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Introducción a la ecología general.

La ecologización del pensamiento


Erich Hörl
Traducción: Noelia Billi

Una ecología propiamente entendida no puede ser


otra cosa que una tecnología
Jean-Luc Nancy1

Ecología: nuestra nueva semántica histórica

Somos testigos de la emergencia de una nueva semántica histórica: la emergencia de la


ecología. Hay mil tipos de ecologías hoy en día: ecologías de la sensación, la percepción, la
cognición, el deseo, la atención, el poder, los valores, la información, la participación, los
medios, la mente, las relaciones, las prácticas, el comportamiento, la pertenencia, lo
social, lo político –para nombrar sólo una selección de posibles ejemplos. Al parecer casi
no habría ningún campo que no pueda ser considerado el objeto de una ecología y, en
consecuencia, abierto a una reformulación ecológica. Dicha proliferación de lo ecológico
es acompañada por un desplazamiento en el significado de “ecología”. El concepto está
siendo crecientemente desnaturalizado. Mientras que antes estaba político-
semánticamente cargado con naturaleza, hoy prácticamente exige una “ecología sin
naturaleza”2. De modo que no solo abandona toda referencia a la naturaleza, sino que
incluso ocupa campos que son definitivamente anti-naturales. Al mismo tiempo, al perder
esta dimensión, el concepto se deshace del conjunto concomitante y constrictivo de
connotaciones inmunopolíticas, a través de las cuales antes quedaba ligado a dogmas de
proximidad e inmediatez, de lo familiar y el parentesco, de lo saludable y lo intacto, de lo
propio, la casa, etc. En resumen, rompe sus conexiones con los dogmas de la autenticidad
1
Jean-Luc Nancy, The Sense of the World, trans. J. S. Librett (Minneapolis: University of Minnesota Press,
1997, p. 41.
2
Timothy Morton, The Ecological Thought, Cambridge, MA: Harvard University Press, 2010; y
“Ecologocentrism: Unworking Animals”, SubStance 37 (117), 2008, pp. 73-96.
[Eigentlichkeit]3. Estos dogmas han capturado y reterritorializado el concepto de ecología
(debido a su origen griego oikos y su problemática herencia logocéntrica) desde su misma
génesis en el siglo XIX4.
Hay algo destacable en ello: mientras que, desde la perspectiva de la historia de los
conceptos y los discursos, el concepto de ecología designaba primariamente lo otro de la
técnica y de la mente, actualmente ha comenzado a cambiar de lado en la división
naturaleza/técnica, deshaciendo las suturas que ligaban la ecología a la naturaleza. Y esto
está sucediendo –crucialmente– en paralelo con, o quizás incluso como resultado de, una
remoción fundamental de esta misma diferencia: en el siglo XX, dicha diferencia ya no es
comprendida, al modo aristotélico, desde el lado de la naturaleza. La suplementación de
la naturaleza por parte de la técnica ya no parece estar inscripta en la naturaleza y su
garantía de fines, ya no parece estar circunscripta y regulada por la naturaleza en la
manera descripta en el Libro II de la Física, que fue fundamental para una entera y
duradera época de la racionalidad. Mientras que esta racionalidad asignaba a la técnica
tanto fines que deben ser puestos por algún agente intencional como fines dados de
antemano, dicha técnica parecía obedecer e implementar inexorablemente una lógica

3
Cf. Jacques Derrida, “Faith and Knowledge: The Two Sources of ‘Relgion’ al the Limits of Reason Alone”,
trans. S. Weber, en Religion, ed. Jacques Derrida y Gianni Vattimo, Stanford, Stanford University Press, 1998.
Sobre el problema de la inmunopolítica, cf. Roberto Esposito, “The paradigm of Immunization”, en Bios:
Biopolitics and Philosophy, trans. T. Campbell, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2008, pp. 45-77;
Frédéric Neyrat, L’indemne: Heidegger et la destruction du monde, París: Sens & Tonka, 2008.
4
Es desde aquí, desde el oikos, que es posible repetir lo que Bataille y Derrida han dicho acerca de la
economía general y la restringida, pero en términos ecológicos, introduciendo la diferencia entre una
ecología general y una restringida. Esta peculiar repetición, de hecho, expresa el cambio de la cultura del
sentido [Sinnkultur] desde una cultura del significado [Sinnkultur der Bedeutung] hacia una cultura del
sentido tecnoecológico [technoökologische Sinnkultur], como tematizaremos más adelante. Dado que
incluso si las economía restringida y la general (donde Derrida ya ve esta última como una transgresión de la
“época del sentido”) están inevitablemente ligadas a la cuestión del sentido, todavía es necesario descubrir
lo que subyace a este movimiento en la historia del sentido que hace posibles lecturas como las de Bataille y
Derrida en primer lugar, y que nos impide creer en el final del sentido. No obstante, la cultura
tecnoecológica del sentido, y en esto estamos de acuerdo con Derrida, marca ya un tiempo del sentido que
va más allá de la época del sentido. Sobre la deconstrucción del oikos, véase por ejemplo, Jacques Derrida,
Of Hospitality, Stanford, Stanford University Press, 2000. El concepto radicalmente relacional del oikeios o
de la naturaleza-como-oikeios de Jason Moore, que describe el ensamblaje de las agencias humana y no
humana, también socava (desde una perspectiva marxista) el pensamiento restringido de la casa que se
halla sedimentado en el concepto heredado de ecología. Véase Jason W. Moore, Capitalism in the Web of
Life. Ecology and the Accumulation of Capital, Londres, Verso, 2015. Sobre mi noción de cultura del sentido
[Sinnkultur] véase Erich Hörl, “The Artificial Intelligence of Sense: The History of Sense and Technology after
Jean-Luc Nancy (by way of Gilbert Simondon)”, Parrhesia, 17, 2013, pp. 11-24.
instrumental de relaciones entre medios y fines, constituyendo una “estructuración de los
fines”5 –si bien una cuyas ramas se multiplicaban y mezclaban crecientemente; en
cualquier caso, esto la hacía tanto parte como soporte de una racionalidad completa y
determinada –es decir, teleológica. Ahora bien, en lo que describiremos sumariamente
como condición tecnológica, en contraste, la ausencia de cualquier tipo de fin es algo
innegable. La técnica emerge como el agente absoluto de esta falla, y la naturaleza
comienza evidentemente a estar subordinada a ella. Finalmente, lo que emerge es la
tecnicidad esencial de la naturaleza: en adelante, la naturaleza siempre habrá estado
desprovista de todo fin. “Aún así, es precisamente aquí”, nos dice Jean-Luc Nancy, “que la
tecnología nos enseña algo: a través de la tecnología, la naturaleza misma –de la que
proviene la tecnología– revela que la naturaleza, por sí misma, está desprovista de un
fin”6. El fin tecnológico del fin –es decir, el sentido en todos los sentidos, el sentido como
“clausura” que prepara un final para el fin como “objetivo y propósito” y en consecuencia
remueve todo sentido histórico de la historia del sentido (un punto discutido más abajo),
llevándonos hacia otro sentido–, para Nancy, constituye “nuestro acontecimiento”7. De
acuerdo a este movimiento no-aristotélico de la historia conducido por la tecnología, que
nos catapulta fuera del orden occidental de la teleología, haciendo que nos interesemos
por el pensamiento de otra racionalidad y relacionalidad, el concepto de ecología se
pluraliza y disemina; se delinea y consolida como el concepto de las ecologías no
naturales; incluso muta en tecnoecología.
En este significativo desplazamiento más allá de la teleología, que en última instancia
(siguiendo a Nancy) o bien va a globalizarnos completamente (llevando a un “in-mundo”
inhabitable) o bien a mundializarnos (creando un mundo)8, la “ecología” deviene el

5
Jean-Luc Nancy, “Of Struction”, Parrhesia, 17, 2013, p. 2. Simondon subrayó, si no la destrucción, sí la
demistificación de la idea de finalidad, y al menos la expulsión de sus “aspectos más groseros y básicos” –“la
subordinación de los medios al fin”– a través de la cibernética. Allí donde previamente el humano era
subyugado por la finalidad, estando sujeto a fines determinados, ahora uno encuentra su organización
cibernética consciente. Véase Gilbert Simondon, Du mode d’existence des objets techniques (1958), París,
Aubier, 1989, pp. 103-104.
6
Jean-Luc Nancy, “Of Struction”, p. 3.
7
Jean-Luc Nancy, Le sens du monde, París, Galilée, 1993, pp. 45-46.
8
Jean-Luc Nancy, The Creation of the World, or Globalization, Albany, State University of New York Press,
2007.
concepto clave y la señal de una desterritorialización no-moderna de la relación entre la
técnica y la naturaleza. A pesar de que es finalmente en toda su ambivalencia un efecto de
la modernización, esta desterritorialización radical es uno de los aspectos más destacables
de la no-modernidad en general, la inscripción ya siempre no-moderna de la modernidad.
Nos permite descifrar la historia de nuestra fascinación con la no-modernidad, que está
recargada por esta desterritorialización. El concepto de ecología finalmente se alía con los
nuevos materialismos que están luchando, en el núcleo de esta fascinación
contemporánea, por articular una ontología y una epistemología no-modernas. Todo esto
está teniendo lugar en el declive de las teorías de la ecologización que han proliferado
desde los años 1970, y que han terminado por incluir la mente, la percepción, o lo psico-
social, dando así testimonio de esta transformación del sentido de la ecología desde un
estadio temprano9. En otras palabras, es como si la redescripción comprensiva de todos
los modos de existencia10, que viene sucediendo ya hace algún tiempo, estuviera
contrayéndose en torno al concepto de ecología, un concepto que ha comenzado a
moverse él mismo. Este esfuerzo, en consecuencia, termina siendo eventualmente una

9
Gregory Bateson, Steps to an Ecology of Mind: Collected Essays in Anthropology, Psychiatry, Evolution, and
Epistemology, San Francisco, Chandler, 1972; James J. Gibson, The Ecological Approach to Visual Perception,
Hillsdale, Earlbaum, 1986; Félix Guattari, The Three Ecologies, Londres, Continuum, 2008 y “Qu’est-ce que
l’écosophie” en Qu’est-ce que l’écosophie?, Fécamp, Lignes, 2013.
10
Mi uso del concepto de modo de existencia se deriva de Éttiene Souriau y Gilbert Simondon. Souriau
construyó este término, que es en última instancia spinoziano, en su crítica radical al hilemorfismo.
Asociándolo con lo que llama la “incompletitud existencial de toda cosa”, relaciona estrechamente los
modos de existencia con la cuestión de la técnica. “Nada nos es dado, ni siquiera nosotros mismos, más que
en una suerte de penumbra, una suerte de presencia que no es ni obvia [ni évidente patuité] ni una
completitud total, ni una existencia completa… En la atmósfera de la existencia concreta, ningún ser (de
cualquier tipo que sea) es comprendido o experienciado más que en alguna parte de su oscilación entre el
mínimo y el máximo de su existencia (para ponerlo en los términos de Giordano Bruno)”, declaró Souriau en
una conferencia ante la Société française de philosophie en 1956. Cada “existencia completa”, continúa,
“requiere un hacer, una acción fundante” [un faire, une action instauratrice]. V¿Cada existencia es “un
trabajo por hacer” (“Du mode d’existence de l’oeuvre à faire”, en Les différents modes d’existence suivi de
Du mode d’existence de l’oeuvre à faire, París, Presses universitaires de France, 2009, pp. 195-196. Pero es
Simondon quien describe los fundamentos técnicos de la crítica de Souriau al hilemorfismo y lleva más lejos
el concepto. En el enfoque indudablemente estético de Souriau, “Instauración” es el concepto clave de la
redescripción de los diversos modos de existencia. En SImondón, el concepto de “individuación” lo
reemplaza. Para él, la individuación es transversal a todos los modos de existencia, desde el nivel de
existencia microfísico, a través de lo viviente, hasta el colectivo psíquico e incluso el cosmológico, y
finalmente hasta el modo de existencia de los objetos técnicos. Simondon condensa esta redescripción en
un pensamiento ontogenético radicalmente relacional que desarrolla un verdadero pensamiento del devenir
que, de todos modos, ya estaba en ciernes en Souriau; cf. Gilbert Simondon, L’individuation à la lumière des
notions de forme et d’information (1964/1989), Grenoble, Millon, 2005.
ecologización general del pensamiento, y la teoría, un desarrollo del que da testimonio
una nueva semántica histórica.
El concepto de ecología representa, pues, el centro de una gran transformación de la
política de los conceptos y las teorías, un centro que contiene elementos que son
extremadamente importantes para la historia de la fascinación a la cual están sujetos. Es
aquí, argumento, que la poderosa fascinación con la no-modernidad, que guía la
elaboración de dicha transformación hoy en día, encuentra su sistematización y
articulación quizás más radical. Sobre todo, es desde aquí que aquello que llamo la
historia de la fascinación con la no-modernidad comienza a ser legible como tal y sienta
las bases para el examen de nuestra nueva posición senso-cultural. Tan temprano como el
final del siglo XIX, pero mucho más desde 1945, la entrada en la condición tecnológica y la
movilización medio-tecnológica ha reforzado la formación, primero de una post-, y luego
de una no-modernidad. En el presente post-humanista, esta no-modernidad halla su
conceptualización e integración más aguda en el concepto desnaturalizado y
tecnologizado –y en consecuencia desterritorializado y generalizado– de ecología, que es
crítico de todo antropocentrismo. “Ecología” ha comenzado a designar la colaboración de
una multiplicidad de agentes humanos y no humanos: es una especie de código de un
nuevo pensamiento del estar-juntos y de una gran cooperación de entidades y fuerzas,
que comenzó a ser significativo para el pensamiento contemporáneo; por lo tanto, fuerza
y conduce hacia una renovación de la onto-epistemología en términos radicalmente
relacionales. Esa es la premisa de este libro. Por una parte, busca esclarecer los variados
estratos y apuestas de esta transformación general-ecológica. Sin embargo, en el
transcurso de ello, por la otra parte, deviene una cuestión de descubrir las posibles
contribuciones de la transformación ecológica al imaginario de nuestra época, en
particular aquellas que surgen de la posible mezcla de esta transformación con los
paradigmas cibernéticos de la regulación y el control, en cuyo marco se vislumbra algo así
como la génesis de una racionalidad no-moderna; y sin dudas, eventualmente, la
proximidad de esta transformación con –si no la entera derivación desde– la forma
tecnocapitalista del poder, la cual como mínimo la atraviesa, y bien puede haberla
producido en primer lugar.11
Es importante ser claros en este punto: las tradiciones semánticas cambian no solo de
acuerdo al “desarrollo social”12, como enfatizó Niklas Luhmann en su amplio Studien zu
Gesellschaftsstruktur und Semantik13. La emergencia de una nueva semántica de las
ecologías no es solo el reflejo del desplazamiento de la sociedad hacia una “comunicación
ecológica”14 como sin dudas tiene lugar, hubiera dicho Luhmann, en la era del
Antropoceno y respecto de diversas crisis ecológicas. Tampoco la ecología ha terminado
siendo la “metáfora absoluta”15 utilizada por nuestras sociedad ecológicamente en riesgo
para nombrar lo que no puede desentrañar, representar o experimentar; como si fuera
una metáfora en torno a la cual nuestra sociedad entera pudiera girar, una que pudiera
reorganizar nuestro conocimiento y nuestros discursos ecológicamente.
Incluso si dichas representaciones, que suponen algún tipo de gran inconsciente ecológico
de parte de las epistemes, podrían parecer del sentido común, todas ellas adhieren al
sentido tradicional de ecología. El desplazamiento semántico en cuestión aquí va mucho
más lejos. A más tardar desde que Friedrich Kittler le dio un giro cuasi-trascendental a la
pregunta por los medios y la técnica16, hemos sabido que en cada instancia, la condición
técnico-medial sedimenta, por no decir que es reflejada –por más refractadamente que
sea– en las tradiciones semánticas. Al final, creo, lo que está en juego aquí es la cultura del
sentido que depende de –que está dada, al menos de forma parcial, en– el estrato medio-

11
Para un estudio preliminar, véase mi artículo “A Thousand Ecologies: The Process of Cyberneticization and
General Ecology”, en Diedrich Diederichsen y Anselm Franke (ed.), The Whole Earth: California and the
Disappearance of the Outside, Berlin, Sternberg Press, 2013. Para el concepto de imaginario epocal, cf. Hans
Blumenberg, The Genesis of the Coprnican World, Cambridge, MIT Press, 1987; y Erich Hörl y Michael
Hagner, “Überlegungen zur kybernetischen Transformation des Humanen”, en Erich Hörl y Michael Hagner
(ed.), Die Transformation des Humanen: Beiträge zue Kulturgeschichte der Kybernetik, Frankfurt, SuhrKamp,
2008.
12
Niklas Luhman, “Gesellschaftliche Struktur und semantische Tradition”, en Gesellschaftsstruktur und
Semantik: Studien zur Wissenssoziologie der modernen Gesellschaft, vol. 1, Frankfurt, Suhrkamp, 1993, p. 9.
13
Cf. Reinhart Koselleck, Futures Past: On the Semantics of Historical Times, Keith Tribe, Cambridge, MIT
Press, 1985.
14
Niklas Luhman, Ökologische Kommunikation. Kann die moderne Gesellschaft sich auf ökologische
Gefährdungen einstellen? (1985), Wiesbaden, VS Verlag für Sozialwissenschaften, 2008. Niklas Luhman,
Ecological Communication, Chicago, University of Chicago Press, 1989.
15
Hans Blumenberg, Paradigms for a Metaohorology, Ithaca, Cornell University Press, 2010.
16
Cf. Friedrich A. Kittler, Gramophone, Film, Typewriter, Stanford, Stanford University Press, 1999, pp. 1-19.
tecnológico. Esta cultura está integrada en sedimentaciones histórico-semánticas
específicas, donde produce sus particularidades y encuentra su ancla, pero donde también
halla sus idiosincrasias y fijaciones. Las semánticas históricas, en otras palabras, son sin
dudas la expresión de hechos medio-culturales, y eventualmente senso-culturales17. La
diseminación del concepto de ecología revela, en primer lugar –de acuerdo a la tesis
defendida aquí– un desplazamiento de la cultura del sentido provocado por la entrada en
la condición tecnológica, el desplazamiento del sentido significante al sentido
tecnoecológico18. Este desplazamiento, por su parte –y he aquí su profunda ambivalencia
aparente– está atravesado por el poder: aparece simultáneamente con un nuevo aparato
de captura que, en última instancia, se hace manifiesto exactamente en este movimiento
de ecologización en el nivel del pensamiento y la producción teórica. Esta es la cuestión
del aparato de captura de la Medioambientalidad19.
La evolución tecnológica que conduce esta re-ecologización fundamental del pensamiento
y de la teoría, como así también el reajuste del aparato de captura, se despliega, a grandes
rasgos, a lo largo del eje de la historia de las máquinas, que todavía domina directamente
el devenir del concepto de ecología. Se ha desplegado, más precisamente, desde el final
del siglo XIX y especialmente desde 1950 en un proceso continuo de cibernetización, en
una cultura medioambiental radicalmente distribuida y distributiva, que se hace
manifiesta en las computadoras migrando hacia el medioambiente, en medioambientes

17
El concepto de “hecho total senso-cultural”, siguiendo el hecho total social de Marcel Mauss, se refiere a
un hecho que implica la totalidad de una senso-cultura específica, sus operaciones y relaciones fundantes tal
como son implementadas a través de sus medios, tecnologías e instituciones.
18
Para una primera descripción de esta transición desde el sentido significante al tecnoecológico, véase mi
“The Technological Condition”, Parrehsia, 22, 2015, pp. 1-22.
19
Nótese que cuando el término “Medioambientalidad” aparece con “M” en esta introducción, se refiere al
modo contemporáneo de la gubernamentalidad, tal como es usado por pensadores como Michel Foucault y
Brian Massumi (un sentido discutido en el próximo parágrafo de este capítulo). El término
“medioambientalidad” con “m” minúscula, que traduce el término alemán Umweltlichkeit, se refiere a un
sentido más amplio de lo medioambiental y al concepto de Umweltlichkeit tal como es usado por Heidegger
en Ser y Tiempo (§§ 15-18), que también ha sido traducido como “Medioambientalidad” [environmentality]
–tanto en la traducción de Stambaugh como en la de John Macquarrie y Edward Robinson. El concepto de
aparato de captura (appareil de capture) es usado en el sentido de Gilles Deleuze y Félix Guattari, A
Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia 2, Minneapolis/Londres, University of Minnesota Press,
1987, pp. 424-473.
algorítmicos y sensoriales20. Como veremos más adelante, esta cultura medioambiental
del control indudablemente constituye el punto culminante del imaginario cibernético de
nuestro tiempo, el triunfo invasivo de la hipótesis cibernética del control universal y el
correspondiente ideal de regulación. Nos entrama en una nueva tecnología de poder que
ha comenzado a operar de una forma específica y ecológica, y, en todo caso, se ha
medioambientalizado ella misma (siguiendo a Foucault y Massumi)21. En este proceso, las
“infraestructuras de la distribución” medio-tecnológicas22 hacen medioambiental incluso
aquello que solía llamarse Umwelt o “medioambiente”. Así pues, la Medioambientalidad,
que es primero implementada por la tecnología de los medios, es la forma
contemporánea de gubernamentabilidad23.
Al mismo tiempo, de todas formas, la determinación neoecológica de las capacidades y los
modos de subjetivación que son ofrecidos por –sin dudas, posibles y pensables debido a–
20
El proceso de cibernetización designa mucho más que la mera cibernética comprendida como una
formación de pensamiento militar-industrial-científica de la segunda posguerra, llevando como mínimo la
génesis de la hipótesis cibernética tan atrás como la crisis del control en la segunda mitad del siglo XIX. La
cibernética como un cuerpo específico de conocimiento y un proyecto epistemológico relacionado es en sí
mismo inscripto por el proceso de cibernetización. Discuto con más detalle esto más adelante. Cf. Alexander
R. Galloway, “The Cybernetic Hyppothesis”, Differences: A Journal of Feminist Cultural Studies, 25, 2015, pp.
107-131. Recientemente, Andrew Goffey argumentó a favor de la reconceptualización de la historia del
control más allá de un limitado foco tecno-científico en la cibernética (“Towards a Rhizomatic Technical
History of Control”, New Formations, 84/85, 2014, pp. 58-73. De acuerdo a Goffey, hay una “historia previa
mucho más gris de de rutinización, burocratización, calibración y ajuste técnico” (p. 65) que antecede a la
cibernética; una historia gris de ingeniería, administración y burocracia; pero también una post historia más
gris aún. Cf. Matthew Fuller y Andrew Goffey, Evil Media, Cambridge, MIT Press, 2012. Lo que llamo el
proceso de cibernetización que conduce a una cultura medioambiental del control abarca estas historias
previas y posteriores que implementan y ejecutan la hipótesis cibernética con su imperativo de regulación y
control.
21
Cf. Brian Massumi, “National Enterprise Emergency: Steps towards an Ecology of Powers”, Theory, Culture
and Society, n° 26, vol. 6, 2009, pp. 153-185; Michel Foucault, The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège
de France, 1978-79, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2008, pp. 259-260; Jennifer Gabrys, “Programming
Environments: Environmentality and Citizen sensing in the Smart City”, Environment and Planning D: Society
and Space, n° 32, vol. 1, 2014, pp. 30-48. Los fundamentos medio-tecnológicos de la Medioambientalidad
son discutidos en detalle en la tercera sección de este texto. El desarrollo, desde el siglo XIX, del concepto de
ecología como tal está en relación directa con esta evolución en la historia del control.
22
Florian Sprenger, “Architekturen des ‘environment’”, Zeitschrift für Medienwissenschaft, 12, 2015, pp. 63
y 67.
23
En los 1990, Timothy W. Luke ya había propuesto, siguiendo al Foucault biopolítico del volumen 1 de
Historia de la sexualidad, el concepto de “Medioambientalidad” como una herramienta para trabajar la
reoperacionalidad contemporánea de la gubernamentabilidad. Junto con el proceso de
medioambientalización, que de acuerdo a Luke afloró a fines del siglo XIX, este concepto e
Medioambientalidad se concentraba en el desarrollo del “eco-saber” y el “geo-poder” en tanto nuevos
regímenes de saber-poder para la administración de la vida. Véase “On Environmentality: Geo-Power and
Eco-Knowledge in the Discourse of Contemporary Environmentalism”, Cultural Critique, 31, 1995, pp. 57-81.
la Medioambientalización, nos lleva más allá de este poder neocibernético. La
tecnoecología del sentido, como llamo a la formación de la cultura del sentido que está
emergiendo de forma novedosa de esta oposición, es el acontecimiento central, aunque
aún difícil de entender, de la historia contemporánea, más precisamente en la historia del
sentido, un acontecimiento que señala una posible apertura del poder neocibernético. Lo
que está en juego en la elucidación de la tecnoecología del sentido no es sólo penetrar el
núcleo de lo que fascina a la política y la teoría de los conceptos actuales. También atañe
al devenir del proyecto crítico en general. La ecología general, como la llamo, representa
el análisis crítico y la afirmación de este giro medioambiental y, por ende, marca el
contenido clave del proyecto neocrítico, que ya no es negativista sino que está
caracterizado por una afirmación no-afirmativa24.
Traer de vuelta el concepto de sentido, incesantemente despreciado, retomarlo
cuidadosamente una vez más, es un movimiento programático. La insistencia del sentido –
aunque de una manera nueva, como veremos, sentido ya no en el sentido de significado,
significación y significante, sino en el sentido asignificativo del sentido, como lo desarrolla,
en particular, Félix Guattari en su semiótica no-lingüística de los agenciamientos colectivos
de enunciación25– resueltamente se opone al perfecto nihilismo del capitalismo
tecnológico o cibernético, en cuya inmediata proximidad proliferan, como observamos
hoy en día, los diversos rechazos del sentido y las muy exitosas operaciones anti-
hermenéuticas de la segunda mitad del siglo XX. Lo que cuenta, en realidad, desde el
punto de vista de una ecología general, es precisamente pasar a través de la Nada radical
de la tecnología, para cuestionar nuevamente la relación entre la técnica y el sentido, y

24
Uso el concepto de “afirmación” en conexión con Gilles Deleuze (véase Difference and Repetition, Nueva
York, Columbia University Press, 1994, pp. 52-58). Contra el “sí” del asno que acepta toda carga en el
Zaratustra de Nietzsche, Deleuze habla de una afirmación originaria del diferir y de la diferencia misma, que
precede a toda negación, mientras que esta última reduce la multiplicidad de la diferencia a la
contradicción. Rosi Braidotti ha desarrollado una teoría crítica de la afirmación basada en esto, dándole un
lugar explícitamente en un contexto ecofilosófico: “Powers of Affirmation”, en Nomadic Theory: The
Portable Rosi Braidotti, Nueva York, Columbia University Press, 2011. Para una crítica, véase Benjamin NOys,
The Persistence of the Negative, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2010.
25
Cf. Maurizio Lazzarato, Signs and Machines. Capitalism and the Production of Subjectivity, Los Ángeles,
Semiotext(e), 2014. Desarrollo el concepto de no-signitificativo, sentido asignificante del sentido, siguiendo
a Félix Guattari, en la próxima sección de esta introducción.
para reevaluar esta diferencia en el marco de la condición tecnológica26. Volveré a este
tema.
Si el desplazamiento semántico hacia la ecología sin dudas marca un cambio cardinal en la
política y teoría de los conceptos actuales, entonces es importante notar que junto con la
dimensión crucial del control, como he discutido antes, hay otra dimensión más para la
ecología que concierne a la historia de la racionalidad. Volvamos a Luhmann una vez más,
dado que él tiene mucho para ofrecer en lo que respecta a observar esta trayectoria. La
diferencia sistemático-teorética entre sistema y medioambiente es virtualmente
paradigmática para los estadios tempranos del despertar neo-ecológico –y la forma de
racionalidad a la que da lugar es ella misma un efecto de dicho giro. Dado que es “la
diferencia ecológica” como tal, escribe Luhmann, lo que abre “un radical cambio de
perspectiva del mundo”, una “ruptura radical respecto de la tradición”27; en otras
palabras, una dimensión que fundamentalmente pertenece a la historia de la racionalidad.
Después de la racionalización funcional de la modernidad, cuya condición fue la imprenta,
Luhmann observó el advenimiento de una forma nueva y ecológica de racionalidad. En
Luhmann, la teoría sociológica de los sistemas, incluso la teoría de los sistemas como tal,
que siempre ha tomado precisamente esta diferencia entre sistema y medioambiente
como su guía y su posición conceptual básica, y que es ella misma indudablemente una
deriva de la cibernetización y la historia del control, se ocupa de sus asuntos como una
expresión de la “racionalidad ecológica”28, una racionalidad, pues, dotada de una forma
definitiva que es parte de sus programas centrales. La teoría de los sistemas incluso
resulta ser, sugiero, la primera condensación de una forma de racionalidad que se
transformó en, o que está deviniendo, ecológica. En la propia base de su arquitectura

26
Véase Erich Hörl y Marita Tatari, “Die technologische Sinnverschiebung: Orte des Unermesslichen”, en
Marita Tatari (ed.), Orte des Unermesslichen: Theater nach der Geschichtsteleologie, Zurich, Diaphanes,
2014, esp. pp. 46-47. La desterritorialización del capitalismo cibernético consiste, en gran medida, en una
destrucción del sentido, se expresa como una crisis del sentido y, me parece, va de la mano con el colapso
de la política del sentido filosófica tradicional. Una nueva política del sentido no-filosófica tiene que diferir
de este movimiento de desterritorialización por su afirmación no-afirmativa. También debe cristalizar la
reevaluación de la diferencia entre la naturaleza y la técnica más allá de la destrucción técnica nihilista de la
naturaleza.
27
Niklas Luhman, Ökologische Kommunikation, p. 15 (nota al pie).
28
Ibid., p. 162.
conceptual y teorética, podríamos decir, la teoría de los sistemas sobre todo da
testimonio del proceso general de ecologización, un proceso a la que ella misma está
sujeta, y que finalmente la excederá; para decirlo de otro modo, da testimonio de la
transición desde una racionalidad modernista hacia una racionalidad ecológica y no-
moderna que resueltamente rompe con las insuficiencias, simplificaciones y distorsiones
de la racionalidad modernista. Una vez más, y más persuasivamente, esto confirma no
solo que “en relación con la sociedad que lo emplea, un stock de ideas no puede ser
arbitrariamente modificado”29; sino que también revela, de repente y por primera vez, el
entero alcance del movimiento histórico que está aquí en cuestión. Lo que Luhmann
descubre, al menos intuitivamente, y lo que a lo largo de su obra nunca cesa
maníacamente de decir, es precisamente el núcleo del movimiento de nuestra época: el
nacimiento de una racionalidad ecológica y la transición que opera hacia una época
ecológica. Antes de ser cualquier otra cosa, la teoría de los sistemas es antes que nada un
síntoma del movimiento onto-epistemológico de ecologización en el que aquí estamos
interesados, una expresión de la historia de la racionalidad misma. Lo que en última
instancia aparece en la teoría de los sistemas es lo que Dirk Baecker llama “el principio
ecológico”30. Y eso es lo que cuenta. Cuando, luego, Latour ve en la oposición entre
modernización y ecologización la oposición decisiva de nuestro tiempo, él meramente

29
Niklas Luhman, “Gesellschaftliche Struktur und semantische Tradition”, p. 17.
30
Dirk Baecker, Studien zur nächsten Gesellschaft, Frankfurt, Suhrkamp, 2007, p. 225. Mientras Luhman, en
el contexto de su teoría de la diferenciación funcional de la sociedad, describe primero y sobre todo la
sociedad moderna de la imprenta, incluso si en un cierto sentido lo hace en la línea de la racionalidad
ecológica que habría que seguir, su alumno Dirk Baecker hace un giro completo hacia la racionalidad
histórica y la constelación medio-técnica que tiene un lugar central en los antecedentes de la formación de
la teoría de los sistemas: la “próxima sociedad” de la computadora. Esto sería “más radicalmente de lo que
hayamos podido imaginar”, dice Baecker con consistencia (y en este punto conectando explícitamente con
Jakob von Uexküll), “un orden ecológico; si la ecología mienta que lo que uno hace tiene que ver con
relaciones vecinas entre órdenes heterogéneos, con los cuales no tiene ninguna relación preestablecida,
ningún orden englobante, ningún sentido de conjunto”, p. 9. El concepto de mundo y el concepto de sentido
que corresponden a la próxima sociedad están, de acuerdo a este principio, constituidos de forma
“radicalmente ecológica”, continúa Baecker, en el “horizonte de indeterminación, que no se halla relegado a
algún lugar en el infinito, sino que más bien está en lo siempre finito, y en consecuencia en el carácter de
toda determinación que requiere suplementación”, pp. 224. La historia de la teoría de los sistemas como un
todo anida profundamente en la historia de la ecología en tanto historia de la cibernetización, e incluso es
uno de sus motores centrales. Bruce Clarke ha demostrado esto en numerosos trabajos, por ejemplo,
Neocybernetics and Narrative, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2014.
reitera la cesura en la historia de la racionalidad de la que Luhmann ya había dado
cuenta31.
La racionalidad específicamente ecológica se caracteriza por una radical reevaluación de la
relacionalidad. Valora las relaciones y lleva a una política esencialmente no-filosófica de la
relación. Esto es evidente ya en la preponderancia de conceptos de relación en el
pensamiento neo-ecológico32. El foco en la relacionalidad, que habla del alba de una
época de pensamiento relacional y de una cultura relacional del conocimiento, puede
hallarse a lo largo de todo el siglo XX y ha dejado su huella en la fundación misma de su
auto-concepción filosófica. Desde el principio –desde Cassirer, Whitehead y Bachelard– se
ha tratado de una epistemología, una ontología y una cosmología relacional 33. Pero desde
la perspectiva actual, la intensificación y establecimiento del gran desplazamiento
relacional no tuvo lugar hasta después de las importantes elaboraciones de principios de
siglo. Siguiendo un período de latencia más extenso, la transición desde el paradigma del
“ser individual” al del “ser relacional” discutido por Didier Debaise 34 comenzó a
diferenciarse ecológicamente él mismo. Ahora que, siguiendo a Félix Guattari, el proceso
de ecologización ha comenzado a tomar todos los aparatos de expresión de nuestra

31
Cf. Bruno Latour, An Inquiry into Modes of Existance: An Anthropology of the Moderns, Cambridge,
Harvard University Press, 2013, p. 8 y “To Modernize or to Ecologize? That’s the Question”, en Noel Castree
y Bruce Braun (ed.), Remarking Reality: Nature at the Millenium, Londres/Nueva York, Routledge, 1998.
32
Sobre la primacía de la relacionalidad, véase Brian massumi, Parables for the Virtual: Movement, Affect,
Sensation, Durham/Londres, Duke University Press, 2002; Alberto Toscano, The Theatre of Production:
Philosophy and Individuation Between Kant and Deleuze, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2006; Erin
Manning, Relationscapes: Movement, Art, Philosophy, Cambridge, MIT Press, 2012; Erin Manning, Always
More Than One: Individuation’s Dance, Durham, Duke University Press, 2013; Didier Debaise, “What is
relational thinking”, Inflexions, 5, 2011, pp. 1-11; Luciana Parisi, “Technoecologies of Sensation”, en B.
Herzogenrath (ed.), Deleuze/Guattari and Ecology, Basingstoke, Palgrave, 2009; Luciana Parisi, Contagious
Architecture: Computation, Aesthetics, and Space, Cambridge, MIT Press, 2013; Steven Shaviro, “The Actuall
Volcano: Whitehead, Harman, and the Problem of Relations” en Levi Bryant, Nick Srnicek y Graham Harman
(eds.), The Speculative Turn: Continental Materialism and Realism, Melbourne, re-press, 2011; Bruno Latour,
Pandora’s Hope: Essays on the Reality of Science Studies, Cambridge, Harvard University Press; Jean-Luc
Nancy, Being Singular Plural, Stanford, Stanford University Press, 2000. Es precisamente esta fascinación con
la relacionalidad a lo que se oponen los realistas especulativos; véase Graham Harman, Tool-Being:
Heidegger and the Metaphysics of Objects, Chicago, Open Court, 2002; Quentin Meillassoux, After Finitude:
An Essay on the Necessity of Contingency, Londres, Loomsbury, 2010.
33
Ernst Cassirer, Substance and Function; and Einstein’s Theory of Relativity, Mineola, Docer Publicatins,
2003; Gaston Bachelard, The New Scientific Spirit, Boston, Beacon Press, 1984; Alfred North Whitehead,
Process and Reality: An Essay in Cosmology, Nueva York, The Free Press, 1985; Didier Debaise, Un empirisme
spéculatif: Lecture de Procès et réalité de Whitehead, París, Vrin, 2006.
34
Didier Debaise, “What is relational thinking?”, p. 2.
época, y dado que el nuevo paradigma ecológico ha venido a dominar los poderes del
pensamiento filosófico, sabiendo científicamente, actuando políticamente, así como
también, finalmente, el poder estético del sentimiento, no es ya el sitio donde cristaliza lo
otro de la racionalidad o de la mente. Incluso si el anti-modernismo asociado con una
cierta noción de lo ecológico ha sostenido durante mucho tiempo que este era el caso, lo
que está emergiendo aquí, por el contrario, es una forma de racionalidad que rechaza las
formas previas como demasiado restrictivas y comienza a tomar en cuenta la excesiva
riqueza de relaciones de lo real35. La ecologización comprende la reconceptualización de
los modos de existencia, facultades y formas de vida en términos de relaciones. De
acuerdo a Latour, modernidad significa “perder la experiencia de las relaciones”36, reducir
la multitud de relaciones a unas cuantas relaciones esenciales que encima se dice que son
secundarias, mientras que reclama, precisamente en el nombre de la ecología, un nuevo
realismo ontológico de las relaciones. Para el entusiasmo relacional de Latour, el
relacionismo es siempre ya no-moderno. Actualmente tenemos elaboraciones
antropológicas postestructuralistas de una “perspectiva relacional” (Tim Ingold), una
“posición relacional” (Alf Hornborg), un pensamiento de las “conexiones parciales”
(Marilyn Strathern) o un “universo perspectivístico que es cien por ciento relacional”,
como señala Viveiros de Castro:

Nuestro problema tradicional en Occidente es cómo conectar y universalizar:


las sustancias individuales estás dadas, mientras que las relaciones deben ser

35
Gotthard Günther ha bosquejado una historia especulativa de la racionalidad de largo alcance basada en
la historia de las máquinas e impulsada por la emergencia de la cibernética y las máquinas transclásicas. La
época transclásica marca un nuevo modo de lidiar con la proliferación de relaciones a través de técnicas
lógicas y de cálculo, un enfoque que va más allá de la clásica y bi-valente política filosófica de las relaciones.
Sobre este tema, véase mi “Das kybernetische Bild des Denkens”, en Michael Hagner y Erich Hörl (eds.), Die
Transformation des Humanen: Beiträge zur Kulturgeschichte der Kybernetik, Frankfurt, Suhrkamp, 2008. La
próxima formación en la historia de la racionalidad descripta por Günther bien podría llamarse Ecología
General.
36
Bruno Latour, Inquiry into Modes of Existance, p. 256.
hechas. El problema amerindio es cómo separar y particularizar: las relaciones
están dadas, mientras que lo que debe definirse son las sustancias.37

Esto, precisamente, es la ruptura en la historia de la racionalidad en cuestión aquí: en


última instancia, y esto me parece que es el punto máximo de la transformación, la
ecologización da lugar a una nueva y ecológica imagen del pensamiento que asigna un
valor fundamentalmente diferente a la cuestión de la relación. Lejos de ser simplemente
un problema, como lo ha formulado recientemente Latour, de que haya más o menos
relaciones a considerar, reconceptualiza y transvalora radicalmente la relacionalidad como
tal. En contraste con la pregnante herencia escolástica, no transforma a las relaciones en
entidades menores y derivadas, sino que considera que son originales, y precisamente
como tales, que representan el momento central de un nuevo sentido. De esta manera,
instituye una política no-filosófica de la relación: la ecología general es una
reconsideración no-filosófica de la relación38.

37
Eduardo Viveiros de castro, “Exchanging Perspectives: The Transformation of Objects into Subjects in
Amerindian Ontologies, Common Knowledge, n° 10, vol. 3, otoño de 2004, pp. 473 y 476.
38
He mostrado en otro lado que esta redefinición del sentido de relación asigna un lugar más que
prominente a un tipo específico de relación, a la de participación; véase “Other Beginnings of Participative
Sense Culture: Wild Media, Speculative Ecologies, Transgressions of the Cybernetic Hypothesis”, en Mathias
Denecke, Anne Ganzert, Isabell Otto y Robert Stock (eds.), ReClaiming Participation: Technology – Mediation
– Collectivity, Bielefeld, Transcript, 2016. Es posible que el concepto de participación sea muy viejo, y de
hecho es posible que sea constitutivo de la condición occidental. Para Platón, méthèxis mienta una relación
de semejanza entre cosas inteligibles y cosas sensibles, en la que las cosas inteligibles –las ideas– son todo lo
que es realmente verdadero, eterno e idéntico a sí mismo, y son la fuente de las cosas sensibles, que
meramente participan en las ideas y están afectadas, en consecuencia, por una pérdida ontológica, todo lo
cual presenta a la participación como una relación asimétrica. La política filosófica de la relación prioriza el
ser estático por sobre el devenir dinámico, atribuyéndole, por ende, a la participación la responsabilidad
directa de la devaluación y el estatuto secundario de la relación como tal. Pero el siglo XX ha visto ha visto
una reconsideración y reevaluación sin precedentes del concepto tradicional sobre la base de profundos
cambios epistemológicos, medio-históricos y técnológico-históricos. Especialmente en los trabajos de Lucien
Lévy Bruhl y Gilbert Simondon, el término experimentó una completa reversión o, más bien, una
radicalización, en la dirección de un pensamiento de la participación primaria, original y primordial en tanto
relación esencial, la cual precede la constitución de sus términos, fundamentalmente de las entidades
participantes. Por primera vez, la participación es considerada en el modo más estricto posible. Esta
reevaluación de la participación habilita una política no-filosófica de la relación. Otra relación de gran
importancia, en este sentido, es la relación de simbiosis, que es reconsiderada por ejemplo en el marco de la
teoría de la simbiogénesis de Lynn Margulis’s o, subsecuentemente, en el pensmaiento de la simpoiesos de
Donna Haraway. Véase Donna Haraway, “Anthropocene, Capitalocene, Chthulucene: Donna Haraway in
Conversation with Martha Kenney”, en Heather Davis y Ettiene Turpin (eds.), Art in the Anthropocene,
Londres, Open Humanities Press, 2015, pp. 255-270.
Sin embargo, uno debe tener cuidado de no recaer en una romanticización política de la
relación, como hacen tantas invocaciones contemporáneas de la relacionalidad. Incluso
ese relacionismo general-ecológico está todavía inscripto, hasta cierto punto, en la
historia del control y su correspondiente racionalidad de poder. Su punto de partida, en
cualquier caso, reside en un espacio altamente problemático y debe evitarse a toda costa
su mistificación político-romántica, ni debe ser confundido con el contenido meramente
emancipatorio de un nuevo espíritu científico. Dado que actualmente nos encontramos en
un punto muy específico de la historia de la relacionalidad que hace emerger la pregunta y
el problema de la relacionalidad mucho más radicalmente que nunca antes: las
tecnologías relacionales y la gubernamentabilidad algorítmica reduce, regula, controla e
incluso capitaliza las relaciones hasta un grado enorme, y precisamente haciendo esto,
deviene esencial para la forma de poder de la Medioambientalidad. Nigel Thrift habla muy
adecuadamente de una “relacionalidad aumentada”39 que hace que esta explotación de
las relaciones sea posible. En otras palabras, hay una destrucción neoliberal-capitalista de
la relación [Bezug], una reducción de las relaciones a lo calculable, racionalizable, de
proporciones explotables, en la forma poderosamente ejercida de la matemática del
poder. La ecología general de la relación [Bezug], y la política no-filosófica de las
relaciones que promueve, están diametralmente opuestas a esta matemática de las
relaciones. La matemática no es consciente de la intensidad y el estatuto originario de la
relación en tanto aquello que establece los términos de la relación en primer lugar. No es
consciente del devenir en tanto “movimiento que desterritorializa ambos términos de la
relación que crea, extrayéndolos de las relaciones que las definen en pos de ligarlas a
través de una nueva “conexión partical”40 como señala Viveiros de Castro. Solo sabe de
relaciones extensivas vectorizadas entre términos pre-dados, términos que siempre
preceden la relación, términos que son pero que no devienen. El “dominio de lo

39
Nigel Thrift, Non-Representational Theory: Space, Politics, Affect, Londres/Nueva York, Routledge, 2008, p.
165.
40
Eduardo Viveiros de castro, Cannibal Metaphysics: For a Post-Sructuralist Anthropology, Minneapolis,,
Univocal, 2014, p. 160.
matemático”41 reterritorializa relaciones mientras que el contra-saber del trabajo
antropológico reciente en particular desterritorializa relaciones y conduce a la elaboración
de un ecologismo relacional real42.
Para dar una descripción aún más precisa de las características principales del control en
la historia de la ecologización general: las nuevas semánticas de la ecología reflejan el
estado cibernético de la naturaleza ya diagnosticado por Serge Moscovici43. Después del
estado orgánico, seguido por el estado mecánico, el estado cibernético de la naturaleza
reordena “las relaciones [rapports] entre las fuerzas humanas y no humanas” a través del
paradigma del control y la información. Atento observador de la condición tecnológica en
los años 1960, Moscovici retrabajó la diferencia entre técnica y naturaleza, yuxtaponiendo
la concepción común de la transformación del mundo natural en un mundo técnico –que,
como muchas figuras fantasmales del pensamiento, ha tenido una larga vida y continúa
organizando innumerables áreas de la política filosófica y las ecologías políticas hasta el

41
Sobre “lo matemático”, véase Martin Heidedgger, What is a Thing?, Chicago, Regnery, 1968, pp. 69-75, y
Dieter Mersch, Ordo ab chao – Order from Noise, Zurich, Diaphanes, 2013. Lo matemático, de todos modos,
entendido como una manera matemática de pensar, un pensar calculante, no precede a lo tecnológico,
como argumenta Mersch siguiendo la larga tradición logocéntrica de acuerdo con la cual la tecnología sería
meramente una ciencia aplicada y, antes que nada, una matemática, es decir, nada salvo la implementación
material y la encarnación de un modo matemático pre-existente de pensar. Dicha perspectiva, en última
instancia equivoca su lectura de la historicidad de las matemáticas, tal como se despliega por ejemplo en la
transición contemporánea (y, por ende, tecnológicamente condicionada) desde una lógica computacional
deductiva a una inductiva, y en el hecho de que se ha dejado atrás a la axiomática con el advenimiento de lo
que es una era virulentamente algorítmica. La discusión sobre el dominio de lo matemático corresponde
fundamentalmente a la concepción anti-modernista de la modernidad de Heidegger, de la cual
evidentemente no podemos escapar. Esta figura es un componente central y una de las fuerzas conductoras
en la historia de la fascinación con la no-modernidad. Inspeccionar los elementos de una fascinación
histórica involucrada en el fervor anti-matemático claramente no implica un compromiso acrítico con la
matematización.
42
La muy importante cuestión acerca del grado en el cual la comprensión compleja y teorética de la
relacionalidad ya conceptualizada en el contextoo del Antropoceno corresponde a la reevaluación de la
relacionalidad en la ecología general –y el grado en el que su naturaleza matemática podría obstruir esta
reevaluación– requeriría una extensa investigación, que no puede ser abordada aquí. En particular, debería
incluir una lectura detallada de la “écologie généralisée (oikos)” que Edgar Morin desarrolla en La Vie de la
Vie (1980), el segundo volumen de su obra en seis volúmenes, La Methode. Esto es algo que haré en otra
parte.
43
Serge Moscovici, Essai sur l’histoie humaine de la nature, París, Flammarion, 1968, esp. pp. 95-110. Lo que
está en juego en la historicidad de los estados de la naturaleza tal como describe Moscovici, no es solo la
historicidad de los conceptos de naturaleza. Sobre la semántica histórica del concepto de naturaleza, véase
Niklas Luhman, “Über Natur”, en Gesellschaftsstruktur und Semantik, vol. 4, Frankfurt, Suhrkamp, 1999.
presente– junto a la evolución del mundo natural como tal44. Este punto de vista no solo
abre la perspectiva y logra dar cuenta de una pluralidad de estados de la naturaleza, sino
que también revela que todo estado de la naturaleza se halla históricamente especificado
por una tecnicidad básica que le es contemporánea. El desarrollo de la cultura del control
durante los últimos cien años ha diferenciado el estado cibernético de la naturaleza;
desde las áreas microfísicas, pasando por las esferas de lo viviente hasta las sociedades
humanas, todo está subordinado al imperativo del control. Hoy es el “Ahora de
Cognoscibilidad” (Walter Benjamin) de este desarrollo, del cual podemos distinguir tres
etapas principales. A grandes rasgos: la primera etapa incluye la “revolución del control”45
alrededor de 1900 y la expansión del paradigma del control por la cibernética de primer
orden que siguieron inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial. James Beniger ha
ofrecido una reconstrucción magistral de esta primera etapa de la historia del control, que
identifica la racionalización con un incremento del control. Frente a la “crisis del control”
de la industrialización avanzada gatillada por la proliferación de flujos de commodities,
energía, dinero y deseos, el control y la planificación no son solo problemas logísticos; son
problemas que caracterizan una época. De acuerdo a Beniger, la implementación de la
hipótesis cibernética como principio metafísico de regulación universal, el emblema
mismo de una lógica del Ge-stell en la cual “la vida misma implica control”46 y deviene un
problema de control, está basada en esta gran crisis de distribución47. En su declive, la
historia misma parece ser en última instancia una historia del control. En conjunción con

44
Serge Moscovici, Essai…, pp. 76, 39-40.
45
James Beniger, The Control Revolution: Technological and Economic Origins of the Information Society,
Cambridge, Harvard University Press, 1986.
46
James Beniger, The Control Revolution..., p. vi.
47
Heidegger ya era bastante consciente de esto. Habla del “modo cibernético de pensar” que consistiría en
“calcular todo lo que es, como un proceso dirigido” y en considerar todo lo que resiste a tal planificación y
control como un “factor perturbador”. Véase Martin Heidegger, “On the Question Concerning the
Determination of the Matter for Thinking”, Epoché, n° 14, vol. 2, primavera de 2010, p. 216. El pensamiento
cibernético en términos de control es el ápice de la “ordenabilidad” [Bestellbarkeit] que constituye “la
última fase en la historia de la transformación de la presencia” (p. 218). Si uno sigue a Jason Moore, es de
este modo que la organización capitalista de la naturaleza –desde sus comienzos en el largo siglo XVI, con la
movilización de las tecnologías simbólicas que la sustentaban– implementó un paradigma de regulación,
incluyendo la duradera imposición de un ideal de control. Véase Jason W. Moore, “The Capitalocene. Part II:
Abstract Social Nature and the Limits to Capital”, publicado en línea en:
http://www.jasonwmoore.com/uploads/The_Capitalocene_Part_II_June_2014.pdf (último acceso
28/01/2016).
la co-emergencia de un arsenal completo de medios técnicos que, como ya había notado
Kittler, marca el inicio de nuestro presente, “nada menos […] que una revolución del
control de la sociedad” tiene lugar48. Los conceptos de “control”, “procesamiento de
información” y, por último, “comunicación”, exceden por mucho el horizonte de la
ingeniería, y devienen la tríada conceptual dominante. En esta primera etapa de la historia
del control, para ser precisos, el problema principal era la adaptación (particularmente la
cuestión del “comportamiento adaptativo”); su característica y hasta el presente su idea
icónica es el circuito de control, el bucle de retroalimentación. La segunda etapa,
implementada por la cibernética de segundo orden (incluyendo el pensamiento de
Luhman sobre los sistemas), que comienza entre fines de 1960 y principios de 1970, hace
de las cuestiones del comportamiento manipulativo su prioridad. Aprender es ahora el
problema principal; concretamente, debe lidiar con el auto-control y la autopoiesis. En
conjunto, ambas cibernéticas tienen una concepción trivial o trivializante del
medioambiente en tanto medioambiente de un sistema. Sin embargo, la segunda
cibernética ya comienza a desarrollar un modo de pensar más ecológico. Incluso involucra
los primeros esfuerzos por extender y transgredir el sentido y el alcance de lo ecológico, y
llama la atención al problema del medioambiente –a pesar de sus exigencias de reducción
de la complejidad o trivializaciones necesarias del medioambiente. Iniciándose alrededor
de 2000, la tercera etapa, por último, marca los hechos neocibernéticos de nuestro
presente, que generalmente deben ser descriptos en términos de una explosión de la
agencia medioambiental49. Esta etapa es testigo de la emergencia de la cultura
medioambiental del control que, gracias a la radical distribución medioambiental de la
agencia por parte de las tecnologías medioambientales de medios, en un abanico que va

48
James Beniger, The Control Revolution…, p. 6.
49
Cf. Mark B. N. Hansen, “System-Environment Hybrids”, en Bruce Clarke y Mark B. N. Hansen (eds.),
Emergence and Embodiment: New Essays on Second-Order Systems Theory, Durham, Duke University Press,
2009. En una serie de artículos muy innovadores e inspiradores, Hansen ha elaborado lo que llama “nuestra
condición medioambiental originaria” que “ha sido sacada a la luz y transformado en accesible a través de
desarrollos recientes en la distribución técnica, es decir, en la infraestructura técnica del medioambiente”.
Véase Mark B. N. Hansen, “Engineering Pre-individual Potentiality: Technics, Transindividuation, and 21st-
Century Media”, SubStance, n° 129, vol 41, 2012, pp. 32-59 (cita en p. 33). Est trabajo culmina en Mark B. N.
Hansen, Feed-Forward: On the Future of Twenty-First-Century Media, Chicago, University of Chicago Press,
2015.
desde medioambientes sensoriales hasta algorítmicos, desde bio- hasta nano- y
geotecnologías, hace visible la medioambientalidad y le da una prioridad como nunca se
había visto. En consecuencia, termina el largo olvido y negación del medioambiente y,
además, lo eleva al estatuto de nuevo principio universal. Esta etapa es la primera
genuinamente medioambiental. En otras palabras, es solo en esta etapa que la
medioambientalidad en su acepción más amplia deviene problemática y toma la forma de
una nueva problemática de la Medioambientalidad en tanto nuestro modo de
gubernamentabilidad; su mayor problema es la captura y el control, el management, la
modulación del comportamiento, de los afectos, las relaciones, las intensidad y las
fuerzas, a través de tecnologías (de los medios) medioambientales cuyo alcance en última
instancia bordea lo cósmico50. Los “poderes establecidos”51 a los que se refieren Deleuze
y Guattari están cada vez más organizados eco-, o incluso cosmo-tecnológicamente. Todos
estos fenómenos y el diagrama del poder han devenido ahora objetos de la ecología –y sin
dudas el aparato de captura contemporáneo completo que comienza a aparecer aquí solo
puede ser abordado en términos ecológicos. Esto es el resultado de la historia del control,
en cuya tercera y medioambiental etapa el estado cibernético de la naturaleza hoy en día
se ha desarrollado totalmente. La cibernetización cristaliza como Medioambientalización.
Los medios, por su parte, están cibernetizados y ecologizados a tal punto que son ellos los
que sostienen este movimiento; ya no son medios de comunicación sino que se han

50
Philip A. Agree, en 1994, propuso el “modelo de la captura” contra el “modelo de la vigilancia” y elaboró la
cuestión de la captura como un concepto fundamental de la Medioambientalidad. Véase “Surveillance and
Capture: Two Modes of Privacy”, en Nick Montfort y Noah Wardrip-Fruin (eds.), The New Media Reader,
Cambridge, MIT Press, 2003. Véase también Till A. Heilmann, “Datenarbeit im ‘Capture’-Kapitalismus”,
Zeitschrift für Medienwissenschaft, 13, 2015, pp. 35-47. La economista Shoshana Zuboff ha bautizado la
nueva forma hipercibernética del mercado que se basa en la arquitectura global de la mediación
computacional y que implementa “una nueva lógica de acumulación”, el “capitalismo de la vigilancia”. De
acuerdo a la investigadora, esta nueva lógica de acumulación se basa en una modificación del
comportamiento mercantilizada, o dicho de otra manera: se basa en la explotación del comportamiento que
ha devenido posible debido a la extracción a gran escala y el análisis de datos, transformando a los
pequeños datos [small data] en grandes datos [big data]. Los medios de producción se transforman en
medios de modificación del comportamiento. Véase Shoshana Zuboff, “Big Other: Surveillance Capitalism
and the Prospects of an Information Civilization”, Journal of Information Technology, 30, 2015, pp. 75-89.
Sobre las bases algorítmicas de la Medioambientalidad, véase Antoinette Rouvoy, “The end(s) of critique.
Data behaviourism versus due process”, en Mireille Hildebrandt y Katja de Vries (eds.), Privacy, Due process
and the Computational Turn. The Philosophy of Law Meets the Philosophy of Technology, Abingdon,
Routledge, 2013, pp. 143-167.
51
Deleuze y Guattari, A Thousand Plateaus, p. 376.
convertido en “máquinas de captura de lo indecible e irrepresentable”52. Este debe ser
nuestro punto de partida si buscamos comprender el pregnante poder de la semántica
ecológica (a pesar de que su significado de ningún modo se agota en su inscripción en la
historia del poder), una semántica que al final –un punto que hace falta repetir– sirve para
operar una crítica fundamental de este movimiento de Medioambientalización en el nivel
de la teoría ontológica y epistemológica (al menos en los momentos más brillantes y de
mayor alcance conceptual de dicha teoría).
Finalmente, y este es el último estrato de la transformación histórico-semántica que
quiero delinear en esta primera sección, debemos imaginar la diseminación de lo
ecológico, en el curso de lo cual la ecología restringida se transforma en una
tecnoecología, como una consecuencia de la génesis del así llamado “paradigma
tecnológico”, para retomar el nombre que el geólogo Peter Haff le ha dado al punto
culminante de la historia del control. La “tecnoesfera” que este nuevo paradigma nos
permite describir suplementa los paradigmas previos de la historia geológica, desde la
litósfera pasando por la atmósfera e hidrósfera, hasta la biósfera. Aparece como la forma
más radical y comprehensiva de la cibernética, en lo que bien podría ser el efecto de
mayor alcance de la revolución del control, como una metacibernética que hace de la
tecnología algo autónomo y, de la tierra, un todo cibernético53. En esta transformación, la
tecnología, a la inversa, muta en un fenómeno geológico y por ende inaugura un nuevo
estadio de la evolución geológica: llamémosla tecnogeología. Esto también implica un
nuevo estadio en la evolución de la tecnicidad54. La colaboración de todas las esferas bien

52
Luciana Parisi y Erich Hörl, “Was heibt Medienästhetik? Ein Gespräch über algorithmische Äesthetik,
automatisches Denken und die postkybernetische Logik der Komputation”, Zeitschrift für
Medienwissenschaft, 8, 2013, p. 39.
53
La conceptualización de la hipótesis Gaia por Lovelock y Margulis en los 1970 marca el comienzo de lo que
podríamos llamar la imaginación metacibernética del mundo en tanto entidad de control. Pero mientras que
la hipótesis Gaia como tal está marcada de punta a punta por la cibernética de segundo orden e incluso está
estrechamente relacionada con la formación de sus conceptos básicos, como la autopoiesis, como ha
mostrado Bruce Clark en varios artículos muy bueno, el concepto metacibernético de tecnoesfera
corresponde a nuestra cultura medioambiental del control. Véase el capítulo de Bruce Clarke en este
volumen, como así también Earth, Life, and System: Evolution on a Gaian Planet, Nueva York, Fordham
University Press, 2015.
54
Siguiendo a Simondon, pueden distinguirse tres estadios o niveles de tecnicidad: elemento (instrumentos,
herramientas), individual (máquinas), conjunto (redes de máquinas). La tesis de autonomización con
tendencias geológicas de Haff, que introduce un cuarto nivel de tecnicidad con la tecnoesfera, sigue
podrían ser la instancia más precisa para datar lo que Moscovici llamó el estado
cibernético de la naturaleza por venir.
“La tecnoesfera”, escribe Haff, “representa un nuevo estadio en la evolución geológica de
la Tierra”55. La “tecnoesfera” en discusión aquí es más que la totalización de una cultura
técnica de objetos. Es una entera formación y una cooperación global de actores y fuerzas
naturales y no-naturales, humanos y no-humanos –desde todo tipo de flujos de energía y
comunicación, pasando por procesos de producción, hasta burocracias, estados y seres
humanos– en la cual la tecnología deviene una entidad autónoma y una matriz:

La proliferación de la tecnología a través del globo define la tecnoesfera –el


conjunto de las tecnologías en red a gran escala que subyacen y hacen posible
la extracción rápida de la Tierra de grandes cantidades de energía gratis y la
subsecuente generación de energía, la comunicación a larga distancia, casi
instantánea, el transporte rápido de energía y de masa a distancias largas, la
existencia y operación de la burocracia gubernamental moderna, entre otras,
operaciones industriales y manufactureras de alta intensidad incluyendo la
distribución regional, continental y global de alimento y otras mercancías, y
una miríada adicional de procesos “artefactuales” o “no-naturales” sin los
cuales la moderna civilización y sus 7 x 109 constituyentes humanos no
podrían existir […]. Los humanos han sido arrastrados al interior de una matriz
de tecnología y ahora resisten gracias a una dinámica de la cual no pueden
simultáneamente escapar y sobrevivir. […] La tecnología penetra casi cada
parte del globo a través de una red de comunicación y transporte.56

directamente a Langdon Winner, Autonomous Technology: Technics-out-of-Control as a Theme in Political


Thought, Cambridge, MIT Press, 1977. La autonomía de la técnica ya era central para Jacques Ellul en su La
technique ou l’enjeu du siècle, París, A. Colin, 1954, que dedica un capítulo entero a este problema.
55
Peter K. Haff, “Humans and Technology in the Anthropocene: Six Rules”, The Anthropocene Review, n° 1,
vol. 2, agosto de 2014, p. 2.
56
Peter K. Haff, “Technology as a Geological Phenomenon: Implications for Human Well-Being”, en C. N.
Waters, J. A. Zalasiewicz, M. Williams, M. A. Ellis y A. M. Snelling (eds.), A Stratigraphical Basis for the
Anthropocene, Londres, Geological Society, 2014, p. 301-302.
Gilbert Simondon, otro gran pensador de la emergencia de la ecología general57, enfatiza
que un modo de existencia adecuado a los objetos técnicos no puede ser postulado sin
tener en cuenta el medio técnico asociado a él. Sin embargo, cuando él, como
Canguilhem, busca concebirlos no ya de forma mecánica sino orgánica, como expresiones
de vida, podemos concluir que la tecnología en la tecnoesfera deviene el medio de los
medios, una suerte de meta- o hipermedio. Desde esta perspectiva, la tecnoesfera incluso
aparece, extendiendo el esquema simondoniano, después de los elementos
(herramientas), los individuos (máquinas simples y libres) y los ensambles o redes
(máquinas abiertas), como el emplazamiento de la tecnicidad58. Dado que, volviendo a
Haff, su fijación sobre los instrumentos o más bien la instrumentalidad, hizo que pareciera
perfectamente obvio para los seres humanos, a lo largo de todo el siglo XX, que la
tecnoesfera emergente debía ser considerada desde el interior, para ser comprendida con
un asunto humano, como su invención y su producto, y sobre todo como algo sujeto a
propósitos, no hay nada tan cautivante como la consolidación de la tecnoesfera en
términos de requerir de nosotros que asumamos una posición radicalmente crítica y anti-
teleológica acerca del antropocentrismo. De acuerdo a Haff, es la tecnología precisamente
lo que demanda que cambiemos nuestra perspectiva completamente, para observar
desde afuera, desde fuera de la tecnología:

La tecnoesfera no es “solo” un fenómeno creado por el hombre, porque


excepto por artefactos simples como herramientas de piedra, los humanos no
crearon la tecnología de forma independiente, sino en el contexto de sistemas
tecnológicos existentes. Desde afuera, es decir, desde su propio punto de
vista, a pesar de que sus partes humanas son esenciales, la tecnología parece
haberse llevado a sí misma hasta su estado actual. Este es el mismo proceso
que caracteriza todos los sistemas complejos emergentes respecto de sus
componentes de pequeña escala; esto es, la dinámica de gran escala aparece

57
Sobre este punto, cf. mi “Other Beginnings of Participative Sense Culture”.
58
Cf. Gilbert Simondon, L’Invention dans les techniques: Cours et conférences, París, Seuil, 2005, pp. 86-101.
espontáneamente […] y define un medioambiente en el cual los pequeños
componentes del sistema deben operar.59

Al menos en perspectiva, de esta manera la tecnoesfera incluso conduce más allá de la


duradera fascinación con el control y la hipótesis cibernética cuya manifestación permite.
Este es el punto en el cual toda visión del control –que es, estrictamente hablando,
también inherente a la entera conceptualización sistémico-teorética y complejo-teorética
de la tecnoesfera que el propio Haff desarrolla– debe terminar. “La tecnoesfera no es una
versión gigante del barco”, escribe Haff, refiriéndose al trasfondo náutico y teleológico del
pensamiento cibernético. Dicho pensamiento, en su opinión, está “diseñado
deliberadamente en concordancia con especificaciones ingenieriles que requieren la
supresión de tantos grados indeseables de libertad como los humanos puedan pensar, y
en el proceso, apuntan a proveer al capitán líneas de control específicas” 60. En contraste,
la tecnoesfera revela lo absoluto más allá de todo propósito; es el emblema mismo y, en
última instancia, la manifestación geológica de una teleología fundamentalmente
desprovista de propósitos y truncada: “La tecnoesfera se parece a la biosfera –compleja y
sin líder”61. El colapso histórico de la teleología occidental mencionada al inicio de esta
introducción, que apuntala el desplazamiento en el sentido de lo ecológico hacia una
tecnoecología plural, resulta de la autonomización de lo técnico tal como se desplegó en
el origen de la tecnoesfera y la aplicación de un paradigma tecnogeológico de la tierra. Del
mismo modo, el encantamiento de lo imprevisible, incontrolable, ingobernable, que está
contenido en el concepto de Haff, y que ha aparecido incesantemente en una diversidad
de lugares desde Heidegger y luego Serres, indudablemente corresponde a la racionalidad
del poder contemporánea, caracterizada asimismo por la historia del control. El mero dar

59
Haff, “Technology as a Geological Phenomenon”, p. 302; cf. p. 306.
60
Haff, “Humans and technology in the Anthropocene”, p. 7.
61
Idem. La génesis de la tecnoesfera debe leerse junto con lo que Timothy Morton llama un “temblor en el
ser” en el último estadio de la evolución de los objetos técnicos, es decir, los hiperobjetos. Los hiperobjetos
son entidades reales cuya realidad primordial –“masivamente distribuida en el tiempo y el espacio relativo a
los humanos”, p. 1– se retrae respecto del ser humano, y cuya emergencia implica lal necesidad de un nuevo
estilo de pensmaiento y una concepción no moderna de la cosa en particular. Véase Timothy Morton,
Hyperobjects: Philosophy and Ecology after the End of the World, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 2013.
cuenta de, si no celebrar, la autonomía de lo técnico, que posiblemente culmine en que le
sea atribuido un modo de existencia único, podría ser eventualmente el desenlace de esta
forma de racionalidad62.
La explosión de las agencias –que en ninguna parte se ve con mayor claridad que en la
tecnoesfera– rompe lo que llamo la ilusión del Antropoceno, que le ha dado un fantástico
monopolio de la agencia a los seres humanos. El concepto “ilusión del Antropoceno”
nombra el momento histórico central que inquieta este fantasma: el grado en el que el ser
humano en tanto técnica resulta ser el agente central de una nueva era en la historia
natural, eventualmente bautizada “Antropoceno”, es también la medida de una
proliferación e incluso explosión de agencias medioambientales [umweltlicher Handlungs-
und Wirkmächte] que terminan relegando al ser humano en tanto agente y demuestra el
carácter ilusorio del monopolio de la agencia en general, y del privilegio de la agencia
humana en particular. En contraste, también descubre la irreductible variedad de todos
los posibles agentes no humanos, una variedad que hasta ahora había sido olvidada si no
directamente negada, al menos por la modernidad europea y su conceptualización de la
racionalidad (en la cual las relaciones casi no figuran y son minimizadas). En la intersección
de las historias del control, la racionalidad y la relacionalidad, la tecnoecología resulta ser
la consecuencia radical del colapso de la ilusión del Antropoceno, una consecuencia
provocada por el acceso de la tecnoesfera al ámbito del pensamiento y la teoría. En vez de
“Antropoceno”, deberíamos hablar de “Tecnoceno”63. Esto es lo que la nueva semántica
histórica de la ecología finalmente saca a la luz.

62
Alf Hornborg ha discutido críticamente la fetichización moderna de la tecnología, que culmina en la fe en
su autonomía, contra el trasfondo de la teoría de los sistemas mundiales de Wallerstein, en tanto esta sería
un olvido de las relaciones no igualitarias de intercambio que forman las bases de toda la técnica moderna.
Hornborg postula una “teoría ecológica del intercambio no igualitario” global en tanto crítica del fetichismo
moderno de la tecnología. Véase “Technology as Fetish: Marx, Latour and the Cultural Foundations of
Capitalism”, Theory, Culture and Society, n° 31, vol. 4, julio de 2014, pp. 119-140.
63
El concepto de Tecnoceno ha sido propuesto por Alf Hornborg entre otros. Véase Alf Hornborg, “The
Political Ecology of the Technocene. Uncovering Ecologically Unequal Exchange in the World-system”, en
Clive Hamilton, Françoise Gemenne y Christophe Bonneuil (eds.), The Anthropocene and the Global
Environment Crisis: Rethinking Modernity in a New Epoch, Abingdon, Routledge, 2015, pp. 57-69.

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