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II.

DE LOS EVANGELIOS Y EL EVANGELIO DE JUAN

La mirada evangélica más penetrante


Apocalipsis 4:7 refiere a cuatro seres vivientes semejantes, respectivamente, a un león, a un
becerro, a un humano y a un águila. Esta visión ha inspirado vitrales que se exhiben en varios
templos del mundo. Hay quienes han relacionado simbólicamente cada ser viviente con cada uno
de los evangelistas que la tradición ha asumido como autores de los cuatro evangelios:
… Lo más corriente es asignar el hombre a Marcos, porque es el más sencillo y natural y humano
de los evangelios; el león representa a Mateo, porque es el que vio a Jesús específicamente como
el Mesías y el León de la tribu de Judá; el becerro corresponde a Lucas, porque es el animal del
servicio y del sacrificio, y Lucas vio a Jesús como el gran Siervo de los hombres y el Sacrificio
universal por toda la humanidad, y el águila representa a Juan, porque es el único animal que
puede mirar directamente al Sol sin deslumbrarse, y Juan tiene la mirada más penetrante de todos
los autores del Nuevo Testamento para escrutar las verdades y los misterios eternos y la misma
naturaleza de Dios 1.

Como comenta Barclay, basta una lectura de Juan para notar su distinción con relación a
los otros evangelios:
… No nos relata el nacimiento de Jesús, ni el bautismo, ni las tentaciones; no hace referencia a la
Última Cena, ni a Getsemaní, ni a la Ascensión. No nos dice ni una palabra de la curación de
personas que estuvieran poseídas por demonios o espíritus malos. Y, probablemente lo más
sorprendente: no contiene ninguna de las parábolas que contó Jesús y que son una parte tan
preciosa de los otros tres evangelios2.

Relaciones y distinciones
Juan difiere de los sinópticos en el inicio y desarrollo incipiente del ministerio de Jesús. Los
otros evangelios dicen que comenzó después de la encarcelación de Juan el Bautista. En Juan,
hay un tiempo considerable de coincidencia en la actividad ministerial de ambos. En los otros
evangelios Jesús inicia su actividad ministerial en Galilea de los gentiles y no llega a Jerusalén,
sino hasta su última semana de vida. En Juan, comienza en Caná de Galilea y Jesús visita a
Jerusalén al menos tres veces. Los otros evangelios parecen sugerir, por tanto, que el ministerio
de Jesús duró un año, Juan indica que entre dos y tres años (en correspondencia a las visitas a la
ciudad santa). En Juan la purificación del templo aparece al comienzo, en los otros evangelios al
final. En Juan, la crucifixión ocurre días antes de la Pascua, en los otros evangelios el mismo
día3.

Pero, como sugiere Barclay, si Juan omite datos no es por falta de conocimiento o
carencia de recursos literarios y espirituales para acometer su composición. De hecho, hay
información sustancial que es exclusiva de Juan. Por ejemplo, solo él refiere a las bodas de Caná
de Galilea (2:1-11); la conversación de Jesús con Nicodemo (3:1-15); la conversación con la
samaritana (4); la resurrección de Lázaro (11); el lavamiento de los pies a los discípulos (13:1-
17); y la enseñanza del Espíritu Santo (14-17). Solo en Juan se dan detalles del carácter de
Tomás, Andrés, Felipe y Judas. Juan, al mencionar datos relativos a ingredientes, distancias,
horas, utensilios, entre otros, hace gala no solo de una memoria privilegiada, sino de la
1 William Barclay, Evangelio según San Juan, Comentario al Nuevo Testamento, tomo 5 (Barcelona: CLIE), p. 9.
2 Ibíd., p. 10.
3 Ibíd., pp. 11-13.
observación acuciosa de un testigo ocular. Juan, además, evidencia un conocimiento profundo de
la geografía de Palestina y Jerusalén, del templo, de las pugnas entre judíos y samaritanos, entre
otros asuntos culturales y religiosos4.

Se aprecia también que los sinópticos escriben para oyentes o lectores de determinados
contextos y requerimientos, pero Juan se presenta como un “evangelio universal”. Los sinópticos
se centran en los dichos y hechos de Jesús, pero sin “hacer teología”, cosa que sí hace Juan. Los
sinópticos reflejan el fluir de los hechos y dichos de Jesús en la tierra, mientras que Juan recurre
a señales que usa como rendijas para mostrar realidades o verdades trascendentes que los
sinópticos no atisban, no al menos con su enfoque.

También se observa que Juan habla en categorías más abarcadoras: luz versus oscuridad,
vida versus muerte, verdad versus mentira, amor versus odio y similares5. Tales argumentos son,
a primera vista llamativos, pero tienden a debilitarse cuando se mira a cada evangelio, incluido el
de Juan, desde sus particularidades de autoría, destinatarios y propósitos. Así, por un lado, uno
tiene que admitir que los dichos y hechos de Jesús en los sinópticos son más que solo sucesos y
datos, son narrativas teológicas, y, por el otro lado, que Juan, aunque ciertamente es más
teológico, no es un evangelio mitológico, de invención humana o desconectado de realidades
históricas y contextuales.

Cuatro testimonios6
Los evangelios son testimonios de fe que demandan una respuesta de fe. Todos se centran en
Jesús (vida, enseñanzas y obras) con distintos e intencionados énfasis. Son testimonios
complementarios y, en concierto de la revelación como un todo, interdependientes. Dar un
vistazo a cada testimonio nos permitirá apreciar sus relaciones y distinciones, especialmente nos
ayudará a asomar las cualidades particulares del cuarto evangelio.

La clave interpretativa de Marcos recae en las buenas nuevas del Hijo de Dios. Presenta a
Jesús como el “Hijo de Dios” y verdadero sóter (Salvador). Con ese reconocimiento, inicia
Marcos, lo que significaba una interpelación directa al culto al emperador. Los títulos que
destacan en Marcos son “Hijo de Dios” e “Hijo de Hombre”, ambos para resaltar tanto su
humanidad como su deidad. Particularmente el título “Hijo de hombre” proviene de Daniel 7:13-
14 para designar a alguien que proviene del cielo y a quien se le ha otorgado el reino. “Hijo de
hombre” fue el título más usado por Jesús para referirse a sí mismo: para indicar su humanidad
(8:31; 9:31; 10:32) y otras veces para interpretar la figura apocalíptica hebrea, aquel que poseía
todo el poder y vendría al final de los tiempos (2:28; 8:38; 9:1; 13:30; 16:42); el título también
sirve también para mostrar el sufrimiento y la pasión del Hijo del hombre. Este uso es común a
todos los evangelios.

En Marcos, la identidad de Jesús se revela en su bautismo (1:11). Ésta tendía a


mantenerse en discreción, no fue clara de descifrar por parte de familiares y amigos. Para
Marcos, el Hijo de Dios vino a dar su vida en rescate por muchos (10:45). Ante la inminencia de
su venida, los discípulos deben vivir con expectación, en obediencia y proclamación. Hay dos
4 Ibíd., pp. 13-15.
5 Lawrence O. Richards, Nuevo Testamento: La vida y la época (Weston: Patmos, 2010), p. 196.
6 Winedt, “Los cuatro evangelios”, pp. 336-351.
reconocimientos curiosos de la identidad de Jesús: por parte de los demonios (5:7) y por parte de
un soldado romano (15:39).

En Mateo, la clave interpretativa parece estar en la garantía de Jesús para cumplir la ley.
Así, Jesús es el Mesías de Dios que vino al mundo para dar cumplimiento a todo lo prometido en
el Antiguo Testamento. De ahí la importancia de notar que Jesús nació de María conforme la
profecía (1:23), en Belén (2:6); refiere al hecho de que su familia tendría que huir a Egipto
(2:14), a la matanza de los niños (2:18) y a la decisión de la familia de establecerse en Nazaret
(2:23). La idea es demostrar que el evangelio es historia en divino cumplimento. Con el mismo
interés, Mateo incluye la genealogía de Jesús. Para establecer vínculo directo con el Antiguo
testamento, Mateo presenta a Jesús como sucesor de Moisés; a Jesús Dios usó como liberador y
entregó la ley de la nueva alianza (el llamado Sermón de la montaña es clave para entender el
paralelismo entre Jesús y Moisés).

En Lucas, el evangelio es buenas nuevas para todos, judíos o gentiles, y en especial para
los débiles y marginados de la tierra. Este evangelio coloca su acento en la preocupación de Dios
por los excluidos de la sociedad. Es distintivo en Lucas la alusión a la infancia de Jesús, la
inclusión de las mujeres (8:31; 10:38.42), la defensa de los pobres (6:20) y la denuncia de
ensoberbecidos por el poder y las riquezas (6:24-25). Lucas enfatiza la universalidad del Mesías
y su obra redentora. En Lucas, más que judío (sin desconocer el valor de este pueblo), Jesús es el
“ser humano” nuevo, modelo de humanidad, sin dejar de ser “Hijo de Dios”. Para Lucas, el
evangelio es en especial el anuncio del año del jubileo en favor especialmente de los frágiles
(4:16-30; Cfr. Isa. 58:6; 61:1-2).

Hay que recordar que este evangelio es la primera parte de una obra en dos tomos, Lucas-
Hechos. Es notable que este evangelio llegó al corazón del imperio, Roma, de acuerdo con la
segunda parte de esta obra (Hechos). En ambos tomos, la obra del Espíritu es transversal. Para
Lucas, la identidad de Jesús está marcada por su función profética (nace, vive y muere como tal)
y por su relación especial con la Ciudad Santa, donde está el templo, centro de la vida judía: al
principio, ahí vemos a Zacarías ministrando; ahí llevaron los padres a Jesús; de niños, en el
templo dialogó con los maestros de la ley y demostró interés por la casa de Dios; desde el
pináculo del templo Jesús fue tentado por el diablo; lo que es más importante, la vida y el
ministerio de Jesús se presenta como un viaje a Jerusalén (9:51; 13:22; 17:11; 18:31-33; 19:28,
41). El evangelio termina diciendo que los discípulos regresaron contentos a Jerusalén; estaban
siempre en el templo alabando a Dios.

Por su parte, en el evangelio de Juan la cuestión cristológica es sustancial, se trata desde


diversos ángulos y con decidido acento teológico. Varios títulos vinculan a Jesús con las
promesas del Antiguo Testamento y la expectativa de un enviado de Dios. Él es el “Cordero de
Dios” que quita el pecado del mundo (1:29). En varios diálogos, se le reconoce como Maestro.
Al menos en 23 ocasiones, se emplea la palabra Cristo, la traducción griega del hebrero mesías.
En Juan, Jesús es el Cristo o Mesías (ungido y enviado) de Dios (1:17, 41, 45; 4:24-26, 29; 9:22;
17:3) anunciando por Moisés y los profetas y reconocido por los discípulos.
Otro rasgo en Juan tiene que ver con la relación singular entre Jesús y el Padre: fue
enviado por él, compartía su gloria, el único capaz de verlo y vivir en su seno. Jesús vino del
Padre, hizo todo en su nombre y conforme lo vio del Padre, y al Padre retornó.

Un tercer rasgo en el evangelio de Juan relaciona a Jesucristo con la Palabra de Dios. En


el prólogo, la categoría lógos se le vincula a modo de agente creador. La idea del lógos (palabra,
pensamiento, razón, asunto, idea…) era conocido en el contexto helénico. Juan lo aplica como
título cristológico para Jesús, aunque en este sentido su trasfondo bebe más de las raíces del
Antiguo Testamento (ve la palabra como revelación de Dios mismo y no solo como agente
creador). Siendo que la filosofía griega conocía ya la idea de un lógos, lo nuevo y escandaloso
ahora era que esa palabra se había encarnado en Jesús. Por eso, Juan, aparte del prólogo, usa
Palabra, en lugar de lógos, para referirse a Jesús. La idea no es tanto que lo humano invada lo
divino, sino que Dios se humanó, se hizo carne. Esta Palabra, Dios encarnado, es la palabra
sotereológica, fuente de vida, luz, salvación “gracia y verdad”.

Un cuarto rasgo distintivo en Juan y su cristología presenta a Jesús no solo como alguien
con una relación especial, sino como Dios mismo. Jesús mismo lo evidencia cada vez que dice:
“Yo soy” (6:35, 41, 51; 10:11; 14:6). Jesús es Dios mismo que viene con la verdad que libera
(8:32). Otro rasgo típico en Juan es el dualismo en doble sentido: para presentar la identidad
tanto de Jesús como de sus seguidores: Jesús es la vida que se opone a la muerte, la verdad
opuesta a la mentira, el amor opuesto al odio, la luz en oposición a la oscuridad; los creyentes
(discípulos) verdaderos se distinguen, más que por las creencias, por su compromiso radical con
tales rasgos de Jesús. Juan, en esto y en otros puntos, tiende a ser radical o contundente: se es, o
no se es; a Jesús se le sigue o se le repudia; nadie puede ver el reino si no nace de nuevo.

Algo más que es típico en Juan consiste en enfatizar el cumplimiento de las promesas acá
y ahora. Esto no niega que existan otras dimensiones de la fe (pasadas y futuras). Por ejemplo,
Juan enseña que el que conoce al Hijo “tiene” vida eterna (ya, ahora), el que no cree está
condenado (3:36); María, en pleno duelo de su hermano, refiere a Jesús como un acontecimiento
futuro, pero Jesús trata la resurrección de modo personal y presente: “Yo soy la resurrección y la
vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”; para los creyentes, la vida eterna es una
realidad presente (6:40; 20:31).

Como ya anticipamos, el mensaje de Juan es profundo en su forma y directo en su


intención: quiere mostrar que Jesús es más que rabino y Mesías, al estilo de la tradición judía, o
solo en honor al cumplimiento del Antiguo Testamento. ¡Jesús es la encarnación de Dios mismo!
Juan emplea señales especiales (2:23; 3:2; 6:2; 7:31; cfr. 20:30) para revelar la naturaleza
especial de Jesús, el Cristo de Dios. La función, en principio, es mostrar las credenciales de
Jesús. Curiosamente, la fe superior en Juan es la de quien, sin señales (ver), creen (4:48). La
verdad de lo anterior aplica a los creyentes de ayer y de hoy, “los que han de creer en mí por la
palabra de ellos” (17:20). Paradójicamente, probablemente la confesión más sublime nos llega
del incrédulo Tomás: “Señor mí y Dios mío”. ¡Jesús es Dios mismo que vino a establecer su
tienda entre nosotros! (1:14).

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