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La insoportable inevitabilidad del devenir

Mtro. José Gustavo Sámano Dávila

Universidad de Guanajuato/CEFTA

El filósofo griego Heráclito fue responsable de una de las frases más célebres en la
historia de la filosofía: panta rei, que en español puede ser traducida por un menos
espectacular “todo fluye”. En pocas palabras, lo que Heráclito pretendía era convencer a
sus contemporáneos griegos de que en la naturaleza no hay nada fijo, todo está en constante
cambio, incluso lo que a simple vista no lo pudiera parecer. Su ejemplo del río es muy
claro: si usted, querido lector, acostumbra bañarse en un río (en el mismo río), resulta que,
en realidad, jamás se ha bañado en él más de dos veces. Antes de que se atreva a juzgarme
de loco, o a Heráclito, tome en cuenta que el agua del río jamás es la misma, fluye
constantemente, cambia todo el tiempo, en todos los instantes.

Dejemos en paz el río y piense usted en grande. Digamos que usted ha vivido en la
misma casa durante toda su vida, ¿ha cambiado? Seguramente usted ha comprado muchos
muebles que se han roto, o ensuciado, o enmohecido; también es probable que haya pintado
más de una vez; incluso puede que haya tumbado algunas paredes, cambiado la instalación
eléctrica, agregado un montón de protecciones (porque, sin duda, usted sabe que la
inseguridad ha aumentado), etcétera: así pues, le pregunto: ¿es la misma casa de hace 10,
15 o 20 años? “Claro que sí”, replicará usted, enfadado, “porque sigue siendo la misma
estructura”. No se preocupe, querido lector, le dejaré de molestar, le concedo que es su
misma casa. Pero en 100 años…es probable que esa estructura ya no esté ahí. En 200 años,
es casi seguro. En 1000 años…ni siquiera sabemos si estará algún ser humano cerca.

Ahora tomemos un ejemplo más grande. Nuestro bonito y colorido país, México,
lleva existiendo como nación desde 1821, cuando nació como el orgulloso Imperio
Mexicano. Antes de eso, claro, era una colonia conocida como Nueva España. Antes de
eso, en el mismo territorio, habitaron diferentes culturas, durante cientos de años, y fueron
creciendo, desapareciendo y cambiando constantemente. Los detalles los apreciará usted en
un libro de historia. Pero, a partir de 1821, un montón de cosas han cambiado: el Imperio
Mexicano dejó de existir y se crearon los Estados Unidos Mexicanos, hubo constantes
guerras y traiciones políticas que cambiaron constantemente la geografía de nuestro amado
país. Grandes personajes, y no tan grandes, vivieron y murieron tratando de crear, o de
arruinar, una nación. Pasemos a un periodo de tiempo más familiar para el lector: ¿su calle,
su colonia, su ciudad o su país lucen iguales que hace 20 años? Claro que no, es fácil ver el
cambio después de 20 años, claro. Pero también le puedo asegurar que los cambios se
producen todo el tiempo: cada segundo, existen cambios casi imperceptibles, que poco a
poco se van sumando hasta que un día todo es completamente distinto de como lo
recordábamos.

El 31 de Agosto de 1939 Europa estaba en paz y al día siguiente Hitler ocupaba


Polonia y comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Una noche de 1572, Tycho Brahem veía
el mismo cielo que se había mantenido relativamente igual durante miles de años, y a la
noche siguiente miró una estrella que nunca había estado ahí, la llamó estella nova,
“estrella nueva”. Un día, usted conversó con un querido familiar y al día siguiente ya no
estaba en este mundo. Todo está cambiando, constantemente. Aún a niveles que no
podemos observar, ya sea porque los cambios son muy pequeños, o muy grandes, o muy
lentos, o demasiado rápidos; pero le aseguro que Heráclito tenía razón: todo fluye.

Lamentablemente, todos nuestros esfuerzos por evitar este cambio están condenados
a ser inútiles. Lo máximo que podemos hacer es relentizar el inexorable cambio, el horrible
e inhumano devenir. Porque la gran tragedia humana reside en el hecho de que nos gusta
que las cosas se queden tal y como están. Quisiéramos que nuestros hijos no crecieran, que
nuestros padres no murieran, que las leyes no cambiaran (a menos que sea para imponer las
que nos gusten más), que las películas fueran como las de antes (porque por supuesto que
las películas de antes siempre son mejores, ¿o no?); a veces quisiéramos no haber
engordado, o haber adelgazado, o haber envejecido, o no haber sufrido esa horrible
enfermedad que nos arrastra a una muerte que nos aterra. El cambio, el devenir, es
absolutamente inclemente e imparable: es la mayor fuerza de la naturaleza.

El cambio, que nos lleva, poco a poco, a una muerte tan inevitable, no tiene, sin
embargo, nada contra usted…y espero que tampoco contra mí. Nuestro adorado país
también está condenado a desaparecer algún día. La grandiosa civilización de Egipto
desapareció, lo que hay ahora es sólo un país con el mismo nombre. Europa no ha parado
de cambiar durante milenios, y no parece haber razón para que lo deje de hacer ahora:
seguramente usted recuerda cuando la URSS desapareció del mapa y aparecieron un
montón de países nuevos que memorizar. Algún día, tal vez no tan lejano, incluso E.U.A
desaparecerá, aunque a los gringos les moleste pensar en ello. Dentro de algunos cientos de
años, alguna persona leerá sobre nosotros en sus libros de historia y pensará en un idioma
desconocido “¡vaya, sí que todo era distinto entonces!” y, con algo de suerte, logrará darse
cuenta de que incluso él estará sujeto al mismo destino.

Pregúntese, entonces, querido lector, ¿qué cambió mientras estuvo dormido el día
de hoy? ¿Qué cambió mientras leía éste interesante artículo? ¿Qué cambiará mañana, y en
un año, y en 10 y en 100…? Cuando se haga estas preguntas, y otras que le prometo que no
podrá dejar de hacerse, usted estará haciendo filosofía.
Usted puede tatuarse, ahora que está de moda, la frase de Heráclito. Se le verá muy
bonita y ahora ya sabe lo que significa. Pero tome en cuenta que algún día, tal vez dentro de
miles de años, aunque sea momificado, inevitablemente ese tatuaje desaparecerá.

Panta Rei.

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