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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR


PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
UNIVERSIDAD BICENTENARIA DE ARAGUA
NÚCLEO SAN CRISTÓBAL EDO. TÁCHIRA
CÁTEDRA: CASACION PENAL

ENSAYO SOBRE: LOS JURISTAS DEL HORROR, LA


JUSTICIA DE HITLER, EL PASADO QUE ALEMANIA NO
PUDO OLVIDAR. AUTOR INGO MULLER

Abg.Asesor:
MIGUEL ANTONIO VANEGAS Dr. ALEXANDRO PIAZZA

SAN CRISTOBAL 24 DE SEPTIEMBRE 2016


Pienso que es apresurado que haga un análisis del libro, a primera vista considero que
debo dar más estudio a la obra porque es mucho lo que se puede analizar, siendo esta una
lectura de comprender y comparar con los hechos que actualmente suceden en nuestro País
ya que la realidad que se vive es perturbadora, y toda persona debería entender qué es lo
que está pasando dentro del ordenamiento jurídico venezolano
Digo. Porque en las primeras veinte páginas, cuando se desarrollan los antecedentes
de la República de Weimar, si no se tiene idea de lo que sucedió en la etapa de Bismarck se
pierde mucho del contenido que Müller
Pues esta obra, es un libro que puede ser comprendido por personas que no sean
abogados ni juristas. Solo cuenta el interés que le dé a la lectura, a la historia alemana
para captar la verdadera sustancia de la obra.
En estos momentos en los que se plantea una gran incógnita en cuanto a lo que sucede con
nuestra Constitución, con nuestras leyes y nuestro ordenamiento jurídico en general, es
necesario que los intelectuales, los académicos, los “juristas” no permanezcan callados y
complacientes ante una posible violación a nuestros principios fundamentales.
Los juristas del horror nos abre las puertas a entender a lo que podemos llegar si no
reaccionamos, si no marcamos nuestra posición de forma diáfana.
Cuando la ley se convierte en instrumento de la mayoría para atropellar a la minoría,
todo puede suceder, hasta la justificación vía derecho del holocausto de casi siete millones
de personas. El relato del abogado alemán, Ingo Müller, en su libro “Los juristas del
horror” no es simple escrito de historia contemporánea, es una alerta a quienes tienen la
obligación de impartir justicia hoy y pueden verse seducidos por el fanatismo, la
irracionalidad y la sumisión a la que conducen algunos sistemas políticos. Müller vivió
como el nazismo se hizo con el control de la ley y la doblegó al Führer. Pobre de aquel
pueblo cuya moral ha enfermado terminalmente y es capaz de desfigurar la justicia
entregándola a intereses políticos, porque irremediablemente harán del revanchismo y la
venganza la norma.
Pero hasta los regímenes más férreos tienen su final y cuando el nazismo llegó a su fin,
muchos se preguntaron ¿Cómo fue posible? ¿Cómo fuimos capaces de rendirnos ante un
caudillo cumpliendo al pie la letra sus designios? Lo más sorprendente es que mentes
brillantes sirvieron al régimen nazi y contribuyeron a justificar sus desmanes. Todos al
servicio de un hombre que no fue más que un populista que supo manipular la mente de un
pueblo sumido en la debilidad.
Cada uno de nuestros actos marca la manera cómo seremos recordados en el futuro
próximo. Quienes hoy abusan, humillan y acorralan porque aseguran tener todo el poder
bajo control, tienen dinero para chantajear y armas para asustar al pueblo, tendrán que
responder algún día a la justicia. No a la que hoy se arrodilla frente al ausente, tendrán que
responder a la que una vez baje la marea pueda instaurarse en libertad y bajo los preceptos
de absoluta independencia.
Lo que se justifica hoy tendrá que explicarse luego. Nuestro papel en estos días es
no callar, no permitir que nos dobleguen haciéndonos pensar que nada podemos hacer. Es
nuestro deber resistir el atropello con el valor de quienes amamos este país y no estamos
dispuestos a entregarlo. A veces la lucha por la justicia puede ser larga, pero nadie puede
decir no dará resultados. Con fuerza y optimismo en el futuro podemos lograrlo.Empujado
por las presiones brotadas desde el ejército alemán, con el que contaba para apoderarse del
planeta, pues según sus delirios Alemania era demasiado pequeña para la grandeza de los
alemanes, Adolf Hitler, el epitome del caudillo y el arquetipo del tirano, ordenó neutralizar
las SA, sus tropas de asalto al mando de Ernst Röhm, un homosexual, como gran parte de
su estado mayor y buena parte de la dirigencia nazi, nacido del seno bolchevique, que
insistía en fortalecer el lado socialista y arrinconar al lado nacional de la fórmula
nacionalsocialista. Cultivado en el humus de la revuelta, el caos y la disgregación, sus
tropas habían crecido hasta competir exitosamente con los ejércitos prusianos: mientras
éstos apenas superaban los cien mil hombres, la SA ya contaba con millones de adherentes.
El Ejército, la aristocracia y el empresariado decidieron ponerle la proa y condicionar su
respaldo al Führer a cambio del exterminio de las SA. Por así decirlo: los colectivos del
Führer.
Terminando sus primeros cinco meses de gobierno y con el país a sus pies y las
instituciones en sus bolsillos, Hitler obedeció el mandato y la noche del 30 de Junio inició
una siniestra jornada llamada “La noche de los cuchillos largos”, sorprendiendo a la
oficialidad de sus SA que se aprontaban a celebrar un congreso, asesinándolos sin más
miramientos. Para mayor legitimación del bárbaro asalto, Röhm y muchos de los suyos
celebraban en el hotel en que se alojaban a la espera de su congreso sus orgías habituales
ante el asco y el asombro de Hitler, que pilló a su amigo y cercano colaborador durmiendo
con uno o varios esbeltos representantes de la raza aria.
No satisfecho con dictar justicia de manera directa y ordenar el asesinato masivo de
quienes le estorbaban sus propósitos sin recurrir a ninguna instancia judicial, el Führer fue
más lejos: dictó jurisprudencia. Tal como lo escribiese el jurisconsulto coronado del
nacionalsocialismo, Carl Schmitt, en un polémico ensayo titulado El Führer defiende el
Derecho: “El Führer está defendiendo el ámbito del derecho de los peores abusos al hacer
justicia de manera directa en el momento del peligro, como juez supremo en virtud de su
capacidad de líder. El auténtico líder siempre es también juez. De su capacidad de líder
deriva su capacidad de juez”. No hacía más que comentar las propias declaraciones de
Hitler, quien en un Congreso Nacional de jurista alemanes declararía poco después: “En ese
momento yo era el responsable del destino de la nación alemana y por ende el juez supremo
del pueblo alemán”.
Desde luego, al señalarlo encontró el aplauso unánime de las más altas instancias
jurídicas de la Alemania nazi. Que conscientes de su nula importancia y significación al
lado del caudillo, el Führer y Dios de todos los alemanes a quien se debían, corrieron a
respaldar su afirmación. A ningún miembro de la Corte Suprema de Justicia se le hubiera
siquiera ocurrido cuestionar su afirmación: todos lo respaldaban, perfectamente conscientes
de que era un asesino serial, un genocida, un delincuente que llevaba su país a los abismos.
En esos tres días de junio y julio de 1933 el responsable del asesinato de ese más de un
centenar de dirigentes nazis no procedía en calidad de un simple ser humano, susceptible de
cometer un crimen. Y castigado por ello. Hitler estaba por encima de cualquier
ordenamiento jurídico. Dice Carl Schmitt, el más destacado especialista en derecho
constitucional de la Alemania del siglo XX: “Dentro del espacio total de aquellos tres días
destacan particularmente las acciones judiciales del Führer en las que como líder del
movimiento castigó la traición de sus subordinados contra él como líder político supremo
del movimiento. El líder de un movimiento asume como tal un deber judicial cuyo derecho
interno no puede ser realizado por nadie más. En su discurso ante el Reichstag, el Führer
subrayó de manera expresa que en nuestra nación sólo existe un portador de la voluntad
política, el Partido Nacionalsocialista”. No necesitó explicar Schmitt que, en rigor y en toda
circunstancia, el Partido Nacionalsocialista era el propio Hitler. Nadie más.
¿No es del caso afirmar que, en tales circunstancias, cuando en una sociedad la justicia
renuncia a ejercer sus deberes y obligaciones rindiéndose ante los otros poderes,
limitándose simplemente a legitimar todas susacciones, sin importar la naturaleza criminal
de las mismas, se ha consumado la gansterización de la justicia?
¿Qué pasa cuando la justicia deja de ser independiente y se hace política? ¿Qué
ocurre cuando la justicia se pliega a los amos del poder en un país?” y el mismo prologuista
responde: “En el caso de la Alemania nazi, lo que pasó fue inenarrable: No menos de seis o
siete millones de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, asesinados. Millones de
desplazados, de muertos por hambre y enfermedades. Centenares de miles de ciudadanos
perseguidos y martirizados. Miles de personas inocentes privadas de sus derechos más
elementales. Centenares de miles de seres humanos condenados por jueces y fiscales que
actuaban, aparentemente, bajo el imperio de la Ley”
En el siglo XX, a pesar de los avances del pensamiento filosófico, de las teorías
políticas y de la prédica de la tolerancia por el cristianismo, se asistió a algunos de los más
catastróficos ensayos de regímenes totalitarios. El siglo XX vio surgir, desarrollarse y
sucumbir al nazismo, al fascismo y al comunismo sobre la base de planteamientos teóricos
que colocaban al hombre en segundo lugar, postergado por un supuesto interés social
definido y delimitado por el respectivo régimen despótico, y presenció el sacrificio de
millones de hombres sin que se hubieran alcanzado los paraísos prometidos y sin que se
hubiera creado el hombre nuevo, a no ser que se considerara como tal a genocidas como
Hitler y Stalin, a las bandas de genocidas organizadas en cuerpos policiales y en ejércitos
de ocupación, a los que diseñaron los campos de concentración y ejecutaron el Holocausto,
a los que dirigieron los gulags soviéticos y ahora mantienen a los disidentes en las cárceles
cubanas y a los demás ciudadanos de Cuba vigilados y controlados por los comités de
barrios.
Las confrontaciones del siglo XX dejaron incólume el modelo de gobierno democrático
constitucional basado en la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial definido
por Montesquieu desde el siglo XVIII, modelo probado por la historia, matizado en sus
diversas variantes, imperfecto pero insustituible.
Todo jurista, todo político, todo ciudadano, ha de ver con sospecha los intentos por
debilitar el modelo básico que está plasmado en los textos constitucionales modernos, como
ha de ver con igual sospecha el intento por adulterar la distinción entre ius y lex, distinción
que equivale a la que existe entre leyes permanentes y leyes temporales, por una nueva
distinción que sustituye las leyes permanentes por el derecho revolucionario. Ya esta
sustitución se ensayó sin éxito en la antigua Unión Soviética durante setenta años y se
practica en Cuba desde hace cuarenta y ocho. Ambas experiencias están a la vista. En
Venezuela se observan intentos para acudir, a pesar del desprestigio que alcanzó en la
antigua Unión Soviética, al discutible, difuso y arbitrario derecho revolucionario y a
pretender hacer prevalecer el valor justicia por encima del valor derecho, como que si
aquella estuviera ausente en éste y no formara parte de él. Tal forma de razonar es, casi
siempre, una coartada para no aplicar la norma jurídica o un artificio para acomodar la
interpretación a intereses políticos.
No obstante la negativa experiencia histórica de los totalitarismos, en Venezuela se
observa una tendencia deliberadamente dirigida hacia la construcción de un modelo político
que proclama la exclusión y niega el pluralismo. Estos hechos forman parte de la
progresiva configuración de un modelo autoritario que se dirige hacia “el socialismo del
siglo XXI”. Los modelos autoritarios conforman un sistema político policial en el cual los
jueces son utilizados como instrumentos de criminalización de la actividad política. En el
libro de Ingo Müller, traducido al castellano por el profesor venezolano Carlos Armando
Figueredo, se da cuenta de la abyección a la que llegaron algunos de los juristas más cultos
de la tierra, los juristas alemanes, al servicio del totalitarismo nazi. Se afirma en el libro que
esclarecidos juristas reconocieron en esa época cuán lejos había ido la Corte Suprema del
Reich en su perversión de la justicia con su mensaje de que el interés del Estado estaba por
encima del derecho. El mensaje estaba contenido, además, en una reflexión del gran jurista
Carl Schmitt, quien había resumido la nueva doctrina jurídica así: “La totalidad del derecho
alemán hoy en día…debe regirse sólo y exclusivamente por el espíritu del
nacionalsocialismo…Cada interpretación debe ser una interpretación según el
nacionalsocialismo”. Por implicación los crímenes más espantosos no eran punibles si se
cometían en interés del estado, mientras que actos legales eran punibles si eran contrarios al
mismo.
El principio jurídico fundamental de la dictadura nazi fue que es derecho todo lo
que beneficie al pueblo, lo cual permitió apoyar y darle trato preferencial a los delincuentes
acusados que habían actuado por motivos “nacionalistas”. Uno de los jueces más
prominentes de entonces declaró que el trabajo de los jueces no debería ser restringido por
principios de seguridad jurídica formalista y abstracta, sino que los jueces deberían hallar
líneas claras en las opiniones jurídicas del pueblo y del caudillo (Führer). El eco
venezolano de esta ideología está contenido en el pensamiento de un ex magistrado del
Tribunal Supremo de Justicia, para quien “el derecho es una técnica normativa puesta al
servicio de una política” y “la interpretación es un esfuerzo de racionalización de la función
judicial al servicio del proyecto político prevalente”.
Está muy vivo en Venezuela en este momento el enfrentamiento entre una
orientación política que exalta al sistema socialista fracasado en la Unión Soviética, que
califica a Cuba como país que vive en “el mar de la felicidad” y que reniega de un sistema
capitalista calificado como salvaje; y, por otra parte, una actitud de resistencia y de reserva
ante tal orientación, porque la defensa de los derechos humanos ha sido llevada a cabo, en
muchas ocasiones, frente a espantosos atropellos, no casuales sino sistemáticos, ocurridos
precisamente en esos países y en lugares similares a los cuales les fue impuesto el sistema
socialista de democracia popular. Preocupa a quienes no ven con entusiasmo la orientación
política oficial el uso de los mismos argumentos y la utilización de los mismos mecanismos
de desprestigio que antes se usaron y utilizaron en la antigua Unión Soviética, en las
repúblicas de Europa del Este y todavía son moneda corriente en Cuba y en Corea del Norte
contra las personas y contra las organizaciones defensoras de los derechos humanos. En
Cuba los ciudadanos son divididos en revolucionarios y gusanos. En Venezuela en
revolucionarios y traidores a la patria.
Quienes hacen ciencia pura o experimental o investigación humanística no pueden
olvidar la relación perturbadora que existió entre los científicos y los políticos en el poder
bajo los regímenes nazi-fascistas y comunistas. Tampoco olvidan que existe consenso en
atribuir al siglo XX el haber sido el período de la humanidad en que se hicieron visibles no
sólo los resultados de las altas tecnologías modernas, sino también los de las modernas
teorías científicas: la relatividad, la física cuántica y la genética, de un modo que la ciencia
llega a ser algo sin lo cual la vida cotidiana es inconcebible en cualquier parte del mundo.
También saben que el modo de ver los descubrimientos científicos en el mundo
democrático occidental y en el mundo nazi-fascista-comunista ha sido muy diferente: en el
mundo capitalista, aunque sean muy esotéricas e incomprensibles las innovaciones
científicas, una vez logradas se traducen casi inmediatamente en tecnologías prácticas. Así,
los transistores surgieron, en 1948, como un subproducto de investigaciones sobre la física
de los sólidos, es decir, de las propiedades electromagnéticas decristales ligeramente
imperfectos; como sucedió con el láser en 1960, que no surgió de estudios sobre óptica,
sino de trabajos para hacer vibrar moléculas en resonancia con un campo eléctrico.

En el mundo de las dictaduras la situación fue muy distinta: en la Alemania nazi se prohibió
explicar la teoría de la relatividad y cuando a un influyente científico (Werner Heisenberg)
se le permitió hacerlo, se le prohibió mencionar el nombre de Einstein, porque era judío.
Pero la historia de la ciencia en la URSS es mucho más lamentable. Se refiere que en la
época de Stalin el régimen soviético se enfrentó con la genética, tanto por razones
ideológicas como porque la política estatal estaba comprometida con el principio de que,
con un esfuerzo suficiente, cualquier cambio era posible, aunque la ciencia señalaba que
este no era el caso en el campo de la evolución en general y en el de la agricultura en
particular. La mayoría de los biólogos evolucionistas soviéticos, como los biólogos
evolucionistas del mundo entero, eran partidarios de Darwin, en el sentido de que la
herencia era genética. Una minoría era partidaria de la tesis de Lamarck y creía en la
transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos y practicados durante la vida de una
criatura, aunque nunca se encontraron pruebas de esta teoría. Bajo Stalin, un biólogo
marginal, Lysenko, obtuvo el apoyo de las autoridades porque argumentaba que la
producción agropecuaria se podía multiplicar aplicando métodos lamarckianos. El resultado
para la ciencia soviética fue devastador y el académico Vavilov, el genetista soviético de
mayor prestigio (darwinista) fue a parar a un gulag, donde murió, por estar en desacuerdo
con Lysenko.
En el campo de las ciencias jurídicas la relación entre la investigación y los
regímenes totalitarios es más que perturbadora. Al derecho se le niega su condición de
ciencia y se le atribuye una cualidad de subproducto cultural, pensamiento derivado,
superestructura, que junto con la religión, deriva de la estructura única, la estructura
económica. A esa situación hay que agregarle la interpretación judicial del ordenamiento
jurídico, interpretación que tiene como norte en los regímenes despóticos el cumplimiento
de los fines totalitarios. Para los jueces del sistema totalitario, los recursos de la dialéctica,
de la racionalidad y del pensamiento lógico deben ser puestos de lado en favor del triunfo
de la ideología oficial. Venezuela se encamina hacia allá con pasos acelerados de la mano
del socialismo del siglo XXI, ambigua denominación de la vieja ideología comunista
fracasada en el siglo XX. Quienes hacen vida en los institutos de investigación del país
tienen la obligación de reaccionar para defender la condición de ciencia de la disciplina que
cultivan y para preservar el principio enunciado desde el siglo XII por Pedro Abelardo: “La
investigación se emprende con el estímulo de la duda, y por medio de la investigación se
llega al conocimiento de la verdad”. Tal como ha sido observado, esta fórmula general
esclarece el carácter problemático del pensamiento y constituye la premisa de toda
indagación crítica. Es una duda metódica, es un control crítico permanente,
assiduaseufrequensinterrogatio.
Desde el punto de vista de los valores, los cristianos disponemos, entre otras
fuentes, de los excelsos catálogos comprendidos en la Encíclica Pacem in Terris, es decir,
sobre la paz entre todos los pueblos, que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y
la libertad. La parte primera sobre la convivencia humana y la parte segunda sobre las
relaciones entre los poderes públicos y los ciudadanos constituyen criterios de la Encíclica
Pacem in Terris de los cuales no pueden apartarse las constituciones, las leyes o las
decisiones judiciales. Los derechos humanos, los derechos económicos, los derechos de
reunión y asociación, el derecho a intervenir en la vida pública, el derecho a la seguridad
jurídica, el sometimiento de la autoridad al orden moral, la congruencia de la ley con la
recta razón, sin la cual se está frente a una ley injusta según Santo Tomás, la necesidad de
que el régimen político sea una auténtica democracia, son valores que atribuyen legitimidad
al orden jurídico, al sistema político y a las decisiones judiciales. Sin tal sustento, el sistema
carece de legitimidad cristiana y de cualquier otra legitimidad. Los investigadores no
pueden dejar de tener en cuenta tales criterios a la hora de valorar la idoneidad de las
situaciones sometidas a su examen. Además, los valores contenidos en la Encíclica Pacem
in Terris vienen de muy lejos, arrastran toda la densidad del pensamiento cristiano
acumulado y perfeccionado a lo largo de siglos y representan la cristalización y el
refinamiento de la mejor experiencia del hombre.
El extraordinario libro de Ingo Müller, en la traducción que de él ha hecho nuestro
culto compatriota Carlos Armando Figueredo, aparece en un momento oportuno, en un
momento de inflexión en nuestra historia, en un momento en que se va a decidir entre la
libertad y la dictadura, entre la democracia y el totalitarismo, entre la civilización y la
barbarie. Nunca en el mundo ningún régimen totalitario de signo comunista se ha instalado
en el poder por la vía democrática de las elecciones libres y transparentes. El actual proceso
electoral venezolano ha sido calificado de fraudulento: un fraude que se puso en ejecución
con el inicio anticipado de la campaña electoral; un fraude que se ha materializado en el uso
abusivo de los recursos públicos; un fraude que se manifiesta en el uso de la violencia
contra grupos de electores; un fraude que se hace presente en la desigualdad entre los
contendores; un fraude que se basa en tratamiento informático de información susceptible
de manipulación; un fraude que se configura con la inexistencia de un árbitro
independiente; un fraude que puede culminar el día de la elección con la manipulación
informática de los resultados; un fraude que permite dictar una resolución ministerial que
prohíbe las reuniones el día de la elección, de modo inconstitucional; un fraude que
mantiene a los disidentes amenazados si intentan una protesta. Este fraude continuado,
similar al delito continuado, por su propia naturaleza genera el peligro del desconocimiento
por parte de quien resulte afectado por la derrota, porque, aunque el triunfador saque una
mayoría significativa u obtenga una avalancha de votos, su reelección estaría viciada de
nulidad absoluta, porque el abuso de derecho y la violencia durante la campaña no pueden
ser sanados por el acto de elección, por más rotunda que sea la mayoría que lo reelija. El
valor jurídico sustantivo del proceso electoral estaría ausente, porque el acto de voluntad
personal, parte del proceso de manifestación de voluntad colectiva, estaría afectado por
vicios insubsanables.
El libro de Ingo Müller traducido por Carlos Armando Figueredo, nos enseña que el
sistema judicial de los regímenes totalitarios es un instrumento en manos de quienes ejercen
el poder, de modo que los jueces estarán listos para aplicar el derecho revolucionario.
Contra el peligro de que esa situación se instale definitivamente en Venezuela nos debemos
manifestar, mientras haya tiempo para hacerlo y quede lugar donde hacerlo.

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