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Incisión #2

COLABORADORAS
Alejandra Decap Contreras
María Gálvez Vásquez
Francisca González Vargas
Ameley Hume Concha
Javiera Ibarra Muñoz
María Angélica Muñoz Berríos
Krasna Vukasovic Herrero

EDICIÓN Y SELECCIÓN
Catalina Muñoz Fuentes
Vicente Serrano Muñoz
Incisión #2
Primera edición.
Santiago de Chile, noviembre 2018.

La publicación de este volumen ha sido posible gra-


cias a la adjudicación del Fondo de Desarrollo Artís-
tico Estudiantil (FONDAE) 2018, financiado por la
Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Perte-
nece, por lo tanto, al patrimonio cultural común y
puede ser utilizado y reproducido libremente. Pro-
hibida su venta.

Portada: Catalina Muñoz Fuentes (monocopia y se-


rigrafía).
Intervenciones: Krasna Vukasovic Herrero.

Leucocarbo Ediciones
leucocarboediciones@gmail.com
@leucocarboediciones
Incisión #2
Prólogo

Para Chile y el mundo, 2018 ha sido un año


clave para la vitalización de la conciencia y autoper-
cepción cultural y social femenina: se ha vuelto ma-
nifiesta la particularidad de la mujer que participa
en espacios públicos, la mujer que sufre, la mujer
que protesta, que disiente y que crea. La Mujer es
considerada hoy un agente cultural, social y política-
mente peculiar, y ha suscitando una amplia gama de
reflexiones en torno a cómo dialogar, en toda esfera,
con la especificidad de sus propuestas. Acaso en ello
resida una cualidad fundamental común a los múl-
tiples planteamientos próximos al feminismo de hoy
en día: para todos ellos, nunca antes la política había
sido tan cultural; nunca antes, la cultura tan política.

Por consiguiente, cuando un grupo de muje-


res, por pequeño y diverso que sea, toma la voz para
referirse a la Mujer, cada una habla a la vez sobre sí
y sobre todas. Esta clase de enunciaciones tienen la
capacidad de llegar a traducirse en la formulación
de redes de apoyo basadas en la comunicación de
experiencias, procesos y creatividades que abarcan
desde lo más privado a lo más cotidiano. Son instan-
cias como éstas las que propician la configuración de
una identidad femenina dentro del arte. Al heredar
una Historia escrita mayoritariamente en espacios
masculinos, es tarea urgente la identificación y ar-
ticulación de los rasgos propios del arte de autoría
femenina, de modo que las obras puedan trascender
el trazo o la palabra y convertirse en verdaderas invi-

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taciones a la reflexión y la práctica.

Es esto lo que procuramos generar con Inci-


sión, una serie de publicaciones de autoría femenina
que da por inaugurado el espacio editorial Leucocar-
bo. Tras una convocatoria abierta, seleccionamos un
grupo de colaboradoras no sólo para dar a conocer
su trabajo, sino también para hacerlas partícipes de
un proceso de creación colectivo; procuramos poner
a las diversas participantes en diálogo tanto con el
equipo editorial como con sus compañeras de pu-
blicación, para generar en conjunto una muestra de
artistas y escritoras que han desarrollado su trabajo
desde una óptica original, recogiendo experiencias
relacionadas con el género de manera aguda y sutil.

Las próximas páginas testifican aproxima-


ciones a la creatividad y la reflexión a través de poé-
ticas frescas, a ratos ingenuas y a ratos abismantes.
La ensoñación y remembranza se encarnan en el di-
bujo suelto, la pincelada gruesa, la palabra encima, la
línea sin cortes. Diversas manifestaciones en diver-
sos materiales y soportes; amplio abanico de forma y
fondo. Con su lectura, dejamos abierta la invitación
a participar en los próximos volúmenes de Incisión;
a asumir en conjunto la tarea de promover la voz fe-
menina que vive, piensa, siente y crea.

Catalina Muñoz Fuentes


Vicente Serrano Muñoz

editores

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Javiera Ibarra Muñoz
Santiago, 1993. Activista feminista, artista plástica y ta-
tuadora. Su trabajo explora cruces entre el arte visual y la
escritura. En 2017 expone Nosotras no servimos para ser
hombre nuevo, su principal obra hasta la fecha. Declara
como fundamental, dentro de sus intereses e inquietu-
des, el hacerse cargo del contexto social en que habita,
ocupando la escritura y lo visual como plataforma para la
problematización política.
15 de marzo 2018

¿Desde dónde me paro para aparecer?


Me pienso como mujer.
Me pienso como hija de mi madre, madre de mis sobri-
nos.
Me pienso como aguerrida y en constante retaguardia.
Me pienso como condición y determinación.
Me pienso volviendo a mí, volviendo a sentirme niña y
sentir sin buscar sentido.
Me pienso con miedo, con miedo de no volver a mí.
Me pienso como el mar libre, que ya es territorio priva-
do.
Me pienso sanar, porque quiero sanarme.
Me pienso en el día que escribí niña en la orilla del mar
y la ola se llevó la palabra.
Me pienso en esa misma orilla contestándole a mi padre
y el diciéndome que el año 81
había estado en esa misma playa con mi madre.
Me pienso sin poderte encontrar.
Me pienso como la gota que golpea el balde vacío.

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1 de marzo 2018

Una casa/cara/caja/cama que buscaba reproducir su


tiempo
había abierto en mí una compuerta hacia el asombro
entonces acepté ser la madre
local, la víctima del amor imposible.

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19 de octubre 2017

Conocernos mediante el cuerpo, el sexo es distinto,


todos los cuerpos son distintos, todos los sexos son
distintos, como te digo que yo tampoco se que hacer,
pero me muevo al ritmo de la lluvia, esa lluvia de
miércoles por la noche, no me pakeo, solo me dejo lle-
var, saliva, mano, cuerpo, toco, dejo de tocar, me da
miedo, saliva, tocai, cuerpo, mi cuerpo tu boca, tu boca
en mi cuerpo y me decis que linda te veis con esa luz
que entra por la ventana y yo te digo que me gusta este
jugar a ser niñas, no privarnos, no fingir, que te gusta,
que me gusta de eso se trata
única regla, sinceridad

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S/F

Te mire fijamente y ya no eras tú.


Me acordé del primer escrito sobre la muerte de mi
mamá, me dió pena.
Si lloro, me muero.
Quizás estoy ebria, no lo sé, no lo parezco ¿qué es pare-
cer?
Igual no sé si me hubiese gustado que llegaras en verdad.
Lo sabía por eso tampoco quise llegar.
Y no seas tan dura conmigo por favor, hagamos el inten-
to.
Gracias por tanto, perdón por tan poco.
Somos distintas, estamos en tiempos distintos.
Prefiero callar, tampoco sabía cómo irme.
Quiero decirte que yo a ti te quiero que me gustaría
tener muchos momentos bonitos para guardarlos en mi
corazón pero yo no quiero sufrir por más que sea todo
meramente autodefensa, esa es la forma que va quedan-
do
de cuidarme un poco.
Vo estay loca, era sin corazón
Tu estay loca, sin corazón
Yo te cuento que mis manos te odian y yo te digo que las
mías te acoplan.

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Alejandra Decap Contreras

Santiago, 1992. Estudiante de lingüística y literatura his-


pánica, activista feminista y militante trotskista. Su traba-
jo ha abordado la poesía y las artes visuales. Ha trabajado
con Weye Laboratorio Creativo y Gatojurel Ediciones. En
2016 publica Primer informe sobre las veredas; también
ha participado en plaquettes colectivas, como también en
diarios y revistas digitales. Ha expuesto en ferias (FLIA) y
organizado diversas charlas sobre arte y política.
Talón de Aquiles

Cabalgamos tres jinetes


en el tacón de la bota:
sabores de Oriente Medio
de alcaparras y curry
de especias en un viaje
con pimienta y orégano
Está el sol dorándonos la piel
y el mar más azul que el azul
todo el tiempo
es una escena del Mediterráneo
donde sorteamos las olas
en un barco blanco
en una vida anónima
dónde están pescando
mientras yo escribo
afuera la música
los peces tienen alas
van volando a tus manos
que ya son casi morenas
hay sal en nuestras rodillas
y cangrejos en su barba
heredera de la guerra
arena por todas partes
es una casa pequeña
donde fueron todos
a visitarnos alguna vez
las verdades de Casandra
no son tragedia
contamos historias
de esta vida que está
lejos
porque todo hemos conquistado ya
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hemos olvidado la traición de Atenea
en las noches bebemos vino y
comemos pasta
viendo fotografías
porque sólo necesitamos los recuerdos
donde fuimos victoriosos
que han pasado tantos años ya
las olas son casi una anécdota
juego a sembrar en la tierra
rodeado de animales
matamos al Ajax y a sus cíclopes
en un festejo
puedo pasar la noche en vela
tejiendo poemas
mañana no hay nada que hacer
solamente reposar nuestros pies
en el agua
en el idílico prado colectivo
en la mirada firme hacia las dunas
mira que libres que corren las niñas
no son hijas de nadie
hay justicia para las troyanas
las plantas han aprendiendo a hablarnos
o nosotros a escuchar de repente
estábamos cien años antes
o cien años después
o ya no importaba bien
los dioses ya
olvidaron castigar

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La muerte de Polinices

Antígona llora
la muerte de su hermano
de tanto rajarse el alma
ya estaba endurecida
como diamante

No había más que otorgarle


digna sepultura
pero los traidores
no merecen
féretros dorados

Antígona se mancha
con la sangre de su hermano
llora la muerte indigna
en manos de su propia carne
y roba su cuerpo

adorna un cadáver bello


con flores y telas finas
merece entonces un castigo
tiene la mirada clavada de Dios

Antígona está loca


aúlla la muerte de su hermano
ahoga el alarido
está en cuclillas
no se resigna
a vivir bajo la tierra

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en su grito
está su hermano muerto
para darle honor
se robó su cuerpo

por suerte
el corazón no puede
desgarrarse de verdad

Antígona se ahorca
porque morir es mejor
que vivir en un mundo de muerte

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Sín título

Las intrigas juveniles


-el guardián del faro escapó a mi bosque-
Son laberintos personales
-lo recuerdo en medio de la hierba-
Micro-fantasías
de repente imagino
-tenía un terrón de azúcar en la punta de la lengua-
El último siglo dorado
-caleidoscópicos nos movimos bajo la pantalla solar-
El soldadito de plata arranca a la batalla
-mi cuerpo es fractal y me miran dos lagunas-
su capa es bermellón con polvo de Marte y Saturno.

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Diavolo Berritiago

Al diablo del Berritiago


lo conocí en las calles sucias

En la voltereta de Lastarria
en la miseria de una cuneta
Ahí

somos recuerdo añejo


como el mejor vino:
escaso e impagable

Porque siempre hay


fronteras entre
demonios y bestias

Las bestias existimos


los satanes
mueren antes de haber nacido

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Amapola y escarcha

El invierno viene de viaje


llega mañana a recorrer
las callecitas de Petrogrado

La luz se aleja con su geometría

cuenta los minutos


para el im pac to

caen de a
pedazos
los cometas

rocas voladoras
que chocan
al sonido del reloj
El invierno llegó
y en sus trenzas traía
un almácigo escarchado
de hielo tierra anís

En la espalda llevaba
Relámpagos azules
La comodidad completa
de sus días grises

En sus manos tenía


Amores infinitos
Amapolas secas
nuevamente sus semillas

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Viene a arreglar mi jardín
el monstruo del laberinto
Con lluvia mata-pajaritos

Opiáceos y vaporosos
Nuestros muertos
nos soplan la nuca
con sus cuentos
donde se tomaban
hasta el cielo

Esperaste que el invierno se fuera


bordando flores negras en papel couché
Cruzamos la avenida entera
escapando de la fiera azul
dormíamos en casas de madera
de nogal y de abedul

tengo nopal y planta de hielo


un paradero de sombras
recoge el vino que riega
plantas que resisten
la peor de las heladas.

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León de plata

Guerrera como fuego indómito


soy bestia de sol
camino por la vereda del tiempo
corto el viento con mi cara magenta
azoto y golpeo con un rugido
de bestia que camina
por veredas de sol y de sal

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Francisca González Vargas

Valparaíso, 1998. Estudiante de Artes Plásticas. Trabaja


en el espacio expositivo Palmilla Oriente. Sus intereses
incluyen la intervención en el espacio público y la resigni-
ficación de materiales callejeros en desuso para formular
nuevas relaciones con el espacio. La calle es un lugar de
encuentro en sus fotografías, donde retrata transeúntes
sin que se percaten. También está interesada en el dibujo,
influenciado por las imágenes televisivas y animaciones.
Ameley Hume Concha

Santiago, 1993. Fotógrafa profesional. Luego de algunos


talleres de poesía en 2017 comienza a mostrar sus escri-
tos a través del enlace que genera entre fotografías y poe-
mas. Es patente su tema más recurrente: la naturaleza y
su resistencia, la lucha cotidiana por vivir -y sobrevivir-
en la ciudad. Ha participado en exposiciones fotográficas
y editó un fotolibro titulado Modos de habitar. Actual-
mente su obra incorpora dibujo, poesía y fotografía.
I.

La calma y la claridad
que necesito se encuentran en las profundidades del
mar.
Quietas,
como tesoro esperando –o no-
ser encontrado por alguien.
Quiero bailar y explorar las aguas,
escribir notas ilustradas sobre la vida submarina.
Quiero que la sal duerma mi cuerpo sobre la arena,
y que mantarras lo cobijen.
¡Ahí!
justo sobre el silencio y la serenidad.

Y yo aquí, caminando el concreto,
esquivando el dolor, lo complejo.
No nadando.
No en el mar,
ni siquiera pronta a estarlo
Mis branquias lo saben,
-tosen resecas-
Mis corales descascaran, sobreviven.

Y yo aquí, caminando el concreto,


esquivando la violencia, lo impuesto.
No nadando.
No en el mar,
ni siquiera pronta a estarlo.
Pero mis escamas ya lo saben,
las algas rojas, verdes y pardas también.

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II.

Lamento mi ausencia, aunque esté presente.


El torbellino no para, no da tregua.
El sentir me alegra y me ahoga.
Ante todo agradezco el amor y compañía,
la sinceridad que me rodea.
Respiro,
intento no seguir sumergida en lo que parece es sólo un
vaso de
agua.
Sólo un vaso de tormentas,
lo miro y lo derramo.
Vuelve y se va, vuelve y se va.
Algo tan propio como de las olas y el viento.

32 |
III.

Y después de tanta intensidad,


La tierra se manifiesta.
Una vez,
dos veces,
quizás tres o cuatro.
Como una de esas veces en las que explotamos
porque no nos escuchan luego de reiterar y reiterar
y reiterar que ya es suficiente.
No parará de demostrar su descontento
¡Es que somos lo peor que le ha pasado!

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VI.

El cuerpo recibe golpes accidentales y no tanto,


recibe viento, gotas y hasta caca de pájaros.
Nos envuelve,
viste ropas y se despoja de ellas.
Besos, caricias y lágrimas.

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IX.

Las baldosas sueltas de la vereda se vuelven tu peor ene-


migo
en días de lluvia,
tanto o más que las pozas escurridizas que logras
-o no- percibir y saltar.
Los autos merecen todos los insultos que se te ocurran.
La lluvia puede empaparte todo lo quiera.
Me puedo cambiar de calcetines las veces que sean nece-
sarias.
Seguiré sorprendiéndome con cada nuevo río que se for-
ma en las calles,
por simples o grandes tormentas.
Nunca aprendemos de los invierno pasados.

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X.

Viernes 23.
Ayer en la tarde llovió,
llovió todo el día en realidad.
Hoy miro la cordillera y cuesta.
El esmog ya la hizo desaparecer.

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XIII.

Sigan avanzando,
destruyan y devoren todo a su paso.
Incluyéndome/incluyéndonos,
total,
en la ciudad están demasiado ocupados
como para notar su verde y sigiloso andar.

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XV.

Intentar controlar lo incontrolable,


qué ridiculez,
qué dificultad.
Qué actuar más humano.

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XIX.

Aquí,
no hay nada que reclamarle a los insectos
que te persiguen y acompañan;
estás en su clima.
Hacen lo que deben/saben hacer.

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María Angélica Muñoz Berríos

Santiago, 1960. Educadora de párvulos y psicóloga. Su


exploración literaria comienza como un desafío y de for-
ma autodidacta. Inspirada en sus hijos, comienza a es-
cribir historias sobre niños; luego, casi a modo de diario,
historias más personales, conociendo la riqueza de poder
moldear personajes, lugares y situaciones. En la prosa
encuentra un espacio íntimo y también creativo, el cual
lleva a las aulas como método pedagógico.
El vuelo

La tercera aspirada y el comentario que sigue


son simultáneos a la sensación de pérdida de gravedad.
Los pies se disparan en desenfrenada carrera y, sin lograr
avance, aletean como pretendiendo nadar en el aire, aire
que esa noche comienza a hacerse grato y profundamente
frío. La nariz agradecida del frescor se avoca a una inspi-
ración corta y profunda; el aire lo invade todo, hace notar
su paso a través de los pulmones -¿o serán branquias las
de esta noche?-. Los poros se confunden, jamás fueron
más permeables. Se siente todo desde aquí. Las imágenes
se agolpan expectantes a la selección que de ellas se haga,
para reproducir en cadena situaciones recorridas y mez-
clarlas con fantasía.
La lámpara del velador de aquella cama que, su-
puestamente, me traerá de vuelta a la tierra tiene la ima-
gen de una Carabela, sí, de esas en que llegó Colón. Igual
a la que alumbraba, más tímidamente, mi cuarto allá en
Víctor Cuccuini, en la casa con dos higueras, con cordeles
de tender ropa, con gatos con ojos de luces. La casa plaga-
da de fantasmas reales. La casa que tenía una pieza frente
a la mía.
Allí estoy, pellizcando frenética las manos suaves
y pellejudas de una mujer que no contaba con ninguna
otra arma para combatir mi miedo que sus manos y a la
cual yo, haciendo uso del egoísmo de un niño de cuatro
años, cambiaba seguridad por dolor, en un juego intermi-
nable y necesario.
Del otro lado, un niño mira la escena.
No eran voces para él, sino entes de carne y hue-
so sumidos uno en la desesperanza y otro en la satisfac-
ción del dominio.

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Ruidos que se hacen claros. Cosas que caen, se
estrellan. Luego, un grito. Suplica. Otro grito, fuerte, ron-
co. Llanto ahogado, largo. Risa ronca. No entendía enton-
ces por qué me parecían truenos; no entiendo ahora por
qué tiemblo después de un relámpago.
Tu pantalla parece nueva, plagada de colores ní-
tidos, pero mantiene la sensación de huída que me ofre-
cía la otra.
A un país lejano se fue un barco fuerte, y llevó,
gracias a una reina generosa, a un grupito de hombres
para ofrecerles tesoros que quizás imaginaban distintos.
No se qué faltó en mi Carabela desteñida, quizás la rei-
na generosa. No, no faltó la reina… era ella. La reina se
sentaba junto a mí mientras a su hija la golpeaban en la
habitación de enfrente. La reina me ofrecía el dorso de su
mano; sin palabras, me ofrecía la única posesión que le
quedaba. Lo que faltó fue un barco fuerte, grande. Un he-
róico lanchón, que cogiera este cuarteto de indocumen-
tados. Ese nunca llegó a estas costas y nos mantuvimos en
nuestro maldito puerto sin príncipe por años.
Te asusto. Crees que lloro. Insertas un cassette,
delegas en Mozart mi consuelo.
¡Qué tipo!, siempre consigue penetrarme. Cuan-
do tiemblo al mirar desde un avión, o cuando en la carre-
tera la velocidad sube demasiado. Siempre está dispuesto
a dialogar conmigo.
Comienza a acariciar mi oído con esa fórmula
inconfundible. Acude a mí como un bastón que guía este
sopor. Imposible no intentar repetir compases conocidos.
Allegro, andante, adaggio, no importa, la Júpiter se ave-
cina completa, internándose en mi piel, inyectándome
imágenes pletóricas de sensaciones. Relaja. Excita. Tras-
lada, como esa bicicleta verde.
Me lleva. Subimos pendientes, lenta, suavemen-
te, sintiendo todo el tiempo la frescura de la noche en la
cara. Pedalea más rápido. El movimiento se hace fuer-
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te. Tocamos la cima. Nos lanzamos, la caída es libre. Se
mezclan sus cabellos con los míos, reímos embriagados.
La blusa de seda produce ondulaciones en un tono rosa
perfecto, armónico. El viento se cuela entre los dedos.
Dibujo síncopas en el aire, giramos envueltos en un de-
licioso remolino. Recorremos ondulantes todo el espacio
que atrapan las paredes de tu dormitorio. Así por mucho
rato, hasta que comenzamos el descenso. Poco a poco nos
detenemos, lentamente vuelven a los hombros las mechas
doradas. La última frase de la sinfonía indica que debo
bajar. Me deposita en tu almohada.
Dejo la cómoda posición en que estaba. Me dis-
pongo al regreso. Se me nota menos. Camino en línea
recta. Me siento. Me paro en un pie. Coordino. No inten-
to saber si resulto coherente: sé la respuesta. Esta noche
tengo otra y bendita visión de la cordura.
Retorno a mi mundo.
Aprieto el séptimo número del citófono, digo lo
necesario, subo escalones alternando los pies, introduzco
la llave precisa, quito mi ropa, apago la luz… en posición
fetal pellizco mis pies toda la noche.
Nadie, nunca, se entera de este viaje.

Primeros días del junio 94.

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Cantante

Era la sexta moneda que insertaba en la ranura


de la máquina que ofrecía servirle un café. Como en las
otras cinco ocasiones, esto no sucedió.
Caminó nuevamente en dirección a su asiento,
notó el frío que sentían los que estaban allí. La sala de
espera de la Posta Central, plagada de rostros cansados,
pálidos, envejecidos por la espera y la desesperanza;
parecía empeñada en confundir a enfermos y acompa-
ñantes en un rito de desaliento. Lograban distinguirse
los primeros cuando portaban en sus hombros un chal
a cuadros, que denotaba el gesto cariñoso de algún pa-
riente.
Cerca de las tres y cuarto nombran a Pablito
por el altavoz. Se acerca a recibir la que fue una escueta
respuesta:
— Todo salió bien, ahora debe esperar.
Quiso preguntar tanto, mas se ahogaron las
palabras en su garganta, envuelta por una bufanda. Sólo
logró que se entendiera:
—¿Esperar cuánto?.
— Hasta mañana, señora.
Salió a la calle, la esquina de Portugal y Diago-
nal Paraguay esa noche tenía como únicos transeúntes a
un par de prostitutas conversando con taxistas. Se reían
con ganas, con contagiosas ganas. Sonrió mientras ima-
ginaba el tema en discusión.
Caminó hacia Vicuña Mackenna rapidamente,
mientras observaba el reloj. Eran las tres y media: justo
en ese minuto debía comenzar su actuación.
Ojalá a la rucia la hayan hecho bailar de nuevo.
Es linda la rucia, teñida pero linda, tiene buen cuero,

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potona, no tiene mucha teta, pero se las arregla: se las
rellena con algodón debajo del sostén para que se le
suban, pero linda, una vez dijo un curao que tenía carita
de virgen y todos se rieron, a mí me dio harta rabia
porque era cierto, aunque ahora se deba pintar más
que antes sigue siendo la mejorcita. La hora que es y mi
Pablito… allí está la 344. Ojalá que vaya hoy día, el viejo
parece buena onda, necesito que me escuche una, una
sola canción. Con suerte me saca hoy mismo de ahí.
Bastaron tres minutos para cambiar su aspecto
provinciano. Se paró en tacones, calzó una minifalda
estrecha y un peto luminoso que apretaba sus escasos
pechos. Delineó sus ojos pardos y liberó su pelo de la
apretada trenza. Estaba lista.
La Rucia, que por lealtad a su amiga había acep-
tado hasta quitarse el corpiño rojo que llevaba puesto, ya
terminaba de bailar.
Jorge Guerrero la presentaba entre comentarios
que pretendían ser graciosos y terminaban siendo vul-
gares. Le entregó el micrófono mientras le decía cerca de
su oído, con ese aliento a acetona::
—Suerte, mijita.
Sentado en una de las mesas cercanas al esce-
nario, un señor de pelo cano, que por la postura erguida
y la calidad de su ropa, anunciaba ser extraño al sitio,
bebía el único whisky pedido esa noche. El viejo estaba
allí.
No percibió nada más. El humo de la sala
dibujaba huellas azuladas en la densa atmósfera del
lugar. Mas era ella y la música que ahora comenzaba a
sonar. Cantó. El bolero era el de siempre, pero esa noche
sonaba distinto. Matizó como nunca. Subió lenta y se-
gura por las escalas, hizo sentir a cuantos allí estaban el
mensaje, sufrido, con alma. No veía a nadie, no escuchó
los errores del trompetista, no permitió que los piro-

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pos se interpusieran entre su voz y su oído. De pronto,
su pecho se aprieta, duele, con ese dolor que pesa, que
aprieta los pulmones y que en esta ocasión se hace más
profundo. Sintió un sudor extraño recorrer su cuerpo;
su brazo izquierdo, el que sostenía el micrófono, comen-
zó a pesarle y por unos segundos creyó que se le caería,
pero siguió y siguió hasta terminar. Un ritardando lento,
sentido, una octava más abajo de su tono, le sirvieron
para hacerlos volver poco a poco al miserable sitio que
todos compartían.
Todos aplaudieron, tal vez como nunca lo
habían hecho. Algunos se pusieron de pie para corres-
ponder a la entrega. Sintió que alguien la confundía en
un abrazo cálido, poco acostumbrada al desinterés que
se desprende del gesto: era el señor de la primera mesa.
La noche, su peor y mejor noche terminaba.
— Quiero saber de Pablito Fuentes.
—¿El niño atropellado ayer?
— Sí, ese mismo.
— Recuperándose, señora.

La gota que corrió por su cara entró en su boca


y era dulce.

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María Gálvez Vásquez, María Morales

Santiago, 1994. Licenciada en Artes Plásticas. Escribe


cuentos y poemas desde los 10 años. En 2012 gana el pre-
mio Roberto Bolaño. Actualmente pertenece al colecti-
vo artístico Salmuera. Su trabajo aborda problemáticas
en torno a la identidad, siendo el nombre propio una de
ellas; como plataformas, ha explorado la performance y
la fotografía.
Krasna Vukasović Herrero

Santiago, 1993. Artista plástica y pintora. Con el afán de


ser profesora de lenguaje se aboca a la escritura; tempra-
namente llena libretas con escritos que surgían desde la
incomodidad. En 2016 vive en Bologna, emprendiendo
un viaje de coleccionista y cronista a partir de esta ex-
periencia, recolectando objetos, fotografías y relatos de
ruta. De lo que acontecerá en trenes nace su tema de inte-
rés artístico: la dromoscopía. La historia en imágenes, las
sombras y las casas ochavadas configuran su imaginario.
Calzado Lusvenia o Breve historia de la
sombra

La niña Lusvenia tenía unos zapatos


que miraba y admiraba y portaba a todos lados,
eran verdes y brillantes –esmeraldas centelleantes–
eran duros como rocas y pesados como brocas.

¡Esmeraldas! ¡Allí vienen las esmeraldas!


Zoc, zoc, zoc

Paseaba Lusvenia por el bulevar


Haciendo sonidos de par en par

¡Esmeraldas! ¡Allí van las esmeraldas!


Zoc, zoc, zoc

Lusvenia no escuchaba
el taconeo de sus zapatos
Ni conocía el azul del cielo
ni los montes colorados,
No conocía tampoco
su reflejo en el espejo,
Y el cuello tenía torcido
De tanto mirar hacia abajo.

Un día de lluvia quiso lavar sus zapatos


No le importaba la lluvia, no le importaban los rayos.
En un balde puso un cepillo y una esponja
Y, sin quitárselos, mojó sus zapatos con agua de lluvia.

Llovía y llovía y Lusvenia no se cansaba


Cepillaba y cepillaba y su taco brillaba
Llovía y cepillaba
¿El cielo se habrá roto?, ella pensaba.

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De pronto sobre el agua
Su reflejo advirtió
Y fue tanta la sorpresa
Que hacia el cielo miró.

Entonces Lusvenia contempló


La blanca luz del cielo colándose entre las nubes
Ya no veía sus pies
Ya no veía sus bucles.

La fuerza de esa luz era inmensa


Y no se parecía a nada que antes ella hubiera visto
Ni a la brillantez de sus zapatos
Ni a las esmeraldas o ríos.

Lusvenia volvió su rostro al reflejo en el agua:


Vio su pelo crespo sobre la poza
Y sus ojos dulces como pirinolas
E inesperadamente sobre su mollera
le apareció una aureola.

En seguida a su alrededor vio seres fabulosos


Y eran así de copiosos
Que con sus largos dedos
no alcanzaba a contarlos todos.

Entonces Lusvenia se quitó sus húmedos zapatos


Y empezó a contar con sus largos dedos flacos.
Con ayuda de pies y manos
Lusvenia contó más de veintitrés mounstruos
Algunos peludos y algunos pelados
Algunos flacuchos y otros forzudos.

Para recordarlos Lusvenia escribió,


en un cuaderno rojo y con lápiz azul.
¡Los mounstruos copiosos!

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¡Los mounstruos lluviosos!

Desde ese momento su aureola brilló


De noche y de día y en sueños de azul.

Lusvenia escribía de pies a cabeza


Sobre el tejado y debajo de la mesa,
Junto al naranjo o a los cerezos
De frente a la playa o sobre un tronco viejo.

¡Los mounstruos cielosos!


¡Los mounstros viejosos!

Cuando finalmente de escribir terminó


En busca de seres el cielo miró.
Para su sorpresa, un castillo encontró
Con personajes y maravillas en su interior.

Lusvenia a su casa deprisa corrió


En busca de un lápiz, en busca de dos.
Sus pies le dolían, pero no la emoción.

Habiendo encontrado tres lápices de color


Violeta, azul y amarillo,
Papeles y diarios ella rayó.
¡Violeta, azul y amarillo!

Sobre los muros, los tapetes y los percheros,


Sobre la ventana, las cortinas y los maceteros,
Sobre los cardenales, los rosales y los cipreses

¡Violeta, azul y amarillo!

Sobre las montañas coloradas,


Sobre las nubes, la lluvia y el cielo ella escribió,
Y así para siempre sus zapatos olvidó.

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Esta publicación terminó de imprimirse en noviembre de
2018, en Santiago de Chile.
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