sentí enojada y cul-
por el mantenimiento de esa mentira resultará enormemente alto. El pable. Enojada porque nunca lo percibí realmente; culpable porque pen-
costo, para la niña maltratada, es verse golpeada hasta tener todo el saba que yo era la causante de ello. De ser yo una hija mejor, habría
cuerpo lleno de cardenales. ¿Es esto conmovedor? podido asimilar aquel amor nutricio que ella aseguró siempre que al-
Las niñas que juegan con sus muñecas nos brindan un ejemplo casi bergaba. Recientemente, descubrí que podía enfadarme con mi madre
de laboratorio acerca de la forma en que la ilusión del/amor maternal sin que ello la anonadara, como tampoco a mí. La irritación que me
perfecto es mantenida. El psicoanalista infantil D. W. Winnicott de- separaba de ella al propio tiempo me hacía entrar en contacto con el
clara en su libro Playing and Reality que el juego de los niños es ¡a amor real que me inspiraba. El berrinche rompió la barrera de cristal
forma de realización de un deseo. La pequeña que juega con sus mu- que existía entre las dos.
ñecas actúa como lo hará su madre con ella, según sus esperanzas. El He oído decir a algunas hijas que ellas no aman a sus madres. Nun-
mismo acto del juego da a la ilusión una especie de sustancia.2 ca oí decir a una madre, en cambio, que ella no amaba a su hija. Cier-
¿Y de dónde la hija — incluso la hija de una mujer nada mater- tos psicoanalistas me han asegurado que algunas pacientes prefieren que
nal —Xha sacado esta idea del perfecto amor materno? De lo que su se las tome por «locas» antes que admitir que les disgustan sus hijas.
madre dice, si no es de lo que su madre hace. La madre se presenta La mujer puede ser sincera en lo tocante a cualquier otra cosa, pero el
siempre a sí misma como persona totalmente amante. Sus fórmulas mito de que las madres siempre aman a sus hijas es tan dominante que
verbales dicen a la chica que no hay que poner en duda lo ideal de su incluso quienes reconocen que su madre les desagrada, más adelante,
24 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 25

en su momento, sólo hablarán de emociones positivas al referirse a sus La intimidad es solamente un viejo disco que volvemos a tocar.
vastagos. «Primeramente — declara Richard Robertiello — nrw inculcamos — asi-
Las dificultades comienzan con k misma palabra amor. Si tal voca- milamos interiormente — la enmarañada idea que del amor tiene la ma-
blo no hubiese sido jamás utilizado, la literatura y el cotidiano inter- dre. Luego, la proyectamos sobre nuestros amantes, nuestros esposos, y
cambio humano habrían resultado mejor parados. La palabra en cues- nuestra propia hija.»
tión es excesivamente ambigua/ Advertimos esto en nuestras relaciones Quizá la madre fue una mujer muy posesiva, que intentaba estable-
más intensas, cuando nos imponemos del misterio que siempre rodea su cer a través de nosotras, al propio tiempo que nos expresaba su cari-
significado. Pero la estimamos por su misma ambigüedad: permite no ño, un satisfactorio contacto físico y afecto. Es demasiado fácil para
decir nada de lo que queremos. No es de extrañar que sean muchas las nosotras apechugar después con toda la «carga»: la estrecha dependen-
personas que afirman ignorar su significado. cia y el calor físico se hallan atados con un nudo imposible de deshacer,
«Yo te quiero. Esto es por tu bien», alega la madre cuando nos rotulado con la palabra amor. Nuestro esposo puede ser físicamente
prohibe que juguemos con determinada amiga. «Si yo no te quisiera afectivo, pero de no ser posesivo también él, decidimos que «realmen-
tanto, no me preocuparía poco ni mucho de que usaras chanclos.» «Des- te» no nos ama. Del perfecto amor que suponemos ha de sentir por
de luego, te quiero. Por esto deseo que vayas al campo. Claro está que nosotras echamos en falta algo.
prefiero que estés siempre conmigo, pero es mejor para ti que respires Otro ejemplo lo tenemos en la madre que le dice a su hija que la
durante el verano el aire puro.» Todas estas explicaciones parecen ra- quiere, pero que la manda con repetida frecuencia a pasar temporadas
zonables, consideradas superficialmente. Deseamos creer que el amor es con la abuela, la deja al cuidado de institutrices, o la interna en un co-
la causa de cuanto hace la madre. A menudo, no se trata de amor, sino, legio. ¿Nos puede sorprender que una chica como ésta crezca con fre-
según los casos, afán de posesión, ansiedad, y abierto rechazo, cosas cuencia abrigando la convicción de que las últimas personas que la
que se están expresando en frases como las reseñadas. No podemos so- quieren son las que precisamente no desean verla a su alrededor? El
portar la creencia en esto a un nivel cognoscitivo. Lo sentimos en lo rechazo y el afecto se mezclan aquí de una manera inextricable.
más profundo de nuestro ser. A veces nos sentimos tan dolidas ante las ambivalencias de la ma-
Tomar las palabras de la madre acerca del amor en su valor nominal dre que rechazamos toda su «carga»: los aspectos positivos que ella
es distorsionar el resto de nuestras vidas en un esfuerzo por encontrar nos presentó, junto con los dolorosos. No basta decir simplemente:
|de nuevo la relación ideal. «El amor no es una emoción indivisible», «Mamá nunca me quiso: ¡no hizo esto o aquello por mí!» Ello supone
dice el psicoanalista Richard Robertiello. «Nuestra tarea de adultos con- negarnos, en nuestro infantil enojo, a reconocer lo que era tal amor.
siste en separar los elementos que integran la gran "carga" cedida por Dice el doctor Robertiello: «Lo que debemos hacer es separar los
la madre, denominada por ella amor, asimilando lo que nos dio, bus- componentes específicos del amor maternal, o sea analizar con exactitud
cando en el mundo real aquellos otros aspectos que no obtuvimos las formas en que ella no nos quiso, pero también aquéllas en que sí lo
de ella.» hizo. ¿Te proporcionó tu madre una especie de seguridad básica, una
—~ Aprendemos nuestras más profundas formas de intimidad con la estructura de estabilidad, de refugio, de educación? ¿Te reveló que
madre; automáticamente, luego repetimos el mismo esquema con todas sentía por ti admiración, un sentimiento sincero de que merecías por
aquellas personas a las cuales llegamos a sentirnos próximas. Una de completo su afecto? ¿Te dio muestras de afecto, te prodigó sus mimos,
dos: o desempeñamos el papel de la hija que fuimos con la madre, te abrazó y te besó? ¿Estuvo pendiente de lo que te sucedía, discul-
convirtiendo a la otra persona en una figura maternal, o lo invertimos pándote siempre, tanto si tenías razón como si no? Éstos son algunos
todo, es decir, hacemos de esta última una «criatura», asignándonos de los componentes del amor real.»
nosotras el papel de madre. «Con demasiada frecuencia — asegura Leah Ninguna madre puede pretender alcanzarlos todos. Quizá tu madre
Schaefer — lo que nosotros hacemos con tales personas tiene poco que fue excelente a la hora de admirarte y apreciarte, proporcionándote un
ver con ellas o con lo que somos hoy.» He aquí por qué las discusio- sentimiento de estimación propia, pero es posible que lo que ella de-
nes o fricciones entre la gente no pueden ser resueltas nunca: las per- nominaba amor se redujera a su necesidad de que alguien la forzara a
sonas no reaccionan ante lo que sucede entre ellas, sino ante viejas he- sentirse maternal. En tal caso, puede ser que te enfrentes con ciertos
ridas no curadas, ante rechazos sufridos en el pasado. problemas de amor propio, y que a menudo adviertas la dificultad de
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acercarte a los demás, de penetrar en su intimidad. La gente se desen- Es posible que la madre haya pensado que ha de presentar una ima-
tenderá siempre de ti. gen de amor perfecto. Como adultas, hemos de admitir que no pode-
Aquí tenemos precisamente a una mujer de esta clase, de veintisie- mos vivir sin ella. Hemos de renunciar a nuestro resentimiento, al pen-
te años de edad, quien se dispone a emprender una carrera... samiento de que no era ideal, para poder así quedarnos con aquello en
«Mi madre me decía siempre: "¡Apunta alto! ¡Esfuérzate por ser que la madre era buena. Esto realzará nuestras vidas.
diferente de las demás!" Pertenecía a ese raro grupo de madres mara- El amor espontáneo y honesto admite errores, vacilaciones y fallos
villosas con las que las hijas pueden hablar de su vida sexual. Desde humanos, puede ser experimentado y perfeccionado. El amor idealizado
los seis o siete años de edad adopté una actitud protectora con respecto nos ata porque de antemano intuimos que es irreal. De ahí el temor a
a ella. Yo me sentía más fuerte que ella. Solía tenerme al corriente so- enfrentarnos con tal verdad.
bre sus problemas con mi dominante padre. Incluso siendo todavía «A mi madre sólo le digo aquello que desea oír», manifiestan algu-
una chiquilla era yo quien se enfrentaba con él, como si mi madre hu- nas mujeres. Se infiere de ello que la mentira es un brote del amor; la
biese sido una criatura. Claro está que su apoyo emocional me ayudó hija, simplemente, transforma en acción su deseo de proteger a la ma-
mucho. Me hizo fuerte. No confío en los hombres. No pueden com- dre. El hecho es que nos convertimos en protectoras de nuestras ma-
prender qué es lo que una mujer necesita. No te apoyan emocionalmen- dres, no porque seamos muy buenas hijas, sino porque deseamos pro-
te, y en cambio buscan tal clase de apoyo para ellos mismos. Yo nece- tegernos a nosotras mismas. En alguna parte de nuestra psique, somos
sito un hombre que confíe en sí micmo, tanto como yo confío en mí, todavía niñas que temen enfrentarse con el riesgo de perder el inque-
un hombre en el que pueda descansar. He aquí por qué no comparto brantable amor de su madre, incluso por el breve período de tiempo
mi lecho con ninguno de los hombres que en la actualidad conozco. No que puede suponer una discusión. Decir la verdad, es una prueba; con
es mucho lo que un hombre puede hacer por mí, aparte de facilitarme tal acto queda al descubierto lo que hay, efectivamente, entre dos per-
un sólido respaldo emocional o financiero; ahora bien, no he encontrado sonas.
el acompañante fuerte que pueda o quiera hacer eso. Todo lo demás «Me llevo maravillosamente bien con mi hija — dice una mujer de
puedo hacerlo por mí misma. No obstante, sé que una relación directa treinta y ocho años—. Pero ¿por qué he de terminar poniéndome ner-
con un hombre constituye la cosa más importante de mi vida.» Ella viosa e irritable si estoy con ella unas cuantas horas? Y lo terrible es
intenta procurarse la maternal protección y solicitud que no obtuvo de que observo que mi hija va adoptando conmigo idéntica actitud.» Las
su madre extrayéndolas de los hombres. Su política emocional es ésta: fantasías sobre la comprensión perfecta resultan difíciles de mantener
los hombres deben cuidar de ella como si fuese una criatura, en tanto cuando uno se enfrenta con la realidad. Resulta más fácil cuando las
que ella retiene la sexualidad que los hombres esperan obtener de una personas interesadas están separadas.
mujer.
Nuestra mutua negativa a mostrarnos tal como somos, buenas v
He oído quejas de mujeres hechas y derechas lamentándose aún de malas, no permite a ninguna de las dos mujere explorar su vida por
que de pequeñas, cuando por la tarde regresaban del colegio, no en- separado, su propia identidad. El temor no expresado es de que si una
contraban a su madre en casa. Olvidan que la madre puede haber sido de las dos rompe los lazos que las unen, si una u otra cuestionan la per-
un aterrador modelo como profesional, como mujer que desempeña una fección del amor madre-hija, alegando que es «diferente», ambas nue-
actividad. Y se trata del modelo adoptado luego por la hija al enfren- den quedar destruidas. ¿Cuántas mujeres, ya mayores, sienten temor
tarse con su trabajo. En tanto no acepta el hecho de que la madre no ante la idea de vivir solas, de estar solas? No hay más que una cosa
tiene por qué ser necesariamente perfecta, su infantil irritación le im- en este mundo que pueda compararse con el dolor de apartarnos de
pedirá extraer el máximo rendimiento de los admirables rasgos de que nuestras madres y que nos saca más de quicio, y es la renuncia a la ilu-
aquélla se hallaba investida. Con frecuencia, muchas mujeres que han sión de que la nuestra nos quiere sin ambivalencias: la separación de
triunfado en su labor profesional asociarán a sus éxitos ideas relacio- nuestras hijas, su marcha...
nadas con la madre «mala» en que no desean llegar a convertirse. De «Yo necesitaba tanto a mi madre, y la quería con tanta intensidad
pronto se casan, y renuncian a su carrera con un suspiro de alivio. Pero a veces — declara una joven, madre de una niña de cinco años —, que
el matrimonio no resulta tampoco: la esposa se esfuerza por convertir recuerdo haberle dicho al cumplir los ocho años: "Nunca llegaré a que-
al marido en la madre cariñosa y protectora que ella nunca tuvo. rer a mi hija tanto como tú me quieres." Ahora sé que en realidad
28 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 29

quise decir agobiar y no amar. Esta última palabra esconde muy noci- Aquellos que gustan de formular este argumento arrancado de la
vas ideas. ¡ Se me antojaba mi madre tan generosa, tan dispuesta siem- naturaleza se olvidan de que aunque la loba cuida de sus cachorros ins-
pre a dar! Recuerdo haberme sentido muy atemorizada ante la sola idea tintivamente, protegiéndolos incluso a costa de su vida, enseñándoles
de que podía morir. Pero yo no quería que viviese para mí. Esto au- seguidamente a cazar, el mismo instinto lleva al anima] a abandonarlos
mentaba mi intenso sentimiento de culpabilidad. Y, sin embargo, no sin volver una sola vez la cabeza al separarse de ellos, tan pronto los
me atrevía a pedirle un lugar para mí en sus afectos. Esto habría hecho pequeños pueden valerse por sí mismos. Otros instintos pueden llevar
que me considerara más culpable aún. Contando tan sólo diecisiete años a la loba, en la época del celo, a aparearse con uno de sus hijos.
no podía pensar en irme de casa. De mi matrimonio, tuve una hija y En los humanos, el amor maternal no se presenta espontáneamente,
me volví tan posesiva con respecto a ella como lo fuera mi madre en en el momento de nacer el niño. «Suelo decir a las madres el primer
relación conmigo. Yo era una madre que trabajaba, y me imaginé que día — explica el doctor Sidney Q. Cohlan, pediatra —, que la relación
esto significaba que estaba dando a mi hija el lugar de que nunca dis- con la criatura no queda establecida con la presencia de ésta, sino con
puse. Pero me valía del teléfono para llamar a casa desde mi trabajo a el trato cotidiano y los cuidados dispensados al recién nacido. Nadie
cada momento. Y al regresar al hogar lo hacía presa de un sentimiento puede amar a su bebé veinticuatro horas por día, siete días por semana.
de culpabilidad, por haber atosigado a mi hija. Exactamente igual que Cuidar de un bebé puede significar un duro esfuerzo en el curso de los
mi madre, adoptaba una actitud posesiva, exageradamente protectora primeros meses, representando a veces un monumental fastidio. La re-
con cuanto "quería".» compensa comienza tras haber vivido la madre y el hijo un período de
ajuste y conformidad a las necesidades mutuas: Pero ella ha leído to-
"El instinto maternal nos dice que todas hemos nacido madres, que
das las poesías que se publican en las revistas y espera sentirse "ins-
e^nJuna vez seamos madres querremos a nuestras hijos de una manera au-
tantáneamente maternal", y cree que le ocurre algo anormal si no co-
tomática y natural, y que siempre haremos lo que más les convenga. Si
rresponde a la primera visión de su pequeño, al estilo de las mujeres
tú crees en el instinto maternal v fallas en el amor materno, has fraca-
que ilustran los libros. ¿Quizá es que no merece ser madre? ¿Cómo
sado como mujer. Es una idea dominante, que nos sujeta como con
puede explicarse ella una emoción negativa, fugaz incluso? La sociedad
garra de hierro.
en cuyo seno vive no le permitirá exteriorizar esto. En consecuencia,
Propongo utilizar el «instinto maternal» tal como es experimenta-
hay una buena dosis de mentiras que surgen subconscientemente cuando
do emocionalmente por la mayoría de las mujeres. Para nosotras no po-
uno pregunta a una nueva madre acerca de sus sentimientos de realiza-
see el mismo significado que para los biólogos, etólogos o sociólogos. El
ción personal. A menudo, han optado por decirme todo aquello que ellas
concepto posee tantos significados como número de científicos hay, y
desearían creer.»
muchos te dirán que el instinto maternal no existe, en absoluto. El
antropólogo Lionel Tiger me aconsejó que evitara utilizar la frase, que Dice la psiquiatra Mió Fredland, madre de una niña de tres años:
no la mencionara ni siquiera en una cita. Tenía la impresión de que, «He conocido muchas madres que se sentían ilusionadamente arrebata-
independientemente de mi forma de calificar el término, alguien se lan- das ante el nacimiento de su primer hijo; pero también he conocido
zaría contra mí. Queda fuera del propósito del presente libro probar o otras que se encontraban profundamente deprimidas por el mismo mo-
negar la realidad del instinto maternal. Pero yo no creo que ninguna tivo. Esto implica que se hallaban enamoradas de una fantasía. Efecti-
mujer interesada por las fuerzas o posibilidades de elección que mol- vamente, a menudo, las madres experimentan una sensación de culpa-
dean su vida pueda evitarse una reflexión sobre lo que esas palabras bilidad, y una depresión grande, por el hecho de no amar a sus bebés
significan, no genéticamente, sino imaginativamente. al principio. El niño parece ser un extraño. Sí, hemos alimentado una
Dése a ello el nombre de «instinto» o no, lo cierto es que la mayor fantasía, al estilo de las de Gerber; he aquí el gran mito: todas las
parte de las mujeres abrigan la ilusión de tener hijos y hacen lo posi- madres aman a sus pequeños. He oído decir a algunas mujeres que pue-
ble por tenerlos. Para tal mayoría, el problema empieza, no con el he- den pasar muy bien dos o tres semanas antes de que realmente empie-
cho de ser madres, sino con las propuestas emocionales contenidas en cen a sentirse preocupadas a causa de su bebé. Al ver la madre por vez
la noción del instinto maternal, con la idea de que ser una buena ma- primera a su hijo, se produce ciertamente un shock. Pero ninguna mu-
dre es algo tan natural y común entre los humanos como entre las lobas jer ama a su hijo automáticamente, ni mucho menos.»
con respecto a sus cachorros. Ésta es la tiranía de la noción del instinto maternal. Con ella se
30 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL' 31

idealiza la maternidad más allá de la capacidad humana. Se abre un Las necesidades de un bebé son mayores que las de una cría de
peligroso vacío. La madre siente una mezcla de amor y resentimiento, lobo. Las habilidades que nosotros hemos de asimilar son demasiado
de afecto e irritación ante el hijo, pero no puede permitirse saberlo. complejas para ser dejadas únicamente al instinto animal. El infante hu-
~ La separaci ín existente entre lo que la madre dice, su manera de mano va mucho más lejos que cualquier otra criatura en tal aspecto.
conducirse con el bebé, y lo que ella inconscientemente siente en lo más Y así, mientras podemos decir, si se nos ocurre, que el instinto maternal
profundo de su ser, la deja en una posición de inseguridad. El doctor desempeña un papel en la crianza de un niño, se aprecia claramente, en
Robertiello afirma: «Las mujeres se mueven albergando la impresión de cambio, que toda la tarea no podría quedar nunca a cargo del instinto.
que tienen algo que ocultar, de que se muestran secretamente "antina- Ha de ser complementado con conocimientos, destrezas, emociones y
turales" o "malas madres". El acto de dar a luz no representa una ca- deseos humanos aprendidos de otros humanos. Los profesionales que
pacidad por tu parte de ser madre; por supuesto que no sentirás dentro trabajan en las guarderías y otros establecimientos análogos han obser-
de ti nacer ese maravilloso "instinto maternal", que te dice lo que has vado que las madres que no fueron criadas adecuadamente de pequeñas
de hacer con tu bebé a cada momento. Las mujeres deben desentender- no saben cómo han de conducirse con sus hiios. mostrando por otro
se de este mito, han de quitarse esta carga de sus espaldas. Las pone a lado escaso interés en aprender lo necesario. «El caso del niño golpea-
merced de una sociedad dominada por el varón, de una sociedad chau- do se presenta habitualmente en las familias — afirma el doctor Lionel
vinista. Los hombres están "convencidos" de que las mujeres han sido Tiger —. Existe una estrecha relación entre el hecho del pequeño mal-
hechas para tener hijos. Pero las mujeres, en cambio, en lo más hondo tratado y la madre que cuenta en su infancia con una experiencia aná-
de su corazón, al tenerlos no se sienten tan "seguras" como aquéllos. Se loga.»
notan paralizadas, y miran a los demás, esperando que se les diga lo «Mi madre no supo jamás ser cariñosa conmigo — dice una jurista
que han de hacer. La supremacía d;l varón utiliza el mito del instinto de cuarenta años —, de manera que cuando tuve a mi hija yo tampoco
maternal para reforzar su posición, ya de por sí potente.» sabía cómo había de conducirme con ella en el terreno afectivo.
Si vamos a dar a las mujeres emocionalmente — en el nivel más ¿A quién debía acudir para que me enseñara a dar amor a otro ser? De
profundo — todas las alternativas y las opciones de la vida contempo- niña no había conocido tal cosa. Es algo que no puede aprenderse en
ránea, hemos de ser capaces ambos sexos de creer que algunas perso- los libros. No es posible criarse en un hogar dotado de un ambiente
nas, entre nosotros, varones y hembras, abrigan el deseo de cuidar so- hostil sin que tal circunstancia se refleje más tarde. Quizá no hubiera
lícitamente de criaturas pequeñas, como los bebés, señalando que esto debido ser madre... No. Retiro esto. Tenía que ser madre, porque es-
no tiene nada que ver con la identidad sexual de cada ser. No se nece- toy en condiciones de facilitar a una criatura todo lo que necesita y,
sita\para nada lo instintivo. Nosotros podemos haber nacido o no con además, ansio dárselo. Pero mi hija se desentiende de los esfuerzos que
la inclinación de cuidar y consolar a una criatura que llora; en todo hago en tal sentido. Tal vez estoy actuando erróneamente. Hubiera de-
caso.'se trata de algo que podemos aprender. «Es mucha la gente — de- bido ser instruida en sií momento. Tendría que haber alguna forma de
clara Leah Schaefer— a la que le gusta cuidar de los pequeños, aunque enseñanza de esta clase, algo que nos hiciera ver qué hay que hacer
éstos dependan por completo de otras personas. A lo largo de mis años para establecer una correspondencia amorosa con los suyos. Yo no supe
de clínica he llegado a pensar que lo que ordinariamente es denomina- de pequeña cómo obtener un poco de amor, de modo que ahora no sé
do "instinto maternal" es tan sólo, sencillamente, "el gusto de cuidar" darlo... Comienzo por no saber dármelo a mí misma.»
de pequeños seres. Hay personas que no lo sienten en absoluto. No nos El doctor Aaron Esman, especialista en psicología infantil, dice:
hallamos ante ningún imperativo biológico, que en caso de frustración «Para ejercer una buena maternidad es preciso haber disfrutado de ella
pudiera arruinar o empobrecer la vida de una mujer.» «El amor mater- en la niñez.»
no puede haber sido un instinto en los humanos —continúa diciendo Constituye un lugar común la noción de que los llamados teen-agers*
la doctora Schaefer—, pero la civilización nos ha librado de él. Dudo no existieron antes del tiempo presente. De modo similar, la idealiza-
de que haya mujeres que desde el nacimiento sean más "maternales" ción de la maternidad, de la infancia y la adolescencia, es también un
que otras. No me sorprendería que los hombres nacieran con la misma invento de los tiempos modernos. Algunas obras recientes sugieren que
capacidad que las mujeres con respecto al cuidado y alimentación de los
niños, dejando a un lado las evidentes diferencias biológicas.»
* Los jóvenes comprendidos entre los trece y los dieciocho años. (N. del T.)
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solamente cuando haya sido superada la desesperada lucha por la exis- tarse con su hijo es una especie de amor propio satisfecho. La criatura,
tencia, a un nivel suficiente, podrá la sociedad destinar el tiempo que esencialmente, es una narcisista prolongación de su persona. El niño era
haga falta, los sentimientos y el dinero suficiente para cuidar de los ya una parte de ella, dentro de su cuerpo. Ahora es externa, pero to-
pequeños. «El infanticidio materno fue el más común de los crímenes davía se halla estrechamente conectada con aquél. Lo que ella lleve den-
en Europa Occidental desde la Edad Media hasta finales del siglo XVIII» tro de sí tiene su continuación en la criatura. Si ésta llega a ser todo lo
— escribe Adrienne Rich.3 Y añade Edward Shorter—: «... las madres que la madre esperaba que fuera, se acomodará más fácilmente al pre-
tradicionales no eran monstruos... Si carecían de un sentido articulado cepto de la sociedad, cuyos miembros afirmarán que quiere al niño
del amor maternal era porque se veían forzadas por las circunstancias «más que a sí misma». Y si la criatura presenta algo indeseado — si es
materiales y las actitudes de la comunidad a subordinar la salud y el chico en lugar de chica, si es demasiado gorda, o demasiado delgada,
bienestar del niño a otros objetivos, como el de mantener la casa en o excesivamente quieta — que hace que la madre se sienta menos presa
marcha o el propósito de ayudar a sus esposos en el telar... Esto de de exaltación de lo que esperaba, ella lo negará. Cualquier herida infli-
la buena madre por instinto es un invento de los tiempos modernos.»4 gida a su narcisismo, del que fluyen todas las emociones maternales,
«¿Por qué son tantas las mujeres que se precipitan en la maternidad? debe quedar sin identificar, debe ser reprimida, pasada por alto. Sospe-
— pregunta el doctor Esman —. Seguramente, esto no es debido al "ins- cho que la depresión del posparto se inicia con el silencio que debe
tinto maternal". No, desde luego, en el caso de que esperen conseguir mantener en el caso de que el hijo no se acomode por completo a sus
mucho de la experiencia de la identificación con sus hijos, algo que no fantasías de perfecta bienaventuranza maternal.
obtuvieran por sí mismas. Puede ser que hayan querido tener el hijo La glorificación de la maternidad exige que cuando su hiio nazca
para retener al marido, v salvar su matrimonio: una razón terrible, en finalice la autonomía de sus emociones personales. Al igual que esas
suma. No es raro que se diga, cuando un matrimonio marcha mal: madonas antinaturales de las primeras manifestaciones artísticas cristia-
"Bien. Quizá debiéramos tener un hijo." En tal caso, ésta constituye la nas, se supone que toda ella ha de estar concentrada en el niño. Unas
peor de las conclusiones. Una y otra vez tropiezo con mujeres que se
pequeñas y engalanadas letras siguen al rayo dorado que va de sus ojos
vieron privadas de afecto en la niñez y que especulan con la fantasía
al niño, componiendo la palabra amor. Estas cuatro letras cancelan su
de que van a hacer por su bebé lo que sus madres no hicieron por ellas.
pasado emocional, le ordenan olvidar pensamientos y sentimientos so-
Se disponen a revivir su niñez a través de su bebé, imaginándose que
bre la gente, asimilados a lo largo de toda una vida. Ella debe prescindir
éste va a darles cuanto ansiaron y no llegaron a conocer... O bien, otras
de su subjetividad, de su real complacencia ante la belleza física en el
cosas. ¿Instinto maternal? Carecemos de pruebas de su existencia. Las
caso de que el hijo no sea bello, del fastidio que le produce el espec-
mujeres desean ser madres por muchísimas razones; es una parte de su
táculo de la estupidez si su criatura es de tardos reflejos. Por encima
condición biológica, contando con lo necesario para ello; es una de las
cosas propias de su sexo. Pero no llamaría a esto "instinto"; al menos de todo, no debe permitir que el sexo de aquélla altere las cosas a sus
en los términos que yo defino la palabra. Se dan también expectaciones ojos. Ha de cerrar éstos frente a la primera anotación informativa que
sociales. De la mujer todos esperan que una vez se haya desarrollado percibimos al entrar en contacto con una persona nueva, frente a los
contraiga matrimonio y tenga hijos. Ha venido inculcándosele esto du- colores motivados por cualquier transacción aislada posterior. Cuando
rante toda la vida, de manera que es lógico que se oriente hacia las adquirimos el cochecito del bebé, lo solemos adornar en rosa o azul,
expectaciones abrigadas por los demás. Pero esto no puede calificarse para que todo el mundo sepa si aquél es niño o niña. Sólo la madre es
de "instinto maternal". Muy razonablemente, las mujeres normales de- la única persona que se supone le debe ser indiferente que su bebé se
sean tener hijos porque se sienten impulsadas por el afán, diría yo, halle en posesión de un pene o una vagina.
de atender a alguien, de complacerse en la tarea de alimentar y cuidar Y no obstante, lo cierto es que cuando una mujer da a luz un nuevo
a un niño, de hacer por alguien lo que la propia madre hiciera años ser, cuando trae al mundo a alguien que es como ella, madre e hijo
atrás por ellas, de compartir con el esposo una particular experiencia. quedan ligados de por vida, de una manera muy especial. La madre es
Es ésta una experiencia de persona formada, desarrollada por com- el primer «objeto» amado, el primer afecto para los niños, tanto si se
pleto.» trata de varones como de hembras. Pero es el sexo y la semejanza
aquello que caracteriza la relación de la madre con la hija. No existen
Hablando con sinceridad, lo primero que siente una madre al enfren- otras dos personas que gocen como ellas de tal oportunidad de apoyo
34 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 35

e identificación, y, sin embargo, no hay ninguna relación humana que «Un par de meses después de haber nacido mi hija —explica una
posea tantas limitaciones como la suya. Si una madre sugiere a la hija mujer de veintiocho años — cené con un hombre a quien conocía desde
que la maternidad no fue la gloriosa culminación que le había sido hacía años. De pronto me preguntó: "¿Qué tal te sienta haber dejado
prometida, que la vida a partir de entonces no solamente no se había de ser una mujer sexy?"» La sociedad da a la madre toda la ayuda, no
ampliado, sino que en cierto modo se había estrechado, está dicién- solicitada, que necesita para lograr su desexualización. En la víspera
dole a la chica, simplemente: «Yo no debería haberte traído al mundo.» del Día de la Madre, recientemente, cierta famosa firma diseñadora de
Una muier que no tenga una hija puede intentar explorar las infini- ropa femenina para el hogar, encabezaba un anuncio a toda página con
tas posibilidades de la vida. Su propia madre le brindó esta eventuali- estas palabras: «Antes de ser madre, ella era una mujer...»
dad. Pero cuando nace una hija, aquellos temores que ella creyó haber A partir de los más tempranos años de la muchacha, su sexualidad
dominado mucho tiempo atrás vuelven a cobrar vida. Ahora hay en su emergente constituirá un motivo de ansiedad. Todo parece tender a lo-
existencia otra persona; no es que, simplemente, dependa de ella, sino grar no que sea como su madre, sino a diferenciarla de ella. Si esta últi-
que es como ella, hallándose por consiguiente sujeta a todos los peligros ma niega su propia sexualidad, y reacciona ante la mía con tal actitud
con que se enfrentó durante toda su vida. El avance de la madre hacia de vergüenza o temor, ¿qué ventaja o beneficio supone? ¡Qué difícil es
una sexualidad más intensa queda interrumpido. El terreno ganado, ser mujer! Mejor es seguir siendo una niña, una niña buena y pequeña.
que ella podía haber mantenido sola, es abandonado. Emprende enton- Al intentar proteger a su hija frente a los azares sexuales que, ima-
ces la retirada y se atrinchera en la restringida postura femenina de la ginados o no, le ofrece el lejano futuro, la madre empieza, desde el na-
seguridad y la defensa. Es la actitud cariñosamente acogida de madre cimiento de la chica, a suprimir el modelo de sí misma como muier qnp
protectora. Es una actitud de temor. Es posible que esté viva a medias se siente orgullosa v complacida con su sexualidad. La hija se ve pri-
tan sólo, pero se encuentra segura, igual que su hija. Ella se define vada de la identificación que más necesita. Todo esfuerzo por parte de
ahora no como una mujer, sino como una madre, primariamente. Todo ella para sentirse a gusto consigo misma como mujer representará una
lo del sexo queda a un lado, es ocultado a la niña, quien no debe juzgar penosa marcha cuesta arriba — si no una traición —, contra esta ima-
nunca a su madre en peligro: «en sexo». Será preciso el mayor de los gen asexuada de su madre. El acertijo, que durará toda la vida, entre
esfuerzos para que la chica sea capaz de pensar de tal modo acerca de madre e hija, ha comenzado. ¿Es de extrañar, pues, que madres e hijas
sí misma. se vean mutuamente como no aclarados enigmas policíacos, incapaces de
«Yo creo que lo que más me atemoriza es la vulnerabilidad de mi desentenderse una de otra?
hija — dice la madre de una niña de seis años —. Es el temor que sentí En mis años escolares, cuando estudiaba arte, solía bostezar de
de verme explotada sexualmente. Me consta que la he protegido con aburrimiento ante los esfuerzos de los grandes maestros para explicar
exceso. Ahora bien, ¡ tenía tanto miedo de que recibiera alguna herida, el mayor de los milagros: el relativo al alumbramiento de la Virgen.
de que se aprovecharan de ella...! ¡Es una criatura por naturaleza tan Reprochaba mi fastidio a un estético encono informado por las dilectas
indefensa!» ¿Cómo va la madre a proteger a este ser, lamentablemente dulzuras y simetrías propias del Renacimiento. Ahora sé que lo que
vulnerable, hasta que llegue a alcanzar el seguro refugio del matrimo- nosotros denominamos aburrimiento es con frecuencia una defensa con-
nio? Lo ignora. Lo que sabe es que para una niña —opuestamente a tra la ansiedad, y que lo que me llevaba a sentirme presa de ansiedad era
lo que ocurre con el niño — \ e l sexo es un peligro. Éste ha de ser ne- el Misterio que encarnaba la Inmaculada Concepción: ¿cómo tener una
gado, suprimido. Su hija no será educada como una descarada, al co- relación sexual y permanecer virgen al mismo tiempo? Andando el
rriente de todo lo sexual, sino como «una dama». La chica no debe tiempo, yo perdí la virginidad, pero nunca supe cómo a María no le
ser consciente de ningún estímulo erótico; nada de sucios chistes, de ocurrió lo mismo. Cualquier chica que alguna vez haya abierto las pier-
ropas atrevidas; hay que evitar hasta la menor indicación de que el nas y rezado puede estar interesada por la explicación que recientemente
cuerpo de la madre responde sexualmente. Si la madre no lo menciona, me dieron. María y José tuvieron intercambio sexual. Lo que mantuvo
si no piensa en eso, si ella misma no responde a nada, aquello se esfu- casta a María fue el hecho de no estar pensando en ello. Era pura de
mará. A fin de impedir que la atención de la chica se vuelva hacia el mente y se hallaba con Dios. Por consiguiente, aquello no contaba.
tópico del sexo, causante de ansiedades, la madre da un último paso Me pregunto en ocasiones qué clase de modelo compone María para
adelante y se anula desde el punto de vista sexualXse «desexualiza». nuestras hijas, pero no creo que pueda alejarse mucho de cómo perriKj.
36 MI MADRE, YO MISMA AMOR M A T E R N A L - ' 37

mos la imagen sexual de nuestras madres: ciertamente que tuvo rela- deben presentar esta elección a sus hijas. Una mujer puede incorporar
ción con nuestro padre, pero guiándonos por lo que sabemos de su per- las tres opciones dentro de s í — e incluso más —, pero ha de ser capaz
sona no podemos imaginar ni por un momento que experimentara en cualquier instante de decirse, y de decir a su hija: «Decidí tenerte
placer. porque deseaba ser madre. Prefiero trabajar —ejercer una carrera, ac-
«Cierra los ojos y piensa en Inglaterra», decían las madres victoria- tuar en política, tocar el piano — porque esto me da a mis ojos una
nas a sus hijas ante la noche de bodas. Hoy, esto nos causa risa. Pero sensación de valor, un valor no más grande ni más pequeño que el de
una de las industrias más desarrolladas de nuestra cultura es la de las la maternidad. Simplemente: es distinto. Puedes decidirte por trabajar
clínicas sexuales. Su misión, con respecto a las mujeres, es ponerlas en o no, por no ser madre o serlo; ello nada tiene que ver con tu sexua-
contacto con su\sexo, hacer que piensen en lo impensable, y ayudarlas lidad. La sexualidad es la tercera opción, tan significativa como cual-
a superar la imaAen asexuada de sus madres. quiera de las otras dos.»
«Si la madre disfruta de una vida propia — dice el doctor Rober-
Cuando las vidas de las mujeres podían predecirse mejor, era más tiello —-Ma hija la querrá más: ansiará estar más tiempo en su compañía.
fácil soportar este enigmático cuadro de la feminidad. Al no presentár- Ella no debe definirse a sí misma como "una madre": ha de verse a sí
senos más alternativa que la de repetir la vida de nuestra madre, nues- misma como una persona, una persona que desarrolla una labor, una
tros errores y desilusiones se hallaban estrechamente confinados en persona con sexualidad propia, una mujer. No es necesario tener una
su espacio, en su margen de error y de infelicidad. Yo creo que nues- profesión. No es preciso tener un elevado IQ, ni ser presidente de la
tras abuelas, e incluso nuestras madres, eran más felices. Al no saber PTA * para poseer esta existencia por añadidura. En tanto, claro está,
todo lo que nosotras sabemos, y no enfrentarse con nuestras opciones, que no se limite a permanecer sentada en un sillón, cuidando a los chi-
existían muchos menos motivos para que pudieran sentirse desdichadas. cos o haciendo calceta, dando a sus hijos la impresión de que su vida
Una mujer podía renunciar a su sexualidad, y desagradarle el papel de es la suya propia y abrigando ella la misma tal sensación. Desde luego,
ama de casa, y también el cuidado de los niños; pero si cada una de las lo mejor que la madre puede hacer es intentar establecer su principal
otras mujeres hacía eso, ¿cómo podía articular su frustración? Podía vía de comunicación con el esposo v no con la hiia.»
sentirla, ciertamente, pero no es posible desear lo que no se conoce. La verdad es que la mujer y la madre se hallan a menudo en guerra
La televisión, por ejemplo, no les daba ningún sentido de desbaratadas entre sí, dentro del mismo cuerpo. La doctora Helene Deutsch, en The
esperanzas. Actualmente, las vidas de las mujeres están cambiando a Psychology of W'ornen, acepta el clásico punto de vista freudiano acerca
un ritmo y por una necesidad que nosotras no podemos controlar, aun- de la «pasividad» de las mujeres (punto de vista que hoy no comparten
que quisiéramos; necesitamos disponer de toda la energía que la repre- muchos analistas, yo entre ellos), pero me figuro que la doctora en
sión consume. Si hemos de hacer algo más que desempeñar el papel de cuestión nos facilita una importante clave al decir: «El origen de esta
la mujer tradicional, no nos es posible soportar el agotamiento que anhelante inclinación por unos instintos primitivos, no sublimados, se
acompaña a la negativa emocional constante. Sobre las mujeres se ejer- manifiesta de varias formas. Los ardientes afanes de ser deseada, las
cen presiones distintas de la que supone el «instinto maternal». Ahí es- fuertes aspiraciones a la egoísta y exclusiva posesión, una actitud com-
tán las nuevas demandas económicas y sociales. Nosotras podríamos pletamente pasiva normalmente, con respecto al primer ataque... son
optar aún por llevar las vidas de nuestras madres, pero es casi seguro atributos característicos de la sexualidad femenina. Son tan fundamen-
que nuestras hijas no obrarían de un modo similar. Nosotras, a través talmente diferentes de las manifestaciones emocionales de la maternidad
de la negativa y la represión, podemos mantener viva la idealización de que nos vemos obligadas a aceptar la oposición de la sexualidad y el
la maternidad por otra generación. Ahora bien, ¿a dónde las llevaría erotismo por un lado y el instinto de reproducción y la maternidad por
esto? el otro.»5
Si las mujeres van a ser abogados al mismo tiempo que madres, Al igual que tantas otras mujeres desde que el mundo existe, mi
deben establecerse diferencias entre ambas situaciones, y luego recurrir madre no pudo creer en esta oposición de los dos deseos. La tradición,
a nuevas diferenciaciones en cuanto a su sexualidad. £sta es la tercera la sociedad, sus padres, la misma religión, le decían que no se produ-
— v «o mutuamente excluvente— opción. A medida que el mundo
cambia, y el lugar de las mujeres en él, las madres, conscientemente, * IQ, Intelligent Quotient; VTA, Parent-Teacher Assotiañon. (N, del T.)
38 MI MADRE, YO MISMA AMOR MATERNAL 39

cía ningún conflicto; que la maternidad era la consecuencia lógica y amor por mí volvería siempre a hacerse presente. En lugar de eso, me
natural de la actividad sexual. En lugar de dar crédito a lo que el quedé sola, esforzándome por creer, sin conseguirlo, en aquel perfecto
cuerpo de toda mujer dice a su mente, que, como la doctora Deutsch amor (a su juicio) que aseguraba sentir por mí. No comprendía por
afirma, la sexualidad y el erotismo son unas tendencias «fundamental- qué razón no pude sentirlo, independientemente de las palabras que
mente distintas» y «opuestas» a la maternidad, mi madre aceptaba la pronunciara. Llegué a pensar que el amor, el sentido por ella o por
mentira. Consideraba como su acto de fe la propuesta de que en el cualquier otra persona, era un fuego fatuo, que aparecía o desaparecía
caso de ser una mujer real tendría que ser una buena madre, y espera- en virtud de causas que a mí no me era posible controlar. No habiendo
ba que yo pensara igual. Si yo seguía sus pasos, amoldándome al es- podido saber nunca cuándo ni por qué era amada, se desarrolló en mí
quema de la maternidad, quedaría puesto de relieve que no le repro- el temor de depender de ello.
chaba su elección. Esto justificaría lo que había hecho, facilitando el A medida que fui haciéndome mayor, fui descubriendo más y más
definitivo sello de contraste, la marca denotadora de valor. Quedaría peculiaridades de mi madre en mí misma. Cuanto más se distanciaban
indicado que su actitud, su comportamiento y sus más profundos sen- de ella mi vida y mis pensamientos, más cosas advertía yo de mi madre
timientos no habían sido desbaratados, que se hallaban, efectivamente, en mi voz, más cosas sorprendía en mi expresión facial, más las detec-
en perfecta armonía. Se trataba de una mujer que actuaba de completo taba en las reacciones emocionales que reconociera como propias. Esto
acuerdo con los mandatos de la naturaleza. es casi como si al extenderme yo misma, el círculo se cerrara, comple-
Algunas mujeres eligen esta salida de buena gana. Puede que sean tándose. Ella fue mi primer modelo y el más duradero. Decir que su
la mayoría, pero mi madre no fue una de éstas. Yo tampoco... Tam- imagen no es ya una piedra de toque en mi vida — y la mía en la
bién en esto soy su hija. Incluso en un buen matrimonio, muchas son suya— representaría otra mentira. Estoy cansada de tantos embustes.
las mujeres que lamentan el papel de asexual ama de casa que sus hi- Durante toda la vida he encontrado muchos de ellos en mi camino,
jos las obligan a representar. Mi madre ni siquiera disfrutó de un buen cuando trataba de comprenderme. Siempre he sabido que lo que a mi
matrimonio... Toven todavía, enviudó. marido le agrada más de mí es el hecho de que posea mi propia vida.
Encontrándose atemorizada, tan necesitada de mi padre como mi Siempre he tenido la impresión de que le he engañado parcialmente
hermana y yo necesitábamos de ella, mi madre no tuvo más salida que en esto; soy muy hábil a la hora de fingir. Mi trabajo, mi matrimonio,
la de pretender que mi hermana y vo constituíamos la parte más im- y mis nuevas relaciones con otras mujeres están comenzando a hacer
portante de su vida; que el miedo, la juventud, la inexperiencia, la ciertas sus suposiciones acerca de que soy independiente, de que soy
desorientación, la soledad, y hasta sus personales exigencias, no po- una persona aparte. Ellas me han permitido respetarme a mí misma,
drían hacer vacilar el amor invencible, imposible de calificar, que ella y admirar a mi propio sexo. Lo que todavía queda entre mí y la per-
sentía por nosotras. Mi madre no disponía de nadie a quien recurrir. sona que me gustaría ser es esta ilusión de un amor perfecto entre mi
no podía entablar un franco diálogo «de mujer a mujer», no podía va- madre y yo. Es una mentira que ya no me es posible soportar.
lerse de una experiencia ajena en su lucha contra la creencia popular
de que el hecho de ser mujer bastaba para poseer el discernimiento
necesario para convertirse en madre... Esto era algo «natural». De io
contrario, la persona debía considerarse fracasada como mujer.
Es una vergüenza que a lo largo de los años que vivimos juntas
no hablásemos nunca de nuestros sentimientos. Ninguna de las dos sa-
bíamos que yo hubiera podido ser sincera, independientemente de lo
atemorizada que pudiese sentirme. Con respecto a sus enfados, desilu-
siones, temor al fracaso y enojos — emociones que raras veces con-
templé—, he de decir que habría podido acomodarme a ellos si hu-
biese sido capaz de hablarme. Habría crecido acostumbrándome a la
idea de que, aunque mi madre me quería, otras emociones, a veces,
menoscababan aquel amor; habría albergado la confianza de que aquel
CAPITULO 2

LA HORA DE LA PROXIMIDAD

Me crié entre mujeres. Se trata de un modo distinto de comenzar


la vida, pero no me permití sentir la pérdida del padre, experiencia
por la que otros han pasado. Más tarde formularía ciertas teorías, pen-
sando que quizá mi peculiar infancia tenía sus ventajas: no habiendo
visto a un hombre disminuido por las imposibles demandas femeninas,
crecí en la creencia de que todas las cosas eran posibles entre un hom-
bre y una mujer. Desde luego, lo eché de menos.
En nuestra casa había en todo momento cuatro mujeres: mí madre,
mi hermana Susie, mayor que yo, y yo misma... Al principio, la cuar-
ta mujer fue Anna, mi niñera. Quería tanto a Anna que la dejé desli-
zarse fuera de mi vida tan sin dolor como cuando quedé privada de
padre. El día en que se marchó me dije que no sentía nada. Acerca del
amor y la separación, lo había aprendido todo en los primeros años
de mi vida.
Anna no albergaba temores, y me quería de una forma que todavía
percibo. Era dura y se podía confiar en ella, en el mismo grado que
mi madre resultaba tímida e inclinada a verse siempre con el agua
hasta el cuello. «Mi pobre madre»... ¿Por qué pienso todavía en ella
en estos términos, con mi padrastro y todo un mundo de amigos a su
alrededor? Supongo que esto se corresponde con el hecho de que ella
todavía se empeña en verme como una criatura. Estoy contemplándola
todavía a sus veinte años, convertida en una joven viuda, madre de
dos pequeñas. Pero, ¿qué era lo que yo sentía entonces? Con la terri-
ble injusticia de los niños que saben que ser ecuánimes puede costarles
la vida, siempre deseé su completo y nada vacilante amor, su ininte-
rrumpida atención; todo lo que ella podía ofrecer era su vulnerabilidad
y su tristeza.
Vivía yo en el espacio formado por lo que pedía y lo que ella po-
día darme. A partir de aquí, una niña sólo tiene que dar un paso para
llegar a decidir que eran mis demandas los elementos determinantes
de su carencia de felicidad. Es por lo que odiaba que me hiciera las
trenzas: la oía suspirar a mi espalda. Su tristeza venía a ser mi culpa-
42 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA PROXIMIDAD 43

bilidad. Siempre que habla de su madre, a la que yo no conocí, apa- do dispone de una segunda oportunidad al estar mi hermana y yo ya
rece la misma mirada en sus ojos. Es peor cuando habla de mi padre. crecidas, lo que da lugar a que su papel como madre sea casi desdeña-
Únicamente lo hace cuando formulo una pregunta. Y yo contaba vein- ble al lado de su vida como mujer. Estoy convencida de que su talento
tidós años cuando me atreví a tal cosa. ¿Puedes soportar la tristeza como esposa proviene de su madre, al igual que el mío. Repetidamente
de tu madre? Nosotras creemos que de haber sido mejores hijas, o si se refiere a la fuerte influencia ejercida por su madre sobre todos sus
ahora mismo dijéramos o hiciésemos lo debido, seríamos capaces de hijos... Es una mujer que ha tomado en mi imaginación magnitudes
disiparla. Me es imposible seguir en la misma habitación cuando del casi míticas. Pero mi abuela murió de repente, misteriosamente, por
rostro de mi madre desaparece la expresión que yo amo para ser sus- efecto de una dolencia incurable llamada enfermedad del sueño, cuan-
tituida por la otra, por la que revela esa atormentadora infelicidad. do mi madre contaba dieciséis años. Enfermedad del sueño. A lo largo
Pienso que la sensación de culpabilidad que experimento siempre que de mi vida se me antojó éste el fin apropiado y romántico para una
le digo adiós no tiene nada que ver con lo que yo hice o dejé de hacer. mujer de cuento de hadas como ella. «Recuerdo que había llegado del
Otras personas dirían que mi madre es una mujer razonablemente fe- colegio. Me veo en el momento de entrar corriendo en la casa, llamán-
liz. Mi madre afirmaría, quizá, que he sido una hija razonablemente dola: ¡Mamá! ¡Mamá! —explica mi madre—. Y después, de pronto,
buena. Pero solamente me liberaré de mi sensación de culpabilidad comprendí que ya no volvería a verla.»
cuando la comprenda. Tanto más he deseado que mi madre superara las atractivas imá-
«¡Oh, Nancy!», empezará diciendo. «¡Cuánto me habría gustado genes de su madre («tan bella, tan dulce») y de mi padre («tan guapo,
que hubieses conocido a mi madre! Era una mujer maravillosa...» Y tan atractivo»), tanto más he llegado a comprender que necesita dis-
su voz irá esfumándose lentamente, en busca de alguna imagen dis- poner de una protección propia contra las pérdidas y los dolores. Mi
tante que estará viendo más allá de mí, y hablaremos luego de algunas madre verá en aquellos primeros años sólo aquello con lo cual le re-
cosas más. Me agradaría contemplar esa imagen, compartir cualquier sulte soportable la existencia.
cosa que pudiera revelarme más detalles acerca de mi abuela... acerca En la actualidad, mi madre v vo hablamos más de lo que antes
también de mi madre... y de mí misma. Pero los hechos que mi madre solíamos hacer. Esto empezó con mi matrimonio, una alianza que, al
refiere acerca de la suya, aunque interesantes, pese a que me gusta parecer, le ha dado nuevas fuerzas, como a mí. Ha habido como un
oírselos referir una y otra vez, resultan tan borrosos a causa de los desenredo gradual de los silencios que protagonizamos, y ella tiene
sentimientos como las desvanecidas fotos Bachrach, de imágenes como tanto interés como yo en que se produzca ese intercambio. La repre-
envueltas en neblina, contenidas en los volúmenes con tapas de cuero sión ha consumido algunas de sus energías. Yo no soy la única culpa-
de la casa de mi abuelo, que he hojeado verano tras verano, a lo largo ble. Hace unos años, Bill, mi esposo, y yo fuimos a visitarla. íbamos
de mi vida... ¿Con qué fin? Mi madre es la hija mayor, pero en todas a ver también, naturalmente, a mi padrastro, Scotty. No habíamos he-
las fotografías, incluso la hermana que cuenta once años menos le cho más que entrar en la biblioteca, donde nos iba a ser servido el
gana en aplomo, revelando en grado superior una gran confianza en martini de bienvenida, cuando ella puso en mis manos una carta cuya
sí misma. Debió de ser muy turbador para ella haber sido escogida a escritura aparecía algo borrosa. Parecía como si hubiese estado espe-
los diecisiete años por mi atractivo padre, ella, que a los ojos de mi rando una ocasión para entregármela, y que no cejaría, por supuesto,
abuelo era la espina entre las rosas. Huyó con él. contrariando así los hasta que yo no la hubiese leído.
deseos paternales, si bien me digo a veces que es muy posible que su Tratábase de una carta que su madre le había dirigido cuando ella
fuga expresara su silenciosa obediencia de hija fiel: de no localizar en contaba catorce años. Mi abuela acababa de dejar a mi abuelo, para
los ojos del padre una mirada que delatara su favor, estaba dispuesta trasladarse a Florida con el más joven de sus cinco hijos. En aquella
a desaparecer. ¡ Qué poco preparada debía de haber estado para la época, semejante decisión causaba sorpresa. Yo solía quedarme con 'a
maternidad un año más tarde! Y para la vida, otros dos años después, mirada fija en su autorretrato, que ahora cuelga de una de las paredes
cuando sobrevino la muerte de mi padre. Eran muchos quebrantos para de mi cuarto de estar, preguntándome cómo, por muy enojada que se
una persona que nunca se había sentido segura de sí misma. hubiera sentido con mi abuelo, podía haber abandonado a sus hijos,
A medida que ambas ganamos en años, pude apreciar sus muchas todos los cuales, actualmente, siempre que se refieren a ella lo hacen
condiciones para ser esposa. Veo con qué gracia se mueve ahora, cuan- con muestras de adoración y afecto. Pero lo cierto es que, dado el
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carácter de mi abuelo, tal vez yo también habría terminado por aban- y, desde luego, deseaba dar a su hija mayor algo que la ayudara a
donarlo de encontrarme en su caso. En los retratos que le hizo mi llenar el vacío que sentía. De todas las cosas que valían la pena con-
abuela tiene cierto parecido con el F. Scott Fitzgerald, de los años servar del archivo de mi abuelo, dicha carta era la única que mi madre
mozos, pero parece que era dos veces más difícil de tratar. Se cono- quería que viera. Era un mensaje dirigido a ella, por supuesto, pero
cieron durante los ensayos de una obra de aficionados, y ella, llanamen- pienso que deseaba valerse de él para comunicarme algo en forma si-
te, se negó a desempeñar un papel de oponente a aquel joven de ca- lenciosa.
bellos rojizos. Mi abuela era pelirroja también. La obra se representó
por fin. Y lo cierto es que si bien mi abuelo no amó nunca a ninguna Mi querida Jane:
mujer como amara a mi abuela, los dos se pasaron la vida discutiendo. Cuando te dispongas a leer esta carta deseo que lo hagas
Mi abuelo hizo su fortuna en la industria metalúrgica, en Pitts- adoptando una actitud francamente generosa. Olvida las cosas
burgh, fortuna que se esfumó en la época de la Depresión y que rehizo que hayan sido dichas, los pensamientos que pueden haber cru-
posteriormente. Le gustaba el poder, los caballos, los trofeos, y las zado por tu mente, y esfuérzate por recordar solamente lo me-
bellas mujeres. Nunca perdonó a mi madre que no fuera una de ellas. jor de la fase más bella de tu vida. Cuando yo no me encuentre
Cuando fue ganando en atractivo era ya demasiado tarde. De pequeña, ya a tu lado, sobre ti recaerá la tarea de intentar ayudar a los
me agradaba permanecer en la habitación donde se guardaban las co- pequeños a comprender las cosas. Haz cuanto puedas por guiar-
pas de plata, las cintas rojas y azules, un pez-espada disecado, y fotos les por el camino recto. Ésta es tu tarea y tu deber.
de yates y escenas de cacerías de zorros. Me imaginaba que era una Para mí, la maternidad ha sido el hito más hermoso de mi
mujer de grandes dotes físicas y que era yo quien había ganado todos vida. Es una maravilla que no cesa de dejarme pasmada... Ahí
aquellos trofeos. Algunas noches, mi abuelo salía para cenar con los es nada: ver cómo vais transformándoos, cómo vais dejando de
Mellon y los Carnegie; mientras tanto, según me dijeron, mi abuela ser poco a poco unas desvalidas criaturas para convertiros con
preparaba platos de spaghetti para la camarilla de sus amigos artistas, los años en robustos chicos y chicas, cómo vuestras mentes van
en su estudio, en la parte superior de la vivienda. evolucionando a medida que transcurren los años, para acabar
Mi madre, sus tres hermanas y su hermano quisieron v temieron siendo algún día hombres o mujeres adultos. Es algo que pro-
a la vez a mi abuelo, hasta el día en que falleció, hace unos años. Sus duce asombro.
sentimientos para con su madre se hallaban alejados por completo de De niña, ansiaba que llegara el momento en que estaría en
toda ambivalencia. Recuerdo que en más de una ocasión nos dijeron, di- condiciones de tener hijos propios... Y pese a mis supuestas
rigiéndose a cualquiera de nosotras, las nietas: «Por un instante pare- aptitudes e inclinaciones hacia otras cosas, dentro de mí se
cías el vivo retrato de mamá...», lo que constituía sin duda el mayor daba esa chispa misteriosa que algún día se convertiría en
de los cumplidos. Poseía algo más que belleza; tenía ese recóndito llama. Y cuando te tuve, Jane — m i primera hija—, en mis
atractivo que hace que la gente te quiera para siempre, como ellos brazos, experimenté la mayor emoción de mi vida. Me sentí
lo habían hecho con ella. De sus relatos he extraído la imagen de una como si fuera una santa, como si hubiera acabado de entrar
mujer que podía ser considerada el sueño de cualquier niño, de bellos realmente en el cielo, y sé ahora que cada vez que una madre
y grandes ojos y sedosos cabellos, que escribía obras teatrales para recibe a un hijo se adentra realmente en aquél. No hay en la
sus hijos, que sabía ponerse a la altura de ellos, adentrarse en su mun- vida nada semejante. Y todas las personas que son objeto de
do, y cuidarlos. Era tan romántica y sensible como mi abuelo ambi- tal bendición han de mostrarse eternamente agradecidas.
cioso e incapaz de demostrar el amor que sentía por sus hijos. Si apre- Te digo todo esto, Jane, porque así comprenderás mi amor
cio tanto los cuadros que cuelgan de las paredes de mi casa es porque hacia ti, los elevados sentimientos que me inspiras. Recuerda
fueron pintados por ella. siempre lo que te estoy diciendo; piensa en mí alguna vez y
Cuando mi abuela escribió esta carta, dudo de que abrigara la idea trata de comprender lo que intento comunicarte.
de regresar junto a su marido. No creo que su decisión de marcharse Mi corazón está rebosante de cariño, y no me sería posible
fuera una falsa actitud; se trataba, en realidad, de una desesperada y escribir durante el resto de mi vida lo que siento en estos mo-
última alternativa. Ella solamente vio en primer término la separación mentos. Amaos los unos a los otros y sé buena con papá, quien
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cuidará de ti. Este momento, el de mi marcha, el de mi sepa- riedad de sus hijos hablándoles del amor perfecto que le inspiraban,
ración de vosotros, es el más amargo de mi vida, pero no ten- por el hecho de ser su madre. Incapaz de hablarme abiertamente, de
go otra salida. Las lágrimas me ciegan, me impiden ver a mi un modo directo, pero captando en lo más profundo de su ser mi sen-
alrededor. Que Dios os bendiga a todos, sación de haberme visto también abandonada, hacia la misma época
Mamá. de la vida que ella, mi madre se valió de las palabras de su adorada
progenitora para indicarme que reconocía mi enfado para decirme que,
No dudo de que mi abuela se sintiera cerca del cielo la primera aunque imperfectamente, siempre me había amado, y para pedirme que
vez que tuvo a su hija en sus brazos, pero estimo que lo que hace la perdonara, exactamente igual que ella había perdonado a su madre.
más valiosa esta carta a los ojos de mi madre es el hecho de que la
suya fuera capaz de experimentar además otras emociones. Mi madre * * *
no recuerda haber leído ese escrito, en aquella época. Puede ser que
su padre lo retuviera. Pero cualquiera que fuese la explicación que Somos el sexo amoroso; todo el mundo cuenta con nosotras para
diera con respecto a la marcha de la esposa, no hay duda de que su procurarse bienestar, calor nutricio. Impedimos que el mundo se des-
marcha le produjo un gran pesar, un insoportable dolor. Es posible barate, lo mantenemos unido, con la constante disponibilidad de nues-
que esta carta fuese para mi madre una confirmación de lo que siem- tro amor cuando los hombres, impulsados por sus ansias de poder, se
pre había querido sentir: no se trataba de una prueba de profundo empeñan en desintegrarlo. Solas, nos sentimos incompletas; sin el hom-
cariño hacia ella; aquella mujer, al separarse de su marido, cuando bre nos consideramos inadaptadas; somos devaluadas fuera del matri-
pensó que su arrogancia resultaba demasiado denigrante, había dado monio; nos mantenemos a la defensiva sin hijos. Hemos sido criadas
una prueba de que pese a ser madre se consideraba mujer antes que para el amor, pero cuando éste llega a nosotras, pese a su dulzura, no
otra cosa. No se hallaba dispuesta a hacer gala exclusivamente a lo resulta en definitiva tan satisfactorio como nos lo habíamos imaginado.
largo de su vida de una gran abnegación y de sus maternales emocio- Somos amadas por estimársenos parte de una relación, por nuestra
nes. Quería a sus hijos, sí, pero también se sentía inclinada hacia otras función..., y no por nosotras mismas.
personas, hacia otras cosas. Era su madre, pero no quería ser su már- Él nos pide que cenemos juntos, e incluso recién colgado el teléfo-
tir (una de las razones por la cual la querían tanto). No recuerdo haber no, hondamente complacidas, nos preguntamos si antes no se lo habrá
oído comentar a mi madre, a mis tías o a mi tío nada referente a cual- propuesto a otra mujer. Mientras él nos retiene entre sus brazos, es-
quier sentimiento de culpabilidad que hubiera podido producirles. Esto tamos casi temiendo que nos olvide mañana. Y el día de la boda, le
no se había dado nunca entre ellos. Si la habían idealizado para disi- preguntamos por enésima vez: «¿De verdad que me amas?»
mular el dolor y el enojo que les produjo su pérdida, esta carta con- Los hombres no nos dicen: «Sube a la más alta de las montañas,
firmaba, seguramente, al menos para mi madre, lo que necesitaba saber, cógeme una estrella, demuéstrame que me amas, para que yo pueda
no como hija, sino como tal madre de varios hijos. Al mostrármela, creerte.» Si somos tan adorables, ¿por qué no hemos de serlo por no-
estaba diciéndome: «Ya lo ves. Si yo no he sido tan solícita y maternal sotras mismas? Cuando nacen nuestros hijos, creemos al fin en el amor,
como otras madres para con sus hijos, no fue porque no te amara. en el que sentimos y en el suyo. Estos seres, nuestros hijos, no dejarán
Mi madre me quiso mucho, y cierto día se apartó de mí.» de amarnos nunca. El amor. Es todo lo que sabemos, pero no confia-
La vida de mi madre no se parece a la de mi abuela, pero las emq- mos en él.
ciones, en el fondo, resultan obsesionadamente familiares. Mi madre La semilla de nuestra incredulidad se remonta a nuestro primer
también escogió un hombre que no podía proporcionarle la seguridad amor, a una época que no podemos recordar. Las lecciones aprendidas
emocional que desesperadamente necesitaba. Ella también descubrió que de muestra madre en cuanto a la forma de amarnos y de amarse a sí
su vida como mujer creaba demandas opuestas a su papel como madre. misma nos acompañan durante toda la vida.
Abandonó este papel, se separó de sus hijos emocionalmente porque A lo largo de mi existencia he lamentado siempre la tiranía de la
sin mi padre, en medio de la amarga privación de sí misma, ella dis- infancia, la noción de que mi comportamiento de persona adulta fue
ponía ya de muy poco que pudiera dar a mi hermana y a mí. En su determinado por una etapa de la vida que no me es posible recordar,
carta, mi abuela intentaba hacer frente al inevitable enojo y contra- que pertenece al pasado, que, por consiguiente, no es susceptible de
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48 MI MADRE, YO MISMA

la «fuerza» del amor que de niñas inspiramos a nuestra madre, exac-


cambio, que es inútil lamentar, que no puede ser controlada. Ciertas
frases repletas de retórica psiquiátrica, como las de «frenesí oral», «om- tamente igual que la última dina de energía existente en la tierra vino
nipotencia infantil», «envidia del pene», me irritaban hasta casi la exas- originalmente del sol.
peración. ¿Qué tenía que ver toda aquella jerga ininteligible con mi La mayor parte de nosotras no seremos psicoanalizadas. Yo misma
vida? Yo creía que se podía aprender por medio de la experiencia; no he vivido tal experiencia. Al igual que yo, puedes tener incorporada
pensaba que podíamos formarnos fuese cual fuera el material que se a tu ser la resistencia a volver allí donde se inició la falta de fe en ti
nos había brindado; me imaginaba que podíamos llegar a modificar nues- misma. Las primeras impresiones de la vida son las que dejan un rastro
tras vidas si poseíamos la fortaleza precisa para ello. ¿No estaba yo al más hondoNForman las ranuras del carácter, por las que la experiencia
tanto de mis temores y ansiedades? ¿No había aprendido a controlar- llega a nosotros; y cuando esta o aquella estría se distorsiona, esta o
los? Me sentía orgullosa de mi autodisciplina, y ofendida ante la sola aquella emoción se bloquea o tuerce. Podemos comprenderlo intelec-
idea de que un doctor pudiera andar rebuscando en mis limpias inte- tualmente. No nos es posible «asimilarlo». Ciertos esquemas que nos
rioridades emocionales. llegan del pasado pesadamente cargados de ambivalencias, rechazos y
Fortaleza... Esta palabra siempre me había parecido fascinante, humillaciones, nos atenazan. El proceso de maduración exige que com-
pero también confusa. Seguramente, de significar algo equivale a la prendamos nuestra historia antes de que la energía retenida por la re-
capacidad de ser efectiva, de hacer algo por sí misma y para sí, uti- presión pueda ser liberada. El autoengafío comienza con el hastío o la
lizando los recursos interiores propios, sin apoyarse en nadie. ¿Es así clarividencia. «¡Oh! Estoy al tanto de todo lo referente a mi madre
realmente? Luego, he tenido siempre ante mí el enigma: ¿por qué hay y a mí», puede ser que digáis. «Todo lo relacionado con mi madre ter-
personas que poseen esa fortaleza y otras carecen de ella? Decir que minó hace años.» Ni lo primero ni lo último es cierto.
alguien es «fuerte» es tan sólo dar a la persona en cuestión un nombre
o un adjetivo; se trata, sencillamente, de ponerle un rótulo. Así no Son muchos los datos recogidos que permiten asegurar que una
se facilita ninguna pista en cuanto a la procedencia de su fortaleza. relación no resuelta con la madre ocasiona en la mente de la mujer
Puesto que soy «fuerte», ¿por qué existe tanta ansiedad en mi vida? determinadas tendencias no autónomas, inculcándole un temor a pasar
¿Por qué he de verme acosada por el temor de que mi trabajo no es por ciertas experiencias e impidiéndole frecuentemente lanzarse en pos
suficientemente bueno? Los triunfos de ayer tienen poco significado; la de aquello que desea conseguir de la vida. También ocurre que, cuando
«realidad» de mañana se impondrá de nuevo y yo fracasaré o me veré da con lo que deseaba, no logra extraer de su objetivo todo el placer
cuestionada. Sobre todo, ¿por qué no puedo gozar de lo que mi esposo que quería.
y los amigos me dicen, es decir, que me quieren? ¿Por qué despierta
Si de pequeñas no hemos podido conseguir la satisfactoria proxi-
o soñando me pongo a pensar en los problemas de los demás? Hasta
midad y el amor que todo niño necesita porque es lo que le proporciona
donde puedo recordar, he sido, exteriormente al menos, una triunfa-
la fuerza indispensable para desarrollarse, no evolucionaremos emocio-
dora... Fui durante mis estudios una buena alumna, una buena depor-
nalmente. Nos haremos mayores, pero una parte de nosotras perma-
tista. Simpatizaba con la gente; no puede decirse que hiciera mal papel.
necerá en la infancia, ansiando esa nutricia proximidad, sin creer nun-
¿Por qué, entonces, he de sentirme insegura?
ca que llegaremos a poseerla, y pensando que nos será arrebatada si
¡Cuan a menudo he oído mis propias racionalizaciones y defensas llegamos a tenerla.
en las palabras de las mujeres a las que he entrevistado! ¡ Con cuánta
terquedad la mayor parte de nosotras nos resistimos a admitir lo que Freud, Horney, Bowlby, Erikson, Sullivan, Winnicott, Mahler
ahora se me antoja como simple sentido común! En el transcurso de — los grandes intérpretes del comportamiento humano— pueden es-
los años, la jerga de los psiquiatras, cuyos nombres llenan las páginas tar en profundo desacuerdo en algunos puntos, pero piensan lo mismo,
de este libro, tuvo un poder que ya no puedo negar: en nuestros co- como si fueran un solo hombre, con respecto a los comienzos: ninguna
mienzos radica nuestra esencia. de nosotras puede dejar el hogar, desarrollarse del todo, aisladamente
y confiando en nosotras mismas, a menos que haya alguien que nos
Nosotras extraemos nuestro coraje, nuestro sentido de afirmación,
la capacidad de creer en nuestro valor, incluso hallándonos solas,\para ame lo suficiente para darle el ser, en primer lugar, y que después nos
cumplir nuestra misión, para amar a los demás y sentirnos amadas\de deje partir. Se inicia esto con el contacto con nuestra madre, con su
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sonrisa, con su mirada: he aquí alguien a quien ella desea tocar, alguien El feto se halla en simbiosis física con la madre: literalmente, no
a quien desea mirar. Ésa soy yo. ¡ Y eso es bueno para mí! puede vivir sin ella. La madre (durante la mayor parte del tiempo) se
Se ha dicho repetidamente que cuando se ama demasiado a una encuentra en simbiosis psicológica con el niño no nacido. Ella puede
criatura sólo se consigue malcriarla. Sabemos ahora que nadie puede vivir sin él, pero el embarazo le proporciona la sensación de una vida
ser amado demasiado, especialmente en el curso del primer año de la más rica, más plena. En tal aspecto, el feto la nutre. En nuestra pri-
vida. En lo más hondo de ese primer y estrecho contacto con nuestras • mera simbiosis con la madre, ganan las dos partes implicadas.
madres se levanta el lecho rocoso del amor propio, en el que cimenta- Al nacer no sabemos que haya algo fuera de nosotros mismos. Nues-
remos nuestros buenos sentimientos para el resto de nuestras vidas. El' tros desenfocados ojos no pueden distinguir las formas; ignoramos dón-
niño necesita estar cerca, casi de una manera sofocante, del cuerpo cuyo de termina nuestra madre y dónde empezamos nosotros. Al extender
vientre poco tiempo antes, y a disgusto, dejó. La palabra técnica que la mano, comprobamos que está allí, que podemos tocarla. Cuando
alude a tal proximidad es simbiosis. lloramos, somos alimentados, o nos toman en brazos. ¡Somos los regi-
Resulta especialmente importante para las mujeres entender el sig- dores del mundo! No es de extrañar que no estemos dispuestos a re-
nificado de tal vocablo, ya que para muchas de nosotras señala nuestra nunciar fácilmente a la madre; en ella se apoya esta maravillosa sen-
forma de relacionarnos a lo largo de nuestro ciclo vital. Muy pronto, sación de poder total, de «infantil omnipotencia». En cierto modo,
el joven es adiestrado para hacerlo por su cuenta. Para ser indepen- continuamos conectados físicamente con ella, exactamente igual que la
diente. A nosotras, a las chicas, se nos enseña a ver nuestro valor en madre, de una manera psicológica, nos siente todavía como casi una
las asociaciones que formamos. En la simbiosis. parte de su cuerpo; somos su narcisista prolongación. La simbiosis es
En el comienzo de la vida, la simbiosis tiene primordial importan- mutua, completa, y satisfactoria.
cia para los dos sexos. Comienza como un proceso de crecimiento, li- Gradualmente nuestros ojos empiezan a ser capaces de ver las
berando al niño del temor de su vulnerabilidad, de su soledad, dándole cosas debidamente enfocadas. Éstas, y la gente, se encuentran cerca de
el valor preciso para desarrollarse. Si al principio logramos suficiente nosotros, o lejos. YSfos damos cuenta de que hay otra persona — l a
simbiosis, más adelante recordaremos sus placeres y podremos buscar- madre—, pero está tan cerca que todavía la vemos como fundida con
la en otros; la aceptaremos y nos sumergiremos en ella cuando la lo- nosotros, no por separado. Ella es diferente de todos, de cualquier
calicemos, y nos alejaremos de nuevo de ella cuando nos sintamos sa- otra cosa. Ella es aún nosotros, y nosotros ella.
ciados, sabiendo que siempre seremos capaces de restablecer la situa- En esta temprana etapa de la simbiosis, la buena madre considera
ción. Confiaremos en el amor y gozaremos de él, aceptándolo como sus propias necesidades como enteramente secundarias respecto de las
parte del festín de la vida... No pensaremos que debemos devorar del hijo. Con ello se consigue una mutua ventaja: el niño se habitúa
hasta la última migaja, por el hecho de que pueda escapársenos para gradualmente, de una manera cómoda, a la idea de su impotencia. Y
siempre. Si no experimentamos esta primera simbiosis, la buscaremos esto no se presenta, de todos modos, de manera espeluznante: la madre
el resto de nuestras vidas, y en el caso de encontrarla nos sentiremos se halla siempre a mano para arreglar las cosas. Ella, al saber lo que
desconfiados, aterrándonos a ella tan desesperadamente que angustiare- la criatura ansia, al sentir bajo sus dedos su piel, percibiendo sensa-
mos a la otra persona, atormentándola con nuestros gritos de «¡ Tú no ciones a través de ella, a través de los ojos, los oídos o el estómago
me amas!», hasta que, efectivamente, hagamos de esto una verdad. de su hijo, experimenta una casi mística impresión de unión y de ser
El primer significado de la simbiosis lo encontramos en la botánica, necesitada. Se trata de una experiencia trascendente.
aludiéndose con tal palabra a dos organismos, uno receptor y el segun- En la etapa siguiente, podemos distinguir nuestro cuerpo del de
do parásito, ninguno de los cuales puede vivir sin el otro. En el mundo la madre. pero\no nos es posible separar nuestros pensamientos de los
animal, a menudo representa una relación ligeramente distinta, de mu- suyos. Cuando orinamos, nos cambia de ropa. ¿Que sentimos hambre?
tua ayuda. El pájaro que se gana la comida limpiándole al hipopótamo, Ella se da cuenta tan rápidamente como esto se produce, y el alimento
servicialmente, los colmillos, es un socio en simbiosis. En términos llega en seguida. Pero ahora empieza a surgir la ansiedad, cuando la
humanos, el significado vuelve de nuevo a cambiar en cierto sentido. madre no está a nuestro alrededor, la manta no nos cubre del todo, y
La simbiosis más clásica es la del feto en el vientre. Disponemos aquí nadie nos ofrece su pecho, o el biberón. Nuestro poder ha comenzado
de un ejemplo de dos diferentes tipos de simbiosis. a deteriorarse. Ansiosamente, no la perdemos de vista. Si está cerca,
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todo marcha bien. De lo contrario, podríamos morir, incluso. Cuando la madre y una persona desconocida. A la edad de un año y medio
el amor de la madre es firme e ininterrumpido, poco a poco nos ha- (más o menos) el proceso del crecimiento aparte de la madre adquiere
bituamos a desenvolvernos sin que sea precisa su presencia, cada vez cierto ímpetu. Empezamos a separarnos de ella más y más; queremos
por períodos de tiempo progresivamente más dilatados. Acaba de na- separamos. N J S enfrentamos con un mundo bello, excitante. A partir
cer en nosotros la confianza. de la madre existen otras cosas que se pueden tocar, morder, saborear,
En vez de aferrarse a la madre, impulsada por el temor de verse ver. El ser se vuelve más y más consciente.
abandonada, la criatura acepta su alejamiento, convencida de que vol- El fascinante proceso del crecimiento lejos de la madre, al tiempo
verá siempre que la necesite. Entretanto, allí están esos polícromos que se ar quiere la propia personalidad, resulta un hecho crucial entre
juguetes con los que entretenerse... Pero si el temor dicta el pen- los dieci )cho meses y los tres años, período de la vida al cual la doc-
samiento de que la madre puede no volver iamás. de que puede de- tora IVL~garet Mahler ha dado el nombre\de «separación-individuación».3
sentenderse de nuestras necesidades, de cuanto a nosotras atañe, la Al cur.plir los tres años, o los tres años y medio, si somos afortunadas
evolución se detiene. Se esfuma nuestro interés por las deslumbrantes y la madre ha sido cariñosa, emergemos con cierto sentido de nosotras
luces o los juguetes que están a nuestro alcance. El ser ha sido absor- misrras como seres aparte, todavía amados por ella, pero dotados de
bido por el temor. El pequeño sólo acierta a pensar en que la madre unr. vida que nos pertenece, que no es la suya. Todas las horas y más
no debe volver a alejarse de él. Debe evitársenos a toda costa la so- hc.as de atención que nos ha dedicado, el sacrificio de su sueño, de
ledad. Acaban de ser puestos los cimientos de toda una existencia llena s' s horas de vigilia, son ya una parte de nosotras. La memoria se ha
de incertidumbres. desarrollado, y podemos sentir cómo nos sigue su tierno interés, igual
La palabra que corresponde a la siguiente etapa del desarrollo es que un brazo oportuno en el que se apoyaran nuestros hombros.
esta: separación. La criatura, más o menos segura del simbiótico amor «La primera demostración de la social confianza en el bebé — dice
de su madre, comienza a sentir que puede pasar con un poco menos Erik Erikson, en Childhood and Society — es la expresión de sus sen-
de ese amor. Desea aventurarse en un mundo más amplio. Importante saciones, lo profundo del sueño, la relajación de sus intestinos.»4 La
fue para la madre la simbiosis con el hijo, cuando esto era todo lo que criatura ha comenzado a confiar en su madre, a relajarse; no tiene por
el bebé podía comprender; la misma importancia tiene ahora para ella qué mantenerse despierta, ni dormir con un ojo abierto, por decirlo
empezar a soltar a su hijo, permitir que se adentre en su propia vida, así, ante el temor de que su madre se ausente. «Así pues, la primera
de acuerdo con su horario psíquico interior. La larga marcha hacia la realización social del niño — continúa diciendo el doctor Erikson — es
individualidad y la confianza en sí mismo se ha iniciado. su buena disposición a la hora de permitir que la madre se salga de
La simbiosis y los primeros comienzos de la separación no se dan su campo visual, sin mostrar una indebida ansiedad o irritación, a cau-
en forma de un plano largo, liso, de sentido ascendente. Tiene sus sa de que ella se ha transformado en una interior certidumbre...»5
altibajos, desde luego. La ausencia de la madre cuando la deseamos a Esta necesidad de sentir una confianza básica en la vida es esencial
nuestro lado no representará ya el trauma de antes. La madre no tiene para los dos sexos. Pero a causa de la inevitable relación modeladora
que ser perfecta. Simplemente, ha de ser una madre «suficientemente entre madre e hija, nosotras no nos encajamos para siempre en la sen-
buena», para expresarlo con palabras del psicoanalista D. W. Winni- sación de básica confianza que ella nos dio. Tenemos que ver también
cott,1 al objeto de proporcionar a la criatura en desarrollo un senti- con su imagen como mujer, con su sentido de básica confianza, el que
miento de «básica confianza»:2 la gente, las cosas, y el mismo indivi- le dio su madre. Un chico crecerá, y siguiendo el ejemplo de su padre
duo, son más dignos de confianza que de recelo. Todos sabemos cuan dejará un día el hogar, se abrirá paso y fundará una familia. Puede
rápidamente el niño se recupera de este o aquel trastorno emocional, ser que alcance el triunfo o no lo alcance. Gran parte de su éxito de-
si el hecho no se prolonga demasiado y no ocurre con excesiva fre- penderá del básico sentido de confianza que su madre le dio; pero él
cuencia. no se identificará con su madre. Él no basará todas sus relaciones en
En una evolución normal de los acontecimientos, empieza a emer- lo que vivió con ella (a menos que el muchacho sea cierto tipo de
ger una conciencia de sí mismo al cabo de unos tres meses. La criatura homosexual).
demuestra que está reaccionando ante hechos o semblantes concretos: Pero una chica que no logró adquirir dicho sentido, aunque deje
sonríe. A los ocho meses, puede expresar la diferencia existente entre un día la casa de su madre, consiga un empleo, se case y tenga hijos,
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nunca se considerará a gusto por sí sola, controlando su propia exis- que enfocara mi atención sobre él. Sabía que yo estaba pensando en
tencia. Parte de ella se encuentra ansiosamente ligada a la madre. No otras cosas.»
confía en sí misma, ni en los demás. No puede creer que exista otra La simbiosis incompleta, insatisfactoria, o interrumpida, marca a
manera de ser, porque así es como fue su madre. Así son la mayoría una mujer para siempre. Echamos algo de menos en nuestras madres;
de las otras mujeres. Si nuestras madres no son ellas mismas personas estamos desesperadas; nos mantenemos a la defensiva... Y, en conse-
separadas, es inevitable que compartamos su ansiedad y su temor, su cuencia, aprendemos a montar muy pronto nuestra apretada línea de
necesidad de estar en simbiosis con alguien. Si no las vemos involu- defensa, diciéndonos que no debemos esperar mucho del mundo. Ni
cradas en su tarea personal, o gozando de algo por sí mismas, también siquiera en brazos de los que nos aman podemos creer que no van a
nosotras acabaremos por no creer en cualquier realización o placer abandonarnos. Nuestro esposo se queja de que le apremiamos: «¿Qué
nacidos fuera de los límites de una asociación. Denigramos cualquier más quieres de mí?» exclama. No acertamos a darle un nombre, pero
cosa que experimentamos solas. Así decimos: «Resulta más divertido nos consta que hay una distancia... Como madres, nos volvemos ha-
cuando alguien está presente.» La verdad es que nos da miedo ir a cia nuestra hija, nos aferramos a ella: «Telefonea cuando llegues, sea
cualquier sitio solas. ¿No es cierto que son muchas las mujeres adultas cual sea la hora.»
a quienes habéis oído decir en tono de broma: «Todavía no he deci- La vida, para la mujer que de niña no gozó de una proximidad
dido qué voy a ser cuando sea mayor...»? ¿Verdad que son muchas simbiótica suficiente, se transforma en problema de engañosa seguridad
las mujeres que llaman a sus esposos «papá», y que al referirse a su yersus satisfacción. Nos casamos con el primer hombre que nos habla
descendencia hablan de «mi hija», en lugar de Betsy o Jane? de matrimonio, temerosas de que nadie vuelva a hacernos la misma
No separadas emocionalmente de la madre, presas del temor en petición; aceptamos una colocación segura, en lugar de desafiar los ries-
igual medida que ella, repetimos el proceso con nuestra hiia. He aquí gos de una profesión independiente. «Si la niña no ha vivido con su
una desdichada historia, una forma de educar a la mujer que nuestra madre un período simbiótico pleno —manifiesta el doctor Robertie-
sociedad no ha recusado. Esto de aparecer lindas y desvalidas, flexi- llo —, pensará constantemente en el calor que echó de menos. Observa-
bles y adherentes, posesoras de por vida, se convierte en nuestro mé- mos esto en los pequeños, guiándonos por el hecho de que carecen de la
todo de supervivencia y constituye también... la derrota definitiva. energía complementaria (más allá del ansia citada) para explorar el so-
Es importante comprender que no es el simple número de horas nido y el significado de las palabras que pronuncia la madre, o la am-
dedicadas a una hija lo que asegura a ésta las iniciales y satisfactorias plitud del nuevo espacio que ella da al pequeño para arrastrarse. En
sensaciones simbióticas de calor y seguridad que la pequeña necesita. las personas mayores, la simbiosis incompleta es expresada a menudo
Dice el doctor Robertiello: «Es mejor que la niña obtenga una aten- en términos de baja energía. Se encuentran demasiado cansadas para
ción parcial de la madre a que ésta resulte una caricatura como tal, esto, no se interesan por aquello, nunca creen en sí mismas lo suficiente
prefiriendo pasarse todo su tiempo en la oficina o comiendo fuera de para intentar cualquiera de las fascinantes e inéditas salidas que les
casa con los amigos. Una conducta inadecuada, especialmente cuando ofrecen determinados rasgos de su carácter. Pero si son capaces de al-
se utiliza el disfraz del amor, crea los peores problemas.» Algo que canzar la separación a través de la terapia, descubrimos una dramática
dura toda la vida se instaura en la persona que siente que el amor es diferencia. Se da un repentino brote de energía, de creatividad. Vemos
fingido, desvirtuado o, en el mejor de los casos, concedido a disgusto. esto en sus vidas, en su trabajo, en su sexualidad.»
Lo que cuenta es la calidad de la atención que conseguimos de Todos, por otro lado, conocemos personas que, evidentemente, se
nuestra madre. Si de niñas tenemos frío, o hambre, y ella no lo nota; vieron defraudadas desde el punto de vista emocional durante los pri-
si cuando nos mira está pensando en otra cosa, y, por tanto, no vemos meros años de su existencia y que, sin embargo, han saboreado las
iluminarse su rostro con una sonrisa de amor, nos sentimos defrauda- mieles del triunfo de adultas. No se pierde todo al carecer de la tem-
das. Es como una sombra bajo el sol. «Siendo mi hijo pequeño todavía, prana simbiosis. Ahora bien, es improbable — l a mayoría de los psi-
era frecuente que pensara muchas veces en una multitud de cosas. Mi quiatras dirían que imposible — \jue esas personas gocen plenamente
cabeza albergaba numerosas ideas y ambiciones», me explicaba un día de su triunfo o se sientan emocionalmente seguras dentro de lo que el
la doctora Helene Deutsch. «En tales momentos, si mi hijo estaba con- éxito aporta. Estoy hablando de esa gente que suele decir: «He logra-
migo acababa sujetándome la cara por la barbilla con sus manos, para do tener esto o he conseguido realizar aquello, pero en realidad ¿qué
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viene a significar todo ello?» Empobrecidos emocionalmente de niños, de las horas reglamentarias por él, porque sienten simbióticamente que
se ven todavía de la misma manera en medio de su triunfo mundano. su carrera es la de ellas, que forman parte de él. Sin embargo, cuando
los ingresos de éste suben, el dinero no es dividido en dos partes.
La sociedad nos juega una mala pasada al llamarnos el sexo arqp- Dentro del mundo del sexo, como en el de los negocios, el costo de
roso. Este halago se formula para que nos sintamos orgullosas de nues- la simbiosis es muy alto.
tra debilidad, de nuestra incapacidad de ser independientes, de nues-
tra imperativa necesidad de pertenecer a alguien. Se nos ha limitado
_a la necesidad y a la crianza, dejando el amor erótico para los hombres. Para una buena madre supone un fuerte sobresalto ver caer de
Un hombre «enfermo de amor» hace que la gente se sienta incómoda, bruces a su hijo, cuando empieza éste a dar los primeros pasos, pero
porque tal condición le debilita, compromete su virilidad, rebaja su sabe que así es como se aprende a andar. El pequeño se arrastrará
productividad. Pero una mujer que no puede pensar con claridad, que como pueda, intentará incluso subir el peldaño inicial de una escalera,
sueña sobre sus libros de leyes, pierde peso y tropieza con muros de llegando hasta a rechazar a su madre si ésta se decide a intervenir, a
ladrillos, provoca los sentimientos más cálidos en todos. Hombres y causa de que el impulso hacia el desarrollo es muy intenso. Ella teme
mujeres conocen por igual lo bien que sabe sentirse trastornado por por su hijo, pero sabe que debe enseñarle a comportarse con valor.
el amor, pero alguien ha de cuidar de la casa. Puesto que las mujeres Antes de haber salido de casa en dirección al jardín de infancia, los
no han conseguido llegar a ninguna parte, y una mujer pobre obliga chicos han aprendido a rechazar a las niñas que solicitan un beso. La
al hombre a trabajar con más dureza, a fin de poder cubrir las nece- madre ha empezado a enseñar a su hijo que no debe mantenerse afe-
sidades de los dos, el idilio mismo se convierte en combustible del rrado constantemente a ella (y eso que ambos ansian la continua unión).
molino económico. «No lo malcríes», recomienda el esposo. «Dejad que se marche», acon-
seja la cultura. El chico emerge de la simbiosis para internarse en los
Él nos hará el amor a la luz de la luna, en medio de una música
placeres de la separación. El mundo se abre ante él. Gracias a la ex-
de violines, pero al llegar la mañana se duchará, se afeitará, se vestirá
periencia, a la práctica, a la repetición, el joven aprende que se dan
y se irá a su despacho, para dedicarse a sus «reales» intereses. En casi
los accidentes, pero que éstos no siempre son fatales, y descubre que
todas las novelas o películas, el amor es un desastre para la protago-
nista, que acaba por verse privada de su iniciativa, de su valor, o de se sobrevive a los rechazos. El desarrollo de su personalidad continúa.
su sentido del orden, descendiendo hasta el masoquismo y la pérdida En las niñas, por otro lado, prevalece un adiestramiento de signo
de su personalidad. opuesto. El gran y mutilador imperativo es: «Nada Debe Causar el
Las empresas modernas, al utilizar los servicios de un psicólogo Menor Daño a Mi Niña.» Sólo se le permiten aquellas experiencias
para establecer su política de empleo, sacan partido de los temores de que se presenten como envueltas en papel celofán. Cuando una niña,
la mujer. Ésta es ya una norma común. Muy a menudo, ciertas orga- correteando por el patio de la casa, cae y se lastima, su madre no le
nizaciones erróneamente calificadas de «paternales» (quizá porque es- anima a repetir su acción, como haría con su hermano. Abraza a su
tán regidas por hombres), son psicológicamente más bien como unas hija con fuerza y tiembla por las dos, por haberse aventurado por un
madres gigantes, un refugio de simbiosis que nos aguarda: secretarias, sitio peligroso; se muestra ansiosa, temiendo incluso por su vida.
dependientas, jefas de oficinas, ayudantes, mujeres que trabajarán leal- «Sabía que esto había de ocurrirte», le dice, dándole cuenta de algo
mente (forman parte de la «gran familia de la corporación») durante que ella misma ha estado diciéndose toda la vida, implantando en la
veinticinco años, desempeñando trabajos rutinarios, seguros, aburridos, niña la idea de que las mujeres son tiernas, frágiles, y están fácil e
en su condición de víctimas bien dispuestas, son manejadas por un irremediablemente expuestas a ser perjudicadas por los azares de la
personal astuto, el cual sabe que antes nos inclinaremos por los fáciles vida.
gozos que nos pueda proporcionar la Asociación de empleados y el Otros elementos de la relación madre-hija constriñen en la niña
pic-nic anual que monta la empresa, que por el riesgo que entraña cualquier inclinación hacia la aventura: ella quiere besos, pero espera
lanzarnos solas a la lucha (abandonar a la madre) para ver de lograr el rechazo. La madre, con sus habitualmente inconscientes esfuerzos
un salario más elevado. Son millares, millones, las mujeres que no para controlar sentimientos competitivos con su hija, instruye a ésta
dejan jamás a su jefe, quien las «necesita». Tales mujeres trabajan más en el sentido de que no debe esperar demasiado de su padre. «Vete.
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Papá tiene que estudiar unos papeles.» Mamá nos está diciendo que cia hacia su madre para no caerse. Ese impulso que gobierna al bebé,
los hombres no participan de «nuestra» necesidad de amar. presa de pánico al sentirse solo, arrastrándose de repente hacia atrás,
El mensaje, para la niña, está claro: sólo hay una persona que para ver si su madre sigue «allí», si «todo marcha bien», es tan inevi-
nunca la dejará, que siempre dispone de tiempo para ella. Ni siquiera table como la Segunda Ley de Li Termodinámica.
cuando echa de menos sus besos ha de pensar que es debido a una Técnicamente, ésta es denominada «la etapa del acercamiento», pero
falta de amor. Si ella fuese más obediente, si su madre dispusiese de yo prefiero utilizar un término más /familiar, empleado por los psicó-
más tiempo, si, si, si... logos infantiles: «reaprovisionamientp». Habiendo instaurado una base
Olvidamos aquel tropiezo. La promesa de que el amor estará a con mamá, reabastecido, pues, el niño se muestra confiado y listo para
nuestro alcance la próxima vez nos ha seducido. Hermanos, hermanas, aventurarse de nuevo en el exterior. La buena madre comprende aquel
amigos... No se puede confiar en nadie. Sólo la madre se mostrará atemorizado retorno, pero no lo emplea como advertencia de que no
siempre constante. debe volver a partir. Efectivamente, una vez ha visto que el niño está
«Usted podrá apreciar por qué una niña se aferra a su madre por reabastecido, lo anima para que se ponga nuevamente en marcha. La
efecto del temor que le inspira el amenazante mundo exterior —dice madre pegajosa amplía los temores del niño. «¡Ah, pobre hijo! ¡Da
el doctor Robertiello—, pero lo que hay que comprender es que la
tanto miedo lo que hay por ahí! No se te ocurra volver a salir si no
madre no es un ogro, que mantiene a la chica encerrada por causa de
es en mi compañía.»
cualquier rencor. La madre abriga también temores reales, y tiene ne-
cesidades, que parecen quedar conjurados mediante la simbiosis con su La madre de este tipo se mantiene tan apegada a su hija que no es
hija. Con demasiada frecuencia, la madre no se separa nunca de la suya, capaz de saber si la sensación de ansiedad es experimentada por ella o
y cuando la abuela gana en años, y mamá comienza a prever la pérdida por la hija. En definitiva, esto da igual: la chica asimilará el temor de
de esa atadura, pasa el lazo a su hija. Sobre todas las cosas, teme ter- la madre, haciéndolo suyo. El mundo exterior parece presentarse ame-
minar sus días sola, sin tener a su lado nadie que le diga lo que debe nazador, repulsivo. Ya de mayor, hallándose lejos de la casa, se mues-
hacer. Desea ser "una prisionera del amor". tra preocupada a cada paso: la llave del gas ha podido ser dejada abier-
»A consecuencia de este primario e inconsciente lazo de unión con ta; alguien puede haberse puesto enfermo, o quizá esté agonizando. Por
la madre, la esposa-madre nunca dispuso de libertad para ofrecer una encima de todo, a ella no le agrada hacer nada a solas. Necesita sentirse
lealtad de primera clase a ninguna persona nueva, incluyendo al ma- conectada en todo momento, a cualquier coste.
rido. ¡ Oh, sí! Es posible que, de repente, registre un impulso hacia Al final de una velada, en cierta ocasión, escuché una frase, que se
la separación al contraer matrimonio, que se dé en ella un acceso de me quedó grabada en la memoria, de labios de una mujer que solía uti-
sexualidad, durante algún tiempo. Pero demasiado a menudo, nacida ya lizarla a menudo. Había sido una de las danzarinas de Martha Graham,
su hija, vuelve a asentarse en el sentimiento menos excitante (por otro logrando éxitos personales. En la época en que la conocí estaba casada
lado, bien conocido y seguro) vivido con su madre, con la diferencia de y era madre de dos criaturas. «Ésta ha sido una noche grande — ma-
que ahora se vale de la hija. Suprime su independencia, atenúa su se- nifestó alguien—. ¿Por qué no buscamos un sitio donde nos sirvan
xualidad, su intelecto; ya no es una joven mujer, sino una "matrona"; unos huevos fritos con jamón? Después, podríamos saborear un buen
es una madre. Ahora se siente a salvo de peligros para siempre. Ha con- café irlandés.» Mi amiga se mostraba vacilante. «Hemos estado reco-
seguido hacerse con una garantía frente al riesgo de quedarse sola du- rriendo los dominios de Robin Hood —dijo por fin ella, dirigiéndose
rante el resto de su existencia, ya que su hija va a sobreviviría.» a su esposo —. Ahora es momento de que volvamos a la base del ho-
No es de extrañar que las separaciones de madres e hijas en los gar.» Los dos querían irse. Frases infantiles, emociones infantiles. Es-
aeropuertos y estaciones de ferrocarril se adivinen tan cargadas de si- timo que esto constituye una especie de metáfora con respecto a toda
lenciadas culpas. su vida, que se inició con una decisión años atrás, en cuanto a lo profe-
sional, finalizando al renunciar a la danza porque los viajes por carre-
Para explicar la separación, la forma de hacernos con una identidad, tera la ponían «demasiado nerviosa». Su necesidad de «hacer una base»
hemos de volver una vez más a la simbiosis, exactamente igual que el del propio hogar — a fin de no estar separada de alguna idealizada no-
niño que está aprendiendo a mantenerse en pie se vuelve con frecuen- ción de seguridad—, hacíala volver siempre corriendo a aquél, cuando
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la mayor parte de la gente prefería continuar con lo que estuviera ha- La separación, al aumentar más que la necesidad de unos grados de
ciendo. simbiosis inapropiados para el presente estado de desarrollo, no es un
Al explicar cómo el sentido de la aventura de una chica puede ser caso de blanco o negro... Teóricamente, la separación de la madre debe
cortado de raíz, el doctor Robertiello habla de la ansiedad de la madre. quedar terminada a los tres o tres años y medio. «Pero yo creo que el
«Ella es la primera que se siente atemorizada al advertir que está sola, proceso se prolonga durante toda nuestra vida — asegura el doctor Ro-
sin su hija. A continuación, decide que ésta la necesita, o que se halla bertiello —. No he conocido a nadie en quien aquél haya tenido un fin,
en peligro. Echa a correr, en busca de la pequeña. Puede ser que la hombre o mujer. Todos nos hallamos conectados en grado sumo con
niña se encuentre tranquilamente sentada en el patio, jugando con unas nuestras madres, o lo que las sustituya. Estimo que el proceso es espe-
margaritas. ¡Ah! Pero allí está su madre, alarmada, preocupada, llamán- cialmente agudo con las mujeres porque en la chica persiste constante-
dola para que entre de nuevo en la casa. La madre se enfrenta otra vez mente una imagen de su madre, de la cual nunca escapa.» Malsana: he
con la hija antes de que ésta experimente la necesidad de regresar, de aquí la palabra con que hemos de calificar la simbiosis entre madre e
"reabastecerse". Por ello, la chica empieza a albergar una idea especial: hija, después de los tres años. Sí, por vital que resulte en los primeros
incluso cuando una se halla tan bien, pasándolo a gusto, algo puede años de la vida, estamos ante una salida difícil, porque nuestra cultura
ser que esté marchando mal en casa.» confunde la simbiosis con el amor; pero, habiendo crecido, la simbiosis
Sin embargo, hay que señalar que toda acción da lugar a una reac- y el amor real se excluyen mutuamente. El amor implica una separación.
ción igual y opuesta. Entre los catorce y los dieciocho meses, y hasta «Te quiero» sólo puede tener significado en el caso de que haya un «yo»
el tercer año, más o menos, el chico comienza a experimentar una resis- para amarte «a ti».
tencia ante las demandas de la madre. Tal intento de afirmación propia En una relación simbiótica, no existe un interés real por la otra
se halla marcado por el casi constante uso de la palabra NO. persona. Se da únicamente una necesidad, un anhelo de conexión, por
He aquí una importante experiencia para el niño, que diferencia destructiva que ésta pueda ser. Se considera el matrimonio muchas veces
lo que él quiere hacer — aun en el caso de que no haya tomado una como la liberación de la hija con respecto al lazo simbótico de unión con
resolución — de lo que la madre desea que haga. «Nosotros queremos su madre. De hecho puede tratarse de un mero traspaso de ese lazo al
ir ahora al parque, ¿verdad?», inquiere la madre, utilizando el pronom- esposo. Ahora él debe apoyarla, darle vida, hacer que se sienta a gusto
bre simbiótico tan imperiosamente como una reina. «No —contesta la consigo misma. A menos que nos hayamos separado de la madre mucho
criatura, afirmándose con un primer paso hacia la individualidad y la tiempo antes del matrimonio, resulta casi imposible establecer una sana
separación—. Yo no.» Todos los que le oyen aplauden, hasta la ma- relación con un hombre.
dre. «¡Es ya un hombre en pequeño! Sabe lo que desea; igual que su Opino que la mejor definición que se ha dado del amor es la debida
padre.» A las chicas se les da el tratamiento opuesto. al psicoanalista Harry Stack Sullivan: amar a una persona significa que
Dice el psiquiatra infantil Sirgay Sanger: «Los chicos lo pasan me- uno se preocupa por su seguridad y su satisfacción en igual medida que
jor en este período de la vida porque la madre piensa: "Bueno, la ver- de las propias. Considero ésta una definición realista: nadie puede amar
dad es que yo sé bien poco acerca de las cosas de los chicos. Es prefe- a otro ser más que a sí mismo. La madre verdaderamente amante es
rible que le deje desenvolverse solo." Existe también una predisposición aquella que cifra sus intereses personales y su felicidad en ver a su hija
cultural contra las madres que mantienen a los hijos sujetos a ellas. como persona, no como una posesión. Es un proceso de generosidad y
Pero, ¡y si se trata de una chica? Bueno, de chicas sí que entiende la amor, hasta tal punto que ella renuncia a su complacencia y seguridad
madre; lo sabe todo. Es una experta, en tal sentido. Por ello, concede para contribuir mejor al desarrollo de su hija. Si obra así sinceramente,
a su hija menos libertad, le resta algunas de las oportunidades que se termina consiguiendo la Póliza del Seguro del Amor. La madre dispon-
le deparan para desarrollarse. Se lanza como una apisonadora sobre la drá en el futuro, para siempre, de alguien que se preocupe de ella...
individualidad de su hija. Y dirá a la pequeña, por ejemplo: "Vamo- Entonces no se dará el caso del amor resentido y culpable. Entonces
nos. A ti te ha gustado siempre ir de compras conmigo. Es lo que sólo habrá una hija que da su amor espontáneamente.
ahora vamos a hacer las dos." Inmediatamente, la chica se vuelve me- «;Un auténtico amor madre-hija? —inquirió la psiquiatra Mió
nos asertiva, perdiendo buena parte de su iniciativa. Esto comienza en- Fredland cuando me entrevisté con ella por vez primera, en abril de
tre el primero y segundo año de la vida.» 1974 —. Pienso que esto implica un reconocimiento por parte de cada
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una de la separación de la otra, y un mutuo respeto. En el caso de la También sugeriré otra causa de que sean tan difíciles de contestar: la
hija, ha de amar a su madre en primer lugar, para poder amarse a sí mis- de que sean expuestas como propuestas moralistas. Estamos formulando
ma como mujer; este amor se presentará de nuevo cuando sea más erróneamente las preguntas. Aquí, la pregunta real que debe plantearse
madura. Pero ella debe primero "admitir" a la buena madre mientras es la siguiente: «¿Nos hemos amado las dos en los primeros años, y
sea una niña; más tarde emergerá de la infancia como una persona separado posteriormente, de manera que nos hayamos proporcionado
aparte. mutuamente espacio suficiente, aire suficiente, libertad suficiente para
»¿Qué es lo que yo pienso acerca de mi hija? Para mí, es un don continuar amándonos?»
del cielo. Siempre la estuve esperando. Efectivamente, cuando me ha- ¿A qué se deben en verdad esas llamadas telefónicas a la madre?
llaba embarazada soñaba con ella, y es exactamente la criatura que vi ¿Están inspiradas por un amor real, £.por la necesidad de mantener la
en mis sueños. Deseaba tener una hija por muchas razones. Una de simbiosis? Si al llamarla nos sentimos felices, espontáneamente, porque
ellas era mi deseo de establecer con mi hija una relación completa, que el intercambio nos produce cierta elevación de nuestra moral, podemos
me compensara de todo lo que eché de menos en la relación con mi ma- pensar en un impulso realmente amoroso. Si nos dirigimos hacia el te-
dre. En realidad mi madre no participó en ello. Me amaba, ciertamen- léfono — aunque sea a diario — con una penosa sensación de coacción
te, e hizo cuanto estaba a su alcance para ser una buena madre. Ahora y deber, movidas por una ansiosa necesidad que tales llamadas no satis-
bien, eran muchas las cosas que le inspiraban temor. Mi hija responde facen, si nos separamos del aparato llorosas, puestas a la defensiva, o
exactamente a la criatura que siempre deseé tener.» sintiéndonos culpables, no hay por qué pensar, aunque nuestra sociedad
Es interesante observar cómo los sentimientos de la doctora Fred- crea lo contrario, que tal relación madre-hija se encuentra informada
land acerca de su hija habían cambiado por la época en que volví a en- por el amor (como no sea que se guíe uno tan sólo por la elevada
trevistarme con ella, un año más tarde, en abril de 1975: suma a que asciende el recibo de la compañía telefónica).
«¿Cómo evito ver a mi hija como una prolongación narcisista? Mi Al buscar argumentos para comprobar si nos hallamos todavía exce-
formación me ayuda a verla objetivamente, desde luego, pero también sivamente ligadas a la madre, hemos de fijar la atención en nuestras
creo que mi actitud ha cambiado desde la última vez que hablamos, el relaciones con los hombres, con las otras mujeres, y en nuestra forma
año pasado. Al crecer, al adquirir más personalidad, me siento más de abordar el trabajo. La necesidad de ligarnos a alguien, el temor a su-
despegada de ella, lo cual no significa que la ame menos... Es que la frir cualquier tropiezo, la incapacidad con vistas al avance y/o la com-
amo de otra manera distinta. La veo completamente separada de mí. petición, no son esquemas de comportamiento adquiridos después de
Aprecio qué dones posee, qué es aquello que más le interesa, cuáles son haber estado en dicho plano y dejado atrás el hogar. Son normas de
sus defectos. Cuando se permite a la hija que se despegue de una, ella acción y reacción asimiladas en casa, durante nuestros años de forma-
acabará por ampliar los límites, revelará hasta qué punto insiste bus- ción con la madre.
cando su espacio vital.»
Me agradan estas manifestaciones de Mió Fredland. Sus palabras Sé de mujeres que fueron amadas por sus madres por sí mismas v
muestran la existencia de una evolución positiva en la relación amorosa que luego les permitieron que se alejaran de ellas. Su característica es
madre-hija. Los primeros comentarios de la doctora Fredland fueron la consistencia de su conducta; esas personas no se comportan como los
formulados en la época en que todavía tenía a su hija como una especie camaleones, no cambian constantemente de opinión bajo la influencia
de prolongación narcisista de su persona. Un año después, la atención de una nueva personalidad o situación que les sale al paso. Cuando ha-
de la madre se aparta de lo externo para concentrarse en su hija, en el blan con sus madres lo hacen en plan de mujeres ya hechas, y no con
proceso de su separación y crecimiento. cierto tono infantil, ni recurren a expresiones quejumbrosas, ni a res-
puestas evasivas. Si se les pregunta lo que piensan, facilitan una res-
Casi siempre resulta demasiado difícil estudiar qué es lo que real- puesta sin rodeos, directa. No temen que la otra persona se enoje ante
mente vemos en nuestra madre, a causa de que la distancia que nos se- su candor. Enfrentadas con una difícil situación emocional, es posible
para de ella es muy corta. ¿Es una «mala madre»? ¿Somos nosotras que no sean capaces de resolverla inmediatamente, pero su primer im-
«malas hijas»? Estas dos proposiciones aparecen tan cargadas emocio- pulso nunca será intentar averiguar qué respuesta esperan los otros re-
nalmente, son tan crudas, que nos es imposible responder razonando. cibir. Lo que hacen es preguntarse: «¿Qué es lo que yo quiero?», o
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bien, «¿Qué siento acerca de esto?» Actúan con plena certidumbre en de su evolución. El narcisismo secundario se halla marcado por la repe-
todo lo que les atañe. tición ansiosa; puesto que es un sustitutivo imperfecto, no podemos de-
Por otro lado, quienes no están seguras de sí mismas acaban con- jar que cese. Lo paradójico del caso es que se encuentran afectadas por
virtiendo en realidad sus temores. Una mujer me dice: «Desde el co- él las mujeres llamadas corrientemente vanidosas, debido a que suelen
mienzo supe que aquello no podía durar. ¿Sabe lo que él me dijo no estar alabándose a sí mismas continuamente, sin cesar en su intento de
hace mucho, al separarse de mí? "Estoy aburrido, cansado de que estés probar a atraer la atención de los demás o de ganarse cumplidos.
preguntándome constantemente si te quiero, para mostrarte incrédula Constituyen un espléndido ejemplo — sólo que a la inversa — de
cuando te doy una respuesta afirmativa."» Frecuentemente, la inseguri- que no es la admiración excesiva, sino la escasa, lo que «echa a perder»
dad se enmascara con un sentimiento opuesto. No nos sorprende que, a los niños. Todos los elogios del mundo no pueden ya serles de utili-
por ejemplo, el macho semental se sienta a veces asaltado por las dudas dad, no les nutren, pues ha quedado atrás la época apropiada. Los cum-
acerca de su virilidad. De la misma forma, las mujeres son acusadas de plidos pasan raudos, vuelan. Como si hubieran sido forjados para al-
ser vanidosas, de ser sorprendidas en actitudes que denotan su auto- guien que fuera en pos de ellos.
admiración. La verdad es que no poseemos la menor certeza sobre nues- Normalmente, es fácil para la madre dar satisfacción a nuestras ne-
tra apariencia exterior. cesidades narcisistas en la primera etapa, a raíz de nuestro nacimiento.
Tengo una amiga, de bella figura, que se queja constantemente de En los iniciales períodos de la simbiosis, estamos tan unidas a ella, nos
poseer unas caderas «enormes». Asegura que soy una mujer de suerte, sentimos tan poco diferenciadas de ella, que amarnos a nosotras es como
por no tener que preocuparme de tales cosas. Ella tiene mi talla. Final- si se amara a sí misma. Pero a medida que nos apartamos de la madre,
mente, le pregunto cuánto mide de caderas. Le indico que las mías tie- se requiere por su parte un tipo de amor informado, maduro, generoso,
nen cinco centímetros más que las suyas. «¡No puede ser!» —excla- para que acepte la idea de que las necesidades de su bebé no son siem-
ma—. Tienes un cuerpo muy esbelto. ¡No es posible que tengas unas pre las suyas. La madre ha de evolucionar también, facilitando a la hija
caderas más grandes que las mías!» Rechazamos hoy los hechos porque espacio para corresponder a sus deseos, aun en el caso de que éstos se
la imagen fue implantada en una época que ya no recordamos, por al- encuentren en conflicto con los suyos, por efecto del enojo o la decep-
guien que lo sabía todo. No nos pasamos tantas horas delante del es- ción. En los primeros pasos de las instrucciones referentes al aseo, la
pejo porque nos impulse a ello la vanidad, porque estemos enamoradas pequeña puede sentirse orgullosa de sus logros, ofreciendo éstos a su
de nosotras mismas. Nos lleva a ello la ansiedad. Algo marcha mal en madre, como símbolo de amor. Si esto no se aviene con la imagen que
nuestro narcisismo básico. se había forjado de nosotras, empeñándose en vernos siempre cubiertas
Hasta hace poco, el narcisismo era considerado una especie de pa- de rosadas cintas, pueden surgir serias complicaciones. Ella debe mante-
tológica evolución, una fea palabra tanto para el psiquiatra como para nernos a suficiente distancia, para que podamos evolucionar a nuestro
la gente en general. Freud lo consideró como una regresión, una desa- paso, no al suyo. Ha de amarnos por lo que hacemos y necesitamos, no
parición del interés suscitado por las otras personas y la realidad, una sólo cuando coincidimos con su fantasiosa imagen de la criatura per-
mórbida concentración de la libido (energía) en el propio ser. Actual- fecta.
mente establecemos una concreta distinción entre este defectuoso sen- «La primera vez que vi a mi hija recién nacida —dice la doctora
tido del propio yo, que es denominado «narcisismo secundario», y el Leah Schaefer — me pareció una criatura inmensa, edémica, ahogada en
sano narcisismo primario.6 carnes. "Santo Dios — pensé —, no permitas que mi hija sea una de
El narcisismo secundario es de tipo patológico porque intenta llenar esas niñas gordas que se ven por ahí."» De repente me asaltó una fan-
el vacío en la saludable imagen propia con una intensa preocupación tasía, viéndome como una madre muy compuesta, muy chic, del Ladies'
por el yo. Este puede ser expresado con un enfoque excesivo en aparien- Home Journal, arrastrando a una niña de ocho años de edad al interior
cia, o mediante síntomas físicos y emocionales (hipocondría). Una per- de Best & Company, esperando contra toda esperanza que sería capaz
sona así trata de compensar la falta de atención de que fue objeto en de dar con algo para cubrir dignamente todas aquellas grasas. Al tercer
la infancia, muy especialmente durante el primer año de su vida. Re- día, mientras me peinaba delante de un espejo, se me ocurrió esta idea:
curre para ello a la misma clase de exagerada atención que necesitó en es posible que a ella no le agrade tener una madre de más edad que las
otro tiempo de su madre, pero de la que no disfrutó en aquella etapa madres de sus amigas. Quizá desee tener una madre de ésas de parque
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en vez de una que sea una profesional. ¡Tal vez no sea como yo! De- dado a luz un bebé tan maravilloso. Nosotras alimentamos su narcisismo,
cirme esto vino a ser un acto de liberación para ella, el más eficaz en y ella alimenta el nuestro. Estamos en la cumbre de la simbiosis; el
que hubiera podido pensar. No había tenido más que caer en la cuenta narcisismo primario funciona como ha de ser. Está naciendo nuestro yo.
de que existía la posibilidad de que la niña no fuera la hija de mis Todo esto es harina para el molino de la identidad. De tal experien-
sueños. No tenía, pues, que esperar mi aprobación tampoco. Fue ésta cia saldrá una persona que va a poseer una buena imagen de sí misma.
una extraordinaria experiencia, fundamental en todos los aspectos para Saldrá alguien que será capaz de entrar en cualquier sala o habitación
nuestras relaciones.» sin dar muestras de timidez, que creerá que gusta a los demás, que
¿Qué madre no ha soñado con ver a su hija como una criatura ideal? aceptará los elogios suscitados por su trabajo como algo que le es de-
El amor que la madre siente por sí misma es la primera causa del otro, bido, que se sonreirá con complacencia al verse reflejada agradablemente
simbiótico, que le inspiramos. Los dos andan juntos, entrelazados. Ella en los ojos del prójimo, igual que se devuelve una sonrisa frente al es-
comienza a amarnos porque nosotras somos su propio cuerpo y espí- pejo. Cuando un hombre le diga «Te amo», ella se sentirá complacida
ritu hecho carne: una narcisista prolongación de sí misma. Nosotras y no atenazada por la incredulidad y el temor.
representamos todo lo que ella pretendía obtener de la vida. ¿Corresponde esta descripción a tu persona, lectora, o a las muje-
«Pero el sueño no dura más que unos pocos meses —dice el doc- res que tú conoces? ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que se ha desviado,
tor Sanger —. La pequeña no puede dar a la madre lo que ésta quiere, incluso cuando la vida comienza con la sólida satisfacción del narcisismo
esto es, que convierta sus sueños en realidad, la cual se impone rápida- primario? ;Por qué no continuamos buscándolo más tarde en la vida,
mente. La niña hace saber a la madre que no va a cumplimentar todas o, si es que hemos insistido, no nos es posible saborearlo, ni sacar nin-
sus fantasías. Tiene cólicos, llora, vomita... La criatura informa a la gún elemento nutritivo de él, que sirva para alimentar nuestro amor
madre que posee una vida propia.» Se trata de la primera sugerencia propio?
de la idea de separación; algunas madres se sienten disgustadas al ob- «Hace cinco años — dice el doctor Robertiello — desconocíamos
servar unos indicios del esfuerzo que realiza el yo de la hija para nacer. todo lo relativo al narcisismo. Ahora sabemos que el sano narcisismo
Se sienten dolidas o decepcionadas. Se esfuma la actitud de adoración. constituye un factor normal y necesario dentro del proceso del desarro-
Cuando la chica mira al rostro de su madre, ya no se ve como antes, llo. Actualmente nos esforzamos en poner a la gente en contacto con
igual que si reflejara su cara en un espejo dulce y cariñoso; la pequeña sus necesidades. Por ejemplo, en la terapia de grupo, se hace que al-
ha dejado de ser, además, «la chiquilla más linda del mundo». «El gesto guien, de pie, a la vista de todos, pronuncie unas palabras acerca de sí
de adoración de la madre se interrumpe — prosigue diciendo el doctor mismo, exactamente igual que si acabara de morir y tuviera que hacer
Sanger — porque nota que la pequeña no le responde como ella desea- un discurso necrológico. Incluso con el permiso explícito —hasta una
ría. Y toma esto como una acusación. Cree saber perfectamente, por- orden — de decir algo agradable de uno mismo, hacer esto supone una
que ciertas ideas se hallan muy arraigadas en ella, y las acepta reveren- de las cosas más difíciles de hacer para cualquier persona. Antes pre-
temente, cómo ha de ser su hija con ella, y no se encuentra satisfecha. ferirían verse en paños menores.
Muy simplemente, una vez más la madre se aparta. La incapacidad de »La causa de que algunos se sientan alterados ante la perspectiva
ésta para permitir que su niña disponga de una vida auténtica y sepa- de buscar alabanza ajena, de procurarse un juicio agradable formulado
rada ha cortado la comunicación entre las dos desde el principio.» por los demás, radica en que de niños no lograron disfrutar de sufi-
El sano narcisismo primario tiene sus raíces en la infancia. La voz ciente adulación por parte de sus madres. Esta clase de madres son
de la madre es la primera voz «objetiva» que percibimos; su cara es habitualmente las que censuran con energía el orgullo o el engreimiento.
nuestro primer espejo. De recién nacidas, todas las cosas maravillosas En consecuencia, cuando la criatura, de una manera sana, normal, lleva
que se dicen de nosotras le parecen pocas. Absorbe literalmente los elo- a cabo algún intento para justificar su orgullo ante ella, la madre no
gios de parientes y amigos, quienes aluden incansablemente a nuestra solamente se lo niega, sino que además la humilla por haber hecho gala
belleza, nuestro volumen, nuestra sorprendente agilidad, en intermina- de él. Con el tiempo, estos niños se convierten en seres que, o no pue-
bles cuchicheos. Ella se apresura a transferirnos estos homenajes. En den buscar el elogio, o son incapaces de creer en él cuando lo tienen.
esta etapa está tan ligada a nosotros que no sabe dónde terminan los Actualmente estamos intentando que las personas superen el trauma de
elogios para nosotras y comienza la admiración de los demás por haber sentirse avergonzadas de sus necesidades. Por el contrario, las anima-
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LA HORA DE LA PROXIMIDAD 69
mos a que salgan de su círculo, a que den con gente que les procure
el aplauso que necesitan, todo de una forma muy abierta y directa.» sotras imperfecciones cuya existencia no sospechamos, y que los desco-
He aquí aleo que en el seno de la familia ocurre muchas veces: una nocidos pueden detectar en cualquier momento. Nos ruborizamos ante
madre a la que nunca le han parecido suficientes los elogios prodigados s nuestra estupidez, al juzgarnos tan dignas de ser adoradas!
su pequeña, empieza a decir, de pronto, a los amigos y admiradores de La vergüenza que siente nuestra madre por nosotras es la expresión
su hija, al cumplir ésta los tres o los cuatro años: «Bueno, ya está bien. de su esfuerzo para protegernos. Captando su ansiedad, rechazamos la
Ya la alaba bastante su padre. No queremos que nuestra hija acabe sonrisa de la persona desconocida — l a aprobación del mundo exte-
siendo una engreída.» La satisfacción narcisista primaria se interrumpe. rior —, y nos volvemos hacia ella. Se refuerza la mutua falta de separa-
Lo que ha sucedido aquí, al rechazar la madre los elogios y empezar ción. Aquello precisamente — l a admiración y los elogios de los de-
a hacer que la chica sea consciente del que debe ganárselos — e incapaz más — que nos daría el valor para evolucionar en lo que hemos de ser,
de aceptarlos cuando los merezca—, es que la madre ha comenzado a para fijar una clara línea entre las actividades que pueden turbar a
proyectar sobre la pequeña su propio temor de parecer irracionalmente nuestra madre, pero que ejercen un efecto totalmente distinto y positivo
engreída. Ahora que ya no somos criaturas —mudos, pasivos, adora- sobre nosotras, ha quedado eliminado.
bles y pequeños receptáculos para la admiración—, y nos hemos con- Resulta vano dedicar a una criatura elogios, amor o adoración, jus-
vertido en personas activas, la madre se identifica con nosotras. Ella tamente cuando se empieza a producir el proceso de separación. Si mi
sabe lo que sentiría de escuchar esa extravagante alabanza. La madre se madre no me deja ir si no me deja ser yo misma, si ella y yo continua-
proyecta en nuestras mentes porque no se ha separado, aportando con mos unidas en simbiosi's^de nada van a servir todas las alabanzas del
ella su dañado narcisismo, su incapacidad de creer en los cumplidos, su mundo, porque en ninguna de ellas estoy yo. No hay ninguna imagen
temor de que si deja de pensar pueden tornarse ciertos por un momento, propia. Sólo estaremos ahí «nosotras», y cualquier cosa buena que se
su temor de ser poseída por la soberbia. Cuando éramos niñas, ella diga acerca de mí por el simple hecho de ser yo una prolongación de
participaba de las palabras de admiración que se nos prodigaban. Aho- su voluntad hará que me sienta incómoda. Ello indica que soy digna
ra, de mayores —cuando somos su imagen— proyecta su vergüenza de ser ensalzada únicamente como parte de ella; por mí misma, apenas
sobre nosotras. He aquí la forma en que su propia madre comenzó a existo.
minarle su propio y sano narcisismo, haciéndola sentirse turbada por ¿A cuántas madres habéis oído decir, dirigiéndose a sus hijas (de
ello. Ahora lo está haciendo con nosotras. cualquier edad): «¡Tienes un aspecto maravilloso!... sin embargo, de-
berías ponerte un poco más de sombra en los párpados.»? ¿Cuándo fue
Ésa es la esencia de la cadena de amor propio y abnegación que ata
la última vez que vuestra madre os dijo: «¡ Eso lo has hecho perfecta-
a las mujeres a través de las generaciones: a menos que la madre pueda
mente, querida!», con la absoluta certeza de una persona que manifiesta
conceder a la hija su propia identidad, a menos que se separe, aquélla
su admiración por otra?
no será capaz de contener su ansiedad ante los cumplidos vertidos sobre
Dice el doctor Sanger: «Casi desde el nacimiento, vemos que las
la pequeña. Seguramente habréis estado en alguna reunión donde en
madres reprochan a sus hijas que no son todo lo buenas que sería de
determinado momento una amiga carente de aptitudes se haya puesto
desear. La madre no se inquieta tanto con su hijo. En cambio, está
a cantar. ¿No os sentisteis turbadas por ella? Descubríais su ansia de
constantemente\aiustando. fijando e intentando perfeccionar a su hija,
atención y aprobación; sentíais en vosotras, por anticipado, la humilla-
la pequeña mujer, imagen de sí misma, de la misma forma que se afana
ción que la amiga sufriría si no lograba los elogios buscados. En esta
con su nunca perfecta apariencia. No puede mantener sus inoportunas
experiencia os identificabais con ella. Una madre siente esto con mucha
manos apartadas de la niña. Es como si la viéramos inclinarse sobre la
mayor intensidad ante su hija, cuando la pequeña, con la ingenua con-
cuna, diciendo: "Pongamos ahora este pequeño mechón de pelos en
fianza e inocencia de los niños, echa a correr hacia un desconocido,
su sitio." Con el tiempo, la hija advierte que esta clase de atenciones
buscando una sonrisa como recompensa. Entonces, la madre se rubo-
son un golpe. Ella pensaba que su aspecto era correcto, pero nada más
riza, turbada, y hace que la niña se aparte de su objetivo.
poner la madre los ojos en ella, se da cuenta de que no es así.»
La semilla ha sido plantada: si no aprendemos a rechazar esos cum- Con el tiempo, también, la hija puede aprender a ocultar su persona
plidos por nosotras mismas, ya no seremos unas niñas buenas. Seremos ante los oíos atentos de la madre, o sus molestas manos. Es posible
unas malas hijas, distintas de nuestra madre. Ésta debe advertir en no- que se separe de ella tanto, que no pueda alcanzarla. Y puede ser, asi-
LA HORA DE LA PROXIMIDAD 71
70 MI MADRE, YO MISMA
por todo lo que a mí me afecta, por cuanto hago. Nos escribimos con
mismo, que quede atada a ella con una relación oscura, semidependiente, frecuencia, charlamos y nos visitamos a menudo, y cuando tengo nece-
semialejada, buscando y esperando el amor sin condiciones prometido sidad de hablar con alguien sé que puedo contar con ella... Sin embar-
por la madre, pero nunca sentido. De una manera u otra, la madre que co ¿por qué echo de menos algo especial en mi vida?» Las hijas que
nunca nos dio su total aprobación nos ata a ella para siempre. Conti-
l^n intentado hacer realidad los sueños maternos acaban con la perso-
nuamos intentando ganarnos su aprecio porque jamás renunciamos a
nalidad disminuida. El triunfo, la belleza, el matrimonio, y la riqueza,
la infantil creencia de que, por una vez, si obramos bien, ella nos admi-
por ejemplo, no son cosas vividas intensamente, a causa de que la
rará de ese modo total, absoluto, que siempre ansiamos.
hija ha sido siempre una prolongación de su madre y no una persona
Pero la madre no puede obrar así. Puesto que no se siente sepa-
con identidad propia.
rada de nosotras, todos nuestros fallos, incluso los más leves, son suyos.
Cuando algo ha marchado mal, dice: «¿Cómo has podido hacerme eso? En una medida u otra, la anterior descripción puede aplicarse a
¿Qué dirán nuestros vecinos?» Nuestros deseos, sentimientos y accio- rasi todas nosotras. Avanzamos por la vida formulándonos preguntas
nes — ni siquiera nuestros fallos — no nos pertenecen. después de producidos los hechos: «¿Por qué no me decidí a amar a
Cuando una madre se considera falta de atractivos o fracasada en aquel chico formidable?» «¿Por qué no aproveché aquella oportuni-
la vida, fácilmente puede llegar a proyectar tales sentimientos negativos dad?» «¿Por qué no emprendí aquella emocionante aventura?» Nos
en su hija, llegando a hacer pensar a ésta que también es una desdicha negamos todas esas cosas porque nuestra madre las habría rechazado.
como persona. Es posible que adopte una actitud competitiva con la Anulamos las realizaciones personales, las decisiones denotadoras de
hija, o que la empuje a ser la maravillosa mujer que a ella le hubiera nuestra individualidad, a tenor de lo que ella habría hecho. Haber lle-
gustado ser. Las combinaciones y permutaciones pueden ser infinitas: vado a cabo aquellas cosas, a su pesar, es algo que hubiera reforzado
son dos personas con dos juegos de historias físicas, intelectuales, emo- nuestra separación.
cionales v temperamentales, constantemente entremezclándose. Una ma- «La causa de la mayor parte de las reprobaciones clasificadas como
dre puede decir acerca de un joven: «Mi hijo, el doctor.» Quizá a él "femeninas" arranca habitualmente del nacimiento», dice el doctor San-
esto le enoje, pero no constituye una extensión de la madre. Los psi- ger, al citar unos estudios sobre madre/hijo que se realizan actualmen-
quiatras llaman a esto «uso del chico». La madre utiliza al joven como te en el St. Luke's Hospital, de Nueva York. «La sutil privación de
si se tratara de un adorno. demostraciones físicas de afecto que las niñas pequeñas reciben de sus
Una mujer de veintiocho años me dice: «Inmediatamente después madres hace que las mujeres sean más vulnerables al temor de perder y
de dar a luz, el médico levantó ante mí a la criatura, y yo empecé a finalmente a la pérdida de una unión; desde un principio no han estado
dar gritos. Pensé haber visto un pene. Luego, gracias a Dios, me di seguras de ello. Es lo que hace que ciertas mujeres se aferren incluso
cuenta de que era una niña.» ¿Os puede hacer concebir grandes espe- a hombres que las tratan mal; se muestran posesivas y luchan por las
ranzas sobre el futuro de la niña una madre que ha deseado con tanta migajas de amor que pueden conseguir.
intensidad dar a luz una hembra? A mí, una cosa así me inspira pre- »Esta privación que sufren las niñas pequeñas se inicia muy pronto.
ocupación. La madre que ansia con tanto ardor tener una hija espera y no es preciso que exista un prejuicio consciente por parte de la ma-
tanto de ella que lo más probable es que la chica nunca pueda estar dre. Cuando un niño hace algo que denota su listeza o aptitud para
a la altura anhelada. Jamás se apartará de la madre, para quien cons-
salir airoso, será recompensado por la madre con una cariñosa palmadi-
tituye un factor que le proporciona placer y bienestar. Mientras siga
ta, con un contacto, con una expresión física de aprobación que él
siendo la pequeña de su madre, no cesarán los elogios que se le dedican.
apreciará perfectamente. Sin embargo, si una niña lleva a cabo la mis-
Si intenta evolucionar y alejarse, la actitud de aprobación, ambiente
ma acción, observamos que lo más corriente es que se vea recompen-
vital, desaparecerá. La satisfacción narcisista sin separación es una tram-
pa- La alabanza por una misma, sin más, es grata. La que sirve para sada tan sólo con una sonrisa o esbozo de sonrisa por parte de la ma-
generar la complacencia en otra persona no cuenta para nosotras, ya dre, o con unas palabras en forma de cumplido. Ninguno de los dos,
que no somos apreciadas por nosotras mismas. ni el chico ni la chica, son capaces, desde luego, de establecer una
Las hijas con madres como ésas conocen luego algo paradójico: «Mi comparación: ambos reconocerán que el gesto de su madre ha sido de
madre me ama; me lo ha dado todo. Se interesa por mí; se interesa aprobación, de aceptación. Pero gracias a la clara sensación de aproba-
ción física que ha percibido en la madre, el chico, inconscientemente
72 MI MADRE, YO MISMA »l LA HORA DE LA PROXIMIDAD 73

— incluso antes de que sepa hablar —, comienza a crear su cuenta ban- meses (más o menos), resulta destructivo, habitualmente, intentar dar
caria de auto-aceptación para toda la vida. De la chica hay que decir con algo que compense la falta de proximidad que debía haber existido
que la ausencia de algo que supone relación física — l a más directa desde el nacimiento. He aquí lo que nos dice una mujer de treinta y
comunicación de seguridad y aprobación que una madre puede ofrecer siete años de edad al recordar lo sucedido cuando su madre quiso darle
al hijo— significa que no quedará muy cerca del hermano en cuanto todavía de pequeña todo el cariño que realmente ella necesitaba en la
a autonomía y amor propio.» cuna:
El doctor Sanger termina diciendo: «Con el tiempo, la niña puede «Tengo una foto en la que aparezco con las ropas del bautizo, sos-
llegar a creer que la madre no la mima o acaricia todo lo que ella quie- tenida por dos enormes doncellas. Años después pregunté a mi madre
re porque no es suficientemente buena, porque no ha sabido hacerse por qué no había salido en la fotografía. " ¡ O h ! — m e respondió—.
estimar. Con frecuencia, lo que hace que las cosas marchen peor es el Tuve que ausentarme, para ver unas antigüedades." Antes de cumplir
hecho de que los contactos que tiene con la madre — el acicalamiento los tres años fui enviada a un jardín de infancia. Recuerdo que no me
corriente, el arreglo o ajuste de vestidos, todo ello origina mucho ma- gustaba, pero mi madre me explicó que acabé saliendo de casa con una
noseo — son de tipo negativo. Así es como la niña ahonda en la idea botella bajo el brazo y varios pañales de reserva bajo el otro, y que
de que algo hay en ella que no marcha bien, de que no actúa de la luego, alzando la botella, saludé y me marché. Ella pensaba que aque-
manera conveniente, de que algo falla.» llo era una actitud maravillosa. Posteriormente murió mi hermana — yo
Aunque los estudios del doctor Sanger se hallan documentados con contaba cinco años; ella era menor—, y este hecho lo cambió todo.
pruebas filmadas, con objetiva evidencia, la mayor parte de las madres Mi madre se volvió terriblemente posesiva. Desde luego, correspondí a
con quienes he hablado de estos hallazgos niegan que sus intercambiojs aquel amor que me ofrecía — yo era una criatura de cinco años, nece-
físicos con sus hijas sean distintos de los tenidos con los hiios. La sitada de afecto —, pero esto había de perjudicarme durante años. Pue-
idea es profundamente discutible. Una mujer sonreirá con ternura de ser que me sintiera insegura, pero yo estaba prevenida para hacer
cuando se le diga algo que se ha dicho siempre: que se inclina por los frente a tal situación. Al abordarme mi madre con su sofocante amor,
chicos, en tanto que el padre prefiere las hijas. Ahora bien, si a tal se disipó toda la seguridad que había sabido conquistar por mí misma.
afirmación — una verdad, en general — se le da un carácter muy par- Recuerdo que mis temores e inseguridades comenzaron realmente alre-
ticular, asegurando a la misma mujer que en un momento dado, por dedor de esa edad. Yo hubiera podido avanzar mejor por la vida de
ejemplo, besó más veces y abrazó con más fuerza al hijo que a la hija, haber ella continuado desentendiéndose de mí.»
la madre se sentirá ofendida. Con todo, aquí no se plantea ningún gran La regla primaria, siempre, es ésta: una madre no se equivocará
misterio psicológico. El sentido común y la experiencia nos dicen que jamás, cuando, habiendo cumplido su hija un año y medio, se dedica a
para las mujeres abrazar, besar y tocar a los hombres es algo más «na- estimular su individualidad y la separación. De no haber sido todo !o
tural» que abrazar, besar y tocar a otras mujeres. buena madre que le gustaría confesar, ha de desentenderse de sus culpa-
De un hecho tan cotidiano se derivan grandes consecuencias para bles deseos de ofrecer una compensación excesiva, poniéndose de parte
la vida psicológica de las mujeres. «Es el caso del árbol joven —ma- del yo de la criatura, en proceso de desarrollo. El tren de la simbiosis
nifiesta el doctor Robertiello —. Si se hace una pequeña incisión en su partió ya...
corteza, cuando aquél se desarrolle, convirtiéndose en un gran árbol,
aparecerá un corte grande en el tronco. Cuanto antes ocurra la cosa, En nombre de la imparcialidad, y también de la realidad, permitid-
mayor será el impacto. Estos hechos no son irreversibles, pero sí de- me que añada una importante postdata, que es cierta, no sólo por lo
penden, y mucho, del tiempo. Si no tuviste una madre que te adoró que a este capítulo respecta, sino con relación a todo el libro: mirando
con todas sus fuerzas, cuya faz y cuyo cuerpo, y maneras, se te mos- atrás para ver qué es lo que la madre pudo hacer o dejar de hacer,
traron durante el primer año de la vida, una madre que te amaba por adoptamos una actitud que nos encierra en el pasado. «Bueno, ella
ti misma lo suficiente para permitir la separación de las dos al término procedió así. Yo no puedo hacer nada ya en tal sentido.» Echando las
del tercer año, será muy difícil, suceda lo que suceda a partir de en- culpas a la madre nos volvemos pasivas, nos quedamos atadas a ella.
tonces, que halles más tarde algo que pueda servirte de compensación.» Así es como rechazamos una responsabilidad que nos incumbe.
Efectivamente, después de haber cumplido la criatura los dieciocho Todo lo que cualquier madre puede hacer es lo mejor. No tiene
74 MI MADRE, YO MISMA

que ser, necesariamente, perfecta... Basta con que sea una madre «su-
ficientemente buena» como tal. Por desgracia, los niños, en sus cosas
son de una mentalidad más simple que los adultos. «Los hijos depen-
den hasta tal punto de sus padres — explica el doctor Sanger —, que de
cualquier fallo o imperfección el chico (o la chica) deriva una amenaza
para su existencia. "Si mamá es olvidadiza o descuidada con respecto a CAPÍTULO 3
esta pequenez, es posible que en la próxima ocasión no se ocupe de
mí para nada." Esto se halla directamente ligado con la nutrición, con
el sostén de la vida.»
LA HORA DE LA SEPARACIÓN
Quizá sea demasiado pedir a los niños que aprecien las complejida-
des. Ahora bien, ¿es lo mismo ya de mayores? Los chicos ven a la
Con el correr de los años he recolectado, rebuscando en los desva-
madre como una diosa, hasta el punto de olvidarse de que también
nes de la familia, una historia, en tono sepia, de la juventud de mi
ella se halla sujeta a las vicisitudes de la vida. Quizá su familia era
madre. Mi abuelo era un hombre que lo fotografiaba todo. Las fotos.
pobre. Tal vez el padre fuera un alcohólico, o se dedicara a ir detrás
en sus complicados marcos originales, cuelgan de las paredes de un
de las mujeres. Es posible que la chica misma llevara consigo ciertos
pasillo de mi casa, donde, invariablemente, mis visitantes se detienen.
rasgos temperamentales que la hicieron desarrollarse de una manera
«¿Quién es ésta?», inquieren, señalando a una joven inclinada sobre
que ninguna madre podía modificar.
el cuello de un caballo, con el cuerpo medio flotando en el aire. «Es
«En el trabajo analítico —dice el psiquiatra infantil Aaron Es- mi madre, cuando participó en una carrera de obstáculos en Pittsburgh»,
man — una de las mayores resistencias se concreta en esta idea: "Mi ma- respondo. «¿Y los demás?» Explico que la mujer sentada ante el piano
dre tuvo la culpa de ello." Los pacientes no quieren aceptar su responsa- de cola es mi madre, de nuevo, quien se halla acompañada de sus her-
bilidad personal, de manera que echan la culpa de todo a la madre. En manas y de su hermano. La mayoría de mis amigos no conoce a los
nuestro mundo post-freudiano, tal proceder está muy de moda, pero familiares de mi madre, por supuesto; pero me miran como si no fue-
culpar a la madre significa que uno no ha de examinar su yo, ni en- se así. Las viejas fotos familiares, incluso aquéllas que se refieren a
frentarse con los propios problemas. La labor de acoso dirigida contra otras personas, dejan fascinados a quienes las contemplan... Todos an-
el padre, contra la madre, consume una energía que podría tener mejor damos en busca de pistas.
aplicación si se dedicara al examen de las decisiones erróneas en que En el rostro de mi madre, la expresión es siempre la misma: de
uno ha incurrido.» Meditando sobre pasadas injusticias, perdemos im- preocupación. Tanto si está salvando un obstáculo de casi dos metros
pulsos que podrían ayudarnos a mejorar nuestro futuro. de altura como si se halla sentada plácidamente al piano, con las ma-
Aquellas de entre nosotras que rechazaron a sus madres se ven con nos descansando en el regazo, su semblante, saturado de ansiedad, pa-
frecuencia arrastradas hacia hombres^con el mismo frío temperamento. rece estar aguardando el momento en que su padre le diga... ¿Qué?
Intentamos que sean cálidos con nosotras. Esto es, sencillamente, una ¿Que esconda sus manos, carentes de atractivo? Pero, ¿cómo es posi-
repetición del pasado. Sería mejor que renunciáramos al amargo con- ble tocar el piano hurtando las manos a la vista de los demás? ¿Y
suelo de las recriminaciones, para dar con alguien a quien no tuviéra- cómo mi madre, que actualmente no llegará nunca a conducir un coche
mos que vernos forzadas a halagar continuamente, y que se mostrara a más de sesenta kilómetros por hora, montaba aquellos caballos? Re-
cordial, afectuoso, alegre. Nuestro trabajo como adultas es comprender cuerdo que, de pequeña, cuando le preguntaba: «¿Por qué no me de-
el pasado, aprender sus lecciones, v olvidarlo. Eso de echar la culpa a jas que te vea montando un caballo como en las fotografías?», me
la madre es una forma negativa de adherirse a ella todavía. respondía, con una nerviosa risita: «¡Oh, Nancy! Todo eso ocurrió
hace ya años.» Habían transcurrido seis o siete, todo lo más, pero ya
me daba cuenta entonces de que por todo el oro del mundo no habría
vuelto mi madre a montar a caballo, tras haber dejado la casa de su
padre. Y, efectivamente, nunca la vi a lomos de ninguno.
Varios años después, en mis continuas incursiones por los desvanes
76 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA SEPARACIÓN 77

di con unos baúles de camarote que contenían todos los trajes, botas mostrarse cariñosa conmigo. «No me gusta que me soben.» No era lo
y accesorios registrados por las fotografías que tanto amaba. Me puse mismo, en cambio, con Anna. A su lado sabía que estaba aliada con
las botas de mi madre, pero mis pies eran ya más grandes que los una triunfadora. Y la primera vez que dejé el suelo, a bordo de un
suyos. Aquellos pesados elementos eran demasiado incómodos, incluso avión, junto con la sensación de seguridad que me daban la velocidad
para una niña de ocho años que andaba en pos de una forma de ser. y los potentes motores de la aeronave noté otra que databa de la edad
Por suerte, yo dispuse de otro modelo de valor a partir del día de mi de cuatro años, de cuando Anna me subiera por primera vez a las
nacimiento. En casa me dijeron que\fui puesta en brazos de Anna. mi montañas rusas.
niñera, el día en que del hospital me trasladaron a nuestro domicilio. Y. con todo,, todavía sigo siendo la hija de mi madre. En su vida
Anna vivía a base de cigarrillos Camel y de historias criminales. veo una especie de precursora de la mía, misteriosa y, sin embargo,
Al igual qHe yo, prefería las películas de miedo y del Oeste, antes consoladora. Saltaba a lomos de los caballos de su padre a los catorce
que las románticas que mi hermana Susie se empeñaba en ver. Anna años, mostrándose con arrojo suficiente para ganar copas de plata... No
sentía más inclinación por mí que por ella. No sé por qué, Anna me obstante, tuvo que celebrarse la ceremonia de mi matrimonio en Roma
favorecía en todo. Puede ser que se diera cuenta del lazo existente para que se decidiera a subir a un avión. Aquel valor temerario que
entre mi madre y mi hermana; quizá hubiera influido mi similar tem- poseí de niña — n o había para mí ningún árbol excesivamente alto,
peramento. El caso es que yo era su preferida. Me aficioné a las tos- ni peligroso, a la hora de trepar a é l — ha disminuido de adulta. No
tadas que mojaba en su café con leche. Mi hogar era su cocina, mi tendré ningún inconveniente en subir en telesilla a la más alta monta-
seguridad su regazo; mis días se iniciaban con el contacto de sus ru- ña, pero al descender esquiando lo haré cuidadosamente, controlándome
das manos, haciéndome las trenzas. Hacía la mejor carne de picadillo en todo momento. Actualmente, prefiero los trenes y los barcos a los
del mundo, que me permitía probar cruda, sazonada con cebollas y pi- aviones. El temor que sentí en la casa en que crecí, me abandonó en
mientos verdes, direct?mente desde el recipiente culinario utilizado. En cuanto me aleje de ella, pero no desapareció por completo. Al parecer,
la época de la Feria del Estado hacía bocadillos de jamón y de escabe- ha estado aguardando su momento y, a veces, lo siento agitarse dentro
che, cuyo aroma recuerdo todavía. También veo a Anna hablando de de mí ahora, cuando ya dispongo de una casa propia. Me pregunto en
lo divertidas que eran las montañas rusas cuando nos dirigíamos en el qué medida sentiría la ansiedad de mi madre si tuviera una hija. De
coche a la Feria. Yo no tenía más de cuatro años y si me gustaba aque- cerrar los ojos, al imaginarme con una pequeña en brazos, doy con la
lla atracción era porque me permitía estar al lado de ella. respuesta en seguida: con una intensidad excesiva.
Cierto día, Susie, al oír un rumor de pasos en el corredor, intentó Anna tenía un amigo llamado Shorty. Solía aparcar su maltrecho
ocultar la vela que nos tenían prohibida detrás de la cortina de la Chevrolet detrás de la casa donde Anna me enseñara a plantar nuestras
ventana, con el resultado de que al instante empezara a arder la habi- rosas de China: mi primer esfuerzo por dejar el hogar. Shorty se colo-
tación. Fue Anna quien, echando a un lado a las demás mujeres, que caba junto a la puerta de nuestra cocina, como si no estuviera seguro
se limitaban a dar gritos, logró apagar el fuego. Antes de que ingresara de la actitud de Anna al verle, como si no hubiera sabido si ella iba
en el jardín de infancia, Anna y yo hicimos un pacto: cuando yo fuera a permitirle permanecer allí o si optaría por arrojarle fuera. Después
mayor nos iríamos las dos al Oeste, dejando a Dale Evans fuera del de la comida, los dos encendían un número incalculable de cigarrillos
asunto de los caballos. Entretanto, dispusimos lo necesario para pro- Camel, que les manchaban los dedos, los cuales presentaban el mismo
teger el frente familiar. Con esto aludíamos a mi madre. Ello, princi- color que el paquete de tabaco.
palmente, equivalía a una anulación. Mi madre fumaba Chesterfield. Extraía los cigarrillos de una piti-
Desde los primeros años de mi vida, Anna me enseñó a no decir llera en blanc» y oro, y no tenía los dedos manchados, en absoluto.
a mi madre nada que pudiera causarle ansiedad. Son pocas las cosas Yo sabía que étl hombre que le llevaba sus bombones de chocolate la
que recuerdo de ella en estos años. De pequeñas, Susie v vo nunca nos amaba más que ella a él. Los domingos por la noche, él nos conducía
llevamos bien. Al parecer, siempre estaba enfadada con Susie, siempre a un restaurante cuya radio trasmitía las piezas musicales de Jack Benny,
estaba dispuesta a llegar a las manos con mi hermana, quien por lo y donde servían un postre apropiado para los niños, acompañado de
general era dulce, de buen carácter. Yo la tachaba de «blanda». Perdía galletas con figuras de animales. El helado hacía que nos estremeciéra-
en todos nuestros juegos. «Déjame en paz», le decía cuando intentaba mos de frío al salir del local, y entonces él nos acomodaba en el asien-
78 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA SEPARACIÓN 79

to posterior de su gran coche, cubriéndonos las piernas con unas pe- deuda con Anna. No me gustan las palabras «clase baja» aplicadas a un
queñas mantas muy suaves al tacto. Yo no sabía lo que era el amor, ser a quien amaba, pero sé que el sexo es una cosa y el amor otra,
ni lo que significaba, pero aquel hombre me inspiraba compasión; na- que son distintos entre sí, y que si soy capaz de disfrutar hoy de ambas
die le superó nunca en los regalos, siempre bellamente envueltos. se lo debo a Anna, a Anna, sí, quien me quiso y permitió nuestra se-
En cierta ocasión, Shorty nos llevó al campo, para hacer una visita paración. De algo estoy segura: nunca le hablamos a mi madre de las
a alguien. Participamos en la excursión Anna, mi hermana y yo. No tareas de aseo de los Breughel en la bañera de la cocina, ni del balde
sé si se trataba de amigos de Anna o de Shorty. pero la verdad es de los orines. Yo soy su hija, y de Anna también. Siempre que termino
que me pareció gente distinta de nosotros. Tenían toda la casa cubierta de arreglarme paso por el lavabo un trozo de papel, a fin de dejarlo
de linóleo. Los niños eran aseados en una gran bañera de metal ins- limpio, pero aún hoy, como cuando tenía cinco años, sería perfecta-
talada en el centro de la cocina. Yo no había visto nunca tanta gente mente capaz de orinar de pie sin mojarme los zapatos.
desnuda. No recuerdo que aquello me diera vergüenza. Todavía me Este primer desplazamiento fuera del hogar despertó en mí el de-
parece estar viendo la gran nube de vapor; aún siento la emoción de seo de conocer otras casas. Llegué a familiarizarme con las viviendas
haber formado parte de aquella exhibición de carnes, presidida por el de nuestros vecinos hasta el extiemo de conocerlas tan bien como la
buen humor. La nuestra podía haberse considerado una casa de muje- mía, y las aceras de Pittsburgh se alargaban ante mí, como una expre-
res; esto, sin embargo, no quería decir que una dejara abierta la puerta siva invitación. No había ingresado todavía en el colegio cuando trabé
del cuarto de baño. Me desvisto sin la menor vacilación cuando me relación con mi primera pareja de ancianos. Los dos habían sacado a
encuentro entre amigas, pero aún hoy ando con reparos si mi madre dar un paseo a su perro, y cuando les seguí hasta su casa me obsequia-
se encuentra presente. Me siento turbada cuando en una casa ajena ron con bocadillos de crema de tomate y mantequilla de cacahuete.
veo que la cerradura del cuarto de baño no funciona bien, incluso en Aprendí lo que todos los viajeros: que las cosas tienen un sabor mejor
el caso de que tenga que entrar en él sólo para pasarme un peine por en los hogares ajenos. También supe que siempre había un sitio en la
los cabellos. Me imagino la turbación de cualquier otra persona al mesa para el niño o la niña que sabían hacerse simpáticos. Finalmente,
tropezar inesperadamente conmigo. Me acuerdo claramente, en cambio, Anna dejó de llamar a la policía, porque yo siempre acababa regresan-
de Anna, mientras se aseaba, o sentada en la taza del inodoro, fumando do a casa. Tenía que ser así. No sabía hacerme las trenzas.
cigarrillos y leyendo El retorno de los profanadores de tumbas. Cuatro años más tarde continuaba igual. Mi madre me preguntó
En casa de los amigos de Anna no había tenido que andar preo- por qué no quería que Anna me enseñara a hacérmelas, y me sentí
cupada con las puertas. No las había. Tampoco había cuartos de baño. muy turbada, debido a que no sabía qué contestarle. Una niña como
En la parte más alta de la escalera, en un rellano, había un balde, un yo, que se atrevía con todo... Anna, sin embargo, sabía de qué iba
orinal que todos usaban durante la noche. No recuerdo dónde estuvi- la cosa: todas las mañanas iba en su busca con mi peine, y por las
mos en el curso de] día, pero en mi memoria se ha quedado bien fija noches me soltaba los anillos de goma sin tirarme de los cabellos,
la idea de que aquellas horas eran las de la noche, y veo el balde lleno mientras permanecíamos sentadas en su cama, escuchando «El Ranger
hasta el borde, con un charco a su alrededor, sobre el linóleo. Era un Solitario». Definitivamente, creo que nunca llegué a saber hacerme-las
desagradable lugar aquél para andar de puntillas en la oscuridad. Se trenzas.
trata de un recuerdo persistente, saturado de acordes de temor y ex- Contando yo cinco años, nos trasladamos desde Pittsburgh a Char-
citación. Lo que me hacía la casa aceptable era el hecho de que hubiera leston, en Carolina del Sur. Anna nos acompañó, si bien el Sur no le
sido Anna quien me llevara allí. agradaba. Es posible que echara de~l5erTor~a~-She£tg^ Cuando cumplí
Hace poco, referí esta historia a un psiquiatra a quien estaba en- los nueve años, se separó de nosotros para regresar al Norte. No re-
trevistando. «Probablemente fue usted una persona afortunada al con- cuerdo cómo me despedí de ella; ni siquiera he retenido en la memo-
tar con alguien como Anna», manifestó mi interlocutor. «El hecho de ria mi última imagen de ella, pero sí de aquella noche, y de la ansiedad
que fuera una mujer de "clase baja", de reacciones físicas, contribuyó a que mostraban todos, rodeándome como formando un círculo protector.
que usted aceptara su sexualidad.» Parece ésta una explicación sim- Me acostaron en la habitación de mi madre, algo que no habían hecho
plista, pero a los pocos instantes de oírla me di cuenta de que aquel nunca conmigo. No lloré, a pesar de todo. Tampoco recuerdo si eché
hombre tenía razón. Yo sabía desde hacía tiempo que me hallaba en de menos a Anna en los días que siguieron. Acerca de su partida des-
80 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA SEPARACIÓN 81
cubro tal ausencia de sensaciones que yo debí hacer lo que todos los la emocional turbulencia del hecho. El problema se soluciona con ion
niños hacen automáticamente cuando el dolor es insoportable: borrar- billete de avión.
lo todo de mi memoria, Anna y su amor por mí, junto con su marcha. No somos nosotras. El sujeto del problema es la madre. «Amo a
En posteriores cumpleaños, llegaron para mí algunos libros de los mi madre — dice una joven —, pero, al parecer, no se hace cargo de que
Gemelos Bobbsey. Pese a lo rigurosa que era mi madre cuando se tra- yo soy ya una persona adulta. Me trata como si todavía tuviera doce
taba de agradecer cualquier atención, me parece que no llegué a escribir años.» Se deniega la más leve sugerencia de que esta clase de atención
una sola línea para Anna. Muchos años más tarde, una tía mía me no es del todo mal acogida, de que todavía lleva consigo ambivalentes
dijo que había creído ver a Anna fregando suelos en la estación de nociones de seguridad y conexión. Para reforzar el argumento de que
ferrocarril de Pittsburgh. Cambié de tema de conversación. Yo la nosotras hemos dejado atrás la época en que teníamos necesidad de la
había abandonado, hasta el extremo de permitir que se ganara la vida madre, muchas sonreímos, afirmando que hemos invertido los papeles:
de aquel modo... Aceptaba tal sentimiento de culpabilidad en la mis- la madre hace las veces de «hija» en la relación. Ésta ignora que el
ma medida que había sido capaz de aceptar el rechazo de su apartamien- lazo, el eslabón a través de la dependencia, se encuentra todavía ahí.
to de mí. Hasta el día en que me casé sólo pude pensar en el amor Justamente por el hecho de ser ahora las protectoras de nuestras ma-
triunfal, en los premios, en copas de plata — siempre venciendo, ven- dres, no se da la separación. Hasta que las investigaciones para este
ciendo, venciendo—, ganando en todo momento algo que el mundo libro me obligaron a ir más allá de los superficiales significados de esa
no cedía fácilmente. noción, yo habría dicho que estaba separada, realmente separada de
Solamente por las noches, cuando cerraba los ojos, me atormentaba mi madre. Aprendí después que los lazos de unión con mi madre calan
la antigua separación, me obsesionaban mis culpabilidades. Y todavía en todos los aspectos de mi vida como mujer, por medios tan numero-
hoy me ocurre lo mismo. sos y misteriosos como los del amor.
«El despegue». He aquí una expresión menos rígida para aludir
al fenómeno. Implica generosidad, cualidad que cualquier buena madre
necesita poseer en abundancia. La separación no es sinónimo de pérdi-
Durante una entrevista que celebro con una joven madre de De- da; esta palabra no significa el aislamiento nuestro con respecto a una
troit, que dura ya cinco horas, ella sonríe, expresándose con/ soltura al persona amada. La separación sirve para dar libertad a la otra persona
explicarme lo que está haciendo para que su hija sea el díatíe mañana y que sea ella misma, antes de que se vea resentida, entorpecida, aho-
una auténtica «individualidad». Nunca pronuncia la palabra!separación. gada por una atadura demasiado estrecha. La separación no es el fin
No estoy segura de si ella comprende lo que quiero decir al pronunciar del amor. Por el contrario, lo crea.
tal vocablo. Claro que puede ser también que me lleve algunos años La decisión es difícil para una mujer. Nosotras somos coleccionis-
de ventaja en cuanto a la aceptación de la idea. «¿No cree usted que tas natas. Nos apoyamos para vivir muchas veces en trozos, en retazos
las madres se enfrenten con problemas con motivo de la separación evocadores del pretérito. Las madres coleccionan cuantas cosas les per-
de las hijas?», le pregunto al ir a despedirnos. Ella se echa a reír miten evocar el pasado de sus hijos; las botitas, por ejemplo, de la
nerviosamente: «Cuando pronunció usted esa palabra, me estremecí.» época en que poseían a sus bebés totalmente. Las mujeres adultas guar-
Separación... Esta palabra suena tanto a cosa final, y aparece tan car- damos los estuches de cerillas y los menús de las noches en que estu-
gada de turbaciones, abandonos y culpabilidades, que las madres no vimos con un hombre, de unos momentos en que nos sentimos más
quieren ni oír hablar de ella. poseídas que nunca, de un día en que juzgábamos las horas de espera
Tampoco nosotras, las hijas, podemos contemplar sin alterarnos un muertas, hasta el instante de oír su llamada, para volvernos nuevamen-
acto tan desesperado, vis-a-vis con nuestras madres. Soslayamos el tema, te a la vida. Un hombre y una mujer intercambian tarjetas del día de
tomando la palabra no en su sentido emocional sino de una forma más San Valentín; él abre la suya, sonríe, besa a la joven, y luego la tira.
fría y pragmática: la separación constituye algo tan simple que no sur- «¿No vas a conservarla?», grita ella. Ha estado coleccionándolas desde
ge ningún problema, en absoluto. «¡Oh! Me separé de mi madre en los trece años. Ahora bien, los hombres no necesitan esta clase de co-
cuanto salí de casa, al trasladarme a Chicago, donde resido desde hace lecciones; su futuro puede ser incierto, pero se hallan convencidos de
cinco años», me cuenta una mujer. No hay por qué enfrentarse con que les es posible intervenir en su creación. No dependen del pasado.
82 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA SEPARACIÓN 83

Cuando nos cortamos los cabellos, nuestra madre exclama: «¡Tú has extraordinariamente importante — dice Wardell Pomeroy — que la chi-
cambiado!» No es un cumplido sobre nuestro crecimiento, sino el te- ca, al cumplir los cinco años, sea capaz de reconocer que su madre se
mor a la deslealtad y a la separación: «¡Tú quieres dejarme!» halla unida a su padre por un vínculo cálido y especial. Los estudios
Cuando la madre impide que su hija se desarrolle, retrasa también realizados muestran que las jóvenes comprendidas entre los trece y los
su propio desarrollo; con la simbiosis excesivamente prolongada, las diecinueve años se quejan, en una abrumadora mayoría, no de que sus
dos personas interesadas en el proceso sufren. Hablando de los diversos padres nos les hayan dado a conocer los hechos técnicos, sino de que
artificios que la simbiosis puede utilizar, la doctora Fredland alude a no hayan ofrecido nunca a sus hijos una imagen de afecto físico entre
lo que ha sido llamado tradicionalmente «fobia al colegio». «La niña ellos.» La imagen que la chica se forja sobre la actividad sexual no
no se resiste a ir al colegio porque éste le inspire una fobia», mani- corresponde a algo que debe desarrollarse y que inspira confianza sino
fiesta. «Lo que sí le produce verdadera repugnancia es la idea de sepa- a una cosa que hay que temer.
rarse de su madre.» Ha sido condicionada para creer que dejar a la Cuando el silencio y la actitud de amenazadora desaprobación Je
madre es prescindir de su amor. «Hoy no quiero ir al colegio», dice la madre añaden oscuros colores a la incipiente sexualidad de la hija,
la niña. Y alega: «Estoy resfriada», o bien, «los juegos de las chicas este temor se erotiza con formas tan extrañas como el masoquismo, la
son demasiado bruscos». La madre, si es una persona retraída, teme inclinación amorosa por el bruto, las fantasías sobre violaciones, la emo-
la separación tanto como su hija, dando por buenas las excusas. Igno- ción de cuanto resulta más radicalmente prohibido. Pero no es al vio-
rando la realidad y secundando las ficciones de la chica, la convierte lador, no es el hombre que nos dejó embarazadas, para huir luego, a
en una carcelera. Es una «buena madre»: he aquí la excusa que esgrime quien nosotras tememos, aunque en nuestros esfuerzos por dar vida
para no hacer nada con su propia vida. a nuestras fantasías podamos afirmar lo contrario. En realidad, noso-
tras podemos aprender a protegernos frente a hombres como esos, pero
La maternidad constituye también una buena excusa para renunciar
incluso después de años de psicoanálisis los médicos descubren que
a la vida sexual. La madre tiene cosas «más importantes» en qué pen-
las mujeres no pueden o no se atreven a mencionar la raíz real de su
sar, alejadas de la ambivalente emoción que la ha tentado e inquietado
ansiedad sexual. Nombrarla sería concentrar nuestra irritación sobre ella,
a lo largo de toda su vida; entonces, deja de pensar en sí misma como
y perderla... La madre es el ser que implantó antes que nadie el temor
una mujer dotada de vida sexual. «Esto, habitualmente, se produce de
en nosotras.
un modo inconsciente», dice la educadora Jessie Potter, de treinta v
cuatro años de edad, casada, madre de dos hijas. «Es posible que ella La primera manifestación de nuestra sexualidad es algo que susci-
haya sido una esposa completa en la intimidad, hasta el instante de ta en la madre todo el orgullo que ella sintió tiempo atrás por su
producirse el nacimiento de su hijo. Pero ahora se siente demasiado cuerpo y su sexo... Y también vergüenza, temor, sensación de culpa-
fatigada, demasiado ocupada; afirma que los chicos requieren excesiva bilidad, disgusto, y rechazo. Ya de mujeres, nos preguntamos por qué
atención por su parte. Todo es culturalmente inducido, con el resulta- razón, cuando él nos toca, en un reflejo casi instantáneo nos ponemos
do de que la mujer se mueve ocultamente desde el punto de vista se- rígidas, en lugar de poner su mano en nuestra vagina o de acercar sus
xual, hasta que los chicos son mayores. En lo que a la hija atañe, ésta labios a ella. Queremos gozar de la vida sexual; nuestra mente nos
ve que su madre carece por completo de vida sexual.» dice que se nos ofrece libremente ese camino. Examinamos y reexami-
No es de extrañar que el amor físico llegue a parecer atemorizador namos nuestras ansiedades, preguntándonos si la inhibición está en
a las jóvenes. «Si la madre ha renunciado a la vida sexual — dice la nosotras, o en él... ¿Se trata acaso de un fallo de nuestro sistema so-
doctora Fredland —, transmitirá a la hija pésimas vibraciones sobre el cial, que enfrenta a los sexos, poniéndolos en guerra? Lo cierto es
tema. Cuando la niña haga preguntas, como las que suelen formular que una no puede comportarse bien, desde el punto de vista sexual.
las de cuatro y cinco años, la madre se dedicará a denigrar el asunto con otra persona si antes no se ha aceptado a sí misma. Esta otra per-
en cuestión o se manifestará turbada. La hija no tardará en pensar que sona nunca nos hará sexuales. A menudo, con la mejor intención del
sus sensaciones y fantasías sexuales constituyen algo malo.» mundo —para protegernos —, la madre niega nuestra sexualidad, car-
gando todo lo sexual con una serie de temores que nos hace ansiar una
Nadie conoce a la madre mejor que su hija. Aquélla dice que todo
unión más sólida con ella. Sólo en las asociaciones, en las fusiones
lo referente al sexo es bello... Cuando sus palabras vayan en una di-
como las que ella nos ofrece, sólo en matrimonios como el suyo — reza
rección y la música en otra, la hija prestará atención a la música. «Es
84 MI MADRE, YO MISMA LA HORA DE LA SEPARACIÓN 85

el silencioso mensaje— podremos sentirnos seguras. ¿Masoquismo? significativo. Se lleva a cabo delante de un hombre que nos ama lo
¿Violación? Al igual que el sexo mismo, los comienzos y la fascinación suficiente para acoger con un aplauso nuestra transformación. Es todo
de tales nociones se sitúan más en los oídos que entre las piernas. lo que deseamos en esta etapa; aparecemos como si pretendiéramos
«Cuando pongo los ojos en mi hija, siento todos los temores y an- robárselo a mamá, pero nos sentimos felices con su sonrisa, su beso,
siedades que me han perseguido durante toda mi vida», dice la madre impregnado de ternura, su sincero reconocimiento de que somos la niña
de dos gemelos de cinco años, un niño y una niña. «Trato a mi hiio más bonita del mundo, de que no ha visto jamás ninguna tan linda.
como ha de ser tratado un hombre: trato a mi hiia como ha de ser Pero si él ignora nuestra alegre «danza de los siete velos», o peor
tratada una mujer. No... Como hubiera debido ser tratada yo. Sé lo todavía,\i nos rechaza, turbado, el ensayo finaliza prematuramente.
que estoy haciendo; me comporto así desde el día en que ella nació. El espectáculo ya no vuelyelTTTffeeerse. Acaba de nacer una persona-
Por ejemplo: la dejo ir a la tienda de la esquina, pero no me fío de lidad temerosa, frígida. «Este tipo de mujer contrae matrimonio pron-
ella un momento. Podría extraviarse, u olvidársele lo que la llevó allí. to, en general — dice el doctor Sanger —. Habiendo sido rechazada, de
Trato a los gemelos de esta forma, en todas las cosas, aun cuando com- un modo edípico, por su padre, siente temor ante los riesgos. Y se
prendo que estoy trasmitiendo a la niña todos mis temores.» casa con el primer hombre que se lo pide.»
Criar una hija de manera que llegue a ser una persona autónoma, Es importante que, a la llegada a la etapa edípica. la hiia disponga
en posesión de una identidad sexual, constituye una labor para la cual de espacio en el que poder aislarse de su madre. La pequeña necesita
pocas son las mujeres que se hallan preparadas, a causa de que nunca un lugar psíquico, suyo, para acostumbrarse a los turbulentos deseos,
ocurrió nada semejante en sus vidas. He aquí por qué la cuestión que a las fantasías, los temores y las desusadas señales corporales que emer-
llevan entre manos madre e hija no tiene nunca fin. «He ahí una mu- gen desde el interior de su ser. Pero aunque quiere estar en condicio-
jer auténtica», dice un hombre. Y todas las mujeres que oyen estas nes de poder cerrar la puerta de su habitación ante la madre, experi-
palabras vuelven la cabeza para averiguar qué es realmente una mujer menta al mismo tiempo un deseo aparentemente contradictorio: el de
«auténtica». lograr la aprobación de aquélla, al otro lado de la cerrada puerta. No
quiere un diálogo saturado de minuciosas informaciones con la madre
La sexualidad es una de las primeras fuerzas que forjan nuestra ahora mismo; todavía no ha acertado a clasificar sus emociones. Tradu-
identidad. A los cuatro años, a los cinco, a los seis, los niños pasan cirlas en palabras las hace demasiado reales, demasiado concretas y
por un intenso brote de desarrollo sexual y de separación. «¡ Pero si atemorizadoras. Éste es el motivo de que las chicas «olviden» con tan-
son prácticamente niños de pecho!», es la exclamación más común. ta frecuencia las respuestas a las preguntas de carácter sexual por ellas
Existe una lógica inconsciente en la negación adulta del componente formuladas.
sexual de esos años edípicos: intuitivamente sabemos que sin separa- La chica quiere sentir que la madre reconoce v aprueba todos los
ción no existe una verdadera sexualidad. signos sexuales que ella pueda mostrar. Si le es posible reaccionar ante
«Una especie de horario innato — explica el doctor Aaron Es- su experiencia, su vida y su cuerpo sin una sensación de culpabilidad,
man — lleva a los niños a una polarización sexual alrededor de los cin- puede aprender a gozar y a estar orgullosa de su identidad sexual. Pero
co o seis años. Los pequeños hablan de casarse con su madre. Las niñas la chica ligada simbióticamente capta el temor o el disgusto que puede
pueden llegar a mostrarse extremadamente femeninas y seductoras con inspirarle a su madre todo lo referente al sexo. Teme gozar de estas
los padres.» Pero mientras que la madre está dispuesta a reconocer cari- nuevas sensaciones; la señalarían como diferente de su madre, separán-
ñosamente, e incluso a disfrutar del «idilio» que vive su hijo con ella, dola de la única fuente de amor en la que puede confiar, de acuerdo
negará el abierto flirteo de la niña con su padre. La negativa puede con lo que le han enseñado.
tomar la forma de: «¡Deja de importunar a tu padre de una vez!» Temiendo perder a la madreJ porel hecho de dar preferencia a la
Otras madres optan por ignorarlo, no prestando atención a lo que la expresión de los incipientes sentimientos' q"ue le—iasnita el padre, la
niña hace, ni siquiera cuando desfila desnuda ante el padre, o baila niña opta por ignorar a éste. Aun en el caso de que no haya ningún
para él, o adopta las posturas que ha descubierto en las parejas de la hombre en la casa — puede ser que se trate de una madre divorciada,
televisión, o en las mismas de su madre. o viuda—, hay un centenar de procedimientos al alcance de una hija
Este temprano interés por el padre es un ensayo infantil, aunque para que ésta intente lograr la aceptación y el reconocimiento de su
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LA HORA DE LA SEPARACIÓN 87
sexualidad. Si la madre no hace caso de ello, o alude a la cuestión va-
y la madre lo sostiene en brazos. Al empezar el niño a jugar con su
liéndose de otros nombres, la niña se retrae. Un pacto queda estable-
pene, ella aparta su mano de allí, reteniéndosela durante todo el tiempo
cido: «¡Tú y yo, mamá querida, lucharemos contra el mundo!»
que dura la consulta. Al final, el médico inquiere: «¿Y qué hace usted
Supone un triunfo del espíritu humano el hecho de que a pesar cuando el niño juega consigo mismo?» La madre, mirando al doctor
de todos nuestros temores no renunciemos al sexo. Es como si la na- a los ojos, responde: «Mi hijo no juega nunca consigo mismo, doctor.»
turaleza, sabiendo lo seductor y poderoso que es el «tirón» de la sim- Todas las madres que se encuentran en la estancia sonríen nerviosa-
biosis, creara con el sexo una fuerza de signo contrario más potente mente. Tienen hijos de edades comprendidas entre los cinco y los ocho
todavía. años. Poco a poco, empiezan a hablar de los problemas de masturba-
A los cuatro meses de edad sabíamos ya que experimentábamos ción que les plantean sus chicos. Las hijas no son mencionadas en nin-
una maravillosa sensaciónVuando nos frotábamos entre las piernas. En gún momento.
el momento de cambiar la madre el pañal de su bebé, y tocar inadver-
«Las madres esperan de los hijos — me explica el profesor que di-
tidamente sus genitales, aquél, tanto si es niño como si es niña, siente
rige el grupo —\cosas muy distintas de las que a su entender les ofrece-
placer. La diminuta mano, naturalmente, busca la fuente de ese placer;
rán las hijas. Se espera de las niñas que sean más limpias, más tran-
la madre, automáticamente, aparta su mano de allí. Procede así siem-
quilas, que se comporten mejor, que sean alumnas aplicadas. Son bue-
pre, con el varón y con la hembra... Pero, respaldado su gesto por
nas, y las chicas buenas no se masturban. Tales esperanzas cubren casi
unos inconscientes sentimientos, reaccionará de una manera sutilmente
todos los deseos.»
distinta, dependiendo ésta del sexo de la criatura.
Las niñas pueden mostrarse furtivas en cuanto a la masturbación;
Cuatro años más tarde, la consciencia sexual de su hijo puede llegar
pronto aprendemos a serlo en todo lo concerniente a lo sexual. Una
a atemorizarla o ser para ella una preocupación. Ahora bien, ¿qué sabe
chica puede estar sentada frente al televisor, en su mecedora, echándose
la madre acerca de la sexualidad masculina? Se muestra reacia a inter-
hacia delante y hacia atrás, masturbándose ante las narices de los pre-
venir en aquella cuestión varonil, quizá a implantar inhibiciones en el
sentes. El logro de su propósito, supone un pequeño triunfo. Su se-
chico. En su vacilación, le deja espacio en el cual desenvolverse. In-
xualidad carece por lo visto de importancia; por eso no reparan en
cluso llega a tener la sensación no reconocida de percibir, tal vez, al
ella. El problema, como nuestra anatomía, queda soterrado. Lo que la
hombre que emerge, un ser tan distinto de ella, pero que es producto
naturaleza ha iniciado — escondiendo nuestro clítoris tan bien que mu-
de su cuerpo. Inconscientemente notado por el pequeño, esto se suma
chas de nosotras no llegamos a encontrarlo nunca— lo finaliza la
a la primera base de su orgullo de ser varón.
represión.
No se dan unas vacilaciones semejantes con respecto a su hija. Sin
«En mi estudio sobre las mujeres y su vida sexual —declara la
que la madre nos haya dicho una palabra, a los cuatro años ya sabemos
doctora Schaefer —, todo el mundo aparece sumamente interesado sobre
que ella se enfada cuando nos tocamos. «Las mujeres me dicen: "Pero
el tema de la masturbación. Algunas de las entrevistadas por mí se
yo nunca me masturbé — manifiesta la doctora Fredland —. Nuestra ex-
masturbaban, pero ignoraban que lo estuviesen haciendo. Y dejaron
periencia clínica nos enseña que el impulso natural de una criatura es
tal práctica cuando oyeron pronunciar el nombre que le correspondía».1
masturbarse. "¿Puede usted recordar por qué no lo hizo?", inquiero.
¿De dónde proviene el sentimiento de culpabilidad? Nosotras no
"¿Le dijeron que no debía hacerlo; la castigaron por tal causa?" La
nacemos con él. Tal culpabilidad es el resultado de una «introyección»,
respuesta es siempre la misma: "¡Oh! A mí nadie me dijo nunca nada
la asimilación del ente crítico que no nos podemos permitir dejar «ahí
sobre el particular."»
fuera», odiar, con el que no podemos enojarnos, que no podemos ex-
«Desde luego que le hablaron de ello —insiste la doctora Fred- ponernos a perder. Nos introyectamos la madre crítica, llevándola de
land—, pero de una manera reprimida. Fueron unas palabras tan sua- un lado para otro en la forma de sus restrictivas reglas, durante lo
ves como estas: "Las chicas no hacen eso". Es suficiente, cuando las que nos quede de vida. Nuestra irritación contra ella la orientamos ha-
muchachas abrigan el temor de perder el cariño de su madre... bastante cia nosotras. Ya no es la madre que nos niega esto, que dice no a
para que se sientan humilladas, asustadas.» aquello. Procedemos según nuestros deseos, y si quebrantamos alguna
En una escuela para padres oí referir lo siguiente: Una madre lleva de sus reglas, aun no sabiéndolo ella, nuestra rigurosa conciencia, im-
a su pequeñín al pediatra. La criatura tiene tan sólo seis o siete meses placable, nos castiga en su nombre con sentimientos de culpabilidad.
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La madre de una niña de seis años me explica lo decidida que está ser una buena madre, o una excelente esposa. Tienes que enfrentarte
a criar a su hija sin esos abrumadores sentimientos de culpabilidad tan con la realidad: haces eso por ti misma, sin otro fin que el de tu pro-
fácilmente identificables en las mujeres. «Yo misma me asusto al com- pio placer. La mayor parte de la gente no es capaz de tal enfrentamien-
probar la influencia que ejerzo en mi hija.» Varias horas más tarde, en to. ¿Querrá usted creer que yo me enteré de que las mujeres podían
el curso de la entrevista, me cuenta que el verano anterior su niña se masturbarse cuando contaba veintisiete años?»
había empeñado en que durmiera con ella una amiga. Alrededor de ia Por el hecho de que las cuestiones sexuales están hoy al alcance
medianoche, la madre entró en el dormitorio para ver si todo estaba de todos, por hablarse a cada paso de ellas, tendemos a suponer que
en orden. «Descubrí que por debajo de las ropas de cama se habían «todo es distinto». Confundimos nuestras nuevas v liberales actitudes
despojado de los pantalones de sus pijamas», me dice. «Me encontraba con nuestros más profundos, a menudo inconscientes, sentimientos. Las
demasiado cansada e irritada para actuar en la forma que recomiendan encuestas revelan que, actualmente, la gente es mucho más liberal que
los libros, limitándome a decir: "Bueno, poneros ahora mismo los pan- antes en sus actitudes sexuales. Liberal con respecto a las otras perso-
talones. Vais a acostaros cada una en una cama." Las obligué a dormir nas. «La más interesante de las cosas que he aprendido», dice la doc-
en habitaciones separadas, aunque sin indicarles que habían hecho algo tora Schaefer, «es que las actitudes de la gente acerca de lo sexual
sucio. Y ahora, cuando llamo a mi hija, siempre sale corriendo de su fuera de la familia son excepciones de cuanto sienten en el mismo te-
dormitorio, con un gesto de temor, con aire de culpable, como si es- rreno dentro de ella».
perara que yo empezase a reñirla. Me dan ganas de llorar al pensar que Una madre puede leer un libro y aceptar intelectualmente la mas-
ella me ve, sin más motivos, de esta manera.» turbación, pero cuando su hija cierra con llave la puerta de su dormi-
En su opinión, esta madre no ha dicho nunca nada a su hija que torio experimenta una gran angustia, pensando en lo que estará suce-
induzca a ésta a experimentar un sentimiento de culpabilidad con res- diendo en el interior. Vemos con ojos indulgentes, afectuosamente in-
pecto al sexo. Nadie le ha dicho que es una sucia. Pero la chica, de cluso, el nacimiento de un idilio entre una mujer y un hombre ya en-
todas maneras, ha captado el mensaje emocional de su madre... Es un trados en años, en una película, pero si es nuestra madre, de setenta
mensaje que la llena de terror, que la hace salir corriendo de su habi- y cinco años de edad, la que entra en relación con un hombre, excla-
tación, como si hubiese acabado de hacer algo censurable, como si su mamos, con desmayo: «¡Imagínense! ¡Una cosa así a su edad!» 1.a
madre hubiese estado al tanto de lo que hacía allí. Desde luego, esto gente no siempre se da cuenta de que adoptan con facilidad estas do-
no es posible. «Pero la chica se ha introyectado a su madre callada», bles actitudes frente al mismo caso.
señala el doctor Robertiello. «La madre antisexual se encuentra en la El pensamiento de la madre es a veces misterioso, espectral. Cree
habitación, en la conciencia de la chica; por tanto, aquélla sabe lo que que si no nos explica una cosa nos quedaremos para siempre sin saber-
está haciendo la muchacha, o lo que se propone hacer. Esta madre la; se figura que ella es i uestra única fuente de conocimiento. La pro-
debió de haberse enfrentado en su día con la suya, por ser sexualmen- longación de esta dañina r simbiótica forma de pensar es su suposición
te represiva. En vez de dar rienda suelta a su ira, abiertamente, asi- de que sus sensaciones d<: vergüenza y turbación son las que nosotras
miló a su madre, como parte de su conciencia. Ahora está viviendo experimentamos. Es una ¡profecía que se autorrealiza: la hija que va
idéntico proceso con su hija.» De las reacciones de culpabilidad de la contra su madre y hace algo prohibido, procede igual con los senti-
hija, cuando no había ningún medio realista para saber lo que la chica mientos de ansiedad de aquélla. Si hoy me masturbo, mis fantasías
hacía o pensaba, se deduce que ésta, obedientemente, había asimilado tendrán relación con la emoción de lo prohibido, con la inquietud de
la culpa materna. ¿Quién puede poner en duda que acabará transmi- ser descubierta, una ansiedad que mi madre no llegó a exteriorizar.
tiéndola en su día a su hija? Los psiquiatras me han asegurado que una de las fantasías que más
«El tabú derivado de la prohibición de mirarse y tocarse —mani- comúnmente asaltan a las mujeres durante la masturbación es la que
fiesta ladoctoisa Schaefer— se halla directamente asociado con el de la les presenta a la madre sorprendiéndolas.
masturbación, eNdel auto-placer. A las jóvenes se les enseña que el El autodescubrimiento sexual es el único que no es celebrado en
placer por el placer es censurable, malo. Cuando te masturbas, no pue- la infancia. El día en que el niño aprende a comer con una cuchara,
des enlazar lo que haces con la idea de que amas locamente a alguien, todo el mundo dice: «¿No es maravilloso? ¡A ver, que saque alguien
y tampoco puedes decirte, por ejemplo, que haces eso porque quieres la Polaroid!» En cambio, el día en que la niña descubre su vagina, no
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hay nadie que formule un comentario de este tenor: «Esto, dentro de Cuando sentimos en la garganta una picazón, la cosa más natural
seis meses hubiera sido lo normal. ¿Verdad que la pequeña es muy del mundo es beber agua. Cuando un chico se siente sexualmente ex-
precoz?» citado— aun en el caso de que su mente no identifique de qué se tra-
En el curso de sus investigaciones, la doctora Schaefer descubrió ta—, su cuerpo le da una señal tan real como la de la picazón en la
que incluso las madres que se masturbaban. que gozaban con ello y garganta: tiene una erección. Y, por tanto, la excitación sexual llega
que decíam querer que sus hijas disfrutaran de un placer semejante a él de una manera «natural». Él no lo hizo. Le ha ocurrido. Actúa
— tratábase\de mujeres sexualmente orientadas, de sólida formación para satisfacer este nuevo deseo del que su cuerpo le ha informado.
cultural—, eran incapaces de discutir aquel tema con ellas. «¿Cómo La anatomía de la joven no le dice que tiene una vida sexual. Cuan-
puede una hablar de tal cosa con una niña?», preguntaban. «¿Y cómo do lee un libro, fantasea o ve una película excitante, o la figura de un
se puede dejar de hacerlo?», replicaba la doctora Schaefer, madre de hombre desnudo, no surge ninguna señal física mediante la cual pueda
una chica de trece años. Es como si existieran dos clases de honesti- conectar las incipientes sensaciones mentales con la vida de su cuerpo.
dad: una para los adultos, otra para los niños. «¡Oh, que romántico es esto!», dice, sin encontrar las palabras ade-
«Entre los psicoanalistas — explica el doctor Sanger — hubo tiempo cuadas, sin poseer una señal de su deseo, deseando conservar lo que
atrás una teoría ampliamente defendida: afirmábase que durante el pe- le está sucediendo en la mente, aislándolo del cuerpo, de ese cuerpo
ríodo latente —entre los ocho y los diez años, aproximadamente — que, según le han enseñado, ha de procurar mantenerle alejado de sus
desaparecían los impulsos sexuales/xlel niño, para reaparecer de nuevo manos.
en la adolescencia. En el curso de los últimos veinte años, hemos po- La idea de que ella puede estimularse a sí misma, dar expresión
dido comprobar que el impulso sexual se intensifica más y más, en física a sus sensaciones internas, es demasiado amenazadora. Su ma-
todo momento. Lo que sucede, cuando la niña alcanza los siete u ocho dre no haría jamás una cosa así. Lo sexual se convierte, no en la «na-
años, es que ha asimilado suficientes enseñanzas de nuestra sociedad, tural» expresión de la vida de su cuerpo, sino en una declaración de
aprendiendo a mantenerse callada, a temer ciertas cosas y a no per- su voluntad. Si quiere conectar lo que está en su mente con su sexua-
mitir que su madre se entere de ellas, para evitarle inquietudes.» lidad, ha de ejecutar la acción, vencer la seguridad de la pasividad,
Para llegar a ser una mujer con vida sexual hemos de luchar contra aceptar la responsabilidad, renunciar a la gran excusa de la infancia:
la persona que se encuentra más próxima a nosotras. Una brizna de «¡No ha sido culpa mía! ¡Yo no lo hice!» Es demasiado para noso-
hierba se abrirá paso por entre el cemento para ir en busca del sol. tras. Optamos, en cambio, por montar un juego de ansiosas fantasías.
También nosotras hemos de avanzar con ciega e instruida energía. Y Éstas expresan lo que esperamos de los hombres, y lo que estimamos
cuando lo logramos, cuando por fin podemos considerarnos mujeres que ellos desean de nosotras; lo erótico llega a estar tan relacionado
dotadas de vida sexual, ¿cuántas de nosotras no se ven quebrantadas con lo prohibido que la cuestión sexual, el temor y la protección aca-
por la prolongada lucha? ban por fundirse en una sola cosa, confundiéndose.
Cuando enseñáis a una chica a no tocarse, la hacéis pasiva; la con- Durante la adolescencia, cuando entra en nuestras vidas la relación
vertís en una persona que mirará a las demás para estimularse y a la de tipo sexual con un muchaEhe^el cuadro se hace todavía más con-
vez cuidará de sí misma. Manteniéndonos en la ignorancia (la palabra fuso. Los hombres no se ven afectados por los mismos temores que
habitual es «inocencia»), no nos es posible asimilar nuestra responsa- nosotras. Lo sexual no se les presenta a ellos en compañía de la idea
bilidad sexual. Oponemos resistencia a una inteligente comprensión de de la pérdida de la madre. Cuando estamos en sus brazos, el hombre
nuestra construcción física; hacemos de la verdad de nuestra vagina no experimenta la necesidad de detenerse. Somos nosotras las que he-
un sucio secreto. No empleamos medios anticonceptivos y quedamos mos de poner el freno, por los dos. En consecuencia, esto es lo que
embarazadas. Asimilamos una duplicidad con nosotras mismas antes de tenemos, en resumen: los chicos se ven aplaudidos ante sus avances
que se convierta en nuestro comportamiento normal con los hombres: sexuales; a las chicas, en cambio, se les llena la cabeza de una pelusa
contestamos «no» cuando queremos decir «sí»; fingimos lo que no sen- romántica asimilada a base de revistas y películas. Esto, no se sabe
timos, fingimos el orgasmo, fastidiando a nuestra pareja, fastidiándonos por qué, es «mejor», más refinado —ciertamente, es más aceptable
nosotras mismas, no porque no lo queramos, sino porque no sabemos para la madre— que todo lo del sexo.
lo que queremos. De haber aprendido el ABC de la masturbación antes de que los
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chicos entraran en nuestras vidas, podríamos haber explorado nuestra A partir de ahí ¿qué distancia nos separa de aprender a engañar a los
sexualidad y nuestras fantasías, acostumbrándonos a este erótico nue- demás? Esos nombres erróneos y las contracorrientes de la ansiedad
vo mundo. Hubiéramos podido aprender que son diversas las cosas de ía madre nos mantienen en constante vacilación, pensando que no
que una puede tener con los hombres, algunas de tipo sexual, otras nos afirmamos en más realidad que la suya. «Pero, ¿por qué me amas?»,
románticas, otras más cordiales y amistosas, etc. Habríamos podido le preguntamos, de niñas. Necesitamos disponer de una respuesta es-
aprender la verdad y obedecer a nuestras sensaciones, sabiendo cuándo pecífica, que contribuya al descubrimiento de nuestra identidad.
nos apetecía el intercambio sexual — ser poseídas — y cuándo ansiába- Dice Leah Schaefer: «Cuando en un arrebato afectuoso le digo a
mos, simplemente, algo tierno, cariñoso, cordial, vernos retenidas... En- mi hija: "¡Te quiero mucho, Katie!", ella siempre me pregunta por
tre el amor y el sexo existen diferencias. Resulta agradable que se qué, exactamente igual que podría preguntarme en ciertos momentos
combinen, pero no tienen necesariamente por qué estar juntos. Cual- por qué estoy enfadada. No creo que baste con responder a eso: "Te
quier mujer puede gozar de uno sin el otro. quiero porque eres mi hija". Esto da a entender que ninguna otra
persona; aparte de su madre, puede quererla. Pero si yo digo que ia
Nuestro dominio de la realidad, nuestras sensaciones de identidad quiero porque es una niña brillante o divertida y que hemos pasado
sexual, no se ven reforzados tampoco por el ambiguo lenguaje de có- juntas una tarde inolvidable, entonces ella aprende algo nuevo. Es
digo en que nos enseñan a expresarnos al abordar el tema del sexo o una especie de poder. La chica sabe ahora que por ese camino puede
las emociones. Perdemos poder sobre nuestras vidas cuando no nos llegar hasta otra persona y que surja el amor entre las dos... Se ve
es posible llamar a las cosas por sus auténticos nombres. (No es de como un ser efectivo, capaz de inspirar amor, y no sólo porque sea mi
extrañar que durante tanto tiempo hayamos sido el sexo silencioso.) hija. No recuerdo haberme dirigido una sola vez a mi madre para pre-
Si no puedes dar el nombre de vagina a una vagina, estás en conflicto guntarle por qué me amaba o por qué estaba enojada. Era una especie
con tu propio cuerpo. Descubrimos que la menstruación es denomina- de misterioso don que mi madre podía ceder o retirar.»
da la maldición; la pasividad se considera una cualidad femenina; ía Para protegernos ante los peligros reales, y los imaginarios, que
autonomía es esencialmente masculina; el espíritu competitivo, el afán son los que ella teme másXla madre da a entender que lo sabe todo.
de dominio y la ira son estimados signos de amor, y a la lujuria se la «Lo terrible del caso es que todo parece escapar a nuestro control»,
denomina idilio. ¿A quién puede extrañar que no hayamos sido capaces me dice una madre. «Ahí está el temor de siempre: ¿podré o no po-
de contestar a la pregunta de Freud: «¿Qué quieren las mujeres?» dré abarcarlo?» Puesto que ella no puede controlar el mundo, con el
Preguntamos a nuestra madre: «¿Puedo salir?» Ella nos respon- fin de que a su pequeña no le ocurra nada malo, la madre la manipula,
de: «No». Estamos formadas para pensar que esta negativa es por nues- introduciéndola en la única seguridad que conoce: la falsa seguridad
tro propio bien. Sin embargo, la causa real de que no nos dejen salir de la simbiosis. Hay un trato: si no nos apartamos de ella, si la escu-
es que ella se siente sola, atemorizada, irritada con el padre. El «no» chamos, si hacemos lo que ella nos diga, nos amará siempre. El trato
es más fácil que el «sí». «¿Por qué?», inquirimos cuando ella nos es muy seductor porque su amor es lo que más nos interesa poseer
dice que ciertas palabras no resultan «bonitas» en la conversación. del mundo. Aquí hay algo más que amor, algo más que control: es
Puesto que ella nos dice lo que desea que creamos, y no lo que real- una manipulación.
mente siente, también nosotras aprendemos a hablar a la gente con «Desde el primer momento — dice el doctor Sanger — las madres
dobleces. «No», decimos cuando un chico nos toca; sin embargo, de- enseñan a las hijas a seguir, a ser buenas parejas de baile. Dicen a sus
seamos darle a entender lo contrario. El chico abriga el propósito de hijas: "Yo sé la clase de chica que quiero que seas. Voy a enseñarte lo
hacer que aquello ocurra en contra de nuestra voluntad, o a nuestro pe- que tienes que hacer. Tú deja los brazos colgando, que yo me encar-
sar, y nosotras perdemos la fe en el muchacho al comprobar que no garé de moverlos." Como un títere que colgara de varios hilos. La
entiende nuestro código. madre se siente con una sólida base para manipular a su hija porque
«Una señorita no habla nunca de dinero», dice la madre. ¿Cómo ella, la madre, es una mujer. La hija sólo ha de ocuparse de hacer lo
se entiende estol Una parte de nosotras inquiere, pero la otra atada que le diga. La madre conoce el camino. Es una "experta en mujeres".
a ella obedientemente suprime cualquier incipiente idea de que el di- Cuando la chica se hace mayor, se vuelve a un hombre para decirle:
nero nos interesa. Distorsionamos nuestras mentes para complacerla. "Ahora mueve mis brazos; dime qué he de hacer, cómo he de ser". Es
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una transferencia de esperanzas a los hombres que se inició cuando la
ha sacado a relucir todo aquel episodio del pasado», se lamenta una
madre se hallaba demasiado bien dispuesta a facilitarnos un plan total madre. «La última vez que nos vimos, ella me acusó, prácticamente:
de nuestra vida.» "¿Por qué tú y papá os fuisteis a Europa cuando yo contaba cuatro
«¡Qué ironía! — manifiesta el doctor Sanger —. Lo es, en verdad, años?" Piense usted que mi hija tiene ahora treinta y ocho...»
esto de \ue lamujer pida a un hombre que la enseñe a ser tal mujer,
En ocasiones, emprendemos un viaje de regreso para cubrir miles
y que después del matrimonio lamente que él no sea capaz de cumplir
de kilómetros, después de una vida entera de separación física. «Ano-
con semejante tarea. Esto puede explicar la atracción ejercida por los che telefoneé a mi madre, que vive en Wisconsin», me cuenta una
hombres ya mayores. Se espera de ellos que sean mejores instructores, mujer. Es madre de tres hijas. Nos encontramos sentadas en un res-
o, al menos, que halague a la chica que hay en la mujer. Si él no puede taurante al aire libre de Florida. «¿Por qué la llamó?», inquiero, sor-
lograr que sienta como mujer, como mínimo podrá lograr que sienta prendida, pues me había dicho repetidas veces que nunca se había lle-
como una niña mimada.» vado bien con ella. A los catorce años perdió la virginidad, y desde
El manipulante amor de la madre no nos da la seguridad que ne- entonces había hecho lo posible por estar lejos de ella, cuanto más
cesitamos. Nos mantiene en continua ansiedad y arrastra a nuestro ver- lejos, mejor. «Porque... —comienza a decirme esta mujer de cincuenta
dadero yo a lo más profundo de las sombras y del misterio. Si ella co- y tres años, que se enorgullece de haberse prodigado sexualmente, en
nociera nuestros «secretos yos», nuestras fantasías y nuestros deseos; tanto que su madre únicamente conoció la relación corriente— porque
si estuviera al tanto de lo que hacemos, pensamos y ocultamos a sus deseaba que me explicara qué había sido de aquel condenado asunto
ojos, dejaría de amarnos. Lo paradójico es que para conservar el amor femenino de siempre.»
de la madre hemos de aprender a manipularla. Es una lección.
Si bien esos regresos a la madre son a menudo desastrosos, el im-
Y la lección continúa a lo largo de toda la vida. Valiéndonos de pulso es correcto. Antes de que podamos comprender los temores que
la manipulación, esta vez logramos avanzar por nuestro camino, impo- hoy nos atenazan hemos de averiguar cómo se iniciaron en nosotras
nernos sobre la madre, conservar las amistades, conseguir un empleo, cuando éramos niñas. Hemos de separar los reales de aquellos que
fascinar a los hombres. Pero no podemos estar seguras del mañana. La solamente arrancan de los que sentía la madre al pensar en su vulne-
victoria no nos arrebata. ¿Somos nosotras realmente la mujer fatal rable pequeña.
del escurridizo vestido negro que nos ponemos porque hemos oído de-
Al principio, la madre no puede sentir más que temor por su hija.
cir que pertenece a la clase de los que le gustan? ¿Qué pasará mañana, La chica es una proyección de ella; la madre la ama como a sí misma.
cuando él se entere de que no somos realmente nosotras? ¿Recurrire- Y por ello ve sus propios temores ampliados en la hija. Se sigue de
mos, desvalidas, a las demostraciones de afecto, esperando que él nos aquí que la calidad de la protección de la madre será determinada por
retenga más tiempo? ¿Qué ocurrirá si él nos ve sin nuestras pestañas el valor que pone en lo que está protegiendo. Para cualquier mujer,
postizas, sin nuestro sujetador...? ¿Y si nos desnudáramos en la os- esto es su sexualidad.
curidad? Ignoramos lo que él ama de nosotras, porque no tenemos
Llegamos de este modo a una especie de paradoja, una doble ata-
ninguna idea sobre nuestra identidad. dura. Nos han criado haciéndonos pensar que lo relativo al sexo es
Recurrimos a supercherías para mantenerlo a nuestro lado, con todo torcido, peligroso y sucio, pero también señalando que es nuestro pri-
nuestro sentimiento de culpabilidad, si no hay algo más, convencidas mer factor de transacción. Protegemos lo que se encuentra entre nues-
de que moriríamos si él desapareciera. Antes ya, nuestra madre nos tras piernas, pero nos mantenemos distanciadas de ello; no nos gusta,
convenció de que moriría si la abandonábamos. Si al final él se marcha, ni siquiera tenemos a mano un nombre cariñoso para llamarlo; y, sin
su decisión nos causa dolor, pero no nos sentimos sorprendidas: sa- embargo, «todo» depende de eso. Es una joya misteriosa y envenenada;
biendo que hemos recurrido a trucos y engaños para que amara a una pero el juego está en marcha: debemos conseguir que los hombres
persona que no somos nosotras, ¿cómo creer que tal cariño podía crean que es el dorado cáliz de la vida. No podemos consentir que sea
durar? tocada, mas hay que hacerle ver a uno de ellos que su posesión com-
A veces, en las grandes crisis de nuestras vidas., cuando todavía pensa de la renuncia a otras mujeres, justificando el apoyo que nos
nuestros manipulantes métodos no han dado resultadoxyolvemos la dispensará el resto de la vida. El sexo se ofrece con condiciones. Nue-
vamente la manipulación de antes.
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Ofrecemos nuestros cuerpos a cambio del matrimonio; luego, nos cuencia obtienen expresiones de amor físicas y directas de sus madres,
sentimos desconcertadas porque nos hallamos menos interesadas por el acompañadas de gestos de aprobación.\en tanto que las niñas sólo se
sexo, ahora que es «nuestro». Lo que queríamos en todo momento no ven correspondidas con unas palabras v sonrisas. Aquí se abre un im-
fue eso, sino intimidad, compañía. La madre nos recompensaba princi- portante abismo: una caricia física no necesita ser interpretada, y no
palmente con amor simbiótico cuando negábamos nuestra sexualidqj. conlleva condiciones. Es ofrecida espontáneamente, y espontáneamente
Lo sexual, incluso con sus infinitos placeres, se convierte, simplemen- aceptada, incluso sin pasar por los centros cognoscitivos del cerebro.
te, en un medio para alcanzar un fin; no hay nada más dulce que la Ahora bien, una sonrisa, una palabra amable, han de ser interpretadas,
simbiosis. Ya adultas, nos damos cuenta de que nos hemos automani- dan que pensar. Las señales verbales y las expresiones faciales contie-
pulado a base de nuestra sexualidad. nen tonos altos y bajos, quizá matices de ambivalencias. Desde sus
Aparte del despertar de la identidad sexual en los años edípicos, primeros días, la niña se entera de que debe interpretar lo que alguien
se da también entonces un incremento en todos los tipos/ de afirma- quiere de ella, antes de conseguir la aprobación... E incluso ésta no
ción, y un gran progreso en la separación y la individuación!. Queremos puede ser aceptada en su valor nominal inmediato. Es su primera lec-
estar informadas sobre el tema del sexo; deseamos saber de dónde vie- ción de obediencia. «La relación física con un pequeño es más fácil,
nen los niños, pero también queremos explorar el mundo en general. más natural que con mi hija», me dice una madre. «En cierto modo,
El exhibicionismo y el afán seductor de una niña de cuatro años cons- estoy más unida a mi hija, pero con ella no tengo los mismos contac-
tituyen una afirmación de sí misma... «¡Aquí estoy, mundo!» Y es, tos que con el niño.»
igualmente, un reto a papá. En el parvulario, la profesora sabe cuál es la forma mejor de ma-
Cargada con exceso de trabajo, llena de ansiedad, temerosa ella nejar a un niño excitado. «Un gesto cariñoso los calma», indica el
misma, la madre ve demasiada vida en sus hijos, acoplada con precau- doctor Sanger. Pero mientras que la niña que se encuentra junto al
ciones livianas. No es de extrañar que la vitalidad sea considerada pe- chico excitado puede sentirse tan ansiosa de pruebas de afecto como
ligrosa. Una madre puede aceptar que un chico sea superactivo. «Así él, lo cierto es que ha aprendido ya a responder a otras señales, más
es como son los niños». Pero las niñas son diferentes. «Antes de que bien verbales. Y esto es lo que consigue precisamente. Paradójicamente,
la niña llegue a tener una edad que le permita advertir lo que están tal privación, sufrida por las chicas, es la causa de que, frecuentemen-
haciendo con ella — dice el doctor Sanger —, su madre comienza a fre- te, sean mejores estudiantes que los niños. El doctor Sanger señala:
narla. Limita a la hija: "No te agites demasiado, no comas excesiva- «Sus elementos perceptores a distancia —los ojos, los oídos— han
mente, no corras tanto, no te excedas, no te canses..." Yo preferiría sido ejercitados más a fondo. Las niñas no nacen siendo más "brillan-
ver a una madre que estimula a la hija, haciéndole sentir que la rea- tes" y más verbales que los niños, de la misma forma que tampoco
lización de algo puede conducir a mayores niveles de energía. Es un nacen siendo más pasivas.» Hemos sido socializadas de esa manera, &
espectáculo maravilloso para una hija ver a su madre llena de vitalidad, base de determinados costes psíquicos.
diciendo, por ejemplo: "Ahora que he enviado ya todos los christmas En el jardín de infancia, las primeras estructuras que las niñas le-
me siento a gusto, realmente. Quiero hacer algo que me gusta... ¡Va- vantan son cercas, recintos cerrados, y los chicos torres. Se puede dar
monos al parque, a patinar sobre el hielo!" Por el hecho de haberse una interpretación a tales hechos ajustándonos a los términos freudia-
alcanzado cierto nivel de satisfacción, no hay por qué relajarse, por nos, pero no es necesario proceder así para comprender lo que está
qué encerrarse en una recuperación... ¡Se puede entregar una a otra siendo expresado. La cerca, el recinto, nos habla de algo seguro, cómo-
actividad más excitante! Me gustan las madres que aun fatigadas se do, protector. La torre busca los cielos, habla de esfuerzo y aventura.
dirigen a sus hijas no para hablar con ellas de emprender algo, sino de En una sociedad libre, que no existe, se podría esperar que siendo am-
hacerlo inmediatamente, sin pérdida de tiempo. ¿Y si al día siguiente bas ideas legítimas habría niñas que quizá construyeran torres, y niños
ha de ir la chica al colegio? Bueno, por una vez no le perjudicará que optarían por levantar casas de poca altura. Pero las presiones nor-
perder una hora de sueño.» mativas en nuestra sociedad son tan fuertes que prosigue la rígida de-
Existe otro factor que influye en que las mujeres sean más dóciles marcación en las líneas de lo sexual. No es sólo mamá quien nos elogia
y obedientes que los hombres. Los estudios del doctor Sanger en el por no habernos movido de nuestra habitación, para dedicarnos a ju-
St. Luke's Hospital demuestran que son los niños quienes con más fre- gar tranquilamente con nuestras muñecas, quien no oculta su desagrado
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al vernos imitar las sirenas de los coches de bomberos, o al oír unos En términos sexuales, por ejemplo, se piensa habitualmente que la
roncos ruidos que salen de nuestra garganta: «No, querida, no hagas mujer es pasiva porque el hombre se coloca encima de ella, dejándose
ese ruido con la boca». Papá también media en la cuestión: «Bien, ¿y a su iniciativa la mayor parte de lo que «se hace». Pero incluso en tal
qué está haciendo ahora mi pequeña? ¿Jugando como un rudo indio?» postura clásica, la mujer puede estar muy lejos de la inmovilidad. Has-
La pasividad no es siempre una máscara que esconde a una persona ta puede ser más activa que el hombre. Muchas mujeres me han dicho,
— a menudo irritada — más activa y afirmativa. Intervienen aquí cues- sin embargo, que el papel que más las seduce es el de la esposa medio
tiones temperamentales. La quietud, la pasividad, puede ser de tipo ge- dormida. El hombre se queda en pie hasta una hora avanzada, para
nético en algunos. Muchas niñas nacen, simplemente, con predisposi- realizar algún trabajo, ostensiblemente. Al llegar a la cama, la encuen-
ciones letárgicas. «No hay nada de erróneo en esto — explica el doctor tra en actitud pasiva, amodorrada, sin pedir ni esperar nada. Por tal
Sanger—. La niña, sencillamente, es un ser relajado y no afirmativo. causa, él se siente seguro al expresar sus necesidades sexuales. Verda-
Pero hay muchas otras que, bajo la apariencia de la pasividad, se agi- deramente, se excita porque ella se le antoja menos activa, menos fuer-
tan. Hay\una bella persona que sólo espera el momento de manifestar- te y amenazadora. El contacto de los cuerpos influye en esto, pero
se, pero que no emergirá. Está aguardando; siempre espera a que le igual importancia tiene la postura de la mujer, de simbólica pasividad.
hablen antes de hablar; espera el instante de ser interrogada, espera Puede ser que entonces tenga lugar el acto sexual. Pero, ¿quién es
que le pasen su helado, espera, espera, espera. Si al camarero se le el miembro activo de la pareja? ¿Y quién el pasivo? ¿Quién lo ha
olvida ponerle delante su porción de helado, se queda sin él.» Una iniciado todo? Digamos que somos nosotras quienes pedimos al hom-
niña pequeña se traslada al colegio, sentándose tranquilamente en su bre que ejecute ciertos actos sexuales. Mientras nos mantengamos ten-
sitio, como un pequeño robot. Nadie se ocupa de ella, porque al fin didas boca arriba, gozando con ellos, no seremos el miembro pasivo
y al cabo no se comporta como aquel chico que arroja piedras desde de la pareja. El episodio ha sido iniciado por nosotras.
la ventana. Sin embargo, su turbación interior puede ser igual de gran- Esto no es jugar con determinados conceptos. Si tú y yo utilizamos
de, el problema que yace en el trasfondo de su conducta puede ser el diferentes palabras para describir la misma cosa, asignaremos diferen-
mismo. tes valores a lo que está sucediendo. Por ejemplo, la madre nos dice:
«El período de crecimiento comprendido entre los cinco y los diez «Quiero que al crecer llegues a ser una mujer con personalidad pro-
años — declara el doctor Sanger —-Npuede calificarse de crucial. En esa pia, que sepas lo que quieres de la vida y que aprendas a cuidar de ti
etapa de la vida, la pasividad de las chicas, su falta de realizaciones, misma.» Pero cuando intentamos ser de esa forma con ella, la madre
son aceptadas demasiado frecuentemente como una cosa normal. Pier- nos critica por nuestra terquedad. Decimos a nuestro amante: «Quiero
den conocimientos técnicos esenciales porque dichos años son vitales que te muestres agresivo sexualmente», pero al mismo tiempo sugeri-
en cuanto al desarrollo de esquemas existenciales. Desde el punto de mos: «Me siento atemorizada cuando veo a un hombre avanzar por
vista profesional, veo dentro de ese grupo por edades diez chicos por vez primera hacia mí.» Esto somete al hombre a una doble atadura;
cada chica. Las pequeñas se muestran menos turbadas que los niños, es lo que la madre hizo con nosotras. Dos demandas contradictorias,
pero las madres están más dispuestas a admitir que tienen un proble- que se excluyen mutuamente, son formuladas de un modo simultáneo,
ma, que quizá cometieron un error, más bien con un chico que con paralizándole. Él es quien debe decidir lo que hay que hacer. No obs-
una chica. La conducta más "agresiva" que las niñas muestran a esa tante, somos nosotras quienes hemos decidido la calidad de la relación.
edad se traduce en su mal carácter, en su espíritu competitivo frente Incluso en este simple análisis podemos observar que las palabras
a las demás chicas. Con las otras personas adoptan unas maneras pa- activo y pasivo son muy rígidas, llevando en sí una gran carga emo-
sivas.» cional. En nuestra sociedad, los hombres necesitan que nosotras pa-
El término «pasivo» ha sido utilizado hasta tal punto como una rezcamos pasivas, si han de afirmar su «virilidad». Si queremos cam-
especie de etiqueta rnmún ri tñrTrTñ TTii' iiiuj* i n , qnr nc ha convertido biar estas ideas, tradicionalmente limitadoras, de masculinidad y femi-
casi en definición de la propia feminidad. Y, sin embargo, el significa- nidad, hemos de renunciar a las ambiguas ventajas de la pasividad.
do resulta, como mínimo, ligeramente peyorativo. El problema se com- Manifiesta el doctor Sanger: «Las mujeres han de aprender a decir:
plica aún más por el hecho de que no siempre es fácil separar lo activo "Me gusta realmente esta parte de mi cuerpo, y ¡vaya si voy a conse-
de lo pasivo. guir que despierte la atención que merece! Me gusta que juegues con
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mi clítoris, con mis senos. Lo deseo de veras, y ha llegado ahora ese seamos unas personas tranquilas, silenciosas, obedientes —, lo más se-
momento para ti." Si ella descubre que el hombre no está dispuesto a guro es que nos sintamos irritadas ante la persona que nos fuerza a In-
ello, buscará a alguien que ocupe su lugar.» hibirnos de tantas cosas. Aunque no podamos permitirnos hacer gala
Hay hombres que en el terreno sexual prefieren las mujeres acti- de nuestro enojo, por temor a experimentar una pérdida, aunque sea
vas, independientes. Las mujeres afirman que tales hombrs son difíci- negada, lo cierto es que está allí. Uno de los primeros medios de que
les de encontrar. Hemos de preguntarnos si no tendremos nosotras la se puede valer una chica para controlar la ira suscitada por una madre
mitad de la culpa. Pedimos al hombre que nos deje colocarnos encima, dominante es el relativo a1 desarrollo de ciertaWantasías románticas.
que acaricie nuestros senos, nuestro clítoris — tomando la iniciativa —, Al conocer a otras madres, menos manipuladoras, de otras chicas, nos
pero hacemos eso aferrándonos todavía a la imagen de nosotras como decimos que no fuimos entregadas a nuestra verdadera, que hubo una
personas que necesitan de otras que nos cuiden, de personas vulnera- confusión en la incubadora. «Yo no quiero esa madre», está diciéndose
bles, insignificantes, perecederas, y pasivas. Confuso, el hombre se ale- la hija. «La culpa fue de la niñera, que me arrancó de los brazos de
ja, para buscar una compañera más tradicional, aunque resulte más mi auténtica madre.»
inhibida. Los dos sexos han salido perdiendo, y el desventurado juego La cólera es una emoción humana. Hombres o mujeres, todos la
de la comedia se perpetúa. hemos experimentado. La hemos sentido de niños, cuando nos dimos
cuenta de que no podíamos controlar a nuestra madre, de que ella no
La niña de cuatro o cinco años se enfrenta con dos duras separa- era nosotros, de que podía alejarse y dejarnos. Los trabajos de los es-
ciones. Físicamente, deja la casa por primera vez: va a ir al colegio. pecialistas en psiquiatría infantil, como John Bowlby2 y Margaret Mah-
También se enfrenta con una difícil necesidad, la separación psicológi- ler,3 pioneros en su campo de investigación, nos dicen que los primeros
ca de la madre, elaborando sus rivalidades y compromisos edípicos. La signos de irritación se producen alrededor de los ocho meses, v forman
madre no puede ayudarla en esto. parte del desarrollo normal, independientemente del amor que se nos
Tampoco el padre le proporciona mucha ayuda: no la anima siquie- dispense.
ra. «La mayor parte de los hombres de nuestro tiempo —indica el Los bebés tratan de morder a su madre, le tiran de los cabellos.
doctor Robertiello — se sentirían abiertamente halagados por la aten- Obran así impulsadosN?or el temor de perderla. Tal temor es «nor-
ción de que son objeto por parte de su pequeña. Pero tienen tan asi- mal»; forma parte incluso del proceso del crecimiento. A menos que
milado el tabú del incesto que optan por ignorar la sexualidad de la la madre fomente un sentimiento de seguridad en nosotros, para tener
niña.» una identidad y una sensación de valor separadamente de ella, siempre
En la hija quedan unos sentimientos de no finalizada competencia nos sentiremos irritados contra ella... Significa que podemos perderla,
con la madre. Pero precisamente, junto con sus deseos de remplazaría y todavía la necesitamos.
figura la correlativa ansiedad en torno a la pena establecida por aquélla Y, con todo, únicamente por saber que podemos mostrar nuestra
por haber experimentado esos celos. Nada de ello llega a tener expre- irritación ante la madre y que no por ello dejará de amarnos, empeza-
sión; en su mayor parte, estas cosas son inconscientes. ¿Cómo puede mos a aceptar nuestros enfurecimientos en la medida suficiente para
la pequeña irritarse si la madre está fingiendo que no ha sucedido controlarlos. ¡ Qué noble papel el de la madre en esta situación! Blan-
nada? Pero algo ha cambiado en el interior de la niña; su madre se co de nuestros arranques furiosos, pero con suficiente fortaleza como
ha convertido en una enemiga, y todos sus alborotos, sus afanes de para no correspondemos en el mismo tono. Si no puede permitirnos
pacificación, son vistos ahora de otro modo por la hija. Bajo el amparo que vivamos este proceso, si el cariñoso contacto con ella no se produce,
de la competitiva situación edípica, la anterior relación con la madre si la formación de nuestra identidad separada no se verifica, quedare-
se revela menos dulce y clara de lo que antes pareciera. mos para siempre en la situación de niños asustados, jamás seguros,
Cuando alguien nos enseña a tener buenos modales, a modular nues- siempre propicios a la irritación, que nos sacude con inesperado ímpetu.
tra voz, a controlar nuestros imp\^sos, a contener nuestro entusiasmo, Asustadas por esos arranques contra una madre que no nos pode-
a mordernos la lengua, a controlarXcontrolar siempre, hasta la más mos permitir perder, entramos en lo que de un modo habitual se de-
diminuta chispa de espontaneidad — a menos que hayamos nacido así, nomina período de latencia, ocultando nuestra competencia edípica ante
a menos que temperamentalmente, constitucionalmente, genéticamente, la madre, ante nosotras mismas. Con frecuencia desenterramos durante
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tal período las muñecas con las que jugábamos de pequeñas, nos su- vueltas a una de sus preguntas: ¿Qué tenía yo de mi madre, qué había
mergimos en una etapa más simple, buscando una tregua para las aprendido de ella? Ya le dije hace seis meses que no acertaba a descu-
guerras sexuales, acercándonos a la madre de nuevo. Pero esta negativa brir nada que nos identificara. Esto también a mí se me antojó extra-
de nuestros cuerpos, nuestros deseos y nuestra independencia, no se ño. .. Bueno, el caso es que recientemente empecé a sentir unos dolores
basa en el amor por ella. Se trata de una reacción, en la cual ocultamos de estómago. Mi médico me notificó que tenía una úlcera. Me pregun-
lo que realmente sentimos, y que nos hace actuar de una manera opues- tó si yo era capaz de contener mis impulsos de ira. Al intentar con-
ta. Es una manera de «protestar demasiado». «¡Oh, no, no estoy en- testar a esta pregunta, comprendí que lo que había aprendido de mi
fadada con mamá por mantener a papá alejado de mí, diciéndome que madre era esto: una no tiene que expresar nunca emociones negativas.
hay algo torcido y peligroso en lo que yo siento en mi cuerpo! De Ha de mostrarse amable, cortés, jamás enojada. Nunca vi a mi madre
hecho, es a mi madre a quien quiero tener cerca de mí durante toda enfadarse con mi padre. Ella representaba el papel de mártir, y yo
la vida.» La situación de competencia y la cólera no han sido resueltas, crecí convencida de que mi padre era un ogro. Ahora me he dado cuen-
y sí solamente negadas y reprimidas. ta por fin de aquella comedia de la víctima inocente que mi madre re-
Muy corrientemente, tal estado — a los siete u ocho años de edad — presentó siempre... Por tal motivo, siempre lo vi a él como un hom-
se manifiesta al enfocar la atención hacia el niño que se sienta junto bre difícil. Pensando en esto recordé algo cuya importancia no había
a nosotras en el colegio. Pero aprendemos rápidamente que esto pro- calibrado jamás anteriormente. Yo debía de tener unos cinco años cuan-
voca un antagonismo en las otras chicas; ellas han renunciado a sus do pasó aquello. Mi madre y yo nos encontrábamos en la tienda de co-
propíos conflictos edípicos y desean presentar un frente unido, mostrar mestibles situada en la esquina de la calle en que vivíamos. Había allí
su solidaridad con la madre... dejando a los hombres fuera. Así, pues, unos tarros de cristal de modelo antiguo, de los utilizados para guardar
a causa del temor a la repulsa por parte de las otras chicas — el os- pastas para el té, y el dependiente me ofreció una. Mi madre se negó
tracismo —, renunciamos también al pequeño Johnny. a que aceptara su obsequio, y yo correspondí a su negativa dándole un
La irritación que suscita en nosotras la obligación de cumplir obe- golpe. Toda mi vida había de recordar este episodio con hondo pesar.
dientemente con todo lo que se nos ordena, y el hecho de no ser ca- Fue la única vez que hice una cosa así con mi madre... Fue algo que
paces de expresar aquélla, es posible que no se haga patente nunca. no había de volverse a repetir con nadie jamás».
«Cuando mis amigas critican a mi madre por ser tan rigurosa», mani- Estos enfurecimientos no exteriorizados son fuente de incontables
fiesta una niña de ocho años, «no les hago el menor caso. Cuando de- problemas físicos y psicológicos para las mujeres. «Frecuentemente,
sean ir a alguna parte y yo sé que mi madre no me va a permitir que parte de la irritación que una pequeña de ocho o nueve años siente
las acompañe, no digo que mi madre no me deja, sino que soy yo la radica en la comprensión de que todas las críticas, manipulaciones e
que no quiere formar parte del grupo. Esto de oír a alguien diciendo intrusiones de la madre no arrancan de su amor por la hija en sí — ex-
cualquier cosa contra ella me resulta insoportable». Una situación <¿e plica el doctor Sanger —. Ama a la niña como una mamá en pequeño,
reacción nuevamente: la perspectiva de escuchar algunas observaciones por ser una imagen de ella. "¡Vaya! ¡ Me parece que le voy a dar
de carácter negativo sobre su severa madre provoca tal sentimiento de trabajo", puede ser la reacción de la chica. Hay aquí un propósito, una
culpabilidad en esta chica que no permitirá que aquéllas lleguen a ser lucha de individualidades aplazada. Es el mismo forcejeo que se pre-
formuladas. En lo más profundo de su ser comprende que así quedaría sentará entre ellas veinte años más tarde. Pese a su enojo, la hija sigue
aireada la irritación que ella misma siente, pero que teme exteriorizar. retrocediendo; todo lo más, llegan alguna vez a la discusión. La niña
E,stos enfurecimientos..pueden seguir en erupción, como en las en- busca todavía unas migajas de cariño de la madre.»
trañas del Vesubio, osmostrarse con formas distorsionadas o embosca- El período edípico, la adolescencia, los escarceos amorosos, nues-
das. Hace cosa de un año me telefoneó una mujer desde California. tro primer empleo, el matrimonio, el nacimiento de nuestros hijos,
Seis meses antes la había entrevistado, buscando material para el pre- son ritos de paso, que marcan etapas importantes de nuestra existen-
sente libro. Tiene veintisiete años, y es una de las mujeres más cordia- cia. ¿Por qué, tan a menudo, han de estar acompañados del temor, de
les entre las muchas que he conocido. Ocupa un cargo de responsabi- la ansiedad o de la depresión..., el disfraz que adoptan las mujeres
lidad en una entidad bancaria. para ocultar su irritación? Se trata de momentos incompletos; nos ve-
«Desde el día de nuestra entrevista», me dijo, «he estado dándole mos incapaces de situarnos a la altura de ellos porque falta algo: un
r
104 MI MADRE, YO MISMA '

sentimiento de afirmación propia, con emociones en las que podamos


confiar. «Era el día de mi cumpleaños... y me dijeron que tenía que
sentirme feliz»: he aquí dos versos de un poema de Muriel Rukeyser.4
No es un hecho casual que este poema acerca de la alienación de las
emociones de una criatura (el mandato de que finja ser feliz cuando
no lo es) haya sido escrito por una mujer. CAPITULO 4
En un libro del psicólogo Seymour Fisher, titulado The Female
Orgasm, el autor declara haber encontrado dificultades orgásmicas en IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN
mujeres que sufren el temor de verse abandonadas por el hombre. Poca
importancia se asigna a la técnica erótica. La capacidad de la mujer
para «dejarse ir» puede ser rastreada remontándose a los sentimientos Papá Colbert (hombre todavía joven, y a quien no le gustaba que
que le inspiraba su padre. Si ella «confiaba» en que él no la abando- le llamaran abueiNL fue quien decidió que mi madre debía abandonar
naría, la mujer será capaz de confiar en el hombre con quien se acueste el sur de Pittsburgh para trasladarse a Charleston, donde él estaba
y de conocer luego el orgasmo.5 construyendo una acería a orillas del río Ashley. Era una especie de
Indudablemente, la relación con el padre tiene una importancia patriarca que quería tener a sus familiares cerca. Papá Colbert había
enorme. El padre fue nuestro primer modelo de lo que esperábamos pensado que aquél era un buen sitio para que mi madre nos criara, a
de los hombres. De aceptarnos con naturalidad, de sentirse feliz al mi hermana y a mí. Estaba en lo cierto.
vernos, pensábamos que los demás hombres procederían igual. De ig- Ocupamos una vivienda de altos techos, de muros rosados y ven-
norar nuestra sexualidad... nos mostrábamos inseguras con respecto a tanas con postigos azules. Contaba la casa, además, con una terraza
nosotras mismas. Pero, ¿quién hizo funcionar los frenos sexuales, para con barandillas de hierro forjado. Me acuerdo de mi primer paseo por
comenzar? ¿Quién apartó nuestra pequeña mano, mucho antes de que allí, y de la tranquilidad que reinaba en aquellas tranquilas calles. De
nosotras nos sintiéramos interesadas edípicamente por papá? ¿Quién haberme dirigido hacia la izquierda, habría ido a parar a la bahía, di-
se adentró en nuestra intimidad? Y sobre todo, ¿quién, con su propio visando Fuerte Sumter. Pero giré a la derecha y localicé finalmente lo
cuerpo, con lo que ella decía y no decía, nos proporcionó nuestra más que había estado buscando: una tienda de comestibles, donde compré
permanente imagen de cómo había de ser una mujer? ¿Quién decía una caja de Mallomars con monedas sacadas del bolsillo de un abrigo
«las niñas buenas no hacen eso»? Estoy de acuerdo con el doctor Fis- guardado en el armario de nuestro vestíbulo. La destartalada tienda,
her en considerar que la confianza es la base de la consecución del se hallaba situada en la esquina de lo que Gershwin denominara Cat-
orgasmo, del amor y de la vida misma. Ahora bien, ¿quién, en mayor fish Row. Varios años más tarde conseguiría allí mi primera colocación,
medida que el padre, antes que él, nos inhibe de nuestra capacidad con un sueldo de dos dólares y medio semanales. Mi madre se enteró
para confiar en nosotras mismas? por una de sus amigas que me vio barriendo la puerta de la entrada
«¿Por qué adoptas siempre una actitud tan crítica?», preguntamos. embutida en mi uniforme de las jóvenes scouts. Nunca le hablé de
Por toda respuesta, nuestra madre contesta que nos hemos pintado aquel primer paseo, ni de que me extravié, apoderándose de mí el te-
excesivamente los labios. mor. Yo tenía entonces cinco años, pero estaba al tanto del trato madre-
hija: «Si te separas de mí, no es justo que vuelvas a mis brazos en
busca de consuelo.»
Sólo en dos ocasiones me había extraviado, corriendo algún peligro.
Las dos veces\en Pittsburgh. Me acuerdo de un hombre y una mujer
que me llamaban desde un coche, invitándome a cruzar la calle para
dar un paseo en su compañía; luego, hubo lo del muchacho vendedor
de periódicos, que se desabrochó su bragueta, para mostrarme algo
terriblemente desconcertante. En ambas ocasiones, yo había echado a
correr alocadamente, huyendo. Pero Charleston era una población se-
106 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 107

gura para nosotras. Estoy convencida de que a mi madre se le antojó jamás ha puesto en duda sus convicciones. Pero yo no había sido he-
una especie de cielo, tras los desdichados años pasados en Pittsburgh. cha para seguir semejante senda, ya que de lo contrario no hubiera
Siempre que sueño se me aparecen las personas con quienes crecí dado tantos paseos. Me habría quedado para siempre «más abajo de
en Charleston. Las casas, allí, eran de cuatro plantas. Sus fachadas es- Broad Street». Habría preferido vivir con mi antigua ansiedad, la del
taban cruzadas por elegantes listones de madera; los pórticos se pro- abandono, en lugar de mezclarme de un modo tan completo con la
longaban hacia atrás, formando ángulos perfectos. Durante toda mi gente, sin salir nunca de Charleston. Pero yo sé que mi capacidad de
vida, para juzgar la belleza de otras ciudades me he valido de su com- hoy para vivir distintas vidas, Ja que me permite enfrentarme con abs-
paración con Charleston, donde no se pueden ver los jardines desde tracciones, cambiar y aceptar íascoñgeCTteficias^ se funda en lo que en-
la calle. Para ello, una tiene que ser invitada a pasar al interior de la contré en Charleston. Cuando adelanto un pie hacia lo desconocido,
vivienda. apoyo el otro en el seguro pasado.
Nuestra casa se inclinaba ligeramente hacia la derecha. Cuando me Actualmente, mi madre vive a unos mil seiscientos kilómetros de
sentaba en el cuarto de estar, la cabeza, automáticamente, se echaba a Charleston, donde ha echado raíces que resultan tan profundas como las
un lado, poniéndose en línea con las paredes inclinadas. Había unos antiguas, y amistades tan arraigadas como las de antaño. A ella le ex-
postes metálicos por debajo del cielo raso. «Esto ha sido hecho pen- traña mi falta de interés por asentarme, pero ambas compartimos una
sando en los huracanes de los últimos días del verano», me explicó gran nostalgia por aquellos años en que casi nos considerábamos como
alguien. Pero nunca se nos derrumbó nada en Charleston. Nadie se fue pertenecientes a una comunidad empeñada en la conservación de cuanto
de allí tampoco. Me crié sumida en un ambiente estable, en un mundo fuera bello: las viejas casas, los himnos del siglo dieciocho, y, especial-
cálido y generoso, que prometía seguir siendo así siempre. mente, la familia. No es necesario que sepa dónde estaré el año próxi-
Ansiaba desesperadamente pertenecer por derecho propio a aquel mo, pero, con todo, yo también abrigo cierta ansia de estabilidad. La
mundo. En la sociedad de Charleston existían límites muy bien defi- encuentro en las personas, no en las casas. La suerte de haberla hallado
nidos y rigurosos. Vivir «más abajo de Broad Street» significaba tener proviene de una verdad básica que aprendí en Charleston: si yo expon-
un marcado acento del sur, y varias generaciones de parientes nada go la necesidad de amor que siento, puede ser que lo encuentre en
más doblar la esquina. Nosotros nos desenvolvíamos perfectamente. otros. Sólo en sueños continúan rechazándome los demás.
Aprendí a decir mirruh en lugar de mirror* pero ni el dinero de mi
abuelo ni el hecho de ser yo alumna de un colegio privado podían al- Cuando contaba diez años, se mudó a nuestra calle una familia, la
terar esto: éramos yanquis. No había una sola casa en la que no fuese de Sophie. una chica de la que había de ser amiga. Esta familia prove-
bien recibida, ni hubo una sola ocasión en la que no me sintiera que- nía de «más arriba de Broad Street», lo cual la hacía más forastera que
rida por las madres «honorarias» que fueron saliéndome por la ciu- si hubiese sido yanqui. Me convertí en esclava de Sophie. y no porque
dad... Pero yo sabía que no pertenecía a aquella sociedad. Incluso mi fuera un año mayor que yo. Hasta el momento de iniciarse mí relación
nombre —Friday— era distinto. Más adelante fue agradándome su con esa chica, yo siempre había marchado en todo instante delante de
singularidad, como progresivamente fue complaciéndome mi elevada todas, valiéndome de mi iniciativa. Cuando una amiga dormía «arriba»
estatura. No obstante, recordaba que contando yo diez años, cuando la era yo quien insistía en tender un hilo entre las camas gemelas, sujeto
gente me preguntaba cómo me llamaba, me encogía disimuladamente por los extremos a los dedos pulgares de nuestros pies, con objeto de
antes de contestar «Nancy». que no pudiera dejar de despertarnos cualquier movimiento que reali-
De no haberme criado en ese reducido rincón divergente de la na- zara. Silenciosamente, en ocasiones, nos levantábamos, descendíamos
tural seguridad de\Charleston y las estrictas reglas que tan cerradas por las escaleras de las tres plantas, dejando atrás el cuarto en que dor-
sociedades establecen\estoy segura de que ahora sería distinta. Quizá mía mi madre, y nos aventurábamos por las oscuras calles de Charles-
no me hubiera casado nunca con Bill, ni me hubiese dedicado a escribir ton. Mía fue la idea de jugar en las prohibidas naves de los muelles;
libros sobre la sexualidad femenina. Mi vida habría sido una línea rec- nos deslizábamos hasta las cubiertas de los buques atracados, y viajá-
ta, alargada, consolidada, una sólida nota; la vida de una mujer que bamos en los carromatos, tirados por viejos caballos, al cuidado de unos
conductores negros, que distribuían mercancías por aquella parte de ¡a
población. Sin embargo, nunca disputé a Sophie su jefatura.
* Espejo. (N. del T.)
IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 109
108 MI MADRE, YO MISMA

favoritos consistía en escondernos bajo la terraza de la casa de Pete, o


Poseía su figura un aire misterioso especial, propio de un ser des-
de Henry, esperando su llegada. Nos tumbábamos en el suelo, escu-
cendido de la luna. Había vivido la existencia déclassé de «más arriba
chando sus conversaciones. Ellos ignoraban nuestra presencia, por su-
de Broad», que ejercía en mí una gran fascinación, casi en la misma
puesto. Era excitante. Pero había algo mejor todavía: vernos descubier-
medida que la Saint Cecilia Society, en la cual nunca sería admitida,
tas. Entonces, los chicos se lanzaban en nuestra persecución, y corría-
debido a mi ascendencia yanqui. Sophie fue guien me reveló de dónde
mos por las calles en cuesta de Charleston, unas veces bajando y otras
procedían los niños. Poco importa que no fuese correcta. Yo no había
subiendo, internándonos por las callejas empedradas de guijarros. En
conocido nunca a nadie que se aviniera a abordar aquel tema. Había,
una de aquellas persecuciones, los chicos, al alcanzar a Sophie, la besa-
en efecto, un alto nivel de ignorancia sexual en mi «grupo», siguiendo
ron. Comprendí en aquel momento que a Sophie no le daba lo mismo
así hasta cumplidos los veinte años. A lo largo de aquellos tiempos de
bailar o correr con cualquiera, chico o chica. Hubo algo más significa-
cálidos sueños, nadie hablaba del sexo. Hablábamos del amor.
tivo: Pete y Henry no me besaron... Esto me llenó de ansiedad. Me
La casa de Sophie era asimismo algo distinto. Los hogares de Char-
hallaba implicada en un juego en el cual no podía ganar.
leston eran mantenidos con un aspecto inmaculado por doncellas que
habían vivido siempre con las familias respectivas. Sophie, al referirse Una de las noches en que me quedé a dormir en casa de Sophie.
al desorden que imperaba en su casa, decía que en la vida había cosas me cogió una mano mientras nos hallábamos acostadas y la colocó so-
más importantes que el aterciopelado silencio de las hermosas habita- bre su pecho. Luego me dio instrucciones para que le chupara los pezo-
ciones. Los ceniceros aparecían sobre la alfombra; las tazas del desa- nes. Yo habría seguido a mi amiga hasta dentro de una nube de fuego.
yuno, con el café pegado a los platos, permanecían hasta el mediodía en Cuando se desplazó hacia la parte inferior de la cama y colocó su boca
la mesa. Los pesados muebles se veían torpemente colocados... Allí, todo entre mis piernas, experimenté un placer ¿fue antes jamás hubiera creí-
resultaba excitante, revelando y ocultando en cierto modo indicios de do posible. Me pidió a continuación que yo hiciera lo mismo con ella,
que conducían a otro secreto y exuberante sentido de la vida, algo que pero la defraudé. Me valí únicamente de mi pulgar.
para la familia de Sophie encerraba más atractivos que la limpieza. Sophie se pasaba los días embutida en vestidos, en tanto que yo
En casa de Sophie no se comía a horas fijas; no había tampoco una siempre llevaba pantalones de vaquero. Durante nuestras últimas jorna-
hora determinada para regresar a casa, no existían reglas de conducta. das de juegos en común, me esforcé desesperadamente por seguirla a
Cuando en la habitación en que nos encontrábamos entraba una per- todas partes, por no perderla. Camino de su casa, detenía mi bicicleta
sona adulta, yo era la única que se ponía en pie. En la zona alta de la junto a nuestra gran puerta de hierro, y bajaba la cabeza sobre el ma-
vivienda, el misterio se acentuaba. Allí arriba, tres hermanas compar- nillar, ocultando parcialmente el rostro en el cesto de los paquetes con
tían una vasta habitación, más parecida a un almacén de cosméticos. el fin de avivarme los labios con un poco de carmín. Los bolsillos de
Los polvos para la cara flotaban en el aire, y las hermanas de Sophie, mis pantalones se veían abultados, pues llevaba en ellos los accesorios
mayores que ella, se sentaban frente a su tocador con tan sólo unas bra- de mis dos vidas, los cosméticos y la navaja. Me hallaba preparada para
gas, repasándose insistentemente los labios con carmín. Cierto día me todo.
maquillaron. Consideraron después lo que habían hecho, suspiraron y Pero no para combatir el rechazo de que fui objeto después por
me dijeron que no me preocupara; yo poseía una «buena personalidad». parte^de Sophie. Me pasaba la vida detrás de ella y de sus nuevas ami-
Al atardecer llegaban a la ciudad los cadetes de Citadel, quienes se lle- gas, chicas de su edad. Cuando mi amiga solicitó el ingreso en el Cam-
vaban a las hermanas de Sophie, como si hubiesen sido premios acaba- pamento Kanuga, de la 1.a División, yo, con igual propósito, mentí al
dos de ganar, perdiéndose luego todos en la noche. Una vez, Sophie y serme preguntada la edad. Frenéticamente, la seguí hasta las montañas,
yo nos escondimos detrás de un sofá, mientras una de sus hermanas se donde pasé las tres semanas peores de mi existencia. Me rellenaba mi
despedía de su acompañante. Sophie se excitó tanto que dejó el pavi- traje de baño azul para aumentar el volumen de mi busto..., pero pron-
mento humedecido. to se descubría el artificio al contacto con el agua. Por las noches me
Sophie me enseñó a bailar. A mí me gustaba la música corriente, de sentaba, sola, bajo los árboles, viendo cómo las parejas se perdían en-
ritmo rápido. Aprender a mover el cuerpo era una cosa casi tan exci- tre los matorrales. Una mañana pasó por allí, camino del lago, la 2. a Di-
tante como trepar por las cercas o lanzarse en persecución de los chicos. visión, que agrupaba a las más jóvenes. Entre las chicas con quienes yo
(Había otras chicas que esto no les interesaba.) Uno de nuestros juegos había crecido se encontraban las que habían sido mis mejores amigas
110 MI MADRE, YO MISMA
IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 111
hasta el día en que apareciera Sophie. Hubiera dado cualquier cosa por
baño. «¿Hay que guardar en algún sitio estas velas?», nos preguntó el
estar con ellas.
hombre, inocentemente. En numerosas ocasiones, me había colocado un
¿Cuántos meses, o años, habían de transcurrir para que intentara re-
«Kotex» en las bragas, probando a andar con naturalidad, complacida
crear aquella particular noche pasada en casa de Sophie? Una amiga
ante la idea de que en un día no lejano yo también utilizaría aquello
estaba durmiendo conmigo y me situé encima de ella, iniciando un
normalmente. Éramos unas chicas muy sabias, que no sabíamos absolu-
frote ascendente y descendente. Pero no ocurrió nada. No fue nada ver-
tamente nada.
gonzoso, ni divertido. Mi amiga y yo renunciamos a aquel juego, dedi-
cándonos en vez de ello a importunar a mi hermana. Susie había ce- En casa sólo podía contar con mi madre para instruirme en lo to-
rrado con llave la puerta de su dormitorio, pero podíamos oír a Frank cante a la colocación del «Kotex». Mi hermana se encontraba lejos, in-
Sinatra cantando «Noche y Día». «¡Oh, Frankie!», gritamos, moviendo terna en un colegio. De no haber tenido ante mí la perspectiva del ca-
ruidosamente el tirador y riendo histéricamente. ballo, quizá hubiera preferido seguir tendida en la cama, sangrando has-
Mi madre ha sido muy buena al no desprenderse de los objetos de ta morir, antes que pedir ayuda para una cosa tan personal, tan íntima.
mi niñez, guardados en los baúles que llenan el desván. Recientemente Mi madre había estado ocupada durante toda la mañana con un obrero,
encontré en ellos un deslustrado brazalete de identificación. Estaban quien le estaba instalando una sirena de alarma por fuera de la ventana
muy de moda cuando yo era jovencita. Los chicos se los regalaban a sus de su dormitorio. Reinaba una gran inquietud en Charleston por aque-
novias, después de haber sido estampados sus nombres en las dos ca- llos días, a causa de las andanzas de un ladrón a quien los periódicos
ras. En el mío se leía «Nancy» por un lado, y en el otro habían sido llamaban Amorous... Este nombre reflejaba con precisión la condescen-
grabados los de «Pete» y «Henry». En el curso de aquel terrible ve- diente seguridad de Charleston de que incluso los ladrones sabían cuál
rano, cuando yo contaba diez años, me había comprado ese brazalete... era el lugar en que actuaban. Amorous se acostaba con sus víctimas fe-
meninas, pero nunca se atrevía a ir más lejos. El operario estaba colo-
El día en que comencé a menstruar estaba lloviendo. Era aquél un cando el interruptor del aparato a escasa distancia de la almohada de
sábado sofocante. Me preguntaba si, a causa de la lluvia, sería suspen- mi madre cuando yo entré. Musité algo y ella me siguió hasta mi habi-
dida mi clase de equitación. El olor que se desprendía del magnolio tación. Todavía recuerdo los momentos de turbación que vivimos las
que crecía junto a la ventana de mi dormitorio me retuvo allí, acor- dos entonces.
dándome entonces de que si no me levantaba y sacaba la bicicleta de Mi madre puso en mis manos un cinto elástico de color rosado, en-
debajo del árbol, donde la había dejado unas horas antes, el sillín que- señándome qué había de hacer para sujetar los extremos de los ganchos
daría empapado de agua. En tales condiciones, cuando me dirigiera al metálicos. Encogí el estómago al notar el contacto de sus manos y hablé
colegio el lunes, habría de mantenerme de pie sobre los pedales durante rápidamente para que no fuera tan prolija en sus explicaciones. «De
todo el trayecto. Sentía en aquellos instantes una pequeña molestia en acuerdo, de acuerdo. Comprendido. Puedo hacerlo yo sola perfectamen-
la parte baja del estómago. Ya en una ocasión había estado hablando te.» No podía pensar en salir de la casa. Mi primera menstruación re-
con mi madre acerca de la necesidad de operarme de apendicitis, lo cual presentaba para mí dos cosas: tenía que abandonar la idea de una ope-
me había impedido jugar los partidos de baloncesto de la temporada. ración de apendicitis; me sentía turbada al tener que pasar por los ritos
Ahora veía todo el verano amenazado. Cuando descubrí unos pequeños de la iniciación, a cargo de mi madre. No le hablé de mi dolor de estó-
puntos de color marrón en mis bragas, suspiré, aliviada. De manera que mago, y mi madre no canceló mi clase de equitación. Yo me había acos-
se trataba de aquello... Cesó la lluvia. Podía montar a caballo. El ve- tumbrado a decirle las menos cosas posibles y a seguir mi camino. Años
rano era mío. más tarde había de acusarla de indiferente. Las madres nunca salen ga-
Mis amigas y yo estábamos muy al corriente de lo que significaban nando.
aquellas cautas en blanco y azul, las «Kotex», que veíamos en los cuar- Al día siguiente, mientras recorríamos en coche el camino que nos
tos de baño de nuestras madres. Sabíamos que terminaríamos por uti- separaba de la casa de una amiga, me sorprendió que me preguntase,
lizarlas. Durante una mudanza, cuando abandonamos la gran casa ro- cuando menos lo esperaba, en un tono de voz desacostumbrado :\«¿Qué
sada, mi amiga Joanne y yo nos echamos a reír al ver aparecer a uno de tal te sienta ser mujer?» La cordialidad que denotaban sus palabras me
los obreros con ún «Tampax» que había encontrado en la repisa del pareció odiosa. Incliné la cabeza a un lado, sacándola por la ventanilla.
112 MI MADRE, YO MISMA
IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 113

Mis trenzas flotaron al viento. Aquellas fueron las últimas palabras que pueden quererse entre sí de forma fácil, inocente y espontánea porque
mi madre pronunció sobre el tema. ellas mismas no se aman.»1
Me tenía sin cuidado lo de la menstruación. Era algo esperado, aun- De pequeñas, sabíamos que mamá tenía un secreto. Nos sentíamos
que, probablemente, no tan pronto. Resultaba curioso que yo fuese la muy cerca de ella; la madre sabía mucho acerca de nosotras; insistía
en que debíamos contárnoslo todo, pero estábamos convencidas de que
primera de mi grupo en pasar por ello; muchas de mis amigas usaban
ella nos ocultaba algo. Negaba que hubiera «más» en su vida de lo que
sujetadores, en tanto que yo tenía el pecho completamente plano y no
nosotras veíamos e imitábamos, pero sabíamos a qué atenernos. Espe-
me notaba ningún vello. Creo que no hablé con ellas de mi menstrua-
rábamos el momento propicio. Alegremente, dejábamos de hacer las
ción hasta que una sacó a colación el asunto, afirmando que había em-
cosas que emprendían los chicos, si bien envidiábamos su movilidad,
pezado a menstruar. «¡Oh! ¿Te refieres a eso?» — d i j e — . ¡Pues no
su rapidez, su osadía. ¿No había renunciado la madre también a esas
hace poco que empecé yo!» Pero no quise hablar nunca con mi madre
cosas? ¿No se había avenido a que papá fuera quien se pasase todo el
de «esta clase de cosas». Y lo de ser mujer me importaba un bledo.
día fuera de casa, en la oficina, a que saliera de noche, a que manejara
Contaba once años.
el dinero? Claramente se veía que había de existir alguna maravillosa
* * * recompensa para las mujeres como mamá. Esto tenía mucho que ver con
lo que pasaba entre ella y papá cuando se encontraban a solas. Se pro-
vocaban emociones mutuamente, curgían entre ellos tensiones, se pro-
Las mujeres vivimos en un aislamiento que desmiente el cuadro ducían enojos, estallaban gozos que afectaban a ciertas fibras sensibles
que ofrecemos al mundo. Andamos de acá para allá, chismorreamos, de sus cuerpos, y en tan profunda resonancia que ansiosamente temía-
volvemos nuestras vidas del revés, unas a otras, como si fueran calce- mos y deseábamos a un tiempo conocer el secreto de mamá. Era sólo
tines, exponiendo nuestros sentimientos con una vehemencia que noso- cuestión de tiempo, de espera, para que todo nos fuera revelado.
tras mismas no comprendemos, refiriéndonos también mutuamente de- Y estábamos acostumbradas a esperar.
talles que ocultamos a quienes nos aman. El mundo asiente, mostrándo- ¿No se os ha ocurrido alguna vez pensar que hay algo en marcha.
se naturalmente dispuesto a no reparar siquiera en nuestros primeros por mucho que todo el mundo lo niegue? Una parte de nosotras mis-
intentos en el. terreno de la homosexualidad. «Todas las chicas son así.» mas lo rechaza, haciendo que nos pase inadvertido. Pero de pronto cae-
Somos confiadas, cariñosas, tiernas, y nos inclinamos hacia la inti- mos en ello, dándonos cuenta de que estamos perfectamente informa-
midad, pero preferiríamos que esos lazos se proyectaran hacia los hom- das... y deseando no haberlo averiguado nunca. Esto es lo que ocurre
bres; nos traicionaríamos unas a otras si los hombres nos los ofrecieran. con las mujeres y la sexualidad.
Los hombres resultan desconcertantes; no tienen la misma necesidad De pequeñas, aprendemos la más importante lección sobre nuestro
que nosotras de comunicarse con las demás personas. No pueden con- cuerpo de la persona que nos cuida, que nos alimenta, que nos instruye.
vencernos de que nos aman. El denominador común de nuestras vidas Mamá puede dar unos azotes a nuestro hermano cuando le sorprende
es éste: seremos derrotadas ante los hombres y nos ataremos espontá- jugando a algo peligroso. Es posible que él se sienta culpable, pero asi-
neamente a otras mujeres. Esta atadura no es la de unas amigas que mila unas actitudes con relación a su cuerpo y a su sexo tomando como
se quieren entrañablemente. Es la de los carceleros mutuos, guardado- modelos a otros chicos, y a los hombres. «No, eso no se hace», dice
res del secreto que no se puede mencionar. Me refiero a nuestra sexua- nuestra madre cuando nos tocamos la vagina. «No», repite, si ve que
lidad. vamos en busca de los chicos. «Espera a ser mayor.» «No molestes a
«Esas mujeres que alardean con muy mal gusto del amor que les papá», ordena cuando descubrimos lo a gusto que nos sentimos sobre
inspira su propio sexo, aparte de las lesbianas, quienes deben inven- sus rodillas. Obedecemos. Más tarde, puede ser que nos masturbemos,
tarse su propio ideal de amor — dice Germaine Greer en The Female y que nos lancemos tras los hombres. Sin embargo, ¿qué sentimos? Mu-
Eunuch —, tienen habitualmente curiosas relaciones con él. Alternan cho antes de que llegue el momento de las enseñanzas, del libro en la
las confianzas íntimas con el más extraordinario grado de deslealtad; mesita de noche, de la película proyectada en el colegio, todo lo que
no se puede estar nunca seguras de ellas; sufren fácilmente tensiones... hemos aprendido acerca de nuestra sexualidad proviene de las negativas
por muy afectuosas que se muestren, por mucho que sea el tiempo que de nuestra madre, de sus evasivas, y de su relación con su propio cuerpo.
las conozcamos... Del amor de los semejantes no saben nada. Y no
114 '• MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 115

«Es posible que haya un período crítico para aprender el arte perfectamente a mis hijas cómo son concebidos los niños, y cómo vienen
de ser madre —dice el antropólogo Lionel Tiger—. Si no se apren- al mundo. Hasta que asistimos a un espectáculo en el que actuaba Dick
de durante su transcurso, no es probable que luego puedan asimilarse Van Dyke. En él, una niña decía que los chiquillos venían al mundo
las reglas correspondientes. Benjamín Spock, por ejemplo, creía que las tras haber formulado los padres su deseo con la mirada fija en una es-
chicas aprendían a ser madres entre los tres y los seis años, cuando ju- trella. Seguidamente se internaban en el jardín. Si veían una col azul
gaban con muñecas y veían a mamá elaborar tortas de chocolate. Guar- vendría un niño, y si la col era rosada llegaría una niña. Entonces dije
daban en su mente de algún modo esta información, y después, a los a mi hija mayor: "Nosotras estamos mejor informadas, ¿verdad?" Y ella
veinte años, o cuando se casaban, encontraban en sus manos, por de- respondió: "Naturalmente. Todo el mundo sabe que lo que han de ver
cirlo así, los utensilios necesarios para la preparación de esas mismas los padres es una rosa roja y no una col."»
tortas.» Luego añade una idea asociada, aunque diferente: «Hay una Esta historia tranquiliza a las madres. De un lado, el episodio reve-
razón muy sólida para creer — declara — que todos aprendemos nues- la que sus pequeñas no quieren saber nada sobre el sexo. La madre,
tros papeles sexuales a muy temprana edad.» por consiguiente, tiene razón al aplazar la conversación acerca del tema,
No se trata de una declaración capaz de conmocionar al mundo, has- y concretamente la menstruación, por un año o dos. Refuerza también
ta que examinamos la distinción establecida entre el papel de madre y una impresión de la madre: la de que podrá controlar lo que le ocurra
el sexual. (El hecho de que los dos sean aprendidos al mismo tiempo a su hija. «Mi pequeña sabrá solamente lo que yo le diga.»
aumenta la confusión.) La primera parte nos agrada, admitiendo fácil- «Es una idea muy corriente que las madres albergan con respecto a
mente y con un gesto de afecto que es la madre quien nos enseña los sus hijas — señala la doctora Schaefer —, un ejemplo de primer orden
duros quehaceres que implica el gobierno de una casa. La evocamos que alude a la irrealidad de los esquemas simbióticos imaginados. Esas
trabajando en la cocina, y recordamos lo bien que nos cuidaba a todos. mujeres no saben dónde terminan ellas y dónde empiezan sus hijas. Si
Por eso la amamos. Más importante aún: queremos amarla, necesitamos ves a tu hija como una prolongación de tu ser, no serás capaz de ima-
amarla. El más leve gesto de enojo o de disgusto nos produce un terri- ginar que posee pensamientos y sensaciones diferentes de los tuyos.
ble desasosiego. Por este motivo, no nos gusta pensar que la misma Una madre supone: "Si a mí me turba y me inquieta todo lo sexual,
mujer que nos enseñó a ser buenas madres nos enseñó también a ser a mi hija le ocurrirá lo mismo." Estamos ante otra autorrealizada pro-
unas compañeras detestables • del hombre en el terreno sexual. No la fecía.»
«vemos» nunca como el modelo de quien aprendimos a temer a nuestros Las mujeres que son unas adelantadas con relación a las limitadas
cuerpos, con tanta naturalidad como aprendemos a estimar la limpieza vidas de sus madres, aquéllas que se consideran sexualmente liberadas,
del cabello; no relacionamos nuestra ansiedad, cuando él intenta tocar-
que se creen carentes de prejuicios y abiertas, se quedan desconcertadas
nos «allí», con la que ella sintió cuando nosotras, de pequeñas, nos to-
al advertir que sus hijas no han «oído» su valiente e insólito mensaje.
cábamos. Vamos a visitarla a su casa llenas de buenas intenciones, con
«Es como si no hubiera prestado atención a una sola de mis palabras»,
el propósito de expresarle nuestro amor y nuestra gratitud, porque ne-
manifiesta la madre de una joven de dieciséis años. «¿Por qué no ha
cesitamos reforzar nuestro lazo de unión con ella; pero demasiado a me-
hecho uso de un diafragma? Me da la impresión de que no ha estado
nudo se producen tensiones, flotan éstas en el aire, y al decirle adiós
escuchándome a mí, sino siguiendo las indicaciones de mi madre, car-
con un beso, nos sentimos apenadas.
gada de sentimientos de culpabilidad.» Hay una pista aquí que lleva
¿Por qué? ¿Qué es lo que ha marchado mal? Ni siquiera las mu- a un movimiento trepidante hacia atrás, muy corrientemente descubierto
jeres que dicen: «No me llevo bien con mamá» aluden a tensiones se- en las hijas de mujeres que se proclaman sexualmente liberadas: la hija
xuales como un problema entre ellas. No podemos enfrentarnos con el no siente mucho interés por lo que la madre le dice con referencia a la
hecho de que nuestras tensiones sexuales de hoy son heredadas de nues- libertad, conformándose con los profundos y frecuentemente inconscien-
tra madre. tes sentimientos sobre lo sexual que su madre asimiló de niña. Es ne-
Los pediatras piensan, comúnmente, que los niños disponen de un cesario que pase más de una generación para alterar las lecciones que
medio autoprotector para el aprendizaje de lo sexual. Nosotras asimila- aprendimos de nuestras madres.
mos toda la información que nos es posible de una vez. Cuenta una «Personalmente opino que cuanto más íntima sea la relación de una
madre de dos niñas de siete y nueve años: «Yo creía haber explicado chica con su madre, más naturales serán- los sentimientos de la hija so-
116 •<" MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 117
bre su cuerpo», dice la doctora Fredland, quien observa que sus actitu- que están meramente refiriendo a las niñas unos hechos, es su propia
des han cambiado bastante, hasta el punto de sentirse capaz de comu- turbación lo que las criaturas asimilan.»
nicar un mensaje distinto del que a ella le transmitió su madre. «A mi Una mujer de veintidós años manifiesta: «En materia de educación
hija, de cuatro años de edad, le gusta contemplarse la vagina. A veces, sexual, lo único que recuerdo, aparte de lo rígida y fisgona que era
cuando salgo de la ducha, la niña se tiende sobre la alfombra del cuarto nuestra profesora, es la advertencia de ésta: si nos masturbábamos, los
de baño, levantando la vista para decirme: "Me gusta ver qué aspecto
hombres dejarían de interesarnos.»
tiene tu vagina, y cómo es tu recto." Entonces, yo respondo: "Muy
No es necesario que la madre sea perfecta; basta con que sea con-
bien. Mira, pues, ambas cosas." Cuando contaba menos años, a mi hija
sistente. En este último caso, podemos sentirnos suficientemente segu-
le gustaba que la sostuviera en brazos delante de un espejo, examinan-
ras como para identificarnos con ella, situándonos a su derecha o a su
do aquellas partes que le llamaban la atención de su cuerpo y pregun-
izquierda. La madre nos facilita un punto conocido desde el cual arran-
tando para qué estaba hecha cada una. Esta clase de naturalidad en lo
car. Se ha ofrecido a nosotras como un modelo de honestidad. Nos ha
que afecta al cuerpo sólo puede lograrse disfrutando de una real inti-
midad con la madre.» liberado. Podemos aceptar su timidez o turbación en relación con lo
sexual porque es así como la hemos percibido siempre. Pero el doble
No consigo verme a mí misma tendida en el cuarto de baño, con- mensaje de nuestra madre hace que crezcamos con un sentimiento de
templando, sonriente, la vagina de mi madre. Puntualizando más: me- ansiedad respecto de nuestra percepción de la realidad.
nos imaginable sería aún para mi madre. A las vuestras, probablemente, «No hay que hacer nada nunca que nos lleve a sentirnos a disgus-
les sucedería lo mismo. Una relación con la hija tan natural como la
to», recomienda la doctora Fredland. «Si una madre se siente incómoda
expuesta por la doctora Fredland hace pensar que tal forma de educar
y vacilante, debe recurrir a alguien que sea capaz de abordar con natu-
a una hija constituye una auténtica utopía. Pero hay que pensar que
ralidad los temas sexuales frente a -su hija.» He aquí también una fran-
la doctora Fredland es médico, y que se ha especializado, además, en
ca admisión de los sentimientos maternos: hemos de valemos de una
psiquiatría. Profesional y personalmente, ha reflexionado más sobre
persona extraña y no de ella para conocer ciertos hechos. Esto puede
este tema, analizándolo a fondo que cualquiera de las otras madres que
distanciarnos; puede ser doloroso. Pero decirnos una cosa mientras ella,
he entrevistado. Ella sería la primera en disuadirte de imitar su con-
en su interior, siente otra, es algo que puede hacer más daño aún. Efec-
ducta, a menos que tú estuvieses absolutamente convencida de que acep-
tabas tu sexualidad en la misma medida en que se lo has asegurado a tivamente, son muchas las mujeres que reconocen sin rodeos que lo
tu hija. mejor que pudieron hacer sus madres fue no hablar con ellas para nada
de asuntos referentes a la vida sexual.
En el terreno de lo sexual no hay nada que siembre tanta confu- «Mi madre nunca declaró si esto era bueno y lo otro malo», dice
sión como el doble mensaje. Cuando no ha existido una relación natu- una mujer de treinta años. «Se afirma que tal proceder no es sano, pero
ral desde el nacimiento, lo sexual no puede ser comunicado con «natu- yo he pensado muchas veces que a mí me favoreció. No tuve prejuicios.
ralidad». Transcurridos seis o siete años de silencio, si la madre hace
Mis amigas se encargaron de informarme espontáneamente de todo lo
acopio de todo su valor y anuncia repentinamente, a bombo y platillos,
relativo al sexo. Tenía cerca de treinta años cuando me masturbé por
que «El Sexo es la Cosa más Natural del Mundo», lo único que hace
primera vez, y experimenté mi primer orgasmo en mi segundo matri-
es saturarnos de contradicciones. «La madre se ha leído todos los li-
monio, pero siempre me he sentido bien dispuesta ante lo sexual. Siem-
bros», dice la educadora Jessie Potter, «y está al tanto de lo que se
pre me sentí libre para buscar lo que necesitaba, aunque lo aprendí
supone que va a decir. Pero la muchacha ha pasado toda su vida en
todo más tarde de lo que es habitual en las demás mujeres. Creo que la
aquel hogar y sabe que lo sexual no es una faceta feliz en la vida de
lección más real que se puede dar sobre el sexo es una que mi madre
sus padres».
jamás tradujo en palabras, pero que yo, con todo, capté: ella y mi pa-
La señora Potter continúa diciendo: «Mi experiencia, basada en el dre se hallaron unidos siempre por una grata y cálida relación.»
colegio y en mis entrevistas con centenares de padres, me dice que al- He aquí un hecho que constituye un lugar común entre psiquiatras
gunas personas, raras y especiales — padres o maestros — han sido
y educadores: las niñas, incluso las ya crecidas, se niegan a pensar que
formadas para enfrentarse plácidamente con todo lo relacionado con el
nuestros padres «lo hacen». Sin embargo, la lección que destaca por
sexo. No es éste el caso de la mayoría. Y así ocurre que cuando piensan
encima de muchas palabras y libros está contenida en la última decía-
118 MI MADRE, YO MISMA
IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 119
ración de esta mujer: «Como mis padres se gustaban mutuamente, y
De ahí por qué resulta tan difícil hacer eso, aunque nuestras mentes
los pequeños de la casa lo sabíamos, concebí la idea de que, fuera lo
digan que sí, sí, sí... Tal proceder representa su total aislamiento.
que fuese lo que ocurría entre hombres y mujeres, ningún reparo po-
Ya de pequeñas, empezamos a proyectar este femenino «super yo»
día objetarse a sus relaciones.»
en nuestras amigas. He aquí el motivo de que no podamos confiar en
Cuando adquirimos el convencimiento de que nuestra madre no va las otras chicas. Nos mostraremos cariñosas mutuamente, en un arran-
a darnos a conocer la verdad, nos dirigimos a las otras chicas. Éstas que de cordialidad o dulzura, ansiando pensar en nuevos secretos que
nos prometen el tipo de intimidad que desearíamos que aquélla nos compartir..., pero siempre retendremos uno. «¿Te has tocado tú alguna
ofreciera, pero que no nos da. Durmiendo en casa de una amiga, o vez ahí debajo?», nos aventuramos a preguntar, temiendo ya haber ido
ésta en la nuestra, nuestros susurros confirman lo que ya sospechába- demasiado lejos. «¡No!», exclama nuestra amiga, confirmando nuestros
mos: nuestra madre no experimentó nunca lo que nosotras estamos vi- temores. «¿Tú sí? ¡Oh, no!», respondemos..., negando esto o lo que
viendo. Por eso no nos habló de ello, y no porque no nos amara. Si sea, por miedo a que ella deje de querernos. La cumbre de nuestros
ella sintió alguna vez lo mismo que nosotras, fue mucho tiempo atrás, deseos se cifra en ser como todas las demás muchachas, en hacernos
mucho antes de que fuera madre, en otro tiempo totalmente moralista, como ellas.
en una época antediluviana. Hemos de protegernos a nosotras mismas Imaginándonos personas con una vida sexual, no nos sentiremos
— y también su mojigatería — procurando que ignore lo que sabemos. tan a gusto como pensando en nuestro papel de madres. La palabra
Al decidirnos a actuar sin su aprobación — en secreto, frente a ella —, sexo nunca posee unas resonancias tan atractivas como el vocablo amor.
perdemos su ayuda en la tarea del descubrimiento de nuestra «prohibi- Es preferible el silencio a cualquier nombre dado a nuestros genitales,
da» sexualidad, y también asumimos una responsabilidad. Lo sexual y por mucho que podamos gozar tocándonos «ahí debajo», nunca cree-
asusta a la madre. Con nuestro silencio la protegemos. Y, no obstante, remos que a él le guste. El papel que aprendimos a desempeñar con
aun amándola como creemos amarlafcsentimos algo así como la existen- nuestras muñecas ha cubierto un ciclo completo, y sólo contamos doce
cia de una traición: si ella nos amaba, ¿por qué no nos hizo saber que años. Hubiéramos podido preguntarnos por qué no había un papá para
era más difícil ser mujer que ser madre? nuestras muñecas cuando nosotros éramos tres, pero por la época en
Intentamos establecer con las otras chicas lo mejor de lo que nos que supimos de dónde venían los bebés nos encontrábamos más a gus-
relacionaba con nuestra madre: una cálida proximidad que nos permita to sin los hombres. ¿No renunció mamá a la vida sexual por nosotras?
decírnoslo todo, «compartirlo» todo. Al revelar nuestros más ocultos Nuestra necesidad de aceptación por parte de las mujeres es ya
secretos, esperamos que nuestra mejor amiga quede ligada a nosotras más fuerte que cualquier necesidad sexual que nos impulse hacia los
para siempre. Pero la mano invisible de la madre continúa persiguién- hombres. Encarcelada o carcelera, es una y la misma esta persona en
donos. «Mi hermana y yo teníamos toda la confianza que dos chicas la cárcel de las mujeres. Nuestra sexualidad siempre parecerá un desa-
pueden llegar a tener entre ellas», explica una mujer. «Hablábamos de fío ante otras. El matrimonio, más que un paso adelante hacia lo sexual
todo..., excepto de las cosas íntimas. Yo creo que esto era debido a sin sentimientos de culpabilidad se convierte pronto en un paseo por
la influencia de nuestra madre.» la avenida de los recuerdos, con la presencia de mamá y papá en todas
Mucho después de que hayamos dejado la casa de la madre, incluso partes. Por el tiempo en que nos convertimos en madres, constituye
después de su muerte, ella sigue incorporada al sistema «moral» feme- una especie de segunda naturaleza en nosotras el proteger a nuestras
nino que nos enseñó; tratábase del especial territorio que compartía- hijas mediante la negación de nuestra propia sexualidad. Dejamos a un
mos con ella, del cual nuestro padre y los hermanos habían sido ex- lado a nuestro esposo, exactamente igual que hizo mamá con papá,
cluidos. Para desembarazarnos de la mojigatería que nosotras asimila- cuando éramos tres y el amor había quedado reducido a mi puñado de
mos de ella, para liberarnos del temor que ella nos inculcó, en forma muñecas y a las tareas de elaboración de tortitas para el té. En el
de protección, hay que hacer algo más que vocear un lema o leer un mejor de los casos, todo lo sexual es un asunto cargado de ansiedades.
nuevo libro. Buena o mala, nuestras ansiedades constituyen la herencia Una vez casadas, el centro de la existencia se desplaza, abandonando
materna, nuestra solidaridad con ella. Eliminar su incesante vigilancia, la molesta y conflictiva vagina para centrarse en la casa, la iglesia, la
su recelo en el terreno del sexo, significa matar la parte de nuestra familia. La vida es agradable. ¿Por qué sentimos que hay un vacío
madre que continúa viviendo en nosotras, como la consciencia materna. en su corazón?
120 MfJilM Mi MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 121

El hecho de que muchas mujeres renuncien a los hombres después una buena niña." Después le piden que orine de forma similar. A con-
de haberlos perseguido durante toda su vida no puede atribuirse a que tinuación se sitúan entre la niña y su deseo de chuparse el pulgar. Al
éstos las hayan decepcionado. Quizá seamos nosotras de mentalidad tan final, acaban colocándose entre la criatura y su deseo de tocarse los
cruel como la suya. Decimos de ellos que nos dejan una vez poseídas. órganos genitales y de gozar con ello. Nos interponemos espontánea-
Pero en cuanto los hemos transformado en padres de nuestros hijos, mente: nos olvidamos de que no somos las dueñas del cuerpo de la
¿acaso no perdemos todo interés por el pene, que ha servido para cum- pequeña. El cuerpo es suyo, y nuestros esfuerzos han de limitarse a
plir con algo que juzgamos su primordial misión? ayudarla a socializar su control. Muy pronto, una instrucción rígida
«Si pudiésemos ejercer sobre una joven una fuerte represión y vi- sienta la base para posteriores sentimientos que llevan a pensar que la
gilancia centradas en sus órganos genitales — dice Jessie Potter —, ella sexualidad es mala, que el gozo del cuerpo es malo, que la masturba-
nunca llegaría a descubrirlos. Incluso en el caso de que lo haga, per- ción es mala, que ¡la relación sexual es mala!»
cibirá tantos y tan negativos mensajes que será como si la hubiesen Tras haber denigrado tanto la vagina, ¿quién se sorprenderá de
anestesiado desde las rodillas hasta el ombligo. Tras haberle enseñado que haya muchas chicas que miran con envidia a sus hermanos? El
que esa parte de su cuerpo es tan horrible que ni siquiera se puede hermano tiene algo en esa zona especial de que nosotras carecemos.
nombrar, tras decirle que huele mal y que no se la debe ni mirar, le «Mi pequeña me llamó la otra noche», me explica una madre. «Me
indicamos que ha de reservarla para el hombre que ama. Las mujeres dijo que no podía dormir.» «No he dejado de pensar en los penes»,
deben ser perdonadas por sentir algo menos que entusiasmo por se- me informó la niña. «Yo quiero tener uno. ¡ Oh! Quiero ser una niña,
mejante don.» pero me agradaría tener un pene, para cogérmelo con la mano y mo-
Un niño se mantiene en contacto con su sexo desde muy pronto, verlo de un lado a otro.» Luego, la madre añadió: «Mi hija es de esas
prácticamente cada vez que orina. Cuando se excita, se presenta con niñas a quienes les gusta controlarlo todo.»
toda «naturalidad» una erección. En el campamento juvenil, el fuego
¿A qué persona no le gusta controlar su cuerpo? A una pequeña,
es extinguido por un grupo de chicos que orinan en las llamas. Lo de
que se enfrenta con tantas dificultades para contentar a su madre du-
lanzar el semen lo más lejos posible es como orinar a larga distancia,
rante el proceso de aprendizaje de las tareas de aseo personal, ¡ese
una cuestión de maestría y de control, una prueba de hombría.
pene ha de parecerle muy útil! «El chico da la impresión de poseer
Pero las mujeres han sido hechas de una manera muy particular, la respuesta al movimiento de aprecio por parte de mamá — dice el
como si la misma madre hubiese podido intervenir en el diseño de !a
doctor Robertiello —. Dispone de un "mango", de algo que puede con-
vagina. No podemos vernos cuando orinamos. No nos es posible con-
trolar, tan familiar, sencillo y fácil de manejar como el grifo de la
trolar el chorro de orín. Nos está permitido tocarnos sólo en una oca-
cocina... No hay más que girar la llave superior a un lado o a otro.
sión, la inevitable: cuando nos aseamos echándonos agua. El aseo ínti-
Y además es limpio. Se le mantiene apartado del cuerpo, de suerte que
mo es el primer gran obstáculo que la madre encuentra al criarnos. Su
el pequeño no tiene que secarse al orinar. Es comprensible que una chi-
papel de «buena madre» se halla en juego, y más adelante se juzgará a
quilla envidie poseer un "mango" por el estilo, controlable, de fácil
sí misma por la prontitud con que pueda informar acerca de sus éxitos
limpieza, para complacer a la madre. Pero partir de este simple deseo
a vecinas y amigas. Si la decepcionamos, nos dice: «¿Cómo puedes tú
hacerme esto?» Es un estribillo que escucharemos muchas veces a lo para declarar que, en consecuencia, a la niña le gustaría ser niño, es
largo de nuestra vida. Incluso cuando de pequeñas nos lo «hacemos» remontarse a lo fantástico.»
encima, ella se siente culpable. Con el adiestramiento en la labor del aseo, nuestra relación con la
La doctora Mary S. Calderone es considerada una pionera en ma- madre se concentra en la importante zona que existe entre las piernas.
teria de educación sexual. «Una cosa que las madres tienden a hacer Por el hecho de ser nosotras como ella, la madre nos transfiere sen-
— dice — es situarse entre el cuerpo de su criatura y ésta misma. Se timientos relativos a sus genitales en mucha mayor medida que a nues-
insertan ahí porque, al parecer, creen ser las dueñas del cuerpo de la pe- tro hermano. Recordando sus propias dificultades y humillaciones, su
queña. En primer lugar, le exigen que haga sus deposiciones a una defensa consiste en infundir en su hija la idea del desdén. ¿Qué tiene
hora dada y de cierta forma: "Quiero que lo hagas así. Quiero que lo de raro que la pequeña se pregunte, a un nivel regularmente profundo,
saques todo moviendo bien las tripas. Si lo haces en este orinal, serás qué es lo que de vergonzoso alberga en su cuerpo para tener que guar-
122 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 123

darlo recurriendo a un férreo control? Se ha fundamentado la base de ticular, al no dar al sexo de la chica el mismo valor que da al del
una ansiedad, y solamente somos dos. hermano. Esa constelación del auto-desdén llamada envidia del pene no
Me crié sin padre ni hermanos, pero cuando contaba cuatro años es biológicamente imbuida, sino que es una pieza asimilada del com-
ya llevaba a cabo ensayos para ver de orinar de pie, para controlar tan portamiento social.»
importante función. Os preguntaréis de dónde saqué esa idea... En Aunque creo que Clara Thompson está en lo cierto al pensar que
casa no podía dedicarme a observar a ningún varón; no cabe pensar la envidia del pene es, en parte, debida al superior status cultural del
tampoco en envidia de ninguna clase. ¿Quiere esto decir que nunca macho, tengo para mí que el problema se inicia antes, dentro del ho-
vi al pequeño de mis vecinos orinando confiadamente detrás del tron- gar, al advertir la niña que su anatomía origina problemas con su ma-
co de un árbol? No, claro. Así es como nace la denominada «envidia dre, problemas ausentes de la vida de los chicos. En fin de cuentas,
del pene», no porque la chica experimente concretamente el deseo de sin embargo, esto no importa. Ambas ideas actúan juntas, para produ-
ser varón, sino porque quiere resolver el problema de control, el de cir una disminución del amor propio en las mujeres.
la ansiedad y vergüenza de la madre, y de nosotras mismas. En este contexto, la envidia del pene puede ser vista como una par-
En 1943, la psiquiatra Clara Thompson escribió Las Mujeres y la te de la exploración de la idea de sí misma y la realidad que lleva a
Envidia del Pene, un trabajo que, significativamente, cambió el rum- cabo la pequeña. «No es tanto un problema de envidia — dice el doctor
bo del pensamiento psicoanalítico. Los hallazgos de la doctora Thomp- Sanger—, como de perfeccionismo. La pequeña desea poseer un pene,
son revelaron que la envidia del pene es primariamente simbólica, su- pero también quiere tener una vagina, y fumar en pipa, como papá, y
poniendo una racionalización de los sentimientos de insuficencia de las poseer un rabo como el del gato que ve en las películas.»
mujeres en una sociedad patriarcal. «...Los factores culturales —es- Cuando una niña se compara con su madre, ve que no tiene é.
cribió tal doctora — pueden explicar la tendencia de las mujeres a sen- pecho de ésta, ni otros signos visibles de la sexualidad adulta. Le cues-
tirse pertenecientes a un sexo inferior, y su consiguiente tendencia a ta trabajo imaginarse que la promesa de su madre, de que con el tiem-
envidiar a los hombres... La actitud denominada "Envidia del Pene' po aparecerán en ella tales cosas, se hará realidad. Para el chico, la
es similar a la que podría adoptar cualquier grupo despojado de pri- promesa es menos abstracta. Mira a su padre y piensa: «Bueno, yo ya
vilegios ante otro que ostentara el poder».2 he comenzado. El mío será más pequeño, pero irá aumentando de ta-
En una sociedad dominada por el macho, el pene es visto como maño, a medida que yo crezca.» Añade el doctor Sanger: «Es como
el símbolo del sexo más privilegiado. En un sistema matriarcal, el sím- si a uno le dieran las llaves del coche, diciéndole que entrará realmente
bolo del poder sería, quizá, el seno femenino, o el vientre de una mu- en posesión del vehículo dentro de veinte años. Por lo menos, ya se
jer embarazada. Un niño bóer, criado en una tribu africana, sentiría el tienen las llaves, una promesa tangible, que permite la espera con-
deseo de que su piel fuese negra. En nuestro medio normal, el de fiada.»
cada día, pudiera ser que envidiásemos los hermosos cabellos rizados Por otro lado, la pequeña cuenta solamente con las consideraciones
de nuestra amiga Louise, si bien no queremos ser Louise. Del mismo de la madre, quien le dice que un pene no es más envidiable que una
modo, es posible que envidiemos el pene masculino —ese «extra» evi- vagina, añadiendo que cuando ella sea mayor se sentirá contenta de
dente que poseen los chicos —, sin que esto quiera decir que deseemos tener esta última. Tal seguridad es una de las cosas más importantes
ser hombres. La envidia del pene es, simplemente, lo que las palabras que una madre puede ofrecer a una hija; pero ha de basarse en la per-
daban a entender ya antes de que Freud sopesara la frase: nos hallamos cepción de la chica de que su madre le 'está diciendo lo que realmente
ante una envidia anatómica, no una envidia de género, de sexo. 6Íente. La niña quiere creer a su madre, y en consecuencia, si la envi-
«Por desgracia — señala la doctora Schaefer —, el término represen- dia del pene no es un problema para ésta, tal cuestión es pronto ol-
ta una dosis de ansiedad para muchas mujeres. A pesar de todas nuestras vidada por la hija.
negativas, tememos que pueda ser cierta, conjurando con tal idea to- «Cuando mi hija contaba tres años y medio —refiere la doctora
das las horrendas nociones de "la mujer castrada", aunque en la actua- Fredland — empezó a interesarse por los penes. Solía decir que quería
lidad sólo los freudianos más rígidos aceptan dicha idea al pie de la orinar de pie, como hacían los chicos, un anhelo universal entre las
letra. Sabemos ahora que las sensaciones de ser "menos" que padecen niñas. Le dije que los penes eran muy bonitos, pero que ella tenía una
las mujeres son debidas a la sociedad en general, y a la madre en par- bella vagina. "¿De veras? Bueno, déjame verla", me contestó. La si-
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124 MI MADRE, YO MISMA
ral de la «cloacal» vagina, en comparación con el más limpio, más es-
tué debidamente colocada delante de un espejo. Esto la dejó satisfecha, timable pene.
pero más adelante se le antojó tener un bebé. Reconoció que ella, a La cloaca es la única abertura con que cuentan en el cuerpo algu-
los tres años y medio, no podía tenerlo, decidiendo que fuera yo luego nos animales simples, situados en la parte más baja de la escala de los
quien lo tuviera, en su lugar. Después, habría de dárselo, claro. Pri- seres, como las lombrices o gusanos de tierra. Esa abertura sirve para
meramente me dijo que criaría al niño con el pecho; luego me comuni- la función excretora y la sexual, a la vez. Muchas niñas conciben una
có que le daría el biberón. "¿Por qué piensas criarlo con biberón en idea espontánea y no expresada, es decir, experimentan una «sensa-
lugar de darle el pecho?", le pregunté. Me miró haciendo un gesto de ción»: creen orinar y defecar por el mismo sitio, y que los niños nacen
enfado y de desdén, y me contestó: "Tú sabes muy bien que no tengo por este punto también. Más tarde, tal confusión se amplía, abarcando
senos." Se sintió muy dolida. Desde luego, lo que deseó a continuación la idea de que lo sexual, igualmente, se halla conectado con esa única
fue tener senos. Una fase sucedía a otra.» abertura, lo cual nos lleva a imaginarnos que nuestros órganos sexuales
son sucios, no debiendo ser mencionados, de la misma manera que du-
Hoy, la hija de la doctora Fredland ansia tener vello sobre su va-
rante el proceso de adiestramiento en el aseo íntimo empezamos a no
gina. Mañana... ¿quién sabe lo que va a querer? Una niña debe estar
sentir ningún gran orgullo por la función del ano.
deseando cosas interminablemente, para que, cuando haya probado mu-
chas, sepa qué es lo que quiere en realidad. Después de haber pensado «Muchas madres sufren una terrible confusión sobre su anatomía
en los penes, en los senos, en el vello de la vagina, su atención se — dice el doctor Robertiello —. Por la época en que una mujer da a luz,
disparará hacia fuera; envidiará a la gente que tiene mucho amor pro- habitualmente habrá asimilado las diferencias existentes entre la uretra,
pio y valor, a los que trabajan como pilotos o son conocidos como la vagina y el ano propios, pero existe una separación entre la com-
filósofos. Si sus avatares educativos de niña no la han hecho vulnera- prensión intelectual y la creencia emocional. Durante las enseñanzas
sobre el aseo corporal, es posible que traslade a su hija dicha confu-
ble, si han quedado resueltos sus problemas sobre el control de su
sión, sugiriéndole que las tres zonas se encuentran unidas por medio
cuerpo, poseerá mucha más energía para enfrentarse con lo que la rea-
de una idea cifrada en las expresiones "ahí abajo", o "en tu trasero".»
lidad le ofrece.
«Siendo yo pequeña», cuenta una mujer de treinta y cinco años,
Al final, la madre debe y ha de ganar la batalla del orinal. Nuestra culta, alumna destacada en un colegio de enseñanza superior, donde un
desventaja es que demasiado a menudo hemos de llegar a pensar que día pronunciara el discurso de despedida, en nombre de sus condiscí-
la fuente de nuestro placer y de nuestras contrariedades es siempre la pulos, «una chica me dijo que los bebés venían por donde todas ori-
misma. Las confusas instrucciones de nuestra madre han dado origen namos. Inmediatamente rechacé esa idea, ya que cualquiera, por necia
a una fobia tipo Lady Macbeth: nunca seremos capaces de hacer desa- que sea, podía ver, si se fijaba bien, que el ombligo es como la boca
parecer la mancha (con gran satisfacción por parte de los fabricantes de una de esas bolsas que se cierran mediante una cremallera. Llegado
de rociadores vaginales y de esos productos químicos azules que hace- el momento, se abre y surge el bebé; luego se corre el cierre y todo
mos correr por las tazas de los inodoros). vuelve a quedar como antes. Tuve que llegar a ser estudiante de segun-
Me disgusta deciros los años que tuve que cumplir para saber que do año para informarme sobre el tema de la sexualidad. Pero nunca
el Tampax que me había estado insertando durante muchos de ellos me gustó que un hombre me tocara ahí debajo, nunca».
no entraba por el mismo conducto a través del cual orinaba. Siempre Los hombres tienen también problemas con las malas imágenes del
me había preguntado por qué el Tampax no bloqueaba la orina, pero cuerpo: suelen crecer a la sombra del «Hombre de Marlboro». Pero
no las veces suficientes para plantearme la cuestión. al final se encuentran con cosas más importantes en que pensar. Lo
Existe, efectivamente, un nombre para este tipo de pensamiento, suyo, en la vida, es ser juzgados por sus realizaciones. El hecho de que
y alude a las mujeres que como yo se resistieron durante largo tiempo sean demasiado altos o delgados puede preocuparles, mas hasta el más
al intento de localizar sus orificios y comprender sus funciones. Recibe feo de los hombres llega a disponer de mujeres si figura entre los triun-
la denominación de «el concepto cloaca». Al igual que el vocablo «sim- fadores. Nuestra cultura, con todo, ha puesto mucho énfasis en la ne-
biosis», resonó dentro de mí con múltiples significados, a distintos ni- cesidad de la belleza en las mujeres, y esto, por sí solo, no explica por
veles, la primera vez que lo oí. Supuso un resumen emocional de años qué razón las mujeres más adorables son incapaces de creerse bellas.
de experiencia no comentada, una explicación de la degradación cultu-
126 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 127
Es casi una humorada. Basta con halagar a una mujer elogiando su bre la mesa. Pregunto a Vera Plaskon, que tiene veintiocho años y es
rostro o sus piernas, para que ella, con un suspiro, diga: «¡Cuánto profesora de educación sexual para adolescentes en el Hospital Roose-
daría por poseer unos senos más grandes!» No hay nada perfecto; siem- velt, de Nueva York, si dicha noción se aviene con su experiencia.
pre existe algo que debe cambiar. «¿Que si he tropezado con eso?», inquiere, echándose a reír. «¡Yo he
No nos comprendemos a nosotras mismas. Enseñamos a nuestra me- pasado por lo mismo que todas! Esas reproducciones en yeso carecen
jor amiga una fotografía de las dos, en bañador, tomada cierto día del de aspecto humano. Las mujeres sabemos que las figuras están dotadas
verano anterior. Ella aparece muy esbelta y hermosa en su bikini. «¡Oh, de brazos y piernas, de manos, de lengua... Pero han sido disociadas
qué foto tan horrible!», exclama la amiga, rompiéndola. «¡Voy a po- de sus genitales, particularmente de sus órganos internos. No hay que
nerme a régimen en seguida!» Nada de lo que nosotras le digamos la mirar; no hay que tocar nada. Todo lo que queda ahí debajo es sucio.
convencerá de que no está gorda, de que incluso resulta escultural. Las En nuestras clases, aquí, en el Roosevelt, intentamos proporcionar una
revistas femeninas saben que hay siempre una información que nunca información adecuada a las jóvenes. Y lo que es más importante, pro-
falla a la hora de atraer la atención de todas: «Elizabeth Taylor no se curamos que se convenzan de que el suyo es un buen cuerpo. Hacia
cree bella.» Por imposible que esta idea pueda antojársenos, la creemos. los seis u ocho años disponemos de unas imágenes corporales propias
En fin de cuentas, Elizabeth Taylor es una mujer. muy pobres.»
Todas tenemos algo que ocultar. ¿Qué otra razón puede haber que «La ignorancia de las mujeres en lo referente a sus cuerpos se de-
justifique la instalación de habitaciones y menudos cubículos donde riva de una conducta impuesta —explica la ginecóloga Marcía
desvestirnos y orinar, cuando a los hombres se les dedican grandes re- Storch—. Las niñas son instruidas de forma que se sienten atemoriza-
cintos comunales para esos menesteres, con sus puertas siempre abier- das e inseguras con respecto a sus cuerpos. En el extremo opuesto tene-
tas? Y en otros recintos los hombres se duchan juntos, mezclándose los mos a La Gran Reina del Sexo, mantenida bien a lo alto, para que sea
gordos con los flacos, o con los patizambos; se arrebatan alegremente muy, muy especial. Como usted no puede alcanzar tal posición, se siente
las toallas, entrando o no en contacto sus cuerpos; se plantan delante avergonzada del cuerpo que le ha sido dado. En consecuencia, las jó-
de urinarios contiguos, cogiéndose el pene con las manos, hablando venes actúan desde dos direcciones, forzadas a aspirar a algo que saben
quizá de cuestiones sexuales mientras cumplen con su función del mo- que nunca será realidad.»
mento. Puede ser que se mientan entre sí, pero en suma se les ve re- ¿Por qué no nos sentimos jamás satisfechas? ¿A qué se debe la
lajados, tranquilos, nada conscientes de sí mismos. ¿Por qué son las increíble importancia concedida a unos muslos gruesos, a unos senos
mujeres distintas de los hombres en tal aspecto? pequeños? ¿Por qué hemos de pensar únicamente en nuestros defectos,
«Creo que no he dado nunca con ninguna mujer cuya madre le di- complaciéndonos en raras ocasiones con lo que hay de delicado y bello
jera en la niñez algo positivo acerca de sus órganos genitales — informa en nosotras? ¿A qué viene ese desplazamiento de nuestra atención,
la doctora Fredland —. Por el contrario, todas mis conocidas fueron ad- desde nuestros yos hacia nuestros cuerpos, como si estuviéramos redu-
vertidas en contra de la promiscuidad, como mínimo, siendo amenaza- cidas a éstos solamente, a unos cuerpos y nada más?
das con los peores castigos si se masturbaban o se interesaban demasia- ¡Todo es debido a que esas importunas preocupaciones son, en
do por los chicos. La mayor parte de las mujeres son incapaces de to- realidad, desplazamientos!
carse y tampoco pueden imaginar que le cause placer a alguien llevar No superamos, no dejamos atrás nuestras preocupaciones relativas
su mano hasta ahí abajo... Esto es lo que un analista amigo mío de- a la dilatación de la cintura o el exceso de peso porque no son la
nomina perversamente "carencia de dignidad vaginal".» auténtica, inmencionable e inimaginable raíz de nuestra inquietud. Al
Cuando la profesora de la escuela superior extiende los cuadros lamentarnos acerca del estado de nuestra piel, o de los defectos de
anatómicos en la clase y proyecta el film sobre educación sexual, nos nuestras pantorrillas, se aparta nuestra atención de esa otra zona que
hallamos más allá de ver la separación de la uretra y la vagina; un la madre se ha negado siempre a mencionar, que no tiene nombre, que,
velo invisible de turbación nos ciega, un velo tan real como la sábana si estaba sucia hacía que en su rostro se dibujara un gesto de disgusto.
que más adelante será colocada frente a nuestros cuerpos cuando visi- Nosotras decimos que nuestros senos, nuestros muslos, son feos; pero
temos al ginecólogo. Por entonces, hemos llegado hasta tal extremo lo que realmente tememos es que sea fea nuestra vagina.
en nuestra miopía que no «vemos» el cuerpo reproducido en yeso so- En la expresión sexual, procedemos ciegamente. Cerramos los ojos
128 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 129
cuando nos masturbamos. Nos embriagamos para que a la mañana si- volvemos con naturalidad en todo lo referente a una función que más
guiente podamos fingir ignorancia y no aceptar la responsabilidad de que ninguna otra resume lo que subliminalmente nos ha sido enseñado
nuestro propio placer. «No recuerde absolutamente nada de lo que a sentir sobre esa zona de nuestros cuerpos: que no tiene nada de
hice.» Cuando un amante nos besa entre las piernas, pensamos en un bonito.
desconocido, en un rostro que nunca veremos de nuevo, en lugar de A lo largo de mis investigaciones sobre la relación madre-hija, no
quien protagoniza la acción. Tememos que no posea la experiencia su- he encontrado ningún aspecto más regido por la contradicción, la pér-
ficiente para dar con nuestro oculto clítoris, y rezamos porque, si lo dida de memoria, la confusión y la negativa que la menstruación. No
consigue, pueda vencer su fastidio y disgusto durante el tiempo nece- existe un comportamiento acerca del cual expresemos tan fría certeza,
sario para que nosotras lleguemos a superar nuestra repugnancia, una pero sobre el que tengamos menos control.
repugnancia aprendida. ¿Ha existido alguna vez un hombre más ado- Para ser justas con las madres en general, y la mía en particular:
rado que aquel que logra finalmente adentrarse en nosotras, descu- «Muy a menudo, no hay manera de explicar a una chica algo por an-
briendo nuestro secreto y amándolo? ticipado — dice el doctor Sanger —. Con frecuencia la gente habla de
La industria de la moda y de los cosméticos no fue la instauradora todo, menos de aquello que es realmente importante. Lo mismo podría
de la insatisfacción que nuestros cuerpos nos producen. El comercio, decirse de lo que se escucha. El enfrentamiento con algo nuevo suscita
simplemente, opera sobre una ya asimilada inseguridad, poniendo el generalmente ansiedad. El caso de la estudiante que no puede abrir
signo del dólar frente a la esperanza de hallar por nuestra parte cual- un libro hasta la víspera del examen es similar a la incapacidad de
quier día algo que nos haga oler, saber y sentir bien a nosotras mismas. prestar atención a la descripción que la madre hace de la menstruación
Quienes pretenden animar a las mujeres para que rechacen unas preo- antes de que ésta comience.»
cupaciones «carentes de significado» en relación con la belleza, centrán- Mucho antes de que cumplamos los once o los doce años, nos he--
dose en el objetivo real de la igualdad — sin explicar primeramente el mos dado cuenta de que nuestra madre sangra una vez por mes, algo
muy significativo temor que existe por debajo de tal preocupación—, que resulta difícil de ocultar en un hogar normal. (Si en virtud de
están ofreciendo a nuestro sexo, sencillamente, otro terreno lleno de alguna medida extraordinaria, la madre ha logrado que no nos demos
incertidumbres. La aceptación propia no puede apoyarse en una ciega cuenta de ello, el hecho es más elocuente que la circunstancia corrien-
negativa. ¿Por qué nos gastamos tantísimo dinero en ropas? ¿Por te.) Por el tiempo en que entramos en la pubertad, sabemos ya cómo
qué dedicamos tantas horas a la aplicación de productos faciales? Por- piensa nuestra madre acerca de cualquier cosa relacionada con el sexo.
que no podemos creer que haya alguien que nos quiera tal cual somos. Si ella gusta de su cuerpo, si lo cuida, si se siente orgullosa de él, tam-
Convenced a una mujer de que su vagina es bella, y os haréis con la bién nosotras nos sentiremos orgullosas de convertirnos en mujeres. Si
estructura de una persona «igual». Es ésta una cosa que no me inspira le agradan los hombres, si hallándose con ellos no se transforma en
la menor duda. otra persona difícilmente identificable para nosotras, si en nuestras con-
versaciones con ella nos dice que estamos empezando a vivir «la parte
Nuestra actitud frente a la menstruación constituye un vivido ejem- más bella de la vida femenina», entonces la creeremos.
plo del poder de la emoción sobre el intelecto. Mi madre deseaba pa- «Son muchas las emociones que experimento al observar que mi
sarme la información que ella poseía. Yo necesitaba esa información. hija crece, que va a ingresar ya en los cursos superiores», dice la madre
Estoy convencida de que intentó trasmitírmela, pero nuestras emocio- de una chica premenstrual de doce años. «Me siento orgullosa de ella;
nes se cruzaron en el camino. Cuando pienso en aquel momento crucial pero me consta que va a separarse de mí. Todo resulta muy ambiva-
de nuestras existencias, tengo la impresión de que estábamos represen- lente... Esos sentimientos que la embargan a una, cuando ve que la
tando un drama, madre-hija, de carácter universal. Podía ser que ella hija empieza a menstruar y que entra en una nueva fase de la vida, de
no me expusiera los hechos de una forma para mí asequible. Como el chica ya crecida... Me doy cuenta de que mi vida está cambiando tam-
estar pendiente de lo que me decía era un esfuerzo duro para mí, ella bién.»
se volvió una persona todavía más inhibida que antes. En la mayor La ginecóloga Marcia Storch me habla de una chica de once años
parte de los casos, los resultados son los mismos: tanto si se trata de que acaba de empezar a menstruar, pero que se niega a usar el «Ko-
mujeres de veinticinco años como de cuarenta y cinco, no nos desen- tex», y cualquier cosa similar. La doctora se entrevistó luego con la
130 V* MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 131
madre, una mujer inteligente que desarrolla su actividad en el campo Hace dos años entrevisté a una chica de once años. Estaba aguar-
político. Salieron a la luz las más profundas implicaciones. La madre dando con ansiedad el momento de menstruar. «Es chocante», me dijo,
había sufrido una conmoción al saber que su «bebé» había comenzado «pero cierto: las muchachas mayores, que han empezado ya a mens-
a menstruar. «El mensaje básico que la madre estaba transmitiendo a truar, no quieren hablar de este asunto, no les gusta. Yo, en cambio,
la hija — explica la doctora Storch — era el de la ansiedad. Por consi- con mis amigas, he decidido celebrarlo con una fiesta el día que algu-
guiente, la hija intentaba ocultar lo que había provocado los temores na de nosotras comience... ¡Y ésa espero ser yo!» Los tiempos han
de la madre. La historia en cuestión es bastante corriente. Son muchas cambiado, pensé. Seis meses más tarde, volví a verla. «¿Qué fue de
las chicas que fingen no haber comenzado a menstruar todavía a causa vuestra fiesta? ¿La celebrasteis por fin?», inquirí. «¡Oh! Se refiere
de la emoción negativa que el hecho produce en su madre.» usted a aquello...» La muchacha se desentendió del tema con un en-
La psiquiatra Lilly Engler explica: «Muchas madres no quieren en- cogimiento de hombros. No la vi turbada, sino desinteresada. Después,
frentarse con el proceso de menstruación de su hija porque este hecho estuve hablando con la madre, quien me dijo: «El día que comenzó a
significa que la joven inaugura su vida sexual. Si hay otra mujer en la menstruar, le sugerí que saliéramos a comer fuera todos, para celebrar-
casa, eso la convierte en la mujer "mayor". Sé de madres que realmen- lo, pero mi hija respondió: «¡Oh, no! Por favor, no le digas nada a
te querían preparar adecuadamente a su hija, y que incluso creyeron papá.»
haberlo hecho..., pero que no ha sido así. No nos gusta admitir esto,
pero tal actitud tiene que ver muchas veces con los celos.» La excitación derivada del hecho de transformarse en «una de las
En el otro lado de la puerta edípica, «la menstruación recuerda a chicas» se esfuma rápidamente. Esto de hacerse mujer no es un rito
una joven que su madre es una persona sexual, de una forma que ella de paso a un nuevo y emocionante mundo; supone algo más: más es-
no puede negar», declara la doctora Schaefer. «Viene a verme una peras, más preguntas a qué atender antes de ir a cualquier parte, antes
muchacha de catorce años. No acierta a comprender por qué le repugna de hacer cualquier cosa; supone una mayor dependencia de otras per-
hablar de la menstruación con su madre. Dice que odia eso, que de sonas. Habrá también más tensión con la madre, que nos observa con
repente su madre ha quedado "conectada con todo aquel asunto". Es- una nueva ansiedad. Ser mujer significa ser «menos». La niña que debía
taba preocupada; experimentaba un sentimiento de culpabilidad al sen- colocarse entre las piernas un «Kotex» de la madre, contoneándose de
tirse alejada de su madre.» un lado para otro, no experimenta ahora ninguna emoción, cuando lo
Hasta el momento de comenzar a menstruar, nos mantenemos a al- utiliza para que cumpla realmente su función. Los sentimientos de
guna distancia de la madre. Nos identificamos con ella, pero no somos realización y de consecución de una identidad sexual que aporta el acto
como ella. Es una especie de libertad. El espacio existente entre las de menstruar quedan pronto atenuados por los antiguos y de nuevo
dos nos permite ignorar los hechos de su vida con los cuales no que- agitados recuerdos de sensaciones de suciedad en «ese sitio».
remos enfrentarnos todavía. Formulamos preguntas, abrimos puertas, La verdad es que la menstruación plantea a cada mujer un proble-
pero cuando tropezamos inesperadamente con hechos para los cuales ma de tipo Jano, el de las dos caras. Nos apunta inexorablemente ha-
no estamos preparadas cerramos la puerta, olvidamos lo que acabamos cia delante, hacia la feminidad; al mismo tiempo, nos hace retroceder,
de ver u oír, y volvemos a nuestros juegos infantiles. Pero en cuanto llevándonos inadvertidamente a una época anterior, a aquélla en que
empezamos a menstruar ya no podemos apartar la vista, dirigirla a éramos incapaces de controlar nuestros cuerpos. De pronto volvemos a
otra parte. Su vida es la nuestra. Teniendo que comprender lo que el entrar en contacto con emociones no experimentadas en años anterio-
ciclo periódico significa para la madre, ya no podemos seguir como res, la antigua vergüenza que sentíamos al comprobar que nos había-
antes, viendo en mamá un ser amable, «puro», totalmente asexuado, mos orinado en la cama, los malos olores, el hecho de ensuciar nues-
como la habíamos supuesto siempre. Ahora resulta que es irracional- tras ropas. Hemos sufrido tantas veces la humillación derivada de la
mente asaltada por los mismos deseos eróticos que nosotras. Ella ex- incontinencia involuntaria y a destiempo, y ha mediado un adiestra-
perimenta nuestras emociones y conoce las mismas excitaciones que miento tan celoso en cuanto al aseo personal, que para evitar aquellos
nosotras sentimos en nuestros cuerpos. Es una idea perturbadora. Os- fallos hemos llegado a lograr un control absoluto de nuestro cuerpo,
curos conflictos edípicos hacen eclosión. Ella no es solamente nuestra un control de hierro, un control tan rígido que nuestra vejiga no se
madre; también es una mujer. Y una rival. atreverá a expulsar su contenido mientras dormimos, ni ningún esfín-
132 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 133

ter funcionará de no mediar nuestra voluntad. Bruscamente, nos halla- el de su madre, el de los hombres, el de su hija, y el de la significación
mos de vuelta a todo ello. de la condición de mujer.
El enemigo se desliza sobre nosotras durante la noche. Nos desper- Contrastando con lo anterior, he aquí lo que me refiere otra mu-
tamos con la enfermiza sensación de que no hay manera de ocultar lo jer: «Me sentí muy feliz cuando empecé. Tenía once años. Hasta en-
que es evidente. Tan humillante es el retorno de esas viejas emociones tonces me había considerado una chica extraña. Llevaba dos años de
que huimos de ellas, las reprimimos, decididas a no pensar en la mens- adelanto en el colegio. Mis compañeras contaban trece años. Ellas ha-
truación más que de una forma, la que resulta más común. ¿Es de bían empezado a menstruar mucho tiempo antes. Sabía que estas cosas
extrañar que más adelante, tras haber logrado la represión, nos olvide- íntimas ponían nerviosa a mi madre, de manera que recurrí a mis me-
mos de hablar a nuestras hijas de este «sucio» lado de la menstruación? jores amigas. Fue muy emocionante. Por vez primera en mi vida, me
Por supuesto que no... Nosotras mismas todavía nos sentimos aver- sentía como las demás.»
gonzadas. Nuestro recuerdo del comienzo de la menstruación se halla condi-
cionado por la forma de sentir hoy nuestra sexualidad. Si de adultas nos
Todas las mujeres recuerdan su primer día: «Llevaba puesto el pi- desenvolvemos sin obstáculos, evocaremos cualquier situación embara-
jama de mi hermana cuando vi la sangre...» «Mi madre me había re- zosa, una sensación de vergüenza o de temor, que tengan que ver con
galado un libro, de tapas azules y beige...» «Navegábamos rumbo a aquella primera vez, acompañadas de una sonrisa nostálgica o de una
Europa, en el Queen EUzabeth. Creí que la sangre era debida a haber- carcajada. Si lo sexual es para nosotras ahora un problema, aquél fue
me mareado...» «Mi madre no me dejó ir al colegio. Quiso que me uno de los primeros síntomas de trauma. Vi claramente en esta entre-
quedara en casa, y luego me mandó a la cama, lo cual me extrañó...» vista que la mujer en cuestión se hallaba satisfecha de su sexualidad.
Estos detalles han quedado marcados en nuestros cerebros, componien- Quiso agradar a su madre. Ésta era tímida, y no la preparó. Ahora
do algo así como una pantalla, tras la cual podemos ocultar todo lo bien, eso carece de importancia; lo que sí la tiene es el carácter con-
demás asociado con la menstruación. «El libro tenía una vaca y su ter- sistente de la madre. No mintiendo a la hija, no fingiendo una falsa
nera en la cubierta», explica una mujer veintiséis años más tarde; pero confianza, dejó a la chica en libertad de acción, para que se volviera
cuando una le pregunta qué le dijo su madre, responde: «No me dijo hacia las personas que podían ayudarla. Así era la madre. Así vamos
nada.» Cuando la interrogada es la madre, ésta contesta: «Se lo dije pasando a través de la menstruación, la pérdida de la virginidad, el
todo.» matrimonio, el alumbramiento de los hijos... Todo viene a ser de una
«¿Y qué es lo que usted piensa actualmente acerca de la mens- pieza.
truación?», pregunto a la misma mujer. «¿Qué es lo que hay que pen- Es posible que ciertas madres crean haber fallado en su misión de
sar?», dice ella, sonriente. «Nada.» preparar a sus hijas para la menstruación. Yo apenas he tropezado con
«Mi madre me propinó una bofetada cuando le enseñé mis ropas una. Todo lo más, suelen decir: «No tenía que decirle nada. Sabe más
manchadas de sangre.» Con estas palabras evoca una mujer, divorciada que yo. Sus amigas le facilitaron la información precisa.» Y podría
por dos veces, abuela ya, y profesional de la abogacía, su primera mens- contar con los dedos de una mano las mujeres que se juzgaban a sí
truación. En su voz se nota todavía una inflexión de enfado. Compartí mismas preparadas... con una comprensión inteligente, aceptante y
su sentimiento, hasta que unos meses más tarde alguien me aclaró que emocional de sus cuerpos. Estoy de acuerdo con la ginecóloga Marcia
es un rito judío, muy observado, el que la madre abofetee a la hija Storch en que las amigas de una chica son probablemente sus mejores
en tal ocasión. Aquella mujer había querido que compartiese su irrita- maestras en lo referente al sexo y a la menstruación; la mayor parte de
ción, más que comprendiese la costumbre. ¿Se valió acaso aquella ma- las madres se hallan todavía demasiado implicadas emocionalmente en
dre del rito de la bofetada como excusa, para dar rienda suelta a su las actitudes de inhibición de las mujeres de su tiempo para evitar
enojo, al enfrentarse con una situación sexual que se sentía incapaz de transmitir a la muchacha un doble mensaje. Pero sigue en pie un he-
controlar? ¿O fue la irritación de la hija la emoción que necesitó des- cho: tanto si conseguimos la información en la escuela como si nos la
plazar hacia su madre, a fin de expresar la frustración que supuso su procuran nuestras amigas, nos vemos afectadas por las actitudes sexua-
propia sexualidad? A lo largo de nuestra entrevista pude comprobar les de la mujer que nos ha criado. «Los padres imparten la educación
que la irritación era su emoción dominante al abordar el tema del sexo, sexual primaria y de más prolongada permanencia en sus hijos —ma-
134 MI MADRE, YO MISMA ' IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 135

nifiesta la doctora MdJy Calderone—. Tanto si saben a qué atenerse bertad. ¿Cómo va una a sentirse tranquila? Desde luego, nos agrada
como si no, lo mismo si obran bien que si obran mal, tanto si su labor estar a solas. Después, simultáneamente con la aparición del vello pú-
es positiva como si es negativa, inevitablemente, lo hacen.» bico, el abultamiento de los senos, la curva de los muslos, llega la
La doctora Fredland concreta un importante punto: «En la rela- menstruación. No podemos enfrentarnos con la causa real de nuestra
ción madre-hija se produce una regresión. La madre tiende a repetir inquietud. Entonces nos forjamos un plan de vida a base de dieta,
lo que sus padres hicieron o a deshacer su labor —intentar lo opues- sintiéndonos desgraciadas por el cuerpo que nos ha tocado en suerte.
to, exactamente—, cosa que resulta igualmente mala. Por lo general Ahora bien, no nos es posible despojarnos de nuestra vagina, ni man-
se produce desde luego una incierta oscilación entre las dos. Por ejem- tenerla permanentemente limpia. No queremos pensar que la insatisfac-
plo, si una mujer tuvo una madre muy inhibida, que no le dijo nada ción que nos producen nuestros cuerpos empieza con aquello que nos
sobre la menstruación, es posible que esté decidida a dar a su hija una han enseñado a sentir en relación con nuestros genitales.
preparación mejor. Pero, ¿qué es lo que hace? Dejar un libro sobre la Pretendemos desinteresarnos de una función que comienza un día
mesita de noche de la muchacha. Esto es mucho más de lo que su ma- y a una hora que no escogemos nosotras, que puede suscitar nuestra
dre hizo por ella, y piensa que ha dicho a la hija "todo" cuanto se irritación, que puede causarnos dolor o turbación en público, que hace
puede decir sobre el asunto.» que rechacemos a nuestro hombre sexualmente, o que nos sintamos
La menstruación es la eliminación de un producto de desecho. To- rechazados por él. Una y otra vez advierto a mi marido que me pongo
das pasamos por ella. Entonces, ¿por qué no ha de ser algo comparti- de muy mal humor con anterioridad al período; una y otra vez soy
do, una experiencia común que una a las mujeres? «Si los hombres consciente de cuan cierto es esto... tras el hecho, después de que el
menstruaran, lo más seguro es que dieran con un medio de vanaglo- período ha comenzado, tras la riña. Recuerdo que cuando contaba yo
riarse de ello», escribe un crítico, al hacer la reseña de un libro recien- diecisiete años, mi mejor amiga, en trance de contraer matrimonio, pla-
temente publicado sobre el tema. «Probablemente, los hombres verían neó su enlace nupcial —como hacen muchas novias— por las fechas
en eso una espontánea eyaculación, un exceso de vitalidad. Sería, en de su ciclo menstrual. La muchacha comenzó a menstruar cuando, li-
su caso, la copa de una supersexualidad que se desborda. Ellos se ve- teralmente, se estaba embutiendo en el vestido de boda. Las damas de
rían a sí mismos "derrochando" sangre, en una plenitud de conspicuo honor nos quedamos paralizadas a su alrededor, espantadas.
desecho. La sangre, en fin de cuentas, es considerada un bien. Los "de- Las investigaciones médicas nos revelan que el cerebro afecta a
portes sangrientos" solían ser la mejor prueba de virilidad, y cuando nuestro ciclo menstrual; puede incluso controlar éste. También sabe-
terminaba felizmente la primera cacería de un joven, éste solía hallarse mos que lo que elabora hormonalmente nuestro cuerpo durante la
"ensangrentado". Pero cuando es la mujer quien sangra, todo queda in- menstruación nutre el cerebro. Pero ningún médico puede decirnos
vertido. Sangrar, entonces, es interpretado como un indicio de enfer- cómo y por qué ocurre esto. El alcance que el control de la menstrua-
medad, inferioridad, suciedad, e irracionalidad.»3 ción tiene sobre nuestras vidas es tan profundo emocional y físicamen-
«Una de las primeras cosas que he podido observar al ocuparme te que sólo mediante el silencio y la negativa podemos enfrentarnos
de las mujeres y su salud — dice Paula Weideger, autora de Menstrua- con él. Nos bañamos materialmente en perfume... ¿Contra qué olor?
tion and Menopause — es que todas ellas, sea cual sea su aspecto, pien- Hacemos un fetiche de la ropa interior limpia, limpia, limpia... pen-
san que algo de su persona es feo. En mi opinión, eso está estrechamen- sando ¿en qué clase de suciedad? Tras haberme referido la historia de
te relacionado con la idea de que hay algo centralmente erróneo en una... su primer día — un recuerdo todavía repleto de irritación, de orgullo,
y este algo es la menstruación.» de espíritu de realización, y de otras cosas más—, todas las mujeres
entrevistadas por mí, incluidas las doctoras en medicina, dijeron: «¿Qué
«Mi hija se ha vuelto tan recatada que desde hace un año no la he es lo que se puede decir de esto? Se trata de algo tan natural como el
visto una sola vez desnuda», declara la madre de una chica de trece crecimiento de las uñas y el pelo. Estamos ante un hecho de la vida.
años. «Siempre anda preocupada consigo misma. No para de bañarse, ¿Qué es lo que ha de sentir una, pues?» Nuestras historias individua-
de lavarse la cabeza. De pronto, se empeña en ajustarse a una dieta les son distintas, por lo que se refiere al comienzo de la menstruación,
rigurosa. Tiene una figura pequeña y bella, pero nunca se ha sentido pero coincidimos, estamos de acuerdo en una cosa, sin necesidad de
satisfecha de ella». Los acontecimientos parecen precipitarse en la pu- llegar a expresarlo con palabras: no hay nada más que decir sobre el
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tema, lo cual significa que no debe hablarse de él en absoluto. «¿Un mañana siguiente, ella, horrorizada, descubrió que había empezado con
libro enteramente dedicado a la menstruación?», preguntaban las mu- su período menstrual. El hombre seguía durmiendo. «Supe en seguida
jeres a Paula Weideger cuando ésta inició sus investigaciones. «¿Cómo lo que debía hacer», me dijo, con una sonrisa no exenta de tristeza.
se las arreglará usted para dar con material suficiente para llenar todas «Abandoné el lecho con todo cuidado, para no despertarlo... Me vestí
sus páginas?» y salí sigilosamente de su apartamento, como si hubiera sido un ladrón.
Nos hemos desentendido de una función que ha llegado a ser mito, No volví a salir con él, pese a que me telefoneó en varias ocasiones a
especulación, misterio, y tabú, desde el comienzo del mundo, una fun- mi casa, pidiéndomelo.» Se había sentido tan humillada que no era
ción que es única en la vida de cada mujer, y que finaliza como co- capaz de enfrentarse con el hombre, aun estando enamorada de él. (¿O
menzó: sin anunciarse. Preferimos la superstición al conocimiento. Dice sería, quizá, a causa de esto precisamente?)
Jessie Potter: «Según mi experiencia, el setenta y cinco por ciento de A fin de preparar la redacción de este capítulo, he puesto en el
las mujeres de este país (y hago una estimación por lo bajo), no sería magnetófono una cinta en la que grabé una entrevista con el doctor San-
capaz de facilitar una explicación de los períodos menstruales a una ger. He oído mis risas al decir él: «Es una pena que la mayor parte
alumna de sexto grado. No saben cómo ocurre todo, y tienen una no- de las mujeres no acierten a comprender la belleza de sus ciclos mens-
ción leve, si es que la tienen, sobre lo que sucede en sus cuerpos.» truales. ¿Cómo puede llegar una mujer a desentenderse de lo que ocu-
«No son muchas las personas que juzgaron que valía la pena el es- rre en su cuerpo? Admiremos la belleza de los ovarios, la fantástica
tablecimiento de un curso dedicado exclusivamente a la menstruación», función de las trompas de Falopio...» Escucho, en la cinta, mi voz,
dice Paula Weideger, refiriéndose a sus experiencias como profesora de interrumpiéndole, cambiando de tema. ¿También tú encuentras sus co-
sanidad femenina. «La actitud general estaba dictada por la idea de mentarios nerviosamente chocantes? ¿Qué nos dice eso a nosotras como
dar a conocer a las mujeres enseñanzas concernientes al huevo, su fe- mujeres?
cundación, el útero, y pare usted de contar.» Su libro, aparecido en Tratándose de la menstruación, nos sentimos tan turbadas que sólo
1976, fue el primero que sobre el tema de la menstruación era publi- de pasada toleramos que se aluda a ella, aunque sea en tono de cum-
cado por una gran editorial con destino a una divulgación masiva. Sin plido. Tomamos las palabras, en este caso, como un acto de vacía adu-
embargo, por las fechas en que se difundía el libro, en las emisiones lación, y solamente las personas necias son sensibles a ella.
de tipo sanitario de la televisión se hablaba siempre más de la meno- Los hombres han sido siempre propensos a las bromas, a las pa-
pausia que de la menstruación. Los rectores de este medio manifestaron yasadas. Un niño, involuntariamente, deja escapar una ventosidad en
que procedían así porque deseaban orientar a sus auditorios hacia la clase. La situación es embarazosa, desde luego, pero también cómica,
salud. ¿Qué querían decir con ello? ¿Que les parecía la menstruación en definitiva. ¡ Ah! Pero si eso mismo le ocurre a una niña, la cosa ya
insana? no es de risa... Es algo aterrador.
«Una de las mujeres con quienes me entrevisté — continúa diciendo Cuando los hombres pasan por una experiencia humillante, pueden
Paula Weideger— me indicó que ella sabía todo lo que necesitaba encolerizarse, proferir maldiciones, o pelear. Luego, se toman unas co-
saber sobre la menstruación. "Por consiguiente —agregó—, su libro a pas, hacen un chiste sobre lo ocurrido, y se desentienden de todo con
mí no me sirve de nada." Seguimos charlando; ella se aferraba, con unas risotadas. «¿Ha visto usted ese programa de la televisión en el
todo, al tema. "Quizá pudiera usted explicarme por qué me siento que varios participantes bromean a costa de un personaje?», me pre-
avergonzada cuando voy a comprar tampones..." Le expliqué las pri- gunta una mujer. «Pues bien, la semana pasada tenían como huésped
mitivas nociones de vergüenza, de sensación de suciedad, etcétera, tan de honor a una dama. Al empezar a atacarla despiadadamente, ridicu-
a menudo ligadas a la menstruación en nuestra sociedad. "¡Oh, no!" lizando su figura y sus cabellos, criticando su imperfecto rostro, yo me
— exclamó la mujer —. Yo no siento nada de eso, de ninguna manera. sentí terriblemente molesta.» Cuando una mujer es insultada, cuando
Ahora bien, ¿por qué me avergüenzo al comprar mis tampones?"» alguien se burla de ella, o se deja ver embriagada, o con las ropas
Una mujer me dio cuenta no hace mucho de un episodio cuya manchadas, apartamos la vista. Es algo doloroso, que hace daño. Un
evocación le resulta casi insoportable, pese a datar de hace doce años. amor propio de bajo nivel, enraizado con ideas referentes a la existen-
Se había enamorado de un hombre muy apuesto, quien, por último, la cia de algo erróneo en nuestro cuerpo, hace que seamos presas de sen-
invitó a salir una noche. En su momento, se acostaron juntos, pero a la timientos de humillación con más facilidad que los hombres. No hay
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IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN
sitio en nosotras para la broma ligera, para la chanza liviana e ino- adiestramiento abiertamente rígido sobre el aseo, y la vergüenza con-
cente.
siguiente con la pérdida del control del cuerpo. En mi opinión, ésa es
La humillación es quizá, de entre todas las emociones, la más per- una cuestión de énfasis. Ambos factores, indudablemente, cuentan. El
sistente. A su debido tiempo, se pierden en el olvido sentimientos hecho importante es que, sea cual sea la razón, la humillación está ahí.
apasionados, se borran de nuestra memoria las caras de las personas «Pero es que yo no siento ninguna vergüenza por causa de la mens-
que amamos. Nos reímos de antiguas cóleras y arrebatos de ira; el truación», diréis.
tiempo incluso borra el recuerdo del dolor físico. Pero las antiguas hu- «Las emociones tan difíciles de dominar como la humillación deri-
millaciones, en cambio, siguen con nosotras. Nos vienen a la mente vada de un fallo en la función corporal — explica el doctor Robertie-
después de un profundo sueño; pueden hacer que nos ruboricemos, a llo—, tienden a ser reprimidas. Las "olvidamos".»
causa de la vergüenza y la irritación, aun estando a solas. «Las pacien- Dicen los psiquiatras que de pequeños pensamos que todo el mun-
tes con problemas de humillación son las más difíciles de tratar», ma- do evacúa helado. Pero sucede únicamente que de todo solemos hacer
nifiesta el doctor Robertiello. La humillación tiene tanta fuerza que un embrollo. Si nadie, especialmente la madre, menciona la turbación
puede hacernos desear nuestra propia aniquilación: nuestro yo se en- que ocasiona la pérdida del control corporal en la menstruación, debe
coge y ansia dejar de existir. «Experimento el deseo de que la tierra ser porque las otras mujeres no sangran como nosotras: simplemente,
se abra bajo mis pies y me trague.» Los sentimientos de humillación deben rociarse con esencia de rosas. Nosotras somos las únicas que
más fuertes, de acuerdo con todos los psicoanalistas por mí consultados, vemos cómo cada mes, proveniente del corazón del misterio, llega un
son los asociados con el acto de ensuciarnos en público, con la pérdida flujo oscuro, a menudo con coágulos de sangre. ¿Qué tenemos noso-
del control del cuerpo. En definitiva, ésta es quizá la más difícil barre- tras que ver con esas bellas mujeres, ataviadas por Givenchy, que se
ra al tratar de la aceptación de la menstruación: no podemos ejercer apean de un lujoso coche en los anuncios de Modess Because?
un control sobre esta nueva función corporal. Y lo que es peor, nadie Y, sin embargo, con infernal astucia, los anuncios de Modess Be-
nos ha prevenido acerca de este aspecto de la cuestión. cause van directos a la raíz de nuestra inquietud. Las gigantescas em-
Es posible que, demasiado absorbidas por la excitación del espera- presas investigadoras de mercados saben que durante su período mens-
do acontecimiento, no nos sintamos avergonzadas el primer día que trual la mujer se siente carente de atractivos, nerviosa al pensar en
sangramos. Luego, tal sensación emerge. A lo largo de tantas conver- lo que viste... En consecuencia, asocian sus productos con las más be-
saciones sobre belleza y el hecho de ser mujer, ¿por qué no ha habido llas mujeres — y también las mejor vestidas — que pueden encontrar.
nadie que nos pusiera en guardia, por ejemplo, frente al olor? Y si Nos dicen así que lo que venden es el antídoto para nuestros sentimien-
nadie lo ha mencionado, debe de ser el más terrible entre todos los tos de herido narcisismo; pero quizá esos hombres me perdonen si,
olores conocidos. Por si fuera poca la sorpresa, por si no hubiese bas- aunque aplaudo su diagnóstico, no adquiero su remedio.
tante con el silencio en que vivimos el hecho, por si no bastara nues- La mejor protección contra los sentimientos de humillación aso-
tro aislamiento, nuestra sensación de soledad, viciamos el aire de cuan- ciados con la menstruación es tener una madre que creyó en una po-
tas personas puedan situarse cerca de nosotras... Una doble vergüenza. sitiva educación narcisista en nuestros años infantiles, que nos recom-
Lo que a mí me gustó más de la pildora fue que siempre permitía pensó con su amor y sus elogios por haber aprendido a controlar nues-
que una supiera cuándo menstruaría, siendo el flujo, además, menor, tras funciones corporales. En lugar de sentirnos disgustadas y avergon-
como menores eran también los calambres. La psicóloga Karen Page ha zadas cuando ya nos movíamos independientemente, habríamos emer-
descubierto una relación directa entre la abundancia de flujo y la alta gido con un sentido de dominio, de personal realización. Una madre
tensión menstrual. En sus estudios,4 las mujeres que daban muestras así habría sido instruida probablemente de la misma forma por la suya,
escasas de ansiedad y de irritación durante la menstruación, aquellas ya que las ideas que más trabajo cuestan de alterar en los años avan-
que tendían a ignorar los viejos tabúes o prohibiciones relativas al sexo, zados de la vida son las relacionadas con un amor propio de bajo nivel.
a la natación, etc., tendían a sangrar menos. La doctora Page refiere De no haberse sentido ella tan a gusto con su cuerpo y el nuestro
la ansiedad en cuanto a la menstruación a los tabúes culturales: la como manifestara, nosotras habríamos captado el viejo y doble mensa-
mujer que menstrua está sucia. Las autoridades psicoanalíticas tienden je: «No sientas como yo siento, sino como digo.»
a dar más importancia a las tempranas experiencias de la niñez: un La menstruación — el gran hecho de la vida que madre e hija com-
140 v} • MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 141

parten — se transforma en el sucio secreto que nos mantiene separadas. él», me explicó, «así que siempre que aparezco por allí doy la misma
«En mi labor de todos los días — dice el doctor Robertiello — he ido excusa: estoy con el período. Debe pensar que el mío es el más largo
conociendo gente que alimentaba quimeras. No pueden nunca estable- de la historia». Si te vales de la menstruación, efectivamente, como
cer relaciones porque para estar con esas personas, el amante o el ami- una barrera — contra la relación sexual, contra el trabajo, contra cual-
go han de creer también en esas quimeras. La total carencia de realidad quier otra cosa—, pronto llegarás a creer, tú misma, que constituye
origina demasiado esfuerzo, y la relación se quebranta.» La madre dice un obstáculo.
que la menstruación es algo bello, pero la hija sabe en vida de la ma- En contraposición con la anécdota que esa escritora relataba, dis-
dre que eso es mentira. ponemos de pruebas que demuestran que a muchas mujeres la relación
La menstruación comienza a una edad cada vez más temprana. Pue- sexual les produce un alivio en los calambres. La actividad sexual, es-
de ser que nos agrade la idea de la liberación sexual —«¡Ojalá las pecialmente antes y durante la menstruación, mantiene los músculos
cosas hubiesen sido así de libres cuando yo era pequeña!»—, pero relajados, lo contrario de acalambrados. Esto supone algo mucho más
no nos gusta que los ginecólogos ahora estén atendiendo a chiquillas agradable que una botella de Midol y la almohadilla caliente. Cualquie-
de nueve años. «No se dispone de ningún libro honesto, ni de buena ra pensaría que todos los ginecólogos del país, sabedores de eso, de-
información para las chicas comprendidas en el grupo de los ocho a los berían sugerirnos que probáramos. Pero los terapeutas sexuales me han
doce años», declara la ginecóloga Marcia Storch. asegurado que muchos ginecólogos se muestran demasiado tímidos para
«La primera razón que las madres me dan para no querer que sus tratar del tema de la relación sexual con sus pacientes. Yo misma he
hijas usen tampones — dice Jessie Potter — es que éstos pueden según descubierto que la relación sexual cuando estoy sangrando, cuando mi
ellas producir la rotura del himen. Pero lo que sucede realmente es cuerpo se halla más falto de atractivos que nunca, resulta a menudo
que existe una incapacidad por parte de la madre para animar a la mejor que en circunstancias normales. En estas condiciones me siento
hija a doblar el cuerpo, a localizar la vagina, a ponerse algo en ella, verdaderamente querida, como no pueden dármelo a entender las co-
o sacarlo, a tocarse. Incluso los médicos, que debieran estar mejor en- rrientes protestas verbales encerradas en el clásico «Te amo».
terados, todavía apuntan que vale más que se usen de mayor. Nos em-
Los hombres nos ofrecen una de nuestras grandes oportunidades
peñamos todavía en negar el acceso de las muchachas a los genitales,
para disipar la herencia maternal de los sentimientos negativos sobre
en establecer cierta distancia entre ella y su cuerpo. Podríamos expli-
nuestro cuerpo. Es significativa su forma de pensar con respecto a la
car a las mujeres que se niegan a tener relación sexual durante el pe-
menstruación. «Los hombres adoptan sus actitudes acerca de la mens-
ríodo, que les bastaría con ponerse un diafragma para contener la san-
truación guiándose por las mujeres», dice el doctor Robertiello, al pe-
gre... Pero no lo hacemos, pese a haber soluciones tan simples como
dirle yo su opinión sobre el tema. «Esto es, piensan que es algo secre-
ésta.»
to, de lo cual no debe hablarse, y que hay que evitar en la medida de
Las chicas os dirán que las cosas han cambiado, que «la menstrua-
lo posible. Las mujeres cometen verdaderas excentricidades para impe-
ción no es el acontecimiento trascendental que fue en otro tiempo».
dir que los hombres sepan que están menstruando. Una explicación ana-
Cuando Paula Weideger charlaba con las muchachas de doce y catorce
lítica es esta: ven en el hombre al progenitor que puede calificarlas de
años, las hallaba menos impresionadas que las de su generación. «Des-
"niñas sucias". No es necesario la menstruación para que las mujeres
preocupadamente, me explicaron la treta de que se valían para que
vean que el órgano del hombre es más limpio que el suyo. Por ejemplo,
algún que otro profesor les perdonara los deberes a hacer en casa: le
una mujer que está menstruando puede intentar ocultar la prueba de
sugerían que sufrían calambres, es decir, hacían uso de la menstrua-
su "desecho". Envolverá su paño sanitario en varias hojas de papel,
ción.» Cuando la señora Weideger les preguntó si la habían menciona-
depositándolo luego en un cubo de basura, fuera de su casa, en lugar
do alguna vez ante los chicos, ellas respondieron, a coro: «¡Oh, no!»
de utilizar el propio. He aquí, también, por qué la mayoría de las mu-
Conozco a una mujer, escritora muy famosa, de veintisiete años de
jeres no quieren tener relaciones sexuales con hombres en esos días.
edad, la cual se proclama a sí misma una persona liberada. Nos entre-
A los ojos de una mujer, éstos han de sentir un profundo desdén por
vistamos recientemente, y en el curso de nuestra conversación me ha-
ella, ya que no comparten tan sucia fundón. La mujer proyecta en el
bló entre risas de un hombre a quien suele visitar de vez en cuando
hombre este exigente progenitor "limpio", inconscientemente alentado
en su casa de campo, durante el verano. «Yo no quiero acostarme con
142 MI MADRE, YO MISMA IMAGEN DEL CUERPO Y MENSTRUACIÓN 143
en su ser proveniente del período de adiestramiento en el aseo, el cual jar a la mujer de su clítoris, la fuente de sus «oscuros apetitos sexua-
va a verla sucia, repulsiva, no aceptable.» les». La misma mujer que era deificada como creadora de caracteres y
A mi regreso a casa, estuve pensando en todo esto. Me dije que custodio de la familia, e incluso de la moralidad nacional, fue temida
con todo y haber ido muy lejos, el doctor Robertiello parecía tener como la ruina en potencia de todo hombre fuerte. Tales extirpaciones
razón. Sin embargo, presentía que allí tenía que haber algo más. Le visi- quirúrgicas fueron realizadas en nombre del equilibrio del poder. Un
té para hacerle esta pregunta: «¿No podría ser que las dificultades expe- temor impuesto por el hombre, y también una injusticia, sí... pero han
rimentadas por los hombres en cuanto a la presencia de la menstrua- sido mujeres quienes nos han vigilado, ha habido una madre que nos
ción en la mujer fuesen debidas no solamente a incidir en la turbación aisló no solamente de nuestro clítoris, sino también de nuestra vagi-
de ésta, sino también a alguna emoción particular aportada por ellos na. Lo que unas mujeres creían que debían proteger y negar por el
al hecho?» temor, otras pueden aprender a liberar.
Lo que más me gusta de Richard Robertiello es que se encuentra La menstruación no me ha obligado jamás a abstenerme de nada,
siempre dispuesto a reconsiderar cualquier idea, independientemente de desde montar a caballo la vez primera hasta la relación sexual de hoy.
que haya estado sosteniéndola durante mucho tiempo, aunque esté muy Pero cuando empezaba a escribir este capítulo comenzó mi período (con
arraigada en la teoría psicoanalítica convencional. Tras haber escuchado una semana de anticipación), y experimenté mis primeros y peores ca-
atentamente mis palabras, respondió: «He de decirle que me acuerdo lambres en varios años. Cada uno de los comienzos que planeé se me
de haber pensado de chico en el carácter misterioso de la menstruación. antojaron superficiales. Había algo que echaba en falta; nada de lo
Ahora bien, lo que no entendemos tiende a atemorizarnos. En la ac- que escribía respondía a una convicción interna firme, profunda... «¡Eso
tualidad, pese a ser doctor en medicina, a conocer los hechos físicos, es! ¡Así está bien!» Tuve que abandonar mi máquina de escribir por
y a tener un conocimiento psicoanalítico de la psicología de la mens- dos veces, casi temblorosa a causa de la ansiedad. Más tarde, crucé a
truación, todavía se me antoja misteriosa.» pie Central Park, bajo el sol de abril, para reanudar mi conversación
Luego añadió: «Sí, debe de producirse en los hombres una deter- con el doctor Robertiello.
minada ansiedad en torno a la menstruación que las mujeres perciben. Después de haber realzado él las emociones de vergüenza y humi-
Tal ansiedad en los hombres no es originada solamente por el hecho llación sepultadas bajo la capa de las actitudes naturales de las mujeres
de tratarse de un misterio relacionado con la anatomía femenina. Es hacia la menstruación, me desentendí de sus consideraciones con un
también un recordatorio de otro misterio femenino..., aliado, pero no encogimiento de hombros. Había estimado que sus opiniones se halla-
el mismo. Hablo del poder de reproducir. Los hombres no poseen tal ban abiertamente matizadas por su experiencia con mujeres que habían
poder, lo cual les causa irritación. Y finalmente, los misteriosos poderes acudido a su consulta en demanda de ayuda. Me había identificado más
de las mujeres reavivan otra inconsciente ansiedad en el hombre: en estrechamente con la doctora Schaefer y la mayoría de las mujeres que
cierto momento de la vida, una mujer fue todopoderosa en su existen- dicen no albergar particulares sentimientos sobre la menstruación: es
cia: cuando era un bebé. El sexo de ella le dio poder sobre él, y ahora algo que se produce, eso es todo. Pero al referirme a cierta inexplica-
que el bebé ha crecido, ¿cree usted que todas esas humillaciones de ble resistencia, me doy cuenta ahora de que no dispuse de una fácil
antaño han sido completamente olvidadas? No en el inconsciente. Y si réplica a la pregunta que el doctor Robertiello me formuló durante
el sexo de ella le dio un poder tiempo atrás, ¿por qué no puede re- nuestra última charla: «¿Quiere decirme entonces, Nancy, por qué
petirse el hecho de nuevo? La medida de mayor seguridad adoptada por está experimentando usted dificultades al escribir lo que juzga un ca-
los hombres fue la de no ofrecer a las mujeres una sola oportunidad pítulo sincero sobre uno de los simples hechos de la vida?»
de tornar a disfrutar de poder. Y van derechos al corazón de los senti- Constituye una grave perturbación padecer calambres, sufrir la hu-
mientos más fuertes de identidad de cualquier persona, el poder de la millación de ver tus ropas manchadas, ver sorprendida alguna parte que
total aceptación y libertad sexual.» sangra, sin estar preparada una para ello. Con todo, yo prefiero sangrar
En tiempos de nuestras bisabuelas, se creía que el poder de las periódicamente. Recuerdo lo preocupada que estaba cuando tomaba la
mujeres radicaba en su voracidad sexual. Ciertos cirujanos de mediados pildora y echaba en falta un período completo. Los médicos me dijeron
del siglo diecinueve conquistaron un inmenso prestigio por haber in- que no tenía por qué sentirme inquieta, que aquello era «normal». No
ventado instrumentos y planeado operaciones que servían para despo- obstante, continuaba preocupada. Deseaba que se me presentase aque-
144 MI MADRE, YO MISMA *n

Uo, la sangre, todo. Quería aquel recordatorio. Al leer que en el seno


de las tribus primitivas sentían todos un religioso temor al observar
que las mujeres podían sangrar una vez al mes sin morirse, en mí noto
una especie de eco de las emociones de aquellas gentes remotas. «No,
no siento ninguna fuerte emoción personal al presentarse la menstrua-
ción — dice la doctora Schaefer —, pero me alegro de tenerla todavía.» CAPÍTULO 5
La doctora cumplió no hace mucho los cincuenta años. Aunque ella
más que cualquiera de las mujeres que conozco sabe que es un mito lo ESPÍRITU COMPETITIVO
de que lo sexual termina con el fin de la menstruación, estoy segura
de que sentirá «algo» cuando le llegue la menopausia.
La menstruación, por sí sola, no explica los problemas de las mu- Aunque no me di cuenta de ello en su día, mi madre estaba cada
jeres con el sentimiento de la humillación... Ni tampoco que mis di- vez más bonita. Mi hermana era una belleza. Mi adolescencia fue la
ficultades con este capítulo tengan que ver únicamente con una incons- época de nuestro mayor distanciamiento.
ciente ansiedad. Nuestros sentimientos acerca de la menstruación dan Tengo una foto de las tres de cuando cumplí los doce años. Mi
la imagen de lo que significa ser mujer en esta civilización. Además madre, mi hermana, Susie, y yo, estamos sentadas en un gran sofá ta-
de que la menstruación y el temor de dar pruebas evidentes de la pér- pizado, cada una apoyada en un cojín, por separado, muy apartadas las
dida del control corporal llevan en sí posibilidades de humillación para unas de las otras. Me crié con un sólido sentido de espíritu familiar,
las mujeres de las cuales los hombres no están impuestos, también es cosa que me agradaba y necesitaba, con tías, tíos y primos, bajo la om-
humillante ser el sexo cuya voz y presencia tienen menos significación. nipotente sombrilla de mi abuelo. «Todos para uno y uno para todos.»
Es humillante hablar las mismas palabras que los hombres, y haber Es lo que él solía decir en las reuniones del verano, y nadie tomaba
oído las suyas, y no las propias. Es humillante sentirse invisible cuando más en serio sus palabras que yo. Hubiera sido capaz de alistarme para
Dios nos concedió un cuerpo tan sólido como el de ellos. Es humillante ir a luchar por cualquiera de aquellas personas, y estaba convencida
que a la mujer apenas se le dispensen honores mientras ella no está de que ellos habrían hecho lo mismo por mí. Pero dentro de nuestro
casada. Dejamos a un lado tales humillaciones, desde luego, manifestan- pequeño núcleo, nosotras tres no estábamos muy en contacto.
do que es una gloria disponer de un hombre que libre nuestras batallas, Ahora, cuando le pregunto por qué, mi madre suspira y dice que
que nos ponga sobre un pedestal, que nos cuide. Esto es válido, sí, a su entender todo se debía a la forma en que la habían criado. Me
para aquéllas a las que les satisface depender de otra persona. recuerdo encogiéndome, hurtando el rostro al beso perfumado con cre-
Existen otras emociones tan reservadas como la vergüenza que ro- ma de noche Elizabeth Arden, murmurando desde debajo de las sábanas
dea a la menstruación. Ahí están los sentimientos que nos recuerdan que sí, que me había cepillado los dientes. No era verdad. Había hu-
la vida, que somos capaces de darla, y que estamos todavía vivas, y medecido el cepillo de dientes por si ella lo inspeccionaba. Al verlo
que somos jóvenes..., sexualmente capaces de reproducirnos. Resulta mojado, se mostraría conforme. ¿Por qué? Cuanto más nos vamos ale-
difícil explicar a una hija de once años las incipientes y complejas agi- jando de la época de la infancia, más físicamente afectivas intentamos
taciones de la sexualidad, la vida y la muerte, algo con lo cual se ha ser una con otra. Pero después de todos los años transcurridos todavía
de existir. ¿Cómo describir el terror que siempre ha rodeado a la re- nos mostramos tímidas.
producción, el misterio y la emoción que tal don (el poder de repro- Yo «florecí» tarde, como mi madre. Pero mi madre se demoró tan-
ducirse) y tal maldición (la de sangrar una vez por mes) deben de to, o bien se hallaba en posesión de tan notable y prematura falta de
suscitar en quienes no comparten esas cosas? lustre, que no había puesto mucha fe en que yo me destacara al lle-
¿Y cómo omitir esa descripción? garme el turno. Cuando era una muchacha pecosa de dieciséis años que
se sentaba tímidamente sobre sus desventuradas manos, su hermana,
menor que ella, era ya una belleza famosa. Ésa es todavía la relación
que existe entre ambas. Abuelas las dos, mi tía sigue siendo la bella
del baile con sus bien peinados y lisos cabellos, o la amazona que
146 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 147

compone una figura inmaculadamente hermosa. Los éxitos de mi ma- Pienso que eso no importó mucho hasta la llegada de Susie a la ado-
dre no cuentan. Les darán las dos de la madrugada discutiendo si hubo lescencia. Volvióse tan atractiva que una sentía hasta cierto dolor al
uno siquiera de los cortejadores de mi tía que sacara una sola vez a mirarla. Los retratos de Susie de por entonces me recuerdan a la joven
bailar a mi madre. Ésta nunca pudo componer una halagadora historia Elizabeth Taylor de Un lugar en el sol. Una se veía obligada casi a
sobre su persona. Dudo mucho de que oyera entonces las bonitas cosas apartar la vista a causa de tanta belleza. Mi madre se sentía asustada.
que los hombres le dicen ahora, al transformarse en la fina dama que Fuera lo que fuese lo que pasara antes entre ellas, ahora eso llegó a la
me sonríe en las fotos familiares. Pero ella siempre asiente ante lo cumbre, y no había de desvanecerse jamás. Sus constantes fricciones
que mi tía le dice, como estoy segura de que asintió ante la antigua hicieron que me decidiera a abandonar aquella casa de mujeres, a fin
imagen propia, después de haber muerto mi padre. Él — u n hombre de librarme de las mezquinas competiciones entre ellas, a fin de vivir
espléndidamente atractivo— debió de escogerla entre todas las demás a un mayor nivel. Al final me marché, pero no he podido nunca dejar
mujeres... Su muerte, ocurrida unos años más tarde, pareció una es- de pensar en la maravillosa sensación que debe de producir el hecho de
pecie de castigo, por haberse atrevido a creer que el padre de ella es- ser una tan bella que la propia madre no pueda apartar la mirada
taba equivocado: ¿quién iba a inclinarse por la muchacha? Es una de nuestro rostro, aunque sólo sea para regañarnos.
mujer que todavía se ruboriza al escuchar un cumplido. Recuerdo una desconcertante falta de cualquier sentimiento con
Entre los treinta y los treinta y cinco años fue cuando era más respecto a mi única hermana, con la que compartí una habitación du-
bonita. Yo tenía doce, y me hallaba en el extremo opuesto. Sus cabe- rante años, cuyas ropas fueron idénticas a las mías hasta que yo cumplí
llos habían tomado un delicado color pardo rojizo, y los llevaba pei- los diez años. Exceptúo de tal fenómeno la irritación que me produ-
nados hacia atrás, en suaves rizos. Sentada al lado de ella y de Susie, cían sus intentos de mimarme, teniendo yo cuatro años, y los arrebatos
quien había heredado una versión en negro lustroso de los cabellos de ira que desembocaban en riñas a puñetazo limpio, siempre iniciadas
maternos, doy la impresión de ser una chica adoptada. Pero yo ya me y ganadas por mí. Luego vino la indiferencia, una calculada despreo-
defendía de mi aspecto exterior. Éste carecía de importancia. Entre cupación o desentendimiento hacia ella, que se tradujo en una terrible
el espejo y mi persona existía una distancia parecida a la que iba in- y triste ausencia de mi hermana en mi vida.
crementándose entre ellas y yo. Mi éxito con mi ser ficticio constituía Mi esposo dice que su hermana fue en su casa la única criatura en
una prueba: no las necesitaba. Mis títulos en el colegio, mis galardones que reparara su padre. «Tú le has hecho a Susie lo que yo le hice a mi
y realizaciones, destacaron hasta tal punto la imagen de mí misma que hermana», declara. «Tú la hiciste invisible.» ¿Yo celosa de Susie, quien
hasta el momento de escribir este libro creí sinceramente que crecí nunca ganó un solo trofeo, ni tuvo los numerosos amigos que tuve yo?
embargada por una gran pena: la que me inspiraba mi hermana. ¿Qué Debí de haberme mostrado alocadamente celosa.
probabilidades se le ofrecían en comparación con La Gran Realizadora Sólo en dos ocasiones me permití enfrentarme con aquello. Las
y La Chica Más Popular del Mundo? Incluso había apuntado en mí dos veces ocurrieron en el duodécimo año de mi vida, cuando mis de-
un sentimiento de culpabilidad por haberla oscurecido. Puro instinto fensas habituales no podían con las contracorrientes emocionales de la
de supervivencia. Mi encandilada sonrisa haría renunciar al más crítico adolescencia. Mi lanzamiento no fue muy glorioso, que digamos, ni
observador a la idea de compararme con las lindas jovencitas a cuyo hubo unas bien escogidas palabras, ni se produjo una lucha limpia en
lado crecí. Di otro sentido a la lucha: que nadie se fijara en mis lacios las pistas de tenis. Operé como operan los ladrones en la noche. Nadie
cabellos, ni en mi elevada estatura, que no reparara en que mi ojo pudo figurarse ni por un momento quién vertió el contenido de un
derecho suele moverse de una manera extraña (si bien el oculista dijo frasco de esmalte rojo para las uñas sobre el vestido nuevo de Susie,
que de nada me serviría llevar gafas); que me vieran bailar claque, un vestido de noche que había de estrenar con motivo de su primer
que me vieran ganarles la partida a todos, ¡ hacerlos a todos felices! baile en el club náutico. Cuando le robé sus ahorros del verano y
Cuando me describo a mí misma en aquellos días, mi madre se echa a arrojé su cartera a una alcantarilla, mi madre riñó a Susie, por ser
reír. «¡Oh, Nancy! Eras una chiquilla deliciosa.» Pero todo eso ya tan descuidada. Vi a mi hermana aceptando las críticas de mi madre
había quedado atrás. con la resignación característica en ella, y entonces experimenté algún
Creo que mi hermana, Susie, nació así, ya bella, un hecho que nos alivio en los enfados que me atormentaban.
afectó a mi madre y a mí profundamente, aunque en diferente forma. Cuando Susie preparaba sus cosas para ingresar como interna en
148 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 149

un colegio, yo me burlé de ella, haciéndole saber que me alegraba mu- no figuraba nadie de mi familia. ¿Estaba resentida con mi madre? Lo
cho poder desembarazarme de ella. Se trataba de nuestra primera se- que sí sé es que estaba resentida conmigo misma. Nada me habría he-
paración. Llegaban a mí, provenientes de todas las direcciones, con- cho más feliz que verla entre el público; pero nada me inducía a in-
flictivos apremios, iras y envidias. No disponía ya de ningún medio vitarla. Es un juego que más tarde empleé con los hombres: «¡Vete!»,
para controlar la terrible sensación de pérdida que experimentaba ante gritaría, y cuando él lo hacía, manifestaría, implorante: «¿Cómo pu-
la perspectiva de su marcha. Fue aquél el verano en que anduve aco- diste causarme tanto daño?»
sada por lo que denominaba «mis pensamientos». Si bien yo la privé de la oportunidad de ensalzarme, mi madre
Leí todos los libros que había en casa, considerando cada uno como nunca me criticó. La crítica personal era el vehículo de que se valía
un talismán contra la función de pensar. Temía que si mi cerebro se para articular su relación con mi hermana. Daba igual una cosa que
quedaba ocioso aunque fuera por un minuto, esos «pensamientos» se otra: el caso es que Susie no hacía nunca una cosa a derechas... a los
enseñorearían de mi ser. Tal vez me figuraba que esto había acaecido ojos de mi madre. En la actualidad, todo sigue igual. Dado que resulta
ya. ¿Era la marcha de mi hermana la suprema realización de mis crue- difícil imaginarse a mi madre compitiendo con cualquier otra persona,
les deseos en contra de ella? Escribí en mi primero y único diario: ¿qué fue lo que llegó a sentir frente a su bella hija de catorce años,
«¡Ven a casa, Susie! ¡¡Vuelve, por favor!! ¡ ¡Lo siento, lo siento!!» ya en sazón? Mi madre estaba entrando en la madurez, con completo
Cuando me correspondieron los libros Nancy Drew por mi asidua esplendor, pero quizá eso le permitía percibir con más intensidad el
asistencia a la Escuela de los Domingos, y los distintivos de «Girl hecho de que Susie, simultáneamente, experimentaba un impulso se-
Scout», por méritos tales como el de haber vendido, yendo de puerta xual similar al suyo. Un año más tarde, mi madre volvió a casarse.
en puerta, más raticida que mis otras competidoras, me inscribí como Hoy, lo único que ha cambiado ha sido el escenario. Las discusiones
aspirante a los premios establecidos por el teatro de la comunidad. Gané empiezan tan pronto como las dos se encuentran en la misma habita-
una radio-despertador con caja de plástico, por el trabajo titulado: «Ha- ción. Lo malo es que esto sucede con frecuencia. Nunca se han hallado
blo en nombre de la lucha por la democracia». Yo era capitán de la más cerca una de otra.
sección de atletismo, y presidente de la asociación de estudiantes, y Muy corrientemente, la mesa del comedor se convierte en el campo
quedé la primera en los trabajos de la clase, todo dentro del mismo de batalla familiar. Cuando conocí a Bill no disponía de ninguna mesa
año. El caso es que yo hice esos trabajos. Pudo ser embarazoso, pero frente a la cual sentarme, dentro de su espacioso apartamento de sol-
ninguna otra alumna compitió por esas recompensas. Lograr una bue- tero. El comedor era el sitio donde su padre guerreaba; era el único
na clasificación en las carreras y alcanzar un premio eran cosas que no momento del día en que la familia se reunía. En Charleston, la comida
figuraban en la lista de prioridades entre mis amigas. (El Sur se lleva era servida a las dos. Tengo grabada en memoria la escena de nuestras
la palma en albergar y educar el mayor número de mujeres no compe- comidas del mediodía: Susie, a mi derecha, nuestra madre, a mi iz-
titivas.) En los pocos casos en que alguien me ofreció una recompensa quierda. Yo siempre tenía la impresión de que nuestra cocinera, Ruth,
en metálico por participar en una carrera, un incentivo incomparable: se esmeraba en el servicio pensando exclusivamente en mí.
el aplauso de mi abuelo. Yo corría realmente por él. Nadie parecía hacer caso de la dorada calabaza, del tierno pollo,
No recuerdo haber oído a mi abuelo decir a mi madre, ni una sola de la gran jarra de plata, que contenía el té helado. Mientras yo, si-
vez: «Bien hecho, Jane.» No recuerdo haber oído a mi madre decir a guiendo mi costumbre, iba de un lado a otro de la mesa mientras co-
mi hermana, ni una sola vez: «Bien hecho, Susie.» Y yo nunca di a mía, Susie y mi madre iniciaban sus escaramuzas: «Susie, ese lápiz de
mi madre la ocasión de que pudiera decírmelo. Era la última en ente- labios es demasiado oscuro... ¿Es necesario que te depiles tanto las
rarse de mis triunfos, y cuando esto ocurría era gracias a sus amigas. cejas...? ¿Por qué te compraste unos zapatos de tacón alto, abiertos por
Verdaderamente, ¿creíase tan poca cosa como para pensar que yo la delante, cuando te dije que lo que necesitabas precisamente era un cal-
estaba dejando de lado? ¿Se sentía tan dolida como para fingir que le zado bajo y cerrado...? Ese sujetador en punta hace que parezcas una...
traía todo sin cuidado? Mis condiscípulas, aquellas que se llevaban los una...» Pero mi madre no se atrevía a pronunciar la palabra. Llegando
segundos premios, o ninguno, pedían a sus familias que hicieran acto a este punto, una de las dos abandonaba la mesa, llorando, en tanto
de presencia en la ceremonia del reparto de premios. Yo, que siempre que la otra se encogía de hombros, desesperada, al oír el portazo en el
me llevaba el primero, recogía los aplausos de un público en el que dormitorio. Entre tanto, yo me centraba en mi problema: ¿en casa de
150 MI MADRE, YO MISMA
ESPÍRITU COMPETITIVO 151
quién iba a pasarme la tarde jugando? Terminaría los postres de las cia práctica en las reglas que dan seguridad a la competición, tememos
dos, y desaparecería antes de que Ruth quitara los manteles. ¿Estoy su ferocidad. No habiéndosenos enseñado a ganar, no sabemos cómo
exagerando? ¿No sucedía eso una vez por semana? ¿Y qué más da? perder. Las mujeres no han sido educadas para competir con los caba-
Tuve suerte al escapar de aquellas devastadoras batallas. «Nunca lleros.
tuve que preocuparme por Nancy — h a dicho siempre mi madre—. La joven no comienza viendo en todo una competición, ni mucho
Siempre ha sabido cuidar de sí misma.» Esto se convirtió en realidad. menos. ¡ Y tiene tanto! El alimento procedente de su plato siempre ha
Sólo a mi esposo le ha sido permitido ver hasta dónde llegan mis nece- tenido mejor sabor. Al ponerse sus ropas ha experimentado siempre
sidades. Pero el impulso competitivo que me hizo tan autosuficiente fue más emoción que utilizando las propias. ¿No nos ha explicado un mi-
espoleado por algo más que los celos inspirados por mi hermana. Mi llar de veces, cuando nos reñía, nos bañaba, nos vestía y nos enseñaba,
madre no estaba dispuesta a reconocerme, pero su padre sí. Ella no que lo hace todo porque nos ama? Bien... Entonces, ¿por qué no da
pudo triunfar ante sus ojos; yo sí. He aquí mi mejor explicación de un paso a un lado y nos cede a papá, y nos permite que la hagamos
todos aquellos años de trofeos y honores: me valía de estas cosas para triunfar como la mujer de la casa? Eso no tiene nada que ver con el
llegar al corazón de mi abuelo, algo que mi madre nunca había podido propósito de herirla. Nuestra biología es nuestra lógica. El espíritu com-
conseguir. No sólo me gané lo que ella había ansiado durante toda su petitivo sólo se muestra cuando la madre opone resistencia.
vida — s u aprobación—, sino que descubrí, con la sagacidad propia Freud definió el complejo de Edipo como la inclinación sexual del
de la juventud, que aquel hombrón deseaba ser amado, acariciado. No hijo o hija de cuatro, cinco o seis años de edad, hacia el progenitor del
podía permitirse ser el primero en abordar a las personas que más sexo opuesto, acompañada de apremios competitivos contra el progeni-
quería, pero era incapaz de permanecer impasible ante una demostra- tor del mismo sexo. Pero, de acuerdo con la teoría psicoanalítica com-
ción de afecto. petitiva, se cree que la lucha entre la madre y la hija no es solamente
Le daba la bienvenida en casa con abrazos y besos. Luego me tendía por el padre. Es también un esfuerzo de la hija por lograr su reconoci-
a sus pies como si hubiese sido uno de sus dálmatas. Mientras tanto, miento, por la luz, por su sitio en el mundo, con o sin la presencia
mi hermana, de pie, en tímida actitud, hacia el fondo de la habitación, de papá.
hacía compañía a mi madre, en espera de los juicios del visitante. Pero Lástima que toda la literatura y el folklore del conflicto edípico
yo estaba tan impuesta de mi acción competitiva frente a mi madre como sean escritos desde el punto de vista de la joven. Nadie dice a la madre
de mis celos de mi hermana. En mi familia, dos generaciones de muje- qué debe sentir. Nadie la sanciona por lo que siente. Todo lo que sabe
res habían pugnado por conquistar el aprecio del abuelo. Quizá me es que se supone que alberga exclusivamente unas gratas, clásicas y
transformé en su favorita porque notó que yo lo necesitaba más. Hube maternales emociones. Dentro de ella no hay sitio para los celos que
de pagar un precio: batir en la lucha a mi madre y a mi hermana. Esto pueda inspirar una jovencita, ni resentimiento al descubrir que su pues-
me ha producido un sentimiento de culpabilidad que todavía perdura to como única mujer importante está siendo socavado, ni irritación por
en mí. el hecho de que la persona que siempre la obedeció, y a quien ella ama,
exija ahora hacer las cosas a su modo, logrando que se sienta vieja.
* * *
La madre identifica esos sentimientos con ira y vergüenza: son una
nueva agitación de sus antiguos y enterrados deseos edípicos contra su
En la imagen estereotipada de los sexos vemos que a los hombres propia madre. No es mala; ¿cómo va a admitir que tiene esos perversos
les son concedidos todos los impulsos competitivos, y a las mujeres sentimientos? «No es fácil para una madre admitir una actitud compe-
ninguno. La idea de las mujeres competitivas suscita turbadoras imáge- titiva frente a la hija — dice la doctora Helene Deutsch —. La chica
nes... Se piensa en la oscura barrera de la feminidad, o se recuerdan le inspira unos sinceros deseos maternales. Éstos cubren sus personales
caricaturas de «damas» empinadas sobre altos tacones aporreándose apremios competitivos.» Fuera del conflicto, nacen las racionalizacio-
mutuamente con sus bolsos. Un importante paso ha sido dejado fuera nes. Después de todo, la madre es una mujer adulta... Abrigar esos sen-
de nuestra socialización: la madre nos instruye para poder ganarnos el timientos cuando se trata de su pequeña es algo indigno, irrealista. La
amor de la gente. No nos adiestra en cuanto a las emociones de riva- madre quiere que todas las cosas se suavicen. Su negativa las empeora.
lidad, que harían que perdiéramos aquél. No poseyendo una experien- Nuestros deseos son tan malos que ella ni siquiera quiere nombrarlos.
152 MI MADRE, YO MISMA
ESPÍRITU COMPETITIVO 153
¡Hemos estado temiendo esto en todo momento! Para el salvaje,
tra mayor fuente de amor, así como nuestra competición más dura, es
no domesticado, lo competitivo no conoce límites, ni reglas civilizadas.
una y la misma. ¿Cómo no hemos de sentirnos confusas?
Desde el punto de vista freudiano, la lucha edípica es experimentada
La madre, por su parte, niega cualquier rivalidad, y actúa según las
como una especie de deseo de la muerte. Nunca hay posibilidad de re-
emociones que la rodean y protegen de cualquier competición. Ante
solver esto a los cinco años. En la adolescencia, nuestro yo se ve toda-
nuestro comportamiento de adolescentes, se siente irritada, maternal-
vía amenazado por esos terribles impulsos. La rivalidad vive oculta, se
mente preocupada, exasperada. Nosotras somos su «pequeña», no su
torna intensa y destructiva.
rival. Ya de mayores, cuando otra mujer consigue un nuevo empleo,
No poseemos ninguna experiencia ajena que nos diga que ese espí-
una colocación deslumbrante, no nos sentimos a gusto a su lado. Deci-
ritu competitivo puede ser cualquier cosa menos ese atemorizador y
mos que ella nos «enerva». Es nuestra mejor amiga; no ansiamos la
cruel apremio que el inconsciente dice que es. Nosotras nunca expre-
colocación, de todos modos. Lo enervante, lo irritante, es que su pro-
samos del todo nuestra rivalidad ante la madre; ella nunca reconoció
moción nos amenaza con hacernos conscientes de nuestra actitud com-
que albergábamos tales sentimientos con una sonrisa y un beso que nos
petitiva frente a ella.
dijeran que al fin y al cabo no eran tan malos. Y sin embargo, el res-
De una manera similar, para evitar el reconocimiento de la actitud
peto por nosotras mismas exige que continuemos intentando ganarnos
competitiva, nos declaramos no dispuestas al enfrentamiento, cediendo
nuestro sitio, dar satisfacción a nuestras necesidades, asumir nuestra
antes de que surja alguien que formule un juicio. Cuando nuestro ma-
identidad. Lo sexual mismo no es nuestro, sino que parece ser algo
rido permanece hablando demasiado tiempo con otra mujer, decimos:
que debe ganarse a costa de alguien.
«Ya sé que yo no soy una persona tan interesante como ella...» Los
En una ocasión, nuestra emergente sexualidad estuvo a punto de
sentimientos de inferioridad constituyen una defensa clásica. Nos sen-
hacernos perder a la persona más importante de nuestras vidas. Cedimos
timos disminuidas por ella, atemorizadas; seríamos capaces de matarla.
ante ella entonces, negando nuestros deseos; de no haber procedido así,
O matarlo a él. Pero no nos sentimos competitivas. ¿Lo habéis com-
su cólera hubiera podido implicar el abandono a una edad en que no
prendido? ¡Nosotras no somos competitivas!
podíamos vivir sin ella. De un modo constante negamos nuestra condi-
Incluso las mujeres psicoanalistas, que sonríen como con pesar y
ción de personas competitivas, cuando en realidad sentimos que los
dicen que los sentimientos competitivos entre madre e hija pueden ser
beneficios de otras mujeres son en cierto modo una barrera que nos
denegados pero son universales, no advierten cierta discontinuidad en
impide que participemos en el festín de la vida.
su pensamiento cuando más tarde —frecuentemente en el curso de la
«¿Competitiva yo? ¡En absoluto!» Lo negamos calurosamente,
misma entrevista— me aseguran que ellas nunca han adoptado una
como si se nos acusara de un crimen, aun en el caso de que corramos
actitud competitiva frente a sus hijas. «Mi hija es una chica muy bella
ciegamente para sacar ventaja a las únicas personas que cuentan: las
— me contaba una de esas mujeres —. Tiene ahora doce años, y se está
otras mujeres. El objetivo es ganar el premio, pero quizá sea más ur-
desarrollando. No sé qué va a pasar cuando, en traje de baño, empiece
gente comprobar una vez más los límites de la contradictoria realidad
a tener una figura más vistosa que la mía.» Se echa a reír. «Por ejem-
que nos cerca: ¿eres tú capaz de batir a la otra mujer y aun así tener
plo: con ocasión de haberme ausentado del hogar, porque trabajo una
su amor?
noche por semana en una clínica, mi marido me contó que la chica le
«Yo adoraba a mi padre — me cuenta una mujer de veinte años —,
había dicho: "Has de saber, papá, que cuando mamá no está en casa,
pero más que nada creo que siempre busqué la aprobación de mi madre.
puedo hacer muchas cosas por ti, exactamente igual que las hace ella."»
Todavía estoy muy impuesta de mi necesidad de dar con mujeres que
Le pregunto si la belleza de la hija y los abiertos coqueteos con el padre
me admiren o a las que caiga bien. Cuando tengo que asistir a. una
hacen que la madre se sienta competitiva frente a ella. «¡ Oh! No creo...
reunión de mujeres, paso más tiempo arreglándome que cuando estoy
Son ambos mucho más agradables que yo.» Espíritu competitivo prime-
citada con un hombre. Si voy sola a una reunión o una fiesta, me agra-
ramente; una negativa cortés en segundo término. Identifico estas téc-
da que los hombres vuelvan la cabeza para mirarme. Pero cuando no
nicas de desarme. Fueron las mías durante largo tiempo.
hay más que mujeres en la habitación, no me gusta llegar tarde. Al vol-
De niñas, era adecuado que conociéramos el sentimiento del narci-
verse para mirarme, pienso que me están criticando. Esto no tiene sen-
sista realce propio, tan esencial para nuestro desarrollo. Nos lo pro-
tido, pero es la impresión que tengo.» De jovencitas o de adultas, nues-
porcionaba la madre. Ahora que somos mayores, lo buscamos en el
154 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 155

hombre. La forma como responde el padre ante la adolescencia de la curriste a mí en primer lugar?» La madre sigue siendo la amiga de
hija determina nuestro camino a seguir: hacia los hombres y nuestra ambos, manteniéndose con firmeza en el centro.
propia identidad, o de vuelta a la madre y al lazo simbiótico. Si mi Es una situación destructiva, que deja resquicios por los que pue-
padre consigue hacerme creer que soy la muchacha más estupenda del den penetrar todo género de fantasías edípicas. Si la madre no le quie-
mundo, como otras en mi caso confiaré más en el futuro. Dice una re, si ella no le comprende, es posible que la chica pueda ganárselo,
joven: «Mi padre era una persona muy cordial y atractiva. Creo que después de todo. Pero incluso en el caso de que la madre sea una zorra,
de ese hecho nació mi gran interés por lo sexual, mis buenos senti- la muchacha no puede tolerar la pérdida de su alianza primaria. El
mientos acerca de mi cuerpo. No es que yo le viera muy expresivo con padre será la sal de la vida, pero la madre es el pan y la mantequilla.
mi madre, pero lo era conmigo, siendo yo una jovencita. Hacía que La relación con la madre fue formada antes, y es más profunda que
me sintiera maravillosamente a gusto conmigo. Me hubiera gustado co- cualquier cosa que la hija puede llegar a tener con su padre.
nocer a mi madre antes de traerme a mí al mundo. Yo creo que la He aquí la agria historia de una mujer de treinta y cinco años, ma-
maternidad la mató sexualmente. Debió de haber sido más sexual an- dre de tres hijas, cuyo matrimonio se deshizo recientemente... Cuando
tes de que nosotros, sus hijos, naciéramos. No sé, la veo encajada tan ella me la refirió no pude evitar preguntarme cuántos padres habrá
sólo en las cosas exteriores de la vida cotidiana. Mi sentimiento de como el de mi entrevistada: «Sólo cuando me casé y me distancié físi-
prohibición de lo sexual proviene de ella.» camente de mis padres empecé a descubrir qué clase de relación man-
tenían. Mi padre me había parecido siempre un tirano, al que había
Mucho es lo que un padre puede ofrecer a su hija en la adolescen-
que ocultar la verdad y manipular como fuera posible. Mi madre y yo
cia. Sin embargo, se ve obligado verdaderamente a hacer equilibrios
siempre nos habíamos mantenido muy unidas. Ella era en verdad la
sobre la cuerda floja. Tiene que prestar atención a las necesidades de
mártir. Pero cuando recientemente empecé a estudiar mi propio ma-
ambas, esposa e hija, poniendo siempre buen cuidado en no enfrentar-
trimonio, comprendí que mi padre lo había pasado bastante mal, cosa
las por medio de los celos. «Mi esposo está loco con nuestra hija — dice
que me hizo cambiar de parecer. Hace un año, hice acopio de valor y
la psicóloga Liz Hauser—, pero inicialmente no comprendió qué era
telefoneé a casa. Después de haber hablado con mi madre, le pedí que
a lo que estaba dando lugar. Por ejemplo, si ella y yo teníamos una
se pusiera papá. Tan pronto como oí su voz le dije, de todo corazón
discusión, él mediaba haciéndole una leve seña, que quería decir: "No
(no sé qué era lo que en aquellos momentos temía): «Deseaba decirte
te preocupes por lo que dice mamá. Yo me ocuparé de arreglarlo todo."
que te quiero mucho.» Se produjo un silencio... Mi madre se dirigió
Esto no estaba bien, como bien lo comprendió. La chica no sabe de
a mí de nuevo, muy agitada: «¿Qué le has dicho a tu padre?» Le res-
qué lado deben quedar sus lealtades.» Así se incrementan los celos
pondí: «Le dije que le quiero, algo que no le había dicho nunca. Me
de la madre, pero también se puede inculcar en la muchacha el fatal
figuré que a él le gustaría saberlo.» Mi madre manifestó: «Está sen-
anhelo de derrotarla de un modo permanente.
tado en un sillón, sollozando.» Transcurridos unos días, mi madre me
Muy a menudo, la reacción del padre frente a la adolescencia de llamó por teléfono: «Tu padre y yo hemos estado hablando (algo que
la hija es determinada por su esposa. Si la madre ha vituperado a la ellos no hacían frecuentemente), y me ha dicho que a lo largo de estos
chica, si entre las dos se ha producido una tirantez, el padre ha de ser últimos años siempre se había imaginado que tú le odiabas.»
cauto al responder a la incipiente sexualidad de la hija. La madre que Para la madre y la hija, el problema consiste menos en ganarse al
ha intentado evitar la actitud competitiva ante su hija atenuando lo hombre que en clasificar y ordenar sus relaciones: control de los celos,
sexual con su esposo, no querrá que la chica la sustituya. Puede ser negación de la ira, búsqueda de otras palabras para aludir a sus sen-
que no lo necesite, pero aún hay por en medio una implicación propia: timientos de culpabilidad. Años después de que él ha desaparecido,
quiere evitar que él sea de cualquier otra mujer, incluso de su hija. por haberse divorciado o por fallecimiento incluso, la lucha entre las
Muchas madres intentan mantener a la hija y al esposo separados dos mujeres sigue: ¿cómo mantener la tregua, el pacto, la simbiosis?
denigrando al padre. Dice el doctor Robertiello: «Es su forma de com- «Una vez al año, mi madre y yo nos tomamos unas vacaciones,
petir con la chica, al tiempo que conservan a la hija y al padre para juntas», me cuenta una mujer de cincuenta y cinco años. Su madre tie-
sí mismas. Divide y vencerás.» «Tú sabes que tu padre no es capaz de ne ochenta; las dos son viudas. «Lo que más me irrita es que siempre
solucionar esa clase de problemas», afirma la madre. «¿Por qué no re- que nos aborda alguien, tanto si se trata de un hombre como de una
156 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 157

mujer, mi madre hace que la atención del recién llegado se centre en adolescencia hacia los hombres ha sido reprimido, e invertido, incluso;
ella. Justamente, lo mismo que hacía cuando yo era una niña.» No le el principal movimiento de nuestras vidas sigue enfocado sobre las
pregunto por qué continúa pasando las vacaciones con ella. En la sim- mujeres.
biosis, antes que romper el lazo de unión se prefiere seguir con la «No es que él se sienta sexualmente estimulado por la hija — dice
otra persona, pese a la actitud competitiva, la derrota y todo lo demás. el doctor Sanger—. Lo que inquieta al padre es la idea de que pueda
«Si la madre no está bien relacionada con el padre — dice Helene ocurrir algo incontrolable. Creo que es esencial que una chica perciba
Deutsch —, sentirá celos de la hija. Esto provoca sentimientos competi- que su padre la encuentra atractiva. Por desgracia, son demasiados los
tivos en la madre, que inhiben a la chica.» Por otro lado, si el padre, padres — y madres — que no pueden traducir en palabras lo que sien-
en casa, se siente abstraído, preocupado, si intenta dejar a un lado la ten. Sería agradable crecer sintiendo que vuestro cuerpo fue amado por
situación competitiva entre la madre y nosotras, ignorando nuestras vuestros padres, quienes sabían cómo besarlo, retenerlo, y haceros sa-
necesidades de reconocimiento, sintonizaremos el mensaje sexual nega- ber verbalmente que sois adorables.»
tivo de la madre, esperando pasivamente a los hombres, no creyendo Al trazar la línea del desarrollo psicosexual de la adolescente, la
en ellos si llegan a presentarse, y permaneceremos como dependientes socióloga Jessie Bernard me puso en guardia contra la idea de descar-
siempre de las mujeres en lo que respecta a nuestras más profundas gar demasiado peso sobre cualquier elemento variable, incluida la ma-
necesidades emocionales. dre. «Tal proceder simplifica con exceso el problema», me dijo. «Has-
Son muchas las mujeres a las que únicamente les atraen los hombres ta la hija, procedentes de todas partes, llegan muchas cosas.» Estoy de
casados. Suelen decir que quieren que el hombre abandone a la esposa... acuerdo; la madre no es el único factor determinante en la vida de la
Justamente, así querían al padre y a k madre, para ellas. Pero cuando niña. Pero ocurra lo que ocurra en nuestras relaciones con el padre,
el hombre está dispuesto a divorciarse de su mujer, la enamorada pier- nuestras iguales y los profesores, el lazo con la madre es el constante,
de todo interés. Ella no quería que realmente su padre dejara a la una especie de lente a través del cual se ve todo lo que sigue.
madre; era sólo un deseo. De haberse divorciado los padres, y haberse Los juegos son paradigmas de la vida, en los cuales los menores
ido la hija a vivir con su padre, ésta se habría sentido culpable. No pueden aprender a perder y a ganar, a una escala para ellos comprensi-
quería que el deseo se realizara. «Algunos deseos edípicos son muy ble. ¿Cuántas veces habéis visto a una madre y una hija enfrentadas
vehementes, pero no se conciben para ser cumplidos», dice la doctora en una pista de tenis o en una partida de cartas, luchando con todo
Deutsch. interés para ganar? Actualmente, una joven puede aprender mucho en
El padre tiene sus propios sentimientos edípicos, con los que lu- una competición de la «Pequeña Liga» de béisbol. Su madre nunca se
char. Cuando nosotras teníamos cinco años, él pudo o no pudo sentirse encontró en su caso. Perder frente a otra mujer no es un «simple jue-
nervioso ante nuestras aperturas sexuales. «Las niñas pueden ser terri- go» para mamá. Esto agita profundos sentimientos de separación y de
blemente seductoras — dice el doctor Esman —. Al menos, los padres ira que jamás fueron resueltos con su propia madre. La chica capta
tienen ocasión de comprobarlo.» Pero cuando tenemos trece años no el mensaje de que la competición abierta está bien, pero en cosas mar-
hay forma de que él se desentienda de nuestros avances tomándolos ginales, sencillamente, como el béisbol. En asuntos con la madre u
como los juegos de una pequeña. Tampoco queremos nosotras que sea otras mujeres, competir y ganar representa el riesgo de la pérdida de
así. Nos apretamos contra él, contra el papá, una persona que nos una conexión primaria.
quiere tanto que a su lado podemos comportarnos como no nos com- «El problema no radica en que la hija eche a un lado a su madre
portaríamos en presencia de chicos de nuestra edad. Esperamos que para llegar al padre — explica Helene Deutsch —, sino en que la chica
nos siga, que sea capaz de conocer la diferencia entre las acciones que se apega a aquélla. Aquí está la justificación de la ansiedad. La hija
se traducen por «Trátame como una mujer», y nuestra necesidad con- se siente perturbada porque depende de la madre incluso cuando desea
tinua de ser amadas como una hija. Puesto que es el papá, esperamos librarse de ella.»
de él el mundo. Por consiguiente, nos sentimos terriblemente dolidas El padre no es el único hombre que suscita competiciones edípicas.
si él es atacado, si se aparta precipitadamente y dice: «Quítate de en- «Estoy pensando en un hombre, el mejor amigo de mi padre», cuenta
cima de mis piernas. Ahora eres ya una chica mayor.» Nos vemos arro- una mujer de treinta y cinco años. «Le llamábamos tío Steve. Años
jadas de nuevo a nuestra madre. El saludable impulso sexual de la más tarde, había de enterarme de que mi madre ejercía un gran atrae-
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tivo sobre él. Pero hasta el día de su muerte, mi madre se mostró or- una odiar a su madre? Es una lucha como la de Laocoonte, intermina-
gullosa de que no hubiera habido nada censurable entre los dos. Yo con- ble, sin resolver.
taba catorce años cuando sucedió este incidente. Nos encontrábamos en La situación edípica es menos complicada para los chicos. Éstos
la terraza. Yo estaba tendida junto a tío Steve, en un amplio sillón de necesitan el mismo lazo simbiótico con la madre que las hijas, pero
pino. Él era un hombre muy afectuoso. Toda la familia estaba presen- hay otra figura en la casa contra la cual pueden permitirse expresar
te: mi hermano, mi padre, mi hermana y mi madre. Inesperadamente, ideas autoafirmativas de competición porque en modo alguno amenaza
ésta dijo: "Bueno, Helen, creo que ya no eres una niña para estar así." sus relaciones con la madre. Esta figura es, desde luego, el padre. Una
Recuerdo que me puse muy colorada. El instinto me dijo que había segunda razón que explica por qué los chicos no encuentran la ado-
algo entre mi madre y aquel hombre. Ella se sentía celosa. Yo estaba lescencia tan dolorosa o perturbadora es que, a diferencia de las chi-
muy turbada, pero nadie dijo una palabra más.» cas, no pasan por el cambio de amor-objeto. La implicación primaria y
Más adelante, en nuestra entrevista, esta mujer me dice que cuan- rectilínea del chico es siempre con mujeres. Las muchachas han de
do ella y su marido vivieron juntos, antes de contraer matrimonio, realizar este extremadamente complicado cambio al sexo opuesto, ale-
siempre temía que su madre le telefoneara mientras se hallaban juntos. jarse de la madre en dirección al padre.
«Temía que se enterase de que se encontraba en mi apartamento, acos- Casi desde el comienzo, mucho antes de que estén preparados para
tado en mi cama. No quería que lo supiera, simplemente.» ¿Cómo hu- empezar el trabajo de cortar la simbiótica atadura con la madre, los
biera podido saberlo la madre? Porque la figura de ésta agitaba su pequeños aprenden cómo separarse, estableciendo sus propias identida-
mente. El amor que le inspiraba el hombre con quien iba a casarse des a través de la competición, primeramente contra el progenitor va-
era dejado a un lado por temor a su competitiva y silenciosa madre. rón, más tarde contra otros pequeños. A los cuatro o cinco años, em-
El diccionario da esta ecológica definición de la competición: «Es piezan a competir con papá, frecuentemente apremiados por él. Luchan
la lucha entre organismos, tanto de la misma como de diferente espe- y corren con el padre, le vencen en el «Monopoly» o en el ping-pong.
cie, por conseguir alimento, espacio, y otros factores de la existencia.»1 Cuando llega a la adolescencia, el chico estará acostumbrado a toda
¿Qué comparten dos organismos tan próximos física y psicológicamen- clase de situaciones estructuradas, en las cuales la competición se pue-
te como la madre y la hija? ¿Qué mejor fuerza para impulsar a cada de permitir, se sentirá estimulado y hasta se verá celebrado, porque
una a buscar su sitio que el impulso sexual? Podríamos aceptar incluso está protegido frente al oscuro y cruel lado oculto del apremio com-
perder a la madre, si ella reconociera lo que está pasando entre las petitivo por las reglas del juego: los límites se hallan claramente defi-
dos. La dura pero necesaria lección para la perdedora en la competición nidos.
edípica es que no puede continuar moviéndose por la casa de su rival El doctor Reuben Fine, psicoanalista, que es también un maestro
para siempre. Tiene que desarrollarse, crecer, y salir, si ha de encontrar del ajedrez, habla de este juego, manifestando que la lucha que se
alguna vez a su hombre. Pero la madre rechaza nuestros esfuerzos en plantea sobre el tablero, con poderosos reyes y reinas — quizá no exis-
materia de sexualidad, calificándolos de estúpidos, se desentiende de ta otro juego más francamente edípico—, ejerce tan permanente fas-
nuestro afán de independencia, que juzga temerario, y niega nuestra cinación por el hecho de que pese a ser el rey, al fin, capturado, nunca
progresiva habilidad para querer y sentir lo que ella quiere y siente. se le destruye.2 De la misma forma, los chicos aprenden mediante las
Alega que procede así por nuestro bien, pero nosotras no estamos tan estrictas reglas y estructuras de los deportes que si uno derrota a otro
seguras de ello. en el béisbol, esto no supondrá la muerte del vencido, ni el vencido
La familia, que en otro tiempo se nos figuró cariñosa y cercana, odiará al vencedor hasta el fin de sus días. Además, se celebrará otro
ahora se nos figura sofocante y aburrida, claustrofóbica. Queremos sa- partido mañana, quizá, y puede ser que gane entonces el que perdió.
lir, huir. A menudo nos vemos arrastradas hacia personas y actividades Mediante estas situaciones sociales que los hombres comparten, la la-
que no son del agrado de la madre. Con su permiso, dado a regaña- tente hostilidad en el terreno de lo competitivo que hay en los seres
dientes, o a su espalda, tratamos con aquéllas y desarrollamos éstas, humanos se saca al exterior, dándosele expresión en forma de juego.
de todas maneras. Se está formando una identidad..., pero pensamos La lección se enseña a los chicos sin palabras: se sienten competitivos,
que es con su oposición. El sentimiento de culpabilidad se acumula actúan competitivamente; ganar no supone ninguna perfidia. Todo es
sobre el de ira; nos retorcemos y doblamos sobre ella. ¿Cómo puede natural. Y en tanto que ello se gobierne por reglas, puede ser el vehícu-
160 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 161

lo de una más profunda amistad. Los tutores de los campamentos de dieran manifestarse, verbal y físicamente. Al no proceder así, su rostro
verano saben desde hace mucho tiempo que si ponen a dos pequeños adquiere unos rasgos contraídos, forzados, como de máscara; son la
que se profesan una mutua antipatía en un ring, aleccionados con es- pura expresión de la ansiedad.» El tacto nos obliga a contener nuestros
trechas reglas y armados con unos guantes bien forrados, lo más pro- sentimientos, pero cuando hay rigidez se paga a menudo un precio
bable es que acaben siendo buenos amigos, aunque la pelea haya sido psicosomático.
de lo más reñido. «La evolución de las chicas adolescentes es probablemente el más
Los padres se sienten tan poco amenazados por la actitud compe- complicado de los procesos dentro del desarrollo humano — dice el doc-
titiva de sus hijos que al principio pueden permitirles que ganen. De- tor Esman (que es padre de tres hijas). Tienen que enfrentarse con
sean que los chicos sepan «arreglárselas solos», «solucionar sus pro- las complejidades de sus conflictos edípicos reactivados, con los deseos
blemas», y «ser su mejor valedor»: los orientan hacia la separación. orientados hacia el padre, la resultante rivalidad con la madre, y la
El hijo que continúa ligado a la madre no suscita admiración en el hostilidad que ello engendra en ambas mujeres. Al mismo tiempo, las
padre precisamente. Al final, el joven puede batir honestamente a su chicas han de aprender a aceptarse como tales mujeres. En una sociedad
padre. Es posible que a éste no le agrade. Pero se encuentra tan a como la nuestra, que valora al varón más que a la hembra, esta acep-
sus anchas con sus sentimientos competitivos que incluso puede ser tación puede resultar dura, y hasta repulsiva.»
que haga ver a su hijo que se halla momentáneamente enojado por ha-
Es un dilema; nos encontramos entre dos mundos. No hemos lle-
ber sido batido. Esto, de por sí, ya da al chico más arraigados sen-
gado todavía al seguro puerto que supone el descubrimiento de que
timientos de orgullo e independencia. Padre e hijo, asidos a sus proe-
podemos amar a los hombres y de que éstos nos amarán; no sabemos
zas, las realizadas en el juego, avanzan en su relación. Es posible que
aún que este nuevo, excitante (si bien atemorizador) tipo de amor se-
se acerquen más uno a otro, y también puede ocurrir lo contrario, pero
xual nos deparará sentimientos cordiales, sensaciones intensas, agita-
el caso es que al airear sus sentimientos competitivos el hijo ha ga-
ción y fuerza, cosas que en diferente forma son tan compensatorias
nado una preciosa experiencia en el manejo de esas emociones dentro
como las que hemos tenido con nuestra madre. Miramos a los chicos
del contexto de una situación altamente recargada de problemas.
buscando la confirmación de la sexualidad incipiente que a aquélla no
Las mujeres observan cómo los hombres salen de las pistas de te-
le agrada, y el refuerzo que papá no quiere facilitarnos. Pero la acep-
nis, o dejan los estadios de fútbol, formando amigables grupos de tres
tación que logramos de los chicos no contiene nunca la profunda se-
y cuatro personas, y sienten la falta de algo que ellos sí tienen. Solía
guridad que tenemos con la madre. ¡ Son tan raros los chicos! A me-
pensar yo que compartían abiertamente sus sentimientos. Ahora sé que
nudo pedimos demasiado: ¿quién puede vivir con arreglo al hechizo
la camaradería de los hombres no tiene nada que ver con la honesta
de ser el objeto prohibido, inalcanzable, una vez alcanzado? Los hom-
comunicación. Lo que ellos poseen es una válvula liberadora de pre-
bres tienen impulsos y necesidades propios. Desde su lado de la valla
sión comunal, asimilada, una forma de dar salida al «vapor» acumula-
de lo sexual, ellos lamentan nuestras demandas, o se sienten insuficien-
do, a la hostilidad, al espíritu competitivo; ello les permite que el trato
tes para satisfacerlas. Nos causan un daño y se apartan. A diferencia
mutuo se relaje. Los hombres aprenden a juzgar para ganar, a prolon-
de la promesa que formula la madre, su amor es condicional. Han sido
gar sus límites competitivos y a mostrarse orgullosos de ello. Algunos
educados para que nos vean como apéndices, los símbolos de sus éxi-
se superan, pero todos aprenden al menos la lección vital: «Un joven
tos, objetos sexuales. Nos quieren para algo en lo que nosotras no
— dice el doctor Robertiello — no puede cubrir la etapa de la adoles-
creemos totalmente.
cencia sin aprender primeramente cómo ha de encajar la derrota.» Puede
perder, pero ésta no le destruye. Por consiguiente, siente que puede Nos movemos buscando el amor, pero sin saber por qué nos en-
ganar cuando le llegue el turno, sin destruir a su oponente. Los hom- contramos con que lo sexual entra en el paquete. Lo sexual es excitante,
bres no creen que su felicidad o sus triunfos de carácter sexual se den pero también medroso y peligroso. Todo el esquema se torna proble-
a costa de perjudicar a otras personas. mático, tiñéndose de ansiedad. ¿No sería más prudente retirarse? Si
«Es muy saludable permitir al cuerpo que actúe, que exteriorice damos unos pasos atrás, volvemos a ser «buenas», esto es, la chica de
los sentimientos competitivos — dice el doctor Robertiello —. Frecuen- mamá, quien dejará de sentirse irritada. Las inacabables discusiones
temente indico a las mujeres que mejorarían de aspecto exterior si pu- acerca de si a ella no le gusta este chico, pero sí, en cambio, aquél, se
162 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 163
terminan. Así conquistaremos su amor para siempre. Ya no se produ- enfrentándose la madre. ¿Cómo se puede explicar la diferencia entre
cirá la situación competitiva. el amor romántico y el sexual si ninguno de los dos se halla presente
En lugar de afirmar nuestra individualidad, nuestras necesidades y en tu existencia? ¿Puedes tú hablar acerca de la promesa que supone
deseos, nos volvemos más como nuestra madre; nos unimos a ella en la feminidad, la práctica de una carrera, la maternidad... y no querer
su protesta: lo sexual no es importante para nosotras, después de todo. algo de esa promesa de nuevo si tú misma te sientes ofuscada?
Muy pronto, el impulso sexual queda controlado; gana la simbiosis. Algunas mujeres han experimentado siempre la impresión de verse
Luego, crecemos, contraemos matrimonio y tenemos hijos, pero nunca desbordadas por sus más seductoras amigas, de tropezar con mujeres
dejamos, en realidad, nuestro antiguo hogar. más sexuales. Ahora, también su hija es más bella, más joven. Se reti-
En un nivel realista, la madre no teme que nosotras tratemos de ran de la situación competitiva espontáneamente, convirtiéndose en
apartar a papá de ella. Pero existe una diferencia entre una niña de algo más que una madre. Otras madres se vuelven tan sexuales que
seis años, que puede acomodarse sobre las rodillas de un hombre, y la hija no se atreve a competir: «Mi madre juguetea con los hombres
una de trece años, que encaja perfectamente en vuestras ropas, quien descaradamente», dice una chica de quince años. «Está hecha lo que
rivaliza por el único hombre de la casa y arranca de los visitantes va- se llama una coqueta. Le falta tiempo para contarle a mi padre cual-
rones ciertas sonrisas que vosotras no habéis visto en años, en tanto quier insinuación que le hayan hecho los hombres en el club de cam-
que hace planes con vistas a un futuro que no veréis nunca de nuevo. po. A mí me parece que a papá esto le gusta, pues satisface su vanidad
Quizá la madre se ha avenido con sus fantasías de maternidad, pero personal, su amor propio. Pero yo encuentro ridículo ese comporta-
nadie le dijo nunca que tratara a su hija como a otra mujer. Cierta- miento.» A la joven le sobran diez kilos de grasa. Y admite: «No pue-
mente, su propia madre también hizo lo mismo. Otra esposa, otra ma- do ganar a mi madre en su propio terreno. Por eso he renunciado a
dre, sí, pero... ¿otra mujer? Esto, nunca. competir con ella.»
Si nosotras representamos la aspiración de nuestra madre a la in- Dice la psicoanalista Betty Thompson: «La gente tiende a ser como
mortalidad, somos también el recordatorio de sus años. ¿Cómo pode- es, cualquiera que sea su estilo. Esto no lo altera el hecho de ser ma-
mos estar saliendo con chicos? Nuestra madre contaba catorce años dre. Por tal motivo, una mujer que se centra más en sus personales
cuando empezó a proceder así. «La adolescencia es, clásicamente, la sentimientos que en los que pueda experimentar otra persona, puede
época en que nuestras madres empiezan a revivir sus vidas, a través mostrarse irrazonablemente competitiva ante la hija. Sé de madres que
de las hijas — dice la doctora Schaefer —. Puede presentarse con sor- se olvidan de que tienen veinte años más que la hija en el momento
prendente rapidez. En el caso de mi hija, una adolescente, puedo citar en que en el hogar familiar empiezan a entrar chicos. Las dos compiten
prácticamente el día en que empezó a cambiar, durante el pasado mes como si éstos tuvieran que habérselas con dos jovencitas. Es un hábito.
de septiembre.» En el momento en que un chico, o un hombre ya hecho, entra en la
La madre nos ayuda a llegar a una resolución saludable más por habitación, ambas tienen que sentirse atractivas.»
el ejemplo que por la predicación. En el mejor de los casos, se siente Una mujer de treinta y cuatro años, con una hija de trece, me
a gusto en su papel de mujer... como quiera que defina el término. dice: «He estado preguntándome si debía comprarle a Penny un su-
Puede ser una mujer de carrera, o la esposa y madre tradicionales, jetador. No, no es que me lo haya pedido, pero he observado que la
pero una hija necesita percibir día a día que la madre ha escogido su gente empieza a mirarla.» ¿Qué clase de gente? ¿Hombres, mujeres?
papel, y que no se halla constantemente amargada o preocupada por ¿Qué clase de miradas dirigen a la chica? No formulo ninguna pregun-
haber sido encasillada en lo que estima como un lugar inferior. «Es ta. Pero, ¿cuáles son los sentimientos de esta bonita y joven madre?
muy importante también — dice el doctor Esman —: que la chica advier- Fran es una buena madre, que gusta de cuidar de su esposo y de sus
ta que su madre ha logrado una vida sexual razonablemente satisfacto- hijos, esmerándose en sus tareas. No hay por qué pensar en envidias,
ria, y de esta manera puede apreciar que la relación entre un hombre y ni en situaciones competitivas tratándose de ella. Durante la cena, la
una mujer es provechosa. Ella ve entonces algo excitante en su futuro, hija reprende al padre: «¿Tú sabes, papá, cuántas calorías hay en ese
hacia lo cual se dirige.» postre?» Aquella es la voz de la madre. La chica se dispone a apartar
La adolescencia de una hija pone de relieve, muy acusadamente, el plato del postre de él, representando el papel de la madre (esposa)
todos los problemas o conflictos sexuales con que todavía puede estar severa, pero el padre corta el incidente. «Siéntate, Penny», dice. Está
164 MI MADRE, YO MISMA
ESPÍRITU COMPETITIVO 165
sonriendo. Fran observa la escena desde el otro lado de la mesa. Es
difícil interpretar la expresión de su rostro. ¿Qué lugar le corresponde liberados años de la década de los 70, quien no lleva sujetador bajo
a ella? El reto llega desde todos los niveles, de la chica a la que quie- su ajustada camisa de mangas cortas y permanece con los brazos cru-
re pero también de cualquier cosa y cualquier persona que pueda apar- zados, escondiendo el pecho. «He aquí el clásico error que las madres
cometen con las adolescentes —manifiesta la doctora Fredland—: se
tar a la chica, o a su marido, de ella. Los psiquiatras dicen que noso-
niegan a dejar que se conviertan en mujeres.»
tros debemos airear esos sentimientos, que debemos incluso bromear
con ellos. Pero la madre de Fran no bromeaba con sus sentimientos de Destrezas y capacidades que en otro tiempo nos ayudaron a iden-
celos, de competición. En consecuencia, Fran también guarda silencio. tificarnos y a fomentar nuestro amor propio, ahora nos traicionan. «Has-
ta la edad de la pubertad —dice Jessie Bernard—, la joven se desen-
El esposo me dice, en privado: «Mi esposa y mi hija discuten por
vuelve bien, pero luego comienza a perder puestos en el colegio.» Acos-
cualquier cosa, por el menor motivo. Creo que ni siquiera saben por
tumbrábamos a levantar el brazo, entusiasmadas, para llamar la aten-
qué se conducen así. A mí la situación se me antoja divertida porque
ción de nuestro profesor o profesora, a fin de hablar en voz alta y
sé que soy la causa. Resulta agradable esto de ver a dos mujeres pe-
claramente cuando conocíamos la respuesta a una pregunta. Ahora di-
leándose por uno, si bien ellas lo niegan con toda la vehemencia de
simulamos nuestra inteligencia, la ocultamos, y nos mordemos la len-
que son capaces.» Entre tanto, Fran, con un suspiro, me confía esta
gua. Queremos atraer a los chicos, queremos ser «femeninas», y mira
observación: «He de ver la manera de que Penny haga algún ejercicio
por dónde recurrimos al mismo procedimiento enseñado por nuestra
físico. La veo muy redonda de hombros.» madre para que conserváramos su amor: hacer gala de sumisión y pa-
Recuerdo haberme visto también así, no porque necesitara un su- sividad. Por cada estudio sociológico que leo en el que se demuestra
jetador, sino por todo lo contrario. Me pareció odioso el de color ro- un cambio en tal aspecto — e s decir, que las chicas se mantienen en
sado que mi madre finalmente me compró después de señalar cariño- los cuadros de honor en la enseñanza media—, existe otro que indica
samente que no necesitaba ninguno. Viendo lo humillada que me sen- que en tanto los chicos tienden a preferir las ocupaciones de mucho
tía, intentó salvar la situación diciéndome que era una chica afortuna- prestigio, conforme avanzan en la adolescencia, de las chicas de diez
da: cuando yo tuviera su edad no tendría las marcas de los tirantes años puede decirse como pura verdad lo contrario.3
en los hombros. ¡Yo quería tener esas marcas! La batalla del sujetador
«Debido a que los muchachos están ansiosos de demostrar su ca-
es uno de los episodios clásicos de la adolescencia.
pacidad de superación — dice el doctor Sanger —, una joven bien afir-
¿Por qué razón algo tan trivial como un sujetador ha de suscitar
mada en su personalidad les asustará, alejándolos.» Lo corriente es que
momentos tan tormentosos en el curso de la relación madre-hija? Qui-
la pequeña simplona clásica sea la más popular por ser la menos ame-
zá esta pregunta quede contestada con las palabras de esta chica de nazadora. En el libro de Sylvia Plath titulado Letters Home, la madre
quince años: «Antes de haber intercambiado el primer beso con un de la autora relata un incidente que por su acritud es muy bien com-
chico, tenía ya una mala reputación. No sé quién pudo ocuparse de prendido por todas aquellas mujeres que saben la diferencia que existe
propalar cosas que no me favorecían nada. Yo creo que fue porque me entre ser brillante y ser popular en el colegio: «Por aquella época
crecieron los pechos antes que ninguna de mis amigas.» (Sylvia), era estudiante de último curso en un centro de enseñanza
La madre sabe el significado de los senos femeninos en nuestra media. Ella había aprendido a disimular su clara inteligencia detrás de
cultura. Si está contenta de los suyos, si nos permite que cumplamos una fachada de sana cordialidad juvenil. Un día, tras haber salido con
con el rito peculiarmente femenino de la colocación del primer sujeta- unas parejas, me dijo: "Rod me preguntó qué notas había sacado. Le
dor cuando nosotras lo queremos y no cuando a ella se le antoja, tam- contesté muy satisfecha": "Sobresaliente en todas las asignaturas, des-
bién nosotras nos sentiremos satisfechas de los nuestros. De lo contra- de luego." "Sí", replicó sonriendo, cuando me llevaba hacia la pista de
rio, nuestros redondos hombros tratarán de ocultar la inadmisible ver- baile. "¡Menudo aire tienes tú de sabihonda!" ¡Oh, mamá! ¡No me
dad: en cierto momento de nuestras vidas, nuestros senos fueron el creyeron! ¡No me creyeron!»4
punto focal de la ansiedad acerca de la nueva sexualidad de que que- Las chicas han sido formadas para relacionarse; los chicos para ac-
ríamos sentirnos orgullosos, pero que resultaba temida por nuestra tuar. Probablemente estamos comenzando ahora a formar a nuestras
madre, quien nos avergonzó, forzándonos a ocultarla. El símbolo per- chicas para que se realicen plenamente, pero esto no quiere decir que
fecto de este conflicto no resuelto es la chica de quince años de los no se continúe obrando como antes. Instalamos en ellas lo que los
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psiquiatras denominan «la agenda secreta». Les decimos: «Ve al cole- podrían utilizar para conseguir una verdadera posición de poder, aun-
gio, triunfa, procura no apoyarte en nadie», pero también les damos que sólo fuera con relación a sus propias vidas».
este mensaje: «Si no triunfas como esposa y madre, habrás fracasado.» La persona que me habla así, profesora en un colegio de enseñan-
El mensaje en cuestión no precisa de una traducción en palabras. La za media, continúa diciendo: «Tengo docenas de alumnas a las que
existencia de la madre misma es considerada por la hija como una nor- les repugna competir. Se ruborizan cuando logran notas altas. La se-
ma de la realización personal. Nadie nos explica que es difícil, doloro- mana pasada, un grupo de estudiantes de último año organizaron un
so, y hasta imposible, para muchas mujeres, triunfar en una carrera v coloquio, y las chicas, automáticamente, eligieron a unos muchachos
ser al mismo tiempo una buena madre. Y nadie nos prepara para afron- para que actuaran de moderadores en las discusiones de los dos bandos.
tar el hecho de que para triunfar, una debe ser competitiva, y de que Eso pese a que varias de las chicas podían haber desempeñado esa fun-
la mayor parte de los hombres estiman todavía que la mujer competi- ción con mayores probabilidades de éxito, por ser más inteligentes y
tiva es una amenaza. expertas. Me pareció una barbaridad. Al tercer día, las discusiones se
«Nosotras no caeremos en el error de los hombres», dicen las fe- habían convertido en puros alborotos. Algunas de las chicas hicieron
ministas. «Nosotras no nos mostraremos competitivas con nuestras her- acopio de valor y encargaron de la dirección de aquello a las mejores
manas.» Esto es proclamado a modo de anticipo. Es infantil pensar en de sus compañeras. Pero éstas no se sentían a gusto. Temían que los
denegar algo que no haremos desaparecer. Las mujeres, actualmente, muchachos las juzgaran agresivas. Creo que lo que les preocupaba más
se ven estimuladas: «Ten una vida sexual; realízate plenamente.» ¿Por era que las demás se sintieran irritadas ante la superioridad que ellas
qué razón tantas de nosotras seguimos retrasadas? En cierto nivel sa- pudieran demostrar.
bemos que estamos siendo animadas para que alcancemos esta meta »Esto me hizo acordar de cuando yo era joven, de cuando era la
utilizando solamente unos falsos instrumentos infantiles. Un mundo en Pequeña Betty. Se sobreentendía que parte de la magia de ser la mitad
el cual, según se ha dicho, la competición puede llegar a ser eliminada, de la Gran Betty radicaba en que teníamos asignado un lugar para
no existe. No es que esté pregonando como ideal para las mujeres el cada una. Yo nunca trataría de ganar ni aventajar a la Gran Betty. Nos
grado demendal de pasión que los hombres insuflan a su impulso para manteníamos siempre unidas... y así seguimos hasta hoy. Pero la cosa
«vencer» a cualquier precio. No quiero decir tampoco que el espíritu se va poniendo más difícil cada vez que la visito. Yo he triunfado en
competitivo no ocupe un sitio necesario y de pleno derecho en las vi- mi vida particular, y me cuesta mucho mantener el lazo de unión de
das de las mujeres. la niñez. ¿Cómo he de obrar para que éste no se rompa? Asumiendo
«Yo me crié en Georgia», me explica una mujer de veintiocho que ella es más fuerte que yo. Pero yo no quiero renunciar. Es nuestro
años, «y allí, en el sur, se supone que las mujeres nos hallamos en po- forcejeo... La Gran Betty y la Pequeña Betty... Es terrible, pero esto
sesión de poderes mágicos. Se trata, realmente, de una manipuladón; es lo que sucede.»
las mujeres se han puesto de acuerdo para poder controlar a los hom- Billie Jean King y Bella Abzug representan, quizá, el futuro, pero
bres. Un buen ejemplo de esto se encuentra en mi familia, en el seno ellas son todavía figuras marginales en un mundo donde a las chicas no
de la cual mi madre era la Gran Betty, y yo la Pequeña Betty. Por el se las enseña cómo expresar sentimientos competitivos dentro de las
hecho de ser como la madre, compartiendo además su nombre, la hija estructuras sancionadas, ni se les dan reglas mediante las cuales poder
disfruta de aquel poder para manejar a los hombres de la misma for- expresar su espíritu de emulación. La chica que realiza una torpe jugada
ma que procede aquélla. Madre e hija componen el equipo, de manera durante el partido de béisbol, en el curso de una excursión, se juzga
que no puede surgir un espíritu de competencia entre las dos. Ambas todavía adorable. Habrá perdido una baza, pero ha conseguido algo
desean la misma cosa. Si las mujeres alguna vez se aferran a sus dere- más importante: ha reforzado el statu quo sexual. Elevándose, simple-
chos individuales, pierden su solidaridad. Los hombres, entonces, po- mente, por encima de las ideas masculinas sobre el fracaso y el triunfo
drían incitarlas a la lucha entre ellas y lograr sus propósitos. O sea, aporta una vez más la prueba de que las mujeres carecen de espíritu
hacer lo que se les antojara. Lo malo es que las mujeres del sur son competitivo, resultando por ello más atractivas aún.
terriblemente competitivas ante los hombres, pugnando por figurar cada Dice el doctor Robertiello: «A las mujeres les da miedo competir
una entre las que tienen los niños más preciosos. Sofocando ese espíritu con otras mujeres, porque abrigan el temor de que si dan muestras
competitivo, denegándolo, las mujeres consumen todas las energías que que quieren derrotar a su oponente y no lo consiguen, la inconsciente
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ley de Talión exigirá una venganza. Para el inconsciente, la competi- con mis temores personales, insisto en que siga mis indicaciones. No
ción es a muerte. Las personas temen competir porque les da miedo quiero privar a mi hija de una experiencia que le otorga importancia a
la poderosa y todavía no apartada madre. Ella las mataría.» sus ojos, que le proporciona la sensación de poder dominar su propia
«¿Cómo puede una madre ayudar a su hija a separarse de ella? persona y el mundo exterior en que vive. Y he procedido así precisa-
— reflexiona la doctora Deutsch —. No se puede establecer una regla mente por mi estado de ansiedad continuo.»
fija, ya que la personalidad interviene en ello. Una madre que se haya se- ¿Cómo describe la relación en cuestión la hija de esta mujer, de
parado realmente de la suya es probable que sea capaz de ayudar a su catorce años de edad? «Yo me mantenía muy unida a mi madre. Esto
hija a hacer lo mismo. También influye en tal actitud que la madre po- cambió cuando empecé a salir con chicos. No sé por qué cree ella que
sea una vida propia, que haga otras cosas y que se interese por ellas las fiestas a que asisto son muy extravagantes, fuera de lo normal. El
aparte de cuidar de su hija. Pero esto puede originar, por otro lado, caso es que, cuando regreso, me la encuentro prácticamente en la puer-
un problema para la chica. Es posible que la madre tenga más talento ta de nuestro hogar esperando mi llegada. Y luego me hace un sinfín
que ella. Después, la hija habrá de enfrentarse no solamente con el de preguntas. ¿Quién estuvo en la fiesta? ¿Qué hiciste? ¿Cómo es la
complejo edípico, sino también con la idea de que la madre se halla persona que te ha invitado? Antes de salir de casa me hace unas pre-
mejor dotada intelectualmente. Así se avivan los sentimientos de com- guntas semejantes. Se me ha ocurrido pensar que vive presa de una
petición, análogos a los experimentados por los hijos de padres famo- gran ansiedad. A veces creo que siente celos de mis amigas.»
sos, triunfadores en la vida. Con todo, es mejor que la madre cuente Cuando una madre intenta moldear la vida de su hija pensando en
con algo más. Con frecuencia, cuando las madres trabajan, las hijas los errores experimentados a lo largo de la suya, su proceder da fre-
desearían que fuesen como otras, que permanecen eternamente en casa. cuentemente resultado... hasta la llegada de la adolescencia. Cuando
No deja de ser irónico.» surge lo sexual, la madre no puede alejar los sentimientos competitivos
Si la madre intenta con respecto a su hija hacerlo mejor que su y de enojo si éstos no fueron resueltos en la relación con su propia
propia madre lo hizo con ella — facilitar a la chica en mayor medida madre. La desagradable idea de que no quiere realmente que su hija
una dosis de confianza en sí misma —, ¿es de extrañar que ocasional- la deje atrás, hace que se sienta culpable. Por un lado actúa para que
mente sienta una cólera irracional suscitada por sus propios esfuerzos? la chica triunfe; por otro, la frena pensando en su seguridad. En una
¡ Nadie hizo nunca lo mismo por ella! «Yo no quise que mi hija cre- casa hay siempre las voces femeninas de tres generaciones.
ciera en las condiciones en que yo lo hice», me dice una madre. «Mi La hija intenta desechar el doble mensaje de su madre: «Sé una
madre era una mujer que vivió siempre sumida en la ansiedad, inten- persona con vida sexual y sé popular, como a mí me habría gustado
tando retenerme durante toda mi vida. Yo procuro separar mis subje- ser», y también: «No, no seas así: eso es malo.» La chica resuelve a
tivos temores de aquello que puede ser realmente peligroso para mi menudo el conflicto poniendo en acción las dos mitades del mensaje
hija. Por ejemplo, a mí las aguas profundas me causan pavor. No qui- de su madre, por orden: primero, se detiene, y luego, avanza. Una
se que a ella le sucediese lo mismo, de manera que las primeras veces historia clásica que relatan los psiquiatras alude a la madre que repe-
que fue de excursión al mar me aseguré de que fuera en compañía de tidamente previene a su joven hija para que no quede embarazada; pero
gente a la que gustaba nadar, de personas que se comportaban con toda la misma insistencia de sus palabras revela a la chica la intensidad de
naturalidad en el agua. Me abstuve desde luego de acompañarla. Cuan- las prohibidas delicias que llevan a las jóvenes a aquel estado. Prime-
do contaba nueve años ya se empeñó en utilizar el autobús de línea ramente, la muchacha actúa de acuerdo con la expresada prohibición,
para ir al colegio. Yo solía enviarla allí en uno privado. Al principio formulada con vocablos ambivalentes; después, en un momento de re-
me inquieté. Me atormentaba la idea de que recorriera una distancia beldía, se comporta de manera contraria. Y queda embarazada.
tan larga en un autobús de línea que atravesaba la ciudad. Luego me La adolescencia es una época de la vida tempestuosa, llena de ri-
dije: "Soy yo quien se pone nerviosa con eso. Ella quiere vivir esa validades, encontronazos, enojos, disgustos, e irreales, vertiginosos mo-
experiencia." Mi hija tomó el autobús delante de nuestra casa. No ha- mentos de alegría, surgidos de nuevas relaciones. Es la época en que
bía ningún peligro, y a ella le dio la impresión de que había realizado se plantean problemas hasta entonces carentes de demostración, y que
una proeza. Su mundo había ganado la partida. Por otra parte, cuando ocupan un lugar destacado. La estructura del yo, que fue conveniente
estoy segura de que el peligro es cierto y que no tiene nada que ver para manejar los conflictos y las tareas hasta el tiempo de la pubertad,
170 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 171

«ya no es adecuada para gobernar esta ola de incrementados impulsos Suelo decirle que ni siquiera me he dado cuenta de cómo se me ha
sexuales que se presenta ahora», dice la doctora Fredland. «Es como pasado el tiempo.»
una casa construida sobre postes de madera, en el agua; aguanta bien Damos portazos, nos retrasamos al volver al hogar, nos quedamos
hasta que llega una ola demasiado fuerte para sus frágiles fundamen- embarazadas, o nos precipitamos en los riesgos de un matrimonio pre-
tos. Entonces se derrumba. Las irritaciones y las ansiedades que antes maturo... Pero esto es estancarse. No hemos hecho nada por nosotras
pudieron ser suprimidas ya no pueden contenerse. Una, repentinamen- mismas; todo ha sido como una reacción motivada por ella. La rebe-
te, tiene que hacer frente a todos esos nuevos sentimientos —hormo- lión implica una ruptura. El doctor Sanger la define como una auto-
nales y psicológicos —, pero con el bagaje antiguo.» diferenciación, como una auto-definición. «Es una manera de decir: "La
En la adolescencia pasamos por lo que los psicoanalistas denomi- familia es algo grande; yo amo la familia, pero tengo que valerme por
nan el «tirón pregenital». Con cada paso hacia delante, alejándonos de mí misma. Dejadme en paz." Con ciertas personas no hay más recurso
la madre, queremos volver sobre los ya dados, para tranquilizarnos. Me que el de la rebelión para que nos escuchen.»
dice una madre: «No bien mi hija se ha propuesto cualquier cosa, de- Cuando nos rebelamos contra nuestra madre no hay ninguna clase
cidida a hacerlo todo por sí misma, en seguida se arrepiente, con gran de reto en nuestra actitud. Más o menos así ocurre cuando, más tarde,
disgusto por mi parte, y comportándose como una criatura, preten- anunciamos a nuestros maridos que nos disponemos a abandonar el
diendo poco menos que volver a mi regazo.» Me repugna citar el nú- hogar conyugal. Preparamos nuestra maleta al partir él hacia la ofici-
mero de madres, entre las entrevistadas por mí, que han leído los dia- na, pero al regresar a casa al final del día, nos encuentra en el mismo
rios de sus hijas. «Me tenía tan preocupada...», dicen para que les lugar. Dice el doctor Sanger: «Una chica, normalmente, no reflexiona
sea perdonada su conducta. «Mi hija se había vuelto muy reservada. de este modo: "He tenido una discusión con mi madre y sé que yo
Tenía que averiguar qué era lo que le sucedía.» estaba en lo cierto. Me iré de aquí para hacer algo dictado por mi vo-
luntad, no impuesto por nadie." En vez de proceder así, se empeña en
Sabemos que está siendo violada nuestra vida íntima; esto mina
alargar la discusión, hasta que llega el instante de las reconciliaciones.
nuestros ya débiles esfuerzos por separarnos. «No, no puedes estar
"¡Buscad la ruptura!", digo yo a las mujeres. "¿Qué demonios conti-
fuera de casa hasta medianoche», alega la madre. «No, no puedes salir
nuáis esperando de vuestra madre? Lo poco que vais a sacar de esta
con esa chica, con ese chico.» Las respuestas de la madre llegan como
disputa no vale la pena. Buscad otro camino para plantear vuestros ar-
acorazadas por la capa de prudencia y seguridad que ha utilizado siem-
gumentos y no vayáis tras auténticas naderías."»
pre para regir nuestras vidas. Pero ahora, nuestra cólera posee un
Durante la adolescencia queremos reglas, aunque sólo sea para afir-
nuevo peso. Ella se siente orgullosa cuando uno de nuestros profesores
marnos nosotras mismas quebrantándolas. La chica que se queja de las
dice que pensamos por nuestra cuenta; en cambio, cuando intentamos
rigurosidades de su madre se siente desconcertada ante la amiga cuya
afirmarnos en nuestra independencia en casa y cerramos con llave la
madre no impone ningún género de normas. «Mi amiga pretende que
puerta de nuestro dormitorio, no le gusta en absoluto. Dice la pediatra
sale mejor parada que yo», comenta una muchacha de trece años. «A
Virginia E. Pomeranz: «Cuando descubrimos que los valores estable-
cada paso me pregunta si me gustaría o no que mi madre fuese como
cidos por nuestros padres son irracionales, inciertos o falsos, nos apar-
la suya. Ahora bien, no creo que sea feliz. Es como un alma errante.»
tamos de ellos.»
«Siempre he recordado con desagrado que en mis años juveniles,
Hablamos de la rebelión de la adolescencia. Aplicada a las muje- yendo con chicos, sólo conocí los asientos posteriores de los coches y
res, hay que calificar esta expresión de farsa. «Mi madre y yo nos he- las callejas oscuras», cuenta una madre. Para facilitar a su hija el ais-
mos convertido en dos extrañas», manifiesta una chica de catorce años. lamiento que tanto echó ella de menos, la madre en cuestión sale de
«A ella no le agrada el chico con el que estoy saliendo. Tenemos unas casa cuando su hija ha citado a alguien. «No quiero que piense que
disputas terribles. Yo acabo encerrándome en mi habitación, dando un represento el papel de "carabina", que me dedico a espiarla.» Priva-
portazo, para poner en seguida el tocadiscos a todo volumen mientras damente, la muchacha me cuenta que cuando tiene una cita, pasa siem-
me consumo por dentro. En ocasiones, me ordena que regrese a casa pre la noche en casa de una amiga. «Forman una gran familia. En la
a determinada hora... Yo, deliberadamente, espero a que se me haga casa siempre hay alguien.» La hija quiere que su madre esté cerca, por
tarde y me presento con dos horas de retraso. Ella se pone histérica. si necesita de un control, para poder decir a su amigo, de ser preciso:
ESPÍRITU COMPETITIVO 173
172 MI MADRE, YO MISMA
sensatas, consistentes, y que están de acuerdo con la realidad. Pero
«No podemos hacer esto... Está mi madre en casa.» Lo paradójico es si advertimos que sus decisiones son arbitrarias y/o falsas, nos senti-
que la madre jamás preguntó a la hija si deseaba que ella no se ausen- remos resentidas, por causa de ella y de las mismas reglas: provienen de
tara. No había llegado a considerar la idea de que las necesidades de la nada auténtica y grisácea zona que no sabemos definir, pero que no
su hija podían ser distintas de las suyas. Había formulado la suposición nos gusta. Luchamos a fin de ganar terreno para nosotras, mas ella
de que la chica quería lo mismo que ella. cambia la disputa sobre el contenido de nuestra petición por la del
La chica que está dispuesta a quebrantar las normas, las romperá. tono de nuestra voz: somos rudas y no nos conducimos como debe
La muchacha que no se encuentra en tal caso las utilizará para reforzar conducirse una chica. Queremos ser populares y disponemos de nues-
su solitaria posición en una sociedad donde todo el mundo parece es- tras amigas personales, separadamente de ella; ella asegura que entre
tar «haciéndolo». «Te amo, Johnny, pero me han educado de una ma- nuestras amigas figuran algunas muchachas que dejan bastante que de-
nera tan rigurosa...» No es la joven quien está rechazando al mucha- sear y que se están aprovechando de nuestra amistad. Se siente apar-
cho. Es la severa madre de ella. Es una situación que favorece su yo tada de nuestras decisiones, rechazada, y se lamenta, para castigarnos,
y el de Johnny. de la elevada suma que paga mcnsualmente por las numerosas llama-
«Cuando hablo con las madres de chicas de esta edad — manifiesta das telefónicas que hacemos. Queremos un bikini, pero la discusión
el doctor Esman—, recurro siempre a una especie de cliché. Hay que se centra en el desorden reinante en nuestra habitación. Años más tar-
resignarse ante el hecho de que, cuando vuestras hijas se hallen com- de, al regresar a casa en avión, de visita, sus primeras palabras en el
prendidas entre los doce y los quince años, hagáis lo que hagáis incu- aeropuerto son éstas: «¡Oh, querida, qué falda tan corta llevas!»
rriréis en error. Yo me esfuerzo por lograr, con las madres que se en- Resulta confuso que parte de los propósitos de la madre arranquen
cuentran en tal caso, que adquieran cierto sentido del humor, el cual de su preocupación por nuestro bienestar. Que esto es así lo sabemos
puede ayudarlas mucho en dicha situación... Les puede permitir sobre- a medias. Cuando realmente es esto lo que sucede, las críticas no son
vivir.» Desde luego, es necesario cierto grado de ironía para una madre tan incesantes; en ocasiones, no hay ninguna, en absoluto, sino tan
que se cree en la obligación de hacerse la severa por el bien de su sólo el placer de vernos de nuevo. Pero si una y otra vez las primeras
hija, pese a las protestas que ésta manifiesta. palabras que intercambiamos hacen que nos sintamos como unas pe-
«Las chicas — declara el doctor Sanger —, se encuentran hoy por lo queñas traviesas, el esquema está claro: más que nuestro bienestar o
general en la difícil situación que supone establecer sus propias reglas belleza, la madre quiere colocarnos en el lugar que nos corresponde.
porque las madres creen, erróneamente, que las nuevas libertades deben En la adolescencia, el impulso sexual es una explosión de energía
ser aplicadas tanto a las jóvenes como a las mujeres mayores. Una chica que intenta manifestarse, abrirse paso, de una vez para siempre, a
de trece años necesita bastantes normas para creer que puede regular través de las pegadizas ataduras de niña que nos ligan a la madre. Lo
su experiencia sexual en desarrollo. Necesita ser protegida frente a bur- sexual es una expresión de nuestros deseos y necesidades individuales.
las como la que encierra esta pregunta: "Pero, ¿qué clase de chica eres «Yo soy una mujer que gusta de esto, que hace aquello, y que se lanza
tú que no sabes o no quieres fingir en tu primera cita con un chico?" en busca de otro tipo de hombre.» Así queda expresado quién eres
Bueno, ¿y por qué había de saber a qué atenerse en tales circunstan- tú... Y no se toma en cuenta a la madre para nada.
cias? La muchacha ignora muchas cosas acerca de los seres humanos, Si el temor materno de una auto-afirmación sexual hizo que noso-
por cuya razón no es capaz de dar respuestas contundentes ante pre- tras nos afirmáramos a disgusto en ese sentido, nuestro desarrollo se
guntas de tal clase. No ha habido cambios. Las necesidades persisten; detendrá. Para negar que nos hallamos en situación competitiva sexual
las jóvenes quieren reglas. El tiempo que media entre los siete-ocho con ella, diremos que no somos personas sexuales, en absoluto. La chi-
años y los trece-catorce es muy valioso, lo mismo desde el punto de ca pisa el umbral, pero la mujer plena no llega a emerger. Los procesos
vista escolar que del social o el deportivo. Las cosas que se aprenden de separación e individuación se tornan lentos o cesan; nos fundimos
en el curso de esos años se quedan grabadas toda la vida. Tener esos con la madre y nos transformamos en lo que Mió Fredland denomina
años lastrados por excesivas preocupaciones sexuales dificulta la con- una «chica latente».
solidación de aquellos conocimientos.» A este grupo pertenecen las mujeres que expresan con sus vidas
Puede ser que protestemos ante las normas de la madre, pero aca- una ciertamente segura, no sexual cualidad. Es como si se encontraran
baremos aceptándolas si algo en nuestro fuero interno nos dice que son
174 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 175
en ese período característico de la infancia —entre los ocho y diez lidad será simbiosis. No importa que el hecho se esté dando con un
años — durante el cual se prefiere la compañía de las otras niñas y no hombre; se ha modelado sobre la base de lo que tuvimos con nuestra
alberga un interés excesivo por los chicos. Dice la doctora Fredland: madre durante el período latente.
«Hay millones de mujeres que han triunfado en su profesión o su Lo verdaderamente sexual, la excitación sexual continua, puede
carrera, e incluso como esposas y madres, pero que nunca entraron existir únicamente entre dos personas separadas, cada una de ellas im-
realmente en la adolescencia. Se han organizado bien, se llevan perfec- puesta de su entidad individual y, por consiguiente, del mutuo magne-
tamente con otras mujeres, no demasiado competitivas a un nivel "fe- tismo. Es entonces cuando sentimos la llamarada del sexo, esa descarga
menino". Psicosexualmente, se encuentran en sus años anteriores del eléctrica que conecta dos cuerpos: nos poseemos orgásmicamente... y
período latente. Resultan fáciles de identificar. Ofrecen otra manera nos separamos de nuevo. La pasión no se da en la simbiosis.
de "sentir" las cosas; lo suyo es como una cualidad de muchacha ¿Puede resultar excitante que —como suele decirse— la mano de-
scout.» recha acaricie a la izquierda? La pareja simbiótica puede esforzarse por
Muchas madres no aciertan a ver este tipo de conducta como una conseguir sexualidad orgásmica, pero es derrotada antes de empezar
evolución interrumpida, sino como un proceso que ha producido exac- por la necesidad presexual de pertenecer a alguien y fundirse con ese
tamente la clase de hija que ellas quieren. Una «chica agradable», que alguien, por la necesidad de una cercanía que da lugar a que el cerebro
lo mismo va con muchachos que con muchachas, que, consciente de de él (como ocurrió con nuestra madre) se acomode dentro del nues-
sus obligaciones, saca buenas notas en el colegio, no siendo vista jamás tro, para decirnos lo que sentimos, lo que somos, lo que nos gusta o
por la madre como una competidora sexual, de un cariz u otro. No nos disgusta..., facilitándonos, en suma, una identidad que nunca es-
tendrá muchas relaciones con hombres, hasta que llegue el momento tablecimos por nuestra cuenta. Amamos a las personas que forman
del matrimonio; entonces, se decidirá también por un «chico agrada- nuestras familias; son las extrañas las que nos inspiran deseos sexuales.
ble», quien no será portador de ninguno de los modos provocadores «¿Recuerda usted aquella costumbre de antes, de que madre e hija
de ansiedad, que tanto disgusto causan a la madre. «Así es como la fueran vestidas iguales? — m e dice la psicóloga Liz Hauser—. De pe-
madre evita sentirse competitiva o amenazada — señala la doctora Fred- queña, pensaba yo que aquello debía de proporcionar sensaciones estu-
land —. La hija no lo hace sentir nunca que ella puede haber echado de pendas. A mi hija Liza le gustaba de niña contemplar dichos vestidos en
menos una posible vida ricamente erótica. Muy a menudo, esas mis- los catálogos de Altman. Antes de comprender el problema de la se-
mas madres son chicas en período latente, que nunca llegaron a ser paración, creía que también a nosotras, a mi hija y a mí, nos iban a
mujeres. Son las destructoras de sus hijas.» sentar de maravilla. Es una forma de relacionarse terriblemente sim-
Todas sabemos de mujeres de treinta y de cuarenta años a las cua- biótica. Nuestra sociedad lo juzga bien, pero madre e hija piensan que
les, en familia, los demás se refieren como «la nena», o «la niña». Es habrán de conseguir una aprobación mayor si se dejan ver lo más es-
corriente dar con hijas que llaman a sus madres por teléfono dos o trechamente unidas posible. De actuar por su cuenta —por separa-
tres veces por día, o que son llamadas por sus madres. «No estoy pen- d o — , se quedan un tanto disminuidas. Actualmente, Liza tiene tres
sando en términos de la familia cuyos miembros se prolongan fuera pantalones que se le ajustan al cuerpo como una segunda piel; mi
del techo común, bajo el cual parecía existir sitio para todos — declara antigua personalidad de no separada habría tendido a hacerla vestir lo
la doctora Fredland —. Me refiero a la "pequeña" que nunca evolucionó. que a mí me agradaba que vistiera. Hoy, si no quiere renunciar a esos
Ésta deja la casa físicamente, pero nunca psicológicamente. Desde el pantalones, a mí me tiene sin cuidado. Las madres que quieren que
mismo principio, la madre tiene que estimular a su hija para que de- sus hijas vistan para ellas han de comprender que de esto precisamente
sarrolle su personalidad; no ha de limitarse a dejarla realizar ese fin, acusamos a los hombres cuando decimos que son vanidosos ya que
sino que ¡debe estimularla!» desean que sus mujeres luzcan porque su esplendor se refleja en ellos.»
A menos que advirtamos las compensaciones que entraña ser no- De pequeñas, nos agradaba ponernos los vestidos de nuestra ma-
sotras realmente, nos veremos el día de mañana en la necesidad de dre, que, naturalmente, nos quedaban muy anchos. A los trece años,
fundirnos con un hombre como ya hicimos con la madre, antes que ya encajábamos bien en sus ropas. Somos ya mayores. Lo mismo ]Q
expandir su vida y la nuestra formando una unión de dos individuali- ocurre a nuestra madre. Ella se acerca a mi guardarropa y yo al suyo
dades separadas. Puede ser que esto parezca algo sexual, pero en rea- con el deseo de probarnos algo que la otra posee. «¡Eh! Me has roba-
176 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 177

do mi blusa favorita», señala la madre. Ella daría su vida por nosotras. ta de ello, ya que de no ser así se apresurarían a separarse de la joven.
Al vernos con sus ropas se siente orgullosa de la hija que ha traído Se evoca de este modo el dolor originado por la pérdida de la propia
al mundo. Sin embargo, ¿qué es lo que le hemos «robado» a lo largo madre. Estas mujeres insisten en que sus hijas les refieran toda clase
de todo ese proceso? de pormenores de su vida, que les hablen de sus amistades; la chica no
La rara madre que se cree suficientemente sexual, que piensa que dispone de ningún espacio privado donde entregarse a sus reflexiones
la sexualidad de su hija no amenaza a la suya, comenta: «Esa prenda o actividades.»
te cae mejor que a mí.» De nuestro pecho se escapa un profundo sus- «Mi madre no se cansa de decirme siempre lo mismo», declara una
piro de alivio. Ahora la queremos más. El deseo de llevarle ventaja, chica de trece años. «Lo dice en un tono quejumbroso especial, que
de quitarle su corona, ha sido experimentado con seguridad, simbólica- me saca de quicio: "Llámame cuando llegues... Llámame cuando lle-
mente. La madre reconoce nuestra sexualidad, concede que podemos gues..." Después, al quejarme de tanta insistencia, por considerarla in-
ser incluso más bellas (aunque sólo sea porque tenemos menos años)..., justa, me dijo que hablaba con un tono de gemido.» Porque no pode-
pero ¡no nos odia por ello! ¡Todavía nos ama! mos llegar a odiar a nuestra madre, nos volvemos como ella. Asimila-
¿Y qué pasa si a la madre le quedan demasiado bien nuestros ves- mos su tono al hablar, su ansiedad, las normas que ha elaborado para
tidos? La oímos presumir ante sus amigas de que hasta podría recu- su «encantadora niña», y el temor al sexo. Contamos solamente trece
rrir a una talla inferior a la nuestra. En momentos en que estamos en años.
situación de inferioridad, si bien la juventud nos proporciona una ven- «Sé por experiencia personal — dice la doctora Deutsch — que hay
taia en la carrera con ella, si puede desenvolverse bien usando las mis- mujeres que llegan a manifestar: "En ocasiones, recurro a una expre-
mas ropas que nosotras, gana la partida. Es posible que la victoria le sión que me resulta odiosa." Cuando la interesada se detiene a pensar
parezca grata; a sus años representa un pequeño triunfo. Para nosotras, en esto, descubre (es cosa que ocurre con frecuencia) que esa expresión
puede resultar destructiva. Como mujeres no tenemos en nuestro ha- era utilizada por su madre, a la que también desagradaba. Ello es ver-
ber tantas victorias para afrontar semejante derrota. dad por lo que a mí respecta. No queremos ser como nuestra madre,
No es de extrañar que las jóvenes adopten unas ropas tan absurdas que ella sea recordada en nosotras, porque en la primera competición
como las que se ven por ahí. La madre nunca se pondría tales atuen- edípica de importancia ella fue la victoriosa.»
dos. «A las madres no les gusta — dice la doctora Schaefer — que las Antes de que nos demos cuenta nos plantamos en los treinta y tres
hijas ignoren sus ideas sobre el buen gusto y se guíen enteramente por años, formulando quejas ante nuestro esposo y nuestra hija. En lugar
las opiniones de las amigas de su grupo en cuanto a lo que hay que de enfadarnos con la madre — cosa que forzaría el capítulo de la sepa-
llevar, lo que está o no de moda, y lo que es feo o bonito. Es una ración—, tomamos su voz y aquellas expresiones que menos nos agra-
lucha competitiva por el control. Buena parte de ella tiene que ver daban. Casadas o no, «nosotras» todavía no estamos seguras de que lo
con el convencimiento de la madre sobre su independencia personal. sexual sea agradable. Echamos la culpa a nuestro esposo de que no nos
¿Se siente o no se siente persona independiente? Si vuestros hijos son haga la relación sexual más grata, de que no nos haga experimentar
vuestra razón de vivir, necesitaréis que ellos, en cierto modo, os sa- las sensaciones de «una auténtica mujer». Nuestro esposo se pregunta
tisfagan. Si vivo una vida en la que obtengo otras satisfacciones, y no qué habrá sido de la mujer sexual con quien se casó. No puede compe-
dependo de la que me depare el hecho de ser la madre de Katie, me tir con nuestro primer aliado. Que es también nuestro primer censor.
resulta tolerable que surjan crecientes diferencias entre nosotras.» Las mujeres de cuarenta o cincuenta años con hijas ya mayores, ya
La causa de que haya tantas mujeres que se nieguen a separarse independizadas, me dicen que sólo aciertan a ver a los hombres como
de sus hijas radica en que, aparte de éstas, poco es lo que encuentran esposos, padres y hermanos. Las mujeres divorciadas que desean tener
en sus vidas, nada propio, desde luego. Puede ocurrir también que se una vida sexual reaccionan ante los hombres de acuerdo con las anti-
hayan visto tan frustradas en sus relaciones con sus propias madres guas normas de la niñez, complicadas por las reglas de la adolescencia.
que quieran hallar una compensación al establecer la simbiosis con sus «Intento fantasear sexualmente con este hombre», me cuenta una di-
hijas. «Muchas chicas —explica la doctora Fredland— tienen madres vorciada de cuarenta y ocho años, «pero mi imaginación sólo me lleva
que intentan llenar el vacío interior que dejaron sus propias madres hasta el motel. No acierto a verme deslizáodome por la puerta del es-
ausentes, frías o distantes. Habitualmente, las madres no se dan cuen- tablecimiento, empezándome a desvestir luego. ¡ Y eso fue únicamente
178 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 179
una fantasía!» Esta mujer se halla disgustada consigo misma por sus manera de continuar siendo necesitada es conservando nuestra depen-
inhibiciones, pero continúa siendo una niña, enojada por causa de las dencia de ella. Llora en nuestros cumpleaños. "¡ Qué mayor te estás ha-
reglas impuestas por su madre, y protegida por ellas también... ina- ciendo !" La chica quiere romper la atadura, pero este propósito va en
propiadamente. su mente acompañado de la idea de "hacer pedazos el corazón de la ma-
Nuestra alianza pre-edípica con la madre fija esquemas que no po- dre", y se siente culpable. Se le ha inculcado la idea de que no debe
demos comprender nunca. Sin su estímulo para dejarla y hallar un mun- abandonar nunca a la madre, de que no debe alejarse de ella por su
do más amplio, algo nos retiene. Nuestra mente y nuestra ambición cuenta y riesgo. ¿Quién va a quererla más que su madre? Nos espanta
nos impulsan a buscar un empleo mejor, pero una vieja voz nos dice: la perspectiva de una separación. Y así, aun en el caso de que no avan-
«No corras riesgos.» Sin el reconocimiento por parte de la madre de cemos por el camino de ésta —como les ocurre a la mayoría de las
nuestra sexualidad, el movimiento hacia los hombres parece quedar mujeres —, nos sentimos culpables por haberla deseado.»
siempre matizado por un sentido de traición. Salimos con chicos, evo- Esta culpabilidad devora nuestras vidas, pero no queremos ser cu-
lucionamos hasta desearlos sexualmente, pero sentimos una inhibición: radas del mal. Liberarnos de aquel sentimiento acarrea la liberación
nuestras emociones más profundas permanecen con ella. Al final, pue- de la madre también. Cuando pregunto a la doctora Fredland por qué
de ser que escojamos hombres diametralmente opuestos a aquellos que la prohibición de la madre en cuanto a la masturbación queda en no-
«nosotras» aprobaríamos..., unos hombres sexualmente excitantes, a sotras grabada mucho tiempo después de haber dejado atrás otras pro-
los cuales la madre no puede controlar. Es posible, incluso, que nos hibiciones, ella me habla de las inconscientes fantasías que corriente-
casemos con uno de ellos; pero la batalla no termina ahí. «No, Tom, mente acompañan a la masturbación. «No es que se haya prohibido el
esta noche no», dice la mujer, sabiendo al rechazarlo que rechaza su acto solamente... Son prohibidas también las fantasías. Hay algunas
propio placer. Ella es consciente de que le agrada la relación sexual. que poseen un tinte edípico, así como existe el tabú del incesto e,
¿Qué es lo que la está reteniendo? La cuestión es desconcertante, ya igualmente, el terrorífico temor a la competición edípica.» Las fanta-
que no es su cuerpo el que dice no. Es el viejo mensaje grabado en sías masturbatorias en que, comprendiéndolo a medias, nos desenvol-
la mente, que continúa diciéndonos lo que hemos de sentir. vemos como rivales de la madre son tan amenazadoras que terminamos
Se nos presentan dolores de cabeza; tenemos úlceras. Preferiríamos por renunciar al placer de la masturbación a los cuatro o cinco años,
vivir con el dolor de la rabia reprimida a perder la ilusión de un amor si no antes. Por último, podemos renunciar a la vida sexual también.
que está devorando cualquier amor real que podamos sentir por ella. De lo que en realidad somos culpables es de... querer ser mujeres.
Volvemos al hogar, de visita, pero nos sentimos aliviadas cuando ter- Finalmente, sin embargo, yo me pregunto si esto de la culpabilidad
mina. Sabemos que existe amor entre nosotras, pero no podemos pal- no será un eufemismo, un vocablo utilizado para encubrir otra cosa,
parlo. ya que el miedo que sentimos debe de ser la consecuencia de una ac-
«Las mujeres sostienen esas luchas interminables con sus madres ción ambivalente. Lo que tememos es que, si damos este erróneo paso,
— dice el doctor Sanger— y luego se sienten culpables. A las madres la otra persona se enojará tanto que se marchará. El sentimiento de
les pasa lo mismo. Se produce una espectacular reconciliación. Y hasta culpabilidad es, sencillamente, el primer paso, al que aludimos con lá-
el siguiente encuentro. Es algo que no cesa, y que no conduce a ninguna grimas y un gran pesar, pero la consecuencia es tan horrible que ni
parte. Todo parece indicar que va a suceder algo, o que ya está suce- siquiera mentalmente queremos concretarla: una pérdida. Es demasia-
diendo; pero no, no pasa ni pasará nada. No se registra ningún cam- do embarazoso admitir en la infancia emociones como ésa.
bio. Hay, simplemente, una serie de luchas y reconciliaciones conti- Cuando empecé a considerar estas ideas por primera vez, fui a ver
nuas, y después aparece el sentimiento de culpabilidad... No se regis- a una psicoanalista cuyos trabajos profesionales llevaba años admiran-
tran progresos de ningún género.» do. Me habló de sus dos hijas, una próxima a los treinta años, en tanto
Queremos las dos cosas a un tiempo: separarnos de nuestra madre que la otra ha rebasado ya esta edad. «¿Dónde incurrí yo en un
y no separarnos. Mientras sigamos a su lado, seremos su pequeña... error?» inquirió, dirigiéndose a mí. «Ahora me dicen que de pequeñas
estaremos a salvo... pero seremos unas criaturas inmaduras. ¿Qué es sostuvieron muchas luchas conmigo, pero yo no estaba impuesta de
lo que nos retiene junto a ella? «¡El sentimiento de culpabilidad! que fuera así. Y, no obstante, fui yo quien las crió. Disfruté mucho con
— proclama la doctora Schaefer—. La madre presiente que la única ello. Cuidé de las dos, y me agradaba entretenerlas leyéndoles pasajes
180 MI MADRE, YO MISMA
ESPÍRITU COMPETITIVO 181
de libros. Yo estaba siempre en casa cuando marchaban al colegio, y mayor. Finalmente, la paradójica verdad es que si las dos tienen sufi-
en casa me encontraban cuando volvían. Dejé mi trabajo hasta que la ciente valor para separarse es posible que sean amigas para toda la vida.
pequeña cumplió los seis años, cuando yo contaba cuarenta y cinco.
Con todo, el recuerdo que conservan de mí es que siempre me hallaba He estado pensando en estos problemas a lo largo de los últimos
ausente. Algo no dispuse con acierto... Mientras pensaba que me en- tres años, y todavía no consigo aprehenderlos del todo. Anoche soñé
contraba presente, a su alcance, ellas sacaron la impresión de que yo con ellos; esta mañana, encontrándome en la cama, los comprendí de
andaba lejos de las dos.» pronto, pero al sentarme ante mi mesa de trabajo se forma una nube
Esta conversación tuvo lugar al principio de mis investigaciones. en mi mente. Necesito recurrir a toda mi fuerza de concentración para
Yo no había descubierto todavía que dar fin a cualquier discusión so- superar la resistencia a saber lo que sé... Y mientras escribo esto, oigo
bre el tema que encierra la pregunta «¿Dónde incurrí en un error?» a mi esposo tecleando en su máquina de escribir el final de su novela.
con vagas explicaciones señalando una «culpabilidad», no es suficiente. «¡ Fíjese en el capítulo que está usted escribiendo! — dice mi amigo
La siguiente pregunta debiera ser: «¿Y qué temible acontecimiento te Richard Robertiello —. Lo que usted teme es que si llega a terminar el
hace pensar tu culpabilidad que va a suceder?» La sensación de pérdi- libro que lleva entre manos, si triunfa en su propósito, su madre y
da es inexpresable. Bill se mostrarán celosos y le tomarán aversión.» La verdad es que a
Llegué a esta conclusión después de haber hablado con Jessie Ber- los dos eso les tiene sin cuidado.
nard. «El sentimiento de culpabilidad es para las madres lo más gran- ¿Por qué pienso que mi éxito y/o mi fracaso han de ser tan terri-
de», me dijo. «Va implícito en el papel. No se dispone de mucho po- blemente importantes para otras personas?
der, pero se asume la responsabilidad si algo marcha mal. Cuando ha- Los apremios competitivos serán siempre atemotizadores porque se
blo con la gente sobre el futuro de la maternidad, nadie se siente in- plantean por nuestro deseo de ser personas sexuales y separadas. Se
teresado por el tema. No puede usted imaginar unos seres más repri- hallan asociados con sentimientos de abandono, de represalias, etc.
midos que las madres. Lo que las mujeres quieren son bebés, criaturas ¡Nunca fueron aireados y vistos como simples temores infantiles! Y,
a quienes retener y mimar. No quieren saber nada de hijos e hijas por este motivo, a los treinta y cinco años sentimos todavía como a
como ellas mismas, que han de crecer, que les enseñarán los puños, en los quince: que la situación competitiva con otras mujeres debe ser
la forma en que lo hicieron las personas de su generación a sus pre- negada a causa de nuestra necesidad de ser amadas y aceptadas por
decesores.» ellas también. Nos quedamos sumidas en un ansioso estancamiento: la
Los hijos e hijas, furiosos a causa de las restricciones y frustracio- única forma de matar la situación competitiva, al parecer, es matando
nes de la vida familiar, amenazan a la madre con dejarla para siempre. en nosotras el deseo de vivir.
Un bebé, en nuestros brazos, no puede hacer tal cosa. Siempre he pensado que mis altas y bajas emocionales eran cau-
Una madre que no dio a su bebé un biberón a la temperatura de- sadas por los hombres. Éstos poblaban mis noches y mis días. Hoy sé
bida, que no se hallaba en casa cuando su hija se puso enferma de que no es que no tuviera necesidad de las mujeres; es que las necesito
gripe, puede que se sienta culpable... pero en proporción al acto «erró- demasiado y mi necesidad de ellas precede a la de los hombres. Hace
neo» que ha cometido. No se trata de un temor a unas consecuencias mucho tiempo que desespero encontrar en las mujeres lo que quiero,
inimaginables, esa terrible inquietud que flota en el aire. Eso se queda y temo el castigo que les impondré por no darme el amor que preciso.
para las madres que tienen ya hijos suficientemente crecidos para que Hubiera querido deciros, antes de iniciar las investigaciones para este
puedan proferir las fatales frases que siempre ha estado temiendo oír libro, que sí, que, desde luego, amo a mi madre, pero que nosotras
la madre: «Ésta es la última bobada que soporto. Te odio. No pienso somos dos personas diferentes, que viven de modos distintos, en ciu-
volver a verte nunca más.» dades también distintas. Hoy sé que estoy ligada a mi madre más pro-
Las hijas temen irritar a sus madres hasta el punto de que éstas fundamente de lo que hubiera podido soñar, hasta el punto de que
decidan dejarlas. Las madres temen lo mismo de ellas. Las dos mujeres siempre he evitado las situaciones competitivas, no solamente con ella
6ufren idéntico sentimiento de culpabilidad. Ambas hablan de esto. No, sino con cualquier otra mujer.
no es eso. Es el terror. El terror de perderse mutuamente. Así es como Lo cual no quiere decir que yo no sea una persona competitiva
se unen más estrechamente, con más fuerza; su claustrofobia se torna Lo soy; y en tan alto grado que no puedo admitirlo.
182 MI MADRE, YO MISMA ESPÍRITU COMPETITIVO 183

«Es mucho más fácil lograr que una mujer reconozca que un hom- con las mujeres de un modo positivo, ¿cuáles son sus probabilidades
bre la está tratando mal — dice el doctor Robertiello — que hacerle ver de éxito con los hombres? Y si renuncia a los hombres y vuelve a la
que su mejor amiga la está engañando. Vendrá otra mujer y le robará compañía de las mujeres —aliviada del forcejeo competitivo—, ¿cuán-
su amante, o dirá cosas pésimas a sus espaldas... Es igual. Dos muje- to tiempo transcurrirá antes de que ella se descubra irritada, indignada
res unidas por algún lazo no se separan fácilmente.» Constituye un con las mujeres una vez más, dolida por su causa, y causándoles daño
cliché la historia de la mujer de treinta años que le quita el marido también por su parte? Desentendiéndonos de los hombres no suprimi-
a su mejor amiga. Y de labios de las madres de chicas de doce a cator- mos de nuestra existencia el espíritu de competencia. Los hombres
ce años, he oído en repetidas ocasiones estas palabras: «Le he dicho pueden constituir el premio sexual, pero mucho antes de que ellos
a mi hija que si esa amiga suya anda detrás de su novio no es tal surgieran, el forcejeo con las mujeres estaba en marcha, para no cesar.
amiga; pero mi hija se niega a romper su amistad con ella.» De pequeñas, teníamos que vivir con arreglo a las normas estable-
Una muchacha de catorce años me relata un hecho que, según ella, cidas por la madre. Aquélla era su casa; aquél era su hombre. Actual-
nada tiene que ver con el espíritu competitivo. «Se refiere a la forma mente, disponemos de suficientes hombres con quienes tratar, y nos
en que las chicas se hieren unas a otras», me explica, con resignación. hemos elevado por encima de esas normas. Si perdemos un empleo por
«No existe una auténtica sinceridad entre ellas.» En la vida de la jo- habérnoslo arrebatado otra mujer, siempre encontraremos otro conve-
ven, esta declaración será una profecía que ella misma, a lo largo de niente a la vuelta de la esquina. El temor a la competición es nutrido
su vida, se encargará de cumplir.
por la idea de vivir en una economía psíquica de escaseces. La vida
Los acontecimientos en que basa su conclusión se iniciaron una tar- adulta es una economía de abundancia.
de, el día en que su amiga perdió la virginidad. «Aquella noche, el
chico se acostó sin mayor preámbulo con la mejor amiga de la mucha-
cha.» Mi entrevistada se convierte en la confidente de la joven perju-
dicada... y también del muchacho. Efectivamente, entre ella y él se
ha creado una gran amistad, «casualmente». «Él necesitaba de alguien
en que apoyarse.» Rápidamente me explicó que ella no era una com-
petidora en el terreno sexual que se hallara enfrentada con las otras
dos chicas, puesto que era todavía virgen. Ella y él «no habían hecho
más que besarse y tocarse».
Le pregunté si su amiga seguía demostrando interés por un joven
al que había ofrendado su virginidad y que después la había abandona-
do. «Ignoro lo que piensa mi amiga. No es una persona muy sincera,
de modo que desconozco sus sentimientos reales. Yo no siento el me-
nor remordimiento. El chico no la dejó por mi causa. De haber sido
más cordial con él, y mejor persona, el muchacho no habría tenido in-
conveniente en volver a su lado. A las otras chicas no les dije nada.
No hubiesen comprendido por qué continuaba viéndolo. No confío en
nadie del grupo, salvo ese chico. Tiene algo que jamás encontré entre
mis amigas. Me consta que no me traicionaría jamás. Haga lo que
haga, y le diga lo que le diga, siempre me agradará. Los chicos no te
dan de lado con la facilidad con que lo hacen las chicas.»
Esta entrevista data de un año atrás. Hoy, la muchacha cuenta
quince años, y hay por en medio otro joven. Ella busca en él esas
cosas que no puede encontrar en las mujeres... Por ejemplo, desea
poder confiar en él enteramente. Dado que no fue resuelto su conflicto
CAPÍTULO 6

LAS OTRAS CHICAS

Cierto verano, cuando contaba nueve años, asistí a un campamento


instalado en una plantación dotada de una preciosa casa, en una isla
cubierta materialmente de musgo. Allí me enfrenté con mis primeros
casos de nostalgia, impétigo y... rechazo por parte de mi mejor ami-
ga. Se llamaba Topsy y procedía de Atlanta. Dormíamos juntas, co-
míamos juntas, nos lanzábamos cogidas de las manos desde el trampo-
lín instalado en el muelle, formado por fuertes y grandes tablones de
roble. Hicimos un pacto, el de no separarnos nunca; nos prometimos
mutuamente amistad eterna. Un día se presentó una señora, quien
dejó a su hija en la casa. La instalaron en nuestra habitación. Topsy y
yo estuvimos observándola durante la comida, aislándonos de ella des-
caradamente y profiriendo continuas risitas. Así era como habíamos eli-
minado a todas las demás de nuestro secreto mundo. A la hora de la
cena, la que quedaba fuera de todo era yo. Se susurraban palabras al
oído mientras me miraban; parecía que hablaran de secretos que cual-
quiera habría supuesto compartidos desde hacía años. Su amistad nació
de la fuerza de mi exclusión. Aquella noche me tendí en la cama can-
tando para mí «Adelante, Soldados Cristianos», para no llorar. Me do-
lía la cabeza a fuerza de pensar y pensar, intentando descubrir qué equi-
vocación había cometido.

Teniendo yo once años, cierta tarde me encontraba en casa de Betty


Anne, jugando en compañía de Mary Stonewall. Betty Arme era mi
mejor amiga. Pagamos a su hermano un cuarto de dólar para que nos
dejara hojear una de sus revistas picarescas. Nos pusimos a leerla las
tres sobre el lecho de Betty. ¿Qué era aquello...? Nos quejábamos ale-
gremente cuando chocaban nuestras cabezas, en nuestro esfuerzo por
ver mejor aquellas láminas. Proferíamos, nerviosas, ahogados chillidos.
Era terrible; la emoción resultaba demasiado fuerte. La cama parecía
estar ardiendo. Terminamos por caer de ella, por lo que nos separamos.
Nuestros rostros estaban encendidos por el rubor de la vergüenza; no
sabíamos cómo ocultar nuestra excitación. Riendo histéricamente, sali-
186 MI MADRE, YO MISMA LAS OTRAS CHICAS 187

mos corriendo del dormitorio. Fuera tropezamos con tres trabajadores iniciativa, la audacia y la acción. Estuve moviéndome en la clase de
que se encontraban pintando la escalera posterior de la vivienda. ¡ Hom- baile con un optimismo de gradación distinta, según el momento.
bres ! Fue como si hubiesen estado empuñando penes de dos palmos Tras la clase se celebraba siempre una reunión en casa de alguien.
de longitud en lugar de largas brochas. Las tres continuamos corriendo Nos dirigíamos a la de turno en una carrera improvisada, con los co-
en otras tantas direcciones, dando gritos. Diez minutos más tarde nos ches que habíamos pedido prestados a nuestros preocupados padres.
reuníamos en la terraza, haciendo los honores a unos gruesos bocadillos. Los adolescentes de Carolina del Sur pueden conducir a los catorce
¿Qué hacer? Nos costaba mucho trabajo tomar una decisión. Sen- años, y las muchachas, todavía medio paralizadas por la lección de
tíamos que el aburrimiento se apoderaba de nosotras, importunándonos Madame Larka en lo que afectaba a la pasividad, nos desplazábamos a
como una comezón. «¿Cómo deletrearíais la palabra "sostén"?», pre- medias corriendo, a medias vagando, con curiosa lentitud, hacia los
gunté. Mary dejó oír una de sus peculiares risitas. Conocía a Betty
coches de los chicos preferidos, procurando adelantarnos con todo a
Anne, de la que era muy amiga, antes que yo. Betty irguió el cuerpo,
nuestras oponentes. Era una especie de ballet terrible el que trenzába-
ruborizándose. Había sido la primera del grupo en usar aquella pren-
mos sobre aquellas escaleras graciosamente empinadas del South Caro-
da, y me había confesado en secreto que se le antojaba odiosa. Mary
lina Hall, mirándonos unas a otras por el rabillo del ojo, fingiendo
repitió, con un sonsonete: «Sostén, sostén, sostén...» Y la chocante
poner mucho interés en todo, menos en lo que realmente estaba ocu-
palabra, cuyo portentoso y excitante significado nos había dejado a
rriendo. De haber sabido los chicos que nuestras vidas se hallaban com-
aquella Mary Stonewall, lisa de pecho, y a mí, expectantes, convertíase
pletamente enfocadas sobre ellos, ¿nos hubiéramos decidido nosotras a
ahora en una cosa fea que nadie quería mencionar. Betty Anne se en-
traicionarnos mutuamente para lograr sus favores? Lo dudo. Nos ig-
cogió de hombros como queriendo ocultar sus senos y sus lágrimas.
Finalmente, aquella tarde quedó como un día señalado: fue el del noraban, era patente su desinterés... ¡Aquello resultaba enloquecedor*.
abandono de Betty Anne. Unos minutos después, la puerta principal Mientras nosotras nos moríamos de aburrimiento en nuestras habita-
de la casa se cerraba ruidosamente. Dos niñas acababan de dejar sola ciones, al son de la música grabada, ellos vagaban por las calles, juga-
a otra, a sus espaldas. ban al fútbol, vivían muy cómodamente sin nosotras.
Sus coches eran nuestra única oportunidad para estar cerca de ellos.
Cuando tenía trece años, todos los viernes por la noche asistíamos Mientras nos llevaban a un lado u otro, para evitarnos una caminata
a la clase de baile de Madame Larka, que se daba en el South Carolina de varias manzanas, reíamos continuamente, provocando la charla, a la
Hall, de la calle Meeting. Cuando Madame Larka dejaba oír un reso- que nos esforzábamos por dar naturalidad, tratando por todos los me-
nante acorde de piano, las chicas nos poníamos en pie, delante de dios de entrar en contacto con un brazo, una pierna, unos pantalones,
nuestras sillas, esperando a que los muchachos se nos acercaran para al tiempo que la radio del coche nos permitía escuchar una determina-
hacer su selección, uno por uno, hasta que no quedaba nadie... excep- da canción o una pieza musical. «Tócame», rezábamos. «Ojalá se le
to las chicas no elegidas. Yo, cuando bailaba, lo hacía habitualmente ocurra tocarme.» Sonreíamos a nuestra mejor amiga, la cual, manio-
con Gordy Benson. Mi tía Kate no acertaba a comprender por qué no brando, había conseguido sentarse pegada a un chico. No se exteriori-
me gustaba Gordy. ¿No era él más alto que yo? Solía contestarle que zaba ningún comentario desagradable; los desesperados y más o menos
Gordy Benson olía a pastel de nata. notorios movimientos estratégicos para conquistar una posición mejor
Había unas cuantas chicas que siempre bailaban. Entre ellas figu- eran mutuamente ignorados. Pero por entonces, cuando planeábamos la
raban mis mejores amigas. He preferido moverme siempre entre per- última reunión de la temporada, recuerdo que le hice a Patty Hanson
sonas bien parecidas. Hasta llegar al término de mi desarrollo físico y una buena jugada. No sé cómo me las arreglé, pero al final pude con-
adquirir la apariencia exterior de ahora, no ser escogida para bailar seguir que no fuera invitada... Y eso que la muchacha formaba parte
era cosa que no me dolía tanto como verme agrupada con las perdedo- de nuestro grupo con tanto derecho como yo. Nadie salió en su de-
ras. ¿Qué era lo que yo tenía de común con ellas, aparte del injusto fensa. De haber ocurrido lo contrario, yo habría dicho mil mentiras
rechazo de los hombres? Cuanto pensaba acerca de mí misma, igual antes que admitir que, sencillamente, no podía soportar la idea de que
en todo a cualquier otra chica, se complicaba por obra de este nuevo una vez más podía darse la posibilidad, en virtud de algo extraño que
papel, en el cual ganar no era una consecuencia de la habilidad, la escapaba a mi control, de que Patty consiguiera sentarse al lado del
188 MI MADRE, YO MISMA LAS OTRAS CHICAS 189

chico que por aquellas fechas protagonizaba todos mis sueños. La no- «¿Qué ha ocurrido?», me preguntó la madre de Helen, cuando al
che de la reunión, Patty se quedó en su casa, y nunca supo por qué. fin fui a verla. «¿Qué fue lo que hizo Helen, Nancy? Se siente muy
desdichada. Y tú eres su mejor amiga.» ¿Cómo podía decirle la ver-
Crecí junto a Helen. Aprendí a fumar en su cocina; preparábamos dad? La verdad era una mentira. Helen no había hecho nada. No po-
juntas los exámenes en la escuela de enseñanza media. Llegó un domingo día contestar a las palabras de su madre porque no es oportuno ha-
histórico, aquél en que nos pusimos nuestros primeros ligueros y las pri- blar de las cosas que las mujeres se hacen entre sí, impulsadas por una
meras medias, tras lo cual nos encaminamos a la iglesia de San Felipe. ira cruel y hasta por un silencio todavía más cruel. Es una" labor de
Después de comer en casa me iba a la de Helen, para ayudarle a ter- zorras.
minar lo que le habían puesto. Llevaba tanto tiempo haciendo esto que En vez de ello, me limité a decir a la madre de mi mejor amiga
su madre ya no se molestaba en hacerme la pregunta que antes fuera que daría los pasos necesarios para poner las cosas en orden. Cumplí
de rigor: «¿Quieres sentarte a la mesa con nosotros, Nancy?» Yo tenía mi promesa, pero yo sabía que Helen nunca había de olvidar aquello.
allí mi sitio y la criada se apresuraba a servirme. Más que la comida, Tampoco yo. Me ruboriza saberme todavía capaz de esa clase de cruel-
a mí lo que me gustaba era ver sentado un hombre a la mesa, formar dad; me duele saber que los éxitos de mis amigas pueden entristecer-
parte de una familia que tenía todos los papeles cubiertos. me; me molesta no ser suficientemente adulta, como para vivir exclu-
Una vez por mes, en la clase de matemáticas, o en la de historia, sivamente sobre la base de mis personales realizaciones.
sentía unos terribles retortijones, a causa de la menstruación. En la
enfermería del colegio sólo me ofrecían paños calientes para aliviarme. * * *
Mi casa quedaba demasiado lejos para pensar en trasladarme a ella y
beber un trago de ginebra, lo que me los aliviaba mejor que otra cosa. Después de la madre, y antes de que estemos listas para enfren-
En consecuencia, siempre que me ocurría aquello solía ir a casa de tarnos con los hombres, están las otras chicas. A los cinco y los seis
Helen. Bastaba con cruzar la calle. En cierta ocasión, no encontrándose años aparecen en nuestras existencias como balsas salvavidas: son bien
su madre en casa, trepé por la ventana de la cocina, localizando a con- acogidas alianzas que nos han de llevar a una nueva identidad. Nunca
tinuación la ginebra. Nunca se me pasó por la cabeza la idea de que podríamos separarnos de nuestra madre por nosotras mismas. El padre
a la madre de Helen podía no agradarle mi forma de penetrar en su nos ha decepcionado. Los chicos no se interesan por nuestras eclosio-
hogar. Me quería como si hubiese sido otra hija más, y yo aceptaba su nes... ¡pero las chicas! Son nuestra gran oportunidad para la separa-
afecto con alegría. Sin embargo, cierto día le correspondí muy mal. ción. Acarrean toda la seguridad y la familiaridad del hogar: son hem-
Un domingo por la noche, tras haber celebrado una reunión en bras y están necesitadas, exactamente igual que nosotras. Todas tene-
nuestra parroquia, nos disponíamos a volver a casa. Las chicas nos que- mos el ansia de hallar algo más que la madre; queremos abrazarnos a
damos en el vestíbulo, poniéndonos los abrigos. De pronto, no sé quién la vida, pero las perspectivas son atemorizadoras. Nos echamos unas
de nosotras observó que tras una ventana se veía la silueta borrosa de en brazos de otras el primer día de colegio. Los brazos de nuestras
una pareja que se estaba besando. La misma chica afirmó que se trata- amigas se ciñen a nuestro cuerpo como aquellos que dejamos en casa.
ba de Helen y Tommy Boldon. No forcejeamos. Hemos salido en busca de libertad, pero encontramos
Helen y Tommy ni siquiera habían salido una sola vez juntos. In- algo demasiado bueno para resistirnos a ello: unos lazos que nos acer-
mediatamente emitimos nuestro juicio. Al día siguiente, Helen se vio can a otros seres, una proximidad. Pensamos que el hogar quedó atrás.
reprendida en los pasillos del colegio; le fue dado «el tratamiento» re- Pero no hemos hecho más que cambiar de compañía. Aquí está la
servado para tales ocasiones. No era aquello una coincidencia: Helen simbiosis con una nueva cara.
era la chica más ardiente de nuestro grupo, y los chicos mayores ya ¿Qué relación humana contiene tanta ambigüedad y ambivalencia
se estaban fijando demasiado en ella. Nadie sabía a ciencia cierta de como la que une a unas mujeres con otras? Nosotras tenemos mucho
qué crimen se le acusaba, pero nuestra envidia, una envidia que nos que ofrecernos mutuamente, pero nuestra historia es de inhibición, mu-
corroía, nos decía que era culpable. Al eliminar a Helen quedábamos tua también. El lazo que nos une a otras mujeres es paralelo al que
libres de los celos. Su exclusión dio al grupo una fuerza colectiva de tuvimos con nuestra madre. Ella también entró en nuestra vida como
la que andábamos faltas desde hacía tiempo. una amiga afectuosa. Y luego se transformó en una mujer habituada
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LAS OTRAS CHICAS 191

al silencio, y en una rival. Sus éxitos al ayudarnos se ampliaron a tra- co años atrás no se fijaban para nada en nosotras, ahora nos necesitan.
vés de las difíciles etapas del desarrollo, hasta nuestra llegada al um- Nuestros mismos cuerpos se ven agitados por misteriosos deseos y pa-
bral de la vida sexual. Papá fue el primer hombre que nosotras vimos. siones. La cosa más natural del mundo sería responder a ello. No es
La madre quedaba entre nosotras y él. Toda su bondad y su paciencia que ansiemos la relación sexual, sino que queremos sentir algo que no
no sirvieron de nada. Dentro de la familia sólo hay un premio. Ella lo puede ser rechazado con la facilidad de hace seis años. Deseamos el
había alcanzado. Nosotros lo queríamos. En cierto sentido, nuestro de- reconocimiento de nuestra sensualidad, cualquiera que sea el grado de
seo era tan natural como un río que encontrara el cauce más corto para ésta, y cuya expresión pensamos que representa la vida misma. Pero
llegar al mar; en otro aspecto, el sentimiento de culpabilidad era el lo que tenemos con otras mujeres es ya más importante que cuanto
resultado inevitable. Lo paradójico es que cuanto mejor sea la madre, podamos llegar a tener con los chicos.
mayor el remordimiento. Ésta es una de las inexorables tragedias si- Tres niñas pequeñas no pueden jugar juntas. Contando siete años
tuacionales de la naturaleza humana. teníamos una amiga, a la que juzgábamos la mejor. «Si reúne usted a
«Lo que viene después — manifiesta el doctor Robertiello — varía más de dos, surge el conflicto», dice una madre. «Cuando mi hija que-
de unos hogares a otros; todo depende de las distintas constelaciones ría que vinieran a jugar con ella varias chicas, yo siempre respondía
familiares. Generalmente, la chica alberga, poco a poco, un complejo que no. No soporto las riñas. A esa edad, las niñas son terriblemente
de Edipo negativo. Sus sentimientos de culpabilidad, y el temor en celosas, no hacen más que decirse secretos al oído, cuchicheos que sa-
ciernes de perder a la madre, hacen que la chica niegue su deseo del can de quicio a la que se queda de espectadora. "Ella es mi amiga."
padre. Espontáneamente se ata a la madre, y al sexo femenino. En la Se niegan a compartir a otra niña con alguien. Mi hija ha cumplido
mayor parte de los casos, las chicas se ven impulsadas a llevar una ya los catorce años y suele reunirse y viajar con grandes pandillas de
vida íntima, a fomentar intensas amistades, lo que constituye un sig- muchachas. Pero todavía siguen diciéndose cosas terribles unas de otras,
nificativo aspecto del período latente.» a escondidas.»
El temor a competir con la madre, y el remordimiento por querer En una entrevista con la hija de esta mujer, la joven me habla a
vencerla, son cosas, de todos modos, que se extienden al sexo femenino continuación de amor y de hostilidad: «Mi mejor amiga siempre se
en general. Nos gusta el chico que se sienta a nuestro lado en clase y esfuerza por quitarme el chico que me gusta», cuenta. «No es que,
concebimos el deseo de apartarlo de Sally. Pero lanzarnos tras él es deliberadamente, pretenda molestarme, sino que obra así en virtud de
algo que puede suscitar la indignación de nuestra amiga, así que pro- una costumbre o idea especial... Afirma que siempre es capaz de con-
curamos por todos los medios dar la impresión de que no nos interesa. seguir que cualquier chico que se le antoje se interese por su persona.
En vez de sentirnos celosas de Sally, la telefoneamos para que venga No es la única que piensa así. Las muchachas suelen decirse entre ellas
a pasar la noche en casa. En tales circunstancias, erróneamente pro- cosas muy duras. Y también se hacen terribles jugarretas. Por ejem-
vocadas, ¿quién puede extrañarse de que frecuentemente se produzca plo, en muchas ocasiones, cuando una habla mal de otra, la que ha
un abierto comportamiento homosexual? suscitado la confidencia gira en redondo inmediatamente para dar cuen-
Clínicamente, esto es denominado formación reactiva. Es una for- ta a la muchacha afectada de las últimas habladurías que la conciernen.»
ma de negar un impulso inconsciente; el acto queda enmascarado como En los chicos no se da la formación reactiva de las muchachas,
opuesto. Los hombres que temen íntimamente ser unos encanijados de nuestra negativa sobre el establecimiento de una situación competitiva
cincuenta kilos de peso, se dedican a criar músculos y a desfilar por con la madre. A diferencia de nosotras, ellos no compiten con la madre.
las playas, como si fueran Míster Universo. Los censores leen más Esto significa que el muchacho puede continuar teniéndola como figura
obras pornográficas que nadie. Dicen que, debido a la repulsión que el nutricia, en tanto que expresa sus sentimientos competitivos contra el
tema les inspira, deben ver todo lo sucio que sale a la luz, para averi- dominante varón. Sufre, desde luego, a consecuencia de los tabúes se-
guar qué es lo que conviene prohibir. La formación reactiva contra el xuales inculcados en sus sentimientos por la madre, pero no se halla
deseo de ser sucio es ser compulsivamente limpio. En vez de expresar en la situación de la niña: al competir con la madre, nosotras nos co-
nuestra irritación y poner de manifiesto nuestra competición contra las locamos en la situación imposible de quien pretende morder la mano
mujeres, nos unimos a ellas y les expresamos amor. que le alimenta.
Ahora ya tenemos entre catorce y quince años. Los chicos que cin- «Las chicas pueden mostrarse despiadadas, a veces —comenta el
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doctor Sanger—, llegando incluso a organizar venganzas contra otras te sientes profundamente irritada con las mujeres — dice el doctor Ro-
muchachas, enfrentándose repentinamente con cualquiera de sus amigas. bertiello—. Y cuando ves una oportunidad para lograr más amor por
La muchacha comente anda necesitada de toda la ayuda que su fami- parte de alguien dando la espalda a tu amiga, todas esas iras afloran
lia pueda prestarle. ¡Las lágrimas que he derramado a través de mi para justificar tu conducta.» Las irritaciones dejadas por la situación
hija y de las jóvenes que vienen a verme...! Pasan por cosas terribles. edípica sin resolver, se abren paso. Nuestra madre se gana el amor de
Los chicos también hacen estas cosas, pero no se ensañan tanto, no papá mediante nuestra exclusión. Ahora estamos haciendo eso mismo
son tan crueles. Ellos sufren fracasos, golpes que no pueden eludir, a nuestra mejor amiga.
mas carecen de ese sentido de la transgresión, de la traición, tal como «Estimo que las normas que atañen a las adolescentes están deter-
se aprecia en las mujeres. "Esta mañana la consideraba mi mejor ami- minadas casi biológicamente —dice ahora el doctor Sanger—. Na-
ga, y esta tarde descubro lo que ha estado haciéndome..."» cieron para que la mujer se apoye en ellas cuando no acierta a idear
Sin salidas para los sentimientos de envidia, competición, o celos, ningún otro medio de protección.» El doctor Sanger se refiere concre-
nuestras emociones sufren una fuerte compresión, escapándose como tamente a las reglas de conducta, a la necesidad de que haya de vez
nubéculas de vapor por las grietas de nuestra envoltura de «buenas en cuando en nuestras vidas una especie de toques de queda que nos
chicas». Antes de que nos demos cuenta de ello, hemos asestado la retengan en casa cuando las cosas que nos ligan a un chico escapan a
puñalada por la espalda, hemos pronunciado la palabra ofensiva. No nuestro control. Pero, bueno, las reglas del vestir, por ejemplo, cuan-
queremos ser perversas. ¿Dónde aprendimos a proceder así? Hasta en do contamos doce años, ¿no están también biológicamente determina-
el momento de separarnos de nuestro propio cuerpo nuestra madre das? Nos camuflan contra una sexualidad que se supone no sentimos.
sonrió, diciendo que nos amaba. Mezclando el amor con la ira, las son- «Cuando salimos del colegio», dice una niña de doce años, «nos tele-
risas y el engaño, ella nos enseñó que nuestra única respuesta era co- foneamos unas a otras para decirnos "Todo el mundo llevará camisetas
rresponder a su amor, fuera lo que fuese aquello que nos negara — papá, de futbolista", o "Todas llevaremos camisas con esto o aquello." Mi
independencia, sexualidad—, de no querer sufrir otra pérdida peor. profesora dice que todas las alumnas del séptimo grado hacemos cosas
«Por supuesto que las mujeres aprenden a jugar el juego de la propias de personas chifladas, como la de ponernos medias de colores
madre — manifiesta el doctor Robertiello —. Necesitan todavía, al me- distintos. Está enamorada de un profesor del mismo colegio que se
nos, la ilusión del amor perfecto con ella. No se dispone de nada con llama Ken. Un día escribimos en la pizarra: "Ken, mi amor," El amor
que remplazado.» nos produce una dolorosa inquietud a los doce años. Y no duele tanto
Una de las características de la niñez es la simplicidad mental. El si todas lucen una media de color distinto en cada pierna».
ser pequeño gusta de ello, se siente extremadamente contento por tal Cuando nuestro mundo era pequeño, una amiga era cuanto necesi-
circunstancia, odia lo complicado. Al crecer, cuando vamos enfrentán- tábamos. En tan estrecho enfoque, ella representaba la vida misma, y
donos con las encontradas corrientes de la vida, el conflicto suele asen- nuestras demandas sobre su persona se hacían rigurosas. Con ella vi-
tarse en nuestro corazón. Las estrechas amistades con otras chicas pue- víamos al borde de la bienaventuranza, como nos pasara en otro tiem-
den ser un experimento, a fin de hallar un sustitutivo a la intimidad po con nuestra madre; justamente igual que con ésta, si la amiga se
que tuvimos con la madre. Pero ya no somos unas inocentes moradoras muestra vacilante o se desinteresa de nosotras, nos asalta la desespe-
del Edén. Nuestros sentimientos competitivos no se han esfumado de ración. Queremos más vida, pero deseamos también una absoluta se-
un mágico soplo. Sencillamente, han encontrado un blanco más seguro, guridad. No nos negaremos a dejar a nuestra mejor amiga si entrevemos
han sido transferidos a esas chicas que, como nuestra madre, son ami- más amor en otra parte, pero no podemos soportar que nos abandone.
gas y rivales al mismo tiempo. Todo ese amor y gestos afectivos de que La adolescencia nos enfrenta con problemas más complejos. Los
hacen gala las niñas enmascara una turbulencia interior... Éste es el chicos pululan por todas partes, con una movilidad extrema, yendo de
motivo de que nos causemos daño tan a menudo. El amor que sentimos acá para allá libremente, tentadores y atemorizadores. Son numerosas
por esa amiga con la que hablamos por teléfono dos horas cada noche, las emociones que nos acosan; el mundo, atractivo, peligroso, enorme
y a la que hemos jurado devoción eterna, no es puro. No es el mismo y brillante nos aplasta. Para salvaguardar el nuestro necesitamos mayor
que nos inspira papá, o Johnny, el chico de la casa vecina. Nace de la colaboración. La única relación, la de nuestra mejor amiga, que tanto
distensión, en un mutuo deseo de evitar la irritación. «Pero por dentro estimábamos, resulta demasiado limitada. Necesitamos más relaciones,
194 MI MADRE, YO MISMA LAS OTRAS CHICAS 195
unos contactos más variados, amplios grupos de chicas que nos ayuden lacionarias. Sin embargo, Las Normas rigen nuestras vidas a los treinta
a controlar las experiencias que nos acechan por todas partes. Quere- y cinco años, igual que sucedía a los quince. Nos hacen rechazar a los
mos ser libres para unirnos en la corriente de la vida. Nuestra pandilla hombres, silenciar nuestras opiniones, vestir como las demás. Y, más
de muchachas se convierte en un microcosmos, grande y complejo, mo- que nada, Las Normas nos obligan a escoger: ¿qué es lo que queremos:
vedizo, cambiante, pero, no obstante, comprensible y ordenado. El gru- la sexualidad o el amor de otras mujeres?
po posee pujanza y humor, pero se halla basado en el control. Sus La labor del grupo es encontrar válvulas de expansión para esas
leyes son arbitrarias, crueles, caprichosas, dictatoriales. No importa. presiones que la sociedad no quiere ver en nosotras todavía. Llamadas
Ofrece la gran recompensa: la ley de la simbiosis. Nadie se encontrará para dormir juntas, habladurías románticas, encubiertas o descaradas
sola. relaciones sexuales con otras muchachas, un sustitutivo de la relación
La suma de individualidades, las personas formando multitudes, sexual con los chicos. El grupo debe retener por unos años más a la
alumbran emociones. Se produce en estas condiciones una elevación del mujer que hay en la chica. Una tarea de dificultades crecientes si se
sentido de la existencia, originándose acciones (orientadas hacia el bien considera que las jóvenes están hoy en condiciones de tener hijos seis
y el mal) que los individuos aislados raras veces emprenden. Después, años antes en relación con la edad en que eran madres normalmente
el grupo de que formamos parte no se limita a sustituir a la madre, hace un siglo.1 Si estáis de acuerdo en que la maternidad prematura es
sino que se apodera de nosotras por entero. Nos proporciona amor, con frecuencia un desastre, podemos afirmar que el grupo lleva a cabo
amistad, protección, fuerza, unos canales para la exteriorización de aquí una función valiosa. El precio, no obstante, es que muchas mu-
nuestras emociones, muy bien definidos, una fuente de aprobación y jeres nunca pueden desentenderse de Las Normas.
una promesa contra la soledad de los trece años. Puede que el grupo Jamás nos forjamos reglas en las que creamos más de corazón que
constituya un verdadero presidio con sus ordenanzas férreas, pero como en las de nuestro decimocuarto aniversario. «Cuando empecé a salir de
miembros, nos sentimos poseedoras de la mayor identidad de la ciudad. nuevo con hombres, después de mi divorcio», manifiesta una mujer de
Nuestras ataduras de adolescente con las otras chicas podrían pro- cuarenta y cinco años, «me preguntaba, sentada en el coche, al final
porcionarnos el equilibrio y la confianza en nosotras mismas que tan de la velada, si debía dejar que mi acompañante me besara, si debía
desesperadamente necesitamos. Sabemos que para nosotras, en el te- darle las buenas noches con un apretón de manos, o si había de acos-
rreno sexual, hay más trampas que para los hombres. Los chicos son tarme con él. Esto era repetir lo que había hecho de jovencita, cuando
más fuertes. No tienen por qué preocuparse en cuanto a su reputación. vivía pendiente de aquellas normas de conducta famosas.»
Nosotras podemos quedarnos embarazadas. Si algo marcha mal, la culpa Como si fueran los diez mandamientos de la carne, Las Normas
será siempre de la chica. A lo largo de nuestras relaciones amistosas constituyen una relación de Cosas Que No Deben Hacerse: nada de
con las mujeres, un contexto más grande y más libre que el embrute- besos, nada de dejarse tocar, nada de expresiones sexuales, excepto en
cedor marco del hogar, podemos estudiarnos a nosotras mismas, explch la medida en que el grupo lo permita. «Las reglas están hechas para
rándonos, comparándonos con personas que están sujetas a nuestra^ que ninguna de las chicas pueda distanciarse mucho de las restantes
mismas ansiedades, curiosidades y gozos. Necesitamos confirmar qu^ sexualmente — dice la doctora Schaefer —. Son una tregua, un intento
estamos en nuestro derecho de marcharnos, de separarnos de la madre, para contener la violencia de la competición de todas contra todas, por
de buscar nuestra identidad por nuestra cuenta y con los hombres. Pe- las pequeñas "cantidades" de atención varonil que se nos permiten. En
dimos aquí y allí estímulo, buscamos la comunidad, y una ayuda. Que-\ vez de ser lo sexual un factor aglutinante, algo que nos una ansiosamen-
remos que las demás chicas nos digan qué es lo que está bien, y que te, para disfrutar de aquello, nos unimos para defendernos o proteger-
sientan lo mismo que nosotras. En vez de eso, tropezamos entonces nos en contra... Y para asegurarnos de que no hay ninguna chica que
con Las Normas. extraiga más de esa faceta humana, tan terriblemente peligrosa como
Las Normas institucionalizan la ira en nuestra formación reactiva. terriblemente excitante.» Aquellas que quebrantan Las Normas vagan
No he encontrado ninguna mujer, de cualquier edad, que pudiera decir- de un lado para otro como parias, constituyendo vivos ejemplos del
me cuándo fueron redactadas. A los catorce años nos dieron la impre- castigo sufrido por habernos hecho concebir celos, haciendo que nues-
sión de haber existido siempre. Había ciertas cosas que una «buena tro espíritu competitivo se torne consciente. «Yo tenía catorce años
chica» no hacía jamás. Ninguna mujer de las que entrevisté pudo re- cuando empecé a salir con chicos», me cuenta una mujer. «Las reglas
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de conducta no estaban escritas en ninguna parte. Pero en mi colegio «Soy presidenta de la clase», dice una chica de catorce años, «pero
había dos gemelas... Todas especulábamos mentalmente: ¿eran capaces hay otra muchacha, la vicepresidenta, que siempre dirige las reuniones,
de llegar como muchas al final? Nosotras pensábamos que una de ellas labor que es de mi incumbencia. Yo me callo, pese a que este proceder
no, así que éramos amigas de ésta. A la otra nadie le dirigía la pala- me saca de quicio. Ella es una de mis mejores amigas. Jamás me mues-
bra.» Ser excluida del círculo de personas amadas era uno de los peores tro irritada, ya que, de proceder así, y si se lo dijera a las otras chicas,
castigos que la madre podía infligirnos. La exclusión es la condena con la otra se vería más respaldada. No hay que permitirse la expansión de
que se enfrentan las chicas que quebrantan las normas establecidas. mostrarse enojada con las amigas. Hay algunas muchachas, entre las
Contrastando con esto, tenemos el caso de los chicos. Ellos no que conozco, que no proceden así, pero tampoco son muy populares».
odian al compañero que desarrolla actividades sexuales. Puede ser que Una vez más nos estamos conduciendo paralelamente al precepto que
le envidien, pero se identifican con su triunfo. Para un joven, el éxito nuestra madre nos inculcó desde pequeñas: las chicas buenas no se
de otro no supone una humillación para él. Ve allí una meta, simple- enfadan nunca.
mente, algo detrás de lo cual puede ir él también. «Cuando yo tenía Y, sin embargo, la ira es uno de los factores dinámicos de la vida.
dieciséis o diecisiete años —explica el doctor Robertiello— sentía ad- Se mantiene latente y se inflama; años más tarde, puede explotar, efi-
miración por el compañero o amigo que me refería el episodio vivido cazmente camuflada como defensa de nuestra hija adolescente. «Sería
en la cama con una u otra chica. Daba igual que nuestro amigo min- capaz de asesinar a esas chicas», dice una madre. «Laura, una de las
tiera. Nos gustaba escuchar de todos modos esas historias. Los hom- amigas de mi hija, no la invitó a la reunión que había organizado ayer.
bres se refuerzan de un modo tremendo cuando hablan sobre temas Yo sé lo que duelen estas cosas. ¡ Te digo que esas pequeñas me sacan
sexuales. Esta clase de datos de primera mano nos ayuda a superar nues- de quicio!»
tras inseguridades. En la misma situación, las mujeres guardan silencio. ¿Qué es lo que siente la hija al ser excluida? Exactamente lo mis-
Por tanto, cuando se enfrentan con su primer hombre, o con su déci- mo que sintió su madre cuando, a los trece años, sufrió iguales des-
mo hombre, se sienten tan inseguras respecto a su comportamiento y precios. «Espero que Laura cambie de opinión y me invite en otra
sexualidad como cuando nacieron. Las conversaciones con los otros mu- ocasión», declara. «La primera vez que lo hizo, mi madre cambió la
chachos nos dan una idea sobre la forma de actuar, nos dicen lo que fecha de mi visita al dentista, para que yo pudiera acudir a su fiesta.
se supone que debe hacer un chico. Quizá no se obtenga el mejor con- Al día siguiente me enteré que Laura había tachado mi nombre de su
sejo sobre la manera de conducirse, pero lo cierto, al menos, es que lista. Más tarde me dijo: "¡Oh! A propósito, estás invitada a la reu-
a los dieciséis años, al acostarnos al lado de una chica por primera nión." Pero ayer me enteré de que no me invitaba nuevamente. ¿Que
vez, nos acordábamos de lo dicho por nuestros amigos: que la rela- si estoy enojada? ¡Oh, no! La verdad es que me tiene sin cuidado.»
ción sexual es normal, que lo que es malo es no sentir la necesidad de «Me tiene sin cuidado.» ¿Hay alguna de mis lectoras que dé cré-
ella. Para las chicas, tal experiencia equivale a tirarse al agua sin haber dito a esta familiar y triste frase? ¿Hay alguna mujer que no se iden-
aprendido a nadar. No, esto es como si te dijeran que si te metes en tifique a sí misma en esta reacción pasiva?
el agua te ahogarás.» Conciliamos nuestra información o falsa información con nuestras
Cuando en una de las misteriosas marejadas es alcanzado el grupo aspiraciones, alterando cualquier opinión que sea demasiado personal
y una chica, de repente, queda fuera de él, ésta no puede vengarse. o individual, hasta que cuanto pensamos o decimos se reduce a la ac-
Se queda sola, en tanto que, por el hecho de su exclusión, las del in- titud de grupo. Deseando más, nos decidimos por el más bajo deno-
terior se sienten más estrechamente ligadas entre sí. El proceso es des- minador común. «Tuve que esforzarme mucho para poder entrar en el
piadado, y las jovencitas más gentiles y las adultas más agradables no grupo», explica una madre de treinta y cuatro años. «Todas las chicas
ignoran que la chica que está fuera ha de esperar, por el momento, y que lo formaban se casaron cuando contaban alrededor de los veintiún
contener su enojo y su dolor. En Ventimento, Lillian Hellman descri- años, y empezaron a traer hijos el mundo como locas. A mí me juzga-
be así a una joven: «Anna-Marie era una chica inteligente, coqueta, de ban algo extraña porque ansiaba viajar, tener una carrera. Ahora vivo
buenas maneras, con esa especie de pasiva cualidad, tempranamente asi- a unos cuatro mil quinientos kilómetros de distancia, pero todavía man-
milada, que en las mujeres tan a menudo oculta el enfado.»2 No puede tengo el contacto con ellas. Siempre que mi marido y yo nos vamos a
permitirse exhibir el menor rastro de tal impresión. París o a Roma, les mando una tarjeta postal. Para todas soy una per-
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sona brillante y mundana, y a mí me encanta que piensen esto de mí. otras personas nos separen de la amiga. «Mi madre se mostraba rece-
Tengo la impresión de que la mayor parte de las jóvenes que eran losa, y atacaba a una de mis amigas — cuenta la doctora Liz Hauser —.
superpopulares como adolescentes se encuentran rodando ya cuesta aba- "¿Por qué pasas tanto tiempo con ella?", me preguntaba. "Siempre
jo en el camino de la vida. Creo que al conservar el contacto con esas estás en su casa; hasta comes allí." Yo era una niña insegura. Tenía
muchachas he dado con un medio de comprobar que he triunfado.» miedo a cada momento de que le pasara algo a mi madre; temía per-
Es posible que no volvamos a ver jamás a las chicas que conocimos derla; y lo mismo me ocurría con otras personas a las que me hallaba
a los catorce años. Nunca olvidaremos sus condiciones para triunfar. unida por el afecto. Bueno, yo también, comportándome como una
Si la meta del grupo era el matrimonio y contar con dos hijos a los madre, solía interferirme en las relaciones de mi hija Liza con sus
veintidós años, incluso en el caso de que hayamos conocido el éxito amigas. Exactamente igual que hacía mi madre, me mostraba excesiva-
en las metas que escogimos espontáneamente, algo se echa de menos mente protectora. Creía muchas veces que la amiga de turno se apro-
en el fondo de nuestra realización. La alternativa de triunfo no parece vechaba de Liza. Pero estaba en un error. Efectivamente, lo que yo
nunca tan dulce como cuando es vista con los ojos del grupo. decía era esto: "Tú solamente puedes confiar en mamá; sólo con ella
La madre nos crió sobre la base de dos. «Somos nosotras dos con- debes ser sincera y abierta." Me esforzaba por lograr que Liza depen-
tra el mundo. Tu madre podrá reñirte, pero no hay nadie que te quiera diera enteramente de mí; procedía igual que mi madre conmigo. Por
más.» Es su defensa contra la ansiedad de nuestra futura separación. la fecha del nacimiento de Liza, en mis cursos de psicología de Co-
Si nos hubiese educado para creer que podríamos tener su amor y el lumbia no se enseñaba nada sobre los procesos simbióticos y de sepa-
de otras personas, abrazaríamos a nuevas amigas, dos, tres, cuatro... ración. Liza contaba seis años cuando empecé a deshacer lo que había
Esta abundancia, en lugar de las duplicidades conocidas y el relajamien- hecho. Era ya tarde, pero la animé a ampliar su mundo, a conocer más
to de la unión, resultaría excitante. Nos han educado como si hubié- amigos, a pasar la noche fuera de casa. Deseaba que tuviera relaciones
semos estado destinadas perpetuamente a un interior cerrado, pero con la mayor cantidad posible de personas, a fin de que el mundo le
cuando vamos al colegio somos suficientemente altas para poder aso- pareciera un amplio lugar en el que se le daba la bienvenida, y no un
marnos por las ventanas. El silencio de la madre acerca del emocio- sitio en el que sólo estaría a salvo de peligros si me encontraba yo
nante mundo de fuera, sus evasiones, y su falta de estímulo para que a su lado.»
salgamos y lo exploremos, nos han hecho evasivas y silenciosas. Nues- De haber dicho la madre: «Yo te quiero, pero deseo que quieras
tra nueva amiga es parte de ese «ahí fuera» del que tanto desconfía la asimismo a otras personas; deseo que tengas unas relaciones con ellas
madre. Regresamos precipitadamente al hogar, reservando para noso- lo más cordiales e íntimas que sea posible; aspiro a que conozcas otras
tras sus ideas, como un secreto tesoro. «Aquello de dejar a mi hija en formas de vivir, aparte de la nuestra», nuestro descubrimiento de la
el campamento el primer día fue terrible», dice una madre. «Sentí variedad de la existencia no nos hubiera hecho pensar en una traición
como si me dejara allí una parte de mí misma. Cuando terminó el ve- suya. Nuestra madre no nos dijo nunca que podríamos identificarnos
rano y regresó a casa, se mostró muy reservada. Ni siquiera quiso de- con otra persona, aparte de ella. ¿La estábamos engañando... o nos
cirme los nombres de sus nuevas amigas.» engañó ella? La abundancia de lo repentinamente ofrecido desconcier-
Dice la doctora Fredland: «Las chicas salen de casa para ir al cam- ta; llega además mezclada con el remordimiento. ¿Por qué creen las
pamento, en el que han de pasar un mes; o bien van al colegio por mujeres que sólo pueden amar a una persona a un tiempo? ¿Por qué
un día, y regresan cambiadas... si es que los padres pueden aceptar nos aterroriza la idea de que la persona que amamos pueda amar a
sus cambios y no actúan empleando los viejos argumentos.» otra? El amor en dos direcciones nos amenaza con la pérdida de cual-
La forma de reaccionar de la madre frente a las nuevas alianzas quiera que sea la persona con que no nos enfrentamos en un momento
determina no sólo la cordialidad con que nosotras las formamos, sino dado. «Prométeme que yo seré tu única amiga, tu mejor amiga, y que
también el fruto a esperar de esas amistades. Si la madre teme por tú te desentenderás de cualquier otra», decimos a una chica. Diez años
nosotras, si se dedica a controlar, a espiar, a decirnos lo que podemos más tarde, pretendemos lo mismo de los hombres. No podemos pe-
o no podemos ver, intentaremos controlar a nuestra amiga, incapaces de dírselo a nuestro esposo porque eso sería infantil, pero cuando él con-
esperar de ella más de lo que en casa conseguimos. Si la madre se centra su atención en otros, nos sentimos defraudadas, dolidas. Detrás
siente celosa, nosotras estaremos celosas también... Temeremos que de cada nuevo amor se halla el temor de la pérdida. Nunca vemos cuan-
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do disponemos de suficientes triunfos, suficientes amigos, y suficiente nos de todo género de peligros que no consideramos importantes, está
amor para ir viviendo. el que sí lo es: el del sexo. Sin embargo, ella no lo nombrará.
Llevamos dobles vidas. Nos despojamos de nuestra nueva persona- Tampoco podemos esperar más de las chicas de nuestro grupo. «Mis
lidad antes de llegar a casa, antes de que la ansiedad de la madre y amigas y yo nos lo contamos todo», dice una chica de catorce años,
su afán de control dicten el establecimiento de los viejos límites: «No «pero nos hemos puesto de acuerdo en determinados asuntos. En pun-
te excites tanto; no vistas de esa manera; no hables tan alto.» Somos tos concretos. Si salimos con chicos, nos contamos lo que hicimos y
lo que no hicimos. Pero cuando se pasa de la línea del manoseo, es
conscientes de su enorme influencia. Antes de cruzar la puerta, pro-
decir, si hay algo más aparte de que a una le toquen los senos, enton-
curamos calmar el nerviosismo que nos ha producido haber sido vistas
ces no se dice una palabra. En nuestra pandilla hay una chica que ha
con nuestra secreta personalidad por otras, haber encontrado alguien a
tenido relación sexual completa con un muchacho. Se habla tanto de
quien confiarse, personas gemelas, tan ocultas y «mal comprendidas»
ello a sus espaldas que una se espanta al pensar en lo que se murmu-
como nosotras. Hablamos en voz baja por teléfono, pese a que no es-
raría si llegara a quebrantar las normas. Después de una reunión cele-
temos haciendo otra cosa que contrastar las soluciones de nuestros pro-
brada anoche en casa de una amiga para quedarnos a dormir -allí, algu-
blemas de matemáticas. «La veo tan quieta ahora...», comenta una ma-
nas de nosotras nos quedamos. Una abandonó el dormitorio para ir al
dre. «Parece otra. Cierto día tuve su diario en mis manos. Pero com-
cuarto de baño, y al volver estaba segura de que, aprovechando su au-
prendí que no podría volver a mirarme en el espejo sin avergonzarme sencia, habíamos dicho cosas terribles acerca de ella».
de haberme atrevido a leerlo.»
El temor a ser excluida del grupo constituye un aglutinante más
Me entrevisté con la hija de esta mujer, una chica de catorce años: fuerte que el del amor. Hace que nos enfademos, incluso al comprobar
«Hace un año», me refiere, «me fumé un cigarrillo en compañía de que nos mantiene unidas. Notamos que las limitaciones del grupo nos
otra muchacha. Luego, sentí grandes remordimientos. Una vez en casa, hacen retroceder, como cuando estábamos sujetas al doble dique de
le conté a mi madre lo que había pasado. Me figuré que me perdona- amor y control por parte de la madre. Respaldadas por el grupo, nos
ría, que la reprimenda sería suave y que me diría: "Bueno, por esta atrevemos a quebrantar las reglas que ellas nos ha impuesto: «Uno
vez pase, pero no vuelvas a hacerlo." Me equivoqué. Mi madre se puso de nuestros vocablos preferidos es "abortar" en el sentido de decir
muy furiosa, y empezó a darme voces. Yo me sentí muy dolida, y creo algo a destiempo», me explica una muchacha de trece años. «Mi ma-
que esa escena ha tenido mucho que ver con mi apartamiento de ella. dre aborrece esa palabra. Y otras por el estilo, claro. Especialmente
Me quedé desconcertada. Hasta esa edad, había supuesto que si decía follar.» De modo semejante, cuando se presenta la oportunidad — tam-
siempre la verdad no sería castigada. Esto me hizo perder la confianza poco estamos seguras de la resistencia de nuestras hermanas —, trai-
en ella. ¿Y sabe usted lo que sucedió cuando salí con el primer chico cionamos al grupo y rompemos también sus reglas: «Cuando yo tenía
que me besó? Que no le dije nada a mi madre. Sabía que se quedaría quince años, un muchacho puso una de sus manos sobre mi pecho. Ex-
preocupada, pensando en lo que podía haber ocurrido luego entre los perimenté una sensación terrible», recuerda una mujer. «Una chica como
dos. No pasó nada más, pero ella no me hubiera creído. Ya no puedo "Dios manda" no se deja hacer eso... Ahora bien, el chico, por vota-
contarle nada, porque si lo hiciera no me creería.» ción, había sido designado el joven más apuesto de la Academia Militar
La madre nos «traiciona» porque el antiguo trato ya no «funciona», de Fishburn, de manera que se lo permití.»
por así decirlo. Ella no puede confiar en nosotras porque no le inspira Conociendo los criterios de la madre en cuanto a las «buenas chi-
confianza lo relativo al sexo y nosotras, de pronto, nos hemos vuelto cas» — el tipo de su gusto, con cuyas representantes le gusta que nos
sexuales. Los hombres nos engañarán, lo mismo que la engañaron a juntemos —, es casi inevitable que nos veamos arrastradas a conver-
ella. ¿Cómo pude esperar que a nosotras nos vaya mejor? Ella dice tirnos en muchachas de las que a ella le desagradan. «Cuando mi hija
que no podemos aprender a conducir, pese a que nuestro hermano comenzó a desarrollar más actividades lejos de casa», dice una madre,
aprendió teniendo un año menos que nosotras. Dice que no podemos «me sentí encantada. Yo también tengo muchas cosas en que pensar.
llevar encima una llave del apartamento por ser unas «irresponsables Sin embargo, hay algo que me intranquiliza... No me gusta una de
y unas cabezas de chorlito». Nos consta que no es ésta la auténtica 6us amigas, especialmente. Se llama Sally. Sé que se acuesta con chi-
causa de la negativa. Detrás de la ansiedad de la madre por preservar- cos, pero no es por esto por lo que me disgusta, sino porque es una
202 MI MADRE, YO MISMA LAS OTRAS CHICAS 203

amiga desleal. Siempre que a mi hija le agrada... algún muchacho, cuestión. Pero no he llegado a dar fin a esta historia. Cada vez que
Sally se lanza en su persecución. Un día le dije a mi hija: "Puesto que intentaba trasladar al papel lo que me había parecido tan evocativo y
Sally viene haciéndote esas cosas, ¿por qué te hablas todavía con ella?" expresivo, llegaba a este estúpido desenlace: la otra mujer y yo nos
Mi hija me respondió: "Creo que no me fiaré ya de Sally cuando salga alejábamos del hombre juntas, paseando.» Le pregunto si eso tiene
con algún chico que me guste."» algo que ver con el espíritu competitivo, si en la historia se expresa
Al entrevistarme con la hija, me dice: «Me gusta ir con Sally por- que ella esté dispuesta a hacer otra cosa, aparte de competir con una
que es diferente de las demás. Estando con ella, una cree estar hacien- mujer. La idea le fascina y a los pocos días me llama para comunicarme
do algo fuera de lo corriente. Es una exhibicionista y todos los chicos que ha dado fin a su argumento... cediendo al hombre, a modo de
hablan de mi amiga. Mi madre la odia, la odia con toda su alma.» premio, a la otra mujer. «He de decirle», me comunica, «que siempre
La madre es la inhibición. Las cosas y la gente que a ella le desa- estoy dispuesta a discutir con un hombre. Llegaré incluso a competir
gradan representan la vida, la agitación. Efectivamente, muchas de las con él a la hora de porfiar por un empleo. Pero me disgusta profun-
acciones que emprendemos con otras chicas resultan emocionantes sólo damente discutir con mujeres».
porque nos consta que nuestra madre las desaprobaría. En su momen- Los sociólogos hablan de un culto a la domesticidad que existió
to, al quebrantar nosotras las reglas del grupo, la hazaña será más en otro tiempo, una especial «esfera de la mujer». «Tratábase de un
impresionante por el hecho de estar prohibida. Ya de mayores, muy lugar seguro —dice Bernard— en el cual las mujeres se hallaban
frecuentemente, la mejor actividad sexual, la más excitante, será aque- ligadas por cálidos lazos a otras mujeres. Era un mundo para ellas, y
lla que la madre y otras mujeres no aprobarían. La relación sexual ellas se sentían satisfechas en él». La socióloga Pauline Bart estima
llena de sobresaltos, con el hombre que no conviene, en el sitio menos que esta zona, en la cual las mujeres eran por derecho y nacimiento
indicado, lleva en sí un atractivo inquietante, por ser aquél casado, o preeminentes, desapareció al empezar su invasión por parte de ciertos
porque al día siguiente hayamos de tomar el avión para reintegrarnos profesionales varones, como los ginecólogos. «Las mujeres se ayudaban
al hogar. ¿Qué clase de personas sexualmente adultas somos nosotras mutuamente con sus propios y especiales problemas», añade. «Mi bisa-
si tenemos en cuenta que nuestros momentos más grandes y mejores buela solía componer recetas a base de hierbas, para el mareo y las
están en proporción con la categoría de las desobediencias a Las Nor- quemaduras. Éstos eran los acumulados trozos de sabiduría femenina
mas? El hecho fundamental es que cuando contraemos matrimonio, que las mujeres compartían, cediéndolos después a las hijas.»
cuando tenemos relación sexual con otra persona que merece la apro- Es posible que la «esfera de la mujer» de los días de nuestras
bación de nuestra madre, lo sexual se «enrancia». Nuestra auténtica abuelas pertenezca a una época que no veremos más. Eso no quiere
excitación no era puramente erótica. Por debajo bullía el mayor impul- decir que no pudiera ser formada actualmente una comunidad de mu-
so adolescente de rebelión contra la madre y otras mujeres también. jeres que resultara relevante para la vida contemporánea. «Los hom-
De ser realmente lo sexual aquello que deseábamos, de ser el sexo bres disponen siempre de su red de camaradas de otros tiempos», me
nuestro más enérgico impulso, quebrantaríamos las reglas de la ado- dice una mujer, «que proporciona a cada uno de ellos una sensación
lescente y nos uniríamos a los hombres en una sexualidad que nos re- de refugio y de identidad. De tal forma, no tienen por qué ver a otro
forzara. De ser un realista temor al sexo y sus consecuencias (el em- más joven como un rival temible, sino como alguien al que hay que
barazo, por ejemplo) lo que nos retuviera, procuraríamos poseer infor- ayudar, y con gusto. Puesto que yo he triunfado en mi trabajo, me he
mación completa sobre los anticonceptivos. Pero no es lo sexual aque- salido de mi camino para prestar ayuda a las mujeres más jóvenes.
llo que ansiamos más, ni es lo sexual aquello que tememos. Es la pér- Es una gran satisfacción. Esto hace que me sienta más cerca de las
dida de nuestro lugar en la sociedad de mujeres. mujeres, más ilusionada con la vida; formo parte de algo más dilatado
En el curso de una reunión, una mujer me dice que quiere ser es- que mi mezquina ambición personal. Siempre me pregunté por qué te-
critora. Tiene veinticinco años y desempeña un cargo de responsabili- nía amigas; me sentía separada de ellas, de todos modos. Y es que
dad. Posee ya la idea, concebida en sueños, para desarrollar un argu- había tenido siempre la impresión de que era necesario que protegiera
mento. «El asunto gira en torno a una mujer que se halla en una isla lo mío frente a ellas. Estoy empezando a pensar ahora que puede ha-
desierta, en compañía de un hombre y otra mujer», me cuenta. «Yo, ber una continuidad de "ayuda" entre las mujeres, que puedo pertene-
una de las mujeres, me sentía terriblemente atraída por el hombre en cer yo misma a una especie de red femenina.»
204 MI MADRE, YO MISMA LAS OTRAS CHICAS 205

Jessie Bernard me conmueve profundamente cuando dice: «Las mu- vean en el beneficio de otra mujer algo que, sin saberse por qué, y de
jeres han sido objeto de un gran despojo, intenso y crudo, psicológi- un modo misterioso, las disminuye?
camente. El apoyo emocional que las mujeres prestan a sus esposos ¿Qué vale nuestro triunfo si sabemos que otras mujeres nos ama-
viene a ser el doble del que ellas reciben. Esto conduce a graves ca- rían más si fuéramos menos... menos bellas, menos sexuales, menos
rencias emocionales, especialmente en las amas de casa, cuya salud triunfadoras? Renunciamos a nuestra voluntad e iniciativa. Decimos
mental considero el Problema Número Uno de la sanidad pública de al hombre: «Aquí estoy yo, indefensa, vulnerable. Cuida de mí.» Más
este país.» que una relación sexual, lo que nosotras hemos querido es una simbio-
No creo que la cuestión de la antigua «esfera de la mujer» explique sis. Nosotras creemos que los hombres nos recompensarán con un amor
por sí sola por qué desde el punto de vista emocional somos unas per- para siempre, por habernos entregado a ellos. Pero en vez de esto,
sonas tan hambrientas. Nuestros problemas de privaciones emociona- cuando nos quedamos embarazadas nos abandonan. Si contraemos ma-
les se remontan a una época demasiado remota de nuestra historia co- trimonio, ellos acaban aburriéndose con nuestro sofocante aferramien-
lectiva como mujeres, y de nuestras biografías individuales como hijas. to, y se dedican a buscar otras compañeras más aventureras, más ale-
La dificultad estriba en que no disponemos de una saludable reserva jadas de lo rutinario. Dolidas, nos refugiamos en la única protección
de narcisismo, ni confiamos en nuestros sentimientos de valor forjados real que nos ha inspirado siempre confianza: las otras mujeres.
en los primeros años de la vida y luego fuertemente reforzados en la Las Normas nos persiguen hasta el final de nuestras vidas. La ma-
adolescencia. Quizá nuestras abuelas experimentaron menos esta caren- dre de Winston Churchill vivió veinticinco años más que su marido.
cia emocional, porque el suyo fue un tiempo en el que las mujeres vi- Este lapso lo llenó con numerosas aventuras y dos matrimonios, con
vían unas a través de otras, un tiempo en el que la independencia y hombres mucho más jóvenes que ella. En su lecho de muerte, sufrien-
la sexualidad no eran tan altamente estimadas como ahora, y, por do fuertes dolores, se preguntaba: «¿Es éste el castigo por haber vi-
consiguiente, los lazos con otras mujeres no se hallaban amenazados vido la vida de la manera como yo quise, y no del modo como ansiaban
por el triunfo individual de nadie. Una mujer cualquiera podía dispo- otras?»
ner de una casa más grande, de un esposo de mayor éxito en la vida,
o de unos hijos que destacaran entre los demás, pero tales realizaciones
no resultaban amenazadoras. Un nombre, un hogar, bienestar, sexua-
lidad... todas eran cosas dadas. Ninguna mujer conseguía éstas por sí
mismas. El espíritu competitivo había sido apagado.
La esfera de la mujer era segura precisamente debido a su peque-
nez. Actualmente, el mundo de una mujer es todo lo grande que ella
puede hacerlo... Pero eso significa que tiene un patrón mayor para
medirse. Y de este sentido de competición y pérdida en potencia arran-
can nuestros anacrónicos temores de adolescentes para volver a ator-
mentarnos.
«La gente de tu grupo no se desentiende de ti si tienes relación
sexual con un hombre», me dicen hoy las chicas de edades comprendi-
das entre los trece y los diecinueve años. «Nosotras somos más liberales
que nuestras madres. Lo que sí te puede ocasionar algunos problemas
es el hecho de tener relación sexual con más de uno.» Superficialmente,
Las Normas parecen ser nuevas. Positivamente, si una de las chicas
consigue algo más que cualquier otra, amenaza la cohesión del grupo.
La necesidad de una simbiótica atadura, por encima de todo lo demás,
continúa persistiendo igual. ¿Cómo puede existir alguna significativa
«esfera de la mujer» si las chicas todavía son formadas de manera que
CAPÍTULO 7

MODELOS Y SUSTITUTOS

Cierto día que comenzó como tantos otros, el dentista me quitó la


abrazadera dental. El verme libre de aquellos alambres marcó mi en-
trada en la pubertad más significativamente que la menstruación. ¿Ha-
bía hecho mi vagina algo por mí hasta entonces? Ni siquiera nos tra-
tábamos ella y yo. Era en mi boca donde residía todo el potencial de
la excitación. Contaba con una experiencia reciente: acababa de descu-
brir el beso, cuando el hermano mayor de mi amiga Daisy — que no
tenía nada mejor que hacer aquella noche — me introdujo la lengua en
mi boca. Temiendo que la abrazadera saltara hecha pedazos, doblé la
lengua para protegerla. Yo sabía de besos tanto como de relaciones
sexuales, pero aquella caricia dio a mi vida un sentido. Me dijo cómo
deseaba pasarla. Habiéndome deshecho de mi abrazadera, me encontra-
ba preparada. Bastaba con que surgiera otro dispuesto a probar.
Salí del consultorio del dentista, en la calle Broad, con la actitud
de un preso que ha sido puesto inesperadamente en libertad por su
buen comportamiento. Sonriente, atónita, moví los labios sobre mis des-
nudos dientes, cubriendo a la carrera la distancia que me separaba del
Memminger Auditorium, donde estábamos por entonces ensayando El
Mago de Oz. Mi tía Kate hacía en esta obra el papel de León, y yo era
el Leñador. Después de echarme un vistazo, me retuvo entre sus brazos.
Tía Kate era la única mujer, aparte de mi institutriz, Anna, cuyos
abrazos eran por completo de mi agrado. El suyo era uno de los pocos
pechos en que me gustaba apoyarme. Estaba familiarizada con su per-
fume y el olor de su piel. Cuando, por aquellos años, el mundo se me
antojaba demasiado amenazador, ella, con su voz, con su presencia, con
la mera perspectiva de su llegada, me proporcionaba algo sólido a que
aferrarme. «A ti, lo único que te pasa es que estás cruzando el umbral
de la adolescencia», me dijo en cierta ocasión. Y puesto que tenía un
nombre para aquello, pensé que algún día habría de terminar. Ella era
para mí la imagen del camino que deseaba seguir cuando fuese mayor.
Kate era la hermana más joven de mi madre. Después de haberse
graduado en Cornell, se había quedado en casa, para vivir con nosotras.
208 MI MADRE, YO MISMA
MODELOS Y SUSTITUTOS 209
No recuerdo el momento de su llegada. Mi memoria se remonta a cuan-
otra mujer que la superara. Durante el día trabajaba en la redacción
do empecé a sentir una desbordante necesidad de su persona, actitud a de la estación de radio, preparando material para sus emisiones, y, por
la que mi tía correspondía con una generosidad y un cariño que nunca la noche, su centro de actividad era el Dock Street Theatre. No se limi-
podré compensar con nada. Me salvó la vida. Si esto suena a excesiva- taba a representar, sino que también escribía sus piezas. Y además, pin-
mente dramático, aclararé que debe entenderse que no se limitó a guiar- taba. «Será o no será pintora — decía mi madre, cautelosa —, pero el
me durante el período de mi adolescencia. También me dio mi vida caso es que dispone en Charleston de algo que aquí no tiene nadie: un
presente. Hizo que estuviera preparada para mi esposo y para mi tra- estudio.» El estudio que Kate había alquilado en la zona portuaria con-
bajo. Su vida, su físico, su forma de ser externa y mental, constituyeron tenía un piano de cola, caballetes, viejos sofás tapizados de terciopelo,
mis motivaciones y metas durante años, cuando yo lo deseaba todo y y candelabros. A mí me gustaba ir sola, y permanecer allí durante horas,
no sabía lo que quería. Mucho tiempo después de la adolescencia, las aspirando el olor de la esencia de trementina como si fuera una pro-
cosas que me dijo, las ideas en que creía, su forma de conducirse, fue- mesa.
ron mis postes indicadores en el camino de la vida. En la actualidad Cierto día, Kate apareció por casa con uno de sus grandes desnudos,
6omos dos mujeres diferentes, pero yo soy su chiquilla. Toda mi fami- a todo color, y colgó el lienzo de una de las paredes del cuarto de estar.
lia lo sabe, incluso mi madre. Mi madre no lo advirtió hasta que se presentaron unos amigos a tomar
Tía Kate era una mujer que no se parecía a ninguna de las que yo unas copas. «¡Oh, Kate! ¿Cómo has podido hacerlo?» La mujer des-
había conocido. En Charleston, durante años, yo no había ansiado otra nuda del cuadro, una pelirroja, tenía los rasgos de mi madre. A todos
cosa que mezclarme, fundirme con «el grupo», y ser como las demás. les pareció muy divertido, y abrazando a mi azorada madre, le dijeron:
Ella poseía un estilo, una seguridad en sí misma, un espíritu verdadera- «Estás encantadora, Jane.» Kate pasó un brazo por encima de sus hom-
mente original, que hacía que aquello de ser «diferente» fuese un autén- bros, y no se habló más del asunto.
tico premio. No intentaba controlarme, no discutía con el molde de Aunque yo me mostraba muy posesiva con mi tía, y distante de mi
chica del Sur al que yo intentaba acoplarme. Sus opiniones y sus cono- madre, me gustaba que las dos fuesen tan buenas amigas. Una noche,
cimientos fluyeron a mi alrededor como presentes, esperando a que yo en que Kate apareció vestida con un corpino sujeto por dos tirillas de
estuviera preparada para apreciarlos. Uno tras otro, fueron incorporados seda que dejaba al descubierto su espalda, oyóse en seguida la voz se-
a la identidad que yo estaba formando. Pese a que me valía de artificios vera de mi madre: «¡Kate! No puedes presentarte así en el Club Náu-
para abultar mi sujetador, y a que reducía levemente mi estatura enco- tico. Ninguna mujer irá vestida de esta manera.» Mi madre no había
giendo las piernas debajo de las largas faldas del New Look, comenzaba sido nunca capaz de impedir que alguien hiciera una cosa..., exceptuan-
a sentirme orgullosa de ser lista, a preguntarme si en la vida habría do a mi hermana. Cuando la visito hoy y me dice: «Nancy: ¡la gente
algo más que la caza de muchachos. Claro es que los necesitaba, y por no viste así!», sé que su ansiedad se esfumará si no me siento afectada
cierto desesperadamente; quería ser popular, y besar y ser besada en por ella. He pensado muchas veces que las exclamaciones de mi madre
coches aparcados, hasta que cesaba la música de la radio y notaba muy y sus comentarios negativos sobre lo que las demás hacen, esconden
humedecidas mis bragas, con sus adornos de encajes. Pero aspiraba a una envidia, y quizá cierto orgullo, por ser nosotras capaces de lucir
algo más que a la conclusión rutinaria del sueño tradicional del Sur: un estilo que ella nunca se atrevería a probar.
el título colegial y la boda con el vestido blanco, todo en el mismo Por aquel verano del año en que tía Kate empezó a vivir con noso-
día. Yo deseaba actuar, escribir, viajar, ser Kate. tras, desaparecí de la circulación. Permanecía constantemente en casa,
Ella tenía mi talla, y los hermosos cabellos de color castaño rojizo me negaba a ver a mis amigas; seguía siempre a Kate, como si hubiera
de mi madre. No había nada en las prendas habituales de las mujeres sido su sombra. En aquel entonces mi hermana estaba ausente, interna
adultas que yo ansiara poseer. Los atuendos eran a base de enojosos en un colegio; también ella vivía una penosa experiencia. Me sentía
vestidos ablusados, de mucha pompa. Kate calzaba zapatillas de ballet. abandonada; más concretamente, sentía que iba a volverme loca. Evita-
Sujetaba sus faldas a la cintura con muchos cinturones; de una de sus ba a mi madre, rechazaba sus muestras de afecto, y si le hablaba lo ha-
muñecas colgaba una moneda de oro egipcia. Desde luego, nadie hu- cía en monosílabos. Me plantaba ante el lavabo del cuarto de baño,
biera podido decir de ella que tenía aspecto de campesina; yo la veo, con la botella de yodo en la mano, completamente consciente de mi
hasta hoy, como la más elegante de las criaturas. No podría imaginarme superdramatización, pero también de mi temor. Me puse a leer todo lo
210 MI MADRE, YO MISMA n
MODELOS Y SUSTITUTOS 211
que había en la casa, para alejar mi casi inminente locura. La lec-
abrió sus puertas. Una vez más empecé a volver a casa sólo para comer
tura era el único modo de pasar el tiempo hasta que Kate regresaba a
y para dormir. Un día, cuando caminaba en busca de una amiga, oí la
casa, a las dos, la hora de la comida. Podía confiar en su puntualidad.
voz de Kate a mi espalda: «¡Eh! ¿Qué tal vendría ahora un buen he-
Kate no se limitaba a tolerarme, sino que me aceptaba. Yo la seguía lado de chocolate?» Era tarde, pero yo debí de haber notado algo en
a todas partes, a su estudio, al teatro, a comer fuera cuando había oca- su voz que me recordaba a mí misma: me echaba de menos. Nos diri-
sión. Busqué en vano la manera de que me contrataran en la estación gimos al Byer's Drug Store, como habíamos hecho durante mi período
de radío, para poder estar cerca de ella cuando trabajaba. Y si no me de apasionamiento por ella. En el curso de los años siguientes, me cru-
sentía celosa de mis amigas era porque también me aceptaban. A mí me cé con ella algunas veces, cuando iba en busca de los chicos, o estaba
parecían todas altas y bellas. Los hombres que las acompañaban eran citado con alguno, o quería hablar con cualquiera. Yo entonces evitaba
arquitectos, poetas o actores, una clase de gente que no era corriente sus ojos. Había dejado de necesitarla. Nunca me hizo un reproche.
en Charleston. Me llevaban con ellos a la playa, y cuando por las no-
Mi primer baile formal me lo pasé sentada junto a una pared. Es-
ches se sentaban haciendo corro para beber vino blanco frío, y leer en
tuve así toda la noche porque ningún chico me sacó para bailar. Kate
voz alta obras teatrales, a mí me asignaban un papel. Una de aquellas
me esperaba a mi llegada a casa. Se había fijado en la diferencia de esta-
noches, cuando estábamos acomodándonos en el coche, uno de los hom-
tura que me separaba del muchacho encargado de acompañarme. Sentóse
bres me dijo al pasar: «Muchacha, me recuerdas en todo a Kate.» En
en el borde de la cama y, acariciándome los cabellos mientras yo llo-
aquel instante habría dado alegremente mi vida por él.
raba, se puso a contarme la historia de Lancelot y Genoveva. Una vez
Kate me facilitó una lista de libros que consideraba podían intere- más, la promesa de su vida me cubrió como una sábana. No se trataba
sarme. Ella fue quien me hizo conocer a Willa Cather, a Joseph Con- solamente de sus palabras, que expresaban que mi vida llegaría a tener
rad, a Henry James. Me compró pinturas para la acuarela, y los fines más trascendencia de la que yo podía soñar; era su manera de decirlas.
de semana nos instalábamos en St. Phillips, dentro del recinto del ce-
menterio, con los blocs de dibujo sobre nuestras rodillas. Mientras ella * * *
mecanografiaba en su dormitorio su primera obra teatral, con la máquina
encima de una mesita de juego, yo escribía mi primer relato, la historia
¡ Qué sencillo parecía todo cuando teníamos tres años, incluso hasta
de una chiquilla y un caballo. Parecía que no le importaban mis inte-
los nueve o diez! Apuntáramos adonde apuntáramos, siempre deseába-
rrupciones cuando le pedía que me deletreara una palabra. Pero ahora
mos «hacernos mayores como nuestras madres y tener hijos». Dice Jes-
pienso que debía de resultar pesada y molesta. Después de leer mi
sie Bernard: «Nuestra sociedad lleva a cabo un esfuerzo mucho mayor
narración me sugirió la conveniencia de que detallara más la descripción
para masculinizar a los chicos que para feminizar a las chicas. Éstas no
de la joven protagonista. Lo hice así, y mi trabajo lo calificó de bueno.
necesitan de tal cosa. Cada una convive con un modelo de su propio
Cuando hubo dado fin a su obra, me cedió un pequeño papel en el
sexo.» Pero la adolescencia y el advenimiento de la sexualidad cambia
reparto.
nuestras ideas. Incluso si queremos ser madres, no deseamos que ello
Fue un gran éxito. Todavía recuerdo las palabras que decía un hom- sea realidad al estilo de la nuestra. A nuestros ojos, la madre no es
bre a la heroína, papel representado por una de las amigas de Kate, sexual.
de Cornell, la que fuera compañera suya de habitación en el colegio: En la muchacha que, genuinamente, desea recrear la vida de su ma-
«Te mueves como una pantera, una pantera de leonada piel.» Yo an- dre, la repetición lleva implícita una sensación de paz y de realización.
siaba que alguien me dijera eso cuando me hiciese mayor. Andaba como Se siente bien orientada. Su camino, iniciado en la niñez, sigue años
una persona lisiada, encogida de hombros, y doblando las rodillas para más tarde con un matrimonio en plena juventud, viniendo a continua-
parecer más baja. Un día, Kate y yo íbamos por la calle Meeting, y ella ción el embarazo, todo con sus pasos contados, bajo la sonrisa de la
me dio una palmada en la espalda, diciéndome: «Ponte derecha. Las madre y la aprobación de la sociedad. La hija que aspira a algo distinto
Goldwyn Girls son las chicas más altas y más bellas del mundo.» conoce momentos difíciles; esta idea va en contra del modelo, su madre.
Aquella época, cuando me recluí en casa para evitar que me asal- Por un sendero u otro, la mayor parte de nosotras repetimos la vida
taran mis «pensamientos», aferrándome a Kate como a la vida misma, emocional de la madre. Puede ser que esto no nos agrade, pero consti-
terminó tan rápidamente como empezó. Acabado el verano, el colegio^ tuye una realidad. Cuando somos jóvenes, y la energía fluye por nuestras
212 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 213

venas, como si la sangre fuese vino, no abrigamos ningún propósito de de mi carácter detrás de otras peculiaridades más confesables, asimila-
renunciar a la vitalidad, al humor, al espíritu aventurero. Es inimagina- das por mí ante el ejemplo de otras. Yo sé que el mundo me ve como
ble que podamos experimentar alguna vez la ansiedad de nuestra ma- una persona independiente. Me conozco a mí misma como hija de mi
dre; nadie puede pensar que seamos tan conservadoras como ella. Des- madre. La madre es el amor y la vida mismos, y nosotras queremos
pués, cualquier día nos oímos a nosotras mismas diciendo a nuestro aferramos a eso, pero un modelo para la sexualidad y la independencia
esposo que no conduzca tan rápido, y regañamos a los niños porque no es un puente hacia la separación. La madre no puede ser eso para
ordenan sus habitaciones... Tenemos conciencia de que hemos oído una nosotras.
voz parecida antes. ¿En qué grado podemos forjar nuestra personalidad Si aceptamos a nuestra madre como modelo, se abre una puerta que
emocional? Esto depende en gran parte de la ayuda que recibamos de conduce a los problemas de la competición. Muchas de las terapeutas
otras personas que nos aman, de personas cuyas existencias siguen una entrevistadas por mí conocen perfectamente el por qué de que sus hijas
pauta que nosotras podamos seguir. Son personas cuya gran virtud re- se hayan decidido a desarrollar actividades totalmente opuestas a aque-
side en otra paradójica: la de no ser madres. Has en que las madres triunfaron: «Mi hija posee unas dotes excepcio-
Cuando tenemos ocasión de hablar con una antigua amiga de nuestra nales para la música y es, además, una cocinera estupenda — me dice y
madre, quien nos refiere que ésta, antes de contraer matrimonio, era una psiquiatra—. Yo, en cambio, tengo un oído desastroso, y no hay
una joven decidida, muy inquieta, nos quedamos fascinadas, como si nada que me interese menos que la cocina. Se le hace difícil seguirme.
hubiéramos vuelto a la infancia y nos estuviesen contando un cuento Comprendo perfectamente por qué se niega a moverse dentro de unas
de hadas. Queremos creerlo y no creerlo a la vez. «Por último, mi ma- actividades en las que yo me he desenvuelto tan eficazmente.»
dre retiró los espejos de mi dormitorio porque se imaginaba que me No menciono para nada el vocablo competición ante la hija de esta
miraba demasiado en ellos — refiere una mujer de cuarenta y cinco mujer, de quince años de edad. Se presenta espontáneamente, pero nie-
años —. Y, con todo, mi padre afirma que era una mujer de gran viva- ga toda situación de tipo competitivo entre ella y la madre. «La gente
cidad antes de que se casaran, agregando que le gustaba mucho bailar no se explica cómo mi madre puede estar al frente de una familia y,
y siempre estaba alegre. Ahora quien tiene muy buen sentido del hu- además, ejercer su profesión. ¿Y por qué había de pasarse el tiempo
mor es él. Supongo que al notarlo así, mi madre pensó que tenía que en casa, cuidando de mí las veinticuatro horas del día? Mis amigas y
hacer de contrapeso, para que no fuese roto el equilibrio en la familia. las madres de mis amigas no cesan de hacer comentarios en tal sentido.
En cierto modo, creo comprender lo ocurrido. Yo era una mujer más "Debe de producirse una situación competitiva muy dura", dicen. ¿Por
optimista... antes de casarme, antes de que nacieran mis hijos.» qué había yo de recelar de ella? Mi madre me ha persuadido de que
En el curso de las reuniones familiares, cuando ya iba haciéndome soy capaz de llevar a cabo su labor, pero nosotras no competimos. Yo
mayor, escuchaba encantada las conversaciones de mis tías, sobre todo no quiero llevar su vida. Ella no es mi modelo. Soy otra clase de per-
cuando se referían a mi madre de joven. Mi madre... ¡conquistando a sona. Mi madre me gana en cuanto a espíritu competitivo. Odio estas
varios hombres! Me quedo todavía absorta al ver las viejas fotografías cosas. Dejé la orquesta del colegio porque no me gusta tener que lu-
en que aparece montando a caballo, participando en carreras de obstácu- char para conquistar un puesto. Quiero continuar adelante para darme
los, sumamente peligrosas. Me deja asombrada pensar que le agradaba el gusto de seguir, no porque tenga interés en derribar a alguien en
arriesgarse. Al llegar yo al mundo, sin embargo, había cambiado ya. mi camino.»
De haberse ofrecido ella a mí como un modelo de mujer osada, inde- Esta joven rompió recientemente sus relaciones con su compañero
pendiente, dotada de vida sexual, ¿habría resultado esto beneficioso para de hacía mucho tiempo al oponerse él a sus planes de estudiar la ca-
mí? He conocido a muchas mujeres admirables, cuyas hijas no aprecia- rrera de abogado para ejercer la profesión después de casados. Ella dice
ron sus vidas. Las hijas de otras han podido emularlas, pero es muy co- que no quiere imitar la vida de su madre, pero rechaza a un hombre
rriente que la chica que se cría bajo el mismo techo mire hacia otro que no desea desempeñar el papel de su padre, quien siempre animó a
lado, a distancia de los familiares más inmediatos, en busca de un su esposa para que simultaneara el hogar con su profesión. Y, no obs-
mundo diferente, de mayor amplitud, en el que no se encuentra la ma- tante, ella niega que exista tal repetición. No es solamente que quiera
dre. Lo único que aprendí de mi madre fue su otra faceta: la de la cau- evitar una emulación de la vida de la madre; advierte, además, que al
tela excesiva, la ansiedad y el temor. He intentado ocultar tales rasgos fijar sus metas a tanta altura como las de aquélla, se produce necesaria-
214 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 215

mente una especie de competición psíquica. No quiere «derribar» a su acción no tiene que ser directa, necesariamente; indirecta será, asimis-
madre ni «ser derribada» por ella. En cualquier lucha establecida, la ma- mo, beneficiosa.»
dre lleva todas las de ganar. «De entre las mujeres que admiro, no acierto a decirme a cuál me
«La separación de la madre, incluso de una de las consideradas como gustaría imitar — declara una chica de catorce años, cuya madre es una
"suficientemente buenas" —manifiesta el doctor Robertiello—, se lle- de las mujeres más admirables entre cuantas he conocido—. Es decir,
va a cabo mejor si la persona afectada puede establecer una alianza con si exceptuamos a la antigua amiga de que le he hablado. Tiene dieci-
otra cualquiera, muy próxima, como una abuela, o el padre. Para lograr siete años. Es muy creativa. Yo la juzgo maravillosa. Tiene sus opinio-
tal separación, la mujer ha de aliarse con alguien que, en su opinión, nes propias, lo cual no quiere decir que se niegue a escuchar las de los
conoce el camino y la forma, que sea más prudente, o de espíritu carac- demás. Ahora bien, no permite que la obliguen a ir contra sí misma.»
terizado por una mayor independencia.» Tales personas son para noso- Un par de días después de haber celebrado esta entrevista, la chica me
tras una fuente de poder y de energía, ajena a la madre. No necesitan llama por teléfono, en conferencia a gran distancia, para notificarme que
cuidar de nosotras físicamente, pero en cierto sentido se hallan, psicoló- se ha acordado de otra mujer que es «una especie de heroína de las
gicamente, in loco parentis. Estas individualidades tienen asignados va- mías». Se trata de Katharine Hepburn.
rios nombres en el vocabulario técnico, no figurando entre los más tor- Katharine Hepburn. Ésta fue una de mis modelos también. Soltera,
pes los de «figuras de identificación» y «modelos de papeles». Para to- sin hijos, con el pecho liso... Es la antítesis de lo que la madre y la
das representan los sueños que desearíamos alcanzar al crecer. sociedad quiere para nosotras. Y, sin embargo, mi madre la adora, y los
La niñez se halla marcada por la dependencia; la tutela de la madre hombres parecen percibir también algo heroico en ella. Se eleva por
viene a sintetizar aquello para lo que «estamos hechas»: nos dicen lo encima de la apariencia, el estilo u otras particulares circunstancias se-
que hemos de aprender, lo que hemos de hacer, lo que hemos de vestir; ñaladas por el guionista para su papel; gracias a su enérgico carácter,
también nos mandan, por ejemplo, que vayamos a la cocina y que nos que ella misma ha forjado, merced a su negativa a ceder, y a mantener
comamos nuestras espinacas... Los «modelos de papeles» abren la puer- intacta su integridad, nos gana a todas. Es una imagen de la persona
ta que da al concepto de elección y actividad. Se nos ve más grandes separada.
que la madre, y nos enteramos de que hay gente que actúa espontánea- Nuestro modelo puede ser también alguien a quien vimos un día,
mente, por voluntad propia, que toma decisiones sin intervención de o una noche, y que perdimos de vista luego para siempre. Puede ser,
nadie, que llega hasta el fin con ellas, que aceptan en la misma medida igualmente, un esbozo de idea, de una idea que completaremos más tar-
el aplauso o la censura en todos los pasos que dan por la vida. Eviden- de, con arreglo a nuestra imaginación y necesidades. «Hallándome yo
temente, es posible pasar por la niñez careciendo de figuras de identifi- en el octavo grado —explica una mujer de treinta y cuatro años, ma-
cación, pero nuestra necesidad de ellas es intensa durante la adoles- dre de dos hijas, quien dirige su firma de diseños industriales —, se
cencia. Es un período tormentoso porque todos los problemas que no presentó en el colegio una conferenciante. Nos proyectó unas diaposi-
fueron resueltos en el curso de los tres a cinco años primeros quedan tivas, y nos dio una breve charla sobre Barnard. Era una graduada, y
planteados de nuevo. La vida nos otorga entonces una segunda oportu- creo que le iban muy bien las cosas. No había de volver a verla. Era
nidad, pero sin ayuda, sin nuevas imágenes, sin esperanza, en forma de una mujer joven y bella, serena e inteligente, muy distinta de todas
otras personas, y muy frecuentemente no se sale de esta fase mejor que las mamas del patrón clásico que había conocido en la pequeña pobla-
la primera vez. Cedemos. Y continúa la unión. ción en que me crié. Me aferré a ella, y a aquel colegio, como si hu-
«¡Oh, Dios mío, sí! ¡ Unas alternativas en cuanto a la madre! — co- bieran sido señales llegadas del cielo. No recuerdo sus palabras, pero
menta el doctor Sanger—. ¡Es tan absoluta la madre! Ella sabe lo que el caso es que me llevó al otro lado del arco iris. ¡Al cielo me enca-
quiere, cómo desea que sea su hija. "Tienes que ser de este modo, de minaba, Dios mío!»
aquel otro... ¡Has de ser como yo!" Esto es terrible cuando la chica No necesitamos la existencia de una relación constante, en marcha,
tiene a la vista una tía, una antigua amiga, una abuela, una profesora, ni tampoco una imagen que podamos tener siempre ante los ojos. No
una gran dama como EJeanor Roosevelt, quien resulta impresionante es preciso siquiera que nuestro modelo viva. Las mujeres sobre las que
como mujer... Incluso los hombres de experiencia, a los que les agrada leímos de niñas, las Nancy Drew, las Diana Riggs de la televisión, o la
que las mujeres sean independientes, pueden ser útiles en este caso. La más contemporánea Diana Wings, espolean nuestras imaginaciones,
216 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 217

facilitándonos algo sobre lo cual vivir; nos hacen avanzar cuando nues- te hubieras esforzado más, tu labor hubiese merecido un sobresaliente.
tro equipaje emocional se encuentra preparado y no disponemos de nin- Quería producirte una pequeña conmoción interior." Me había hecho
gún lugar en concreto a donde ir, ni identidad con la que movernos. suya. Yo era su esclava. Alguien, por fin, se había asomado a mi interior,
«Muy frecuentemente — manifiesta el doctor Robertiello —, los ana- alguien me había visto. Nunca olvidaré a aquella mujer.»
listas tienden a decir que la personalidad se forma hacia los siete años. Hasta las imágenes a no imitar pueden ser cruciales para nuestro
Pero algunos estamos comenzando a abandonar esa dogmática idea. Es- desarrollo. Son muchas las mujeres que escogen estilos de vida lo más
toy firmemente convencido de que cuando en la vida de un ser de doce opuestos posibles al representado por la madre. «No estoy muy conven-
o catorce años se introduce alguien con fuerza, la vida de la joven puede cida de que necesariamente gusten las personas que se toman como mo-
cambiar tremendamente. A esa edad, las gentes que se aceptan, con las delos — dice la socióloga Cynthia Fuchs Epstein —. Los hombres, tra-
que nos identificamos, pueden alterar el curso de la existencia. Piense dicionalmente, han intentado ser como sus padres..., a los que pueden
en las vidas que han sufrido variaciones radicales: el caso del chico haber despreciado. Nadie ha prestado realmente demasiada atención a
que establece relación con un nuevo profesor, de ciertas características, tales procesos en los estudios, pero el impacto de los modelos puede ser
por ejemplo. sutil y no identificado.» A las mujeres puede no haberles gustado que
»La mayoría de los analistas — y o me acuso de haber procedido sus madres trabajaran cuando ellas eran pequeñas. Todavía es posible
también así — se concentran en la idea de la madre como figura central; que guarden un mal recuerdo de su regreso al hogar después del colegio,
pero en los trabajos de psicoanálisis descubrimos a menudo la presencia mientras su madre se encontraba en la oficina, o bien asistiendo a un
de otras personas, olvidadas, que resultan ser cruciales en el desenvol- cursillo. Más adelante, esas mismas hijas se encuentran ejecutando una
vimiento de la personalidad del individuo. En ocasiones, el padre y la labor interesante en la vida, ejerciendo una carrera. ¿De dónde creéis
madre no producen ni por asomo el impacto que causa la institutriz que pudieron haber sacado la idea?
en una criatura. Sea cual sea el molde que se ha ido forjando a base de Los modelos negativos, quizá más a menudo rechazados cuando so-
las experiencias de signo positivo y negativo, todo puede ser cambiado mos jóvenes, hay que verlos en los padres abiertamente rigurosos o pu-
mediante las figuras de identificación, incluso después de haber llegado ritanos. Lo habitual es que la joven actúe exteriormente contra los es-
la niñez a su fin.» trictos mandatos de los padres, pero, con todo, que asimile sus valores.
Es muy corriente que no sepamos qué es lo que queremos. Posee- Es decir, llegaremos a quebrantar las normas de nuestros padres, pero
mos capacidades, talentos, una energía en potencia para desplazarnos a por haber procedido así nos juzgaremos unas renegadas, unas malas
grandes distancias, pero tiene que vernos alguien, alguien que reconozca hijas. «Una figura de identificación extremadamente importante — dice
nuestro secreto yo, para que abandonemos el propósito de cubrir cortas la doctora Betty Thompson — es la de quien puede aliviar a la mucha-
distancias, prefiriendo seguir siendo la persona a salvo, segura, sin ex- cha de ese sentimiento de culpabilidad, del asimilado super-yo de la
plorar. Una mujer de veinticinco años recuerda lo siguiente: «Tres días madre. Esta nueva figura puede permitir a la hija desarrollar una mejor
después de mi llegada al colegio esperaba que mis compañeras se hu- opinión de sí misma. La chica puede advertir que hay algo más en el
biesen percatado de la desenvoltura con que me comportaba, y que me mundo que un juego de normas por el cual decidirse. Si alguien a quien
dijeran: "No sabemos cómo has llegado a tanta altura, pero si piensas se admira nos hace ver que no es preciso que una sea perfecta para
permanecer en el mismo lugar, tendrás que dedicarte a ello con mucho ser de su agrado, sentimos una impresión muy relaj adora, extraordina-
empeño y sacar de tu cerebro el máximo rendimiento." Tenía la impre- riamente satisfactoria. Habitualmente, son muchas las personas que una
sión de haber sabido tomar el pelo a todo el mundo en el colegio. Y fue adolescente ve a su alrededor, con las cuales puede identificarse. Tales
en mi último curso cuando me tropecé con cierta profesora que se ha- personas se hallan en condiciones de cumplir muchas y muy diferentes
llaba al frente del Departamento de Inglés. Esta mujer me dio el pri- funciones. Una persona normal tenderá a escoger el mejor modelo que
mer aprobado de mi vida. Yo siempre sacaba sobresaliente, sin hacer esté a su alcance dentro de su medio.» Si una hija, cuya madre es de las
grandes esfuerzos. Fui a verla para decirle esto: "Miss James, su asig- que dificulta la separación, tropieza con un modelo enérgico —una
natura es la única que he trabajado con verdadero ahínco. ¿Cómo es profesora, por ejemplo, o una tía —, la nueva figura, probablemente, le
que me ha dado sólo un aprobado?" Ella sonrió diabólicamente, res- dirá por qué su madre se empeña en retardar su desarrollo. «La joven
pondiéndome: "Porque has estado trabajando como para notable, y si descubrirá entonces, quizá, sus derechos como ser humano —prosigue
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diciendo la doctora Thompson—, unos derechos que no se han ejer- separarme más de su vida — me convenció de que yo podía vivir con
cido por miedo, hasta la llegada del día en que ha habido ocasión de arreglo a mi propia identidad. Pese a lo poderosas que eran las imáge-
observar el modelo de alguien más para quien esas libertades eran tan nes que contemplara al crecer, pese a aquella gente triunfadora y bri-
naturales como el aire que respira.» llante de las películas, a pesar de su magnetismo, que tanto contribu-
Antes de ser psicoterapeuta, Leah Schaefer fue cantante de jazz. yera a alejarme de mi casa, no había manera de que todo esto pudiera
«Creo que mis preferencias, a la hora de escoger esta clase de vida, contender con otro impulso más fuerte: el que me hacía permanecer
arrancan de las películas que vi de adolescente. Vivía en los cines, unida a mi madre. En cuanto dejé de pensar que ella era la madre per-
prácticamente. Recuerdo que mi adolescencia fue triste. No estaba con- fecta, la clase de madre que necesitaba, empezamos a llevarnos bien.
vencida de que los chicos me agradaran; estimaba que mi madre no Pero yo había cumplido los cuarenta y dos años cuando empecé a pen-
comprendía una palabra de cuanto yo sentía. Siempre habíamos estado sar así.»
una cerca de la otra, en todos los aspectos. Ahora me sentía aislada, Hasta hace poco, aquellas mujeres hacia las cuales se volvían las jó-
separada de ella. Pero yo quería ser una persona de mucho atractivo venes para tomarlas como modelos durante la adolescencia, eran figu-
sexual, brillante, y vestir ropas muy llamativas, y ver que los chicos se ras casi de «stock». Existían tan pocos campos en los cuales las mujeres,
morían de amor por mí. Ninguno de estos deseos había de realizarse. por la naturaleza de su trabajo, se mostraban asertivas, y autoafirmati-
No surgió nadie que estuviera dispuesto a ayudarme para que viera mis vas, que los profesores de los colegios y los monitores de los campa-
ilusiones confirmadas en una pequeña parte, al menos. En consecuencia, mentos estudiantiles aparecían con la regularidad de los amigos fami-
me sentía terriblemente sola. Lo único que me llamaba la atención era liares. Hoy, mi editora, mi agente literario, o cualquiera de las docenas
la gente maravillosa de las películas. Terminados mis estudios, fui can- de admirables mujeres que tú y yo conocemos, lectora, aunque sea a
tante. Cuando las cosas me marchaban viento en popa, mi madre se través de la televisión, son modelos a nuestro alcance. La doctora Vir-
sentía encantada. Pero en los períodos en que carecía de trabajo no que- ginia E. Pomeranz me dice que muchas de sus pacientes «tienen mucho
ría saber nada de mí. Siempre que me presentaba como a ella le gus- interés en que sus hijas establezcan de alguna manera relación con pe-
taba, es decir, en plan de triunfadora en cualquier cosa, era la persona diatras y ginecólogos de su mismo sexo, con objeto de que vean en
más servicial del mundo. Cuando decidí reanudar mis estudios y ejercer estas profesionales buenos modelos a imitar, por su condición de espo-
como terapeuta, se puso muy contenta. Ahí era nada: su hija, una doc- sas y de mujeres que ejercen sus carreras con éxito. Por el mismo mo-
tora. .. tivo — la doctora sonríe —, desean también que vengan sus hijos por
»Solía enojarme, y me sentía muy deprimida cuando ella desapro- aquí».
baba alguna acción mía. Pero ahora puedo advertir que cuando era in- Con todo, las mujeres con las cuales una adolescente es más pro-
justa conmigo era también injusta con ella misma. Me trataba exacta- bable que entre en contacto, y de las que posea una impresión directa y
mente igual que se trataba ella. Pensé que no debía ser yo, Leah, quien real, serán las probadas y auténticas favoritas. Una profesora de gim-
le inspiraba sentimientos de desaprobación. Sentíase contrariada al des- nasia encarna la idea de agresión, en el mejor sentido de la palabra,
cubrir en mí algo de su persona que no le gustaba. ¿Comprende? Yo en el de estar muy conectada con la conciencia de la personalidad: sí
era su prolongación narcisista. Cuando no podía considerarme triunfa- juegas al tenis con estilo o encestas con facilidad en el baloncesto, aquí
dora, mi madre se veía a sí misma como una perdedora en el juego de tenemos una autoafirmativa clase de actividad. Las profesoras de arte
la vida. dramático son atractivas porque dirigen a la gente; efectivamente, quien-
»Por mi parte, pensaba que si mi madre no me daba lo que ansiaba quiera que se halle «al frente» de algo es útil, gente que se encarga de
— su aprobación y su amor —, tenía que existir algo que marchaba mal conjuntar los diversos elementos y de señalar unas directrices, dejando,
en mí. Yo llevaba una vida diferente de la suya, pero todavía me en- sin embargo, el margen necesario para que el intérprete aporte su ta-
contraba ligada emocionalmente a ella. De niños suponemos que si nues- lento durante la representación de su papel. Permiten que se desarrolle
tros omniscientes, omnipotentes padres no nos dan lo que queremos es la autonomía personal porque no nos hacen todo el trabajo; hacen que
porque algo malo hay en nosotros. Mi madre me hizo creer en sus gran- nos mantengamos por nosotras mismas, o que caigamos por nuestra
des poderes personales desde el principio. Lo sabía todo. Lo podía hacer cuenta. Es maravilloso cuando vuestra heroína corresponde a vuestro
todo. Ni siquiera mi existencia como cantante — una cosa que no podía afecto y vuestro respeto, pero no deseáis que viva su vida a través vues-
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tro como hace la madre. Idealmente, aquélla está a nuestro alcance de vuestra madre, y no por efecto de un sentido de pasiva fatalidad,
cuando la necesitamos, pero no grita «¡ Traición!» si nos alejamos. Tie- o del deber y el temor, habréis logrado una victoria. Nos hallamos ante
ne su propia vida, y permite que nosotras tengamos la nuestra. una vida autoafirmativa, tan válida como cualquier otra.
«Siempre he acariciado algunos sueños — m e dice una chica de De lo que aquí tratamos es de otra clase de mujer, de una que no
diecisiete años, estudiante del primer curso en un colegio mixto del desea llevar la vida de su madre, pero que advierte que de todos modos
Midwest—. Quise seguir un cursillo de medicina, pero tropecé con la está repitiendo. Se han ido presentando alternativas, que fueron pro-
tantos inconvenientes que acabé por renunciar a la idea. Luego, entré badas, pero siempre contenían un riesgo demasiado grande. Resultaron
en relación con la decana de la Facultad. Me admiraba su aire de per- estimulantes durante uno o dos meses, perfectas por espacio de varios
sona liberada, de mujer que da la impresión de tener todas las puertas años tras los escolares, pero no podían ser consideradas útiles para toda
abiertas. Ya sé que no habrá forma de que me transforme en lo que una vida. Es posible que esas jóvenes mujeres abandonaran su casa
van a ser la mayoría de las jóvenes de este campus: unas futuras reinas físicamente, que adquirieran experiencia en el terreno sexual, que juga-
del hogar... Me siento deprimida al observar la cantidad de muchachas ran con el amor, con el trabajo, los hombres y otras cosas, pero nunca
que vienen aquí con el solo objetivo de encontrar marido. Quizá sean estuvieron completamente comprometidas, entregadas a lo que hacían.
estimuladas a ello, pero de no haber dado con aquella mujer no sé qué «Siempre pensé que tenía un internado a mi lado, que representaba a
hubiera sido de mí. Observándola, pensando en las cosas que había he- mi conservadora madre — m e dice una joven— y que había otro as-
cho, comprendí que yo también podía emprender algunas semejantes. pecto "hippy", que representaba a la gente con la que viví durante los
Se ha realizado, es una mujer completa. No se ha casado, pero se siente primeros años que pasé fuera de casa. Pero creo que no pertenezco a
perfectamente feliz con la vida que lleva.» ninguna de esas dos facetas. Cuando me encuentro en lo más elevado
Si no podemos dar con mujeres que nos ayuden con seguridad du- de un alto edificio, pienso, en ocasiones, que terminaré precipitándome
rante el proceso de separación, renunciaremos a nuestro propósito, para en el vacío.» La solución habitual para las mujeres como ésta es el ma-
regresar al punto de partida. Una vuelta a la madre en esta etapa de la trimonio. Sally Smith no parece gustarse mucho a sí misma, especial-
evolución constituye una derrota significativa, que atenta contra la con- mente por haber sido siempre la hija de la señora Smith. En cambio, la
fianza que teníamos en nosotras mismas y mina nuestra voluntad cuando señora Jones... ésta sí que ha alcanzado una identidad.
llegue el momento de efectuar una nueva prueba. Las personas que han
vivido esta experiencia desfilan por la vida resignadas, no volviendo a ¿Ha ocurrido efectivamente así?
poner mucho empeño en nada; están convencidas de que van a fraca- En justicia, debe decirse que la visión que tenemos de la madre
sar antes de pasar a la acción. Son las eternas víctimas, que caen repe- hace casi imposible que con su vida nos ayude en el proceso de la sepa-
tidas veces en las redes de unas relaciones masoquistas con hombres do- ración. Una mujer independiente es un ser que tiene una relación total-
minantes y egoístas, a quienes son incapaces de abandonar. Cualesquiera mente diferente con la vida, los hombres, el trabajo y hasta consigo
que hayan sido los modelos significativos de autoafirmación que tuvie- misma, diferente de la que nosotras estuvimos dispuestas a detectar en
ron a su alcance durante los años formativos, jamás establecen contacto la madre. Si lleva una existencia independiente de nosotras, no nos
con ellos. Al desplazarse hacia fuera, en dirección a quien representaba gusta, la desautorizamos. ¡Es nuestra madre! Debiera estar allí, ence-
la autonomía, su necesidad de seguridad les hace retroceder hacia la rrada, esperando nuestro regreso del colegio o de una pelea con nues-
persona que, antes que ninguna otra, no quiso que se fueran. Un día se tras amigas. Nosotras gozamos del privilegio de poder dejarla; ella, en
despiertan y al abrir los ojos se encuentran en un sitio que nunca se cambio, no puede hacer eso. El lamento es casi universal entre las hijas
propusieron visitar; ignoran cómo han ido a parar allí. En sus vidas de unas madres que triunfaron, según me ha sido posible comprobar
— especialmente al ser madres — identifican un esquema de conducta en las entrevistas celebradas con las primeras. También yo me siento
demasiado familiar, en el cual se sienten atrapadas. culpable: dije que solía quedarme muy impresionada al contemplar foto-
No estoy diciendo que para las mujeres lo mejor sería no casarse, grafías de mi madre anteriores a mi nacimiento. Mi madre aparecía en
ni tampoco que supone una derrota ser como es nuestra madre. Lo que ellas como una intrépida amazona. Pero también recuerdo —con una
interesa es poder escoger la vida que una ha de llevar. Si habéis sabido intensidad emocional mayor— mis silenciosas recriminaciones cuando
haceros independientes, decidiendo espontáneamente llevar la existencia ella salía por las noches, los reparos que me producía el hecho de que
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fuera más joven que las madres de mis amigas, de que no llevara puesto «Todas mis amigas se entienden con sus madres mejor que yo con
siempre encima un delantal y de que no tuviera los cabellos grises. la mía», dice una chica de quince años. «Me agradaría poder contarle
Insistimos en que la madre ha de ser casera, que ha de carecer de un puñado de cosas, pero estoy convencida de que no me comprende-
brillo. «Ha de ser como otra madre cualquiera.» Luego, con esa injus- ría. No me cree madura aún, ni suficientemente responsable para arre-
ticia peculiar de los pequeños, una vez la hemos encasillado en el tipo glármelas sola. De haber mejor comunicación entre nosotras se queda-
fijado, la rechazamos por carecer de connotaciones interesantes, y mi- ría asombrada al enterarse de cuanto hago y pienso. No me creería, se-
ramos a nuestro alrededor para lanzarnos en busca de otra persona... guramente.» En pura justicia, si la madre ha de mostrarse casi sobre-
Una que sea distinta, que nos facilite la manera de dejar el hogar, que humanamente generosa para dar a su hija de diez años un empujón en
nos ceda el apoyo de su brazo en tanto sometemos a prueba nuestras dirección a la calle, tendrá que hacerse patente en la hija una obliga-
vacilantes nuevas identidades. ción proporcional. Dice Mió Fredland: «La madre, habitualmente, no
Lo que da a la relación madre-hija su carácter tan punzante es su espera demasiado de su hija. Dentro de la relación establecida, consi-
aturdidora reciprocidad. Cuanto hace y siente una persona afecta inevi- dera lo que es mejor para ella como lo principal. Pero la chica siempre
tablemente a la otra. «Pese a toda mi experiencia profesional — dice se interesará más por sí misma que por la madre.»
la doctora Schaefer —, no he podido evitar esos sentimientos de rechazo Así es. Ahora bien, con excesiva frecuencia surge la queja: «Me
y abandono por parte de mi hija, una adolescente. A Katie le había gus- gustaría poder hablar con mi madre», que en realidad quiere decir:
tado siempre ir con Thomas y conmigo al teatro, a las casas de nuestros «¿Por qué no puedo decirle que fumo y bebo, e intento conseguir su
amigos, a todas partes. Era una acompañante maravillosa y a nosotros aprobación?» Una de las duras leyes del crecimiento es que las adoles-
nos encantaba su proceder. De repente, se negó a continuar en el mismo centes han de dedicarse a realizar peligrosas exploraciones en la vida.
plan. El teléfono estaba sonando durante todo el día, y solamente dis- Puede que esto sea necesario. Yo creo que sí lo es. Uno de los grandes
ponía de tiempo para sus amigas. Cuando la visitaba alguna amiga, crímenes que se cometen con las chicas corre a cargo de los padres, al
subían ambas a la habitación de Katie y se encerraban con llave. Desde envolver a sus criaturas con tanta inutilizadora capa de algodón que
luego, yo me sentía feliz al ver que iba haciéndose mayor, pero tuve hace que ni por un momento podamos afrontar el riesgo de la desdicha.
que hacer un gran esfuerzo para encajar aquel estado de cosas, a lo cual Las jóvenes no están preparadas para comprender que ésta puede llegar
contribuyó no poco Thomas, al hacerme ver que se hallaba pasando por por los dos caminos. Queremos imitar a los excitantes, quizá peligro-
una fase de la adolescencia y que en su actitud no había ningún rechazo. sos, seres que vamos conociendo, pero hemos de hacerlo con la apro-
Pude notar cómo nacía en mí un afán de venganza, el deseo de casti- bación sin reservas de la madre. Esta especie de proteccionismo da ori-
garla con motivo del teléfono, por ejemplo, o fijando rigurosamente las gen a la sensación de que no existen consecuencias de nuestras acciones
horas en que podía verse con las amigas. Cuando has estado íntimamen- que nuestros padres no puedan fijar. Nos hallamos ante una distorsión
te unida a tu hija, resulta muy duro, extremadamente duro, ver que de la realidad, una maduración retardada y una simbiosis prolongada.
se inclina hacia otras personas en busca de lo que casi exclusivamente Exactamente igual que comprendemos por qué la esposa de un con-
solía encontrar en ti.» ductor de coches de carreras rehuye visitar la pista, para no verlo en-
Un importante punto de carácter ético surge aquí. Si bien es un de- tregado a su arriesgada ocupación, en la adolescencia debiéramos com-
ber de la madre dejarnos ir, la responsabilidad de nuestra marcha recae prender que es posible que nuestra madre prefiera no saber que tene-
en nosotras. Estoy de acuerdo con Mió Fredland cuando dice que «una mos relaciones íntimas con un hombre de veinticinco años... y que no
madre debe ser una buena y amante consejera», pero entre los primeros solicitemos de ella su sanción. Si no somos suficientemente mayores
signos de madurez figura el que se deriva de conocer la diferencia entre para encajar la responsabilidad, no debiéramos hacer tal cosa.
lo que ha de decírsele sobre las pruebas llevadas a cabo acerca de los Lo sorprendente no es que tantas fracasemos, sino que sean tantas
nuevos estilos de vida, y lo que una ha de callarse. Si se lo contamos las que triunfan, que no todas seamos personas sin rumbo, chicas listas
todo, más de lo que quiere conocer, daremos con un indicio seguro de siempre para girar en redondo, pigmeos sexuales de por vida. Cuando
que no emprendemos con seriedad nuestra tarea de conquistar la inde- se piensa en todo esto, una se pregunta cómo ha podido desenvolverse
pendencia. Somos como unas adúlteras que explicaran sus pecados sobre entre tantas negaciones. Las zonas de conflicto con la madre, que he-
el lecho conyugal, en infantil súplica de perdón. mos aprendido a evitar — nuestros cuerpos, la ira, la masturbación, la
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sexualidad, el espíritu de competición —, componen una especie de pro- de hacer que nos sintamos incómodas. Es posible que tengan que pasar
grama para lograr nuestra retardación. Y sin embargo, aquí estamos: dos generaciones, o una, para que las mujeres empiecen a establecer di-
yo escribiendo este libro, tú criando a tus hijos, trabajando... En suma, ferencias entre un tipo de ira antipaternalista generalizada, dirigida con-
la mayor parte de las mujeres dan una aplicación satisfactoria a sus tra la sociedad como conjunto, y nuestras propias e individuales furias.
vidas. Podemos reaccionar con un movimiento de terror ante la llamada Entretanto, las Jane Fonda y las Gloria Steinem constituyen modelos
telefónica anónima a altas horas de la madrugada, ante el desconocido de afirmación y de independencia, modelos que no nos convencen del
que en la calle nos susurra al oído una palabra obscena, pero no nos todo. A los catorce años andamos en busca de un cuadro de lo sexual
retiramos. No nos metemos en una habitación y levantamos una barri- que podamos aceptar: el ofrecido por el cine, con sus estrellas carentes
cada contra la vida para siempre. Probamos nuevamente. de emociones, o el derivado de la feminista-separatista noción de ca-
¿De dónde hemos sacado esa valentía? rencia de relación sexual completa.
«Hay algo que no entiendo — dice la socióloga Pauline Bart —. Me Nuestro modelo de autoindividuación no es siempre nuestro modelo
refiero a esas teorías que respaldan la idea de que si una no tiene bue- sexual. En una sociedad que denigra la sexualidad femenina explícita,
nas experiencias en la niñez, su vida sexual, de mayor, será deficiente. nos sentiremos afortunadas si damos con alguna mujer sexualmente de-
Yo he sufrido las peores experiencias prematuramente: dobles mensa- finida. No es de extrañar que las personas hacia las cuales nos volve-
jes de mi madre (mucho peor que no percibir ninguno), malos tratos mos en busca de modelos sexuales sean con frecuencia las chicas «ma-
por parte de mi padre durante la adolescencia, y un matrimonio pre- las» de nuestra edad. Su espíritu es difícilmente resistible. Siendo «ma-
maturo que salió mal. No obstante, ¡aquí estoy!» las», nos hablan de algo que nosotras estamos deseando conseguir desde
¿Por qué verdaderamente es Pauline Bart una de las mujeres más hace mucho tiempo: la separación. Puede ser que no estemos aún dis-
despiertas y con más vitalidad entre cuantas he conocido, mientras que puestas a «recorrer todo el camino», pero queremos, al menos, conocer
otras, que al parecer tuvieron un mejor arranque psicológico, me sor- gente que lo ha hecho. Esas personas son nuestro futuro.
prenden por su embotamiento y su timidez, viviendo como protegidas En el curso de mis entrevistas, conocí a una mujer de conducta
por una envoltura? No podemos olvidar que nuestra herencia genética marcadamente asexual. En cambio, su hija, de veintiún años, proclama-
no es democrática. ba una idea sobre la sensualidad justamente opuesta a la de su madre.
Entre mis amigas, las más interesantes tuvieron unos padres difíci- Me pregunté de dónde había logrado la libertad necesaria para juzgar
les y unas adolescencias tormentosas. El temperamento básico y otros que la sexualidad es permisible a las mujeres. Entonces solicité entre-
misterios de la personalidad no pueden ser despreciados al intentar ex- vistarme con ella. Le pregunté cuándo, por vez primera, fue consciente
plicar la paradoja de la superioridad: que seamos tantas las que nos de que algunas personas sostenían en el terreno de lo sexual ideas dife-
movemos contra todas las dificultades, animadas por el deseo de dar rentes de las profesadas por su madre.
con un mundo mayor. Y aunque estimo que los modelos a que he alu- «Cuando yo tenía catorce años», me explicó la joven, «conocí a una
dido antes componen una gran parte de la respuesta, es fascinante pre- chica realmente bella en la pequeña población en que pasábamos los
guntarse por qué escogemos a determinadas personas para que nos sir- veranos. Yo tenía algunas cosas de las cuales ella carecía —era inteli-
van de puente hacia el desarrollo e ignoramos a otras, quienes, a unos gente; contaba con unos padres magníficos, por ejemplo—, pero tales
ojos extraños, parecerían auténticamente atractivas. Durante mis inves- cosas parecían no tener la menor importancia al lado de su bronceada
tigaciones, por ejemplo, he comprobado que mujeres como Gloria Stei- piel, de su atractiva figura, de su popularidad entre los hombres. Esta
nem y Jane Fonda no «cautivan» la imaginación de la mayoría de sus chica cerró un trato en cierta ocasión con su novio: si él dejaba de
compañeras de sexo. Puede ser que las admiremos, pero nunca he fumar, ella dejaría de utilizar los sujetadores que moldeaban su busto.
oído decir a ninguna mujer que querría ser como ellas. Éstas son las No se me ha olvidado esto. Jamás se me había pasado por la cabeza
revolucionarias; nosotras somos aún las hijas de nuestras madres. que una fuese capaz de ponerse de acuerdo con un muchacho para tal
Intelectualmente podemos admirar o respetar lo que las feministas cosa. Aquella chica me tenía fascinada, y a veces también me repelía.
extremadas propugnan, pero en el nivel más profundo, en el que vivi- No obstante, no se me ha ido de la memoria».
mos, todavía no hemos asimilado esos valores, ni, por tanto, los hemos Los chicos adolescentes se desenvuelven mejor que nosotras en su
hecho nuestros: parecen anti-machos, o «no femeninos», hasta el punto búsqueda de modelos sexuales. Es posible que no juzguen a sus padres
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como la encarnación de Don Juan, pero al menos los ven atraídos por los casos, nos dan una idea sobre la mujer y lo sexual tan romántica que
las mujeres, los descubren volviendo la cabeza cuando pasa una mujer cuando vivimos una experiencia nos extraña que no se desarrolle todo
bonita por la calle, les oyen hablar de temas sexuales. Puede ser que como en la escena en que Robert Redford retenía a Ann Margret en
a nosotras no nos guste esto, juzgando que hay en ello algo de mal sus brazos. Confundimos lo sexual con el idilio romántico porque no
gusto, pero lo cierto es que el chico, de esos hechos saca una conse- llegamos nunca a ver una mujer sexual desde el punto de vista de una
cuencia: tener una vida sexual es algo que no admite reparos. En cam- mujer. Dice Molly Haskell, crítico de cine: «Como sustitutivo, lo que
bio, ¿qué hija ha oído a su madre formular un juicio sobre el atractivo se nos da son fantasías de hombres sobre las mujeres, hablándosenos
sexual de un hombre bien parecido? ¡ Oh, sí! Hablamos de sus manos, de éstas como de vírgenes o prostitutas. Tuvimos a la pura chica de al
de sus ojos, del corte de su traje, pero ¿quién menciona la línea seduc- lado: Debbie Reynolds, Doris Day, Grace Kelly... En la década de
tora de sus caderas o de sus hombros? ¿Cómo reacciona una madre ante los años 60, los hombres del cine intentaron darnos mujeres sexuales:
una expresión subida de color? No es de extrañar que las mujeres ca- Carrie Snodgress, en Diary of a Mad Housewife, y Jane Fonda, en Klu-
rezcan de respaldo adecuado, de modelos, como respuesta a las pelícu- te. Pero tales mujeres no constituían para las demás una fuente de
las «pomo». Entre nosotras no hay camaradería sexual. energía e imaginación. Producían una especie de sensación de modorra,
Recuerdo lo perpleja que me quedé, la primera vez que fui a la de agotamiento.» Esas mujeres no eran como nosotras queríamos ser.
playa, cuando observé que nadie hablaba de esos impresionantes bultos Las observaciones de tipo general de Molly Haskell cobran un pun-
que quedan marcados en los trajes de baño masculinos. Me senté en la zante e individual significado en el curso de una entrevista con una
arena, con mi pequeña pala en las manos, fijando la vista en el hombre mujer de treinta años de edad: «Yo solía ir al cine tres veces por día»,
que tenía más cerca, embutido en un traje de baño de espuma de látex me cuenta. «En mis años jóvenes no tuve ninguna actividad sexual, no
Jantzen, y comprendí el silencio de las mujeres. me masturbé nunca, no participé en juegos de ese carácter con otras
Hoy, los hombres han comenzado a vestir para ser mirados. En muchachas. Desarrollé, en cambio, muchas fantasías, basadas en lo que
parte esto se debe a que la mujer ha dejado de responder, como lo veía en los films. Experimenté una serie de fuertes sensaciones sexua-
hacía antes, frente al macho no diferenciado. Puesto que antiguamente les mientras veía a los protagonistas de las películas haciéndose el amor,
era tan modesta que «cualquier cosa, con tal que llevara pantalones» si bien, desde luego, por entonces ignoraba la identidad real de lo que
le parecía bien, el hombre tenía bastante con el tradicional traje de fra- sentía. Nadie me había explicado nada acerca de mi cuerpo. Pensaba
nela gris. Como ahora las mujeres se valoran más, se dan cuenta de que las presiones que notaba y mis sueños peliculeros eran tan sólo
que el abanico de posibilidades de elección se ha ampliado. Los hom- fantasías románticas que, según mis suposiciones, todas las adolescentes
bres, por tanto, comienzan a competir para atraer sus miradas. conocían. No llegué a pensar jamás que estaba reaccionando ante los
Los desnudos masculinos que determinadas revistas publican gene- actores de la pantalla no de un modo romántico, sino sexualmente. No
ralmente no impresionan mucho a las mujeres. Los psicólogos, a este sabía qué nombre había de dar a esas sensaciones, y como quiera que
respecto, dicen que éstas no se ven estimuladas sexualmente por la nunca me había tocado, nunca me había mirado —siempre, efectiva-
vista en igual medida que los hombres. Se deduce de ello que nos ha- mente, habían influido en mí para que no me mirara "allí" —, experi-
llamos ante un rasgo de carácter biológico, que nosotras somos «non- mentaba una terrible curiosidad, moviéndome en un mar de confusio-
voyeurs» natas. En mi opinión, se trata de una conducta aprendida, asi- nes toda mi vida cuando pensaba en lo romántico y en lo sexual. Me
milada. Una vez las mujeres se hayan puesto en marcha desde el punto resistía a contraer matrimonio. Temía que, de vivir con alguien, día
de vista sexual, dejando a un lado todos los prejuicios, sabremos por tras día, el "misterio" acabaría por esfumarse. Él me vería como era
fin si pueden o no sentirse excitadas por medio solamente del órgano realmente y no como la reina del sexo romántico en que me había con-
de la vista. También sabremos entonces qué es lo que realmente nos vertido después de haber contemplado durante tantos años las actua-
excita, y en sustitución de las ideas de los hombres acerca de lo que ciones de las "estrellas" de la pantalla de plata.»
ellas desean, nosotras dispondremos entonces de fantasías eróticas pro- A causa del rotundo «no» de la madre frente a lo sexual, y la falsa
pias. Entretanto, las jóvenes de hoy se vuelven, reverentes, hacia el sexualidad que apreciamos en el mundo comercial en que vivimos, poco
Oeste, hacia Hollywood, buscando una imagen de la sexualidad. es de extrañar que uno de los más arduos trabajos que se nos ofrezca
Por lo menos las películas llenan el doloroso vacío. En el peor de en la adolescencia consista en el establecimiento de esa esencia del yo
228 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 229

que los psiquiatras denominan «identidad del sexo». Nos hallamos ante Si a una joven se le concede un margen discreto de soltura pensando
un fascinante concepto. en la identidad del sexo, es seguro que a lo largo del proceso de for-
La identidad del sexo puede definirse como la forma de vernos no- mación intentará reforzar los sentimientos que más le agraden, asimi-
sotros, todos, hombres o mujeres, subjetivamente, no anatómicamente. lando rasgos de los caracteres para ella más admirables de los hombres
Y una de las medidas de nuestras existencias es el grado de certeza o de las mujeres que se desenvuelvan a su alrededor. Puede ser que
que sentimos en tal identidad. Hasta hace poco, cuanto sentía una mu- prefiera ser una girl-girl, como se dice en las canciones pop, o una
jer acerca de su carácter como tal no interesaba a nadie. Si su identidad criatura que viva aferrada a su madre, un ser de otra época; y también
anatómica revelaba su condición, entonces se daban unos rígidos jue- es posible que guste de las características de una mujer tan contempo-
gos que afectaban a la personalidad y al carácter, los esperados, que ránea que todavía no ha sido bautizada por los compositores pop, o de
se correspondían exactamente con el modo de reaccionar de otros ante un ser dispuesto a darse sexualmente, en posesión de lo que solía de-
ella. Actualmente, estamos comenzando a ver que al definir determi- nominarse afirmación masculina. O de una mezcla de estas dos perso-
nadas normas como emocionales o de conducta con los nombres de nas. Cuando yo tenía diecinueve años, mi abuelo, un hombre muy
masculinas o femeninas, hemos metido a los dos sexos en sendas cami- autoritario, volvíase hacia mí cuando le discutía algo. «¿De quién has
sas de fuerza. aprendido tú a contestar así?» me preguntaba. «De ti», le contestaba
A los quince años, cuando leía Rojo y Negro, de Stendhal, creía yo. Si nos sentimos seguras en nuestra identidad del sexo, jamás se
identificarme no con la duquesa, sino con el atrevido y valeroso Ju- nos ocurre pensar que estamos «equivocadas» en nuestra forma de
lien Sorel, el héroe que abandona el hogar para ir en busca de fama proceder. «Puesto que soy una mujer», me decía una amiga reciente-
y fortuna (que constituye la forma literaria de anunciar el comienzo de mente, «todo lo que hago es femenino».
la búsqueda de la propia identidad). Pero mi identificación tenía un Pero permitidme que al llegar aquí haga una importante adverten-
carácter secreto. Veinte años atrás era impropio de una dama decir cia. Aunque creo que se ha producido un cambio en las ideas sobre la
que «iba a actuar como un hombre». Esto ni siquiera se podía pensar. identidad del sexo que nos ha permitido una mayor participación en las
Como mi identificación permanecía oculta, resultando vergonzosa para complejidades de la vida, tal cambio no se ha operado interior y um-
mí, era nutricia solamente en parte. Cuando en vez de buscar marido, versalmente. Vivimos un sentido de valores casi esquizoide. Refiriéndo-
como hicieran las chicas en cuya compañía me crié, dejé el hogar para se a nuestro asentimiento al último manifiesto sobre libertad sexual, el
dirigirme al Norte, mi fidelidad a aquel papel era solamente experimen- doctor Robertiello dice: «Nos parece que la idea que posee la mujer
tal. Por el hecho de no poder ser sincera en cuanto a lo que deseaba de su identidad sexual, y su subjetiva impresión acerca de sí misma
ser y la forma de lograrlo, era responsable a medias de mí misma. como tal mujer, son cosas que se hallan mucho más relacionadas con
Actué con tanta ambición como Julien, pero a diferencia de éste, una el concepto de su persona como madre que con el concepto de sí misma
vez hube triunfado y me fueron ofrecidos puestos descollantes, formu- como ser sexual.
lé excusas para rechazarlos. Me acosté con los hombres que quise, pero
»Pensemos, por ejemplo, en una mujer divorciada, que ha tenido
estuve temiendo el rechazo constantemente. Mis héroes, mis modelos,
varios amantes. Esta mujer no será capaz de juzgarse una mujer ade-
las personas que me habían atraído en los libros y en la vida real eran
cuada si no cumple con todas sus obligaciones maternales. ¿Y quién
hombres. Todo se me antojó demasiado confuso. Deseaba ser una mujer,
puede disfrutar de una vida sexual en regla si se juzga una mujer mala?
pero no quería ser como las otras mujeres. Carecía de modelos.
Es posible que esta persona pase un buen rato en la cama, pero siem-
«Todas las personas poseen en potencia las cualidades que nosotros
pre que se refiera a esto habrá una connotación peyorativa en su co-
juzgamos masculinas o femeninas — declara Jessie Bernard —. A mí me
mentario. En vez de decir: "¿Verdad que soy una mujer excitante,
agradaría que se desarrollaran en los dos sexos... Hay hijos que son
muy sexual?", dirá: "Soy una mala persona. Debiera estar en casa,
gentiles y tiernos; y chicas que pueden ser fuertes, de carácter firme.
cuidando de mi hija."»
Es posible que esto vaya en aumento al participar los hombres en ma-
yor medida en la educación de los hijos.» Yo iría más lejos aún que el doctor Robertiello. Ni siquiera tene-
La idea contemporánea de la definición del sexo es para las mujeres mos que ser madres para ver nuestra identidad más relacionada con la
muy compleja y substanciosa, en una medida superior a lo conocido. maternidad que con la sexualidad. De no repetir el modelo de vida de
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nuestra madre, la mayor parte de nosotras albergaremos la sospecha de embutida en un camisón negro de encajes y con una pierna levantada.
haber fracasado, de ser incompletas. «Era una foto muy sexy — explica la doctora Bart —, pero las interro-
Por ejemplo; tendría que haberos dicho que me hallaba totalmente gadas la rechazaban. Cuando la escogían, negaban sus alusiones sexuales.
comprometida conmigo misma, por mi decisión de no tener hijos; y, Manifestaban algo semejante a esto: "Ésta es la foto de una mujer que
sin embargo, cuando escribía el primer capítulo del presente libro, mi acaba de poner a dormir a su pequeño, y que se siente fatigada."» La
argumento contra el instinto maternal era tan fuerte y desproporcionado idea amenazadora de lo sexual era inmediatamente sustituida por la
que me sentí casi incapaz de soslayarlo. No podía darle un énfasis ló- asociación segura de la maternidad. Cuando la doctora Bart preguntaba
gico — ni más, ni menos — porque estaba defendiéndome a mí misma. por qué se dejaba a un lado la foto, la contestación recibida a menudo
Todos los razonamientos del mundo no me han convencido todavía de era: «¡Oh! Esa fotografía muestra una mujer con poco sentido de la
que, al ir contra mi formación, no he abandonado mi verdadera iden- moralidad.»
tidad del sexo, la auténtica feminidad. «Esas mujeres — concluye la doctora Bart — carecían de relaciones
He entrevistado a algunas mujeres que tenían quince años menos con lo sexual. Eran personas muy convencionales, buenas, tradiciona-
que yo, las cuales me han dicho que para las de su generación es más les, bien "programadas", que se atenían a las normas de siempre en
fácil escoger un modelo de vida de su agrado. En cualquier grado que un ciento cincuenta por ciento, y en la mujer una de las cosas que se
se estime, ello es cierto, y estoy convencida de que eso tiene que ver programan es su carácter no sexual.» ¿Quién puede poner en duda que
con los modelos de las vidas de otras mujeres. Las jóvenes de hoy la incapacidad de conectar lo femenino con lo sexual es en parte res-
poseen una inconfundible ventaja sobre las de las generaciones anterio- ponsable de la depresión sufrida no sólo por las mujeres entrevistadas
res, y al consolidar los progresos conseguidos por las mujeres prece- por la doctora Bart sino también por la totalidad de la raza femenina?
dentes se convierten en modelos de las que han de venir. He aquí una
época para la que vale la pena trabajar: aquella en que una mujer, Mientras los modelos y las figuras de identificación nos ayudan a
después de tener relación sexual con su esposo o su amante, se sienta separarnos de la madre, los sustitutos representan otro papel distinto
tan segura de sí misma como cuando mantiene entre sus brazos a un en nuestras vidas. Los psicólogos que centran su atención en la infan-
bebé. cia limitan habitualmente el significado de la palabra «sustituto» a los
En un fascinante estudio, la socióloga Pauline Bart demuestra con que al principio remplazan a la madre... Son personas a menudo os-
documentos el daño causado a la psique al sustituir la condición ma- curamente recordadas, pero casi míticamente importantes, quienes nos
terna — que constituye un posible elemento en la identidad del sexo — nutrieron un día emocional y físicamente. Figuran entre ellas las ins-
por la condición femenina, que es un concepto total. El estudio se titutrices, las amas, las abuelas y las hermanas mayores. Estos seres nos
basó en las notas clínicas de 550 mujeres afectadas de depresión, en dieron un día calor y amparo, cuando la madre no estaba física o psi-
un hospital de Los Ángeles. La edad de esas personas oscilaba entre cológicamente disponible para nosotras, por una serie de razones. En
los cuarenta y los cincuenta y nueve años. «También mantuve veinte aquella época de la vida, una época de dependencia para nosotras,
entrevista — explica la doctora Bart —. Cuando hacía a las mujeres al- cuando no había llegado el momento de estar dispuestas para la sepa-
guna pregunta referente al tema sexual, trataban de eludirlo. Si les ración y buscábamos con ansia la proximidad a alguien, los sustitutos
pedía que fijaran por orden de importancia la actividad sexual, ésta nos cedieron muchos de los rasgos emocionales y personales que después
jamás era situada en primer lugar, ni en el segundo, y raras veces el acarreamos en el curso de la existencia.
tercero... Y eso que en el cuestionario se ofrecía a su consideración la De ellos eran las sonrisas que deseábamos ver y sus ojos los que
alternativa de "ser una compañera sexual para el esposo".» observábamos, buscando el amor y la aprobación que necesitábamos.
En otra parte del informe, la doctora Bart mostraba a las mujeres «Son nuestras madres psicológicas — manifiesta Betty Thompson — las
doce sencillas, pero sugestivas, fotografías, y les pedía que idearan una que nos enseñan a sentir nuestras emociones. Muchas mujeres que han
historia breve sobre la vida de las mujeres que aparecían en las fotos. tenido madres biológicas no emocionales, ni demostrativas, crecen, sin
Tratábase de una técnica proyectiva normal, bien comprobada por la embargo, con la espontaneidad, la vitalidad, la viveza de mirada o k
experiencia. cadencia de voz de las personas sustituías, de quienes las atendieron
En una de las fotografías aparecía una mujer tendida en una cama, y respondieron a sus necesidades cuando eran pequeñas.»
232 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 233

Joan Saphiro, profesora del Instituto de Previsión Social en el madre, gozando de la libertad para enfrentarnos con el futuro. Si tene-
Smith College, declara: «La verdad es que yo llamo "madre" a la mu- mos suerte, volveremos a gozar de tal sensación con otra persona, nue-
jer que cuidó de mí durante seis años. Poseo su sentido del humor, vamente, más adelante. Esta maravillosa acción de equilibrio entre dos
tengo sus gestos, me gusta, como a ella, la música, me agrada el baile personas puede constituir un ensayo para el matrimonio.
y la vida al aire libre, cosas que son, igualmente, de su agrado. Cuan- «En el curso de mi trabajo, así como en mi propia vida privada
do mi hija la visitó por primera vez, vio en ella tantas cosas mías que — dice la profesora Saphiro —, he podido observar que cuando alguien
la llamó "abuela" inmediatamente. A mí me considera mi institutriz vive una buena experiencia con una persona sustituta de la madre en
como una hija mayor, y le inspiro tanto cariño que sus hijas, ya mayo- los primeros años de su vida, tiende a desarrollar un instinto especial
res, se sienten celosas.» que le permite dar con otros seres análogos a lo largo de su vida. Se
Dados los imperativos del desarrollo en la adolescencia, durante desarrolla una llamativa cualidad que las personas sustituías en poten-
la cual necesitamos experimentar con la libertad, aunque sin querer cia captan. Hay quienes necesitan atenciones maternales. Hay quienes
perder nuestro lazo de unión con la madre, la necesidad de los susti- gozan prestándolas.»
tutos surge nuevamente. A los doce y catorce años pasamos por una Existe una gran diferencia entre los sustitutos de la niñez y aque-
reproducción de la fase de aproximación — o «reabastecimiento» —, llos con quienes topamos durante la adolescencia. En este caso, la elec-
vivida primeramente a los dos o tres años. En la adolescencia, la per- ción corre a nuestro cargo. Las institutrices y hermanas mayores que
sona que encontramos como sustituía de la madre en tal experimenta- nos confortaron y atendieron de pequeñas procedieron así partiendo de
ción del alejamiento, es con frecuencia una chica de nuestra misma ellas la iniciativa. Los sustitutos de la adolescencia, las personas cuyos
edad. Nos apoyamos una en otra para procurarnos seguridad del mis- cuerpos, cuya aprobación, cuyo contacto y estima fueron tan vitales
mo modo que planeamos las aventuras del futuro. Estos ardientes cho- para nuestra continuada evolución, son elegidos por nosotras. Los es-
ques, incluso cuando existe una actividad homosexual, son útilmente cogemos nosotras, sí. Hemos crecido ya, estamos suficientemente for-
comprendidos como una necesidad de hallar un refugio, una atención madas para saber qué es lo que deseamos. Nuestras necesidades son
maternal mutua, más que un deseo de relación sexual explícita. «El pri- más bien de carácter psicológico. Las otras, las referentes a nuestra
mer amor de una — afirma Betty Thompson — es habitualmente una re- alimentación, cuidado, aseo, pasan a ocupar un lugar secundario. Y,
creación de la relación emocional del Edén... aquella que una vez exis- con todo, los sustitutos de la primera etapa de la vida, así como los
tió entre tu madre y tú misma.» Enamorarse significa amar el recuerdo de la adolescencia, comparten a menudo una suerte similar al fin: son
de esa relación, o una fantasía de cómo le hubiera gustado a una que olvidados. Tendemos a olvidarlos, a subestimar su importancia.
fuera. «Incluso en ese tipo de ardientes relaciones — añade la doctora «Me acuerdo de la institutriz que tuve de pequeña», dice una mu-
Thompson —, en que la muchacha encuentra insoportable estar alejada chacha de quince años. «Me veo recogiendo con ella las ropas puestas
del chico aunque sea un momento, existe una re-creación de la relación a secar. Era un trabajo que me agradaba. Yo la llamaba abuela, aun-
infantil. Es fácil observar que el muchacho representa el papel de una que no lo era, claro. Todavía me gusta recoger la ropa limpia.» Tam-
persona sustituta de la madre.» bién le agrada a esta chica mantenerse unida a alguien y posee una
Puede considerarse afortunada la adolescente que tiene relación con gran capacidad para intimar con cualquiera, capacidad que su madre,
alguien a quien puede admirar, y que también la ama. En esta otra muy fría y nada emocional, no entiende. «Mi hija está viviendo un
persona quedan combinados los papeles de modelo y de persona sus- intenso idilio con su novio», explica la madre. «Yo no pasé jamás por
tituta. Puede tratarse del primer tanteo de una chica para resolver la una experiencia semejante. Ella es mucho más afectiva que yo. No sé
aparente contradicción que supone desear liberarse de la madre al tiem- a dónde va a llevarla esta manera de ser.» Nadie recuerda de quién
po que desea aproximarse a otra persona. Una de las grandes ventajas ha sacado la joven su conducta emocional. En lo de llegar a admitir
es que el sustituto no siente tantos temores por nosotras, ni se halla una especie de herencia sentimental, no va más allá de reconocer su
tan encerrado en nuestras personas. La intensidad emocional de la re- afición a plegar amorosamente la ropa ya lavada.
lación no es tan ardiente. Y lo que es igualmente importante, nuestros Otra mujer me habla de la influencia que en su vida ejerció una
temores de ser reabsorbidas por la madre se alivian. Con el sustituto, profesora, pero añade que se sintió obligada a mantenerlo oculto.
tenemos a nuestras espaldas la antigua seguridad proporcionada por la «Cuando yo tenía catorce años, mi profesora de inglés cambió mi vida.
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Ella me enseñó no sólo a leer sino a valorar la inteligencia. No era una ciles. «Olvidamos» porque nos sentimos excesivamente culpables para
mujer guapa, que era lo que las chicas de mi pandilla apreciaban más. recordar. Dice la doctora Helene Deutsch: «Es frecuente el caso de la
Me siento avergonzada al confesar que nunca le dije a nadie cuánto mujer que no acierta a recordar hasta qué punto influyó en su desarro-
la admiraba. Me limité a tomar lo que me ofrecía, y luego salí dispa- llo emocional de niña una institutriz o un ama de llaves... Esto es de-
rada. Jamás le di las gracias, de lo cual me he arrepentido siempre.» bido a la existencia de un sentimiento de culpabilidad (pensando en
Esta rara ingratitud no tiene nada que ver con la inteligencia ni la madre), por haberse permitido la interesada albergar sentimientos de
con la edad. «Recientemente — dice el doctor Robertiello —, dentro de amor por otra mujer.»
mis propias sesiones de análisis redescubrí a un importantísimo tío Tal sentimiento de culpabilidad arranca de la simbiosis. Para quie-
mío. Tenía diecinueve años cuando yo contaba cinco, y era, quizá, el nes se mantienen unidas, la admisión de la presencia de alguien más
hombre más destacado de mi infancia. A lo largo de tantos psicoanálisis suscita el temor a la ira del sujeto simbiótico, el justo castigo y el po-
como he llevado a cabo en mí mismo, nunca había hecho aparición sible abandono. No podemos seguir viviendo ya con tales agobios. Ac-
en mi mente consciente. Cuento cincuenta y un años, y hasta ahora tualmente, cuando las madres se encuentran implicadas en más de una
había mantenido su figura reprimida.» tarea, las criaturas necesitan más de una madre. No se trata de dar
Se trata nada más que de tres ejemplos. Una y otra vez, en mis con alguien que les acompañe tan fríamente como lo hace un aparato
investigaciones sobre el tema de este capítulo he recogido pruebas de de televisión, sino una persona hacia la cual sientan que pueden diri-
esta negación. La mayoría de la gente, cuando se le pregunta de un girse libremente, que esté allí por ellas, que pueda ofrecerles su afecto
modo directo si hubo alguien en su vida que desempeñó para ellos el y su calor sin experimentar la sensación de que provoca los celos de
papel de madre, o si recuerdan a alguna persona con la que se identi- la madre. Las jóvenes, particularmente, viven grandes cambios en cuan-
ficaran plenamente al crecer, se limitan a encogerse de hombros, res- to a modales, costumbres y expectativas; están necesitadas de todo el
pondiendo que no, que no hubo nadie. Ningún sustituto, ninguna he- amor que puedan encontrar en personas que ha de procurarse que sean
roína, ningún modelo. «No hubo nadie que hiciera las veces de madre ío más diferenciadas posible; necesitan tener acceso a una variedad de
para mí, ni una persona a la cual deseara parecerme al crecer.» ¿Me modelos aparte del proporcionado por la madre.
están mintiendo estas mujeres? Pero ésta, primeramente, debe renunciar a sus beneficios ilusorios,
No lo creo. No veo que haya irritación o ardor defensivo en su provenientes de una simbiosis que ha durado demasiado tiempo. Es po-
gesto al desentenderse del tema. Se encuentran perplejas ellas mismas... sible que la persona más próxima en quien puede depositar una parte
Especialmente si tienen la impresión de haber transcendido la imagen de sus actividades maternales sea el esposo. Dice Mió Fredland: «En
que su madre les presentó. ¿Cómo lo hicieron? «Supongo que me for- realidad, el sexo de la persona que realiza tales funciones es cosa se-
mé yo misma», declaran, subrayando con un expresivo gesto su igno- cundaría.» Hay hombres que resultan maternales. Hay mujeres que no
rancia. pueden merecer tal calificación. A la hija le da igual que el afecto ven-
«Estimo que esta clase de olvido — explica el doctor Robertiello — ga de aquí o de allí. «La maternidad es una cosa demasiado importante
puede arrancar de la idea de que constituye una deslealtad para con para dejarla exclusivamente en manos de las mujeres —declara Jessie
nuestros padres reconocer la importancia de otras personas. Aunque Bernard—. Ha de ser compartida.»
sea inconscientemente, comprendemos que debemos a los modelos de Indudablemente, sin embargo, la mayor parte de los padres no han
nuestra juventud demasiadas cosas, y fijamos nuestra atención en otro aprendido todavía a aceptar la responsabilidad que implican los hijos
asunto. Es una especie de defensa de nuestras antiguas ideas de omni- en la misma medida que las mujeres. «Cuando estoy en mi trabajo
potencia. Puede ser que nos avengamos a reconocer que nuestros pa- ando preocupada constantemente. Me pregunto si él habrá dado a Su-
dres fueron formativos para nosotras. En fin de cuentas, esto es lo sie su merienda», me cuenta una mujer. «Tengo muy presente que ha-
normal. En cuanto a reconocer que teníamos necesidad de otras per- llándonos los dos en casa, si el bebé llora, él continúa durmiendo.
sonas... ¡Oh, no! ¡Eso no!» Soy yo quien lo oye siempre. ¿Cómo voy a confiar en él?»
Si admitimos, aunque sólo sea para nosotras mismas, que en algu- ¿Y qué hacer para cambiar este estado de cosas? En este caso, la
na ocasión preferimos una persona determinada a nuestra madre, for- culpa no es toda de los hombres. Mientras una madre piense que su
mulamos una terrible acusación, tachándonos de frías, egoístas y difí- principal valor radica en el hecho de ser la única persona con quien
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se puede contar verdaderamentepara llevar adelante a una hija, no de otros modelos en su vida. «Pero si piensa que no fue una buena
aceptará que pueda existir otfácapaz^de comprenderla como ella. No madre — manifiesta el doctor Sanger —, su sentimiento de culpabilidad
habiéndosele dado nunca responsabilidad^ plena en este terreno, el pa- la hará ponerse furiosa. Se mostrará terriblemente hostil con la gente
dre no tarda en desprenderse de la poca\me tuviera. que podría ayudar a su hija. ¿Cómo va a admitir que no fue todo lo
«En el seno de la familia "moderna — dice la doctora Betty Thomp- madre que la sociedad y su misma hija le enseñaron que debía ser?
son— la relación madre-hija va a ser seriamente alterada. Habrá más Su propia feminidad se encuentra en peligro.»
de una persona con actividades maternales en el futuro. Existiendo un Las asistentas sociales dan cuenta día tras día de casos de madres
padre que actúa de sustituto de una madre, se presenta el caso de la que desean conservar su libertad, pero que aspiran también a que la
relación de ese tipo.» La idea es reforzada por la doctora Fredland: hija se halle primariamente ligada a ellas. «Lo he visto en las peores
«Yo no sé qué es lo que convierte en maternal a una mujer. Sé de mu- madres — refiere Mió Fredland —. En el momento en que ven que su
jeres que han tenido unas madres biológicas pésimas, y ellas, sin em- hija se liga estrechamente a una institutriz, o a cualquier otra persona,
bargo, son muy maternales. Otras mujeres que fueron atendidas por se apresuran a desembarazarse de esa persona. Odian a la criatura, odian
madres tradicionales no presentan ninguna cualidad maternal. Me figu- el papel que les toca representar, odian todo lo que tenga relación con
ro qué es lo que ha pasado aquí: que alguien se ha mostrado muy ma- este asunto, pero les resulta insoportable que la niña se sienta emocio-
ternal con ellas. Esto no tenía por qué correr necesariamente a cargo nalmente unida a alguien.»
de la madre, ni siquiera de una mujer. Pudo haber sido el padre. O Una madre lamenta la existencia de sustitutos porque se halla sim-
un tío.» bióticamente unida a su hija y teme la ruptura. A otra le ocurre lo
No son temas de este libro las guarderías ni los horarios flexibles, mismo porque en realidad su hija le disgusta, y teme que un sustituto
pero es preciso decir que cualquier plan que implique la utilización de le haga ver su falta de amor. De un modo u otro, la hija es quien
sustitutos de las madres fracasará si éstas no aprenden antes a renun- pierde. Cuando a su vez se convierta un día en madre, recordará las
ciar a parte de la responsabilidad de cuanto acaece a los miembros de ansiedades de la suya, y descubrirá por ellas que poner a la hija en
la familia. Tales mujeres no pueden ser una madre total, una asalariada manos de otra persona, para que le proporcione amor y cuidados, sig-
total, una esposa total. Las hijas de las mujeres en estas condiciones nifica ser una «madre mala». Creerá que no obra bien... Nada la hará
asimilan las ansiedades y celos de sus madres. Incluso si parte del sus- desistir de su opinión, ni siquiera en el caso de que las circunstancias
tituto es aceptada, el presente quedará envenenado por el temor a que económicas le aconsejen abandonar el hogar para buscar un empleo.
ese beneficio suponga una traición contra las emociones simbióticas de Son numerosas las mujeres que actualmente vienen asumiendo ries-
la madre. La hija se hace con lo peor de los dos mundos. Sufre a con- gos, fatigas y afanes que antes solían ser exclusivos de los hombres, y
secuencia de la separación de su madre, y forcejea con su ambivalencia que, sin embargo, no han podido zafarse de los riesgos, fatigas y afa-
al permitirse a sí misma ser consolada por el sustituto. nes que se derivan del hecho de ser madres. Jessie Bernard manifiesta:
«Freud solía decir que la vida es, casi siempre, la gran curandera «Un chico de tres años dirá: "Quiero ser astronauta, bombero, solda-
— manifiesta la doctora Fredland —. Ciertas experiencias, personas con do." Cuando crezca, se dará cuenta de que no puede ser todas esas co-
las que se llega a establecer contacto... Estas cosas pueden contrarrestar sas, y se concentrará en algo, limitando sus aspiraciones. Pero las niñas
un daño causado prematuramente. Una criatura es siempre algo tierno, son criadas como para vivir con arreglo a una oculta agenda. Superfi-
maleable. La neurosis puede dar a esa naturaleza plástica una forma cialmente, nos decimos: "Pues sí... Tienes tanto derecho como un chi-
distorsionada, dura. Pero si la pequeña es afortunada y conoce felices co a ejercer una carrera, a ser médico, o abogado, pero existe un oculto
y vitales experiencias, con un sustituto, por ejemplo, la neurosis será mensaje: has de ser madre también." La chica decide: "Voy a ser abo-
parcialmente curada al menos, y a la estructura emocional básica le gado. Y también voy a tener una familia." No se reconoce el hecho
será facilitada una oportunidad para que se recomponga y adopte una de que en nuestra sociedad es estructuralmente muy difícil ser madre
forma más saludable.» y abogado a un tiempo. Esto equivale a la declaración del pequeño de
Si la madre está radicalmente convencida de que como tal fue bue- antes: "Voy a ser bombero y astronauta."»
na, y que se halla a la altura de las circunstancias, es posible que se Algunas mujeres pueden ejercer plenamente una carrera y también
ponga de acuerdo con su hija para tratar de su necesidad de disponer ser madres, a base de jornada completa, pero tales damas componen
238 MI MADRE, YO MISMA MODELOS Y SUSTITUTOS 239

figuras sobrehumanas, y nadie puede basar una sociedad racional en nos años de nuestra vida de adultas. Podemos muy bien decir: «No
una totalidad de mujeres superdotadas. Es pedir demasiado, y cuando estoy enojada con mi madre!», pero ¿por qué caemos en tales cóleras
fallamos nos sentimos presas de la ira... sin saber por qué. Otras mu- cuando nuestra hija no limpia su habitación o nuestro esposo se retrasa
jeres, también jóvenes, alegan ser capaces-de combinar el matrimonio en llegar a casa? La furia no es apropiada. Ha sido desplazada desde
y la carrera elegida, pero deciden no/poder seKmadres. Dice la profe- la madre hacia alguien «más seguro». Esto es injusto y desconcertante,
sora Jean McFarland: «Creo que esVjusto advertir a las mujeres que conduciendo a discusiones que no pueden ser aclaradas porque el ob-
ejercer una carrera y ser madres a un tiempo constituye algo que vale jeto real de nuestras iras no se menciona jamás, ni siquiera se hace
la pena, que compensa el esfuerzo que exige. ATiora bien, estimo que consciente; examinar nuestras cóleras no resueltas, incluso ahora, sig-
no tiene nada de fácil. Algunas de nuestras mujeres más famosas han nificaría reavivar esas emociones infantiles de pérdida y de castigo que
decidido prescindir de la maternidad, no porque no les agrade tener nunca superamos.
hijos, sino porque les resulta imposible realizar sus dos tareas perfec- La verdad es que una vez enfrentadas con tal situación, podemos
tamente. Nos encontramos ante una decisión trágica, que se plantea a vivir hoy con esa ira. De otro modo contamina cualquier amor real que
las mujeres, y que la sociedad lamentará algún día.» podamos sentir por nuestra madre. A medida que los modelos e imáge-
En el curso de una entrevista, pregunto a una eminente socióloga nes de independencia y vida, que habíamos encontrado tan atractivos se
si habían existido en su vida figuras de identificación importantes. Mi nos escapan por entre los dedos, nos descubrimos más y más parecidas
entrevistada guarda silencio unos instantes, y luego responde: «Mi ma- a la ansiosa mujer, de fuerte espíritu crítico, sexualmente atemorizada,
dre admiraba a Margaret Sanger. Tenía un libro que trataba de ella, que nunca nos propusimos ser. Nos sentimos irritadas ante la persona
el cual leí. En cierto aspecto, mi madre era maravillosa. Yo pensaba que acabó con nuestra confianza en cualquier modelo, al mismo tiempo
que las reformadoras sociales eran mujeres estupendas. Soñaba con que operaba sobre nosotras utilizando el disfraz de la pasividad, del
echarme a la calle y cambiar el mundo como ellas, haciendo el bien. conservadurismo, de la resignación.
Yo procedo de una familia de políticos, pero no tuve realmente una Dice la doctora Betty Thompson: «La pasividad, en las mujeres,
figura de identificación. Quizá mí tía, que fue médico. Hoy me siento puede significar humillación, temor, falta de impulso, terror ante la
furiosa con mi familia. Nunca me ofreció ninguna alternativa de ma- posibilidad de que seas descubierta queriendo, necesitando algo. Todo
trimonio. Su plan consistía en mandarme al colegio a fin de disponer eso, a menudo, es ira.» A diferencia de los hombres, que ganan pun-
el día de mañana de algo que me respaldara, pero nunca tuve la posi- tos siendo de carácter duro y vehementes, las mujeres se encuentran
bilidad de cursar una carrera seria. ¡Y eso que teníamos a una mujer con que la ira es calificada como no «propia de una dama». Empeza-
médico en la familia! Todos me hacían sentir que mi obligación era mos por irritarnos, pero nos sentimos culpables y «amainamos». El re-
casarme, de manera que cuando apareció en mi vida aquel majadero, sultado es la personalidad pasiva-agresiva: alguien que expresa su en-
me casé con él. La verdad es que contraje matrimonio para salir de fado adoptando un disfraz aparentemente civilizado. «¿A dónde deseas
mi casa, para alejarme de ella. Era un ambiente estúpido.» ir esta noche, querida?», inquiere el esposo, no porque espere oír el
Esta mujer ahora está divorciada. Su historia la inicia mencionando nombre de un restaurante de labios de su mujer, sino porque desea
a Margaret Sanger y a una tía suya médico, pero sus observaciones se apreciar la entonación emocional de ella, complacida al salir en su com-
cierran con la negación de que existieran en su vida figuras de iden- pañía. «Adonde tú quieras», responde la esposa, privándole de la res-
tificación, y un torrente de ira. Una se imagina que hoy podría decir: puesta que él esperaba escuchar, pero disimulando su intención de cau-
«Gracias a Margaret Sanger y a mi tía, tuve el valor y el incentivo sarle una frustración y un enojo, al cumplimentar aparentemente la
precisos para llegar a ser socióloga.» Pero en vez de realzar el positivo pregunta expuesta. «La personalidad pasiva-agresiva — señala la doctora
impulso que estas mujeres han sostenido a lo largo de su vida, se es- Thompson — se asemeja a un coche aparcado que sólo pueda recular.»
tancan en sus iras, orientadas hacia sus familiares, incluida su «mara- Tal persona es la criatura de dos años que se niega a hacer lo que
villosa» madre. ¿No se encuentra esa ira anotada en la oculta agenda, quieren todos. Se siente fuerte al decir «no». Para ella, negar es re-
la idea, inculcada por su madre, de que, efectivamente, ella podía te- forzar su sentido del yo, aun en el caso de que, simplemente, se le
ner una carrera, pero que ante todo tenía que ser esposa y tener hijos? pida que continúe adelante, progresando en su desarrollo. El deseo na-
Por lo destructivo, ese enojo contra la madre debería arrasar bue- tural es para siempre, y una niña se siente contrariada cuando se le
240 MI MADRE, YO MISMA < MODELOS Y SUSTITUTOS 241

niega la evolución, importando poco que se la esté procurando por sí agradecida. Muchas veces le oí explicar a los demás lo mucho que les
misma. debía, lo mucho que se había alegrado por mí de que yo las hubiese
La ira es negativa, pero todavía supone un lazo. Retarda la sepa- encontrado. ¿No es esto amor?
ración porque mientras más estemos enojadas con la madre, más se La lunática cara opuesta de la moneda es que estoy irritada con
mantendrá ella en la cumbre de nuestros pensamientos, y seguimos sien- mi madre por no haberme dado por sí misma lo que encontré en aqué-
do su hija. Un terapeuta podría decir: «Bueno, de manera que está llas. Es el mismo caso de la mujer con un amante excesivamente libe-
usted enojada. Hay que desentenderse de esto. Hay que desentenderse ral. Ella agradece que la acepte aun después de haberse enterado de la
de ella.» Nada de eso. Preferiríamos siempre la ira al vacío. existencia de otro hombre, pero... ¿por qué no la rechaza? ¿En tan
Cierto día, hablando con el doctor Robertiello, éste me dijo, como poco la valora?
si se le hubiera ocurrido una idea de pronto: «Nancy: ¿por qué no Nunca quise enfrentarme con mi madre cuando me sentía presa de
puedes aceptar el hecho de que tu madre no te ama?» la ira. Habría servido de poco. No me habría comprendido, pero, en
Por un momento pensé que iba a abofetearlo. Pero en vez de ello, caso afirmativo, ¿qué hubiera podido hacer? Es demasiado tarde para
tuve uno de esos reflejos instantáneos, autoprotectores, y cambié de albergar rencores, pero seguiré con ellos durante toda mi vida si no
tema de conversación. Sus palabras, no obstante, resonaban en mi ce- acepto su existencia y su razón de ser. De otro modo, me encontraré
rebro. Por primera vez, en el curso de nuestras conversaciones profe- en la situación de esas personas que, como el doctor Sanger expone,
sionales, habíase presentado un tema del que yo no quería hablar con «intentan interminablemente hacer saltar el amor de su madre igual
Richard Robertiello. que el que sacude a alguien asiéndolo por las solapas».
Durante varias semanas estuve pensando en aquel incidente. Tras La posibilidad de que las madres lleguen no a lamentar sino a re-
sobresaltarme, me serenaba, pero de nuevo volvía a mi mente. ¿Cómo conocer gozosamente la necesidad de la presencia de unos modelos y
podía haber llegado a decir él tal cosa? Esto se convirtió en un dolor sustitutos en las vidas de sus hijas, constituye una emocionante idea
constante, hasta que un día, como si hubiesen acabado de quitarme un para el futuro. Un remedio, igualmente bueno a la hora de desarrollar
peso de encima, me sentí aliviada. ¡ Desde luego que ella no me amaba! la relación madre-hija a un nivel adulto, es la conversión de nuestra
Es decir, no me amaba de la forma perfecta e idealizada que yo había vida en modelo para la madre. «Mi madre tiene cincuenta y tres años»,
deseado siempre, desde niña. me dice una divorciada de veintiocho años. «La última vez que nos
Me apresuré a decir al doctor Robertiello que había experimentado vimos fue para comunicarme esto: "Nunca me había preguntado qué
una fuerte sensación de libertad como resultado de la comprensión de representaría para mí dormir con otro hombre, con uno que no fuera
su desconcertante pregunta. tu padre... Hasta que me enteré de la vida que tú hacías."»
«Pero, Nancy», me contestó, «interpretaste mal mis palabras. Yo La inversión de los papeles, el nuevo planteamiento, con la hija
no dije que tu madre no te amara "perfectamente". Guiándome por enseñando a la madre, parece liberar a ambas mujeres de las fijas de-
todo lo que me has contado acerca de vuestras relaciones, afirmé que mandas de ira y simbiosis. Incluso en el caso de que la hayamos supe-
no te amaba, nada más ni nada menos». rado, podemos forjar un nuevo y amante lazo al transformarnos en su
Todas las historias madre-hija tienen dos versiones, y el doctor Ro- modelo. «Mi madre trabajó desde que cumplí los catorce años», me
bertiello sabe solamente lo que yo le he contado. Por primera vez, cuenta una mujer de veintinueve. «Todo lo que mi madre realizaba
desde el momento en que me puse a escribir este libro, se me ha se hallaba subordinado a la idea de hacer a mi padre feliz y a que
ocurrido la idea de que la versión propia de las relaciones con mi ma- diera la impresión de haber triunfado en la vida. Yo me casé siendo
dre no ha sido distorsionada por la ausencia de su voz, sino por mis estudiante de segundo curso en el colegio. Deseaba tener una familia;
personales emociones, aquellas con las que no me he encarado. esperaba ser una esposa tradicional, como mi madre. Aquello no mar-
Es posible que la causa de que yo haya reconocido con tanta de- chó... El hombre con quien me casé no hizo nunca nada de prove-
senvoltura la importancia que en mi vida tuvieron mi institutriz y mi cho... Era como mi padre. Yo me atuve al modelo de mi madre, e
tía radique en el hecho de que mi madre aceptara a estas dos personas hice todo lo necesario para que mi marido pudiera ser considerado
sin dificultad. Jamás vaciló al reconocer lo que hicieron por mí, o me como un triunfador. Conseguí un empleo que me ocupaba parte de la
dieron; tampoco titubeó cuando tuvo que demostrar que les estaba jornada. Me matriculé en un centro de estudios. Deseaba ser tan efi-
242 MI MADRE, YO MISMA

cíente como mi madre cuando ayudaba a su esposo. Por último, no pude


soportarlo. Y lo abandoné.
»Me sentí satisfecha por haber dejado atrás aquel mal paso. En-
contré una buena colocación. Todo debería haberme parecido de color
de rosa, pero sentía un terrible enojo en mi interior. Pensé que era él
quien lo suscitaba. Pronto comprendí que en eso tenía mucho que ver
mi madre. Yo había sido una buena hija; había obrado de acuerdo con CAPÍTULO 8
cuanto me enseñara, pero sin lograr nada positivo. En cierto sentido,
ella me había mentido al explicarme cómo era, aproximadamente, la UN MISTERIO: LOS HOMBRES
vida.
»Voy a decirle algo que ha contribuido a apaciguar mis rencores.
He conservado hasta el día de hoy la costumbre de escribir las emes
Recientemente, he podido apreciar cuánto influyó mi vida en la de mi
en mayúscula. Cuando dibujo unos garabatos mientras telefoneo, o los
madre. Actualmente toma decisiones, cosa que nunca hizo antes, sin
hago en la arena, siempre me salen emes mayúsculas. La eme mayúscu-
mí. Y es capaz de decir a mi padre, al cabo de treinta y tres años de
la es una inicial: la de Morgan. Y Morgan representa a su vez a «Man
matrimonio, frases como ésta: «Puedes hacer lo que te plazca, pero Incarnate, Man the Mystery, Man Unobtainable».1 Desde el comienzo
no voy a rechazar ningún ascenso para que no te sientas derrotado o — alrededor de los trece años —, mi atención se centró en Morgan.
algo por el estilo. En mis actividades actuales voy a intentar llegar lo Nunca aparté los ojos de él, aunque tampoco me puso nunca las ma-
más lejos posible." Jamás habría podido decir nada semejante sin ha- nos encima. Excepto para propinarme algún que otro golpe. Siempre
ber sido espectadora de mis andanzas. Me siento orgullosa de mi ma- que una de nosotras le molestábamos, siempre que nos excedíamos, lle-
dre al verla evolucionar, haciendo cosas que hubiera debido llevar a la vando la broma demasiado lejos, intentando sacarle algo (¿qué?), él
práctica años atrás. Eso da un gran significado e intención a los años se erguía y propinaba a la osada de turno un seco y rápido golpe en
que dedicó a mi formación. Con mi vida, he proporcionado a mi madre un brazo. Lo hacía sin inmutarse y sin pronunciar una sola palabra.
una segunda oportunidad. No hay nada que me haga sentirme más Exhibir un moretón causado por Morgan constituía para nosotras un
orgullosa...» honor. Habíamos sido tocadas.
Si la madre puede creer en nuestra nueva identidad, con suficiente Morgan formaba parte de una pandilla de chicos de nuestra edad,
fundamento para apoyarse en ella, con todo su peso, también nosotras con los que nosotras empezamos a salir. íbamos a las clases de baile
podemos hacer lo mismo. No la hemos perdido. La deuda está saldada. juntos, y de ellos eran las fotografías que llevábamos en nuestros bol-
sos de cuero, junto con los retratos de fin de curso, con mutuas dedi-
catorias, y algún que otro «Te quiero, Mary Beth». Un par de años
más tarde dejaríamos atrás a los chicos de la localidad, y centraríamos
nuestra atención en los cadetes de la Ciudadela, una academia militar,
según rezaba su nombre, pero de hecho una especie de depósito para
chicos del sur. A lo largo de todos aquellos años, y más tarde, yo per-
manecí en mis fantasías fiel a Morgan. Él implicaba una idea de mas-
culinidad; era la persona adecuada para ser mi compañero, para hacer
de mí una mujer. Él era la promesa de mi sexualidad, el calor blanco
de mi fiebre glandular, el dolor con el que me gustaba vivir mientras
esperaba. Amé la espera también; y algo en mí aguarda todavía a Mor-
gan. Mi esposo sabe que sueño por las noches con Morgan, y sonríe
al aludir a lo que él denomina mi «perseverancia emocional» ¿Cómo
voy a esperar que me comprenda? Mi marido se crió en Nueva York,
esa ciudad in-adolescente, a salvo del calor sexual de las pequeñas po-
244 MI MADRE, YO MISMA
UN MISTERIO: LOS HOMBRES 245
blaciones del sur, de los auto-cines, de los drugstores, del matriarcado Para estar cerca de él salí con su amigo, un gordo jugador de fútbol
y de la supremacía del varón. Además, él es hombre. Solamente las dolorosamente más bajo que yo, que vivía en el distrito de peor fama
mujeres comprenden la espera, cómo muchos años en ese estado indu- de la ciudad. (A Morgan le gustaban los tipos duros.) Estoy segura de
cen & soñar, a no confiar nunca en que lo esperado suceda o a no re- que Morgan comprendió el sacrificio que hacía, y que lo aprobaba si-
conocerlo si ocurre. lenciosamente. Los viernes por la noche iba a los auto-cines en compa-
Ocasionalmente, me pregunto en qué clase de hombre se transfor- ñía de mortales de menor cuantía, mientras seguía estampando emes
mó Morgan. Me imagino a mí misma sentada frente a él, ya desarro- mayúsculas en la cubierta azul de mi libreta de apuntes, en los lomos
llada, espléndida y sexual, siendo Morgan ahora quien sufre el calor de la llíada, de Ivanhoe, y de la Geometría Básica. Escribí, además,
blanco en la ingle. Pero en esta fantasía, no nos hallamos en ningún otros nombres de chicos, pero sólo para atenuar la intensidad de mi
bar elegante, sino en el Schwettman's Drugstore, y mientras que yo deseo, y vivir el hecho portentoso de que cada vez que me enfrentaba
parezco una de esas modelos de los anuncios de vodka, Morgan cuen- con aquel mar de nombres únicamente uno saltaba a mi vista. Otros
ta todavía catorce años. En los infrecuentes viajes que he hecho a chicos fueron mis acompañantes, y estuve entre sus brazos, y con ellos
Charleston, nunca lo busqué. No he querido enfrentarme con la vieja alcancé ese estado ingrávido a que podía llevarme una sesión de apa-
fantasía, para no arruinarla. ¿Cómo puede una poner al día a un dios? sionados besos. Pero cuando cerraba las puertas de nuestra biblioteca,
Para mí, Morgan permanecerá siempre encorvado tras el volante de su y ponía en el tocadiscos mis melodías favoritas, los anhelos y las an-
Chevrolet negro, vistiendo una camiseta marrón arremangada, y con gustias que sentía dentro de mí eran provocados solamente por Morgan.
una expresión dura en el rostro. Morgan no sonreía nunca. Nada sucedía realmente en el transcurso de aquellas fantasías. Mor-
Cuando escogió a una de mis mejores amigas como novia, continué gan no tenía que materializarse siquiera para que yo pudiera alcanzar
soñando con él. Nada podía atentar contra lo que simbolizaba. Esto la sensación buscada. Pero impulsada a humanizar esos deseos, a poner-
sucedía por el tiempo en que mi madre, serenamente, anunció, tras les un nombre sobre la primera estrella de la noche, surgía entonces
una cena, sin levantarnos de la mesa, que iba a contraer matrimonio el suyo. No era la relación sexual, ni una existencia plácida en una
de nuevo. No dispuse de palabras para expresar mi indignación. Me casa de campo cubierta de parrales, lo que yo quería compartir con
levanté rápidamente, abandonando el comedor. Fue mi tía Kate quien Morgan. Deseaba observar sus ojos puestos en mí, que él me viera,
me llevó paseando hasta la Batería, quien se sentó conmigo en un hacerme una mujer íntegra; quería que me necesitara, de suerte que
banco del parque, junto a un montón de obuses. Yo tenía el ceño frun- todos aquellos deseos que hacían dolorosa la luz de la luna pudieran
- cido, fijando obstinadamente la vista en Fort Sumter. Ella me habló consumarse en un gran crescendo, al estilo del de Tony Bennett en
de sus tiempos del colegio, y otra vez, a la luz de su vida, todo se No hay un mañana.
me antojó posible. Las chicas, tras haber echado los primeros dientes, por así decir,
No puedo evitar preguntarme en qué medida tuvo que ver la de- en la clase de danza de Madame Larka, nos encontrábamos preparadas
cisión de mi madre de volver a casarse con la irrupción de todas las para adoptar otras actitudes más sofisticadas y sexuales en la explanada
mujeres de nuestra casa en la sexualidad. Pudo haber sido todo con- de desfiles de la Ciudadela, que tradicionalmente visitábamos los vier-
secuencia de una presión inconsciente, desde luego, pero lo cierto es nes por la tarde. Al igual que otras generaciones de jóvenes muchachas
que la oportunidad cuenta mucho en determinadas situaciones. Nos que nos habían precedido en Charleston, instintivamente sabíamos que
encontrábamos allí cuatro mujeres: mi madre, tía Kate, mi hermana y nos había llegado el turno de participar en la procesión ritual de co-
yo. Cada una necesitaba disponer de su hombre, de su identidad. Mi ches que acudían a contemplar el desfile de las cuatro en punto. Sin
tía se casó un año después que mi madre. Mi reacción ante la noticia que mediaran previas instrucciones ni invitaciones, alineábamos nues-
del matrimonio de mi madre fue infantil, pero tuvo mucha menos im- tros coches a lo largo de uno de los laterales de la explanada, de es-
portancia que mi acuciante necesidad de resolver el misterio de los paldas a los cuarteles, con la capota levantada, avistando el mar de azul
hombres. Por último, encajé la llegada de un hombre a nuestra casa que se agitaba rítmicamente ante nuestros ojos de improvisadas ins-
como algo no más perturbador que la decisión de Morgan, al inclinarse pectoras de ejercicios. ¿Fue allí donde aprendí a identificar a los ne-
por otra chica. Ya me llegaría la hora. Cuando pensaba en Morgan, cios de elegante fraseo? ¿Sentí allí, por vez primera, una punzada de
me limitaba a borrarlo de mi memoria. placer a la vista de lo que más tarde aprendí, gracias a la historia del
246 «r MI MADRE, YO MISMA UN MISTERIO: LOS HOMBRES 247

arte, que era la clásica curva de la S? Ciertamente, nadie dijo nunca padres de mis hijos. Me sostenía la promesa que veía en los hombres,
una palabra acerca de las enervantes y ajustadas guerreras que los ca- la circunstancia de que en cada esquina hallaría otro diferente del úl-
detes vestían, ni del invertido paréntesis que formaban las dos oscuras timo conocido, más maravilloso aún. ¿Os dais cuenta? Había confun-
líneas que descendían por su espalda, realzando la curva de los hom- dido a los hombres con la vida. Puesto que no se podía estar comple-
bros, de la cintura, de las caderas. Ni siquiera pensábamos en la causa tamente segura de que no te iba a dejar, una optaba por amar al hom-
real de nuestra presencia en aquellos desfiles: deseábamos exhibirnos, bre de turno con una especie de locura. Cuando no me telefoneaba,
sencillamente. Nosotras éramos quienes necesitábamos ser miradas; ne- quedaba reducida a una nulidad. Su presencia, mi convencimiento de
cesitábamos que la vista de un hombre se fijara en nosotras, en nues- que estaba velando por mí, me permitían mostrarme como una criatura
tras figuras, compuestas, si queréis, de una muy gentil percha con car- encantadora, e incluso era amable con mi hermana. Tratábase de una
ne del sur. Alguien en aquel grupo de hombres podía convertirse en religión con un dios que daba y quitaba vida, que me traía la paz, de
nuestra pareja, podía darnos clase, significación, movilidad. «Una mu- suerte que podía seguir yendo al colegio, sentarme a la mesa con mi
jer sola no es nada.» familia a las horas de las comidas, sin mostrarme ante los extraños
Es un mensaje que las madres transmiten a las hijas todavía. Puede como la persona descompuesta que era por dentro. Nunca podréis ob-
ser que la mía no procediera así, pero yo lo conocía bien. No había tener lo que yo deseaba conseguir de un hombre. En esta vida, no,
sido educada para soñar con un futuro sin hombres, para florecer sola. desde luego. Morgan fue y será siempre inasequible.
Si bien no tenía la menor idea sobre la identidad del hombre, sabía Esto de criarse en el Sur es algo diferente. Pero sólo en algunos
que necesitaría uno. Tras el desfile, venía de nuevo la clase de danza; grados. La humedad, sencillamente, refuerza la prioridad cultural: los
atrás habían quedado los tambores y las cornetas, los sueños y el es- hombres, primero. Cuando ingresé en un colegio del Norte, lo primero
pectáculo. Llegaba la realidad cuando unos centenares de hombres rom- que quise compartir con mi compañera de habitación fue mi colección
pían filas y se encaminaban hacia nosotras, las mujeres de la espera, de fotografías de Sam. A través de él, la muchacha me conocería. Ha-
aquellas cuyo futuro e importancia estaba en sus manos. ¡Y qué poco blé del verano que había pasado al sol con Sam, y le mostré su anillo
tenían que esforzarse para elegir, ensalzando a una, rechazando a otra, de estudiante. Ella me habló de su empleo en el verano. Bueno, me ha-
sin tener conciencia, estoy segura, del auténtico poder que tenían sobre bló, asimismo, de su amigo, pero comprendí que había otras cosas en
nosotras! La tensión dejaba de existir para aquellas que lucían sobre su vida. Ninguna de las personas que yo conocía había tenido jamás
sus jerseys de cachemir la insignia de la compañía de un cadete; alguien una colocación en verano. Cuando apretaba el calor, lo máximo que
Jas quería ya, las demás permanecíamos sentadas, sonriendo como si sabíamos hacer era tendernos en la playa, e hipnotizar a los muchachos
fuera la cosa más banal del mundo que un uniforme se plantara delante con el brillo de nuestros aceitados cuerpos. Algo en mí respondía como
de nosotras y nos diera la vida. un tambor a lo que encontré en el Norte. Deseaba que hubiera hom-
Con el tiempo yo también disfruté de mi ración de cadetes, aman- bres en mi vida, pero quería también liberarme de mi temor a su re-
do a uno tras otro, participando en bailes de Navidad y en juegos ca- chazo. Intuitiva e instintivamente, sabía que el hallazgo de fuentes de
seros; y coleccioné guantes blancos y otros elementos del atuendo mas- vida alternativas, de unas satisfacciones sumadas a las por mí conocidas
culino, siempre de exagerados tamaños. Efectivamente, no recuerdo con los hombres, me liberaría, igual que la hipnosis libera a un ser
haber dejado de estar enamorada. Podría catalogar los pasados veinte de cualquier hechizo.
años de amores por las notas de las canciones a cuyos sones amé a La mía, no obstante, no es una de esas historias que revelan la
aquellos hombres, cada uno de los cuales poseía su melodía. En su mo- belleza y el poder de la naturaleza, el tallo de hierba que se abre paso
mento, me serían ofrecidos excelentes empleos, me encargaría de efec- por entre las piedras para sentir la caricia del sol. Superar aquellos
tuar interesantes trabajos, pero mi sustento emocional, el aire que ne- años de adiestramiento en los delirios románticos y de necesidad de
cesitaba, provenían de lo que los hombres sabían inspirarme. Yo debía hombres vino a ser algo así como avanzar en contra de la naturaleza.
la vida a mi tía, y era la hija de mi madre. Todavía discurren de este modo las cosas.
Lo de estar enamorada se convirtió en hábito. Aunque no pensaba Una noche, antes de marcharme de la ciudad para ingresar en la
en el matrimonio, llegaba a creer que cada uno de mis amores era para universidad, me vi de pronto en la parte trasera de un coche, en com-
siempre. Yo no quería un esposo; no pensaba en los hombres como pañía de Morgan. Envalentonadas por los pasos que íbamos a dar, que
248 l MI MADRE, YO MISMA ,-. UN MISTERIO: LOS HOMBRES 249

nos alejarían de los chicos de nuestra juventud, mi amiga Kathy y yo te, con libertad. Los hombres no se muestran como la madre, mojiga-
habíamos telefoneado a Morgan y a su amigo Steve. Fuimos los cuatro tos, tradicionales... Suelen ser todos unos robustos picaros, unos dia-
en un coche a un auto-cine... Allí estaba yo, tendida a través del asien- blos sexuales, y nosotras esperamos con ansiedad a que llegue el ins-
to, en los brazos de Morgan. Me besó, y empecé a dejarme llevar a tante de alternar con ellos. Pero aguardamos siempre con la atenta mi-
lo que yo suponía que sería el cielo, o lo más próximo a éste. Pensé rada de la madre posada en nosotras.
que en aquellos instantes se iniciaba la noche de los arrebatos y los Cuando ésta aparta nuestra mano de entre los muslos, cuando, ya
embelesos, de horas y horas entre cristales empañados por el calor, de de mayores, nos da a entender con los ojos y el tono de voz, por la
interminables besos y abrazos. Morgan me colocó una mano entre los actitud y el gesto, que aquello no está bien, se presenta como lo que
muslos. Yo me apresuré a apartársela de allí, enterrando mi cabeza en la sociedad considera una buena madre. He aquí la consecuencia: ais-
su pecho; y recé, esperando contra toda esperanza que, al igual que los larnos de nuestros cuerpos. «En nuestra cultura — manifiesta el doctor
demás chicos con quienes había salido, se avendría a mis reglas. Pero Robertiello —, las mujeres son educadas para que esperen que los hom-
Morgan era un dios. Por tal motivo, no podía pertenecer al grupo de bres, de un modo casi mágico, las hagan personas sexuales. Esto es
los que aceptaban las normas dictadas por las mujeres. algo que no pueden lograr por sí solas.» No es de extrañar, pues, que
«Ya lo ves, Nancy. Lo nuestro no podría ir bien. Tú te niegas a los hombres se nos antojen seres misteriosos. ¿Quién puede compren-
acceder a lo que yo quiero», me dijo, utilizando una inflexión amable, der a unas criaturas tan poderosas, capaces de conjurar la sexualidad
con la seguridad de todo un hombre. misma? «Invariablemente — dice la doctora Schaefer —, la mujer se ex-
Nunca, hasta el momento de entrar en relación con Bill, conocí presa así: "Él me produjo un orgasmo." Yo he de decirles: "Nadie te
un hombre cuyas reglas respetara tanto como a las mías, que se com- ha producido un orgasmo. En todo caso, tú eres la que te lo has pro-
portara con absoluta seguridad en sí mismo. Probablemente me pasaré ducido."» Habitualmente, frases como las citadas se consideran como
el resto de la vida haciendo emes mayúsculas; pero ahora, al menos, simples tretas semánticas, a no tomar muy en cuenta. La mujer cree
ya sé por qué. necesitar un hombre que la despierte a la vida. La pasividad es incul-
cada y reforzada.
* * * «Cuando una madre dificulta o interrumpe la actividad sexual de
una hija, cumple con una función normal, de líneas definidas por acon-
La sexualidad es el gran campo de batalla sobre el cual se enfren- tecimientos de su niñez, de poderosos e inconscientes móviles, y que
tan la biología y la sociedad. Nace mucho tiempo antes de que seamos ha sido sancionada por la sociedad», escribió Freud en 1915. «Es mi-
considerados suficientemente adultos para poder jugar con su espléndi- sión que atañe a la hija emanciparse de esta influencia y decidir por
do fuego. La madre es el primer regimiento obligado a participar en sí sola sobre una base amplia y racional en qué medida va a gozar del
la lucha. La tarea se presenta con sorprendente rapidez. Ella es joven placer sexual, o a privarse de éste.»1
todavía; aún no está dispuesta a limitar su propia sexualidad con ob- El dictamen de Freud parece ser bastante exacto. Hace recaer la
jeto de vigilar y acompañar la nuestra. Sean cuales sean los sacrificios responsabilidad de nuestra sexualidad sobre las personas a quienes in-
que haga, tanto si procede bien como si procede mal, lo mismo si obra cumbe: sobre nosotras mismas. Pero nos habla de los años en que he-
llevada por el enojo que por la alegría, le guardamos rencor por ello. mos alcanzado la edad de decidir, «sobre una base amplia y racional»,
¿Qué preso es el que mira con agradecimiento a sus carceleros? qué dosis de sexualidad debemos permitirnos.
Su trabajo empieza cuando, de pequeñas, nos tocamos los órganos Para quienes están entre los trece y los diecinueve años, ese ins-
genitales. Ella se apresura a apartar nuestra mano. «Esto no se hace», tante no ha llegado todavía. La inhibición de la madre en cuanto a
dice. Nos hallamos ante una de las experiencias cruciales de la vida, nuestra sexualidad recrea en cada una de nosotras el mito de la Bella
y se inicia con un papel que la madre desempeñará a lo largo de toda Durmiente, y un mito complementario se convierte en nuestro futuro:
nuestra existencia, como la eterna silenciosa a los ojos de su hija, adop- algún día llegará mi príncipe, el caballero de la deslumbrante armadu-
tando una actitud de negación con respecto a lo sexual. Por el contra- ra, quien hará que despierte mi adormecida sexualidad. Nuestros pa-
rio, a los hombres se les conduce de otra manera; hay con ellos una dres sonríen ante los jovencitos Lancelotes de rostros cubiertos de
afirmación sobre lo sexual; se les educa para que se muevan OSadamen- acné, pero a nuestros ojos los caballeros llegan poco menos que mon-
250 MI MADRE, YO MISMA
ÜN MISTERIO: LOS HOMBRES 251
tados en nubes de gloria. Nos quedamos prendidas en ellos, maniata-
bres eran nuestra "locura de mariguana". Quedaron imbuidos de esta
das, encadenadas y esclavizadas por lo que sentimos cuando nos retie-
mística, peligrosa, irresistible fábula. Y la fábula es, desde luego, la
nen entre sus brazos. Nos sacan por cierto tiempo de la prisión, de la
piedra angular de cualquier enviciamiento.»2
espera, del sueño, de la pasividad. Cuando no estamos entre sus bra-
Las jóvenes de hoy tienden a establecer lazos amistosos con hom-
zos, vivimos sostenidas por nuestras fantasías, hasta que vuelven a to-
bres a los cuales diez o veinte años atrás habrían quedado ligadas ine-
marnos, para soltarnos de nuevo después. No estoy hablando del re-
vitablemente por un romántico amor. El cambio es significativo. Sin
lajamiento del orgasmo sino de la tensión, de la liberación de un te-
embargo, cuando lo sexual interviene, las cifras de embarazos y abortos
mor: el de que no haya ningún hombre que nos necesite todo lo que
entre las jóvenes de trece a diecinueve años alcanzan atemorizadoras
nosotras lo necesitamos a él. Desde luego, esta tensión se halla sexua-
cotas. Las chicas siguen esperando todavía algo maravilloso, mágico,
lizada, es en sí misma parte de la rítmica marcha hacia el orgasmo,
místico y de ensueño por parte de sus acompañantes íntimos. Como
pero aprendemos a satisfacerla sin el proscrito climax. Acabamos por
cualquier miembro de las generaciones precedentes, piensan que el
encontrar más alivio en la certidumbre de que él no nos dejará que
amor hará que se transforme en realidad la letra de las canciones. En
en el hecho de notarlo dentro de nosotras. Tal certidumbre se torna
el negocio del rock es un axioma la existencia de una docena de «su-
más importante que el mismo orgasmo.
perastros» masculinos por cada cantante del sexo opuesto que desta-
Lo real, la introducción del pene, no se encuentra para muchas que: las chicas sueñan con la música, los muchachos no.
mujeres, a la altura de un anticipado sustituto: la seguridad. Y la es- En un reciente estudio, Patricia Schiller, la conocida educadora,
trecha seguridad — e l control— es la antítesis del orgasmo, de la revela que las chicas adolescentes no se muestran inclinadas hacia la
descarga. Después de horas y horas de caricias y besos, las jóvenes se lectura de obras pornográficas; tampoco se sienten excitadas por la
retiran a sus habitaciones con las bragas completamente humedecidas, visión de unos hombres desnudos o enfundados en unos pantalones
pero no permanecen con los ojos abiertos, presas de una frustración muy estrechos. El mayor estimulante sexual de las jóvenes pertene-
sexual. Dormimos perfectamente en nuestros virginales lechos porque cientes a todos los grupos socioeconómicos, según la citada investiga-
hemos reposado en los brazos de él todo el tiempo que necesitábamos dora, es la música... especialmente las letras de las canciones.3 No es
para creer de nuevo, al menos por una noche, que «Todo marchará con lo sexual con lo que sueñan las jóvenes. Es esa desconocida y
bien», que «Nunca te dejaré», que «Te amaré siempre». Lo que él misteriosa realización que los hombres han de traer. Por ejemplo, un
_ es, aquello que desea — lo sexual en sí — no es tan importante como importante fabricante de vibradores me dice que cuando pone algún
la fantasía de seguridad permanente que nos proporciona. ¿Es de ex- anuncio en los boletines de los colegios, la respuesta es nula. Las mu-
trañar que tras uno o dos años de matrimonio sean tantas las mujeres jeres adultas pueden adquirir su producto por haberlo visto anunciado
que se despiertan con un desconocido al lado? «¿Por qué me decidí en las revistas para adultos, pero las jóvenes suspiran por desvelar
a casarme con él?» misterios que quedan fuera del alcance de un simple aparato.
«Yo era sólo una criatura, que se crió en una casa llena de muje- «Nuestras vidas como mujeres — dice la doctora Schaefer — están
res», cuenta la actriz Elizabeth Ashley. «En consecuencia, los hombres llenas de fantasías. Se deja correr la imaginación al pensar en lo que
fueron siempre personajes misteriosos para mí. Mi madre había su- el padre es, o en lo que la madre dice ser. La imaginación considera
frido algunos fracasos, pero, al igual que tantas mujeres de su genera- el tipo de hombre con quien una cree que debiera haberse casado y
ción, sentíase impulsada a ocultar sus cicatrices. Mostrar el dolor ha- la clase de hombre que es realmente el marido que se tiene. Se divaga,
bría supuesto una pérdida de la dignidad personal. Fue realmente una dejando que la fantasía perfile cómo va a ser nuestra existencia. Mu-
feminista descollante, de las primeras, fuerte, idealista, valiente. Res- chas de nosotras acabamos por no ser capaces de acomodarnos a la
pecto a mí, se había fijado una misión: criarme como una persona realidad porque siempre estamos pensando en lo que debió de haber
independiente. Y triunfó en su empeño. Ahora bien, aquellos miste- sido.» El clisé se reduce a esto: el deseo es el padre para el pensamien-
riosos hombres todavía disfrutaban de un enorme poder. to. Quizá fuera más preciso decir que el deseo es la madre del pen-
»En cierto modo, los hombres fueron para nosotras lo que las dro- samiento.
gas representan para la generación actual. A los jóvenes se les dice: «¿Cómo sabré que es realmente amor lo que siento?», pregunta
"Si lo probáis os convertiréis en drogadictos para siempre." Los hom- una chica a su madre. «Lo sabrás cuando lo vivas», responde ésta.
MI MADRE, YO MISMA
UN MISTERIO: LOS HOMBRES 253
Y luego, un día, asombrosamente, aquello resulta ser cierto. Al estar
entre los brazos de nuestro amante experimentamos una sensación de personas son establecidas mediante su intervención. «Sea la madre como
calor, de cariño, de felicidad, que no habíamos sentido antes... ¿O la sea — afirma el doctor Robertiello —, es de ella de quien aprendemos.
habíamos sentido? Lo más raro es que nos resulta casi familiar. Nos Es nuestro primer modelo de cómo ser una persona. No sólo aprende-
sentimos penetradas por la fantasmal impresión de haber estado allí mos a enfrentarnos con la realidad a través de ella, sino que también
antes. Hemos sabido siempre que esta sensación existía. Simplemente, la utilizamos como modelo de persona a la cual quisiéramos estar ínti-
habíamos estado aguardándola, esperando a que se presentara. Nos cae mamente ligadas.»
bien. Las mujeres que perciben que a sus madres no les agradan los
«La causa de que resulte tan satisfactoria la sensación de amor en hombres en general o sus esposos en particular experimentan una im-
tales momentos —declara el doctor Robertiello— radica en que en presión de devastadores efectos. «Si a la chica le agrada su padre — de-
una del todo aceptable situación heterosexual, la mujer ha recreado la in- clara la doctora Schaefer—, la posición negativa de la madre origina
tensa satisfacción sentida cuando, de una manera semejante, descansaba en aquélla una situación conflictiva. La joven no se siente con libertad
entre otros brazos. Esto le ocurrió siendo una criatura y estando en- suficiente para estimarlo agradable al adoptar su madre una postura
tre los brazos de su madre.» Puesto que tal idea es vagamente desa- contraria, al ver que ésta siempre le está encontrando defectos, siem-
gradable, en cierto modo amenazadora para nuestra identidad de sexo pre está importunándolo. La hija podría aliarse con el padre, pero
como mujeres, queda reprimida. Con toda su masculinidad, los hom- daría así lugar a una alianza culpable. En sus relaciones con los otros
bres pueden darnos momentos en los cuales nos recuerdan tanto el hombres, la chica repite a menudo la conducta de su madre: peca a
amor que una vez nos unió a nuestra madre que tememos identificarlo. todas horas de inoportuna, de regañona. El padre no ganaba todo el
Entonces envolvemos la sensación en el velo del misterio. dinero que hacía falta en la casa; no era tan inteligente como otros
¡Pero es que ellos nos dan también lo sexual l Fácil es no querer hombres, etc. Esto es lo que la hija recuerda de la vida familiar.»
ver el hecho de que las sensaciones de ternura que vivimos con los La doctora Schaefer continúa: «Con frecuencia vemos que los hom-
hombres se hallan enraizadas en nuestras primeras experiencias con la bres se rebelan contra esas esposas impertinentes. Y actúan como unos
madre, cuando nuestras presentes e igualmente reales sensaciones de chicos díscolos y rebeldes. Aunque son capaces de actuar mejor, no
excitación sexual arrancan especialmente del ahora: este hombre, este lo hacen y sí lo justo para provocar la irritación de la esposa. La joven
momento, los brazos y el cuerpo de él. Es importante la diferencia que se cría en el seno de una familia de esta clase no ve a los hom-
entre las dos ideas. Contribuye a explicar muchas vidas femeninas. bres como personas fuertes de las cuales se puede depender, sino como
Cuando ambos elementos se hallan presentes — el de la crianza, seres irresponsables, como unos niños que luchan denodadamente con-
más el explícitamente sexual—, el matrimonio o la relación amorosa tra las mujeres.»
son calificados de serios, y todo sigue bien por algún tiempo. Sí ese El caso inverso de este tipo de hija parece ser el de aquellas chi-
inconsciente primer elemento que aprendimos a esperar de la madre se cas que se llaman a sí mismas «hijas de papá». Estas mujeres se mues-
echa de menos en la relación, lo señalamos como «meramente sexual», tran inquebrantables cuando se trata de negar cualquier atadura o se-
llegando pronto a su fin. En mi opinión, y de acuerdo con mi expe- mejanza con la madre. «Siempre me mantuve más próxima a mi padre.
riencia, una vida, si ha de ser sustanciosa, descansará más a menudo Era más riguroso que mi madre, pero no mezquino...»
en la satisfacción de nuestras inconscientes necesidades que en la co- i Claro que no! Él seguramente dejaría a un lado todas las desa-
rrespondiente a las demandas del cuerpo. gradables y necesarias tareas, incluida la lucha titánica por el aseo,
«Es propio del pensamiento psicoanalítico de los últimos diez años con sus forcejeos constantes, confiándoselas a la madre, por supuesto.
— declara la doctora Schaefer — hacer hincapié en la vuelta a una época A ésta le correspondería la peor parte, incluyendo todo lo accesorio
precedente a la del triángulo edípico. Solíamos enfocar nuestra aten- con sus inconvenientes.
ción sobre ello; ahora empezaremos a concentrarla en una etapa ante- El papá es como un dios, no porque se mantenga distante y posea
rior, la de la pareja madre-niña.» Guste o no, en la inmensa mayoría esta atractiva calidad sexual, sino porque, obrando como los ejecutivos
de las familias norteamericanas, la figura principal para el hijo, o la que se valen de subordinados para anunciar las malas noticias, en tan-
hija, es la madre. Todas nuestras normas de relación con las demás to que ellos se reservan para dar a conocer ascensos y subidas de
sueldos, delega el cuidado de la disciplina en la madre, quien se ve
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UN MISTERIO: LOS HOMBRES 255
forzada a privarnos de dinero y de expansiones cuando somos traviesas,
a obligarnos a comer, o a mandarnos cosas que no son de nuestro acerca de la masculinidad, tomando como modelo al padre. Ni siquiera
agrado. Al regresar el padre a casa, tras el día de trabajo, es posible en el caso de que por arte de magia pudieran retroceder en el tiempo
que hayamos llegado hasta el límite de nuestras fuerzas con la madre. para tropezar con él cuando contaba veinticinco años se acomodaría a
Él se presenta con las manos limpias. Nosotras somos una especie de dicha imagen. No daría la medida exacta de tal fantasía.
postre al final de su jornada laboral. Discutimos menos con él cuan- Todas nuestras auténticas interacciones personales son con la ma-
do nos dice que hemos de volver a casa a una hora más temprana como dre. Ella es la persona con quien elaboramos las importantes cuestiones
tampoco lo hacemos continuamente por cuestiones baladíes. «De joven, que constituyen los cimientos de nuestro carácter, de nuestra persona-
casi nunca hablaba con mi madre», me cuenta una mujer de treinta y lidad. Nuestra madre es el martillo, y nosotras el yunque... Nuestras
cinco años. «Era mi padre quien despertaba mis más importantes sen- discusiones y acuerdos a la hora de la comida, de la exteriorización
timientos relativos a mi persona. Junto a él experimentaba una mara- de afectos, del aprendizaje del aseo, de la asimilación de una discipli-
villosa sensación de seguridad. Tan pronto como salía de la habitación, na, del enfrentamiento con la competencia y la realidad, de la concien-
tal sensación se esfumaba.» Pregunté a esta mujer si había pasado mu- cia de la separación, sirven para forjar nuestras almas.
cho tiempo con su padre. Me explicó que había estado ausente del Si consideramos al padre la crema de la vida, hemos de convenir
hogar hasta cumplir ella los cinco años. El momento más significativo que la madre representa la comida cotidiana y las patatas. Es una
vivido a su lado fue, según sus recuerdos, el día en que su padre la cuestión de semántica: puede que él nos guste más, pero estamos más
condujo en coche a la estación de ferrocarril, al dejar ella el hogar, a cerca de ella. La madre no tiene su atractivo, pero con ella sabemos
sus dieciséis años. Al despedirse le dijo: «Has de recordar que no con mayor certeza dónde estamos. La figura de la madre es más fami-
todo el mundo será tan afectuoso contigo como lo han sido en casa.» liar que ninguna otra de las que hayamos encontrado o vayamos a
Supongo que ésta era su manera de referirse a la cuestión sexual. Tan encontrar. Más tarde, cuando demos con alguien — hombre o mujer —
oblicua referencia es su recuerdo más expresivo sobre el tema de la que suscite en nosotras algunos de los sentimientos que nos despertó
educación sexual y de lo que ella considera una profunda y elocuente ella, nos sentiremos atraídas. Incluso si se trata de una persona no
relación con su padre. muy agradable, que se comporta mal con nosotras, rechazaremos cual-
«Las mujeres de esta clase — indica el doctor Robertiello — se ha- quier manifestación en contra suya, y diremos de ella que es «sim-
cen la ilusión de haber estado más cerca del padre que de la madre. pática»: si es una mujer, haremos de ella una amiga; si es un hombre,
Es posible que disfruten más de puras y afectuosas expansiones con será nuestro amante. Tenemos la ilusión de estar volviendo al hogar.
él, pero no hay forma de que se acorten distancias. Preguntad a cual- «He conocido a muchas mujeres — dice el doctor Robertiello — que
quier hombre, al más cariñoso de los padres, cuánto tiempo pasa en me han confesado su locura por el padre, hasta el punto de que lle-
comunicación directa con su hija. La cosa queda reducida, quizá, a garon a buscar un marido que se le pareciera. Pero cuando se las co-
unos diez minutos por semana. ¿Quién puede hablar de una comuni- noce mejor, se encuentra uno muy a menudo con que, independiente-
cación íntima, significativa, estrecha y continuada entre padre e hija? mente de su apariencia, en el interior del esposo alienta la personali-
Es algo raro, muy raro.» No es de extrañar que a causa de sus silen- dad de su madre. La hija de una madre que era fría y narcisista, pero
cios, de sus ausencias y del misterio que envuelve su figura, nosotras que le daba suficiente afecto como para despertar en ella sentimientos
podamos hacer de papá el hombre más maravilloso del mundo. La fal- positivos, contraerá matrimonio, muy probablemente, con un hombre
ta de datos reales sobre él es la circunstancia primera que facilita la también frío y narcisista. Del mismo modo como aprendió a mirar
elaboración de sueños. con gran tolerancia esos rasgos de carácter, los tolerará también en
Es creencia popular que, cuando son mayores, las hijas de papá el marido. La joven abriga ideas inconscientes y fantasías en las que
se desenvuelven mejor con los hombres. Son «una especie de mujer ve a éste atendiéndola, cuidándola, semejantes, por lo estúpidas y alo-
de hombre», que tienen más afinidades con el sexo opuesto de las que cadas, a aquellas en que aparece su madre cuidando de ella, superando
lamentablemente carecemos el resto de nosotras. La verdad es que tales su frialdad y su narcisismo. Hombre o mujer, nuestro primer matri-
mujeres, a menudo, pasan por momentos difíciles al intentar dar con monio es, frecuentemente, con alguien que posee la personalidad de
un hombre que esté a la altura de la imagen idealizada que se forjaron nuestra madre. Si la madre no fue una persona agradable, surge el
problema.»
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«¿Qué clase de hombre fue mi primer marido?», inquiere una mu- persona ha terminado por hacer suyo todo lo que le repugnaba en
jer. «Era tan frío como mi madre. Incluso hoy, mi hija llama a su otra. No obstante, las cosas suceden así. Desde el punto de vista tera-
padre "La Máquina". No tengo ninguna razón para mostrarme alérgi- péutico, éste constituye uno de los más fuertes shocks.
ca a este tipo de hombre. Mi madre fue mi modelo, de manera que El hábito de reprender a todo el mundo, por las más nimias cau-
yo estaba habituada a ese rasgo de carácter. Es como vivir en una sas, es ciertamente aborrecible. Y se halla arraigado en tantas mujeres
parte del país donde el suelo es poco fértil... No se piensa en ello, que habréis de permitirme que una vez más intente ilustraros sobre
porque es todo lo que se sabe.» su génesis.
Este género de comportamiento, que conduce normalmente a la En la presente ocasión, la historia se refiere a una jovencita de
autoderrota, se da hasta en mujeres que, convencidas del desagrado que dieciséis años. Con todo, el mecanismo de represión funciona tan po-
les causan algunos aspectos de la personalidad de la madre, llegan a derosamente como en cualquiera de los casos antes mencionados de
tomarla como un modelo negativo: lo que no hay que ser. Por ejem- esposas o madres. «Espero que nunca llegaré a reprender a mi esposo
plo, aquí tenemos a una mujer de veintisiete años que se ríe, conscien- en la medida que mi madre reprendía a papá», dice. «Descubrí en mí
temente, del desagradable carácter de su madre, con su genio de «pe- tal tendencia en el trato con mi novio. Y no podía evitarlo, pese a
queño sargento», y, por consiguiente, prefiere pensar que ella se parece que era el aspecto que más detestaba de las relaciones entre mis pa-
más bien a su padre. Aunque advierte que su vida y sus acciones se dres. Mi novio me decía: "Me riñes a cada paso exactamente igual
contradicen con este deseo ansioso, resulta incapaz de captar hasta qué que hace tu madre con tu padre." Me sentí turbada al escuchar estas
extremo las maneras de la madre rigen sus relaciones con otras per- palabras. Mi padre y yo estamos muy unidos. Él es mucho más com-
sonas: prensivo que mi madre. Un día me dijo que abrigaba la esperanza de
«No, yo no soy como mi madre. Me parezco más bien a mi padre. que yo terminara con la fama que tienen de regañonas las mujeres de
Todas mis amigas consideran a mis padres como un modelo de matri- nuestra familia.»
monio, porque estiman que su unión es sólida. Sin embargo, a mí me Nos encontramos ante una historia clásica. La joven dice que se
consta que mi madre es una zorra. La llamamos "el pequeño sargento". siente más unida a su padre, pero su forma de actuar es la de la ma-
Es descontentadiza y exigente, y mi padre es la encarnación de la pa- dre. Es incapaz de acabar con su desagradable hábito, a pesar de con-
ciencia. Recuerdo haberme reído muchas veces de la irritabilidad de fesar que lo detesta. La proximidad, la identidad sexual, la necesidad
mi madre, porque me parecía muy irracional. No obstante, yo he lle- de disponer de la protección de la madre, toda clase de fuerzas con-
gado a mostrarme tan irracional como ella con mi hija mayor, en oca- tribuyen a que sea la madre, y no el padre, su modelo. De ellos toma
siones por una nadería, por la pérdida de un rizador para el cabello, lo que le gusta y lo que no le gusta.
por ejemplo. Y veo a mi hija, muy serena, diciendo, con un gesto de Las mujeres que ejercen con éxito una profesión se hallan conven-
extrañeza: "¿Será posible, mamá?" mientras me observaba yendo alo- cidas de haber modelado sus vidas conforme a las de sus adorados y
cadamente de un sitio a otro.» triunfantes padres. Aportan como prueba de su unión con ellos su
Esta mujer juzga su identificación con la manera de reaccionar de mismo éxito. Han seguido en la vida sus pasos, alegan. Esto es cierto
su madre como una especie de aberración, un detalle «chocante», que solamente en parte.
en realidad, nada tiene que ver con la forma de llevar su vida en con- En su tesis doctoral, basado en un estudio realizado entre veinti-
junto. Pero tales personas reprimen una parte más dilatada de sus cinco mujeres de alto nivel directivo empresarial, Margaret Henning in-
modelos de lo que ellas mismas advierten. «Ella quizá actúe como su dica que, en último extremo, todas estuvieron fuertemente unidas e
madre, en un contexto más amplio y sutil, pero nunca será capaz de identificadas con un padre orientado hacia el éxito. Sus madres, en ge-
advertirlo — declara el doctor Robertiello —. Toda su historia es una neral, eran mujeres convencionales, carentes de espíritu competitivo,
larga serie de represiones. Se manifestará prácticamente anunciando no involucradas en cuestiones que se apartaran del hogar. Jamás ha-
que actúa como su madre, en tanto que en su fuero interno se cree bían destacado como figuras gigantescas, capaces de rivalizar con las
como su padre. Las mujeres no quieren creerse a sí mismas en pose- hijas para atraer la atención del esposo. El padre les había pertenecido
sión de aquellos rasgos de sus madres que más detestan, pero son estos desde el comienzo.
rasgos precisamente los que asimilan. Resulta terrible pensar que una Estas mujeres no fueron vistas nunca como hijos sustitutivos; sus
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padres no creían en la representación de un determinado papel en el posa. Quien tiene una clara idea sobre su identidad personal, y su pe-
terreno de lo sexual (al menos por lo que a sus bijas se refería), y así culiar forma de reaccionar en diversas situaciones, experimenta un gran
fue como las jóvenes no confundieron la identidad femenina con la sobresalto al observar los cambios que una nota en el matrimonio.
idea masculina de que los esfuerzos y las realizaciones vitales incum- De repente, nos vemos desempeñando un papel que siempre fue re-
ben solamente a los hombres.4 chazado. Pensamos en la manera como se conduce la madre con el
Y, no obstante, en el curso de mis investigaciones he encontrado padre... Tal proceso se acelera cuando, a nuestra vez, nos converti-
una y otra vez mujeres de este tipo, que, a pesar de toda su serenidad mos en madre. Voy a contarle una cosa chocante y elocuente a un
y eficiencia en la profesión (igual que el padre), habían experimentado tiempo que me pasó tras el nacimiento de mi hija. Me llamaron por
un profundo cambio emocional al contraer matrimonio o tener relación teléfono del banco para preguntarme por qué había empezado a firmar
seria con un hombre. Frecuentemente, el cambio se hacía patente úni- mis cheques como "Mrs. Philip Henderson". Siempre había firmado
camente en visión retrospectiva. "Sheila Henderson". Necesité un poco de tiempo para comprender que
«Yo fui siempre la niña de papá», me explica una de estas mujeres, al ser madre ya no era yo, y me había transformado en la madre de
de treinta y cinco años de edad. «Le consideraba el hombre más guapo Karen, en la esposa de mi marido, en "Mrs. Philip Henderson".»
e inteligente del mundo. Cuando llegaba a casa me colgaba de él, y si
salía le seguía siempre, esperando que me invitara a acompañarle. Me Los diferentes papeles que nuestros padres desempeñaron en los
hablaba como si hubiese sido una persona adulta y no como la niña primeros años de nuestra vida explican (o al menos proporcionan in-
que era... Me refería historias del Quijote, o de los mormones, cuan- dicios sobre ello) el desplazamiento regresivo que muchas mujeres triun-
do se establecieron en Utah. No recuerdo que mi madre formulara nin- fadoras en el mundo del trabajo experimentan al casarse: la madre
guna opinión sobre mi estrecha unión con papá. Con respecto a esta empezó a enseñarnos lo que habíamos de hacer para ser esposas y mu-
cuestión veníamos a ser como invisibles para ella. Mi madre, de otro jeres mucho antes de que el padre nos instruyera sobre los pasos a
lado, era buena y afectuosa, pero yo no quería parecerme a ella cuan- dar para tener éxito en una profesión. Nuestra manera de conducirnos
do fuera mayor, ni llevar su vida. Saqué buenas notas en mis estudios en el trabajo y en el ejercicio de una u otra carrera se encuentra re-
porque papá me animó constantemente. Por tener un carácter más in- lacionada con los esquemas de comportamiento y sentimientos asimi-
quieto que las chicas de mi edad con quienes me relacionaba, y desear lados relativamente tarde. Estas ideas son más conscientes, pueden ser
más cosas que ellas de la vida, me califiqué a mí misma con la frase barajadas más racionalmente, que las necesidades nacidas de nuestra
"hija de papá". Ésta suponía una forma de pensar sobre mí misma; relación con la madre, perteneciente a una etapa anterior. «El padre
implicaba una categoría aceptable en la que yo encajaba. Después de puede ser el modelo a seguir para el modo de conducirse en una ofici-
los estudios medios vinieron los superiores, ya que pretendía tener una na — señala el doctor Robertiello —. Ahora bien, en cuanto a la forma
carrera. Quería dedicarme a la enseñanza, como papá. Siempre había de tratar con un hombre, de actuar en casa, de estar con un amigo,
figurado entre mis planes el casarme. Y cuando contraje matrimonio, de comportarse en el dormitorio, hay que atenerse a otras estructuras,
hace cinco años, todo empezó a cambiar. No me di cuenta de ello por- las que se basan en la madre, las que arrancan de normas emocionales
que continué trabajando. Exteriormente, todo parecía marchar normal- básicas. Las mujeres consideran la vida de la madre como el modelo a
mente, pero la verdad es que a cierto nivel mi trabajo había ido que- seguir, pensando en lo que percibieron en su relación con el padre.
dando supeditado a mi condición de esposa. A medida que fue pasando Hay que sustituir a éste por los otros... La cosa no cambia tanto.»
el tiempo, tendía a llegar a una posición en la que mis sentimientos Si la madre fue ratonera y masoquista, es posible que nosotras sea-
acerca de mí misma, como mujer de éxito, como persona, se hallaban mos tigresas en el trabajo; en nuestras íntimas relaciones tendremos
más ligados a mi papel como esposa. Creo que en todo ello tuvo mu- que sufrir la compañía de un hombre que jamás contrataríamos para
cho que ver la manera como mi madre se comportaba con mi padre. trabajar en la oficina, al que nunca dedicaríamos voluntariamente un
»Me había pasado la vida negando todo parecido mío con ella, minuto del día. Si nuestra madre fue dominante y/o simbiótica, sere-
pero cuando me casé ocurrió algo misterioso. Por vez primera en mi mos así con los hombres. «Esto se ve una y otra vez — señala el doctor
vida, mi relación con mi padre no me resultó igual de fácil que antes. Robertiello —. Después de decir con quién se identifica, una mujer así
Él no podía ser mi modelo a la hora de pensar en ser una buena ts- suele andar a la búsqueda de un hombre como su padre. Finalmente,
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UN MISTERIO: LOS HOMBRES 261
se casa con alguien que la retiene con la misma inconsciente atadura
fija mi asignación», declara una mujer que ingresa anualmente una
utilizada por la madre.»
cantidad escrita con seis cifras. «El dinero es sexy.»
Esto constituye una ilustración de lo que Freud llamó la «compul-
El padre es la fuente de la generosidad; la madre se pasa la vida
sión repetitiva». Es una negativa ante la separación, sustentada por
regateando unas monedas. La madre escudriña las páginas de ofertas
una infantil omnipotencia. El doctor Robertiello lo explica así: «Se
de los periódicos, para dar con una venta de copos de maíz que le
centra en la inconsciente convicción de que la hija puede volver sobre
permitirá ahorrarse tres centavos por caja. Cuando deseamos pasar
sus pasos y tomar una madre mala como la que tuvo para hacer ahora
de ella una buena... La repetición es debida a la incapacidad de acep- unos días en un campamento de verano que resulta caro, es el padre
tar que existió con la madre un fallo anteriormente, que no queremos quien da el sí definitivo. Si vemos una película en la que Steve McQueen
reconocer que no nos amaba bastante, ni de la forma que deseábamos. solicita del camarero la cuenta, y pone luego encima de la mesa, des-
En la presente ocasión todo va a discurrir de manera diferente.» cuidadamente, unos cuantos billetes sin esperar a que le den el cam-
bio, respondemos a ello con cierto calor sexual. Los hombres son así;
Este mecanismo explica el poder magnético de «Don Desprecia- se mueven en un mundo tan amplio que ninguno se impresiona por
ble», encarnación de esos temibles hombres que pretenden amarnos,
las cuentas. En cambio, cuando comemos con una de nuestras amigas
pero que no nos aman. Y el tipo agradable, que nos ama, sin más,
lo mezquino es notorio: «Para ti la ensalada de col, y para Sally el
¿por qué lo juzgamos tan insignificante, por qué estimamos su amor
vaso de vino...»
tan poco significativo al lado de la probabilidad de conquistar el co-
razón de «Don Error»? Porque el modelo de amor que nuestra madre No es de extrañar, pues, que mucho tiempo antes de que se haya
«mala» mostró una vez hacia nosotras está reencarnado en el Señor planteado la cuestión de nuestra preparación sexual por parte de la
Error. Con éste se nos depara la segunda oportunidad de conseguir el madre, ésta nos haya facilitado un cuadro de la vida en el que ella
amor de nuestra vida..., aquél que no logramos ver hecho realidad la aparece como indispensable. Sucede aquí lo que con esas fotografías
primera vez. ¿El amor de ese agradable chico de la casa vecina? Aquí de las revistas de modas, donde las figuras masculinas quedan desenfo-
no existe la menor probabilidad de que triunfemos; por algo fallamos cadas, sin perfiles claros, casi sin caracteres varoniles. Bueno, su iden-
antes. tidad carece de importancia; lo que interesa es lo que dan a las mu-
jeres de las fotos: les proporcionan una más nítida definición. El ves-
¿Quién es exactamente papá? Esto nunca queda bien claro, e igual tido anunciado tiene un precio de 200 dólares, pero sin la compañía
ocurre por lo que se refiere a mamá..., y por extensión, a nosotras. Él del hombre, sin unos cuantos recostados a sus pies, o ayudándola a
es la misteriosa fuerza exterior, quien «trae el pan a casa», quien de- apearse del coche, la imagen de la joven embutida en el atuendo sería
rrama sobre la familia, como un Santa Claus, las golosinas de la vida: menos significativa para otras mujeres.
la vivienda, el coche, la lavadora, las vacaciones del verano, dinero para
el lindo vestido, destinado a una soñada ocasión. Incluso en las casas Hoy, nuestro desarrollo nos está alejando de esto. Sin embargo, es
en que la madre también trabaja, ella contribuye con ingresos menores posible que la idea de que los hombres son de vital importancia para
al presupuesto familiar. Hay una cosa que ella refuerza por razones realzar cualquier valor propio nuestro se halle entretejida en la reali-
personales: la mayor parte de las mujeres necesitan tener conciencia dad femenina hasta tal punto que muchas mujeres piensen que recha-
de que sus esposos son los provisores principales, y éste es el mensaje zarlo viene a ser algo así como negar la ley de la gravedad. Cuando
que transmiten a sus hijas. yo digo que las mujeres necesitamos a los hombres, para que éstos
«cuiden de nosotras», semejante pensamiento parece definitivamente
Por otra parte, la madre se mantiene sentada a la puerta de la
desfasado, anticuado. Resulta demasiado fácil desentenderse de tal idea
vivienda que alberga esos bienes. Es la administradora, la que nos fa-
si nos atenemos a su significado superficial. Las mujeres no necesitan
cilita nuestras asignaciones, cuando no nos las retira. Si somos «bue-
a los hombres para que ellos paguen nuestras cuentas o alejen a unos
nas chicas», conseguiremos algunos extras... Es una forma de conduc-
peligrosos merodeadores. Los necesitamos porque deben cuidar de no-
ta que le hemos visto practicar con el padre. Para nosotras también,
sotras, ya que no nos creemos seres visibles, no sabemos si existimos,
el dinero entregado por un hombre tiene una significación superior a
siquiera... sin ellos. En estas condiciones, nos sentimos perdidas, aban-
la que se asigna al ganado con nuestro esfuerzo. «Es mi marido quien
donadas, a punto de morir. Somos como unas criaturas que necesitaran
262 MI MADRE, YO MISMA
UN MISTERIO: LOS HOMBRES 263
la presencia de la madre al sentirse presas por el pánico y «a plena vestido ha costado únicamente veinticinco dólares, en lugar de cua-
soledad. > ' L» renta y cinco.»
«No, no. Insisto: pagaré lo mío», dice una joven que se nos ha En este bonito y seguro cuadro doméstico que ella presenta existe
unido a mi marido y a mí en la mesa de un restaurante. Pero al exa- un enigma. Por una parte, la oímos afirmar que papá es un hombre
minar el interior de su cartera ve que no tiene dinero suficiente. De agradable, que trabaja mucho por nosotras, añadiendo que le ama mu-
serle posible, el hombre, normalmente, sale de su casa con más dinero cho y comentando que componen los dos un matrimonio ideal. Por
del que ha de necesitar, pues sabe que pueden presentarse imprevistos, otro lado, ¿por qué anda ella siempre con sus pequeños y malinten-
y desea estar en condiciones de hacerles frente. Las mujeres han sido cionados dichos, haciéndole aparecer como un necio? ¿Es que no se
enseñadas a llevar encima el dinero justo para el taxi. Mentalmente, acuerda de que tuvieron una terrible riña la semana pasada? ¿No está
esta joven que insistía en pagar su consumición se convertía por su él habitualmente enojado con ella, porque le reprocha que se pasa todo
actitud en una mujer de su tiempo, responsable. Algo más profundo, el tiempo en la oficina, o jugando a los bolos con los amigos? Cuando
que le fue inculcado en la niñez, labora sin embargo misteriosamente la madre habla de las compensaciones del matrimonio (en oposición a
dentro de ella para quebrantar la citada tendencia. los peligros de lo sexual), nos sentimos desorientadas, desconectadas
Lo que produce esta incapacidad para cuidar de nosotras mismas con la realidad. Algunas de nosotras desean casarse, pero la visión de
es que las mujeres están comenzando a comprender que ese «despla- su matrimonio hace que tal idea se distancie momentáneamente de
zamiento gratuito» que los hombres, supuestamente, les ofrecen no es nosotras. Algo se echa de menos. Todo lo sexual es problemático, nos
ningún privilegio, contrariamente a lo que se pretende hacernos ver. dice a cada momento; los chicos, muchos de ellos brutales, sin ningún
«Mi novio no dispone de mucho dinero», dice una chica de die- refinamiento, van siempre en busca de lo mismo. Somos jóvenes toda-
ciséis años. «Le dije que no me importa pagar mis gastos, pero esto vía, pero sabemos ya que la vida no vale la pena de ser vivida sin la
a él le gusta hasta cierto punto. Sale con frecuencia con sus amigos, excitación que nos producen los chicos. ¿Cómo podemos aceptar las
lo cual según él no le cuesta mucho. Pero cuando lo hace espera que promesas de la madre? Ésta nos presenta a los chicos sumidos en una
yo me quede en casa. ¿Por qué no ha de preferir salir conmigo, su- luz tan peligrosamente atractiva que lo sexual se transforma en tema
mando al poco dinero que gasta con los amigos el que yo le ofrezco? constante de nuestras reflexiones.
Pues no, nada de eso. Yo he de quedarme en casa cuando no está de Nos acomodamos a este hecho vital decidiendo que nuestra madre
humor para verme... porque esto es lo que realmente desea significar es buena, y nosotras, en cambio, malas. ¿A quién ha de extrañar que
cuando dice que está en las últimas. Y si salgo sola, o voy a alguna las hijas se queden perplejas, y que se muestren resentidas, cuando la
reunión sin él, se pone furioso.» Si el hombre te deja compartir los madre se divorcia y empieza a llevar a casa un hombre distinto cada
gastos con él cuando le acomoda, la independencia que el dinero ofre- vez? Éstos no tienen nada que ver con los papas agradables y cómo-
dos que satisfacían nuestras necesidades monetarias... ¿Puede decirse
ce es tan falsa como la calidad de la relación.
que es una relación sexual lo que ella desea... tras tantos años de es-
Convirtiendo a los hombres en Papá Noel, las madres asestan un tar diciéndonos que eso es malo, innecesario, peligroso, y que se trata
tremendo golpe al problema de la competición entre nosotras. Papá de algo con lo que no debemos enfrentarnos jamás? Ella ha roto el
no es esa persona sexual, ese hombre atractivo que las dos queremos. lazo simbiótico: se halla más unida a la nueva persona que a nosotras.
Él es realmente un amable provisor, un tipo imponente y cordial, tan «No me opongo a mi madre», explica una chica de quince años, cuya
confortable y no erótico como un electrodoméstico. ¿Qué puede ha- madre ha instalado a su amante en el hogar familiar. «Me opongo a
ber de sexual en una persona que se abre paso en la vida mediante él... Mi madre le presta más atención que a mí. Cuando sea mayor,
una serie de trabajos que le ponen al borde del ataque cardíaco, que querré casarme con alguien, no me limitaré a vivir con él. No quiero
llega al hogar tan cansado y malhumorado que apenas tiene ánimos llevar la vida que lleva mi madre.» En su círculo amistoso, esta mu-
para depositar un beso en la mq'illa de mamá? Por otra parte, la ma- chacha tiene fama de ingenua y antisexual.
dre refuerza la alianza entre nosotras dos: papá no constituye ese pre- Una consejera en cuestiones matrimoniales, la doctora Sonya Fried-
mio que las dos ansiamos conseguir, sino que es un oponente anticua- man, se refiere a un caso en el que un amante instalado en el hogar
do al que atribuimos hasta rasgos de necedad: «Le diremos que el provocó una reacción opuesta. «Cuando la madre, una mujer de trein-
264 & MI MADRE, YO MISMA « « UN MISTERIO: LOS HOMBRES 265

ta y cinco años, llevó a este hombre a su casa, la hija se sintió tan hombre: ha de ser sincera al referirse a su vida con su esposo. Si la ma-
avergonzada que se negó a que sus amigas continuaran visitándola. dre intenta decir a la hija una cosa cuando verdaderamente siente o
Éstas le preguntarían, seguramente: "¿Quién es este hombre? No es vive otra, tal divergencia da lugar a las más penosas dificultades. Nos
tu padre, desde luego... Entonces, ¿por qué duerme en el cuarto de encontramos ante lo que a mí me gusta denominar La Gran Mentira.
tu madre?" La muchacha no podía soportarlo. Las chicas poseen un Nos vemos apresadas entre lo que nuestros padres dicen y lo que sien-
sentido muy estrechamente definido acerca de la moralidad, de lo que ten.» Deseamos creer que la vida con el padre es todo lo agradable que
está bien y lo que está mal. No me sorprendió saber que la hija inició la madre afirma, pero en nuestro fuero interno sabemos que no hay
muy pronto por su cuenta una experiencia sexual avanzada.» nada de eso. Nos quedamos con un cuadro suyo de color de rosa, pero
Cuando la madre revela que su interés por los hombres no es me- sin la menor idea acerca de la forma de alcanzar esa meta ideal. Todo
ramente superficial y doméstico, como siempre ha afirmado ante no- lo que entretanto sabemos es que cualquier hombre que no nos haga
sotras, hurta a aquéllos su misterio. Son seres sexuales, y nosotras de- sentir esa idealizada emoción no es el «Señor Verdad». Así es como
seamos lo que ella tiene. Repentinamente, se abren, anegándolo todo, le reconoceremos cuando por fin haga acto de presencia. Él ha de trans-
las puertas de la franca competición, con su tremendo caudal. La irri- portarnos a ese mágico lugar de que nos está hablando nuestra madre
tación de la hija es a menudo expresada mediante la elección de un constantemente.
hombre lo más explícitamente sexual posible, para hacer ostentación Las madres educan a sus hijas como criaturas necias porque creen
de él ante la madre, y volver a ésta. en la divinidad de la inocencia. Sexualmente, todas las madres son ca-
La madre no miente deliberadamente. Desea que nosotras repita- tólicas. Rezan por la inocencia de las hijas al mismo tiempo que piden,
mos su vida porque así es como ella se da validez a sí misma. Hace también con oraciones, un hombre para sus incultas e inmaculadas mu-
de la vida un misterio porque si supiéramos lo poco que ella sabe, chachas. Los guardianes de las vírgenes vestales custodiaban su pureza,
podríamos no repetir el ciclo; si rechazamos sus decisiones, la madre sabedores de que el sexo era su condenación. Nuestras madres nos con-
se sentiría ansiosa y culpable. «¿Dónde obré erróneamente?» servan puras y torpes, sabiendo que aun en el caso de que lo sexual sea
Una vez más, el deseo es la madre del pensamiento. Según la doc- nuestro futuro, supondrá también nuestra ruina. A la luz de tal inevi-
tora Schaefer, «la madre se imagina que su matrimonio, aunque no es tabilidad, la reflexión racional e inteligente se derrumba. Prevalece una
perfecto, ha salido bastante bien; se figura, en definitiva, que es me- piadosa creencia: el inocente debe ser perdonado. Caso tras caso, cuando
jor que muchos otros. En caso negativo, ¿por qué se ha sacrificado me he entrevistado con madre e hija, la primera me decía: «¡Oh! Mi
tanto en su nombre?» Dice Gladys McKenney, profesora en una escuela hija lo sabe todo; ha ido informándose en el colegio, hablando con sus
de enseñanza media emplazada en las inmediaciones de Michigan: «Las amigas, en la calle. No tengo que explicarle nada.» Pero al hablar con
hijas se dan cuenta perfectamente de la inconsistencia de muchos ma- las hijas, de catorce, quince o dieciséis años, he comprobado que sus
trimonios... La madre se refiere con sus palabras a las bellezas o los conocimientos son fragmentarios. Asusta lo que no quieren saber: toda
encantos del matrimonio en tanto que vive una desgraciada relación la verdad acerca de su cuerpo, de los métodos anticonceptivos... ¿De
con su marido. Es difícil reconocer en presencia de una hija: "No siem- dónde proviene su aversión a averiguar cosas sobre sí mismas en un
pre nos hemos sentido felices tu padre y yo al unir nuestras existen- mundo que nunca les ha ofrecido información sexual suficiente?
cias." En las familias que yo trato, situadas a un nivel socioeconómico Nuestras dificultades comienzan con la ambivalencia de la madre.
superior al término medio —con lo cual aludo a la mayor parte de Es duro para ella hablar de ello; es imposible para nosotras escucharlo.
los hogares en la población en que enseño—, hay un torrente de eno- «Nadie te pone al corriente de los sentimientos que albergarás cuando
jos entre esposos y esposas, que no se pone de manifiesto. La gente tengas intimidad con alguien —dice la doctora Schaefer—. Hagamos
menuda lo sabe, pero todo se oculta, se suprime.» Y se da curso a un justicia a la madre... ¿Cómo puede prepararte alguien para esa enormi-
doble mensaje: a veces nos odiamos mutuamente, pero es mejor llamar dad del orgasmo? Muchas mujeres adolecen de tal falta de preparación
a esto amor. que no lo desean. Se resisten. No es que no puedan lograr el orgasmo;
El misterio se expande. se trata solamente de que les resulta imposible controlar todas esas sen-
Dice la doctora Schaefer: «Una madre dispone tan sólo de un me- saciones.»
dio para preparar a su hija pensando en la realidad de su vida con un La doctora Schaefer continúa diciendo: «Examinemos el problema
266 MI MADRE, YO MISMA H ÜN MISTERIO: LOS HOMBRES 267
pensando en una madre que intenta hablar con claridad a la hija. El re? Hemos mantenido nuestras manos alejadas de nuestros cuerpos a
hecho de que la mujer mayor pueda aceptar ciertas ideas sexuales — e lo largo de los últimos veinte años. ¿Cómo vamos a poder decirle lo
incluso celebrarlas — no implica que no le asusten terriblemente al re- que queremos, si nunca se nos ha permitido explorar la idea por no-
lacionarlas con su hija. El novio de la chica se ha presentado en un sotras mismas?
coche para salir con ella. La madre sabe que, antes o después, en el Lo que es auténticamente desconcertante y atemorizador es el juicio
curso de la noche, se detendrán en algún sitio. Conoce también las fan- de la madre al decir de buenas a primeras que los hombres son malos,
tasías que su hija alimenta en torno a la grata sensación que dan los que no se debe confiar en ellos, que son como niños egoístas, que aca-
besos. Pero no pierde de vista que las del chico irán seguramente más barán cansándose de nosotras... Y luego, casi sin solución de conti-
lejos, deseando, por ejemplo, que ella acaricie su pene. ¿Cómo va la nuidad, la madre pasa a hablarnos ¡del maravilloso futuro que nos
madre a explicar esto a la joven cuando ella misma se siente culpable aguarda cuando nos casemos con uno de ellos! En nuestra cultura, una
en tantas cosas referentes a lo sexual?» buena madre no admite nunca, nunca, la posibilidad de que la hija se
«Son muchas las mujeres que no hacen más que formular objecio- quede soltera. Tampoco admite jamás la idea de que el matrimonio no
nes acerca de un hombre hasta el momento en que se acuestan con él sea lo mejor del mundo. El temor y la desconfianza hacia los hombres
— manifiesta Sonya Friedman —. Luego, todo queda zanjado. Y se li- que las madres han sembrado en las hijas se reflejarán más tarde en el
gan a él de un modo inapropiado. El hombre en cuestión asume enton- trato de éstas con los que conozcan a lo largo de la vida. La faceta amo-
ces una importancia emocional desproporcionada. He aquí a esa mu- rosa y el consiguiente matrimonio se hallan condenados al fracaso ya
jer, ayer tan serena y racional, poniéndose de acuerdo con el hombre antes de que la primera se insinúe. La chica mira con rencor a todos
que significa en su vida tan sólo un flirteo, una aventura amorosa de los hombres por lo que uno de ellos hizo a su madre, o por lo que ésta
cortos alcances, una hoja que se lleva el viento... diciendo hoy, entre dijo que le había hecho.
sollozos: "Le necesito, le necesito... ¡Sin él moriré!" Confío en que Acerca de los donjuanes, las mujeres, justificadamente, formulan un
esta manera de discurrir vaya desapareciendo. La cosa era terrible en- comentario que para la chica en sí no cuenta: «Ése se acuesta con cual-
tre las mujeres de mi generación, munidas de tan pocas tretas, y car- quiera.» Los hombres devuelven el cumplido al decir de una mujer:
gadas con un cúmulo de culpabilidades y/o una terrible "necesidad" de «Ésa se casará con los primeros pantalones que se le crucen.» Nos des-
él. Por encima de todo estaba la idea imperativa de que si lo necesita- pertamos como sonámbulas, diciéndonos: «Yo no elegí a nadie. Todo
bas sexualmente tenías que casarte con él.» fue, simplemente, una parte del esquema. Una se ve casada, y luego
«Una de las cosas que ocurren cuando somos algo más maduras madre de dos hijos; a continuación adquirimos un perro y una casa
— prosigue diciendo la doctora Sonya Friedman —, es que conseguimos para pasar los veranos...»
que nuestro yo personal permanezca intacto. Se puede gozar de un A los quince años, nosotras, por supuesto, somos unos entes no me-
hombre física y emocionalmente sin llegar a ligarnos a él, manteniéndo- nos misteriosos para los chicos. Pero en este aspecto ellos son penetran-
nos tranquilamente sentadas junto al teléfono, aguardando a que sue- tes; se dan cuenta de lo cerca que se encuentran todavía de la domi-
ne. Esto es lo que espero que mi hija aprenda: que si posee algunas nación y los enredos femeninos: la madre se mueve constantemente a
virtudes significativas, y una buena opinión de sí misma, como la tie- su alrededor. Y aunque a ellos les puede apetecer en la misma medida
nen los demás, no tendrá necesidad de hacerlo valer para sostener una que a nosotras la proximidad y el amor, no quieren saber nada de las
relación dominada por la idea de que "no puede vivir sin él".» restantes cuestiones sostenidas por las mujeres (la madre): unas nor-
Esperamos que el matrimonio nos libere de nuestras culpabilidades mas, una dependencia y un control. Chico y chica se ven mutuamente
sexuales. La contradicción radica en que mientras que la esposa quiere como huidos de la madre — una alianza que nos separará de ella para
que el hombre sea fuertemente erótico y mágicamente viril, para des- siempre —, pero ignorantes de toda relación entre hombres y mujeres,
pertarnos sexualmente, nosotras deseamos que haga esto dentro de una con la excepción del lazo simbiótico que hemos conocido en casa, proce-
estructura emocional de calor, ternura, afecto y mimo. «¡No! ¡No me demos a mantener lo mismo entre nosotros. «Sed metódicos, constan-
toques ahí!», exclamamos cuando algo que va a hacer amenaza con sus- tes», es una recomendación que proporciona a chicos y chicas algo que
traer toda ternura de lo erótico. El hombre se siente desconcertado: si ellos consideran seguridad. Muy a menudo sucede algo parecido a dos
ella no cree que eso sea propio de la relación sexual, ¿qué diablos quie- bañistas que se hallan a punto de ahogarse: que se aferran uno al otro
268 MI MADRE, YO MISMA '1

mutuamente por el cuello. Habitualmente son los hombres quienes aca-


ban con el peligroso abrazo. Su mayor ventaja radica en que ellos tie-
nen alternativas, experiencia en el alejamiento: no necesitan «comprar»
una relación a cualquier precio. Su grito de ahogo — poco antes de dar
el portazo— es famoso. Lo que se comenta poco en tales situaciones
es que la mujer también debió de sentirse ahogada. Pero ella habría CAPÍTULO 9
pagado ese precio..., cualquier cosa, para mantener la relación en
marcha. LA P É R D I D A D E LA V I R G I N I D A D
Cuando se desvanece lo romántico y la fantasía, cuando vemos a los
hombres excluidos y esfumado su gran misterio, para quedar ante no-
sotras como lo que somos todos, simples seres humanos, nos irritamos. Mi tía Kate estaba esperando la llegada de su primer hijo el verano
Cuando teníamos quince años, nuestra madre nos parecía una persona del año en que ingresé en la universidad. Mi familia se había trasladado
arcaica; éramos heroínas sexuales, que pisábamos terrenos que la hubie- al norte el invierno anterior, y por este motivo yo me alojaba en su
ran aterrorizado de haber estado informada. ¿Qué sucedió? De pron- casa de Charleston. Nos hallábamos pintando el cuarto destinado al re-
to, la vehemencia se ausenta de nuestras vidas y comprendemos que no cién nacido, y nuestra conversación versaba sobre la inminente boda de
hemos avanzado más que ella. ¡Somos exactamente iguales que ella! mi mejor amiga, en cuya ceremonia yo debía actuar de dama de honor,
Esto explica la ira impropiada que sentimos cuando nuestros hom- cuando mi tía, con toda naturalidad, me hizo saber que había ido virgen
bres nos dicen: «Eres igual que tu madre.» Podemos pensar que es una al matrimonio. Dado el ambiente — el embarazo de mi tía, la boda, Ja
deslealtad tomar tales palabras como una acusación, pero nos atenaza lejanía temporal de mi madre—, cualquiera pensaría que a estas pa-
con mayor fuerza el temor a que él nos juzgue tan asexuales como nues- labras siguió una detallada disquisición sobre la vida sexual y los me-
tra madre parecía serlo a nuestros ojos. «¿Qué tal te sienta ser mujer?», dios anticonceptivos. No hubo nada de eso.
me preguntó mi madre el día en que tuve mi primer período. Es una Yo no formulé ninguna pregunta, pues no pensaba en mí como ser
pregunta bastante convencional, pero me sentí nerviosa, inquieta, mo- sexual. Y ella me había dicho todo lo que era capaz de decir, sin sobre-
lesta. Yo no me sentía mujer, y cualquier conversación sobre los temas saltos, sobre aquel tema. Bueno, añadió que su virginidad había signi-
de la feminidad y la sexualidad entre mujeres me dejaba perpleja, hacía ficado mucho para su marido. La conversación discurrió suavemente, sin
que me desenvolviera torpemente. Serían los hombres — y no la mens-
embarazosas interrupciones, sin sermones, como haciendo continuos in-
truación, ni mi madre, ni las otras mujeres — quienes definirían mi
cisos, entre golpe y golpe de brocha... Ello respondía a la cariñosa for-
feminidad y me ayudarían a comprenderla. Mientras escribía el presente
ma con que mi tía quería ponerme al corriente de un hecho significativo
libro ha quedado confirmado algo que mi cuerpo y mi alma habían
de su vida. Su comentario enlazó fácilmente con mis románticas visio-
comprendido mucho antes que yo: desempeñar el papel de espectadora
nes de lo que tenía delante, y pronto lo «olvidé» todo. Ahora, al re-
pasiva de la vida de nuestro cuerpo es una decisión que podemos acep-
troceder en el tiempo, puedo ver su mensaje bien grabado en mi mente.
tar o no. Las mujeres están comenzando a ver que la sexualidad no pue-
Si, a diferencia de mi tía, yo no fui virgen al matrimonio, no por
de ser conferida por cualquier otro ser. Si los hombres siguen siendo
un misterio es a causa de sus intrínsecas «diferencias», y no porque ello es menor la deuda que contraje con ella. Yo había estudiado en un
posean un poder mágico sobre nosotras. Las mujeres, hoy, son miste- colegio del Norte, como ella; quería ser actriz, y luego escritora, tam-
riosas para las madres porque todas nos hemos convertido en agentes bién como ella. Eran cosas que quería hacer, pero la idea me la había
activas de nuestra sexualidad. sugerido mi tía. Si no hubiera tenido a la vista el modelo de su vida,
que me ayudó a salir del cálido caldo de cultivo meridional en que me
había criado, hubiera podido casarme siendo tan joven como mis ami-
gas. Su forma de ser, su aspecto, me permitieron convertirme en ente
sexual, en el momento oportuno, y sin ningún sentimiento de culpabi-
lidad. Esto es lo que le debo... No me dio una norma, ni una orden
para que me contuviera, sino que supo dotarme de un freno modélico,
270 MI MADRE, YO MISMA LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 271

para que lo utilizara cuando me fuese necesario. Lo mejor que pueden ber la verdad. Pero ni siquiera era capaz de componer mentalmente la
hacer nuestras heroínas es alargarnos una mano y luego dejarnos solas; frase: «Creo que estoy embarazada. ¡Ayudadme!» ¿Embarazada yo, la
la forma de darles las gracias consiste en desarrollar nuestra persona- presidente de mi curso, la secretaria del comité de gobierno estudian-
lidad, en ser fieles a nosotras mismas... Nada de tratar de parecemos til? ¿Qué diría la gente cuando me revelara como una joven de doble
a ella. Siempre que corría el séptimo velo virginal ante la cara de mi personalidad, una muchacha que deseaba pasar su vida con un miembro
amante de turno — tras haberle ayudado a apartar los primeros seis —, masculino entre piernas, que lo acogía en cualquier parte, en los coches,
no era que estuviese oyendo las palabras de mi tía, sonando con el es- en la playa, en cualquier lugar oculto (aunque sólo lo imprescindible)
trépito de las trompetas del día del Juicio Final: ¡Resérvala! Ocurría, a los demás? Sería expulsada, despreciada. Me quedé paralizada...
sencillamente, que no estaba preparada. El ejemplo de su vida era toda Telefoneé a Steve. Sus palabras, que querían ser tranquilizadoras,
la razón que necesitaba. Mi cuerpo lo había experimentado todo, excep- fueron perdiendo fuerza a medida que pasaban los días y mi ansiedad
to la penetración final; mentalmente, yo seguía siendo virgen. La noche se incrementaba. Me dijo que las probabilidades de embarazo eran
en que perdí mi virginidad fue tan significativa y memorable como los muy remotas: una contra un millón. Yo debía ser esa una que confir-
ritos nupciales de cualquier doncella educada en un colegio de monjas. maba el cálculo. Llevaba seis días de retraso. Al séptimo día, nada más
despertarme, vi una hermosa mancha roja en la sábana. Tuve unos mo-
Una soleada tarde, durante mi primer año en la universidad, abrí mentos de intimidad con mi Dios: «Gracias, Santo Dios, gracias. Nunca
accidentalmente un libro de medicina dejado sobre una mesa por uno más lo volveré a hacer.»
de los amigos con quienes salía a veces. En un párrafo de una de sus Aquel viernes solicité autorización para pasar fuera el fin de sema-
páginas se especificaba que una muchacha puede quedar embarazada sin na. El sábado por la mañana, Steve y yo nos encontrábamos desnudos,
que medie la penetración. Se decía allí que el altamente activo esperma uno en brazos del otro, en una cama con dosel perteneciente a la her-
puede avanzar culebreando por su cuenta por una cálida y humedecida mana de uno de sus compañeros, en una vivienda de Beacon Hill. Su
vagina aunque la pareja haga solamente lo que Steve y yo habíamos pene se movía entre mis piernas; mi vagina se mantenía cálida y húme-
estado haciendo en su coche la noche anterior. Mientras leía aquellas da mientras el intrépido esperma intentaba una vez más confirmar el
frases, me puse a contar con los dedos los días transcurridos desde mi cálculo de una probabilidad de fecundación entre un millón de casos.
último período. Sabía que el siguiente no llegaría. ¿Habrá algo más estúpido que una virgen de dieciocho años?
Era obra del destino que yo abriera el libro precisamente por aque-
lla página. Había dado con uno de los accidentales boletines que había Recientemente almorcé con un hombre al que no había visto desde
de marcar mi existencia. Estudié el texto atentamente para estar más los diecinueve años. Había leído uno de mis libros, y cuando oí su voz
segura, pero en seguida me vi metida en un mar de enrevesados térmi- por teléfono sonreí, recordando los días pasados en el gran lecho de
nos médicos. El Gran Telón había sido levantado brevemente para que plumas de Kitzbühl, el vino que compartimos, los masajes que nos dá-
yo recogiera un mensaje, bajándose de nuevo. Estaba embarazada. Me bamos mutuamente tras las sesiones de esquí, y los días en que no es-
hallaba convencida de ello, así como de que no disponía de alguien a quiábamos en absoluto. Le había amado locamente, pero cuando en el
quien dirigirme. No conocía a ninguna chica que hubiera quedado em- transcurso de nuestra última noche me habló de matrimonio, poniendo
barazada. Jamás había oído hablar del aborto como tema de conversa- en mis manos una imagen de Santo Tomás de Aquino (era católico),
ción. Me hallaba locamente enamorada de Steve, pero la idea del ma- preferí solamente permitirle que estampara sus iniciales en mi brazo.
trimonio quedaba descartada por completo. Eran demasiadas las cosas Seguía sin querer oír una palabra de matrimonio: estaba todavía empe-
que tenía que hacer. Incapaz de enfrentarme con tal alternativa, sentí zando. Pero quería darle algo, así que le brindé mi brazo. Estábamos
que el pánico se apoderaba de mí. en la cama, bajo los efectos del vino ingerido y de los repetidos adio-
En ningún momento se me ocurrió llamar a mi madre. Sólo podía ses, y no sé de dónde sacamos la idea de aquel autógrafo entre el codo
recurrir a ella si me hallaba en el fin del mundo. No podía soportar la y la muñeca. Es lo que más recuerdo del episodio de Kitzbühl y de él...
visión de un gesto de ansiedad en su rostro, y para conseguir esto ha- La acción no era propia de mí.
bía un remedio: que no lo observara jamás en el mío. Estuve merodean- Durante la comida me habló de lo que recordaba mejor. «Casi ter-
do por la enfermería de la universidad, deseando desesperadamente sa- miné con tu virginidad. Tú eres lo que nosotros solíamos llamar una
272 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 273

virgen profesional — manifestó mientras consumíamos nuestros Bloody mente, y me dio un cheque por veinticinco dólares cuidadosamente do-
Marys—. ¿No te acuerdas de aquella última noche? Casi no te la in- blado,
troduje. De no haber dicho yo: "Nancy: ¿te das cuenta de lo que estás «Ahora haz el favor de decirme si necesitas algo», manifestó mi
haciendo...?"» madre, sabiendo que daría una contestación negativa. De pronto, en el
«Pero no llegaste a introducirla — respondí —. Son necesarias dos último minuto, en su rostro apareció una expresión melancólica, la de
personas para guardar a una virgen. Tú eres lo que nosotras, las vírge- todas nuestras despedidas. «¡Oh, Nance!», murmuró. Me asió con ma-
nes, denominamos nuestro guardián profesional.» nos trémulas, y yo le devolví el abrazo con menos calor del que hubie-
ra querido emplear. Me odiaba a mí misma por no ser capaz de dar a
mi madre lo que ella ansiaba. ¿Por qué estos adioses hacían siempre
Mi madre me hizo una visita antes de que yo tomara el avión para
que me sintiera tan culpable? Me despedí de mis familiares agitando
trasladarme a San Juan de Puerto Rico, donde había conseguido mi pri-
la mano hasta que los perdí de vista. Luego, me dirigí a Nueva York,
mera colocación, en un periódico de habla inglesa. Llegó con mi pa-
en compañía de mi actor. Mi abuelo me había dicho que podía utilizar
drastro y dos amigos al teatro de Cabo Cod, en el cual yo había actuado
su alojamiento en el Plaza. De sus labios no salió una sola palabra
como principiante durante los tres años últimos de universidad. Había
previniéndome que tenía que ser prudente. Yo llevaba colgado un ró-
reservado para ellos las mejores habitaciones del mejor hotel, la mejor
tulo: «Nancy sabe cuidar de sí misma.» Pero por la noche, el actor y
mesa en el mejor restaurante, y, por supuesto, les procuré las mejores
yo lo hicimos todo, menos aquello...
butacas del teatro, para la representación de aquella noche. Me sentía
orgullosa de mi madre. Era bonita, joven, y en ningún momento se per-
mitía criticar mis cosas. Compartí mi apartamento de San Juan con dos chicas, ambas vír-
genes. La noche del estreno, alguien llevó una pequeña palmera, de la
«¿Sabes? — m e dijo, admirando mi organización, satisfecha de mis
que colgamos tres huevos vacíos, símbolos de la fertilidad. Nos reímos
amigas, de la vida perfecta que llevaba —. A Susie le hubiera gustado
hacer algo semejante, pero ¡es una muchacha tan irresponsable!» Mi mucho, y luego plantamos hiedra en el bidet.
hermana, mayor que yo, todavía vivía en casa. La preocupación que sen- Hacia fines de aquel año, las tres habíamos perdido la virginidad.
tía mi madre a causa de las dificultades con que Susie se desenvolvía Nunca hablamos una palabra sobre anticonceptivos. No había un dia-
en su vida pareció desvanecerse al volverse hacia mí. «¡ Oh, Nancy! fragma en la casa. Una noche me despertó un ruido procedente de la
— exclamó, sonriendo, al tiempo que dejaba caer una de sus manos terraza. Incorporada en la cama, vi a una de mis compañeras de rellano
sobre mi hombro —. Tú has sabido siempre cuidar de ti misma. Jamás haciendo el amor con un hombre al que yo no había visto nunca, y que
estuve preocupada por ti.» ella tampoco volvería a ver. Mi turno llegó muy poco después. Bajando
No sé cuándo mi madre y yo nos pusimos de acuerdo en aquel tra- por la Avenida Ponce de León a la mañana siguiente, en el autobús, re-
to. Al parecer, las cosas siempre habían marchado igual. Yo nunca lle- cuerdo mi sorpresa al comprobar que las pecas de uno de mis brazos,
vaba mis preocupaciones a casa. Ciertamente, por el tiempo en que cum- tostados por el sol, continuaban en el mismo sitio. ¡No había cam-
plí los veinte años, mi madre y yo habíamos concretado nuestro pacto: biado !
puesto que ella no tenía motivos de preocupación, no se inmiscuiría en
* * *
mis asuntos. Ya me ocuparía yo de mí misma. Aquella noche, a la hora
de la cena, me presenté en compañía de uno de los hombres que más
me atraían, en esta ocasión un mal actor. Informé que me iba a llevar Desde las primitivas hasta las más sofisticadas culturas, la sabidu-
en coche a Nueva York para pasar en esta ciudad una noche antes del ría inconsciente de la raza ha considerado necesario que los jóvenes
vuelo a San Juan. Mi madre no me preguntó en ningún momento dón- fueran confirmados en la asunción de su virilidad mediante ritos que
de me hospedaría en Nueva York, ni si tenía dinero suficiente para el marcaran su abandono de la pubertad: Bar Mitzvahs, pruebas de caza,
pasaje, ni qué hacía en compañía de aquel tipo de mala fama, un hom- etcétera. «Hoy eres ya un hombre.» En las civilizaciones complejas,
bre que, evidentemente, carecía de porte y modales para ingresar como lo sexual puede ser aplazado durante unos pocos años. No obstante, el
socio en el club de campo. Se limitó a sonreír a mi acompañante tímida- joven ha quedado señalado: ha llegado el momento de dejar a un lado
las maneras infantiles, y emprender la separación de la familia. Ha es-
274 ií* MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 275
perado ansiosamente esta ceremonia de la separación durante tanto
ello, sin más. No existe nada capaz de hacerte independiente de golpe.»
tiempo que cuando se presenta no abriga la menor duda sobre su va-
La separación no es una cosa que vaya a «pasarte» una noche en el
lor. Su madre llora de gozo, su padre se muestra orgulloso, él mismo
asiento posterior de un automóvil, o que te sea dada por un esposo en
sabe que ha alcanzado una alta meta. Cuando se inicie la vida sexual,
la cámara nupcial, durante la luna de miel.
ésta aparecerá como una consecuencia de todo lo demás.
Sería una bendición para las mujeres que pudieran ser aliviadas de
No existe nada comparable para las chicas. Ellas no saben de ri-
su virginidad con el nacimiento. Sería ésta una operación simple, que
tuales, ni de una formación paulatina para la feminidad. Nuestra sexua-
nos permitiría desembarazarnos de un rótulo o marbete, algo que, más
lidad no se celebra. Nuestro único acto simbólico es la pérdida de la
que otra cosa, siembra la confusión en nuestras reflexiones sobre la
virginidad, el cual se realiza en secreto y sin aplausos. Si esperamos a
sexualidad; el mercado de las novias vírgenes desaparecería de una
estar casadas, el acto sexual, como el matrimonio mismo, se proyectan
vez para siempre; a las madres se las aliviaría de una ansiedad que
para conseguir lo que debiera exigir años de un proceso de preparación.
nada tiene que ver con el corazón, el alma y el carácter de sus hijas.
Lo que debiera ser un acto de separación se convierte en otra forma
Aquéllas podrían abandonar su papel de «policías», desenvolviéndose
de simbiosis: ahora, después de habernos «quitado» la virginidad, ¿nos
más fácilmente como educadoras cariñosas. En vez de pensar que en
amará él siempre, nos llamará mañana, nos dejará por otra mujer? En
una noche podemos «perder» un misterioso tesoro escondido entre
vez de hacernos libres, curiosas, experimentales acerca del futuro, lo
nuestras piernas, comprenderíamos, quizá, que nuestra sexualidad que-
sexual nos llena de una ansiedad regresiva, de una ansiedad postcoital.
da entre nuestros oídos, y que es ganada por nosotras solamente.
«Abrázame. Ámame solamente a mí y yo te amaré tan sólo a ti, para
siempre, te lo prometo.» Cada acción libre, cada victoria sobre el temor y la inhibición, cau-
Todas nos acordamos de la primera vez. Recordamos el vestido san en mí un incremento de valor que me permite actuar con más fa-
que llevábamos, la lámpara que colgaba del techo de cierta habitación, cilidad en la siguiente intentona. Por consiguiente, imaginémonos una
la impresión que producía la tapicería del coche en que viajamos. Ex- zona de desarrollo en la cual una persona joven pudiera practicar su
perimentamos el rito de la iniciación. Un acto que nos dice que hemos sexualidad, y aprender a sentirse separada de su madre. Idealmente,
dejado de ser niñas, que acabamos de dejar a un lado las normas dicta- eso sería seguro, económico, tranquilo e íntimo, no hiriendo los sen-
das por la madre. Somos personas adultas, ya mayores, con una vida timientos de nadie. La motivación y la actuación habrían de partir de
sexual propia... conceptos sinónimos de separación. Pero ésta no es la una misma... Aquí tenemos un placer autosatisfactorio, sin posibles
realidad. consecuencias para nadie que no sea la persona interesada: la mastur-
Aguardamos lo sexual, más que cualquier otra cosa de nuestra vida, bación. La naturaleza es muy astuta.
para que nos haga mayores. Es posible que nuestra madre no haya Y, sin embargo, Kinsey informó en los primeros años de la década
querido que salgamos de casa, que cursemos una carrera, pero en lo de los cincuenta: «No ha existido otro tipo de actividad sexual que
que sus prohibiciones llegan al punto máximo es en lo tocante al sexo. haya preocupado a tantas mujeres como la masturbación.»1 En 1964,
Tenemos razón al pensar en lo sexual como un paso en el camino de la doctora Schaefer, en su estudio sobre la sexualidad femenina, en el
la separación de ella, pero toda la tarea completa no puede apoyarse que intervinieron varias psicoterapeutas, descubrió que todas las mu-
exclusivamente en esto. «Por el hecho de no tener otra preparación for- jeres consultadas experimentaban una fuerte ansiedad ante la mastur-
mal para la sexualidad — dice el doctor Robertiello — el episodio de la bación.2 Y la revolución sexual de la última década no cambió tampoco
pérdida de la virginidad es para vosotras una carga tremenda. No pue- muy profundamente nuestras ideas. Según las investigaciones realizadas
de quedar a cargo de esto todo cuanto la gente le atribuye. La separa- en 1974 por Robert Sorenson, las mujeres se masturban más actualmen-
ción no es un acto físico, como la rotura del himen. Es un acto emo- te, pero todavía se sienten «a la defensiva e incómodas».3
cional. Debe comenzar durante los primeros años de la vida y ser re- Tanto si se masturban como si no, el tópico, entre las mujeres, es
forzado progresivamente a lo largo del desarrollo. No es de extrañar el de la «carga de ansiedad». ¿Por qué razón? Dice la doctora Schaefer:
que haya tantas mujeres que vayan sintiéndose más y más desconcer- «La ansiedad se halla relacionada con una repugnancia a ser respon-
tadas, perdiendo interés por lo sexual. Primeramente, todo lo relativo sable del placer propio, de las fantasías personales, incluso de los pro-
a la cuestión les inspiró mucho temor, y luego esperaban mucho de pios orgasmos.»
Si no comprendemos por qué no nos masturbamos, no podemos en-
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tender por qué no pedimos lo que queremos en el lecho. Si no nos
villoso. Fue como si me hubiese convertido en parte de él.» Son bellos
sentimos libres para tocarnos a nosotras mismas, ¿cómo podemos abrir-
sentimientos, sinceramente vividos. Pero aquí nos enfrentamos con una
nos al placer con otra persona? Cuando siendo niñas, la madre empe-
confusión de ideas, dos concretamente. La proximidad a una persona
zó a apartar nuestra mano de entre las piernas, no insistimos porque
y lo sexual no son términos sinónimos. Mientras nos obstinemos en
nos encontrábamos unidas en simbiosis con ella; lo que la madre de-
mezclar una cosa con otra pondremos en peligro las oportunidades que
seaba era también lo que nosotras queríamos.
se nos deparen para obtener lo mejor de ambas.
«Cuando yo tenía seis años», dice una estudiante de segundo cur-
Estimo que lo sexual es algo absoluto, un fin en sí mismo. Si «ha-
so, que cuenta ahora dieciocho, «nunca llegué a relacionar la mastur-
ciendo el amor» logras eso para ti, has dado con una «prima», no con
bación y ciertos juegos infantiles con el intercambio sexual. Me re-
la raison d'étre de lo sexual. Lo sexual con amor es una cosa maravi-
cuerdo tendida boca abajo, extendiendo las piernas y moviéndome rá-
llosa, pero también puede ser excitante sin amor o proximidad. Si en-
pidamente, hasta que notaba "una agradable sensación". No sentía por
tramos en el juego sólo para realzar la unión simbiótica, pronto nos
esto el menor remordimiento, y hasta quería que mis amigas se unie- encontraremos con que hemos estado utilizando lo sexual para asig-
ran a mis prácticas. No relacionaba el placer que me proporcionaba narle una función que no puede acometer bien. Lo sexual extrae su
con lo sexual. De niña, me figuraba que todo se reducía a una rápida energía de la conexión de dos personas; la chispa necesita una cavidad
manipulación cuando se deseaba tener un hijo. La primera vez que en la que saltar. Si es utilizado como una especie de jarabe de melaza
experimenté un sentimiento de culpabilidad fue cuando me sorprendió para mantener juntas a dos personas ya unidas como dos capas de un
mi madre y me reprendió. Me siento todavía demasiado en tensión para pastel, es posible hablar de una unión mantenida, pero lo sexual que-
utilizar "Tampax". El año pasado me enamoré de un joven de mucha da ahogado entre tantas dulzuras.
labia, quien al fin me propuso que nos acostáramos juntos. ¡ Dios mío,
A pesar de la educación recibida, muchas de nosotras, como míni-
qué daño! Lo único que me gustó de la aventura fueron sus mimos.
mo, sentimos un momentáneo sobresalto ante la perspectiva de la se-
El muchacho ingresó en el ejército y no he vuelto a saber de él. Desde
paración. «Experimenté una sensación de poder tras aquella noche»,
entonces no me he vuelto a permitir expansiones de este tipo con
dice una mujer. «Me sentí alegre, regocijada, aliviada de una carga»,
nadie». manifiesta otra. «¡Fue algo maravilloso!», exclama una tercera. «¡Ha-
Esta joven disfrutaba masturbándose hasta que su madre relacionó bía llegado! ¡Por fin era una mujer!» A pesar de tratarse de frases
sus acciones con lo sexual, diciéndole que lo que hacía era malo. Con- que constituyen lugares comunes, encierran una terrible emoción; nos
tinuó masturbándose, pero se siente tan inquieta con respecto a esa revelan el sentido de la actuación de unas personas que viven sumidas
parte de su cuerpo que ni siquiera puede utilizar tampones. Si no le en sí mismas, aunque por unos momentos hagan lo que quieren, inter-
gusta tocarse a sí misma, ¿cómo puede creer que le agrade a otra nándose en la morada del temor, contra la cual ya han sido prevenidas,
persona? ¿Qué probabilidad se le ofrece de escoger activamente un para descubrir en ella, en lugar de lo anticipado, una fuente de placer.
compañero para la intimidad? Él fue quien la eligió, él la encandiló Están viviendo con arreglo a su experiencia, no conforme a la de la
con sus palabras, él la llevó al lecho, él le hizo daño, él la abandonó. madre.
«Buena chica» hasta el fin, todo da la impresión de que estuviera ausen-
Pero esta repentina confirmación del yo es perturbadora. La expe-
te. «Lo único que me gustó de la aventura fueron sus mimos.» Esto
riencia del gozo en este cuerpo, esta piel, estos senos, en mi vagina
es, la unión. Una simbiosis.
— la conciencia de una vida interna que es nuestra exclusivamente —
«¡No puedo vivir sin él!», clama la esposa abandonada. ¿Es esto el supone algo placentero, pero que también asusta. No hay nada que <e
grito de una mujer, o de un bebé? ¿Protesta porque cesa su actividad induzca a obrar por tu propia cuenta con mayor claridad que un brote
sexual o bien es que necesita seguir dependiendo de alguien? de sexualidad. Aquello nos agrada mucho, pero instintivamente retro-
Nada extraño, pues, que la mayor parte de las mujeres no piensen cedemos. Es demasiado extraño para la única identidad que nos han
en adentrarse en la sexualidad con los esquemas simbióticos de la in- enseñado a considerar como aceptable para las mujeres: «Yo soy una
fancia. Todo se transforma en una búsqueda de la vieja unión, aunque buena chica, nada sexual realmente, en absoluto.»
sea de un modo sexual y nuevo. «Me alegro de haberme reservado
«Después de haber perdido la virginidad, me sentí una persona li-
para Steven», dice una mujer joven. «La primera vez fue algo mara-
bre», dice una mujer de veintiocho años. «Me sentí más atractiva, pero
278 « MI MADRE, YO MISMA ¡U
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 279
no alteré en nada mi conducta sexual. Estuve saliendo con el siguiente
amigo hasta nueve meses antes de que nos acostáramos juntos. Toda- responsabilidad, son cosas que podemos poner bajo nuestro control.
Aunque la mayor parte de nosotras no lo hagamos.
vía no juzgaba que el sexo fuera grato... Mentalmente me consideraba
Yo no digo que exteriormente no digamos que sí; y tampoco afir-
aún virgen. Cierto es que había tenido relación sexual con un hombre,
mo que el hombre nos viola. A un nivel abierto, nosotras consentimos,
pero esto no quería decir que debía esperar a casarme para tenerla.»
pero debe establecerse una distinción entre el consentimiento que es
Si has sonreído, comprensiva, al leer las palabras de esta mujer,
señal de elección activa y el consentimiento vacilante, pasivo, en el que
entenderás el resto. Una parte de ella ha decidido acostarse con un quizá no haya en absoluto elección: «No sé lo que quiero; hazme lo
hombre; pero otra parte más importante de su ser ha pensado lo con- que a ti te apetezca.» A primera vista, la mujer elige a su hombre, de-
trario. Ella todavía quería ser «buena», atenerse a las normas de la cidiendo abrir sus piernas. Subjetivamente, en nuestro fuero interno,
madre, ser amada por rechazar la sexualidad. Queremos ser mujeres. nosotras no examinamos así la cuestión: deseamos sentirnos arrastra-
Deseamos continuar siendo hijas también. Con esta dualidad vivimos. das, llevadas. ¿Queremos que nos toque los pechos? Ni una sola pa-
Lo sexual ha dejado de causar aquí su mágica acción. labra se dice. ¿Nos gustaría que se moviera más rápidamente, o más
El mundo nos ve como mujeres. Poseemos la experiencia sexual lentamente? Continúa el silencio. Nos comunicamos con nuestro aman-
del género femenino. ¿Por qué no la sentimos? ¿Por qué no somos no- te por medio de la esperanza y la plegaria. ¿Nos agradaría acaso que
sotras las personas maduras sexualmente en que soñábamos transfor- nos besara entre las piernas? Esta idea es tan perturbadora que no
marnos cuando éramos todavía vírgenes, reservándonos para este glo- estamos seguras de desear semejante cosa. Es mejor que nos lleve adon-
rioso acontecimiento? Nos apresuramos a confirmar la legitimidad de de quiera, que le permitamos colocar nuestro cuerpo en determinada
nuestro título de mujer. Son instalados unos accesorios teatrales; está postura, y nuestras piernas en otra. Todo lo hizo él, no yo.
naciendo una producción escénica. ¿Quién eres tú? ¿Eres todavía aque- «Si las mujeres pudieran decir subjetivamente: "Lo decidí yo, y
lla niña que temes ser? No, yo soy la mujer que es envidiada por todo esto es lo que quiero", y sentirlo de una manera auténtica, darían un
el mundo, por tener ese marido tan maravilloso, por esta fantástica gran salto en su desarrollo — declara el doctor Robertiello —. Ahora
casa, por esos viajes alrededor del mundo, por esos seis amantes, die- bien, esto incrementaría su separación, lo cual es atemorizador.» Cuan-
ciséis vestidos de noche y una familia de postal de Navidad. Algunas do de niñas nos hallábamos bajo el techo de la madre, resultaba apro-
de nosotras utilizan también a los hombres y lo sexual como elemen- piado estar impuestas de su rigurosidad. No puede serlo en absoluto
tos accesorios, sumando cifras en apoyo de nuestros subjetivos temo- que, ya mujeres, de mayores, encontrándonos acostadas con un hombre,
res de ser un engaño. ¿Se echa algo de menos en vuestra vida sexual? nos sintamos atadas por aquellas normas, hasta el punto de vacilar, de
No, yo soy la mujer que tuvo cuatro orgasmos anoche, que se relacionó abstenernos de una determinada acción, de no pedir lo que se ansia.
con diecisiete hombres distintos el pasado mes. Y, no obstante, por la A la mañana siguiente, preguntamos al espejo: ¿Soy yo ahora una
noche — aunque estemos tendidas junto a un hombre amado, y enu- mujer? Nos deslizamos por encima de esa primera vez, viendo en el
meremos las cosas con que hemos sido bendecidas, y nos digamos que episodio un misterio sin aclarar: ¿qué fue lo que echamos de menos?
poseemos cuanto pueda ansiar una mujer— nuestras dudas continúan. Nuestro sentido de la elección. No escogimos adentrarnos en lo sexual.
¿Es esto todo? Entonces decidimos que hemos estado dando a lo se- Esta experiencia no ha sido nuestra. Sencillamente, dejamos que se
xual un valor exagerado. No comprendemos que al intentar hacerlo, produjera.
funcionar como una forma de simbiosis, jamás concedimos una opor- «¡Qué desilusión, tras todos los años de espera!», manifiesta una
tunidad a esta faceta de nuestro ser. mujer. «Yo había estado aguardando algo así como un terremoto. Bue-
no, pues ni siquiera temblé.» Después de habernos pasado años dicien-
El comienzo de la menstruación y la pérdida de la virginidad son do que «no», decidimos lanzarnos... Damos un salto. Pero volvemos a
puertas que nos conducen al mundo adulto. «Se llega a la menstrua- detenernos. Es algo así como ser disparadas por un cañón, pero para
ción — dice la doctora Schaefer — mediante un proceso biológico. Y la ir a caer a unos centímetros más allá. Se trata de una gran decisión
pérdida de la virginidad debería ser el paso emocional a la vida adulta.» que no nos lleva a ninguna parte.
La menstruación es algo sobre lo cual carecemos de control. La vida ¿Y quiénes son los hombres seleccionados para esta memorable
sexual, cuándo se da, dónde, con quién y del modo como asumimos su ocasión? Nos hemos decidido por un chico agradable. Es un muchacho
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LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 281
en el que notamos algo familiar; efectivamente, tiene no sé qué de
nosotras: tampoco es muy experimentado. Si por una casualidad nos joven si el intruso le pedía que se manifestara. Todo esto ha quedado
inclinamos por algún demonio sexual, seguro que ni él ni nosotras ter- olvidado. Pero su historia tomó un giro interesante al continuar ella
minaremos siendo la comidilla de la ciudad: él no se hará el encontra- hablando:
dizo mañana para recordarnos nuestra secreta indiscreción, ni sugerirá «En cierto momento comencé a sentirme curiosa. Deseaba tener una
a nuestras amigas, ni a nuestra madre, que no somos tan buenas chi- experiencia sexual. Por último, conocí a Pete. Pero no tuve ningún or-
cas como se dice. gasmo. ¿Sabe usted lo que me dijo aquel bastardo? Que era una mujer
Evidentemente, lo que nosotras deseamos es vivir una experiencia frígida. ¡Qué despreciable!» Cuando finalmente se decidió por otro
sexual, pero nos decidimos por hombres que se relacionan correctamen- hombre, escogió uno que la calificaba de asexual. Es posible que hoy
ella le considere también despreciable, pero la verdad es que el hombre
te con los demás, que pueden proveer a nuestras necesidades, que to-
le dio una satisfacción tan intensa que no puede reconocerla: le dijo que
man en serio su trabajo, que cuidarán de nosotras. He ahí unas razones
mantenía su psicológica virginidad a una profundidad tan grande que
sólidas, quizá, para amar a alguien, para quererle, para casarse con él,
no había podido alcanzarla.
si es esto lo que pretendéis. En cambio, no significan nada, o muy poco,
como criterios determinantes de la elección de un compañero sexual. «¡ Ah, si alguien me hubiera dicho lo que yo me propongo decir a
Estos son hombres que la madre aprobaría. En efecto: son frecuente- mis hijas...!», continúa diciendo la misma mujer. «Pienso recomendar-
mente versiones «en varón» de la madre. No es de extrañar entonces les que finjan el orgasmo. Sí. De este modo se perpetúa la falta de
que le sean gratos. No le hacen aludir a las peligrosas ideas sexuales honestidad por lo que atañe a las mujeres, pero eso habría hecho del
mío un matrimonio muy diferente. Voy a decirles: "Mirad... Si él es
contra las que ha ido previniéndonos, y en las que ha preferido siem-
de esos hombres que consideran terriblemente importante que voso-
pre no pensar. Las mujeres declaran, orgullosamente: «Me escogió en-
tras lleguéis al climax en la relación amorosa, aprended a fingirlo."» Ni
tre todas las mujeres del mundo.» Cerramos los ojos al hecho de que
una sola palabra acerca de la necesidad de aprender a decirle a un
hubo ciertas razones que nos impulsaron a nosotras a escogerlo a él.
hombre lo que se quiere, para llegar al orgasmo realmente, para no
«Sobre los hombres suele decirse que sólo buscan una cosa», de-
tener que fingirlo; ciertamente, ni un atisbo de la verdad: de que
clara una mujer de treinta y cinco años. «Jamás se manifestaron así
vuestra sexualidad, vuestro orgasmo, son cosas que os incumben a vo-
conmigo. Cualquiera hubiera dicho que lo llevaba escrito en la frente,
sotras, y no a él. Nos hallamos ante una escalofriante historia, la de
previniéndolos. Todos sabían que nadie me había tocado, que era in- una madre bien intencionada que no ha aprendido nada en el curso de
tocable. En consecuencia, ninguno llevó a cabo sus intentos. Después los últimos veinte años.
de dejar la universidad, seguí conociendo hombres que no se esforza-
ban por lograr que me acostara con ellos. Mi papel fue siempre el de Decidimos permitir a un hombre que nos toque los pechos. Du-
una futura desposada. Era la mujer con quien ellos deseaban contraer rante años nos hemos sentido avergonzadas de nuestros cuerpos. Nos
matrimonio. Me imagino que yo era la única virgen cabal con quien han enseñado a cubrirlos. Nuestros pechos no están bien, son dema-
siado grandes o demasiado pequeños. Esperábamos que su mano nos
habían tropezado a lo largo de su vida.»
proporcionara una sensación distinta de la que esa parte del cuerpo
Ciertamente hay hombres que buscan a las vírgenes, igual que los
nos ha dado siempre. Una estupidez.
hay que no quieren saber nada de ellas. Pero aquella mujer presentaba
las cosas de modo que podía atribuirse exclusivamente a la suerte la Un hombre da lugar a una penetración en nuestra vagina, el cam-
circunstancia de dar con hombres de la primera clase, y no de la últi- po de batalla de nuestras vidas emocionales; esperábamos que la sen-
ma. Adoptaba una postura pasiva... Esos tipos no-sexuales, «matrimo- sación consecuente nada tendría que ver con nuestras instrucciones para
el aseo, con la masturbación, con la menstruación. Arrogancia. Es se-
niables», fueron atraídos por la joven; ésta no los seleccionó activa-
ductora su promesa de placer, pero nuestra vagina ha sido también la
mente. La verdad es que ella se inclinó por «verlos» solamente. Y lue-
fuente de nuestras más grandes humillaciones y ansiedades. Hacia esta
go transmitió señales relativas a su modo de vestir, a la gente entre
parte de nuestro cuerpo fue donde casi perdimos a nuestra madre. El
la cual se movía, a su cuerpo, ropas, lenguaje y hábitos. De aproxi-
temor de tal pérdida hace que asimilemos sus ideas: la vagina, lejos de
marse algún picaro de la otra clase, podéis estar seguras de que su
constituir una fuente de placer, es verdaderamente origen de ansiedad,
elección se haría menos pasiva y más activa: «¡No!», respondería la
de incomodidades. Fue una dolorosa victoria sobre nosotras mismas,
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LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 283
pero así ganamos su amor. Habiéndonos costado tanto, ¿cómo vamos
a decidir ahora privarnos de ello? Intentamos comprometernos: le de- minuye? La primera vez, la actividad sexual os hizo experimentar una
jaremos que toque nuestra vagina, mas nada gozaremos con sus mani- sensación de separación de la madre. Hemos sobrevivido a esto. Nos
pulaciones. hemos habituado a ello. No era tan malo... Efectivamente, los place-
Nos acostaremos con él, pero sin llegar al momento culminante de res sexuales resultaban tan gratos que compensaban... Al tener por
la relación amorosa. segunda y tercera vez una relación sexual vemos que no se incrementa
En un momento de reflexión concluimos que su realidad ha em- nuestro grado de separación. Simplemente, llevamos a cabo una repe-
pezado a difuminarse. Estamos convirtiéndole en una sombra, en una tición al mismo nivel, por cuya razón no nos sentimos tan culpables.
proyección. Él es más «madre» que amante. Tememos que nos rechace Introduzcamos ahora un nuevo elemento. Digamos que estamos vi-
si le hacemos ver que experimentamos aquellos «sucios» apetitos se- viendo dos relaciones amorosas al mismo tiempo. Una vez más senti-
xuales y deseos que disgustaban a nuestra madre. La madre procedió mos la familiar punzada de «culpabilidad». De nuevo nos sentimos ali-
así... Hasta que se los ocultamos. viadas al llegar a casa y comprobar que nuestro amante/esposo se en-
Nos explicamos todo esto a nosotras mismas como un «delito», cuentra tranquilamente sentado en un sillón, leyendo el periódico,
ese vocablo acomodaticio, con el que simplemente se da un nombre ne- como si no hubiera pasado nada. Nuestro grado de separación ha sido
gativo a lo que sentimos, pero sin explicar nada. «Lo importante aquí acentuado por haber tenido una relación sexual de naturaleza más «pro-
— dice el doctor Robertiello — es la sensación existente tras el "deli- hibida» que la anterior; de nuevo nos sentimos tranquilizadas al ver
to". La ansiedad real es el temor de la mujer de que el acto sexual haya que el mundo no ha llegado a su fin. No es que suframos una culpa-
provocado una separación, por su cuenta, que la aisle de su educación, bilidad postcoital; padecemos, realmente, una ansiedad de tal carácter.
haciéndole adquirir una responsabilidad en cuanto al rumbo de su Lo sexual nos ha impedido ser aquella buena chica que la madre amó
vida. Llevar a cabo lo tradicional es siempre más fácil. Dar con un tiempo atrás. Como el temor es algo que flota libremente, es posible
nuevo camino, intentar ser independiente, resulta difícil. Para la ma- que no lo asociemos con la pérdida de aquella madre de la edad tem-
yor parte de las personas, seguir atadas a sus necesidades de la infan- prana, aprobadora de todo. Efectivamente, lo relacionaremos, muy
cia es vergonzoso, lo más vergonzoso del mundo. Entonces entra en probablemente, con el temor a la pérdida del hombre, del respeto que
juego la palabra "delito". Es un vocablo que da un aire serio, de adul- nos debemos a nosotras mismas, de nuestras amigas o compañeras de
to, a la infantil ansiedad.» habitación (si hemos sido demasiado explícitas en lo sexual)... Todo
No nos sentimos culpables, sino temerosas... Sentimos el temor se reduce a eso, a una pérdida, y otra, y otra...
de habernos apartado de la chica que nuestra madre quería que fuéra- Aquí no se habla de moralidad sexual, ni de si es juicioso vivir
mos. Sentimos el temor de que si ella se da cuenta, enojada, incremen- dos relaciones amorosas al mismo tiempo. Esto es algo que pertenece
tará la separación o la ruptura, y ya no nos será posible volver sobre a la esfera de lo privado. Lo que es común en la mayor parte de no-
nuestros pasos. Nos da miedo la separación. sotras es el temor a la pérdida de la persona amada, a causa de que
Por ejemplo: cuando, secretamente, habéis tenido relación sexual nos asalta la idea de que, en virtud de algo misterioso, aquello en que
con alguien, o habéis ido demasiado lejos en algún aspecto de vuestra andamos inmersas no es ningún secreto. La verdadera culpabilidad ra-
conducta, sintiéndoos «culpables», ¿verdad que os sentís mejor cuan- dica en la conciencia, y una nota si alguien está o no enterado de las
do al llegar a casa veis a vuestra madre fregando tranquilamente los propias andanzas. La ansiedad de la persona no separada denota que se
platos, como si no hubiera sucedido nada? La inquietud era debida a siente miedo de que él esté enterado. «Lo verá en mis ojos.» Tememos
vuestro yo no separado y seguro de que ella se enteraría de lo ocurrido. perderlo.
¿Y cómo podía enterarse? De niñas, sabía siempre cuando teníais ham- En un estudio dirigido por la socióloga Ira Reiss, de la Universi-
bre, cuando os habíais orinado... Sintonizaba hasta tal punto con vo- dad de Minnesota, una joven de diecinueve años declara: «Yo no es-
sotras que hasta podía «leer» en vuestra mente. El yo no separado toy haciendo todo lo que mentalmente me permitiría, y, sin embargo,
teme que todavía pueda proceder de igual modo. me siento culpable. Pienso que no es nada malo tener relaciones se-
Sigamos... Cuando habéis tenido una relación sexual por segunda, xuales antes del matrimonio, pero yo no las he tenido nunca. Me in-
por tercera vez, ¿no es cierto que la sensación de «culpabilidad» dis- vaden sentimientos de culpabilidad con sólo iniciar los prolegómenos».4
En otro estudio de la Universidad de Minnesota, la doctora Reiss en-
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cuentra fascinantes similitudes entre el acceso a lo prematrimonial y poner que su incipiente sexualidad puede llevar a la madre a sentirse
lo extramatrimonial: «Cualquiera pensaría que sólo en las actividades más vieja. A la madre no le gustaría pensar que adopta una actitud de
prematrimoniales se encuentran mujeres técnicamente vírgenes, mujeres seducción cuando el acompañante de su hija se presenta ante ella...
que dicen: "Yo estoy dispuesta a hacerlo todo, menos...", considerán- ¡ Un hombre veinte años mayor que ella! Si se le dijera a la madre que
dose a sí mismas vírgenes aún. Pero la misma cosa hallamos en los actúa competitivamente frente a su hija, lo negaría. La crítica máxima
grupos extramatrimoniales, en los que hay mujeres que declaran: "Sí, que formula sobre el comportamiento de su hija se concentra en las
yo acaricio y beso a ciertos hombres, actuando extramatrimonialmente, siguientes palabras: «No es una chica suficientemente responsable to-
pero no consiento la relación sexual última." Incluso encontramos mu- davía.»
jeres que afirman: "He practicado la relación sexual oral, pero soy ¿Y cómo va a serlo? Cada vez que la joven ha intentado la sepa-
fiel a mi esposo puesto que no he cedido al coito."»5 ración, y ha querido ser una persona sexual, su madre ha intervenido...,
Incluso hoy, cuando nos hallamos en las postrimerías del siglo xx, pero negando siempre su interferencia. Sin práctica alguna en verse a
el intercambio sexual clásico continúa siendo un poderosísimo símbolo. sí misma como una mujer, en intentar averiguar que puede ser sexual y
Esto nos sitúa en una nueva categoría. Implica una ruptura, una pér- aun así conservar el amor de su madre, la chica evita la situación com-
dida, una separación. En esto radica su emoción; ésta es la causa del petitiva siendo irresponsable. Afirma que cuando perdió la virginidad
temor que sentimos. no utilizó ningún anticonceptivo. «Ya lo ves, madre», viene a querer
Cuando estábamos aprendiendo a andar, nuestra madre nos ayu- decir con esta clase de acción. «No entiendo nada de todo esto. Puede
daba, y su confianza en nuestro éxito nos animaba a la repetición. Con ser que esté entrando en el mundo del sexo, pero lo hago tímidamente.
respecto a lo sexual, ella también nos comunica sus emociones; pero No poseo tu experiencia. No te enfades conmigo. Soy aún una niña.»
esta vez lo que asimilamos de ella es una dosis de ansiedad y fracaso. El auténtico yo no ha nacido. Es vencido. Siempre tienta la regre-
Nuestras prácticas masturbatorias, las fantasías sexuales, los placeres sión al temor. Si permites que algún límite de tu infancia te impida
de nuestro cuerpo, se convierten en un secreto, y son reprimidos. Pues- hacer una cosa a la que sabes que tienes derecho, te sientes disminuida.
to que la madre ha negado siempre que podía crearse una situación Nuestras viejas necesidades infantiles de la simbiosis trepan por aquí y
competitiva entre nosotras, no hemos aprendido por experiencia que allí, como la maleza en la jungla; tienes que luchar para mantener des-
podemos ganar el terreno que ella no está dispuesta a cedernos, y que pejado el terreno que ganaste la semana pasada, el último mes, el pa-
la batalla no destruirá a ninguna de las dos. sado año. Lo sexual no hace de ti una mujer. Constituye tu recompen-
Una chica de diecinueve años habla de su madre. Existe una bue- sa por haber hecho de ti misma una mujer primeramente.
na comunicación entre las dos, pero, como nos ocurre a la mayoría, Y, no obstante, algunas personas carentes de actividad sexual se
la joven no acierta a detectar qué es lo que marcha mal entre ellas. hallan marcadas por este mismo hecho como autónomas. «Cuando una
«Contaba yo once años», informa, «y quería llevar sujetador. Todas chica cree que es demasiado joven para la vida sexual — dice el doctor
mis amigas lo llevaban, pero mi madre se negaba a comprármelo. Una Robertiello — y se la niega, nos encontramos con una decisión por la
noche, mientras cenábamos con unos amigos, ella dijo en voz alta, para cual autoconfirma su personalidad. Es un ser más separado que sus
que la oyeran todos, que era una ridiculez que una chica de mi edad amigas, que tienen relaciones sexuales porque todo el mundo las tiene.»
se empeñase en pedir un sostén. Me sentí avergonzada». Más adelante, Si decidimos permanecer vírgenes hasta el momento del matrimonio,
durante la misma entrevista, la joven declara: «Mi madre es de esas no porque la madre o la sociedad no aprueben lo contrario, sino por-
personas que hablan mucho. Allí donde hay un grupo, ella siempre se que la castidad hasta el matrimonio es uno de los principios de nuestro
encuentra en el centro, atrayendo la atención de todos los presentes. sistema interno de valores, nos hallamos ante un acto de independencia,
Cuando me presento en casa con un acompañante mayor que yo, por mucho más que en el caso de las chicas que se abalanzan a la cama por
ejemplo, se apresura a acapararlo. No me deja ya meter baza. La verdad temor a perder a su hombre.
es que me pone muy nerviosa.» La autonomía permite a una chica decir «no» tan significativamente
En la mente de la hija no existe un lazo de unión entre esos inci- como «sí». Dice Gladys McKenncy: «Con frecuencia, las chicas que
dentes, separados por una distancia de ocho años. La idea de competi- no han tenido relaciones sexuales durante la enseñanza media, son las
ción entre ella y su madre es inimaginable. Jamás se le ha ocurrido su- que se fijan objetivos bien meditados, como el de cursar estudios supe-
286 ( MI MADRE, YO MISMA Aí LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 287

riores. Todavía no se hallan preparadas para lo sexual, y resisten las haya confesado él mismo que se sentía oprimido, encadenado con aque-
presiones de las muchachas de su edad que se entregan a tales activi- lla relación. Nosotras sabemos que quiere dar a entender algo más, y
dades por el hecho de que todas las practican. Las primeras observarán nos hemos auto-condenado. En realidad nos ha dicho: Te amo, pero
a las segundas, y es posible que se pregunten qué es lo que hacen sus has quebrantado una de mis reglas secretas, de manera que no pienso
compañeras, pero sin emplear palabras de censura. No se tiene la im- seguir queriéndote como hasta ahora. Fuimos demasiado lejos.
presión de que se abstienen de lo sexual porque lo temen. Simplemente, A pesar de cuanto haya dicho, lo que él realmente había deseado
todavía no lo desean para sí mismas...» era alguien menos amenazador para su socialmente adoctrinado papel:
Preguntar «¿Qué pensará él de mí mañana?» equivale a deposi- una buena chica. «De soltera, cuando los hombres insistían en su in-
tar el poder en manos de otro. La pregunta atinada es: «¿Qué pensaré tento de llevarme a la cama», dice una mujer que habla por varios
de mí mañana?» La autonomía forja nuestra mente, no aceptando los centenares de compañeras, «siempre me negaba, por mucho que me su-
valores, guías u horarios de otras personas. plicaran e insistieran. Supe en todo momento que si la relación con uno
Tendemos a pensar que nuestras amigas, los hombres de nuestras de aquellos amigos se formalizaba, él terminaría por proteger y amar
vidas, nuestro colegio, nuestra universidad o nuestro trabajo, son sen- mi virginidad más que yo. ¿Y qué hubiera pasado si cedo? Me lo pre-
deros que nos alejan de la madre, alternativas y fuentes de apoyo para gunto muchas veces, inevitablemente. ¿Qué es lo que los hombres de-
nuestra independencia. A veces es así; pero a menudo no. La sociedad, sean, una virgen, o una experta?»
los demás, las instituciones, refuerzan lo que la madre enseñó, sumando Sometiéndonos a dobles ataduras como ésa, exactamente igual que
sus presiones al inconsciente residuo que de ella llevamos en nuestras hacía la madre, los hombres obstaculizan nuestros esfuerzos por dar
mentes, lo que hace nuestras sucesivas elecciones mucho más difíciles. con nuestro camino propio, en una época en que nos hallamos experi-
He venido insistiendo en que la madre es una fuerza dominante en mentando con la sexualidad, en una época, por tanto, en que somos
el comportamiento de la hija. Ahora bien, las reglas de aquélla no ten- más vulnerables.
drían tanto peso de no mediar la pública sanción. En efecto, de ésta se En una encuesta realizada en la Universidad de Iowa, la doctora
vale en primer término la sociedad para acondicionarnos a sus normas. Reiss descubrió que la tercera parte de las chicas entrevistadas, según
Cuando abandonamos el hogar e intentamos establecer una estructura ellas, habían aceptado intelectualmente la idea de que podían tener re-
moral propia, nuestro jefe, la corporación, nuestros compañeros de ofi- laciones sexuales antes del matrimonio, pero sin llevarla a la práctica.
cina, nuestras amigas y nuestros amantes, con frecuencia, agravan nues- Los muchachos con quienes alternaban y los que eran de su agrado se
tros conflictos. Todos parecen estar diciéndonos: éste es tu trabajo, éste acomodaban al patrón corriente. Dice la doctora Reiss: «Esas chicas
es tu apartamento; aquí disfrutarás de amistad, y aquí de relación se- pensaban que si el hombre tiene una relación sexual, no es sino con
xual; lo que tú hagas es cosa que sólo a ti te incumbe. La confusión ra- prejuicios. Creían que pensarían menos en ellas, y que terminarían por
dica en el hecho de oír detrás de todo eso el viejo, el familiar mensaje romper.»6 Sí intuimos eso en nuestro compañero, ¿cómo extrañarnos
doble. de que vayamos aplazando el momento de la relación sexual?
Fijémonos en los hombres, por ejemplo. Creemos que son diferen- La mayoría de los sociólogos con quienes me he entrevistado se
tes de la madre, en grado superlativo. ¿No han estado siempre tratan- muestran de acuerdo en que, actualmente, los jóvenes aceptan con más
do de adentrarnos en el mundo del sexo, animándonos a quebrantar las naturalidad que sus padres el deseo de las mujeres de ser independien-
reglas de la madre? Y con todo, ¿cuáles son sus normas? «Los chicos tes y de afirmar su personalidad, rasgos que en otro tiempo sólo en los
saben hasta dónde llegarán las chicas», dice una adolescente de dieci- hombres podían encontrarse. He aquí un cambio importante. Pero de
séis años. «Es preciso saber cuándo hay que decir basta. De otro modo, esto no se sigue que estos mismos jóvenes se hallen dispuestos a conce-
un chico puede decir de pronto: "Te amo, pero he de dejar de verte."» der a sus mujeres la igualdad en cuanto a la experiencia sexual. En su
La joven no acierta a comprender el por qué de estas palabras. Ha esta- reciente estudio sobre estudiantes, titulado Dilemmas of Masculinity,
do haciendo cuanto él le ha pedido, y ahora resulta que en lugar de la profesora Mirra Komarovsky afirma que la mayoría de los hombres
comprometerse más con ella, en el momento más inesperado la dq'a. se sienten más a gusto cuando son ellos los más experimentados en la
Tal esquema es bastante familiar. Puede decirse que el chico nece- relación amorosa. «Hacer el amor con una mujer de más experiencia
sita más tiempo para estudiar, para acabar su carrera. Es posible que que yo es cosa que me asusta terriblemente...», manifiesta uno de los
288 MI MADRE, YO MISMA LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 289

consultados. «Haciendo el amor a una chica de más experiencia que rección, finalmente, se avino a contratar los servicios, por horas, de
yo», informa otro, «me sentiría ridículo, menos viril». La profesora un especialista, pero fijó una condición: no podrían prescribirse anti-
Komarovsky concluye: «La gran mayoría no exigiría la virginidad en conceptivos.» En una docena de estados tuve muchas ocasiones de es-
sus futuras esposas, si bien se inclinaban a rechazar a las chicas "liber- cuchar relatos como el anterior.
tinas".»7 Las jóvenes ni siquiera pueden lograr un buen apoyo por parte de
La definición de libertina, sin embargo, está a tono con el patrón sus compañeras. Éstas se hallan divididas, como cualquier grupo huma-
tradicional: «Si tienes un plan con un chico», dice una muchacha de no, por normas familiares y culturales. «En mi colegio pertenezco a la
diecinueve años, «él te dará a entender que no le importa que seas Comisión sobre los Derechos de la Mujer», dice una chica de dieci-
virgen o no. Pero cuando encuentran a la mujer que quieren convertir nueve años. «El campus carece de clínica de control de natalidad, y
en esposa, ese detalle adquiere entonces importancia. La mayor parte tienes que haber cumplido los veintiún años o poseer un permiso por
de los hombres podrían tolerar que una no fuera virgen; pero siempre escrito de tus padres para poder recurrir a un ginecólogo en la ciudad.
preferirían ser el primero». Recibo a chicas que me dicen: "Tengo este o aquel problema... Pero no
Se les dice a las mujeres: «¡Vivimos en un mundo libre, grande y puedo entrar en detalles." Por lo que se refiere a las enfermedades
sexual!» Pero habría que añadir: «Sin embargo, es mejor que no os venéreas, ni siquiera se atreven a pronunciar estas dos palabras. Quise
lo creáis.» Una divorciada de treinta y tres años, muy atractiva, dice: que una amiga mía se uniera a mí para trabajar en la clínica. "¡Oh, no
«Aquel hombre me hizo saber durante una cena que le agradaba mu- puede ser! ¡ Todo el mundo se enteraría de que tomo la pildora!"»
cho mi estilo, mi independencia. Cuando nos dirigíamos a su aparta-
¿Quién ha de extrañarse, en consecuencia, de que incluso cuando
mento pensé que a fin de cuentas vivíamos en el siglo xx, y no en la
«decidimos» desarrollar una actividad sexual nuestro bien asimilado No
época victoriana. Alguna vez tenía que ser la primera... Le notifiqué
siga con nosotras? Podemos lograr que nuestros cuerpos hagan esto o
que me hallaba dispuesta a acostarme con él. Después de todo, él me
lo otro, pero nuestras mentes y el consentimiento emocional quedan re-
había expresado su admiración por mi sentido práctico.... Nada más
zagados. Así es como las mujeres se adentran en el mundo del sexo, de
acostarnos me di cuenta de que había cometido un error. Fue terrible.»
una manera peligrosa por todos conceptos, casi suicida, estúpida. Esto
Pregunté a varios terapeutas sexuales si esta experiencia era desu- nos dice que no hallaremos la solución a nuestro problema plantándole
sada. «Siempre me siento abrumada cuando se da este tipo de cosas cara. Aquí lo oportuno es el arrebato total.
en una terapia de grupo — declara la doctora Schaefer —. Un hombre
relata su experiencia, más o menos como usted acaba de hacerlo. "¿Qué «Una no quiere estar preparada para eso», declara una chica de die-
clase de mujer es ésa", pregunta, "que lleva un diafragma en su bolso, ciocho años. «Lo único que se desea es ponerse en situación y que todo
por si se le presenta la ocasión de utilizarlo?" Se siente turbado a me- marche bien, especialmente la primera vez. Se aspira a una auténtica
dias, pero se ha expresado con sinceridad, y los otros hombres asienten, espontaneidad. Una quiere verse llevada. Hay una clínica particular en
comprensivos. "No exigimos que ella sea virgen", explican, "pero...".» la ciudad, donde se puede obtener consejo y el primer anticonceptivo
La sociedad apoya también a la madre. Hay una ley en Michigan en gratis, pero si te planificas... bueno, esto borra todo lo romántico.»
virtud de la cual Gladys McKenney no puede impartir sus enseñanzas El arrebato total no es un fenómeno privativo de la juventud. Mu-
sobre control de natalidad en sus clases de estudios sobre el tema del jeres de todas las edades lo consideran — ¡ sin parpadear! — como una
matrimonio y la familia. «Únicamente puedo contestar a las preguntas racionalización. «No pude evitarlo», dicen sonrientes, como si estuvié-
que se me hagan», declara. «Las chicas saben que la ley ha quedado ramos obligadas a admitir que lo han explicado satisfactoriamente todo.
anticuada y que la forma de ofrecer información constituye una mani- Tú eres una mujer también, ¿no? «Desde luego, yo no quería quedar
pulación hipócrita.» embarazada», explica una madre divorciada de treinta y cinco años,
Pese a la explosión juvenil, las cosas no marchan mucho mejor en quien recientemente tuvo un aborto. «Bueno, aquello fue grande... Era
los campus universitarios. «Ni en el campus ni en la población había un tipo fantástico. No quise pensar en el peligro a que me exponía. Ade-
ginecólogo, ni clínica de control de natalidad», manifiesta una joven más, me consideraba a salvo de sorpresas. ¿Cómo pudo pasarme eso?
estudiante de un centro del Oeste. «Recurrimos a la administración Cuatro días antes había llegado al final de mi período.» Cuando le ex-
una amiga y yo, solicitando que fuera nombrado un ginecólogo. La di- pliqué que probablemente había entrado en el de más fertilidad, la mu-
290 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 291
jer contestó: «Yo creí que se empezaba a contar desde el final de la
regla.» hombres a los que están unidas de un modo emocional. Vera Plaskon
Hay canciones para mujeres como estas: «Tú haces que yo te ame trabaja con chicas de trece a diecinueve años de edad en la Clínica Gi-
(Yo no quise hacerlo)...» «Me perdí en sus brazos.» «No me culpes»... necológica y de Planificación Familiar del Hospital Roosevelt. Tiene
El mensaje oculto es siempre el mismo: yo no hago habitualmente esa veintinueve años, pero se acuerda perfectamente de cómo perdían las
clase de cosas. No soy esa clase de muchacha. No se me ofreció otra chicas su virginidad cuando ella era adolescente. «Ocurría eso, normal-
salida. Me vi arrastrada. mente, durante las vacaciones — d i c e — con algún desconocido, y no
Incluso nuestros sueños diurnos —el más seguro de los posibles con el chico cuyo trato se frecuentaba al regresar al hogar. Ahora, las
campos para jugar con nuevas ideas — hallan escritos con rasgos sim- chicas encuadran lo sexual en una relación o trato importantes. Se preo-
bióticos. A lo largo de más de siete años de investigaciones sobre las cupan más de estas cuestiones, si bien no quiero decir con ello que sean
fantasías sexuales de las mujeres, descubrí que los temas predominantes más responsables. Los sentimientos no llegan a traducirse en acciones.
eran la violación, la dominación, y la violencia. Buenas chicas hasta el Es muy raro encontrar una joven que me diga: "Me propongo relacio-
fin, nos las arreglamos para que sea otra persona quien nos lo haga narme sexualmente con un amigo. Dígame qué es lo que debo usar."
todo. Las chicas prefieren que esto venga por sus pasos, sin pensar en ello
Quiero decir esto con énfasis: no ha habido una sola mujer, entre por anticipado, para sentirse más tarde trastornada.»
todas las por mí entrevistadas, que me haya dicho que deseaba ser vio- Incluso una organización científica como la SIECUS (Sex Informa-
lada realmente. A lo que se aspira es a algo que sólo está en la imagi- tion and Education Council of the U.S.) cita el fenómeno del arrebato
nación, y que supone un alivio en cuanto a la responsabilidad sexual, total como una razón aparentemente válida para explicar por qué mu-
tínicamente la terrible fuerza del bruto puede liberarnos del temor de chas mujeres rechazan el diafragma o la pildora... «...No pueden con-
ansiar la sexualidad que él representa. «Las mujeres son casi tan fuer- cebirse a sí mismas preparadas para el coito en todo momento. Han de
tes como los hombres — dice la doctora Sonya Friedman — o, al menos, sentirse emocionalmente arrastradas para que éste se dé.»8
podrían serlo. Pero les gusta que la disparidad parezca enorme. Su aire ¡ Increíble! Nunca como ahora, en toda la historia del mundo, en
de casi total desvalimiento se emplea para mantenerlas como niñas, sin ningún momento de ella, han dispuesto las mujeres de tanta informa-
responsabilidad, necesitadas de atención por parte de otras personas.» ción sobre anticonceptivos. Y, no obstante, la cifra de embarazos pre-
No fue culpa nuestra... Si no hubiéramos bebido tanto... Si no hubié- matrimoniales es hoy más elevada que hace veinticinco años. En la dé-
semos perdido el control de las cosas... Si la luz de la luna no hubiese cada de los cincuenta, Kinsey se encontró con que el veinte por ciento
sido tan brillante... ¡Él me hizo aquello! de las mujeres que sostenían relaciones sexuales antes del matrimonio
No son pocas las mujeres que pierden la virginidad, o viven sus quedaban embarazadas. En unos estudios más recientes, de una genera-
momentos de máximo abandono, con un desconocido, con el camarero ción posterior, Zelnik y Kantner hallaron que este tanto por ciento as-
del buque en el viaje de recreo, con el guapo intérprete romano... «Ta- cendía a treinta.9 ¡Un aumento del cincuenta por ciento en la cifra de
les mujeres se hallan divididas en compartimientos estancos — asegura embarazos no deseados!
la doctora Schaefer —. Viajan por Europa y viven todo género de aven-
turas. Luego, de vuelta en casa, vuelven a ser las buenas chicas de siem- «Todas las mujeres se encuentran informadas acerca de la anticon-
pre. Puede que en meses no tengan relaciones sexuales con nadie. Ale- cepción. Al menos pueden estarlo, si tal es su deseo — dice el antropó-
gan que Europa no es la realidad, que es un país de hadas, que lo su- logo Lionel Tiger—. En nuestra obra titulada The Imperial Animal,
cedido allí no cuenta. Lo que cuenta es la estancia en casa, bajo el Robin Fox y yo comparamos el mostrador de los cosméticos con el de
dominio de la madre, donde "vuelvo a ser una buena chica". Pues sí, los anticonceptivos. Las mujeres parecen perfectamente capaces de
han procedido mejor que las que no han desarrollado nunca una acti- aprender a manipular los veinticinco mil diferentes productos cosméti-
vidad sexual, pero se han permitido obrar de tal manera porque estaban cos que hoy están a la venta, y que pueden ser empleados en millones
en un lugar que les permitía continuar manteniendo su importantísimo de combinaciones sobre distintas partes de sus cuerpos. Pero con fre-
lazo de unión con la madre.» cuencia dan la impresión de no saber, o no querer, aprender a usar los
Hoy, las jóvenes tienden a tener su primera relación sexual con productos anticonceptivos, que requieren un manejo más simple. Cuan-
do uno analiza tal comportamiento, se diría que existe algún impulso
292 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 293
extraño que arrastra a estas personas a realizar acciones a menudo ale-
meninas», evolucionamos teniendo miedo a nuestra concupiscencia.
jadas de sus planes racionales.»
Aprendimos a controlarnos, a ejercer un control férreo, sobre nosotras,
Existen muchas explicaciones, desde luego, cada una de ellas lógica
sobre él, sobre la situación.
y suficiente a primera vista, para justificar la falta de decisión o de des-
treza en el uso de los anticonceptivos. «Si has sido educada para repre- A los hombres les resulta muy difícil comprender los problemas de
sentar un papel pasivo — dice la educadora Jessie Potter — no te senti- las mujeres con el control. Un joven se siente desconcertado ante el
rás dispuesta a emplear un diafragma. Si a las chicas se las enseña a temor de su acompañante a ser manoseada, ante su resistencia a que
no tocarse nunca, el día de mañana se valdrán con torpeza de los anti- haga lo propio con él. «Las chicas de sexto grado se sienten horroriza-
conceptivos. Si se las acostumbra a pensar que la relación sexual es bella das cuando un muchacho pretende valerse de un dedo para tocarlas
sólo cuando el hombre adecuado aparece y se ocupa de una, serán edu- — explica Jessie Potter—. Intento explicárselo al chico: "Piensa que
cadas para la espera, impidiendo que se sientan responsables de sí a ellas no se les ha permitido nunca llevarse la mano ahí abajo." Él no
mismas.» puede comprenderlo porque se toca el pene cada vez que orina, y en mu-
chas otras ocasiones. Los chicos se masturban unos frente a otros, pero
Otras explicaciones relativas a la no utilización de los anticoncep- esta clase de exhibiciones no existen entre las muchachas. Él espera que
tivos residen en los actos de rebelión, en los motivos religiosos, en el su acompañante sienta el mismo deseo suyo. Indico a la joven que ha
empeño de quedarse embarazada para casarse con el hombre deseado, de comprender que lo que quiere el chico no revela ningún rasgo que le
o para probarse una misma que puede concebir un hijo. Los chicos ase- perjudique, que no es ningún "bruto" por sentir tales apetencias. Y que
guran a las muchachas que son capaces de controlarse, de practicar la no la menosprecia, en absoluto. Son dos seres que se encuentran, pero
retirada a tiempo. Muchas mujeres sienten una gran fobia por los an- como si procedieran de distintos planetas. Al empeñarse él en tocar los
ticonceptivos. La doctora Helen Kaplan, psiquiatra de la clínica Payne senos de la muchacha y ella encogerse, no hay forma de hacerle com-
Whitney, afirma que las mujeres manifiestan una profunda e incons- prender esa actitud. No sabe que a la chica se le ha estado diciendo du-
ciente tendencia a desear ser fecundadas por el hombre que aman, lo rante toda su vida que todo lo suyo es absolutamente privado. Enton-
que corroboran los especialistas en la materia consultados posteriormen- ces, el joven se siente rechazado. A continuación, en una defensa ins-
te. El caso es que todas estas explicaciones se acomodan, inseparable- tintiva, para resarcirse de su decepción y recuperar su orgullo, califica
mente, con la necesidad de las chicas de verse arrebatadas por los acon- a su acompañante de frígida. Ella, no entendiendo por qué la hicieron
tecimientos... Es una necesidad que todos los investigadores profesio- inclinarse siempre hacia la reserva, se ve como persona incapaz de
nales de la sexualidad mencionan, sumándola a cualquier otra razón amar.»
específica facilitada por el hombre o la mujer.
Muchas jóvenes sienten un tremendo temor: creen que si nos per-
«Para comprender el terrible poder y el anhelo que suscita en las
mitimos ser personas sexuales acabaremos siendo también promiscuas,
mujeres dicha necesidad — declara el doctor Robertiello —, hay que te-
unas «golfas». ¿Por qué había de empeñarse la sociedad/madre en po-
ner en cuenta que nos hallamos ante un método para evitar la separa-
ner cadenas de diez toneladas a lo sexual si esta actividad no fuese titá-
ción. Si la mujer nota que existen fuerzas que la dominan, se encuen-
nicamente dominante y peligrosa? Si en una ocasión cedemos, si levan-
tra confirmada en su papel de dependencia. Si carece de poder, nunca
tamos todas las prohibiciones, nos convertiremos en «sexoadictas». «Pa-
será suya la culpa si se han quebrantado las reglas de la madre, cuyo
decemos una obsesión de tipo cultural — dice el doctor Robertiello —
amor, por tanto, continuará conservando. Verse arrebatada supone un
al imaginarnos que la sexualidad es un apremio tan potente que vence a
escape de la libertad. Esto dice a la muchacha que aunque haya habi-
todas las fuerzas restantes. Los hombres no temen a esta fuerza se-
do un intercambio sexual, la culpa no ha sido suya. Ella no quería ir
xual, ni a la pérdida de control. Ellos ganan puntos por ser sexuales.
en contra de la madre. No se le ofrecía otra salida.»
Éste no es el caso de las mujeres.»
Desde el mismo día de nuestro nacimiento llevamos en nosotras algo
Lo que conocemos mejor es una relación controlada. Podemos de-
de lo que la sociedad denomina el varón. Es nuestra concupiscencia.
cir que queremos que el hombre sea más fuerte, más brillante, más alto,
Nuestra madre hizo siempre cuanto pudo para contenerla. Al crecer, nos
y que deseamos ser dominadas en el lecho. Esto no significa que no
confió tal tarea. Ser una persona sexual significaba hallarse «fuera de
deseemos controlar al hombre. Todo lo que sabemos acerca de la inti-
control», como un animal, como un hombre. Etiquetadas para ser «fe-
midad, la forma de conseguirla y de conservarla, lo aprendimos tenien-
294 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 293
do a la vista el modelo materno, las relaciones de la madre con el
padre... y con nosotras. El control de ella evidenciaba su interés. A al- controlarlos. «Al rehusar lo sexual —dice Sonya Fríedman— la mu
gunos hombres no les importa que les hablemos de un lazo eterno, pero jer se hace con la mayor fuente de poder.»
otros con sólo oír esto huyen como conejos asustados. Para ser justos «Mi primer amante y yo estuvimos unidos durante año y medio
con los dos sexos, hemos de convenir que muchas mujeres no se hallan — explica una mujer de treinta años —. Yo no quería casarme con él,
impuestas de la manipulación que implica el control. «Si yo te impor- pero tampoco deseaba que me dejara. Mi poder para retenerle arran-
tara realmente...», decimos. Sintiéndose culpable, él hace lo que no- caba de lo sexual. Nunca, anteriormente, me había sentido con fuerza
sotras le pedimos. para nada. Ahora, gracias a la actividad sexual, me desenvolvía bien.
No del todo, quizá, pero era igual. Tenía un poder indudable. Los hom-
Quizá la madre fuera una persona mansa y retraída. Puede haber
bres siguen a nuestro lado por obra del sexo.»
alegado no saber nada acerca del empleo del dinero, dejándolo todo en
manos de papá. Pero nosotras sabemos que tenía una forma de conse- Para la mujer, el precio que ha de pagar es elevado. Para mantener
guir lo que quería y obligar a su marido a hacer lo que a ella se le an- nuestra posición, hemos de controlar nuestros deseos en primer lugar,
tojaba. Esto tenía que ver con el mismo hecho de su aparente falta de atesorando concupiscencia como un avaro atesora su dinero, no gastán-
poder, de su condición femenina. Ya sabemos que en tanto seamos vír- dola nunca en el placer. «Cuando estoy en compañía de un hombre,
genes dispondremos de una forma de control y poder personales. pasando con él un fin de semana —dice una mujer de veintisiete
años—, parece como si me encontrara en el cielo mientras nos halla-
«A mí me daba miedo acceder al sexo», dice una estudiante de úl-
mos en la cama. Pero el lunes por la mañana, la grata sensación se des-
timo curso. «Temía que, una vez recorrido todo el camino, se acabara
vanece y siento como si hubiese perdido algo. Estoy entonces en una
mi influencia sobre él. De no poder contenerlo, perdería su control.
débil posición con respecto a él, y no puedo evitarlo: inicio toda una
Una vez accedes al sexo, ignoras si eras tú o la conquista realizada 'o
serie de maniobras para averiguar cuándo voy a verle de nuevo. Me
que más importaba; cuando estás creciendo, el noventa por ciento de
irrito conmigo misma, pero no puedo evitar el proceder así.» Lo para-
las veces predomina la segunda.»
dójico del caso es que habiéndonos desembarazado del control de la ma-
Cuando se incrementa la experiencia, no por eso disminuye nuestro dre, no nos sentimos felices sin él. Anhelamos establecer algo semejante
temor al desbordante poder de lo sexual. «¡Oh, no! Las reglas de la con el hombre. En tales circunstancias, no nos procuramos un amante.
adolescente no afectan a mi vida sexual posterior», dice una mujer de Nos limitamos a cambiar de madre.
veintiocho años. «Cuando empecé, empecé de veras. Pero he sido siem- Mis propias ideas sexuales son diferentes de las que defendía hace
pre monógama. Es una especie de autoprotección. Una sólo dispone de diez o quince años, por lo que es de suponer que se produzcan dramá-
una manera de protegerse, que es la de vigilar su comportamiento... si ticos cambios en el comportamiento de las jóvenes de hoy y en sus
no quiere que todo se le vaya de entre las manos.» actitudes respecto de la virginidad. Hasta la actitud de mi madre — in-
Mientras nos alejamos de la zona de control de la madre, y se quebrantable durante toda mi vida— ha sido afectada por lo que ha
permite al hombre penetrar gradualmente en nuestra vagina, en un ri- visto y leído, y quizá, sobre todo, lo que ha influido en ella han sido
tual de paulatina pérdida de virginidad, hacemos un trato: establecemos las actitudes de sus vecinas, aquellas cuyas hijas entraron en la vida
con aquél un pacto semejante al acordado con la madre: si te permito sexual en la década de los sesenta. «Cuando tu hija huye a San Fran-
que me toques ahí tendrás que prometerme que no me dejarás nunca; cisco — manifiesta el doctor Sidney Q. Cohlan —, o queda embarazada,
si rechazo las leyes de la madre por tu causa, y renuncio a mi poder o se casa con un hippy, o se vuelve drogadicta, no tienes más remedio
como virgen, habrás de prometerme que nada malo me sucederá y que que aceptar algunos de los cambios producidos en el estilo de vida de
cuidarás de mí como cuidó ella. su generación, si pretendes mantener una relación con ella. Es posible
Se opera para que el hombre sea constreñido a asumir la gestión que no te gusten tales cambios, pero ahora es más fácil que los aceptes,
protectora de la madre ausente. Continúa la simbiosis. No es necesario puesto que ves a tus vecinas aceptándolos a su vez.»
que el prohibido sexo, la fuente de muchas iras hasta donde nuestra Seguramente, de perder hoy mi virginidad, en vez de ocurrir en la
memoria alcanza, nos destruya. Juzgamos a los hombres muy poderosos, década de los cincuenta, saturada de tabúes sexuales, me habría com-
les tenemos por seres autosuficientes, pero podemos utilizar el sexo para portado de otro modo. «En 1963, solamente el veinte por ciento de las
adultas se mostraban conforme en mantener relaciones sexuales en de-
296 MI MADRE, YO MISMA
1 A PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 297
terminadas circunstancias antes del matrimonio — me dice la doctora
Ira Reiss—. Esto se supo a raíz de una encuesta a escala nacional... baban confiándomelo todo en privado —declara—. No podían mos-
En 1970, la cifra había aumentado hasta el cincuenta por ciento. Si trarse sinceras entre sus compañeras. No querían ser juzgadas por ellas.
hoy volviéramos a realizar esa encuesta, estoy convencida de que más Esto es, aproximadamente, el caso inverso de lo que sucede en los gra-
del cincuenta por ciento de los padres darían su conformidad a dichas dos más avanzados. El semestre pasado, en mi clase había un grupo
relaciones en algunas circunstancias.» que hablaba abiertamente de la forma de gozar en las relaciones sexua-
Por consiguiente, no me quedo sorprendida cuando el ginecólogo les. Las chicas que lo componían consideraban que era un error con-
Sherwin A. Kaufman me dice que las madres que le consultan ahora traer matrimonio con un muchacho con el cual no se hubieran acostado
se hallan más afectadas por la posibilidad de que sus hijas queden em- antes. Había otro grupo integrado por muchachas que yo sabía que po-
barazadas que por la cuestión de la pérdida de la virginidad. «Han seían poca experiencia sexual. Éstas no dijeron nada porque no querían
llegado a aceptar que una chica que estudia una carrera superior — de- revelar su ignorancia. Lo que ha cambiado, ¿se da cuenta?, es la fran-
clara—, antes de llegar a graduarse puede haber tenido una experien- queza de quienes desarrollan actividades sexuales. La pérdida de la vir-
cia sexual. Se trata de una idea en la que no querían ni pensar hace ginidad ha dejado de ser un estigma. Pero esto no quiere decir que tal
diez años. Y aunque el doctor Kaufman se apresura a añadir que las hecho no sea un episodio importante en la vida de la mujer.»
mujeres de Nueva York que le consultan pertenecen a una particular Dice una chica de diecinueve años: «Lo importante, en lo que ata-
subcultura, me pregunto si estas madres liberales estarán o no a tono ñe a la pérdida de la virginidad, es que se dé a este hecho relieve, es
con lo que sienten las estudiantes de dieciocho a veintitantos años, de decir, que una no se inicie en las prácticas sexuales por casualidad.»
uno a otro confín de los Estados Unidos. Ellas pertenecen, asimismo, Ardemos en deseos de desenvolvernos con la máxima facilidad en
a una particular subcultura.» cuanto a lo sexual. Como madres, no queremos que nuestras hijas crez-
«Lo que ha cambiado han sido las actitudes —dice Wardell Po- can con nuestras inhibiciones sexuales. Nosotras cambiamos nuestras
meroy —. El cambio real es más de aproximación que de práctica. Es actitudes y pensamos que ellas cambiarán sus vidas. Las vemos compor-
mucha la gente habituada a hablar más que a actuar. De este cambio tándose con muchos menos sentimientos de culpabilidad que hubiéra-
de actitud arrancará luego el de la conducta, en lo que la gente hace mos soñado hace diez años, y nos identificamos más con su generación
(y no en lo que dice hacer). Pero esto no se ha dejado ver todavía con que con la nuestra. Hablamos de multiorgasmos y de bisexualidad; de-
significación estadística. Las personas no cambian con tanta rapidez. claramos volublemente que las cosas tan primarias y emotivas como
Evolucionan con ciertas normas e ideas, pero se requiere algo más que la pérdida de la virginidad han quedado anticuadas, que pertenecen al
una película o un libro para que se produzca un cambio de comporta- pasado. Pero pese a nuestras nuevas actitudes, y a las poses de persona
miento. Es un proceso gradual dentro de varias generaciones, y no una liberada que adoptamos, nuestras hijas no nos creen. Todavía se sienten
sola.» incómodas cuando traemos a colación el tema del sexo. Nos sentimos
dolidas. ¿No hemos hecho acaso un enorme esfuerzo para comprender
Es preciso consultar las estadísticas dentro del contexto. En los
su mundo? ¿No hemos ido a su encuentro, recorriendo nosotras más
Estados Unidos viven actualmente más de 200 millones de seres, es
de la mitad del camino?
decir, el doble que hace cincuenta años. Cuando el doble de cierto
número de personas hace algo, nos inclinamos a creer que «todos» ha- Una madre que formula tales preguntas lo hace con toda la since-
cen lo mismo, que algo nuevo está en marcha. Es, simplemente, más ridad de que es capaz, pero una vez más confunde la diferencia entre
visible. Estamos cambiando, pero no con tanta rapidez. Actualmente actitud y sensación interna. Puede ser que las chicas presten atención a
se habla más de lo sexual, hay una aceptación general del tema. Antes, las palabras de la madre; pero lo que a ellas les interesa saber es lo
las muchachas privadas de la virginidad hacían de ello un secreto. En que retiene en lo más recóndito de su mente. Nuestras ideas acerca de
la actualidad participan en discusiones sobre el tema ante las cámaras nuestros cuerpos, nuestro erotismo y nuestros límites sexuales son has-
de la televisión. «Hoy todo es distinto», nos decimos unas a otras. ta tal punto una parte básica de nosotras mismas que es posible que
Gladys McKenney recuerda que no hace muchos años, una estu- no estemos impuestas de su forma de determinar las cosas que decimos
diante de enseñanza media se habría negado a admitir que había per- a nuestras hijas. A nosotras nos las comunicó nuestra madre; y a ella
dido la virginidad. «Desde luego, algunas se negaban a hablar, pero aca- la suya. Cuando hablamos a nuestras hijas de lo sexual, o cuando desa-
rrollamos tal actividad, lo que sentimos es una mezcla de lo viejo con
298 MI MADRE, YO MISMA LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 299
lo nuevo, de lo que nuestras madres sintieron y de lo que a nosotras temor a quedar embarazada disminuido (por lo menos). La otra chica
nos gustaría sentir. no la toma, o la toma esporádicamente. La estadística dice que ninguna
Un estudio realizado en la Universidad del Estado de Illinois per- de las dos es virgen y que figuran entre las liberadas de los años setenta.
mitió concluir que apenas existía correlación entre lo que los padres Pero la cualidad de su experiencia sexual es totalmente distinta. ¿Por
presentaban como sus actitudes sobre el tema sexual y la descripción qué? Porque la actitud de la primera chica hacia el sexo, su comporta-
que las chicas hacían. Sin embargo, existía una elevada correlación en- miento y sus sensaciones actuaron conjuntamente. No habiéndose en-
tre la manera de percibir las jóvenes a sus padres y la forma en que frentado con ningún doble mensaje conílictivo, se sintió libre en la de-
éstas se comportaban. Por ejemplo, si una chica de diecisiete años cisión de tomar la pildora. En las sesiones terapéuticas dedicadas a las
decía: «Mis padres son muy poco permisivos», con frecuencia incurría madres solteras es demasiado frecuente el caso de las que conociendo,
en un error, pero la misma muchacha tampoco lo era mucho. Y si desde luego, la pildora, no la utilizan, o la utilizan incorrectamente. Es-
una chica de dieciocho años declaraba: «Mis padres son altamente per- tas jóvenes han adoptado una actitud mental respecto del sexo. En su
misivos», de nuevo la interesada podía equivocarse, pero ella, muy fortaleza, son enteramente distintas, mucho más juiciosas.
probablemente, se manifestaba muy permisiva. He aquí la conclusión: «En su fuero interno, las madres de las chicas que acuden a la Clí-
la percepción de la permisividad de los padres resulta más importante nica de Planificación Familiar — dice Vera Plaskon —, son contrarias
en la predicción del comportamiento de una chica que las palabras a la relación sexual a edad temprana. Al mismo tiempo (son gente de
que aquéllos puedan decir. Claramente se observa que si una hija pien- la clase media) desean estar "a la moda". Por tanto, estas madres revi-
sa que su madre — independientemente de lo que diga — se muestra ven sus fantasías sobre lo que les habría gustado haber hecho, o lo que
permisiva en cuanto a las relaciones prematrimoniales, la hija, proba- harían de ser sus hijas hoy. Introducen tales fantasías en las mentes
blemente, lo será en alto grado. de sus niñas antes de que éstas se hallen preparadas. "Hazme saber
Si la madre ha intentado sinceramente cambiar de actitud, la hija cuándo deseas tomar la pildora", dicen a su hija, de trece años. No se
gana con ello cierta libertad para experimentar, para ver hasta qué pun- detienen a pensar que la chica quizá no esté preparada adecuadamente
to la madre realmente siente lo que dice. Si la chica es valiente, afor- para oír esto. Puede decirse lo mismo de un modo mucho más sutil.
tunada, y logra alguna aprobación por parte de la sociedad y de sus Es posible que la madre no se dé cuenta de que comprando a su hija
amigas, es posible que trate en principio de deshacerse de las viejas los vestidos más seductores y modernos, y algunos cosméticos, está em-
inhibiciones sexuales. En su momento, la realidad vendrá a reforzar sus pujándola a actuar como a ella le habría gustado haber actuado de jo-
nuevas ideas: de esta forma se vive de modo más fácil, más felizmente. ven, antes de advenir la revolución sexual. Aparte de tener a la chica
Luego, cualquiera que sea el terreno ganado, esto puede transmitirse viviendo su fantasía, está el espíritu competitivo de la madre con la
a las descendientes. He aquí el proceso «entre generaciones» mencio- hija, más su personal sentimiento de culpabilidad por lo que ha hecho.
nado por el doctor Pomeroy. Puede que eso sea inconsciente, pero para la hija resulta muy confuso.
Algunas madres son capaces de ello. Para la mayoría no es fácil. Recientemente, tuve ocasión de hablar con una muchacha que goza
Cuando al retraso de que habla Pomeroy — la distancia que media en- de mucha libertad, pese a sus quince años. Riendo me decía que su ma-
tre el comportamiento y la discusión sobre la libertad sexual — le su- dre le estaba indicando a cada paso que cuando necesitara un anticon-
mamos el aún mayor retraso originado en nuestro interior al considerar ceptivo se lo hiciera saber. «¡Debía usted de haber visto la cara que
si lo que hacemos está bien, es evidente que debe de haber muy pocas puso cuando verdaderamente lo necesité!», exclamó la joven. La mayor
madres tan integradas en los tres niveles que sean capaces de enviar a parte de las muchachas no son tan libres, ni acogen con risas este tema.
su hija un mensaje detrás del cual ésta no descubra los viejos y más fa- No saben qué hacer. Y, finalmente, hay muchas que desean realmente
miliares tonos de la ansiedad: si esas ideas hacen que mi madre se pon- que su madre les diga «¡No!» y que se lo diga de corazón. No pueden
ga nerviosa, ¿hacia dónde debo inclinarme?, ¿hacia lo que dice, o hacia barajar todas estas libertades a los quince o a los diecisiete años, su
lo que siente? Veamos un ejemplo: evolución, y con frecuencia la de la propia madre también. La joven
Dos chicas están informadas sobre el uso de la pildora. Una de no sabe qué es lo que la madre desea de ella, y la madre no se conoce
ellas la toma sistemáticamente cuando va a vivir una experiencia se- a sí misma. En el ánimo de la madre liberada de Manhattan se localizan
xual. Cuando, tarde o temprano, entra en el dormitorio, lo hará con el muy a menudo las mismas dudas y ansiedades que he visto en mujeres
300 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 301
recíe'n llegadas de América Central y América del Sur, el corazón de la
cultura machista. Son sentimientos con los que no se ha avenido toda- de quedar una embarazada, en nuestro fuero interno comprendemos que
vía, en realidad. Por tanto, manda el contradictorio mensaje a la hija: la cosa no es tan mala. Hemos aceptado los deseos inconscientes de la
«Estamos en los tiempos modernos. ¡Haz lo que te plazca!» Pero madre y actuamos de conformidad con ellos, como si fuesen nuestros.
cuando la joven llega a casa a las tres de la madrugada, la madre se En un estudio en el que figuraba un grupo de chicas que recurrie-
indigna y le chilla, diciéndole que se conduce como una golfa. ron a la clínica anticonceptiva de su campus, y otro de jóvenes que no
«Es muy inconsciente el inexpresado deseo de la madre de que una procedieron así, la doctora Ira Reiss descubrió que las primeras resul-
chica goce de una sexualidad que ella no conoció — dice el doctor Ro- taban mucho más atractivas para los hombres que las otras, algo así
bertiello—. Con frecuencia existe como un concreto aviso contra eso, como el doble. Aquéllas estimaban que tenían tanto derecho como los
lo cual es una especie de sugestión a la inversa. Por ejemplo: una mu- hombres a iniciarse en las cuestiones sexuales. «Lo que hace la pildora
chacha habla del chico con quien ha salido y confiesa que les ha faltado •—manifiesta la doctora Reiss— es dejar la elección en manos de la
poco para llegar a la relación sexual. La madre sonreirá —dando el joven. Es como si se le dijera: "Mira, si no quieres tener relaciones se-
mensaje no verbal de aprobación—, pese a montar luego en cólera xuales, estás en tu perfecto derecho, pero habrás de sacar a relucir otra
y decirle a la muchacha que le romperá la crisma si alguna vez da el razón, aparte de la del temor a quedar embarazada, para explicar tu
paso decisivo.» negativa. De eso estás ya a salvo. Vas a optar por un camino u otro sin
falsos pretextos."»11
Un doble mensaje como este mina nuestros poderes de razonamien-
to y no nos facilita ninguna línea clara de separación. En nuestro des- Al inclinarse por el uso de la pildora, la interesada pone muy de
concierto, no sabiendo qué camino seguir, nos sometemos. O nos deja- relieve su voluntad de persona integrada. Las chicas de la clínica están
mos arrastrar por el hombre o volvemos junto a la madre. Ni una ni otra diciendo con su conducta que tienen derecho a la relación sexual. Al
es una elección autónoma. Se trata solamente de una necesidad de de- actuar conforme a sus palabras, e ir a la clínica a fin de estar preparadas
pender de alguien. Escuchamos los contradictorios mandatos de la ma- para hacer frente a las consecuencias de sus acciones, demuestran que
dre, y actuamos dentro del verdadero estilo simbiótico, conforme a am- sus conductas, actitudes y pensamientos se corresponden.
bas mitades del conflicto en que se debate aquélla. Somos un día «bue- En mi opinión, su autonomía queda ilustrada en otra zona en la que
nas», y decimos que no al chico. Somos «malas» el siguiente, y queda- la mayor parte de las mujeres habitualmente revelan una gran inseguri-
mos embarazadas. ¿Qué más puede querer la madre? dad: no esperaron a que los hombres les dijeran que eran sexualmente
Pregunto al doctor Robertiello cómo es posible que una madre trans- atractivas. Sus acciones me dan a entender que después de haber hecho
mita a su hija un mensaje para que quede embarazada. «El embarazo una evaluación de sus rostros y cuerpos, y decidir que eran atractivas,
y el intercambio sexual — m e responde él—, son a menudo confun- se inclinaron a recoger la recompensa por ello, adentrándose en el mun-
didos y ligados en las mentes de la gente. Quedar embarazada es una do del sexo.
prueba, desde luego, de que la chica se ha acostado con alguien. Si Quisiera insistir, sin embargo, en que no era el hecho de acudir a
usted tiene treinta y cinco años, es casada y lleva seis meses de emba- la clínica lo que hacía a estas chicas más autónomas que las que no lo
razo, aquí no hay una idea sexual. Pero si una muchacha tiene una ami- hacían. Éste es un razonamiento invertido, que confunde la causa con
ga que queda embarazada, digamos que a los quince años, puede inter- el efecto. Eran mujeres más separadas antes de ir allí. Por eso fueron.
pretar la luz que aparece en los ojos de su madre: desde luego, esa chi- No fue la pildora lo que las hizo autónomas. Su autonomía les hizo de-
ca está dominada por el sexo, es mala.» cidirse a utilizarla.
Si la madre nos dice que no está segura de que dos más dos sean En la teoría psicoanalítica se dice que cuando una muchacha sostie-
cuatro, nosotras sonreímos, manifestando que sobre tal cuestión no ne una relación prematrimonial, sobre todo si resulta de ella una expe-
abrigamos la menor duda. En el campo de la aritmética, al menos, nos riencia desdichada o termina con un embarazo, ha de considerarse como
hallamos separadas de ella. Si sus palabras acerca de nuestra amiga de una expresión de rebeldía. Lo sexual es asumido por la chica como una
quince años, embarazada, son negativas, pero descubrimos en sus ojos manera de responder a la opresión, llevando a cabo exactamente lo
un luz de excitación, nosotros correspondemos a esa excitación. Pese opuesto a lo deseado por la madre. Éste es a menudo el caso todavía,
a todos nuestros temores reales y actitudes en cuanto a la posibilidad pero actualmente los psiquiatras juzgan que la rebelión es uno de los
302 MI MADRE, YO MISMA LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 303
síntomas, no la completa explicación de todo el problema, que es la la realidad. Por fuera, ellas parecen libres, verdaderamente. Dan la im-
falta de separación. presión de haber ganado en su rebelión contra las reglas antisexuales
La rebelión no debe ser confundida con la separación. En la medida que tanto nos sojuzgaron a nosotras. En nuestra lucha por la autono-
en que el esfuerzo para romper se considera no como una agresión por mía, la sexualidad fue el campo de batalla preponderante sobre los de-
parte nuestra sino como una reacción ante la madre, nos encontramos más. Conquistar en él un grado de libertad resultaba más difícil que
aún en un proceso simbiótico. La rebelión se convierte en separación en cualquier otro campo.
cuanto la meta es la autorrealización, no mera frustración por causa de Para las que fuimos criadas antes de la década de los sesenta, las
algo que la madre desea que hagamos. Dice el doctor Robertiello: «La reglas eran duras y expeditivas..., sobre todo en lo tocante al sexo.
rebelión dentro de la familia es con frecuencia un indicio revelador de La madre no se andaba con rodeos a la hora de querer reprimir o in-
lo muy unidos que seguimos a ella. Luchamos contra una persona de la hibir nuestra sexualidad... o nuestra ira, a modo de represalia. No...
cual debiéramos estar separados hace mucho tiempo.» Éste era el claro mensaje que su actitud nos transmitía. El «no» era
La dificultad para comprender la rebelión empieza con el brillo ro- reforzado por su conducta. El «no» llegaba a nosotras como su reac-
mántico que el folklore ha dado a la palabra. Para los investigadores de ción interior. Ella era toda de una pieza: podíamos acomodarnos a
la evolución humana, tiene un significado muy específico, relacionado las ideas de la madre, o bien hacer acopio de esfuerzos y decir: «¡Al
con el tiempo. Cuando somos dos, la rebelión es adecuada. Es la etapa diablo contigo, mamá! Lo haré todo a mi manera.» Nos cedía un te-
de la negación, por la cual pasan las chicas. Otro período de rebeldía se rreno firme en el cual plantar nuestros desafiantes pies. En la etapa
produce en la adolescencia, pero por esta época no basta con decir «no». de la ira y la riña, la separación entre la madre y nosotras gana en de-
Ciertos movimientos hacia la autonomía han de acompañar a la rebel- finición. Es posible que no hayamos conquistado la autonomía, pero
día de los dieciséis años, o bien ésta no es auténtica, y sí, en cambio, al menos sabemos donde nos encontramos.
un signo de aproximación. Podemos tener más relaciones sexuales de Si hubiésemos sido educadas de una manera demasiado permisiva,
las que realmente deseamos, o bebemos demasiado, pero al mismo tiem- la separación hubiera podido llegar a ser difícil. Las reglas son vagas
po, si respondemos a nuestros requerimientos académicos, manejando y flexibles. Raras veces se le prohibe tajantemente a la chica educada
el dinero de una manera responsable, puede afirmarse que los elemen- permisivamente que haga esto o lo otro. A nosotras, simplemente, se
tos rebeldes se encuentran al servicio de la separación. nos ofrecían alternativas de superior atracción. De esta forma, nuestros
Pero a los veinticinco, a los treinta y cinco años, la época de la propios deseos eran manipulados y utilizados en contra nuestra. No se
rebelión debía haber quedado ya muy atrás. Si no nos cuidamos, si no nos decía que no volviéramos a jugar con el desagradable chico de la
pagamos nuestras facturas, si llegamos tarde al trabajo, si vivimos una casa vecina. Cuando aparecía en el horizonte, nuestra madre nos lle-
intensa vida sexual sin realmente gozar con ella, la rebelión no es tal, vaba a la tienda para comprarnos un helado. Si nos expulsaban del co-
sino falta de madurez. La persona rebelde que pone el signo menos legio, el hecho, por supuesto, era muy de lamentar; pero fácilmente
donde se le pide que ponga el signo más, está reaccionando, simple- se encontraba otro centro de enseñanza en el que hubiera una mayor
mente, ante alguien. No es libre de elegir su camino, de decidirse en tolerancia para las niñas de nuestro particular temperamento. Si que-
contra de toda discusión. Ha quedado atada, a la espera para siempre. brantábamos las reglas impuestas por la madre respecto del sexo (si es
Dame algo a lo cual poder decir «no»... que existían), no se hundía el mundo. Incluso si insistíamos en nues-
Observando hoy a las chicas muy jóvenes, envidiamos su desenvol- tra porfía por clarificar la diferencia (separación) que había entre las
tura sexual, su aparente falta de culpabilidad. A pesar de cuanto se dos, nuestra madre, una vez más, cambiaba rápidamente de terreno y
ha escrito, dicho, experimentado y pensado en el curso de la pasada dé- se unía a nosotras: «¡Oh! ¡Me alegro tanto de que te sientas con li-
cada, la mayor parte de nosotras no hemos alcanzado esa especie de bertad suficiente para expresarme tu enojo! ¡Es una cosa muy saluda-
sexualidad fluyente con que las jóvenes actuales parecen haber nacido. ble!» ¿Y cómo puede una separarse de alguien tan pegado a nosotras
Dan la impresión de aceptar plenamente su sexualidad; «liberadas» es y que nos demuestra tanta admiración? El enojo no conseguirá una
la palabra que se les aplica..., que es otra forma de decir que son de sus principales funciones: separarme de ti. Nunca conseguirás una
personas separadas. clara negativa; nunca dispondrás de un terreno firme desde el cual
Nos hallamos ante el viejo problema filosófico de la apariencia y arrojar a la otra persona por la borda.
304 MI MADRE, YO MISMA ' j LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 305

Es difícil... Amamos a nuestra madre, pero ahí está ella, rodeándo- Los que se han formado en un ambiente de mimos y consentimien-
nos. Queremos separarnos de ella (aun no utilizando la palabra siquie- to, sin que se les permita evolucionar separadamente, pueden en ver-
ra), pero no podemos adoptar una decisión ante el problema. Si pre- dad tener relaciones sexuales; pero esto no implica que sean personas
tendemos irnos a la India, ella nos pagará el pasaje, y nos recordará autónomas. Puede representar lo opuesto: que se valgan de lo sexual
que debemos telefonearle cuando queramos emprender el viaje de re- — cosa que constituye uno de los métodos de la naturaleza para ayu-
greso. No habiendo tenido nunca autorización, no sabemos cómo optar darnos a crecer — para seguir siendo infantiles, para crear una agrada-
por ello. La gente educada permisivamente carece de experiencia en ble y cálida relación con otro ser, similar a la que tuvieron con la
cuanto a las relaciones separadas, y, en consecuencia, no las busca. madre en otro tiempo, que nunca superaron y que es todo lo que co-
Gravitamos siempre sobre lo que conocemos. Las chicas permisivas es- nocen. Prueba de esto es que tales relaciones «sexuales» entre los jó-
cogen chicos también permisivos, y unos y otros se juntan. venes, muy a menudo pierden por completo tal carácter; las personas
Por encima, esta clase de relaciones parecen más libres, más fáciles implicadas se transforman entonces en amigos tiernos, afectuosos, ex-
que las que se desarrollan entre personas firmemente definidas. Si él presivos. O quizá fuera siempre así, en todo momento: «Antes de per-
quiere ir al cine y ella a bailar, ninguno de los dos insiste, ninguno der mi virginidad», me han dicho muchas mujeres, «me acosté con va-
pretende imponerse. No tienen ni que discutir para llegar a un acuer- rios chicos, sin tener con ellos una verdadera relación sexual. Sencilla-
do: irán a patinar. Es algo en que ninguno de los dos había pensado mente, nos gustábamos mutuamente y éramos buenos amigos». ¿Está
inicialmente, pero el caso es que la relación no se ha enturbiado ni por «libre» de carácter sexual tan incalificado bien?
un instante. Todo es blando, difuminado, borroso, amistoso. Incluso lo Dice la doctora Schaefer: «El tipo de unión simbiótica que se ob-
sexual se torna no diferenciado. (No es una coincidencia que la era serva hoy en jóvenes que a los trece y catorce años pasan por firmes
permisiva sea la era del «unisex».) Los jóvenes de hoy no se miran dilaciones en el proceso de la separación... es una defensa contra ésta.
teniendo presentes en todo momento las diferencias de los sexos; no Se les ve juntos, día y noche. Tienden a desarrollar una relación de
se contemplan mutuamente como si uno u otro regresara de Marte. "baja energía". La simbiosis anula todo el interés que pueda inspirar-
Han sido educados para relacionarse con los otros sin aspavientos de les lo que hay fuera del pequeño útero que se han construido. Se sien-
ningún género, sin riñas, sin separación. Todos se conducen con dulzu- tan uno junto al otro en una habitación, silenciosos, corteses, amables;
ra, con gentileza, con amabilidad. esto de estar juntos es lo que eligen entre toda la variedad de cosas
«La gente joven que voy conociendo, gracias a Dios, no se muestra que la vida puede ofrecerles.» Apenas puede hablarse aquí de una elec-
tan obsesionada por lo sexual como la de mi tiempo», dice la madre ción real si no han disfrutado de libertad para explorar primero las
de dos chicas, una de diecisiete años y la otra de dieciocho. «Dan la otras alternativas.
impresión de ser más naturales en sus relaciones. Mis hijas tratan con Algunos sociólogos han llegado tan lejos como a sugerir que los
muchachos en plan de buenos amigos. Hoy los jóvenes se tratan más días del doble standard pueden estar llegando a su fin. Esto es tam-
de cerca, intiman más. La pesadilla de la cuestión sexual no parece bién un beneficio, pero si la monogamia es establecida sin posibilidad
turbarles como nos turbaba a las personas de nuestra generación. El de elección, ¿dónde queda la libertad? «Únicamente las chicas han sido
sexo no representa un papel excesivamente importante en sus vidas.» siempre así — explica Betty Thompson —, pero en la actualidad vemos
Por lo que atañe a la amistad y a la ausencia de temores, esto a algunos chicos comportándose de la misma forma, negándose incluso
constituye ciertamente un avance. Pero esta mujer dice algo que es a mirar a otra chica.» Superficialmente, esto puede considerarse como
quizá más interesante de lo que puede advertir. Ha indicado que el amor y fidelidad. Dentro de unos años es posible que nuestra aprecia-
sexo no representa un papel excesivamente importante en las vidas de ción sea distinta. Es decir, cuando la simbiosis haya matado todo gra-
sus hijas..., un hecho que alivia su ansiedad. Lo que intuitivamente do de sexualidad que hubiera entre ellos, y se dirijan masivamente al
comprende es que la aproximación entre dos seres, el profundo afecto juez que entiende sobre el divorcio gritando: «¡Necesito disponer de
que puede inspirar un miembro del otro sexo no significa necesaria- mi propia parcela!» La libertad en el terreno sexual ha sido comprada
mente que se le vea a la luz de lo sexual. Si temes, o envidias, la se- a determinado precio: el de no cederse mutuamente aire suficiente para
xualidad de tus hijas, crees que esas evoluciones «amistosas» son po- respirar.
sitivas. La gente educada en los tiempos no permisivos envidia la libera-
306 MI MADRE, YO MISMA
LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD 307
ción de sentimientos de culpabilidad de que hoy hacen gala los jóvenes.
más, sorteo trabajosamente a los jugadores de béisbol que encuentro
Y la de los tiempos del doctor Spock parece haber perdido la habili-
en Central Park. El doctor Robertiello me escucha atentamente. «Estás
dad de encauzar su vida hacia objetivos claramente definidos. «La re-
formulando las preguntas menos indicadas, Nancy», me dice. «Con
belión de la generación permisiva quedó abortada casi desde el princi-
ello demuestras que todavía intentas preservar alguna falsa estructura.
pio — dice el doctor Robertiello —. Con frecuencia les cuesta averiguar
Te esfuerzas por colocar la cuestión de la sexualidad de una mujer den-
qué es lo que desean en realidad. Andan buscando el jardín de rosas
tro del marco de su relación con la madre. Lo sexual, más que cual-
que la madre les prometió.» Su libertad es ilusoria, puesto que recha-
quier otra cosa, no debe tener nada que ver con la madre. ¿Por qué
zan la realidad para fijar la mirada en lo inexistente.
ha de estar relacionada la pérdida de la virginidad con lo que media
Dice Betty Thompson: «Cuando una persona es educada como una
entre la madre y la hija? Hablas como si la madre supiera que la hija
criatura consentida, cuando se lo dan todo hecho, ya no crece con un
tiene relaciones sexuales con alguien, algo parecido a lo que ocurría
conocimiento de las realidades de la vida. Al romperse una bicicleta,
por ejemplo, la madre se apresura a manifestar: "No te preocupes; te cuando la joven era una criatura y pensaba que la madre podía leer
compraremos otra nueva." Si la madre y el padre se preocupan de que en su mente. Ésta es una idea simbiótica. ¿Y qué pasa si una chica
tengas cuanto te apetece, no habrás tenido ninguna oportunidad de ha- desarrolla una actividad sexual viviendo todavía en casa? La intimidad
certe responsable de ti misma. Lo que no es válido es el reconocimien- y el secreto, efectivamente, contribuyen a la separación. Tus preguntas,
to de que no todo en el mundo puede ser comprado. Cuando una chi- tu incapacidad de dar fin a ese capítulo, son extremos que tienen que
ca dice: "Si estoy citada con alguien, no me agrada llevar conmigo un ver con la cuestión del mantenimiento de la atadura a la madre, pese
diafragma", está produciéndose una evasión de la responsabilidad, es a la condición de persona sexual de la hija. No es raro que no seas
una regresión en el sentido del desarrollo del carácter. No resulta ro- capaz de dar con la respuesta adecuada. Simplemente no existe. No se
mántico, ni es propio de una persona separada y adulta. Nos hallamos puede ser sexual y simbiótica con la madre al mismo tiempo.»
ante una puerilidad.» La despreocupación, la falta de previsión y el Esto es absurdo. Mi sexualidad ha sido siempre mi distintivo de
desorden son cosas que pueden enmascararse como libertad para el ob- la separación, mi identidad. Richard Robertiello me ha engañado. Salgo
servador superficial. Pero nos atan con cadenas de consecuencia. de su consultorio hecha una furia.
A los diecisiete años, nuestros problemas con respecto a la autono- En un sueño que tuve anoche, me veo de nuevo en Londres, don-
mía provienen de cierta parte; a los treinta y siete provienen de otra. de en otra época viví. Estoy en los talleres de unos impresores, viendo
La falta de separación es el punto donde las dos líneas se encuentran. componer unos gráficos destinados a un libro que he escrito sobre el
La autonomía es la declaración y la afirmación del yo; el sexo es una tema de la economía, un tema que me es completamente desconocido.
de sus expresiones. «Soy una mujer y éste es mi cuerpo y mi vida. ¡ Pronto seré una impostora a los ojos de todo el mundo! De repente
Haré lo que quiera con ellos porque eso es lo que deseo, no porque se apodera de mí una terrible ansiedad: no he telefoneado a mi madre.
pretenda volver a ti.» En sueños, no veo la forma de localizar un teléfono. Me despierto
aterrorizada.
Tuvieron que transcurrir veintiún años para que renunciara a mi En realidad, pueden transcurrir meses sin que cruce una palabra
virginidad. De una manera similar, me siento incapaz de liquidar este con mi madre. No es casual que barajando ideas referentes a la pérdi-
capítulo. Preguntas no contestadas desfilan por mi mente de un modo
da de la virginidad vaya a desembocar en un sueño en el que me ace-
interminable, a la manera de un indicador luminoso de noticias: ¿en
cha el peligro de perder a mi madre. Este capítulo ha revelado una
qué forma afecta la pérdida de la virginidad de la hija en su relación
dualidad en mí. Intelectualmente, me tengo por una persona sexual;
con la madre? ¿Habría de esperar aquélla, para perder su virginidad,
por ser una intelectual he sido capaz de recopilar mis ideas y ordenar-
a dejar el hogar, para que la madre no se sintiera implicada? El hecho
las en el presente capítulo. Subjetivamente, no quiero enfrentarme con
de que una chica no haya dejado el hogar ¿no significará que aún no
lo que he escrito: la declaración de una completa independencia sexual
está preparada para tener relaciones sexuales?
es la declaración de separación de mi madre. En tanto no dé fin a
Estamos en el mes de agosto. Todo el mundo se encuentra en la
esta parte del libro, en tanto no me permita a mí misma abarcar las
playa, excepto yo, y, afortunadamente, Richard Robertiello. Una vez
implicaciones de lo que he escrito, podré mantener la ilusión, al me-
308 MI MADRE, YO MISMA

nos, de ser sexual y contar asimismo con el amor y la aprobación de


mi madre.
Esta vergüenza de necesitar todavía a mamá, de esperar seguir li-
gada a ella incluso después de haber llegado a la edad adulta, es uni-
versal. Cierta vez me dijo el doctor Robertiello: «Lo observo en mí.
Siempre estoy refiriéndome a mi sexualidad como prueba de mi auto- CAPÍTULO 10
nomía.» La separación es un proceso que nadie llega a cubrir por en-
tero. Lo único que podemos hacer es seguir intentándolo. Mi ilusión LOS AÑOS DE SOLTERÍA
de ser una persona individual que posee esta terrible identidad sexual
se ha esfumado. ¡Qué humillación! Bueno, al menos, Richard Rober-
tiello tampoco es una persona separada... Ya de niña, el dinero me inspiraba una gran respeto. Ciertas com-
pañeras no compartían mi pasión. Cuando tenía diez años asistía a la
venta de objetos perdidos y no reclamados. Mi madre sonreía nervio-
samente. A los trece años me ruborizaba si me gastaban alguna broma
relacionada con mis ahorros. Por mucho que me disgustara ser distinta
de las demás, no cedía en mi empeño de disponer de más dinero. Aho-
rraba mi asignación familiar, en unión de las monedas sueltas que hur-
taba de los bolsillos de prendas colgadas en el armario del vestíbulo,
o que le ganaba a mi hermana, jugando al «Monopoly». Susie era tan
incapaz de ahorrar como de ganar una sola partida.
Mi hucha de colegiala, de cristal, tenía la forma de un globo terrá-
queo, y al ver desaparecer la mitad inferior de África bajo mis mone-
das experimentaba siempre una agradable impresión. Lo malo era que
no podía compartirla con nadie. La única persona que parecía disfru-
tar con el dinero tanto como yo era mi abuelo. Lo tenía en cantidades
importantes, y lo que admiraba más era la naturalidad con que se de-
senvolvía en cuestiones dinerarias. A diferencia de mi madre, quien se
desprendía del dinero sin ninguna moderación. Así es como ha de mo-
verse uno por el mundo, parecían estar diciendo sus modales, con ló-
gica, mientras pagaba facturas de restaurantes y compraba cosas y co-
sas para sí misma y los demás. Mi madre se sentía presa de una gran
ansiedad al barajar dinero; ella fue quien me enseñó a no discutir ja-
más el precio de nada. Su actitud me desconcertaba, ciertamente, pues
pensaba que ni siquiera los alimentos indispensables pueden ser adqui-
ridos sin dinero. ¿Por qué era el dinero una cosa tan secreta y de-
sagradable?
Fui progresivamente asociando la suciedad del dinero con la parte
más perversa de mi persona. Si exceptúo mi asignación, nunca pedía
una moneda a mi madre; comprendía que con ello había algo más que
intercambio. Cuando deseaba poseer algo ardientemente, llegaba a hur-
tarlo. Entretanto, mi madre juzgaba que a mi hermana el dinero «pa-
recía escapársele por entre los dedos». Sus palabras eran, más que una
310 MI MADRE, YO MISMA
LOS AÑOS DE SOLTERÍA 311
crítica, un juvenil lamento dedicado a nosotras dos. Expresaban esto: frase con que mi esposo describió en una de sus novelas las asignacio-
«Así somos las mujeres.» Yo pensaba que era más grato ser como las nes económicas concedidas a las jóvenes en el seno familiar.
demás, y no como era yo. Me hallaba ante un terrible dilema: ¿cómo Estaba en lo cierto al no pedir más. No se puede aceptar dinero
podía tener lo que el dinero daba a mi abuelo si crecía como mi ma- sin someterse a determinadas ataduras. No podía permitirme el lujo de
dre, o sea, dependiendo de él? Y si yo crecía como él — n o femeni- enfadarme por su tacañería de entonces; todavía la necesitaba. Me
na—, ¿quién querría cuidar de rní? equivoco al enojarme con ella ahora, y no es que lo cierto y lo erróneo
Al llegar a los diez años, oculté el interés que me inspiraba el di- tengan que ver con las irritaciones originadas en los cuartos infantiles.
nero lo mismo que escondía mi talla doblando algo las rodillas al bai- En cualquier historia de separación madre-hija hay dos partes: por la
lar. Seguramente, alguien se avendría a cuidar de mí si era más peque- mía, yo quería dejar el hogar, trocándolo por un mundo más dilatado;
ña y más pobre. La costumbre de doblar las rodillas me ocasionaría por la suya, yo la abandonaba. Lo que ninguna de las dos podíamos
problemas en la espina dorsal al llegar a los treinta años. Pero la ne- decir era que yo deseaba tener más de lo que ella tuviera, ser más de
cesidad de apoyar la cabeza en el hombro de mi pareja cuando tenía lo que ella había sido.
unos centímetros menos que yo, podía más que todas las cosas. Cuan- Su renuncia facilitó mi marcha, pero incluso cuando una ansia go-
do llegó la moda de acortar las faldas y hacer asomar nuestro calzado zar de más espacio disponible, éste se nos ofrece con demasiada rapi-
por debajo de ellas, me quedé muy impresionada: otro par de centí- dez. Una no comprende que dejar a la madre signifique existir por
metros más que se hacían evidentes. «Estás arruinándote la piel», me sí misma. Por mucho que deseé mi independencia, por mucho que bus-
decía mi madre cuando me tostaba al sol de Carolina. El tono tostado qué la seguridad en ser la mujer en que me había transformado, siem-
era menos llamativo que el blanco. «Espera a cumplir los treinta», me pre la he echado de menos; siempre eché de menos el lazo que me
previno. Para mí era como si me hubiera dicho que aguardara hasta atara a ella. Siempre temí que la confianza que tengo en mí misma me
el momento de mi muerte. Mi único problema consistía en ver de su- hiciera menos femenina, menos como ella, menos expuesta, por tanto,
perar mis quince años. a encontrar la conexión con los hombres que tan desesperadamente de-
Al cumplir los diecinueve comuniqué a mi madre que me proponía seaba establecer. Era yo quien la había dejado, pero mis emociones
visitar Europa. Esta idea era tan disparatada que me prometió inme- me hacían saber que la persona abandonada había sido yo. Injustamen-
diatamente una cantidad de dinero igual a la que fuera yo capaz de te, la culpé por haberme dejado partir, por hacerme tan dependiente
ahorrar. De esta manera quedaba cerrada la discusión. Ella no era ca- de los hombres, por lo que ella nunca podría darme, y por lo que el
paz de imaginarse a su hija ahorrando tanto dinero, como tampoco po- dinero jamás sería un sustitutivo.
día imaginársela tan lejos del hogar. Mi madre no había salido nunca
de la costa del este, y cuando a los treinta y tantos años de edad tuvo Mi aspecto exterior nunca me infundió confianza. En las fábulas
que ir en tren desde Charleston a Buffalo, su padre puso en sus ma- persas, el genio encerrado en la botella jura, durante el primer millar
nos una especie de itinerario telefónico. Así, desde determinados pun- de años, que otorgará una recompensa a su liberador. El segundo mi-
tos de la ruta, podría llamar a casa y dar cuenta completa de todos lenio se lo pasa jurando que se vengará cumplidamente de quien le
sus movimientos. Si he de ser justa con ella, diré que no vaciló cuan- saque de su encierro. Por el tiempo en que mi físico fue mejorando
do le enseñé mi mitad del dinero preciso para el viaje. Y aunque yo llevaba yo demasiado tiempo esperando aquello. Educada para creer
había subestimado enormemente el costo total, nunca cablegrafié a casa en el poder de la belleza —pero en otras personas—, desde mucho
solicitando más ayuda económica. Cierto es que tampoco ella me la tiempo atrás la había compensado con un incremento en mi personali-
ofreció. Había quedado establecido un trato entre nosotras. Una cosa dad. Sonreía aun en sueños. ¿Quién podía resistírseme, pese a haber fa-
era que una jovencita hubiese ahorrado dinero metiendo sus monedas llado en la cuestión de la belleza? Luego, mientras trabajaba en mi pri-
en una hucha que representaba un globo terráqueo, pero al romper mer empleo, fui adquiriendo los finos perfiles de una estúpida. Vi en
éste y abandonar el hogar para ver el mundo, un mundo desconocido el espejo un rostro al que la gente observaba volviendo la cabeza. Pero
para la madre, ella había alterado la relación para siempre. En el jue- no hubo nunca nada más que eso, un reflejo que podía desaparecer.
go de «quién cuida de quién», las últimas fichas habían cambiado de Yo en lo que creía era en la familiar, sonriente, encantadora, si bien
manos. «Insuficientes para poder vivir, excesivas para morirse», es la chocante faz con la que había crecido. Mi físico del «ya demasiado tar-
312 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 313

de» era como una repentina riqueza con la que se compra la entrada Llevé mis hombres y mis asuntos a casa, para que mi madre los
en un mundo en el que todos menos una han nacido; jamás se llega a conociera. Creo que fue allí donde más disfruté con ellos. En el hogar
confiar, por eso, en los otros. Aprendí a vestir faldas bien ajustadas materno adquirieron un pulido final, revelando mi historia con su de-
al cuerpo, y a cruzar las piernas con una finura impropia de mis años. finición, que no tuvieron antes. Jamás he comprendido a las mujeres
Amaba los cumplidos y me esforzaba por conseguirlos, pero era como que llevan sus ansiedades a casa; yo me he presentado en ella solamen-
si fuesen dirigidos a otra persona que se encontrara situada a mi es- te en triunfo. No sé qué era lo que me gustaba más, si la admiración
palda. que inspiraba a mi madre mi vida independiente, o mi personal sensa-
Desempeñé mi primer trabajo con fervor. Cuando percibí los elo- ción de vida incrementada cuando experimentaba mi mundo en su
gios por la cantidad de anuncios que había vendido, parpadeé, turba- casa. A mis veintitantos años, todo parecía indicar que me había sido
da. No podía comprenderlo. Pese a que había allí una buena dosis de concedida la mágica oportunidad de volver a trazar nuestras vidas jun-
realidad. Es desorientador verse elogiada por hacer un trabajo que a tas. Ya no era el hogar el sitio que tenía que abandonar, sino el lugar
una no le gusta, y me di cuenta de que vender anuncios para la prensa al cual yo había decidido ir. Ya no era una malvada por querer aban-
no era verdaderamente lo mío. Yo deseaba ser escritora; quería decir donarla; ahora regresaba al hogar llevando presentes, historias, triun-
cosas que hicieran que fuera percibida la existencia de Nancy Friday. fos, y hasta personas que compartía con ella. Y, por fin, había algo
Quería hacer algo que fuera auténticamente personal, de suerte que que ella podía darme.
pudiera creer en los elogios que ansiaba escuchar. Pero cuando me en- Estaba orgullosa de mi madre. Una podía colocarla en un granero,
comendaron ciertas tareas literarias, alegué pretextos para rechazarlos, por ejemplo, y por la forma de colocar una silla cualquiera habría di-
eché a correr en la dirección opuesta, y doblé y tripliqué los odiados cho que era suyo. Habiéndola dejado, podía amarla. La distancia daba
anuncios, pura ganga con mi nueva pinta y mi vieja personalidad. No valor a todas las cosas que la rodeaban, entre las cuales yo había cre-
salí del más rudimentario de los reportajes. ¿Por qué?, hube de pre- cido: los dorados, verdes y blancos de su cuarto de estar, las flores,
guntarme. Tratábase de un terrible rompecabezas, ya que nunca había las tabaqueras de plata, los blancos muebles de mimbre... Eran todos
fracasado en nada. Estaba dispuesta a hacer frente a cualquier cosa. ellos unos objetos muy queridos para mí, más queridos que lo habían
¿Qué era lo que podía darme miedo? sido antes, cuando me pertenecían verdaderamente, cuando eran todo
Tomé una decisión. En vez del éxito en que podía creer, fui tras lo que tenía. Incluso su ansiedad y su timidez, que tanto me pertur-
el éxito en que otras personas habían creído. Mi recompensa provenía baran de niña, se me antojaban ahora adorables. Todo era un cúmulo
de la opinión de otros seres, más que de la mía propia. Era como con- de emociones para las dos. La seguíamos hasta la grande y cómoda co-
seguir alimento después de haber sido masticado, desprovisto de todo cina, con nuestros martinis antes de la comida, como si no quisiéramos
su sabor y de todos sus factores de nutrición. Exteriormente, esto mar- perderla de vista, como si deseáramos protegerla. Luego, preparaba
chó. Los hombres me perseguían; me fueron ofrecidos mejores em- una vistosa mesa, y unos platos maravillosos, con una facilidad que no
pleos; disfrutaba de una identidad a los ojos del mundo. Mi jefe se recordaba que hubiera poseído. Empecé a descubrir talentos en mi ma-
enamoró de mí; por un momento, consideré que de ello podía deducir dre que habría deseado para mí. «No sé por qué hemos de terminar
siempre en la cocina», decía ruborizada y sonriente, mirando al nuevo
que me había visto como era, y que lo que había visto era lo que
amigo que había llevado a casa. Y yo la cogía de un brazo para res-
quería. Pero la excitación de la conquista — como siempre — se trans-
ponder: «Pero, mamá, si es aquí donde nos gusta estar», poniendo en
formó pronto en el temor de la pérdida. Comprendí que no me amaba
mis palabras un acento revelador de mi amor. La amaba ahora, cuando
a mí, sino al maravilloso y chillón retrato que yo había proyectado.
advertía que no me había convertido en lo que ella era.
Un momento de descuido en la guardia, y descubriría a la criatura
celosa e insegura que había debajo, quien necesitaba colgarse de él Me entibiaba, me ablandaba; en su casa se desvanecían mis ner-
para siempre; un vistazo nada más y se apresuraría a huir. Todos mis viosas tendencias. Parecía que los hombres me amaban más allí. Los
mensajes decían al mundo que yo era una profesional triunfante, se- llevaba hasta ella, sabiendo que estaba de mi parte. Una noche en su
xual. Yo conocía mi raído secreto. Nunca había intentado lo que más bonito cuarto de huéspedes y, como en un cuento de hadas, eran míos
importaba. para siempre. ¿Qué había en ella que hacía que se sintieran atraídos
por mí? Sabía inventarme a tiempo un pretexto para que pudieran
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quedarse a solas con ella. Después de haber crecido observando que rirla, pero sobre todo no quería reconocer que había algo en mí que
todas mis amigas, menos yo, tenían problemas con sus madres, ahora, permanecía insensible ante mi triunfo de adulta, lo cual podía contro-
cuando todas ellas se llevaban mal con sus familias, mi madre y yo lar en la misma medida en que, por ejemplo, un niño puede controlar
estábamos en la gloria. Teníamos cosas que intercambiar: ella gozaba su llanto.
con mi vida, y cuando mis galanteadores me veían con mi madre, yo Intenté encontrar en los hombres una compensación para todo.
parecía ganar a sus ojos una dimensión perdida: era una persona in- Quise nutrir mi vida a base de ellos. Tenía ante mí un vasto suminis-
dependiente, sexual, que sabía cuidar de sí misma, pero seguramente tro de energía y amor; pero el matrimonio quedaba excluido de mis
lo que los hombres debían deducir era que la hija de una mujer tan planes. ¿Por qué detenerme cuando en cada esquina me aguardaba un
femenina como aquella debía de ser también toda una mujer. hombre distinto que podía dar más amplias dimensiones a mi existen-
Fascinada por el espectáculo de mi vida, mi madre jamás me pidió cia? Gracias a los hombres aprendí literatura, teatro, arte, política.
aclaraciones. Nunca me preguntó por qué no me casaba con uno de Nunca se me ocurrió pensar que podían serme tan útiles para mi tra-
mis amigos o intentaba terminar una carrera en lugar de ir de un lado bajo.
a otro. Y yo nunca le ofrecí información en tal sentido. No deseábamos Mis ocupaciones eran importantes para mí y les dedicaba toda mi
compartir nuestra ansiedad. Yo solía pasarle un brazo por los hom- atención, pero en sí mismas no eran más que un atajo hacia el éxito.
bros, gastarle bromas por sus rojos cabellos, y contarle chistes tan in- Si volcaba en un empleo el tiempo suficiente, mi entrega de persona
genuos como ella. Empecé a llamarla Rusty,* un nombre de la infan- super-responsable me reportaba ascensos y salarios más elevados..., po-
cia no utilizado por nadie. Ocasionalmente intentaba quedarme a solas niendo en peligro lo que yo necesitaba de los hombres. Éstos descu-
con ella. Pero cuando la alegría y los hombres se ausentaban, yo ad- brirían a la persona agresiva, «no femenina», que ocultaba en mi inte-
vertía la vieja tristeza en ella — ¿por qué? —, y el antiguo sentimien- rior, mostrándome al mundo como un ser encantador, laborioso, pero
to de culpabilidad en mí... ¿pero por qué? esencialmente carente de ambición. Podía ser adorable mientras no os-
Una noche, a hora muy avanzada, cuando mi padrastro ya se había tentara demasiada autoridad, y debido a ello rechacé responsabilidades
acostado, echó mano de su viejo estribillo: «Con Nancy nunca tuve que podían conducirme a desempeñar cargos preeminentes, y trabajé
preocupaciones», dijo al hombre que se encontraba a mi lado. «Ella aún más ahincadamente en mis proyectos a corto plazo para dar a en-
siempre supo cuidar de sí misma.» Durante todo el tiempo que viví tender, no obstante, que era seria. Me hallaba convencida de que sólo
en el hogar materno, tales palabras me habían producido una especie los hombres podían nutrirme. Cuando no me visitaban, me sentía lan-
de orgullo. Ahora, ya independizada, me di cuenta de lo falsas que guidecer; cuando discutíamos no acertaba a concentrarme en mi tra-
resultaban. Me sacudió un arrebato de furor tan intenso que me en- bajo, y cuando percibía, olfateaba, el rechazo, entonces sobrevenía una
traron ganas de propinaile un bofetón. «¿Te ocurre algo, querida?», parálisis total. Con todo, siempre que telefoneé a casa fue para dar
me preguntó mi madre. «No, nada en absoluto», respondí. Mis pala- buenas noticias. Incluso cuando me hallaba en baja forma creía sin-
bras eran hielo puro. ceramente que únicamente los hombres podían sacarme de tal estado.
Hoy, si lo considero de manera ecuánime, puedo pensar que era Ben es el único hombre de mi vida del cual no me siento orgullosa.
casi imposible que mi madre comprendiera aquel arrebato. ¿Qué podía Le conocí en el transcurso de una fiesta, y de haberme pedido que me
hacer ella por mí? En la ciudad disponía de un apartamento, de traba- casara con él allí mismo, no habría considerado la propuesta con me-
jo y de un hombre. Me bastaba a mí misma. Nunca como entonces ha- nos viveza que un día de los meses que siguieron. Era, en toda la ex-
bía tenido menos necesidad de ella. No había por qué preocuparse. Sin tensión de la palabra un hombre de características ancestrales, no vi-
pronunciar una palabra más, me fui a la cama. sibles en la generación reciente, bello y callado como los inasequibles
Por la mañana, el incidente había sido olvidado. Pero yo sabía reyes de mis sueños de adolescente. Reunía todo lo que mi familia
que mi enojo seguía en estado latente, y empecé a temer otro arrebato, deseaba para mí: pertenecía a los clubs de moda, conocía a la gente
de la misma manera que un epiléptico teme un ataque. No quería he- de fama, y olía bien. Mientras que todo instinto razonable, valorizado
e intelectual en mí lo rechazaba, algún viejo y olvidado yo ordenaba:
«¡ Tómame, realízame'.»
* «Mohoso», «herrumbroso», «enmohecido» son varias de las acepciones que
tiene esta palabra inglesa. (N. del T.) Me sentaba a sus pies y llenaba su pipa mientras él leía a Edgar
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Guest. Abandoné mis proyectos y me envilecí para ponerme a tono mi vida, no se habían extinguido, después de todo. No había hecho
con sus amigos, algunos de ellos estúpidos y pendencieros, que dispo- más que almacenarlos, presentándoselos ahora de manera abultada, en
nían de demasiado dinero y pocos deseos de trabajar. Al anularme a mí una sola y formidable cuenta. Deseaba lograr una cumplida venganza,
misma por él, vislumbré el rechazo; por vez primera en mi vida fui por haberme dejado tan débil. ¡ Oh! Lo conseguí. Seguro que lo con-
incapaz de apartarme. Me dije que no me casaría con él, pero ya sabía seguí.
que él nunca me lo pediría. Últimamente, lo hice cierto convenciéndo-
me a mí misma de que no podría vivir sin él. «Me ahogo», decía él. * * *
Llamé a mi madre. Su voz denotaba como siempre la falta de an-
siedad que habitualmente le inspiraba mi hermana. No le dije que Ben ¡ Nuestros años de solteras! La primera vez que vivimos por nues-
y yo habíamos terminado. Quería invertir el trato, deshacer el cambio tra cuenta, nuestra segunda oportunidad para formarnos. Es posible
en cuanto a responsabilidad establecido mucho tiempo atrás, cuando que nunca lleguemos a poseer una absoluta confianza en nosotras mis-
me sentía partícipe de los sentimientos de culpabilidad de mi madre, mas, ni un firme sentido de los valores, pero son metas éstas que vale
protectora de sus timideces. Deseaba ser de nuevo su niña. «¿Por qué la pena intentar alcanzar. Nuestros años de solteras inician uno de
me tratas siempre como si pudiera cuidar de mí misma?», le pregunté. los grandes ritos de tránsito. La vida se hace más fluida y maleable;
«¿Por qué no te he inspirado nunca ninguna preocupación?» La voz viejas formas y estructuras son derrumbadas, y otras nuevas emergen.
de mi madre se quebró. Es la oportunidad que se nos depara para superar el adiestramiento de
Carecía de capacidad para enfrentarse con esa irritación de una hija la madre en la pasividad, su temor de que sin disponer de alguien en
cuya ocupación y relaciones sobresalían con poder y.maestría de un quien apoyarnos, nosotras no sabemos nada.
mundo que ella no había conocido. «¡Oh, Nancy!», exclamó. «El día «Creo que es importante para una mujer disponer de tiempo para
menos pensado encontrarás a alguien que te guste y estarás en condi- sí misma, tras sus estudios medios y superiores, y antes de contraer
ciones de formar tu nido.» No era esto lo que había querido oír. El matrimonio — dice una chica de dieciocho años —. Así puedes darte
ser desesperado que yacía en mí, necesitado de que alguien se ocupara cuenta de que eres capaz de valerte por ti misma, de que no necesitas
de él —necesitado de una madre—, había emergido finalmente, de- contar con un hombre para llegar a sobrevivir. Son muchas las jóvenes
clarando su temor. Mi madre, sin inmutarse, traspasaba la tarea a un que contraen matrimonio inmediatamente. Es espantoso no llegar a "ia-
hombre que huía de mí. En aquel terrible momento de regresión, con ber nunca si estás en condiciones de atender cumplidamente tus pro-
mis mejores defensas abatidas, supe que ella, en primer lugar, nunca pias necesidades. En tales condiciones, una piensa que siempre ha de
había querido asumir el papel de madre. El trato había sido falso en depender de alguien, forzosamente.»
todo momento: yo nunca la había dejado. Ocurría con ella lo mismo La independencia y la separación inminentes dan a esta joven un
que con Ben: que me había dejado. Yo siempre había dicho: «Me sentido de aventura y poder. La vida, con todas sus opciones, está a
marcho», para evitar la humillante sensación de haber sido despedida. punto de desplegarse ante nosotras. A los dieciocho años nos creemos
Siempre me había prevenido silenciosamente que, aunque los hom- capaces de acometer cualquier cosa. «Me gustaría tener mi apartamen-
bres resultaban atractivos, y podían ser la respuesta a todos los pro- to propio — continúa diciendo la chica —. Mi hermano se fue de casa a
blemas de la vida, también eran peligrosos. Ahora veía que tenía ra- los diecisiete años, pero mí madre no cree que yo pueda arreglármelas
zón. Yo no podía continuar avanzando sola. Necesitaba de alguien. Es- sola.» A cada paso que damos hemos de luchar contra el legado de
taba necesitada de una madre. Necesitaba hacerle saber que, como ma- temor de la madre.
dre, jamás había sido buena. He aquí el otro extremo de la imagen:
Estas cosas no se pueden explicar. Yo quería herirla, zarandearla, «Estoy contenta de haberme casado — dice una mujer de treinta y
para que por fin se ocupara de mí. Pretendía provocar en ella la pro- dos años —. Y sin embargo, con el matrimonio me volví más temerosa
funda ansiedad que constituía la contrapartida de lo que yo misma sen- que cuando era soltera. Sin mi esposo y sin mis hijos, ¿quién soy yo
tía. ¿Acaso no la había abandonado mi padre? Unida a ella en la mis- en realidad?» Ni los brazos del marido en torno a su cuerpo, ni la
ma simbiosis de terror y pesar por los hombres perdidos, no me en- cabeza de su hija apoyada en su pecho pueden aliviarla de su ansiedad.
contraría sola. Todos los temores que le había ahorrado durante toda ¿Qué haría si ellos la dejaran? Ha llegado a un punto en que todas
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sus ansiedades tendrían que tener fin, según lo prometido en su for- examen de la relación de esa criatura con su madre, tiempo atrás. «Lo
mación, pero nada de esto ha ocurrido. Cuando la hija de esta mujer siento. No era yo quien hablaba en aquellos instantes», explicamos
crezca, ¿cómo puede esperar que su madre la ayude a consumar el cuando perdemos el control de nuestra cólera, cuando en la angustia
proceso de separación? del amor perdido lo espiamos celosamente, cuando el furor no guarda
De una manera punzante, en estas dos mujeres se concretan dife- proporción incluso con la dolorosa acción que hemos sufrido. Desde
rentes etapas de nuestro primer drama, el relativo a la separación de luego que no éramos nosotras: era el furor de la asustada niña que
la madre. Al principio sentimos unos enormes deseos de vivir la vida todavía ve la amenaza de deserción como una muerte inminente.
por nuestra cuenta. Queremos libertad, rechazamos las ataduras, an- «El problema más agudo para muchas mujeres — declara la soció-
siamos seguir nuestro camino. Detrás de nuestro juvenil vigor y el ve- loga Cynthia Fuchs Epstein—, es la pobre opinión que tienen de sí
hemente afán de explorar todos los terrenos, nos aguarda una existen- mismas.» Si tantas entre nosotras nos sentimos dependientes, desvali-
cia saturada de ansiedad. Los hijos y el esposo constituyen realizacio- das, plenas de ansiedad, ¿cómo creer que los hombres puedan amar-
nes, pero suponen también otra cosa. Retrocedemos; dependemos de nos? Lo más probable es que ellos terminen por darse cuenta de
ellos en la misma medida en que en otro tiempo dependimos de la todo, y se alejen de nosotras antes o después. Nuestra tarea en los
madre. La radio transmite canciones pop, cuyas letras hablan de chicas años de soltería consiste en intentar cambiar tal opinión.
que padecen el mal de la soledad; en cambio, las estadísticas nos re- Nuestro primer objetivo ha de consistir en probarnos a nosotras
velan que jóvenes solteras, que estudiaron y que ganan buenos sala- mismas que somos agentes en nuestras vidas, y no pasivos pacientes
rios, constituyen el sector menos deprimido de la población. Por otro siempre accionados por los demás. El matrimonio puede ser algo her-
lado, los anuncios de la televisión nos muestran sonrientes y jóvenes moso, pero demasiado a menudo representa un regreso a la simbiosis:
madres, supuestamente seguras en su matrimonio, en su hogar y en el deseo de fundir y perder nuestras identidades en alguien «más fuer-
su familia, siendo así que las mismas estadísticas nos dicen que las te», más valioso, que nosotras mismas. Al unirnos a él de por vida, sin
mujeres casadas con hijos pequeños cuentan como las más deprimidas él temeremos morir. ¿Qué importa que nos diga «Te amo»? Las pa-
entre todas las personas. La chica de dieciocho años irrumpe en la labras se pronuncian sin esfuerzo. Y hay que tener en cuenta lo im-
vida. ¿Quién podrá decir que no terminará con la desesperanza de la portantes que son para la simbiótica criatura que llevamos dentro.
mujer de treinta y dos?
«Mi esposa es una mujer extraordinaria — me dice un hombre,
El temor a la libertad —que tendemos a enmascarar tildándolo
con sincero orgullo —. Es una madre maravillosa, y por añadidura muy
de necesidad de seguridad— se halla arraigado en esa mitad no evo-
buena cocinera. Cuando veo todos los problemas que tienen mis ami-
lucionada nuestra que es todavía propia de una niña, haciéndonos bus-
gos con sus esposas, me pongo de rodillas y doy gracias a Dios por
car un hombre que remplace a la madre, una madre de la que no nos
haberme deparado una mujer así.» Este hombre no pensará nunca en
hemos separado plenamente. Mientras conservemos nuestra necesidad
dejar a su esposa... Pero hablando yo con ella a solas, me confiesa su
de simbiosis no creeremos que podemos valemos por nosotras mismas.
temor de que él encuentre a otra mujer. «Es un hombre muy brillan-
La chica piensa que si se hace demasiado «fuerte», demasiado inde-
te — alega—. ¿Qué es lo que ha visto en mí?» No contando con nada
pendiente, la madre pensará que no necesita ayuda de nadie, desenten-
íntimamente personal — fuera de él —, la mujer se considera a sus
diéndose por tanto de ella. Procuramos conservarnos pequeñas. Esto
propios ojos inexistente.
significa que debemos continuar viviendo como si fuéramos niñas: ca-
rentes de energía. Dice la doctora Schaefer: «El deseo de las mujeres de subordinar-
El amor impulsa al sueño a la niña que hay en nosotras. Cuando se al hombre responde a un esquema de dependencia aprendido de la
dudamos del amor, lo perdemos, o bien, inadecuadamente, nos invade madre. Para huir de la sensación de ser un adorno que no obstante
el temor de que en un mundo de cuatro mil millones de personas no carece fundamentalmente de valor, ella se transforma en "la mujer que
lograremos encontrarlo, hemos de aprender a volver los ojos hacia esa hay detrás del hombre que triunfa."» La mujer no intentará nada por
niña. El temor es suyo... ésta es la razón por la que nos desconcierta sí misma. Pero aunque se destaque, y aun en el caso de hacer aparecer
tanto. En lugar de injuriar al destino, o maldecir la perfidia de los al hombre todavía más triunfador, más cotizable, su valoración perso-
hombres —cosa fácil, pero no real—, mejor sería proceder a un re- nal disminuirá ante sus propios ojos. Cuanta más importancia tenga él,
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LOS AÑOS DE SOLTERÍA 321
más miedo tendrá ella de que la abandone. Al fin y al cabo, se conside- sin embargo, sé que pese a lo mucho que he logrado con mi trabajo y
ra una «don nadie»... mi matrimonio, una atemorizada parte de mi ser permanece insensible
Hasta la llegada de los años que comentamos, nosotras vivíamos ante el éxito. Yo no nací con ese temor, con esas constantes necesida-
de acuerdo con las normas de otras personas. Ahora, es muy saludable des de reafirmar el amor.
pensar que el mundo no se hundirá con nosotras si ponemos aquéllas en «Soy una persona muy independiente, muy ambiciosa — m e dice
tela de juicio. La infancia necesita un cien por ciento de seguridad du- una mujer de veintisiete años —. No hay ahora un hombre en mi vida
rante todo el tiempo, lo cual supone para la vida el mayor de los pe- porque no acierto a encontrar ninguno que me trate como un igual;
ligros. Si no disponemos de tiempo para cerciorarnos del terreno que que, al mismo tiempo, me haga sentirme mujer y sea capaz de cuidar
pisamos, viviremos tan atemorizadas como vivió nuestra madre. El di- de mí.» En su mente no hay conflicto entre ser «igual» y cuidar de
nero que ganamos conlleva el derecho a gastarlo como nos plazca. Si ella. «La razón de que renunciara el ascenso que me fue ofrecido — ma-
la madre paga el alquiler, tiene voz y voto en la casa donde vivimos. nifiesta otra joven—, radica en que quiero gozar de mi libertad, de
El New York Magazine citaba el caso de una joven de veintiún años las cosas diversas que ofrece la vida. Me gusta mi labor profesional
a la que se solicitó una declaración de tipo político. La joven se mos- y trabajo en ella duramente, pero no quiero que lo sea todo en mi
tró de acuerdo en hacerla porque, según manifestó, sería del agrado vida. No aspiro a ser como un hombre.»
de su familia. «Mientras viva con ellos — dijo —, se espera de mí Es un sentimiento que compartí de soltera. Pero ahora sé que la
que sea republicana.»2 libertad era lo último que deseaba, la verdadera libertad que proviene
En nuestros años de soltería se nos ofrece nuestra primera opor- de ser una mujer independiente, que se sostiene por sí misma. La li-
tunidad de actuar de suerte que la evidencia existencial de nuestras bertad que yo preservaba no trabajando «como un hombre» era una
vidas nos diga que somos unos nuevos, desvalidos niños, no más. Si postura para mostrar, a todos los que me interesaban, que aunque hu-
podemos separarnos con éxito del hogar paterno y descubrir que co- biese triunfado, todavía no había triunfado lo suficiente. Tenía nece-
rnos capaces de vivir sin el respaldo emocional de la madre y la fami- sidad de él. ¿Cómo podía asumir la responsabilidad de una tarea real-
lia; si escogemos nuestras amistades porque las personas en que nos mente grande cuando en cualquier momento podía verme obligada a
fijamos refuerzan nuestra individualidad, en lugar de elegirlas porque salir disparada hacia el aeropuerto para convencer a mi amante de que
nos parecen «agradables» o porque viven en nuestra vecindad; si tro- no debía ir a París sin mí? ¿Qué trabajo podía valer la pena de correr
pezamos con hombres en cuya compañía podemos dedicarnos a la bús- el peligro de que no pudiera partir con él? Para el yo simbiótico, la
queda de placeres nunca permitidos por la madre; si dejamos que se separación no significa libertad sino un riesgo mortal.
sucedan libremente los accidentes de la vida y hallamos, incluso en Recientemente, a Leah Schaefer le pidieron un artículo para una
aquellos que más dolor nos causan, una cierta excitación, producida revista de difusión a escala nacional. Lo intentó en vano, y finalmente
por la certeza de entrever una existencia más dilatada de lo que soñá- declinó la oferta. «Les dije que no disponía de tiempo, pero compren-
bamos; si hemos logrado tener un trabajo que además de otorgarnos dí que mi postura estaba relacionada con el grado de reconocimiento
independencia económica incrementa la estima por nosotras mismas, que comportaría la publicación del artículo. Sé cómo barajar el éxito
porque desarrollamos una labor eficaz, disponemos ya de una cuenta sobre la base de la relación individual, dentro de la intimidad, casi se-
bancaria a nuestro nombre, con cargo a la cual podemos extender che- creta, de la situación terapéutica. El grado de reconocimiento que se
ques el resto de nuestros días. Hubo un tiempo en que disfruté de desprendería de ser leída por millones de personas me imponía. Toda-
una existencia independiente. Si quisiera, podría repetir de nuevo esa vía ando elaborando el proceso de separación de mi madre.» La madre
etapa de mi vida. Mi mundo no se cierra si otras personas se salen de de la doctora Schaefer falleció hace cinco años.
él. Su marcha me entristecerá. Pero no supondrá mi fin. En nuestros años de soltería contamos con un poderoso aliado en
Nuestras ansiedades nos seducen al aparecer enmascaradas de cor- la lucha para lograr la separación y el desarrollo. Se trata de nuestra
tesías, de sentido común, de «seguridad en primer lugar»... de ener- sexualidad. Nos hace tener oportunidades de diverso carácter, nos em-
gía, incluso. Yo solía pensar que me había hecho a mí misma. Con puja hacia un lado y otro, nos obliga a penetrar en un mundo más
frecuencia oigo hoy estas palabras en las jóvenes con quienes me en- amplio que el de la familia, colma nuestra existencia de excitación,
trevisto. Nuestras vidas son distintas de las de nuestras madres. Y, nos proporciona peligros, placeres y disgustos que favorecen nuestra
322 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 323

evolución al mismo tiempo que aprendemos a controlarlos. Por eso entre lo que sabe y lo que siente. La estudiante continúa diciendo: «De
ahora la casa de nuestra madre se nos figura demasiado estrecha para las cuarenta mujeres que he entrevistado para poder elaborar mi tesis,
las dos. Mientras vivamos con ella, debemos estar sometidas a sus nor- ni una sola ha dejado de tener problemas al abandonar el hogar, como
mas. Es casi imposible para ella cedernos más espacio dentro de las no sea para contraer matrimonio. El movimiento feminista no ha esta-
mismas habitaciones, bajo el mismo techo, donde ella nos protegió (y blecido realmente contacto con todas esas personas, ni siquiera en una
se protegió a sí misma) a lo largo de dieciocho o veinte años. ciudad tan supuestamente liberal como Nueva York. La gran mayoría
«Creo que hay algunas mujeres que se sienten a gusto con su se- de las madres que respondieron a mi cuestionario calificaban la acción de
xualidad — dice Sonya Friedman —. En cambio, se notan molestas sus hijas como un rechazo. Una madre típica me dijo: "Puedo compren-
con la de sus hijas. La hija, a los dieciocho años, se encuentra en la der perfectamente que una persona necesite vivir sola." Una persona.
cumbre de lo que la cultura norteamericana denomina su sexualidad, Su hija, no. Estas madres no desean actuar como lo hacen, pero se ven
en tanto que su madre, según se considera, ha emprendido el descenso. impulsadas a ello.»
La revista Vogue puede asegurar a sus lectoras de cuarenta años que
Ese estudio incluía solamente a cuarenta mujeres de diversas clases,
la vida empieza a esta edad, pero hay que tener en cuenta que aquellas
desde los puntos de vista económico y educacional, pero, ciñéndome a
mujeres crecieron oyendo canciones de letras tan absurdas como "Tie-
mis investigaciones, he de especificar que hasta las madres altamente
nes dieciséis años, eres linda, y eres mía".»
instruidas, liberales, con estudios superiores, son presas de la ansiedad
En el instante de aparecer en nosotras, la madre aisló lo sexual,
ante la partida de la hija. Dice una mujer de cuarenta y cinco años, que
considerándolo su peor enemigo. Había algo más: sabía que lo sexual
nos separaría de ella. Ni siquiera acertaba a señalarlo con su nombre. 6e encuentra al frente de una sección integrada por quince empleados:
Nos lo dejaba entrever diciendo: «¡Eres tan irresponsable!» «No me «He criado a tres hijas y estuve trabajando mientras ellas crecían. Sin
contestes.» «¿Por qué has de cerrar con llave la puerta de tu habita- embargo, cuando la más joven cumplió los dieciocho años, abrigando el
ción?, ¿por qué has de ponerte esos jerseys tan estrechos?, ¿a qué vie- propósito de dejarnos, monté en cólera. Yo no quería que se marchara,
nen esos tacones tan altos?», etc. Y cuando queremos marcharnos, aunque intelectualmente reconocía que había de acceder a sus preten-
cuando deseamos tener un sitio propio donde vivir, tampoco podemos siones. Contaba con mi esposo y un trabajo que me gustaba, pero esto
decir que nuestra decisión tiene que ver con lo sexual. Somos sus hi- no me sirvió de nada. Me sentí rechazada.»
jas, y la lujuria es impropia de las damas. De acuerdo con el U.S. Census Bureau, el cuarenta por ciento de
«Mi madre no era capaz de decírmelo, pero sabía lo que estaba las mujeres comprendidas entre los veinte y los veinticuatro años eran,
pensando cuando salí de casa: "Tú lo que quieres es irte por ahí, para en 1975, mujeres solteras. Esta cantidad duplica casi la de 1960. Son
dormir donde y con quien te plazca." En lugar de tales frases, de sus datos que parecen apuntar una revolución. Hablando en términos de
labios salieron estas otras: "¿Por qué te empeñas en irte? Aquí tienes bienes raíces, puede afirmarse que un apartamento propio proporciona
un hogar agradable, cómodo." Quien habla así es una mujer de veinti- la ilusión de separación. Emocionalmente, ¿en qué medida somos inde-
séis años, que se halla escribiendo su tesis doctoral, basada en las di- pendientes? Podemos percibir una especie de chantaje emocional por
ficultades que encuentran las mujeres para abandonar el hogar mater- parte de la madre al salir de casa, o quizá ésta se nos ofrezca para ayu-
no. "Aun cuando salí de casa para contraer matrimonio, al divorciarme darnos a amueblar el nuevo apartamento, o nos desee alegremente buen
y volver a la universidad para licenciarme volví a instalarme en casa viaje al comprobar que, en efecto, iniciamos una nueva existencia. De
de mis padres. Permanecí con ellos un par de años, hasta que conté uno u otro modo, empaquetamos su ansiedad a la par que nuestras
con medios económicos para hacer frente a mis gastos. El hecho de maletas. Dice Mió Fredland: «Las hijas conocen los verdaderos senti-
que empezara a buscar un apartamento provocó algo así como una tra- mientos de las madres, igual que éstas conocen el interior de sus
gedia entre los míos, como si hubiese sido una muchachita virgen que bolsos.»
se disponía a lanzarse en brazos de un mundo perverso, peligroso y Con los temores de la madre ejerciendo su efecto por debajo de lo
sexual. A mi madre le daba igual que yo hubiese estado casada antes. que aparentamos, no es sorprendente que la revolución permanezca has-
Pero yo sabía que tenía que irme".» ta ahora casi a flor de piel. Una vez abandonado el hogar, la hija se
Cuando la hija parte, la madre se siente con frecuencia apresada siente encantada al tener un empleo y disponer de dinero propio. Pero
cuando se le ofrece un ascenso, vacila. No tiene un gran empeño en
324 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 325

hacer una brillante carrera, ya que en tal caso serán muchos los que tes de tiempo. Entonces, opté por quedarme hasta el fin de la festivi-
estimen que disponen de poco para ofrecérselo. Ella experimenta con dad.» Aquí se habla mucho de remordimientos, de amor, de sentimiento
el sexo, pero desea todavía verse arrastrada: un tercio de su tiempo se de culpabilidad. La confusión semántica sólo es superada por la confu-
halla no preparada anticonceptivamente. Cuando está con sus amigas, sión emocional en que madre e hija se sitúan.
es la persona valiente que siempre había deseado ser. Cuando regresa Enmascaramos nuestro apego a la madre con kilómetros interpuestos
al hogar, vuelve a ser la hija obediente que pretendía dejar atrás. (In- entre las dos, con la evidencia de nuestro nuevo trabajo, con una vida
cluso habla de manera distinta.) Al enfrentarse con gente nueva, dice sexual. Por ejemplo, antes de volver a la universidad para hacer su
lo que, a su juicio, ésta quiere oír, no lo que ella siente. En las reunio- doctorado en Filosofía, y trabajar como terapeuta, Leah Schaefer actuó,
nes, no piensa: «¿Quién puede haber aquí que me interese?», sino que con éxito, como cantante de jazz. Viajó por todo el país, ganándose muy
se pregunta: «¿Qué piensa toda esta gente de mí?» A la mañana si- bien la vida, y tuvo relaciones sexuales con varios hombres... Era una
guiente de una experiencia sexual satisfactoria, o tras una agradable vida aquélla que parecía distinta por completo de la de su madre.
cita con alguien, el placer de horas antes se habrá convertido en ansie- ¿Quién podía afirmar que no era independiente?
dad: «¿Volverá a llamarme?» A los veinticuatro años decidió someterse a una operación de ciru-
¿Cuál de estos patrones es el vuestro? gía plástica. «Vivía en Hollywood — cuenta —. De no haber estado en
Llevamos adelante el valiente juego de la independencia y nos em- el mundo del espectáculo, no creo que hubiese podido hacer acopio
peñamos en encendernos nuestros cigarrillos. Interiormente, aún duda- del narcisismo y el valor necesarios para dar tal paso. Por parte de mi
mos de la autenticidad de lo que proyectamos. La madre tiene que ha- padre siempre ha habido narices perfectas, como la que yo luzco ahora.
ber hecho lo suyo también. Interiormente, teme que su hija no pueda Pero entonces tenía una larga nariz romana, igual que la de mi madre.
valerse sola. (Ella nunca se desenvolvió bien por sí misma.) No vivimos Era de las ganchudas... Me aplicaron la anestesia local, de modo que
con las declaraciones oficiales de la madre en cuanto a confianza, sino durante la operación pude oír cuanto se hablaba a mí alrededor. Per-
con sus temores no articulados. cibí un crujido aterrorizador. El doctor comentó: "El gancho ha desapa-
«Hoy son muchas más las jóvenes que viven independientes — ase- recido." Experimenté una repentina y salvaje sensación de haber perdido
gura Sonya Friedman —, pero el cordón umbilical continúa en su sitio. algo.
Es el teléfono.» Para experimentar algún alivio a nuestra «culpa», te- »Pensaba entonces que el no haber dicho a mi madre nada acerca
lefoneamos a la madre. La cura no es nunca total porque no es una de aquella intervención se debía a mi deseo de evitarle preocupaciones.
«culpa» lo que sentimos. Al fin y al cabo no hemos cometido ningún En realidad, había obrado así porque me disponía a alterar un rasgo de
crimen. Lo que la hija simbióticamente atada llama «culpa» es en rea- mi cara que era como el suyo. Efectivamente, al desembarazarme de
lidad «temor»..., temor de que, con cada paso que dé hacia la inde- aquel gancho de mi nariz sentí como una separación emocional autén-
pendencia, con cada paso que nos distancie de la madre, la perdamos. tica... Era la primera vez que me había "desenganchado" de ella.
«—¿Qué es lo que suscita un mayor sentimiento de culpabilidad »Gradualmente, empecé a creer en mi atractivo físico. Ya desde la
en usted? — pregunto a una mujer. adolescencia, los chicos me gustaban con locura, pero mi nariz consti-
»—Mi madre. tuía el mayor castigo de mi existencia. Cuando actuaba ante el público,
»—¿Qué es lo peor que es usted capaz de imaginar? formando parte de un trío, tenía la certeza de que la gente no comen-
»—Una llamada telefónica por la noche comunicándome que ella taba lo bien que cantábamos, sino que se preguntaba: "¿Quién será esa
ha muerto.» fea chica de la nariz ganchuda?" De pronto, descubrí que tenía muchos
Se presentó la oportunidad de entrevistarme con la madre de esta amigos, docenas de amigos. Pensé que esto se lo debía a que mi nariz
joven. Se expresó así: «Sé que mi hija siente remordimiento por no ha- había mejorado. Más tarde comprendí que, hasta el momento de some-
ber venido a casa por Navidad. También yo lo sentía a sus años. En terme a aquella operación, nunca había pensado en mí como una per-
consecuencia, este año fui a verla, para pasar la Navidad a su lado. Me sona diferente, separada de mi madre. Ella era una persona que negaba
gusta estar con ella, como es lógico, pero tengo la impresión de que su sexualidad, que negaba que aquello fuera importante. En consecuen-
en su casa estorbo. Prefiero quedarme en la mía, con mis amistades. cia, yo también la negué. Solía pensar que había sido el acto físico de
Quiero a mi hija, y me hubiera dolido mucho tener que marcharme an- cambiar mi apariencia lo que me había separado de mi madre. Mi sepa-
326 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 327
ración real llegó con la emoción de empezar a verme como persona chando mal. Los hombres nos causan dolor. Los hombres nos abando-
sexual. No era mi aspecto exterior lo que atraía a los hombres, sino mi nan. La mitad de la culpa, por lo menos, debe de ser nuestra: nosotras
forma de pensar acerca de mí misma.» los elegimos.
Nuestra sexualidad avanza en la dirección correcta. Antes de con- «Incluso si tenéis una compulsión psicológica para entenderos sola-
traer matrimonio, por vez primera en nuestras vidas, queda formado mente con individuos que dejan algo que desear —declara el doctor
un lazo que puede ser más poderoso que el que nos unía a nuestra Robertiello—, es mejor pasar por eso diez veces antes que negarse a
madre. «Recurriendo a la sabiduría popular — manifiesta el doctor Ro- tener tratos con hombres por temor a resultar perjudicadas. De esta
bertiello—, diré que los hombres deben vivir toda clase de experien- manera, por lo menos, percibiréis la sensación de que localizáis vuestro
cias sexuales antes de casarse, como aconseja aquélla. Esto mismo es problema, de que miráis a vuestro alrededor con el afán de solucio-
aplicable a las mujeres. La experiencia sexual no tiene por qué ser narlo.»
desenfrenada. Si eres católica o perteneces a la Iglesia baptista, por
La intimidad favorece la separación. Por primera vez en nuestras
ejemplo, te moverás dentro de unos límites más estrechos, más rigu-
vidas, nadie sabe lo que estamos haciendo. A menos que lo digamos.
rosos que otras. Si llegas al límite de no permitirte absolutamente nada,
«Mi esposo y yo decimos siempre a Katie, nuestra hija, que hay algu-
al menos métete en la iglesia y acomódate en un sitio en el que puedas
nas cosas que son íntimas —explica Leah Schaefer—. No las oculta-
estar frente a un hombre o junto a él. Las mujeres debieran adquirir
mos ni las negamos. Decimos, simplemente, que son de orden privado.
experiencia vis-a-vis con cierto número de hombres, para que el sexo
Ahora ella ya comprende cuando cerramos la puerta de nuestro dor-
opuesto resulte menos atemorizador y remoto. Así aprenderá también
mitorio. En ocasiones, ella cierra también la puerta de su cuarto, y
la mujer a saberse capaz de atraer e interesar a un hombre. Para algu-
dice: "Quiero disfrutar de un rato de intimidad."»
na gente, esto puede representar tomarse de las manos; para otra im-
plicará una serie de orgías. Los años de soltería han de ser lo más expe- Cuando somos muy jóvenes no tenemos ninguna práctica en lo que
rimentales que sea posible.» a intimidad se refiere, y por ello no es de extrañar que nos sintamos
Es la época de ampliar y reforzar cualquier grado de separación que inquietas al disponer de ella. Si la cerrada puerta de nuestra habitación
haya sido alcanzado hasta el momento. De otro modo, daremos a nues- no quería significar nada; si nuestra madre estaba siempre «ordenando»
tros nuevos lazos con los hombres una forma de simbiosis regresiva, y los cajones de nuestra mesita de trabajo, y formulando a cada paso pre-
la excitación sexual abrirá las puertas de la seguridad. Lo que tengamos guntas sobre nuestras amistades y nuestras llamadas telefónicas, cre-
con un hombre no será poderoso, como una descarga eléctrica, sino, en cimos con la molesta sensación de que la intimidad constituye una idea
el mejor de los casos, cálido y amistoso; y en el peor de ellos, todo se culpable. Sospechamos que ningún secreto nuestro está a salvo, que
reducirá a un trato de dependencia y mutuo control. hay alguien que sabe a todas horas lo que estamos pensando. Nos sen-
Las buenas experiencias originan nuestro deseo de disponer de más timos «culpables» cuando hacemos algo que no ha de gustar a la ma-
autonomía. Las malas nos causan dolor, pero nos enseñan, nos dicen dre; no podemos estar seguras de que ella no disponga de algún medio
que podemos sobrevivir. Actuando por nuestra cuenta, la vida no es para informarse. Como si todo fuese a consecuencia de una reacción,
tan atemorizadora. Con el comienzo de la confianza en la propia perso- algunas mujeres se lanzan a contárselo todo a sus madres. Podemos de-
nalidad, algunos de los venenos de la vida femenina pueden comenzar cir que esto de compartir nuestras vidas con la madre, de mantenernos
a disminuir. Nos sobreponemos al temor de que, si alguien a quien en estrecho contacto con ella, es una muestra de gratitud: le estamos
amamos nos abandona, no volveremos a encontrar a nadie que le susti- pagando todo lo que ella hizo años atrás, cuando éramos unas niñas.
tuya. Nos sentimos aliviadas en nuestra necesidad de amarrar amantes Y, con todo, con la apariencia de nuestro comportamiento obediente y
con grilletes de acero, disminuyendo las posibilidades de que ellos pro- cariñoso, ¿no estaremos impidiendo que aflore el temor de que nuestra
testen, alegando que les ahogamos (simbiosis), para desaparecer a con- madre se entere de todo? ¿No le estamos pidiendo que sea una cola-
tinuación. Aprendemos a reconocer en qué situaciones somos nuestro boradora y una condonante de nuestra sexualidad?
propio enemigo. «¿Si mi madre me preguntó alguna vez si era todavía virgen?
Al experimentar con cierto número de hombres, al establecer dife- — dice una joven de veintidós años—. Sí. Y le contesté afirmativa-
rentes relaciones, aprendemos a localizar lo que «siempre» está mar- mente. Sin embargo, mentí. Cuando me preguntó si se lo diría la pri-
328 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 329
mera vez que tuviera relación sexual con alguien, le respondí que no, cinueve años, me pidió que la acompañara a comprarse un diafragma.
que ésta era una cuestión personal.» Le contesté que no. Encontraba esto demasiado íntimo. Ella sabía que
Esta joven vive sólo a unas manzanas de distancia de su madre. yo no desaprobaba su acción, pero estimaba que su vida privada de
Es tímida, modesta, y ha tenido poco que ver con hombres. Pero su mujer le pertenecía. La que no está dispuesta a ir sola, sin su madre,
grado de separación, sus esfuerzos por establecerla son superiores a los a comprarse un diafragma es que todavía es demasiado joven para ad-
de cualquier otra mujer que esté viajando constantemente alrededor del quirirlo.»
mundo y que tenga repetidas relaciones sexuales: «Mi madre y yo so- Una mujer de veinticinco años me confiesa que a ella no le importa
mos realmente grandes amigas, si bien como mujeres nos consideramos que su amigo duerma en su apartamento. Sin embargo, se pone ner-
muy distintas. Hablamos constantemente por teléfono. Incluso la llamé viosa en el caso de que su madre la llame mientras él esté allí. «Me
desde Francia la primera vez que viví una experiencia sexual. Reciente- invade un miedo misterioso a que ella pueda verle, como por el hilo
mente tuve mala suerte y quedé embarazada. La llamé, explicándole del teléfono. Pienso que mi madre sabe que mi amigo está desnudo,
que no tenía más remedio que abortar. Se mostró muy atenta, pero no tendido en la cama, mientras las dos hablamos. No me gusta que se
me proporcionó el apoyo que yo esperaba de ella. Esto fue para mí entere de estas cosas. Supongo que es como si me empeñara en llevar
una decepción. Yo lo que necesitaba era que me llamara tres veces al una doble vida.»
día, e incluso que tomara un avión para que cuidara de mí.» Esta joven ha dado la vuelta a una situación normal, censurándose
Esta mujer lo quiere todo: poder hablar con la madre de su vida a sí misma por mantener a la madre aparte de su vida sexual. Y, con
sexual, ser su amiga y compañera, verse cuidadosamente atendida por todo, si ella se encuentra simbióticamente tan atada que siente incluso
ella..., lo que su madre hizo cuando ella era una criatura. «La relación que la madre puede leer en su mente desde el otro extremo del hilo te-
sexual es una cosa que nos incumbe exclusivamente a nosotras — dice lefónico, no hay que extrañarse de que la experiencia le acarree una
la doctora Schaefer—, y su responsabilidad recae también en nosotras. buena dosis de ansiedad. El comentario de la doctora Schaefer es que la
Al hablar con nuestra madre de nuestra vida sexual no respetamos su joven procede correctamente. «En su momento, la simple repetición de
intimidad, ni tampoco la nuestra. Con tal proceder nos abrimos a su la experiencia la desembarazará de esta ansiedad.»
influencia, de una forma u otra. Le estamos dando entonces motivos Como ocurre con todo en la vida, cuantas más veces hagamos una
para formular juicios y comentarios, para dar o negar su aprobación, cosa, más expertos seremos, menos inhibiciones sentiremos. No se pue-
en un terreno que ella no debe pisar, que le es ajeno.» de llegar hasta ahí sin una práctica adecuada. La idea es sencilla, y, sin
Es una difícil cuestión, tanto para los padres como para las hijas. embargo, sin haber dispuesto de una amplia práctica en el afán de ser
Dice el doctor Robertiello: «Yo no me opongo a que mi hija tenga re- independientes, las jóvenes de dieciocho y de veinte años desembocan
laciones sexuales. Es una decisión que tiene que tomar ella. Ahora bien, inesperadamente en una nueva vida. Los problemas de la separación, al
si se presenta en casa con un chico con la idea de pasar la noche juntos, no haber sido abordados a la edad apropiada, surgen de repente ante
la cosa ya cambia. Está invadiendo mi terreno particular; me lleva a nosotras, ahora con escalofriantes perfiles. No estamos preparadas, ha-
una situación de la cual no quiero formar parte. A los padres liberales biéndonos visto gratificadas durante toda nuestra vida por no haber con-
que no desean ver en sus casas a los amantes de sus hijas se les llama fiado en nosotras mismas. La primera vez que asistimos a una fiesta sin
con frecuencia hipócritas. No creo que lo sean. Si eso les fastidia, los un hombre, nos presentamos atemorizadas, temblorosas. A la quinta vez,
padres tienen derecho a decir: "No lo hagas delante de mí. Esto no es todo nos resulta más fácil. La práctica lo es todo. Los chicos han dis-
cosa mía." Las chicas tienen derecho a su sexualidad, pero aquéllos frutado de ella. Nosotras, no.
también se hallan en su derecho al no querer integrarse en la situación El encuentro, la relación con varios hombres de carácter diverso en
planteada.» el curso de nuestros años de soltería es algo que puede contribuir a que
Algunas madres quieren que la vida sexual de sus hijas sea una cosa apreciemos nuestra capacidad para la vida, viendo que es mayor de lo
estrictamente privada, porque así ellas disfrutan también de libertad. que nos hubiéramos atrevido a pensar. Si nos aferramos a un hombre
«En ocasiones, mi hija me cuenta más cosas de las que yo quisiera oír demasiado pronto, éste podría mantenernos del mismo modo que siem-
— dice la madre de una joven de veinticuatro años —. Me pone al co- pre fuimos. La dependencia simbiótica de la mayor parte de los matri-
rriente de los detalles más delicados de sus idilios. Cuando contaba die- monios no permite el desarrollo de las mujeres. La divorciada o la viuda
330 MI MADRE, YO MISMA
LOS AÑOS DE SOLTERÍA 331
se encuentran solas de nuevo a la edad de treinta o cincuenta años, tra-
tando con los hombres igual que si fuesen unas muchachitas de diez mi madre pensaba que el hecho de que yo fuera a estudiar medicina era
años. «¡Si él me deja, yo me muero!» una especie de mancha en la familia. Ella quería que me casara, que fue-
La mayor parte de nosotras nos casaremos. Nadie puede prometer ra como las otras chicas. ¿Se sintió orgullosa de mi éxito? Orgullosa no
que el matrimonio durará mucho. Nuestro amor puede haberse orien- es la palabra indicada, aunque mantuve a mis padres con el dinero ga-
tado hacia otra gente. Nuestra seguridad se encuentra en nosotras mis- nado con la profesión que ellos no desearon para mí. Cuando finalmente
mas. Si vivimos nuestros años de soltería sin pagar nuestras facturas, me casé, tuvimos dos testigos. Tras el matrimonio, lo primero que hi-
perdiendo nuestras llaves, escribiendo a los padres para pedirles dinero cieron fue establecer contacto con mi madre. Solamente entonces tuvo
con que pagar el alquiler del apartamento, llenando nuestros días con mi madre la impresión de que le había dado algo sólido».
poco más. que la espera del hombre perfecto, basando nuestro valor no Helene Deutsch tiene noventa y tres años. Pero cuando me entre-
en la realización personal sino en los hombres que no acabaron de apa- visté con una mujer sesenta años más joven, escuché de sus labios el
recer..., dejaremos establecida una ominosa memoria de nuestras perso- mismo estribillo: «Mi madre se sentía muy complacida por mi éxito en
nas. La madre estaba en lo cierto: somos demasiado frágiles para poder el trabajo. Después de todo, siempre había deseado que yo tuviera es-
sobrevivir por nuestra cuenta. tudios superiores. Sin embargo, en su grupo de amistades es la única
Lo irónico del caso es que nuestra voluble conducta, nuestro irres- madre que no ha casado aún a su hija. Por fin, cuando fui ascendida en
mi empleo, apareció una información sobre mi persona en el diario de
ponsable comportamiento, era esperado a medias. Dada nuestra forma-
la localidad en que vivíamos, y ella tuvo ya algo que mostrar a sus ami-
ción, cualquiera podría decir incluso que hemos triunfado. «Las mu-
gas. Me alegraba de que estuviese orgullosa de mí, pero me dolía un
jeres son así», dice la gente, medio encantada y medio exasperada...
poco también que las opiniones de los vecinos tuviesen tanta importan-
Y en seguida proceden a extender un cheque para cubrir nuestra fianza,
cia. Sé que lo mejor con que puedo obsequiar a mi madre es con la
nos ofrecen sus hombros con objeto de que nos podamos apoyar en ellos
noticia de mi boda... si es que llego a casarme.»
al llorar, con motivo de haber sido despedidas, por llegar crónicamente
Dice la doctora Deutsch: «Son muchas las madres, hoy, que desean
tarde, cuando nos cueste recuperarnos de un desengaño amoroso... Así
que sus hijas sean médicos o abogadas, pero, ante todo, quieren que se
no son las mujeres. Así es como nos han hecho.
casen. ¿Por qué no? Una mujer se desenvuelve mejor casada. Si la hija
Las cosas parecen estar cambiando. Parece ser que las mujeres sol-
triunfa plenamente en su carrera, es posible que la madre no se dis-
teras nos miran desde todas las carteleras de espectáculos y los anuncios
guste al ver que no se casa. Las madres prefieren ver a sus hijas casa-
comerciales... Es el símbolo de nuestro tiempo. A las heroínas pop de
das, y sobre todo convertidas en madres a su vez. No obstante, si la
la televisión y de las películas, de las revistas, las vemos, en su existen-
joven alcanza nombradía en su labor profesional, el narcisismo de la
cia independiente, atractivas y desenvueltas. «Si tú no puedes hacer lo madre, el narcisismo normal, puede verse satisfecho.»
que nosotras, querida — parecen estar diciendo esas triunfantes criatu-
Aun en la actualidad, las recompensas que se derivan del trabajo
ras—, es que algo marcha mal en ti.» Esto es general. Los modelos
llegan a las jóvenes con dificultad, lentamente. Dice Jessie Bernard:
falsos, al estilo de la chica del Cosmopólitan, nos prometen una vida de
«Los únicos que parecen desearlas realmente son los hombres. Es difí-
soltera en toda su gloria, por el precio de una revista. No hay más que
cil para las jóvenes encontrar un lugar en el mundo en que se igualen
extender el brazo, y el éxito, el amor, la independencia y la libertad pue-
6us talentos.» En la mayor parte de los empleos, las chicas empiezan
den ser tuyos. por el puesto más humilde. Casándose, entran en un nuevo estado en
Y, sin embargo, existe una mentira incorporada en la chica soltera plan de triunfadoras. ¡Parece ésta una solución tan fácil!
como heroína. Se trata de la escondida agenda, los hábitos de depen-
En la actualidad son muchos los hombres que sostienen que las
dencia que nos han enseñado a considerar como nuestro núcleo feme-
mujeres tienen misiones que cumplir fuera del cuarto de los niños y la
nino central. Es una forma de clasificar nuestras vidas, algo que ha cocina. Pueden incluso sonreír pensando en el chauvinismo de su padre,
profundizado mucho en nuestro sistema de valores. Se halla basado en al declarar que prefería a las mujeres «femeninas» y «no agresivas».
nuestro primer modelo y está respaldado por toda nuestra cultura. Pero cuando se ponen serios con una de sus hijas, éstas son las cualida-
Suele decirse que la mujer soltera es una persona «imperfecta». des que buscan en ellas.
Helene Deutsch manifiesta que, «cuando ingresé en la Universidad, La socióloga Mirra Komarovsky señala en su libro Dilemmas of
332 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 333

Masculinity que el mismo varón liberal que afirma creer en el movi- el fondo atemorizadas? Con la autonomía tenemos más cosas que per-
miento feminista se busca a menudo una esposa amante y cuidadosa del der que ganar.
hogar e inclinada a hacer de él su mundo, para que su marido lo en- Habla una mujer de veintinueve años, una periodista de renombre,
cuentre todo siempre a punto. No acierta a ver por qué razón, aparte triunfadora en su profesión: «Este último fin de semana lo he pasado
de cumplir con su carrera, no ha de saber regir también una casa de en la cama, con mi amigo. Hacía casi un año que no vivía una expe-
familia. Como dijo una estudiante en el informe de Mirra Komarovsky: riencia semejante. ¡Imagínese! Nada más cerrar con llave la puerta de
nadie se opone a que la madre de una niña en edad preescolar encuentre nuestro dormitorio, nos echamos uno en brazos del otro, haciendo el
una colocación para desarrollar una jornada normal de trabajo, «siem- amor, charlando luego... En fin, fue algo maravilloso. Se me desvaneció
pre y cuando, por supuesto, la casa siga marchando, los hijos no sufran toda la tensión. Me olvidé por completo de mi trabajo. El lunes, me
y el empleo de la esposa no se interfiera con la carrera del marido».3 reincorporé a la redacción del periódico, y el martes por la noche lo vi
Con todo, yo quisiera añadir aquí unas palabras en defensa de los de nuevo. Ya en el taxi, antes de reunirme con él, me sentí asaltada por
hombres. Una de las grandes quejas de nuestro tiempo es ésta: «Los esos sentimientos de hostilidad. Desde el primer momento me mostré
hombres no nos dejan avanzar. Por eso las mujeres nos quedamos reza- agresiva. "¡Vaya! —pensé—. Lo eché todo a rodar. Esto se ha aca-
gadas.» A veces, esto es cierto, pero con mucha frecuencia no son los bado." Pero un par de horas más tarde nos reconciliábamos. Sin em-
hombres ni la sociedad los que dificultan nuestro progreso. Las causan- bargo, no creo que pueda seguir con él. Trabajo mucho y mi labor pro-
tes de la situación somos nosotras mismas. Si la meta para las mujeres fesional es lo que más me importa. Simplemente: no puedo soportar
es lograr una plena confianza en sí mismas, hemos de averiguar por qué esos fines de semana. Los necesito, pero me dejan acobardada. Necesito
todo un día para serenarme, y cuando lo vuelvo a ver, otra vez resurge
unas veces triunfamos y otras fracasamos, pero pensando exclusiva-
mi hostilidad.»
mente en nosotras, sin buscar la socorrida excusa de la malevolencia
del varón. Las mujeres como esta periodista, para quienes el trabajo tiene una
gran importancia, sienten a veces el temor de apasionarse por un hom-
«Yo, como le he indicado, deseo ser abogado — me dice una joven bre y perder con ello facultades o un incentivo profesional. Habiendo
de veintiún años —, pero noto algo en mí que opera contra mi afán de saboreado los placeres de la autonomía, apartan al hombre a un lado,
independencia. Todo proviene de mis relaciones con los hombres. Mi ante el temor de que se produzca una relación de dependencia. La pro-
actual amigo afirma que cree en mí como abogado. Ahora bien, cuando pensión real la forman, desde luego, sus necesidades simbióticas sin re-
me dice: "No quiero que hagas esto o lo otro"', me oigo a mí misma res- solver. La mujer teme que, una vez abierta la puerta a sus antiguos y
pondiendo automáticamente: "De acuerdo. No lo haré." Es como si denegados sentimientos infantiles, éstos irrumpan por ella, y la domi-
estuviera hipnotizada. Y me asusto al pensar que esto me sucede a mí.» nen. La intensidad del deseo de depender de alguien se observa clara-
Ella ha escuchado la voz de la simbiótica criatura que hablaba en su mente en la hostilidad que muestra ante el hombre que de un modo
interior. No fue un hombre quien la puso ahí. inadvertido les tienta a volver a su anterior estado.
Dice la profesora Jeanne McFarland, especialista en economía, del El reverso de la medalla lo encontramos en la exposición de una
Smith College: «Transmitimos a las jóvenes señales ambivalentes. Les mujer de treinta y cuatro años cuyos temores se originaron, no por la
proporcionamos esa terrorífica formación de ahora, para que puedan proximidad del hombre, sino porque el éxito era una amenaza de sepa-
competir con los demás. Por otro lado, decimos: tú lo que necesitas ración. Como directora de una empresa de alta confección, se ve obli-
realmente es encontrar un marido. En consecuencia, muévete con tran- gada a viajar constantemente desde Nueva York a California. Intermi-
quilidad por lo que a la competición se refiere. A los hombres no les tentemente, a lo largo de los últimos ocho años, ha estado viviendo con
gustan las mujeres que se lanzan a competir. Los hombres quieren man- un actor cuya profesión también le obliga a viajar.
tener a sus mujeres en un pedestal, como diosas de la nutrición y la «Nuestra relación marchaba perfectamente — me dice la mujer —.
socialización, y de todas las otras "buenas" cosas que ellos no han te- Hablamos de matrimonio, pero como todo iba bien, los dos coincidimos
nido tiempo de ser. Es una indicación compuesta: compite, pero no lo en que todavía no era el momento. Yo le echaba de menos cuando i,e
hagas demasiado bien.» ¿Puede sorprendernos el hecho de que, pese a ausentaba, pero a su regreso vivíamos unas horas maravillosas. El año
todo cuanto se habla acerca de los avances de la mujer, nos sintamos en pasado fui nombrada vicepresidente de la compañía. Había llegado a la
LOS AÑOS DE SOLTERÍA 335
334 MI MADRE, YO MISMA

cumbre. De pronto, me sentí impulsada a lanzarme a cada momento so- muy desarrollado. No creo que necesite trabajar con tanto ahínco.» Des-
bre el teléfono, para preguntarle a mi amigo, a gritos: "¿Por qué no de luego, la sociedad aplaude a la mujer que piensa de esta manera,
regresas? ¡Te necesito!" Le hablaba gimoteando: "¡Quiero que me que se toma un tiempo para decidirse en un sentido u otro. Es una
abraces!" Me pasaba todo el tiempo llorando, acusándole de haberme competidora menos de que preocuparse, una persona que se hará cargo
abandonado. Me sentía muy sola, cuando hubiera debido considerarme de todas esas tareas domésticas que no se pagan con dinero, y que
en la gloria, en el mejor de los mundos.» A consecuencia de sus deman- tanto disgustan a los hombres. Nuestra renuncia, nuestra postura de
das y reproches, el idilio acabó extinguiéndose. Una relación que, pro- hacer responsable al hombre de todo, no puede ser el objetivo de una
bablemente, no todas las mujeres escogerían, pero que estaba hecha exac- mujer sino de una criatura inmadura.
tamente para aquellas dos personas, porque así la necesitaban, se des- En Norteamérica, tres de cada cinco novias (se entiende en primeras
plomó por efecto de la ansiedad que el éxito en el trabajo había susci- nupcias), es decir, el 57,9 por ciento de ellas, cuentan veinte años o es-
tado en la mujer. tán por debajo de tal edad.4 Para muchas mujeres jóvenes, el colmo de
Para la mayor parte de nosotras, el fin de los años de soltería se la felicidad consiste todavía en contraer matrimonio el mismo día en
produce no demasiado pronto. Son como un agitado viaje a París. Todo que se gradúan en sus estudios. ¡ Sólo dieciocho años y ya han alcan-
muy emocionante, pero, «¡qué bien se está en casa!» El significado de zado la seguridad para toda la vida! Las salas de los tribunales rebo-
«en casa», por supuesto, es el matrimonio. Es el esquema que mejor san de aspirantes al divorcio que descubrieron demasiado tarde el falso
conocemos. Aun tratándose de un hogar deshecho o desquiciado, toda- hechizo de aquella promesa.
vía nos domina el ensueño de la vida familiar. «¿Cuáles son sus obje- Dice la socióloga Cynthia Fuchs Epstein: «Muchas mujeres creen
tivos en la vida? — pregunta el Consejo Americano del Seguro de Vida que se enfrentan sólo con la alternativa de ser esposas y madres. No
en su estudio anual—: ¿Una feliz vida de familia?, ¿Ganar mucho piensan que sea posible para ellas lograr el éxito en la vida. Es algo
dinero?, ¿Hacer una carrera brillante?, ¿Desea hallar la oportunidad que no figura en el abanico de sus esperanzas. Sólo al entrar en el mer-
de desarrollarse como individuo?» En 1975, el ochenta por ciento de cado social y lograr unos empleos decentes se dan cuenta de que pue-
los consultados, hombres y mujeres mayores de dieciocho años, respon- den tener ciertas posibilidades de triunfar.»
dieron que preferían vivir felizmente en familia. Esto no significa ni A menudo, una mujer ha de vivir la experiencia de su matrimonio
mucho menos que vivan así. fracasado para comprender que su seguridad de toda la vida por obra
Tenemos a la vista un inolvidable modelo, que nos dice cómo debe de un esposo puede ser un doloroso mito. «Esta clase de mujeres — con-
ser una esposa, basado no en la forma de ser de la madre con el padre, tinúa diciendo la doctora Epstein— se orienta frecuentemente hacia
sino, más significativamente, en el modo de ser nosotras con ella. For- las carreras profesionales. No es que prescindan por entero, y necesa-
mamos la pareja — l a madre y y o — que intentaremos reestablecer con riamente, de los hombres. Su irritación, ante sus ilusiones deshechas,
otros. Cuanto más la necesitemos, con más generosidad nos recompen- les ha abierto los ojos. Han advertido que no pueden mirar a los hom-
sará. De mayores, la dependencia es todavía la norma que se nos ofrece. bres como su única recompensa.»
Equivale a mantener un martini delante del alcohólico. «Lo que ocurre Sin embargo, las mujeres orientadas hacia el trabajo se enfrentan
— dice el doctor Robertiello — es que la idea cultural de la depen- con problemas desconocidos por los hombres. Dice la doctora Epstein:
dencia de las mujeres refuerza su adiestramiento peculiar en la infan- «Una mujer dispone de escasos puntos de apoyo para decir a un hom-
cia. He aquí la mayor de las trampas tendidas a la mujer. Podría ser bre: "No puedo verte esta noche. He de trabajar hasta muy tarde."
denominada la opción femenina.» Las mujeres no están habituadas a verse totalmente absorbidas por el
Y como muchas trampas, se encuentra endulzada con miel. trabajo. Esto no quiere decir que no sean capaces de ello. Se trata,
Por esta opción se nos dice que, siempre que lo desee, una mujer simplemente, de un recurso que todavía no hemos desarrollado.»
puede renunciar a sí misma y encontrar un hombre que cuide de ella... Enfrentadas con presiones como las indicadas, muchas mujeres que
En consecuencia, ¿por qué luchar para abrirse paso por sí misma? Este desarrollan actividades profesionales deciden aplazar su matrimonio. En
supuesto privilegio se halla tan profundamente arraigado en nuestra psi- un estudio realizado por la profesora Elizabeth Tidball, sobre mujeres
que que no nos damos cuenta, con frecuencia, de que lo utilizamos destacadas, seleccionadas al azar en el Quién es Quién entre las mujeres
como nuestra carta decisiva. «Los hombres tiene el espíritu competitivo americanas, encontró que de 1.500, sólo la mitad de ellas se habían ca-
336 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 337

sado.5 Y las últimas habían aplazado la boda unos siete años, por tér- qué las mujeres se ríen de todas esas sensaciones de valor que acompa-
mino medio, tras alcanzar sus títulos profesionales, con objeto de con- ñan al triunfo. Su contestación se me escapa, como el agua entre los
centrarse por completo en su carrera. Del estudio de Margaret Hennig, mimbres de un cesto. Por la noche me veo obligada a telefonearla,
realizado sobre veinticinco mujeres que desempeñaban cargos de alto con el fin de que me repita lo que dijo. Planeo una cena, con el deseo
nivel, se desprende que todas empezaron por creer que frente al ma- de escuchar algunos elogios sobre mis posibilidades culinarias, pero me
trimonio y la actividad profesional había que decidirse por una cosa empleo tan a fondo escribiendo que desisto de ello..., sintiéndome más
u otra.6 A los veintitantos años, según palabras de la doctora Hennig, deprimida, menos femenina que nunca. Mi esposo y yo hemos tenido
«almacenaron su feminidad para una posterior consideración». Al cum- una terrible discusión, y me entierro materialmente en los papeles de
plir los treinta y cinco años, más o menos, volvieron a entrar en con- mi mesa de trabajo, privándome de su compañía. La represión se disipa
tacto con su feminidad «aparcada», y la mitad de ellas contrajeron ma- por un momento: voy a dejarlo antes de que él me deje a mí... He
trimonio. aquí un juego que empleé con mi madre cuando yo contaba seis años.
No sabemos qué clase de irritación se apoderaría de esas mujeres Una locura.
al verse obligadas a dejar a un lado su vida sexual con objeto de poder No penséis que por el hecho de haber escrito esto yo acierto a com-
seguir adelante en su trabajo. Yo hubiera reaccionado de la misma prenderlo. Ya lo he olvidado. Freud se quedaba desconcertado al ver
forma. que el estado de sus pacientes no mejoraba cuando les informaba acer-
Todas sabemos cuánta indignación debieron sentir las que tuvieron ca de sus conflictos inconscientes. Era como si hubiese encendido una
que inclinarse por tal opción: mujeres sin hombres. Alguien o algo lámpara para que la observara el enfermo. «¡La veo!», gritaría éste. Y
— los hombres, la sociedad, las estructuras del trabajo en nuestra cuando la lámpara se apagaba, el paciente «olvidaba» una vez más. No
cultura— las disminuyó. Existen excepciones: mujeres que se las arre- dominaba en absoluto el terreno de lo consciente, y quedaba encerrado
glan solas, que viven felices, que han prescindido por completo de los en una oscura represión.
hombres. Parte del respeto que suscitan es debido a la certidumbre de Hace tiempo que los psicoanalistas se acostumbraron a k necesidad
que son escasas las mujeres que han resuelto el problema: el de vivir de abrirse paso por entre esos atisbos interiores, haciendo que los pa-
sin contar con los hombres y sin rencor. cientes se impongan de las reprimidas conexiones y otra vez, antes de
A la vasta mayoría que no lo ha resuelto habría que decirles que hacer suya la liberadora, la emocional verdad. Práctica otra vez. Las
orientaran su enojo hacia la anacrónica educación que relacionaba la mujeres nos resistimos conocernos a nosotras mismas y a nuestras ma-
feminidad con la dependencia... pero esto significaría dar marcha atrás, dres. Preferimos nuestra relación de fantasía, y así es como no podemos
dirigir aquél hacia la madre. La verdad es que se proyecta hacia delante, hacer uso de lo que sabemos acerca de las dos.
hacia el príncipe que no ha hecho acto de presencia, y luego, en una Un psiquiatra con el que estuve hablando da a leer a su esposa el
especie de amargura generalizada, es volcado sobre todos los hombres. capítulo de este libro dedicado al espíritu competitivo. El matrimonio
Dice la doctora Cynthia Fuchs Epstein: «Las mujeres sufren verda- tiene una hija de catorce años. La madre de la chica comenta: «Sí, esto
deros traumas en sus situaciones laborales. Tienen que tomar toda una es interesante, pero no puede aplicarse a mi caso.» Una hora más tarde
serie de decisiones basadas en diferentes sistemas prioritarios —entre estalla en sollozos. «Dentro de una o dos semanas — me dice él — es
los que figuran el amor, la amistad, el matrimonio y los niños —, no posible que mi mujer desee hablar de ello. ¿Acaso no concederás que
todos ellos coordinados.» Cuando una mujer se entrega de corazón a su ciertos temas que discutimos juntos no se te hicieron evidentes hasta
carrera, teme que esto perjudique su vida amorosa. Y si dedica mucho meses después, o quizá un año más tarde?»
tiempo a ésta, temerá que sea a expensas de su actividad profesional. La represión es un proceso inconsciente. No tiene nada que ver
Yo misma siento tales presiones: hoy, al pasar frente a un espejo, con el intelecto, con lo despierto que se pueda ser. Podríamos conser-
vi en él a mi madre. En mi cara había la expresión suya que menos var en la memoria cuanto nos ha sucedido, con todos sus detalles, y ha-
me gustaba: la de ansiedad. Cuanto más duramente trabajo, menos fe- llarnos en posesión de un coeficiente de inteligencia de 160, y todavía
menina me siento. nos resistiríamos a «conocer» los hechos que han marcado nuestra rela-
«Nancy: he escuchado tus preguntas, pero tú no has captado mi con- ción con la madre, el papel que han representado a lo largo de nuestra
testación.» Quien me habla así es una psicoanalista. Le preguntaba por vida en nuestro contacto con las personas.
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El temor de perder a la madre no supone la existencia previa de sión personal y racional sobre los hombres. A un nivel de inconsciencia,
una relación emocionalmente sustancial. A algunas mujeres les disgustan reacciona ante ellos, todavía, como si fueran su madre.
abiertamente sus madres; otras no pueden recordar haber recibido de Los hombres no se enfrentar con este conflicto. Cuanto más triun-
ellas un gesto de afecto, ni haber vivido en su compañía unos momentos fador es un hombre mayores condiciones se atribuye de conquistar las
de calurosa intimidad. Para que se dé un lazo simbiótico no es necesario más bellas mujeres, de disfrutar de la vida sexual y del amor. Los sexos
haber amado a la madre, ni siquiera haberla tenido a nuestra disposi- difieren en que nosotras nos vemos involucradas con los hombres sim-
ción. A veces, efectivamente, la relación madre-hija más férrea es la que bióticamente, desplazando nuestra necesidad de la madre sobre el esposo
arranca de un imaginativo deseo de realización. o el amante. No es de extrañar que tropecemos con más dificultades
Para las mujeres de este tipo, la relación madre-hija culturalmente para distribuir nuestro tiempo —tanto para el amor, tanto para el
idealizada es más importante que la realidad. La falta de simbiosis en trabajo — que los hombres. En el amor simbiótico, la necesidad es tan
nuestra niñez, que percibimos tan agudamente, provocó en nosotras, grande que absorbe todo el tiempo, no quedando ni un minuto para
quizá, más desesperación que la conocida por aquellas mujeres que su- nada más.
frieron en este sentido menos privaciones. Es demasiado doloroso, de- «Siempre creí que podría amar y trabajar —explica la doctora
masiado humillante admitirlo. Decimos con toda naturalidad: «Simple- Schaefer—, y, por consiguiente, acepté ambas cosas. Fui educada en
mente, no estaba muy unida a mi madre», o manifestamos, con un gesto esta creencia porque mis padres eran muy amantes del trabajo. Me
de alivio: «Gracias a Dios, mi madre no intentó anularme como hizo parecía muy natural esto de amar y trabajar. Los hombres solían de-
con mi hermana.» Otro método de defensa es el enojado acto de recha- cirme: "Si te casas conmigo, te permitiré trabajar." Y yo contestaba:
zo: «Cuando nació mi hija decidí que no sería educada como me educa- "¿Que tú me permitirás que trabaje?" Yo no necesitaba para nada su
ron a mí.» Fórmulas verbales, en suma, que son como cosméticos desti- permiso. Es su formación lo que hace a las mujeres pensar que de-
nados a ocultar unas cicatrices. berían excluir a los hombres de sus vidas en el caso de querer desarrollar
«Mis padres son muy herméticos en todo lo relacionado con el sexo una interesante labor. Lo que nosotras creemos es aquello que hacemos
— dice una mujer soltera de veintinueve años —. Yo no quiero que que suceda.»
lo sexual sea siempre parte de alguna intimidad intensa y emocional, Aunque el trabajo que llevamos a cabo y la compensación que reci-
de alguna relación en marcha. Me agrada estar en condiciones de ir bimos pueden revelar al mundo que estamos en un plano de igualdad
al intercambio sexual sin ataduras. Recientemente, me cité con un hom- con los hombres, las mujeres nos enfrentamos a diario con un riesgo
bre que me gustaba mucho, y me acosté con él la primera noche. Me especial desconocido para la mayoría de ellos. «Es injusto — m e dice
disgustó que no me volviera a llamar. Poco después recibí de él una una mujer—. Yo soy igual que él en todos los niveles. ¡Ah! Pero él
nota, en la que no hacía la menor referencia a nuestro encuentro.» Al tiene la gran habilidad de escabullirse. Si no se siente a gusto, se marcha
sugerirle que debía de haber significado una humillante experiencia, ella al bar a tomarse unas copas con los amigos. Lo más probable es que se
protestó con vehemencia. «No, no. No fue ninguna humillación. Sólo concentre en su trabajo, olvidándose de mí. Me siento como atontada
que no había querido salir con nadie más desde entonces.» Al final de hasta que me telefonea. Y luego me indigno conmigo misma.»
la entrevista, al disponerme a salir, ella me detiene un momento: «¡ De- Es como una enfermedad intermitente: desempeñamos una profe-
monios ! Sí que me sentí humillada.» El telón de la represión ha sido sión en la medida en que nos asegura el amor que dice profesarnos. La
levantado por un momento. ¿Será capaz de compaginar su actitud — de emoción que sentimos cuando el hombre cruza el umbral de la puerta
aceptación de la relación sexual sin ataduras —, con su interna reac- nació con nuestro temor, de niñas, de ser abandonadas. Nunca lo su-
ción desesperada cuando es el hombre quien la conduce a ella? peramos. Careciendo de experiencia en estar solas, pensamos que no
«Cuando una mujer se acuesta con un hombre y él, luego, no la seremos capaces de sobrevivir. Los hombres responden a nuestro te-
llama — dice el doctor Robertiello —, se siente humillada. Se ve como mor. Éste hace que se sientan más poderosos. Así queda intensificada
usada, embaucada, estafada. Esto la lleva a recordar el viejo sentimiento una antigua y triste lección: en nuestra debilidad radica nuestra for-
de traición y de pérdida de la primera persona que le hizo creer que si taleza.
se "entregaba" se hallaría siempre a su disposición, pendiente de sus En términos del trabajo que forja la independencia, no existe razón
necesidades.» En su mente consciente, esta mujer ha tomado una deci- alguna para pensar en tareas con una orientación jactanciosa. La mujer
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que es capaz de manejar un cuadro de distribución experimenta una pondiendo a la inexpresada mitad del mensaje amoroso de la mujer:
sensación de maestría y competencia. Si podemos efectuar pequeños «Cuida de mí.» Puede ser, verdaderamente, que el hombre la ame. Lo
trabajos de reparación en el apartamento — arreglar un desagüe atas- que le perturba no es la fidelidad, la intimidad, sino echarse encima
cado, componer un fusible—, ya tenemos una parcela más en la que una pesada carga. Incluso si los hombres conocidos en nuestros años
hemos aprendido a dominar algunos pequeños detalles de la vida sin de soltería pertenecen al grupo de los que han sido educados en la
depender del hombre. La mujer que se siente orgullosa de su puesto creencia de que el mantenimiento de la mujer ha de ser siempre cosa
de secretaria irremplazable adquiere una conciencia de su valor perso- del varón, puede existir todavía el inconveniente de que sean excesiva-
nal semejante al de la mujer que desempeña la vicepresidencia de una mente jóvenes, de que se hallen situados a un nivel muy bajo en la
compañía. El mundo podrá establecer categorías monetarias o sociales escala económica para ser capaces de cumplir con dicho cometido. Es
distintas, pero en lo tocante a afirmar sentimientos de autonomía, am- posible, también, que no estén dispuestos aún a renunciar a su liber-
bas situaciones son igualmente deseables. tad. «El problema, en cuanto a la mujer — dice la doctora Schaefer —,
Aunque el valor de trabajar para ganarse el sustento diario no pue- es que esta idea (la del amor con el significado de que alguien cuide
de ser subestimado, algunas mujeres han encontrado que la tarea que de ella) se encuentra tan arraigada en su mente que no se da cuenta de
les produce mayores emociones se encuentra fuera de sus actividades que se la impone al hombre. Todo lo que piensa es que éste es frío,
profesionales. Puede ser que dediquen los fines de semana a escribir o repelente, incapaz de sentir nada, y que la rechaza. Estas dos ideas,
a pintar, que se entreguen a actividades políticas o que presten servi- la de que la ame y la cuide, están tan entrelazadas que la mujer no
cio en la Cruz Roja. Esto no quiere decir, sin embargo, que la autoes- acierta a separarlas... ¿No fue así el amor de la madre?»
tima del aficionado a cualquier cosa o del pintor dominguero quede En 1968, Matina Horner elaboró su tesis doctoral sobre las «mo-
automáticamente reforzada. La iniciativa debe ser suficientemente im- tivaciones de la mujer para evitar el éxito».7 Al comienzo de la década
portante como para que valga la pena sacrificar el tiempo extra, la la- de los años setenta, sus ideas eran parcialmente compartidas por todo
bor y las actividades sociales que se le dedican. De otro modo, no re- el mundo. Lo que ella dijo hablaba universal e inmediatamente a las
sultará emocionalmente valiosa, no incrementará nuestros sentimientos mujeres en un aspecto que nunca habíamos sido capaces de poner en
de autonomía. Sin un real compromiso, nos empeñamos solamente en claro. No importa que otros sociólogos arguyeran que sus hallazgos eran
un juego. Si es algo que da igual en el caso de perder, una se beneficia incompletos, que estaban basados en un estudio realizado sobre sola-
poco al ganar. mente noventa mujeres, en una Universidad. «¡Desde luego! —excla-
Hoy se escuchan gritos de libertad. Ninguno más ruidoso y poten- mamos —. Eso explica mi ansiedad, mis fallos, mis ambivalencias con
te que el de la mujer soltera, cuya libertad pide aunque se lanza en bus- relación a mí trabajo. Soy una mujer, como tantas otras. ¡ Siento el fe-
ca de alguien a quien someterse. «¿Por qué no puedo encontrar un menino temor al éxito!» Nuestros temores se hallaban condicionados,
hombre que cuide de mí?», es la queja más común, incluso entre las no biológica sino socialmente. Lo que fue aprendido podía ser ignora-
pacientes de Leah Schaefer, mujeres que tienen un empleo, que ejer- do. Por otro lado, el fallo radicaba en la sociedad paternalista.
cen una carrera. «Yo les digo — explica la doctora Schaefer — que A veces me pregunto si las conclusiones de la doctora Horner no
el mundo está lleno de hombres que se sienten más varoniles cuidan- habrán hecho más mal que bien a las mujeres. Al disponer de antema-
do de una mujer. Pero esto hay que pagarlo. Una mujer no puede es- no de esa enérgica frase — e l temor al éxito—, nos enfrentamos con
perar de un hombre que cuide de ella y que, por añadidura, haga lo una profecía que se realiza por sí misma. Identificamos el fracaso como
que se le diga. El precio que pagas de pequeña a cambio de que tu un viejo amigo, la marca indudable de nuestra feminidad. Cometemos
madre cuide de ti consiste en ser como ella quiere que seas. El mismo el mismo error al leer determinadas ficciones feministas. Ansiosas de
precio ha de ser pagado al hombre. Muchas mujeres aceptan ambas im- identificarnos con otras mujeres, nos reconocemos en las heroínas, aco-
posiciones. No hay nada malo, les digo, en que deseéis ser cuidadas sadas, hostigadas, con frecuencia con ribetes humorísticos, pese a una
por otra persona, siempre que seáis conscientes del precio que tenéis actitud autosuplicante. Es bueno saber que no somos las únicas que
que pagar por lo que vais a conseguir.» nos sentimos presas de una irritación incontrolable cuando nuestro es-
Las mujeres acusan a los hombres de sus dudas ante la fidelidad, poso llega tarde a casa, o que perdemos nuestra identidad si no llega
de ser incapaces de amar, etc. Puede ocurrir que el hombre esté res- nunca. No se sigue de ahí, sin embargo, que la identificación con los
342 MI MADRE, YO MISMA
LOS AÑOS DE SOLTERÍA 343
fallos de otras personas nos permita estar mejor equipadas para vencer Florida, que Mary Anne sea distinguida con una atractiva misión a
los nuestros. realizar en París mientras que Sally pasa a máquina los informes. Hay
Con todo, pienso que la doctora Horner estaba en lo cierto. Noso- quienes desean ser directores, y quienes no. A menos que las reglas
tras tememos el éxito; pero la frase no tiene sentido si no va unida a de la competición sean establecidas, nadie se siente a gusto. Las per-
su contexto. El temor al éxito solía tener su enfática explicación en la sonalidades dominantes son las que mandan conforme a sus propias
retribución edípica: si dejas a un lado a mamá por papá, ella intentará reglas, y habitualmente para su comodidad, en tanto que paternalísti-
vengarse. Creo que esto es cierto para los dos sexos, pero las mujeres camente (!) dicen a los subordinados que todos componen una gran
no temen la rivalidad y el enojo de la madre tanto como su pérdida. familia en la que todos tienen por meta el bien común. Pero ello no
Hay ahí una degradación del énfasis que discurre a lo largo de las da lugar a que los que ocupan la cúspide venzan por completo: ya que
líneas de lo sexual. Nuestros problemas de separación no son paralelos su puesto en la jerarquía no es reconocido, y siendo por consiguiente
a los de los hombres. Un hombre no se ve obligado a separarse de ilegal, la ansiedad hace presa en ellos.
otro para conseguir su independencia. Un chico puede ser un rival de La negación de las mujeres a su derecho a sentirse competitivas, re-
su padre y/o utilizarlo como modelo, pero en uno u otro caso conti- fuerza los viejos clisés de la pasividad. Se está ejerciendo un poder,
nuará disfrutando del amor y del apoyo de la madre. Una hija, no pero todo el mundo pretende que no es así. Solamente nosotras somos
obstante, siente comúnmente que debe escoger un campo distante del suficientemente desagradables, suficientemente competitivas, para sen-
de la madre para reforzar la separación. Para muchas mujeres, la com- tirnos irritadas. Es mejor callar, fingir la ausencia total de espíritu com-
petición con los hombres es mucho más fácil que la que se pueda es- petitivo. Hacer otra cosa es arriesgarse a ser catalogada como no fe-
tablecer con una compañera. menina. Incluso ahora, cuando se dictan leyes para obligar a las em-
«Al desarrollar estrategias para vencer, las mujeres demuestran po- presas comerciales a situar más mujeres en los cargos directivos, son
seer una más rápida comprensión que los hombres — dice el Dr. Geor- pocas las que dan un paso adelante y dicen, confiadas: «Yo soy una
ge Peabody, especialista en cuestiones relativas al comportamiento. Fue persona competitiva.» En la sala de juntas se decide no designar a un
el creador del Powerplay Game, mediante el cual las compañías comer- miembro directivo femenino para un trabajo importante, a desempeñar
ciales pueden inculcar a sus empleados métodos de superación que les en Chicago. «Las mujeres no son suficientemente enérgicas para cortar
permitan triunfar en los negocios —. Pero una y otra vez vemos va- ciertos males de raíz. Nos arreglaremos mejor con Harry.»
cilar a las mujeres —hasta el punto de llegar a la insensatez—, re- Nosotras pensamos que nos veremos recompensadas por haber sido
sistiéndose a poner en juego lo que saben. No siendo unas criaturas unas buenas chicas, por no armar ningún alboroto. Y es otra persona
necias, hay que preguntarse el porqué de tal proceder. Ellas piensan quien consigue el ascenso.
que su superior planeamiento estratégico y político es engañoso, sin En African Génesis, Robert Ardrey dice que el animal más desdi-
saber la causa. Antes de entrar en la oficina dejan en la puerta sus chado y neurótico del mundo es la mujer norteamericana: intenta lle-
conocimientos. En el Powerplay tienden a desaprovechar los triunfos var a cabo algo para lo cual no está naturalmente capacitada.8 Estoy
que tienen en las manos. Muchas temen batir a sus compañeras. No por completo en contra, comenzando por el hecho de que si bien so-
quieren ser destructoras de relaciones.» mos animales también somos algo más. La naturaleza puede no haber-
Conozco una agencia de viajes atendida por mujeres en la que se nos preparado para tocar el piano o pilotar aviones. Fueron éstas dos
ha «eliminado» todo afán competitivo gracias a la supresión de los tí- actividades que aprendimos por nosotras mismas. Si tomamos esta idea
tulos. «Cuando un cargo superior se halla vacante — dice una de los de preparación y la sustituimos por la casi religiosa noción de Natu-
miembros orgullosamente—, no se produce aquí ningún revuelo. No raleza que presenta Ardrey, podría estar de acuerdo con él.
se ven agitados los sentimientos competitivos. Alguien acaba ocupan- «¿Por qué no ha existido jamás una mujer que llegara a ser cam-
do el puesto, y eso es todo.» Esta confesión hace que me sienta pro- peona del mundo de ajedrez o de bridge? —inquiere el doctor Ro-
fundamente deprimida. bertiello—. He aquí la forma en que es expuesta tal pregunta por los
¿Quién engaña a quién? A veces no existe una abierta relación de chauvinistas varones: "¿Por qué no ha habido en la historia del mun-
poder, pero esto no quiere decir que no se dé en absoluto. Todo el do más mujeres artistas, científicos, etc.?" La respuesta está en la fun-
mundo sabe quién es el que decide que la firma abra una sucursal en ción de la cultura en cuyo seno las mujeres se han desarrollado. Des-
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pues de todo, en los coeficientes de inteligencia comparados las muje- cuánto tiempo seguiremos empeñadas en ella? Hemos sido formadas
res ocupan puestos más brillantes que los hombres.» para ganar confianza no esforzándonos en nuestro provecho sino satis-
Trabajar para una misma, avanzar, adelantar, significa corrientemen- faciendo las necesidades de los demás. «Las mujeres — dice Jessie Ber-
te batir a otra persona, quebrantar un lazo. Dice el doctor Peabody: nard— son quienes mantienen la cohesión familiar. Todos los estu-
«Las mujeres han sido formadas para ser de uno o de otro, y no para dios demuestran que son las mediadoras en las relaciones familiares.*
poseer un independiente sentido de identidad. Cuando se logra el Nú- A la hora del compromiso nos desenvolvemos bien. Los hombres to-
mero Uno, lo primero ya no es posible. Si tu hábito de toda la vida man las posiciones extremas, que, acertadas o equivocadas, definen la
es pensar en tu identidad solamente en términos de ser la esposa de identidad. Hacen saber a la gente «cuál es su postura». «Una dama
alguien, o la secretaria o ayudante de cualquier jefe, serás tildada de — rezaba el viejo proverbio a que se recurría antes — logra que su
medrosa si no ocupas tal posición. Ello significa que careces de identi- nombre aparezca en los periódicos sólo dos veces en la vida: cuando
dad. Pero tan pronto como pueda decirse a las mujeres que no es en- contrae matrimonio y al morir.»
gañoso, que no es malo que se lancen tras lo que les apetezca, que pue- Una mujer que ha logrado abrirse camino me dice: «Trabajo mu-
den hacer una cosa u otra y seguir siendo tan femeninas como antes, cho. Hago mi trabajo muy bien, pero cuando la gente me alaba pienso:
insistiendo en que esa afirmación de su personalidad no implica la dis- "Bueno, estas personas se empeñan en ser amables conmigo." ¿Por
minución de otros seres, ellas se darán a sí mismas permiso para uti- qué no he de sonreír, contestando: "Muchísimas gracias", y hasta in-
lizar sus grandes habilidades, y se comportarán admirablemente. Para vitar a esos amigos a tomar unas copas, obrando como hacen los hom-
ellas, dar con gente que no se derrumba cuando dicen "no" es casi una bres para acabar de remachar el buen momento? Pues no... Procuro
conmoción.» escabuUirme después de oír el cumplido, como si hubiese hecho algo
Hemos sido formadas no para iniciar algo, sino para responder; vergonzoso.» Esta joven se ha separado espontáneamente de las otras
no para escoger, sino para ser escogidas. «Mi tarea consiste en ayudar mujeres. No sólo se encuentra ligeramente avergonzada por el rubor
a las mujeres a vencer el temor a la clara autodefinición y a la respon- competitivo sentido al oírse elogiada, sino también asustada. Nos no-
sabilidad personal — continúa diciendo el doctor Peabody —. Ésta es tamos abrumadas a consecuencia del temor de «hacernos» demasiado
la única manera de que la mujer pueda escalar los puestos superiores. importantes. Estamos perdiendo nuestro derecho a la opción femenina:
En ocasiones, son necesarios de seis a ocho meses de continuos esfuer- haciéndonos tan autosuficientes no habrá ningún hombre que quiera
zos dentro de una empresa para conseguir ese objetivo, aun tratándose cuidar de nosotras.
de las más preparadas. Pero, en fin, ya aprenderán.» No creo que la consecución de un propósito sea un bien absoluto,
En la mayor parte de los casos, la recompensa por vernos como ni que quien no experimenta sea necesariamente infantil. Podría decir
seres capaces y de valor nos llega tarde, tras la elaboración de nuestros incluso lo opuesto. Pero una cosa es decir que no se desea el poder,
más profundos conocimientos. Es como intentar convertirse en bailari- decidir conscientemente que no vale la pena emprender la dura carrera,
na de ballet después de haber cumplido los veinte años. Nuestra psi- y otra muy distinta que no se quiera sentir «como un hombre», esto
que ha sido ya acondicionada para responder únicamente a ciertos ti- es, volverse insensible y hambrienta de dominación. Todo esto es ra-
pos de elogio; resulta difícil ajustarse a una nueva serie de estímulos, zonable, admirable incluso. Mas otra cosa es suponer que no te esfuer-
por atractivos que puedan ser. zas por conseguir el éxito, debido a que no quieres verte masculinizada,
«¡Es usted tremenda! —exclama el jefe—. «¡Vaya trabajo que cuando la razón real es que estás sucumbiendo ante tus temores de
ha hecho!» pequeña, pensando en el triunfo y la autonomía como elementos de-
Nos ruborizamos. El jefe no puede haber sido sincero. Lo nuestro terminantes de la separación. La elección no puede ser hecha a menos
ha sido cosa de chiripa. No seremos nunca capaces de repetirlo. que sea consciente.
He aquí la dualidad en que vivimos. Percibimos el elogio cuando La idea de la elección se ve acosada por dificultades filosóficas,
se formula. Y no le damos crédito. Vemos el reconocimiento de nues- pero en nuestras vidas, habitualmente, es posible distinguir entre el
tras realizaciones como una especie de lisonja, equivocada o insincera. acto de decidir que no queremos algo y el de chillar, simplemente:
Pero si no podemos encajar la alabanza y el reconocimiento durante «¡Están verdes!» Una mujer que acaba de salir de una aventura amo-
la enconada lucha para lograr un asidero y atisbar quiénes somos, ¿por rosa de carácter devastador, manifesta: «¡ Al diablo los hombres! Aho-
346 MI MADRE, YO MISMA. LOS AÑOS DE SOLTERÍA 347
ra voy a concentrarme en mi carrera.» Para el espectador ajeno, esa hemos de buscar hombres superiores a nosotras. Las mujeres han de
mujer parece resuelta y dueña de sí misma; pero a menos que dé aprender que su amor propio no puede depender de los varones "su-
con alguien que le proporcione la atención e intimidad que todos ne- periores". Hemos de dejar de sentir la necesidad de un papá.»
cesitamos, simplemente incurrirá en contradicción al decir: «Yo sé Un hombre muy aferrado al dinero destruye nuestra ilusión en en-
cuidar de mí misma. No necesito la ayuda de ningún hombre.» contrar el poderoso y super-provisor padre que puede darnos todo lo
Otra mujer «escoge» prescindir de los hombres porque «no me que, según nuestra creencia, no podemos conseguir por nosotras mis-
prestan el apoyo que preciso, ni emocional ni económico». Oyendo ha- mas. «Cuando una mujer se casa —manifiesta Sony a Friedman—, y
blar a una mujer, raro es que lleguemos a aceptar sus declaraciones descubre que su marido es tacaño, o ve que le da un ataque o poco
como demostración del reforzamiento de su carácter. Resulta importan- menos cada vez que ella se compra un vestido, el golpe que sufre es
te preguntar: ¿es su elección propia de una persona adulta? ¿nos ha- tremendo. No hay cosa que ofenda más a la mujer que la tacañería.
llamos ante las demandas de una criatura desconcertada? Las mujeres son capaces de tolerar la impotencia, el sadismo, y la in-
Dice Helen Kaplan, psicoanalista y terapeuta sexual: «Estamos en fidelidad. La avaricia elimina por completo al marido de la vida de la
un período de transición. Las mujeres queremos triunfar por nosotras esposa.»
mismas, pero todavía buscamos el super-papá, quien alcanzará un éxi- Simbólicamente, nada se dice aquí respecto que una es grande y
to todavía mayor que el nuestro. En términos numéricos, la mujer poderosa según la fortuna de que disponga. Lo último que desearía es
orientada hacia la carrera profesional se enfrenta con más hombres dis- definir en estas páginas el dinero como el tipo de valor en virtud del
ponibles. Probablemente es más activa desde el punto de vista sexual cual los hombres han pensado que vale la pena matarse trabajando,
que la persona con orientación hogareña. Pero el gran número de mu- pero es vital que las mujeres entiendan sus posibilidades de opción con
jeres orientadas hacia el trabajo están decepcionadas por la idea de que respecto a aquél, que vean cuan a menudo las inconscientes ansiedades
la mayor parte de los hombres que conocen son triunfadores en un de la separación juegan en nuestras actitudes ante el vil metal.
grado inferior a ellas. Para mujeres así, un hombre que tiene menos Desde la niñez aprendemos a manipular el dinero, no a ganarlo.
poder que ellas puede no ser atractivo.» La mitad de las discusiones sostenidas por el padre y la madre se en-
Las mujeres ganan con el matrimonio; los hombres pierden. Dice cuentran relacionadas con el dinero. Percibimos la idea de ella: si el
la socióloga Cynthia Fuchs Epstein: «Mucho se habla acerca de la re- marido la amara más, las cantidades que le asignaría serían mayores. El
volución de las mujeres, pero no hay cifras que revelen que esto esté dinero es la prueba de que él quiere cuidar de ella. (Es un axioma del
cambiando.» Y, sin embargo, si las mujeres pudiéramos superar nues- psicoanálisis que cuando una criatura hurta dinero del bolso de su
tra asimilada necesidad de unirnos a alguien más poderoso que noso- madre está robando amor.) Si la madre se ve obligada a ganar dinero,
tras — y aceptar la más democrática idea de una relación entre igua- esto significa que no depende tanto del padre, y que es menos amada
les—, nuevos grupos de hombres quedarían a nuestra disposición. «Ni por éste. Lo que debemos hacer es dar un vuelco a la situación. En
siquiera acepto salir a cenar con un hombre que gana menos dinero vez de ganar dinero nosotras, lo cual nos presenta como seres separa-
que yo», dice una mujer divorciada, directora de una compañía de dos, no amados, e independientes, hacemos que el esposo nos fije una
publicidad. Y cena, noche tras noche, sola. asignación, como hizo la madre en su día. Ésta utiliza el dinero no
No es nuestro triunfo en la vida, sino cierto residuo, las necesida- para amenazar la simbiótica conexión, sino para establecerla más fir-
des simbióticas de la infancia, lo que empuja a muchos hombres al memente.
alejamiento. Ocultas bajo un frío y sofisticado disfraz, esas necesidades El hombre cree que el establecimiento de un sistema de recompen-
emergen en los años adultos. Jackie Onassis fue desde el Presidente sas (el hecho de dar a la esposa algún dinero extra para que se compre
Kennedy hasta Aristóteles Onassis. ¿Cuántos hombres puede haber un nuevo vestido) es idea suya; la mujer es cómplice en esta maniobra
para ella de continuar moviéndose en esa trayectoria? La gente espe- desde el principio. Ya de mayores, en posesión de un «papá generoso»,
cula acertadamente: no volverá a contraer matrimonio. todavía nos gusta recibir alguna cantidad de dinero adicional por ha-
Dice la doctora Kaplan: «Creo que muchos hombres se sienten fe- ber sido «buena chica». De esta forma, el dinero queda implicado en
lices al aceptar a mujeres de superior ejecutoria. Nosotras no somos el proceso de la proximidad, no en el de la separación. «Sin embargo
capaces todavía de proceder de igual modo. Seguimos pensando que — dice la profesora Jeanne McFarland —, aunque la esposa se siente
348 MI MADRE, YO MISMA LOS AÑOS DE SOLTERÍA 349
orgullosa de ser capaz de sacarle dinero con lisonjas, no pierde de vis- nes de dinero; cuida de mí.» Al mismo tiempo decimos: «El dinero es
ta que el poder real que da el dinero radica en el marido. Cuando el muy importante. Yo no puedo ganarlo, de manera que habrás de pro-
hombre la amenaza con dejarla, la mujer, en vez de pensar rápidamen- curarte el necesario para los dos, y si yo consigo algo por mis propios
te en la forma de mantenerse a sí misma, siente la antigua, la familiar medios, la verdad es que voy a tomar grandes decisiones a ese respec-
paralización de su ser. Después de convertirte en esposa, ya no dispo- to.» (¿Y para qué comentar el tercer mensaje?; «A pesar de todo lo
nes realmente de opciones económicas, puesto que te has fabricado el que acabo de decir, quiero tener la impresión de que eres tú quien
modelo que te hace depender de una persona.» toma aquí las decisiones.»)
Cuando el Consejo Americano del Seguro de Vida, en su cuestio- «La cuestión del papel que representa el dinero para una mujer, y
nario anual pregunta: «¿Qué significa la masculinidad para ti?» un lo que éste deja de ser para ella, es algo que constituye un auténtico
ochenta por ciento de la población, como mínimo, responde: «Una rompecabezas —dice Emily Jane Goodman, abogado y coautora de
buena fuente provisora.» (La sexualidad queda tan abajo en la lista de Money, Wornen and Power—. En el caso de no tener un hombre a
contestaciones que no merece ser mencionada.) Para la mujer soltera quien entregárselo, se encuentra en un dilema. Una forma breve de
que trabaja, intentando encontrar su elusiva identidad, esto significa expresarlo es: "¿Qué mujer se echa a la calle para comprarse, sin más,
una cosa: al convertirse en una provisora demasiado buena se torna un 'Porsche'?" Todo se reduce a una cosa sexual. Para los hombres,
no femenina. Está privando a un hombre de representar su papel en el éxito económico es una experiencia intensamente sexual. Para las
la vida, anulando el suyo, si es que tiene alguno. En la AT & T, las mujeres, no. Si ganamos dinero, no sabemos disfrutar de él al estilo
mujeres pueden conseguir una instrucción superior dentro de la com- del hombre. Nosotras no acumulamos hombres, ni tampoco riquezas.
pañía, en tanto ascienden por la escala corporativa. «Por sí el abismo No vemos estas cosas como intercambiables. Los hombres no se sienten
que hay entre lo que ella hace y el salario del marido no fuese dema- sexualmente atraídos por nosotras por nuestra riqueza y nuestro po-
siado grande ya —manifiesta Amy Hanan, el jefe de personal—, la der. Así como el dinero es verdaderamente un afrodisíaco cuando es
mujer se aprovecha del ofrecimiento. Pero cuando esa distancia se obtenido por los hombres, resulta un elemento bloqueador cuando es
hace exageradamente grande, a menudo se pone en peligro el matrimo- ganado por las mujeres.»
nio. Se trata de algo más que de una amenaza.» Incluso si podemos avenirnos con el papel inverso inherente en
Tradicionalmente, cuando las mujeres disponen de dinero propio, la idea de ganar más que nuestro esposo, hemos de vivir oyendo los
quien cuida de él es un banco, el esposo o el padre. Esta ignorancia comentarios desaprobatorios de los demás: «No me gustaba que la gen-
socialmente sancionada enmascara un tremendo interés por el dinero, te me mirara de reojo por el simple hecho de que ganara más dinero
junto con una sensación de desvalimiento. Dice Jeanne McFarland: «Las que Jack —dice una mujer divorciada, perteneciente al personal di-
mujeres se comportan estúpidamente con respecto al dinero. Están dis- rectivo de una empresa—. Me esforcé para que aquello no me turba-
puestas a encajar la necia caricatura clásica a fin de contar con el papel ra. Finalmente fue demasiado para mi marido. Sé que el dinero, mi
socialmente aceptado de la feminidad. Sin embargo, no sé ahora de dinero, fue la causa de que nos separáramos.»
ninguna mujer que realmente se desenvuelva conforme a este clisé.» Una manera de resolver nuestra infantil necesidad de tener a nues-
Las mujeres suponían el 33 por ciento de la población activa de tro lado un hombre más poderoso que nosotras es la de «preferir» ga-
los EE.UU. en 1960; ahora, ese tanto por ciento ha subido al 407, nar menos dinero. En muy raras ocasiones he oído decir a una mujer
algo que no se esperaba alcanzar hasta el año 1985.9 El economista que deseaba ganar un millón. Son incontables, en cambio, las que me
Eli Ginzburg considera esta irrupción de las mujeres en el campo la- han confesado: «Quiero casarme con un millonario.» Al decidir deli-
boral «el fenómeno más sobresaliente de nuestro siglo».10 Y, no obs- beradamente confiar la cuestión de ganar dinero a otra persona, por
tante, a la mayor parte de las mujeres les gusta dar la impresión de medio del matrimonio, para así disponer de alguien fuerte en que apo-
que «el hombre de la casa» administra el dinero, en tanto que ellas yarnos, no hemos robustecido a la mujer adulta que hay en nosotras,
no sólo contribuyen sino que además formulan la mayoría de las de- sino que hemos reforzado a la niña que también somos.
cisiones de tipo consumista. Un cheque a fin de mes, a cambio de nuestra actividad profesional,
Todo eso conduce a formidables discusiones a causa del doble men- es prueba irrefutable de que podemos valemos por nosotras mismas.
saje emitido por las mujeres: «Pobre de mí, no sé nada sobre cuestio- Esto es tan innegable y tan simple como que la lluvia nos deja a todos
350 MI MADRE, YO MISMA

mojados. Una vez hemos quedado a buena altura en un trabajo, tan


pronto como podemos apreciar prácticamente el valor del dinero, se
desvanece en gran parte el temor que inspira. Ya sabemos lo que cuesta
de ganar; aprendemos a gastarlo, a ahorrarlo; nos damos cuenta de
todo lo que podemos lograr con él. Ya no es un enigma que sólo los
hombres pueden comprender. El dinero, en tu bolsillo, te proporciona
CAPÍTULO 11
firmeza, confianza en el terreno que pisas. Hasta tener una alternativa
económica en el matrimonio, no se nos ofrece ninguna, en absoluto.
Intentaremos asignarle una función para la que no está hecho. El amor MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS
no sobrevive fácilmente a una relación de poder en la cual uno de los
participantes puede, económicamente, someter a un chantaje al otro.
Bill y yo decidimos unirnos en matrimonio en el curso de la pri-
Cuando éramos pequeñas, y nuestra madre tenía un empleo o ejer-
mera hora que pasamos juntos. Jamás me había tocado. Le conocía
cía una profesión, podíamos abrigar algún resentimiento por no haber-
desde hacía dos años y durante todo este tiempo no había esperado
se encontrado en casa a nuestro regreso del colegio. De la misma for-
ciertamente que hiciese tal cosa. Yo siempre había estado en compañía
ma, si no subvertía su sexualidad, poniéndola al servicio de su condi-
de otro hombre; él tampoco se hallaba solo. Una mañana le telefoneé
ción de madre, recelábamos porque nos parecía que no era tan afec-
para decirle: «Hoy celebro mi cumpleaños.» «En cuanto le haya saca-
tuosa y hogareña como las otras madres. De adultas, quizá reconocere-
do brillo a mis zapatos, me echaré a la calle para llevarte a comer don-
mos que nos proporcionó algo mejor: la imagen de la sexualidad, de
de quieras», respondió él con la misma naturalidad que si hubiésemos
la independencia, de la mujer que gana dinero, que lo gasta, que goza hecho esto durante años enteros. Fuimos al Drake y nos sentamos en
habiéndose liberado de la ansiedad producida por el hecho de no sa- la oscuridad al fondo del bar. «Cuando tú y yo empecemos — m e
ber si será capaz de mantenerse a sí misma en el caso de que algo dijo tras nuestro primer martini —, lo nuestro no va a ser lo de otras
ocurra. «Las chicas que están más impuestas de que la autonomía pre- muchas veces.»
supone la independencia económica —dice Jeanne McFarland—, son Nada en mí se opuso a tal declaración. «Tú termina con eso que
las hijas de las mujeres que ejercen carreras profesionales.» tienes con Tom — prosiguió diciendo —, y yo daré fin a lo mío. Espe-
A veces, aun cuando aspiramos a una carrera y a la sexualidad, raré.» No llegamos a comer. Al dejar el bar, nos detuvimos en la es-
continuamos irritadas por no haber sido nuestra madre como, de niñas, quina que forma la Quinta Avenida con la Calle 55, mirándonos mu-
nos habría gustado que fuera. La irritación es una forma de mantener tuamente. Habíamos decidido pasar el resto de nuestras vidas juntos
algún tipo de atadura. En tanto sigamos obsesionadas por el resenti- y no nos habíamos besado jamás.
miento motivado por lo que ella no hizo, no tendremos que pensar en Mi llamada telefónica a Bill había revelado que yo era una perso-
lo que debemos hacer. «A las niñas — dice Jessie Bernard — siempre na muy avanzada en el proceso de la separación. Fue lo que le llevó a
se les ha deparado la opción de llamar a la madre cuando estaban ne- actuar rápidamente desde el mismo principio. «Me encanta que yo no
cesitadas de ayuda y apoyo, hasta cumplir los cincuenta años. La ma- sea tu vida», dijo. Acerca de los hombres, el único consejo que mi
dre ha de tener derecho a decir: "Perfectamente. Yo ya he hecho lo madre me dio fue: «Cásate con un hombre que te ame a ti más que
mío. Mi misión ha terminado."» tú a él.» No me lo transmitió como una fórmula. No acierto a re-
«Este dinero que en circunstancias ordinarias hubiera dado a mi cordar el contexto en que me lo dijo. Pensé que acabaría por dese-
hija, lo he gastado en un viaje a París — me cuenta una mujer —. El char la idea, como me había desentendido de otros de sus bien inten-
día en que puse los pies en el avión, me dije: "¡Ésta es mi declaración cionados aunque en su mayoría irrelevantes consejos. Pero la forma
de independencia!"» misteriosa en que aquellas palabras me quedaron grabadas permiten
apreciar el profundo efecto que causaron en mí. No estaba aún dis-
puesta para el matrimonio; mi vida de soltera se encontraba en su
cumbre. Pero nunca dudé de que aquél era el hombre que me había
sido destinado.
352 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 353

¿Porque él me amaba más que yo a él? Había habido otros hom- había abandonado la mesa, para sentarse ante la barra del bar, a poca
bres que me amaron por distintas razones. Cuando me pidieron que distancia, no apartaba los ojos de mi madre. Nunca le había contado
me casara con ellos, cuando me hablaron de su amor, no contesté... aquel episodio. «¿Por qué no volviste a verle?», le pregunté, fascinada
No podía sintonizar las emociones a que se referían. Bill vio la parte por algo que no había percibido en ella antes. «Porque mi padre no
de mí que deseaba llegar a ser. quiso...» Entonces, Bill intervino para decir a mi madre: «Verás lo que
Tampoco Bill estaba preparado, dispuesto para casarse. Había es- se me ha ocurrido, Jane. Vamos a hacer algo que te compense de la
crito varios libros sobre el placer de la soltería. Me gustó que viera perdida aventura. Ahí fuera hay un taxi. ¿Qué os parece si nos tras-
en mí algo que le hiciera cambiar de opinión; conforme fui queriéndo- ladamos los cuatro al aeropuerto Kennedy y tomamos un avión para
le más, me transformé progresivamente en la persona que él admiraba. Puerto Rico? Los cepillos de dientes que necesitemos los compraremos
Y, sin embargo, yo había tenido siempre la impresión de haberle de- allí.» Cuando dejamos a mi madre y a Scotty frente a su hotel aquella
fraudado. Había tropezado conmigo un buen día. La mujer que le lla- noche, ella decía todavía, suplicante: «¡Oh, Scotty! Olvídate de tus
maba, la mujer que dejaba a los hombres fácilmente y volaba alrededor citas de negocios para mañana. ¡Vamonos de aquí!»
del mundo por su cuenta, conservó su independencia hasta el momento A partir del momento en que me vio en compañía de Bill, nuestra
de enamorarse. Me sentí segura solamente cuando empezó a amarme relación experimentó un cambio. Fue un hecho que abrió en ella algo
más que yo a él. Su forma de amarme me ata a Bill. «No me dejes que no se había atrevido a exponer antes. ¿Me había convertido yo
nunca», le susurro al oído por la noche. Esto le desconcierta. Ve en en la madre, dándole permiso para que cediera por una vez en lo re-
mí una mujer suficientemente decidida como para escribir libros como ferente a una anticuada faceta de su carácter? ¿Era aquello una cues-
éste. Lo soy, en efecto, pero también soy una persona atemorizada. tión competitiva? ¿Acababa de instalarse acaso en mi piel? Probable-
Siempre me ha complacido mucho que mi madre se sintiera tan mente un poco de cada una de esas razones. Sin embargo, creo que
atraída por Bill como aprecié en seguida. Responde a él físicamente. todo se reducía principalmente a la alegría que le producía el hecho
Cuando pisa en su compañía una pista de baile, ella quisiera que la que yo hubiera dejado atrás una barrera, dejándole el camino libre al
noche nunca llegara a su fin. Nunca le critica, como suele hacer con proceder así. Me sentía a gusto viéndome, en unión de Bill, avanzar
el esposo de mi hermana. La primera vez que llevé a Bill a casa, mi en cabeza, porque creía más en nosotros que en los demás. «Cásate
madre daba un cóctel. Un banquero de la localidad ofreció a Bill un con un hombre del cual tu madre esté medio enamorada», es el conse*
trabajo. «Nos marchamos a Europa», anunció Bill. Mi madre nos miró jo que doy a mis amigas solteras.
a los dos alternativamente. «¿En el mismo barco?», preguntó. Rápi- ~~~ Cuando, cuatro meses más tarde, le cablegrafiamos desde Roma no-
damente se sobrepuso a aquel primer amago de ansiedad. «¡ Oh, qué tificándole nuestro propósito de casarnos, dejó a un lado su temor a los
romántico!», exclamó. Por el hecho de estar acompañada por un hom- aviones y partió hacia Europa por primera vez. Nosotros habíamos pla-
bre que respetaba, ella actuaba como una mujer y no como una madre. neado una bella ceremonia con motivo del enlace, a celebrar en Mi-
Antes de zarpar el buque, mi madre y mi padrastro se presentaron chelangelo Campidoglio, el ayuntamiento de Roma. Después se cele-
en Nueva York. Bill estaba tomando parte en un simposio literario. De braría el banquete de bodas en el Casino Valadier, en otro tiempo
pronto, fue abandonada la conversación, cortés y anodina, para ser sus- villa perteneciente al hijo de Napoleón, desde la cual se dominaban las
tituida por una acalorada discusión sobre el tema del acto carnal en fuentes de la Piazza di Popólo. Mientras cuidaba de los detalles refe-
la literatura. Durante una pausa, Bill miró, turbado, a mi madre. «¿Nos rentes al menú, a las flores, a la ceremonia, a las reuniones a que asis-
vamos?» Ella se sentía abrumada. «¡Oh, no! Sigamos aquí», repuso. tiríamos por aquellos días, me dije que había tenido en cuenta los
Después, nos trasladamos a un bar del Village. «Una vez — contó gustos de mi madre, tanto como los de Bill y los míos propios. Se tra-
mi madre—, cuando tenía veintiocho años, conocí a un hombre en taba de nuestra boda, pero, por primera vez en mi vida, al formular
una estación de ferrocarril. Era capitán del ejército. Se había formado un juicio, obré al estilo de ella. La noche antes de nuestra boda, pedí
una cola delante de la cabina telefónica y él me cedió su sitio. Aquella a Bill que se fuera, no sólo de la habitación que habíamos estado
noche cené con él. Cuando al día siguiente llegué a casa de mis padres, ocupando, sino incluso del hotel. Mientras mi madre salía rápidamente
había allí un ramo de rosas del capitán. Quería verme de nuevo, pero al encuentro de su aventurera hija, yo me disponía a volver a ella.
no pude...» Su voz se apagó. Sonrió, ruborizada. Mi padrastro, que Camino del altar, estuve discutiendo con Bill en todo momento.
354 MI MADRE, YO MISMA
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 355
Nuestras discusiones prosiguieron hasta el instante de prestar juramen-
to ante el hombre que lucía la faja roja, blanca y verde de la ley civil cuñado. Yo nunca le había pedido nada, en toda mi vida. ¿Cómo iba
italiana, prometiendo que pasaría el resto de mi existencia en la «stan- a negarse? Sonreí observando la resistencia de Bill. Él no tenía fami-
za» (habitación) de Bill. Por mucho que deseara casarme con él, no liares tan unidos y afectuosos como los míos. «¡Uno para todos y to-
quería que todo lo demás se esfumara: los hombres, los viajes, las po- dos para uno!» era el brindis de mi abuelo cuando reunía a los miem-
sibilidades de cambio... ¿Esperaba a medias, quizá, que Bill acabara bros del clan. Ahora sonrío, al contar esto, pero la verdad es que fui
con todo ello? No lo sabré nunca. En el momento de casarme, me haciéndome mayor creyendo en esas palabras. Escribí a mi madre. Me
encontré casada por tres veces. De la noche a la mañana me convertí acuerdo del día en que llegó su contestación. Vi un abultado sobre
en esposa. Escribí a casa, solicitando el envío de recetas de cocina. colocado sobre la mesita del vestíbulo. El sobre contenía cinco hojas
Compré una serie de vistosos vestidos. Desterré de mi mente los más de papel destinados a explicarme por qué no le era posible actuar de
remotos pensamientos de infidelidad y me prometí no fijarme en nin- fiadora en la petición de nuestro préstamo. Bill me abrazó, sin pro-
gún otro hombre. Di todo mi dinero a Bill. No, ni siquiera mi nombre nunciar una palabra.
había de figurar en los cheques. Cuando yo necesitara dinero, se lo No contesté aquella carta de mi madre. Mi silencio encubría, sim-
pediría a mi marido. plemente, el deseo de volver a ella. Necesitaba comprender a toda cos-
Me agradaba el aspecto que ofrecía mi madre con su esposo, y ta lo ocurrido. Como no podía dormir, Bill solía gastarme una broma:
yo con el mío, considerándonos dos parejas felices. Cuando se presen- «Incluso en sueños, Nancy pregunta a todas horas: "¿Qué significa
taban en Nueva York, nos íbamos todos a algún sitio, a bailar. Estan- esto?"» El dolor que experimenté influyó en mi relación con mi madre.
do en Italia, abandonábamos nuestro trabajo y los llevábamos a Flo- Toda una vida había quedado como en equilibrio en el aire. Si la fa-
rencia o a Positano. Yo era meticulosa en todo, y siempre llamaba i milia era algo tan importante, si ser una buena hija significaba algo
tiempo por teléfono a los hoteles para asegurarme de que mi madre superior a todo lo demás... ¿por qué se me había de negar entonces
disfrutaría de la mejor habitación, por ejemplo, aquella que tenía la mi recompensa?
bañera en un voladizo, gracias a lo cual ella podría estar dentro de la En las cartas que recibí de mi madre en el curso de los meses pos-
bañera teniendo la impresión de que se hallaba rodeada por todo el teriores, no se hizo alusión alguna al asunto del préstamo. «Lamento
Mediterráneo. mucho que andes tan ocupada, querida — me decía ella, a lo mejor —.
«Nancy, te empeñas en preverlo todo», me decía Bill, cuando yo \ Me gustaría que encontraras unos minutos para enviarme unas letras,
pensaba en las actividades a desarrollar, con objeto de complacerles, una pequeña nota.» Cuando volví a escribirle no mencioné para nada
desde la mañana hasta la noche. «No, no», respondía yo maquinalmen- lo de la casa, pero esta cuestión rondaba en por mi mente a cada mo-
te. Y a continuación llamaba al restaurante, para asegurarme de que mento, produciendo un rumor como de íormenta.
el violinista se acordaba de que la melodía preferida por mi madre era Seis meses después encontramos otra vivienda menos cara, que ad-
«Fascinación». Ahora, de casada, quería ser una buena hija; ahora, quirimos con nuestro dinero. Nunca me he sentido en ninguna otra
ya casada, podía lograrlo. casa más en mi hogar que allí. Era mi hogar y el de Bill. ¿Arrancaba
Cuando los hombres se me acercaban, sentía la excitación de otros esta impresión del hecho de haberla comprado sin ayuda de nadie? Sólo
tiempos, pero me notaba, asimismo, atemorizada. Una noche, en un en parte. A diferencia de lo que me ha ocurrido en las otras casas en
bar, un hombre me dijo: «Usted y su esposo pasan demasiado tiempo que hemos vivido, no tuve ninguna vacilación al decorarla. Sabía exac-
juntos.» Cinco minutos antes, al rechazarle, yo había sentido una pun- tamente qué era lo que deseaba. Una tarde soleada, mientras me ha-
zada de pesar. Ahora tomé sus palabras de crítica como un cumplido. llaba tendida en una antigua cama de campaña que había pertenecido
Al trasladarnos a Londres dimos con una hermosa casa que se en- a un oficial británico, cama que se adaptaba a mi cuerpo como una
contraba en venta. Por el hecho de ser escritores, carecíamos de cré- segunda piel, me puse a leer un libro cuyo tema era la sexualidad fe-
dito, «Escribiré a mi madre», dije. «No lo hagas. No pidas dinero a menina. La autora sostenía una teoría: a su juicio, el potencial orgás-
tu madre.» «No se trata de pedirle dinero», puntualicé. «Voy a pedir- mico de una mujer radicaba primariamente en la confianza que tuviera
le que actúe como fiadora en la petición de un préstamo.» Le recordé en los hombres, inicialmente desarrollada en su relación con el padre.
que, con frecuencia, mí madre había auxiliado a mi hermana y a mi «Pero, ¿qué ocurre con la madre?» fue mi inmediata respuesta. La
idea que dio lugar a este libro nació en aquella casa.
356 MI MADRE, YO MISMA
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 357
Finalmente, mi madre y mi padrastro nos hicieron una visita. Con-
mis antiguos amigos. Aunque durante años había discutido continua-
tenta en mi nueva casa, olvidados los pasados enfados, volví a embu-
mente con mi madre, sosteniendo que era propio de gente provinciana
tirme en mi viejo atuendo de buena hija, y organicé un espléndido
vivir en los suburbios, mi esposo y yo abandonamos la ciudad. Mi ma-
cóctel con objeto de que pudieran conocer a nuestros amigos ingleses.
dre y yo nos hicimos grandes amigas. Al casarme, empecé a revalidar
Bill y yo destinamos una parte del tiempo de nuestro trabajo para
la vida de mi madre, como una sonámbula. Solía referirme a mis años
llevarlos a Francia en avión y mostrarles el París que nosotros amába-
de soltera diciendo que eran los de "mi rebelión". Ahora me refiero
mos. Cierta noche en que me hallaba sentada junto a mi madre, en
a los de mi matrimonio señalándolos como los de "mi regresión".»
un restaurante, ella fue acercándose a mí, hasta casi abrazarme. Sentí
Cuando nos casamos, no sabemos cómo hemos de ser. Intentamos
deseos de apartarla de un empujón. Pero me limité a inclinarme hacia
«dar forma» a nuestro matrimonio, a la unión con el hombre que
el lado opuesto, en dirección a Bill, furiosa a medias, y también arre-
amamos, planeando las cosas como las planeábamos en los años de sol-
pentida y con remordimiento por no poder darle el afecto que solici-
tería. Terminamos por asimilar solamente aquellos aspectos cálidos y
taba. A veces, el ramalazo de cólera surgía al hacer un recorrido por
entrañables del matrimonio de la madre, arrojando a un lado el resto.
Nótre J)ams, o dando un paseo por las galerías de unos almacenes. Una
Un día, nuestro esposo dice, enfadado: «Eres igual que tu madre.» No
vez me levanté, dejándola sola en el Café de París. Nunca hablamos
hay nada que resulte tan incisivo.
de tales escenas; siempre me acogía con una sonrisa cuando nos veía-
Todo nos la recuerda. Cuando decoramos la casa, cuando estamos
mos de nuevo. Mis iras parecían haber sido suscitados por otra perso-
plantadas ante el hogar de nuestra cocina, o bien al comprar ropas apro-
na, en otro tiempo. Realmente así era.
piadas a nuestra condición de mujeres casadas, ¿quién es la persona
¡ Oh! Quizá mi madre hubiera debido prestarse a garantizar aquel
que se nos viene a la mente? Cuando él paga las cuentas, cuando nos
préstamo, o tal vez incurrí en un error al pedírselo. Hay preguntas
explica cómo hay que proceder para enfrentarse con los problemas de
que no tienen respuesta. Nunca puede saberse con exactitud quién tie-
la vida, cuando nos promete amor para siempre, sentimos lo mismo
ne razón y quién está equivocado. El enojo provocado por la colisión
que sentíamos en otro tiempo junto a la madre. O lamentamos que
entre las esperanzas que me inspiraba mi madre y la estimación de lo
no sea así. Al unirnos a él resulta que volvemos a reunimos con ella.
que podía o no podía hacer por mí... esto era la realidad. Fue el co-
«La simbiosis es difícil de quebrantar — dice el doctor Robertie-
mienzo de mi responsabilidad de ser yo misma.
11o—, porque está muy respaldada por la sociedad. Esta tenaz proxi-
* * * midad de madre e hija es vista como algo idílico, como una cosa ma-
ravillosa. En realidad, después de haber cumplido la niña un año y
medio o dos, supone un inconveniente terrible. No existe ningún mo-
Tan dulce resulta el primer sabor del matrimonio que renunciamos
tivo de alegría, desde luego, cuando esta simbiótica dependencia se
a todas las cosas. Abandonamos nuestros nombres, decimos adiós a
produce entre una madre que tiene una hija de ocho... o dieciocho
nuestros antiguos amantes y amigos, y cancelamos nuestras cuentas co-
años. Si una mujer de veinticinco años está casada y no pasa un día
rrientes y libretas de ahorro, poniéndolo todo a nuestro nuevo nombre
sin que deje de telefonear a mamá, es que algo marcha mal. La socie-
(el del marido). Perdemos nuestro crédito personal para siempre, mien-
dad prefiere siempre respaldar las inseguridades de la gente, más que
tras el hombre no muera o nos abandone, pero no queremos saber
sus posibilidades de salud, independencia y de ruptura de una tradi-
nada de tales argumentos. Hemos cubierto el ciclo completo. Estamos
ción.» Para defender nuestra individualidad en el matrimonio se exige
en casa. Nada pudo ser mejor que ponernos en sus manos.
un esfuerzo consciente casi sobrehumano.
Las inciertas recompensas de la autonomía parecen ahora algo así
«Apóyate en mí», dice nuestro esposo, sin darse cuenta del alcance
como una rebelión, simplemente una fase infantil, por la que teníamos
de semejante invitación. «¿Cómo iba a saber yo —dice un hombre
que pasar para llegar donde estamos. «De soltera —dice una divor-
divorciado— lo que ella quería indicarme al decir que la cuidara?
ciada de treinta y dos años—, llevaba una vida alocada. Tenía un
Desde luego, contesté afirmativamente. Esto hacía que me sintiera or-
apartamento impresionante, un trabajo que me permitía ir de un lado
gulloso de mí mismo, que me considerara un hombre competente.»
a otro del mundo, amantes... ¡Oh! ¡La de hombres de los cuales lle-
«Necesito dormir muchas horas seguidas», dice la esposa. «De acuer-
gué a estar terriblemente enamorada! Luego me casé y dejé de ver a
do — replica él—. Cuando te encuentres fatigada, dímelo y nos iré-
358 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 359

mos.» «No, no me comprendes. Eres tú quien debe decidir cuándo te- para encontrarnos con ella de nuevo. Tan completa es la reunión, que
nemos que irnos. Si me lo dejas a mí, seguiré aquí durante toda la no importa que nuestro esposo sea más rico o más poderoso que el
noche y mañana me sentiré destrozada.» suyo: ella vive nuestro triunfo como si le perteneciera. El matrimonio
«Fui un estúpido al no darme cuenta de cuan inconveniente era el es el gran igualador.
trato que cerrábamos — declara el hombre —. A partir de ese mo- «Toda mi vida ansié conseguir la aprobación de mi madre —dice
mento, ella podía mostrarse todo lo irresponsable que quisiera, y si una mujer—. Deseaba oírla decir: "¡Bien hecho!" Nada de lo que
algo marchaba mal, había que atribuirlo a que yo no había cuidado de realicé durante mis años de soltera me procuró tal satisfacción en la
ella adecuadamente. ¿Quién creía que era yo? ¿Su madre?» misma medida que el hallazgo de un esposo. Ahora es ella quien busca
Nuestra madre, al educarnos, no pensaba en nuestra independen- mi aprobación.» Pensamos que nuestra reunión con la madre es esco-
cia, ni en que llegáramos a poseer un apartamento propio, ni en que gida espontáneamente, que supone un paso adelante en nuestra rela-
lleváramos a cabo experimentos personales con empleos, con carreras, ción, un desarrollo hacia la madurez. Por el hecho de tratarnos ella
con la vida sexual, con los hombres... A ella lo que le preocupaba era ahora como una igual, por telefonear en demanda de consejo, por de-
que sirviéramos para vivir para otros, junto a ellos y protegidas por pender de nosotras en un grado que nunca se había dado antes, supo-
ellos. Esto hace que nos sintamos más en paz con nosotras mismas que nemos que somos personas mayores. La verdad es que en el matrimonio
cualquier otra cosa que hayamos podido emprender por iniciativa pro- volvemos a ser la niña que en cierta ocasión quiso seguir las recetas
pia y para nuestro beneficio. de cocina para imitar a mamá. También nosotras nos convertimos en
De solteras, nuestra independencia puede habernos recordado al- mamas.
guna vez cierta semejanza con la situación de nuestro padre... Él tam- Muy frecuentemente, la nueva relación amistosa madre-hija se pro-
bién haría una vida aparte, lejos del hogar y de la esposa. Muchas mu- duce a expensas de lo que debería ser nuestra unión básica, principal,
jeres casadas dicen todavía que su padre fue el elemento determinador la que afecta al esposo. No quiero decir que nos aliemos con ella, pero
de su carácter, quien forjó sus actitudes. Es comprensible. La madre ¿con arreglo al patrón de quién vivimos cuando renunciamos a nuestra
ha de enfrentarse con preocupaciones, ansiedades y temores. Está di- identidad? ¿Medió una petición de él? Cuando un marido es infiel y
rectamente relacionada con las molestias ocasionadas por su dependen- la esposa no se toma la misma libertad para sí, ¿para quién permanece
cia directa del niño, por los berrinches en las horas de las comidas, etc. ella leal? Si lo sexual separó en otro tiempo a la madre y la hija, las
Todo esto ha quedado a nuestras espaldas, a mucha distancia de no- normas matrimoniales nos hacen amigas de nuevo. La monogamia es
sotras. Ahora somos como nuestro padre... Somos mujeres del mundo. la promesa solemne hecha a nuestro esposo, pero más que nada para
Pero, ¿quién fue nuestro modelo sexual? El estado matrimonial hace aplacar a la madre injertada en ello. Las normas forman una prisión,
que nos sintamos más femeninas. ¿Significa esto la identificación con
pero nos proporcionan descanso; inhiben a cada mujer por igual.
el padre? Hemos introducido el modelo materno dentro de nosotras;
«Llevábamos seis meses de casados — recuerda una mujer de
una fuerza adicional corre por nuestras venas. Con el anillo de oro en
treinta años— cuando mi esposo me dijo que no le gustaba que ha-
uno de nuestros dedos, nos despertamos como gigantes que salieran
blara tanto con mi madre por teléfono. "No quiero que vuelvas a
del sueño. Descansando en el pecho de él nos sentimos omnipotentes.
verla hasta que caigas en la cuenta del nuevo hábito que has adquirido.
Hubo otro tiempo en que sentimos lo mismo, al apoyarnos en ella.
Cuando yo quiero colocar una silla aquí y la mesa allí, las dos os ponéis
Nuestro matrimonio hizo también que el corazón de nuestra ma-
dre entrara en un período de descanso. Ello es una prueba de que ha de acuerdo y decidís que todo estaría mejor en otro sitio. Es lo mismo
sido una buena madre. Las realizaciones anteriores al matrimonio pu- que ha hecho ella con tu padre años y años, y yo no quiero que te
dieron haber hecho que se sintiera orgullosa, pero también pusieron alies con tu madre para ir contra mí. Aquí los que vamos a decidir las
cierta distancia entre nosotras. El matrimonio tiende un puente para cosas seremos tú y yo, y después se lo diremos a ella, si es que le
el regreso. Ella nos ayuda a decorar la casa, nos envía «El Gozo de la decimos algo." El hombre tenía razón. Yo ni siquiera había advertido
Cocina», nos presta dinero. Ella se encuentra a nuestra disposición. que acababa de llegar a tales extremos con mi madre. Era una postura,
Pensamos que se ha producido un cambio en nuestra madre. Somos en cierto modo, que atentaba contra él.»
nosotras, en realidad, las que hemos cambiado, dando un paso atrás De ahí arrancan los despiadados chistes sobre las suegras, que to-
dos los hombres relatan.
360 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 361

Para algunas personas, el estado de bienaventuranza amorosa de la vida adicional que sacamos del trabajo sea una traición? ¿No nos ama-
luna de miel puede continuar durante años. Idealizamos a la otra per- rá menos? ¿No estará dispuesto a dejarnos, si llega el caso?
sona, y a través de ella nos idealizamos nosotras. «Es una simbiosis Una mujer que ha conocido el éxito, me dice que para ella no exis-
muy realzada — explica el doctor Robertíello —, una especie de fusión te ningún conflicto entre el matrimonio y el ejercicio de una profesión.
con el ideal fantaseado. La otra persona no es vista como es, sino como «Fue mi esposo quien me animó a que continuara trabajando — mani-
la gloriosa persona que queremos que sea.» La inexpresada autolisonja fiesta orgullosamente. Pero antes de separarnos me confiesa—: pienso
surge inmediatamente: nosotras debemos ser también unas personas que a veces siento remordimientos... Me gustaría que al volver Jim
muy especiales por haber sido escogidas por ese increíble ser. a casa, después del trabajo, me encontrara esperándole, con una comi-
da caliente a punto. Esto es irracional, pero lo pienso. Alienta en mí
Para otras mujeres, en cambio, la realidad presenta su dura faz al
un temor que me atormenta: el de estar desposeyéndome de mi femi-
final de las dos semanas pasadas en las Bermudas, cuando él, calmosa-
nidad. Él no me ha dicho nunca nada al respecto, pero lo percibo...»
mente, se reintegra a su trabajo o vuelve a sus partidas de golf. Sale
La ansiedad aquí no se encuentra en la relación entre esposos, sino
de casa solo, y no cree que esto suponga en absoluto una traición.
en la mujer. Ella ve en los anuncios comerciales de la televisión fami-
Cuando el hombre abandona el hogar para dirigirse al trabajo por la
lias formando grupos compactos, apretados; tiene su propia historia de
mañana, su gesto de estar haciendo lo adecuado resulta inconfundible.
proximidades afectivas en el seno de la familia de su niñez; puede ha-
Por mucho que amemos nuestra nueva casa, por mucho que estime-
ber organizado, con su marido, divisiones económicas del tiempo; es
mos nuestro nombre, estas cosas no nos proporcionan lo que esperá-
posible que esté consiguiendo recompensas más reales y apropiadas de
bamos obtener del matrimonio. El yo racional sabe que debe ser paga-
su matrimonio... pero con todo, no había sido educada para eso. La
da una hipoteca, pero sin saber por qué, dentro de nosotras notamos
mayoría de los divorcios se producen en Norteamérica durante el se-
que su vida de 9 a 5 —cualquier cosa separada de nosotras— cons-
gundo año de matrimonio. El tercer año suele ser casi tan malo como
tituye una rival. Queremos amor, más amor, amor sin fin, ¿Acaso no
el anterior. Hoy día hay más mujeres que nunca trabajando fuera del
lo desea él también?
hogar, pero nuestra cultura ha conseguido enseñarnos con tanto éxito
Se nos califica de femeniles por necesitar ese amor tan ansiosamen- que la mujer está ligada al hombre (con la misma firmeza con que no-
te, pero la salida no está en el amor. Es el deseo vehemente de fusio- sotras estuvimos ligadas a la madre), que experimentamos un senti-
narnos. Si aceptamos un empleo para ganar un salario que la familia miento profundo de culpabilidad por los esfuerzos que realizamos para
precisa, como precisa del suyo, ¿por qué no nos sentimos tan a gusto 6er libres. Los hombres, por otro lado, han sido educados para que
como él con nuestra cotidiana obligación? «Todo marcha perfectamen- piensen de las mujeres así. Aunque pueden estimular nuestro afán de
te», nos dice él, para tranquilizarnos. No le creemos. La independencia trabajar separadamente, corrientemente ahí está la otra mitad del do-
de un empleo, la vida en la oficina, en compañía de otra gente, no pa- ble mensaje no hablado: ¿por qué no eres tú como era mi madre con
recen completar lo que tenemos en casa, sino que más bien entrañan mi padre?
riesgos. Las nuevas amistades y aventuras, de pequeñas, la misma ac- Es importante poner de relieve que el deseo de cuidar de alguien
tividad sexual, resultaban cosas excitantes porque se desarrollaban le- no siempre es negativo. Los hombres y las mujeres se atraen mutua-
jos de la madre. Sin embargo, por esa misma razón se hallaban tam- mente porque todos andamos necesitados de una relación estrecha e
bién teñidas de ansiedad. No decíamos nada a nuestra madre en rela- íntima. En una buena relación podemos satisfacer mutuamente nues-
ción con tales experiencias porque creíamos que podían atemorizarla. tras necesidades con placer, a un coste psíquico bajo, al menos. Sen-
La verdad era que temíamos que se enojara, en el caso de enterarse. tirse retenida entre los brazos de alguien, poder decir: «Estoy sola y
El lazo que nos unía a ella se hubiera debilitado. Esta manera de me siento atemorizara. Dime que todo marchará bien. Consuélame y yo
pensar quedó confirmada cuando averiguamos más tarde que cuantos haré lo mismo contigo cuando te ocurra lo mismo», no es solicitar una
más hombres, éxitos y realizaciones conociéramos, tanto más perdería- garantía contra todas las vicisitudes de la existencia. La mujer que
mos el amor de las otras chicas. Ellas considerarían nuestras conquis- habla así está pidiendo, simplemente, un alto en el camino para des-
tas como una reducción del trozo del pastel que les correspondía. ¿Cómo cansar, es como si se detuviera en una estación de servicio con el
puede nuestro esposo ser diferente? ¿Cómo puede no temer que la fin de reabastecerse, con el fin de hacer acopio de energías, para se-
362 MI MADRE. YO MISMA
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 363
guir adelante. No se trata de dejar el trabajo propio de la edad adulta,
No creo que haya muchas mujeres que pongan en duda la licitud
ni de someterse a una relación superior-inferior. Estamos ante la pau-
de esperar al hombre que cuide de ellas. Hemos sido educadas para
sa que refresca.
pensar que, al someter nuestra voluntad al hombre, le hacemos un pre-
Cuando «que cuiden de mí» equivale a pedir a alguien que se in-
sente tan precioso como el de nuestra virginidad. Un amigo de mi es-
terponga permanentemente entre la persona interesada y la realidad, el
poso habla de una mujer a la que conoció al cabo de quince años de
deseo es destructivo para el yo, y, por consiguiente, para el matrimo-
matrimonio. «Al principio no me di cuenta de que aquello era una
nio. En una película de 1936, titulada Dodsworih, hay una escena aventura amorosa — dice —. Siempre había pensado en las mujeres
que yo en otro tiempo habría desechado. La esposa de Walter Huston, — especialmente en la esposa — como si fueran una especie de fardo,
encontrándose a bordo de un buque, coquetea con el afable David Ni- un peso abrumador que uno tenía la obligación de llevar de un lado
ven, y de pronto se da cuenta de que ha ido más lejos de lo que se para otro sobre la espalda. Aquella nueva mujer era otra cosa... Era
proponía. Humillada, dice a su marido: «Sam: debieras cuidar de mí. desenvuelta y decidida. Por eso no advertí que me estaba adentrando
Me he asustado de mí misma. Y si me porto mal tienes que prometer- en algo serio con ella. Ahora que he visto que la cosa no va en broma
me que me darás unos merecidos azotes.» Walter Huston considera sus no quiero notar la sensación de ligereza que me hizo percibir ella para
palabras como chachara de mujer, pero la necesidad de ser atendida, detenerlo todo.»
disciplinada y protegida por un hombre como si éste fuera nuestra
No es de extrañar que haya tantas parejas que tras vivir juntas por
madre, habla de una identidad no formada: cuida de mí, dime cómo algún tiempo se sientan preocupados ante la idea del matrimonio. Te-
he de ser, quién he de ser, déjame ser tu pequeña. men que pueda echar por tierra cuanto han conseguido. «Vivimos como
Tal comportamiento es con frecuencia observado en las mujeres si estuviéramos casados — dice una de ellas —. ¿Qué cambiaría en
cuya total orientación hacia la existencia es una especie de repetición nuestras vidas si nos decidiésemos a celebrar una ceremonia legal?»
de las insatisfacciones causadas por una madre fría, nada inclinada a Sin embargo, el matrimonio nos cambia; introduce un elemento for-
la acción de dar. Incluso en el terreno sexual, tales mujeres esperan mal en nuestras vidas, la rigidez del modelo de nuestros padres. El
ser pasivamente complacidas en todas las ocasiones, con lo que de- amigo de mi marido, a quien he aludido antes, que inició un idilio
muestran poco interés por las necesidades o satisfacciones del hombre. amoroso después de quince años de matrimonio, fue tan simbiótico
Sus aspiraciones primarias se centran en ser nutridas, mimadas, con- como su mujer. No fue ella sola quien cayó en las viejas normas; a él
soladas, amamantadas (en cualquiera de los inconscientes disfraces, in- le ocurrió otro tanto.
cluido el sexual). No es una satisfacción orgásmica lo que buscan. He Las mujeres también pueden juzgar regocijante el quebrantamiento
oído decir a algunos hombres que la relación sexual con mujeres así de la simbiosis. Una mujer que ha estado unida durante los últimos
les hace sentirse, en vez de refrescados, renovados y satisfechos, ex- diez años a un esposo más y más indiferente me habla de su asunto:
haustos. «Empecé pensando que algo debía de haber torcido en mí, porque nun-
Un psiquiatra alude en los siguientes términos a un problema se- ca quise confesárselo a mi esposo. Con franqueza: disfrutaba mucho
xual corrientemente observado en las mujeres: «Ella no hará nada du- con aquella relación. Resulta difícil de explicar, pero lo cierto es que
rante el intercambio sexual porque esto significa dar. Todo lo que fue durante muchos años una buena amistad, antes de convertirse en
quiere es recibir. Alude al acto sexual con las palabras "dejar que me un asunto amoroso. Habíamos trabajado juntos durante seis años. Mí
hagan el amor". La idea de que ella pudiera hacerle el amor a él le trabajo había sido responsable en buena parte de mi evolución.»
resulta inconcebible. La mujer no desea más que estar tendida. La tí- Sin establecer ningún juicio sobre el adulterio, intentemos com-
pica madre de una persona así no había estado simplemente en su si- prender lo que esta mujer dice acerca de la simbiosis y de la libertad
tio, emocional o físicamente, cuando esta última era una niña. Por de elección. Lo que le sorprendía era lo poco culpable que se sentía...,
consiguiente, la orientación de la hija en la vida había de basarse en en oposición a lo mucho que siempre había creído que se sentiría. Ha-
ser constantemente tranquilizada y oírse decir que era muy buena, etc. biendo experimentado la seguridad y la propia estimación que se deriva
No puede dar nada, en parte porque teme verse castigada por obrar del hecho de disponer de un trabajo y una vida aparte de su esposo,
así, pero principalmente porque tiene muy poco que dar. No se puede puede ponerse a analizar su matrimonio, y decidir que no colma sus ne-
aprender a dar sin haber sido antes iniciada en ello. cesidades, optando por llegar a una conclusión. La simbiótica depen-
364 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 365

dencia de su marido ha sido quebrantada, como se evidencia al no »Yo había sabido ganarme la vida antes de casarme. Pero después
sentir la «culpable» necesidad de informarle de todo. Lo que está ha- empecé a esperarle, a aguardar su regreso al hogar para que me facili-
ciendo es separar de él su asunto personal. No es de extrañar que a tara noticias del mundo exterior. Me trastornaba que no estuviera a
la mujer le complazca tanto. mi lado a cada momento. Comencé a pensar en mí misma sólo como
Al disponer de una vida propia ajena al matrimonio, no tenemos esposa..., carente de otra entidad. Y por este motivo me sentía con
por qué desembocar necesariamente en el adulterio. Sucede que cuan- vida únicamente cuando él estaba en casa, cuando los dos nos hallába-
do él emprende un viaje de negocios, no nos limitamos a esperar su mos juntos. Entonces deseaba que me hablara, que me hiciera compa-
regreso, sino que asistimos a un curso de arte. Si él quiere ir a un ñía. Me negaba a ir a cualquier parte si él no venía conmigo.
restaurante chino y nosotras deseamos ver una película, nos encontra- »E1 momento que vivía no era real; nada me satisfacía si él se
mos después de que cada uno haya satisfecho su deseo, y esto no da hallaba ausente. He aquí el lazo simbiótico. Al cabo de unos seis me-
lugar a un compromiso molesto, forzado. Las veladas nos producen ses, mi marido me dijo: "Por el amor de Dios, búscate algún trabajo,
una sensación refrescante; marido y mujer se sienten satisfechos de y dedícate a él." Sabía que tenía razón. Me pasaba la vida gimoteando
disponer de un tiempo suyo, y luego volver a encontrarse. La unión como un bebé, todo porque andaba ocupado con sus tareas profesio-
simbiótica supone un premio, no por hacer lo que el individuo quiere, nales, no conmigo. En consecuencia, volví a trabajar, gracias a Dios.»
sino por dar con algo con un denominador común suficientemente bajo No hay que ver en la simbiosis un vocablo repulsivo. Cuando es-
para que los dos puedan llevarlo a cabo juntos. Se trata de una rela- tamos creciendo, una simbiosis temporal, una unión completa, puede
ción de baja intensidad. desempeñar un papel tan encantador como el representado en la infan-
No es seguro siquiera. Sin saber cuándo, sin haberlo buscado, uno cia. Hay veces en que no queremos la separación, cuando es en verdad
de los componentes de la pareja será desplazado por alguna nueva per- satisfactorio sentirse formando parte de una entrañable relación, cuan-
sona, quien se presenta como un recordatorio de toda la vida trepidan- do hay una sensación de proximidad, casi una trascendente unión con
te en otro tiempo ofrecida. la otra persona. Por ejemplo, si nos permitiéramos sentir esta clase de
«Antes de contraer matrimonio, yo me movía con mucha indepen- profunda unión con nuestro esposo o nuestro amante esta noche, vi-
dencia — dice la psicóloga Liz Hauser—. Tenía un empleo que me viríamos una experiencia maravillosa. Durante la relación más íntima,
obligaba a viajar por todo el país. Me pasaba meses enteros en las cuando suspendemos nuestra vida de adultas y volvemos a adentrarnos
carreteras; casi todos los días tomaba el avión. Pero cuando me casé, en aquellas casi primitivas sensaciones de simbiosis que experimentamos
a los veintisiete años, fui a parar directamente a una situación de tipo en otro tiempo, como confiadas niñas, la unión con la otra persona dará
simbiótico. Así he estado siempre, en realidad. Al empezar a crecer, a la experiencia sexual todo género de dimensiones distintas de las
mi madre solía decirme: "Cuando te cases, no te alejarás de mí. Ten- que hubiéramos conocido de haber permanecido en el nivel adulto.
drás una casita cerca de aquí." Yo no contestaba una palabra, pero La sensación de vida que proviene de la simbiosis no se refiere ex-
tenía mis planes. Quería dejar atrás todos aquellos mimos sofocantes, clusivamente al sexo. Esto se puede advertir en otros momentos de
aquel tono superprotector. Pero si alguien se te colgaba demasiado profunda intimidad con una persona. Las personas creativas la expe-
tiempo de pequeña, o no disponías de suficientes atenciones por parte rimentan al suspender sus conocimientos cotidianos de adultas para
de la madre, nuestra tendencia era marchar por la vida sin saber re- volver a sumergirse en sus soterradas emociones, sus primeras e incons-
lacionarnos con los demás como no fuera simbióticamente. Cuando me cientes experiencias, de las que extraen poderosas impresiones e ideas
casé, todo pasó como si se hubiese tratado de una simple transferencia. que acaban sublimándose en el arte. ha pérdida de la facultad de elegir
Hay una tremenda regresión en la simbiosis con el cónyuge, si una no es lo que distingue a la mala simbiosis de la buena.
ha clarificado eso previamente. Es importante hacer hincapié en esto Cuando la necesidad de la simbiosis es tan desesperada que una
porque las mujeres pueden ser capaces de reconocer su comportamien- no puede controlarla a voluntad, se pierde el sentido del yo. La otra
to regresivo en su matrimonio más fácilmente que el que tuvieron en persona, el mundo exterior, pierde su urgencia y excitación, la vida
su niñez. El matrimonio es menos sagrado que la maternidad. Nuestra sexual se amansa, la autonomía se esfuma. La simbiosis positiva, agra-
hija está donde queremos que esté para, por fin, enfrentarse con la dable, se presenta a voluntad, realzando momentos de unión con la otra
separación. persona, de suerte que ambas perciben ahora una identidad mayor que
366 MI MADRE, YO MISMA M A T R I M O N I O : VUELTA A LA SIMBIOSIS 367

antes. Y sin embargo, es fácilmente rota o interrumpida cuando llega secuencia de las batallas libradas durante la jornada, y que desea que
el instante de la separación, de ser individuos cada uno con su parti- su esposa le ayude a reponer fuerzas.
cular yo, con autonomía y tareas que desarrollar en el mundo. «Estar La esposa también está fatigada de luchar en el parking, con el
enamorados»: he aquí las palabras con que convencionalmente se des- fontanero, con la soledad. «Cuida de mí», dice a su vez. Su petición
cribe tal estado. En la simbiosis destructiva, las dos personas se en- emocional es tan legítima como la de él, pero es más exigente. Podría
cuentran, sienten la inicial ampliación del yo debido a la fusión de las afirmarse que existe una cláusula oculta en su ruego. En defensa de
identidades, pero no pueden, al parecer, separarse. Se queda pegada las mujeres debe añadirse que esto opera más allá de nuestro cono-
una a otra. La ausencia de una se caracteriza por la presencia de la an- cimiento consciente; con cualquier exigencia de carácter emocional se
siedad; la paz llega solamente cuando están juntas. Pero al aportar tan mezcla además la petición de ser una atendida económicamente, algo
poco estímulo y energía a la situación, ambas se desgastan mutuamente. que los hombres no aciertan a comprender del todo. A partir de aquí,
Se vuelven añejas, rancias, pero continúan sin poder separarse. es fácil fundir y confundir las necesidades emocionales y materiales: es-
Las mujeres sufren una importante confusión al pensar que deben peramos del hombre que si hace frente a unas es señal de que está pre-
ser cuidadas emocionalmente, que deben ser protegidas financieramente. parado para cuidar de buen grado de las otras. Esto es lo que el amor
Esto complica el problema de la simbiosis, y de ello nos ocuparemos «significa». Si nos hace regalos caros, si nos compra una casa a orillas
aquí con alguna extensión. La dificultad arranca del hecho de que los de un lago, o nos lleva de viaje a París, la mitad económica del pre-
hombres tienen un concepto distinto del dinero que las mujeres. Ello sente queda bañada en un romántico y emocional resplandor: ha «de-
da lugar a desesperadas fricciones y otras complicaciones que parten mostrado» que nos ama.
de una circunstancia concreta: la de haber sido todos educados en la «Yo me casaré por amor», dice una mujer. Pero hay algo no expre-
creencia de que existe algo intrínsicamente nada grato en hablar de sado en su declaración: que el amor la hará sentirse libre de ansiedades
dinero. de tipo material. Solamente después del matrimonio comprenden mu-
Los psicoanalistas se refieren a ciertos tenaces aspectos de la con- chas mujeres que lo que ellas amaban no era el hombre al cual se han
ducta humana de la misma forma que hablan de los avaros o de la unido, sino la seguridad material que suponían iba a proporcionarles.
gente tacaña: dicen que se trata de formaciones de carácter con una La mayor parte de los conflictos en el seno del matrimonio tienen una
«retentiva anal». Nadie se sorprende cuando se afirma que, con mucha sola causa: el dinero.
frecuencia, las personas tacañas son gentes que padecen de estreñimien- Por otro lado, el hecho de que un matrimonio pague todas las fac-
to. Tanto si crees como si no crees en el psicoanálisis, las ideas de turas no quiere decir que sea un matrimonio feliz. Es sólo un aconte-
esta clase sintonizan con un profundo e intuitivo nivel de la cotidiana cimiento negativo, una ansiedad restada. El clisé es viejo y gastado,
sabiduría; ellas explican muchas cosas acerca de la furtiva actitud de pero esto ocurre porque a menudo es cierto: el hombre trabaja con
muchos con respecto al dinero. Todos sabemos que hay personas que, tanta dureza y a lo largo de tanto tiempo con objeto de ganar el dinero
antes que confesar sus ingresos anuales, preferirían dar a conocer sus que le permita casarse, que después dispone de pocos momentos o
secretos de alcoba, los más íntimos y escabrosos. Por consiguiente, es energías para las emociones. La esposa, tras haber entrado en posesión
fácil apreciar que las discusiones por cuestiones de dinero entre espo- de una casa en los suburbios, de tener dos guapos hijos, y cuentas co-
sos y esposas se inician con una gran desventaja. El dinero es el sím- rrientes en cinco tiendas puede descubrir que desde el punto de vista
bolo de demasiados aspectos de la vida emocional para que se hable emocional es una insatisfecha, aun viviendo en medio de una gran
de él a un nivel simple y real. Se agitan por debajo de la superficie de- abundancia de bienes materiales. «¿Por qué habrá dejado esa mujer a
masiadas regresiones enfurruñadas («cochambroso», «vil metal»...) Charley, un hombre bueno y trabajador, con su sólido cargo de vicepre-
Por la época en que el hombre es ya suficientemente mayor para sidente de un banco, para fugarse con un guitarrista? —pregunta la
pensar en contraer matrimonio, se halla en vías de resolver el lado ma- gente —. Debe de estar loca.» En realidad, ella se siente hambrienta de
terial de la existencia. La masculinidad socializada le dice que en tanto emociones. Su confusión, la mezcla de dos necesidades distintas — la
sepa actuar como un buen provisor, las mujeres tenderán a dispensarle económica y la emocional—, hasta formar una sola, la llevaron a un
sus emociones. «Ocúpate de mí», dice él al regresar al hogar, tras el callejón sin salida.
trabajo en la oficina. Quiere significar que se encuentra fatigado a COTÍ- No todas las esposas que se encuentran en semejante situación em-
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 369
368 MI MADRE, YO MISMA
todo eso.» Cuando el abogado le pide cifras, cantidades ingresadas, im-
prenden la huida, desde luego. Es posible que más de una trate de en- puestos abonados, saldos bancarios, etc., con objeto de estudiar la pe-
contrar el apoyo emocional que necesita en otra parte. Obras de cari- tición de ayuda económica, para ella o para los hijos, la mujer destina-
dad, niños, adulterios, grupos feministas, alcohol, el divorcio mismo... da a convertirse pronto en ex esposa sólo acierta a llorar.
Algunas de esas opciones pueden captar su atención; otras no le dirán «A mi despacho acuden mujeres que desean presentar una deman-
nada; las cuestiones de valor no cuentan aquí. Deseo únicamente hacer da de divorcio — continúa diciendo la señora Goodman —. Han sido
ver que si bien una mujer puede dar con varias salidas en su búsqueda, apaleadas por sus maridos. «¿Sabe usted qué cantidad de acciones y
quizá fuera una decisión más prudente inquirir cuáles son sus presun- obligaciones de Bolsa posee su marido?", pregunto. La respuesta es:
ciones. El amor maternal le dio, junto con la leche, bienestar emocional "No. Pero todo lo que tengo que hacer es preguntárselo a él. Sé qué
y material. No podía separarse una cosa de otra. Al encontrar un hom- no tratará de engañarme." Es casi imposible hacerlas ver que se están
bre que podía cuidar de ella materialmente, ¿supuso —como había refiriendo al hombre que hace poco estuvo a punto de romperles la
ocurrido con su madre — que, automáticamente, sería atendida también nariz. ¿Por qué piensa ella que va a ser leal al enfrentarse con el tema
desde el punto de vista emocional? del dinero? Su actitud es ésta: "Si no confío en él, todo habrá sido en
El dinero es causa constante de roces. Y cuando el matrimonio se vano." Si una criatura no puede confiar en su madre, ¿qué objeto tie-
derrumba, las mujeres, con mucha frecuencia, se valen del dinero para ne vivir?»
«atar al hombre». ¿Cuántas de las poco realistas cantidades que se He escuchado a otras mujeres, éstas solteras, mientras me referían
solicitan en los juicios por divorcio no son pedidas como indemnización su confusión, tras una noche de amor pasada en el piso de él, al en-
y ayuda, sino por venganza? Cuando estaban enamorados, ella le decía frentarse con la perspectiva de un largo desplazamiento en taxi hasta
a él que el dinero era lo de menos, que el amor era lo que realmente el apartamento de ella, un recorrido largo y costoso. ¿Ha de hacer la
importaba. Ahora, al fracasar la irrealista promesa del amor simbiótico, mujer este desembolso cuando el hombre gana cuatro veces el salario de
el dinero interesa muchísimo. ella, sólo porque se siente suficientemente liberada como para llegar a
No obstante, la abogado Emily Jane Goodman dice: «Cuando digo su casa por sus propios medios? Ella quiere ser su igual, pero anda
a las mujeres que si no poseen ni controlan su dinero no pueden con- mal de fondos. ¿No sería una solución discreta y cómoda que él le in-
trolar sus vidas, siempre ofrecen una gran resistencia. "¡Oh, no! Yo trodujera en uno de sus bolsillos un billete de diez dólares? Y si su
soy quien guarda el talonario de cheques", responden. "Yo soy quien amigo procede así, ¿a qué viene sentirse todavía irritada y humillada,
paga las facturas; tenemos una cuenta corriente a nombre de los dos...", como una chica codiciosa que mediante lisonjas y carantoñas ha logra-
etc. Nunca quieren enfrentarse con el hecho claro de que cuando él deje do una asignación extraordinaria por sólo aquella cantidad? Nadie de-
de ingresar dinero en esa cuenta, todo quedará paralizado.» sea hablar de dinero; ella no sabe cómo, pero es su realidad.
Se dice en los Estados Unidos que las mujeres controlan la riqueza Una defensa común que las esposas adoptan contra el desvalimien-
del país. Esto viene a apoyar la negativa a admitir nuestra incompeten- to económico es vivir mediante una especie de fórmula no expresada:
cia en lo tocante al dinero. Si las mujeres poseen la mayor parte de «Tu dinero es nuestro, pero mi dinero es mío.» Cuando el esposo
las acciones que se cotizan en la Bolsa de Nueva York, se supone lo quiere saber cómo justifica ella la no aportación de todo su dinero, la
que esto significa: que no tenemos por qué sentirnos irritadas por mujer no sabe qué responderle. A hurtadillas y astutamente, deposita
nuestra impotencia sobre el dinero en nuestras existencias individuales. parte del dinero del hogar en una jarra de la cocina o en una cuenta
«Si estáis convencidas de que formáis parte de la clase que controla secreta. Le asalta la inconsciente sensación de que no está bien aquello
la riqueza de la nación — dice Emily Jane Goodman —, resulta difícil de guardar dinero, de esconder su dinero, el de ella. A un nivel más
irritarse por causa de que en vuestra familia no digáis palabra en torno consciente, la mujer ha sido instruida en el sentido de no mencionarlo.
a cuestiones de dinero.» Lo más triste de todo es que, de todos modos, la suma de dinero que
El día en que todo esto cambia es cuando la esposa se entrevista retiene no va a proporcionarle la autonomía deseada.
con un abogado para tramitar el divorcio. Hasta entonces, ella ha «pre- En mi opinión, lejos de comportarse de una manera infantil, las
ferido» no saber nada acerca de los ingresos de su marido; ignora a mujeres que defienden la no expresada fórmula «Tu dinero es nuestro,
nombre de quién está la casa; no sabe qué número de acciones poseen, pero mi dinero es mío», pueden estar rayando a cierta altura en cuanto
bonos o lo que sea. «¿Quién, yo? Es mi esposo quien se ocupa de
370 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 371

a sentido común. Dice la psicóloga Sonya Friedman: «No creo que sea ción conducirá a una recompensa más grande mañana. Si dominamos
irrealista, para una mujer que carece de ingresos, apartar una cantidad nuestros arrebatos, si nos negamos toda actividad sexual, si renuncia-
de dinero a modo de margen de seguridad. En las actuaciones de los mos a mostrarnos dogmáticas, daremos lugar a un estado de cosas que
consejeros matrimoniales, veo con frecuencia a hombres que se dispo- desembocará en la aparición de un hombre bueno, de una propuesta
nen a abandonar a su mujer. El individuo en cuestión vende la vivien- de matrimonio al margen de inquietudes, un matrimonio dentro del
da, e invierte su importe en otra nueva de 80.000 dólares, con una cual el hombre tendrá por misión mantenernos. La aportación de di-
hipoteca de 70.000, y se marcha, reteniendo para sí la mayor parte nero por la esposa, para contribuir a su personal mantenimiento, que-
del dinero cobrado por la antigua casa. Una mujer ha de preguntarse branta la simbiótica ilusión de que el esposo cuidará permanentemente
siempre: "¿Estoy comportándome con prudencia desde el punto de de ella.
vista económico, al depender de él por entero?"»
El dinero es poder; la mujer que carece de dinero se convierte en
Las mujeres que contribuyen al presupuesto familiar se cuentan
víctima. La mayor parte de las mujeres casadas se dan cuenta de lo
hoy por millones. Actualmente, hay más de treinta millones de mujeres
que esto significa: que viven al borde de un precipicio económico. Pero
que trabajan fuera de sus hogares: más de un tercio de la totalidad de
decirlo equivaldría a hacer esto cierto. «Cuando mi mujer me dijo que
la población activa.1 Cuando los niños han de ser alimentados o vesti-
iba a ingresar su salario en una libreta de ahorro extendida a su nom-
dos no se habla de si el dinero es de él o de ella. Un reciente estudio
bre — me cuenta un famoso cirujano —, me quedé bastante sorpren-
realizado por la Universidad de Michigan permitió descubrir que un
dido. Pero, bueno, no le di demasiada importancia. Ella gana solamen-
tercio de las mujeres que trabajan aportan a sus familias el único in-
te una pequeña parte de lo que yo gano. Aparte de ello, puede que ten-
greso que hay en la casa.2 Algunas mujeres han sido educadas por sus
ga buenas razones para contar con unas reservas. Yo he estado casado
madres para que piensen en sí mismas como provisoras del hogar, enor-
cuatro veces. Espero que ésta sea la última, pero de no ser así, mi
gulleciéndose de ello.
nivel de vida podría bajar sensiblemente, pasando de la noche a la
Otras mujeres experimentan sensaciones de profunda satisfacción
mañana de la clase social más elevada a la seguridad estatal.» Vista la
simbiótica con el esposo y los hijos, al hacer entrega de su sueldo para
cuestión así, la esposa que insiste en custodiar, en tener a su nombre
el mejor bienestar de la familia. «Cuando el dinero de la casa se eleva
el dinero que pueda ganar, por pequeña que sea la cantidad, intenta
por encima de la línea básica de la supervivencia —dice la doctora
establecer un equilibrio económico, un equilibrio en el que nuestra so-
Friedman —, surge el conflicto. La esposa piensa que le incumbe a él
ciedad siempre ha inclinado la balanza en favor del hombre, que es
proporcionar la suma de dinero en que se sostiene la economía de base.
quien tiene mayor capacidad para ganar dinero. Por otro lado, respon-
Si ella gana algo, este algo debe ser considerado aparte. Se supone que
de también a un temor: si él rompe la simbiótica promesa de cuidar de
el marido no debe contar con él. La mujer es de la opinión de que es
ella pidiéndole que junte su dinero con el suyo, ¿cómo sabrá que no
muy dueña de hacer lo que se le antoje con sus ingresos.» Ha sido
va a quebrantar todo lo demás, terminando por abandonarla?
educada para pensar que no necesitaría ganar ningún dinero, en abso-
luto, de manera que si sucede lo contrario, es una suma que hay que Es difícil decirle al marido: «Tú no me proporcionas suficientes
considerar extraordinaria, la cual le pertenece. Y si ella considera que emociones.» Estas palabras parecen delatar a una persona neurótica e
el gasto que se tiene que cubrir excede del capítulo de las necesidades infantil. Es más fácil decir: «¿Por qué no solicitas un aumento de suel-
familiares cotidianas •—como, por ejemplo, una factura por las repa- do? ¿Por qué no hemos de poder hacer nosotros un viaje a Sudaméri-
raciones del coche—, es muy posible que la esposa se resista terca- ca? Nuestros vecinos acaban de estrenar coche. ¿Es que nosotros no
mente a contribuir a pagarlo. podemos tener coche nuevo también?» Al solicitar placeres que el di-
Habitualmente, ella cede ante él en todo lo demás. ¿Por qué se nero puede facilitar, cuando en lo que nos sentimos realmente pobres
muestra reacia en este punto? es en el terreno emocional, hacemos que las discusiones sobre el dinero
Desde los primeros días, desde aquellos que se recuerdan más bo- atenten contra la armonía familiar. Atrapados en posturas que corres-
rrosamente, la madre se ha referido al matrimonio como la gran com- ponden a los modelos representados, hablando de una cosa cuando se
pensación de todos los sacrificios y privaciones. Todo queda expuesto refieren a otra, e incapaces de comprender la diferencia entre el «cuida-
como una especie de principio de la realidad: aplazar hoy una satisfac- do» emocional y el material, los esposos se hallan condenados a ina-
372 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 373

cabables disputas. Cada uno de los cónyuges defiende posiciones sin ro", alega. La mujer se aferra a él y se limita a formular lamentación
nombre, cuya existencia el otro ni siquiera sospecha. tras lamentación.»
A gentes así, el mensaje contemporáneo de que las mujeres tienen
«Preguntad a una esposa si es feliz — dice Jessie Bernard —, y una responsabilidad que atender si quieren obtener satisfacciones de la
ella os responderá: "¡Oh, sí! Soy todo lo feliz que se puede ser." Y, vida les suena a música celestial. Una mujer de tanta inteligencia como
sin embargo, no cesa de tomar tranquilizantes...» su marido tratará de que éste haga una carrera porque ha sido educada
Una mujer puede oponer resistencia al avance del feminismo y re- en la creencia de que lo que consiga a través de los triunfos de su
chazar todos sus credos o principios, pero no puede olvidar que se le esposo sobrepasará en mucho a cuanto pueda lograr por cuenta propia.
ofrecen alternativas que su madre no conoció. Es posible que la abuela En los matrimonios de papeles compartidos, en los cuales las mu-
consiguiera bastantes satisfacciones de tipo narcisista a través de la jeres contribuyen a aliviar la carga económica, y los hombres ayudan
identificación con el esposo, las realizaciones de éste, y la posición de en los trabajos domésticos, así como en la crianza de los niños y los
ella como esposa. Actualmente, la televisión hace imposible ignorar estudios, «las mujeres —dice la socióloga Jessie Bernard— terminan
que son muchas las mujeres casadas que están obteniendo de la vida ganando un veinticinco por ciento más que los maridos».
mucho más que conseguían las de tiempos atrás. Esto no es afirmar «Las mujeres tienen demasiadas cosas en juego para admitir su in-
que ser esposa y madre no suponga ya bastante para millones de mu- felicidad — dice la socióloga Cynthia Fuchs Epstein—. En realidad,
jeres. Evidentemente, significa mucho eso para todas. Pero si tú eres no puede preguntarse a la gente hasta qué punto se siente feliz. En
una de esas personas que quiere ser algo más que la señora de Harry cierta ocasión, llevé a cabo un estudio referido a mujeres que habían
Brown, vivir a través de éste no puede serlo todo. Él no aporta sufi- cursado la carrera de abogado, ejerciéndola en compañía de sus espo-
ciente aire, vida, triunfo y/o realizaciones para dos personas. sos, también abogados. Aunque esas mujeres me dijeron que el matri-
«Pero la insuficiencia — dice la doctora Schaefer — no es vista monio actuaba sobre la base de una completa igualdad, después de ob-
por la mujer como su problema personal. Ella cree que le atañe a su servar la conducta de buen número de ellas me encontré con que, ver-
marido. Puede ser que la esposa se sienta insignificante, casi nada, pero daderamente, cargaban con los trabajos "domésticos" del bufete — e l
la forma de exponer la cuestión es ésta: «¡Oh! Soy muy feliz. Pero pago de facturas, la administración—, en tanto que el esposo atendía
me gustaría que George fuese más hábil. De esta manera podría de- a los clientes y llevaba los casos de interés ante los tribunales.
sarrollar un trabajo superior." Lo que implica: "De estar yo en el lu- »Con arreglo a las normas externas, eran unas mujeres asertivas,
gar de George, mejoraría su labor." Otra mujer dirá a su marido: "Si dominantes. Guiándose por las propias, eran "felices", pero al decir
tú te emplearas más a fondo, si aportaras todas tus facultades, podrías que estaban en plan de igualdad con sus esposos experimentaban una
ganar mucho más dinero." El observador superficial interpreta estas ilusión. Tras haberlas tratado algún tiempo, podía observarse que vi-
palabras diciendo que denotan una ilimitada confianza en el marido. vían pendientes de ellos. Estas mujeres se encargaban en el hogar de
Éste sabe, en cambio, que se trata de una crítica.» preparar las comidas; eran ellas las que preguntaban al marido: "¿Quie-
La doctora Schaefer continúa en estos términos: «Una mujer así res más café, querido?" Lo cierto era que actuaban en plan de segun-
teme hacer frente a los peligros con que su esposo se encara. A ella donas.»
le gustaría llevar una existencia más interesante, más estimulante, pero Recientemente, varios escritores han iniciado una especie de contra-
ve tal cosa como algo que solamente él puede facilitarle. Nunca se le ofensiva, advirtiendo que a menos que las mujeres vuelvan a desempe-
ocurre pensar que el problema es suyo. Vive tan engranada con el es- ñar sus tradicionales papeles, abandonando el campo que ha sido siem-
poso, depende tanto de él, que no acierta a ver dónde empieza el hom- pre del varón, toda una generación nueva de frustrados e irritados hom-
bre y dónde termina la mujer. Teme que al aislarse del problema que- bres invadirá el mundo.
darán divididos, que se verá forzada de este modo a actuar por su cuen- Quisiera hablar un poco de la ira de las mujeres...
ta. "Por qué no se busca un empleo?", sugiero a una mujer de esta Durante toda nuestra existencia, nosotras llevamos una carga de
clase. "Usted entiende mucho de ropas. Podría trabajar con provecho irritación. Algunas se sienten más irritadas que otras, exactamente igual
en cualquier 'boutique'." Pero ella se siente aterrorizada. "¡Oh, no! que ocurre entre los hombres. Aunque algunas autoridades en esta ma-
Nunca podría desenvolverme bien en un establecimiento de ese géne- teria intentan convencernos de que el mayor potencial que para la ira
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posee el hombre se halla relacionado con el sexo (hormonas, testoste- cerme de la ira que me inspirara a veces. Pero aquélla fue una expe-
ronas, etc.), yo sigo dudándolo como siempre. Lo que diferencia a un riencia liberadora al mismo tiempo, por haberme revelado la existencia
sexo de otro en esta cuestión es que las mujeres son unos seres más de la cólera, del odio, así como del amor. Parte de mi ira nació del
reprimidos que los hombres. hecho de verme obligada a no sacar mi título profesional hasta el día
Si he preferido hablar de la ira dentro del contexto matrimonial, en que mi marido pudo disponer del suyo. De mi madre había apren-
no es porque crea que no hay matrimonios felices. Yo sé de muchos. dido que, dada mi condición de mujer, tenía que cederle a él el primer
Ahora bien, cualquier merced que se hace a las mujeres a modo de puesto. De ella provenía mi deferente actitud con los hombres, y le
recompensa por toda una vida de inhibiciones, ha de originar enojos y guardaba rencor por haber recurrido a semejantes enseñanzas. Me casé
disgustos. ¿Y cuántas mujeres pueden citar el matrimonio en sí como con alguien totalmente distinto de mi padre y tuve mis problemas a
origen de nuestra turbulencia? Casi siempre hemos sido nosotras las
la hora de aceptar sus atenciones. Hace muy poco tiempo que dejé de
que hemos tenido más interés en llegar al matrimonio. Además, de no
verle como un ser débil; lo que le ocurre es que tiene una alta opinión
haber matrimonio, ¿qué es lo que queremos? ¿El divorcio? Es una
de mí, aparte de inspirarle tiernos sentimientos. Yo no podía apreciar
salida demasiado temible.
esto antes porque andaba a la busca de aquello que mi madre me anun-
«Conforme voy adentrándome en mis conversaciones con las mu-
ció que iba a encontrar. Mis padres me han inspirado, con todo, un
jeres — declara Sonya Friedman—, voy descubriendo más y más mo-
gran respeto siempre. No estoy enojada con mi padre. Lo estoy con
tivos de irritación. Un momento de depresión, la obligación de acos-
mi madre, porque soy como ella, porque me enseñó a ser como ella.
tarse temprano, la falta de energías, el hecho de ser las tres de la tarde
Por el hecho de amarme, me enseñó a "tragarme" mis iras.»
y de andar todavía en bata... Éstas son diversas formas de la ira fe-
menina. "Me arrepiento", dice una de ellas "de haberme preocupado El diálogo es la válvula de escape de la ira menos perjudicial. Las
tanto por los estudios. Antes solía tener ilusiones; ahora estoy con- palabras constituyen el medio más fácil para disiparla o, al menos, al-
vencida de que no se va a realizar ninguna. Incluso temo la vuelta al terar las circunstancias determinantes de su aparición. Pero una de las
centro de enseñanza, porque me veré obligada a destacarme, a compe- primeras cosas que se prohibe a las chicas es la traducción directa de
tir". Casi toda la ira se enfoca sobre la manera como fue educada. las ideas en frases. De pequeña, la niña, una criatura despierta, inteli-
Siempre le dijeron que el matrimonio suponía la solución de todos los gente, es el ser predilecto de la madre. Los pediatras están de acuerdo
problemas. La típica ama de casa norteamericana no posee más identi- en que las niñas aprenden a hablar antes que los niños, haciéndolo
dad que la del esposo; en consecuencia, no puede exteriorizar sus irri- siempre con mayor fluidez. Conforme nos hacemos mujeres, esto cam-
taciones. No tiene más remedio que centrar su ira sobre ella misma. bia. Se inicia nuestro sutil adiestramiento en el silencio.
He aquí la causa de que haya tantas mujeres deprimidas.» Aprendemos que la espontaneidad en expresarnos puede hacernos
La entrevista de que voy a hablar ahora me dejó muy conmovida. perder amigos. Nos enseñan a redactar mentalmente nuestras ideas, a
Mi interlocutora era una mujer de treinta y cinco años. Pensé al prin- reducir las emociones fuertes, transformándolas en blandos eufemismos.
cipio que la suavidad de su discurso formaba parte de su prematura y «Cuando voy a algún sitio con mi marido — dice una mujer de treinta
asimilada pasividad. Lo que me dijo me hizo comprender que se tra- años —, me gustaría participar más en las discusiones. Pero me ocurre
taba de la calma que viene después de la batalla promovida por el en- que cuando he llegado a componer mentalmente una frase, la conver-
cuentro con las propias emociones. sación ha derivado ya hacia un nuevo tema.»
«Mi madre murió hace cinco años, de enfisema. Era una mujer su- Con respecto a la espontaneidad, carecemos de experiencia. La flui-
misa, y mi padre tenía un carácter muy dominante. Me pasé la vida dez de expresión que esta mujer logró durante sus estudios se ha des-
viendo cómo la pobre "se tragaba" sus iras. Mi madre era una persona vanecido en el curso de los diez años que lleva metida en su casa, de-
plácida, amable. Habría hecho cualquier cosa con tal de evitarme, de dicada a la crianza de sus hijos. No lamenta ser madre; lo que no acierta
haber podido, las turbulentas emociones que he experimentado. Y nun- a comprender es por qué siente una desazón tan fuerte ante la pers-
ca me enseñó cómo sobreponerme a ellas. Al principio pensé que mis
pectiva de participar en una conversación de sobremesa con varios ami-
padres formaban un matrimonio perfecto, porque jamás les oí discutir.
gos. «Hay muchos hombres que no son precisamente brillantes, pero
Fue una experiencia difícil para mí, a la muerte de mi madre, desha-
esta circunstancia no les paraliza, no les impide seguir adelante. ¿Por
376 U MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 377

qué no he de meter baza con la misma naturalidad que ellos en el cur- posible. Él les había asegurado que no podían causar daño alguno a
so de una simple charla?» sus músculos, profesionalmente endurecidos, autorizando, por tanto, a
Al igual que muchas otras cosas, aquello que pone en relación el las chicas para que se mostraran cuan agresivas quisieran. La autora
cerebro con la lengua requiere su utilización a diario, a fin de mante- señala que al principio ni una sola mujer fue capaz de golpear al ins-
nerse en perfecto uso. Sin la práctica, nos abstendremos de hablar, pen- tructor con todas sus fuerzas, y que muchas no pudieron asestarle ni
sando que podemos sufrir una humillación, que nos exponemos a decir un golpe siquiera.4 Ciertamente, el aprendizaje de la protección perso-
lo menos indicado, o bien nos quedaremos atascadas en medio de una nal se inicia ya como un problema emocional.
frase. Por el hecho de que la sociedad prefiere que estemos siempre en
Tenemos también la desventaja social de la voz femenina. Muchas condiciones de mostrar un rostro bonito, a las mujeres se nos ha en-
veces he aventurado una opinión que ha pasado inadvertida, igual que señado a reprimir nuestras iras, de la misma manera que en el siglo xix,
si hubiese sido invisible; la misma idea, luego, expuesta por una voz por razones similares de mantener a raya «el sexo», se popularizó la
de varón, ha sido aplaudida. Estas experiencias no nos habilitan, por clitorectomía. «Ayúdenme», solicitamos suplicantes a los psiquiatras, a
descontado, para barajar diferencias de opinión en torno a una película, los médicos o a los sacerdotes, incluso de nuevo a la madre. Decimos
o acerca de un partido de tenis. ¿Cómo pueden habilitarnos entonces que nos sentimos «nerviosas», y tomamos tranquilizantes, aspirina v
con vistas a las repentinas y violentas emociones de la ira? ginebra, y cursos sobre «Feminidad Total». Decimos que somos feli-
¿A cuántas mujeres habéis oído expresando su hostilidad de un ces, pero, inexplicablemente, sufrimos dolores de cabeza, úlceras, o fa-
modo inteligente? Nuestras voces suenan cargadas, no de la fuerza de tiga crónica. Decimos que nos sentimos aburridas, y nos dedicamos a
la cólera y de la decisión, sino de una inflexión de ansiedad que aleja jugar, a tener amantes o a gastar dinero en los grandes almacenes. De-
a los oyentes. Temen que perdamos el control de nuestros actos; les cimos que no estamos de humor y le negamos al esposo toda expansión
«fastidia» nuestra exposición super-emocional. «Las mujeres son así. sexual. Afirmamos que nos sentimos menopáusicas y vivimos en un es-
No saben discutir con lógica.» Lo que nos conduce a la furia no es lo tado de angustia física y/o mental por espacio de una década. Entre
ilógico de nuestro argumento, sino la falta de experiencia en hablar varios médicos de prestigio se ha extendido la opinión formal de que
agresivamente. Nosotras mismas tememos el ataque de histeria. He te- nuestra enterrada y humeante ira, oculta mucho tiempo, puede incluso
nido ocasión de participar en grupos de mujeres muy preparadas e in- conducir a la silenciosa explosión del cuerpo contra sí mismo: el cáncer.
teligentes, socialmente organizados, viendo cómo se desintegraban, en- Nuestra ira contra la falsa idealización del matrimonio es tan inacepta-
tre gestos de desánimo, al hacerse patente la incapacidad de alguien de" ble que la volvemos contra nosotras mismas, en el sentido más pro-
exponer su ira ante otra de las presentes. Nos resulta más fácil mostrar- fundo de la expresión.
nos iracundas ante un hombre: no en balde fue una mujer quien nos Habla una mujer de cuarenta y cinco años: «Me casé en la catedral
enseñó a suprimir nuestros accesos coléricos. Las lágrimas y los sollo- de San Patricio, un mediodía. No se podía hacer mejor tal ceremonia.
zos: éstos son los únicos sonidos delatores de la ira que nos son per- Yo he llevado a cabo muchas cosas rectamente, supongo que impulsada
mitidos. por los deseos de mi madre. En su época juvenil no dispuso de las opor-
Sin modelos femeninos aptos para enseñarnos cómo encauzar nues- tunidades que yo tenía y se esforzó en procurármelas. Era una mujer de
tra ira en una forma socialmente aceptable, tememos la emoción, la carrera que trabajó mucho durante toda su vida, y esperaba que yo
negamos. «Cuando me encontraba en el colegio — me cuenta una mu- también me destacara. Obtuvo muchas satisfacciones con lo que mi
jer—, tomé lecciones de esgrima. Una de las reglas de este deporte hermana y yo hicimos, si bien nunca nos elogió directamente. Nos en-
especifica que al iniciarse un encuentro debe darse un fuerte taconazo terábamos de su actitud por sus amigos. Así pues, heredamos de ella
en el suelo, agresivamente. No hay que decir una sola palabra, sólo esta ambivalencia: "Vosotras debierais mejorar mis realizaciones..."
hacer eso. Era lo que me gustaba más de aquella actividad.» Mas también había en sus palabras una inflexión especial, reveladora
En su libro sobre la violación, Against Our Will («En contra de de la existencia de ciertos celos.
nuestra voluntad»), Susan Brownmiller describe una clase de karate, »Yo tenía que destacarme haciendo algo práctico en el mundo. Fui
orientada hacia la defensa personal, en la cual el instructor, un hombre, educada con esta idea y, por otro lado, con la que debía casarme y
ordena a sus alumnas que le golpeen con la mayor fuerza que les sea crear una familia. Mi madre solía rezarle mucho a Santa Ana. Ya sabe
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usted lo que es eso: "Santa Ana: dale a mi hija un hombre." Al cum-


plir los veintiocho años, como siguiera soltera, traspasó su devoción a Dice la doctora Schaefer: «Conozco a muchas mujeres cuyas vidas
San Judas, el santo patrón de las causas desesperadas. Esto produjo están dominadas por esta idea: "Él no me dejará." El movimiento fe-
una especie de dualidad en mí. Especialmente por lo que al trabajo minista se basa en la responsabilidad personal, pero hay muchas mu-
respectaba. Es difícil trabajar junto a un hombre, y competir con él, jeres que se figuran que, una vez liberadas, todos los bienes del mundo
en busca del mismo ascenso... No obstante, una necesita al mismo tiem- caerán sobre sus regazos, sin más. Piensan así: "Ahora, que me he
po su aprobación como mujer. sacado de encima aquel hombre que me enervaba, todos me darán algo:
»E1 matrimonio facilitó que mejoraran mis relaciones con mi ma- mi jefe, la vida, mis hermanas..." Como las mujeres no fueron criadas
dre. Una vez casada, dejé de trabajar. Iba a ser la joven matrona clási- para desenvolverse de un modo autónomo, no comprenden la necesidad
ca del East Side neoyorquino, una irlandesa católica. Pero mi esposo de una responsabilidad personal para lograr que los lemas de la libe-
falleció y tuve que volver a la lucha. De esto hace quince años, y pue- ración signifiquen algo.» Deseamos ser «libres», pero de todas maneras
do decir que he triunfado profesionalmente. Ahora bien, alienta en mí queremos que haya alguien que nos cuide.
este rencor de ahora... De haber sido educada para mostrarme nor- La furia contenida, resultante de la superidealización del matrimo-
malmente agresiva, no hubiera tenido que asumir posturas blandas en nio, considerado como la solución de nuestros problemas, contribuye a
determinadas situaciones profesionales. Como mujer, siempre he nece- la aparición de la agorafobia. «Podría incluso denominarse "fobia del
sitado contar con la aprobación del varón, antes de que pudiera pensar ama de casa" — dice Sonya Friedman —. "Es bastante corriente", dice,
que me sería posible conseguirla como profesional y compañera. Me he y alude al gran número de mujeres que temen dejar la casa sola, o
pasado muchos años sonriendo a hombres de menor capacidad que yo... que no les gusta. Tiene que ver con el miedo de que, una vez fuera,
»Actualmente, mi madre depende de mí. Ya no estoy enfadada enfrentada la mujer con los grandes espacios abiertos, sienta el irre-
con ella por el hecho de que se abstuviera de darme su aprobación sistible impulso de huir.»
cuando yo era una niña. Ella era así. Hoy me llamó por teléfono al Un detective privado que trabaja para una importante agencia de
despacho con el fin de preguntarme si era correcto que vistiese unos Nueva York me facilita una descripción de la tradicional ama de casa
pantalones para tomar un avión. Hace algunos años me habría irritado que abandona el hogar. Todos los pormenores son dignos de uno de
por hacerme tan estúpida pregunta durante las horas de trabajo. En esos sentimentaloides seriales que nos ofrece la televisión: se casa a
la actualidad soy capaz de controlar mi enfado. Quizá se haya suaviza- los diecinueve años, tiene hijos poco después, cuenta con poca o nin-
do mi carácter. Procuré disponer de tiempo para ella, aun a sabiendas guna experiencia laboral, etc. Suele rondar los treinta y cuatro años
de que me exponía a aplazar una entrevista ya concertada. En tal as- cuando se siente distinta de sus más convencionales hermanas, y de-
pecto, creo que la considero como si se tratase de una de mis hijas. saparece con el fin de iniciar una nueva existencia.
Es una responsabilidad, algo que he de pagar, junto con otras cosas. En un matrimonio simbiótico, una se siente protegida, apegada...
Tal proceder me deja un buen sabor de boca. Todavía existen, en pe- Tan apegada, en efecto, que ninguna separación puede ser tolerada.
ríodo latente, las hostilidades de otro tiempo, los detalles con que me Todo énfasis puesto en una elección individual, cualquier ira expresa-
atormentó siendo más joven... Ahora bien, procuro evitarlos, no acor- da, suponen una traición. He oído describir este tipo de matrimonio
darme de ellos.» con las siguientes palabras: «Un largo y silencioso paseo, cogidos de
Esta mujer murió de cáncer un año después de haberla entrevista- la mano, rumbo a la sepultura.» Un psiquiatra conocido mío lo llama
do. Sus dos hijas están siendo criadas por su hermana, quien me pre- «el féretro tapizado de mimos». Hace tiempo que los hombres se za-
guntó si le permitiría leer las declaraciones que la difunta me hizo. «Me faron de él. Las mujeres, ahora, empiezan a seguir su ejemplo.
entristecí al ver cuan enfáticamente negaba mi hermana que le irrita- «En el terreno del amor, me había mostrado más apasionada con
sen ciertas cosas —me escribió la mujer—. Dijo que gracias a que algunos hombres que con el que escogí para esposo — cuenta una mu-
había comprendido, había podido dejar a un lado todo gesto colérico... jer a su consejero matrimonial—. Hubo en mi vida un actor por el
La verdad es que me hubiese gustado verla encolerizada al enfrentarse que yo estaba loca. Era un tipo emocional, que supo dar a nuestra
con algunas cosas, con determinadas personas. Y esto no le ocurrió si- aventura amorosa un toque especial. Pero me asustaba la idea de con-
quiera cuando la vida le hizo objeto del último y terrible asalto.» vertirlo en mi marido... En consecuencia, me casé con alguien a quien
380 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 381

juzgaba estable como una roca, como mi padre. Con el tiempo me di «Una de las cosas que mejor recuerdo de mi madre —dice una
cuenta de que tras la aparente calma de Larry se ocultaba un ser egoís- esposa de veintiocho años — es el increíble enojo que sentía por co-
ta, en el que no se podía confiar; pero era ya demasiado tarde. Yo, sas sin importancia, como la de hallar algo tirado en el suelo de la
emocionalmente, dependía en gran medida de él. Estaba fuera de casa cocina. Perder un botón provocaba en ella una irritación tan fuerte
hasta muy tarde, no telefoneaba... Yo me echaba la culpa de todo lo como si hubiese descubierto el más grave de los pecados en una de
que me ocurría. Mi desesperación iba en aumento. Pero por la mañana sus hijas. Decidí que sus arrebatos se debían a que se sentía atemori-
del día siguiente no quería encenagar las aguas revolviéndolas. Por otra zada. Cada cosa que yo hacía mal era para ella un indicio expresivo de
parte, tenía tantas cosas que hacer, que solía olvidarme de mi desespe- que algo peor iba a suceder. Ahora he visto asomar en mí misma su
ración. Preparaba los desayunos, mandaba los chicos al colegio y siem- ira, al dirigirme a mi pequeña. Y esto me da miedo.»
pre me esforzaba en poner buena cara a todo.» Dice Sonya Friedman: «Las mujeres tienen problemas con la ira
Nuestra cultura recompensa a las mujeres por «tragarse» sus iras porque no se hallan dotadas de un sentido de seguridad. En primer
y/o dirigirlas a otro punto cualquiera, lejos del de su procedencia. lugar, las mujeres son una extensión de sus familias, pasando luego a
¿Quién se atreverá a censurar en voz alta a la compulsiva ama de casa, serlo de sus esposos. La mayor parte de ellas se casan antes de haber
a la leona de la Sociedad Anti-Porno, a la incansable asistenta social, completado su desarrollo. Normalmente, el hombre tiene más poder,
a la superprotectora y exigente madre que todo lo hace por el bien así que cualquiera que sea el sentido de identidad que ella posea, éste
de los demás? No sabemos de dónde extraen tales personas sus ener- queda anulado. Los hombres no hacen esto a las mujeres porque sí; lo
gías; ignoramos, asimismo, qué sacan de todas esas actividades. Puede hacen merced a la sumisión de ellas. Las mujeres han sido tan condi-
ser que las evitemos, que rehusemos su compañía, pero no podemos lla- cionadas para el matrimonio que firman el contrato, renunciando a la
marlas malas mujeres/esposas/madres. autonomía, a cambio de la dependencia. Más tarde lo lamentan: "¿Qué
Muy frecuentemente, esas mujeres son obsesivas/compulsivas, que podría hacer para salvar mi matrimonio del fracaso?" Habría que decir
sufren unas formas de conducta que nada tienen que ver, aparentemen- a tales mujeres que no hay respuestas prefabricadas. Es posible que con
te, con la ira. A diferencia de la gente deprimida que orienta sus iras el tiempo establezcan contacto con sus iras, pero esto significa volver
sobre ella misma, las personas obsesivas/compulsivas expresan las su- al principio, al tiempo en que aprendieron que la recompensa de doble
yas hacia fuera, exteriormente, pero de un modo tan indirecto que filo que consiguieron de la madre quedó pagada con la renuncia o de-
nunca necesitan enfrentarse con sus furias. bilitación de su independencia y confianza en sí mismas.»
Aunque, habitualmente, se habla de ambas cosas a un tiempo, li- La doctora Friedman continúa diciendo: «La ira es algo positivo.
geras diferencias separan a las compulsiones de las obsesiones. Las com- Cuando una mujer no es feliz en su matrimonio y se muestra apática,
pulsiones son actos repetidos de conducta, como el de estar vaciando indolente, sé que me va a costar un trabajo ímprobo ayudarla. Si se
los ceniceros a cada paso mientras el fumador está utilizándolos toda- siente irritada, sé que me encuentro ante un caso mucho más favorable.
vía, o el de esponjar los cojines del sofá en el momento en que alguien Cuando logro hacer ver a una mujer que se ha procurado una serie de
se pone en pie. Si habéis estado junto a personas compulsivas, viendo mercancías falsas, no es cólera lo que siente, sino rabia...»
hasta qué punto exasperan a cuantos entran en contacto con ellas, reco- Por su parte, el doctor Sidney Q. Cohlan manifiesta: «Así como
noceréis que una fuerte hostilidad da la impresión de desparramarse de no existe ninguna hija que colme las fantásticas ilusiones de una ma-
modo impreciso por el ambiente. Por otro lado, las obsesiones no son dre, tampoco hay madre alguna que esté .a la altura de la imaginación
acciones, sino pensamientos. La gente obsesiva tiene su mente constan- de la hija, que sea como ésta piensa que debe ser.» Para continuar con
temente inundada de ideas repetitivas... Éste es el caso de la mujer la ficción de que nos une a la madre una relación ideal de una clase
siempre preocupada, pensando que a sus hijos puede haberles ocurrido u otra, por debajo de las superficiales y cotidianas fricciones, inventa-
algo terrible, imaginándose que su esposo va a dejarles, etc. De nuevo, mos una frase oportuna que resume lo que tenemos con ella. Al igual
la ira ha tomado un disfraz; es una constante conjura de dolores, pér- que las palabras de un criptograma, éstas ocultan la situación real: «Mi
didas y desenlaces fatales. Nadie tiene pensamientos obsesivos felices. madre y yo marchamos muy bien ahora. Nos entenderemos perfecta-
Las obsesiones y las compulsiones son repetitivas porque es preciso de- mente en tanto no vivamos demasiado cerca una de otra.» O bien:
fenderse una y otra vez de las ocultas iras. «Nunca le he reprochado a mi madre su manera de criarme. Lo hizo
382 MI MADRE, YO MISMA
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 383
lo mejor que supo...» Realmente, a menos que ella fuera una de las
raras madres malévolas, lo hizo lo mejor que pudo o supo. No obstan- fadadas con ella, «tínicamente cuando descubres la fuente de tu ira
te, lo que ella hizo o no hizo, nos duele. La niña que hay dentro de — dice el doctor Robertiello—, puedes ser capaz de dejar de despla-
nosotras está furiosa todavía. Si repasáis este párrafo y volvéis a leer zarla sobre tu esposo o sobre tú misma.»
las dos frases anteriores, observaréis que ambas contienen una buena Existe una gran diferencia entre estar enfadada con alguien y «cul-
dosis de ira. par» de lo que sea a la persona interesada. Si se pone delante de ti un
«La tarea a cumplir por la parte adulta que hay en vosotras es no psicópata y te da un puñetazo en la nariz porque te ha confundido con
contradecir a esa niña irritada que lleváis dentro —declara el doctor la esposa de su jefe, es posible que te sientas irritada, pero no debes
Robertiello—. En el caso de que no procedáis así, esa niña pugnará culparle por su acción. Has de comprender que no es una persona res-
por salir y desplazará la ira sobre otras personas, como, por ejemplo, ponsable. Incluso puede inspirarte simpatía. Pero, claro, está por en
vuestro marido, o la traducirá en síntomas psicosomáticos, depresiones medio lo del golpe en la cara, que te duele, que te mantiene irritada.
o compulsiones.» De una manera similar, tu madre, tal vez, hizo o dejó de hacer esto
He aquí un ejemplo de cómo una mujer de veinticinco años sabe o lo otro guiada siempre por las mejores intenciones. Esto no atenúa
y no sabe, a un tiempo, que está irritada con su madre: «Mi madre el dolor ocasionado por la agresión. Te sentiste dolida y reaccionaste.
tenía la idea de que no hablando de lo sexual era como se evitaba que «En consecuencia —explica el doctor Robertiello—, serás tú quien
pasaran determinadas cosas. Ni siquiera cuando mi hermana quedó em- confiese claramente su ira, no ocultándola tras esta frase: "¡Pobre
barazada y tuvo que abortar, fue discutida aquella cuestión. Fui virgen mamá! Se portó lo mejor que pudo." Dándote cuenta de que tu ira
al matrimonio porque creía en lo que mi madre decía: que cuando se es inapropiada para la situación presente, juzgándola infantil, podrás
era una buena chica todo lo demás salía bien. Toda mi vida me he ver las cosas con una perspectiva adecuada. Ello te libera de volver a
preguntado qué importancia tenía aquello. Sé que mi madre no tenía vivir en el tiempo presente una situación del pasado.»
la culpa, pero me sentí estafada al no poder hablar nunca de senti- Parte del problema es debido a que, incluso ya mayores, la niña
mientos y emociones a medida que iba creciendo. Los hombres me que llevamos dentro se halla todavía fijada, vis-a-vis con la madre, en
inspiran una ira cierta, pero no quiero que mi hija lo advierta. No algún período vital tan primitivo, y tan imbuido de ideas residuales de
obstante, es inevitable que observe el resentimiento que siento hacia infantil omnipotencia, que no hay una marca distintiva entre la ira y
mi esposo. Él es una buena persona. Me casé con él porque le amaba la anonadación. Nuestro inconsciente no nos permitirá sentir, y menos
y porque fue aceptado por mi familia. Deseaba que mi madre aproba^ expresar, la rabia que nos inspire la madre. Procediendo así se suscita
ra mi matrimonio.» un sentimiento de culpabilidad y el temor de matarla. «Los pensamien-
Esta mujer está irritada con su marido porque no hizo que el sue- tos iracundos contra nuestras madres no son aceptables — dice la doc-
ño se convirtiera en realidad. Dice que no culpa a la madre de nada, tora en psiquiatría Lilly Engler—. No hay nada más difícil de afron-
que, por descontado, no está enojada con ella, cosa que no es verdad, tar que la ira de una madre contra la hija. Es casi imposible. El sen-
en modo alguno. Junto al amor que siente por su madre alienta otra timiento de culpabilidad es muy intenso.»
emoción: furia. Difícilmente se puede comprender que podamos sen- Aparte de dolores de cabeza, depresiones, úlceras y otras enferme-
tirnos iracundas y al mismo tiempo deseosas de perdonar. Las dos co- dades, la ira reprimida puede adoptar la forma de un masoquismo se-
sas no se excluyen mutuamente. Solemos pensar que si odiamos a al- xual, idea repulsiva que frecuentemente, y de una manera gratuita, es
guien, lo odiamos hasta el fin. Esto representa no haber comprendido aplicada a todas las mujeres. Freud lo observó en tan gran número de
lo que separa lo consciente de lo inconsciente, lo que hay entre el ser pacientes suyas que lo consideró biológico, algo que aportaban los ge-
adulto y el niño. nes. Estaba en un error, desde luego. Es un factor de tipo cultural, y
La solución no consiste en dirigirse a la madre y recriminarla por puede ser alterado.
lo que pasó hace veinte años. 'Nuestra irritación no se centra en la Como ejemplo de las raíces de una particular clase de masoquismo
madre de hoy. Ella, probablemente, no sabría, no comprendería de qué sexual, ahí tenemos el caso de la madre que dice a su hija: «Te has
le estamos hablando. Puede suceder también que la madre esté muer- portado mal. Espera a que llegue tu padre.» Dice una madre joven:
ta..., lo cual no significa necesariamente que no estemos todavía en- «En nuestra casa, la disciplina era siempre controlada por mi padre.
A veces me mandaban que me retirara a mi habitación, hasta que él
J70t MI MADRE, YO MISMA
MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 385
llegara, y yo permanecía sentada en el cuarto, sola, temblando. Mi
padre me inspiraba terror, y hasta diría que el temor que he sentido hombre para que éste exprese sus iras, tal como hizo la madre. Es
siempre de ser rechazada por los hombres se debe a él. El miedo que decir, proyecta su ira en él. Le incita por diversos medios a manifestar-
me producía era menos intenso que la necesidad que sentía de contar se con furia... Por ejemplo: hace que descubra como por casualidad
con la aprobación de mi madre. Ésta me daba la impresión de ser el que el vestido que le habían dicho que costaba 20 dólares costó real-
único baluarte con que podía contar para defenderme. Ella dominaba mente 75. Luego, la mujer dispone de la melancólica satisfacción de
el hogar, incluido él. Y así, después de haberlo catalogado como figura hacerse pasar por víctima de la ira masculina. El hombre es un tipo
de falsa autoridad, como el malo, lo manejaba a su antojo. Conspirába- vil, pero varón. Ella es sumisa, pero hembra. El esquema psicosexual,
mos. Cuando salíamos, ella nos decía: "Procurad estar de vuelta a las establecido en la infancia, es vivido por la mujer.
doce, pero si realmente lo estáis pasando bien, llamadme y le diré que Por otra parte, si es nuestra necesidad ser tan simbióticas con nues-
no es tan tarde como se figura."» tro marido, y no separadas de él, tanto como sea posible, no haremos
En su momento, esta mujer llegó a considerar a su madre como nada que pueda excitar su ira. En vez de utilizarlo para expresar nues-
una víctima del aterrador varón, que había de ser lisonjeado, al que tros enfados, concentraremos éstos sobre nosotras. Nos vemos como
había que decir mentiras y, sobre todo, controlar... De lo contrario, personas fracasadas, atormentadas por el insomnio; nos consideramos
su salvaje temperamento amenazaba con estallar. La mujer continúa compulsivas amas de casa, víctimas de obsesionantes ideas sobre el en-
hablando: vejecimiento, sobre la muerte. Quien se enfrenta a menudo con estos
«Tuve que alejarme de casa y dejar pasar bastante tiempo para temores y estas furias internas es la clásica mujer controladora, la que
que empezara a percibir con qué se enfrentaba en realidad mi padre. gusta de fiscalizarlo todo. Estamos refiriéndonos a la regañona, critico-
Solía pensar en él como un ogro, pero que mi madre lo gobernaba. na y dominante ama de casa.
Existe un fenómeno paralelo en mi matrimonio: yo había aceptado Dice la doctora Friedman: «Consideramos a la esposa fiscalizadora
apreciar el de mis padres en su valor nominal. Cuando mi marido se como una mujer segura de sí misma. Lo opuesto es la verdad. En mu-
dejaba llevar por la ira, descargándola sobre mí — se pasó diez años chas ocasiones, es tal el terror que siente ante la posibilidad de ser con-
diciéndome que era una frígida, una castrada, una pura nulidad en el trolada, o abandonada, que decide asumir su papel clásico. La mujer
aspecto sexual—, yo aceptaba sus recriminaciones. Daba por sentado que tiene que habérselas con una madre fuertemente controladora se
que los hombres eran así, que hacían gala, perpetuamente, de un ca- vuelve con frecuencia inflexible por el hecho de abrigar el temor de
rácter tormentoso y agresivo. Nunca me mostré airada con mi esposo ser la niña desvalida de otro tiempo. Controla al hombre antes de que
porque mi madre me había inculcado que la mujer que lo es de veras éste vaya a hacer lo mismo con ella, o adelantándose a su abandono.
maneja al hombre a su antojo valiéndose de palabras suaves y de tretas Pero cuanto más importuna se manifiesta, y más extrema su fiscaliza-
astutas. Si yo me volvía contra él violentamente, ¡ me comportaba en- ción, más siente la respuesta de él, más aterrorizada se siente ante la
tonces como un hombre!» idea de que se canse de aguantarla y la deje por fin. Cualquier espon-
Cuando la madre asigna al padre el papel de administrador de la táneo impulso por parte del hombre debe ser refrenado, a causa de
disciplina, el mensaje inexpresado es el siguiente: «Estoy muy enfadada que el siguiente podría ser el que determinara la separación.»
contigo, pero no voy a expresar mi enojo porque las mujeres no pro- En las relaciones humanas, el temor es casi siempre contraprodu-
cedemos así. Las malas personas, los sádicos del mundo, son los hom- cente. Cuanto más teme una esposa el abandono del marido, más re-
bres. Esto es tu padre... Te descalabrará.» gañona se muestra, más se esforzará por gobernarle como si fuera un
Más adelante, casada ya la hija, ésta procede conforme a lo que le niño. El hombre se harta de tantas lágrimas, se cansa de que revisen
han dicho que ha de ser el papel de la mujer: esperar que el hombre 6us bolsillos, en busca de no'sabe qué pruebas, le fatiga la constante
la disminuya, que la hiera psicológicamente, físicamente incluso. Puede ansiedad. Y desaparece.
ser que tal estado de cosas le inspire aversión, pero se acomoda. Es La joven, al observar que su madre asume el papel de mártir, en
lo que le han enseñado a esperar. Es una mujer, ¿no? lugar de expresar sus iras directamente, asimila técnicas de manipula-
Lo más importante de todo, y con terribles consecuencias para la ción masoquista. «¡Oh! Está bien —dice la madre al padre—•. No
sexualidad de las mujeres, es que, al sentirse irritada, ella manipula al te preocupes por mí si tienes que trabajar esta noche. Cenaré sola.»
Esta clase de comportamiento indica a la chica una vez más que debe
386 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 387

inclinarse ante los malévolos medios de los hombres. El mensaje es al hombre en su totalidad. Si esto es así, ¿qué es lo que ha de hacer
éste: «Cualquier resentimiento o ira que las mujeres puedan exteriori- la esposa cuando se producen fallos en el citado terreno? «Antes de
zar no es nada si se compara con los arrebatos de mal genio de los casarnos, Sam no me quitaba las manos de encima — manifiesta una
hombres, la cruel ética de que se valen en los negocios, la complacen- joven esposa, entristecida—. Ahora no despierto en él ningún interés.»
cia con que provocan las guerras, y los censurables espectáculos a que El único consejo que emana de la sabiduría popular es el de la experi-
dan lugar con sus apasionamientos durante los partidos de fútbol, que mentación con los márgenes seguros: probar un nuevo perfume, irse
han arrojado como resultado, en ocasiones, hasta peleas sangrientas.» de viaje a Hawai en una «segunda luna de miel». Dice la doctora Schae-
Son enseñadas técnicas de agresión pasiva: un método para dejar fer: «La esposa no está conóicionada para comprender que es tan res-
que el hombre sepa que estás irritada con él, negando en todo momen- ponsable de la sexualidad en el seno del matrimonio como él. No lo-
to tal realidad, no facilitándole así ningún asidero susceptible de ser gra imaginarse una iniciación en lo sexual totalmente nueva, diferente,
utilizado para captar el problema. Estas acciones de agresión pasiva alterando los habituales papeles activo/pasivo.» «¡Eres una frígida!»,
pueden ser muy sutiles, no conscientes o verbales: el acto de retener grita el hombre en el colmo de su ira, porque sabe que en aquel fra-
una respuesta apropiada, por ejemplo. Un caso clásico es el del hombre caso a él le corresponde como mínimo la mitad. Pero él es el experto
que es consciente de que ha dicho o hecho «algo». «¿Qué es lo que sexual. Si nos tacha de calamidad sexual, le creemos. Nuestra es la
marcha mal?», pregunta a la esposa, que se muestra quieta y silencio- culpa por entero.
sa con él. «¡Oh, nada!», replica ella. Niega que algo no va bien cuan-
En algún punto escondido, recóndito, de nuestro ser está la ver-
do todo en la esposa, su rostro, su cuerpo, su actitud, su postura, pro-
claman a gritos lo contrario. dad. Por ella sabemos a qué atenernos. Es aquí donde se localizan las
iras residuales.
Tales métodos para evitar la expresión de la ira crean una alianza Poco es lo que podemos hacer en cuanto al problema. La relación
entre las mujeres de la familia; frecuentemente, todo constituye una
de poder ha quedado establecida desde la adolescencia: nosotras so-
manera de evitar la competición sexual. Presentando al padre como
mos la arcilla maleable; él es el escultor. Hazme como tú quieras. La
una especie de duende amenazador, la hija se esfuerza por mantenerse
tiranía del orgasmo comienza: la verdadera, la auténtica relación sexual,
alejada de tan tormentoso y dañino ser. Sólo la madre es increíblemente
la orgásmicamente realizada vida sexual con tu esposo hará de ti una
amable y buena. Es éste un truco del cual se vale ella para ganar en
mujer diferente, una mujer real, una mujer más bonita, más relajada,
la competición planteada por los padres para averiguar a quién de los
más enérgica, que siente la felicidad de vivir. En nuestra sociedad se-
dos quieren más los hijos.
cular, una de nuestras últimas convicciones consiste en una especie de
Formalizado el matrimonio, cuando se produce alguna riña, el hom- sexual misticismo, y el orgasmo «como debe ser» representa su tangi-
bre es calificado de agresor; nosotras somos las víctimas. Ya sabíamos
ble signo.
que todo acabaría así. Los hombres únicamente acarrean dolor. Los
Es un hecho médico lo que muchas mujeres afirman: haber experi-
hombres no pueden amar. Una inseguridad básica está siendo expresa-
mentado maravillosas sensaciones sexuales sin llegar al orgasmo, lo mis-
da: todo depende de este otro ser. Su ira, su pérdida, su desaparición,
o muerte, nos anula. Careceríamos de naturalidad si no nos lamentára- mo que es cierto que muchas mujeres tienen orgasmos sin experimentar
mos de necesitar tanto a alguien. Pero nuestra fuerza de dependencia placer sexual, o bienestar. El importante legado de Freud es la noción
suaviza cualquier amago de hostilidad. Si el matrimonio fracasa, tene- de que el «orgasmo vaginal» constituye de alguna misteriosa manera la
mos más a perder que él. Dice Sonya Friedman: «Las madres dicen a medida de la feminidad o de la salud psíquica.
sus hijas: "Eres tú quien debe encargarse de lograr que el matrimonio «Una mujer neurótica y de caracterizada dependencia puede ser muy
marche bien. Para eso, el ochenta por ciento de la responsabilidad es orgásmica —afirma el doctor Robertiello ~ . Personalmente, en mis
tuya, en tanto que a él sólo le corresponde un veinte por ciento." No trabajos clínicos he encontrado mujeres, alojadas en las salas más ol-
" - es de extrañar que, en todos los estudios, las mujeres tiendan a echar- vidadas de los hospitales psiquiátricos, que son multiorgásmicas. Hay
se la culpa a sí mismas cuando algo marcha mal en las relaciones ma- otras mujeres cuyo organismo funciona perfectamente, que gozan con
trimoniales.» la relación sexual, pero que nunca, a lo largo de su existencia, han
experimentado un orgasmo. Cuando decimos que se produce una dis-
No ocurre igual con lo relativo a la actividad sexual. Ésta incumbe
minución de la sexualidad con la pérdida del yo en la simbiosis, no
388 MI MADRE, YO MISMA MATRIMONIO: VUELTA A LA SIMBIOSIS 389

debemos confundir lo sexual con el orgasmo. No sabemos qué es lo técnica. Ella está irritada, amargada. No quiere proporcionarle a él este
que hace que unas mujeres experimenten orgasmos y otras no. No placer: dejarse ver abandonada a sí misma. No quiere que él vea que
existen correlaciones exactas entre el placer sexual y el orgasmo.» posee este poder sobre ella. Se niega a intensificar su placer. Si una
«La causa de que una mujer se incline por lo sexual para eviden- mujer va al matrimonio pensando que el marido ha de cuidar de ella,
ciar sus iras —declara Sonya Friedman—, radica en el hecho de que lo cual incluye hacerla sexual, plenamente orgásmica, y una persona
ésta es la única arma de que dispone. Superficialmente, su tendencia realizada, se siente demasiado atemorizada para decirle a él lo que
se inclina hacia la aceptación de la culpa, pero ocultamente, por no po- quiere.»
der ser asertiva en otro aspecto, ella se inhibe en cuanto a lo sexual. La doctora Friedman continúa: «Cambiar esta forma de pensar, se-
En casi todos los problemas maritales que estudio aprecio una incom- gún la cual el hombre es responsable no solamente de la actividad se-
patibilidad de este tipo. Los hombres no se hacen cargo de que lo xual de ella sino también de su orgasmo, es algo que, sencillamente,
sexual no comienza en el dormitorio. Él cree poder criticar a su esposa, a una mujer le resulta imposible. Obligarse a sí misma a comprender
decirle a gritos que como madre o ama de casa deja mucho que desear, que lo sexual es por su propio placer, que es una cosa que lleva a
para luego conducirla al dormitorio, pensando que le acogerá de buen cabo activamente para sí, supone un proceso que obliga al replanteo
grado, amorosamente. El hombre ha sido capaz de separar el amor de de la instrucción recibida en la materia.» Preferimos guardar silencio,
la relación sexual; no es éste el caso de la mayoría de las mujeres. Para mostrarnos enojadas y asexuales.
el marido, el matrimonio no es el núcleo central de su vida. Para la Es una idea bastante común que el orgasmo se halla íntimamente
esposa y madre a todas las horas del día, y a veces de la noche, sí que relacionado con la confianza que el compañero sexual inspira a la mu-
lo es...» jer. «Si te sientes irritada, cauta, o recelosa —dice el doctor En-
Un número significativo de mujeres no se desentienden por com- gler—•, percibes la necesidad de controlarte. Y has de controlar a tu
pleto de sus esposos, pero se valen de lo sexual como si fuera una pareja también. Si te esfuerzas constantemente por controlarlo todo,
operación de trueque... una especie de «caramelo» que el hombre con- no podrás llegar al climax, ni mostrarte espontánea en lo sexual. Ni
sigue cuando la esposa desea obtener algo de él, o cuando experimenta en ninguna otra cosa.»
un sentimiento de culpabilidad, o cuando teme que el marido puede Existen, desde luego, hombres muy cabales que merecen la máxima
dejarla. El castigo que se deriva de convertir la actividad sexual en confianza. Y, sin embargo, sus esposas se pasan la vida recelando de
un artículo de consumo es que se la reduce a simple chantaje, y el ellos. Yo no creo que esto de mostrarse serena y natural en lo que
hombre que lo tolera es, desde luego, un perfecto zoquete. En tales atañe al sexo sea, simplemente, una cuestión de fe en el hombre, o en
circunstancias, se esfuma del matrimonio el respeto y, asimismo, cuan- su conocimiento de las tretas eróticas. Coincidiendo con Erik Erikson,
to podía haber en él de romántico y de excitante. opino que la «confianza básica» se aprende primeramente en la relación
La actitud citada no siempre constituye un maniobra fríamente cons- con la madre. El padre es inmensamente importante, desde luego, pero
ciente. Puede ser que la esposa se vea atormentada por repentinos do- a menos que sea genuinamente compartido en nuestra primera etapa
lores de cabeza, que se sienta fatigada, exhausta, que diga que los chi- con la madre, transcurren años antes de que entre en nuestra existencia
quillos pueden oírlos, etc. No importa que al negarse al hombre esté con algún grado de significación. Uno de los fundamentos de nuestra
negándose a sí misma. Está ganando algo preferible a la actividad se- actitud hacia el propio cuerpo es la adoptada por la persona que nos
xual en su estado de dependencia: los envenenados gozos del control. cuida, que nos baña, que nos adiestra en los procesos del aseo. ¿Fue
Dice la doctora Friedman: «Cuando una mujer centra su ira sobre ésta el padre? La confianza es una cosa de principio en lo sexual. Pue-
sí misma, y se vuelve no sexual o no orgásmica, está haciendo varias de ser alterada, afectada, aumentada o disminuida por lo que ocurra
cosas. A un nivel inconsciente, se niega a ceder a él la más profunda con los hombres. Se inicia con la madre.
parte de sí misma, quizá la única zona en la cual se considera dueña Me contó una vez Leah Schaefer que al negarse su madre a pres-
de un control total. Muchas mujeres, simplemente, no desean el inter- tarle el dinero que precisaba para financiar sus estudios de terapeuta,
cambio sexual con el hombre con que se casaron. He conocido muchas la irritación causada por tal negativa le proporcionó el coraje necesario
mujeres que son selectivamente orgásmicas... Igual que algunos hom- para escribir su libro Women and Sex. «Pero a partir del momento en
bres son selectivamente impotentes. Eso no tiene nada que ver con la que inicié mis investigaciones — explica la doctora mencionada —, las
390 MI MADRE, YO MISMA

relaciones con mi madre fueron mejorando. Fue preciso quizá que sur-
giera la irritación para llegar hasta allí, pero el que ésta se incrementara
no fue el resultado de afrontarlo. Lo opuesto era lo cierto. La relación
con mi madre mejoró progresivamente, hasta el día de su muerte, por-
que quedé liberada de mis antiguas irritaciones contra ella.» CAPÍTULO 12
La niña teme desafiar sexualmente a la madre. La mujer traslada
sus inhibiciones a las experiencias personales con los hombres, pero UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA.
ahora es él quien falla: no le «da» un orgasmo. Y, no obstante, la SE REPITE EL CICLO
simple lógica nos dice que cada miembro de la pareja es responsable
del resultado solamente en un cincuenta por ciento. Es más fácil echar
la culpa al esposo que agitar de nuevo nuestras soterradas iras contra Durante nuestra luna de miel empecé a menstruar con dos sema-
la madre. nas de anticipación. Nunca me había ocurrido una cosa semejante. Lo
Con todo, de enfrentarse una con las irritaciones de la niñez y interpreté como una señal: el misterio del matrimonio me envolvía en
expresarlas — aunque únicamente sea para nosotras mismas —, éstas su plenitud. Diez meses más tarde me sentía aterrorizada al pensar en
no reducen a cenizas el amor real existente entre madre e hija. Estoy la posibilidad de un embarazo.
empezando a comprender que no puedo hacer nada que ocasione la No exagero. Estaba aterrada ante tal perspectiva, como hubiera po-
destrucción de mi madre. Puedo ser sexual, así como libre, diferente dido estarlo una chica de dieciséis años. El matrimonio se me había
de ella en el trabajo y en la vida que he escogido, pero también me aparecido una vez como el fin de la aventura. Ahora el embarazo me
es posible tener una relación con ella. Y será mucho más real que la amenazaba, tomándolo como el término de la vida misma. Recé, pi-
mítica «Mamá Amada por Todos los Conceptos» que, inconscientemen- diendo estar equivocada, y lo hice con el fervor de una monja.
te, estuve reteniendo. Fui a ver a un joven doctor norteamericano, que vivía en una de
Siempre experimenté la impresión de que, para conservar el amor esas bonitas y sombreadas calles situadas enfrente de Via Véneto. La
de la madre y merecer su aprobación, una tenía que ser perfecta. Tenía consulta me dejó aún más confusa de lo que estaba al observar el des-
que mostrarle lo que deseaba ver, y no la persona que había ido desa- dén que le inspiraba al doctor una mujer casada que no quería tener
rrollándose en los años pasados lejos de ella. Lo que sé ahora es que / hijos. Después, me encontré con Bill en el Café de París. Nos senta-
este pacto que había convenido mataba cualquier oportunidad de ser mos en una de las mesas del interior en lugar de ocupar nuestro sitio
yo misma, tanto si estaba a su lado como si no. ¿Y no estaba yo ha- habitual en la terraza, que nos permitía disfrutar contemplando la pas-
ciéndole lo mismo a ella? sagiata de la tarde. Bill pidió un coñac para mí. Yo estaba temblando.
Somos nosotras quienes nos forjamos nuestros propios fantasmas. ¿Qué era lo que nos parecía tan terrible? ¿Por qué nos comportába-
mos como dos conspiradores, que se escondieran para huir de las con-
secuencias de una acción dudosa? Pensábamos que nuestra actitud te-
nía mucho que ver con la circunstancia de no hallarnos en condiciones
de poder mantener una familia. Queríamos disponer de más tiempo
para nosotros. Bueno, esto era lo que decíamos. Había una idea que
ni él ni yo queríamos traducir en palabras: no deseábamos ser padres,
simplemente.
Sólo después de haber pasado dos o tres años, a contar desde el
día de la ceremonia, me tuve por una mujer realmente casada. «Jugar
al matrimonio.» Con estas palabras describiría lo que fue aquel primer
año vivido en nuestro bonito apartamento de Roma. Estábamos repre-
sentando-actuando en un país extranjero. ¿Y cómo la mera firma de un
documento puede cambiar una vida? Las chicas jóvenes se imaginan a
392 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 393

sí mismas de casadas con mucha anticipación; cuando la realidad llega, exceso, hablaba demasiado de prisa, era exagerada en cuanto al vestir,
se les antoja un sueño. Necesité algún tiempo para transformarme en y debía dejar de fumar...
esposa, para renunciar a mis fantasías sobre el resultado del matrimo- No, hasta ahora no he llegado a creer que mi madre tratase de
nio. Aquel primer año, aquellos primeros dos años, no llegué a amar apremiarme para que comenzara a formar una familia. Al rememorar
a Bill como lo amaría después. Los niños (lo habíamos decidido Bill su historia personal, aquella circunstancia de haber sido abandonada con
y yo) llegarían más tarde. Los dos nos hallábamos todavía absorbidos dos niñas por criar, cuando contaba sólo veinte años, yo veía confusa-
por nuestro enlace. Bill estaba iniciando una nueva carrera como es- mente que intentaba advertirme que existían unos riesgos imprevisibles
critor. Éramos jóvenes. No dudábamos de que llegaría un día en que en el matrimonio, que todas las adorables fantasías de la maternidad no
seríamos padres. No ahora. se hacen automáticamente ciertas al final de los nueve meses, y que a
Varios años más tarde, en el momento en que mi madre y yo nos veces es preciso pagar un precio muy elevado por determinadas cosas.
deslizábamos por una de las puertas giratorias de Bergdorf Goodman, Más que sentirse alejada por las consideraciones de Bill y mi «preo-
llegó a mis oídos el final de un breve comentario: «... y en la revista cupación» por lo sexual, ella se calentaba las manos en nuestro fuego,
6e afirma que los defectos de nacimiento son más frecuentes entre los intentando decirme que si me convertía en madre, la cualidad nuestra
hijos de parejas que apenas hacen uso de la vida marital...» ¿Cómo? que más gozo le producía podía perderse. Hasta el presente, no creo
¿Era mi madre quien había pronunciado tales palabras? En el mo- que ella lamente que Bill y yo decidiéramos no tener hijos.
mento de reunirme con ella, se había abismado en una serie de conside-
raciones sobre los tonos pálidos de los lápices de labios, en un inter- Hace cuatro años prescindí de la pildora. Vivíamos entonces en
cambio verbal con la dependienta que se ocupaba del mostrador de Inglaterra. Una de nuestras amigas iba a dar a luz. Mi médico de Lon-
Estée Lauder. El botiquín de mi madre está lleno de tubos y frascos dres — como habían hecho todos los ginecólogos de los distintos paí-
de cosméticos, apenas usados, entre los que se encuentran los matices ses en que viviéramos — me señalaba el reloj y emitía presagios que
más suaves. Aun así no suele utilizarlos... Yo no estaba muy segura de me hacían pensar en el día del Juicio Final: no me estaba haciendo
querer alargar su comentario. Ella dio por terminado el tema adqui- más joven, precisamente. Lo más impresionante es que no me acuerdo
riendo un par de pinceles para labios, uno para mí y otro para su co- de que Bill y yo nos sentáramos en una sola ocasión uno frente al
lección. Seguidamente se dirigió a la sección de zapatería. Mi madre otro con el fin de discutir sobre la paternidad. Parecíamos haber llega-
había evitado siempre toda conversación sobre el tema de la sexualidad. do a esta encrucijada de nuestras vidas por un camino casi negativo:
«¿Es que no sabéis escribir sobre cualquier otra cosa? —pregun- puesto que siempre habíamos supuesto que un día tendríamos niños,
taba, a lo mejor—. ¿Es que ignoráis que hay otras cosas en la vida?» cuando el momento fue oportuno — una amiga de mi edad se disponía
No se ponía realmente en plan crítico cuando formulaba, medio turba- a recibir a su primer hijo — él se ocupó del asunto.
da y vacilante, tales observaciones, mientras saboreábamos unos marti- «Llegamos a una decisión sin formularla —comentaba Bill recien-
nis. Ella representaba su papel. Nosotros nos ocupábamos de los nues- temente —. Ni tú ni yo estábamos expresando nuestros deseos. No nos
tros: ser «diferentes», no ser como los hijos de nuestros vecinos, no habíamos expuesto mutuamente convencionales ideas sobre empleos,
ser yo como mi hermana, quien había dado a luz tres hijos en los cua- carreras, dinero, dónde y cómo vivir, sobre qué esperábamos del ma-
tro primeros años de matrimonio. trimonio. Pero nuestra decisión era demasiado grande, se hallaba pro-
Siempre me he preguntado qué es lo que le hice abortar a mi madre fundamente implantada en nosotros. En nuestra defensa, hemos de re-
el día de la visita al Bergdorf. ¿Andaba barruntando una charla íntima cordar que eso ocurría antes de que surgiera el movimiento de no pa-
de madre a hija sobre bebés? Creo que no. Había conseguido represen- ternidad. No obstante, volviendo a esa decisión, he de señalar que te-
tar ya el papel de abuela en toda la amplitud necesaria: mi hermana ner un hijo significaba una pérdida de confianza en nosotros mismos.
la llamaba por teléfono a diario para hablarle de sus hijos, confiada Nos estábamos rindiendo ante unas inconscientes suposiciones en torno
siempre en su consejo y apoyo económico, pero teniendo que aguantar a lo que el mundo parecía pedirnos. Ellos tenían razón. No tener nun-
todas sus críticas. Mi madre estaba convencida de que al proceder así ca un hijo era una decisión demasiado trascendente para ser juzgada
ejercía un derecho. Mi hermana era ya toda una madre, pero a los con nuestros propios valores. En cuanto a mí, me sentía como socavado
ojos de la nuestra no contaba más de trece años: se maquillaba con en mi negativa al comprender que debía de aparecer extraño, inhuma-
394 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 395

no, no queriendo ser padre. El desapego a mis verdaderos sentimientos Dos meses después de haber abandonado la pildora, volví a tomar-
me hacía indeciso y pasivo. No me creía con derecho a imponerte mi la. Una vez más no se trataba de una decisión consciente respecto de
rareza.» la maternidad. Nuestro trabajo nos exigía regresar a Nueva York. Ha-
No fue aquella una idea en la que yo me adentrara apasionadamen- bía que aplazar la formación de una familia con tanta rapidez como an-
te. Simplemente, asentí, pero sopesando menos los pros y los contras tes habíamos acordado lo contrario. Un año después, sustituí la pildo-
que cuando había que tomar la decisión de cambiar de país de residen- ra por el diafragma, y hace cosa de un par de años Bill y yo decidimos
cia. Sin embargo, como mi amiga había experimentado molestias en definitivamente no tener hijos. En rigor todo provino al decirme un
su estado, yo también empecé a tomarme la temperatura y a registrar- día Bill: «¿No es ciertamente una buena cosa que no hayamos tenido
la. Incluso visité un hospital, donde permanecí un día entero, para que hijos?»
me hicieran un chequeo completo, y asegurarme así de que me hallaba Hoy repaso mentalmente mi trayectoria de anticonceptivos, miedos
en la forma idónea. (En lo más recóndito de mi mente permanecían causados por la perspectiva del embarazo, gráficos de temperatura, y me
grabados diez años de continuos interrogatorios: «¿Cómo? ¿No estu- pregunto qué diablos estaban haciendo dos personas inteligentes al no
vo nunca embarazada? ¿No ha abortado nunca?», solían inquirir los formularse nunca conscientemente una decisión, sobre uno de los más
ginecólogos, no otorgándome precisamente puntos por tan esmerados importantes pasos de su vida. He dicho que no me sentí realmente ca-
cuidados.) Me disponía a ser tan responsable del nacimiento de un hijo sada hasta llegar al segundo o tercer año de nuestro matrimonio. Ac-
como lo había sido de mi renuncia anterior. Una vez enterada de que tualmente, el actual estilo de mi matrimonio hace que nuestras rela-
mi organismo estaba en perfecto orden, traté de quedarme embarazada. ciones de los primeros seis años me parezcan las de simples conocidos.
La desapasionada ausencia de preguntas sobre la decisión todavía A veces le digo a Bill que no puedo imaginarme que podamos seguir
me desconcierta. Al igual que Bill, quizá pensé que no tenía derecho a juntos tanto tiempo como el que llevamos viviendo así. La vida que
privarle de la paternidad. Me siento intimidaba al pensar que nosotros, llevamos, el matrimonio que hemos creado, recurriendo al criterio y a
que siempre discutíamos minuciosamente todos los aspectos de nuestra la imaginación cambiarían de haber por en medio un niño. Indepen-
existencia en común, nos mostrábamos tan silenciosos y pasivos en lo dientemente de cuanto lo amáramos, por muy buenos padres que fué-
tocante a aquella cuestión. Estar casados, vivir juntos, movernos por ramos, Bill y yo seríamos dos personas diferentes. No sé si eso sería
el mundo a nuestra voluntad: todo esto era natural para los dos. Te- mejor. Me doy cuenta perfectamente de la clase de esposa que soy, y
ner un hijo era algo realmente radical para nosotros, apartado de núes- / poseo una idea en cuanto a la clase de madre que sería.
tro estilo, no nacido de nuestra imaginación. Y, con todo, lo aceptába- Aquellas cosas que me gustan más en mí misma no quedan nunca
mos, aunque sabíamos que, si yo llegaba a concebir un hijo, nuestras lejos de las que me agradan menos: la ansiedad, que espero aporte una
vidas cambiarían totalmente, y de una manera dramática. Sin la menor tensión creativa a mi trabajo; el temor, que me impulsa a buscar la
garantía de que el cambio se produciría para algo mejor. proximidad de alguien. Hasta el punto de que en los días en que creo
Me mostraba apasionada sobre un aspecto de la maternidad: había en lo que mi esposo siente por mí, y por mi trabajo, no he hecho más
de dar a luz un chico. La idea de un pequeño Bill de oscuros cabellos que superar la ansiedad residual que me queda de haber sido en otro
y grandes ojos castaños constituía una maravillosa fantasía. Habiendo tiempo la «hija de mi madre». Puedo controlarme ante la llamada te-
crecido sin la sombra de un padre, me dije que ya sabía lo que era lefónica anónima por la noche, sé dominar mis temores ante la posibi-
vivir con mujeres. Sólo un chico colmaría mis ansias, notifiqué a Bill lidad de un fracaso o un éxito, estoy por encima de las opiniones de
mientras nos dirigíamos en nuestro coche a México, con motivo de un los vecinos. Ya no me imponen estas cosas porque percibo la distancia
encargo profesional de no muy segura base, que nos permitiría vivir que existe entre mi yo actual y el de otros tiempos. Estoy en condi-
allí durante un año. Hablábamos de vez en cuando sobre el tema, y yo ciones de poder alejar todo eso de mí. Pero de tener una hija, jamás
bromeaba al referirme a mi insistencia en tener un chico, y me ponía podría estar segura de que ella pudiera ser tan afortunada. Esa distan-
mortalmente seria cuando declaraba que no deseaba una hija. Algo en cia entre la autonomía y el temor se estrecharía y mi angustia la vol-
mí me decía que nunca, por ejemplo, dejaría que la niña realizara via- vería a ella ansiosa. Para protegerla limitaría su mundo, y por consi-
jes como aquél, hacia lo desconocido. Sería una madre que tendría más guiente el mío. De este modo, lo que tengo con Bill y mi trabajo que-
miedo por su hija que por ella misma. daría puesto en tela de juicio. Volvería a ser la hija de mi madre.
UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 397
396 MI MADRE, YO MISMA
hacer un asado, vieron que la bandeja era pequeña, por cuya razón
Al entrevistar a Helene Deutsch, ésta me habló del instinto ma- hubo que cortar la pieza unos centímetros antes de meterla en el
ternal. «¿Está usted diciéndome, doctora Deutsch, que llegará un día horno.
en que me arrepentiré de no haber sido madre?», le pregunté, incrédu- Cuatro generaciones de mujeres que se amoldaron, sin preguntar
la. «Sí — m e contestó ella, sin la menor vacilación—. Se arrepentirá por qué, a una circunstancia válida tiempo atrás, que había dejado de
usted siempre de no haber tenido un hijo.» Incluso ahora, unas pala- tener validez. Y todo porque estaban convencidas de que era preciso
bras como éstas me llenan de ansiedad. Parecen expresar la sabiduría proceder de aquel modo. Lo habían visto hacer a la madre... Se trata
alcanzada por los humanos durante siglos y siglos. Unos segundos des- de un episodio divertido, que ilustra sobre la forma en que asimilamos
pués, vuelvo a mi certeza anterior. Hoy, si una persona me hablara aquellos detalles de la madre que decidimos imitar (por ejemplo: sus
de tales pesares, replicaría que jamás intentaré pasearme por el espacio habilidades culinarias...). Ahora bien, junto a ellas incorporamos tam-
como una astronauta, ni ser Presidente de los Estados Unidos. Estas bién algunos aspectos menos racionales y no examinados, sin que nos
cosas también deben de producirle a una la sensación de que ha logra- demos cuenta de ello.
do realizarse. Pero he aprendido a prescindir de ellas, a vivir sin tales Aquí es donde empieza uno de los grandes misterios femeninos.
aspiraciones. Todo el mundo puede ver que hemos asimilado muchos de los más ne-
No espero que mi historia sea exactamente igual a la de cualquier gativos rasgos de carácter de la madre; pero nosotras no lo admitimos.
otra mujer, pero sospecho que la mayor parte de nosotras abrigamos Los negamos, y consideramos la imputación como una acusación. Nos
unas ideas semejantes. Siempre fantasearé con la imagen del hijo. Me irritamos y volvemos a insistir en nuestra negativa. Y, sin embargo, un
imagino a Bill hablando con él de los libros que leía de niño, de la día advertimos que nos estamos comportando con nuestra hija de una
mitología nórdica y de The Water Bables. El hecho de que haya deci- manera represiva, tal como actuó nuestra madre con nosotras. ¿Cómo
dido no tener ningún hijo no significa que no sueñe con él, que no ha podido suceder eso? Nos juramos que nunca había de ocurrir. He-
piense cómo hubiera podido ser... mos de mostrar a nuestra hija solamente el maravilloso y cálido afecto
* * * que encontramos en la madre. En cuanto a lo demás —las regañinas
constantes, las ansiedades, la timidez sexual, la falta general de espíritu
aventurero —, bueno, lo demás nos limitamos a dejarlo de lado. Y, no
Comencemos relatando una historia que refleja cómo se modelan
obstante, generación tras generación de hijas llegan a ser mujeres lle-
los papeles madre-hija. /
vando consigo la herencia del triste equipaje de la madre, pasando de
Peggy está preparando su primera gran comida para agasajar a sus
unas a otras.
padres, después de la boda: una magnífica pata de cerdo de Virginia.
¿Por qué se repite el ciclo?
Al disponerse a trinchar la pieza, el flamante esposo pregunta a Peggy
Dice la doctora Schaefer: «En ocasiones, me veo reflejada en un
por qué ha cortado la pata unos centímetros por encima de la canilla,
espejo, por unos segundos, y mi aspecto me desagrada. Es cuando más
antes de meterla en el horno. Peggy parece sorprendida. «Mi madre
me parezco a mi madre. Estoy refiriéndome a una enérgica y especial
siempre lo hizo así», exclama.
expresión, la que se dibujaba en su rostro cuando andaba atareada con
Todos miran a la madre de Peggy.
uno de sus proyectos. Cuando yo era niña, me mantenía muy pegada a
«Eso es lo que mi madre hacía también —• dice la mujer, algo tur-
mi madre. La adoraba. Pero aquel gesto decidido, que sin emplear pa-
bada—. ¿No es acaso una costumbre general?»
labras expresaba "nadie se cruzará en mi camino", me inspiraba una
Peggy telefonea a su abuela al día siguiente, preguntándole por qué
razón en la familia las patas de cerdo son cortadas por encima de la aversión tremenda. Ültimamente he comprendido que no era ese rasgo
canilla antes de meterlas en el horno. «Lo hice siempre así — responde el que me hacía reaccionar de aquel modo. Era su forma de comportarse
la anciana—, igual que mi madre.» conmigo al aparecer la conocida expresión en su cara. Quería significar
Sucede que en esta familia hay mujeres de cuatro generaciones, que que se hallaba tan atareada con sus labores asistenciales benéficas que
todavía viven. Una llamada telefónica a la bisabuela, y el misterio queda prefería ignorarme.
aclarado. En cierta ocasión, cuando con su hija — la abuela de Peggy —, »No podía reconocer que la odiaba. Tenía que pensar que era aque-
un chica de corta edad entonces, preparaba una pata de cerdo para lla expresión lo que me disgustaba de su persona. En otras palabras:
UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 399
398 MI MADRE, YO MISMA

me decía que tal característica no era mi madre. Mi madre real era me quiere, pero me castiga porque hice esto o aquello mal. La falta
aquella otra persona buena, cordial, que siempre disponía de tiempo no es suya. Intenta corregirme. Me aleja de ella para que aprenda a
para mí. Su gesto claro de decisión constituía una cosa ajena a ella, ser mejor. Mi madre es buena. En mí sí que hay maldad.»
algo aparte. Había separado la buena madre de la mala. Me negaba a Puede aportarse un ejemplo muy corriente cuando, por ejemplo, la
reconocer el lado malo. Luego, cuando tuve una hija, comprendí que madre se niega a dejarnos ir al cine con unas amigas. Entonces nos
Katie me odiaba por el mismo motivo que yo había odiado. En la épo- resulta odiosa y la separamos de la buena madre que el día anterior
ca en que estaba dando fin a mi tesis doctoral, permanecía encerrada nos compró un bonito vestido. Sin embargo, si una de nuestras amigas
en mi despacho durante semanas enteras. Una noche, Katie me dijo: dice: «¡No hay derecho! Tu madre es demasiado severa», salimos en
"Te odio. He dejado de quererte. Puedes quedarte en tu despacho para seguida en defensa de ella: «¡Oh, no! Probablemente me lo merezco»,
siempre." Sentí dentro de mí algo terrible. La había ignorado de la contestamos. «Últimamente me he portado muy mal.» No nos gusta
misma manera que mi madre me ignorara a mí. Había dado lugar a la que los de fuera critiquen a nuestros padres, especialmente a la madre.
repetición de aquello que precisamente más me había repugnado.» Esto exterioriza a la madre mala, haciendo surgir la amenaza de la li-
beración de nuestra contenida cólera, que destruiría la relación. Resul-
En este relato se encuentra el patetismo de la doble atadura pater-
ta más fácil y seguro sentir que somos nosotras las malas, y no ella.
nal. La madre no reñía, criticaba o imponía restricciones porque fuera
Tal proceso es automático, irreflexivo, inconsciente e inevitable. La
cruel. La doctora Schaefer no se encerraba, alejándose de su hija, por-
niña no puede aceptar la terrible soledad que causa el odio hacia la ma-
que fuese egoísta. En Leah Schaefer había una necesidad real de re-
dre. La introyección se presenta en casi todas las uniones no preme-
dactar su tesis, de conseguir su título, de completar su formación pro-
ditadas que tienen lugar en las profundidades del ser; es una fusión a
fesional; tenía que trabajar para ganar el sustento de su hija y de ella
nivel del bebé, que no puede soportar la separación de la madre.
misma. Recordando su desventura de niña, al no poder disponer de su
madre, se podía pensar que se esforzaría por tener más tiempo para su En circunstancias de desarrollo ideales, hacia el fin del primer año,
hija. No es así como funciona el inconsciente. Por el hecho de estar la criatura habrá fundido en una sola persona las imágenes de la bue-
comportándose igual que su madre, obraba de manera apropiada. Para na y la mala madre... Llegará a una conclusión realista: que la madre
mantener la atadura con su madre, para evitar la ira hacia aquella madre es una mezcla de ambas. Es ésta una idea altamente sofisticada, un
de su niñez, Leah Schaefer se convirtió en su propia madre. juicio de tanta dificultad y madura percepción que incluso los adultos
se enfrentan con ella con mucho trabajo. Nos aferramos a una especie
¿Por qué razón las hijas repiten en sus vidas muchos aspectos de la /
de visión dicotómica de la gente con quien nos hallamos íntimamente
madre, incluidos aquellos que más odian? El doctor Robertiello dice:
implicados, repitiendo con ellos la dualidad que nunca resolvimos con
«Existen dos mecanismos en funcionamiento. La acción que arranca de
la madre. Si nos enfadamos con el esposo, éste se convierte en el ma-
la adopción de un modelo es muy consciente, teniendo mucho que ver
yor bastardo del mundo, y nuestro matrimonio, hasta el presente, nos
con aquellas partes de la "buena" madre que nos gustaban. Por este
parece que ha sido un error. Al día siguiente, cuando él nos trae unas
motivo, no se requiere más que un momento de introspección para
flores, caemos en la cuenta de que es realmente la persona más agra-
descubrir que la naturalidad con que nuestra madre se conducía con
dable de todos los tiempos. Es ésta una infantil manera de ver el mun-
los desconocidos, y la habilidad que desplegamos como anfitrionas, se
do, al estilo de lo que de pequeñas nos gustaba encontrar en las pelícu-
hallan conectadas. En algún punto, la servidumbre al modelo se oscu-
las. Todos los que llevaban sombreros blancos eran buenos. Los de los
rece con la introyección. Este proceso es más difícil de comprender por
sombreros negros eran malos, sin excepción. Todo esfuerzo por parte
ser sobre todo inconsciente, quedando marcado por una fuerte dosis
de los guionistas para hacernos ver que existían determinados matices
de ira reprimida orientada hacia la madre "mala". Adoptamos sus as-
del gris en los individuos buenos, y que había algunos rostros que po-
pectos negativos a fin de no verlos en ella. Si se nos han incorporado,
drían ser redimidos entre los malos, terminaba por sumirnos en la con-
no tenemos por qué odiarla, y correr el riesgo de una furiosa réplica.
fusión. Solamente cuando somos capaces de alcanzar un mayor nivel de
Las malas somos nosotras. La mitad maligna de la madre ha sido en-
integración psíquica podemos aceptar la existencia de seres en los que
tonces introyectada.»
aliente una mezcla del bien y del mal, sin oscilar hacia los extremos
Ni siquiera una niña abandonada, o enviada a algún punto lejano,
cuando nos decepcionan o nos causan algún daño.
puede pensar: «Mi madre no me necesita.» Ha de razonar. «Mi madre
400 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 401

El doctor Bruno Bettelheim, en su libro The Uses of Enchantment, existe incluso un grado de tolerancia sobre aquellos aspectos de la ma-
estudia el por qué de la supervivencia de muchos cuentos de hadas, dre que pueden clasificarse de irritantes. Podemos soportarlos porque
brujas y terribles dragones —pese incluso a que fueron transmitién- la ansiedad de la separación no es demasiado grande: estamos las dos
dose verbalmente al correr de los siglos—, en tanto que la mayor viviendo bajo el mismo techo. Puede ser que odiemos a nuestra madre,
parte de los relatos infantiles publicados en nuestra época, y aun pre- que la ataquemos verbalmente, pero ella sigue en el mismo sitio, es-
tendiendo ser «creativamente saludables», son pronto olvidados. A me- perando. Una hora más tarde, un beso y unas cuantas lágrimas, y la
dida que cada generación pasa a la siguiente, por transmisión oral, su simbiosis vuelve, tan fuerte como siempre. Aun en el caso de que no
versión de lo que oyó a la anterior, quedan eliminados todos los ele- nos mostremos afectivas, ella se encuentra físicamente cerca, a nuestra
mentos innecesarios, contingentes o puramente personales. La «paja» disposición.
queda barrida. Sólo sobreviven aquellos elementos que tienen un sig- A medida que nos hacemos mayores, y cuando la atadura a la ma-
nificado dorado para cada época. Y, en definitiva, manifiesta el doctor dre es debilitada por la separación física o psicológica, la introyección
Bettelheim, los cuentos de hadas se convierten en historias universales, se intensifica. Cuando nos trasladamos a un apartamento de nuestra
que «se comunican en cierta manera con la ineducada mente del niño... propiedad, al encontrar un trabajo, al entrar en relación con un aman-
(es a los niños a quienes van dirigidas)... alientan el yo personal y es- te, al casarnos y dar a luz un hijo, al cumplir con todos esos ritos im-
timulan su desarrollo, aliviando al mismo tiempo preconscientes e in- portantes de la fase de nuestro alejamiento, damos un paso hacia de-
conscientes presiones».1 lante y luego otro hacia atrás, descubriéndonos a nosotras mismas ha-
Uno de los elementos que proporciona a los viejos cuentos de ha- ciendo las cosas a su modo. Asemejándonos a la madre superamos nues-
das su poder es la frecuencia con que presentan imágenes de la madre, tras ansiedades producidas por la separación.
con la dualidad de buena y mala. La Cenicienta es tratada brutalmente Es algo así como una aproximación simbólica. Exactamente igual
por la cruel madrastra, pero la bondadosa hada madrina la transforma que en el caso del niño que se aparta arrastrándose de mamá y se va
en princesa. Historia tras historia, es fácil descubrir esta oposición en- a la habitación contigua, pero que vuelve asustado para comprobar que
tre una madrastra perversa, o una hechicera maligna, y la figura pro- la madre continúa en el mismo sitio, nosotras, conforme nos apartamos
tectora, mágica, que está del lado del niño. Al escribir acerca de cómo de ella en la vida adulta, procuramos hacernos con algo suyo. Nuestro
la abuela de Caperucita Roja se convierte de repente en un lobo que viaje es menos atemorizador teniéndola con nosotras {en nosotras).
se cubre con las ropas de la benévola anciana, el doctor Bettelheim En la oficina nos ofrecen un ascenso. Lo hemos merecido, y esta-
comenta: «¡Qué necia transformación cuando se contempla objetiva- mos en condiciones de cumplir con lo que se nos exige. Pero desde
mente! ¡Y qué atemorizadora!... Pero examinada la cuestión pensando siempre nuestra madre nos ha advertido que a la gente no les gustan
en las distintas formas de experimentación infantil, ¿habrá algo más las mujeres agresivas. Decidimos continuar con el cargo que teníamos.
imponente para el niño que la repentina transformación de su bonda- «No poseo el menor espíritu competitivo —decimos—. La idea de
dosa abuela en una figura que amenaza su mismo sentido del yo cuan- progresar no me enloquece precisamente.» Tenemos amantes, pero nun-
do ella le humilla por una accidental mojadura de pantalones? Para el ca nos liberamos de las ansiedades de la madre con respecto a las tretas
niño, la abuela ya no es la persona que era un momento antes; se ha de los hombres y a la posibilidad de que nos abandonen. Es desazo-
convertido en un ogro.»2 nante. Casi nos vemos divididas, con una doble imagen: la mujer que
Al crecer, reprimimos la inclinación que la criatura que llevamos se acuesta con algún que otro hombre y que goza con la actividad se-
dentro siente todavía por la poderosa madre de la infancia, llegando xual, y la mujer que se despierta por la mañana, preguntándose preo-
a una conclusión caracterizada, aparentemente, por su madurez: «Y cupada: «¿Me volverá a llamar?» Éstos son los temores de la madre.
bien, hay algunas cosas de mi madre que no me gustan, pero ya sé, ya ¿Cuál de esas mujeres somos? Las dos.
comprendo por qué se comportó de ese modo en tal o cual ocasión. El proceso de la introyección continúa aunque no volvamos a ver
Se trata de detalles sin importancia.» La madre «mala» es ignorada. a nuestra madre, aunque haya muerto, o esté viviendo en París. No es
Sabemos y no sabemos al mismo tiempo que en nuestra madre alien- la madre presente aquella que está siendo «introyectada», sino la mala
tan rasgos que nos desagradan. de mucho tiempo atrás, la que odiábamos por «saber» que estaba ha-
Mientras somos jóvenes, como para continuar viviendo en casa, ciéndonos desdichadas, cosa que nos resultaba insoportable. Cuando te-
402 • ' MI MADRE, YO MISMA
UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 403

nemos un arrebato de furia contra alguien, ¿cuántas veces suele deberse niñas, en matronas, «que no se pasan la vida pensando en lo sexual».
a que lo que está haciendo esa persona nos revela algo que nos desa- La madre solía mostrarse contraria. Y nosotras estamos cansadas de
grada en nosotras mismas? batallar. Pensando en nuestra hija, y en nosotras mismas, nos unimos a
Cuando éramos pequeñas y veíamos a mamá gobernando la casa, aquélla. Se ha salvado la continuidad.
nos quedábamos admiradas al observar lo exigente que era con el hom- De solteras, los gozos de la sexualidad eran nuestra recompensa y
bre encargado de las reparaciones domésticas, o con el jefe de departa- nuestro refuerzo. Permitir la misma autonomía a nuestra hija es de-
mento de unos almacenes que había presentado una factura equivoca- masiado expuesto. Carecemos de ese modelo de madre que estimula la
da. Decía siempre lo que pensaba y lograba que lo que tenía que hacer- sexualidad de la hija. Para asegurarnos de que nuestra niña no vaya a
se se hiciera. Nosotras nos desenvolvemos en tales terrenos tan bien concebir ideas extravagantes, le presentamos la que creemos convenien-
como ella. Pero también nos acordamos de su pánico cuando nuestro te: una imagen asexual de nosotras mismas. Nada debe suscitar prohi-
padre conducía el coche y tomaba una curva de un modo peligroso; bidos pensamientos en nuestra hija. Al cabo de poco tiempo, nuestra
recordamos, asimismo, su irritación porque se le había derramado la mente tampoco alumbra ninguno.
leche, y el miedo que sentía cuando, encontrándose sola, percibía algún
La mayor parte de las mujeres con las que me he entrevistado sa-
ruido en la casa. Sobre todo, nosotras le habíamos introyectado su an-
ben que después de la maternidad perdieron caracteres sexuales, pero
siedad en torno al tema de la actividad sexual.
no pueden decir por qué. Estaban demasiado fatigadas, habían de man-
El matrimonio es la oportunidad que se nos depara, finalmente, tenerse concentradas, atentas por si lloraba la niña, etc. Son buenas
para poder ser sexualmente todo lo arrojadas que deseamos ser. Sin razones, pero no resultan convincentes. Cuando se desea algo ardiente-
embargo, en vez de aprovecharla andamos preocupadas con el mobi- mente, se establecen las prioridades, a fin de alcanzar la meta propues-
liario, con la limpieza, con las visitas de los amigos. Las ropas que ta. La psicóloga infantil Helen Prentiss estudia la cuestión subjetiva y
utilizábamos de solteras tienen unas marcadas arrugas y pliegues. Aho- objetivamente:
ra nos amoldamos a los estilos de los suburbios, que no hacen fruncir
«Antes de nacer mi hija, me había sentido en todo momento muy
el ceño a nadie. La razón de que la relación sexual fuese más fácil de
orgullosa de mi unión sexual con mi esposo. Por encima de otras cosas,
soltera residía en que nunca habíamos visto a la madre «no casada» y
advertía que ésta me distinguía del tipo de mujer que era mi madre.
6Ín hijos. Era éste un papel que nosotras podíamos crear por nuestra
Pero cuando quedé embarazada, empecé a perder este contacto con él,
cuenta. Ella estaba lejos —emocionalmente, al menos— y sentíamos
abrigando la impresión de que siempre había mantenido una posición
la punzada de una separación temporal. El matrimonio provoca una
opuesta. Sabía que a Jack le atraía mi físico, pero que aquél en que
nueva reunión. De declarar ahora abiertamente nuestra sexualidad apa-
pensaba era el de antes, el esbelto. ¿Cómo iba a sentirse apasionado
receríamos demasiado distintas de lo que había sido ella como esposa.
con la gruesa dama en que me había convertido? Si me abrazaba, si
Tendríamos que descargar nuestro enojo sobre esa decepcionante ma-
trataba de besarme, me apartaba buscando cualquier excusa. Tal ex-
dre que odiaba el placer sexual que nosotras anhelábamos desde la
pansión se me antojaba inoportuna, sexual, y yo era casi una madre.
infancia, al que nos hizo renunciar para que no perdiéramos su amor.
Además, contemplaba una nueva imagen de mi persona: me veía trans-
Cuando nosotras mismas somos madres, la introyección se acelera
formada en una de esas madres que se encuentran en las páginas de
aún más. Al tener a nuestra pequeña en los brazos, recordamos a la
las revistas, una madre cordial, afectiva, limpia, entregada por entero
madre, nos sentimos fundidas con ella, formando una sola persona,
a su misión. ¡Las mujeres así carecen de sexo! Son, simplemente, bue-
como en ningún momento anterior. Como el sexo fue siempre una
nas madres, y yo me disponía a ser una de ellas.
fuerza poderosa que tiende a la individuación, no es sorprendente que
»Mi propia madre, moviéndose constantemente a mi alrededor, fue
lo sexual sea una de las primeras cosas que desaparezcan.
intensificando tal idea. Se dejaba ver a diario por casa, con ropitas para
Para complacer a la madre renunciamos al derecho que teníamos
el crío, cuando no me ayudaba a arreglar el cuarto que íbamos a des-
sobre nuestros cuerpos y a la satisfacción erótica cuando éramos pe-
tinar al pequeño. Me tranquilizaba mucho su proximidad, porque lo
queñas. Ahora, cuando nuestra hija se toca sus órganos genitales, no
cierto era que me sentía asustada. Por entonces daba unos cursos so-
nos limitamos a fruncir el ceño. Hacemos lo que hizo la madre años
bre psicología infantil, pero aquello de que un niño fuera a depender
atrás: apartamos su mano de allí. Nos convertimos en custodios de
directamente de mí se me antojaba una atemorizadora responsabilidad.
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4Ó4 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 405

Mi madre había sabido alejarse de nosotros lo suficiente para no cono- »Sabía que sin una conexión con nuestra identidad adulta, se per-
cer la intensidad del lazo sexual que nos unía a Jack y a mí. Ahora manece ligada simbióticamente al hijo mucho después de haber trans-
maniobró en sentido contrario, dando lugar a un acercamiento que le currido el lapso en que se debe estimular el proceso de separación de
permitiera enterarse de todo lo concerniente a mi embarazo. De re- la criatura. El sexo es la llamada del mundo adulto, que nos recuerda
pente, dio la impresión de hallarse en poder de todas las respuestas, quienes somos. Nos recuerda que podemos ser madres, pero también
justamente como si no hubiese poseído ninguna antes de quedar yo que somos mujeres, esposas. Tal conocimiento fue implantado en mí
embarazada. Me habló de sus embarazos. ¡ Incluso admitió haber teni- muy profundamente; sin embargo, algo más profundo, más inconscien-
do sus dudas en lo tocante a considerarse una buena madre! te, latía en mí. El sexo ha sido siempre una de las mayores fuerzas que
»A medida que mi madre y yo nos aproximábamos, mi lazo físico han actuado sobre mi persona para lanzarme al mundo, para dejar el
con Jack fue perdiendo fuerza. Fue como si mi acercamiento a mi ma- hogar y adquirir mi individualidad. Quería a mi madre, pero aspiraba
dre representara algo incompatible con mi unión con él. La relación a una vida más amplia. Cuando entré en contacto con Jack, mi relación
sexual con él constituyó la definición final que me separaba, a mi jui-
sexual se convirtió en una actividad estúpida o frivola, quizá un tanto
cio, de la imagen de mi madre. Yo era otra clase de mujer; esto era,
vergonzosa, a la cual una se entregaba antes de ser madre. Estaba emba-
al menos, lo que me figuraba. Al tener en mis brazos aquella criatura
razada, y esto era lo importante. Las largas horas pasadas anteriormente
quedó todo alterado. Nunca se me ocurrió pensar que a Jack podía
en el lecho, las mañanas y las noches que Jack y yo habíamos dedicado
gustarle participar en la tarea de cuidar de Sally en el curso de aquellos
a explorarnos mutuamente, aislados por completo del mundo, compo-
primeros meses. Y puesto que, al parecer, yo no tenía ninguna con-
nían, a mi juicio, un período de tiempo egoísta y diabólico. Aquello
fianza en él, mi marido perdió la que hubiera podido tener en sí mismo.
era más bien propio de mozalbetes. Así que por haber entrado en la
Entonces dejó de colaborar. En consecuencia, allí estaba yo, convertida
maternidad sin una clara afirmación de mí misma, sin el establecimiento en uno de los casos expuestos en mis propios libros: ¡simbióticamente
de unas prioridades en mi vida, y con mi esposo, de un modo automá- ligada a mi bebé, unida de nuevo a mi madre, tras haber excluido a
tico me transformé en esa imagen de mi madre. Inconscientemente, sin mi esposo de «nuestra» (mía, de la criatura y de mi madre) existencia!
la menor vacilación, renuncié a una de las cosas más importantes de
mi vida y de la vida de mi marido: nuestro lazo sexual. »Muchas fueron las emociones que me suscitó lo que tuve con mi
»Fue como si me hubieran programado desde el nacimiento. Me bebé. Y mi libido, si convenimos en utilizar esta clase de conceptos, se
alié con mi madre en este femenino misterio, dejando a Jack fuera. Le hallaba intensamente orientada hacia él. Toda mi energía libidinal esta-
teníamos por una especie de Dagwood Bumstead, que quizá había sido ba en juego. Mi cuerpo no era ya el de otro tiempo; la narcisista visión
de mí misma había perdido vigor. No me sentía una mujer sexual. Veo
necesario para que todo aquello se iniciara; ahora le había llegado el
ahora que todas mis antiguas ideas —todas las antiguas ideas de mi
momento, sin embargo, de apartarse para permitir que nosotras, las
madre— habían vuelto: lo sexual era una suciedad, un egoísmo. Era
mujeres, nos enfrentáramos con las realidades de la vida. Era como si
anti-materno.
lo que estaba trazando con mi madre ¡estuviese dirigido contra él!»
La doctora Prentiss continúa diciendo que aunque ella sabía — teó- »Si no pensáis en lo sexual durante esos primeros meses, cuando
ricamente, intelectualmente, deduciéndolo de todo lo que había leído, os halláis tan enfrascadas con vuestro bebé, os despertaréis seis años
de las mismas lecciones impartidas — que durante los primeros meses más tarde viéndoos no como una mujer, sino como una madre. Ser
de la vida del bebé es necesario para una madre mantenerse en sim- sexual y ser persona con un fuerte sentido de la propia identidad son
biosis completa con éste, no debe consentirse que tal unión interfiera ideas que van muy ligadas. Las mujeres no logran centrarse en esto
la existente entre los esposos. «Tras el nacimiento del hijo, está prohi- lo suficiente. Es bastante difícil ser personas sexuales antes de conver-
bido hacer uso de matrimonio por espacio de seis semanas. Bueno, tirnos en madres. El mundo exterior puede vernos como mujeres se-
pues en mi caso las seis semanas se transformaron en diez. «Me man- xuales, pero íntimamente no estamos conformes. Resulta fácil — y pe-
tenía en todo momento atenta al posible llanto de la criatura, y si a ligroso — volver a ser una «agradable dama», una madre. Vuestra con-
Jack se le ocurría tocarme, yo, arrogándome el papel de Super Madre, centración en la unión con vuestro bebé en los comienzos de su exis-
exclamaba: "¡Jack, por favor!" en un tono de voz que delataba mi tencia es una cosa saludable y necesaria. Después de esto viene la re-
indignación, como si acabara de tocar un objeto sagrado. nuncia a los problemas, gozos y placeres de una vida adulta propia.»
UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 407
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Trátese de una renuncia o no, eso es lo que la mayor parte de las ca por qué la ira que la madre inspira en la hija se reduce tras haber
mujeres hacen. «Delante de los niños, no.» Estas palabras suenan como dado ésta a luz, hay que verla en que la imagen de la buena madre pue-
un título de comedia musical, pero constituye, con todo, un hecho de de ahora ser evidenciada en la vida real. La imagen negativa e interna
la vida marital. Nos sometemos alegremente a ese sacrificio porque es puede ser reprimida, y se observa la existencia de una nueva capacidad:
«por el bien de nuestra criatura». Es una idea discutible. La frustra- la de amar al nuevo ser con una pura, absoluta, total entrega. He aquí
ción y la ira quedan tras el telón que hemos interpuesto entre nosotras la madre que una deseaba tener y ser. Corrientemente, tras el alumbra-
y nuestra sexualidad. miento, las mujeres irradian una contagiosa euforia. La familia, el es-
poso, los amigos, quedan como inmersos en una atmósfera de cordiali-
Si tenemos que sacrificar tanto por su bien, perfectamente... Ojalá
dad. Esto es también necesario biológicamente para los primeros pasos
que sea de gran utilidad. Estamos decididas a no ser tan exigentes como
de la vida del bebé y su posterior desarrollo. La depresión del post-
nuestra madre, pero imponemos a nuestra hija unas normas de con-
parto, en algunos aspectos, no es una depresión corriente. Supone una
ducta más estrictas que las destinadas al hijo. Tras el último arranque
limitación de la euforia. Ha quedado señalada claramente la sensación
de mal genio de la chica, nos sentamos, dominándonos. ¡Nunca más!
de la mujer de que ahí está su oportunidad de mejorar y solidificar su
¡ Y qué atemorizador nos parecía todo cuando de pequeñas nos enfren-
impresión de ser una persona digna y productiva ha quedado puntua-
tábamos con la perspectiva de ver a nuestra madre furiosa! Y empe-
lizada. Su deseo —«Quiero ser una buena madre para mi hija» —
zamos una vez más con la mejor de las intenciones: intentamos ser
explica por qué algunas mujeres que nunca se habían mostrado firmes
calmosas, frías, amables; nos esforzamos por hacer las cosas al estilo
pueden ahora decir «no» en nombre de su hija. El deseo para una ma-
de aquélla. Pero incluso representando este papel, surge una cólera in-
dre perfecta ha transformado en la aspiración a ser la perfección misma.
terior que sabotea las mejores intenciones. No es posible ser esa «per-
Lo habréis oído una y otra vez: «Cuando fui madre empecé a com-
fecta» madre sin comparar el camino ideal que nos proponemos seguir,
prender todo cuanto tuvo que pasar la mía. Ya no me enfado con ella
con la forma restrictiva de comportarse que tiene la madre. Captar esta
nunca.» ¡ Magnífico! A menos que tal absolución vaya más allá del sa-
comparación con demasiada claridad traería como consecuencia un arre-
ludable reconocimiento de los reales problemas de la maternidad, con-
bato de furia dirigida contra la madre «mala» recluida en el incons-
virtiéndose en un reforzamiento de la simbiosis original. ¿Significa esta
ciente. Esta cólera nos separaría de ella. Sería intolerable. La ira cam-
«comprensión» identificarse con todas aquellas cosas que odiamos en
bia de orientación: se vuelve contra nosotras mismas, contra nuestro
otro tiempo en la madre? ¿Nos autoriza este acercamiento a actuar
esposo, contra las injusticias del mundo en general. Parte de ella, ine-
como ella lo hizo, para superproteger a nuestra hija y de esta manera
vitablemente, se derrama sobre la hija.
limitar su separación? ¿Se ha encendido de nuevo la luz verde para
¿Por qué ha de gozar ella de un trato correcto cuando nosotras lo
que otra vez hagan acto de presencia, sobre una nueva generación, las
pasamos tan mal? Una parte de nuestra ira se subvierte y se experimenta
antiguas ansiedades, las reprimendas, las represiones e inhibiciones se-
como una especie de perdón. Dice la doctora Mió Fredland: «Cuando
xuales?
las mujeres tienen hijos, comienzan a sentirse más identificadas con su
Cuando damos a luz una hija, pensamos que seremos capaces de re-
madre. Liquidan antiguas discusiones. Se dan cuenta de lo que fue su
nunciar a la vieja necesidad simbiótica de la madre (puede dársele otro
vida. Disculpan arranques coléricos del pasado, estrechándose los lazos
nombre, el que queráis), hallando una nueva seguridad con nuestra pe-
de cariño y aumentando la proximidad. Especialmente cuando hay por
queña. En vez de precisar de alguien que cuide de nosotras, nos senti-
en medio una hija. Existe una comunicación directa y extraña entre la
remos felizmente realizadas cuidando nosotras de alguien. Éste es un
madre, la hija y la nieta. Mi madre me confesó en una ocasión que si
tipo de idea distorsionada en la separación: por estar atada a mi pe-
bien ama a los hijos de mi hermano, éstos no le inspiran los mismos
queña, dependeré menos de mi madre en cuanto a unión y fortaleza.
sentimientos que mi pequeña. No provienen del útero de la criatura
Nadie ha de sorprenderse de que la nueva madre necesite de su
que llevó en su propio útero. Mi madre mira hacia el futuro, pensando
propio reforzamiento como tal. Con esto no quiero aludir a la necesidad
en la criatura que en su día dará a luz mi hija, y ve asegurada en ésta
de ayuda física y de consejo práctico, más que al ansia de una reconci-
su inmortalidad. Tal idea hace de ella otra mujer, la transforma, la re-
liación emocional, de una atadura con la suya. Ahora, más que en cual-
juvenece.»
quier otra ocasión en nuestra vida, al sentir en nuestros brazos el des-
«Una razón principal — dice el doctor Sirgay Sanger — que expli-
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valido ser, no podemos hacer frente a las viejas iras contra la madre. sación de disponer de una estrecha atadura y de un amor infinito. Pero
Irónicamente, nuestra misma madre se está dulcificando, aproximándose no eres tú quien va a sentirse cuidada, atendida. Será la niña quien se
más a la que nos hubiera gustado que fuera. Pero esto no ocurre por lo lleve todo. Ser madre supone una inmensa satisfacción, pero no es
nosotras, sino por nuestra hija. esto lo que necesitabas. Tú no eres la criatura en esta relación. Tú eres
Dice la psicóloga Liz Hauser: «Mi madre era muy cariñosa y pa- la madre. Éste es el problema de la simbiosis: existen unos límites in-
ciente con mi hija Liza, hasta el extremo de que se hubiera pasado ho- definidos. Ignoras dónde acabas tú y dónde empieza tu hija. Por último,
ras enteras jugando a las cartas con ella para complacerla. De niña, con- te sientes colérica porque tu pequeña no satisface tus necesidades.»
cebí la idea de que una debía estar en todo momento haciendo algo Puede ser que la doctora Hauser esté empleando términos de teoría
productivo. En consecuencia, me faltaba paciencia para jugar a cartas. psicológica, pero no hay duda de que sus palabras provienen de muy
Ella no reprendía a Liza como me había reprendido a mí porque entre adentro de su ser. Es madre de una hija. Todas las mujeres menciona-
las dos existía suficiente separación. He aquí por qué es mucho más das en este capítulo son, a la vez, madres y profesionales, formadas para
fácil ser abuela. La pegajosa simbiosis nunca se da, por cuyo motivo no controlar problemas simbióticos. Y, sin embargo, tampoco ellas pudie-
hay aportación de ansiedad y temor a la relación, ni la necesidad de ron evitar la no separación cuando tuvieron hijas. La manera casi hip-
aferrarse a ella... En cuanto a mí, diré que, con frecuencia, tras haber nótica con que la simbiosis se apoderó de ellas es una advertencia, algo
oído contar a una paciente que sentía un terrible furor siempre que su que anuncia cuan ilusoria puede llegar a ser cierta baladronada: «Estoy
madre la reñía, nada más entrar en casa la emprendía con Liza, hacién- educando a mi hija de una manera totalmente distinta a como lo hizo
dole toda clase de recriminaciones. "¡Fíjate cómo está tu habitación!" mi madre conmigo.»
Es muy difícil recordar que has de conducirte con tu hija de una ma- La doctora Hauser continúa así: «Pensar que tu hija será para ti
nera diferente a como lo hizo tu madre contigo.» una compensación con respecto a lo que echaste de menos de pequeña,
Antes de llegar a la maternidad, intentábamos encontrar en los hom- equivale a pasearse por las inmediaciones de una panadería aspirando
bres y en otras mujeres lo que echábamos de menos en nuestra madre. el perfumado olor de las hogazas cuando se siente hambre. No resulta
Puede ser que nuestro esposo no nos ayudara en la búsqueda de una satisfactorio, pero es irresistible: al menos estás haciendo de madre,
moviéndote por los alrededores. Desde luego, al final de esta hambre
perfecta, de una bienaventurada unión. (¿Cómo podía ocurrir lo con-
insatisfecha nacen las terribles iras que las madres sienten. Los hijos
trario?) Al ser madre se acaba la búsqueda. Ya no volveremos a estar
son «egoístas» y «desagradecidos». Las iras en cuestión son peores que
solas jamás. Encontraremos en el lazo con nuestro bebé una identidad
otras porque aquellos a quienes van dirigidas se mantienen en contra
que podremos reconocer, y toda la emoción que necesitamos.
de ellas, se defienden, no las admiten. Pero si os detenéis a pensar en
Dice la poetisa Anne Sexton, en The Double Image:
ello, veréis que la madre que arremete furiosa contra su hija, porque
ésta no le da lo necesario, no es suficientemente agradecida... ha inver-
Yo, que nunca estuve segura
tido las tornas. Es igual que si la madre fuese el bebé, dirigiéndose a
de ser una chica, necesitaba otra vida, gritos a su madre, en demanda de amor. Tiene veinte, treinta, cuarenta
otra imagen que me lo recordara. años, y todavía desea furiosamente aquel avasallador y desbordante amor
Y ésta fue mi culpa más grave; que las criaturas pequeñas necesitan.
tú no podías curarme
ni darme consuelo, «Cuando estudiaba psicología — sigue explicando la misma docto-
ra —, una de las primeras cosas que oí decir es esto: "Desde luego, ella
E hice que me encontraras}
es hostil. Depende de los demás y los que dependen de los demás son
siempre hostiles." Tal idea se me quedó muy grabada en la mente. Es
«Como nueva madre — explica Liz Hauser —, parte de lo que bus-
6imple, pero explica toda la dinámica del hecho. Si esa dependencia es
cas en esta celestial confusión de dependencia y proximidad entre tú y
completa, estarás esperando siempre que alguien te dé una limosna...,
tu hija es el deseo de que cuiden de ti. Si no disfrutaste suficientemente
aunque se trate de un mundo bebé. Esperas que te dé un residuo de
de pequeña con la madre, ha llegado tu oportunidad. Es como si qui- amor, y en tal sentido dependes de la criatura.
sieras dar la niña una compensación por lo que tú no lograste. Así
»Yo he cometido esos errores, he experimentado también esas iras.
pues, en una forma borrosa y simbiótica, consigues experimentar la sen-
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Quiero a Liza y tengo una agradabilísima sensación cuando la hago fe- de ser acarreado por los genes. Considero que las recompensas de la
liz con cualquier motivo. Pero a veces es como si mediara una petición maternidad son biológicamente imbuidas, pero el grado de satisfacción
sin límites. Esto es natural en cuanto a la criatura. Ahora bien, desde puede variar de acuerdo con las circunstancias. A la nueva madre, que
el punto de vista de la madre, la pequeña puede dejarse contemplar siente y ve cómo su pequeño toma el alimento de su pecho, no es ne-
como un pozo sin fondo. No puedes satisfacerla. Deseas que se inmo- cesario decirle que es feliz. Una madre de los suburbios pobres, con
vilice y que sea feliz con lo que ya ha conseguido. Crece tu cólera. Lo nueve hijos, que un día descubre que está otra vez embarazada, es posi-
recuerdo todo muy vividamente. Recuerdo que las palabras dirigidas a ble que piense de otro modo. La biología y la anatomía avanzan, que-
Liza las oí antes de labios de mi madre: "Ya has tenido eso; hemos lo- ramos o no. La madre soltera puede decidir la cesión de su bebé para
grado eso las dos juntas; debieras agradecer lo que posees, y no conti- que sea adoptado por otras personas. Al nacer la criatura, se siente de
nuar pidiendo más y más...» He ahí por qué las mujeres debieran estar pronto presa de la mayor emoción. Desea retener para sí al pequeño.
bien impuestas del proceso de la separación antes de adoptar la deci- Está convencida de que su decisión es atinada. ¿Es real su convenci-
sión de ser madres. Debieran imponerse ciertas comprobaciones a sí miento? No hay una respuesta «correcta». De lo que quiero hablar yo
mismas tras el nacimiento del bebé. Por ejemplo: cuando te enfades te- aquí es de la elección individual. La maternidad proporciona sensacio-
rriblemente con una criatura que ha estado llorando, que sigue lloran- nes de grandeza, de valor personal, funcionales y placenteras. Hay una
do, pregúntate si la intensidad de tu ira en ese momento no se deriva pregunta que están comenzando a formularse las mujeres: «¿Existe al-
de tus personales frustraciones, del hecho de que el bebé esté haciendo guna otra cosa que prefiera hacer con mi vida, algo que fuese más sa-
de ti una desdichada cuando lo que tú pretendes es que la pequeña te tisfactorio?» En una reciente encuesta pública, tres de cada cuatro per-
haga feliz. ¿Qué es lo que has conseguido gracias a todos esos senti- sonas consultadas — lo mismo hombres que mujeres — declararon que
mientos de proximidad, de seguridad, de amor maternal con que habías les parecía normal que las mujeres no tuvieran hijos.4 Mi impresión es
estado soñando?» que esto refleja nuestras cambiantes actitudes, no necesariamente nues-
Se cuenta en una historia, cuya paternidad se atribuye a Freud, que tros más profundos sentimientos: eso es normal para otra gente, no
un águila se vio obligada a trasladar a sus tres retoños a un lugar se- para mí. Pero si la mayor parte de las mujeres no piensan en el matri-
guro, con motivo de haberse producido una inundación. El agua cubrió monio sin hijos como una opción permisible, ¿puede decirse que esco-
una gran extensión de tierra, y los aguiluchos no estaban todavía en gen ser madres?
condiciones de cubrir volando la distancia precisa para eludir el peligro. Dice la doctora Prentiss: «Por mi propia historia se podría deducir
La madre asió con sus garras al primer aguilucho y remontó el vuelo. que tomé una decisión consciente acerca de la maternidad; pero esto
«Siempre te agradeceré esto, madre», dijo aquél. «Embustero», respon- no fue más que una ilusión. De niña, siempre sentía que experimentaba
dió la madre. Y lo dejó caer sobre las aguas. Con el segundo aguilucho solamente las emociones «oficiales» de mi madre, las que ella creía que
ocurrió lo mismo. Cuando la madre asió al tercero y se dispuso a volar serían buenas para mí, y no sus emociones reales. Y de esta manera
hacia la seguridad, el pequeño dijo: «Espero ser con mis hijos tan buen aprendí a enseñarle sólo lo que deseaba ver, la hija en mí, no toda la
padre como lo habéis sido vosotros conmigo.» La madre salvó a este persona. Tal actitud era afectiva, pero no honesta. Eso es lo que quería
aguilucho. compensar con mis hijos. Especialmente con una niña, porque me creía
La deuda de gratitud que debemos a nuestra madre y a nuestro pa- capaz de comprender sus sentimientos. Pero no permitáis que os deso-
dre se proyecta hacia delante y no hacia atrás. Lo que debemos a nues- riente. Todo parece indicar que estaba decidiendo tener un bebé por
tros padres es la cuenta que nos presentan nuestros hijos. Tener una esta o aquella razón. La verdad es que nunca lo decidí, en absoluto. Ja-
hija constituye una de las agradables realizaciones de la vida, pero es- más, conscientemente, sentí que se me diera la oportunidad de elegir.
perar que nos procure una recompensa en el tiempo, lugar o modo de Siempre supuse que acabaría casándome y que tendría un hijo. Esto
nuestra elección es distorsionar la naturaleza de la relación madre-hija. formaba parte de la secuencia ya fijada para mí. Sabía, simplemente,
En el curso de períodos dilatados, el proceso de la evolución eli- que sería madre. Todas las mujeres vivían la experiencia. Este tipo de
mina todo rasgo no fundamental para la supervivencia de la raza. Con- automática asignación de un papel nos ha ocasionado, a mi hija y a mí,
trariamente, todo aquello de lo que depende la raza, en lo que ésta se muchas perturbaciones.»
apoya, no puede ser confiado al capricho, la moda o la casualidad: ha Tener un hijo es algo que se espera tanto de nosotras, es algo tan
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programado en nuestro desarrollo, que nos adentramos como a la de- ¿Por qué aferramos a esas otras figuras como prueba de nuestra sin-
riva en lo que quizá representa el acto más importante de nuestra vida. gularidad? Dice el doctor Robertiello: «Parece propio de una mayor
Nuestras razones para convertirnos en madres — aunque son difíciles madurez y también más autoafirmativo decir que tú eres como tu tía
de consignar — son la primera pista para determinar si deseamos man- o tu abuela, con las cuales no tienes esas dependencias estrechas y re-
tener nuestra identidad y permitir que nuestra hija evolucione y se cordadas a medias. Decir que eres como tu padre es lo mejor de todo.
transforme en una persona individual y separada de nosotras. Implica decisión. A fin de cuentas, él es un hombre. Esto indica que
La manera cómo una mujer se relaciona con su hija es una de las eres sexual, en tanto que ser como mamá revela todo lo contrario, y
características de su desarrollo normal... o interrumpido. Si esta última equivale a colgarte el marbete de la no sexualidad. Declararte como tu
se ha relacionado simbióticamente con su madre, y hace lo mismo con padre habla de una posibilidad de elección. Ser como la madre parece
su esposo, no puede afirmarse que haya crecido. Ha habido un cambio, algo automático y pasivo. Ser como el padre comporta cierta fortaleza
sencillamente, en el reparto de caracteres. Oportunamente, la mujer de carácter. Tú has cruzado la línea sexual; has crecido lo suficiente
puede independizarse algo más del marido, pero al nacer la hija, la sim- para poder moverte con facilidad en un mundo de hombres. ¡ Eres una
biótica desviación se dirige hacia ésta. «Va de la madre al padre, y de mujer completa y de todo te encargaste tú, no debiéndole nada a
éste a la hija — dice el doctor Robertiello —, pero la edad emocional nadie!»
de la mujer, su etapa de desarrollo, permanece invariable. No registra El corte de la atadura simbiótica entre la madre y la hija puede
ningún avance. El esposo ha sido únicamente una etapa intermedia en- ser favorecido por la identificación con el padre o una tía, pero se ini-
tre la antigua simbiosis con la madre y la nueva con la hija. La mujer, cia mejor mediante un esfuerzo de absoluta honestidad, introspección
como individuo independiente en su propio derecho, nunca llegó a y memoria. Tenemos que ver quién era la madre, y quiénes éramos
emerger del todo.» nosotras. ¿Cómo era realmente nuestra madre cuando éramos peque-
Todos — hombres o mujeres — ponen empeño en preservar la idea ñas? ¿Se mantenía distanciada, no nos prestaba atención? ¿O adoptaba
de la identidad única. «¡Yo soy yo!» Pocas cosas amenazan esta no- un aire super-protector, ocupándose de todo, lo que hacía que sin ella
ción de autonomía tanto como que nos digan que somos como nuestra nos asustara la vida? ¿Hemos sido capaces de enfrentarnos con la ma-
madre. dre buena y la mala, de apreciar lo que amamos y lo que odiamos, y
Anoche, en una cena, alguien me preguntó en qué estaba trabajan- por último, fusionarlo, sin apariencias de sentimentalismo?
do. «En un libro sobre las relaciones madre-hija.» Instantáneamente, Si la causa de que desees tener una hija es el propósito de proveer-
las cuatro mujeres presentes fijaron sus ojos en mí. «¿De qué aspecto te de una identidad, revivir nuevamente la infancia por el camino que
de tal relación se ocupa ahora?», me preguntó una de ellas. «Analizo hubiera debido seguir, mantener la solidez del matrimonio, vivir a tra-
la forma de volvernos como nuestras madres», contesté. En los cuatro vés de alguien, o cualquier otro fin (habrá media docena de razones
pares de ojos cargados de rímel se desvaneció el brillo anterior. «¡Oh, más de escaso fundamento), el proceso de la separación será muy ar-
no! Yo no soy como mi madre. Fue mi padre... mi abuela... quien duo. La hija no puede apartarse porque está haciendo algo por ti. Si
influyó más en mí.» se va y sigue los dictados de su personalidad, tú pierdes tu identidad,
Una negativa. Una negativa bien clara ciertamente de que la mujer tu función, la oportunidad de vivir de nuevo la vida.
con quien vivimos tan íntimamente en otro tiempo — que nos enseñó Tomar una decisión consciente en lo referente a la maternidad es
a hablar, a comer, a andar, a vestirnos; la mujer de cuya sonrisa vivía- uno de los actos más liberadores que pueden hacerse por nosotras y
mos — hubiera ejercido alguna influencia determinante sobre nosotras. por el hijo no concebido. Incluso en el caso de que deseemos ser ma-
Dos de las cuatro mujeres declararon que amaban a sus madres, pero dres por razones nada realistas, sólo por saber qué es esto, hemos de
insistieron en que habían sido influenciadas fuertemente por otras per- considerarnos más separadas que otra persona que no toma decisiones
sonas. Tuve la impresión de que acaba de ser negado ante mí que dos de ningún género, que pasivamente pasa de la adolescencia a la madu-
y dos fuesen cuatro. rez, para casarse más tarde y automáticamente dar a luz. Esta clase de
reflexión secuencial — o no reflexión — revela que carecemos de sen-
Desde luego, otras personas — el padre, la tía, o una hermana ma-
timientos propios reales. Se ha demostrado hasta la saciedad que la
yor— podían ser decididamente importantes, pero ¿por qué negar con
mujer que dice: «Quiero tener un hijo porque así retendré a mi mari-
tanta vehemencia que el papel de la madre era igualmente trascendente?
UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICtO 415
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do», actúa impulsada por razones erróneas, causantes de auto-derrotas; procedí así por mi hija, pero añadiré que fui yo quien se benefició más.
pero aun con tal actitud supera a aquella que da a luz porque esto es Siempre había pensado que era mi madre quien insistía en mantener
lo que hacen las mujeres. Acertada o equivocadamente, la primera mu- aquella simbiótica atadura conmigo. Una típica creencia, fundada más
jer ha decidido algo, ha desplegado actividad, ha aceptado la responsa- en los deseos que en los hechos, un impulso cabal. Entonces aprendí
bilidad que implica quedar embarazada. esto: fui yo quien contribuyó en la máxima medida a mantener vivo
aquel lazo asfixiante.
Al decidir que vamos a tener un hijo, sabiendo por qué, nos eva-
dimos de la impresión de que fueron «ellos» los que nos indujeron a »A lo largo de mi vida, nunca negué nada a mi madre. Cuando
ello. Si la maternidad es decepcionante, si la tarea de traer al mundo quería hacer algo que estimaba podía no gustarle, actuaba en secreto.
un bebé es más dura de lo que nos habíamos figurado, al recordar que Siempre creí que sucedería algo terrible si ella se enteraba de aquel
la idea partió de nosotras amortiguará nuestra inclinación a hacer que otro yo mío, de mi secreto yo. Mi madre moriría o me rechazaría si
nuestro hijo se sienta responsable de estar vivo. la vencía o la negaba. Al nacer Katie, quiso vivir con nosotros. Com-
prendí que su traslado a nuestra casa supondría mi fin. Si cedía ante
Para conseguir que sea cambiado el inexorable esquema de la re-
/ ella, como había hecho constantemente en el pasado, se apoderaría de
petición entre madre e hija, hay que enfrentarse con todos los aspectos
mi vida y de la de mi hija. Comprendí que podría controlar la simbio-
denegados de nuestras madres, y de nosotras mismas. Tenemos dere-
sis entre mi madre y yo, pero ahora yo era madre a mi vez y deseaba
cho a confesar por fin los arrebatos de furia que sentimos cuando con-
criar a mi hija de modo que adquiriera la individualidad que por mi
tábamos cinco años, al ver que ella nos descuidaba. Pero ella también
parte todavía me esforzaba en lograr. La negativa que planteé a mi
tiene derecho, ahora que contamos veinticinco, a que se le permita que
madre, mi respuesta de que no podía vivir con nosotros, fue uno de
sea algo menos que perfecta. Esto de ver a la madre con claridad, de
los giros más decisivos de mi vida... Mi dependencia de ella, iniciada
verla en conjunto, una mezcla de lo bueno y de lo malo, supone un
con mi nacimento, había quedado rota.
enorme paso hacia la separación. Aun mejor, nos ayuda a cortar nues-
tras ligaduras con ella tan radicalmente, que acabamos por deshacernos »Aquello no la mató; no hizo que me rechazara. En realidad, fue
de todo lo bueno que figura en su legado, pero también de aquella lo mejor que pudo ocurrir entre las dos. Nunca había hecho nadie nada
parte que no nos agrada. semejante por nosotras. Pensamos que no podemos ser duras con nues-
tra madre, que no podemos ser sinceras con ella. Pero somos nosotras
las cobardes; tememos que si le hacemos frente, si le oponemos resis-
Hay dos momentos en la vida de las mujeres en que se acelera el
tencia, nos abandonará.
impulso inconsciente de convertirnos en la madre que nos desagrada.
»Cuando le dije a mi madre que "no", se produjo entre nosotras
El primero de esos instantes es cuando somos madres. El segundo es
una terrible confrontación. Las dos chillamos. Me sentí miserable, des-
cuando la madre muere.
valida, como si hubiera acabado de hundir un puñal en su corazón. Va-
Incluso más allá de la tumba, en la madre persiste la conocida dua-
rios días después, me anunció que regresaba a su casa de California.
lidad. La persona que murió era buena. La persona mala continúa vi-
"He pensado que los matrimonios deben vivir solos", me comunicó,
viendo en nosotras, unas hijas perversas que no la apreciamos como
como si hubiera llegado a tal decisión por sí misma. Parecía muy satis-
era debido cuando vivía. Constituye un asunto muy complejo este fan-
fecha con la explicación. En el fondo era una persona muy indepen-
tasmal monumento que elevamos a nuestras madres dentro de nosotras
diente. Ahora bien, se sentía terriblemente atada a mí, su única hija.
mismas.
Cuando nos despedimos se encontraba tan animada como siempre. Me
«Mi madre falleció hace seis años —dice Leah Schaefer—. Yo sentí preocupada, disgustada. ¿Sabes cuál fue mi mayor emoción tras
tuve problemas de separación con ella durante toda mi vida. Creo que su partida? Una palabra que resonaba con fuerza en mi mente: ¡en-
di mi paso más importante hacia la autonomía cuando nació mi hija rocada!
Katie. Durante mis años de estudios y prácticas en el psicoanálisis, lle-
»Mi vida, en su conjunto, ha sido un gran compromiso, porque
gué a captar intelectualmente el problema simbiótico existente entre
estimaba que de negar a mi madre algo en cualquier ocasión, significa-
mi madre y yo, pero nunca fui capaz de resolverlo. Al nacer Katie, yo
ría la pérdida de su amor. Había llevado una vida secreta, haciendo
contaba cuarenta y dos años. Solamente entonces me hallé dispuesta a
lo que ella no hubiera aprobado nunca, pero ya había pagado mi tri-
dar este gigantesco paso para lograr la separación. He de decir que
416 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 417

buto por ello. Fue increíble para mí saber que podía plantarme delante ellos más amor que ira u odio. «Incluso si ella no fue una madre sufi-
de mi madre y decirle que no a una cosa sin que esto acarreara su cientemente buena — dice el doctor Robertiello —, en el caso de aco-
muerte y la mía, sin que esto significara que había de ocurrir algo te- modarte a esa idea antes de su muerte, puedes ser capaz de evitar la
rrible. Yo estaba casada y era madre de una hija, pero emocionalmente melancolía. Si la identificas por lo que fue, formulas una evaluación
actuaba aún como una criatura ansiosa de conseguir la aprobación de madura. Has iniciado, al menos, la separación.»
su madre. Era la más pura de la simbiosis. Durante aquellos años, En la persona melancólica, la pena no es total porque la ira ambi-
nunca llegué a ser la persona que deseaba ser porque también tenía valente dirigida hacia la madre mala de la infancia no ha sido resuelta.
que asimilar la personalidad de ella. Y ahora la veía aceptando la se- El pesar no puede ser plenamente expresado, exteriorizado. Se presen-
paración con muestras de conformidad.» tan los antiguos sentimientos de infantil omnipotencia para atormentar
La doctora Schaefer continúa diciendo: a la hija: su inconsciente- la acusa de haber cometido un crimen.
«Antes de ocurrir la muerte de mi madre, fui a visitarla al hospi- La idea es demasiado terrible. Hemos de negar nuestro odio hacia
tal. Se sentía confusa; su pérdida de memoria la inquietaba. Mi madre la madre mala con más energía que nunca. Esta represión parece solu-
no había visto nunca con buenos ojos mi profesión; creía en la medi- cionar el problema. Empezamos a caminar como la madre, a hablar
cina física, no en la terapia mental. Pero ahora yo estaba en condicio- como ella; nos convertimos en ella. Asimilamos aquellas partes que en
nes de ofrecerle algunas de las recompensas logradas con mis trabajos, otro tiempo odiamos. De esta forma, podemos contestar a la auto-acu-
hacia las cuales me habían abierto paso los hábitos de profesionalismo sación de que nos alegramos de que esté muerta: ¡ nosotras la mante-
que ella me enseñara. nemos viva!
»Por primera vez en la vida pude ayudarla, hablarle de su pasado, Al orientar nuestra agresión hacia dentro, al odiar esos aspectos
de su esposo y de nuestra familia, recordarle quién era. Estuve en con- de ella que hemos asimilado, no tenemos por qué ver que aquélla está
diciones de proporcionarle lo que más ansiaba durante aquellas sema- dirigida contra nuestra madre. En vez de ello nos odiamos a nosotras
nas últimas: su sentido del yo personal. Al despedirme, apartó la mi- mismas. El resultado es una pesadumbre y un odio a sí mismo que no
rada de mí. Volvió la cabeza hacia mi hermano y se puso a hablar con cesa, sensaciones de futilidad y desconcierto, centelleos de ira aparen-
él. Nunca pudo soportar nuestra separación. temente sin objetivo en medio de un ambiente general de depresión.
»La ruptura con mi madre, iniciada al nacer mi hija, me permitió Melancolía. La introyección de la madre mala después de su muerte
comenzar a ver en mí misma, antes de su fallecimiento, las buenas co- es un misterio. Esto ha sido señalado demasiado universalmente para
sas que había heredado de ella. La dedicación a su trabajo había hecho ser puesto en tela de juicio.
de mi madre una persona efectiva y admirable. De niña yo la había Dice el doctor Robertiello: «Mi padre tuvo su primer ataque car-
odiado porque me descuidaba. Ahora podía apreciar, en una mejor pers- díaco hace seis meses. Por tal motivo dispuse de tiempo para enfren-
pectiva, que ello no era fruto de una "compulsión", sino más bien pro- tarme con lo que se acercaba. Nunca me había llevado bien con mi
fesionalismo. Sin la dedicación que aplico a mi trabajo, yo misma no padre. Me había pasado la vida negando que fuera como él. Y sin em-
habría podido mantenerme, ni hacerle a ella más llevaderos sus últi- bargo, a lo largo de esos seis meses me di cuenta de que estaba asimi-
mos días en el hospital, ni pagar sus últimas deudas. De no haberme lando los aspectos de su carácter que más odiaba: su temperamento
separado de mi madre, jamás habría podido reconocer que soy como dominador, su hipocondría, y todo lo demás. Esto era una introyec-
ella en sus mejores facetas.» ción, y comprendí que si no contemplaba a mi padre en conjunto, si
La idea de la melancolía, en relación con la muerte de alguien que no lo veía como era —bueno y malo—, experimentaría a su muerte
suscitara en nosotros sentimientos ambivalentes de amor y odio, fue un sentimiento de culpabilidad demasiado intenso. Probablemente mi
desarrollada por Freud y uno de sus discípulos, el doctor Karl Abra- melancolía duraría años. Sabía que solamente una separación más com-
ham.5 Es algo muy distinto de la auténtica aflicción. Sentirse uno afligi- pleta podía detener el proceso. De otro modo, me exponía a continuar
do por la muerte de la madre es un proceso fructífero, la aceptación odiando a mi padre totalmente, a no reconocer jamás las muchas y
de la pérdida, un apartamiento gradual. Es un indicio de que se trataba buenas cosas que había recibido de él. Esto es lo que sentía: «¡El Rey
de una madre «suficientemente buena», y de que nuestros sentimientos ha muerto! ¡Viva el Rey!»
hacia ella eran relativamente no ambivalentes, es decir, que había en Hace cuatro años comuniqué a una tía mía, hermana de mi madre,
418 •jf MI MADRE, YO MISMA AMIÍ UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 419

que iba a escribir un libro sobre la relación madre-hija. Ella me con- infancia. A renglón seguido hubiera dicho que ignorar mis mezquinos
testó: «Nancy, un día u otro tu madre morirá. ¿Cómo es posible que enfados venía a constituir la forma adulta de mantener la relación con
le hagas esto?» Me sentí sobresaltada, culpable, dolida de que mi tía mí madre dentro de un tono natural y afectivo. Ahora sé que tal acti-
pensara que me estaba disponiendo a injuriar a su hermana. ¿Por qué tud de «disculpa» no hace más que asegurar la persistencia de la cólera,
había de suponer ella automáticamente que cualquier estudio atento de manteniéndola viva e hirviente.
la relación madre-hija se traduciría en algo doloroso? Una simple pro- La manera usual de evitaf el temor de apreciar las facetas de la
yección, unas imágenes prohibidas de la reprimida «madre mala» ro- madre que odiamos, es llegar a una apreciación sentimental de su figu-
dean las nociones como ésas. Si las hijas sentimos un intenso senti- ra. La literatura nos cuenta en realidad muy poco acerca de lo que ocu-
miento de culpabilidad ante la idea de la muerte de la madre, ésta re- rre entre los hijos y sus madres. Demasiadas protestas están contenidas
fleja también con excesiva fuerza nuestra ansiedad a la hora de echar en las poesías azucaradas del Día de la Madre.
una mirada franca a la relación que las une, con ojos que la importancia Dice el doctor Robertiello: «Estas formas de sentimentalismo son
que tiene la muerte ha despojado de sentimentalismo. ¿Por qué ha de una defensa contra la ira. Antes que sentir como un criminal, reprimi-
ser tan temida la sinceridad? ¿Qué es lo que puede haber entre noso- mos nuestra hostilidad con una sonrisa. Sea lo que fuese lo que no nos
tras tan malo como para que nuestras vidas transcurran mostrando gustaba —sus reprimendas, el control con que intentaba dominarnos,
cada una a la otra solamente lo que puede tolerar, cada una viendo su represión sexual—, decimos que carecía de importancia. Lo "com-
en la otra únicamente lo que deseamos ver? prendemos.» Lo cual significa que lo disculpamos, e intentamos cen-
Dice el doctor Robertiello: «Si la gente declara que resulta frío y trarnos en las facetas "amables" de ella, refiriéndonos a lo mucho que
calculador analizar quién eres tú y quién es tu madre —reconocer lo la queríamos. Expresarse en estos términos no es prueba de que qui-
que odias y amas en ella —, es que pretende mantenerte unida a ella simos a nuestra madre, sino de que la contemplamos con ojos sentimen-
como cuando eras niña. Se teme pensar en tales cosas porque, a un tales. La palabra "amor" es empleada para encubrir muchas emociones
nivel profundo, algunas personas tienen miedo de sentirse heridas por destructivas, afán de posesión, ansiedad, etc. Nos decimos blandas men-
sus propios pensamientos. También piden que ella sea inmortal, pos- tiras cargadas de remordimientos que la protegen, lo cual significa que
poniendo la separación.» oscurece nuestra propia percepción de que la estamos repitiendo. Nos
«¡ Ah! ¡ Si cuando vivía hubiera sido capaz de decirle a mi madre mantenemos pegadas a nuestra ira, y la única manera de que podamos
lo mucho que la quería! —exclama una mujer—. Tenía sus defectos, conservarla viva es consiguiendo asimilar a nuestro ser las partes de
pero se trataba simplemente de reflejos. No podía evitar las reprimen- ella que odiábamos. Todo se halla al servicio de la continuación de la
das, las críticas, como no se puede impedir el estornudo cuando hay simbosis, aun en el caso de que la madre esté lejos, o muerta.» En el
un cosquilleo en la nariz. Se trataba de algo incorporado a su sistema inconsciente, donde se forjó la primera conexión, la madre de nuestra
nervioso. Ya no podré decirle lo que sentía realmente por ella. Es de- infancia nunca muere.
masiado tarde.» Cuando no la vemos con ojos sentimentales, pasamos al otro ex-
Fue ésta una entrevista que me dejó triste y desconcertada. La mu- tremo. Si la conversación por teléfono no se deslizó bien, si ella dijo
jer era más regañona y criticona incluso que su madre. Tales defectos algo fuera de lugar durante nuestra visita, las viejas iras de otros tiem-
la llevaron a divorciarse de su esposo, a separarse de su hija. En el pos renacen. Habíamos acertado al decidir ser diferentes de ella, en
caso de tener una relación destructora con nuestra madre, ¿por qué la medida de lo posible. Ella se convierte en el patrón de cuanto nos
hemos de dirigirla hacia los que están a nuestro alrededor a su muerte, desagrada, lo cual significa que denigraremos u odiaremos hasta el úl-
dedicándonos a hablar sólo del amor que nos inspiraba? timo reflejo suyo que descubramos en nosotras. Cualquier cosa en la
Cuando empecé a escribir este libro, también yo hubiera podido «madre mala» es mala, y si nos referimos a su franqueza y su sinceri-
deciros que amé a mi madre, y que todas las iras que suscitó en mí dad, hablaremos de sus impertinencias y de su aire hostil. Leah Schae-
carecían de importancia. «Ella no pretendía herirme. Era su forma de fer asimiló el profesionalismo de su madre y calificó a ésta de trabaja-
ser, unos malos hábitos.» Empeñada en mantener una fantasía, en sos- dora compulsiva. Si poseemos los poderes de organización de la madre,
tener que tras sus «malos hábitos» no había más que amor, que lo nos sentiremos disgustadas con nosotras mismas, tachándonos de man-
abarcaba todo, me habría negado a reconocer a la «madre mala» de la donas, acusándonos de querer controlarlo todo.
420 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 421

No importa que la gente, o nuestro esposo, nos aprecie por poseer no haber sido capaces de darle lo que ella deseaba. ¿Qué es lo que
tales cualidades. Eso quiere decir solamente que estamos engañándolos desea de nosotras y que no podemos proporcionarle? Nos prometemos
temporalmente. Si no nos descubren, es que son unos estúpidos. Si lo que la vez siguiente nos esforzaremos más, seremos unas «buenas hijas»,
averiguan, se apartarán de nosotras. Hemos de vernos amadas por un pondremos en sus manos esa cosa mágica que la hará feliz. Pero volve-
estúpido, o no ser amadas por nadie. mos a fallar, y después de que ella muere sabemos que nuestro fallo
«Fue una contradicción con respecto a lo que realmente sucedió tendrá una duración eterna.
entre mi madre y yo —explica Helen Prentiss—, lo que me llevó a He oído ideas como éstas de labios de muchas mujeres, y en una
entrar en simbiosis con mi hija. Negar tu sexualidad es una forma de charla reciente con el doctor Robertiello le dije que habían pasado
evitar la competición con tu hija. Espero romper la cadena que las también a menudo por mi cabeza. Habíamos estado hablando de la
mujeres se han pasado de una generación a otra, ese paralizador pacto introyección, y de la muerte de su padre, que se había producido mien-
de no agresión, de no competición. Sé que se puede ser una buena ma- tras yo escribía este capítulo.
dre sin perder la sexualidad... He de procurarme esto, aunque tarde Continué diciendo que abrigaba la esperanza de que lo averiguado
mucho tiempo en conseguirlo. Es muy sencillo. Puedo explicárselo a en mis investigaciones me ayudara «a evitar la vieja tristeza y el sen-
mi hija, de seis años, pero nunca logré hacérselo entender a mi madre.» timiento de culpabilidad la próxima vez que visitara a mi madre, y
En esta etapa de nuestras vidas, probablemente la madre nos ne- cuando llegara el momento de la despedida». Richard movió la cabeza,
cesita más que de la otra forma... Mas nosotras todavía tememos hacer- con un gesto de burlona desesperación.
le esas difíciles pero clarificadoras preguntas acerca de la infancia. Su «¡Ay, Nancy, Nancy! —exclamó—. Todavía no has integrado lo
implicación en nuestro proceso introspectivo de separación puede ser que conoces intelectualmente con lo que sientes en lo más profundo
útil, pero no es necesario. La cuestión es ésta: si nuestras preguntas de tu ser. No es que sientas remordimiento por el hecho de no poder
provocan en ella una ira tan violenta que nos arroja fuera de la casa hacer feliz a tu madre. Te sientes. poseída por la ansiedad, debido a
— para citar la peor de las fantasías—, ¿qué se ha perdido? Solamen- que no aciertas a decir lo más oportuno, a abrir la puerta mágica, por
te la ilusión del amor simbiótico. la cual podría llegar como un desbordado caudal todo el amor que de-
La mayor parte de nosotras necesita superar el temor de que la seaste un día obtener de ella. Todavía no has podido renunciar a tu
separación vaya a matarla. Ser una buena madre para una hija (depen- infantil necesidad de esa mágica madre de otra época. Tu madre toda-
diente de ella) de treinta y cinco años es tan limitador y anacrónico vía vive y se mantiene vigorosa, pero, sí no te das cuenta de lo que
como representar el papel de buena hija cuando también nosotras somos estás haciendo, continuarás con tu sentimiento de culpabilidad después
madres. La madre posee más fortaleza de la que le atribuimos. Parte de su muerte. No pensarás que no la hiciste feliz, sino que no lograste
de nuestro temor de herirla proviene de exagerar nuestra importancia. hacer o decir la cosa mágica capaz de forzarla — e n el sentido de la
Otra parte la forman los deseos más que los hechos, y el mantenimiento omnipotencia infantil— a amarte como habías estado esperando du-
de la simbiosis. Ambas ideas pueden ser resumidas con este pensamien- rante toda tu vida.»
to: «Ella no puede vivir sin mí.» Llegamos al último elemento consti-
* * #
tutivo del temor: «Mi ira es tan terrible que si se la demostrara, mo-
riría.» ¿Cuántas veces he dicho en este libro que mi madre y yo somos
Los griegos tenían una palabra para señalar esto: hubrís. Se alude dos personas totalmente distintas? ¡Oh! He reconocido en mí algunas
con tal vocablo a la presunción, al orgullo, a la arrogancia. Esto siem- virtudes menores que provienen de ella: sé llevar una casa, soy una
pre conduce a la destrucción. Ahora que ya somos mayores, decidir anfitriona discreta, etc. Y si se tienen en cuenta aquellas otras cuali-
que la madre debe ser protegida como si fuera una criatura, ¿no es dades suyas que a mí siempre me han disgustado, de las que, sin em-
esto hubrís también? bargo, me apropié pasivamente — su ansiedad, el temor que se oculta
Hablamos de un sentimiento de culpabilidad cuando consideramos bajo mi superficial independencia—, ¡cuan pobre aparece mi «buena»
ansiosamente el temor de perder la simbiosis con la madre. Remordi- herencia! Siempre pensé que tenía que dejar el hogar para reforzar
miento es lo que experimentamos al dejarla. A lo largo de toda nues- las cualidades que quería apreciar en mí misma, debido a que advertía
tra vida, siempre que nos despedimos experimentamos la sensación de que mi madre, por naturaleza, es una persona muy tímida.
1
422 MI MADRE, YO MISMA UNA MADRE MUERE. NACE UNA HIJA. SE REPITE EL CICLO 423

En cada paso que he dado para alejarme de ella — mi sexualidad, M| En otra época, yo os habría dicho que más que otra cosa era mi
mi trabajo, todo el contexto dramático de mi vida, que deja en la os- ^m sexualidad lo que me diferenciaba de mi madre. Pero a ella le gustan
curidad la suya, tan conservadora— he notado su «tirón», que me ^B enormemente los hombres, así como éstos se sienten atraídos por ella.
forzaba a retroceder. Es posible que «yo me haya forjado a mí misma», ^H Cuando estamos juntas, soy yo, normalmente, quien avisa para dar fin
pero la verdad es que no ha habido una sola cosa atrevida que haya 1 0 a la velada; ella preferiría continuar bailando. Y lo que es más impor-
emprendido que no estuviese impregnada de ansiedad. Al principio de tante: ¿por qué he subvalorado siempre el hecho de que teniendo mi
este capítulo dije que una de mis más sólidas razones para no ser ma- madre diecisiete años huyera con el hombre más guapo de Pittsburgh,
dre era que deseaba evitar convertirme en la persona nerviosa y ate- ÉÉk casándose con él, contrariando así los deseos de su padre? En todo
morizada que fue la mía. Sola, puedo controlar la madre desvalida que W& momento presenté su fuga del hogar como un fenómeno anómalo, como
habita en mí. Una madre efectiva, que terminaría por ser como ella. ñ si la idea hubiese partido por entero del hombre que se convirtió en
¿Desvalida? ¿Por qué, automáticamente, asocio esta palabra a su J su esposo y ella se hubiese limitado a seguirle pasivamente. La verdad
persona? Fue una mujer que crió dos hijos, que gobernó su hogar con % es que mi «asexual» y «tímida» madre empezó a desplegar su actividad
soltura, que pagaba sus cuentas puntualmente, que jamás descuidó las sexual cuatro años antes que yo, ¡que perdí la virginidad a los vein-
tareas domésticas o planeó un viaje dejando algo al azar... ¿Es verda- tiuno !
deramente tan tímida, tan asustadiza, tan distinta de mí..., la hija En mi absolutismo en cuanto al deseo de no vestirme con prendas
aventurera? Démosle la vuelta a esto: ¿soy yo tan distinta de ella? de ella, me he privado también de mi abuela. Ésta dejó a su dominante
He aludido a las copas de plata que ganó en una competición de esposo y a sus hijos mayores cuando le fue imposible seguir soportando
salto de obstáculos. Ella menosprecia estas hazañas, como si fuesen es- su tiranía... Y esto ocurrió en la década de los años veinte, mucho
tupideces propias de la juventud, optando por arrinconar las copas en antes de la liberación, mucho antes de que una decisión como aquella
el sótano, de donde yo las recuperé. Ahora se encuentran en mi casa, pudiera dejar de ser considerada como una locura, algo irremisiblemen-
bien bruñidas... Esto supone un tributo a algo que reconozco muy de te anti-femenino.
mala gana. Siempre que Bill me dice que soy una persona responsable Hay una fuerte corriente en las mujeres de la familia a la que me
y bien organizada, me irrito. ¿Por qué siempre he considerado estas siento ligada, y que estoy decidida a no reconocer. Provengo de tres
cualidades como algo que debía mantener oculto, como algo de lo cual generaciones de mujeres sexuales, aventureras, que han sabido bastarse
no podía sentirme orgullosa? En tanto no pudiera identificarlas y apre- a sí mismas. ¿No es esto más excitante, más profundo, que la superfi-
ciarlas en mi madre, y estuviese dispuesta a considerar su «desvalimien- cial idea de forjarme yo misma? ¿No son precisamente esas cualidades
to» como distintivo del ser femenino, el hecho de ser capaz y organi- las que quiero reforzar en mí? Empeñada en mantener una infantil
zada me hacía aparecer dotada de características masculinas. Wl atadura a una madre que nunca existió, he estado dando la espalda a
He tenido que escribir todo este libro para llegar a reconocer de " lo mejor de mi herencia.
corazón que aquellas cualidades de que estoy más orgullosa son pre- De repente, me asalta el temor de que la madre que he descrito a
cisamente las que mi madre me legó. Me resulta increíble ahora pensar lo largo de las páginas de este libro sea falsa.
que las desconocía. «¡Cómo se parece usted a su madre!», me dijo una ¿Significa esto que todo lo que he escrito hasta ahora es falso?
mujer recientemente. Creí que se estaba refiriendo a la intensa y fami- «¡No! — responde el doctor Robertiello —>. Al igual que cualquier
liar expresión de ansiedad que la caracteriza. «La última vez que la vi otra persona, tú vas alterando continuamente la idea sobre tu madre.
— siguió diciendo la mujer — fue en una mesa de bridge. Su madre ¡ Hay días en que es buena, amable, cariñosa. Al día siguiente la ves
consiguió un gran slam, ¡ y eran las cuatro de la madrugada!» Efe atemorizada, tímida, asexual. En otros momentos, lo único que ves es
Todos sus episodios de coraje me han interesado siempre. Tengo H | tu ira en contra de ella. Como ahora que estás en un período en el
sobre mi mesa de trabajo las fotos que me gustan más. En una aparece ü que no ves en ella más que cosas buenas. Sea como sea, eso quiere
saltando por encima de un alto muro de ladrillos, a lomos de un caba- decir que todavía te evitas el trabajo de contemplarla de un modo rea-
llo; en otra luce un traje de baño de dos piezas, cuando tenía mi edad, lista. Estás decidida a dotar a tu madre de una mágica importancia...,
hace veinticinco años. ¿Por qué me he negado a reconocerle capacida- -a verla no como un ser humano, sino desde un punto de vista infantil,
des y emociones que he intentado asimilar? monolítico, total. Así es como el bebé ve siempre a su madre. Tú an-
424 MI MADRE, YO MISMA

das perdida todavía en esa primera unión con ella, como lo estabas
cuando ella era la Gigante de la Guardería.»
Desprovista del brillo simbiótico que mantuvo para nosotras en
otro tiempo, la madre se convierte en otra persona, en un ser más,
alguien que vive fuera de nuestra vida. Lo cual significa que la separa- NOTAS
ción se ha efectuado por fin. Durante el tiempo de la atadura simbió-
tica, abrigamos la esperanza de que no fuera demasiado tarde para con-
seguir el perfecto amor que siempre ansiamos. Ahora, ya adultas, sa- CAPÍTULO 1
bemos que nunca lo lograremos. Debemos renunciar a la fantasía y 1. Will McBride y Helga Fleischauer-Hardt, Show Me (Nueva York, St. Mar-
mirar hacia otro lado. La idea es tranquilizadora. Delata nuestra ma- tin's Press, 1975).
2. Véase, de D. W. Winnicott, Playing and Reality, págs. 47-52.
durez. Más importante aún: entraña la verdad. 3. Adnenne Rich, Of Woman Borrt, pág. 259.
Veo ahora que aunque me complacía mi sexualidad y no quería 4. Edward Shorter, The Making of the Modern Family, págs. 168-169.
5. Helene Deutsch, The Psychology of Women, vol. I, Gtrlhood, pág. 151.
conceder a mi madre el menor crédito por ella, esa parte mía descan-
saba sobre una base frágil: si mi madre, mi imagen de la feminidad,
CAPÍTULO 2
era «asexual», entonces mi sexualidad tenía que ser «masculina». Me
sentía orgullosa de ello, pero no me inspiraba confianza alguna. De 1. D. W. Winnicott, The Maturational Processes and the Facilitating Environ-
ment.
este modo, en tanto no aprendamos a fundir a nuestra madre en una 2. Erik H. Etikson. La teoría de la confianza básica discurre por la obra de
sola persona, nos mantendremos en guerra contra nosotras mismas. Erikson. Véase Childhood and Society, 1950. Y también Psychological Issues
Los gritos y slogans de liberación pueden servirnos, en el mejor de los (1959), págs. 55-56: «Como primer componente de una personalidad sana,
yo mencionaría el sentido de la confianza básica.»
casos, para animarnos. No hay ninguna historia que cambie para las 3. Margaret Mahler es una pionera en los estudios psicológicos del yo y del
mujeres mientras cada una no se enfrente con la propia. desarrollo del yo y del desarrollo del niño. Su teoría sobre la naturaleza de
la unión del niño a la madre (simbiosis) y la gradual ruptura (separación-
Dije en el primer capítulo de este libro que he deseado frecuente- individuación), ha sido una de las aportaciones más importantes a la teoría
mente que mi madre hubiese vivido mi vida. Hubris de nuevo... fal- psicoanalítica en las últimas décadas. Tal teoría quedó expuesta en On Hu-
samente competitivo, y condenadamente impertinente. No creo que man Symbiosis and the Vicissitudes of Individuation, vol. 1, Infantile Psy-
chosis, 1968. También ha escrito The Psychological Development of the Hu-
ella lo deseara. Cuanto más me separo de ella y yo voy definiéndome, man Infant, 1976, que supone una continuación y la forma definitiva de sus
más veo en su persona la que fue antes de convertirse en la madre de teorías.
Nancy Friday. Ésta es la magia del caso: no es que podamos re-crear 4. Erik H. Erikson, Childhood and Society, pág. 247.
5. Ibidem.
alguna vez ese nirvana amoroso que puede haber existido o no entre 6. Heinz Kohut, doctor en Medicina y psicoanalista, figura entre los más im-
nosotras como madre e hija, sino que, ya separadas, podemos darnos portantes teóricos psicoanalistas sobre el tema del narcisismo. Su libro The
otra vida mutuamente, una vida extra, como si manara de la abun- Analysis of the Self afirma el desarrollo del narcisismo como un saludable
impulso, necesario para la formación de una imagen propia positiva.
dante fuente que cada una tiene.
Al reconocer a la mujer que puede conseguir un gran slam en una CAPÍTULO 3
mesa de bridge a las cuatro de la madrugada, cuando el resto del
1. La tesis de doctorado de Leah Schaefer fue terminada en 1964, en el Tea-
mundo descansa, duermo mejor. Ahora, habiéndole concedido el dere- chers College de la Universidad de Columbia. Se titula «Experiencias se-
cho a fugarse con mi padre a los diecisiete años, porque era una aven- xuales y reacciones de un grupo de 30 mujeres, tal como le fueron referidas
turera sexual de corazón — y no porque se decidiese a dar un paso a una psicoterapeuta». Tal estudio fue desarrollado en su libro Women and
Sex, publicado por Pantheon en 1973.
estúpido, que no tenía nada que ver con su verdadero carácter —, pue- 2. John Bowlby es un psicoanalista cuyos libros sobre unión y separación son
do sentirme orgullosa de esa parte de mi persona que es también una considerados clásicos dentro de la especialidad. Su trabajo se ha centrado so-
mujer sexual. bre los efectos de la separación del niño de sus padres, argumentando Bowl-
by que una temprana proximidad a la madre es el cimiento en que se asienta
la estabilidad emocional posterior, y que la ansiedad es causada por el temor
a la pérdida de dicha unión. Véase Attachment and Loss, vol. I, Attachment;
y Attachment and Loss, vol. II, Separation.
426 MI MADRE, YO MISMA NOTAS ">' 427

3. Margaret Mahler, On Human Symbiosis and the Vicissiludes of Individuation, 2. Cita aparecida en una entrevista con Elizabeth Ashley, por Ha Stanger. El
vol. I. título del artículo era: «Extraordinary Women Talk About the Single Life»,
4. Cita del poema «Effort at Speech Between Two People», del libro Waterlily Harper's Bazaar, marzo de 1975.
Fire, Poems 1935-1962, de Muriel Rukeyser, pág. 3. 3. Este estudio se titulaba «The Effects of Mass Media on the Sexual Behavior of
5. Véase The Female Orgasm, de Seymour Fisher. Adolescent Female», siendo distribuido por la Asociación Americana de Con-
sejeros y Terapeutas Sexuales, de la cual el doctor Schiller es director eje-
cutivo.
CAPÍTULO 4 4. La, disertación doctoral de Margaret Hennig fue hecha en 1970 por la «Gra-
1. Germaine Greer, The Témale Eunucb, pág. 142. dúate School of Business Administration» de la Universidad de Harvard.
2. Clara Thompson, «Penis Envy in Women», Psychiatry, vol. VI, 1943, pági- Su título es: «Career Development for Women Executives». Su trabajo fue
nas 123425. posteriormente ampliado en el libro The Managerial Woman, escrito por
3. De un juicio crítico debido a Anatole Broyard sobre The Curse: A Cultural Anne Jardim.
Hisiory of Menstruation, de Janice Delaney, Mary Jane Lupton y Emily
Toth. Dicho juicio apareció en The New York Times, 21 de septiembre, 1976.
4. Los estudios de Karen Page fueron realizados en 1971 y 1973. Sus hallazgos CAPÍTULO 9
aparecieron en un articulo titulado «Las mujeres aprenden a cantar los blues
menstruales». Psychology Today, septiembre 1973, págs. 41-46. Karen Page es 1. A. C. Kinsey y otros, Sexual Behavior in the Human Female, pág. 170.
psicólogo en la Universidad de California (Davis), donde continúa llevando 2. Leah Schaefer, Women and Sex, págs. 88-106.
a cabo sus trabajos acerca de dicho tema. 3. Robert Sorenson, Adolescent Sexuality in Contemporary America, págs. 129-
145.
CAPÍTULO 5 4. Este estudio fue realizado sobre 300 estudiantes de la Universidad de Iowa,
en 1963, y se halla contenido en un libro escrito por Ira Reiss, titulado The
1. American College Dictionary. Nueva York, Harper, 1950, pág. 246. Social Context of Premarital Sexual Permissiveness, págs. 105-125.
2. Véase, de Reuben Fine, The Psychology of the Chess Player. 5. Se trata de un estudio en vías de realización, dirigido por Ira Reiss.
3. Jessie Bernard me dice que ha tenido ocasión de ver estudios correspon- 6. Estos hallazgos figuran en el estudio antes mencionado, nota 4.
dientes a los últimos años que demuestran que las chicas están comenzando 7. Mirra Komarovsky, Dilemmas of Masculinity: A Study of College Youth, pá-
a mantenerse en el cuadro de honor de los centros de enseñanza media. En ginas 78-81.
el Journal of Counseling Psychology (enero de 1975, págs. 35-38), Rosalind 8. SIECUS Study Guide N.° 5, «Premarital Sexual Standards», pág. 14.
C. Barnett demuestra estadísticamente (en un estudio realizado sobre 988 mu- 9. Las cifras de Zelnik y Kantner fueron publicadas en 1972 por la Commission
jeres y 1.531 varones, de edades comprendidas entre los 9 y los 17 años) on Population Growth (Comisión sobre el Aumento de la Población), de los
que los chicos tienden a preferir las ocupaciones de alto prestigio, cuanto Estados Unidos, y The American Future. El estudio se refería solamente a los
más se adentran en la adolescencia. El artículo se titula «Sex Differences habitantes comprendidos entre los 15 y los 19 años. «Pero los muéstreos na-
and Age Trends in Occupational Preferences and Occupational Prestige». cionales celebrados por el Departamento de Salud, Educación y Seguridad So-
«¿Qué es lo que estos diferentes estudios nos dicen?», pregunta Jessie Ber- ' cial —dice Ira Reiss— respaldan las estadísticas de Kinsey y Zelnik y
nard. «Que todavía vacilamos mucho entre lo uno y lo otro.» Kantner.»
4. Aurelia Schober Plath, Letters Home by Sylvia Platb, pág. 38. 10. He oído hablar de ello a Ira Reiss. El estudio en cuestión fue llevado a cabo
por Robert Walsh, y tratábase de su tesis del doctorado en Filosofía, presen-
tada en 1970 y titulada «Survey of Parents and Their Own Children's Sexual
CAPÍTULO 6 Attitudes». Este trabajo fue iniciado en 1967, hallándose todavía en marcha.
1. «La edad del comienzo de la menstruación — dice Seymour Reichlin, doctor Walsh realizó sus investigaciones en la Universidad del Estado de Illinois,
en Medicina, jefe del departamento de endocrinología del New England Me- licenciándose en la Universidad de Iowa. Actualmente es profesor de la Uni-
dical Center Hospital de Boston— se ha desplazado desde los 17,5 años, en versidad del Estado de Illinois.
1860, hasta los 11,7 años, en 1976. Estamos hablando de las sociedades occi- 11. Este informe fue realizado sobre 500 estudiantes de la Universidad de Minne-
dentales. El factor relevante es la talla; una chica no puede concebir y llevar sota, entre los años 1970 y 1972. Se tituló «Premarital Contraceptive Usage:
un hijo en su seno mientras su cuerpo no posea el contenido de grasa para A Study and Some Theoretical Explorations», siendo publicado en el Journal
el período del embarazo. Una altura y peso determinados son precisos para of Marriage and Family, agosto de 1975, págs. 619-630.
la aparición de la pubertad. Gracias a la mejor alimentación y al hecho de
encontrarse libres de infecciones, las jóvenes de hoy se hallan en vías de alcan-
zar antes esa talla y ese peso.» CAPÍTULO 10
2. Lillian Hellman, Pentimento: A Book of Portraits, pág. 119. Edición espa-
ñola, Ed. Argos Vergara. 1. Véase el trabajo de Jessie Bernard titulado «Homosociality and Female De-
pression», destinado a la publicación en 1977. En este ensayo, la doctora Ber-
CAPÍTULO 8 nard declara que «las mujeres que no habían contraído matrimonio nunca su-
peraban en salud mental a los hombres de su misma condición». Jessie Ber-
1. Sigmund Freud, «A Case of Paranoia Running Counter to the Psyeho-An*- nard menciona los estudios hechos por la psicólogo Lenore Radloff, quien
lytic Theory of the Disease», Standard Edition of Complete Psychologicd puso de relieve que «las mujeres que no habían contraído matrimonio nunca
Works of Sigmund Freud, pág. 261. y se hallaban al frente de una casa, teniendo ingresos del orden de los 16.000
428 MI MADRE, YO MISMA

dólares y más —presumiblemente mujeres de carrera, que habían triunfado


en su profesión—, se mantenían espectacularmente bien (en cuanto a salud
mental). Hay un hecho que debe ser destacado: las mujeres se mostraron sólo
superiores a los hombres en la categoría citada».
2. Cita de un artículo titulado «I "Weep for the Party of Lincoln and My Father»,
por Richard Reeves, New York Magazine, 30 de agosto de 1976, pág. 8.
3. Komarovsky, pág. 31.
4. Las cifras corresponden al año 1975, habiendo sido dadas a conocer por el
Departamento de Comercio de los Estados Unidos, Oficina del Censo.
5. M. Elizabeth Tidball es profesora de Fisiología en el Centro Médico Georgc
Washington, del Estado de este nombre. Un informe acerca del estudio lle-
ÍNDICE
vado a cabo sobre mujeres destacadas profesionalmente apareció en The Exe-
cutive Woman, vol. 2, n.° 6, febrero de 1975, págs. 1-2.
6. La tesis doctoral de Margaret Hennig fue presentada en 1970, en la Escuela
Graduada de la Administración de Empresas, de la Universidad de Harvard.
Se titulaba: «Career Development for Women Executives». Reconocimientos 7
7. La psicólogo Matina Horner preparó su tesis doctoral en la Universidad de
Michigan. Aquélla se titulaba: «Sex Differences in Achievement Motivation Amor maternal 13
and Performance in Competitive and Non-Competitive Situations».
8. Robert Ardrey, África» Génesis, pág. 165. La hora de la proximidad 41
9. Las cifras citadas provienen del Departamento de Trabajo de los Estados Uni-
dos, tal como aparecieron en el artículo titulado «Women Entering Job Mar- La hora de la separación 75
ket at An Extraordinary Pace», por Robert Lindsey, New York Times, 12 de
septiembre de 1976. Imagen del cuerpo y menstruación 105
10. Eli Ginzburg es economista en la Universidad de Columbia y presidente de
la National Commission for Manpower Policy. Esta cita apareció en el artícu- Espíritu competitivo 145
lo del New York Times mencionado antes.
Las otras chicas . 185
CAPÍTULO 11 Modelos y sustitutos 207
1. Cifras dadas por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos. Casi Un misterio: los hombres 243
el 48 por ciento de las mujeres norteamericanas de más de 16 años de edad
trabajan actualmente, o buscan colocación. Algunos economistas creen que La pérdida de la virginidad 269
dentro de dos o tres años es posible que la mitad de las mujeres norteame-
ricanas de más de 16 años figuren entre la población activa. Los años de soltería 309
2. Joyce Brothers, «How to Be Unafraid of Success», Harper's Bazaar, enero
de 1976, pág. 96. Matrimonio: vuelta a la simbiosis 351
3. En 1950 se suicidaron en los Estados Unidos 3.848 mujeres. En 1974 fueron
7.088 los suicidios femeninos. Estas cifras fueron facilitadas por el Departa- Una madre muere. Nace una hija. Se repite el ciclo 391
mento de Comercio de los Estados Unidos, Oficina del Censo, 1976.
4. Susan Brownmiller, Against Our Will, pág. 403. Notas 425

CAPÍTULO 12
1. Bruno Bettelheim, The Uses of Enchantment, págs. 5-6,
2. Ibíd., pág. 66.
3. Arme Sexton, «The Double Image», To Bedlam and Vart Way Back, pág. 61.
4. En una encuesta de alcance nacional, el Consejo Americano del Seguro de
Vida formula esta declaración: «Es perfectamente lícito estar casado, o casa-
da, y optar por no tener hijos.» En 1973 y 1974, tres de cada cuatro adultos,
de 18 años y más, se mostraron de acuerdo con aquélla. En 1976, las con-
testaciones afirmativas se elevaron al 83 por ciento, lo que supone la confor-
midad de cuatro de cada cinco personas consultadas.
- 5. Sigmund Freud, «Mourning and Melancholia», escrito en 1917. Standard Edi-
tion, vol. XIV, págs. 243-258. Véase también, de Karl Abraham, «The Prc-
cess of Introjection in Melancholia», Selected Papers, págs. 442453.

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