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manas y meses, hasta agotar mi paciencia.

Era increíble y absurdo:

¡el patrón me estaba castigando por haberle dado éxitos a la

empresa! Indignado, le mandé una carta donde me quejaba

amargamente por la actitud hostil de sus subalternos y le pedía

explicaciones por la suspensión del programa. Al día siguiente recibí

un telefonazo de Gerardo Alcántara, el vicepresidente

administrativo, que me invitaba a comer en el Suntory. Según

Alcántara, el retiro de mi programa había sido una estupidez de

Mijangos, el vicepresidente de producción, que en ausencia del jefe

hacía y deshacía como si fuera el dueño de la empresa. Don Gabriel

no me tenía en su lista negra, es más, apreciaba tanto mi trabajo

que le había ordenado ofrecerme un contrato de exclusividad por

tres años, con 100 mil dólares de sueldo mensual. —Pero si me

quiere tanto, ¿por qué me sacó del aire? —pregunté con recelo. —

Eso es cosa de él, ya sabes que don Gabriel es un excéntrico —

sonrió Alcántara—— ¿Pero a ti qué te importa? Brincos dieran

muchos por cobrar ese dineral sin hacer nada. El júbilo de Raquel
cuando le enseñé mi nuevo contrato me convenció de que

Alcántara tenía razón: allá don Gabriel si quería tirar su dinero. ¿De

qué me quejaba si en ninguna parte ganaría tanto por estar

rascándome la barriga? Hice girar el globo terráqueo y pedí a

Raquel que señalara un país con los ojos cerrados. Por culpa de su

índice recorrimos la India en un tour de tres semanas, con escalas

en Bombay, Calcuta y Delhi. Me deprimió el contraste entre los

fastuosos hoteles para extranjeros, decorados como el Taj Mahal, y

el hedor de las calles atestadas de vendedores, donde los niños

dormían a la intemperie en medio de las ratas. De vuelta en

México, fatigados por el viaje, nos fuimos a descansar a nuestra

casa de Cocoyoc. Llevaba dos días echado en una tumbona,

leyendo los diarios entre cerveza y cerveza, cuando empecé a sentir

la sangre viscosa, como si me estuviera pudriendo en vida.

Vámonos a México, ya no aguanto el calor, le dije a Raquel. Ella

prefirió quedarse toda la semana con los niños y tuve que volver

solo en busca de distracciones. Tras una larga parranda con mi


compadre Nazario —que siempre ha sido un actor segundón, pero

tiene un harem de modelos que ya quisiéramos muchos famosos—,

desperté con una cruda abismal y comprendí que debía trabajar en

algo. En cuanto mi representante comenzó a moverse, recibí

ofertas para hacer cine, teatro y una temporada

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