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Heidegger M., Nietzsche (GA, 6,1; 6,2), Francfort, Klostermann, 1975. Nietzsche, trad.

J. L. Vermal, Barcelona, Ediciones Destino, 2000, 20052.

pp. 108-110
«Ahora bien, ¿qué quiere decir Kant con esa determinación de lo bello como objeto del
agrado «desinteresado»? ¿Qué quiere decir «sin ningún interés»? Interés es el mihi
interest latino, algo me importa; tener interés en algo quiere decir: querer tener algo,
para poseerlo, usarlo y disponer de ello. Cuando tenemos interés en algo, lo ponemos
con miras a lo que queremos o pretendemos hacer con ello. Aquello en lo que tenemos
interés está ya siempre considerado, es decir representado, en vista de otra cosa. Kant
plantea la pregunta por la esencia de lo bello de la siguiente manera. Se pregunta:
¿cómo tiene que estar determinado el comportamiento por el que encontramos que algo
que nos sale al encuentro es bello, para que encontremos que lo bello es bello? ¿Cuál es
la razón determinante para encontrar bello algo? Antes de decir positivamente cuál es
esta razón determinante del encontrar-bello, y por lo tanto qué es lo bello en cuanto tal,
Kant rechaza lo que en ningún caso puede ni debe imponerse como tal: un interés. Lo
que el juicio «esto es bello» requiere de nosotros no puede ser nunca un interés. Esto
quiere decir: para encontrar algo bello tenemos que dejar que lo que nos sale al
encuentro llegue ante nosotros puramente como él mismo, en su propio rango y
dignidad. No debemos considerarlo de antemano en vista de otra cosa, de nuestras
finalidades y propósitos, de un posible goce o beneficio. El comportamiento respecto de
lo bello en cuanto tal es, dice Kant, el libre favor, tenemos que dejar en libertad lo que
nos sale al encuentro como tal en lo que él mismo es, tenemos que dejarle y concederle
lo que le pertenece y lo que nos aporta. ¿Pero este libre favorecer —nos preguntamos
ahora— este dejar ser lo bello como lo que es, es una suspensión de la voluntad, es
indiferencia? ¿O este libre favor es, por el contrario, el máximo esfuerzo de nuestro ser,
la liberación de nosotros mismos para dejar en libertad aquello que tiene en sí una
dignidad propia, a fin de que pueda tenerla en su pureza? ¿Es el «sin interés» kantiano
un «manosear» y hasta «contaminar» el comportamiento estético?, ¿no es más bien su
gran descubrimiento y apreciación? La mala comprensión de la doctrina kantiana del
«agrado desinteresado» consiste en un doble error:
1) La determinación «sin ningún interés», que Kant da sólo de modo preparatorio y para
abrir el camino, y cuya formulación lingüística señala ya con suficiente claridad su

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carácter negativo, es considerada como su único, y al mismo tiempo positivo, enunciado
acerca de lo bello, presentándola hasta el día de hoy como la interpretación kantiana de
lo bello.
2) Esta determinación, mal comprendida así en cuanto a su función metódica, al mismo
tiempo no resulta pensada, en cuanto a su contenido, respecto de lo que permanece del
comportamiento estético cuando desaparece el interés por el objeto. La mala
comprensión del «interés» conduce al error de opinar que al excluirlo se impide toda
relación esencial con el objeto. Lo que ocurre es precisamente lo contrario.
Precisamente gracias al «sin interés» entra en juego la relación esencial con el objeto
mismo. No se ve que sólo entonces llega a aparecer el objeto como puro objeto, que ese
llegar a aparecer es lo bello. La palabra «bello» alude al hacer aparición en la apariencia
de ese aparecer.
A este doble error le precede lo realmente decisivo: la omisión de no abordar
efectivamente lo que Kant ha formulado con carácter fundamental acerca de la esencia
de la belleza y del arte. Para ver cómo la citada mala comprensión de Kant realizada en
el siglo XIX se mantiene persistente y sin perder sus visos de obviedad hasta la
actualidad, consideremos un ejemplo significativo. […] Si Nietzsche, en lugar de
confiarse a la guía de Schopenhauer, hubiera interrogado al propio Kant, habría tenido
que reconocer que sólo Kant ha comprendido lo esencial de lo que él, a su modo, quiere
que se considere como decisivo en la belleza. Después de la insostenible observación
sobre Kant en el pasaje citado (XIV, 132), no hubiera podido proseguir diciendo: «Para
mí vale como bello (considerado historiográficamente): lo que puede verse en los
hombres más admirados de una época, como expresión de lo más digno de ser
admirado». Porque precisamente eso: lo que en su aparecer es digno de ser apreciado
por una apreciación pura, es para Kant la esencia de lo bello, aunque no lo extienda
inmediatamente como Nietzsche a todo lo históricamente grande y significativo. Y
cuando Nietzsche dice (La voluntad de poder, n. 804): «Lo bello no existe, del mismo
modo en que no existe lo bueno y lo verdadero», coincide también con la opinión de
Kant.
La referencia a Kant al exponer la concepción nietzscheana de la belleza pretende no
sólo eliminar esta mala comprensión, profundamente arraigada, de la doctrina kantiana,
sino dar una posibilidad de comprender lo que el propio Nietzsche dice acerca de la
belleza desde su originario contexto histórico. El hecho de que Nietzsche mismo no
viera este contexto constituye un límite que comparte con su época y con su relación

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con Kant y el idealismo alemán. Así como no sería disculpable que quisiéramos dejar
que subsista la mala comprensión dominante de la estética kantiana, igualmente erróneo
sería intentar reducir a la kantiana la concepción que tiene Nietzsche de la belleza y de
lo bello. Por el contrario, de lo que se trata ahora es de dejar que la determinación
nietzscheana de lo bello crezca desde su propio suelo y de observar a qué discrepancia
se traslada.»

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