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La función mediadora de la educación - Tébar
the adult can take to the learner. Reducing education as instruction is an important lack,
missing any sense, if we believe that education is not filling minds but helping persons
realizing and growing comprehensively. Society needs the mediation of education to advance
to values of meaning and healthy living. Features of this education and development areas
point to the North of this open and inclusive analysis. This requires training mediators
so in their formative function they master contributions that help providing the quality
paradigm that responds to the educational demands of society of the Twenty First Century.
I. Introducción
La educación de los ciudadanos es una exigencia de toda sociedad,
para transmitir su patrimonio cultural y formar los ciudadanos para
construir un mundo mejor. Partimos de la educabilidad del ser
humano, que permite un desarrollo del potencial de cada persona,
contando con la competencia y profesionalidad de los educadores.
La educación se convierte en la mediación insustituible, la estructura
compleja para ayudar a que surja la persona en su plenitud. Realmente
en la educación se encierra un tesoro, que debe aflorar por la acogida,
acompañamiento y formación integral de la persona.
La Pedagogía de la Mediación aporta elementos valiosos en las
diversas formas de transmisión, formación e intervención que
el adulto puede adoptar ante el educando. Reducir la educación
a instrucción es una carencia de enorme trascendencia, carente
de todo sentido, si creemos que educar no es llenar mentes, sino
ayudar a que surja la persona en su plenitud y se forje de forma
integral. La sociedad necesita de la mediación de la educación
para avanzar hacia valores de sentido y de sana convivencia. Los
rasgos de esa educación y los ámbitos de desarrollo marcan el norte
de este análisis abierto y inclusivo. Para ello es imprescindible
la formación de mediadores, para que dominen en su función
formativa las aportaciones que ayudan a disponer del paradigma
que responda con calidad a las demandas educativas de la sociedad
en el siglo XXI.
La educación necesita actualizarse para responder a las demandas y
necesidades de cada época. La experiencia educativa debe ser fundante
y enriquecedora para todo educando. Esta responsabilidad de logro
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profesional que hará que las leyes más fatales se derrumben ante la
fuerza de su adecuada y persistente mediación. Paradójicamente,
el mediador es el primer modificado en su empeño de adaptarse al
ritmo, al estilo y la capacidad del aprendiz, protagonista de cada
proceso de aprendizaje y desarrollo.
Edgar Morin ha estudiado el problema de la complejidad que agrava
la dificultad de conocer nuestro mundo, en general, y el educativo,
en particular, de ahí su posicionamiento: “Este planeta pide un
pensamiento policéntrico, capaz de un universalismo no abstracto,
sino consciente de la unidad-diversidad de la condición humana; un
pensamiento policéntrico, alimentado con las culturas del mundo.
Educar para este pensamiento es la finalidad de la educación del
futuro, que en la era planetaria debe trabajar a favor de la identidad
y la condición terreste” (Morin, 2001, p. 77).
Martín Buber afirma con rotundidad que “la relación es el alma de
la educación”. Pero justifica la necesidad de educación a través de la
convergencia de fuerzas educadoras que el autor caracteriza por su
pureza, por su ternura, por la potencia del amor y por la discreción.
Educar significa “conferir a una selección del mundo, concentrada
y expuesta en la persona del educador, el poder decisivo de influir”
(Buber, p. 22) Es evidente que la fuerza de esta relación mediadora
la ejerce el educador mediante la selección del mundo (cultura) y la
adaptación a la persona del educando por medio de una pedagogía
dialógica.
Si educar es humanizar, debemos entender que tropezamos con
un problema epistemológico al pretender enseñar y comprender la
condición humana, fragmentada, según Morin, ya que lo humano
permanece cruelmente dividido, “fragmentado en pedazos de un
rompecabezas que perdió su figura”. Necesitamos echar mano de
las Ciencias Humanas, para poner solución: “La educación del
futuro debe ser una enseñanza fundamental y universal, centrada
en la condición humana. Estamos en la era planetaria y los seres
humanos, dondequiera que estén, están embarcados en una aventura
común. Es preciso que se reconozcan en su humanidad común y, al
mismo tiempo, reconozcan la diversidad cultural inherente a todo
lo humano” (Morin, E. 2000, p. 57).
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3. Mediar la libertad
Se dice que el miedo es el nombre que damos a nuestras incertidumbres,
a nuestra ignorancia. El miedo es un sentimiento que conocen todas las
criaturas vivas. “El miedo y el mal son gemelos siameses. Es imposible
encontrar el uno sin el otro”, afirma Bauman, 2010, p. 75). Los filósofos
modernos separan los desastres naturales de los males morales. “De
ahí que el terremoto, sumani e incendio que se unieron para destruir
Lisboa en 1755 marcó el principio de la filosofía moderna del mal”
(id. p. 80). El mal es omnipresente, por eso en otro momento afirma:
“El mal no es más que el Demonio que se oculta tras un nombre más
corto, apenas disimulado por esas tres letras” (Id. 91). Frente al miedo,
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6. Mediar la tolerancia
Las aulas convertidas en arcoíris de colores y culturas son el escenario
del aprendizaje de la tolerancia y de la inclusión, que abrirá las mentes
a otras culturas y alejará toda tentación de radicalismos y uniformismos
religiosos, morales, ideológicos. La tolerancia se expresa por el respeto,
la escucha, la aceptación incondicional del otro y la eliminación de todo
adoctrinamiento. Se deben aceptar las personas, no necesariamente sus
ideas y principios. Llegar a alianzas, a un pacto social de convivencia,
exige una formación abierta al mutuo conocimiento y a vivencias
colaborativas: Aprender a conjugar derechos y deberes.
Abbott y Ryan recuerdan el aviso del filósofo checo Nikolaus
Lobkowicz, que observa que las democracias en el siglo 21 se
enfrentan a una paradoja potencialmente peligrosa: cómo equilibrar
la tolerancia sin caer en un mundo donde todos los problemas son
relativos, pues “Vivimos en sociedades con ideas contradictorias
sobre casi todo, desde las verdades más básicas hasta los temas de
conducta moral.” (Abbott y Ryan, 2000, p. 67). Resulta difícil para
una escuela anclada en los problemas del pasado y con una agenda
marcada por la rutina, abrir cauces de tolerancia y de respeto al
pluralismo ideológico. Este tipo de educación está en peligro de
convertirse en análoga a “ordenar las tumbonas en el Titanic, mientras
se hunde en las profundidades heladas”. (id.).
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