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Y de pronto, en más de 40 años largos de dominio del neoliberalismo, y de haber

hecho una masacre en América Latina, el credo aupado en tiempos viejos por
Inglaterra y Estados Unidos, de manos de Thatcher y Reagan, se retuerce como
serpiente atrapada por la cabeza. Desde los días del Consenso de Washington, de la
toma de los mercados internos de parte de transnacionales, consentidas por
constituciones y adaptaciones de la ley en este hemisferio, el neoliberalismo cabalgó a
su anchas, llenando de riquezas a unos cuantos privilegiados y de abundantes miserias
a la mayoría de la población.

El atroz modelo, que desde los tiempos del sanguinario Pinochet y los genocidas
dictadores argentinos, tomó posesión en Latinoamérica en la década del setenta, ha
sido un generador de pobreza entre los más pobres y de plusvalías entre una casta de
exclusivos potentados. Argentina, por ejemplo, barrida tras la restauración de la
democracia por privatizadores como Menen y otros, como bien lo muestra Pino
Solanas en el documental Memorias del saqueo, se vino a pique. Lo mismo que Chile,
utilizada por profeticas del modelo como un paradigma.
El neoliberalismo, que en lo ideológico promovió sofismas como los del fin de la
historia y puso como una angelical medida la reducción del Estado y las
privatizaciones, además de contar con diversos “filósofos” a sueldo, está hoy en una
honda crisis. Y patalea. En países como Colombia, donde campea desde hace lustros y
que tomó su cuerpo de medusa paralizante desde la desventurada “apertura
económica” de Gaviria, ha despertado, por fortuna, una conciencia de repulsas y
descontentos entre los trabajadores (golpeados con reformas y “flexibilizaciones”
laborales), estudiantes, capas medias y, en general, la población. El paro nacional
(21N), el más importante en la historia moderna del país, es una muestra significativa
de los cuestionamientos a un modelo antipopular.

En Colombia, el neoliberalismo destruyó el aparato productivo nacional, cercenó el


agro, abrió el mercado a las potencias extranjeras, se arrodilló en un atentado contra la
soberanía a través de los tratados leoninos de libre comercio. Y, claro, sigue estando a
disposición de los dictados del FMI, el Banco Mundial, la Ocde y otros organismos.
Los Estados Unidos, por ejemplo, recolonizaron este, su solar y coto de caza. Y si
todos los presidentes desde hace años se han prosternado a Washington, el actual ha
batido records de sumisión.

Colombia parece un país feudal. Con relaciones de vasallaje. Los potentados,


intermediarios del gran capital financiero internacional, son como príncipes a los que,
por lo demás, se les facilita el enriquecimiento con la aprobación de leyes viciadas y
con las privatizaciones. La cadena de estas ha sido tanta larga que el catálogo puede
ocupar varias páginas. El modelo consiste en dar gabelas al gran capital y recortar los
ingresos de los trabajadores. Es más: conculcarles sus derechos. ¿Recuerdan las
reformas laborales del uribismo, por ejemplo?

El neoliberalismo ha sido una especie de peste. Una manera desaforada e inhumana de


ir contra la civilización, como bien lo ha apuntado Joseph E. Stiglitz. Una engañifa
que ha utilizados diversos mecanismos para imponerse, en particular en países
tercermundistas, arrasados por las metrópolis y las corporaciones. A los trabajadores
les prometieron que debían tener paciencia mientras llegaban los ríos de miel que les
traerían prosperidad. No fue así.

“El crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría a unos
pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y bolsas en alza, los ingresos
y la riqueza fluyeron hacia arriba, en vez de derramarse hacia abajo”, anota Stiglitz. El
neoliberalismo, una versión despótica del capitalismo salvaje, se propuso, en
particular en países como Argentina, Chile, Colombia, México, etc., destruir a toda
costa la solidaridad obrera, los sindicatos, los gremios de trabajadores. Y edulcoró sus
propósitos con basura como la de “bienvenidos al futuro”.
Frente al monstruo, que está en estado crítico en muchas partes del mundo, hay una
especie de despertar. Primaveras por aquí y por allá. Y si, como ha pasado y sigue
sucediendo, el Estado y el gobierno responden con represión (tantas veces brutal) y
pone como caso de policía las justas reclamaciones de los humillados, las legiones
inmensas de desposeídos levantan la voz y ocupan las calles.

Si como se sabe la corrupción es un vicio antiguo, el neoliberalismo la ha llevado a


ámbitos insospechados. Coimas, sobornos, comisiones, tráfico de influencias y otras
estafas, en fin, son parte de su modus operandi. Colombia es un ejemplo de
perversiones al respecto. Unos cuantos gamonales y magnates, intermediarios del
capital extranjero, son los que quieren mantener en la servidumbre a la gente. Ya hoy
es a otro precio. Las víctimas del modelo han decidido cantar a toda voz contra las
injusticias.

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