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JARANA EN LA IGLESIA

Jamás imagine que cada inicio de año debía hacer aquello que estaba cayendo en el
olvido, desde hace un buen tiempo me había hecho el firme propósito de no asistir a ese tipo de
reuniones. Cuando niño aún y los estudiantes del internado venían al colegio a engañarnos con
historias fantásticas y regalos de fin de año, nos habían hecho fieles seguidores de las fiestas
dominicales a punta de órgano y de una muy bien afinada voz, que por casi una hora y más nos
tenia sentados en las frías bancas del local.

Cuando los años fueron pasando, las lecturas fueron avanzando y con ella las dudas
iban en aumento y por tanto, dejábamos de seguir el ideal, fue mayor cuando en las aulas
universitarias las que jamás conseguí continuar, menos culminar, me había obligado a hacer
otras lecturas muchos más sofisticadas, las mismas que casi sin proponérmelo me había alejado
y esta vez pensé que me había divorciado para siempre de todas esas prácticas y hábitos que
hasta mi niñez los había realizado sin ningún problemas.

Y esta vez en las aulas del pedagógico, la cosa volvía a renacer, no por convicción, sino
por obligación, había un acuerdo casi tácito que uno había adquirido al ingresar a las aulas del
instituto, y era precisamente ese acuerdo implícito que nos tenia atrapados.

Después de la palabras llenas del dejo español, palabras llenas de setas, del hermano
Máximo, los alumnos casi instintivamente como personas poseídas por no sé qué fuerzas
ocultas, caminaban en fila uno tras otro hacia la puerta la que previamente el señor Celedonio
muy diligentemente las había abierto para que los alumnos puedan salir sin dificultad alguna, la
muchachada se apoderó del jirón Lima, los alumnos formando pequeños grupos invadían la
angosta calle, un mar de blusas y camisas blancas se apoderaba del asfalto impidiendo que los
esporádicos carros continuaran su lento transitar, la procesión del gentío no era muy extenso,
pues solo debían alejarse de su casa de estudios unas cuantas cuadras.

Frente a la Plaza de Armas de la ciudad, nos esperaba una inmensa construcción


pintada de un blanco que con el pasar del tiempo iba perdiendo su color, los tejados que un día
fueron de un rojo arcilla por acción del calor y del tiempo habían migrado al marrón oscuro, unas
inmensas ventanas ovaladas guardaban frías campanas que hace un buen tiempo había dejado
de sonar. Ahora, era mudos testigos de los interminables sermones que la gente casi al borde del
cansancio escuchaba a los curas.

Esta vez, como todos los primeros días del año lectivo, la catedral de la ciudad se abría
tan solo para recibir a todos los estudiantes de educación del instituto Superior Pedagógico La
Salle de Abancay, si, efectivamente, cada año los curas hacían una misa exclusiva para todos
los estudiantes y profesores. En la que también debía participar a pesar de mis firmes
convicciones y compromisos de no asistir a una similar, pero, no tuve mayor remedio que
participar con todos mis compañeros.

Una fina voz de mujer nos esperaba cantando la vieja canción __Viene con alegría
señor, cantado con alegría….__ canción que había quedado impregnada desde mis tiempos de
niño, al parecer los compositores de la iglesia no había sido tan productivos.
Cuando las bancas de la catedral estaban colmadas de alumnos, todos vestidos
pulcramente, lentamente salían un grupo de monaguillos envueltos en enormes faldas blancas,
entraban moviendo el sahumerio, atrás un hombre vestido de finos vestidos hermosamente
adornados con hilos de oro, que al encontrarse con los rayos del sol que se filtraban por las
ventanas, resplandecían como un querubín, era el padre Jesús, detrás de sus gruesas gafas se
escondía unos enromes ojos azules, la cabellera blanca se asemejaba a las nieves perpetuas
del Ampay, sus enormes manos cargaban un crucifijo que hacía las veces de bastón, de cuando
en cuando con una de las manos daba bendiciones a los cientos de alumnos que había colmado
la catedral.

Durante los primeros minutos el cura hablaba de cosas que jamás entendimos, es que
sumado al mal de asma que padecía no se desde que tiempos, se sumaba la deficiente
sonoridad del equipo de sonido, solo imitábamos a la gente, si la gente se golpeaba el pecho
también lo hacíamos nosotros que estábamos muy lejos del cura, ya casi al final, muy cerca a la
puerta listos para la huida, si la gente se arrodillaba o se para, o se sentaba o se hacia la señal,
también lo hacíamos nosotros.

Pero el clímax de la monotonía llegaba cuando el cura como empezaba su monólogo,


habla y hablaba sin parar, entonces era cuando más deseábamos salir, no solo por el monólogo
del cura, sino porque el frio y la humedad de la iglesia nos espantaba, pero con algo de esfuerzo
y valentía soportábamos estoicos todo ese momento, hasta que por fin llegara el esperado
__pueden ir en paz__ más de cuarenta minutos de homilía y sermones y cánticos trillados.

Así como yo, muchos no estaríamos en las condiciones se seguir con la rutina y la
costumbre que los curas nos habían impuesto sin siquiera preguntarnos, algunos que ya habían
pasado por estos avatares, muy resueltos nos dijeron que ya se acostumbraran, además solo
son cerca de una hora y una sola vez al año. Pensábamos ingenuamente que solo sería una
sola vez al año, pero las cosas no fueron así, pues en varias ocasiones ya sea por el día de la
madre, el aniversario de la institución, etc. debíamos repetir la rutina.

Casi a mediados de año, llegó un nuevo personaje que bajo sus grises barbas vendría
algunos cambios que de alguna manera nos hizo la vida más llevadera. Era el hermano Jorge,
un enorme hombre de costumbres más mundanas, muchos más cercano a las costumbres de
los jóvenes que conformamos la institución. La vida en el instituto se hizo más atractiva, las
tardes mucho más activas hasta emocionantes, había vida durante las noches, las aulas eran
más bulliciosas, los sábados era todo un laberinto, el patio lleno de jóvenes y niños que entraban
sin pedir permiso a nadie, a comparación de antes, nadie podía entrar, menos un domingo,
estaba cerrado, las tarde eran lacónicas, las noches muertas y oscuras como la misma noche,
pero la llegada de este cura le dio otro brío a la institución. Y este movimiento era acorde a
quienes no descansábamos ni de tarde ni de noche, no es que estábamos perdidos entre los
libros, sino imbuidos en actividades muy diversas y diferentes: unos bailando en alguna
agrupación folklórica, otros tratando de hacer música, otros entrenando para ser admitidos en
algún equipo de futbol o básquet, mientras que otros buscando al oportunidad para conquistar a
tal o cual compañerita, pero activos a toda hora.
Fue así quienes tercamente estábamos empecinados en hacer música, formar un
pequeño grupo musical, nos encontrábamos en algún aula del instituto, sugerimos al cura Jorge
que nos ayudara a conformar dicho grupo musical, para tal efecto pedimos que comprara
algunos instrumentos que las propinas de nuestros padres jamás podría, y así lo hizo en su viaje
a su tierra Arequipa adquirió un charango, una guitarra y un bombo incluyendo una quena que no
resulto ser buena, así lo diagnostico en amigo experto, instrumentos necesario para poder iniciar
los ensayos y la conformación del grupo.

Los días y luego los meses de ensayo, permitieron que el grupo quedara establecido, ya
algunas melodías brotaban de los instrumentos, algunas a actuaciones en la misma institución
fueron los escenarios que nos permitió mostrarnos al público, los aplausos fueron quienes nos
dieron la aprobación, a partir de ahí empezaría las presentaciones formales. Llego el momento
de difundir la música más allá de las paredes del instituto, fue así que salimos a otros
escenarios, luego vendría los cumpleaños de amigos, luego los cumpleaños para los que fuimos
contratados, y así poco a poco ya éramos músicos de sociedad, estaríamos donde la gente nos
solicitara, claro previo acuerdo monetario o simplemente algún tipo de incentivo, bastaba para
que el grupo vaya a amenizar la fiesta o el cumpleaños.

Las guitarras del cura se paseaban junto con nosotros a cuanta fiesta nos invitaban, un
buen día el cura nos cuadro, __¡carajo!, que creen que yo les voy a comprar instrumentos para
que se vayan a chupar, esos instrumentos se ha comprado para que sean utilizados en las
actividades de la institución y si quieren irse a chupar con sus amigotes, pues utilicen sus propios
instrumentos__, nos dejó colgado, pues a lo mucho Henry tenía su propio instrumento musical y
el quenero que no era parte de la institución y otro amigo que tenía su propia guitarra quien
tampoco era de la institución, los compromisos que habíamos adquirido con anterioridad
tratamos de salvar como pudimos.

Las relaciones no eta del todo amables pues nos dejaba mal parados restringiéndonos
los instrumentos, pero de alguna manera estaba en la razón, queramos o no, pero las cosa
debían corregirse, así que un buen día nos reunió y nos propuso un proyecto, que debíamos
hacer música sacra o música de iglesia con los instrumentos que teníamos, era algo insólito,
pues como íbamos a llevar la música de órgano o piano a los charangos a la guitarra, bombos y
quenas, era atrevido el proyecto, pero había que hacerlo, debíamos ensayar las aves marías, los
padres nuestros y demás canciones religiosas. El trabajo fue arduo, más no imposible.

Al cabo de algunos meses las cosa ya estaban debidamente encaminadas, ya sonaban


adecuadamente el padre nuestro que muy bien había sido musicalizado en ritmos peruanos, a la
música del carnaval arequipeño fue acoplado letras sacras, y un sin número de canciones y
letras fueron adaptadas conforme a las exigencias y necesidades de la misa.

El inicio del año lectivo en el pedagógico, nos pondría a prueba si realmente había sido
eficiente la adquisición de las guitarras, charangos bombos y demás, y sobre todo el tiempo que
le dedicamos a semejante trabajo musical, las horas que le restamos a nuestras actividades
propias de todo joven, (el deporte, la jarana familiar, amical, las danzas etc., )
Todo estaba listo, esta vez había quedado como director en vez del hermano máximo el
hermano Efraín, el algo más moderado, mucho menos conservador y muy bien adaptado a las
características del poblador sureño y abanquino, hasta bailaba, cosa que jamás hacia el
hermano Máximo, él como todo español fiel a la letra, fiel a los principio y duro contra todo que
se atreva a modificar o al menos tratara de intentar romper el esquema. En una de las aulas nos
encontrábamos todos los músicos afinando las cuerdas, tomando un cafecito que muy
gentilmente le hermano Jorge nos había proporcionado. Cuando ya había terminado la actuación
por inicio del año escolar, lo que continuaba era la misa. Todos marcharon hacia la catedral, y
nosotros ya hace algunos minutos nos habíamos adelantado para posicionarnos, y en si
debíamos arrebatarles el sitio para las alumnas monjitas y los pateros del cura, quienes se
sentaban en la primera fila para no perderse ni una sola palabra del cura.

Nos ubicamos en el lugar adecuado, dos compañeros se posicionaron en las puertas de


ingreso con un manojo de copias donde estaban impresas las letras de las canciones, todo
estaba preparado. Cuando, como un fantasma se aprecio le monaguillo en nuestro lugar, invitó
al hermano Jorge al cuarto donde se encontraba el cura, pensamos que era cuestión de rutina,
algunos minutos demoró en salir y cuando lo hizo vino más colorado que un tomate, en su tez
blanca era notorio que se encontraba a punto de explotar de rabia __estos curas de mierda, más
cerrados que un puño__ alcanzó a decir, salió como toro que sale a embestir a su atacante, lo
vimos en un extremo hablando airadamente con el hermano Efraín, movían las manos, hacían
gestos de insatisfacción, los dos hermanos nuevamente entraron en el cuarto donde se
encontraba el cura, mientras eso sucedió, la gente ya colmaba los diferentes asientos de la fria
catedral, las muchachas las más entusiastas ya hace rato había llenado las primeras filas, atrás
pesadamente y con cierta pesadez venían los muchachos a sentarse al final o las filas donde la
oscuridad les permitiera evadir todo tipo de rutinas religiosas, las melodías del órgano esta vez
estaban silentes, hasta la monjita que cantaba eternamente permanecía en silencio, nadie podía
entender a que se debe el retraso de la actividad religiosa.

De pronto del cuarto del cura salieron esta vez más sosegados, más calmados los dos
hermanos, el hermano Efraín tomo su posición entre los profesores y el hermano Jorge se vino al
lugar donde se encontraba los músicos, no lo podíamos creer cuando nos dijo sucintamente el
motivo de sus molestias, pues el cura no permitirá que en su iglesia armarían una jarana con
música mundana, con música de pecadores, más aun interpretada con muisca de indios, con
instrumentos profanos, pues el cura estaba decidido a no permitir que la misa se llevara a efecto
él, no, del cura, era rotundo, pero felizmente el hermano Efraín un excelente mediador trato de
poner los paños fríos, fue acertadamente persuasivo de tal manera que el cura español a
regañadientes permitió que la liturgia continuara.

A la indicación del hermano Jorge, el bombo irrumpió desplazando el intenso silencio de


la catedral, secundado por los tremoleos del charango, la voz dulce y fina de la quena, que
inmediatamente viajó por el recinto, le secundaron las voces juveniles de los cientos de
estudiantes que estaban esperando ya minutos que la liturgia iniciara, la música de los
instrumentos se fue mezclando con el gran coro de voces juveniles haciéndola mucho más
dulce, mas audible, mucho más bella, permitiendo que los oídos se deleitaran con esa fuerza
imprimida por las voces que muy bien compagino con los instrumentos.
Tema tras tema salieron de las cajas de los instrumentos, el bombo marcaba el compás,
se podía ver a los muchachos seguir con los pies el compás de la melodía, hasta las monjitas
que estaban acostumbradas a la tranquilidad del piano y la voz susurrante de la madre Elena,
poco a poco se iban contagiando de la alegría propia de los instrumentos andinos.

Cuando llegó la hora de despedirse, un carnaval arequipeño irrumpió en la inmensa sala


de la catedral y todos como si hubiesen practicado por mucho tiempo, entonaron el alegre
carnaval arequipeño, letras que había sido adaptada para esta ocasión, la gente no quería salir
de la catedral, el cura se fue despidiendo haciendo cruces a la feligresía, pero la gente seguía
cantando

Escucha a tu padre a tu pueblo…

Que te canta hoy…heeey…

Escucha que te imploramos…

Todas las voces se juntaron para demostrar su alegría o quizá sería la alegría de la
melodía arequipeña, sea cual sea nosotros los músicos estábamos extasiados, nunca en
nuestras vidas tanta gente corearon las canciones que estábamos interpretando, en los
cumpleaños uno que otro cantaba junto con nosotros, en las actuaciones a lo mucho nos
aplaudían o pedían otra, pero jamás cantaban con nosotros, pero esta vez la cosa era distinta…
por nosotros que no termine la misa, pero había que terminar, el hermano Jorge nos obligo a
termina y no quedo mayor remedio que terminar la canción para algunas horas después
continuar con algunos giros melódicos en alguna cantina de la ciudad..

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