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Curso: La lectura en Educación Básica para educar en la diversidad

Título: Lección 1: El Gozo de Leer

Unidad: N.º 1

El Gozo de Leer

La lectura debe ser una actividad gozosa, de disfrute. El gozo, ese tener el gusto, “la
complacencia y la alegría de una cosa, ese tener algo agradable que nos alegra el ánimo,
tiene muchas formas, pero una de las más valiosas es el goce del espíritu. Es la
verdadera motivación de toda pedagogía, pues despierta una fuerza que existe en
nosotros de insospechada potencia.” (Plan Lector, Universidad de los Andes, 1998).

Al referirnos al gozo hablaremos, como decía C.S. Lewis, de una cualidad, un deseo
insatisfecho,... es una cierta clase de alegría ante el descubrimiento de algo muy valioso
que es en sí más deseable que cualquier otro deseo y nos lleva más adentro y más arriba.
Al gozo que nos desacostumbra del mundo que nos rodea y nos despierta esa, a veces,
aletargada capacidad de asombrarnos y de maravillarnos.

Muy bien se sabe entre los profesores que, cuando los alumnos lo experimentan, se
transforma en una fuerza motriz importante, pues libera al alma de intereses personales y
de ataduras físicas rastreras y abre la imaginación a otros mundos.

Se puede dar a los alumnos posibilidades de experimentar el gozo y lo conseguiremos si


tenemos la intención de hacerlo, pero sobre todo si los contagiamos con lo que, nosotros
los profesores, hemos vivido y queremos traspasarles para que lo vivencien a su manera y
a su estilo.

¡Qué papel más agradable y más propio de un profesor es el contagiar así a sus alumnos!
En su mano está la capacidad de contagiarlos, siendo clave la manera cómo enfrente la
tarea para lograrlo.

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Hablando del tema, Gabriela Mistral1 decía con mucho acierto: “del gozo necesitan ellos
(los niños) tanto como de adoctrinamiento”, pues ella comprendía muy bien que aquí hay
un elemento que cuando entra en el quehacer escolar cambia totalmente la vida del
estudiante.

Los libros introdujeron el gozo a la vida de muchos y ¡qué agradecido se está de los que
facilitaron el acceso a ellos, que en la mayoría de los casos fueron y son los profesores!

“Cuando ha tocado de cerca quien amara su tarea, ese profesor enamorado


apasionadamente de sus lecturas cuyos ojos brillaban al hablar de algo importante para
él, deja su huella marcada en cada uno. Porque muy bien se sabe que, no solo se educa
con palabras y disertaciones, sino que mucho más importante es la actitud, la inclinación y
los valores que el profesor no nombra, pero vive” (Gabriela Mistral, Pasión de Leer).

Michéle Petit en su libro “Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura”2 dice: “en
todas las épocas, pese a las limitaciones que se han impuesto, a las modas y a los
cambios en los programas, siempre hubo maestros que supieron transmitir a sus alumnos
la pasión de leer.”

¿Por qué la mayoría de los profesores no usan más esta motivación que es en realidad la
más válida? ¿Se cree de verdad que la tarea educativa se debe afirmar en lo árido y lo
complicado en lugar de introducir una sana cuota de gozo, alegría y placer del espíritu?

Con razón se quejan los alumnos en algunas ocasiones del trabajo sin sentido, las
exigencias porque sí, la determinación de todo por la nota y el aburrimiento que muchas
veces invade las clases.

Gabriela Mistral decía “Cuando yo he hecho una clase hermosa, me quedo más feliz que
Miguel Ángel después del Moisés. Verdad es que mi clase se desvaneció como un celaje,
pero es sólo en apariencia. Mi clase quedó como una saeta de oro atravesada en el alma
siquiera de una alumna. En la vida de ella mi clase se volverá a oír, yo lo sé”3.

1
Mistral, Gabriela “Pasión de Leer”, Madrid 1935.
2
Petit, Michele. “Nuevos acercamientos al niño y la lectura”, Fondo de cultura económica. 1999
3
Mistral, Gabriela “Pasión de Leer”, Madrid 1935.

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Y ¿qué mejor clase puede hacer un profesor que aquella en la cual se traspase el gusto
por la lectura a sus alumnos? Esta clase sí que no se desvanece porque echa raíces en el
niño y adolescente y de ello somos testigos muchos de los que, con bastante distancia
estamos aquí recordando a quienes nos abrieron al apetito que todavía nos devora.

Lo que no se transforma en entusiasmo en la niñez y pasión en la adolescencia, se


desmorona hacia la madurez.

Gabriela Mistral dice también: “Volver la lectura cotidianidad, cosa imposible de olvidar,
como lavarse las manos”... “Hacer leer, como se come pan, todos los días, hasta que la
lectura sea como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre... El hábito no se
adquiere si no promete y cumple placer”4.

¿Cómo despertar ese gozo por la lectura en los alumnos más pequeños? La introducción
a la lectura comienza con los cuentos que el profesor lee o cuenta a los niños en los
primeros años. Es aquí donde actúan la gracia del relato, la belleza de la forma y
presentación, la actitud cálida del que cuenta produciendo, por el componente afectivo
que logra desarrollar, fascinación en el pequeño oyente. Se une a ello el hecho de que los
cuentos se entregan en forma gratuita sin pedir nada a cambio, se trata de un regalo
lector.

Los profesores saben que los alumnos menores se inclinan a saborear el goce
deteniéndose en lo que les gusta, pidiendo repeticiones y lecturas reiteradas de sus textos
favoritos. De ellos se puede aprender a experimentar un tipo de gozo que todo buen lector
ha ejercitado: la re-lectura. Es ahí donde se conoce un texto en su mejor dimensión y es
esa manera de leer la que nos recomiendan los más expertos.

La exploración lectora va junto con otras exploraciones que realizan los jóvenes a una
cierta edad. Hay que dejar campo libre para que se realicen experiencias que muchas
veces pueden parecer vagas, pero que le permiten ir precisando su campo lector y
encontrar la lectura con la que se siente más identificado. Lo que sí deben cuidar los
profesores es usar su influencia para procurar que exista calidad en las lecturas.

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Mistral, Gabriela “Pasión de Leer”, Madrid 1935.

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Si bien muchos profesores tienen conciencia que la motivación a la lectura ha de ser un
objetivo fundamental en su trabajo, pocas veces se le destina el tiempo y la dedicación
necesarios para su consecución. Se trabaja la lectura comprensiva, la lectura en voz alta,
el seguimiento de instrucciones etc., pero, pocas veces se asigna tiempo y recursos a la
lectura personal recreativa por pensarse que ésta será un producto agregado como
resultado de otros esfuerzos en el desarrollo de la lectura.

La OCDE y los estudios PISA a nivel mundial han insistido en que la lectura ha de ser un
objetivo prioritario de los sistemas educacionales en los distintos países, dado que es un
indicador muy significativo del desarrollo humano. Este desarrollo no se refiere solamente
a los índices de alfabetización, sino por sobre todo a lo que denominamos alfabetización
funcional; es decir, nuestra capacidad de responder a las necesidades de manejo y uso de
la información en un mundo alfabetizado (OCDE, 2000). Sabemos además que existe una
relación importante entre la lectura recreativa o lectura escogida por los alumnos como
actividad de tiempo libre, y la comprensión lectora en general (Mokhtari, Reichard, &
Gardner, 2009; Krashen, 2004; Wu & Samuels, 2004). Es decir, los alumnos que leen en
su tiempo libre tienen mejores niveles de comprensión que aquellos alumnos que no
dedican tiempo a la lectura. De ahí entonces que es tarea clave del profesor fomentar la
lectura recreativa durante toda la etapa escolar, teniendo en cuenta, además, diferentes
materiales, formatos y lenguajes (imágenes, lengua de señas chilena, figuras en relieve,
entre otros), respondiendo a las diferentes vías de percepción y de acceso a la lectura de
cada estudiante.

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Reflexionemos…

A continuación le presentamos unos breves extractos del libro “Como una Novela” del
educador y escritor francés Daniel Pennac.
- Léalos en detalle
- Reflexione acerca del sentido que usted le da a la lectura y cómo ello puede influir
favorablemente en el desarrollo del gusto por la lectura en sus estudiantes.
- ¿Qué capítulo tiene más sentido para Ud. en relación al desarrollo de la lectura en sus
estudiantes?
-

Capítulo 49 (p. 120-121): […] ¿De dónde sacar tiempo para leer? Grave problema. Que
no lo es. […]El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para
escribir, por otra parte, o el tiempo para amar.)¿Robado a qué? Digamos que al deber de
vivir.[…]El tiempo para leer, igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir.[…]Yo
jamás he tenido tiempo para leer, pero nada, jamás, ha podido impedirme que acabara
una novela que amaba. La lectura depende de la organización del tiempo social, es, como
el amor, una manera de ser. El problema no está en saber si tengo tiempo de leer o no
(tiempo que nadie, además, me dará), sino en si me regalo o no la dicha de ser lector. […]

Capítulo 57 (p. 141): En materia de lectura, nosotros, “lectores”, nos permitimos todos los
derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos
iniciar en la lectura:
1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltarnos las páginas.
3. El derecho a no terminar un libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo.
7. El derecho a leer en cualquier sitio.
8. El derecho a hojear.
9. El derecho a leer en voz alta.
10. El derecho a callarnos.

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Capítulo 22 (p. 53): […] Es, en un principio, el buen lector que seguiría siendo si los
adultos que lo rodean alimentaran su entusiasmo en lugar de poner a prueba su
competencia, si estimularan su deseo de aprender en lugar de imponerle el deber de
recitar, si le acompañaran en su esfuerzo sin contentarse con esperarle a la vuelta de la
esquina, si consintieran en perder tardes en lugar de intentar ganar tiempo, si hicieran
vibrar el presente sin blandir la amenaza del futuro, si se negaran a convertir en dura tarea
lo que era un placer, si alimentaran este placer hasta que se transmutara en deber, si
sustentaran este deber en la gratuidad de cualquier aprendizaje cultural, y recuperaran
ellos mismos el placer de esta gratuidad.

Capítulo 51 (p. 123): Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir
nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos
preliminares alrededor del libro. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más
mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni
explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibirse por
completo “hablar de” lectura-regalo. Leer y esperar. Una curiosidad no se fuerza, se
despierta. Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la
pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.

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