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Expositor:
Ramón Corrales.
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INTRODUCCIÓN.
A cualquiera de nosotros, muy probablemente, nos ha sucedido que hemos comprado
algún equipo, aparato, artículo o producto a un precio razonable, pareciéndonos una buena
compra. Y vemos que este funciona de maravillas, resolviéndonos justa y perfectamente aquello
por lo cual lo adquirimos. Pero en un buen día (o quizás, un mal día) como si fuera “por arte de
magia”, inesperadamente y de imprevisto, el susodicho producto deja de funcionar. Lo curioso (o
irónico) en todo esto es que parece suceder en perfecta “sincronía con el destino”; es decir, justo
en el período posterior al vencimiento de la garantía del producto.
Siendo así, nos resulta bastante engorroso y frustrante llevarlo a la casa de distribución, a
la agencia autorizada de reparación o al mismo fabricante, pues nos encontramos con respuestas
tales como que la fábrica ya no produce ni distribuye reemplazos para ese modelo de equipo;
razón por la cual nos aconsejan mejor comprarnos uno nuevo. Nuestra primera respuesta es:
“Pero, ¿cómo? Si este equipo lo compré hace menos de 3 años…”. O en el caso de que tengamos
la dicha de que la agencia en cuestión esté anuente a repararlo, nos toparemos con que una simple
e insignificante pieza (justamente aquella que se le dañó a nuestro producto) termina costando la
mitad del precio del equipo completo. Y a esa cuenta, claro está, aún falta añadir el costo de
mano de obra por la reparación. Así que, en vista de que no nos resulta rentable reparar el aparato
dañado, terminamos (forzosamente) por aceptar el consejo que nos dieron desde el principio:
“mejor cómprese uno nuevo”.
Y a pesar de tan desagradable y decepcionante incidente, recordamos la excelente utilidad
y los numerosos beneficios que dicho aparato nos proporcionó durante el tiempo (breve, por
cierto) que nos funcionó. Curiosamente (o paradójicamente), ello nos induce a recurrir a la misma
marca o fabricante para comprarnos el nuevo equipo que reemplazará al que teníamos; es más,
incluso optamos por una versión mejorada y más cara del mismo. Así, nos enrolamos en un
círculo vicioso que termina reforzando la conducta que el fabricante quiere de nosotros: comprar,
tirar, comprar; lo cual es el mejor caldo de cultivo para reforzar el ya entronizado (aunque
camuflado) sistema de lo que hoy se conoce como la obsolescencia programada.
Dicho en palabras simples, la obsolescencia programada no es más que manipular
deliberadamente los artículos o productos durante su diseño y elaboración, para que se comporten
de manera tal que, luego de un determinado período de uso útil (ya previsto y planificado por el
fabricante), los productos dejen de funcionar o se dañen repentinamente. Así, obsolescencia
programada es, literalmente, hacer que un producto se vuelva obsoleto, según lo programado por
el fabricante.
En esta investigación veremos cómo, lejos de ser un mito, esto es hoy (y desde hace ya
tiempo) una práctica real y generalizada en las industrias productoras del mundo. Le invitamos
pues, a sumergirse con nosotros en este tema tan actual e interesante de la obsolescencia
programa, de la cual ninguno estamos exentos de su alcance e influencia.
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A. Qué es la Obsolescencia Programada.
Fuente: AgenciadeNoticias.es
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B. Tipos de Obsolescencia Programada.
Se pueden distinguir diferentes formas de obsolescencia programada, dependiendo del
enfoque que se plantee y de cómo ésta se aplique, ya sea en el producto en sí o dirigida al usuario
mismo. Más adelante examinaremos en detalle casos específicos de los anales de la historia de
productos con obsolescencia programada, los cuales nos ayudarán a esclarecer mejor este
concepto de una manera práctica. Pero veamos primero los principales tipos de obsolescencia
programada que suelen darse, de manera general:
1. Obsolescencia Programada Directa.
Esta es la obsolescencia per sé, propiamente dicha, pues va implantada
directamente en el producto en cuestión. Es decir, desde el momento de su fabricación,
dicho bien o producto se condiciona para que su operatividad o durabilidad responda a
una fecha o tiempo de caducidad específico. Ello se logra, ya sea:
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equipo o aparato completo y nuevo. Y a ese monto, hay que añadirle el costo de la
mano de obra por la reparación, ajuste o mantenimiento en cuestión. Ante tales
disyuntivas, al usuario no le queda otra opción más práctica y rentable que desechar
su producto dañado y optar por adquirir uno nuevo.
Solo para efectos ilustrativos (a una escala maximizada y exagerada), este tipo de
obsolescencia sería algo así como tener que reemplazar un automóvil, solo porque sus
neumáticos se desgastaron y ya no existe en el mercado ningún otro neumático
compatible con el auto; y si lo hubiese, dicho juego de neumáticos costaría casi lo
mismo que el auto completo y nuevo.
Ahora bien, los automóviles tampoco están exentos de este tipo de obsolescencia
indirecta, que se aplica a sus sistemas mecánicos (a raíz de las aleaciones empleadas,
de los sistemas de intercambio de potencias y de otros elementos clave). De hecho,
hay pequeñas piezas de materiales de baja calidad que, al cabo del tiempo, pueden
hacer que se presente la necesidad de cambiar un motor entero o una caja de cambios.
En esto también tiene mucho que ver la electrónica, pues la mayoría de los vehículos
de hoy funcionan con chips; además que son autos mucho más complejos de arreglar
que los de antaño, por lo que se requiere en ocasiones mano de obra especializada.
Fuente: Depositphotos.
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computadores, pero también en cuanto a smartphones. Con el paso del tiempo,
aunque el programa siga funcionando, irá quedándose desfasado respecto a las
directrices del mercado. Por ejemplo, no soportará ni será compatible con las nuevas
versiones que van surgiendo de programas, antivirus, navegadores, plataformas,
periféricos y demás dispositivos.
La mayoría de las veces, esto no sucede debido a que sea el mismo programa en sí
el que “pierde la capacidad” de procesar tal o cual cosa. Más bien sucede porque todo
ello va en mancuerna con las otras empresas que crean los demás programas, pues
son ellas mismas las que no los hacen compatibles con las versiones y plataformas
obsoletas (o en proceso de quedar obsoletas). Al final, el cliente no tendrá más
remedio que actualizar su software, si quiere que siga siendo operativo.
Un ejemplo muy conocido de esta obsolescencia forzada del software fue el del
sistema operativo Windows XP, después de 13 años de servicio. Los usuarios estaban
tan satisfechos con el producto (que aún seguía funcional), que muchos se rehusaban
a migrar a las nuevas versiones de Windows que ya estaban disponibles en el
mercado desde hacía algunos años. Ante esto, Microsoft decidió, unilateralmente (a
una fecha anunciada), dejar de dar soporte, actualizaciones y demás al Windows XP,
pensando de esa forma obligar a sus usuarios a comprar las nuevas versiones de
sistemas operativos para Windows. Aun así, para sorpresa de Microsoft,
aproximadamente a un año después de esa fecha estipulada, Windows XP seguía
siendo el preferido, permaneciendo instalado como sistema operativo en la mayoría
de los computadores, desafiando así la obsolescencia programada que sus propios
creadores habían determinado. Por ello, muchos decían, coloquialmente, que
Windows XP “se negaba a morir”. Claro está, después de cierto tiempo, la
obsolescencia programada pudo más que el Windows XP.
Ilustración 2.6. Vencimiento del Windows XP, anunciado en pantalla del computador.
Fuente: NetMarketShare.
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Ilustración 2.7. Reacción del público ante la obsolescencia programada de un producto.
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Tal vez los ejemplos más claros de obsolescencia por modas los podemos
encontrar en nuestros armarios, con ropa que en un momento compramos (porque estaba
de moda) y que ya no usamos (porque dicha moda ya pasó). También encajan en este
tipo de obsolescencia los artículos promocionales (que giran en torno a una película,
figura pública, artista o ícono representativo), que luego de un tiempo pasan de moda y
se convierten en desechables, pues queda “socialmente mal visto” el uso de objetos de
otras temporadas, provocando que se desechen o, en el mejor de los casos, se archiven.
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4. Obsolescencia Programada Psicológica.
Este tipo de obsolescencia opera y se ejerce directamente sobre el individuo o
cliente. También se le ha llamado obsolescencia creativa, porque va en función de la
creatividad del fabricante en desarrollar y lanzar nuevos estilos, modelos y/o versiones
de determinado producto, añadiéndole un extra, “plus” u “upgrade” (características
mejoradas) sobre la versión anterior. Pero ello, por sí solo, no es tan efectivo, si no va
siempre acompañado del componente psicológico de esta obsolescencia, que consiste en
convencer al cliente (mediante un acertado marketing), de que el producto que ya posee
no es tan bueno, tan avanzado ni tan funcional como el modelo nuevo que se le está
ofreciendo; incluso, se le hará sentir al cliente que tal producto será un distintivo de su
estatus o identidad como persona. Y aunque el producto que ya tenía el cliente todavía le
fuese totalmente útil, adecuado y funcional, el fabricante o el comerciante lo persuade y
convence de adquirir la versión mejorada, la cual “es tan excelente”, que prácticamente
“deja obsoletas” a las anteriores.
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Este tipo de obsolescencia psicológica-creativa se fundamenta, por un lado, en la
carrera por avances tecnológicos competitivos; y por otro lado, en una estratégica
maquinaria de marketing, que incluye el estudio de mercado, de los consumidores, de las
tendencias sociales, de la psicología del individuo y de las masas (razón por la cual suele
ir de la mano con la obsolescencia por modas). Esta obsolescencia opera en un plano tan
psicológico, que no solo crea productos para satisfacer las necesidades del cliente; sino
que crea las necesidades en el cliente, para que éstas sean satisfechas mediante el
producto que se le ofrece. Es decir, se le vende tan acertadamente al cliente la idea de
que tiene una necesidad (a veces inexistente), que éste, para adquirir el producto que la
satisfaga, está dispuesto a casi cualquier cosa, desde descartar el modelo anterior que ya
tenía, pagar un alto costo por el nuevo, endeudarse al hacerlo, hacer largas filas para
comprarlo o incluso, pelearse con otros consumidores, con tal de adquirir el producto.
1. La bombilla incandescente.
La bombilla incandescente es considerada como el primer producto “victima” de
la obsolescencia programada, ante lo cual Edison se estremecería en su tumba, si pudiese
ver cómo otros degradaron su invento, después de que a él le costó miles de intentos
perfeccionarlo. En realidad, la bombilla incandescente ha sufrido dos facetas de la
obsolescencia programada: la primera, la degradación en su calidad (acortando
drásticamente su vida útil); y la segunda, una obsolescencia de extinción, por así decirlo,
ya que en muchos países ha sido sacada del mercado e incluso prohibida, debido a su
ineficiencia energética como fuente de luz, además de que ha sido desplazada por
tecnologías más eficientes.
Tomás Alva Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881, y duraba 1500
horas (alrededor de 2 meses de uso continuo). En 1911, un anuncio en la prensa española
destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2500
horas (aproximadamente 3 meses y medio de uso continuo). Con el progreso científico,
el empleo de mejores materiales y el perfeccionamiento de las técnicas de fabricación,
las bombillas duraban cada vez más horas; incluso años y décadas, al punto en que al sol
de hoy se conserva en funcionamiento una bombilla con más de cien años de vida (más
adelante veremos el caso de esta icónica bombilla).
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Ilustración 2.11. Anuncio de Lámparas Z, garantizadas a 2500 horas de uso.
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Ilustración 2.12. Anuncio de bombillas garantizadas a 1000 horas.
Este cártel se llamó Phoebus y oficialmente nunca existió. Sin embargo, existen
documentos sobre los cuales se supone que ese fue el punto de partida de la deliberada
obsolescencia programada que hoy se aplica a productos electrónicos de última
generación y que se aplicó también en la industria textil.
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2. Pantimedias Dupont.
El caso de las pantimedias Dupont fue un claro ejemplo de obsolescencia
programada directa, en el ámbito de la industria textil.
Las pantimedias (o pantyhose, en inglés), como prenda en sí, no eran algo nuevo,
pues desde hacía años se vendían y comercializaban, solo que hechas de otros
materiales. Pero estas nuevas medias de nailon revolucionaron el mercado. En 1940 se
pusieron a la venta por primera vez en Estados Unidos. Tal fue el impacto que causaron,
que miles de mujeres se agolparon cada día frente a los grandes almacenes para comprar
las suyas, al punto en que en Estados Unidos se vendieron casi 5 millones de pares
durante los primeros cuatro días, y 64 millones durante el primer año.
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Ilustración 2.14. Mujeres hacen fila en tiendas para comprar pantimedias Dupont.
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“Medias de cristal” (por su transparencia), “la fibra milagrosa” y “más fuertes que
el acero” rezaban los anuncios de este producto a prueba de roturas. Incluso se le
mostraba en un video, usado para remolcar automóviles. Aun siendo aquella una
publicidad exagerada, también era cierto que la resistencia y durabilidad de dichas
medias era tanta que, con el uso cotidiano, prácticamente no se rompían nunca.
Así, aunque el éxito de este producto fue arrollador, de pronto se dio un descenso
drástico en las ventas, debido a que las mujeres no necesitaban comprar medias nuevas.
Dupont se dio cuenta de ello y dio la orden a sus ingenieros de laboratorio para
encontrar un material más débil con el cual fabricar las medias, de manera tal que éstas
se rompieran con más facilidad y forzar así a la gente a seguir comprándolas. Pocos años
después se comenzaron a comercializar unas medias más frágiles, que se rompían con
extremada facilidad, lo que disparó nuevamente el número de ventas. Y tal política de
fabricación ha permanecido hasta el presente, en cuanto a los diversos materiales que se
utilizan actualmente. Hoy por hoy, cualquier mujer sabe, por experiencia propia, cuán
fácilmente se rompen las pantimedias, quedando éstas inservibles.
3. Las impresoras.
Otro claro ejemplo de la obsolescencia programada directa son las impresoras (de
diversas marcas). Los fabricantes provocan que éstas fallen, colocándoles un chip que
hace que, al llegar a un número determinado de impresiones, la impresora se bloquee y
no funcione más. En el caso de la ilustración 2.11 (que se muestra más abajo como
ejemplo), el mensaje que presenta esta impresora (traduciéndolo al español) sería:
“Llamada de Mantenimiento: Partes dentro de su impresora han llegado al final de su
vida útil. Para detalles, vea la documentación de su impresora”; mostrando la opción de
un botón que obliga al usuario a recurrir y llevar su impresora a un “Soporte Técnico”.
Sin embargo, para casos así, según la marca, es posible descargar de Internet un software
(fuera de las vías de licencia legal) que permite poner a cero el chip contador, con lo que
la impresora retoma su funcionamiento normal. Ello demuestra que ninguna parte física
de la impresora había llegado al final de su vida útil (como indicaba el mensaje), sino
que simplemente la impresora fue programa para bloquearse, luego del tiempo
estipulado por el fabricante.
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Ilustración 2.16. Ejemplo de mensaje de impresora con obsolescencia programada.
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En otras instancias, Apple enfrenta demandas por parte de consumidores de
Francia, Estados Unidos e Israel, por presuntas prácticas de obsolescencia programada,
luego de aceptar públicamente que reduce artificialmente el desempeño de algunos
modelos del iPhone. La Ley de Energía de Transición en vigor en Francia desde el 2015
fue la primera regulación en el mundo en contra de la obsolescencia programada. Si
Apple fuera encontrada culpable, pagaría una multa de 300,000 euros que podría
incrementarse hasta 5% del volumen de negocios de la empresa.
Apple aceptó que ralentizaba el desempeño de los procesadores del iPhone (en sus
modelos 6, 6s, SE y 7), luego de que John Poole, desarrollador de la empresa Primate
Labs, encontrara que el procesador del iPhone reducía su desempeño artificialmente y no
por desgaste. Poole creó una aplicación que mide el desempeño de los procesadores de
los smartphones de Apple; al correrla en los iPhones que mostraban un funcionamiento
lento y/o que se reiniciaban sin motivo aparente, descubrió que el hardware estaba en
buenas condiciones, por lo que concluyó que la causa de la ralentización de los equipos
se encontraba en el software.
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Apple), que requieren de herramientas especializadas (difíciles de conseguir y de alto
costo) para poder abrir los dispositivos. Por otro lado, quien logre hacerse de tales
herramientas y abrir el dispositivo, se encontrará con el hecho de que cambiar la batería
de su iPhone es difícil, por el diseño mismo que Apple empleó en sus smartphones.
Además, la empresa no facilita al usuario ninguna información que indique cómo
hacerlo; toda la información disponible en Internet proviene de fuentes ajenas a la
empresa. Ante tales dificultades, la mayoría de los consumidores son orillados comprar
un dispositivo nuevo.
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D. Productos que han desafiado a la obsolescencia programada
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E. Impacto Ambiental y Repercusiones Sociales de la Obsolescencia
Programada.
Para muchos, más que inducir al consumidor a gastar dinero de manera innecesaria, la
consecuencia negativa número uno de la obsolescencia programada es el abuso extremo de los
recursos naturales. Teniendo en cuenta la baja tasa de reciclado, el sistema de producción se
convierte en una “extracción continua y desenfrenada”, definido así por Fran Pérez. La mayoría
de productos tecnológicos necesitan para su fabricación la extracción de metales y minerales
como cadmio, cromo, mercurio o coltán, entre otros, recursos considerados no renovables. Y es
que la generación de residuos tecnológicos destruye ecosistemas y recursos naturales.
El consumismo y la obsolescencia programada son dos tendencias perjudiciales para los
ecosistemas mundiales; son dos conceptos que van de la mano; más que ello, son engranajes de
una misma maquinaria. La sociedad se está convirtiendo en cómplice de un sistema engañoso que
incita al consumo severo de todo tipo de productos, con la intención de ver aumentados los
beneficios económicos de las grandes empresas multinacionales, empresas que, de la mano de la
globalización, son hoy las encargadas de dictar las reglas del juego.
Un chico que decide cambiar habitualmente su teléfono móvil; una empresa que decide
renovar los computadores de sus oficinas; un instituto que decide adquirir nuevas impresoras de
mayor calidad; o una familia que decide comprar electrodomésticos nuevos para su hogar. Estas
situaciones son solo ejemplos de cómo se producen cada año millones de toneladas de residuos
tecnológicos y basura peligrosa. Y nuestro sistema económico es cómplice de ello.
La sociedad aún no es plenamente consciente de que el consumismo de tecnología, unido
al acortamiento de la vida útil de los productos, conducen a una contaminación cada vez mayor
del medio ambiente, incluyendo la destrucción de ecosistemas en los países del tercer mundo,
tanto por la extracción masiva de los diferentes recursos naturales necesarios para la fabricación,
como por su desecho final.
La obsolescencia programada es una práctica demasiado habitual en la industria actual, y
sabemos que las autoridades la toleran: “Son los consumidores los que deberían exigir que se
pongan multas a las empresas para evitar esta forma de fabricar productos”, expresa con
preocupación el colectivo malagueño Aulaga. Todo esto conlleva un beneficio económico para la
industria, aunque tiene un impacto muy negativo sobre los recursos disponibles y los ecosistemas
mundiales. “Esto no tiene en cuenta la realidad de nuestro planeta finito en el que ni los recursos
ni la energía son infinitos”, afirma Fran Pérez, de Ecologistas en Acción. La obsolescencia
programada bebe hoy del sistema capitalista, que usa como pozo sin fondo los recursos de los
países empobrecidos. Una vez que el primer mundo disfruta de dichos recursos, estos vuelven al
tercer mundo en forma de basura contaminante: “Esto perpetúa una gran rueda de miseria,
problemas de salud, económicos y ambientales”, expresa Fran Pérez.
Según lo explica Stevens, “diseñamos productos que intencionalmente pasarán de moda.”
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Según su filosofía: “Toda nuestra economía se basa en la obsolescencia planificada. Hacemos
buenos productos, inducimos a la gente a comprarlos y al año siguiente, introducimos
deliberadamente algo que hará que estos productos sean pasados de moda, anticuados y
obsoletos”.
El problema de este ciclo en el que se ha caído, radica, no sólo en la manipulación de las
masas por parte de las grandes empresas, sino que está basado en dos postulados completamente
equivocados. El territorio con el que contamos en el planeta no cuenta con recursos ilimitados
para la producción, ni tampoco con espacios ilimitados para la disposición final de los desechos.
Y sin embargo, nos encontramos en un vórtice de crecimiento ilimitado, cuya única consecuencia
lógica es la producción de desperdicios, también ilimitados.
Muchos países en vías de desarrollo viven un diario calvario, en este sentido de la
contaminación. Solo como ejemplo, podemos mencionar el caso de Ghana, cuya realidad no se
aleja mucho de las condiciones de cualquier nación latinoamericana. El vertedero de
Agbogbloshie, en la provincia ghanesa de Accra, se ha convertido en el sitio clandestino de
disposición final de productos electrónicos inservibles de Europa.
Las condiciones medio ambientales son deplorables, pero las condiciones sociales lo son
aún peor. Sin embargo, la sociedad ghanesa, forzada a adaptarse a ese entorno, nos muestra que
puede surgir una economía del desperdicio o “economía residual”, mediante la recuperación,
reparación y reutilización de los residuos.
La sociedad civil enfrenta una batalla en este sentido. No se trata de una pelea frontal, con
uso de violencia contra las grandes corporaciones, sino más bien, una serie de acciones
individuales que, una vez tomada conciencia de esta alternativa económica, buscan soluciones
propias. En un fin último y como lo imagina la directora, eso en sí, conllevaría a la caducidad de
la propia obsolescencia programada, mediante un modelo que podría nuevamente transformar las
estructuras sociales que dan forma a nuestras ciudades.
Este usar y tirar constante tiene graves consecuencias ambientales. Ghana y otros países
del Tercer Mundo se están convirtiendo en el basurero electrónico del Primer Mundo. Hasta allí
llegan periódicamente cientos de contenedores cargados de residuos, bajo la etiqueta de “material
de segunda mano”, amparados bajo la falsa bandera o paraguas de ser una aportación de
tecnología para reducir la brecha digital en el país. Pero la realidad es que el material tecnológico
que llega, de por sí, ya es inservible en todo sentido, tanto tecnológica como físicamente; razón
por la cual acaban ocupando el espacio de ríos, lagos o los campos de juego de los niños.
La cruda realidad es que el 80 % de los equipos, supuestamente declarados como equipos
de segunda mano, no se pueden arreglar y terminan en los vertederos, que estropean los lugares
en donde se acumulan, contaminando y eliminando ríos, fauna, etc. Los que envían los objetos
dicen que quieren igualar la posesión de nuevas tecnologías entre países desarrollados y
subdesarrollados; pero lo cierto es que lo que mandan, ya no funciona. Así, esos países menos
desarrollados se convierten en el basurero del mundo desarrollado.
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Ilustración 2.20. Vertedero de desechos tecnológicos en Ghana.
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F. Obsolescencia Programada, Consumismo y Economía.
La obsolescencia programada, es considerada como el motor secreto del consumismo, el
cual, a su vez, mantiene en movimiento la economía. Así, esos tres aspectos (obsolescencia
programada – consumismo – economía) van y subsisten entrelazadamente. La obsolescencia
programada surgió de la mano de nuestra sociedad de consumo y de la producción en masa. Todo
es parte de un todo. Así, sin la obsolescencia programada no existirían los centros comerciales, ni
las industrias, ni los productos, ni los empleos.
Desde el punto de vista comercial, esta práctica empresarial de la obsolescencia
programada consiste en la reducción deliberada de la vida de un producto, para incrementar su
consumo. Según Philip Kotler, el marketing es “un proceso social y administrativo mediante el
cual grupos e individuos obtienen lo que necesitan y desean, a través de generar, ofrecer e
intercambiar productos de valor con sus semejantes.” Y la obsolescencia programada no resulta
funcional, económicamente hablando, si no va impulsada por una acertada maquinaria de
marketing.
La obsolescencia programada resulta en una estrategia de fabricación puesta en práctica
por las empresas, mediante la cual se planifica y controla la vida útil de los productos, con el
objetivo de “dominar” los intereses de consumo y favorecer la más dinámica reposición de los
mismos. Así, esta práctica se extiende como estrategia en todos los niveles de la cadena de valor,
influenciando el proceso desde la fase de diseño, construcción o elaboración, hasta el momento
de descarte del producto, implementando a la vez, políticas de restricción en la refacción (o
reparación), así como otras estrategias similares con la misma capacidad de impacto.
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En términos prácticos, la conducta de la obsolescencia programada está dirigida a
asegurar que los consumidores acudan al mercado, una y otra vez, a adquirir productos
semejantes, más actuales y renovados, que presten la misma funcionalidad (o una similar), al
pensar que aquellos que ya poseen se han convertido en obsoletos. La tasa de reposición de los
productos (es decir, el comprar uno en reemplazo de otro) se incrementa, con el subsecuente
incremento en el sector industrial (la fabricación de más productos); y la actividad comercial
adquiere una dinámica circular, que permite aumentar los beneficios a los productores, logrando
mantener al consumidor inmerso en la mecánica de adquisición (adquirir siempre nuevos
productos).
La parte negativa que la obsolescencia programada ha tenido desde sus inicios, y que al
día de hoy todavía arrastra, es que se lucra de la sociedad. Pero, desde una perspectiva
económica, si se tiene en cuenta el flujo circular de la renta que genera, al final, todos salen
beneficiados (aunque unos muchísimo más que otros), pues permite crear puestos de trabajo para
elaborar, a su vez, productos de consumo.
Los productos con elementos tecnológicos y/o informáticos de importancia, han
demostrado ser los aliados “naturales” de la obsolescencia programada, por la facilidad para
manipular en éstos, de antemano, las funcionalidades de los productos. No obstante, otros
sectores como el del automóvil o el de la moda también se han visto involucrados en la
implementación de esta práctica.
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La obsolescencia programada no conoce fronteras de costos, siendo un asunto que va más
allá de la calidad versus precio. En el siglo pasado, aquel conocido refrán de que “lo barato sale
caro” ejemplificaba, al dedillo, la realidad de los productos baratos, que solían ser de mala
calidad y que, a la postre, terminaban saliendo más caros para el consumidor (al repararlos o
reemplazarlos por otro nuevo). Pero ese mal era evitable, si el consumidor hacía la inversión de
comprar un producto de calidad garantizada, aunque tuviese mayor costo. Sin embargo, hoy por
hoy, ni siquiera eso es suficiente para escapar de la obsolescencia programada, pues ésta empaña,
tanto a los artículos baratos como a los más costosos. Si tuviésemos que actualizar el citado
refrán a esa realidad de hoy, tendríamos que decir: “lo barato sale inservible; y lo caro, también
sale caro”.
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G. La Obsolescencia Programada, a la luz de la Ética.
Además del evidente y enorme daño ecológico, la obsolescencia programada está basada
en acciones deshonestas por parte de los fabricantes, que juegan con los derechos de los
consumidores al manipular de antemano, subrepticia e ingeniosamente, los productos que nos
venden, para que terminen su vida útil antes de tiempo y así acelerar nuestro ritmo de compra, de
manera en que terminemos comprándoles a ellos más productos y más frecuentemente. En
realidad, es una forma más de exprimir los bolsillos del consumidor, para que su contenido vaya
a parar siempre y más rápidamente a manos de los fabricantes.
Los fabricantes consiguen esto de diferentes formas, dependiendo del producto en sí. Ello
puede ir desde adulterar encubiertamente los materiales buenos con otros de mala calidad, para
reducir su resistencia y durabilidad (en el caso de telas y otros productos). Tratándose de aparatos
mecánicos, eléctricos o electrónicos, lo que hacen es implementar en el diseño ciertas piezas
claves que pasan desapercibidas, las cuales inducen un desgaste intencional del equipo en
cuestión, con el consecuente deterioro del mismo, luego de un tiempo ya determinado. O incluso,
en aparatos de mayor tecnología, simplemente se le introduce una simple orden de programación,
en su software para que, una vez cumplido esa cantidad de tiempo determinada por el fabricante,
el aparato simplemente se bloquee o deje de funcionar. Tanto es así, que la obsolescencia
programa se ha ganado el apodo de la “muerte prematura” de un producto.
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un producto de la misma marca, lo cual refuerza aún más esta práctica de la obsolescencia
programada.
Y es que para que la obsolescencia programada funcione, el cliente debe sentir que ha
tenido una buena relación calidad-precio. Además, debe tener la suficiente confianza en el
fabricante o la empresa, para reemplazar la máquina original con la máquina equivalente más
moderna y, por supuesto, del mismo fabricante. Esta es un arma de doble filo que, si el fabricante
no sabe esgrimirla correctamente, corre el riesgo de enviar al consumidor justo a los brazos de la
competencia. Por eso es que estructuran todo el marketing necesario para evitar que eso suceda.
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H. Aspectos Jurídicos de la Obsolescencia Programada.
Desde la perspectiva del consumidor, la obsolescencia programada luce como un atentado
directo a sus derechos; como un abuso ante sus necesidades elementales; como un engaño
hábilmente disfrazado; como una total falta de ética, por parte de los entes económicos; como una
forma desmedida de lucro a beneficio de las empresas y a costas del consumidor, como un
sistema que agranda más la brecha entre los potentados económicos y la clase trabajadora
consumista; como una deliberada manipulación de los sistemas económicos nacionales y
mundiales; como un grave problema social y ambiental; en fin, a todas luces, como una más que
clara injusticia. Y entonces, surgen las preguntas obligadas, por parte del consumidor: ¿por qué
nadie hace nada al respecto? ¿por qué no se crean leyes que nos protejan contra tal abuso? Sin
embargo, las respuestas resultan mucho más complejas que las preguntas mismas.
La obsolescencia programada es una realidad que, si bien ha sido abordada con cierta
contundencia en algunas latitudes desde la perspectiva legislativa y de la regulación, aún está a
años de ser entendida como una prioridad, dada la tolerancia que ha implantado en algunos
sectores de las sociedades modernas. Así, una gran parte del músculo del consumo la entiende
como una necesidad de la economía de mercado que, al margen del alcance medioambiental
negativo que pueda implicar, no debe ser removida. Otros, menos radicales, la entienden como un
imperativo perverso e inevitable, dados los positivos datos de crecimiento macroeconómico que
fomenta.
Para las economías de los países resulta una especie de “mal necesario”; aunque no tan
“malo” para éstos, ya que los Estados generan cuantiosas entradas económicas en concepto de los
impuestos generados a partir de un sistema económico que se mantenga activo y en movimiento
gracias al consumismo (en lo cual la obsolescencia programada juega un papel relevante). Sin
embargo, la parte “mala” de ese “mal necesario” la llevan los consumidores, quienes son, en
esencia, los que sostienen el intrincado, pero funcional armatoste, de la obsolescencia
programada.
Sin embargo, ante tales realidades, surge otra cadena de planteamientos que no pueden
desestimarse: ¿De dónde obtienen los consumidores sus ingresos para adquirir productos, bienes
y servicios? ¿No es acaso de los mismos entes económicos (llámense industrias, empresas,
comercios) en las cuales laboran, y en donde esos mismos consumidores (en su faceta de
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empleados, trabajadores o colaboradores) contribuyen a desarrollar, elaborar, distribuir, publicitar
y vender los mencionados bienes, productos o servicios que más adelante ellos mismos
adquirirán?
Así, es una especie de ciclo repetitivo, de banda sinfín o de círculo vicioso que se
mantiene en constante movimiento y en donde cada actor (trabajador – ente económico –
consumidor) es un engranaje vital para el sostenimiento de tal sistema; al punto en que, si
elimináramos cualquiera de ellos, desestabilizaríamos o incluso, detendríamos el movimiento de
dicho sistema.
Ahora bien, todo lo anterior no significa que hay que permitir que la obsolescencia
programada, como sistema económico, se yerga cada vez más como un portentoso, imparable y
avasallador gigante, en detrimento de la (cada vez más empequeñecida de recursos) clase
trabajadora y dependiente de la economía. Más bien, resulta imperante establecer normas que
impidan el abuso de este sistema.
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CONCLUSIÓN.
La premisa aquella de que las cosas “ya no las hacen como antes” es asombrosamente
cierta y real, ejemplificándose perfectamente a través de la práctica actual y extendida de la
obsolescencia programada, la cual es un secreto a voces. Es un hecho que esta genera grandes
beneficios al comercio mundial, en especial, a las empresas que manufacturan los productos de
esa forma. En realidad, la implementación y reforzamiento de dicha práctica no es nada nuevo y
desde un principio, fue idea de los propios gigantes de la industria.
Algunos economistas han dicho que esa práctica, en gran medida, activa y mueve la
economía mundial. Sin embargo, de la mano de la misma van graves problemas ecológicos, pues
la obsolescencia programada genera innecesariamente inmensas cantidades de basura que nadie
quiere. Y lastimosamente, todos esos desechos van a parar a vertederos en los países
tercermundistas, tratando de hacerlos pasar como “productos de segunda mano”, para un
supuesto beneficio de la población de dichos países. Pero la realidad es que son meros desechos
tecnológicos que ya no sirven ni pueden ser utilizados, y lo que hacen es destruir y contaminar el
ecosistema y los recursos naturales del lugar a donde llegan.
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