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La imagen, los imaginarios y las máquinas

Hay estudios estéticos como los de Jean-Marie Schaeffer con bases filosóficas, pero también,
antropológicas. Luego de analizar las cualidades específicas de un objeto estético para que
determinar si estamos frente a una obra de arte. En sus conclusiones y sin evitar incertidumbres,
concluye que una sociedad que llega al estadio de hiperproducción material, puede generar un
tiempo a desarrollar objetos estéticos, lo anterior dado que su utilidad socioeconómica material
no siempre es fundamentada. Es decir, la materialidad de la obra de arte (objeto estético)
encierra una negación, que se materializa como un estado de desarrollo humano fundamental.
El arte surge, cuando un grupo humano ha saciado una serie de carencias básicas previas
atribuibles a la materialidad objetual del arte, imbuyéndolo ahora de una materialidad simbólica
o mítica. Esto último evidenciaría un desarrollo artístico en tanto excente estetizante del mundo
del trabajo humano.

De este modo, los- excedentes sociales del trabajo material- que se representan a través de las
manifestaciones artísticas y/o estéticas (fundamentalmente visuales), tendrían una correlación
directa con un estadio de producción material del mundo. Sin embargo, el arte no solamente se
ha constituido como un lugar del -ocio del espíritu- heredero del Ethos romántico (Kant Schiller
o Hegel); ha pasado, también por exigencias materiales y formales sustanciales de cada época,
a la pregunta constitutiva. Siempre la sociedad le ha demandado previamente utilitarismo,
explícito en tiempos de crisis sociales y culturales. En el caso de la actualidad en Chile, la
producción artística se fija en la urgencia y se vuelca a la necesidad de la denuncia, de un
realismo necesario y que está en la superficie para salvaguardar un requerimiento primero
material. En este sentido el arte no aportaría únicamente desde una dimensión espiritual sino
utilitarista y funcional como lo pregonaba la mítica escuela de la Bauhaus o las escuelas de arte
y oficio.

Por otro lado, los requerimientos en pos de la industria creativa y la estética actual de la
publicidad mercantil, no apelan al utilitarismo. Muy por el contrario, se han instalado (y uso)
desde imágenes simbólicas, cargadas de un alto componente estético. Sin caer en el
reduccionismo, podríamos enumerar algunos elementos que en su momento fueron casi de uso
exclusivo del arte a saber: la metáfora, las hipérboles, las comparaciones, las sinécdoques, casi
todas las figuras literarias. Lo más significativo y duradero del lenguaje estético, no está adosado
a la funcionalidad de un artefacto sino a sus cualidades estéticas (sensoriales, pero también
simbólicas- míticas). Nuestro aprendizaje base en tanto seres humanos individuos tiene que ver
con asociaciones de tipo simbólicas todas ellas cargadas de un fuerte componente estético. La
estética entendía como la dimensión perceptual sensorial y racional del mundo, se va nutriendo
desde temprana edad como una necesidad humana del aprendizaje.

Desde el prisma Lacaniano el ser humano crea su yo a partir de esta primera exigencia simbolica,
podríamos decir laxa de la percepción. A través de una imagen reflejada (aptica, visual, sonora).
Este significante imaginario que se instala míticamente (es un mito que vivimos esencialmente
a ciega tal vez el único mito inevitable) en nuestra siquis nos condiciona estéticamente el resto
de nuestras vidas, es de alguna manera el avatar de nuestro ser real en el mundo. Este avatar
está construido a base de nuestra estetización de lo real. Los procesos de estetización (de lo
real) hoy día están cooptados por las directrices del consumo de las corporaciones y medios de
comunicación de masas que nos entregan permanentemente una nueva imagen del ciudadano,
de nuestra individualidad. Las imágenes del funcionamiento social ya no pasan tanto por la
nutrición de un espíritu identitario individual primigenio si no por la modelación permanente
del afianzamiento de un avatar lleno desde afuera. En este sentido los aprendizajes estéticos
nos llevan a re conocer este proceso constitutivo de la realidad. En ese sentido cabe plenamente
lo que Didi- Huberman aborda en su artículo cuando las imágenes tocan lo real. Huberman se
refiere justamente a este incendio, el incendio de una imagen cuando toca lo real no se produce
en su confirmación de espejismo de la realidad, si no cuando se revela su carácter mítico. En
definitiva, Huberman nos vuelve a una premisa significativa en este sentido. Lacan ante la
primera imagen mítica- que surge del imaginario identitario del yo- señala que, en esa mítica
primera imagen, surge una apariencia fundamental. Una primera e inevitable máscara. La
máscara se constituye como la apariencia constitutivita e inevitable del ser humano, las
imágenes son su soporte material (aun cuando sean inmateriales). De este modo los medios de
comunicación de masas han querido instalarse progresivamente en este mito intimo iniciático
del ciudadano; en la creación del significante imaginario. La primera máquina que representó
esta realidad, fue el cine. EL cine fue la primera máquina que devolviera una imagen material
mítica de lo real en cuanto realidad, aun cuando esta no fuese lo real era parecida. Es lo que
aborda Edgar Morin en su libro el significante imaginario. El emprender el vuelo para Morin es
tan significativo como la invención de la cinematografía en tanto logra romper con una imposible
certeza, la de no poder ver nunca aquel momento mítico entre lo inefable real y la identidad
humana(realidad). Los celulares están ahora entre los niños y los espejos, quieren ellos devolver
esa primera imagen mítica. Lo que vemos lo que nos mira, de Didi Hubermann justamente se
vuelva a esa comprensión, ¿la nueva máquina dará evidencias de ese mito? ¿podrá inventar
otro?

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