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El martirio de los libros: una

aproximación a la destrucción bi-


bliográfica durante la Guerra Civil
Mariano Boza Puerta
Patronato de la Alhambra y el Generalife
Miguel Ángel Sánchez Herrador
Biblioteca Pública del Estado-Provincial de Córdoba

El patrimonio bibliográfico y documental sufrió cuantiosas y significativas pérdidas durante la


Guerra Civil. En este artículo analizamos sus precedentes durante la Segunda República, así como las
destrucciones más significativas en el transcurso del conflicto, como aproximación a las mismas para
futuras investigaciones.
Palabras clave: Guerra Civil, destrucción de libros y bibliotecas, patrimonio bibliográfico y
documental
THE MARTYRDOM OF BOOKS: ABOUT BOOK DESTRUCTION DURING THE SPANISH
CIVIL WAR
Spanish bibliographic and documentary heritage suffered many significant losses during the Spanish
Civil War. This article discusses its beginnings during the period of the Second Republic and describes
the most significant destructions taking place during the actual war conflict. A short analysis of these
destructions is carried out for future research.
Keywords: Civil War. Book and library destruction. Bibliographic and documentary heritage.

1. Introducción

La Segunda República Española, contagiada del espíritu de la Institución Libre de


Enseñanza, llevó a cabo una ambiciosa política bibliotecaria para crear un sistema de
bibliotecas que llegara a toda la población española con el fin de elevar el pobre nivel
educativo y cultural (1). El libro, la lectura y las bibliotecas, junto con las escuelas, eran
las herramientas principales para desarrollar un vigoroso programa de regeneración
nacional, por ello se realizó un extraordinario esfuerzo no sólo en la construcción de
bibliotecas y escuelas, sino también en su dotación y mantenimiento.
Esta incesante labor se reflejó en el campo de las bibliotecas con la creación en
noviembre de 1931 de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Biblio-

Boletín de la Asociación Andaluza de Bibliotecarios, nº 86-87, Enero-Junio 2007, pp.79-95


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tecas Públicas, organismo que multiplicó por veinte el presupuesto destinado a la


adquisición de libros para las bibliotecas. Este impulso era una necesidad perentoria,
teniendo en cuenta el miserable panorama de las bibliotecas. En todo el país el cuerpo
de bibliotecarios estaba constituido tan sólo por 300 profesionales, de ellos, 250
desarrollaban su labor en la Biblioteca Nacional y el resto estaba dedicado mayori-
tariamente a bibliotecas que prestaban servicio a una minoría erudita. Únicamente
existían bibliotecas populares en Madrid y cuatro capitales de provincia.
El nuevo régimen llevó a cabo una enérgica extensión de bibliotecas, de la que
son fruto la ya mencionada Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, o el acceso
a la lectura en el medio rural por medio de las bibliotecas creadas por las Misiones
Pedagógicas.
De esta forma, el libro se convirtió en un símbolo del cambio de la sociedad
española, y de paso en motivo de enfrentamiento entre clases sociales. Por ello
no es extraño que sucesos similares al acaecido en Guadasuar, que a continuación
relatamos, fueran frecuentes durante los primeros años del régimen republicano.
El ayuntamiento de esta localidad de la provincia de Valencia pretendía trasladar la
biblioteca a un local más céntrico que estaba ocupado por una imagen religiosa, a
lo que se oponían las clases conservadoras del pueblo. La hostilidad entre derechas
e izquierdas era muy enconada y se utilizaron cultura y religión como excusas para
los ataques mutuos. De hecho de la colección de reproducciones de cuadros que
Misiones Pedagógicas había enviado al grupo escolar, sólo quedaban intactos ...uno
de asunto no religioso y el Sueño de Jacob al que, por lo visto, en esa actitud
de abandono, no tomaron por santo; los demás los rompió el pueblo soberano
el día de la[s] elecciones, a pedradas (2).
La conflictiva situación (desordenes públicos, asaltos, agresiones, terrorismo,
sublevaciones,…) que se vivió durante la Segunda República, fruto de la progresiva
tendencia al maximalismo de los partidos políticos, y el trágico desenlace en guerra
civil, impidió este impulso de la extensión del libro, la lectura y las bibliotecas tan
necesario para España.

2. Antecedentes

2.1. Revolución de Asturias

Tras la proclamación de la Segunda República y debido a la inexistencia de


bibliotecas populares, organizaciones obreras, sindicatos y asociaciones culturales
crearon bibliotecas por todo el país, alcanzando esta iniciativa un especial desarrollo
en Asturias. Se trataba, generalmente, de pequeñas colecciones de libros de edi-
ciones populares sobre ciencia, mecánica o salud, o de reimpresiones de grandes
obras de la literatura.

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La victoria en las elecciones de noviembre 1933 de los partidos conservadores,


y la posterior entrada de tres ministros de la CEDA – el partido más votado – en el
gobierno de Lerroux, provocó un levantamiento izquierdista en octubre de 1934. La
sublevación triunfa en Cataluña, donde es rápidamente abortada, y Asturias, región
en la que obtiene un importante apoyo social que obliga al gobierno a afrontar una
guerra para someter a los insurrectos.
En el asedio que los rebeldes sometieron a Oviedo, destruyeron edificios tan
representativos como la Universidad, donde fue pasto de las llamas su biblioteca,
con una colección de cien mil volúmenes reunida desde su origen en 1608. El 13
de octubre de 1934 desaparecieron, entre otras dependencias, la Biblioteca Pro-
vincial Universitaria, la biblioteca especial de la Facultad de Derecho y el Archivo
Universitario (3).
La insurrección provocó en Asturias la destrucción de 63 edificios públicos y
58 iglesias. A esto hay que añadir, la quema de iglesias y edificios religiosos en
Cataluña.
Una vez sofocada la sublevación, el gobierno aplicó severas medidas represivas
que incluyeron la clausura de las sedes de las organizaciones que, a su juicio, ame-
nazaban el orden público. Estos locales incluían en muchas ocasiones bibliotecas
obreras. Además, se creó una Comisión de Depuración de Bibliotecas que se incautó
de los libros que consideraba pornográficos, revolucionarios o nocivos para la moral
pública. Los libros proscritos fueron destruidos o condenados a una sección de la
Biblioteca Pública de Oviedo denominada El Infierno, y que, obviamente, tenía un
acceso muy restringido. Esta sección fue reabierta en 1974.
Fernando Báez calcula que las fuerzas del orden destruyeron los libros de más de
257 bibliotecas populares en los ateneos asturianos (4). Muchas de estas bibliotecas
fueron reabiertas poco antes de las elecciones de febrero de 1936, registrando una
gran afluencia de lectores.

2.2. Persecución religiosa

La larga tradición del anticlericalismo español, experimentó un serio recrude-


cimiento tras la proclamación de la Segunda República, como muestran los actos
vandálicos y la quema que sufrieron los edificios religiosos en diversas ciudades, y
la violencia contra sacerdotes y seglares. Hechos que agravaron la desconfianza de
la Iglesia española y soliviantaron a los sectores conservadores contra el régimen
republicano.
La violencia desatada contra edificios y bienes pertenecientes a la Iglesia, también
afectó a sus archivos y bibliotecas, lo cual significó la desaparición de un patrimonio
documental de gran valor y de multitud de tesoros bibliográficos.

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Sólo entre el 10 y el 13 de mayo de 1931, cuando todavía no había transcurrido


un mes desde la proclamación de la Segunda República, casi un centenar de templos
y casas religiosas, fueron pasto de las llamas, ante la actitud pasiva de las autoridades
y la inexistente intervención judicial (5). Los asaltos y quemas de edificios religiosos
comenzaron el 10 de mayo en Madrid, pero al día siguiente se extendieron por gran
parte del país (Sevilla, Granada, Málaga, Cádiz, Valencia, Alicante, Murcia,…) con un
resultado de más de cien edificios, algunos de gran valor artístico, destruidos. Entre
los bienes desaparecidos en estos incendios, merecen especial mención bibliotecas
como la residencia de los Jesuitas en la calle de la Flor (80.000 volúmenes, entre
ellos incunables y ediciones príncipe de Quevedo, Lope de Vega y Calderón de la
Barca), considerada la segunda de España después de la Biblioteca Nacional (6); o
la del Instituto Católico de Artes e Industrias (20.000 volúmenes, entre ellos obras
únicas en nuestro país).
Una parte de la población identificaba a la Iglesia como uno de los mayores frenos
en la construcción de una nueva sociedad que traería la Segunda República. A reforzar
esta imagen colaboró con fruición la prensa de izquierdas, que en sus caricaturas,
sátiras y burlas representaban al clero como fuente de todo tipo de corrupciones.
En el otro extremo, la prensa católica de derechas ofrecía una visión apocalíptica
sobre la desintegración social que traerían las reformas republicanas.
Estos episodios de violencia no fueron, o no supieron ser, atajados por el gobierno,
y alcanzaron mayor virulencia en la revolución asturiana de 1934.
El 17 de febrero de 1936, un día después de celebrarse las elecciones generales,
y cuando aún se desconocían los resultados provisionales de la primera vuelta, la
expansión de júbilo por una presumible victoria del Frente Popular, tuvo como saldo
la quema de más de un centenar de templos y edificios religiosos por toda España.
Además fueron incendiadas sedes de periódicos derechistas, asociaciones obreras
católicas y simples edificios particulares. A partir de esta fecha y hasta la insurrección
militar del 18 de julio, los atentados contra edificios religiosos menudearon.

3. La Guerra Civil

3.1. Bando nacional

Una vez producida la sublevación, el 18 de julio de 1936, en la zona que queda en


poder de los rebeldes se produce una represión sobre la población y las instituciones
afectas al régimen republicano que alcanza niveles extremos en algunas regiones.
En Navarra, tras el expurgo en escuelas, bibliotecas o el asalto a sedes de partidos,
sindicatos o viviendas particulares era habitual la quema de libros, periódicos o
folletos que las nuevas autoridades estimaban antipatrióticos, sectarios, inmorales,
heréticos y pornográficos.

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De este modo, la quema de libros se convirtió en un acto público de adhesión al


bando nacional. Periódicamente se quemaban libros en las plazas de pueblos y ciuda-
des, como colofón a actos civiles o religiosos, más que por el contenido de los libros,
por su significado simbólico. Carmelo Casaño recuerda la quema que tuvo lugar en
Córdoba de los libros de segunda mano de los puestos de la Plaza de la Corredera:
Un día desaparecieron los libros. Los compraron al peso y se los llevaron a Las
Tendillas, para quemarlos, porque estaban celebrando las Misiones. La tarde de
aquel domingo, después del sermón de un jesuita con bonete, ardieron, crepi-
tando, los viejos libros que dormían en la Corredera. Definitivamente murieron
todos: el “Ars Amandi” y la vida de San Esperato. Él echó en la pira dos novelas
de Hugo Wast, y todavía le duele la mano cuando lo recuerda (7).
Incluso se les denominó autos de fe, como el que se celebró en la Universidad
Central en Madrid, en mayo de 1939, donde se condenaron al fuego los libros
separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticató-
licos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de
un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los
textos malos y los periódicos chabacanos (8).
En noviembre de 1936, una vez sosegado el delirio del primer momento y ante la
proliferación de hogueras, las autoridades nacionales reclaman mesura, establecien-
do una rigurosa censura previa y limitándose al expurgo de las bibliotecas públicas,
respetando las colecciones particulares.
En la zona nacional, desde el inicio de la Guerra Civil se fueron aprobando una
serie de medidas legislativas que atentaban contra la libertad de expresión y la libre
circulación de libros, como por ejemplo un decreto de la Junta Técnica del Estado,
de 23 de diciembre de 1936, contra la producción y comercio de literatura porno-
gráfica. Este decreto declaraba ilícitos la producción, el comercio y la circulación
de libros, periódicos o cualquier tipo de publicación con grabados pornográficos
de literatura socialista, comunista, libertaria, y, en general, disolvente. Más tarde,
el 23 de mayo de 1937, la Delegación del Estado para la Prensa y la Propaganda
centralizó la censura de libros y demás impresos en una única oficina.
El 16 de septiembre de 1937, la Junta Técnica del Estado aprobó una orden
que significaba la depuración en bibliotecas públicas, centros culturales, colegios y
academias de toda publicación, que sin valor artístico o arqueológico reconocido,
transmitiera ideas nocivas para la sociedad. Para realizar esta labor, se crearon
Comisiones de Depuración en cada distrito universitario, compuestas por distintos
miembros académicos y militares eclesiásticos. Estas comisiones elaboraron listas de
libros prohibidos, que contenían ideas opuestas al espíritu del Movimiento Nacional.
Los libros considerados peligrosos para los lectores por las comisiones de depu-
ración eran remitidos a la Comisión de Cultura y Ciencia de la Junta Técnica del
Estado, que los clasificaba en tres grupos:
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1. Obras pornográficas de carácter vulgar sin ningún mérito literario.


2. Publicaciones destinadas a la propaganda revolucionaria o a la difusión de
ideas subversivas sin contenido ideológico de valor esencial.
3. Libros y folletos con mérito literario o científico que por su contenido ideo-
lógico puedan resultar nocivos para lectores ingenuos o no suficientemente
preparados para la lectura de los mismos.
Únicamente se salvaron de la destrucción los libros incluidos en el tercer grupo,
a los que se les condenaba a una sección de la biblioteca de acceso limitado. Para
la consulta de estos libros era imprescindible un permiso especial concedido por la
Comisión de Cultura y Ciencia.
No todos los libros se perdieron irremisiblemente. Hubo alguna iniciativa para
rescatar de las bibliotecas requisadas a particulares, aquellos libros de interés general
que no les resultaban problemáticos. Un ejemplo fue la relación de libros que el
Gobernador Civil de Córdoba envió a la biblioteca de la Central Obrera Nacional-
Sindicalista, pues eran obras que provenían de las bibliotecas incautadas a republi-
canos de la ciudad (9).
La República confió a la educación un papel principal en la modernización del
país, y como tal fue contestada desde los primeros momentos de la sublevación.
Las investigaciones en la actualidad sitúan en torno a una cuarta parte, el por-
centaje de maestros que resultó sancionado en una u otra manera, es decir desde
la suspensión temporal de sueldo hasta el fusilamiento. Este porcentaje no resulta
excesivo en comparación con otros colectivos y si tenemos en cuenta el rigor inqui-
sitorial de la depuración. Lo que nos aleja de la imagen de un Magisterio entregado
en cuerpo y alma a la República y a los principios democráticos (10).
Sin embargo, las bibliotecas escolares fueron expurgadas cuidadosamente. La
Orden de 4 de septiembre de 1936, encargó a gobernadores civiles, alcaldes y
delegados gubernativos, así como a los inspectores de enseñanza, la labor de hacer
desaparecer, todas las obras de carácter marxista o comunista, con las que [el
Gobierno] ha organizado bibliotecas ambulantes y de las que ha inundado las
Escuelas, a costa del Tesoro público, constituyendo una labor funesta para la
educación de la niñez (11). Previamente algunas autoridades provinciales ya habían
dictado normas para regular el expurgo de bibliotecas escolares.
Los expurgos de bibliotecas también tenían un hueco en la prensa local. Estas
noticias detallaban las bibliotecas depuradas y los libros destruidos, y entre ellas se
encontraban las bibliotecas escolares. En algunos casos, no fue necesario el expurgo
puesto que los maestros, por miedo a las represalias, ya se habían desecho previa-
mente de los obras conflictivas (12).

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En 1938, se aprobaron distintas disposiciones que limitaban la distribución de


obras extranjeras, oficializaban la incautación de libros de carácter político o social,
e implantaban normas para la depuración e instalación de secciones de uso restrin-
gido en bibliotecas.
En cuanto a la extensión de la cultura a las tropas del bando nacional, surgieron
dos organizaciones para el fomento de las bibliotecas: el Servicio de Lectura para
el Soldado y el Servicio de Lectura para el Marino. Ambas iniciativas tuvieron una
trascendencia y dimensión mucho menores que sus equivalentes republicanas.
Además de la eliminación con fines ideológicos o represivos, se produjo una
destrucción fruto de las acciones bélicas. Por ejemplo, la Biblioteca Nacional fue
bombardeada en 1937. Pero gracias a la afortunada intervención de los biblioteca-
rios, los daños en la colección no fueron cuantiosos.
Tal vez la destrucción más significativa fue la que se produjo en el fondo de la
Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, que
quedó situada en el frente, y donde los republicanos utilizaron los libros como para-
peto, o incluso como combustible en los fríos inviernos. Algunos investigadores han
determinado que se perdió un tercio del fondo, si bien no existen datos fiables (13).
En los bombardeos y los combates ocurridos en los distintos frentes de la contienda
también desaparecieron infinidad de bibliotecas privadas. En la Batalla de Madrid,
por ejemplo, fueron arrasadas bibliotecas de poetas como Vicente Aleixandre, cuya
casa estaba situada en la línea de frente, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o Pablo
Neruda; o las de los pintores Moreno Villa y Ramón Gaya.
En Cataluña, una vez ocupada por el ejército nacional, fueron requisadas 160
toneladas de documentos. De esta cantidad, sólo se conserva en la actualidad,
según estima el historiador Josep Cruanyes, la décima parte. El resto, una vez
analizado su contenido con fines represivos, fue empleado en la fabricación de
pasta de papel.
Esta documentación fue requisada por la Delegación del Estado para la Recu-
peración de Documentos (DERD), creada el 26 de abril de 1938, con la función
de centralizar la recogida clasificación y custodia de toda clase documentos para la
elaboración de un archivo de datos que se emplearía para la obtención de pruebas
sobre las actuaciones de los enemigos de España, que posteriormente era puesta
a disposición de los tribunales depuradores.
El Servicio Nacional de Prensa y Propaganda también participó en la interven-
ción de documentos, aunque se centró más en la incautación de libros, prensa,
publicaciones periódicas, fotografías y películas. Muchas de estas publicaciones,
especialmente si existían ejemplares repetidos eran vendidos para la fabricación de
pasta de papel.

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En Barcelona, 72 toneladas de libros procedentes de librerías, editoriales y bi-


bliotecas fueron destruidos por contener ideas rojas o disolventes.
Al terminar la guerra, los vencedores llevaron a cabo una represión que afectó
también a los libros calificados como separatistas, liberales, marxistas, anticatólicos
o chabacanos; que fueron destruidos o prohibidos. Además se realizó un desman-
telamiento de la política bibliotecaria republicana.
El miedo también provocó la destrucción de libros por sus mismos propietarios,
cuando la posesión de determinadas publicaciones podía comprometerlos seriamente.
Severiano Núñez García, maestro de Jaraiz de la Vera, provincia de Cáceres, había
reunido una pequeña biblioteca de libros de ideología progresista. Tras la victoria
de la CEDA en las elecciones de 1934, la Guardia Civil le retiró estos libros, que no
tardó en reclamar en el momento en que el Frente Popular ganó las elecciones de
1936. Cuando comenzó la sublevación, destruyó los libros y revistas comprome-
tedoras, pero ya era tarde, puesto que ya se había señalado ante la Guardia Civil
como republicano y progresista, en los siguientes días fue fusilado (14).

3.2. Bando republicano

La política bibliotecaria del Ministerio de Instrucción Pública del gobierno repu-


blicano fue muy activa desde septiembre de 1936 a abril de 1938, periodo al frente
del cual estaba Jesús Hernández. A partir de esta fecha, y debido al derrotismo ante
el desenlace de la guerra, esta política sufrió un estancamiento.
A principios de 1936, meses antes de iniciarse el enfrentamiento bélico, los par-
tidos integrantes del Frente Popular crean un organismo con el objetivo de coordinar
todos los esfuerzos y las distintas iniciativas culturales y deportivas. Este proyecto
toma el nombre de Cultura Popular, y cuando se produce la sublevación militar,
modifica sus líneas de actuación ante la nueva situación: los objetivos prioritarios
son ahora dotar de periódicos y pequeñas bibliotecas a combatientes y trabajadores
para su formación cultural, información o entretenimiento, y el rescate y protección
del tesoro artístico. Además de la Sección de Bibliotecas, que era la más activa y
estaba dirigida por Teresa Andrés, existían una Sección de Teatro y una discoteca
circulante.
Con el respaldo del Ministerio de Instrucción Pública y el apoyo de la prensa,
Cultura Popular obtiene miles de libros que distribuye en tres grupos: libros sin inte-
rés, pornográficos o fascistas (procedentes de incautaciones y convertidos en pasta
de papel); otro destinado a una biblioteca central; y finalmente los asignados a las
bibliotecas circulantes. Más adelante, con el objetivo de llevar libros y prensa a las
trincheras, se crearon las Bibliotecas de Guerra que estaban compuestas por: las
Bibliotecas de Hogares del Soldado, las bibliotecas de Hospitales y las bibliotecas de
Batallones. También se idearon unas pequeñas bibliotecas ambulantes, destinadas a
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unidades en constante movimiento, consistentes en un cajoncillo rectangular provisto


de una tapa con llave que hacía de pupitre, una correa lateral para su transporte, y un
sillín plegable que servía de base. Además contó con un bibliobús visitando los frentes
más aislados y completando las pequeñas bibliotecas en las líneas de vanguardia.
Rosa San Segundo estima que Cultura Popular creó 931 bibliotecas en los fren-
tes de guerra y realizó más de 150.000 envíos de lotes bibliográficos a hospitales,
cuarteles, sanatorios y otros (15).
En Cataluña, el Departamento de Cultura de la Generalidad fundó en febrero de
1937, a semejanza de la Sección de Bibliotecas de Cultura Popular, el Servicio de
Bibliotecas del Frente. Su función era dotar de bibliotecas a los frentes y hospitales.
El Servicio estaba organizado en bibliotecas centrales, subcentrales y bibliotecas de
avanzada, y llegó a crear una red de unas 40 bibliotecas. Es subrayable la meritoria
labor que prestó a los soldados del frente por medio de una flota de camionetas que
actuaban como bibliotecas ambulantes.
Las Milicias de la Cultura fue otra institución, que iniciada la guerra, participó
en la creación y organización de bibliotecas, aunque a una escala mucho menor
que Cultura Popular. Se creó, a principios de 1937, debido al empeño del ministro
Jesús Hernández. Se trataba de una cruzada contra el analfabetismo para la que
se creaba un cuerpo de maestros e instructores, pertenecientes en su mayoría a la
Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE) y encargados de dotar a los
soldados de una enseñanza elemental. Las bibliotecas creadas, alrededor de 112
en cuarteles y frentes, eran consideradas un instrumento de apoyo de la formación
del soldado, y fueron posibles debido a la incautación de bibliotecas privadas de
personas desafectas al régimen y donaciones.
La labor de esta organización tuvo sus detractores en el bando republicano, como
el dirigente socialista y pedagogo Rodolfo Llopis Ferrándiz, quien denunció el sec-
tarismo que los comunistas imprimían a la formación que se ofrecía a los soldados.
En este sentido, cuando en la lectura colectiva se empleaban textos de contenido
político, asistía un camarada con nivel político que orientaba las discusiones. Además,
la censura de libros pertenecientes a los lotes de donación era práctica habitual.
Con respecto a la protección del patrimonio cultural, miembros de Cultura
Popular participaron activamente en la recolección de materiales de conventos y
palacios, el traslado de los cuadros del Museo del Prado, o el salvamento de parte
de los fondos de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, de la que ya hablamos
anteriormente.
En Cataluña, la Generalidad desarrolló una importante labor en la salvaguarda
de obras de arte y bibliotecas.
La persecución a los católicos en la zona republicana también se cebó en los
edificios religiosos: unas 20.000 iglesias fueron total o parcialmente destruidas,

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además de conventos, seminarios, etc. Numerosas joyas bibliográficas, bibliotecas


y archivos eclesiásticos fueron pasto de las llamas (especialmente en las diócesis de
Cuenca y Barcelona). En el incendio de la catedral de Cuenca se perdió una valiosa
colección de diez mil volúmenes de su biblioteca, donde se encontraba el famoso
Catecismo de Indias.
En ocasiones los libros y la documentación perteneciente a bibliotecas y archivos
eclesiásticos era utilizada como materia prima para la fabricación de papel. Por
ejemplo, en Valencia, la fábrica de papel de Layana recogió fondos archivísticos de
la catedral de Segorbe (3.525 kilos de papel y mil pergaminos) y de otras iglesias.
Ante los desórdenes, ataques e incendios que se estaban produciendo al inicio
de la Guerra Civil, el gobierno republicano tuvo que tomar medidas de emergencia
para proteger las obras de arte, los documentos y los libros conservados en centros
religiosos, archivos, palacios y casas particulares. Se creó, en agosto de 1936, la
Junta de Incautación, Protección y Conservación del Tesoro Artístico Nacional,
dependiente del Ministerio de Instrucción Pública, con el fin de salvar los tesoros
artísticos amenazados por la destrucción. La Junta realizó una campaña de con-
cienciación, entre soldados y civiles que ocupaban los palacios de la capital, del
valor de las obras de arte. También se inspeccionaron los conventos abandonados
y saqueados para trasladar los escasos objetos valiosos abandonados a los depósitos
del Museo del Prado.
Los libros y la prensa confiscados en Madrid serán custodiados en los sótanos de
la Biblioteca Nacional y en la Hemeroteca Municipal. La Junta de Incautación logró
reunir en la Biblioteca Nacional 40 archivos, 70 bibliotecas y cerca de 500.000
volúmenes (16).
Tanto en la Junta de Incautación de Bibliotecas, como en la Biblioteca Nacional,
Navarro Tomás –nombrado director desde el 23 de octubre de 1936– llevó a cabo
una encomiable actividad en el salvamento del patrimonio bibliográfico.
En las provincias, las delegaciones de la Junta emplearon distintas, y a veces
peculiares, ubicaciones para la protección del patrimonio cultural: los polvorines de
la base naval de Cartagena, el castillo de Figueras, las minas de talco de La Vajol, o
las cuevas de la Algamera (17).
La Junta, en muchas ocasiones, no logró el apoyo necesario para el desarrollo de
su labor por parte de organizaciones políticas y sindicales de la zona republicana.
Este esfuerzo realizado por la administración republicana contrasta con otros
lamentables sucesos en los que libros y documentos de archivos son destruidos, en
unas ocasiones por orden de las autoridades republicanas, y en otras con su con-
sentimiento o por lo menos con su indiferencia.

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Aprovechando el caos de los primeros meses de guerra, el anarquista Juan Gar-


cía Oliver destruyó los principales registros judiciales de Madrid, extendiéndose su
ejemplo a Barcelona y a otras ciudades.
En el Ministerio de Instrucción Pública fueron destruidas 28 toneladas de papel
de sus archivos correspondientes a documentos del periodo comprendido entre los
años 1842 y 1914. Además se eliminaron 20.000 kilos de libros conservados en
los sótanos del ministerio por considerase de contenido fascista.
Tampoco puede evitar el saqueo de bibliotecas privadas como la de la casa de los
Baroja, en cuyo ataque desaparecieron algunos textos, manuscritos y dibujos. En
otras ocasiones, estas bibliotecas eran confiscadas por las autoridades republicanas.
Uno de los muchos ejemplos de estas requisas son los libros de Ernesto Giménez
Caballero, junto con los archivos de la Gaceta literaria, revista de la que había sido
director.
Los bibliotecarios de la Biblioteca Nacional, durante el largo sitio de Madrid,
llevaron a cabo una importantísima labor de protección del patrimonio cultural.
Aparte de sus fondos, la Biblioteca Nacional acogió cientos de miles de volúmenes
pertenecientes a las bibliotecas de la Ciudad Universitaria, situadas en el frente, y
colecciones privadas que corrían el riesgo de ser saqueadas o destruidas.
La Biblioteca Nacional también fue escenario de incidentes grotescos como la
detención en masa de sus funcionarios, en octubre de 1936, por el temor de que
allí se hubiese constituido la quinta columna que amenazaba Madrid.
Pese a las destrucciones del patrimonio bibliográfico y documental acaecidas en
la zona republicana, las autoridades tenían el propósito de mejorar el nivel cultural
de los españoles. Con tal fin se aprobó el Decreto de 16 de febrero de 1937, por
el que se creaba el Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico.
Este organismo estaba formado por tres secciones: Archivos, Bibliotecas y Tesoro
Artístico. La Sección de Bibliotecas, presidida por Navarro Tomás, destinó a com-
pra de libros cerca de 7 millones de pesetas, y distribuyó 283 bibliotecas escolares,
rurales y municipales. Esta intensa labor tiene un valor aún más especial, teniendo
en cuenta que fue realizada entre marzo de 1937 y abril de 1938, es decir en plena
contienda.
Entre los logros más sobresalientes del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas
y Tesoro Artístico se encuentra el Proyecto de Bases de un Plan de Organización
General de Bibliotecas del Estado. Este ambicioso plan, obra de María Moliner,
suponía una profunda modernización de la organización bibliotecaria española, pero
lamentablemente no pudo llevarse a cabo.

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3.3. La destrucción por necesidad

Numerosísimos fondos fueron quemados al necesitarse para servicios de guerra


las dependencias donde estaban custodiados. En muchas ocasiones abundante do-
cumentación fue eliminada para reutilizarla debido a la precaria situación económi-
ca. Por ejemplo, el 2 de septiembre de 1937, el ministro Jesús Hernández reunió
documentación de los archivos de Madrid como materia prima para la fabricación
de papel.
También hay episodios de destrucción de libros pertenecientes a colecciones
privadas. Tal es el caso de la importante biblioteca de Elisa García Alas, hija del
escritor Leopoldo Alas Clarín, quien para paliar el intenso frío del invierno madri-
leño, y una vez consumidos los muebles que no eran imprescindibles en la cocina
económica, se ve obligada a alimentar el fuego con joyas bibliográficas llenas de
valor sentimental.
El abandono también constituyó una causa de destrucción. Muchos españoles
debieron huir en una u otra dirección y dejar atrás todas sus pertenencias. Palacios,
casas, y con ellas sus bibliotecas, quedaron sin protección, a merced del vandalismo
y del deterioro. Sirva de claro ejemplo los versos que Rafael Alberti escribió en el
Madrid sitiado:
¡PALACIOS, bibliotecas! Estos libros tirados
que la yerba arrasada recibe y no comprende (18)
Además, la llamada economía de guerra, por la que se destinan todos los recursos
disponibles al conflicto bélico, provocó que se dejasen de comprar y de editar libros,
lo que supuso un desfase cultural.

4. Conclusión

La República hizo de la cultura una de sus más importantes bazas propagandísti-


cas por medio de dos mecanismos: la identificación del enemigo –el fascismo– con
la anticultura y la barbarie y la asunción como propia de la causa de la cultura y la
liberación de la humanidad (19), y de ahí se deriva que los libros se convirtiesen en
uno de los objetivos prioritarios del bando nacional.
Es justo reconocer mayor voluntad de conservación y celo por parte del gobierno
republicano. Sin embargo, la República también tuvo sus sombras en esta materia,
que empañan la imagen inmaculada que actualmente, y de forma maniquea, se
intenta transmitir desde determinadas instituciones.
No es posible asignar por completo la destrucción de una tipología documen-
tal a un bando u otro. En el bando nacional el afán depurador se centró en libros
modernos que representaban las nuevas ideas, mientras que en el republicano se

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destruyeron archivos de todo tipo y, en mayor medida, bibliotecas religiosas. No


obstante es fácil encontrar ejemplos que rebaten esta tesis.
En cuanto a la gravedad de la destrucción, no cabe duda que supuso un cataclismo
para la cultura, el patrimonio bibliográfico y las bibliotecas. Y sus consecuencias llegan
a la actualidad. La desaparición de documentos con gran valor histórico, ha dejado
grandes lagunas en la historiografía, y se ha perdido mucha información necesaria
para la recuperación de nuestro pasado. Pero también la pérdida de los libros ne-
cesarios para la formación intelectual de la generación posterior a la guerra, unido
a la rígida censura, ha supuesto un lastre en la formación cultural de los españoles,
cuyas consecuencias aún son palpables.
En cuanto a la destrucción de archivos, a la que nos hemos referido de forma
más superficial, no podemos dejar de apuntar la importante merma en el patrimonio
documental que significó la Guerra Civil. Esta pérdida afectó a todo tipo de archivos:
nacionales, eclesiásticos (parroquiales, catedralicios, diocesanos y de congregaciones
religiosas), municipales, notariales, de registros civiles, catastros, sindicatos, partidos
políticos,…
Nuestra intención, al redactar este artículo, ha sido realizar un acercamiento a la
cuestión para fomentar una investigación más profunda y rigurosa, del mismo modo
que se han hecho estudios sobre otras pérdidas de la guerra.

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92 Mariano Boza Puerta / Miguel Ángel Sánchez Herrador

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referencias bibliográficas

(1) En 1931 la tasa de analfabetismo era del 44,3%, y la mayoría de la población alfabetizada era ajena
al libro y a la cultura.
(2) Moliner, María. Inspectora de las bibliotecas de Misiones Pedagógicas en Valencia. En: Biblioteca
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(5) Montero Moreno, A. Historia de la persecución religiosa en España. p. 627-653
(6) Alejandro Guillamón, V. El caos de la II República. Madrid: Libros Libres, 2006. p. 45
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(8) Biblioteca en guerra. Madrid: Biblioteca Nacional, p. 464
(9) Relación de los libros, folletos y revistas que se entregan a requerimiento del Excmo. Sr. don Eduar-
do Valera Valverde, Gobernador Civil de la provincia, su fecha 6 de Agosto, para la Biblioteca de
la Central Obrera Nacional-Sindicalista, de los que habían sido incautados en los domicilios de...
Biblioteca Pública del Estado-Provincial de Córdoba
(10) Morente Valero, F. “La depuración franquista del magisterio público: un estado de la cuestión”.
En: Hispania, LXI/2, n. 208 (2001), pp. 661-688
(11) Orden Nº 13, de 4 de septiembre de 1936. Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España.
(12) Una nota de la Jefatura de Orden Público : los libros pornográficos y social-revolucionarios
recogidos en kioskos y librerías en esta capital. Diario de Córdoba. 06/11/1936
(13) Las destrucciones así como los diversos intentos de salvamento de libros han sido tratados am-
pliamente en varios artículos: Torres Santo Domingo, M. Libros que salvan vidas, libros que son
salvados: la Biblioteca universitaria en la Batalla de Madrid. En: Biblioteca en Guerra. Madrid:
Biblioteca Nacional, 2005; otro artículo de la misma autora es: De la Biblioteca de la Universidad
Literaria de Madrid a la Biblioteca Complutense. Universidad Complutense: 1898-1939. En:
Historia de la biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid (coord.) Mª Cristina Gállego Rubio
y Juan Antonio Méndez Aparicio, y en la misma obra La Biblioteca de la Facultad de Filosofía y
Letras de Pilar Martínez González. Los códices perdidos y deteriorados son estudiados en el artículo
de Manuel Sánchez Mariana Los códices del Colegio Mayor de San Ildefonso. En: De libros y
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(14) Iglesias, María Antonia. Maestros de la República: los otros santos, los otros mártires. Madrid:
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(15) San Segundo Manuel, R. La actividad bibliotecaria durante la Segunda República Es-
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(16) Escolar, H. Historia del libro. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1988. p. 479
(17) Álvarez Casado, A.I. Defensa y destrucción del patrimonio histórico español durante la
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(18) Alberti, R. Poesía 1920-1938. Madrid: Aguilar, 1988. p. 672


(19) Gamonal Torres, M.A.; Herranz Navarra, J.F. Contribución al estudio de los organis-
mos de difusión cultural republicana durante la guerra civil: los servicios de bibliotecas en el
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