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DERECHO CIVIL IV
I. INTRODUCCIÓN
Las reglas sobre responsabilidad extracontractual se encuentran previstas en el Título
XXXV del Libro IV del Código Civil, arts. 2314 y ss.
En términos generales, la palabra responsabilidad implica que una persona que
vulnera un deber de conducta que se le ha impuesto para resguardar los intereses de
un tercero, debe reparar el daño producido.
Desde el punto de vista del Derecho Civil, esa responsabilidad se clasifica en
contractual y extracontractual o aquiliana. La primera supone la infracción al deber de
respetar un contrato y la conducta que este impone a las partes. La segunda, al
contrario, parte de la base de una persona que causa un daño a otra cono la que no ha
celebrado un contrato, sino que ha infringido el deber genérico de no dañar a otro
(neminem laedere, como se conocía este deber en el Derecho Romano).
El Código Civil establece el sistema general de responsabilidad civil extracontractual en
los arts. 2314 y ss. En esas normas, el Código establece los requisitos de procedencia
de la responsabilidad e indica en qué casos y circunstancias ella se verifica, porque no 1
siempre que una persona causa un daño a otra va a nacer la responsabilidad.
Entonces, el estudio de la responsabilidad extracontractual consiste en determinar
quién debe soportar las consecuencias de un daño en una situación concreta, si quien
lo causó –quedando obligado a pagar una indemnización de perjuicios-, o quien lo
sufrió –quien no recibirá nada en compensación-.
Paralelamente, existen muchas leyes especiales que contienen reglas propias en
materia de responsabilidad extracontractual, que no serán objeto de estudio en este
curso. A todos esos estatutos especiales se les aplica en forma supletoria las reglas
del Código Civil en todo aquello que no hayan previsto.
*
Apunte preparado por el profesor Dr. Rodrigo Barría D., Facultad de Derecho, Universidad Alberto Hurtado.
La responsabilidad jurídica, a su vez, proviene de un hecho que causa daño a la
persona o propiedad de otro y puede ser administrativa, penal o civil.
La responsabilidad administrativa es aquella que surge por el incumplimiento por parte
de los funcionarios públicos de las normas de Derecho Administrativo que gobiernan la
actividad de los organismos y servicios públicos. Su fundamento positivo se encuentra
en el artículo 7 de la Constitución Política y en el artículo 44 de la ley N° 18.575, de
Bases de la Administración del Estado.
La responsabilidad penal proviene de los delitos o cuasidelitos penales y ella es
independiente del daño que el delito o cuasidelito penal pueda producir. Existe esta
responsabilidad penal aun cuando el hecho no produzca daño alguno y la
consecuencia de ella es que acarrea sanciones penales cuya aplicación se persigue y
se hace efectiva mediante la acción penal que nace de todo delito.
La responsabilidad civil proviene de todo hecho u omisión que causa un daño a la
persona o a la propiedad de otro y esta responsabilidad civil puede ser contractual,
delictual, cuasidelictual y, en ciertos casos, legal, atendiendo esto al origen de esta
responsabilidad.
Para que exista responsabilidad civil es requisito indispensable que se haya causado
un daño, sea a la persona o a la propiedad de otro, y este daño puede originarse en la
violación o incumplimiento de una obligación preexistente o en la ejecución de un
hecho ilícito y aun sin culpa alguna, como sucede en la responsabilidad legal.
La responsabilidad contractual proviene de la violación o incumplimiento de un 2
contrato y ella consiste en indemnizar al acreedor del perjuicio que le causa el
incumplimiento de la obligación o su incumplimiento tardío o imperfecto (art. 1556).
En la responsabilidad contractual existe un vínculo previo entre los sujetos de esta
responsabilidad, vínculo que es el contrato que no se ha cumplido o que se ha
cumplido en forma tardía o imperfecta.
La responsabilidad extracontractual proviene de un hecho ilícito, intencional o no, que
ha inferido injuria a la persona o propiedad de otro, es decir, es la que proviene de los
delitos y cuasidelitos civiles. En esta forma de responsabilidad no existe un vínculo
jurídico previo entre el autor y su víctima que sirva de fundamento a esta
responsabilidad. La responsabilidad contractual supone necesariamente la existencia
de una obligación anterior, ella se produce entre personas ligadas por un vínculo
jurídico preexistente y es la violación de este vínculo que la responsabilidad sirve de
sanción. En tanto que la responsabilidad delictual o cuasidelictual supone la ausencia
de una obligación previa entre el autor y la víctima. Se produce entonces entre
personas que son extrañas entre sí; por ello es que esta responsabilidad es fuente de
obligaciones, en tanto que la responsabilidad contractual es solamente la sanción
impuesta por el incumplimiento de una obligación.
La responsabilidad extracontractual o aquiliana, como veremos más adelante, puede
ser delictual o cuasidelictual.
III. FUENTES DE LAS RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
La responsabilidad civil, entonces, puede emanar de distintas causas, es decir, las
fuentes de la responsabilidad civil pueden ser diversas. Así, tenemos que son fuentes
de la responsabilidad civil:
1. - El contrato, cuando se produce la infracción de las estipulaciones
contractuales (responsabilidad contractual).
2. - El delito y el cuasidelito civil, que originan la responsabilidad
extracontractual.
3. - Por último, también es fuente de responsabilidad civil la ley, la cual origina
la responsabilidad legal.
La responsabilidad que emana del delito civil, del cuasidelito civil y de la ley, constituye
la genéricamente denominada "responsabilidad extracontractual", cuya fuente
principal son los delitos y cuasidelitos civiles. Los casos de responsabilidad legal son
más bien excepcionales.
Estas expresiones de "delitos" y "cuasidelitos" se emplean tanto en el derecho civil
como penal, y si bien es cierto que en ambas ramas del derecho se trata siempre de
hechos ilícitos, los que constituyen delitos y cuasidelitos presentan tales diferencias
entre sí que no es posible confundirlos. Así, el delito civil "es el hecho ilícito cometido
con la intención de dañar y que ha causado injuria o daño en otra persona". El
cuasidelito es el hecho culpable cometido sin la intención de dañar y que ha inferido 3
injuria o daño a otra persona (arts. 1437 y 2284).
Lo que caracteriza al delito y cuasidelito civil es el hecho de inferir injuria o daño a otra
persona. Por ello, un hecho ilícito que no causa injuria o daño a otra persona no
constituye delito ni cuasidelito civil, porque la consecuencia del delito y cuasidelito es
el deber de reparar el daño, y ello sólo es procedente cuando el daño se ha causado.
Sin daño no hay responsabilidad civil, como fluye de los arts. 1437 y 2314.
El delito y cuasidelito civil se asemejan entre sí en que ambos son hechos ilícitos,
ambos causan daño y ambos producen obligaciones.
La diferencia que existe entre ellos se encuentra en la intención que el autor ha tenido
al realizar una acción. Así, el delito civil es el hecho ilícito cometido con la intención de
cometer daño, la voluntad del autor es causarle daño a otra persona. En cambio, el
cuasidelito se ha ejecutado sin intención de dañar. Lo que sucede es que el delito civil
supone dolo: el daño ha sido deseado por el autor del hecho; en tanto que el
cuasidelito civil supone culpa, es decir, una falta de diligencia o de cuidado del autor.
Es por eso que en materia civil un mismo hecho puede ser delito o cuasidelito según si
ha habido o no intención de dañar a otra persona.
Esta distinción entre delito y cuasidelito es una distinción clásica y tradicional, además
prevista en el Código, pero en realidad ella no presenta utilidad práctica y, aún más,
hoy en día se sostiene que es totalmente inútil hacer esta distinción, y también se
señala que carece de justificación teórica, porque ambos son hechos ilícitos, por
cuanto uno y otro obligan al autor a reparar el daño causado en su totalidad y el monto
de la indemnización se regula atendiéndose al daño causado y no a la naturaleza del
hecho que originó el daño.
Por lo tanto, es perfectamente posible que la indemnización causada por un
cuasidelito civil sea mayor a la originada en un delito civil. Es por estas razones que el
Código sometió a los delitos y cuasidelitos civiles a una misma y única reglamentación
en los arts. 2314 y siguientes. Estos hechos ilícitos pueden consistir en la ejecución de
un hecho, lo cual recibe el nombre de culpa in comitendo; o también pueden constituir
una abstención, caso en cual se habla de culpa in omitendo. En el primer caso son de
acción, como el que mata a otro intencionalmente o el que hiere a otro al disparar un
arma imprudentemente. En el segundo caso estamos frente a una omisión, como sería
el caso de aquellas personas que estando obligada a realizar una acción, no lo realiza.
El Código admite estas clasificaciones en varios artículos (2320, 2321, 2322, 2323),
pero esta es una clasificación más bien doctrinaria, porque desde el punto de vista
práctico todas ellas producen el mismo efecto y se rigen por las mismas reglas: obligan
al autor a indemnizar el daño causado si el hecho o la abstención que lo originaron es
ilícito.
Esta situación se refiere al caso de una persona que tiene que responder por un daño
debido a la conducta de una tercera persona. Ej: el dueño de un automóvil que debe
responder por los daños causados por su hijo menor de edad que usó su automóvil y
atropelló a un peatón por cruzar con luz roja. En este caso, el hecho del tercero es el
hecho del hijo, que causa un daño por el que tendrá que responder su padre.
Aquí hay que distinguir si el hecho del tercero es o no la única causa del daño:
i. Si el hecho del tercero es la única causa del daño, pero el acto no es doloso ni
culpable, no hay responsabilidad. Si es doloso o culpable, se responderá en los
casos de responsabilidad por hecho ajeno, que estudiaremos más adelante, a
propósito de las presunciones por hecho ajeno; si no, será caso fortuito y
responderá el tercero.
ii. Si el hecho del tercero concurre con otro a causar el daño, debe distinguirse:
∑ Si en el autor del daño y en el tercero se dan los requisitos de la
responsabilidad, ambos son responsables solidariamente.
∑ Si en el tercero no se dan los requisitos de la responsabilidad, va a
responder exclusivamente el autor del daño, a menos que para él el hecho
del tercero sea un caso fortuito.
d. La culpa de la víctima
No siempre los daños se producen debido a la culpa del autor del daño, sino que a
veces se origina la culpa en quien la sufre, esto es, en la víctima. Ej: un automovilista
atropella a un peatón que cruzó imprudentemente la calle en un lugar no habilitado.
Cuando hablamos de culpa de la víctima, tenemos que hacer una distinción y ver cuál
es la causa del daño:
i. Hay ciertos casos en que la única causa del daño es la culpa de la víctima. En
este caso, no hay responsabilidad para el autor, porque no hay culpa suya (es lo
que ocurría, por ejemplo, si el peatón no cruza la calzada cumpliendo las reglas
del tránsito).
ii. La otra situación es aquella en que hay un concurso o concurrencia de culpas,
esto es, hipótesis en que hay tanto culpa de la víctima como del autor del daño.
En este caso, se aplica el art. 2320, produciéndose una rebaja de la
indemnización, la cual se va a determinar por el tribunal correspondiente.
e. Las eximentes de responsabilidad
Estas tienen importancia en materia penal, porque en ella hay ciertas circunstancias
que eximen, atenúan o extinguen la responsabilidad penal. Si bien tienen gran
importancia en materia penal, no la tienen en materia de responsabilidad civil; así, se
ha resuelto por la jurisprudencia que una sentencia absolutoria de responsabilidad
penal, si se ha fundado en circunstancias eximentes de responsabilidad penal, no
produce cosa juzgada en materia civil.
La doctrina ha analizado la posible influencia y aceptación de estas eximentes de 21
responsabilidad penal en materia civil en dos casos específicos: en el estado de
necesidad y en la legítima defensa.
Pero, en general, no se acepta la influencia de estas eximentes penales en la
responsabilidad civil, hasta el punto de que se ha resuelto en la jurisprudencia que la
amnistía que favorece al autor de un delito no extingue su responsabilidad civil.
f. Las convenciones sobre responsabilidad o la asunción voluntaria del riesgo
Esta es una materia que ha sido objeto de discusión tanto en la responsabilidad
contractual como en la extracontractual, y lo que se discute es la validez de las
cláusulas convencionales destinadas a modificar o a suprimir la responsabilidad del
autor del daño. En nuestro país estas cláusulas son en general aceptadas en materia
de responsabilidad contractual, teniendo como base lo dispuesto en el art. 1547,
inciso final. El problema se plantea con la procedencia de estas cláusulas en materia
de responsabilidad extracontractual. Es posible que en algunos casos se presenten
también estas cláusulas en los hechos ilícitos, por ejemplo, si antes de una carrera de
automóviles se conviene entre los participantes la irresponsabilidad por los accidentes
que pudieran ocurrir; o en un contrato de trabajo el empleador se exima de
responsabilidad por accidentes causados por terceras personas; o si el dueño de un
centro comercial impone la cláusula de no ser responsable por los robos o daños que
se produzcan en el estacionamiento.
Existen dos clases de cláusulas o convenciones sobre irresponsabilidad:
∑ Aquellas que eximen de toda obligación de indemnizar.
∑ Las que limitan la responsabilidad, por ejemplo, a una suma determinada.
Las cláusulas de irresponsabilidad no son lo mismo que las eximentes de
responsabilidad, pues en las eximentes el hecho ilícito no existe, en tanto que en las
cláusulas de irresponsabilidad el hecho ilícito existe, pero el daño derivado de él no se
va a indemnizar total o parcialmente.
También son diferentes estas cláusulas de los seguros en favor de terceros, porque
cuando hay seguros en favor de terceros lo que sucede es que hay un cambio de la
persona que va a indemnizar: no va a indemnizar el autor del daño, sino que el
asegurador; en tanto que cuando existen estas convenciones no hay obligación de
indemnizar o esta se reduce.
La regla general en materia de delitos y cuasidelitos civiles ha sido sostener la ilicitud
de estas cláusulas, ilicitud que se funda en que las reglas sobre responsabilidad
delictual y cuasidelictual civil son, en su mayor parte, de orden público y, por
consiguiente, no pueden ni modificarse ni derogarse por los particulares.
En lo que sí hay general acuerdo es en que después de cometido el hecho ilícito la
víctima pueda renunciar o transigir respecto de las indemnizaciones que le
corresponden. Lo que no se admite es que con anterioridad al hecho ilícito se
establezca la irresponsabilidad o se atenúe la responsabilidad del eventual autor del
daño.
22
Sin embargo, en los últimos tiempos ha surgido una tendencia que dice que aquella
posición incurre en una confusión de aspectos de la responsabilidad penal con
algunos que son propios de la responsabilidad delictual y cuasidelictual civil,
señalando que en materia penal sí está en juego el interés social, el cual está
representado por la represión del delito, pero que en el campo de los delitos y
cuasidelitos civiles, en lo que dice relación con la indemnización del daño causado,
está en juego sólo el interés personal de la víctima, la cual puede perfectamente
renunciar a la indemnización antes o después del delito.
2. Que el autor sea capaz de delito o cuasidelito civil
La regla general en esta materia es que toda persona natural o jurídica es capaz de
delito o cuasidelito civil. Sólo son incapaces los que carecen de suficiente juicio y
discernimiento para comprender el alcance del acto que están ejecutando. Ello es así
pues, de acuerdo con el sistema seguido en esta materia por el Código Civil, sólo hay
responsabilidad delictual o cuasidelictual civil cuando la acción provenga de dolo o
culpa del autor y solamente podrá haberlos cuando el agente tenga voluntad, cuando
se dé cuenta de la trascendencia del acto que realiza.
Lo que debe tenerse en cuenta es que la capacidad en materia de responsabilidad
delictual o cuasidelictual es más amplia que en materia de responsabilidad
contractual, porque hay personas que no pueden obligarse a través de un contrato
porque no tienen capacidad para celebrarlo, pero que si pueden resultar obligadas
como consecuencia de un delito o cuasidelito civil que han cometido, siempre que
tengan suficiente juicio y discernimiento. Se funda esto en la idea de que los seres
humanos adquieren la noción del bien y del mal con mucha anterioridad al momento
en que llegan a adquirir la experiencia y la madurez suficiente para poder actuar en los
negocios jurídicos y comprende la proyección y consecuencia de ello.
En el art. 1447 se establece una distinción entre los absoluta y los relativamente
incapaces en materia contractual, norma ésta que no tiene aplicación en el campo de
los delitos y cuasidelitos civiles, porque en esta materia hay reglas propias de la
responsabilidad extracontractual, las cuales, por ser normas especiales, prevalecen
por sobre las del art. 1447, que es de carácter general. La norma imperante sobre
capacidad en materia de responsabilidad extracontractual es la del art. 2319.
La regla general en materia de responsabilidad extracontractual es la capacidad para
responder de los daños causados por un hecho ilícito. Sólo hay tres categorías de
incapaces:
a. Los infantes: de acuerdo al art. 26, infante o niño es todo aquel que no ha
cumplido los 7 años.
b. Los dementes: aquí se plantea el problema de si el demente es siempre
irresponsable o si tendría responsabilidad en el caso de haber actuado en un
intervalo lúcido, porque aquí no hay una regla como el art. 465 en materia
contractual, que establece que el demente declarado en interdicción no
responde ni siquiera de los actos o contratos ejecutados o celebrados en un
intervalo lúcido. Pero, ésta es una discusión teórica, porque la psiquiatría
moderna no acepta la existencia de los intervalos lúcidos. 23
c. Los mayores de 7 años y menores de 16, los cuales pueden ser o no
responsables según si han cometido o no el hecho ilícito con o sin
discernimiento. Si han cometido el hecho ilícito con discernimiento, son
responsables; en caso contrario, no (art. 2319).
Situaciones especiales
a. Responsabilidad del ebrio: el ebrio responde de los daños que haya causado
aun cuando la ebriedad lo tenga en un estado de privación de razón (art. 2318).
Aquí se plantea también una discusión de carácter doctrinaria, porque la ley
establece esta norma tomando como base el que el ebrio es el responsable de
su ebriedad, pero ¿qué sucede si el estado de ebriedad se debe a obra de
terceros y el ebrio ha sido colocado en esta situación en contra de su voluntad?
¿Tendrá o no responsabilidad en este caso? La doctrina estima que no, pero la
ley no hace distinción alguna.
Ahora, la misma regla del art. 2318 se aplica o debe aplicarse a las personas
que actúan bajo influencia de estupefacientes.
b. Responsabilidad del guardián del incapaz: los incapaces no responden de los
daños que causen, pero puede ser responsable de esos daños la persona a
cuyo cuidado estén, según lo dice el art. 2319, inciso primero. La persona a
cuyo cuidado está el incapaz es responsable siempre y cuando pueda
atribuírsele culpa a esa persona en el origen del daño por la falta de cuidado o
vigilancia que debió guardar respecto del incapaz. Cuando hay responsabilidad
de la persona a cuyo cuidado está el incapaz, presenta la particularidad de que
esta persona va a poder repetir lo que se haya pagado en contra del incapaz. La
posibilidad de repetir lo que se ha pagado por un daño causado, se concede
sólo al que responde de un daño ajeno en el caso que el autor del daño esté
dotado de capacidad para cometer un delito o cuasidelito civil (art. 2325).
3. Que el hecho u omisión cause daño a otra persona
La existencia del daño es requisito indispensable de la responsabilidad
extracontractual, porque lo que se persigue en esta materia es precisamente la
reparación del daño sufrido por la víctima, de tal manera que en una determinada
circunstancia pueden concurrir todos los demás requisitos de la responsabilidad
extracontractual, es decir, una acción u omisión de parte de una persona capaz que
haya actuado con dolo o culpa; pero si no hay daño, no hay delito o cuasidelito civil.
Es así, por ejemplo, que los delitos frustrados no originan responsabilidad civil. A la
inversa, hay situaciones como las que se plantean en la responsabilidad objetiva en
que hay una acción u omisión, no hay culpa ni dolo, pero existe un daño: en este caso,
va a existir la obligación de indemnizar.
En consecuencia, el daño es el elemento fundamental en la responsabilidad delictual o
cuasidelictual civil. Para estos efectos, daño "es todo detrimento que sufre un
individuo en su patrimonio o en su persona física o moral".
Para que el daño dé lugar a la indemnización de los perjuicios, tiene que reunir ciertos 24
requisitos: (a) tiene que ser cierto, (b) no tiene que haber sido ya indemnizado, y (c)
tiene que lesionar un interés legítimo.
a. Que el daño sea cierto (lo que se denomina "certidumbre del daño"): esto
significa que sea real, efectivo, que tenga una existencia concreta. Por esta
razón es que no se acepta la indemnización del daño eventual, es decir, de
aquel daño respecto del cual no hay probabilidades importantes que vaya a
existir. Por ejemplo, una persona no podría demandar perjuicios por la muerte
de otra de quien recibía ayuda ocasional o esporádica y de carácter esporádico.
En este caso, se trataría de un daño eventual, porque esa ayuda, por sus
características, podría cesar en cualquier momento. El problema que plantea el
daño eventual es que el juez, por las características de ese daño, no podría fijar
su cuantía ni su duración.
La exigencia de la certidumbre del daño no excluye la indemnización del daño
futuro, es decir, aquel que aún no se ha producido, siempre que ese daño
futuro sea cierto, es decir, que no haya duda en orden a que ese daño se va a
producir. Por ejemplo, el lucro cesante es un daño futuro y no hay discusión
acerca de su certidumbre.
b. El daño no tiene que haber sido indemnizado, es decir, es improcedente el
cúmulo de indemnizaciones. El principio en esta materia es que no puede
pedirse la indemnización o reparación de un perjuicio ya reparado, porque hay
ciertos casos en que la víctima tiene sólo acción por el total de los perjuicios en
contra de varias personas, como sucede con la acción solidaria contemplada en
el art. 2317. En estos casos, una vez obtenida la reparación o indemnización
total del daño de una de esas personas, no puede volverse a cobrar los daños a
otra de las personas obligadas.
Se plantea aquí el problema del cúmulo de indemnizaciones, esto es, aquel
caso en que la víctima ha obtenido de un tercero ajeno al hecho ilícito la
reparación total o parcial del daño que ha sufrido, como por ejemplo, cuando ha
sido indemnizado por una compañía de seguros. La duda es si podrá en este
caso dirigirse también por los daños en contra del autor del hecho ilícito. La
solución más aceptada en esta materia es que si la indemnización obtenida del
tercero extraño al hecho ilícito ha reparado totalmente el daño sufrido, la
obligación de indemnizar se extingue y no puede exigirse nuevamente su
reparación, aun cuando esto signifique un beneficio para el autor del daño, ya
que éste se libera en todo o parte de la obligación de indemnizar, porque la
regla general es que el tercero que ha pagado no puede repetir en contra del
autor del daño, a menos que la víctima le ceda las acciones correspondientes o
la ley se las confiera (es justamente esto último lo que sucede en materia de
seguros). Por lo tanto, la víctima no puede pedir una indemnización, o sólo
puede pedirla en aquella parte que no haya sido satisfecha.
c. El daño tiene que lesionar un interés legítimo: el hecho ilícito puede lesionar
derechos patrimoniales (como el derecho de dominio) o extrapatrimoniales
(como el honor de una persona). Pero basta con que el daño indemnizable
lesione un mero interés, entendido este como la posibilidad que una necesidad 25
pueda ser satisfecha mediante un bien.
Ahora bien, el interés debe ser legítimo, es decir, debe tener algún tipo de
protección por el derecho. Así, por ejemplo, no podría alegar una indemnización
el ladrón que es golpeado por el dueño de casa que lo sorprende en su hogar
intentando robar.
Por otra parte, el interés debe tener cierta relevancia, es decir, el daño debe
tener alguna magnitud, de modo que puedan ser excluidos intereses que
socialmente sean considerados de poca importancia. Si bien el principio es que
se pueden reparar todos los daños, lo cierto es que si esto se aplica a ultranza,
lo más probable es que se produciría el colapso de los tribunales de justicia. La
exigencia social de que debemos tolerar daños ínfimos que son propios de la
vida en común impone la necesidad de excluir aquellos de la reparación.
Clasificación de los daños
Los daños admiten diversas clasificaciones, las cuales ya fueron estudiadas a
propósito de la responsabilidad contractual, por lo que en esta materia nos
remitiremos a lo ya visto. Sin embargo, es necesario aclarar que, en términos
prácticos, estas clasificaciones tienen una importancia más bien relativa en materia de
responsabilidad extracontractual, porque el principio imperante en esta materia es que
todo daño debe ser indemnizado y la reparación de los daños sufrido debe ser íntegra
(principio de la reparación integral del daño). Es aquí inversa la situación a la que se
plantea en la responsabilidad contractual, en la cual hay limitaciones en cuanto a los
daños que se indemnizan.
Por lo tanto, en el ámbito extracontractual son indemnizables los daños patrimoniales,
daño emergente, lucro cesante, así como los daños previstos e imprevistos.
Hacen excepción a este principio de que todo daño debe ser indemnizado los
perjuicios indirectos, los cuales no son objeto de indemnización, porque en ellos falta
un requisito de la responsabilidad extracontractual, cual es la relación de causalidad
entre el hecho ilícito y el daño causado.
El problema que se planteaba en materia de responsabilidad extracontractual y que
puede considerarse hoy en día resuelto, es la procedencia de la indemnización del
daño moral, porque una de las clasificaciones que admite el daño es la que distingue 26
entre daño material y daño moral, siendo el daño material aquel que sufre un individuo
en su patrimonio o en su propia persona física, y el daño moral aquel que afecta los
atributos o facultades morales o espirituales de la persona.
En general, el daño moral está configurado por el sufrimiento que experimenta una
persona por una herida, una ofensa en su honor o por la muerte de un ser querido. El
daño moral puede presentarse unido al daño material o en forma aislada o
independiente.
La procedencia de la indemnización del daño moral fue bastante discutida,
argumentándose que la indemnización tiene por objeto hacer desaparecer el daño que
la persona ha experimentado y que, en el caso del daño moral, no es posible hacer
desaparecer ese daño. También se argumentaba con que es difícil establecer la
indemnización en el caso del daño moral. Si bien es cierto que estas argumentaciones
en contra eran razonables, hoy en día se acepta en forma general la indemnización del
daño moral en Chile, por las siguientes razones:
∑ No es efectivo que las indemnizaciones siempre sean reparadoras en el
sentido de hacer desaparecer el daño, sino que en ciertos casos es
compensadora del daño que se produjo, debiendo considerarse que
también hay daños materiales que tampoco se pueden hacer desaparecer y,
señalándose que la indemnización, en el caso del daño moral, tiende a
hacer más llevadero el dolor por las satisfacciones que produce la cantidad
de dinero que se recibe por la víctima.
∑ La dificultad en establecer la indemnización y los posibles abusos a que ello
pudiera prestarse no puede servir de pretexto para negar la compensación,
porque igual situación puede presentarse en los daños materiales.
∑ Las normas sobre indemnización en materia de delitos y cuasidelitos civiles
son amplias y no hacen ninguna distinción, ordenando indemnizar todo
daño (arts. 2314 y 2329).
∑ Por otro lado, en el art. 2331 se niega expresamente la indemnización del
daño moral y, si así lo hace en este caso, es porque en los demás se acepta.
En cuanto a la prueba del daño, esta corresponde a la víctima, siendo la determinación
del monto del mismo una cuestión de hecho que queda entregada a los tribunales de
instancia, no siendo revisable su monto por la vía de la casación ante la Corte
Suprema.
4. La relación de causalidad
Para que surja la obligación de indemnizar no basta con la sola concurrencia de los
requisitos vistos, es decir, no es suficiente que el autor del daño sea capaz, que haya
actuado con culpa o dolo y que se haya causado el daño, sino que además es
necesario que entre la acción realizada con culpa o dolo y el daño exista una relación
de causalidad, es decir, que el daño causado sea el efecto o la consecuencia del
actuar doloso o culpable del autor.
Este requisito está contemplado en nuestra legislación en dos disposiciones 27
fundamentales, los arts. 2314 y 2329, inciso primero. El art. 2314, al emplear la
expresión "inferido" está denotando la exigencia de la relación de causalidad. Lo propio
acontece con el art. 2329, al emplear la expresión "imputarse".
La relación de causalidad tiene que concurrir, sea que el daño provenga de una acción
u omisión. También debe estar presente la relación de causalidad en la
responsabilidad objetiva y en los casos de responsabilidad sin culpa, pero, en estos
casos, la relación de causalidad se presenta en una forma distinta, porque ella tiene
que existir entre el hecho y el daño y no entre el daño y la culpa o el dolo, como
acontece en la responsabilidad subjetiva.
Existe relación de causalidad cuando la acción u omisión culpable o dolosa es la causa
directa y necesaria del daño, de tal forma que de no mediar el hecho u omisión, el
daño no se habría producido. No tiene importancia a este respecto que el daño tenga
una o varias causas, o que se produzcan coetáneamente con el hecho o con
posterioridad. Lo esencial es que la acción sea la causa directa y necesaria del daño,
de tal suerte que de no mediar ella, el daño no se habría producido.
Si el daño se hubiere producido de todos modos, aun sin el hecho dañoso, no hay
relación de causalidad y el hecho ilícito no habría sido la causa directa y necesaria del
daño causado.
En la relación de causalidad se nos presenta un problema: cuando la causa del daño
es una sola no hay mayor dificultad en cuanto a la determinación de la relación de
causalidad, pero es frecuente que las causas del daño sean múltiples y, aún más,
estas varias causas pueden presentarse en distintas formas; así, en algunos casos
ellas pueden ser concurrentes y, en otros sucesivas, pero presentándose en tal forma
que si una de esas causas hubiere faltado el daño no se habría producido. En
circunstancias como estas se hace necesario encontrar un criterio que permita
discernir cuál es la causa a la que debe atribuirse el daño y en doctrina se han
propuesto varias teorías al respecto. Las más importantes son las siguientes:
a. La teoría de la equivalencia de las condiciones
Para esta teoría, basta que entre las múltiples causas que desembocan en un daño se
encuentre un hecho u omisión culpable o doloso para que exista relación de
causalidad, siempre que ese hecho culpable o doloso haya sido el elemento necesario
y directo del daño, es decir, que sin él el daño no se habría producido, aun cuando
concurrieren los demás hechos.
Esta situación es la que configura la llamada "teoría de la equivalencia de las
condiciones", llamada así porque todos los hechos que han concurrido a producir el
daño son considerados como causa de todo el daño y, por consiguiente, como
equivalentes. Para llegar a esta conclusión es necesario realizar un proceso mental de
supresión hipotética de las probables causas del daño, de manera que si en virtud de
este proceso llegamos a la conclusión que al faltar una de ellas y el daño no se
produce, es porque ese hecho es causa del daño. Por el contrario, si imaginamos que
una causa no existe y a pesar de eso el hecho se verifica, es porque ese hecho no es
causa del daño. 28
Esta teoría fue formulada por el penalista alemán Maximilian Von Buri en el siglo XIX y
hoy en día es admitida por la generalidad de los autores como el mecanismo más
idóneo para determinar si un hecho es o no causa de un daño.
En general, la jurisprudencia ha seguido esta teoría, la cual presenta algunas ventajas:
∑ Juega en su favor la sencillez que ella presenta.
∑ El que a través de ella se favorece a la víctima, la cual no va a tener que
estar analizando una por una las condiciones que produjeron el daño.
No obstante, esta teoría también ha sido objeto de críticas, principalmente porque su
aplicación pudiera conducir en ciertas circunstancias a situaciones absurdas; así, si
hay muchas causas de un mismo daño, algunas de mayor relevancia que otras, por
aplicación de esta teoría podría suceder que una causa insignificante o muy alejada
cronológica o físicamente, entre varias otras de mayor relevancia, pudiera llevar a la
indemnización total del daño. Esto provoca una extensión desmesurada de los
resultados a que conduce la teoría.
b. La teoría de la causalidad adecuada
Como reacción a las críticas que se formulan a la teoría de la equivalencia de las
condiciones es que surgió en el siglo XIX otra teoría, la llamada "teoría de la causa
adecuada o determinante". Su autor es el penalista alemán Von Kries, quien planteó
que entre todas las causas que concurran a la producción de un daño, debe elegirse
aquella que normalmente ha de producir el daño, es decir, aquella que entre varias
causas ha desempeñado un papel preponderante en la ocurrencia del perjuicio. Para
realizar esta elección el juez deberá ponerse en el lugar del causante del daño y
analizar los conocimientos que este tenía acerca de la posibilidad de causar el daño al
llevar adelante su actividad, así como los conocimientos que un hombre promedio
tendría en esa misma situación.
La gran crítica que se formula a esta teoría es su marcado carácter subjetivo, porque si
es el observador (juez) quien debe determinar la causa adecuada para producir un
daño, es decir, aquella que probablemente tiene la mayor aptitud para causarlo, quiere
decir que dependerá de la opinión del observador en el caso concreto saber cuál es la
causa adecuada.
c. La teoría de la imputación objetiva
Es una elaboración del siglo XX atribuida al civilista alemán Karl Larenz, pero que fue
desarrollada principalmente por la doctrina penal de ese país. Postula que para
analizar la existencia de relación de causalidad en un caso concreto debe distinguirse
dos formas de causalidad. En primer lugar, una causalidad material, consistente en la
vinculación física y material de un hecho con el daño, que se determina de acuerdo a
las ciencias naturales y para lo cual se recurre a la teoría de la equivalencia de las
condiciones. Una vez determinada de este modo la causalidad material, se debe
determinar si existe causalidad jurídica, es decir, si a un hecho materialmente unido
con el daño puede atribuírsele la responsabilidad, para lo cual se recurrirá a criterios
normativos que el juez deberá emplear para seleccionar la causa de mayor aptitud 29
para causar el daño, tales como la adecuación, el fin de la norma, o el aumento del
riesgo.
En nuestro país, tanto la doctrina como la jurisprudencia suelen analizar la causalidad
desde un punto de vista pragmático, sugiriendo que el nexo causal debe ser apreciado
en cada caso concreto, de acuerdo a las circunstancias que han rodeado al daño, sin
aplicar alguna teoría en particular. Normalmente los tribunales determinan la relación
de causalidad sin entregar explicaciones muy elaboradas para justificar su decisión.
No obstante, históricamente la teoría de la equivalencia de las condiciones ha sido el
método más recurrido, pero en fallos recientes se observa en forma cada vez más
frecuente que se formule la distinción entre causalidad material y causalidad jurídica,
propia de la teoría de la imputación objetiva.
Pero hay casos de excepción, porque hay circunstancias en que una persona va a
responder por hechos ajenos, lo que va a suceder cuando el autor del delito o
cuasidelito está bajo el cuidado o bajo la dependencia de la persona que va a
responder por el hecho ajeno. Este es una caso de responsabilidad civil que la ley
presume (art. 2320, inciso primero).
El fundamento de esta responsabilidad por hecho ajeno radica en que la ley estima
que cuando una persona tiene a otra bajo su cuidado o dependencia, aquélla tiene
que vigilar a esta última para evitar que cause daño. Pues bien, el legislador razona
sobre la base que es de suponer que si la persona que está al cuidado o bajo la
dependencia de otra causa un daño es porque la persona que debía vigilarla no
empleó el cuidado suficiente para evitar que el hecho se produjera. De modo que lo
que la ley hace es presumir en estos casos que el daño se produjo porque no se
empleó la debida diligencia para cuidar o controlar a la persona que se tiene a cargo,
ya que si la hubiere empleado el daño no se habría producido.
Es decir, el fundamento de la responsabilidad por el hecho ajeno sería la culpa en que
ha incurrido una persona que tenía a otra bajo su cargo (culpa in vigilando), cuidado o
dependencia al no actuar con la debida diligencia o cuidado, con la particularidad de
que esta culpa se presume y, por ende, no debe probarse por la víctima.
Requisitos de la responsabilidad por el hecho ajeno
a. Tiene que haber un vínculo de subordinación o dependencia entre el autor del
daño y la persona responsable, o sea, que la persona que comete el daño tiene
que estar subordinada a la persona que responde civilmente. El fundamento de
esta responsabilidad es la falta de vigilancia y, para que exista este
fundamento, es necesario que se tenga autoridad respecto de la persona por
quien se responde. El art. 2320 es muy claro al respecto al decir que se
responde por los hechos de aquellos que estuvieren al cuidado de quien
responderá.
En los casos que la ley señala, se presume la existencia de este vínculo de
subordinación. Así por ejemplo, el padre, para eximirse de la responsabilidad
por el hecho del hijo, tendrá que probar que no lo tenía a su cuidado y, en los
demás casos, el que invoca la responsabilidad va a tener que probar el
respectivo vínculo entre las personas.
b. Es necesario que sean capaces de delito o cuasidelito civil, tanto el hechor
como el responsable: ello fluye del art. 2319, norma que establece la
capacidad como elemento del delito o cuasidelito civil y exige la concurrencia
de la capacidad sin distinguir si se responde por hecho propio o por hecho
ajeno y, como la ley no distingue, el requisito se aplica a ambos casos. Es decir,
la persona que comete el hecho ilícito tiene que ser capaz de delito o
cuasidelito civil y también tiene que ser capaz, en el mismo sentido, la persona
que lo tenía a su cuidado. En caso contrario, no hay responsabilidad por el
hecho ajeno.
32
Si la persona que comete el delito o cuasidelito civil es incapaz, tiene aplicación
el art. 2319 y va a responder por este hecho ilícito la persona que lo tiene a su
cuidado, sólo si puede imputársele negligencia.
La diferencia entre estas dos situaciones está en que si el autor del daño es
capaz, se presume la culpa de la persona que lo tenía a su cuidado. En cambio,
si es incapaz, la víctima va a tener que probar la culpa del guardián, porque la
ley exige como requisito para su responsabilidad el que pueda imputársele
negligencia.
c. La comisión de un hecho ilícito por la persona de cuyos actos responde el
guardián: en la responsabilidad por el hecho ajeno se está respondiendo por el
daño causado por la persona por quien se responde derivado de un delito o
cuasidelito civil, es decir, respecto del hecho cometido por la persona por quien
se responde, tienen que concurrir todos los elementos de la responsabilidad
delictual o cuasidelictual civil.
d. La víctima va a tener que probar la culpa del subordinado o dependiente: esto
es así porque lo que la ley presume es la culpa del guardián, es decir, de la
persona que tiene a su cargo a otra persona, pero no se presume la culpa del
hechor y por eso la víctima, para que se configure la otra presunción, debe
probar la culpa del hechor.
Casos de responsabilidad por hecho ajeno
Están expresamente señalados en los arts. 2320, 2321 y 2322, sin perjuicio que
también hay algunos que se encuentran establecidos en otras leyes. Estos casos son
los siguientes:
a. La responsabilidad del padre o la madre por los hijos menores que habiten con
ellos (art. 2320, inciso primero).
Para que se configure esta responsabilidad tienen que concurrir los siguientes
requisitos:
i. Esta responsabilidad afecta al padre y, a falta de éste, a la madre. Ello es así
porque corresponde a los padres el cuidado personal y la educación de sus
hijos (arts. 222, 233 y 237). El legislador parte de la base que si el hijo menor
de edad ha cometido un hecho ilícito, ello se debe a que los padres no han
cumplido su obligación de cuidado y educación y, en este caso, la
responsabilidad le corresponde en primer lugar al padre y, en su defecto, a la
madre.
ii. Tienen que ser hijos menores de 18 años. Por los hijos mayores de edad no
responden los padres, sino que personalmente el autor del daño. Por esta
razón, si el hijo comete un delito o cuasidelito civil y tiene peculio profesional o
industrial, no va a responder el padre, porque cuando es así, ese hijo se mira
como mayor de edad.
iii. Que el hijo habite en la misma casa del padre o madre: esta exigencia de la ley
se basa en que solamente puede exigirse esta obligación de vigilancia o 33
cuidado del padre o la madre en el caso que el hijo conviva con ellos, ya que si
no viven juntos es difícil que el padre o la madre puedan dar cumplimiento a
esa obligación. De tal suerte que si el hijo no habita en la casa de su padre o
madre, no va a existir la presunción de responsabilidad, es decir, el padre o la
madre no van a responder de los delitos o cuasidelitos civiles cometidos por el
hijo menor, salvo la situación excepcional que se contempla en el art. 2321, en
el cual hay responsabilidad de los padres por los actos del hijo, no obstante que
no habiten en la misma casa.
iv. Que el padre o la madre, con la autoridad que le corresponde y a través del
ejercicio de ésta, haya podido evitar el hecho ilícito, porque si no fuere así no
hay responsabilidad para ellos (art. 2320, inciso final).
Verificados estos requisitos, el peso de la prueba les corresponde a los padres,
quienes deberán probar que no obstante su diligencia y cuidado no pudieron impedir
el hecho ilícito, prueba que no les es admisible en la situación que contempla el art.
2321. Las demás condiciones tienen que ser probadas por la víctima del hecho ilícito
para que se configure la presunción.
b. La responsabilidad del guardador (tutor o curador) por los hechos del pupilo
(art. 2320, inciso tercero): para que se configure esta responsabilidad es
necesario que el pupilo viva bajo la dependencia de éste. De tal manera que
esta responsabilidad afecta a aquellos guardadores a quienes se encomienda
la tuición o el cuidado personal del pupilo, porque no todo guardador tiene
tuición o el cuidado personal del pupilo, ya que hay algunos a quienes lo que se
encarga es la administración de los bienes del pupilo, como ocurre con los
curadores de bienes, los curadores especiales y los curadores adjuntos.
De tal suerte que un curador de bienes no va a tener responsabilidad por los
hechos ilícitos que hubiere cometido el pupilo por la sencilla razón de que él no
tiene el cuidado personal de éste.
Si el pupilo no tiene capacidad delictual o cuasidelictual civil, no existe la
responsabilidad por hecho ajeno, es decir, no opera la presunción de culpa y el
guardador sólo va a responder si se prueba su culpa conforme a las reglas
generales (art. 2319).
Ahora bien, no obstante existir esta presunción, el guardador puede liberarse de
la responsabilidad que recae sobre él probando que no pudo evitar el hecho
ilícito no obstante haber ejercido la autoridad que le corresponde y haber
empleado el cuidado a que estaba obligado en su calidad de tal (art. 2320,
inciso final).
c. La responsabilidad de los jefes de escuelas y colegios por sus discípulos (art.
2320, inciso cuarto): estas personas están afectadas por una responsabilidad
por los hechos ilícitos de sus discípulos mayores o menores de edad (la ley no
hace distinción). Pero esta responsabilidad existe y subsiste sólo mientras el
discípulo esté al cuidado del jefe de la escuela o colegio respectivo y no afecta
a los profesores del establecimiento educacional.
34
También en este caso, los jefes de escuelas o colegios pueden liberarse de su
responsabilidad probando que no obstante su autoridad no pudieron impedir el
hecho.
d. La responsabilidad de los artesanos y empresarios (art. 2320, inciso cuarto): se
entiende para los efectos de esta regla que artesano es la persona que ejerce
un oficio o arte meramente mecánico y por empresario, la persona que se
encarga de la ejecución de una obra o explotación de un determinado servicio o
espectáculo.
Los artesanos y empresarios responden de los hechos ilícitos de sus aprendices
o dependientes. Por aprendiz se entiende aquella persona que se está iniciando
en el conocimiento de un determinado oficio y, por dependiente, la persona que
está al servicio de otra y sujeta a su autoridad. La responsabilidad de los
artesanos y empresarios por los hechos de los aprendices o dependientes se
refiere o comprende solamente los hechos ejecutados por el aprendiz o
dependiente mientras se encuentra bajo la vigilancia o cuidado del artesano o
empresario. Esto implica que la víctima va a tener que probar que el delito o
cuasidelito civil se cometió mientras el aprendiz o dependiente se encontraba
bajo el cuidado del artesano o empresario. Pero aun cuando el hecho ilícito se
cometiera mientras el aprendiz o dependiente esté bajo la vigilancia del
artesano o empresario, éstos van a poder liberarse de responsabilidad
probando que no obstante su autoridad y cuidado, no pudieron impedir el
hecho ilícito.
e. La responsabilidad de los amos por los hechos de sus criados o sirvientes (art.
2322): el legislador emplea la expresión "amo", entendiéndose por tal la
persona que tiene a sus servicios a empleados domésticos; y por "criados" o
"sirvientes", las personas empleadas en esos menesteres. El amo responde
sólo de los actos ejecutados por el sirviente o criado que se realicen mientras
este último desempeñe sus funciones o cumple las órdenes que se le han
impartido.
No hay, por lo tanto, responsabilidad por los actos ejecutados por éstos y que
sean ajenos a las funciones que les corresponden, ni tampoco por los actos que
importen un abuso de las funciones que le corresponden al criado o
dependiente.
El civilmente responsable, en este caso, puede liberarse de responsabilidad por
los hechos de sus criados o dependientes, aun cuando lo hayan cometido en el
ejercicio de sus funciones, si prueba que esas funciones fueron ejercidas de un
modo impropio, que el civilmente responsable no podía prever ni impedir
empleando el cuidado ordinario y la autoridad que le compete. Esto no significa
que en esta situación no haya responsabilidad, sino que significa que el amo no
va a responder, siendo el criado o dependiente el civilmente responsable.
f. Casos fuera del Código Civil: por ejemplo, en la Ley del Tránsito, N° 18.290, se
establece la responsabilidad del propietario del vehículo por los hechos ilícitos
que haya cometido el conductor.
35
Efectos de la responsabilidad por hecho ajeno
Produce única y exclusivamente efectos civiles, jamás tiene efectos de carácter penal.
Los efectos civiles que produce son:
a. Se establece una presunción de responsabilidad por culpa de quien tiene a su
cargo el cuidado o vigilancia de otra, que causa un daño, presunción que por lo
general es simplemente legal.
b. La víctima no solamente puede demandar perjuicios a la persona responsable
por el hecho ajeno, sino que también puede demandar al autor del hecho ilícito
y, además, el tercero que paga la indemnización puede repetir en contra del
autor del hecho ilícito pidiéndole la devolución de lo que él hubiere pagado.
La razón del primer efecto está en que la responsabilidad por hecho ajeno tiene por
fundamento la idea que de parte del responsable ha habido un descuido, una
negligencia, es decir, una culpa por falta de vigilancia de la persona que está sometida
a su autoridad y es por ello que se presume la responsabilidad de esta persona,
presunción esta que es simplemente legal, ya que la regla general en la materia nos la
da el inciso final del art. 2320.
Pero hay un caso en que la presunción no es simplemente legal, sino que la doctrina
tradicional en Chile ha entendido como una presunción de derecho y es la presunción
de responsabilidad de los padres que se contempla en el art. 2321, lo que deriva de la
expresión “los padres serán siempre responsables”. En todo caso, es necesario
señalar que autores nacionales modernos (Enrique Barros, Pablo Rodríguez, Hernán
Corral) consideran que en este precepto no se contiene una presunción de derecho,
sino un caso de responsabilidad objetiva, en el cual los padres responden siempre por
el hecho de sus hijos, aunque no hayan sido negligentes.
El segundo efecto no lo menciona expresamente la ley, sino que se deriva de la
aplicación de las reglas generales, porque el autor ha cometido un delito o cuasidelito
civil y porque es plenamente capaz en lo que dice relación con los hechos ilícitos y, por
consiguiente, queda comprendido en las disposiciones generales de los arts. 2314 y
2329, inciso final.
Por lo demás, no hay ninguna norma legal expresa que excluya la posibilidad de
dirigirse contra el hechor, es decir, si la víctima del hecho ilícito no ha sido reparada
por la persona civilmente responsable, va a poder accionar en contra del autor del
hecho ilícito. No va a ser esta la situación frecuente y normal, porque la presunción de
responsabilidad se encuentra establecida, entre otras razones, por la posible
insolvencia del hechor o autor material del daño. Basta analizar los casos de
responsabilidad por hecho ajeno contemplados en el art. 2320 para concluir que en la
mayor parte de ellos el autor o hechor no tiene la capacidad económica suficiente
como para responder de los perjuicios que hubiere causado.
Lo que no puede hacer la víctima del hecho ilícito es demandar al hechor y al tercero
civilmente responsable en forma conjunta, porque la regla general en esta materia es
que no existe solidaridad, salvo en el caso del propietario de un vehículo, previsto en la
Ley de Tránsito, que responde solidariamente con el conductor. 36
3. La acción civil puede ser de conocimiento de los jueces de policía local si ella se
deriva de faltas o infracciones que son de su competencia. Ej: indemnizaciones
derivadas de accidentes de tránsito. En estos casos, se aplica el procedimiento
previsto en la ley N° 18.297, que reglamenta estos tribunales.
En principio, la víctima tiene libertad para elegir qué forma de reparación del daño
prefiere. Sin embargo, la doctrina suele opinar que la reparación en especie solo
puede ser exigida cuando sea posible materialmente y con ella no se cause un
perjuicio desproporcionado al demandado.
Bajo este título estudiaremos las reglas de acuerdo a las cuales debe fijarse el monto
de la indemnización de perjuicios.
Sobre esta norma, cabe señalar que ella ha sido resistida por la doctrina
y por variada jurisprudencia, puesto que no se observan razones para la
exclusión del daño moral. En la actualidad, este precepto ha sido
declarado inconstitucional por el Tribunal Constitucional, por estar en
contradicción con el art. 19 N°s. 1 y 4, de la Constitución Política, pero
por la naturaleza del recurso de inaplicabilidad por inconstitucionalidad,
dicha declaración sólo tiene aplicación en el caso particular para el que
se emite.
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