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APUNTE N° 2

DERECHO CIVIL IV

OBLIGACIONES. PARTE ESPECIAL. LAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES.


RESPONSABILIDAD CIVIL EXTRACONTRACTUAL

Prof. Dr. Rodrigo Barría Díaz


Universidad Alberto Hurtado
APUNTE N° 2: DERECHO CIVIL IV. OBLIGACIONES. PARTE ESPECIAL. LAS
FUENTES DE LAS OBLIGACIONES
LA RESPONSABILIDAD CIVIL EXTRACONTRACTUAL*

I. INTRODUCCIÓN
Las reglas sobre responsabilidad extracontractual se encuentran previstas en el Título
XXXV del Libro IV del Código Civil, arts. 2314 y ss.
En términos generales, la palabra responsabilidad implica que una persona que
vulnera un deber de conducta que se le ha impuesto para resguardar los intereses de
un tercero, debe reparar el daño producido.
Desde el punto de vista del Derecho Civil, esa responsabilidad se clasifica en
contractual y extracontractual o aquiliana. La primera supone la infracción al deber de
respetar un contrato y la conducta que este impone a las partes. La segunda, al
contrario, parte de la base de una persona que causa un daño a otra cono la que no ha
celebrado un contrato, sino que ha infringido el deber genérico de no dañar a otro
(neminem laedere, como se conocía este deber en el Derecho Romano).
El Código Civil establece el sistema general de responsabilidad civil extracontractual en
los arts. 2314 y ss. En esas normas, el Código establece los requisitos de procedencia
de la responsabilidad e indica en qué casos y circunstancias ella se verifica, porque no 1
siempre que una persona causa un daño a otra va a nacer la responsabilidad.
Entonces, el estudio de la responsabilidad extracontractual consiste en determinar
quién debe soportar las consecuencias de un daño en una situación concreta, si quien
lo causó –quedando obligado a pagar una indemnización de perjuicios-, o quien lo
sufrió –quien no recibirá nada en compensación-.
Paralelamente, existen muchas leyes especiales que contienen reglas propias en
materia de responsabilidad extracontractual, que no serán objeto de estudio en este
curso. A todos esos estatutos especiales se les aplica en forma supletoria las reglas
del Código Civil en todo aquello que no hayan previsto.

II. CLASES DE RESPONSABILIDAD


La idea de responsabilidad supera el ámbito del Derecho y específicamente del
Derecho Civil, comprendiendo áreas que abarcan el fuero interno de los individuos.
En efecto, la responsabilidad, en general, puede ser moral o jurídica. Esta última es la
que compete al ámbito del Derecho. La responsabilidad moral, en tanto, se origina o
proviene por la infracción a normas morales o de carácter religioso y, en general, lo
que ella origina son problemas de conciencia para el infractor.

*
Apunte preparado por el profesor Dr. Rodrigo Barría D., Facultad de Derecho, Universidad Alberto Hurtado.
La responsabilidad jurídica, a su vez, proviene de un hecho que causa daño a la
persona o propiedad de otro y puede ser administrativa, penal o civil.
La responsabilidad administrativa es aquella que surge por el incumplimiento por parte
de los funcionarios públicos de las normas de Derecho Administrativo que gobiernan la
actividad de los organismos y servicios públicos. Su fundamento positivo se encuentra
en el artículo 7 de la Constitución Política y en el artículo 44 de la ley N° 18.575, de
Bases de la Administración del Estado.
La responsabilidad penal proviene de los delitos o cuasidelitos penales y ella es
independiente del daño que el delito o cuasidelito penal pueda producir. Existe esta
responsabilidad penal aun cuando el hecho no produzca daño alguno y la
consecuencia de ella es que acarrea sanciones penales cuya aplicación se persigue y
se hace efectiva mediante la acción penal que nace de todo delito.
La responsabilidad civil proviene de todo hecho u omisión que causa un daño a la
persona o a la propiedad de otro y esta responsabilidad civil puede ser contractual,
delictual, cuasidelictual y, en ciertos casos, legal, atendiendo esto al origen de esta
responsabilidad.
Para que exista responsabilidad civil es requisito indispensable que se haya causado
un daño, sea a la persona o a la propiedad de otro, y este daño puede originarse en la
violación o incumplimiento de una obligación preexistente o en la ejecución de un
hecho ilícito y aun sin culpa alguna, como sucede en la responsabilidad legal.
La responsabilidad contractual proviene de la violación o incumplimiento de un 2
contrato y ella consiste en indemnizar al acreedor del perjuicio que le causa el
incumplimiento de la obligación o su incumplimiento tardío o imperfecto (art. 1556).
En la responsabilidad contractual existe un vínculo previo entre los sujetos de esta
responsabilidad, vínculo que es el contrato que no se ha cumplido o que se ha
cumplido en forma tardía o imperfecta.
La responsabilidad extracontractual proviene de un hecho ilícito, intencional o no, que
ha inferido injuria a la persona o propiedad de otro, es decir, es la que proviene de los
delitos y cuasidelitos civiles. En esta forma de responsabilidad no existe un vínculo
jurídico previo entre el autor y su víctima que sirva de fundamento a esta
responsabilidad. La responsabilidad contractual supone necesariamente la existencia
de una obligación anterior, ella se produce entre personas ligadas por un vínculo
jurídico preexistente y es la violación de este vínculo que la responsabilidad sirve de
sanción. En tanto que la responsabilidad delictual o cuasidelictual supone la ausencia
de una obligación previa entre el autor y la víctima. Se produce entonces entre
personas que son extrañas entre sí; por ello es que esta responsabilidad es fuente de
obligaciones, en tanto que la responsabilidad contractual es solamente la sanción
impuesta por el incumplimiento de una obligación.
La responsabilidad extracontractual o aquiliana, como veremos más adelante, puede
ser delictual o cuasidelictual.
III. FUENTES DE LAS RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
La responsabilidad civil, entonces, puede emanar de distintas causas, es decir, las
fuentes de la responsabilidad civil pueden ser diversas. Así, tenemos que son fuentes
de la responsabilidad civil:
1. - El contrato, cuando se produce la infracción de las estipulaciones
contractuales (responsabilidad contractual).
2. - El delito y el cuasidelito civil, que originan la responsabilidad
extracontractual.
3. - Por último, también es fuente de responsabilidad civil la ley, la cual origina
la responsabilidad legal.
La responsabilidad que emana del delito civil, del cuasidelito civil y de la ley, constituye
la genéricamente denominada "responsabilidad extracontractual", cuya fuente
principal son los delitos y cuasidelitos civiles. Los casos de responsabilidad legal son
más bien excepcionales.
Estas expresiones de "delitos" y "cuasidelitos" se emplean tanto en el derecho civil
como penal, y si bien es cierto que en ambas ramas del derecho se trata siempre de
hechos ilícitos, los que constituyen delitos y cuasidelitos presentan tales diferencias
entre sí que no es posible confundirlos. Así, el delito civil "es el hecho ilícito cometido
con la intención de dañar y que ha causado injuria o daño en otra persona". El
cuasidelito es el hecho culpable cometido sin la intención de dañar y que ha inferido 3
injuria o daño a otra persona (arts. 1437 y 2284).
Lo que caracteriza al delito y cuasidelito civil es el hecho de inferir injuria o daño a otra
persona. Por ello, un hecho ilícito que no causa injuria o daño a otra persona no
constituye delito ni cuasidelito civil, porque la consecuencia del delito y cuasidelito es
el deber de reparar el daño, y ello sólo es procedente cuando el daño se ha causado.
Sin daño no hay responsabilidad civil, como fluye de los arts. 1437 y 2314.
El delito y cuasidelito civil se asemejan entre sí en que ambos son hechos ilícitos,
ambos causan daño y ambos producen obligaciones.
La diferencia que existe entre ellos se encuentra en la intención que el autor ha tenido
al realizar una acción. Así, el delito civil es el hecho ilícito cometido con la intención de
cometer daño, la voluntad del autor es causarle daño a otra persona. En cambio, el
cuasidelito se ha ejecutado sin intención de dañar. Lo que sucede es que el delito civil
supone dolo: el daño ha sido deseado por el autor del hecho; en tanto que el
cuasidelito civil supone culpa, es decir, una falta de diligencia o de cuidado del autor.
Es por eso que en materia civil un mismo hecho puede ser delito o cuasidelito según si
ha habido o no intención de dañar a otra persona.
Esta distinción entre delito y cuasidelito es una distinción clásica y tradicional, además
prevista en el Código, pero en realidad ella no presenta utilidad práctica y, aún más,
hoy en día se sostiene que es totalmente inútil hacer esta distinción, y también se
señala que carece de justificación teórica, porque ambos son hechos ilícitos, por
cuanto uno y otro obligan al autor a reparar el daño causado en su totalidad y el monto
de la indemnización se regula atendiéndose al daño causado y no a la naturaleza del
hecho que originó el daño.
Por lo tanto, es perfectamente posible que la indemnización causada por un
cuasidelito civil sea mayor a la originada en un delito civil. Es por estas razones que el
Código sometió a los delitos y cuasidelitos civiles a una misma y única reglamentación
en los arts. 2314 y siguientes. Estos hechos ilícitos pueden consistir en la ejecución de
un hecho, lo cual recibe el nombre de culpa in comitendo; o también pueden constituir
una abstención, caso en cual se habla de culpa in omitendo. En el primer caso son de
acción, como el que mata a otro intencionalmente o el que hiere a otro al disparar un
arma imprudentemente. En el segundo caso estamos frente a una omisión, como sería
el caso de aquellas personas que estando obligada a realizar una acción, no lo realiza.
El Código admite estas clasificaciones en varios artículos (2320, 2321, 2322, 2323),
pero esta es una clasificación más bien doctrinaria, porque desde el punto de vista
práctico todas ellas producen el mismo efecto y se rigen por las mismas reglas: obligan
al autor a indemnizar el daño causado si el hecho o la abstención que lo originaron es
ilícito.

IV. CONCEPTO DE DELITO Y CUASIDELITO EN MATERIA CIVIL Y PENAL


No obstante emplear la misma denominación, ambos conceptos difieren
substancialmente en materia civil y en materia penal. Lo esencial en el delito y
cuasidelito civil es el daño causado a otra persona o a la propiedad de otro. En cambio, 4
en materia penal el delito es toda "acción u omisión voluntaria penada por la ley" y el
cuasidelito penal es "toda acción u omisión culpable penada por la ley" (arts. 1 y 2 del
Código Penal, respectivamente). En el derecho penal una acción u omisión voluntaria o
culpable constituye delito o cuasidelito sólo cuando está penada por la ley. En cambio,
en el derecho civil todos los delitos y cuasidelitos son hechos ilícitos que causan daño,
de modo que si no hay daño no hay delito o cuasidelito civil, pudiendo eso sí haber
delito o cuasidelito penal.
La explicación de esta distinción se justifica en que el hecho civilmente ilícito crea un
problema de orden privado, enfrentando al autor del daño con su víctima. El derecho
civil se preocupa de que la persona que ha experimentado el daño obtenga la
correspondiente reparación, es decir, enfoca el delito y el cuasidelito civil como fuente
de las obligaciones entre privados.
En cambio, en el hecho penalmente ilícito el conflicto se produce entre el responsable
de ese hecho y la sociedad; el derecho penal mira al delito y al cuasidelito como un
atentado contra el orden social y le importa defender a la sociedad en contra de estos
hechos penalmente ilícitos.
Esta disparidad de conceptos entre el derecho civil y penal produce varias
consecuencias:
a. Puede suceder que un mismo hecho constituya a la vez delito o cuasidelito
penal y civil, lo que va a suceder cuando el hecho ilícito esté penado por la
ley y cause un daño a otro, lo que sucede en el caso de los delitos de
lesiones, homicidio, en el hurto, robo, entre otros.
b. También un hecho puede constituir sólo delito o cuasidelito penal y no ser
delito o cuasidelito civil. Ello va a suceder cuando el hecho esté penado por
la ley pero no cause daño a la persona o propiedad de otro, como ocurre,
por ejemplo, con el delito de conducción de un vehículo motorizado en
estado de ebriedad. Es por esta razón que en el Código Penal se dice que de
todo delito nace una acción penal para el castigo del culpable y puede nacer
una acción civil para obtener la reparación del daño, esto es, la restitución
de la cosa o su valor y la indemnización de perjuicios. Esta acción civil va a
nacer cuando el hecho ilícito sea a la vez delito o cuasidelito penal y civil.
c. La última consecuencia es que un hecho puede constituir delito o
cuasidelito civil sin constituir delito o cuasidelito penal, lo que va a suceder
cuando se trate de un hecho que cause un daño pero que no está penado
por la ley. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se lesiona la imagen y el
prestigio de las personas a través de publicaciones en redes sociales.
Esta última situación es la que se presenta con mayor frecuencia porque el concepto
de delito o cuasidelito civil es más amplio que el de delito o cuasidelito penal.

V. DIFERENCIAS ENTRE LA RESPONSABILIDAD CIVIL Y LA RESPONSABILIDAD


PENAL 5

La responsabilidad penal proviene de los delitos o cuasidelitos penales y es


independiente del daño que el delito o cuasidelito pueda producir. Existe esta
responsabilidad penal aun cuando el hecho no produzca daño alguno y la
consecuencia de ella es que acarrea sanciones penales cuya aplicación se persigue y
se hace efectiva mediante la acción penal que nace de todo delito.
Por su parte, la responsabilidad civil proviene de todo hecho u omisión que causa un
daño a la persona o a la propiedad de otro y esta responsabilidad civil puede ser
contractual, delictual, cuasidelictual y, en ciertos casos, legal, atendiendo esto al
origen de esta responsabilidad.
Para que exista responsabilidad civil es requisito indispensable que se haya causado
un daño, sea a la persona o a la propiedad de otro y, este daño puede originarse en la
violación o incumplimiento de una obligación preexistente, o en la ejecución de un
hecho ilícito y, aún sin culpa alguna, como sucede en la responsabilidad legal.
El efecto que de ella se deriva es la obligación de reparar el daño causado. Debe
tenerse presente que la responsabilidad penal y la responsabilidad civil delictual o
cuasidelictual pueden coexistir respecto de un mismo hecho, ello sucede cuando el
delito o cuasidelito del cual derivan la responsabilidad civil y penal sea a la vez delito o
cuasidelito civil y penal, ello porque ha inferido un daño a la persona o propiedad de
otro y, además, porque es una acción u omisión penada por la ley. Es lo que sucede en
el caso del hurto, del robo, de las lesiones, que son a la vez delitos civiles y penales.
Pero, no obstante que pueden coincidir, estas dos responsabilidades son
independientes entre sí y su coexistencia resulta solamente de que el mismo hecho es
a la vez civil y criminalmente delictuoso. La independencia de estas dos formas de
responsabilidad queda en claro en algunas disposiciones del Código Civil, como
sucede en el art. 2314. Por otro lado, estas dos clases de responsabilidad presentan
diferencias:
1. Hay diferencias en cuanto a la sanción, pues, tratándose de delitos y
cuasidelitos civiles, opera la indemnización del daño causado, que no es una
sanción propiamente tal, sino que es un mecanismo de compensación por el
daño; en tanto que, en el caso de los delitos y cuasidelitos penales, las
sanciones son de carácter represivo (presidio, reclusión, relegación, etc.). En
este último caso, el objeto de la sanción no es la reparación del daño que se ha
causado, sino que es el proteger a la sociedad de la acción del delincuente.
2. Es también diferente la jurisdicción llamada a conocer y juzgar una y otra clase
de responsabilidad. Tratándose de la responsabilidad penal, la jurisdicción le
corresponde a los tribunales con competencia en lo criminal; en tanto que de la
responsabilidad civil pueden conocer la justicia civil o la criminal, a menos que
la acción tenga por objeto la restitución de la cosa o su valor, ya que en tal caso
deben deducirse ante el juez que conoce del proceso penal.
3. Hay también diferencias en cuanto a la capacidad para incurrir en
responsabilidad civil y en responsabilidad penal. En materia penal la capacidad
se adquiere a los 14 años. En tanto que, en materia de responsabilidad civil, la 6
capacidad se adquiere a los 16 años, debiendo si considerarse que los mayores
de 7 y menores de 16 son civilmente responsables si han actuado con
discernimiento (art. 2319).
4. Existen también diferencias en cuanto a las personas a quienes afectan estas
clases de responsabilidad. La responsabilidad penal afecta exclusivamente a la
persona del delincuente, se trata de una responsabilidad personalísima. En
tanto que, la responsabilidad civil, afecta al autor del daño y a sus herederos
(art. 2316, inciso primero).
5. También se distinguen en cuanto a las personas que pueden perseguir la
responsabilidad. La acción penal, cuando se trata de delitos de acción penal
pública, puede ejercerla toda persona e incluso el Ministerio Público puede
perseguir de oficio esta responsabilidad (con la excepción de los delitos de
acción penal privada). En cambio, la acción civil de responsabilidad compete a
la persona que sufrió el daño y a sus herederos.
6. Por último, hay también diferencias en cuanto a la prescripción. Respecto de la
acción penal hay varios plazos, dependiendo de la calificación que se le otorgue
al hecho delictuoso y que va de los seis meses hacia arriba. En cambio, la
acción civil tiene un único plazo de prescripción, que es de cuatro años
contados desde la perpetración del acto (art. 2332).
VI. DIFERENCIAS ENTRE LA RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL Y LA
RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
A pesar de que ambas son formas de responsabilidad civil, entre la responsabilidad
contractual y la extracontractual se presentan numerosas diferencias, entre las cuales
cabe destacar las siguientes:
1. En materia contractual la culpa admite graduaciones, así hablamos de culpa
grave, leve y levísima (art. 44). En materia de responsabilidad extracontractual,
la culpa no admite esas graduaciones, se habla simplemente de culpa.
2. También se presentan distinciones con respecto al peso de la prueba: en
materia de responsabilidad contractual, habiendo incumplimiento del deudor,
se presume su culpa y le va a corresponder al deudor, para poder exonerarse
de responsabilidad, el probar que actuó con la debida diligencia o cuidado. En
tanto que en la responsabilidad extracontractual civil la víctima, en principio, va
a tener que probar que el daño que le fue causado es imputable a dolo o culpa
del autor del hecho.
3. Hay diferencias también en cuanto a la capacidad: en materia contractual la
plena capacidad se adquiere a los 18 años. En materia de responsabilidad
extracontractual civil la plena capacidad se alcanza a los 16 años, no obstante
que el menor de 16 y mayor de 7 es responsable si el juez determina que actuó
con discernimiento.
4. También hay diferencias en cuanto a la solidaridad: en la responsabilidad 7
contractual si varios deudores violan una obligación contractual, entre ellos no
hay solidaridad, a menos que se hubiere pactado expresamente (art. 1511). En
cambio, si hay varios autores de un delito o cuasidelito civil, van a responder
solidariamente del daño causado (art. 2317).
5. En relación con la prescripción: la acción para perseguir la responsabilidad
derivada de un delito o cuasidelito civil prescribe en el plazo de cuatro años,
contados desde la perpetración del hecho (art. 2332). La acción para perseguir
o hacer efectiva la responsabilidad contractual prescribe como regla general en
cinco años (art. 2515).

VII. RÉGIMEN GENERAL DE RESPONSABILIDAD CIVIL


Un aspecto importante que debe ser dilucidado a propósito de la distinción entre
responsabilidad contractual y extracontractual es cuál de estas dos formas de
responsabilidad civil constituye el estatuto general que debe ser aplicado en caso de
existir una hipótesis de vacío legal. Así, si un contrato no reglamenta las reglas de
responsabilidad aplicables, es evidente que deberán aplicarse las reglas generales
sobre la materia que contiene el Código Civil. Sin embargo, existen situaciones donde
esta solución no es tan clara, especialmente en lo que se refiere a los cuasicontratos,
que no tienen reglas propias de responsabilidad previstas en el Código.
El problema se plantea debido a que el Código Civil no establece una regla general. En
Chile la doctrina tradicional, especialmente Arturo Alessandri, sostiene que la regla
general es el estatuto de la responsabilidad contractual. Los argumentos que se
invocan a favor de esta postura son los siguientes:
1. Las reglas de la responsabilidad extracontractual están reglamentadas en el
título XXXV del Libro Cuarto, lo que demostraría que tienen un carácter especial
en relación a las demás formas de obligaciones.
2. Muchas de las normas que regulan los cuasicontratos se refieren a criterios y
clasificaciones propias de la responsabilidad contractual.
3. El título XII del Libro Cuarto, denominado “Del efecto de las obligaciones” en
realidad trata del efecto de los contratos, lo que demostraría que la idea de
obligación está asimilada a la noción de contrato.
4. Un argumento histórico: Bello se apartó del Código Civil francés en esta
materia, puesto que dicho Código establece como regla supletoria general a la
responsabilidad extracontractual.
Sin embargo, esta opinión tradicional en la doctrina es rechazada modernamente
(Enrique Barros, entre otros). Fundamentalmente se sostiene que las reglas de la
responsabilidad contractual son en verdad las reglas excepcionales, puesto que ellas
suponen la existencia de un contrato entre dos o más partes, siendo que lo normal es
que las personas no se encuentren vinculadas de esta manera. Así, las normas de la
responsabilidad contractual sólo se aplicarían excepcionalmente en caso de 8
incumplirse una relación contractual previa entre las partes y no a otras formas de
responsabilidad.
Cúmulo, concurrencia u opción de responsabilidad
Con este nombre se plantea un problema consistente en determinar si el
incumplimiento de una obligación emanada de un contrato da origen exclusivamente a
responsabilidad contractual, o si en el caso de dar lugar también a responsabilidad
extracontractual, el acreedor puede elegir una u otra clase de responsabilidad para
obtener la reparación del daño. Esto, porque es perfectamente posible que el
incumplimiento de un contrato genere un daño que permitiría a la víctima alegar
responsabilidad extracontractual. Por ejemplo, si una persona contrata a un médico
para que le opere de una cadera y éste le opera una rodilla, ese médico está
incumpliendo su contrato, pero al mismo tiempo está causando un daño físico a su
paciente, el cual es infracción al deber de conducta que impone el contrato, pero
también es una infracción al deber general de no dañar a otro.
El problema radica entonces en si es posible que el acreedor elija una u otra
responsabilidad. Desde el punto de vista práctico esto significaría, en caso de
aceptarse el cúmulo, que el acreedor podría elegir la responsabilidad más conveniente
a sus intereses, porque ambas responsabilidades no están sometidas a las mismas
normas. Así, en el campo contractual el acreedor no necesita probar la culpa del
deudor, pero está limitado en cuanto a la naturaleza de los perjuicios que debe
demandar: solamente en ciertos casos podrá demandar los perjuicios directos
imprevistos (sólo cuando prueba dolo), y no puede demandar los indirectos. En
cambio, en la responsabilidad delictual o cuasidelictual, quien sufrió el daño va a tener
que probar la culpa o dolo, pero podrá demandar la indemnización de todo daño que
se le haya causado (art. 2314). Por otra parte, el plazo de prescripción de la acción es
más largo en la responsabilidad contractual (cinco años) que en la extracontractual
(cuatro años), por lo que, en un caso concreto, podría resultarle más conveniente
intentar la primera, que le otorga más tiempo para hacerlo.
La doctrina tradicionalmente ha rechazado el cúmulo de responsabilidades,
sosteniendo que la infracción de una obligación contractual da origen solamente a
responsabilidad contractual. El acreedor cuyo deudor viola o no cumple en la forma
convenida o retarda el cumplimiento de una obligación emanada del contrato, no
puede demandar perjuicios con arreglo a los arts. 2314 y siguientes porque ya existe
entre las partes un contrato que regula sus intereses y ese contrato debe tener
prioridad, porque así lo han querido los contratantes.
Permitir que el acreedor pueda prescindir del contrato y perseguir la responsabilidad
del deudor conforme a las normas de los arts. 2314 y sgtes., sería desconocer la
fuerza obligatoria del contrato y, aún más, sería desconocer aquellas cláusulas en que
las partes pudieran haber eximido o limitado la responsabilidad del deudor. Cabe
recordar que conforme al art. 1554, inciso final, y al art. 1558, inciso final, las partes
pueden modificar las normas sobre responsabilidad contractual haciendo que el
deudor tenga una responsabilidad menor e, incluso, eximiéndolo de responsabilidad.
El admitir el cúmulo de responsabilidad significaría desconocer la validez y eficacia de 9
estas cláusulas, porque si las partes, por ejemplo, han eximido de toda
responsabilidad al deudor o han limitado dicha responsabilidad a cierta cantidad de
dinero o han convenido que sólo se va a responder de culpa grave en caso de
incumplimiento de la obligación, no puede permitirse que una parte recurra a las
normas de los arts. 2314 y siguientes para hacer efectiva la responsabilidad del
deudor cuando lo ha eximido de ella, o para demandar una suma mayor cuando se ha
limitado la responsabilidad a una determinada cantidad, o pretender una
responsabilidad mayor cuando se ha limitado a una cierta especie de culpa. La razón
para no aceptarlo está justamente en el art. 1545: si ellos convinieron ciertas
cláusulas, a ellas hay que atenerse. Esto se conoce como principio pacta sunt
servanda, o en otras palabras, el principio de la fuerza obligatoria de los contratos.
Sin embargo, esta visión tradicional se ha ido superando en los últimos años en la
doctrina nacional y se ha estimado por muchos autores, especialmente por Hernán
Corral, que no deberían existir inconvenientes para que la víctima de un daño pueda
elegir entre una u otra forma de responsabilidad. En el año 2016, por primera vez en
Chile una sentencia de la Corte Suprema acepto esta tesis y permitió que en un caso
de responsabilidad civil médica, el demandante pudiera exigir, a su elección, el tipo de
responsabilidad que quería demandar.
VIII. SISTEMAS DE RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
Existen dos grandes sistemas de responsabilidad extracontractual: el sistema de la
responsabilidad subjetiva o por culpa, y el sistema de la responsabilidad objetiva o sin
culpa.
1. Sistema de la responsabilidad subjetiva
Para este sistema, el fundamento de la responsabilidad que la ley impone de
indemnizar el daño causado es la culpabilidad del autor del daño. Es precisamente la
actitud ilícita del agente del delito o cuasidelito civil la que impone a éste la necesidad
de responder de su conducta.
Para esta teoría son dos los requisitos fundamentales que deben reunirse para que
exista responsabilidad extracontractual:
∑ El daño, y
∑ Que el daño se haya originado por culpa o dolo de quien lo ha provocado.
Se le denomina justamente sistema de la responsabilidad subjetiva o por culpa porque
el fundamento mismo de la obligación indemnizatoria es la actuación con culpa del
autor del daño.
Esta teoría subjetiva es la que sigue el Código Civil francés y también el régimen
general del Código Civil chileno.
Según este sistema, como las personas pueden actuar libre e independientemente, 10
cada una de ellas debe aprovechar los beneficios que le reporta su actividad y soportar
los daños que le causan la naturaleza o el hecho ajeno. No basta, en este sistema, con
que una persona sufra un daño en sí misma o en sus bienes para que surja la
obligación de repararlo. Para que exista obligación de indemnizar el daño, es necesario
que provenga del dolo o culpa del autor: sin dolo o culpa no hay responsabilidad.
Precisamente por eso se dice que se trata de un sistema de responsabilidad subjetiva,
porque la atribución de responsabilidad dependerá del comportamiento que el
causante del daño haya tenido en la situación concreta.
Este sistema subjetivo, si bien es el que tuvieron en vista los tratadistas clásicos y que
consagraron la casi totalidad de los códigos civiles contemporáneos, ha sido objeto de
críticas, señalándose que este sistema se conformaba a los requerimientos de la
sociedad de la época de su formulación, pero que no responde en manera alguna a los
de la sociedad actual, porque en este sistema la víctima de un daño va a poder
obtener la reparación del daño mismo sólo si prueba el dolo o la culpa del autor. De tal
manera que, si no logra probar ese dolo o esa culpa, su demanda va a ser rechazada,
debiendo soportar la totalidad del daño. Es precisamente esta prueba la que enfrenta
a la víctima del daño a un serio problema, porque en numerosos casos la prueba de la
culpa o del dolo es sumamente difícil y en otros es derechamente imposible. Por
ejemplo, a un trabajador de una empresa que sufre un accidente de trabajo le será
sumamente difícil probar que ese accidente se debió a culpa o dolo de la empresa,
manifestado en errores de uso de tecnología de alta complejidad. Cuando los códigos
civiles se dictaron en el siglo XIX, las condiciones de vida eran mucho más simples que
hoy (ciudades pequeñas, poca población, tecnología muy básica, menos fuentes de
accidentes), por lo que probar la culpa del autor de un daño no era tan difícil, a
diferencia de lo que ocurre en nuestros tiempos.
Ahora, si bien es cierto que este es el gran defecto de este sistema, se han buscado
diversos caminos para aminorar sus inconvenientes. Tanto la ley, la jurisprudencia y la
doctrina, sin alterar el fundamento subjetivo de este sistema, han adoptado diversas
medidas y soluciones a los problemas que ella plantea. Así, en primer lugar, el
legislador, para liberar a la víctima de la prueba de la responsabilidad, ha establecido
en su favor diversas presunciones legales de culpa (en nuestro Código tales
presunciones se encuentran en los arts. 2320, 2322, 2326, 2328 y 2329). Cuando
existen estas presunciones, la víctima va a tener que probar solamente los hechos de
los cuales la ley deduce la culpa; luego, establecidos estos hechos, se va a presumir la
culpa de la persona civilmente responsable y le va a corresponder a ella probar que no
hubo culpa para exonerarse de responsabilidad.
En segundo lugar, la jurisprudencia ha ampliado cada vez más el concepto de culpa.
Por ejemplo, se ha resuelto que el ejercicio abusivo de un derecho puede importar
culpa y generar responsabilidad; también se ha resuelto que hay culpa en el no
ponerse a tono con el progreso (ejemplo: empresario que trabaja con máquinas
obsoletas). Es decir, la idea de culpa se ha extendido a muchas situaciones que en
otras épocas quizás no se verían como tales, sino como consecuencias propias de la
vida que no ameritaban imponer responsabilidad. En ese sentido, puede decirse que la
jurisprudencia ha elevado los estándares de diligencia que las personas debemos
observar en nuestro comportamiento social. 11

También se ha ideado otro camino, que es el de sustituir la responsabilidad delictual o


cuasidelictual por la contractual, y ello porque la responsabilidad contractual pone al
acreedor en una posición más ventajosa que la de la víctima en la responsabilidad
extracontractual, desde el momento en que el peso de la prueba en la responsabilidad
extracontractual recae o le incumbe al deudor. Esta sustitución se hace partiendo de la
base de que ciertos contratos, además de las obligaciones y derechos consignados en
ellos, generan una obligación de seguridad (es lo que sucedería con el contrato de
trabajo, el cual daría origen a una obligación de esta naturaleza, porque el empleador
está obligado a garantizar la seguridad de los trabajadores, de tal modo que si se
produce un accidente de trabajo, él constituiría una infracción a este deber de
seguridad, posibilitando el cobro de la respectiva indemnización; también ocurre en el
contrato de transporte de pasajeros) y, en este caso, el peso de la prueba no sería de
cargo de la víctima, sino que le correspondería al empleador, de tal forma que para
exonerarse de responsabilidad el empleador tendría que acreditar que no hubo culpa.
2. Sistema de la responsabilidad objetiva, sin culpa o por riesgo
Este sistema de responsabilidad extracontractual no atiende a la conducta dolosa o
culposa del agente, sino que al resultado material de esa conducta, es decir, al daño
que se causa. Para esta teoría, la obligación de indemnizar exige fundamentalmente la
existencia de un perjuicio ocasionado a una persona por la conducta del autor del
daño, sin importar si actuó o no culpablemente. El solo hecho de causar un daño hace
nacer su responsabilidad. Se la denomina teoría del riesgo porque a falta de culpa se
funda en la idea de que toda persona que desarrolla una actividad que crea un riesgo
de daño para los demás deberá responder si ese daño se materializa. Ahora, si ese
riesgo efectivamente se concreta, es decir, si se produce el daño perjudicando a una
persona, el que creó la posibilidad de riesgo tiene que indemnizar a la persona
dañada, exista o no culpa, porque la obligación de indemnizar se origina por el riesgo
creado y no por el acto que provoca el daño.
El problema que plantea este sistema es la extensión que debe dársele a esta noción,
y al respecto hay diversas opiniones:
∑ Algunos diferencian entre actos normales y anormales, originando la
obligación de indemnizar sólo los anormales.
∑ Otros consideran el problema desde un punto de vista distinto y hablan del
riesgo-beneficio, sosteniendo que toda persona que desarrolla una actividad
para obtener beneficios para ella, tiene que responder, como contrapartida
de esos beneficios, de los daños que le cause a otra persona.
Este sistema es también criticado, siendo la principal observación que se le formula el
hecho de que es peligroso, porque si hay que reparar siempre el daño causado, puede
producirse la idea de que ante el derecho es indiferente actuar con o sin diligencia. De
modo que aún la persona más diligente, si sabe que siempre que cause un daño a otro
va a tener que indemnizarlo, aunque no lo haga culpablemente, va a tomar medidas
para prevenir el pago de una indemnización. El mecanismo más efectivo ante un
escenario como este es la contratación de un seguro de responsabilidad civil, para que 12
las indemnizaciones por daños sean pagadas por la compañía de seguros. Así, la
persona queda protegida, pero esto puede desincentivarla a ser diligente y cuidadosa,
al tener la seguridad que cualquier daño que cause será cubierto por el seguro.
Por otro lado, hay que tener presente que el derecho civil se funda principalmente en
la teorías subjetivas, y en estas materias no puede dejar de considerarse a la persona
y a su accionar para adoptar un criterio meramente material, considerándose sólo el
efecto que se ha producido.
Finalmente, se dice que ella puede ser perjudicial para el desarrollo de actividades
económicas de emprendimiento, porque si un empresario siempre que cause un daño
va a ser obligado a responder, aunque actúe sin culpa, puede preferir no iniciar una
actividad, para no tener que pagar indemnizaciones en caso de daños, especialmente
si la actividad económica que le interesa emprender tiene riesgos asociados.
Dadas estas características, cabe concluir diciendo que en la mayoría de los sistemas
modernos de responsabilidad extracontractual la regla general es la responsabilidad
subjetiva, admitiéndose la responsabilidad objetiva sólo respecto de actividades
especialmente riesgosas o susceptibles de causar daños de gran magnitud, debiendo
estar establecida siempre por ley y siendo, en consecuencia, de interpretación
restringida. En nuestro país constituyen, entre otras, hipótesis de responsabilidad
objetiva los artículos 2327 y 2328 del Código Civil; el art. 174 de la ley N° 18.290, que
establece que el propietario de un vehículo motorizado es solidariamente responsable
con el conductor del vehículo motorizado por los daños que causare, sin que pueda
excusarse probando falta de culpa; el Código Aeronáutico (art. 142 y siguientes)
establece una responsabilidad objetiva por daños causados por aeronaves; la ley N°
18.302 establece un régimen de responsabilidad objetiva para el explotador de una
instalación o establecimiento nuclear; la Ley de Navegación, decreto ley N° 2.222, de
1978, que la establece en caso de derrames de hidrocarburos, entre otros.

IX. FUNCIONES DE LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL


La función primordial que cumple la responsabilidad extracontractual es la de
compensar el daño sufrido por la víctima a través de una indemnización de perjuicios.
Normalmente esta indemnización sólo compensará el daño sufrido, puesto que este ya
fue causado y no es posible retroceder en el tiempo y hacerlo desaparecer. Lo que es
importante retener es que la indemnización no busca sancionar a quien causa un
daño, sino que obligarlo a compensar en alguna medida el perjuicio causado. No es
una sanción, sino un medio de reparación o, al menos, de compensación.
Conjuntamente con esta función, que es la más importante, la doctrina sostiene que la
responsabilidad extracontractual puede cumplir otras, de carácter secundario, pero
igualmente deseables. En primer lugar, cumple una función delimitadora del ámbito de
libre actuación de la personas, puesto que estas, al saber que pueden ser condenadas
al pago de una indemnización, llevarán adelante sus actividades de modo que ese
daño no llegue a producirse. En ese sentido, se dice que la responsabilidad
extracontractual también cumple una función preventiva, puesto que contribuye a que
las personas sean más diligentes en su comportamiento y no se vean expuestas a una
13
condena indemnizatoria.
Finalmente, la responsabilidad extracontractual puede cumplir una finalidad punitiva o
sancionadora, consistente en entender a la indemnización como una forma de pena
impuesta al dañador. Así ocurre en los sistemas anglosajones, donde existe la figura
de los daños punitivos (punitive damages), que es una suma de dinero que se impone
en forma adicional a la indemnización en caso de daños cometidos en determinadas
circunstancias, particularmente cuando un daño es provocado con dolo. Sin embargo,
en ordenamientos jurídicos como el chileno, que derivan de la tradición jurídica de
Europa continental, la idea de esta función no está acogida y, por el contrario, es
rechazada, por cuanto se considera que la finalidad de la indemnización es compensar
y no castigar. Además, la idea de una indemnización cuyo monto sea a priori
indeterminado es incompatible con el principio constitucional de que nadie puede ser
condenado a una pena que no se encuentre previamente establecida en la ley, lo que
no ocurre con la indemnización de perjuicios.
La importancia de tener claridad acerca de qué funciones cumple la responsabilidad
extracontractual está en que al saber que esta debe cumplir una función
esencialmente reparatoria, sus normas deben ser interpretadas en vista a cumplir esa
finalidad.
X. ELEMENTOS DE LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
De los arts. 2284, 2314 y 2319 se desprende que para que un hecho genere
responsabilidad delictual o cuasidelictual civil, es necesario que concurran los
siguientes elementos:
1. Un hecho u omisión que provenga de dolo o culpa del autor.
2. Que el autor sea capaz de delito o cuasidelito civil.
3. Que el hecho u omisión cause un daño a la víctima.
4. Que entre el hecho u omisión dolosa o culpable y el daño causado exista una
relación de causalidad.
1. Un hecho u omisión que provenga de culpa o dolo del autor
Para que un hecho u omisión que causa daño a otra persona genere responsabilidad
delictual o cuasidelictual civil, es indispensable que haya habido dolo o culpa del autor
en su ejecución, porque en el sistema del Código, en general, no origina
responsabilidad el hecho perjudicial por sí solo.
La clasificación en delito y cuasidelito civil se funda en las diferencias de actitud del
autor del daño, siendo todos sus demás elementos comunes. La diferencia entre
ambos está en que en el delito civil hay dolo, en tanto que en el cuasidelito civil hay
culpa y, salvo este aspecto, no existe ninguna otra diferencia entre ellos, hasta tal
punto que la responsabilidad no es mayor si hay dolo que si hay culpa, porque la 14
extensión o intensidad de la responsabilidad se mide por el daño causado y no por el
actuar del autor.
El dolo, definido en el art. 44, existe cuando de parte del autor del daño ha existido el
propósito deliberado de causarlo, es decir, cuando con la acción u omisión lo que se
persigue es causar un daño. El dolo presenta la particularidad de transformar en ilícito
todo acto, por lícito que éste haya sido en sí mismo.
Así, incluso el ejercicio de un derecho se hace ilícito cuando lo único que se persigue
es causarle un daño a otra persona.
El dolo se aprecia en concreto, según las circunstancias del autor, porque el dolo
incluye un elemento sicológico: la intención de causar el daño, y la prueba de este dolo
le va a corresponder a la víctima del daño, porque el dolo no se presume.
En cuanto a la culpa, el Código la define en el art. 44, referida ella a la culpa
contractual, que es la única que admite las graduaciones que ahí se señalan. Pero, el
concepto mismo de culpa es igual en ambas clases de responsabilidad. De todas las
definiciones que da el art. 44, se puede concluir que la culpa es "la falta de aquella
diligencia o cuidado que los hombres prudentes emplean ordinariamente en sus actos
o negocios propios". En materia de cuasidelitos civiles la culpa no admite
graduaciones, es decir, no se diferencian en esta materia entre culpa grave, leve o
levísima, como sucede en materia de responsabilidad contractual. En este campo,
cualquiera que sea la culpa, hace al autor del daño responsable de la totalidad de
éste.
Apreciación de la culpa
En cuanto a la forma de apreciar la culpa, en la doctrina hay dos concepciones: la de la
culpa objetiva o en abstracto, y la de la culpa subjetiva o en concreto.
En la culpa en abstracto se compara la actitud del autor del daño con la actitud que
habría tenido una persona prudente expuesta a la misma situación, es decir, aquí se
adopta un tipo ideal y se determina cómo habría reaccionado éste enfrentado a la
misma situación que dio origen al daño.
En tanto que, en la culpa subjetiva o en concreto se procede a determinar la situación
personal del autor del daño al tiempo del hecho que lo originó.
El Código chileno adopta la primera posición, esto es, la de la culpa en abstracto, y
establece también cuál es el sujeto ideal de comparación, siendo éste el del buen
padre de familia (art. 44). Es decir, lo que debe hacerse es comparar la conducta del
autor del daño con la que habría tenido un hombre prudente de la misma profesión u
oficio, colocado en el mismo lugar, tiempo y circunstancias externas que el autor del
daño, y lo que habrá que determinar es si este tipo ideal habría actuado o no en igual
forma o habría tomado otras precauciones que el autor del daño. Si se concluye que
habría actuado de modo diferente al autor del daño, hay culpa, en caso contrario no.
La “culpa contra la legalidad” 15
Hay ciertas obligaciones que están establecidas por la ley o en algún reglamento. Si el
daño se produce por infracción a esta obligación, no es necesario proceder a la
apreciación de la culpa del autor, porque en ese caso estamos ante lo que se
denomina "culpa contra la legalidad".
Lo que sucede es que es frecuente que el legislador o la autoridad, con el fin de
precaver accidentes o daños, dicte ciertas normas prohibiendo la ejecución de
determinados actos. En tales casos, cuando una persona infringe esa prohibición, va a
existir culpa por el solo hecho de realizar el acto prohibido, o bien, por no haber
realizado lo ordenado por la ley, significando aquello que no se ha dado cumplimiento
por el autor del daño a las medidas de prudencia o precaución establecidas por el
legislador para evitar la producción de un daño.
Prueba de la culpa
En cuanto a la prueba de la culpa, la regla general en materia de responsabilidad
extracontractual, es que ella tiene que ser probada por la víctima. La regla es diferente
de aquella que se aplica en responsabilidad contractual, en la cual la culpa se
presume y corresponde al deudor probar que no ha incurrido en culpa (art. 1547,
inciso tercero). En materia de responsabilidad extracontractual no existe una norma
similar a esta, por consiguiente, tiene que aplicarse la regla general en materia
probatoria que es el art. 1698. Esta circunstancia hace que en algunas circunstancias
sea difícil para la víctima obtener la reparación del daño causado, ya que la prueba de
la culpa puede presentar dificultades, no obstante que aquí no existen limitaciones en
materia de prueba porque se trata de probar hechos, pudiendo, por consiguiente,
recurrirse a todos y cada uno de los medios probatorios. No existen en este campo
limitaciones a la prueba testimonial, como sucede en la responsabilidad contractual.
En relación con esto, hay que detenerse en dos temas, que son:
a. Las obligaciones de medios y las obligaciones de resultado
Esta es una elaboración de la doctrina y jurisprudencia francesa. En las llamadas
obligaciones de resultado o determinadas la obligación es concreta, en el sentido de
que el deudor debe obtener un resultado determinado. Ej: un transportista que se
compromete a entregar la carga en cierto día; un constructor que se obliga a construir
una casa. En cambio, en las obligaciones de medios o de prudencia, como también se
les conoce, el deudor solamente se obliga a poner de su parte la diligencia necesaria,
a conducirse con la prudencia que se requiere para obtener un resultado determinado,
pero no se obliga a obtener ese resultado. Ej: un médico cuando asume el tratamiento
de una persona con una enfermedad grave.
En las obligaciones de resultado hay incumplimiento cuando no se obtiene el resultado
prometido y en las obligaciones de medios hay incumplimiento cuando el deudor no
pone de su parte toda la diligencia necesaria para obtener el resultado que se busca.
Esta diferencia tiene importancia en materia probatoria, porque en las obligaciones de
resultado el acreedor no tiene nada que probar, el peso de la prueba recae sobre el
deudor, el cual va a tener que acreditar que se obtuvo el resultado prometido y, en
caso de no haberse obtenido ese resultado, el deudor va a tener que probar que ello
16
no se debió a culpa suya; en cambio, en las obligaciones de medios va a haber que
probar que el deudor no actuó con la debida diligencia para obtener el resultado
buscado, y esta prueba corresponde al acreedor. La importancia de esto es que ello no
opera solamente en materia de responsabilidad contractual, sino que también en
materia de responsabilidad extracontractual.
Ambos tipos de responsabilidades llevan a distinguir entre obligaciones de medio, en
que el peso de la prueba corresponde al acreedor, y obligaciones de resultado, en que
el peso de la prueba recae sobre el deudor.
En Chile, la doctrina tradicional se ha inclinado por no aceptar esta distinción,
fundándose en que no es una clasificación prevista en el Código Civil y en que
constituye una creación artificial que altera las reglas generales sobre prueba. Pero en
la doctrina moderna tiene cada vez más aceptación, especialmente en el ámbito de la
responsabilidad civil médica, donde se suele distinguir si la obligación de un médico es
de medios o de resultado para imponer las cargas probatorias.
b. Las presunciones de culpa
Como el problema de la prueba de la culpa es complicado y se pone de cargo de quien
ha sufrido el daño el probar que el autor de ese daño actuó con culpa, el legislador ha
establecido presunciones de responsabilidad para ciertos y determinados casos, que
buscan morigerar esa dificultad. Así sucede, por ejemplo, en los casos de
responsabilidad por el hecho ajeno, de responsabilidad por hecho de las cosas, en los
casos de accidentes de tránsito, etc. Sobre esta materia nos referiremos más adelante
en un apartado especial, dada su extensión y relevancia.
Situaciones particulares de culpa
El problema que plantea la noción de culpa es que ella es relativa y va a depender
normalmente de las circunstancias de hecho existentes en el momento concreto en
que se produce el daño. Sin embargo, es posible señalar algunos casos particulares de
culpa, como son los siguientes: la infracción de la ley o de un reglamento, materia ya
tratada más arriba, así que no se analizará en esta ocasión; el abuso de derecho; las
relaciones de vecindad; y la culpa por omisión.
a. El abuso de derecho
La regla en esta materia es que si una persona actúa ejerciendo un derecho que le
corresponde, aunque cause daño a otro, no tiene responsabilidad. Pero, en ciertos
casos, el ejercicio de un derecho puede hacer responsable al titular de ese derecho
cuando lo ejerce en forma abusiva. Esto es lo que configura la llamada "teoría del
abuso de derecho".
La doctrina no está de acuerdo en cuáles son los requisitos que deben concurrir para
que haya abuso de derecho, pero en general se aceptan los siguientes requisitos:
i. Tiene que existir la titularidad de un derecho: si una persona actúa sin que
exista un derecho y causa daño a otro, se está ante los casos generales de
responsabilidad. 17
ii. Ese derecho tiene que ser de ejercicio relativo y no absoluto, lo cual constituye
la regla general. Hay algunos casos en que la ley le da a ciertos derechos el
carácter de absolutos, es decir, no les señala limitación alguna: en estos
derechos absolutos no cabe el abuso de derecho. Como ejemplos de derechos
absolutos en el derecho civil podemos citar los siguientes:
∑ El derecho del padre o de la madre de autorizar el matrimonio: estos no
tienen que dar razones para fundar su negativa.
∑ En materia de condición resolutoria tácita (art. 1489): el acreedor tiene un
derecho absoluto, en cuanto puede demandar el cumplimiento o la
resolución del contrato a su arbitrio, en caso de no cumplirse por el otro
contratante lo pactado.
iii. Que el ejercicio del derecho sea abusivo: aquí es donde se plantea el grave
problema de esta teoría, porque es sumamente difícil precisar cuándo hay
abuso en el ejercicio de un derecho. Hay autores que incluso sostienen que no
puede hablarse de abuso de derecho, sino que lo que habría sería un exceso en
su ejercicio. Otros autores, en tanto, señalan que los derechos deben ejercerse
de buena fe, en el sentido de que el ejercicio del derecho no debe sobrepasar el
objeto en cuya consideración se otorgó ese derecho al titular, y si así ocurre, se
estaría en presencia de un abuso de derecho.
Hay legislaciones extranjeras que señalan expresamente en qué casos puede
entenderse que hay abuso de derecho. Otras legislaciones siguen un camino
diverso, limitándose a sancionar el abuso de derecho y dejan al juez la
calificación de si hay o no abuso de derecho.
En la doctrina francesa, seguida entre nosotros por Alessandri, se estima que el abuso
de derecho no difiere de otros casos de responsabilidad extracontractual y que habrá
lugar a él siempre que concurran los requisitos generales de la responsabilidad
extracontractual, esto es, una acción u omisión, dolosa o culposa, que cause daño a
otro y con la particularidad que la acción va a corresponder al ejercicio de un derecho.
En nuestra legislación no existen normas expresas relativas al abuso de derecho, sólo
hay algunas normas aisladas que dicen relación con esta materia. Hay casos, entre
estas normas, en que al establecer derechos absolutos el legislador no acepta el
abuso de derecho, como sucede por ejemplo con el art. 1489. Hay otras
circunstancias en las cuales el legislador hace aplicación de los principios del abuso
de derecho, como sucede por ejemplo en el caso del art. 2110: este es un caso en que
el legislador consagra el abuso de derecho porque no acepta la renuncia que a una
sociedad se haga en forma intempestiva o de mala fe. En materia procesal, el
legislador sanciona con la obligación de indemnizar perjuicios el ejercicio de acciones
temerarias.
En cuanto a la doctrina y jurisprudencia nacional, ellas aceptan el abuso de derecho en
situaciones no contempladas en la legislación. Los tribunales han acogido la teoría del
abuso de derecho principalmente en relación con el ejercicio abusivo de acciones 18
criminales, como sería el caso del querellante que ejerce la acción criminal a
sabiendas de que el querellado es inocente. Se ha sostenido por los tribunales que si
del ejercicio de un derecho se deriva un daño, mediando dolo o culpa, éste se
transforma en un delito o cuasidelito civil.
El efecto que produce el abuso de derecho es que se sanciona a quien ha hecho uso
abusivo de sus facultades con la indemnización por los perjuicios que hubiere
causado.
b. Culpa derivada de las relaciones de vecindad
Las relaciones de vecindad plantean un problema en relación con el ejercicio de las
facultades que confiere el derecho de dominio, porque una de las limitaciones que se
señalan para el derecho de dominio son las que derivan justamente de las relaciones
de vecindad. Así, hay numerosos casos en que la obligación de indemnizar los daños
causados a vecinos se fundan en el abuso del derecho de dominio.
El problema es que en la actualidad los roces entre vecinos pueden ser muy
frecuentes, lo cual nos lleva necesariamente a exigir un mayor respeto hacia el
derecho ajeno. Donde con mayor frecuencia se pueden plantear estos problemas es
en los inmuebles acogidos a la ley de copropiedad inmobiliaria. Es por ello que la ley
de copropiedad inmobiliaria, N° 19.537, exige la dictación de un reglamento de
copropiedad, reglamento que generalmente contiene numerosas prohibiciones para
prevenir molestias a las personas que viven en el propio edificio, estableciéndose
sanciones para el caso de infracción, sin perjuicio de las indemnizaciones de perjuicios
que procedan.
c. La culpa por omisión
La culpa no sólo puede provenir de una acción, sino que también puede originarse en
una omisión, es decir, por no actuar. Lo normal en estos casos va a ser que la omisión
se produzca en el ejercicio de una determinada actividad, principalmente por no
adoptarse una precaución que debió tomarse o por no preverse un determinado
peligro. Ej: una persona que omitió detenerse con su automóvil frente a la luz roja del
semáforo y atropella a un peatón que cruzaba la calle.
También se sostiene que hay culpa no sólo en la omisión, sino también en la
abstención de realizar un hecho, como sería el caso de un médico que sin una razón
fundada se niegue a atender a un herido en un accidente.
En general, los delitos y cuasidelitos de omisión no están tratados en el Código Civil,
pero la doctrina estima que la responsabilidad extracontractual por omisión se
presenta en todos aquellos casos en que una persona tiene un deber de comportarse
de cierta forma y no lo hace, omitiendo realizar la conducta que corresponde.
Hechos que alteran o eximen de responsabilidad
Estos son hechos que excluyen la existencia de culpa o de dolo y otros que, no
obstante existir culpa o dolo, hacen que no se responda civilmente o que se modifique
la responsabilidad. En el primer caso, estamos ante las llamadas "eximentes de 19
responsabilidad" y, en el segundo, ante las llamadas "cláusulas de irresponsabilidad".
Las dos categorías producen el mismo efecto, cual es que el autor no sea civilmente
responsable, pero en el fondo existen diferencias entre ambas, ello porque las
eximentes de responsabilidad suponen la ausencia de culpa o dolo en el autor; en
cambio, en las cláusulas de irresponsabilidad hay culpa o hay dolo, pero no se
responde de ellas porque así se ha convenido.
Entre los hechos que alteran o eximen de responsabilidad podemos señalar los
siguientes:
a. El caso fortuito.
b. El estado de necesidad.
c. El hecho de un tercero.
d. La culpa de la víctima.
e. Las causales eximentes de responsabilidad, especialmente de orden penal.
f. Las convenciones de responsabilidad.
a. El caso fortuito
Está definido en el art. 45: "Se llama fuerza mayor o caso fortuito al imprevisto al que
no es posible resistir...". Esta materia ya fue estudiada a propósito de la
responsabilidad contractual. Cuando hay caso fortuito o fuerza mayor no hay culpa del
autor del daño y éste queda eximido de toda responsabilidad.
b. El estado de necesidad
Es aquella situación que se plantea cuando una persona se ve obligada a causar un
daño a otra persona para evitar uno mayor a sí misma o a un tercero. Aquí hay también
un hecho imprevisto, pero no es irresistible, sino que se puede resistir, pero a costa de
causar un daño a otra persona.
El problema que plantea el estado de necesidad es que hay un claro conflicto de
intereses, porque por un lado está el interés de aquél que para evitarse un daño a sí
mismo o a otro, le causa un daño a un tercero y, por otro lado, el interés de la víctima
del daño. De modo que el problema que plantea el estado de necesidad es el de
decidir cuál de estos intereses es el más legítimo. Es comprensible la actitud de
aquella persona que para evitar un daño mayor opta por causarle un daño a un tercero
que es ajeno al hecho, pero también hay que considerar que el que sufre el daño no ha
tenido parte alguna en los hechos que lo motivan y, en caso de aceptarse que el
estado de necesidad sea eximente de responsabilidad, ese tercero sufriría
íntegramente el daño.
La legislación chilena no contempla al estado de necesidad como eximente de
responsabilidad extracontractual, por lo que debería entenderse que aquel que causa
un daño para evitar un mal mayor, debe responder por el daño que causa.
c. El hecho de un tercero 20

Esta situación se refiere al caso de una persona que tiene que responder por un daño
debido a la conducta de una tercera persona. Ej: el dueño de un automóvil que debe
responder por los daños causados por su hijo menor de edad que usó su automóvil y
atropelló a un peatón por cruzar con luz roja. En este caso, el hecho del tercero es el
hecho del hijo, que causa un daño por el que tendrá que responder su padre.
Aquí hay que distinguir si el hecho del tercero es o no la única causa del daño:
i. Si el hecho del tercero es la única causa del daño, pero el acto no es doloso ni
culpable, no hay responsabilidad. Si es doloso o culpable, se responderá en los
casos de responsabilidad por hecho ajeno, que estudiaremos más adelante, a
propósito de las presunciones por hecho ajeno; si no, será caso fortuito y
responderá el tercero.
ii. Si el hecho del tercero concurre con otro a causar el daño, debe distinguirse:
∑ Si en el autor del daño y en el tercero se dan los requisitos de la
responsabilidad, ambos son responsables solidariamente.
∑ Si en el tercero no se dan los requisitos de la responsabilidad, va a
responder exclusivamente el autor del daño, a menos que para él el hecho
del tercero sea un caso fortuito.
d. La culpa de la víctima
No siempre los daños se producen debido a la culpa del autor del daño, sino que a
veces se origina la culpa en quien la sufre, esto es, en la víctima. Ej: un automovilista
atropella a un peatón que cruzó imprudentemente la calle en un lugar no habilitado.
Cuando hablamos de culpa de la víctima, tenemos que hacer una distinción y ver cuál
es la causa del daño:
i. Hay ciertos casos en que la única causa del daño es la culpa de la víctima. En
este caso, no hay responsabilidad para el autor, porque no hay culpa suya (es lo
que ocurría, por ejemplo, si el peatón no cruza la calzada cumpliendo las reglas
del tránsito).
ii. La otra situación es aquella en que hay un concurso o concurrencia de culpas,
esto es, hipótesis en que hay tanto culpa de la víctima como del autor del daño.
En este caso, se aplica el art. 2320, produciéndose una rebaja de la
indemnización, la cual se va a determinar por el tribunal correspondiente.
e. Las eximentes de responsabilidad
Estas tienen importancia en materia penal, porque en ella hay ciertas circunstancias
que eximen, atenúan o extinguen la responsabilidad penal. Si bien tienen gran
importancia en materia penal, no la tienen en materia de responsabilidad civil; así, se
ha resuelto por la jurisprudencia que una sentencia absolutoria de responsabilidad
penal, si se ha fundado en circunstancias eximentes de responsabilidad penal, no
produce cosa juzgada en materia civil.
La doctrina ha analizado la posible influencia y aceptación de estas eximentes de 21
responsabilidad penal en materia civil en dos casos específicos: en el estado de
necesidad y en la legítima defensa.
Pero, en general, no se acepta la influencia de estas eximentes penales en la
responsabilidad civil, hasta el punto de que se ha resuelto en la jurisprudencia que la
amnistía que favorece al autor de un delito no extingue su responsabilidad civil.
f. Las convenciones sobre responsabilidad o la asunción voluntaria del riesgo
Esta es una materia que ha sido objeto de discusión tanto en la responsabilidad
contractual como en la extracontractual, y lo que se discute es la validez de las
cláusulas convencionales destinadas a modificar o a suprimir la responsabilidad del
autor del daño. En nuestro país estas cláusulas son en general aceptadas en materia
de responsabilidad contractual, teniendo como base lo dispuesto en el art. 1547,
inciso final. El problema se plantea con la procedencia de estas cláusulas en materia
de responsabilidad extracontractual. Es posible que en algunos casos se presenten
también estas cláusulas en los hechos ilícitos, por ejemplo, si antes de una carrera de
automóviles se conviene entre los participantes la irresponsabilidad por los accidentes
que pudieran ocurrir; o en un contrato de trabajo el empleador se exima de
responsabilidad por accidentes causados por terceras personas; o si el dueño de un
centro comercial impone la cláusula de no ser responsable por los robos o daños que
se produzcan en el estacionamiento.
Existen dos clases de cláusulas o convenciones sobre irresponsabilidad:
∑ Aquellas que eximen de toda obligación de indemnizar.
∑ Las que limitan la responsabilidad, por ejemplo, a una suma determinada.
Las cláusulas de irresponsabilidad no son lo mismo que las eximentes de
responsabilidad, pues en las eximentes el hecho ilícito no existe, en tanto que en las
cláusulas de irresponsabilidad el hecho ilícito existe, pero el daño derivado de él no se
va a indemnizar total o parcialmente.
También son diferentes estas cláusulas de los seguros en favor de terceros, porque
cuando hay seguros en favor de terceros lo que sucede es que hay un cambio de la
persona que va a indemnizar: no va a indemnizar el autor del daño, sino que el
asegurador; en tanto que cuando existen estas convenciones no hay obligación de
indemnizar o esta se reduce.
La regla general en materia de delitos y cuasidelitos civiles ha sido sostener la ilicitud
de estas cláusulas, ilicitud que se funda en que las reglas sobre responsabilidad
delictual y cuasidelictual civil son, en su mayor parte, de orden público y, por
consiguiente, no pueden ni modificarse ni derogarse por los particulares.
En lo que sí hay general acuerdo es en que después de cometido el hecho ilícito la
víctima pueda renunciar o transigir respecto de las indemnizaciones que le
corresponden. Lo que no se admite es que con anterioridad al hecho ilícito se
establezca la irresponsabilidad o se atenúe la responsabilidad del eventual autor del
daño.
22
Sin embargo, en los últimos tiempos ha surgido una tendencia que dice que aquella
posición incurre en una confusión de aspectos de la responsabilidad penal con
algunos que son propios de la responsabilidad delictual y cuasidelictual civil,
señalando que en materia penal sí está en juego el interés social, el cual está
representado por la represión del delito, pero que en el campo de los delitos y
cuasidelitos civiles, en lo que dice relación con la indemnización del daño causado,
está en juego sólo el interés personal de la víctima, la cual puede perfectamente
renunciar a la indemnización antes o después del delito.
2. Que el autor sea capaz de delito o cuasidelito civil
La regla general en esta materia es que toda persona natural o jurídica es capaz de
delito o cuasidelito civil. Sólo son incapaces los que carecen de suficiente juicio y
discernimiento para comprender el alcance del acto que están ejecutando. Ello es así
pues, de acuerdo con el sistema seguido en esta materia por el Código Civil, sólo hay
responsabilidad delictual o cuasidelictual civil cuando la acción provenga de dolo o
culpa del autor y solamente podrá haberlos cuando el agente tenga voluntad, cuando
se dé cuenta de la trascendencia del acto que realiza.
Lo que debe tenerse en cuenta es que la capacidad en materia de responsabilidad
delictual o cuasidelictual es más amplia que en materia de responsabilidad
contractual, porque hay personas que no pueden obligarse a través de un contrato
porque no tienen capacidad para celebrarlo, pero que si pueden resultar obligadas
como consecuencia de un delito o cuasidelito civil que han cometido, siempre que
tengan suficiente juicio y discernimiento. Se funda esto en la idea de que los seres
humanos adquieren la noción del bien y del mal con mucha anterioridad al momento
en que llegan a adquirir la experiencia y la madurez suficiente para poder actuar en los
negocios jurídicos y comprende la proyección y consecuencia de ello.
En el art. 1447 se establece una distinción entre los absoluta y los relativamente
incapaces en materia contractual, norma ésta que no tiene aplicación en el campo de
los delitos y cuasidelitos civiles, porque en esta materia hay reglas propias de la
responsabilidad extracontractual, las cuales, por ser normas especiales, prevalecen
por sobre las del art. 1447, que es de carácter general. La norma imperante sobre
capacidad en materia de responsabilidad extracontractual es la del art. 2319.
La regla general en materia de responsabilidad extracontractual es la capacidad para
responder de los daños causados por un hecho ilícito. Sólo hay tres categorías de
incapaces:
a. Los infantes: de acuerdo al art. 26, infante o niño es todo aquel que no ha
cumplido los 7 años.
b. Los dementes: aquí se plantea el problema de si el demente es siempre
irresponsable o si tendría responsabilidad en el caso de haber actuado en un
intervalo lúcido, porque aquí no hay una regla como el art. 465 en materia
contractual, que establece que el demente declarado en interdicción no
responde ni siquiera de los actos o contratos ejecutados o celebrados en un
intervalo lúcido. Pero, ésta es una discusión teórica, porque la psiquiatría
moderna no acepta la existencia de los intervalos lúcidos. 23
c. Los mayores de 7 años y menores de 16, los cuales pueden ser o no
responsables según si han cometido o no el hecho ilícito con o sin
discernimiento. Si han cometido el hecho ilícito con discernimiento, son
responsables; en caso contrario, no (art. 2319).

Situaciones especiales

a. Responsabilidad del ebrio: el ebrio responde de los daños que haya causado
aun cuando la ebriedad lo tenga en un estado de privación de razón (art. 2318).
Aquí se plantea también una discusión de carácter doctrinaria, porque la ley
establece esta norma tomando como base el que el ebrio es el responsable de
su ebriedad, pero ¿qué sucede si el estado de ebriedad se debe a obra de
terceros y el ebrio ha sido colocado en esta situación en contra de su voluntad?
¿Tendrá o no responsabilidad en este caso? La doctrina estima que no, pero la
ley no hace distinción alguna.
Ahora, la misma regla del art. 2318 se aplica o debe aplicarse a las personas
que actúan bajo influencia de estupefacientes.
b. Responsabilidad del guardián del incapaz: los incapaces no responden de los
daños que causen, pero puede ser responsable de esos daños la persona a
cuyo cuidado estén, según lo dice el art. 2319, inciso primero. La persona a
cuyo cuidado está el incapaz es responsable siempre y cuando pueda
atribuírsele culpa a esa persona en el origen del daño por la falta de cuidado o
vigilancia que debió guardar respecto del incapaz. Cuando hay responsabilidad
de la persona a cuyo cuidado está el incapaz, presenta la particularidad de que
esta persona va a poder repetir lo que se haya pagado en contra del incapaz. La
posibilidad de repetir lo que se ha pagado por un daño causado, se concede
sólo al que responde de un daño ajeno en el caso que el autor del daño esté
dotado de capacidad para cometer un delito o cuasidelito civil (art. 2325).
3. Que el hecho u omisión cause daño a otra persona
La existencia del daño es requisito indispensable de la responsabilidad
extracontractual, porque lo que se persigue en esta materia es precisamente la
reparación del daño sufrido por la víctima, de tal manera que en una determinada
circunstancia pueden concurrir todos los demás requisitos de la responsabilidad
extracontractual, es decir, una acción u omisión de parte de una persona capaz que
haya actuado con dolo o culpa; pero si no hay daño, no hay delito o cuasidelito civil.
Es así, por ejemplo, que los delitos frustrados no originan responsabilidad civil. A la
inversa, hay situaciones como las que se plantean en la responsabilidad objetiva en
que hay una acción u omisión, no hay culpa ni dolo, pero existe un daño: en este caso,
va a existir la obligación de indemnizar.
En consecuencia, el daño es el elemento fundamental en la responsabilidad delictual o
cuasidelictual civil. Para estos efectos, daño "es todo detrimento que sufre un
individuo en su patrimonio o en su persona física o moral".
Para que el daño dé lugar a la indemnización de los perjuicios, tiene que reunir ciertos 24
requisitos: (a) tiene que ser cierto, (b) no tiene que haber sido ya indemnizado, y (c)
tiene que lesionar un interés legítimo.
a. Que el daño sea cierto (lo que se denomina "certidumbre del daño"): esto
significa que sea real, efectivo, que tenga una existencia concreta. Por esta
razón es que no se acepta la indemnización del daño eventual, es decir, de
aquel daño respecto del cual no hay probabilidades importantes que vaya a
existir. Por ejemplo, una persona no podría demandar perjuicios por la muerte
de otra de quien recibía ayuda ocasional o esporádica y de carácter esporádico.
En este caso, se trataría de un daño eventual, porque esa ayuda, por sus
características, podría cesar en cualquier momento. El problema que plantea el
daño eventual es que el juez, por las características de ese daño, no podría fijar
su cuantía ni su duración.
La exigencia de la certidumbre del daño no excluye la indemnización del daño
futuro, es decir, aquel que aún no se ha producido, siempre que ese daño
futuro sea cierto, es decir, que no haya duda en orden a que ese daño se va a
producir. Por ejemplo, el lucro cesante es un daño futuro y no hay discusión
acerca de su certidumbre.
b. El daño no tiene que haber sido indemnizado, es decir, es improcedente el
cúmulo de indemnizaciones. El principio en esta materia es que no puede
pedirse la indemnización o reparación de un perjuicio ya reparado, porque hay
ciertos casos en que la víctima tiene sólo acción por el total de los perjuicios en
contra de varias personas, como sucede con la acción solidaria contemplada en
el art. 2317. En estos casos, una vez obtenida la reparación o indemnización
total del daño de una de esas personas, no puede volverse a cobrar los daños a
otra de las personas obligadas.
Se plantea aquí el problema del cúmulo de indemnizaciones, esto es, aquel
caso en que la víctima ha obtenido de un tercero ajeno al hecho ilícito la
reparación total o parcial del daño que ha sufrido, como por ejemplo, cuando ha
sido indemnizado por una compañía de seguros. La duda es si podrá en este
caso dirigirse también por los daños en contra del autor del hecho ilícito. La
solución más aceptada en esta materia es que si la indemnización obtenida del
tercero extraño al hecho ilícito ha reparado totalmente el daño sufrido, la
obligación de indemnizar se extingue y no puede exigirse nuevamente su
reparación, aun cuando esto signifique un beneficio para el autor del daño, ya
que éste se libera en todo o parte de la obligación de indemnizar, porque la
regla general es que el tercero que ha pagado no puede repetir en contra del
autor del daño, a menos que la víctima le ceda las acciones correspondientes o
la ley se las confiera (es justamente esto último lo que sucede en materia de
seguros). Por lo tanto, la víctima no puede pedir una indemnización, o sólo
puede pedirla en aquella parte que no haya sido satisfecha.
c. El daño tiene que lesionar un interés legítimo: el hecho ilícito puede lesionar
derechos patrimoniales (como el derecho de dominio) o extrapatrimoniales
(como el honor de una persona). Pero basta con que el daño indemnizable
lesione un mero interés, entendido este como la posibilidad que una necesidad 25
pueda ser satisfecha mediante un bien.

Si no fueran resarcibles los intereses y solo se indemnizaran las lesiones a


derechos subjetivos, quedarían injustamente fuera de la responsabilidad
extracontractual una serie de situaciones que efectivamente constituyen daños
patrimoniales o morales. Ej: la Corte Suprema aceptó la indemnización
solicitada por un padre ilegítimo por la muerte de su hijo, quien lo mantenía.
Cuando los hijos se dividían en legítimos e ilegítimos, estos últimos y sus padres
no tenían derechos de alimentos recíprocos, por lo que, de entender que sólo
se indemnizan los daños a derechos, esta persona no podría haber sido
resarcida, a pesar de lo evidente que resulta su interés.

Ahora bien, el interés debe ser legítimo, es decir, debe tener algún tipo de
protección por el derecho. Así, por ejemplo, no podría alegar una indemnización
el ladrón que es golpeado por el dueño de casa que lo sorprende en su hogar
intentando robar.

Por otra parte, el interés debe tener cierta relevancia, es decir, el daño debe
tener alguna magnitud, de modo que puedan ser excluidos intereses que
socialmente sean considerados de poca importancia. Si bien el principio es que
se pueden reparar todos los daños, lo cierto es que si esto se aplica a ultranza,
lo más probable es que se produciría el colapso de los tribunales de justicia. La
exigencia social de que debemos tolerar daños ínfimos que son propios de la
vida en común impone la necesidad de excluir aquellos de la reparación.
Clasificación de los daños
Los daños admiten diversas clasificaciones, las cuales ya fueron estudiadas a
propósito de la responsabilidad contractual, por lo que en esta materia nos
remitiremos a lo ya visto. Sin embargo, es necesario aclarar que, en términos
prácticos, estas clasificaciones tienen una importancia más bien relativa en materia de
responsabilidad extracontractual, porque el principio imperante en esta materia es que
todo daño debe ser indemnizado y la reparación de los daños sufrido debe ser íntegra
(principio de la reparación integral del daño). Es aquí inversa la situación a la que se
plantea en la responsabilidad contractual, en la cual hay limitaciones en cuanto a los
daños que se indemnizan.
Por lo tanto, en el ámbito extracontractual son indemnizables los daños patrimoniales,
daño emergente, lucro cesante, así como los daños previstos e imprevistos.
Hacen excepción a este principio de que todo daño debe ser indemnizado los
perjuicios indirectos, los cuales no son objeto de indemnización, porque en ellos falta
un requisito de la responsabilidad extracontractual, cual es la relación de causalidad
entre el hecho ilícito y el daño causado.
El problema que se planteaba en materia de responsabilidad extracontractual y que
puede considerarse hoy en día resuelto, es la procedencia de la indemnización del
daño moral, porque una de las clasificaciones que admite el daño es la que distingue 26
entre daño material y daño moral, siendo el daño material aquel que sufre un individuo
en su patrimonio o en su propia persona física, y el daño moral aquel que afecta los
atributos o facultades morales o espirituales de la persona.
En general, el daño moral está configurado por el sufrimiento que experimenta una
persona por una herida, una ofensa en su honor o por la muerte de un ser querido. El
daño moral puede presentarse unido al daño material o en forma aislada o
independiente.
La procedencia de la indemnización del daño moral fue bastante discutida,
argumentándose que la indemnización tiene por objeto hacer desaparecer el daño que
la persona ha experimentado y que, en el caso del daño moral, no es posible hacer
desaparecer ese daño. También se argumentaba con que es difícil establecer la
indemnización en el caso del daño moral. Si bien es cierto que estas argumentaciones
en contra eran razonables, hoy en día se acepta en forma general la indemnización del
daño moral en Chile, por las siguientes razones:
∑ No es efectivo que las indemnizaciones siempre sean reparadoras en el
sentido de hacer desaparecer el daño, sino que en ciertos casos es
compensadora del daño que se produjo, debiendo considerarse que
también hay daños materiales que tampoco se pueden hacer desaparecer y,
señalándose que la indemnización, en el caso del daño moral, tiende a
hacer más llevadero el dolor por las satisfacciones que produce la cantidad
de dinero que se recibe por la víctima.
∑ La dificultad en establecer la indemnización y los posibles abusos a que ello
pudiera prestarse no puede servir de pretexto para negar la compensación,
porque igual situación puede presentarse en los daños materiales.
∑ Las normas sobre indemnización en materia de delitos y cuasidelitos civiles
son amplias y no hacen ninguna distinción, ordenando indemnizar todo
daño (arts. 2314 y 2329).
∑ Por otro lado, en el art. 2331 se niega expresamente la indemnización del
daño moral y, si así lo hace en este caso, es porque en los demás se acepta.
En cuanto a la prueba del daño, esta corresponde a la víctima, siendo la determinación
del monto del mismo una cuestión de hecho que queda entregada a los tribunales de
instancia, no siendo revisable su monto por la vía de la casación ante la Corte
Suprema.
4. La relación de causalidad
Para que surja la obligación de indemnizar no basta con la sola concurrencia de los
requisitos vistos, es decir, no es suficiente que el autor del daño sea capaz, que haya
actuado con culpa o dolo y que se haya causado el daño, sino que además es
necesario que entre la acción realizada con culpa o dolo y el daño exista una relación
de causalidad, es decir, que el daño causado sea el efecto o la consecuencia del
actuar doloso o culpable del autor.
Este requisito está contemplado en nuestra legislación en dos disposiciones 27
fundamentales, los arts. 2314 y 2329, inciso primero. El art. 2314, al emplear la
expresión "inferido" está denotando la exigencia de la relación de causalidad. Lo propio
acontece con el art. 2329, al emplear la expresión "imputarse".
La relación de causalidad tiene que concurrir, sea que el daño provenga de una acción
u omisión. También debe estar presente la relación de causalidad en la
responsabilidad objetiva y en los casos de responsabilidad sin culpa, pero, en estos
casos, la relación de causalidad se presenta en una forma distinta, porque ella tiene
que existir entre el hecho y el daño y no entre el daño y la culpa o el dolo, como
acontece en la responsabilidad subjetiva.
Existe relación de causalidad cuando la acción u omisión culpable o dolosa es la causa
directa y necesaria del daño, de tal forma que de no mediar el hecho u omisión, el
daño no se habría producido. No tiene importancia a este respecto que el daño tenga
una o varias causas, o que se produzcan coetáneamente con el hecho o con
posterioridad. Lo esencial es que la acción sea la causa directa y necesaria del daño,
de tal suerte que de no mediar ella, el daño no se habría producido.
Si el daño se hubiere producido de todos modos, aun sin el hecho dañoso, no hay
relación de causalidad y el hecho ilícito no habría sido la causa directa y necesaria del
daño causado.
En la relación de causalidad se nos presenta un problema: cuando la causa del daño
es una sola no hay mayor dificultad en cuanto a la determinación de la relación de
causalidad, pero es frecuente que las causas del daño sean múltiples y, aún más,
estas varias causas pueden presentarse en distintas formas; así, en algunos casos
ellas pueden ser concurrentes y, en otros sucesivas, pero presentándose en tal forma
que si una de esas causas hubiere faltado el daño no se habría producido. En
circunstancias como estas se hace necesario encontrar un criterio que permita
discernir cuál es la causa a la que debe atribuirse el daño y en doctrina se han
propuesto varias teorías al respecto. Las más importantes son las siguientes:
a. La teoría de la equivalencia de las condiciones
Para esta teoría, basta que entre las múltiples causas que desembocan en un daño se
encuentre un hecho u omisión culpable o doloso para que exista relación de
causalidad, siempre que ese hecho culpable o doloso haya sido el elemento necesario
y directo del daño, es decir, que sin él el daño no se habría producido, aun cuando
concurrieren los demás hechos.
Esta situación es la que configura la llamada "teoría de la equivalencia de las
condiciones", llamada así porque todos los hechos que han concurrido a producir el
daño son considerados como causa de todo el daño y, por consiguiente, como
equivalentes. Para llegar a esta conclusión es necesario realizar un proceso mental de
supresión hipotética de las probables causas del daño, de manera que si en virtud de
este proceso llegamos a la conclusión que al faltar una de ellas y el daño no se
produce, es porque ese hecho es causa del daño. Por el contrario, si imaginamos que
una causa no existe y a pesar de eso el hecho se verifica, es porque ese hecho no es
causa del daño. 28

Esta teoría fue formulada por el penalista alemán Maximilian Von Buri en el siglo XIX y
hoy en día es admitida por la generalidad de los autores como el mecanismo más
idóneo para determinar si un hecho es o no causa de un daño.
En general, la jurisprudencia ha seguido esta teoría, la cual presenta algunas ventajas:
∑ Juega en su favor la sencillez que ella presenta.
∑ El que a través de ella se favorece a la víctima, la cual no va a tener que
estar analizando una por una las condiciones que produjeron el daño.
No obstante, esta teoría también ha sido objeto de críticas, principalmente porque su
aplicación pudiera conducir en ciertas circunstancias a situaciones absurdas; así, si
hay muchas causas de un mismo daño, algunas de mayor relevancia que otras, por
aplicación de esta teoría podría suceder que una causa insignificante o muy alejada
cronológica o físicamente, entre varias otras de mayor relevancia, pudiera llevar a la
indemnización total del daño. Esto provoca una extensión desmesurada de los
resultados a que conduce la teoría.
b. La teoría de la causalidad adecuada
Como reacción a las críticas que se formulan a la teoría de la equivalencia de las
condiciones es que surgió en el siglo XIX otra teoría, la llamada "teoría de la causa
adecuada o determinante". Su autor es el penalista alemán Von Kries, quien planteó
que entre todas las causas que concurran a la producción de un daño, debe elegirse
aquella que normalmente ha de producir el daño, es decir, aquella que entre varias
causas ha desempeñado un papel preponderante en la ocurrencia del perjuicio. Para
realizar esta elección el juez deberá ponerse en el lugar del causante del daño y
analizar los conocimientos que este tenía acerca de la posibilidad de causar el daño al
llevar adelante su actividad, así como los conocimientos que un hombre promedio
tendría en esa misma situación.
La gran crítica que se formula a esta teoría es su marcado carácter subjetivo, porque si
es el observador (juez) quien debe determinar la causa adecuada para producir un
daño, es decir, aquella que probablemente tiene la mayor aptitud para causarlo, quiere
decir que dependerá de la opinión del observador en el caso concreto saber cuál es la
causa adecuada.
c. La teoría de la imputación objetiva
Es una elaboración del siglo XX atribuida al civilista alemán Karl Larenz, pero que fue
desarrollada principalmente por la doctrina penal de ese país. Postula que para
analizar la existencia de relación de causalidad en un caso concreto debe distinguirse
dos formas de causalidad. En primer lugar, una causalidad material, consistente en la
vinculación física y material de un hecho con el daño, que se determina de acuerdo a
las ciencias naturales y para lo cual se recurre a la teoría de la equivalencia de las
condiciones. Una vez determinada de este modo la causalidad material, se debe
determinar si existe causalidad jurídica, es decir, si a un hecho materialmente unido
con el daño puede atribuírsele la responsabilidad, para lo cual se recurrirá a criterios
normativos que el juez deberá emplear para seleccionar la causa de mayor aptitud 29
para causar el daño, tales como la adecuación, el fin de la norma, o el aumento del
riesgo.
En nuestro país, tanto la doctrina como la jurisprudencia suelen analizar la causalidad
desde un punto de vista pragmático, sugiriendo que el nexo causal debe ser apreciado
en cada caso concreto, de acuerdo a las circunstancias que han rodeado al daño, sin
aplicar alguna teoría en particular. Normalmente los tribunales determinan la relación
de causalidad sin entregar explicaciones muy elaboradas para justificar su decisión.
No obstante, históricamente la teoría de la equivalencia de las condiciones ha sido el
método más recurrido, pero en fallos recientes se observa en forma cada vez más
frecuente que se formule la distinción entre causalidad material y causalidad jurídica,
propia de la teoría de la imputación objetiva.

XI. LAS PRESUNCIONES DE CULPA


Uno de los problemas más importantes que presenta la responsabilidad delictual o
cuasidelictual civil es el de la prueba, especialmente de la culpa, la cual recae sobre la
víctima y que puede resultar especialmente difícil. Para superar los problemas que
presenta la prueba de la culpa, el legislador ha establecido algunos casos de
presunciones de responsabilidad o presunciones de culpa.
De acuerdo con el sistema de responsabilidad subjetiva (que es el aceptado por el
Código), la víctima de un hecho ilícito tiene sobre sí el peso de la prueba de la culpa o
dolo del autor, lo cual evidentemente presenta dificultades para la víctima. Para
atenuar estos inconvenientes y hacer más expedito el ejercicio de la acción que a la
víctima le corresponde, el legislador en ciertos casos supone la existencia de culpa, es
decir, presume la responsabilidad culposa del autor del daño. Cuando estamos ante
estas presunciones, la víctima no debe probar ni el dolo ni la culpa, solamente va a
tener que acreditar la existencia del hecho que produjo el daño, es decir, va a tener
que probar los hechos de los cuales la ley deriva la presunción. En este caso se
invierte el peso de la prueba, porque no es la víctima la que va a tener que probar la
culpa del dañante, sino que quien causó el daño deberá probar la ausencia de culpa,
es decir, deberá acreditar que el daño se debió a un caso fortuito, a culpa de la víctima
o al hecho de un tercero.
Los casos de presunción de culpa son agrupables en tres categorías:
∑ Presunción de responsabilidad por hecho propio (art. 2329).
∑ Presunciones de responsabilidad por el hecho ajeno (arts. 2320, 2321 y 2322).
∑ Presunciones de responsabilidad por el hecho de las cosas (arts. 2323, 2324,
2326, 2327 y 2328).
1. Presunción de responsabilidad por hecho propio
En relación con esta materia se ha planteado en la doctrina nacional una discusión
acerca del alcance que debe darse al art. 2329, inciso primero, en relación con lo
dispuesto en el art. 2314. El problema aparece por cuanto el texto de ambos 30
preceptos es casi idéntico, lo que ha hecho sostener a la doctrina tradicional en Chile
que lo único que hace el art. 2329 es reiterar lo establecido en el art. 2314, norma
que impone a quien ha cometido un hecho ilícito la obligación de reparar el daño que
de él se deriva. Así, el art. 2329 sería una mera repetición del art. 2314, que no
tendría mayor relevancia.
Pero Arturo Alessandri sostuvo, en la primera mitad del siglo XX, una opinión contraria,
según la cual el art. 2329 contiene una presunción general de responsabilidad por
hecho propio, que se aplica en todos aquellos casos en que el daño proviene de un
hecho que por su naturaleza o por las circunstancias en que ese hecho se realizó, no
deja lugar a dudas que puede atribuirse a dolo o culpa del autor. Para ello, se funda
principalmente en tres puntos:
∑ En la ubicación del art. 2329, el cual está situado inmediatamente después de las
presunciones de responsabilidad por hecho ajeno o por hecho de las cosas, lo que
demostraría que se trata también de una presunción.
∑ En cuanto a la redacción del art. 2329, esta norma nos dice "...que pueda
imputarse..." y no "que sea" imputable. Entonces, para que exista responsabilidad
basta con entender que pudo haber culpa para imponer responsabilidad al hechor.
∑ Por último, argumenta con los ejemplos del art. 2329, ya que, si se analizan con
cuidado, se puede concluir que todos ellos suponen por sí solos que hubo culpa,
tomando en cuenta las circunstancias en que se verifican.
La tesis de Alessandri no disfrutó inicialmente de la aceptación de la doctrina ni de los
tribunales. Casi todos los autores y la jurisprudencia han considerado históricamente
que el art. 2329 es una mera repetición del art. 2314, siendo su mayor mérito el
establecer el principio que todo daño debe repararse, como se desprende de su inciso
primero. Sin embargo, la tesis de Alessandri ha sido reivindicada en nuestros días por
Enrique Barros, entre otros autores, y son cada vez más frecuentes las sentencias de
los tribunales donde se atribuye a esta disposición el carácter de presunción por el
hecho propio. No obstante, por lo menos en doctrina, el punto sigue siendo objeto de
discusión.
La importancia de establecer una presunción de culpa por el hecho propio del autor es
que se modifican por este hecho las reglas generales en materia de prueba de la
responsabilidad delictual y cuasidelictual civil, porque en estos casos que enumera el
art. 2329, como se presume la culpa del autor, la víctima no va a tener que entrar a
probar la culpa de éste, sino que es el autor del daño quien va a tener que probar que
actuó con la debida diligencia o cuidado. Si esta presunción se generaliza, como
postulan Alessandri y Barros, significa que cada vez que un daño se causa en virtud de
un hecho que necesariamente requiere culpa del dañante, esta se va a presumir.
2. Presunciones de responsabilidad por hecho ajeno
La regla general en esta materia está dada en el art. 2316, según el cual cada persona
responde por sus delitos o cuasidelitos o por la persona de quien se es heredero. Es
decir, la regla general es que la persona responde por hecho un propio y no por el
hecho de otras personas que cause un daño. 31

Pero hay casos de excepción, porque hay circunstancias en que una persona va a
responder por hechos ajenos, lo que va a suceder cuando el autor del delito o
cuasidelito está bajo el cuidado o bajo la dependencia de la persona que va a
responder por el hecho ajeno. Este es una caso de responsabilidad civil que la ley
presume (art. 2320, inciso primero).
El fundamento de esta responsabilidad por hecho ajeno radica en que la ley estima
que cuando una persona tiene a otra bajo su cuidado o dependencia, aquélla tiene
que vigilar a esta última para evitar que cause daño. Pues bien, el legislador razona
sobre la base que es de suponer que si la persona que está al cuidado o bajo la
dependencia de otra causa un daño es porque la persona que debía vigilarla no
empleó el cuidado suficiente para evitar que el hecho se produjera. De modo que lo
que la ley hace es presumir en estos casos que el daño se produjo porque no se
empleó la debida diligencia para cuidar o controlar a la persona que se tiene a cargo,
ya que si la hubiere empleado el daño no se habría producido.
Es decir, el fundamento de la responsabilidad por el hecho ajeno sería la culpa en que
ha incurrido una persona que tenía a otra bajo su cargo (culpa in vigilando), cuidado o
dependencia al no actuar con la debida diligencia o cuidado, con la particularidad de
que esta culpa se presume y, por ende, no debe probarse por la víctima.
Requisitos de la responsabilidad por el hecho ajeno
a. Tiene que haber un vínculo de subordinación o dependencia entre el autor del
daño y la persona responsable, o sea, que la persona que comete el daño tiene
que estar subordinada a la persona que responde civilmente. El fundamento de
esta responsabilidad es la falta de vigilancia y, para que exista este
fundamento, es necesario que se tenga autoridad respecto de la persona por
quien se responde. El art. 2320 es muy claro al respecto al decir que se
responde por los hechos de aquellos que estuvieren al cuidado de quien
responderá.
En los casos que la ley señala, se presume la existencia de este vínculo de
subordinación. Así por ejemplo, el padre, para eximirse de la responsabilidad
por el hecho del hijo, tendrá que probar que no lo tenía a su cuidado y, en los
demás casos, el que invoca la responsabilidad va a tener que probar el
respectivo vínculo entre las personas.
b. Es necesario que sean capaces de delito o cuasidelito civil, tanto el hechor
como el responsable: ello fluye del art. 2319, norma que establece la
capacidad como elemento del delito o cuasidelito civil y exige la concurrencia
de la capacidad sin distinguir si se responde por hecho propio o por hecho
ajeno y, como la ley no distingue, el requisito se aplica a ambos casos. Es decir,
la persona que comete el hecho ilícito tiene que ser capaz de delito o
cuasidelito civil y también tiene que ser capaz, en el mismo sentido, la persona
que lo tenía a su cuidado. En caso contrario, no hay responsabilidad por el
hecho ajeno.
32
Si la persona que comete el delito o cuasidelito civil es incapaz, tiene aplicación
el art. 2319 y va a responder por este hecho ilícito la persona que lo tiene a su
cuidado, sólo si puede imputársele negligencia.
La diferencia entre estas dos situaciones está en que si el autor del daño es
capaz, se presume la culpa de la persona que lo tenía a su cuidado. En cambio,
si es incapaz, la víctima va a tener que probar la culpa del guardián, porque la
ley exige como requisito para su responsabilidad el que pueda imputársele
negligencia.
c. La comisión de un hecho ilícito por la persona de cuyos actos responde el
guardián: en la responsabilidad por el hecho ajeno se está respondiendo por el
daño causado por la persona por quien se responde derivado de un delito o
cuasidelito civil, es decir, respecto del hecho cometido por la persona por quien
se responde, tienen que concurrir todos los elementos de la responsabilidad
delictual o cuasidelictual civil.
d. La víctima va a tener que probar la culpa del subordinado o dependiente: esto
es así porque lo que la ley presume es la culpa del guardián, es decir, de la
persona que tiene a su cargo a otra persona, pero no se presume la culpa del
hechor y por eso la víctima, para que se configure la otra presunción, debe
probar la culpa del hechor.
Casos de responsabilidad por hecho ajeno
Están expresamente señalados en los arts. 2320, 2321 y 2322, sin perjuicio que
también hay algunos que se encuentran establecidos en otras leyes. Estos casos son
los siguientes:
a. La responsabilidad del padre o la madre por los hijos menores que habiten con
ellos (art. 2320, inciso primero).
Para que se configure esta responsabilidad tienen que concurrir los siguientes
requisitos:
i. Esta responsabilidad afecta al padre y, a falta de éste, a la madre. Ello es así
porque corresponde a los padres el cuidado personal y la educación de sus
hijos (arts. 222, 233 y 237). El legislador parte de la base que si el hijo menor
de edad ha cometido un hecho ilícito, ello se debe a que los padres no han
cumplido su obligación de cuidado y educación y, en este caso, la
responsabilidad le corresponde en primer lugar al padre y, en su defecto, a la
madre.
ii. Tienen que ser hijos menores de 18 años. Por los hijos mayores de edad no
responden los padres, sino que personalmente el autor del daño. Por esta
razón, si el hijo comete un delito o cuasidelito civil y tiene peculio profesional o
industrial, no va a responder el padre, porque cuando es así, ese hijo se mira
como mayor de edad.
iii. Que el hijo habite en la misma casa del padre o madre: esta exigencia de la ley
se basa en que solamente puede exigirse esta obligación de vigilancia o 33
cuidado del padre o la madre en el caso que el hijo conviva con ellos, ya que si
no viven juntos es difícil que el padre o la madre puedan dar cumplimiento a
esa obligación. De tal suerte que si el hijo no habita en la casa de su padre o
madre, no va a existir la presunción de responsabilidad, es decir, el padre o la
madre no van a responder de los delitos o cuasidelitos civiles cometidos por el
hijo menor, salvo la situación excepcional que se contempla en el art. 2321, en
el cual hay responsabilidad de los padres por los actos del hijo, no obstante que
no habiten en la misma casa.
iv. Que el padre o la madre, con la autoridad que le corresponde y a través del
ejercicio de ésta, haya podido evitar el hecho ilícito, porque si no fuere así no
hay responsabilidad para ellos (art. 2320, inciso final).
Verificados estos requisitos, el peso de la prueba les corresponde a los padres,
quienes deberán probar que no obstante su diligencia y cuidado no pudieron impedir
el hecho ilícito, prueba que no les es admisible en la situación que contempla el art.
2321. Las demás condiciones tienen que ser probadas por la víctima del hecho ilícito
para que se configure la presunción.
b. La responsabilidad del guardador (tutor o curador) por los hechos del pupilo
(art. 2320, inciso tercero): para que se configure esta responsabilidad es
necesario que el pupilo viva bajo la dependencia de éste. De tal manera que
esta responsabilidad afecta a aquellos guardadores a quienes se encomienda
la tuición o el cuidado personal del pupilo, porque no todo guardador tiene
tuición o el cuidado personal del pupilo, ya que hay algunos a quienes lo que se
encarga es la administración de los bienes del pupilo, como ocurre con los
curadores de bienes, los curadores especiales y los curadores adjuntos.
De tal suerte que un curador de bienes no va a tener responsabilidad por los
hechos ilícitos que hubiere cometido el pupilo por la sencilla razón de que él no
tiene el cuidado personal de éste.
Si el pupilo no tiene capacidad delictual o cuasidelictual civil, no existe la
responsabilidad por hecho ajeno, es decir, no opera la presunción de culpa y el
guardador sólo va a responder si se prueba su culpa conforme a las reglas
generales (art. 2319).
Ahora bien, no obstante existir esta presunción, el guardador puede liberarse de
la responsabilidad que recae sobre él probando que no pudo evitar el hecho
ilícito no obstante haber ejercido la autoridad que le corresponde y haber
empleado el cuidado a que estaba obligado en su calidad de tal (art. 2320,
inciso final).
c. La responsabilidad de los jefes de escuelas y colegios por sus discípulos (art.
2320, inciso cuarto): estas personas están afectadas por una responsabilidad
por los hechos ilícitos de sus discípulos mayores o menores de edad (la ley no
hace distinción). Pero esta responsabilidad existe y subsiste sólo mientras el
discípulo esté al cuidado del jefe de la escuela o colegio respectivo y no afecta
a los profesores del establecimiento educacional.
34
También en este caso, los jefes de escuelas o colegios pueden liberarse de su
responsabilidad probando que no obstante su autoridad no pudieron impedir el
hecho.
d. La responsabilidad de los artesanos y empresarios (art. 2320, inciso cuarto): se
entiende para los efectos de esta regla que artesano es la persona que ejerce
un oficio o arte meramente mecánico y por empresario, la persona que se
encarga de la ejecución de una obra o explotación de un determinado servicio o
espectáculo.
Los artesanos y empresarios responden de los hechos ilícitos de sus aprendices
o dependientes. Por aprendiz se entiende aquella persona que se está iniciando
en el conocimiento de un determinado oficio y, por dependiente, la persona que
está al servicio de otra y sujeta a su autoridad. La responsabilidad de los
artesanos y empresarios por los hechos de los aprendices o dependientes se
refiere o comprende solamente los hechos ejecutados por el aprendiz o
dependiente mientras se encuentra bajo la vigilancia o cuidado del artesano o
empresario. Esto implica que la víctima va a tener que probar que el delito o
cuasidelito civil se cometió mientras el aprendiz o dependiente se encontraba
bajo el cuidado del artesano o empresario. Pero aun cuando el hecho ilícito se
cometiera mientras el aprendiz o dependiente esté bajo la vigilancia del
artesano o empresario, éstos van a poder liberarse de responsabilidad
probando que no obstante su autoridad y cuidado, no pudieron impedir el
hecho ilícito.
e. La responsabilidad de los amos por los hechos de sus criados o sirvientes (art.
2322): el legislador emplea la expresión "amo", entendiéndose por tal la
persona que tiene a sus servicios a empleados domésticos; y por "criados" o
"sirvientes", las personas empleadas en esos menesteres. El amo responde
sólo de los actos ejecutados por el sirviente o criado que se realicen mientras
este último desempeñe sus funciones o cumple las órdenes que se le han
impartido.
No hay, por lo tanto, responsabilidad por los actos ejecutados por éstos y que
sean ajenos a las funciones que les corresponden, ni tampoco por los actos que
importen un abuso de las funciones que le corresponden al criado o
dependiente.
El civilmente responsable, en este caso, puede liberarse de responsabilidad por
los hechos de sus criados o dependientes, aun cuando lo hayan cometido en el
ejercicio de sus funciones, si prueba que esas funciones fueron ejercidas de un
modo impropio, que el civilmente responsable no podía prever ni impedir
empleando el cuidado ordinario y la autoridad que le compete. Esto no significa
que en esta situación no haya responsabilidad, sino que significa que el amo no
va a responder, siendo el criado o dependiente el civilmente responsable.
f. Casos fuera del Código Civil: por ejemplo, en la Ley del Tránsito, N° 18.290, se
establece la responsabilidad del propietario del vehículo por los hechos ilícitos
que haya cometido el conductor.
35
Efectos de la responsabilidad por hecho ajeno
Produce única y exclusivamente efectos civiles, jamás tiene efectos de carácter penal.
Los efectos civiles que produce son:
a. Se establece una presunción de responsabilidad por culpa de quien tiene a su
cargo el cuidado o vigilancia de otra, que causa un daño, presunción que por lo
general es simplemente legal.
b. La víctima no solamente puede demandar perjuicios a la persona responsable
por el hecho ajeno, sino que también puede demandar al autor del hecho ilícito
y, además, el tercero que paga la indemnización puede repetir en contra del
autor del hecho ilícito pidiéndole la devolución de lo que él hubiere pagado.
La razón del primer efecto está en que la responsabilidad por hecho ajeno tiene por
fundamento la idea que de parte del responsable ha habido un descuido, una
negligencia, es decir, una culpa por falta de vigilancia de la persona que está sometida
a su autoridad y es por ello que se presume la responsabilidad de esta persona,
presunción esta que es simplemente legal, ya que la regla general en la materia nos la
da el inciso final del art. 2320.
Pero hay un caso en que la presunción no es simplemente legal, sino que la doctrina
tradicional en Chile ha entendido como una presunción de derecho y es la presunción
de responsabilidad de los padres que se contempla en el art. 2321, lo que deriva de la
expresión “los padres serán siempre responsables”. En todo caso, es necesario
señalar que autores nacionales modernos (Enrique Barros, Pablo Rodríguez, Hernán
Corral) consideran que en este precepto no se contiene una presunción de derecho,
sino un caso de responsabilidad objetiva, en el cual los padres responden siempre por
el hecho de sus hijos, aunque no hayan sido negligentes.
El segundo efecto no lo menciona expresamente la ley, sino que se deriva de la
aplicación de las reglas generales, porque el autor ha cometido un delito o cuasidelito
civil y porque es plenamente capaz en lo que dice relación con los hechos ilícitos y, por
consiguiente, queda comprendido en las disposiciones generales de los arts. 2314 y
2329, inciso final.
Por lo demás, no hay ninguna norma legal expresa que excluya la posibilidad de
dirigirse contra el hechor, es decir, si la víctima del hecho ilícito no ha sido reparada
por la persona civilmente responsable, va a poder accionar en contra del autor del
hecho ilícito. No va a ser esta la situación frecuente y normal, porque la presunción de
responsabilidad se encuentra establecida, entre otras razones, por la posible
insolvencia del hechor o autor material del daño. Basta analizar los casos de
responsabilidad por hecho ajeno contemplados en el art. 2320 para concluir que en la
mayor parte de ellos el autor o hechor no tiene la capacidad económica suficiente
como para responder de los perjuicios que hubiere causado.
Lo que no puede hacer la víctima del hecho ilícito es demandar al hechor y al tercero
civilmente responsable en forma conjunta, porque la regla general en esta materia es
que no existe solidaridad, salvo en el caso del propietario de un vehículo, previsto en la
Ley de Tránsito, que responde solidariamente con el conductor. 36

No obstante que no puede demandar conjuntamente al autor y al tercero responsable,


la víctima podría hacerlo en forma subsidiaria, de tal modo que uno responde si el otro
no puede hacerlo.
Tampoco le está permitido por la ley el que pueda acumular la responsabilidad por
hecho ajeno proveniente de distintas causas, como sería el caso de un hijo menor que
a la vez es estudiante: no podría acumular la responsabilidad del padre o de la madre
y la del director de la escuela o colegio.
Por último, la ley le reconoce a la persona civilmente responsable el derecho de repetir
lo que se ha pagado en contra del hechor (art. 2325). Para que exista este derecho a
repetir por parte del tercero civilmente responsable, deben concurrir determinados
requisitos:
a. El hecho ilícito tiene que haber sido cometido por persona capaz.
b. Que el tercero civilmente responsable pague la indemnización.
c. El hecho ilícito tiene que haberse cometido sin orden de la persona que
pretende repetir.
3. Presunción de responsabilidad por hecho de las cosas
Se presenta cuando las cosas actúan con independencia de la acción del hombre, esto
es, por la fuerza misma de la naturaleza o por la falta de intervención de la acción
humana.
Aquí la responsabilidad se funda en la falta de vigilancia o de precaución por parte de
la persona que tiene a su cuidado la cosa o se sirve de ella. Es justamente esta falta
de vigilancia o cuidado lo que constituye la culpa, la cual se presume, mejorando con
ello considerablemente la situación de la víctima.
Dentro de esta presunción de responsabilidad se puede distinguir tres formas de
responsabilidad:
∑ Responsabilidad por hecho de los animales.
∑ Responsabilidad por ruinas de un edificio.
∑ Daños causados por una cosa que cae o se arroja de la parte superior de un
edificio.
a. Responsabilidad por hecho de los animales
Está tratada en los arts. 2326 y 2327, disposiciones que establecen la
responsabilidad del dueño o de la persona que se sirve de un animal ajeno por el daño
causado por éstos, e incluso por aquellos daños que causaren después de haberse
soltado o extraviado.
La responsabilidad se funda en estos casos en el deber de vigilancia de esas personas 37
que deben mantener con el objeto de evitar que el animal cause daño a otro, de tal
suerte que si el animal causa daño a un tercero, se presume que el dueño o el que lo
tenía bajo su responsabilidad no emplearon la debida vigilancia o cuidado y a ellos les
corresponde probar la ausencia de culpa. La víctima nada deberá probar, porque la
culpa se presume.
Hay ciertos casos en que la prueba de culpa por parte del dueño o del que tenía el
animal bajo su responsabilidad ni siquiera es admisible, como sucede en la situación
contemplada en el art. 2327 respecto del animal fiero del que no se reporta utilidad
para la guarda o servicio de un predio. Al igual que lo expresado a propósito de la
responsabilidad de los padres del art. 2321, cabe señalar que la doctrina tradicional
en nuestro país ha entendido este precepto como un caso de presunción de derecho
de culpa por el hecho del animal fiero (“el daño…será siempre imputable…”). Sin
embargo, la moderna doctrina considera que se trata más bien de una verdadera
hipótesis de responsabilidad objetiva, que hace responsable al que tenga un animal
fiero por los daños que causa (por animal fiero debe entenderse al animal no
domesticado).
b. La responsabilidad por ruina de un edificio
Está tratada en los arts. 2323 y 2324. En estas disposiciones las expresiones "edificio"
y "ruina" están tratadas en un sentido muy amplio. La palabra "edificio" se refiere a
toda construcción que se adhiera al suelo en forma permanente y "ruina" no implica
necesariamente la destrucción total de la obra.
Esta responsabilidad recae sobre el propietario cuando ha omitido las reparaciones
necesarias o ha faltado de alguna manera al cuidado de un buen padre de familia (art.
2323). Esto es así porque al propietario de un edificio le corresponde mantenerlo en
buenas condiciones y si no lo hace, el incumplimiento de esta obligación se mira como
una culpa del propietario.
Además, la disposición dice que la indemnización se pagará a los terceros que sufren
el daño, en la medida que no se encuentren en el caso del art. 934. Este precepto
establece la llamada querella de obra ruinosa, que es una acción posesoria especial,
que puede deducirse en contra del dueño de un edificio que amenace ruina. Pues
bien, para que proceda la indemnización que previene el art. 2323 es necesario que la
víctima haya interpuesto esta querella y que ésta se notifique al propietario del edificio.
Si esto no ocurre, no procederá indemnización, como lo indica el inciso segundo del
art. 934.
Ahora, si la ruina del edificio se debe, no a la falta de cuidado del propietario, sino que
a defectos en la construcción del mismo (art. 2324), la responsabilidad va a recaer
sobre el constructor, pero en este caso se trata de una responsabilidad civil distinta,
reglamentada en el art. 2003 del Código y en el art. 18 de la Ley General de
Urbanismo y Construcciones (D.F.L. N° 458, de 1975, del Ministerio de Vivienda y
Urbanismo).
c. El daño causado por una cosa que cae o se arroja de la parte superior de un
edificio (art. 2328)
38
Aquí debe tratarse de una cosa que no forma parte del edificio (no debe estar adherida
a éste), porque si así fuera no se estaría en esta situación, sino que en la anterior, esto
es, en el caso de la ruina de un edificio con la consiguiente responsabilidad del dueño.
En este caso, se presume la responsabilidad de todas las personas que habitan la
parte del edificio desde donde cae la cosa, dividiéndose la indemnización entre todos
ellos (lo que constituye una excepción al art. 2317, que establece la responsabilidad
solidaria de todos los que causen un daño), a menos que se pruebe que la caída del
objeto se debió al dolo o culpa de una persona en particular, caso en el cual
responderá ésta.
Conviene señalar que la moderna doctrina nacional (Enrique Barros, Pablo Rodríguez)
sostiene que el art. 2328 no contiene una presunción de culpa, sino de
responsabilidad objetiva, ya que la única forma en que quienes viven en la parte del
edificio desde donde cae la cosa se exoneren de pagar la indemnización es probando
que la caída se debió al hecho de una persona en particular.
Para que opere la regla del art. 2328 no es necesario ser dueño de una parte del
edificio, sino que basta con habitar en él.

XII. LA ACCIÓN INDEMNIZATORIA


Para obtener la reparación de los perjuicios sufridos, la víctima tiene que deducir una
acción indemnizatoria en contra del agente, la cual presenta las siguientes
características:
∑ Es una acción personal: se ejerce en contra de la persona responsable del daño.
∑ Es siempre una acción mueble, porque tiene por objeto, normalmente, el cobro de
una suma de dinero y, en ciertos casos, la ejecución de un hecho.
∑ Es una acción patrimonial y, como tal, es renunciable, transable, prescriptible y
susceptible de ser cedida. El plazo de prescripción de la acción de responsabilidad
es de cuatro años desde la comisión del hecho ilícito (art. 2332). La forma en que
se computa este plazo ha sido duramente criticada por la doctrina, puesto que
existen daños que se manifiestan en forma tardía, como por ejemplo, ciertas
enfermedades laborales, lo que puede traer como consecuencia que una víctima
vea prescrita su acción si ese daño se manifiesta después de transcurrido el plazo
de cuatro años. Por ello, se estima que lo lógico es que el plazo debería contarse
desde que el daño se manifiesta o desde que la víctima toma conocimiento de él.
Sin embargo, el tenor literal del art. 2332 dificulta interpretarlo de este modo.
Sujetos de la acción Indemnizatoria
Se debe distinguir para estos efectos entre la legitimación activa y la legitimación
pasiva de la acción.
1. Legitimación activa 39

La legitimación activa se refiere a quién puede demandar la indemnización de


perjuicios. Se encuentran habilitados para demandar perjuicios las siguientes
personas:
a. El dueño de la cosa (art. 2315).
b. El poseedor, aun cuando no sea dueño (art. 2315).
c. El titular de un derecho real de goce distinto del dominio (art. 2315).
d. El que tiene la cosa con obligación de responder de ella, como por ejemplo, el
arrendatario o el depositario (art. 2315).
e. También pueden accionar aquellos que sufren una lesión directa en intereses o
derechos no patrimoniales o susceptibles de avaluación pecuniaria, para
obtener una indemnización por daño moral.
f. Pueden demandar indemnización de perjuicios las víctimas indirectas de un
daño, que son aquellas que no sufren una lesión en sus bienes o en su
persona, pero sufren las consecuencias del daño causado a alguna persona
con quien tienen alguna relación. Se trata de las víctimas de “daños por
repercusión”, quienes pueden reclamar un daño patrimonial (ej., una persona
incapacitada que es mantenida económicamente por una persona fallecida en
un accidente de tránsito; el alimentario respecto de la muerte o lesiones de
quien le proporciona alimentos) o un daño moral.
g. También están habilitados para demandar perjuicios los herederos (art. 2315) y
los cesionarios.
2. Legitimación pasiva
La legitimación pasiva se refiere a la persona en contra de quién se dirige la acción
indemnizatoria. Corresponde ejercer la acción de perjuicios en contra de: (a) quien
causó el daño (art. 2316). En caso de ser varios los causantes, ellos responderán
solidariamente (art. 2317), salvo en los casos de daños causados por ruina del edificio
(art. 2323) y por una cosa que cae o se arroja desde la parte alta de un edificio (art.
2328). (b) También pueden ser sujetos pasivos de la acción los sucesores por causa
de muerte (art. 2316), (c) los terceros civilmente responsables en la responsabilidad
por el hecho ajeno, así como sus herederos, y (d) de acuerdo al art. 2316, inciso
segundo, también puede ser demandado el que recibe provecho del dolo ajeno, sin ser
cómplice en él, pero sólo será obligado a pagar el monto de ese provecho. Este último
caso se aplica sólo en caso de haber actuado con dolo quien causó el daño y lo que se
persigue es evitar un enriquecimiento injusto por parte del tercero.
Tribunal competente y procedimiento
1. Por regla general, la acción de responsabilidad extracontractual es de
competencia del juez de letras con jurisdicción civil y se debe tramitar según el
procedimiento del juicio ordinario. 40

2. Si el hecho del cual surge la responsabilidad es al mismo tiempo constitutivo de


un delito penal, la acción civil se puede ejercer en el mismo proceso penal,
siendo obligatorio hacerlo si la acción civil tiene por objeto la mera restitución
de la cosa objeto del delito (art. 59 del Código Procesal Penal).

3. La acción civil puede ser de conocimiento de los jueces de policía local si ella se
deriva de faltas o infracciones que son de su competencia. Ej: indemnizaciones
derivadas de accidentes de tránsito. En estos casos, se aplica el procedimiento
previsto en la ley N° 18.297, que reglamenta estos tribunales.

Formas de reparación del daño

La reparación de un daño puede ser en especie o en equivalente. En el primer caso, el


demandante solicitará que se adopten medidas tendientes a hacer desaparecer el
daño (por ejemplo, si una persona sufre la destrucción de su automóvil en un
accidente automovilístico, podría solicitar como reparación que se intente reparar el
automóvil o, en caso de no ser posible, que se le entregue uno nuevo). En el segundo,
el daño se compensa a través de un sustituto, que generalmente es una suma de
dinero llamada indemnización.

En principio, la víctima tiene libertad para elegir qué forma de reparación del daño
prefiere. Sin embargo, la doctrina suele opinar que la reparación en especie solo
puede ser exigida cuando sea posible materialmente y con ella no se cause un
perjuicio desproporcionado al demandado.

Extensión de la reparación del daño

Bajo este título estudiaremos las reglas de acuerdo a las cuales debe fijarse el monto
de la indemnización de perjuicios.

1. El principio de la reparación integral del daño: el principio que inspira la


reparación de los daños es que ésta debe ser total, incluyendo todos los daños
sufridos por la víctima, sean patrimoniales (daño emergente y lucro cesante) o
morales (art. 2329). Se excluyen los daños indirectos, puesto que respecto de
ellos se considera que no existe relación de causalidad.

Entonces, el principio de reparación integral del daño tiene una perspectiva


positiva, en el sentido que todo daño sufrido por la víctima debe ser
indemnizado. Pero también tiene una negativa, puesto que este principio limita
la indemnización, ya que esta solo puede consistir en el valor del daño y no
puede exceder su monto. Si la indemnización superara el monto del daño,
significaría una violación de este principio e implicaría un enriquecimiento
injustificado para la víctima.

2. Casos de limitación de la indemnización: la indemnización de perjuicios puede


estar sujeta a limitaciones. De hecho, el principio de reparación integral del 41
daño ya es una limitación, puesto que el juez deberá determinar la cuantía de la
indemnización tomando en consideración exclusivamente el monto de los
daños sufridos. Pero fuera de esta idea general, existen casos concretos en que
la indemnización puede sufrir ciertas limitaciones:

a. El art. 2331 dice que las imputaciones injuriosas contra el honor o el


crédito de una persona no dan derecho para demandar una
indemnización pecuniaria, a menos de probarse daño emergente o lucro
cesante, que pueda apreciarse en dinero. En otras palabras, en los actos
lesivos de la honra, el Código limita la indemnización a los daños
patrimoniales, excluyendo el daño moral.

Sobre esta norma, cabe señalar que ella ha sido resistida por la doctrina
y por variada jurisprudencia, puesto que no se observan razones para la
exclusión del daño moral. En la actualidad, este precepto ha sido
declarado inconstitucional por el Tribunal Constitucional, por estar en
contradicción con el art. 19 N°s. 1 y 4, de la Constitución Política, pero
por la naturaleza del recurso de inaplicabilidad por inconstitucionalidad,
dicha declaración sólo tiene aplicación en el caso particular para el que
se emite.

b. La culpa de la víctima: si la víctima es completamente responsable del


daño que sufre, no obtendrá indemnización. Pero si el daño es
consecuencia de la actividad concurrente del autor y del dañado,
procede lo que en doctrina se conoce como “compensación o
concurrencia de culpas”. Ej: un peatón que cruza con luz roja la calle es
atropellado por un conductor que manejaba a exceso de velocidad. En
este caso, el art. 2330 dispone que la indemnización sea reducida en el
monto que sea equivalente a la intervención de la víctima en la
producción de su propio daño.

c. El deber de la víctima de mitigar el daño: en doctrina se considera que la


víctima de un daño tiene el deber de adoptar todas las medidas
tendientes a mitigar las consecuencias de ese daño, de tal manera que
ellas no aumenten su intensidad. Ello porque se estima contrario a la
buena fe que la víctima asuma un rol enteramente pasivo, a la espera
de indemnizaciones cuantiosas. Ej: una persona que sufre un accidente
de tránsito debería acudir a un centro hospitalario para ser atendido por
la fractura de su pierna; si no lo hace y sus lesiones se agravan, no
puede pretender que el conductor le indemnice si le llegan a amputar la
pierna. Los daños que sean una consecuencia de la inobservancia de
este deber por el dañado no deberían comprenderse en la
indemnización. Esta es una regla de naturaleza doctrinaria, no prevista
expresamente en el Código Civil.

d. La compensación del lucro obtenido por la víctima (compensatio lucri


cum damno): en ciertos casos puede ocurrir que la víctima obtenga 42
algún provecho del daño sufrido. En este caso, para evitar un
enriquecimiento sin causa, la indemnización de perjuicios debe
descontarse en el monto que sea beneficioso para la víctima. Lo mismo
ocurre en los casos que el daño es compensado por una persona ajena
a las partes, como ocurre en el caso que la víctima hubiese contratado
un seguro. Aquí, la indemnización debe limitarse al monto no cubierto
por el seguro, conservando la empresa aseguradora su derecho a repetir
en contra del autor del daño.

3. Reajustes e intereses: debido al fenómeno de la inflación y a la desvalorización


que experimenta el dinero, es necesario que las indemnizaciones se paguen
reajustadas, respecto de lo cual no hay dudas en doctrina ni en la
jurisprudencia. En todo caso, no existe en la ley un mecanismo de
reajustabilidad obligatorio y específico, por lo que, en la práctica, se utiliza el
Índice de Precios al Consumidor (IPC) calculado por el Instituto Nacional de
Estadísticas, pero nada impide que un juez pueda utilizar otro método, como
por ejemplo, la Unidad de Fomento (UF) o la Unidad Tributaria Mensual (UTM).

En relación a los intereses, el juez puede condenar al pago de intereses, si es


que se solicita en la demanda. A él le corresponde fijar la tasa, así como la
fecha en deberán empezar a correr, siempre que sea con posterioridad al
hecho dañoso.
En todo caso, es necesario señalar que no existe total acuerdo para determinar
el momento a partir del cual se deben calcular los reajustes y los intereses,
existiendo cinco criterios posibles, respecto de los cuales la jurisprudencia es
variada e inconstante: desde la comisión del delito o cuasidelito; desde la
presentación o notificación de la demanda; desde la sentencia definitiva; desde
la sentencia de primera instancia; y según la naturaleza del daño indemnizable.

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