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“DESIGUALDAD, INCLUSIÓN Y EQUIDAD EN LA

EDUCACIÓN SUPERIOR EN AMÉRICA LATINA Y EL


CARIBE”
Eduardo Aponte Hernández

JUAN GUILLERMO MESA VALLEJO


GRUPO D
C. C. N° 71´659.794

DOCENTE:
Dr. CANDELARIO FERNÁNDEZ AGRAZ

COLOMBIA – MEDELLÍN
DICIEMBRE 17 DE 2018
INTRODUCCIÓN
El propósito del presente trabajo es describir y analizar la forma como las políticas
gubernamentales abordan el desafío de la equidad en la Educación Superior y las
direcciones que caracterizan contemporáneamente su evolución, especialmente en
el ámbito de los esquemas de apoyo estudiantil.

Tal como establece la UNESCO (2005), la opción de cada persona a tener acceso
a la educación terciaria en las sociedades democráticas se basa en el
reconocimiento de la diversidad en los derechos humanos. En esa perspectiva, la
Educación Superior ha de ser concebida como un bien público social, un derecho
humano y universal y un deber del Estado (UNESCO/IESALC, 2008). Todavía más,
tanto en la declaración de la Conferencia Regional de la Educación Superior en
América Latina y el Caribe (UNESCO/IESALC, 2008) como en la Conferencia
Mundial (UNESCO, 2009) se establecen, en términos prospectivos, los retos y las
oportunidades que se plantean en la Educación Superior de la región, a la luz de la
integración regional y de los cambios en el contexto global. El objetivo es configurar
un escenario que permita articular, en forma creativa y sustentable, políticas que
refuercen el compromiso social de la Educación Superior, su calidad y pertinencia,
y la autonomía de las instituciones. Esas políticas deben apuntar al horizonte de
una Educación Superior para todos y todas, teniendo como meta el logro de una
mayor cobertura social con calidad, equidad y compromiso con nuestros pueblos.

Por su parte, la OCDE (2007) ha definido que el concepto de equidad implica


garantizar iguales oportunidades de participación para las y los jóvenes, con
independencia de su género, etnia y estatus socioeconómico. En este marco,
plantea que la educación, en general, juega un rol preponderante en la movilidad
intergeneracional y que las políticas de educación terciaria necesitan garantizar que
los sistemas de enseñanza superior no inhiban dicha movilidad, sino la favorezcan
(D’Addio, 2007).
DESARROLLO TEMÁTICO
América Latina pese a su desarrollo económico acontecido en las últimas décadas
es en una de las regiones más desiguales del mundo, lo cual tiende a asociarse con
menores tasas de democracia y equidad (Adelantado Scherer, 2008; Maravall,
2009). Aunado a lo anterior para Blanco (2006, p. 1) nuestra región se "caracteriza
por tener sociedades muy desintegradas y fragmentadas debido a la persistencia
de la pobreza y a la gran desigualdad en la distribución de los ingresos, lo cual
genera altos índices de exclusión".

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2016) la


desigualdad en nuestra región no solo se expresa a través de las brechas de
ingresos y los bienes económicos, sino también en el desarrollo de capacidades
(derivadas del acceso a servicios de educación, salud y nutrición, tecnologías de la
información y a bienes duraderos), por diferencias relacionadas con el género, la
discapacidad e incluso por el estatus migratorio. Además en América Latina, la
desigualdad social está condicionada por su dinámica productiva altamente
heterogénea, por lo que la clase social se configura como el primer eslabón de
aquella. La conjunción de diferentes factores asociados con la desigualdad,
configuran lo que la CEPAL (2016) ha denominado ejes estructurales de la matriz
de la desigualdad social, mismos que al entrecruzarse generan pobreza,
vulnerabilidad y exclusión social.

Para Cortés (2011) la desigualdad frena el desarrollo económico porque los actores
carentes de conocimiento y capacidad de inversión toman decisiones equivocadas
que solo rinden beneficios parciales. Sin embargo, el desarrollo económico no
puede centrarse en buscar ganancias monetarias porque la economía es solo un
instrumento para el desarrollo humano. El propósito de una política regional y
nacional equitativa e inclusiva, debe crear la posibilidad de que la gente tenga una
vida plena, desarrollando su potencial y dignidad, para que pueda tomar decisiones
y construir su futuro (Nussbaum, 2011).

Para reducir la desigualdad es necesario incrementar el poder económico de un


país y que este pueda realizar inversiones en acceso a la educación; en este
sentido, es “claro que la igualdad de acceso no es suficiente para garantizar la
equidad educativa si no se proporcionan programas de similar calidad a todas las
personas, apoyándoles para lograr aprendizajes semejantes, sea cual fuere su
condición social, cultural e individual” (Solís & Moncada, 2016, pág. 137).

En la actualidad se conoce que los “estudiantes con las peores condiciones


socioeconómicas tienen menos oportunidades y acceso a la educación que les
provea las técnicas y los conocimientos para encontrar empleo remunerado y
participar plenamente en los beneficios que la sociedad en la que viven genera”
(Rodríguez-Montano, 2013, pág. 161). En los últimos años, “la cobertura de acceso
a la educación superior en América Latina y el Caribe presenta una tendencia
positiva, sin embargo dista de alcanzar los estándares internacionales establecidos
para dejar de ser una oportunidad de minorías” (Duriez, López, & Moncada, 2016,
pág. 15).

Según Solís (2016) “la igualdad de oportunidades en educación implica no sólo


igualdad en el acceso, sino y sobretodo, igualdad en la calidad de la educación que
se brinda y en los logros de aprendizaje que alcanzan los alumnos” (pág. 137). En
la región de “América latina, la desigualdad de oportunidades educativas, en función
del nivel socioeconómico de los estudiantes, es una de las más agudas a nivel
mundial, de lo que se deduce que la educación no está siendo capaz de romper el
círculo vicioso de la pobreza y la desigualdad social” (Solís & Godoy, 2016, pág.
139).

Se ha demostrado mediante estudios comparativos entre diferentes países que la


desigualdad social y económica se asocia con la calidad de vida de las personas,
así a mayor desigualdad existen menores niveles de confianza, esperanza de vida,
desempeño educativo, respeto hacia la mujer, movilidad social, involucramiento con
la preservación del medio ambiente y peores desempeños en el índice de paz
global. Además, a mayor desigualdad mayores índices de enfermedad mental y
adicciones, obesidad, embarazos en adolescentes, homicidios y tasa de personas
en prisión. Por lo que la desigualdad nos lesiona a todos y a múltiples ámbitos del
desarrollo social e individual (Wilkinson & Pickett, 2010), reproduciendo ciclos de
marginación, exclusión y pobreza. Se ha podido observar que las desigualdades se
heredan y se transfieren de una generación a otra, pues no solo se heredan los
recursos económicos sino también se transfieren conocimientos y bienes culturales.
Así aquellos que gozan de mayores recursos económicos y culturales, utilizan mejor
los servicios sociales y educativos.

La desigualdad social nos refiere a la distribución asimétrica tanto de recursos


materiales y simbólicos, como de posiciones entre individuos y grupos, en un
contexto determinado. Se puede partir del supuesto que la educación superior sigue
siendo a la vez como un campo que propicia la movilidad social y que se erige en
barrera social, pues al mismo tiempo que justifica las diferencias y legitima la
discriminación, produce un discurso que promueve la creencia en un futuro mejor.

A pesar de la gran expansión de la matrícula de educación superior en la región


latinoamericana, sigue habiendo asimetrías en el ingreso, la permanencia y el
egreso de los jóvenes en este nivel educativo, así como una tendencia que
segmenta a las instituciones por su prestigio y calidad y por el tipo de estudiantes
que alberga. Algunos informes recientes editados por organismos de la UNESCO
en América Latina, dan cuenta de los avances y las insuficiencias que la enseñanza
superior ha tenido desde la década de los 90 hasta el primer decenio de este siglo.
En ellos se describe el panorama educativo regional, subrayando que la expansión
ha sido muy significativa, pero que no ha podido dejar atrás la inequidad que
caracteriza a las sociedades de esta región.

La expansión de la educación superior a partir de los años noventa se ha


caracterizado por estar segmentada por el estrato social, es decir, por impulsar una
inserción diferenciada de los jóvenes a distintos tipos de instituciones de este nivel
educativo, dependiendo de la posición socioeconómica de su familia. Esta división
tiene como uno de sus principales resultados, que no todos los estudiantes tienen
acceso a los mismos conocimientos ni redes sociales, lo que es susceptible de
convertirse en ventajas y/o desventajas dependiendo del grupo social al que se
pertenezca, y con lo cual la desigualdad se naturaliza.

La expansión de la educación superior en América Latina ha continuado de manera


notable en la última década y media, a pesar de las críticas de diversos sectores
sociales en torno a los conocimientos y habilidades de los egresados, los altos
niveles de deserción en algunas instituciones y carreras profesionales, la desigual
distribución de las oportunidades de obtener una formación de calidad (la cual se
concentra en unas cuantas instituciones, situadas casi siempre en las grandes
ciudades), los altos niveles de desempleo de los egresados, el alto grado de
preferencia en las opciones profesionales tradicionales, y la falta de acceso de los
grupos sociales más desfavorecidos, entre otras. Por otro lado, el que la matrícula
de lo que se ha llamado también educación terciaria siga una ruta ascendente,
significa también que aún permanece muy fuerte entre los jóvenes (y los no tan
jóvenes) y sus familias, la idea que con este nivel de escolaridad mejorará su nivel
de vida o cuando menos eventualmente estarán preparados para ingresar al
mercado laboral en condiciones más ventajosas en comparación con quienes no
pudieron llegar hasta ese escalón en su trayecto escolar.

Para ilustrar lo anterior, el informe elaborado por Poggi 1 ofrece datos que señalan
avances muy evidentes en las tasas de escolarización del grupo de 15 a 17 años
entre 2000 y 2010 en la mayor parte de los países latinoamericanos; primero en
Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y México, y en años más recientes, en Bolivia,
Ecuador, Perú y Venezuela. Además, las cifras también muestran un aumento de
cinco puntos porcentuales en los jóvenes entre 18 y 24 años que asisten a la

1
Margarita Poggi, directora del Instituto Internacional de Planeación de la Educación (IIPE-UNESCO), ofrece
un panorama de las tendencias generales de la educación a nivel regional, en: “La educación en América
Latina: logros y desafíos pendientes”, publicación que permite contar con un marco comparativo de los
sistemas educativos de la región.
educación superior. En esta situación se destacan Costa Rica, Chile, Ecuador,
Paraguay, Perú y Venezuela, en los que se observan aumentos de 10 puntos o más
en este nivel durante el período antes mencionado. La diferencia entre este grupo
de países es notable, ya que en el 2010 algunos de ellos presentaban niveles de
asistencia mayores al 30% como en Argentina, Bolivia, Costa Rica, Chile, Ecuador
y Perú, en tanto que otros registraban tasas menores al 20% como en el caso de
Brasil, el Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. México, por su parte alcanzó
el 30% en el 2012.

Ante este contexto, las preguntas que es necesario responder son, entonces: ¿si la
ampliación de la oferta educativa y del presupuesto correspondiente está
beneficiando con igualdad a los distintos grupos sociales? ¿Cuáles son los factores
que impactan la distribución de los recursos educativos, principalmente en el nivel
superior? ¿En qué medida dichas diferencias en la distribución de los recursos
educativos se relacionan con las asimetrías entre las posiciones de los individuos o
grupos en el contexto de los países de América Latina?

Mientras el nivel de bienestar de los hijos siga dependiendo del origen


socioeconómico de la familia, se reforzará la exclusión, o la inclusión desigual para
los individuos con orígenes de pobreza. Es decir, las libertades efectivas en la
sociedad en su conjunto se reducirán, y con ella, aumentaran las dificultades para
que los jóvenes que provienen de hogares desfavorecidos logren estudiar la
educación superior en instituciones con calidad y prestigio. Aun cuando el medio
social y de origen no debiera jugar un papel significativo en los resultados escolares,
éste ha sido, sin embargo, una característica de la región latinoamericana.

Pero este criterio no puede considerarse como el único para determinar sí los
sistemas educativos se están democratizando. Hay otra serie de indicadores que
permiten, por un lado, analizar los avances y los logros de la situación educativa de
la región y señalar el camino sobre el cual las políticas educativas deben transitar
con mayor intensidad; por otro, hacer una evaluación de la justicia de un sistema
educativo, es decir, un análisis de las desigualdades y brechas en las tasas de
acceso de los estudiantes según factores como como el nivel socio-económico de
las familias de las que provienen los alumnos, el área de residencia (urbano o rural),
el género, o la pertenencia a pueblos originarios o afrodescendientes.
CONCLUSIONES
Para reducir la desigualdad educativa se deben contrarrestar los procesos de
exclusión, discriminación y desigualdad que se producen no sólo en la región
latinoamericana, sino también dentro del sistema educativo colombiano. Aumentar
la cobertura sobre todo en las zonas rurales y departamentos más aislados, mejorar
la calidad de la educación a través de la capacitación constante a los docentes,
mejorar la focalización de los programas educativos para que estos alcancen a los
más pobres y en especial que exista una eficiente planificación, seguimiento y
evaluación de los planes y programas de los diferentes sistemas educativos, siendo
parte de los aspectos a tomar en cuenta para reducir la desigualdad educativa en
AL-C.

Se deben maximizar los esfuerzos para que todos los grupos y estratos sociales
tengan igualdad de oportunidades educativas que permitan, o al menos propicien,
la reducción de las brechas sociales y que actualmente se acentúan más en los
países más pobres de la región.

En síntesis, en una sociedad segmentada como la latinoamericana, las diferencias


de clase, género, lugar de residencia y raza impactan de manera directa la inserción
de estudiantes a la universidad, lo que tendrá como consecuencia la exclusión o
una inclusión desigual. Pero además, la combinación de interdependencia de estos
factores, profundiza potencialmente las ventajas y/o las desventajas individuales.
BIBLIOGRAFÍA
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