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Ataques de pánico: cómo superar el miedo extremo

Alejandro Napolitano

https://www.cuerpomente.com/salud-mental/ataques-panico-causas-sintomas-prevencion-consejos_957

¿Se pueden prevenir? ¿Cómo podemos calmarnos? Descubre las causas


y los efectos de la ansiedad y comienza a utilizar el miedo a tu favor.

Quien los sufre, se ahoga y cree que puede morir, mientras el médico le
asegura que es simple nerviosismo o, peor aún, que no hay causa alguna.
¿Qué miedos profundos esconden? ¿Cómo vencerlos?

De pronto siente mareo, se le nubla la vista, le cuesta respirar y le


parece que el corazón le late a mil por segundo. Toda esta sintomatología aparece de repente, en
cualquier momento y en cualquier lugar.

A veces surge al cruzar la calle, otras al bajar al metro y, aunque pueda desaparecer al cabo de
pocos minutos, a quien la sufre siempre le queda una fuerte sensación de miedo y de
inseguridad, como si se hubiera salvado de milagro de un gran peligro y no supiera bien dónde
había estado el riesgo.

Queda no obstante el miedo a que ese “ataque” se repita, en cualquier lugar y momento, y sin saber
cómo prevenirlo.

¿QUÉ ES UN ATAQUE DE PÁNICO?

Estos accesos inesperados y recurrentes se conocen como “ataques de pánico” y se han convertido
en un problema masivo, en una epidemia característica de nuestras sociedades urbanas.

La persona que sufre estas crisis no sabe por qué le ocurren y termina por avergonzarse de sus
dificultades e intenta disimularlas por todos los medios.

Si vuelve a ocurrirle varias veces, empieza a desarrollar hábitos que siente que le ayudan, pero que
en realidad limitan su vida.

Evita situaciones que podrían causar el “ataque”, se prohibe actos que podrían desencadenarlo y
realiza otros porque intuye que pueden atenuar las consecuencias.

Pero el resultado de este tipo de pensamientos es que la persona tiende a encerrarse, a salir
poco de casa o a hacerlo siempre en compañía, se niega a viajar en transportes públicos, a conocer
gente, a entrar a un restaurante o un cine.

Se va acostumbrando a disimular ante sus amigos y su familia y se aísla cada vez más. Huye
de los espacios abiertos (actitud que se conoce como agorafobia), de los lugares muy concurridos,
de las fiestas, de la gente que no conoce.
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Así, estos “efectos secundarios” sociales de los ataques de pánico pueden llegar a ser tan
destructivos como el propio episodio.

SÍNTOMAS

Cuando la persona que se enfrenta a este problema se da cuenta del círculo en el que ha entrado,
busca desesperadamente pistas para entender qué le ocurre.

Lo primero que percibe es que la sensación de pánico aparece unida a manifestaciones


físicas: mareos, falta de aire, vista nublada, palpitaciones. Y piensa que tal vez todo se deba a
algún problema corporal.

Suele empezar entonces un largo camino por consultorios médicos de diversas especialidades,
donde se escucha casi siempre la misma respuesta: “Usted no tiene nada en absoluto, sus
exámenes clínicos han salido del todo normales, deje de preocuparse”.

Pero esta respuesta no despreocupa, sino que inquieta mucho más, ya que la persona que
padece ataques de pánico tiene entonces la sensación de que todo lo que ha contado en sus visitas
médicas “no existe”, y se sumerge poco a poco en un estado de vulnerabilidad psicológica.

Se siente cada vez más frágil porque no encuentra el modo de relacionar la sensación de “peligro”
con los recursos que tiene para enfrentarse a él. Y más cuando se le dice y se le repite una y otra
vez que no son los recursos físicos los que necesita activar.

LA ANGUSTIA ES HUMANA

Aunque creamos que los ataques de pánico son una dolencia “moderna”, ya fueron diagnosticados
por Sigmund Freud en 1895. Sin embargo, Freud los llamó neurosis de angustia.

Creo que la denominación original permite orientarse mejor en la comprensión del tema, mientras
que “ataque de pánico” lleva a una encerrona: predispone a creer que estamos hablando de un
ataque a la integridad psicofísica (mi cuerpo, mi mente) por parte de algo que está fuera de uno,
que es ajeno.

No es sólo una cuestión de palabras. La expresión “ataque de pánico” presupone una cierta
pasividad por parte de quien lo sufre e induce a sobrevalorar la importancia de la intervención
externa, instrumental y química en la solución del episodio.

El término “angustia” habla en cambio de algo profundamente humano, que nos compromete
íntimamente. La angustia es algo que uno vive, un estado por el que uno transita y del que uno
mismo puede salir. La ayuda puede provenir de fuera, pero requiere una actitud activa de parte de
quien padece el trastorno.

LAS CAUSAS DE ANGUSTIA ACTUAL

Los recursos para superar estas crisis se encuentran en el interior de cada persona y en el
modo en que cada uno pueda ir resolviendo su relación con el entorno, con el mundo que lo rodea
y del que forma parte.
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Hay que remarcar que estos ataques inciden justamente en esos dos puntos clave: en la relación
con uno mismo y con el mundo circundante.

A poco de salir de una crisis, la persona se pregunta inmediatamente por su identidad: “¿Soy yo
realmente, esto me está pasando realmente a mí?”. No se reconoce ni reconoce el lugar y los
objetos de su alrededor: “He estado mil veces en este lugar, pero es como si fuera otro, no sé,
distinto, peligroso”.

¿Qué ha pasado en la sociedad contemporánea para que estos ataques de angustia se hayan
hecho tan comunes? Cabe pensar que algo malo ha sucedido en la relación del ser humano con
el prójimo, con su medio, con los valores, con la naturaleza, con el sentido de la vida.

Se ha instalado un sentimiento de distanciamiento con “el otro” que disminuye nuestra


posibilidad de asimilar lo extraño, de darnos tiempo para que lo novedoso muestre sus atractivos
sin que nos inspire temor, desconfianza y, al final, angustia.

LA ANGUSTIA BÁSICA Y EXISTENCIAL

Pero tengamos en cuenta que existe una experiencia de la angustia que es universal,
constitutiva de nuestra condición humana. ¿En qué consiste, y por qué señalo que es una
“experiencia”?

Al decir que es una experiencia y no sólo un sentimiento, quiero expresar que pertenece
simultáneamente al ámbito de nuestros sentimientos, de nuestras sensaciones corporales y
de nuestros pensamientos. Nos afecta en todos los ámbitos como seres humanos que somos.

La palabra angustia (angst, en alemán) remite a “angosto”, a estrecho, a esa sensación de


opresión del pecho que sentimos como dificultad respiratoria y miedo a la muerte. Los
anglosajones la llaman “ansiedad” (anxiety). La ansiedad se parece casi por completo a su
hermano el miedo, pero no es lo mismo.

La angustia es un miedo sin objeto evidente. La vamos construyendo a lo largo de la vida, a


medida que percibimos que estamos solos y que algún día moriremos.

Esta angustia es universal e inevitable, un trasfondo de desolación sobre el cual se construye


toda la existencia humana.

Todas las civilizaciones, todas las culturas, han creado mitos (como la caída del paraíso o la pérdida
de la inocencia originaria) que representan ese estado de angustia existencial que nos invade.

EL MIEDO ES ÚTIL

Además de esta angustia básica, común a todos por el hecho de vivir, podemos sentir lo que se
conoce como “angustia señal”, a la que sería mejor llamar directamente miedo.

El miedo tiene la importante misión de alertarnos sobre posibles amenazas a nuestra


integridad. El miedo es un arma defensiva que nos previene de los peligros. Y si no podemos
evitarlos, nos permite que luchemos contra ellos.

Esta “angustia señal” o miedo es una cualidad fundamental de la evolución biológica, por su valor
como preservación de los seres vivientes. Nos facilita la supervivencia.
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Nuestro sistema nervioso y endocrino dispone de una compleja serie de dispositivos orgánicos,
muy afinados, para sostener y fortalecer este miedo útil. Valgan como ejemplo dos.

• El primero tiene que ver con nuestra memoria, que graba con mucha más intensidad los
recuerdos ligados a la experiencia del miedo.
• El segundo se refiere a nuestra capacidad de lucidez. Cuando se nos disparan los
instrumentos biológicos del miedo, nuestra atención se concentra en el objeto amenazante,
impidiendo cualquier distracción reflexiva o sensorial. Solo veo, s0lo oigo, s0lo pienso en lo que
me amenaza.

El ser humano ha cuidado amorosamente su miedo, lo ha utilizado como un instrumento de


preservación de la vida en el planeta.

CUANDO EL MIEDO Y LA ANGUSTIA SE CONVIERTEN EN PÁNICO

Ahora bien, hemos hablado de la angustia básica que constituye un fondo común a nuestra
condición humana, y de la angustia “señal” o miedo que nos previene de peligros.

Pero a veces esa angustia básica deja de ser un “fondo” y avanza al primer plano, se
convierte en una figura protagonista de nuestra existencia.

Y el miedo útil pasa a ser una alarma hipersensible, que se dispara erráticamente.

Las razones de este cambio son difíciles de discernir pero están ligadas siempre a sucesos de
nuestra historia personal. Pero la más mínima sensación corporal que se parezca a algunos de los
síntomas del ataque de pánico puede disparar de nuevo los mecanismos del miedo.

El ataque de pánico o neurosis de angustia se vive pues como la irrupción brusca y cruda de un
miedo sin palabras, un terror corporal que brota de una fuente desconocida e inaccesible. Y
esos temores tempranos están presentes en los síntomas corporales mencionados.

La persona lucha entonces por controlarlos y ocultarlos. La situación empeora, entrando en


una espiral ascendente. En este momento se hace necesaria la intervención psicoterapéutica.

CÓMO TRATARLO Y ALIVIARLO: LA TERAPIA

Acercarse a las motivaciones más profundas de nuestra ansiedad es el primer paso para aliviarla.

Al comienzo de la terapia la persona abandona ya el esfuerzo estéril de controlar o disimular


sus síntomas. Esa primera liberación permite trabajar sobre el cuerpo, intentando aflojar la
tremenda tensión acumulada en la musculatura respiratoria.

DESHACER LA RIGIDEZ

El cuerpo necesita rebajar la intolerable hipersensibilidad a los síntomas de la angustia que ha


ido desarrollando poco a poco.

Cuando se ha logrado destrabar y ablandar el cuerpo, es posible avanzar sobre la idea de que
también la mente está paralizada, bloqueada y se halla totalmente indefensa y sin recursos
para buscar alternativas a la mecánica de la angustia.
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El cuerpo está rígido porque ha adoptado las formas rígidas de nuestros pensamientos inspirados
en el miedo.

Si cobramos conciencia de la relación entre los síntomas y sus motivaciones, ganamos una
mirada más serena sobre esas partes de nuestra historia que deben ser revisadas y
reestructuradas.

Al tomar contacto paulatino con la fuente del dolor, es posible volver a colocar la “experiencia de la
angustia” en aquel “fondo” común a todo humano. Es como si un río se hubiera desmadrado y
tuviéramos que reconducirlo a su cauce natural.

De lo que se trata es de, en lugar de negar la angustia, hacer justamente todo lo contrario:
considerarla una experiencia vital.

Al integrarla poco a poco en el fluir de nuestra existencia, dejará de ser un obstáculo para vivir
mejor.

Pánico: cuando el miedo nos colapsa

Gema Lendoiro

https://www.cuerpomente.com/psicologia/panico-cuando-miedo-que-nos-colapsa_1059

La ansiedad se siente en lo más profundo de nuestro ser y no podemos atender a lógicas ni


razones. ¿Por qué ocurre y cómo podemos prevenirlo?

Me muero de pensar que me ahogaré en medio del mar. Lo vivo así y no lo puedo evitar. El
miedo colapsa mis emociones y el cerebro no atiende a razones. Se activan todas las alarmas y
siento que solo huyendo recuperaré el control.

UNA HISTORIA DE PÁNICO

Hace un par de meses mi marido me comentó si me apetecía pasar cuatro días en el barco
de un amigo. Un velero. Una propuesta que sonaba muy bien, una experiencia en pleno contacto
con la naturaleza para compartir con las niñas, de 3 y 5 años. Dormiríamos en el propio velero, de
14 metros de eslora y con 3 camarotes. El plan era descansar y disfrutar del mar.

Yo crecí en una ciudad con playa y de jovencita, en la universidad, llegué a ir a clases de vela.
Así que el mar no es para mí ajeno. Sin embargo, no sabía yo que esos días iban a desatar en mi
mente momentos tan angustiosos.

En ocasiones, cuando me voy a dormir, especialmente en días de mayor estrés, me viene a la


mente una imagen recurrente que hace que me tenga que levantar de la cama para ir al sofá y
tratar de tranquilizarme. No es un sueño, es una evocación involuntaria de mi cerebro:
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Estamos en un barco en alta mar, en una especie de transatlántico, y me caigo, en medio de


la noche, al agua sin que nadie se percate. A veces en esos pensamientos están también mis
hijas. Nunca llego a imaginar la muerte, pero sí esos momentos de pánico y angustia que hacen
que no me pueda dormir. Y no sé por qué me pasa...

ANTECEDENTES (CAUSAS) DEL MIEDO

Este relato sería incompleto si no os dijese que, como todo en esta vida, el pasado cuenta.

Cuando yo tenía 13 años, mi hermano de 11 falleció en una piscina. Después de su muerte, sí


que puedo recordar ciertas reservas con respecto a las piscinas (y no al mar), pero nunca pánico.
No un pánico que paraliza, un pánico que te hace parecer irracional a los ojos de los que no lo han
padecido jamás.

Este pánico, que siento como un peligro totalmente real, creo que existe en mí desde hace
pocos años: tres, cuatro... quizá cinco. Quizá desde que soy madre. No lo sé. Solo sé que cada día
es más fuerte.

Hay otro dato que es interesante tener en cuenta. Hace ya un tiempo mi madre me contó con
pelos y señales mi nacimiento y fue, como tantos otros, una historia de violencia obstétrica. No me
pararé en los detalles, pero sí en el resultado.

Nací mientras mi madre estaba dormida con anestesia general y sin cesárea, lo que significa
que todo lo hicieron los médicos y el resultado fue: el coxis de mi madre roto, 18 puntos de
episiotomía y yo llegando al mundo cianótica y con problemas de ahogamiento por el sufrimiento
fetal.

Pudiera parecer un dato poco revelador, pero lo cierto es que lo es. Todo lo que nos sucede
durante el nacimiento queda grabado en nuestro cerebro y, aunque nuestra memoria consciente
no lo recuerda, la otra, la que está en la parte más límbica del cerebro, sí.

EL MIEDO A LA MUERTE

Hasta hace poco no pensé que mi nacimiento tenía que ver con mi pánico a morir ahogada.
Es bastante probable que incluso tenga más relación que la muerte de mi hermano, ya que es un
recuerdo real y, en cambio, la muerte de mi hermano, afortunadamente, no la vi.

Pero volvamos al viaje. La primera noche dormimos en el puerto, lo que significaba que la
seguridad era máxima. Nada podía pasar salvo un tsunami, algo que, ya lo sabemos, es
prácticamente imposible.

Cuando digo que nada puede pasar, me refiero a mis temores irracionales: era imposible que
el barco se hundiera. Además, debajo del agua tan solo había 3 metros. Sin embargo, ese
pensamiento me tuvo insomne hasta las cinco de la madrugada. Cada vez que el sueño me vencía,
caía, para despertarme a continuación presa del miedo, del terror.

Ya sabemos que para que un mamífero duerma, necesita tener la certeza de que nada le va
a suceder (de ahí el porqué de que los niños lloran si no están acompañados de adultos). Esto es
un principio básico de biología humana.
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El barco era seguro, pero mi cerebro no lo entendía. Mi cuerpo estaba inundado de cortisol, la
hormona del estrés. Era incapaz de relajarme por mucho que mentalmente yo me repetía: “
tranquila, tranquila, no va a pasar nada”. Tarea inútil.

Estaba totalmente en alerta, puro instinto de supervivencia. Sobre las cinco y pico de la
mañana empezó a clarear, lo que alivió mi estado de estrés y caí rendida. Aunque cualquier sonido,
por leve que fuera, me despertaba y en un pantalán, la calma total es prácticamente imposible.

Al día siguiente le conté a mi marido la mala experiencia e intentó tranquilizarme mientras


desayunábamos en cubierta. Después zarpamos a navegar. Curiosamente en la travesía no tuve
pánico, ni tan siquiera miedo. El mar estaba en calma, el barco apenas se escoraba, hacía un sol
radiante, las niñas estaban perfectamente protegidas con chaleco salvavidas, sonaba la música y
navegábamos a vela, que es lo que realmente a mí me fascina. Pasamos una jornada estupenda.

Llegamos a una isla para pasar la noche, pero fondeamos en el mar, no en el puerto. Y ahí
volvieron de nuevo los demonios. Santa Teresa llamaba a la mente “la loca de la casa”. Por más
que mi marido y su amigo, experto en navegación, me intentaron convencer, no lo podía soportar,
me superaba y me negué a dormir en el barco. Reservé una habitación de hotel en tierra. Pero
todavía faltaba lo peor: bajar a la playa de noche en una minizódiac.

Ahí fue cuando ya el pánico se desató en mí. Evidentemente, me llevé a las niñas conmigo y
entonces me vinieron a la mente las imágenes de las mujeres con bebés cruzando el Mediterráneo
en pateras, ahogándose. Fueron solo 15 minutos, pero mi mente estaba alteradísima. Lo recuerdo
con horror.

Dormí con las niñas en tierra y al día siguiente volvimos al barco y navegamos con más olas
que a la ida, pero, curiosamente, mi cerebro logró serenarse solo. Aprovechando que las niñas
estaban dormiditas en el camarote, me tumbé abrazada a ellas. Y sé que en ese gesto se libera
muchísima oxitocina, que es la hormona que puede hacer desaparecer el cortisol y la adrenalina,
las del estrés. Me bajó tanto la angustia, que esa noche dormí sin sobresaltos en el camarote
en el puerto.

LA CIENCIA HABLA

Toda esta experiencia tiene para mí un interés impresionante para ver cómo funciona el
cerebro. No existe peligro real en una fobia, pero sí existe para el cerebro de quien la sufre y ¡vaya
si la sufre! Por eso no debemos desatender nunca a una persona que la está padeciendo por muy
ridículo que nos pueda parecer su miedo.

¿De dónde viene esa fobia? Yo creo que son muchos los factores, pero mi nacimiento tiene
muchísimo que ver y la muerte de mi hermano, también. ¿Por qué no salió todo eso antes? No lo
sé y me temo que nunca lo sabré. ¿Cómo se cura? Imagino que con una buena terapia y mucha
paciencia, mimo y amor.

¿Qué dice la ciencia de todo esto? A pesar de que todavía queda mucho por descubrir del
cerebro, sí hay bastantes respuestas sobre qué nos pasa por la cabeza y cómo se defiende ante
dicha fobia. En el instante en que tus ojos ven el peligro, el cerebro activa inmediatamente la
amígdala, que es el centro del temor. Y lo primero que hace es desactivar el córtex prefrontal, que
es el de la lógica.

Por lo tanto, no hay manera de razonar, es imposible. Automáticamente las glándulas


comienzan a segregar hormonas del estrés (adrenalina y cortisol), empiezas a sudar (para
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mantener la temperatura corporal), tienes la respiración y el pulso más agitados y las pupilas
dilatadas para ver mejor el objeto de tu amenaza.

La duración de todo este proceso es variable. En ocasiones, en ataques de pánico muy


potentes, el “susto” puede permanecer varios días después.

Ataques de ansiedad: cuando el control se descontrola

Si nos exigimos demasiado o queremos controlarlo todo, podemos vernos superados por la
ansiedad en cualquier momento. Aprendamos a gestionarla mejor.

https://www.cuerpomente.com/blogs/ramon-soler

Ramón Soler
Había llegado el día del examen final de la oposición a jueza de
Sofía. Por fin, después de varios años estudiando sin parar, veía luz
al final del tunel.

Estaba tan cansada del largo proceso vivido, de las mismas rutinas
de estudio durante tantos días, semanas y meses. Había sido
agotador y angustioso, el dinero de sus padres invertido en
academias, los fines de semana sin poder salir con las amigas, todo
el día estudiando y estudiando sin parar.

Tanto tiempo de dedicación y, por fin, había logrado aprobar los


primeros exámenes y llegar al último.

Sin embargo, justo en el momento en que se presentó ante el tribunal, Sofía se quedó en blanco.
La joven, comenzó a sentir pánico y un hilo de sudor frío recorrió su espalda.

No recordaba nada de lo estudiado, ni siquiera sabía que hacía allí, lo único que notaba era cómo
su cuerpo se descontrolaba. También percibía cómo su corazón se iba acelerando más y más, le
costaba respirar y sentía sus dos oídos taponados.

Sofía pensó, presa del pánico, que iba a morir. Sentía que ya no podía respirar y que todo iba a
acabar allí para ella.

Como me relató más adelante, cuando acudió a consulta alentada por una amiga, “aquel día pensé
que era el último de mi vida”. Sofía había sufrido, lo que se denomina un ataque de ansiedad.

ATAQUES DE PÁNICO: ¿NOS EXIGIMOS DEMASIADO?


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La ansiedad es una de las grandes epidemias de nuestra sociedad. Hoy en día, gran parte de
las consultas que recibimos psicólogos y psiquiatras están relacionadas con la ansiedad (tato en
adultos, como en niños).

Vivimos estresados, corremos de casa al colegio, del colegio al trabajo y del trabajo a casa. No
tenemos tiempo para descansar. No nos dedicamos tiempo para cuidar nuestro cuerpo, ni nuestra
mente. Además, muchas personas, abusando de la gran capacidad de aguante que tiene nuestro
cuerpo, prolongan esta situación durante años, lustros e, incluso, décadas.

Sin embargo, tarde o temprano, algo comienza a ir mal, empezamos a sentir muestras de
debilidad, de cansancio, de agotamiento. Más adelante, si seguimos forzando nuestro cuerpo,
terminaremos sufriendo una crisis de ansiedad como la que vivió Sofía.

En terapia, Sofía recordó que no era la primera vez que le había sucedido algo parecido. Años
atrás, en el instituto, había sufrido síntomas semejantes, aunque no de tan fuerte intensidad,
cuando le tocó exponer un trabajo ante su clase.

En aquella ocasión, su madre tuvo que ir a buscarla al colegio porque súbitamente se había sentido
enferma y había comenzado a vomitar en clase. Sofía también rememoró otras situaciones
donde se había puesto nerviosa y había acabado enferma.

La joven se definía a sí misma como una persona responsable y detallista, quería que todo saliera
perfecto, aunque tuviera que perder horas de sueño para conseguirlo.

Durante años, Sofía sufrió varios episodios de ansiedad derivados de su perfeccionismo. Ante
circunstancias en las que se mezclaban un agotamiento físico y emocional extremos
con situaciones en las que podía fallar (mostrarse imperfecta) y/o que escapaban de su
control (como podían ser el “juicio” de los miembros del tribunal de oposición o el de sus
compañeros de clase).

Como una primera medida de choque, le enseñé a Sofía algunos sencillos ejercicios de relajación,
para que comprobara cómo podía controlar por sí misma su respiración y su frecuencia cardíaca.
De esta forma, fue sintiéndose más confiada y perdió el miedo a sufrir, en cualquier momento, otro
ataque de ansiedad.

¿CÓMO PODEMOS AYUDAR A LAS PERSONAS CON ANSIEDAD?

Sin embargo, el trabajo realmente importante con las personas que sufren de ansiedad se
fundamenta en reeducar la forma de enfrentarse a las situaciones que les plantea la vida.
Resulta imprescindible aprender a tomarse las cosas de forma más relajada.

También, tienen que trabajar para comprender las razones de esta extrema exigencia hacia su
cuerpo y sus capacidades. ¿De dónde viene esta incapacidad para frenar a pesar del agotamiento?
¿Por qué este perfeccionismo extremo (como en el caso de Sofía)?

El revisar la infancia de estas personas les aportará los datos necesarios para comprender, asimilar
y cambiar esta forma tan dañina de relacionarse con su cuerpo y su mente.

La ansiedad es un grito desesperado del cuerpo que nos pide que bajemos el ritmo. Tenemos
que estar atentos a este mensaje, frenar y pararnos a disfrutar más de los pequeños detalles de la
vida.
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"No podemos acabar con la ansiedad, pero sí aprender a cuidarnos"

Entrevista a Gio Zararri

El autor de "El fin de la ansiedad" plasma en su libro el método mediante el que aprendió a hacer
frente a sus síntomas y a convertirlos en aliados del cambio.

Gio Zararri escribió El fin de la ansiedad (Ediciones Vergara) por la necesidad de compartir su
proceso frente a la ansiedad, que él considera que siempre llega por la necesidad inminente
de realizar un cambio: el nuestro. "Creo en nuestra responsabilidad ante nuestra vida y felicidad;
no siempre es fácil, pero sí es posible, y la felicidad se compone de momentos. En uno de esos
momentos imaginé aquel pasado con mi libro y pensé que no solo podía ayudar con ello sino
también hacer realidad otro de mis sueños: el de escribir", nos cuenta.

"Quería crear ese libro que yo necesité hace casi veinte años. Un libro donde explicase que era
realmente aquello que me sucedía, un manual que me ayudase a comprender que mi vida no solo
no estaba en peligro, sino que, realizando esos cambios que mi ansiedad quería para mí,
podía convertirla en una vida más maravillosa de cuanto jamás hubiera imaginado", se sincera
Zarrari.

ENTREVISTA CON GIO ZARARRI

–¿Por qué crees que la ansiedad es un mal tan común en nuestra sociedad actual?

–Para responder a esta pregunta intentaré matizar que la ansiedad en sí no es un mal, el mal llega
cuando la ansiedad surge y se mantiene sin necesidad de hacerlo, sin deber afrontar un peligro
real. Si, por poner un ejemplo, estando en el campo notamos como una serpiente intenta atacarnos,
nuestro organismo observará este estímulo, evaluará la situación como peligrosa y reaccionará
produciendo cambios en nosotros. Esos cambios biológicos y psicológicos, esa reacción, eso es la
ansiedad, y esos cambios son sus síntomas, síntomas que ante una situación amenazante como
la de la serpiente, nos ayudan a que afrontemos el peligro de una manera casi automática,
preparándonos para la lucha o la huida, una reacción que en muchísimas ocasiones nos ha salvado
y salvará la vida (seguro que cada persona conoce alguna situación personal). Una reacción que
desaparece una vez el peligro ha pasado y normalmente no nos damos ni cuenta de ello.

El problema al que todo el mundo se refiere cuando habla de ansiedad, se da cuando no existe
realmente esa alarma, pero la evaluación de un estímulo ha desatado la ansiedad en nosotros y la
mantiene. Aquí comienza la ansiedad como trastorno o patología, pudiendo ser más fuerte y
limitante cuanto más se prolongue en el tiempo y mayor sea el pánico que nos provoca esa falsa
alarma, una alarma que normalmente tiene que ver con hechos tan poco peligrosos y rutinarios
como salir a la calle o coger el ascensor.
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La ansiedad es el principal mecanismo de defensa de nuestro organismo ante situaciones


amenazantes, un sistema de alerta que ha ayudado a que la especie humana haya sobrevivido
durante millones de años.

El mayor problema y seguramente el motivo principal por el que la ansiedad es una patología tan
extendida en nuestros tiempos está en que los principales actores o activadores en este mecanismo
son la amígdala, en el cerebro límbico, y el cerebro reptiliano, dos de las zonas más antiguas de
nuestro cerebro. La gestión y evaluación del peligro y la reacción no pasan por nuestra razón, ya
que de hacerlo así y poniéndonos ante un caso como el ejemplo de la serpiente, tardaríamos
demasiado en responder al peligro, y seguramente nos iría la vida en ello.

Para entenderlo mejor podemos aceptar que todo organismo evoluciona gradualmente con el paso
del tiempo y que se necesitan miles o millones de años para realizar sus "mejoras”. Un ejemplo
puede ser el crecimiento del cuello de las jirafas: no pasó de un día a otro, sino que fue creciendo
milímetro a milímetro durante miles de años para adaptarse al entorno. En cambio, en la humanidad
se han producido más cambios en los últimos siglos que en los millones de años que estamos sobre
el planeta.

Si tenemos en cuenta este ritmo vertiginoso y cómo el cerebro no hace mucho uso de la razón para
reaccionar con la ansiedad, podemos entender el motivo por el que la ansiedad es el problema de
salud mental más extendido en el mundo: problemas tan poco preocupantes para nuestra integridad
física o vital como pueden ser un despido, un cambio de casa o pasar un mal momento al entrar en
un ascensor o un coche, pueden ser evaluados por nuestro sistema de alerta como situaciones tan
amenazantes como el ataque de un tigre.

Nuestro cerebro no ha evolucionado a la misma velocidad que lo ha hecho nuestro entorno, para
él los peligros siguen siendo mucho más básicos y simples. Por eso no diferencia situaciones como
un despido o el ataque de un león: si siente una amenaza reacciona sin hacer uso de la razón, y
esa reacción es la ansiedad.

El estilo de vida estresante, debiendo hacer frente a las necesidades primarias de la familia, a
prestar atención a tal cantidad de elementos como las señales de tráfico, el llanto de un hijo, la
próxima reunión o los tan comunes y estresantes mensajes del whatssap, son fuentes de ansiedad,
e imagino que el ser humano no había tenido hasta ahora que afrontar tantos y tan distintos
estímulos a la vez y en tan poco espacio de tiempo.

El mundo va demasiado rápido, una carrera desenfrenada con muy poco sentido que hace crecer
el estrés, la ansiedad y la depresión en nuestros tiempos, las conocidas como enfermedades del
siglo.

–¿Cómo te diste cuenta de que lo que tú sentías era ansiedad?


–En El fin de la ansiedad explico todo este proceso, y creo que es uno de los motivos que más
valor dan a mi libro, ya que prácticamente el 100% de las personas que han sufrido o sufren
ansiedad han pasado por lo mismo.

• Primero llegan los síntomas, creemos y sentimos que nuestra vida está en peligro, la mayoría
de nosotros nos acercamos a urgencias de un hospital y, cuando nos diagnostican ansiedad,
nos negamos a aceptarlo por considerarlo algo común y poco peligroso.
• Después comenzamos a investigar, a preguntar, a estudiar nuestros síntomas, y llega la
hipocondría y la preocupación. Queremos ponernos bien, deseamos volver a sentirnos como
nos sentíamos y tenemos mucho miedo, por ello ponemos todo nuestro empeño en ello...
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• Y es entonces cuando, ante la dificultad, el sinsentido y el infierno en que entendemos se ha


convertido nuestra vida, no nos queda más remedio que buscar ayuda, intentando encontrar
una luz que nos devuelva algo de claridad a lo que nos está sucediendo.

En mi caso esa luz llegó al acercarme a un psicólogo y encontrar un libro que resumía todos los
síntomas que contemplaba la ansiedad. Esa revelación, entender que muchos de esos síntomas
yo también los padecía y saber que era imposible que otra enfermedad los contuviese todos,
significó un antes y un después en mi problema. Comenzaba a aceptar que lo mío era ansiedad y
así empecé a tratarme a mí mismo, comprendiendo que muchas veces mis propios síntomas eran
la mejor brújula para indicarme el camino a seguir, las cosas que debía mejorar...

Y sería este proceso y aquella experiencia junto a la ansiedad, la que un día me haría sentir
necesario escribir, intentando poder ayudar a afrontar el problema a personas como fui yo en su
día, dando esas respuestas y herramientas que un día yo mismo necesité pero no encontré, y
resumirlas en un libro, un método, “el fin de la ansiedad”. Un mensaje que por fortuna, esa era mi
principal intención, parece estar ayudando a muchas personas.

–En tu libro dices que la ansiedad te trajo cosas buenas… ¿qué podemos aprender de ella?

–Podemos aprender muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos.


No hay mejor maestra que la vida, y muchas veces son los duelos o los malos momentos los que
nos traen los mejores aprendizajes, y así fue para mí y puede ser para cualquiera: la convivencia
junto a la ansiedad puede traer un aprendizaje.
A día de hoy puedo decir que he sacado muchas buenas cosas de aquella experiencia, entre ellas
un libro que ayuda a muchas personas a saber sobrellevarla y combatirla, y también que esa
necesidad por mejorar crearía una nueva y mejor versión de mí mismo.

"Como explico en El fin de la ansiedad, ante un problema tenemos dos opciones, evitarlo o
enfrentarlo, y evitarlo, al menos en lo referente a la ansiedad, no hace sino hacer el problema mucho
más grande."

Es por eso que la dificultad no nos deja más opciones que comenzar a trabajar para dejar de sufrirla,
o evadirla, prefiriendo lamentarnos o tratarnos únicamente con ansiolíticos (que jamás eliminarían
el problema; solo mitigarían momentáneamente los síntomas).

En el libro animo a las personas a hacerse responsables y trabajar para superar el problema, explico
cómo lo hice yo, y cómo pueden hacerlo también ellos, pero recalco una y otra vez que de nada
sirve leer si no lo ponemos en práctica.
Así intento explicar cómo nuestros síntomas pueden ayudarnos a entender qué situaciones, estilos
de vida o decisiones, pueden estar detrás de aquello que sufrimos, para que después, tratando de
mejorar esas sensaciones empecemos a cambiar no solo el entorno y las situaciones, sino sobre
todo a nosotros mismos, consiguiendo crear nuestra propia transformación hacia una mejor versión.

A grandes rasgos, en El fin de la ansiedad comento cómo superando la ansiedad dejé de tener
miedo a las taquicardias y muchos otros síntomas, mejorando también el modo en que enfrentaba
mis situaciones sociales, la elección de amistades, e incluso adoptando estilos de vida mucho más
saludables. Con todo ello gané mucho en autoestima y autocontrol y conseguí hacer realidad
algunos de mis sueños, como vivir y trabajar durante 9 años en Roma, abrir una empresa, viajar
por medio mundo o escribir un libro.

–¿Qué parte de ese camino hacia la comprensión de la ansiedad caminaste solo y qué
parte lo recorriste junto a un especialista?
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–Este tema lo considero muy importante en lo que respecta a la ansiedad ya que, dependiendo
del grado y del tipo de ansiedad (TOC, fobias, ansiedad generalizada u otras), no solo es
recomendable acudir a un especialista, sino que lo aconsejo. En mi caso gracias a acudir a un
psicólogo descubrí no solo cuál era el problema real sino también cuales podían ser esos pasos
que debía de dar para llegar a mi meta.

Debo decir que cuando tenemos ansiedad tendemos a preocuparnos demasiado y a investigar
también demasiado, y lo peor de todo es que estamos tan preocupados que cualquier palabra o
idea puede sugestionarnos hasta tal punto de incrementar nuestra ansiedad. Por ello, y también
por lo complicado de llevar algunos tipos y grados de ansiedad, considero importantísimo no solo
informarse sino, sobre todo, hacerlo bien.

La terapia basa la acción en el conocimiento, por ello lo primero de todo es comprender qué nos
pasa y cuál o cuáles son los mejores métodos para afrontar y superar el problema.

Este trabajo puede hacerlo tanto un psicólogo como un coach, pero también puede conseguirlo un
libro. Por ello pienso que ante una primera ansiedad o una ansiedad generalizada que no se ha
extendido demasiado en el tiempo, mi libro puede ser usado tanto para aprender como para tratar
el problema. Pero también considero que si la ansiedad se ha incrustado demasiado sin haberla
tratado, si entre los síntomas están algunos tipos de fobias o si la persona sufre de frecuentes
ataques de pánico, el libro puede ser una gran ayuda, pero difícilmente por sí solo será la solución.
En estos casos sería recomendable ayudarse también de un psicólogo y seguramente de fármacos
que nos ayuden a tratar mejor con las dificultades del día a día.

En una ansiedad física como era la mía, en la que la principal preocupación era poder padecer de
problemas del corazón o cáncer (el tipo de ansiedad más común y extendido), el psicólogo me dio
el conocimiento, pero la terapia la realizaría en solitario junto a esa iluminación.

–Como bien apuntas en tu libro, las claves para combatir los síntomas que provocan la
ansiedad a menudo están dentro de nosotros. ¿Qué herramientas utilizaste y utilizas a
diario para combatirla?
–Los síntomas ayudan a identificar los motivos que nos afectan, y sin síntomas no hay ansiedad,
ya que si no hay síntomas significa que nuestro organismo ha vuelto al equilibrio y nuestro
sistema de alarma ha sido desactivado.
En mi caso la ansiedad me hizo comprender que debía cuidarme para evitar más falsas alarmas o
al menos estar preparado, y así creé y todavía mantengo en mi vida hábitos saludables como
practicar ejercicio, la lectura, comer sano o realizar algún que otro ejercicio de mindfulness.

Creo que tan necesario como comprender la ansiedad y saber cómo tratarla, es cuidarnos, tanto
para reaccionar ante problemas como la ansiedad como para poder afrontar futuros duelos o
situaciones desagradables, por ello mantener muchas de estas herramientas y convertirlas en
hábitos, pueden mejorar y mucho nuestro estilo de vida. De esto tratará el próximo libro en el que
estoy trabajando: de comprender la importancia de mantener un estilo de vida sano que nos ayude
a disfrutar más y mejor de la vida.

–¿Es posible acabar con la ansiedad para siempre?


–No creo que sea posible, es más, como comentaba al principio de la entrevista, la ansiedad es
necesaria para la evolución y supervivencia del ser humano, y sin ella nuestra especie dejaría de
existir. Lo que habría que aprender es a saber gestionar mejor nuestras emociones, a cuidarnos
mejor y cuidar también mejor nuestro entorno para que no se den más falsas alarmas, o al menos
si se dan, estar más preparados y saber tratarlas de la mejor manera posible.
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–¿Qué opinas de los psiquiatras que tratan la ansiedad a base de pastillas y de forma
sistemática?
–Considero y espero que sean pocos los psiquiatras que centren el tratamiento exclusivamente
con pastillas. Las pastillas deben ser una herramienta más, una especie de yeso que intenta curar
un esguince: después se necesitará rehabilitación para sanar la rotura, el yeso por sí solo no sirve
de nada.
En el caso de la ansiedad, el esguince está en nuestra mente y la terapia debe ser más
conductual que física, pero todo tratamiento que base la solución en exclusiva en el uso de
pastillas está destinado al fracaso, ya que los ansiolíticos sirven para mitigar los síntomas físicos
pero no los eliminan, y también generan dependencia y tolerancia, con lo que cada vez su
necesidad es mayor y su efecto menor.

Como el problema está más en que hemos evaluado una situación que no revierte peligro como
totalmente amenazante, esas pastillas jamás harán cambiar el modo en que evaluamos la misma
situación y jamás eliminarán el problema, solo mitigarán los síntomas, y no durante mucho tiempo.
La solución será volver a normalizar esa situación o estímulo que provoca esa alarma.

Con todo esto no digo que no sean necesarios ya que en muchos casos pueden ayudar muchísimo
a convivir y soportar el dolor emocional, pero deberán ser usados junto a la terapia y así poder ser
eliminándolos gradualmente, para tratar a la ansiedad como se debe, con la acción, ya venga de
los consejos de un psicólogo como de un libro.

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