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FORO EDUCACIONAL Nº 28, 2017 • ISSN 0718-0772 • pp.

79-98

La función mediadora de la educación


Lorenzo Tébar Belmonte*1

“En el pasado, la educación adquiría muchas formas y demostró ser capaz


de ajustarse a las cambiantes circunstancia, fijándose nuevos objetivos y
diseñando nuevas estrategias.
Pero el cambio actual no es como los cambios del pasado.
En ningún otro punto de inflexión de la historia humana los educadores
debieron afrontar un desafío estrictamente comparable con el que nos
presenta la divisoria de aguas contemporáneas.
Sencillamente, nunca antes estuvimos en una situación semejante.
Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de
información.
Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar
a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo”.
(Bauman, 2007, p. 46)
RESUMEN:
Partimos de la educabilidad del ser humano, que permite un desarrollo del potencial de cada
persona, contando con la competencia y profesionalidad de los educadores. La Pedagogía
de la Mediación aporta elementos valiosos en las diversas formas de transmisión, formación
e intervención, que el adulto puede adoptar ante el educando. Reducir la educación a
instrucción es una carencia de enorme trascendencia, carente de todo sentido, si creemos
que educar no es llenar mentes, sino ayudar a que surja la persona en su plenitud y se forje
de forma integral. La sociedad necesita de la mediación de la educación para avanzar hacia
valores de sentido y de sana convivencia. Los rasgos de esa educación y los ámbitos de
desarrollo marcan el norte de este análisis abierto y inclusivo. Para ello es imprescindible
la formación de mediadores, para que dominen en su función formativa las aportaciones
que ayudan a disponer del paradigma que responda con calidad a las demandas educativas
de la sociedad en el siglo XXI.

Palabras clave: Educación, formación, conocimiento.

The mediating role of education


ABSTRACT:
We begin from the educability of human beings, which allows developing each person’s
potential, with competence and professionalism of educators. Pedagogy of Mediation
provides valuable elements in the various modes of transmission, training and intervention

*1 Doctor en Ciencias de la Educación. Académico Universidad de la Salle Colombia. E-mail:


ltebar@lasalle.es

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the adult can take to the learner. Reducing education as instruction is an important lack,
missing any sense, if we believe that education is not filling minds but helping persons
realizing and growing comprehensively. Society needs the mediation of education to advance
to values ​​of meaning and healthy living. Features of this education and development areas
point to the North of this open and inclusive analysis. This requires training mediators
so in their formative function they master contributions that help providing the quality
paradigm that responds to the educational demands of society of the Twenty First Century.

Keywords: Education, training, knowledge.

I. Introducción
La educación de los ciudadanos es una exigencia de toda sociedad,
para transmitir su patrimonio cultural y formar los ciudadanos para
construir un mundo mejor. Partimos de la educabilidad del ser
humano, que permite un desarrollo del potencial de cada persona,
contando con la competencia y profesionalidad de los educadores.
La educación se convierte en la mediación insustituible, la estructura
compleja para ayudar a que surja la persona en su plenitud. Realmente
en la educación se encierra un tesoro, que debe aflorar por la acogida,
acompañamiento y formación integral de la persona.
La Pedagogía de la Mediación aporta elementos valiosos en las
diversas formas de transmisión, formación e intervención que
el adulto puede adoptar ante el educando. Reducir la educación
a instrucción es una carencia de enorme trascendencia, carente
de todo sentido, si creemos que educar no es llenar mentes, sino
ayudar a que surja la persona en su plenitud y se forje de forma
integral. La sociedad necesita de la mediación de la educación
para avanzar hacia valores de sentido y de sana convivencia. Los
rasgos de esa educación y los ámbitos de desarrollo marcan el norte
de este análisis abierto y inclusivo. Para ello es imprescindible
la formación de mediadores, para que dominen en su función
formativa las aportaciones que ayudan a disponer del paradigma
que responda con calidad a las demandas educativas de la sociedad
en el siglo XXI.
La educación necesita actualizarse para responder a las demandas y
necesidades de cada época. La experiencia educativa debe ser fundante
y enriquecedora para todo educando. Esta responsabilidad de logro

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y eficacia en el éxito formativo incumbe a toda la sociedad, pero de


modo especial a los padres, primeros educadores, a los docentes, a
los centros educativos y, por extensión, a toda la sociedad. Tomar
conciencia de la trascendencia que para toda la vida tiene el tiempo
de formación, descubrir el talismán que se oculta en cada persona,
debiera ser el empeño de los profesionales de la educación.
Asistimos a la competitividad social, a los retos que presenta
la cultura liberal y la sociedad consumista y pragmática. La
escuela, los educadores, navegan contracorriente en un mundo
de incertidumbres, relativismos y claudicaciones. El abandono de
los docentes es una lacra moral para toda la sociedad. Velar por
la formación de los docentes, evitando la desprofesionalización y
abandono, es una medida urgente de todas las administraciones
educativas, responsables de gestionar los recursos para la mejor
causa de la educación.
La aportación e inversión que cada sociedad haga al individuo a
través de la educación va a determinar las diferencias y brechas que
se siguen abriendo, cada vez más profundas, entre países pobres y
ricos. Tanto más provechosa será la educación cuanto más formados
estén los protagonistas de esta misión imprescindible para conseguir
una educación humanizante y cargada de competencias y valores que
den sentido a cada persona. Que la educación llegue a los millones de
ciudadanos que están privados de ella, es el primer deber de nuestra
sociedad. Sin esta mediación no podrán desparecer los prejuicios,
los odios, la marginación y la violencia en el mundo. Este es el reto
supremo de la modernidad y del futuro incierto que nos espera.
Aprender es vivir, pero no basta almacenar conocimientos, es necesario
ayudar a que cada ser humano se construya desde dentro para llegar
a ser libres, autónomos y vivir plenamente nuestra existencia. La
mediación educativa es nuestra suprema responsabilidad, si queremos
construir vidas en plenitud.
Hacer de la formación permanente una cultura en la que toda la
comunidad aprende, en la que se crean lazos y se consensúan las metas
educativas, debe ser una constante prioritaria en los establecimientos
escolares. Los cambios vertiginosos y los medios que nos aportan
las nuevas tecnologías obligan a los docentes a ponerse al día sin

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cesar. Este es el camino para que la profesionalidad, dedicación y


autoestima de los educadores crezcan. Un reto que nos interpela a
todos los que sentimos la llamada de los niños y jóvenes de hoy, con
los que preparamos la sociedad del mañana.

II. ¿Quién educa en la sociedad actual?


Ya adentrados en el siglo XXI, los educadores, testigos y actores
de este momento de la historia de la humanidad nos preguntamos
cuál es el rol, la necesidad y el sentido de la educación para la
sociedad que queremos construir. La complejidad de este momento,
con sus retos y desafíos cada vez más difíciles, necesita un análisis
profundo y desapasionado. La sociedad sufre la turbulencia de un
“vacío moral” y de una falta de rumbo, necesita expertos analistas
que diagnostiquen la etiología de los problemas que nos aquejan
y, además, eficaces mediadores que sean capaces de transmitir la
cultura, la identidad propia y los valores que constituyen su acervo.
Si educar es la esencia, la mediación es el modo, el estilo como
se desempeña esa misión educativa. La educación seguirá siendo
el motor del cambio, pero es preciso que ese motor sea activado
por profesionales hacia unas metas marcadas. Todos educamos o
maleducamos.
En el gran universo, la escuela se convierte en crisol de culturas con
la misión de dar el nuevo sabor del mestizaje y de la diversidad. La
escuela debe ser el alma de ese cuerpo desbordante de vida y forja de
ciudadanos, desplegando sus talentos con pasión y esperanza. Para
que la escuela sea escenario de vivencias fundantes debe disfrutar de
maestros bien formados. Ser educador-mediador no es ni título ni
cargo especial, es una forma de entender y de expresar la relación
educativa, basada en un sistema de creencias, en el que la educabilidad
de la persona es su principio más genérico, su motivación más
elemental. El mediador es un educador optimista, pues cree en su
función modificadora y potenciadora del ser humano, cualquiera que
sea su problema, porque no acepta los determinismos en educación:
todo ser es modificable mediante el progreso y la expansión de
las cualidades que posea la persona. Cree que la genética no tiene
la última palabra, sino que la relación empática y terapéutica del

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profesional que hará que las leyes más fatales se derrumben ante la
fuerza de su adecuada y persistente mediación. Paradójicamente,
el mediador es el primer modificado en su empeño de adaptarse al
ritmo, al estilo y la capacidad del aprendiz, protagonista de cada
proceso de aprendizaje y desarrollo.
Edgar Morin ha estudiado el problema de la complejidad que agrava
la dificultad de conocer nuestro mundo, en general, y el educativo,
en particular, de ahí su posicionamiento: “Este planeta pide un
pensamiento policéntrico, capaz de un universalismo no abstracto,
sino consciente de la unidad-diversidad de la condición humana; un
pensamiento policéntrico, alimentado con las culturas del mundo.
Educar para este pensamiento es la finalidad de la educación del
futuro, que en la era planetaria debe trabajar a favor de la identidad
y la condición terreste” (Morin, 2001, p. 77).
Martín Buber afirma con rotundidad que “la relación es el alma de
la educación”. Pero justifica la necesidad de educación a través de la
convergencia de fuerzas educadoras que el autor caracteriza por su
pureza, por su ternura, por la potencia del amor y por la discreción.
Educar significa “conferir a una selección del mundo, concentrada
y expuesta en la persona del educador, el poder decisivo de influir”
(Buber, p. 22) Es evidente que la fuerza de esta relación mediadora
la ejerce el educador mediante la selección del mundo (cultura) y la
adaptación a la persona del educando por medio de una pedagogía
dialógica.
Si educar es humanizar, debemos entender que tropezamos con
un problema epistemológico al pretender enseñar y comprender la
condición humana, fragmentada, según Morin, ya que lo humano
permanece cruelmente dividido, “fragmentado en pedazos de un
rompecabezas que perdió su figura”. Necesitamos echar mano de
las Ciencias Humanas, para poner solución: “La educación del
futuro debe ser una enseñanza fundamental y universal, centrada
en la condición humana. Estamos en la era planetaria y los seres
humanos, dondequiera que estén, están embarcados en una aventura
común. Es preciso que se reconozcan en su humanidad común y, al
mismo tiempo, reconozcan la diversidad cultural inherente a todo
lo humano” (Morin, E. 2000, p. 57).

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III. La sociedad necesita de una educación


mediada
Ni sociólogos ni visionarios son capaces de aventurar los derroteros
inciertos de la sociedad del futuro. Educar se convierte en una
aventura que prepara a los jóvenes de hoy para afrontar un mundo
totalmente incierto e imprevisible. Nos vemos obligados a avanzar a
tientas… Para ello necesitamos la brújula de los principios y criterios
educativos que nos orienten en momentos de turbulencia hacia el
norte que hemos elegido.
Encontramos rasgos de nuestro tiempo sociocultural que sugieren
una demanda urgente de educación. Algunos de estos síntomas
revisten especial urgencia, aunque toda elección signifique priorizar
en una sociedad globalizada, diversa, neoliberal, digital, violenta e
incierta. Necesitamos salir del laberinto negativo en el que se halla
sumergida la sociedad: “Nosotros podríamos profetizar que, si nada
la refrena o la domina, nuestra globalización negativa –y su modo
alternativo de desproveer de su seguridad a los que son libres y de
ofrecer seguridad en forma de falta de libertad– hace ineludible
la catástrofe. Si no formulamos esta profecía y no la tratamos en
serio, pocas esperanzas puede tener la humanidad de convertirla en
inevitable. El único comienzo prometedor para una terapia contra
el miedo y, en última instancia, nos incapacita es ver más allá de él”
(Bauman, 2010, p. 227).
¿Qué rasgos identifican una educación mediada? Seleccionaremos
algunos caracteres más desafiantes y urgentes, a sabiendas de que la
educación solo podrá ofrecer las respuestas que se le piden, dentro
de sus limitaciones, si creamos las estructuras comunitarias y equipos
más adecuados:

1. Mediación para la formación de la persona en


autonomía, libertad y responsabilidad
Nuestra sociedad exalta al individuo hasta el paroxismo, lo que hace
del individualismo una de las características más destacadas de las
personas de nuestro tiempo. El narcisismo se apodera sigilosamente
del individuo, reduce el mundo de intereses a la propia vida y al

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confort. Se desea construir de forma original la manera de ser,


experimentar y consumir paradójicamente las ofertas mercantilistas,
que nos hacen reproducir los modelos publicistas y nos imponen unas
formas de pensar, de disfrutar y de comportarnos. Esta sociedad del
“usar y tirar”, de hábitos compulsivos, de experiencias desbocadas,
está pidiendo mediadores que acompañen y ayuden a discernir
entre lo que nos construye y lo que nos explota y destruye. La tarea
de la educación es crear ámbitos donde se ejercite la libertad, se
aprenda a enfrentar la toma de decisiones autónomas y se asuma la
responsabilidad de cada uno de nuestros actos. Esta tarea necesita
una pedagogía dialógica y concientizadora, pero que reserve tiempos
de confrontación personal con la tarea y forme personas autónomas,
capaces de acertar en la toma de decisiones.

2. Mediación para afrontar el cambio con reflexión y


trascendencia
El acelerado cambio y las transformaciones en la sociedad nos
producen vértigo. No podemos seguir el ritmo del dinamismo
tecnológico. Las innovaciones y los descubrimientos escapan a
nuestro conocimiento y control. No hay tiempo para asimilar
tanta plétora de información. La novedad y la fascinación de la
tecnociencia nos produce asombro e impotencia. Los sociólogos
nos advierten de esta enorme mutación que hace de nuestra sociedad
un río desbordante que escapa a nuestro control y lo anega todo a
su paso, caminando hacia su propia destrucción, como predice el
sociólogo Z. Bauman: “El siglo que nos espera podría perfectamente ser una era
de catásdrofe definitiva. Pero también podría ser una época en la que se negociase un
nuevo pacto entre los intelectuales y el pueblo –entendido ahora como la humanidad
en su conjunto– y se le diese vida. Esperemos que la elección entre esos dos futuros
siga estando en nuestras manos” (2010, p. 228). La educación tiene el
desafío de poner reflexión y peso en las inteligencias, desarrollar
la capacidad de pensar y de trascender el presente, de ser capaces
de autodominio y de ayudar a distanciarnos de las seducciones de
los medios que nos deshumanizan y condicionan nuestras vidas.
Los grandes descubrimientos de la tecnociencia nos hacen pensar y
están dando lugar al despertar de una “nueva conciencia social sobre

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nuestra viabilidad futura como especie en la Tierra” (Rifkin, 2011,


p. 16), pero dando su fruto: “Esta nueva conciencia de la relación…
está dando nuevo sentido de identidad de especie. Esta conciencia
incipiente de nuestra interconectividad y de nuestra integración en
la biosfera está dando origen ya a un nuevo sueño relacionado con
la calidad de vida” (Rifkin, 2011, p. 303).

3. Mediación para la regeneración moral y vida interior


La sociedad está necesitada de un refuerzo de elevación moral que
debe asentarse en principios y valores éticos. Los pensadores nos
advierten del vacío moral en el que nos envuelve la modernidad
líquida, que nos lleva a la “sedación ética [que] viene en el mismo
paquete que la tranquilidad de conciencia y la ceguera moral… El
precio a pagar por los sedantes éticos es el traspaso del conocimiento
ético al dominio de lo desconocido, donde se gestan catástrofes que
están más allá de la capacidad humana de predicción y de esfuerzo
preventivo”. (Bauman, 2010, p. 128). Este mismo sociólogo ve en
la tecnología y en el consumismo un fetichismo tecnológico, una
fuerza inhumana que diluye la libertad y la autonomía en aras de la
insensibilidad moral que llevan a esta “sedación ética o tranquilidad
de la conciencia y a la ceguera moral”.
También Bauman, aludiendo a conocidos pensadores, como Hans
Jonas, Jodi Dean y Hannah Arendt, afirma que todos nos transmiten
un mismo mensaje: “Estamos aquejados de un retraso moral” que
rebaja ostensiblemente nuestra condición humana, y al que también
atribuyó el Papa Benedicto XVI muchos de los problemas de
nuestro tiempo. A la vista de los atropellos humanos a través de
la historia, sentencia esta triste realidad con la frase de H. Jonas:
“nuestra sensibilidad moral apenas ha progresado desde la época de
Adán y Eva”. El ejemplo de la bomba atómica sobre Hiroshima y
la destrucción de la ciudad alemana de Wurzburg, ambos sucesos
acaecidos en 1945, son los dos casos paradigmáticos de barbarie
camuflada en exculpación moral por los efectos colaterales, cuando
se buscan fines con un “blanco fácil y sin riesgo”, sin calcular daños
irreparables…

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El juicio que se llevó a cabo durante 1961 en la ciudad de jerusalén


contra el ex teniente coronel de las S.S., Adolf Eichmann, constituye
uno de los más interesantes estudios sobre la “banalidad del mal”, en
el que los abogados defensores de Eichmann dieron a entender que
la muerte de unos seis millones de seres humanos del Holocausto no
había sido más que un efecto secundario de un acto de obediencia
del coronel a sus jefes superiores, que “no había nada malo en el
cumplimiento del deber con la mayor eficiencia posible... Lo que
hubiera estado “mal”, por el contrario, hubiera sido la intención de
desobedecer a sus superiores” (id., p. 83).
No hay antídoto fácil para la educación moral sino la mediación
del sentido crítico y el desarrollo de la capacidad de pensar, que nos
habilite para, con una recta conciencia, saber discernir y profundizar
en la coherencia de nuestros juicios, crecer en la vida reflexiva,
específicamente humana, que fundamenta toda vida interior. Si
cada día vemos que los desafíos son mayores para los educadores,
necesitamos invertir en profesionales vocacionados y en valores, tanto
o más que en llenar cabezas con contenidos que un día quedarán
obsoletos. Necesitamos de un “salto moral”, ser más cooperativos,
más responsables, más solidarios y atentos al bien común, aunque
todo cambio de actitudes exija acumular experiencias positivas de
vida, que solo en ámbitos educativos de calidad humana pueden
generar la transformación anhelada.

IV. Tareas mediadoras que competen a la


educación
El dilema educación vs instrucción no cabe en mentes críticas, ante
la urgencia de formar para una sociedad cada vez más necesitada de
más personalidad, voluntad y seguridad en las propias convicciones,
incluso para nadar contracorriente. La neutralidad educativa
es una falacia. Ni podemos segmentar a la persona ni privar de
mediaciones que puedan ayudar a crecer, incluso refugiados en la
salvaguarda del adoctrinamiento. La relación educativa debe poseer
las tres condiciones de un verdadero acto pedagógico: intencional,
significativa y trascendente, para que cumpla su auténtico y específico

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cometido (Feuerstein, 1980, p.  20). Los desafíos aparecen cada


día con más intensidad: drogas, alcohol, uso del dinero, relaciones
de todo tipo, uso del ocio, manejo de las redes, política, violencia,
fundamentalismos, sectas, etc. El conformismo, la imitación masiva
y el gregarismo, impuestos por la publicidad y los medios, minan y
ponen en riesgo las vidas de los jóvenes.
En todas estas situaciones se hace más evidente la necesaria presencia
benéfica y el acompañamiento de adultos formados. Se crece desde
dentro; por esa misma razón, la educación se puede definir como
un “itinerario de interioridad”, de desarrollo de capacidades y actitudes
vitales. La función mediadora es de multitarea, incesante, pero cálida
y gratuita, cordial y reflexiva, que se expresa en todas las tonalidades,
con cuantas personas y situaciones nos encontremos. No debemos
obviar el clima de confianza que debe presidir toda mediación, a
sabiendas de que la confianza no se impone, se conquista.

1. Mediar la identidad en un momento multicultural


Se constata la dificultad de mantener el respeto a los demás salvando
la propia identidad, frente al mimetismo que amenaza en diluirnos
en una identidad líquida y difusa. El uso de las libertades tiende a
excesos normales que complacen a unos y hieren a otros (el debate
de la laicidad y de Charlie Hebdo, en Francia). Los extremos son
fáciles si, encerrados en guetos, nos desconocemos, desconfiamos y
maquinamos sospechas. Un pacto social solo puede llegar por una
educación abierta, compartida desde la infancia, conociéndose y
cooperando en las inquietudes y alegrías de cada día, compartiendo
equipos y tareas. Más que buscar nuestras diferencias, hay que buscar
lo que tenemos en común, lo que nos une, lo que podemos juntos.
La transferencia de los aprendizajes a la vida, con la intervención
adulta del mediador en el aula, es imprescindible para el propósito
de sentido y eficacia formativa de toda acción pedagógica.

2. Mediar el sentido de la vida


Es el gran tema de mediación, que encierra a todos los demás. La
sed de absoluto, de certeza, de verdad y de felicidad son motores

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de crecimiento. Llenar de sentido el vacío, los silencios, el dolor,


la soledad, la angustia y la frustración necesita de un proceso de
acompañamiento y de maduración. La mediación es imprescindible
para plantear y buscar las respuestas a las grandes cuestiones del ser
humano: Dios, vida, mal, dolor, muerte, inmortalidad… La honda
reflexión de cada día en el aula, unida a las vivencias positivas, a la
lucha y la superación de problemas, a las experiencias de gratuidad, de
tiempos fuertes de autoexamen y de convivencias formativas, tanto en
lo humano como en lo divino, exigen mediadores, catequistas, guías,
orientadores que aporten su testimonio vital de sentido. No podremos
construir sentido si no cultivamos humanidad. Esta es la breve
definición que nos aporta M. Nussbaum : “Deberíamos reconocer
la humanidad –y sus ingredientes fundamentales: razón y capacidad
moral, dondequiera que aparezca, y comprometer nuestra lealtad en
primer lugar con esa comunidad de humanidad”. (Nussbaum, 2005,
p. 86). La contrapartida para esta pensadora sería dejar rienda suelta
a nuestra animalidad: “Sería catastrófico convertirse en una nación
de gente técnicamente competente que haya perdido la habilidad
de pensar críticamente, de examinarse a sí misma y de respetar la
humanidad y la diversidad de otros… Pronto exhalaremos nuestro
último suspiro –escribió Séneca al final de su tratado sobre los efectos
destructivos de la ira y el odio.- Mientras tanto, mientras vivamos,
mientras nos encontremos entre los seres humanos, cultivemos nuestra
humanidad”. (Nussbaum, 2005, p. 327).

3. Mediar la libertad
Se dice que el miedo es el nombre que damos a nuestras incertidumbres,
a nuestra ignorancia. El miedo es un sentimiento que conocen todas las
criaturas vivas. “El miedo y el mal son gemelos siameses. Es imposible
encontrar el uno sin el otro”, afirma Bauman, 2010, p. 75). Los filósofos
modernos separan los desastres naturales de los males morales. “De
ahí que el terremoto, sumani e incendio que se unieron para destruir
Lisboa en 1755 marcó el principio de la filosofía moderna del mal”
(id. p. 80). El mal es omnipresente, por eso en otro momento afirma:
“El mal no es más que el Demonio que se oculta tras un nombre más
corto, apenas disimulado por esas tres letras” (Id. 91). Frente al miedo,

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libertad. Paradójicamente en nuestro tiempo, cuando aparentemente


existe total libertad, se proclama como valor primero y se alardea de ella,
podemos afirmar que la libertad hoy está constantemente amenazada.
Existe “el miedo a la libertad”, que nos remite al célebre estudio de E.
Fromm, y a tomar las riendas de la vida, a pensar, a tomar decisiones,
al compromiso, a olvidarse de sí para darse a los demás, a la muerte, a
los dioses (falsos!)…, son barreras que hay que ayudar a salvar a través
de experiencias de autosuperación. Liberar de los silencios cobardes,
como de los miedos, exige crear certezas, seguridad en sí mismo y en
el entorno, convicciones firmes, vivencias positivas y confianza en
los demás: “El miedo y la incertidumbre, los dos archienemigos de la
confianza” (id. p. 199). Podemos experimentar la resistencia a asumir
riesgos, a liberarnos de los condicionamientos que nos esclavizan con
sutiles hilos. La mediación se hace imprescindible, pues es y debe
ser siempre luz desveladora, focalizadora, crítica, desenmarcaradora
de falsas libertades y medias verdades. Aquí es obligada la referencia
evangélica: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32).

4. Mediar formación en la responsabilidad


Si todo ser humano debe saber pesar en su justa medida sus juicios y
sus actos respecto de sí mismo y de todos los demás, hoy encontramos
otro imperativo categórico sobre el poder que el hombre ha alcanzado
con la ciencia y la técnica, con la posibilidad de alterar o destruir la
vida planetaria. Solo la formación en la responsabilidad podrá devolver
la inocencia perdida por la degradación del medio ambiente y por la
explotación de la energía atómica, y permitirá encauzar las enormes
posibilidades de la investigación genética. Estos parámetros sirven a H.
Jonas en su ensayo ético, El principio de la responsabilidad, para alertar
de la necesaria formación en la responsabilidad para salvar la libertad
y salir inmunes de las amenazas, pues “la técnica se ha convertido en
amenaza” que nos acecha por la ingenuidad de los nuevos poderes,
de ahí que: “El prototipo de la responsabilidad es la responsabilidad
del hombre por el hombre… y la responsabilidad primordial del
cuidado paterno es la primera que todo el mundo ha experimentado
en sí mismo”. (H. Jonas, 2008, p. 172).

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La maduración y la ponderación llegan a los educandos mediante


el acompañamiento y la asimilación de los criterios éticos que
acompañan a la concientización ante la trascendencia de nuestras
decisiones. La gratuidad y la falta de responsabilidad, en las etapas
formativas del niño y del adolescente, llevan a la inconciencia y a la
ignorancia del auténtico valor de las cosas. Formar en el esfuerzo,
la renuncia, el autocontrol, la superación, la solidaridad…, es el
camino para aprender la responsabilidad. El logro es mínimo sin la
mediación y el acompañamiento de los adultos, en la familia y en la
escuela, especialmente. Dar una prudente autonomía responsable y
exigir cuentas es una valiosa mediación, adaptada e imprescindible,
para ayudar a madurar.

5. Mediar la colaboración solidaria


Somos seres necesitados de los demás. Uno de los primeros
aprendizajes en la vida es nuestra dependencia absoluta de nuestros
progenitores –la neotenia es ese fenómeno de la biología del desarrollo
que explica nuestro retraso y lenta evolución, en comparación con
los demás seres vivos, que exige el cuidado de los mayores para
salir adelante en los inicios de la vida–. En nuestras relaciones
descubrimos la primacía de los demás. Nos miramos en los otros,
como en un espejo, pues el yo no se configura sino con el tú delante,
como enseñaba E. Levinas. Mathew Lipman promovió el desarrollo
del pensamiento en su programa Filosofía para niños, para que desde
pequeños aprendamos a vivir en sociedad, asumamos reglas de
convivencia y de integración social.
El individualismo de nuestro tiempo ha atrofiado este aprendizaje,
causando tremendas desigualdades y problemas. La mediación
educativa ayuda a la apertura al entorno hasta proyectarse en toda
la humanidad. Sin los otros no podemos realizarnos. La solidaridad
es el aprendizaje de la gratuidad, de la donación, de la justicia, como
pacto social de derechos y deberes, del amor hecho vida, que es dar
y saber darse a sí mismo. Esta educación mediada exige concebir
un proyecto de vida humana en que la moderación, la austeridad
y el compartir deben entenderse como actitudes que aseguren la
coherencia entre lo que creemos y lo que queremos que sea la vida,

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donde aprendemos lo que necesitamos de los demás y lo que los


demás esperan legítimamente de nosotros.

6. Mediar la tolerancia
Las aulas convertidas en arcoíris de colores y culturas son el escenario
del aprendizaje de la tolerancia y de la inclusión, que abrirá las mentes
a otras culturas y alejará toda tentación de radicalismos y uniformismos
religiosos, morales, ideológicos. La tolerancia se expresa por el respeto,
la escucha, la aceptación incondicional del otro y la eliminación de todo
adoctrinamiento. Se deben aceptar las personas, no necesariamente sus
ideas y principios. Llegar a alianzas, a un pacto social de convivencia,
exige una formación abierta al mutuo conocimiento y a vivencias
colaborativas: Aprender a conjugar derechos y deberes.
Abbott y Ryan recuerdan el aviso del filósofo checo Nikolaus
Lobkowicz, que observa que las democracias en el siglo 21 se
enfrentan a una paradoja potencialmente peligrosa: cómo equilibrar
la tolerancia sin caer en un mundo donde todos los problemas son
relativos, pues “Vivimos en sociedades con ideas contradictorias
sobre casi todo, desde las verdades más básicas hasta los temas de
conducta moral.” (Abbott y Ryan, 2000, p. 67). Resulta difícil para
una escuela anclada en los problemas del pasado y con una agenda
marcada por la rutina, abrir cauces de tolerancia y de respeto al
pluralismo ideológico. Este tipo de educación está en peligro de
convertirse en análoga a “ordenar las tumbonas en el Titanic, mientras
se hunde en las profundidades heladas”. (id.).

7. Mediar la trascendencia, la esperanza para sobrevivir


La auténtica educación se aproxima a una pasión de esperanza. El
educador mediador espera vitalmente en el fruto de su aportación
modificadora y potenciadora en la educabilidad de cada educando.
La esperanza mira al futuro: “El precepto de Adorno, según el cual
la tarea del pensamiento crítico no consiste en la conservación del
pasado, sino en la redención de las esperanzas del pasado” (Bauman,
2010, p. 226).

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El filósofo español Laín Entralgo analiza el concepto de “trascendencia”


en su doble acepción metafísica: “lo trascendental” (lo que las cosas son
por el hecho genérico de ser reales), o psicológicamente y en principio
sin ninguna pretensión filosófica, a “lo trascendente” (a la posibilidad,
creíble o no, de que exista algo real más allá de lo que ante el mundo
y ante nosotros mismos naturalmente sentimos y pensamos) (Laín,
1999, p. 200).
No poseemos algoritmo que nos garantice la certeza; la espera supone
precaución y riesgo, la reflexión siempre engendra indecisión, sobre
todo cuando hay que conjugar medios y fines. Sabemos esperar a
corto plazo, pero apostar por una verdad definitiva exige una fe sólida,
teniendo presente que son “las certidumbres doctrinales, dogmáticas
e intolerantes las portadoras de las peores ilusiones” (Morin 2001,
p.  103), y además, buscando trascender el presente, este pensador
afirma : “El futuro es abierto e impredecible. Esta incertidumbre viene
producida por la velocidad y la aceleración de procesos complejos y
aleatorios, característicos de nuestra era planetaria” (Id. p. 95).
El análisis del tema de Morin nos aporta formas diversas de mediación
en la esperanza, que es, en el fondo, aprender a afrontar la incertidumbre:
“El conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través
de archipiélagos de certezas” (id. p.  104). La mediación se hace
especialmente imprescindible en el salto que apunta al futuro, a lo
desconocido, a las posibles aplicaciones de los aprendizajes a la vida.
Solo el mediador puede iniciar en la trascendencia, puesto que ya
conoce e intuye las trampas de la vida y las posibilidades de éxito o
fracaso en la aplicación de los conocimientos y competencias –elemento
muy ausente en la didáctica general–, que exige ejemplificar cómo los
aprendizajes tienen una utilidad en las más inverosímiles situaciones
de la vida, que el estudiante ni imagina ni es capaz de concebir, pero
que, al conocerlas, descubre el gusto de aprender y la motivación en
su trabajo de aprendiz.

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La función mediadora de la educación - Tébar

V. ¿Cuál es la aportación específica de la


mediación a los procesos de enseñanza-
aprendizaje?
De forma simplificada, aludimos a las numerosas aportaciones de la
Pedagogía de la Mediación, que motivan nuestra propuesta en los
procesos formativos de los docentes (Tébar, 2003, 2009 y 2011).
1. Da fundamento psicopedagógico y científico al paradigma de la
mediación.
2. Propone un proceso de construcción de las estructuras del
conocimiento: El mapa cognitivo.
3. Da relevancia del papel del profesor-mediador: estilo didáctico
y criterios de interacción.
4. Presta atención a los procesos cognitivos-afectivos-sociales y
enseña a pensar.
5. Centra todo proceso en el educando: Creando empatía,
motivación e implicación.
6. Describe y guía mediante un programa (PEI) la solución a las
funciones deficientes y potencia sus capacidades.
7. Desarrolla por medio de la metacognición y el insight, el
aprendizaje estratégico y significativo.
8. Potencia la acción profesional del docente como guía-orientador,
organizador del aprendizaje, tutor y terapeuta.
9. Aporta un modelo de evaluación dinámica del potencial de
aprendizaje (LPAD).
Pretende crear un entorno modificador, potenciador, implicando a
padres y educadores para lograr sus objetivos

VI. ¿Con qué educadores mediadores?


Ningún proyecto educativo llega a feliz término sin profesionales
adecuados. La sociedad actual necesita maestros bien formados,
vocacionados y entregados a la noble misión de educar. Los
educadores deben encarnar y ser modelos referenciales de los valores
que enseñan, sabiendo que los hechos hablan más alto que las
palabras y los discursos. Encarnar una pedagogía dialógica, con rostro

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humano, relacional, exige una formación amplia que dé autoridad


y autoestima a la profesión. Nos remitimos a la descripción de los
32 rasgos del “Perfil del Profesor Mediador”, agrupados en torno a
los diez bloques que responden al estilo de enseñanza, –pasos de la
metodología de la mediación, según nos enseña la Pedagogía de la
Mediación, que fundamenta dicha propuesta metodológica.
Es necesario actualizar el paradigma pedagógico, sistema de principios
y de teorías que fundamentan todo estilo y método pedagógico. En
la mente de todo educador debe estar claro su proyecto formativo,
para saber qué tipo de persona quiere formar junto a los demás
profesionales que forman la comunidad educativa. No bastan las
buenas y modernas máquinas que jamás podrán sustituir al educador-
mediador, que debe proyectar con claridad su sentido de la vida,
su esperanza en el ser humano, su actitud abierta y positiva, su
compasión afectiva, su sentido crítico y su propósito de búsqueda
de la verdad y libertad de la persona. Su espíritu optimista le lleva
a rechazar todo determinismo en la educación, reconociendo el
carácter constructivo y potenciador de su misión, en el que trata de
conquistar la cercanía y la confianza de cada uno de los educandos.
El educador necesita permanente formación y actualización en los
tres ámbitos que constituyen el núcleo de la educación (Antropología
–sujeto–, Teleología –fines– y Psicopedagogía –medios–), para
responder a las exigencias nuevas de las personas y de la cultura
ambiente. La formación a lo largo de la vida es hoy una imperiosa
necesidad, con el fin de responder al mimetismo que la escuela
guarda con la sociedad, tanto en los contenidos como en los recursos
técnicos, exigencias, profesiones y retos nuevos. El eslogan popular ha
resumido sabiamente este pensamiento: “Quien se atreva a enseñar,
nunca debe dejar de aprender”.

VII. Metáforas y analogías de la función educadora


Cada educador tiene sus representaciones de la función educadora,
pero esta no se agota sino que se enriquece a medida que ahondamos
en la diversidad de interacciones y la proyección vital que tiene todo
acto educativo. Cuando el mediador está abriendo el horizonte,

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La función mediadora de la educación - Tébar

formando espíritus flexibles y capaces de adaptarse a ámbitos nuevos


y situaciones cambiantes de la vida, está ejerciendo una misión con
representación mental renovada. En cada cultura, en cada disciplina,
podemos encontrar términos que nos ayuden a enriquecer nuestra
creatividad sobre las funciones mediadoras que pueden aparecer en
el acto educativo:
-- Constructor: Diseña, prepara, organiza los pasos. Propone el
método eficaz.
-- Puente: Actúa como facilitador de un salto, de un paso imposible
que acerca límites.
-- Motor: Activa y genera motivación, implicación, éxito, vida.
-- Transformador: Capaz de adaptar, cambiar, crear nuevas
imágenes y estructuras.
-- Adaptador: Crea tareas adecuadas a cada uno, nivela complejidad
y abstracción.
-- Amplificador: Resalta lo esencial, sintetiza, valora e impulsa al
éxito.
-- Entrenador: Preparador para momentos difíciles, técnicos,
estratégico.
-- Filósofo: Cuestionador que interpela, ayuda a pensar con rigor
y profundidad.
-- Terapeuta: Previene, diagnostica y pone el remedio oportuno
al problema.
-- Guía: Sherpa que abre nuevas rutas y acompaña en la ascensión
de la montaña.
-- Gestor: Hace que cada uno rinda al máximo, coopere y
experimente el éxito.
-- Lanzadera: Provoca, estimula el potencial de cada alumno. Exige,
desafía, reta.
-- Brújula: Orientación segura, criterios sanos y medios eficaces.
Norte claro en la vida.
-- Chef: Crea nuevos sabores, disfrute de interdisciplinariedad y
diversidad de colorido.
-- Médico: Observa indicios de disfunciones, diagnostica, busca
terapia y remedia.

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-- Samaritano: Paradigma de compasión, ayuda generosa y gratuita,


incluso al enemigo.
-- Director de orquesta: Da voz a todos, sintoniza y armoniza
ritmos con todos.
-- Actor: Cuida la claridad, expresión, despierta atención para que
llegue el mensaje.

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