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Que Responda el Viento.

EXPERIENCIA Y ARTE

www.querespondaelviento.com.ar/ 12/07/2013

El pensamiento que no ríe


Las sendas en las que el mundo de los intelectuales dirime la labor de pensar.
Autor: Martín Díaz *

La sobriedad, el autocontrol de las pasiones, la constancia en el sufrimiento de la


tarea como condición de la productividad y el buen desempeño, la asepsia
contenida en la ‘seriedad y la fineza’ del espíritu filosófico resultan marcas
indelebles del modo de concebir el pensamiento -o la labor de pensar- en los
legados de la cultura occidental. La renuncia al goce de experimentar una idea o
de esbozar algunos juegos de relaciones desde el carácter perecedero e
inacabado de las mismas actúa a favor de la ponderación de un pensar
productivo, delimitado, amordazado en los moldes del ‘buen pensar’ y del ‘buen
escribir’ lo que viene a garantizar el éxito de la tarea y el reconocimiento por lo
provechoso de tales aportes al mundo de la intelligentzia intelectual.

El pensar serio se impone como búsqueda de resultados, como acción planificada


y calculada de antemano dirigida a ciertos fines específicos, como actividad de
‘excelencia’ que denota los méritos de la subordinación del pensar al hacer. El
pensar serio posee en sí mismo una pretensión de verdad -aún cuando intente
criticarla o mostrar hábilmente lo contrario- que no se circunscribe sólo a la esfera
del saber sino también una verdad que atraviesa y configura la propia existencia,
que prefigura la misma como una serie de resultados que deben alcanzarse
‘siempre a tiempo’ si lo que se desea es obtener los logros disponibles, ‘progreso
intelectual’ y algo de prestigio. Es por ello además que el pensar serio siempre se
erige como un tipo de verdad moral, puesto que asume como desiderátum el
siguiente principio irrebasable que consiste en: Piensa de modo tal que tus ideas
puedan ingresar a la comunidad de autores indexados que conforman la estirpe
benefactora y rectora de la humanidad.

El pensar serio muestra siempre su superioridad en su carácter meticuloso,


metódico, pulcro, ordenado y ordenante, en estar a la altura de lo ‘último que se
piensa o que se lee’, en citar acompasadamente los últimos clichés de turno, en
repetir las últimas notas críticas impuestas por la maquinaria de producción de
conocimiento de una cultura del consumo que devora tanto cabezas como
saberes.

El pensar serio es siempre monológico y racista aún cuando en algunos casos se


precie de no serlo. Su modo de concebir el conocimiento es generalmente
imponiendo los moldes y los modos desde los cuales se debe emprender la tarea
de pensar. Su voz en realidad es un monólogo que se escucha y se replica a sí
misma en un tipo de regodeo esquizoide que consiste en ‘hablar por todos’ sin
abrirse a nada ni a nadie. El modo de ser del pensar serio es también racista dado
que desvaloriza y en el fondo desprecia tanto otros modos de pensar y conocer
por fuera de los parámetros culturales establecidos como otras modalidades de
dar cuenta la relación entre ‘las palabras y las cosas’. El pensamiento serio
conlleva un racismo camuflado o sublimado desde el cual clasifica y minusvaloriza
a lo ‘popular’, a los ‘géneros bastardos’, a las distintas voces o registros culturales
incluso cuando asume la defensa de la ‘diversidad de las culturas’. El pensamiento
serio por cierto no sabe ni entiende nada de la risa ni de otras formas de pensar
por fuera de la norma.
En una senda distinta, el pensamiento que ríe vislumbra en cada idea una
oportunidad para desandar lo andado, para romper los moldes que nos
amordazan, para captar en cada oportunidad el riesgo, el desafío.

El pensamiento que ríe asume la vida como su aliada, se enamora de sus


vaivenes y contingencias, se abre a escuchar las voces de un mundo que se
presenta por instantes como una experiencia de lo nuevo, de lo distinto, de lo
azaroso. El pensamiento que ríe se hermana con las vicisitudes cotidianas, ve en
cada gesto humano no un hecho pueril ni el ‘insumo’ para la próxima reflexión sino
la consumación del juego incesante y contradictorio de la existencia.

El pensamiento que ríe se abre a escuchar las voces silenciadas, asume con ellas
al conocimiento como un campo de batalla en donde los principales aliados son la
acción consecuente e instituyente, como asimismo el valor de la palabra lúcida y
comprometida en pos de desterrar las injusticias materiales y cognoscitivas. El
pensamiento que ríe se abre a la diversidad del mundo partiendo de sus propias
limitaciones, de su ignorancia frente al mundo de los otros. El pensamiento que ríe
asume la necesidad de la apertura, de romper las falsas seguridades, de resignar
la ‘vocación de protagonismo’ propia del pensamiento serio.
El pensamiento que ríe sabe que el reír consiste en una acción de desobediencia,
en una actitud provocativa que promueve la ruptura o el ‘hacer tajos’ frente al
estado de cosas imperante, en una búsqueda incesante de creación de lo distinto
sin anticipar el modelo al cual aspirar ni pretender alcanzar metas preestablecidas.
El pensamiento que ríe radica en un pensamiento de lo minúsculo, de lo profano,
de lo efímero, un pensamiento liviano sin anhelos grandilocuentes, un
pensamiento del orden de lo furtivo, de lo irreverente.

El pensamiento que ríe posee su mayor virtud o fortaleza en ser un pensamiento


que se ríe de sí mismo, en la conciencia del carácter improductivo de su empresa,
en la intuición del yugo de sus propias cadenas. El pensamiento que ríe es en el
fondo un pensamiento de lo posible o bien de lo im-posible a construir a sabiendas
que en cada idea se libra la más decisiva de las batallas, la batalla por la
transformación de un mundo donde todos los mundos posibles e im-posibles
tengan asidero.

* Filósofo. Miembro del Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento Político, Decolonialidad

e Interculturalidad -CEAPEDI- Docente e investigador de la Facultad de Humanidades (UNCo).

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