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Ante la corrupción que anegó América Latina en la última década uno se pregunta: ¿dónde
están quienes dijeron no a la corrupción? Cada uno podrá buscar a este imprescindible
individuo en su propio país, pero en el Perú resulta difícil distinguirlo. Lava Jato y Odebrecht
han dejado la diáfana impresión de que nuestros líderes fueron incapaces de negarse al
dinero fácil.
Y se podía esperar que lo rechazaran. Si no por convicción, al menos por miedo. Durante
los noventa, el país padeció uno de los gobiernos más corruptos de su historia. Doscientos
funcionarios cercanos a la gestión Fujimori fueron sentenciados por algún delito de
corrupción.
Es decir, sorprendentemente, a la sempiterna corrupción siguió la rara sanción.Esto
debería haber constituido un disuasivo a nuevas trapacerías durante la recuperada
democracia de los 2000. No lo fue. En el año 2004, según investigaciones fiscales y
periodísticas, el expresidente Alejandro Toledo negoció un soborno de 30 millones de
dólares con Odebrecht a cambio de otorgarle la construcción de la carretera interoceánica
que conectaría Perú y Brasil. Finalmente, solo habría recibido veinte millones, ya que
Odebrecht no consiguió el tercer tramo de la vía. Toledo vive en Estados Unidos, prófugo
de la justicia.
Entre 2006 y 2011 Odebrecht vivió su lustro dorado. Alan García era presidente y miles de
millones fueron otorgados a proyectos realizados por esta empresa. Seis funcionarios de
dicho gobierno, incluyendo un viceministro, han sido encarcelados por coimas de más de
8 millones de dólares. García tiene una investigación abierta por tráfico de influencias. Más
allá de lo que establezcan los tribunales, los limeños ven a diario la prueba última de la
estrecha relación entre
García y Odebrecht, pues la
bahía de Lima es dominada
por un Cristo enorme que la
empresa ofrendó al
expresidente. Si el de Río de
Janeiro es el Cristo del
Corcovado, los limeños
bautizaron al suyo como el
Cristo de lo Robado.