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Prólogo
Kataryna Maksymiuk 23
“Mujer” y “naturaleza” en el pensamiento griego antiguo
Aida Míguez Barciela 35
Mujeres, género e historia antigua: Una nueva historia a partir de otras historias
Rosa María Cíd López 43
Discriminación de la mujer en Derecho de Familia: la potestas
1. I
2. L
Por todo ello puede decirse que, aunque en algunos aspectos la mujer pudiera
disponer de unos derechos similares a los del hombre, ello en modo alguno significa que
la sociedad egipcia fuera igualitaria en términos de género. De hecho, la mujer ocupaba
una posición secundaria y dependía del hombre. La sociedad egipcia estaba estructurada
en torno a la figura masculina, el hombre tenía un lugar preeminente y ejercía el poder
desde la posición de dominio que ocupaba.
Sin embargo, en algunos aspectos la mujer egipcia disponía de más derechos
que sus contemporáneas de la Antigüedad. Así, mientras que en el mundo griego la
mujer era representada legalmente por un hombre (kurios), en el mundo egipcio la
mujer podía actuar individualmente y tenía plena libertad para firmar contratos o para
declarar como testigo en los tribunales, siendo significativo que estos derechos, mínimos
desde nuestra perspectiva, siguieran respetándose con posterioridad a la conquista de
Egipto por Alejandro Magno y la helenización que de la sociedad tuvo lugar en muchas
manifestaciones, otra prueba más de la importancia que tenía la “memoria cultural”
faraónica.
Los textos, al igual que las estelas, inscripciones funerarias u otras manifestaciones,
eran producidos por hombres. Mucho se ha discutido sobre si las mujeres sabían leer,
si llegaron a existir mujeres escribas, pero estos debates, en el mejor de los casos, nos
ofrecerían alguna excepción que confirmaría la regla; la singularidad de la mujer en los
ámbitos de influencia, poder y decisión. La constante que encontramos en los textos es la
misma que en otras culturas de la Antigüedad, la vinculación, relación de la mujer con el
matrimonio y la procreación: “Una mujer es preguntada sobre su marido, un hombre es
preguntado sobre su rango” (Instrucciones de Ani).
Al igual que sucede en otras culturas, antiguas o no, la preferencia era tener una
descendencia masculina. Sin entrar en los costes económicos que la dote, la pérdida de
un miembro de la unidad familiar podía suponer –independientemente de la posición
social de la familia-, resulta significativo que, en los llamados cuchillos apotropaicos
utilizados en el momento de los nacimientos y primeros momentos de vida, la mayoría
de los nombres sean de niños ¿indica ello un mayor deseo de protección? ¿Un mayor
temor a la pérdida de un varón? Este aspecto, como muchos otros, todavía requiere una
investigación.
Pero, ¿Qué sucedía con aquellas mujeres que no podían tener hijos? La primera
consecuencia era que el marido podía tomar una segunda esposa para alcanzar una
descendencia, pero esa mujer, aunque podía no perder su posición de esposa, veía como
su importancia y función en la unidad familiar quedaba disminuida. Al respecto, en
opinión de Sweeney (2006), las menciones y representaciones de mujeres ancianas, muy
escasas, pueden corresponderse con aquellas mujeres que no habían podido tener hijos, al
igual que sucede en el mundo mesopotámico, siendo su situación muy variada según las
circunstancias sociales y familiares.
Otra situación era el posible maltrato a la mujer (Orriols 2007), conociendo
algunos ejemplos en Deir el Medina, como el de Paneb, que se ausenta por pegar a
su esposa, pero vuelve a trabajar. La mujer podía denunciar estas situaciones, pero los
datos disponibles parecen reflejarnos que el castigo quedaba reducido a que el hombre
se comprometiera a no volver a hacerlo. Pero como sucede en los consejos y actuaciones
descritas en los textos, estas evidencias nos reflejan lo que sucedía en sectores de la
sociedad que gozaban de ciertos privilegios, por lo que el maltrato de una hija podía
ser considerado una ofensa por su familia y, seguramente, para sus propios intereses,
mientras que en el conjunto de la sociedad la realidad sería muy diferente.
Otra realidad de la sociedad faraónica serían las viudas. Al respecto, siempre
se menciona la protección que se ofrece en las leyes mesopotámicas a las mismas
consideradas, junto a los niños huérfanos, como los miembros más débiles de la
sociedad y que deben recibir una protección, lo que también encontramos reflejado en las
Enseñanzas. Al respecto, no debemos olvidar que la diosa Isis era viuda, su esposo Osiris
había logrado renacer y vencer a la muerte gracias a ella, que sin embargo debe proceder
a proteger, mantener y cuidar de su hijo, Horus. Una historia mítica que, como muchas
otras, era conocida, no necesitaba ser escrita, el conjunto de la sociedad la conocía y
que también encarnaba el papel de la mujer como madre, lo que de ella se esperaba.
Igualmente, ello implicaba un reconocimiento a su labor, siendo también frecuentes las
referencias a los cuidados que debe recibir una madre, que en el ámbito real se refleja
en las reinas madres como hemos visto. Sin embargo, ello puede estar vinculado con lo
oficial y el decoro de los textos. En opinión de Díaz Rivas (2012:369-70) la situación
del esposo no se veía alterada al fallecer la esposa, primando su condición de hombre,
mientras que la mujer viuda carecía de función social.
Es interesante hacer aquí una reflexión sobre las divinidades felinas del antiguo
Egipto, la mayoría femeninas. Presentan una interesante dualidad, ya que la mayor parte
de ellas tienen la peculiaridad de ser representadas como gatas o como leonas. En tanto
que gatas, siempre están asociadas a la maternidad y a la fidelidad del hogar. Sin embargo,
como leonas, siempre se las muestra como guerreras, violentas y, como en el caso del
Mito de la vaca celeste, desobedientes. Así pues, las diosas felinas muestran la misma
concepción dual que los egipcios tenían de las mujeres. Tal como hemos visto en las
enseñanzas, son vistas como positivas cuando son cercanas al hogar, es decir madres y
esposas —en calidad de madres potenciales—, pero peligrosas en el ámbito externo de
la casa.
En lo que a la vida diaria se refiere, ya hemos visto como la mujer era la “señora
de la casa”, pero las pinturas de algunas tumbas representan a mujeres participando en
banquetes o acompañando a sus esposos en actividades como la caza en los pantanos.
Mientras que las primeras se pueden vincular con la sensualidad, las segundas son muy
reveladoras de la función de la mujer. Así, como apunta Routledge (2008), en las escenas
de caza y de pesca se representa a las familias, pero la actitud de la mujer, y las hijas,
es pasiva, no así la del esposo e hijos. Por otra parte, en estas escenas encontramos la
frase iri ht “hacer cosas”, que también está presente en los textos relativos a las acciones
que realizan los sacerdotes lectores o los faraones, no así las reinas, una frase que tenía
el significado de realizar alguna acción para mantener el orden, una obligación de los
hombres, lo que podría explicar el carácter y actitud pasiva de las mujeres en estas escenas.
En relación con el arte, ya hemos mencionado que es realizado por hombres para
hombres y su entorno. Un hecho significativo es que imágenes aisladas de mujeres son
muy escasas fuera del ámbito funerario, apareciendo siempre vinculadas y protegidas
por su entorno más próximo, quizás por existir la creencia de que al representarlas solas
pudiera haber sido considerado un peligro para ellas, una desprotección. Así, hasta el
Reino Medio solo hay estatuas de mujeres en tumbas, en el Reino Nuevo encontramos
estatuas de matrimonios, no muchas, en los templos, para desaparecer nuevamente las
mujeres del ámbito público con posterioridad, con las excepciones de las representaciones
de la Esposa Divina del Dios durante el Tercer Período Intermedio y comienzos de la
XXVI dinastía, pero sus representaciones tienen lugar en el espacio del templo, donde
gozan de la protección divina. Un arte que además nos suele presentar a los protagonistas,
masculinos o femeninos, idealizados (Baines 2015).
Las mujeres son representadas realizando diferentes actividades cotidianas,
elaborando alimentos o transportando cestas de alimentos y otros productos en la cabeza,
al tiempo que pueden llevar a los niños de la mano, revelando los estudios realizados
en esqueletos que las mujeres tenían mayores daños vertebrales que los hombres,
posiblemente causados por estas prácticas cotidianas.
Por otra parte, y como hemos expresado en relación con los textos literarios, en
el arte también se observa una tendencia a una mayor importancia del hombre, la figura
de la mujer va quedando como complementaria, debe aparecer debido al decoro, para
reflejar el entorno familiar, pero son los elementos, poses y atributos masculinos los que
van dominando las escenas y composiciones (Robins 2008). Igualmente, además de la
siempre mencionada diferenciación en el color de la piel, más oscuro para el hombre
y claro para las mujeres, explicada como un reflejo de trabajar fuera de la casa o en su
interior, la misma es aplicable a las mujeres de la élite, pero refleja unas concepciones y
valores asociados a las funciones según el género. Ello es aún más evidente en la actitud
de hombres y mujeres, mientras que las figuras masculinas son representadas con un pie
avanzado, destacando así su figura dentro de los grupos, escenas y composiciones, la
mujer es representada con los pies juntos o ligeramente separados, pero no lo suficiente
como para transmitir lo mismo que las figuras masculinas (Robins 2015:123).
Suele decirse que en la sociedad egipcia la madre era la encargada de criar y
de proteger al niño, mientras que el padre el responsable de educar y de transmitir la
sabiduría y los preceptos morales al hijo. Mientras que es posible que las normas, la
autoridad la transmitiera el padre, no debemos olvidar el papel integrador que la mujer
realizaba con sus hijos en la sociedad, transmitiéndole diariamente las normas, ideas y
creencias de la sociedad en que iba a integrarse.
Otro aspecto interesante es el funerario, siendo importante recordar, como
señalan Fischer (2000) y Robins (1993), que el hombre era el encargado de proveer a la
mujer de una tumba, y su ajuar, para el disfrute del Más Allá, siendo mayoritariamente
enterrada en la tumba de su marido.
Sin embargo, a pesar de que la realidad diaria de la mujer se desarrollará en su
grupo doméstico, con la protección del hombre, sigue siendo dominante la imagen de
unas mujeres poderosas que llegaron a gobernar Egipto. Dicha realidad no puede negarse,
pero en todos los casos la reina se presenta elegida por la divinidad, es cierto que como
expresan también muchos faraones, pero es significativo, por ejemplo, que en el caso
de Hatshepsut su sucesor, Tutmosis III, procediera a la eliminación del cargo de Esposa
Divina del Dios, utilizado por ella como trampolín para llegar al trono y legitimar su
gobierno.
Igualmente, en el caso de Tiye y Nefertiti, que adquieren un protagonismo
innegable en los reinados de Amenhotep III y Amenhotep IV –Akhenatón-, en ambos
casos se puede explicar por las connotaciones divinas que ambos reyes adoptan en sus
reinados, siendo ellas los elementos femeninos necesarios para completar la acción divina
Sweeney (2004). Es decir, en estas circunstancias sus representaciones también responden
a un decoro, en este caso divino y legitimador.
Pero en el caso de las esposas reales, de las mujeres que llegaron a ser reinas de
Egipto, debemos tener en cuenta que solamente conservamos, en el mejor de los casos,
una información que responde a un entorno ritual, cultual, no conocemos los documentos
administrativos, lo que limita mucho nuestra información y puede cambiar nuestra
precepción en un futuro (Torres 2015). Un ejemplo son las cartas del archivo diplomático
de El-Amarna, donde el rey de Mitanni Tushratta se dirige a la viuda de Amenhotep III,
Tiye, para que aconseje a su joven hijo en la toma de decisiones, una práctica muy común
en el Próximo Oriente, el de la reina madre que conserva unas atribuciones diplomáticas,
siendo significativa al respecto la correspondencia que Ramsés II mantendrá con la reina
hitita.
Otro ejemplo puede ser la comunidad de Deir el-Medina, erróneamente
considerada como un modelo para estudiar la vida privada del Egipto Faraónico como
señala Meskell (2002). En la misma se han hallado numerosas referencias a actitudes
y realidades que vivían las mujeres de los trabajadores, numerosas representaciones
de mujeres en ostracas, estelas…, así como su participación en fiestas y juicios, lo que
ha contribuido a la visión general de que las mujeres egipcias gozaban de una mayor
libertad y derechos. Pero sus condiciones de vida eran privilegiadas respecto al resto de
la sociedad egipcia, su posición, recursos y vida dependía de las capacidades artísticas
de sus maridos, su vida estaba muy limitada, circunscrita a la villa y su principal función
era realizar las tareas domésticas o la preparación de alimentos, aunque fuera con la
ayuda de sirvientas puestas a su servicio por la administración. Es decir, su vida, trabajo
y consideración era similar a la del resto de las mujeres egipcias, lo que cambiaba era que
estaban casadas con los mejores artistas (Navratilova 2012).
En 2014 se encontró la momia de una mujer con numerosos tatuajes en Deir el-
Medina y la interpretación que de la misma se ha realizado va en la línea de considerarla
como una mujer sabía, que no era anciana, quizás vinculada con prácticas mágicas
protectoras en relación con escorpiones y otros peligros cotidianos (Austin & Gobeil
2016). Por desgracia conocemos escasos enterramientos relacionados con el conjunto
de la sociedad faraónica, pero al igual que en este ejemplo de Deir el-Medina pudieron
existir mujeres encargadas de realizar ritos y ceremonias destinadas a proteger a los
miembros de la comunidad fuera del ámbito de los templos y los sacerdotes. Es decir, la
mujer protectora relacionada con su función de “dar la vida”.
Quisiéramos acabar con un último ejemplo, los conocidos como contratos
matrimoniales, muchas veces también aducidos como prueba de los derechos de que
gozaba la mujer en la sociedad faraónica. Si hacemos una lectura literal de los mismos,
dichos derechos son evidentes, puede divorciarse en caso de recibir malos tratos, recuperar
la dote del matrimonio, recibir una parte de las ganancias obtenidas mientras haya durado
el matrimonio…pero ¿responde todo ello a la realidad? Como hemos visto la educación
y, por tanto, la escritura, estaba reservada a los hombres, por lo que estos contratos
puedan quizás entenderse como una expresión de protección del patrimonio familiar por
parte de las familias que entregaban a sus hijas en matrimonio, pudiendo encontrarse un
precedente ya en el Reino Medio (Johnson 1999). Unos matrimonios que se celebrarían
en función de la posición social y que, en ocasiones, servirían para fortalecer unos lazos
sociales, pero siempre hacía las élites.
En el Código de Hammurabi también se hace referencia a que los matrimonios
deben tener un contrato, pero dicho código estaba dirigido a una élite, a las personas a
las que el rey quería enviar un mensaje de poder y legitimidad. Lo mismo puede suceder
en el antiguo Egipto, las escenas de mujeres están vinculadas a su esposa e hijos, a su
familia, representan un orden, lo que es “lógico”, las mujeres son importantes, otorgan
la descendencia y tienen una función protectora, de educadoras, pero su ámbito es muy
reducido.