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SEMINARIO DE INVESTIGACION.

“La Obsolescencia Programada”.

Expositor:
Ramón Corrales.

Fecha: julio de 2018.

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INTRODUCCIÓN.
A cualquiera de nosotros, muy probablemente, nos ha sucedido que hemos comprado
algún equipo, aparato, artículo o producto a un precio razonable, pareciéndonos una buena
compra. Y vemos que este funciona de maravillas, resolviéndonos justa y perfectamente aquello
por lo cual lo adquirimos. Pero en un buen día (o quizás, un mal día) como si fuera “por arte de
magia”, inesperadamente y de imprevisto, el susodicho producto deja de funcionar. Lo curioso (o
irónico) en todo esto es que parece suceder en perfecta “sincronía con el destino”; es decir, justo
en el período posterior al vencimiento de la garantía del producto.
Siendo así, nos resulta bastante engorroso y frustrante llevarlo a la casa de distribución, a
la agencia autorizada de reparación o al mismo fabricante, pues nos encontramos con respuestas
tales como que la fábrica ya no produce ni distribuye reemplazos para ese modelo de equipo;
razón por la cual nos aconsejan mejor comprarnos uno nuevo. Nuestra primera respuesta es:
“Pero, ¿cómo? Si este equipo lo compré hace menos de 3 años…”. O en el caso de que tengamos
la dicha de que la agencia en cuestión esté anuente a repararlo, nos toparemos con que una simple
e insignificante pieza (justamente aquella que se le dañó a nuestro producto) termina costando la
mitad del precio del equipo completo. Y a esa cuenta, claro está, aún falta añadir el costo de
mano de obra por la reparación. Así que, en vista de que no nos resulta rentable reparar el aparato
dañado, terminamos (forzosamente) por aceptar el consejo que nos dieron desde el principio:
“mejor cómprese uno nuevo”.
Y a pesar de tan desagradable y decepcionante incidente, recordamos la excelente utilidad
y los numerosos beneficios que dicho aparato nos proporcionó durante el tiempo (breve, por
cierto) que nos funcionó. Curiosamente (o paradójicamente), ello nos induce a recurrir a la misma
marca o fabricante para comprarnos el nuevo equipo que reemplazará al que teníamos; es más,
incluso optamos por una versión mejorada y más cara del mismo. Así, nos enrolamos en un
círculo vicioso que termina reforzando la conducta que el fabricante quiere de nosotros: comprar,
tirar, comprar; lo cual es el mejor caldo de cultivo para reforzar el ya entronizado (aunque
camuflado) sistema de lo que hoy se conoce como la obsolescencia programada.
Dicho en palabras simples, la obsolescencia programada no es más que manipular
deliberadamente los artículos o productos durante su diseño y elaboración, para que se comporten
de manera tal que, luego de un determinado período de uso útil (ya previsto y planificado por el
fabricante), los productos dejen de funcionar o se dañen repentinamente. Así, obsolescencia
programada es, literalmente, hacer que un producto se vuelva obsoleto, según lo programado por
el fabricante.
En esta investigación veremos cómo, lejos de ser un mito, esto es hoy (y desde hace ya
tiempo) una práctica real y generalizada en las industrias productoras del mundo. Le invitamos
pues, a sumergirse con nosotros en este tema tan actual e interesante de la obsolescencia
programa, de la cual ninguno estamos exentos de su alcance e influencia.

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A. Qué es la Obsolescencia Programada.

Si bien, a primera vista el término “obsolescencia programada” pareciese un asunto muy


tecnológico o complejo de entender, en realidad es solo un término que se ha utilizado
extendidamente para designar una realidad, tan cotidiana y común, que todos la hemos vivido en
algún momento de nuestro día a día. Dicho en términos simples, la obsolescencia programada (u
obsolescencia planificada, como se le llama también) es, literalmente, hacer que un producto se
vuelva obsoleto, según lo programado o planificado por el fabricante, en un tiempo anticipado,
adelantado o prematuro a lo que debería ser su desgaste, vencimiento u obsolescencia normal y
real.
Es una programación (hecha a propósito y a priori) del final de la vida útil de un producto,
que propicia un adelanto forzado de su fecha de caducidad, de modo que, tras un período de
tiempo (calculado de antemano durante la fase de diseño del producto), éste se vuelva obsoleto,
no funcional, inútil o inservible; todo ello, para que el consumidor tenga que volver a adquirir
uno nuevo. En definitiva, implica programar la “muerte” de un aparato o el ciclo de vida del
producto. Los productos dejan de funcionar al cabo de un tiempo, no porque estén estropeados,
sino porque han sido diseñados para fallar al cabo de ese periodo. Cuando se aplica la
obsolescencia programada a un producto, éste se diseña, deliberadamente para tener un tiempo de
vida específico acortado. Esto implica, por lo general, una vida reducida del producto, antes de
que se desgaste por completo.

Ilustración 2.1. La obsolescencia programada se basa en el ciclo de comprar-tirar-comprar.

Fuente: AgenciadeNoticias.es

La obsolescencia programada implica manipular deliberadamente los artículos o


productos durante su diseño y elaboración, para que se comporten de manera tal que, luego de un
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determinado período de uso útil (ya previsto y planificado por el fabricante), los productos dejen
de funcionar o se dañen repentinamente. A grandes rasgos, la obsolescencia programada es una
estrategia de diseño industrial que orilla a los clientes a “actualizar” (por no decir “comprar el
nuevo modelo”) sus productos antes de lo necesario. Por esa razón, la obsolescencia programada
se nutre y alimenta del consumismo, y se basa en el concepto del ciclo de “Comprar – Tirar -
Comprar”. Y así, se pone en marcha todo un proceso, que se convierte en una especie de círculo
vicioso, repetitivo y sinfín.
Ilustración 2.2. Proceso o ciclo de la obsolescencia programada.

Fuente: Emprender Fácil.

Los productos que obedecen a la obsolescencia programada se fabrican para romperse


premeditadamente en corto plazo, y su reparación resulta dificultosa o anti-económica, ante lo
cual al consumidor le conviene mejor comprar ese mismo producto nuevo y deshacerse del
obsoleto. Claramente el objetivo de este plan es el lucro económico del fabricante o proveedor, en
donde el beneficio o valor que adquiere el cliente, queda relegado a un segundo plano. Y qué
decir de la conservación del medio ambiente, que pasa a un tercer o cuarto plano de prioridades.

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B. Tipos de Obsolescencia Programada.
Se pueden distinguir diferentes formas de obsolescencia programada, dependiendo del
enfoque que se plantee y de cómo ésta se aplique, ya sea en el producto en sí o dirigida al usuario
mismo. Más adelante examinaremos en detalle casos específicos de los anales de la historia de
productos con obsolescencia programada, los cuales nos ayudarán a esclarecer mejor este
concepto de una manera práctica. Pero veamos primero los principales tipos de obsolescencia
programada que suelen darse, de manera general:
1. Obsolescencia Programada Directa.
Esta es la obsolescencia per sé, propiamente dicha, pues va implantada
directamente en el producto en cuestión. Es decir, desde el momento de su fabricación,
dicho bien o producto se condiciona para que su operatividad o durabilidad responda a
una fecha o tiempo de caducidad específico. Ello se logra, ya sea:

 Condicionada por medios físicos, biológicos y/o químicos, en lo que respecta al


tipo y calidad de los materiales y materia prima utilizados. Un claro ejemplo son las
medias y pantimedias de nailon (rediseñadas para romperse); las semillas de
Mosanto (modificadas genéticamente para una sola cosecha); o la bombilla
incandescente (rediseñada para fundirse); casos todos que luego veremos en detalle.

 Condicionada por medios de hardware y software, añadiendo dispositivos y/o


programación que se activan, ya sea para dañar o deteriorar el aparato; o bien, para
desencadenar una acción que bloquee el funcionamiento y operatividad del mismo.
Tal es el caso de las impresoras (que veremos con detenimiento más adelante).

Ilustración 2.3. Obsolescencia programada directa, condicionada por medios físicos


(por durabilidad y resistencia de los materiales).

Fuente: Royalty-Free (stock photo).


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Ilustración 2.4. Obsolescencia programada directa (condicionada por hardware y software).

Fuente: Universidad Central de Ecuador (Repositorio Digital).

2. Obsolescencia Programada Indirecta.


Este tipo de obsolescencia puede darse sola, o en combinación con la
obsolescencia directa (la del punto anterior). A diferencia de la obsolescencia directa, la
obsolescencia indirecta no implanta necesariamente un dispositivo, ni tampoco
programa una acción predeterminada en el producto para que se convierta en obsoleto.
Más bien, se refiere a una obsolescencia forzada o inducida, pero de manera indirecta,
porque va dirigida y aplicada al usuario (más que al producto mismo), al no dejarle más
opción que adquirir un nuevo producto. Esta obsolescencia indirecta sucede con
productos físicos y productos no físicos.

a. Obsolescencia Indirecta en productos u objetos físicos.

Esta se da, de manera casi extendida, en gran diversidad de artefactos eléctricos,


electrónicos y electromecánicos. Ocurre cuando un producto determinado llega al
punto en que requiere reparación o necesita un mantenimiento que, por la naturaleza
del mismo, solo puede darlo el fabricante o los agentes autorizados por éste. Siendo
así, el usuario acude a las instancias respectivas, se encuentra con la respuesta de que
(aun cuando tenga escasos dos o tres años de comprado), ese producto o aparato ya
no lo fabrican; y por consiguiente, mucho menos fabrican las piezas o partes de
reemplazo que se requieren para repararlo. O, dado el caso de que estas sí existan,
resulta que el costo de las mismas es prácticamente la mitad o más del precio del

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equipo o aparato completo y nuevo. Y a ese monto, hay que añadirle el costo de la
mano de obra por la reparación, ajuste o mantenimiento en cuestión. Ante tales
disyuntivas, al usuario no le queda otra opción más práctica y rentable que desechar
su producto dañado y optar por adquirir uno nuevo.

Solo para efectos ilustrativos (a una escala maximizada y exagerada), este tipo de
obsolescencia sería algo así como tener que reemplazar un automóvil, solo porque sus
neumáticos se desgastaron y ya no existe en el mercado ningún otro neumático
compatible con el auto; y si lo hubiese, dicho juego de neumáticos costaría casi lo
mismo que el auto completo y nuevo.

Ahora bien, los automóviles tampoco están exentos de este tipo de obsolescencia
indirecta, que se aplica a sus sistemas mecánicos (a raíz de las aleaciones empleadas,
de los sistemas de intercambio de potencias y de otros elementos clave). De hecho,
hay pequeñas piezas de materiales de baja calidad que, al cabo del tiempo, pueden
hacer que se presente la necesidad de cambiar un motor entero o una caja de cambios.
En esto también tiene mucho que ver la electrónica, pues la mayoría de los vehículos
de hoy funcionan con chips; además que son autos mucho más complejos de arreglar
que los de antaño, por lo que se requiere en ocasiones mano de obra especializada.

Ilustración 2.5. La obsolescencia indirecta acarrea molestos inconvenientes al cliente.

Fuente: Depositphotos.

b. Obsolescencia Indirecta en productos no físicos.

(Obsolescencia Programada del Software).

La obsolescencia programada del software se da cuando las compañías de software


obligan al usuario a renovar una licencia para obtener versiones nuevas de un
programa, de un sistema operativo o de una aplicación, dejando la empresa el
software original abandonado y sin actualizaciones. Esto aplica principalmente a

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computadores, pero también en cuanto a smartphones. Con el paso del tiempo,
aunque el programa siga funcionando, irá quedándose desfasado respecto a las
directrices del mercado. Por ejemplo, no soportará ni será compatible con las nuevas
versiones que van surgiendo de programas, antivirus, navegadores, plataformas,
periféricos y demás dispositivos.

La mayoría de las veces, esto no sucede debido a que sea el mismo programa en sí
el que “pierde la capacidad” de procesar tal o cual cosa. Más bien sucede porque todo
ello va en mancuerna con las otras empresas que crean los demás programas, pues
son ellas mismas las que no los hacen compatibles con las versiones y plataformas
obsoletas (o en proceso de quedar obsoletas). Al final, el cliente no tendrá más
remedio que actualizar su software, si quiere que siga siendo operativo.

Un ejemplo muy conocido de esta obsolescencia forzada del software fue el del
sistema operativo Windows XP, después de 13 años de servicio. Los usuarios estaban
tan satisfechos con el producto (que aún seguía funcional), que muchos se rehusaban
a migrar a las nuevas versiones de Windows que ya estaban disponibles en el
mercado desde hacía algunos años. Ante esto, Microsoft decidió, unilateralmente (a
una fecha anunciada), dejar de dar soporte, actualizaciones y demás al Windows XP,
pensando de esa forma obligar a sus usuarios a comprar las nuevas versiones de
sistemas operativos para Windows. Aun así, para sorpresa de Microsoft,
aproximadamente a un año después de esa fecha estipulada, Windows XP seguía
siendo el preferido, permaneciendo instalado como sistema operativo en la mayoría
de los computadores, desafiando así la obsolescencia programada que sus propios
creadores habían determinado. Por ello, muchos decían, coloquialmente, que
Windows XP “se negaba a morir”. Claro está, después de cierto tiempo, la
obsolescencia programada pudo más que el Windows XP.

Ilustración 2.6. Vencimiento del Windows XP, anunciado en pantalla del computador.

Fuente: NetMarketShare.
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Ilustración 2.7. Reacción del público ante la obsolescencia programada de un producto.

Fuente: Tomada de Internet

3. Obsolescencia Programada Percibida u Obsolescencia por Modas.


Se le llama “percibida” porque no es una obsolescencia propiamente física o
material (inherente al producto mismo), sino que va en función de la percepción del
consumidor acerca del producto, y de la percepción que ese consumidor tenga de sí
mismo, dentro de su entorno social. Esta obsolescencia es impulsada o inducida por la
influencia de la sociedad de consumo, por lo que lleva implícita un alto componente de
marketing para que funcione Es decir, tras la influencia social de determinada moda
(adoptada por los individuos principalmente por imitación), subyace, de manera sagaz y
casi imperceptible, toda una articulación y accionamiento estratégico y mancomunado
de los fabricantes (productores) y de las empresas comercializadoras (vendedores),
saliendo todos estos más que beneficiados de esta obsolescencia por modas.

Esta consiste en promocionar, extender y establecer (por medios publicitarios y


demás estrategias de marketing dirigidas a determinado grupo social o cultural), la idea
de usar determinado producto (que puede ser cualquier cosa, no necesariamente
atuendos), de utilizar cierto servicio o de practicar cierta costumbre. Y todo ello, durante
una época o período específico, durante el cual los agentes económicos beneficiados
procuran obtener la mayor ganancia posible. Así, las modas, tal como vienen, se van;
hasta que otra moda (léase negocio) la reemplace (ya sea de manera espontánea o por
obsolescencia programada). De esta forma, se crean, difunden y abandonan modas (no
sin que antes los fabricantes, distribuidores y vendedores hayan sacado el mayor
provecho económico durante el tiempo que dicha moda estuvo en boga).

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Tal vez los ejemplos más claros de obsolescencia por modas los podemos
encontrar en nuestros armarios, con ropa que en un momento compramos (porque estaba
de moda) y que ya no usamos (porque dicha moda ya pasó). También encajan en este
tipo de obsolescencia los artículos promocionales (que giran en torno a una película,
figura pública, artista o ícono representativo), que luego de un tiempo pasan de moda y
se convierten en desechables, pues queda “socialmente mal visto” el uso de objetos de
otras temporadas, provocando que se desechen o, en el mejor de los casos, se archiven.

Ilustración 2.8. La obsolescencia por modas genera artículos prontamente obsoletos.

Fuente: Diario El Litoral.

Esta modalidad de obsolescencia por modas es aplicable a cualquier bien de uso o


a servicios. Los colores, las formas y los materiales de la ropa y accesorios; los modelos
de los autos, de los smartphones, el estilo del mobiliario y decoración, por ejemplo,
denotan la temporada de su adquisición; así como los cortes de cabello, la música que se
escucha, los programas de TV, etc.

La obsolescencia por modas también implanta tendencias que se extienden a


diferentes esferas, con el subsecuente incremento de las ventas, publicidad y productos
relativos a tal o cual tendencia, siendo que algo se considera como “In” o “Out”
(dependiendo de si está en boga o si está fuera de moda); creándose incluso términos
especiales para dichas tendencias. Tal es el caso de lo “Vintage” (en modas, decoración
y arte); lo “Retro” (en música, películas y costumbres); lo “Orgánico”, lo “Natural”, lo
“Light”, lo “Non-Fat”, lo “Sugar-Free”, lo “Veggie”, lo “Fit”, lo “Slim”, lo “Active” (en
alimentación, ejercicios y hábitos de salud); lo “Green”, lo “Eco-Friendly”, lo “Energy-
Saver” (en adquisición de productos, servicios y costumbres), entre otras tendencias.

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4. Obsolescencia Programada Psicológica.
Este tipo de obsolescencia opera y se ejerce directamente sobre el individuo o
cliente. También se le ha llamado obsolescencia creativa, porque va en función de la
creatividad del fabricante en desarrollar y lanzar nuevos estilos, modelos y/o versiones
de determinado producto, añadiéndole un extra, “plus” u “upgrade” (características
mejoradas) sobre la versión anterior. Pero ello, por sí solo, no es tan efectivo, si no va
siempre acompañado del componente psicológico de esta obsolescencia, que consiste en
convencer al cliente (mediante un acertado marketing), de que el producto que ya posee
no es tan bueno, tan avanzado ni tan funcional como el modelo nuevo que se le está
ofreciendo; incluso, se le hará sentir al cliente que tal producto será un distintivo de su
estatus o identidad como persona. Y aunque el producto que ya tenía el cliente todavía le
fuese totalmente útil, adecuado y funcional, el fabricante o el comerciante lo persuade y
convence de adquirir la versión mejorada, la cual “es tan excelente”, que prácticamente
“deja obsoletas” a las anteriores.

El mundo de la tecnología, en especial, de la telefonía celular, es el ejemplo más


claro de esto. Hay quienes no están conformes hasta que consigan el mejor y más
reciente modelo de smartphone, aun y cuando no lo necesiten. La empresa Apple ha sido
experta en explotar este tipo de obsolescencia psicológica-creativa, tanto en la supuesta
mejora continua de sus productos, como en su exitoso marketing orientado al cliente.

Ilustración 2.9. Clientes hacen largas colas para adquirir su iPhone 7


(el día del lanzamiento al mercado, en septiembre de 2016).

Fuente: Investor's Business Daily.

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Este tipo de obsolescencia psicológica-creativa se fundamenta, por un lado, en la
carrera por avances tecnológicos competitivos; y por otro lado, en una estratégica
maquinaria de marketing, que incluye el estudio de mercado, de los consumidores, de las
tendencias sociales, de la psicología del individuo y de las masas (razón por la cual suele
ir de la mano con la obsolescencia por modas). Esta obsolescencia opera en un plano tan
psicológico, que no solo crea productos para satisfacer las necesidades del cliente; sino
que crea las necesidades en el cliente, para que éstas sean satisfechas mediante el
producto que se le ofrece. Es decir, se le vende tan acertadamente al cliente la idea de
que tiene una necesidad (a veces inexistente), que éste, para adquirir el producto que la
satisfaga, está dispuesto a casi cualquier cosa, desde descartar el modelo anterior que ya
tenía, pagar un alto costo por el nuevo, endeudarse al hacerlo, hacer largas filas para
comprarlo o incluso, pelearse con otros consumidores, con tal de adquirir el producto.

C. Casos típicos de productos con obsolescencia programada.

A través de la historia de la industria y el comercio se han dado diversos casos, bastante


sonados que, por la singularidad de sus características y las circunstancias en que se dieron, se
han convertido en ejemplos referentes de lo que es e implica la obsolescencia programada.
Veamos algunos de ellos.

1. La bombilla incandescente.
La bombilla incandescente es considerada como el primer producto “victima” de
la obsolescencia programada, ante lo cual Edison se estremecería en su tumba, si pudiese
ver cómo otros degradaron su invento, después de que a él le costó miles de intentos
perfeccionarlo. En realidad, la bombilla incandescente ha sufrido dos facetas de la
obsolescencia programada: la primera, la degradación en su calidad (acortando
drásticamente su vida útil); y la segunda, una obsolescencia de extinción, por así decirlo,
ya que en muchos países ha sido sacada del mercado e incluso prohibida, debido a su
ineficiencia energética como fuente de luz, además de que ha sido desplazada por
tecnologías más eficientes.

Tomás Alva Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881, y duraba 1500
horas (alrededor de 2 meses de uso continuo). En 1911, un anuncio en la prensa española
destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2500
horas (aproximadamente 3 meses y medio de uso continuo). Con el progreso científico,
el empleo de mejores materiales y el perfeccionamiento de las técnicas de fabricación,
las bombillas duraban cada vez más horas; incluso años y décadas, al punto en que al sol
de hoy se conserva en funcionamiento una bombilla con más de cien años de vida (más
adelante veremos el caso de esta icónica bombilla).
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Ilustración 2.11. Anuncio de Lámparas Z, garantizadas a 2500 horas de uso.

Fuente: Cátedra Ecoembes - Universidad Politécnica de Madrid.

El tema en cuestión era la duración de la bombilla de luz incandescente que, con el


progreso científico, lograba durar cada vez más horas, hasta llegar incluso a 100 años de
longevidad (como es el caso de la bombilla de la Shelby Electric Company de Ohio,
instalada en un cuartel de bomberos del estado de California).

Las compañías Osram, Philips y General Electric, productoras de bombillas,


vieron este progreso como una amenaza para su crecimiento económico, por lo que
acordaron limitar deliberadamente la vida útil de sus productos. Aplicar el principio de
obsolescencia programada a este producto de las bombillas fue solo el inicio, pues le
siguieron muchos otros productos que no sólo estaban programados para fallar después
de determinado tiempo de uso (como las medias de nylon, mencionadas más adelante); e
incluso, los productos eran diseñados a propósito para pasar de moda.

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Ilustración 2.12. Anuncio de bombillas garantizadas a 1000 horas.

Fuente: Tomada de Internet.

Pero en 1924 un cártel (que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y


Estados Unidos), pactó limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a 1000 horas,
incluso multando a aquellos que no cumpliesen con las condiciones establecidas.

Este cártel se llamó Phoebus y oficialmente nunca existió. Sin embargo, existen
documentos sobre los cuales se supone que ese fue el punto de partida de la deliberada
obsolescencia programada que hoy se aplica a productos electrónicos de última
generación y que se aplicó también en la industria textil.

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2. Pantimedias Dupont.
El caso de las pantimedias Dupont fue un claro ejemplo de obsolescencia
programada directa, en el ámbito de la industria textil.

En 1935, el químico estadounidense Wallace Carother, líder del departamento de


química orgánica de la empresa Dupont (gigante de la industria química), anunció su
invención de un material al que definió como “una nueva seda, hecha con fibra
sintética”, a la cual se le llamó nylon (en inglés) o nailon o nilón (en español). Pocos
años después, en 1939, durante la Feria Mundial de Nueva York, las industrias Dupont
presentaron unas novedosas pantimedias confeccionadas con dicho material, y dejaron a
un grupo de mujeres tirar de cada uno de los extremos para demostrar la fortaleza del
tejido, ante el asombro de los presentes.

Ilustración 2.13. Demostración de la resistencia de las pantimedias de seda


(en la Feria Mundial de Nueva York, de 1939).

Fuente: ABC News.

Las pantimedias (o pantyhose, en inglés), como prenda en sí, no eran algo nuevo,
pues desde hacía años se vendían y comercializaban, solo que hechas de otros
materiales. Pero estas nuevas medias de nailon revolucionaron el mercado. En 1940 se
pusieron a la venta por primera vez en Estados Unidos. Tal fue el impacto que causaron,
que miles de mujeres se agolparon cada día frente a los grandes almacenes para comprar
las suyas, al punto en que en Estados Unidos se vendieron casi 5 millones de pares
durante los primeros cuatro días, y 64 millones durante el primer año.

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Ilustración 2.14. Mujeres hacen fila en tiendas para comprar pantimedias Dupont.

Fuente: ABC News.

Ilustración 2.15. Pantimedias usados para remolcar un automóvil.

Fuente: ABC News.

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“Medias de cristal” (por su transparencia), “la fibra milagrosa” y “más fuertes que
el acero” rezaban los anuncios de este producto a prueba de roturas. Incluso se le
mostraba en un video, usado para remolcar automóviles. Aun siendo aquella una
publicidad exagerada, también era cierto que la resistencia y durabilidad de dichas
medias era tanta que, con el uso cotidiano, prácticamente no se rompían nunca.

Así, aunque el éxito de este producto fue arrollador, de pronto se dio un descenso
drástico en las ventas, debido a que las mujeres no necesitaban comprar medias nuevas.
Dupont se dio cuenta de ello y dio la orden a sus ingenieros de laboratorio para
encontrar un material más débil con el cual fabricar las medias, de manera tal que éstas
se rompieran con más facilidad y forzar así a la gente a seguir comprándolas. Pocos años
después se comenzaron a comercializar unas medias más frágiles, que se rompían con
extremada facilidad, lo que disparó nuevamente el número de ventas. Y tal política de
fabricación ha permanecido hasta el presente, en cuanto a los diversos materiales que se
utilizan actualmente. Hoy por hoy, cualquier mujer sabe, por experiencia propia, cuán
fácilmente se rompen las pantimedias, quedando éstas inservibles.

3. Las impresoras.
Otro claro ejemplo de la obsolescencia programada directa son las impresoras (de
diversas marcas). Los fabricantes provocan que éstas fallen, colocándoles un chip que
hace que, al llegar a un número determinado de impresiones, la impresora se bloquee y
no funcione más. En el caso de la ilustración 2.11 (que se muestra más abajo como
ejemplo), el mensaje que presenta esta impresora (traduciéndolo al español) sería:
“Llamada de Mantenimiento: Partes dentro de su impresora han llegado al final de su
vida útil. Para detalles, vea la documentación de su impresora”; mostrando la opción de
un botón que obliga al usuario a recurrir y llevar su impresora a un “Soporte Técnico”.
Sin embargo, para casos así, según la marca, es posible descargar de Internet un software
(fuera de las vías de licencia legal) que permite poner a cero el chip contador, con lo que
la impresora retoma su funcionamiento normal. Ello demuestra que ninguna parte física
de la impresora había llegado al final de su vida útil (como indicaba el mensaje), sino
que simplemente la impresora fue programa para bloquearse, luego del tiempo
estipulado por el fabricante.

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Ilustración 2.16. Ejemplo de mensaje de impresora con obsolescencia programada.

Fuente: Tomada de Internet.

4. Los iPods y iPhones.


Apple, el gigante de la industria tecnológica, lleva a cuestas varios casos de
demandas en corte, debido a la aplicación de obsolescencia programada en sus
productos. Al respecto, muy sonado fue el caso de los IPod, cuya batería se acababa a
los 18 meses; y lo peor es que no podía ser reemplazada. Tras llevar el caso a los
tribunales, llegaron a un acuerdo en el que Apple creó un servicio de recambio, y
prolongó la garantía a dos años.

Ilustración 2.17. Cartel denunciando la obsolescencia programada de los iPod.

Fuente: Tomada de Internet.

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En otras instancias, Apple enfrenta demandas por parte de consumidores de
Francia, Estados Unidos e Israel, por presuntas prácticas de obsolescencia programada,
luego de aceptar públicamente que reduce artificialmente el desempeño de algunos
modelos del iPhone. La Ley de Energía de Transición en vigor en Francia desde el 2015
fue la primera regulación en el mundo en contra de la obsolescencia programada. Si
Apple fuera encontrada culpable, pagaría una multa de 300,000 euros que podría
incrementarse hasta 5% del volumen de negocios de la empresa.

Apple aceptó que ralentizaba el desempeño de los procesadores del iPhone (en sus
modelos 6, 6s, SE y 7), luego de que John Poole, desarrollador de la empresa Primate
Labs, encontrara que el procesador del iPhone reducía su desempeño artificialmente y no
por desgaste. Poole creó una aplicación que mide el desempeño de los procesadores de
los smartphones de Apple; al correrla en los iPhones que mostraban un funcionamiento
lento y/o que se reiniciaban sin motivo aparente, descubrió que el hardware estaba en
buenas condiciones, por lo que concluyó que la causa de la ralentización de los equipos
se encontraba en el software.

Ante dicha evidencia, los voceros de Apple argumentaron que reducían el


desempeño de los procesadores por medio de software (cuando se hacían actualizaciones
del sistema) con la finalidad de aumentar la vida útil de la batería de ion litio. También
explicaron que los reinicios súbitos se debían a una instrucción al procesador (por parte
del software) para proteger los componentes del iPhone cuando éstos, debido al bajo
desempeño de la batería, no podían completar los procesos de alta demanda cuando eran
requeridos. A raíz de lo anterior, Apple ofreció una reducción de 50 dólares en el costo
del cambio de batería (servicio que antes costaba 79 dólares y quedó en 29). Además, la
empresa se comprometió a hacer transparentes las actualizaciones del iOS; es decir,
informar al usuario si las actualizaciones podrían implicar acciones en detrimento de la
funcionalidad del producto.

Al no satisfacerles lo anterior, los consumidores de Israel presentaron una


demanda judicial colectiva contra Apple por 125 millones de dólares. Parte de la
denuncia argumenta que los consumidores debieron ser informados desde un principio
que las actualizaciones del sistema harían más lento al iPhone, y que los problemas de
bajo desempeño podían ser resueltos con una nueva batería. Y es en la batería donde
inicia el problema, que toca ahora a las autoridades de tres países determinar si es o no
una práctica de obsolescencia programada.

Al respecto, el recambio de las baterías de los iPhones es una acción de antemano


amañada por la empresa, siendo estos smartphones prácticamente a prueba de
manipulaciones, por parte de sus dueños. Para empezar (aparte de lo costoso de las
baterías mismas), el iPhone está armado con tornillos de seguridad (patentados por

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Apple), que requieren de herramientas especializadas (difíciles de conseguir y de alto
costo) para poder abrir los dispositivos. Por otro lado, quien logre hacerse de tales
herramientas y abrir el dispositivo, se encontrará con el hecho de que cambiar la batería
de su iPhone es difícil, por el diseño mismo que Apple empleó en sus smartphones.
Además, la empresa no facilita al usuario ninguna información que indique cómo
hacerlo; toda la información disponible en Internet proviene de fuentes ajenas a la
empresa. Ante tales dificultades, la mayoría de los consumidores son orillados comprar
un dispositivo nuevo.

Ilustración 2.18. El recambio de baterías de iPhones resulta problemático para el usuario.

Fuente: Actualidad iPhone.

Al respecto, el movimiento Maker (un frente contra las prácticas de obsolescencia


programada de las grandes corporaciones) sostiene que, si el consumidor no tiene la
accesibilidad para reparar el artículo que compró, entonces no es su propietario real.

Por otro lado, la asociación francesa HOP (Alto a la Obsolescencia Programada, o


Halte à l'Obsolescence Programmée, en francés) afirma disponer de "más de 2600
testimonios de clientes de Apple en Francia" que podrían colaborar en las
investigaciones. "Hacemos un llamado a todos los clientes de Apple que se sientan
perjudicados por la ralentización de su teléfono después de su actualización para que
vayan a la página web de la asociación a fin de sumarse a una posible denuncia penal
colectiva", precisó el abogado Emile Meunier, quien pidió a Apple "cooperar con total
transparencia con las autoridades judiciales e indemnizar el daño a sus clientes".

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D. Productos que han desafiado a la obsolescencia programada

1. Una bombilla centenaria.


En Livermore, California, se encuentra la bombilla más antigua y famosa del mundo,
aún en funcionamiento, en el cuartel de bomberos número 6 de la ciudad. Es una
bombilla de 60 watts, originalmente (aunque su potencia hoy no supera los 4, debido al
desgaste del elemento incandescente), con filamento de carbono, soplada a mano por la
Shelby Electric Company, de Ohio, a finales de la década de 1890 y donada después, por
el dueño de esa compañía, al departamento de bomberos, en 1901. Encendida sin
interrupción, está en internet 24 horas al día y tiene su propio sitio web y su página de
Facebook. De momento, se han agotado ya dos webcams filmándola, y va por la tercera;
pero la bombilla sigue como si nada. Para algunos es todo un “misterio” el hecho de que
dicha bombilla haya podido resistir tanto. Para otros, no es más que un producto
manufacturado antes de que se implementara la mala práctica de la obsolescencia
programada.

Ilustración 2.19. La bombilla centenaria de Livermore.

Fuente: Captura de la cámara web de la Estación 6 de Bomberos de Livermore.

20
E. Impacto Ambiental y Repercusiones Sociales de la Obsolescencia
Programada.
Para muchos, más que inducir al consumidor a gastar dinero de manera innecesaria, la
consecuencia negativa número uno de la obsolescencia programada es el abuso extremo de los
recursos naturales. Teniendo en cuenta la baja tasa de reciclado, el sistema de producción se
convierte en una “extracción continua y desenfrenada”, definido así por Fran Pérez. La mayoría
de productos tecnológicos necesitan para su fabricación la extracción de metales y minerales
como cadmio, cromo, mercurio o coltán, entre otros, recursos considerados no renovables. Y es
que la generación de residuos tecnológicos destruye ecosistemas y recursos naturales.
El consumismo y la obsolescencia programada son dos tendencias perjudiciales para los
ecosistemas mundiales; son dos conceptos que van de la mano; más que ello, son engranajes de
una misma maquinaria. La sociedad se está convirtiendo en cómplice de un sistema engañoso que
incita al consumo severo de todo tipo de productos, con la intención de ver aumentados los
beneficios económicos de las grandes empresas multinacionales, empresas que, de la mano de la
globalización, son hoy las encargadas de dictar las reglas del juego.
Un chico que decide cambiar habitualmente su teléfono móvil; una empresa que decide
renovar los computadores de sus oficinas; un instituto que decide adquirir nuevas impresoras de
mayor calidad; o una familia que decide comprar electrodomésticos nuevos para su hogar. Estas
situaciones son solo ejemplos de cómo se producen cada año millones de toneladas de residuos
tecnológicos y basura peligrosa. Y nuestro sistema económico es cómplice de ello.
La sociedad aún no es plenamente consciente de que el consumismo de tecnología, unido
al acortamiento de la vida útil de los productos, conducen a una contaminación cada vez mayor
del medio ambiente, incluyendo la destrucción de ecosistemas en los países del tercer mundo,
tanto por la extracción masiva de los diferentes recursos naturales necesarios para la fabricación,
como por su desecho final.
La obsolescencia programada es una práctica demasiado habitual en la industria actual, y
sabemos que las autoridades la toleran: “Son los consumidores los que deberían exigir que se
pongan multas a las empresas para evitar esta forma de fabricar productos”, expresa con
preocupación el colectivo malagueño Aulaga. Todo esto conlleva un beneficio económico para la
industria, aunque tiene un impacto muy negativo sobre los recursos disponibles y los ecosistemas
mundiales. “Esto no tiene en cuenta la realidad de nuestro planeta finito en el que ni los recursos
ni la energía son infinitos”, afirma Fran Pérez, de Ecologistas en Acción. La obsolescencia
programada bebe hoy del sistema capitalista, que usa como pozo sin fondo los recursos de los
países empobrecidos. Una vez que el primer mundo disfruta de dichos recursos, estos vuelven al
tercer mundo en forma de basura contaminante: “Esto perpetúa una gran rueda de miseria,
problemas de salud, económicos y ambientales”, expresa Fran Pérez.
Según lo explica Stevens, “diseñamos productos que intencionalmente pasarán de moda.”

21
Según su filosofía: “Toda nuestra economía se basa en la obsolescencia planificada. Hacemos
buenos productos, inducimos a la gente a comprarlos y al año siguiente, introducimos
deliberadamente algo que hará que estos productos sean pasados de moda, anticuados y
obsoletos”.
El problema de este ciclo en el que se ha caído, radica, no sólo en la manipulación de las
masas por parte de las grandes empresas, sino que está basado en dos postulados completamente
equivocados. El territorio con el que contamos en el planeta no cuenta con recursos ilimitados
para la producción, ni tampoco con espacios ilimitados para la disposición final de los desechos.
Y sin embargo, nos encontramos en un vórtice de crecimiento ilimitado, cuya única consecuencia
lógica es la producción de desperdicios, también ilimitados.
Muchos países en vías de desarrollo viven un diario calvario, en este sentido de la
contaminación. Solo como ejemplo, podemos mencionar el caso de Ghana, cuya realidad no se
aleja mucho de las condiciones de cualquier nación latinoamericana. El vertedero de
Agbogbloshie, en la provincia ghanesa de Accra, se ha convertido en el sitio clandestino de
disposición final de productos electrónicos inservibles de Europa.
Las condiciones medio ambientales son deplorables, pero las condiciones sociales lo son
aún peor. Sin embargo, la sociedad ghanesa, forzada a adaptarse a ese entorno, nos muestra que
puede surgir una economía del desperdicio o “economía residual”, mediante la recuperación,
reparación y reutilización de los residuos.
La sociedad civil enfrenta una batalla en este sentido. No se trata de una pelea frontal, con
uso de violencia contra las grandes corporaciones, sino más bien, una serie de acciones
individuales que, una vez tomada conciencia de esta alternativa económica, buscan soluciones
propias. En un fin último y como lo imagina la directora, eso en sí, conllevaría a la caducidad de
la propia obsolescencia programada, mediante un modelo que podría nuevamente transformar las
estructuras sociales que dan forma a nuestras ciudades.
Este usar y tirar constante tiene graves consecuencias ambientales. Ghana y otros países
del Tercer Mundo se están convirtiendo en el basurero electrónico del Primer Mundo. Hasta allí
llegan periódicamente cientos de contenedores cargados de residuos, bajo la etiqueta de “material
de segunda mano”, amparados bajo la falsa bandera o paraguas de ser una aportación de
tecnología para reducir la brecha digital en el país. Pero la realidad es que el material tecnológico
que llega, de por sí, ya es inservible en todo sentido, tanto tecnológica como físicamente; razón
por la cual acaban ocupando el espacio de ríos, lagos o los campos de juego de los niños.
La cruda realidad es que el 80 % de los equipos, supuestamente declarados como equipos
de segunda mano, no se pueden arreglar y terminan en los vertederos, que estropean los lugares
en donde se acumulan, contaminando y eliminando ríos, fauna, etc. Los que envían los objetos
dicen que quieren igualar la posesión de nuevas tecnologías entre países desarrollados y
subdesarrollados; pero lo cierto es que lo que mandan, ya no funciona. Así, esos países menos
desarrollados se convierten en el basurero del mundo desarrollado.

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Ilustración 2.20. Vertedero de desechos tecnológicos en Ghana.

Fuente: Tomada de Internet.

Los críticos de la obsolescencia programada procuran replantear nuestros valores y


nuestros sistemas económicos, para reemplazarlos por una economía, llamada de
“decrecimiento”, cuya esencia sería reducir; es decir, todo lo contrario al consumismo.
Intelectuales, como Serge Latouche, hablan emprender la revolución del “decrecimiento” (la
reducción del consumo y producción) para liberar tiempo y desarrollar otras formas de riqueza,
como la amistad o el conocimiento, que no se agotan al usarlas.
Como bien dijo Gandhi una vez: “en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades
de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos”. Pero este consumismo
desenfrenado está haciendo que nuestro planeta se esté llenado de basuras que se podían evitar.

23
F. Obsolescencia Programada, Consumismo y Economía.
La obsolescencia programada, es considerada como el motor secreto del consumismo, el
cual, a su vez, mantiene en movimiento la economía. Así, esos tres aspectos (obsolescencia
programada – consumismo – economía) van y subsisten entrelazadamente. La obsolescencia
programada surgió de la mano de nuestra sociedad de consumo y de la producción en masa. Todo
es parte de un todo. Así, sin la obsolescencia programada no existirían los centros comerciales, ni
las industrias, ni los productos, ni los empleos.
Desde el punto de vista comercial, esta práctica empresarial de la obsolescencia
programada consiste en la reducción deliberada de la vida de un producto, para incrementar su
consumo. Según Philip Kotler, el marketing es “un proceso social y administrativo mediante el
cual grupos e individuos obtienen lo que necesitan y desean, a través de generar, ofrecer e
intercambiar productos de valor con sus semejantes.” Y la obsolescencia programada no resulta
funcional, económicamente hablando, si no va impulsada por una acertada maquinaria de
marketing.
La obsolescencia programada resulta en una estrategia de fabricación puesta en práctica
por las empresas, mediante la cual se planifica y controla la vida útil de los productos, con el
objetivo de “dominar” los intereses de consumo y favorecer la más dinámica reposición de los
mismos. Así, esta práctica se extiende como estrategia en todos los niveles de la cadena de valor,
influenciando el proceso desde la fase de diseño, construcción o elaboración, hasta el momento
de descarte del producto, implementando a la vez, políticas de restricción en la refacción (o
reparación), así como otras estrategias similares con la misma capacidad de impacto.

Ilustración 2.21. La obsolescencia programada promueve el consumismo exagerado.

Fuente: OPA (Organização para a Proteção Ambiental).

24
En términos prácticos, la conducta de la obsolescencia programada está dirigida a
asegurar que los consumidores acudan al mercado, una y otra vez, a adquirir productos
semejantes, más actuales y renovados, que presten la misma funcionalidad (o una similar), al
pensar que aquellos que ya poseen se han convertido en obsoletos. La tasa de reposición de los
productos (es decir, el comprar uno en reemplazo de otro) se incrementa, con el subsecuente
incremento en el sector industrial (la fabricación de más productos); y la actividad comercial
adquiere una dinámica circular, que permite aumentar los beneficios a los productores, logrando
mantener al consumidor inmerso en la mecánica de adquisición (adquirir siempre nuevos
productos).

La obsolescencia programada es el resultado de un recorrido industrial extendido desde


mediados del siglo XX, cuando se emprendió una batalla contra las “calidades infinitas” de los
productos, que amenazaban con convertirse en la razón principal del declive del emprendimiento
y de la sostenibilidad económica. En ese sentido, y a ojos de los entes productores, la perennidad
de los productos (que duraban “demasiado” tiempo) fue interpretada por parte de los precursores
de la obsolescencia, como una tragedia que desembocaría en el estancamiento económico. La
conducta poco a poco fue tomando fuerza en el entorno comercial, asentándose en la realidad
social.

La parte negativa que la obsolescencia programada ha tenido desde sus inicios, y que al
día de hoy todavía arrastra, es que se lucra de la sociedad. Pero, desde una perspectiva
económica, si se tiene en cuenta el flujo circular de la renta que genera, al final, todos salen
beneficiados (aunque unos muchísimo más que otros), pues permite crear puestos de trabajo para
elaborar, a su vez, productos de consumo.
Los productos con elementos tecnológicos y/o informáticos de importancia, han
demostrado ser los aliados “naturales” de la obsolescencia programada, por la facilidad para
manipular en éstos, de antemano, las funcionalidades de los productos. No obstante, otros
sectores como el del automóvil o el de la moda también se han visto involucrados en la
implementación de esta práctica.

Tácticamente, la obsolescencia programada implica generar en el consumidor la sensación


paulatina de desapego de aquellos productos que ya posee (aunque aún le sean útiles),
acompañada de la ambición de adquirir otro nuevo que preste las mismas funcionalidades y otras
más. Otras expresiones de la obsolescencia programada implican: el adherir piezas o materiales
que garanticen la expiración del producto; crear nuevas funcionalidades no soportadas por
productos previos; o servirse de medios informáticos para acelerar y/o controlar la expiración de
un producto.

¿Calidad versus precio?

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La obsolescencia programada no conoce fronteras de costos, siendo un asunto que va más
allá de la calidad versus precio. En el siglo pasado, aquel conocido refrán de que “lo barato sale
caro” ejemplificaba, al dedillo, la realidad de los productos baratos, que solían ser de mala
calidad y que, a la postre, terminaban saliendo más caros para el consumidor (al repararlos o
reemplazarlos por otro nuevo). Pero ese mal era evitable, si el consumidor hacía la inversión de
comprar un producto de calidad garantizada, aunque tuviese mayor costo. Sin embargo, hoy por
hoy, ni siquiera eso es suficiente para escapar de la obsolescencia programada, pues ésta empaña,
tanto a los artículos baratos como a los más costosos. Si tuviésemos que actualizar el citado
refrán a esa realidad de hoy, tendríamos que decir: “lo barato sale inservible; y lo caro, también
sale caro”.

Acomodar: Hay otro aspecto de la obsolescencia programada, relativo al ámbito ecológico


y al económico. El consumo de los electrodomésticos y línea blanca anteriores (refrigeradores,
lavadoras, vehículos, etc.) de antes; no siempre resulta rentable ni eco-amigable mantenerlos en
funcionamiento, pues consumen demasiados recursos (electricidad, agua, gasolina, etc.).

26
G. La Obsolescencia Programada, a la luz de la Ética.
Además del evidente y enorme daño ecológico, la obsolescencia programada está basada
en acciones deshonestas por parte de los fabricantes, que juegan con los derechos de los
consumidores al manipular de antemano, subrepticia e ingeniosamente, los productos que nos
venden, para que terminen su vida útil antes de tiempo y así acelerar nuestro ritmo de compra, de
manera en que terminemos comprándoles a ellos más productos y más frecuentemente. En
realidad, es una forma más de exprimir los bolsillos del consumidor, para que su contenido vaya
a parar siempre y más rápidamente a manos de los fabricantes.

Los fabricantes consiguen esto de diferentes formas, dependiendo del producto en sí. Ello
puede ir desde adulterar encubiertamente los materiales buenos con otros de mala calidad, para
reducir su resistencia y durabilidad (en el caso de telas y otros productos). Tratándose de aparatos
mecánicos, eléctricos o electrónicos, lo que hacen es implementar en el diseño ciertas piezas
claves que pasan desapercibidas, las cuales inducen un desgaste intencional del equipo en
cuestión, con el consecuente deterioro del mismo, luego de un tiempo ya determinado. O incluso,
en aparatos de mayor tecnología, simplemente se le introduce una simple orden de programación,
en su software para que, una vez cumplido esa cantidad de tiempo determinada por el fabricante,
el aparato simplemente se bloquee o deje de funcionar. Tanto es así, que la obsolescencia
programa se ha ganado el apodo de la “muerte prematura” de un producto.

La obsolescencia programada no implica simplemente la fabricación premeditada de un


producto para que caduque a determinado tiempo de uso. Si consistiera simplemente en eso, la
obsolescencia programada misma estaría destinada a caducar (como ironía a su propio concepto);
o de por sí, ya hace mucho se habría extinguido. Mas no sucede así, porque lo que mantiene a la
obsolescencia programada como un sistema funcional y vigente, es que implica toda una
estructura de engranajes meticulosamente planificados y trabajados, con una componenda bien
articulada, no solo en cuanto a aspectos técnicos y tecnológicos, sino también legales,
económicos, sociales y psicológicos (esto último, a nivel poblacional y de individuo; lo que suele
conocerse como “ingeniería social”). La aparición de nuevas tecnologías, más versátiles, útiles y
atractivas, hace que nos olvidemos de las antiguas (o mejor dicho, de las que van quedando atrás,
aunque no sean antiguas, en realidad). Pero, como mencionamos todo ello va trabajado de la
mano de la ingeniería social, que estudia a la gente y sabe cómo inducirlas a comprar, tirar y
comprar.

El producto debe estar diseñado para convencer al cliente de que el producto es un


producto de calidad, a pesar de que el tiempo necesario para sustituirlo sea más corto que el
tiempo real de vida del producto. De esta manera, cuando el producto falla, el cliente tendrá que
comprar otro, normalmente la versión actualizada. Este comportamiento, además de ser poco
ético, es un evidente engaño. Los consumidores pueden reaccionar, comprando otra marca
diferente del mismo producto; sin embargo, la mayoría de las veces terminan decantándose por

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un producto de la misma marca, lo cual refuerza aún más esta práctica de la obsolescencia
programada.

Y es que para que la obsolescencia programada funcione, el cliente debe sentir que ha
tenido una buena relación calidad-precio. Además, debe tener la suficiente confianza en el
fabricante o la empresa, para reemplazar la máquina original con la máquina equivalente más
moderna y, por supuesto, del mismo fabricante. Esta es un arma de doble filo que, si el fabricante
no sabe esgrimirla correctamente, corre el riesgo de enviar al consumidor justo a los brazos de la
competencia. Por eso es que estructuran todo el marketing necesario para evitar que eso suceda.

Por otro lado, cuando empezó la generalización y aplicación de la obsolescencia


programada, los ingenieros, diseñadores y desarrolladores de productos se enfrentaron a tiempos
complicados, en cuanto a la ética, que a muchos les hizo replantear sus principios. Durante su
preparación profesional se les enseñó, capacitó e instruyó para hacer su trabajo lo más
eficientemente posible, desarrollando productos de la mejor calidad posible, lo más duraderos
posibles, lo más a prueba de fallo y lo más eficientes posibles.

Sin embargo, la introducción de la obsolescencia programada en la industria de la


fabricación los orilló (si querían conservar sus empleos) a hacer todo lo contrario para lo cual
habían estudiado: diseñar y desarrollar materiales y productos de mala calidad o de calidad muy
inferior a los estándares, e incluso a insertar en ellos partes específicas o a programarle órdenes
que acortaran prematuramente la vida útil del producto. Para aquellos ingenieros a los que se les
asignaba inventar algo para que falle, era frustrante usar sus conocimientos para crear un
producto inferior. Sin embargo, al sol de hoy, la obsolescencia programada se ha convertido en
una práctica comercial tan extendida, que muchos trabajadores que laboran bajo ese sistema lo
ven como algo “normal”, parte de su faena laboral diaria. Hasta ese punto la obsolescencia
programada ha llegado a moldear la sociedad, al grado de transformarla en la sociedad de
consumo que vivimos y conocemos hoy.

Los promotores e implementadores de este concepto de la obsolescencia programada (que


irónicamente, resultan los mayores beneficiados, monetariamente hablando) sostienen como
argumento que, si las cosas las fabricaran para durar “para siempre”, llegaría el momento en que
todo el mundo tendría los productos y no necesitarían comprar más, por lo que ya no sería
necesario fabricar otros, hasta el punto en que la economía mundial se hundiría. Solo plantean ese
lado de la moneda, en el sentido de que obsolescencia programada es un sistema que permite
mantener las fábricas funcionando y los investigadores trabajando, de tal forma que el sistema se
retroalimenta, beneficiando así a toda la cadena, ya que los productores son también
consumidores, y los consumidores, a su vez, son parte del esquema de la producción. Aunque lo
anterior tiene mucho de cierto, es muy fácil y cómodo sostener dicha filosofía, cuando se está del
lado que, precisamente, es el que recibe la mayor parte del beneficio económico.

28
H. Aspectos Jurídicos de la Obsolescencia Programada.
Desde la perspectiva del consumidor, la obsolescencia programada luce como un atentado
directo a sus derechos; como un abuso ante sus necesidades elementales; como un engaño
hábilmente disfrazado; como una total falta de ética, por parte de los entes económicos; como una
forma desmedida de lucro a beneficio de las empresas y a costas del consumidor, como un
sistema que agranda más la brecha entre los potentados económicos y la clase trabajadora
consumista; como una deliberada manipulación de los sistemas económicos nacionales y
mundiales; como un grave problema social y ambiental; en fin, a todas luces, como una más que
clara injusticia. Y entonces, surgen las preguntas obligadas, por parte del consumidor: ¿por qué
nadie hace nada al respecto? ¿por qué no se crean leyes que nos protejan contra tal abuso? Sin
embargo, las respuestas resultan mucho más complejas que las preguntas mismas.

La obsolescencia programada es una realidad que, si bien ha sido abordada con cierta
contundencia en algunas latitudes desde la perspectiva legislativa y de la regulación, aún está a
años de ser entendida como una prioridad, dada la tolerancia que ha implantado en algunos
sectores de las sociedades modernas. Así, una gran parte del músculo del consumo la entiende
como una necesidad de la economía de mercado que, al margen del alcance medioambiental
negativo que pueda implicar, no debe ser removida. Otros, menos radicales, la entienden como un
imperativo perverso e inevitable, dados los positivos datos de crecimiento macroeconómico que
fomenta.

Tales realidades ejemplifican la complejidad que implica abordar la obsolescencia


programada desde el punto de vista general de la teoría jurídica, o desde el punto de vista
concreto de una ramificación del derecho. Por eso es que no existen (o al menos no de manera
extendida y general) legislaciones y regulaciones claramente delimitadas que reglamenten el uso
y aplicación de la obsolescencia programada; y mucho menos, que frenen o detengan su
expansión.

Para las economías de los países resulta una especie de “mal necesario”; aunque no tan
“malo” para éstos, ya que los Estados generan cuantiosas entradas económicas en concepto de los
impuestos generados a partir de un sistema económico que se mantenga activo y en movimiento
gracias al consumismo (en lo cual la obsolescencia programada juega un papel relevante). Sin
embargo, la parte “mala” de ese “mal necesario” la llevan los consumidores, quienes son, en
esencia, los que sostienen el intrincado, pero funcional armatoste, de la obsolescencia
programada.

Sin embargo, ante tales realidades, surge otra cadena de planteamientos que no pueden
desestimarse: ¿De dónde obtienen los consumidores sus ingresos para adquirir productos, bienes
y servicios? ¿No es acaso de los mismos entes económicos (llámense industrias, empresas,
comercios) en las cuales laboran, y en donde esos mismos consumidores (en su faceta de

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empleados, trabajadores o colaboradores) contribuyen a desarrollar, elaborar, distribuir, publicitar
y vender los mencionados bienes, productos o servicios que más adelante ellos mismos
adquirirán?

Así, es una especie de ciclo repetitivo, de banda sinfín o de círculo vicioso que se
mantiene en constante movimiento y en donde cada actor (trabajador – ente económico –
consumidor) es un engranaje vital para el sostenimiento de tal sistema; al punto en que, si
elimináramos cualquiera de ellos, desestabilizaríamos o incluso, detendríamos el movimiento de
dicho sistema.

Vista entonces la obsolescencia programada desde esa perspectiva integral o global


(tomando en cuenta el conjunto de actores, y ya no solamente desde la óptica del consumidor),
resulta un poco más entendible (aunque no por eso agradable) el hecho de que existe una
complejidad a la hora de desarrollar legislaciones sobre el tema; y que la obsolescencia
programada no se resuelve simplemente con una ley que, de plano, la prohíba para siempre y la
castigue; dado que una acción drástica al respecto podría quebrar una o todas las patas del trípode
(“trabajador – ente económico – consumidor”) que sostiene gran parte de los sistemas
económicos.

Ahora bien, todo lo anterior no significa que hay que permitir que la obsolescencia
programada, como sistema económico, se yerga cada vez más como un portentoso, imparable y
avasallador gigante, en detrimento de la (cada vez más empequeñecida de recursos) clase
trabajadora y dependiente de la economía. Más bien, resulta imperante establecer normas que
impidan el abuso de este sistema.

Y ya existen avances en la materia. En ese sentido, ha tomado relevancia el mencionado


asunto, centrado en los criterios que relacionan la obsolescencia programada con la defensa de los
consumidores. Tanto en algunos países de la Unión Europea, como en Brasil, el protagonismo
que ha adquirido la planificación de la vida útil de los productos en razón de la desazón social
que genera por su aparente desconexión ética, ha trascendido al ámbito jurídico. También, la Ley
de Energía de Transición, en vigor en Francia desde el 2015, fue la primera regulación en el
mundo en contra de la obsolescencia programada.

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CONCLUSIÓN.
La premisa aquella de que las cosas “ya no las hacen como antes” es asombrosamente
cierta y real, ejemplificándose perfectamente a través de la práctica actual y extendida de la
obsolescencia programada, la cual es un secreto a voces. Es un hecho que esta genera grandes
beneficios al comercio mundial, en especial, a las empresas que manufacturan los productos de
esa forma. En realidad, la implementación y reforzamiento de dicha práctica no es nada nuevo y
desde un principio, fue idea de los propios gigantes de la industria.

Algunos economistas han dicho que esa práctica, en gran medida, activa y mueve la
economía mundial. Sin embargo, de la mano de la misma van graves problemas ecológicos, pues
la obsolescencia programada genera innecesariamente inmensas cantidades de basura que nadie
quiere. Y lastimosamente, todos esos desechos van a parar a vertederos en los países
tercermundistas, tratando de hacerlos pasar como “productos de segunda mano”, para un
supuesto beneficio de la población de dichos países. Pero la realidad es que son meros desechos
tecnológicos que ya no sirven ni pueden ser utilizados, y lo que hacen es destruir y contaminar el
ecosistema y los recursos naturales del lugar a donde llegan.

Estos residuos que se generan parecieran no suponer un problema, siempre y cuando


contaminen otros territorios que no sean los de aquellos que producen los desechos. La mejor
solución está quizás en lograr que la mayor cantidad, o mejor aún, la totalidad de esos residuos se
conviertan en materia prima para nuevos productos. La reutilización y el reciclaje podrían
convertirse en un prometedor negocio, que contrarreste los efectos dañinos de la obsolescencia
programada, siempre y cuando se incentiven las investigaciones y producciones encaminadas a
utilizar materiales que sean 100% reutilizables.

Así, la obsolescencia programada es un sistema de muchas caras, dependiendo de los


intereses creados de cada parte. Para la clase trabajadora, es un sistema que provee fuentes de
empleo a millones de personas en el mundo. Para los economistas, es un mal necesario, que
mantiene andando la economía. Para los ecologistas, es un desastre de magnitudes épicas que
crece cada día. Para los empresarios, fabricantes, proveedores y demás, es una excelente, rentable
y lucrativa fuente de enriquecimiento. Y para los gobiernos, es una enorme bestia, a la cual
ninguno hace el intento de domar; quizás porque, en parte, son también parte de ella. La
obsolescencia programada es, como algunos la han descrito, “un secreto a voces”, que muchos
conocen, pero prefieren mirar hacia otro lado. Y aunque es real y está ahí, suele pasar
inadvertida, camuflada entre los múltiples afanes de la sociedad; patrocinada por los intereses
creados de los potentados económicos y políticos; resguardada por la indiferencia de los entes
gubernamentales, que no accionan en desarrollar las regulaciones necesarias; amparada por el
conformismo de las masas (que, sabiéndolo o no, se acostumbran a vivir con ella); y, sobre todo,
fortalecida por el desconocimiento de su presencia

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