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Instituto Tecnológico de Saltillo

Discriminación y maltrato a adultos


mayores: opiniones y anécdotas acerca
del gerontonismo

Taller de Ética

Profesora Claudia Cárdenas Aguirre

Orlando Miguel Alvarez Alfaro A 2 de Septiembre del 2019, Saltillo, Coah.


La discriminación y el maltrato a individuos por su edad es, si bien no algo que deba
ser normalizado, común. Sin embargo, es mucha menor la difusión que se le da a
los tratos desfavorables de los que son víctimas los mayores de la tercera edad,
pues sigue siendo un tópico tabú. En la antigüedad, la vejez solía ser vista como
una virtud, acompañada de sabiduría, y era percibido con respeto como un logro,
pero al transcurrir los años y aumentar la esperanza de vida se comenzó a aspirar
por la salud y la juventud, lo que derivó en un cambio de perspectiva sobre cómo
era apreciada la senectud.

La mitad de la población de los adultos mayores (de 60 años en adelante, según la


OMS) confiesan sentirse limitados al realizar actividades cotidianas, desde algo tan
básico como agacharse, o hasta realizar un esfuerzo para salir a caminar. Aquellos
que no trabajan gozan de tiempo libre y pueden dedicarlo al ocio o quehaceres
domésticos, pero a pesar de intentar realizar esfuerzos sufren de sentimientos de
soledad por no ser frecuentados, lo que los lleva a pensar que cada vez son menos
necesitados y eso sólo aumenta su deseo de aislarse, junto al sentimiento de culpa
al autodenominarse estorbosos; por ejemplo, mi abuela Rosa nos pide que si algún
día es muy débil para valerse por sí misma, la llevemos a un asilo, porque ella “no
quiere ser una carga”. Creo que es por esto que la tasa de suicidios es más alta
para la población longeva, porque se sienten ignorados.

La discriminación y el maltrato son mayores en el seno familiar, pues usualmente


las personas viejas son muy dependientes por la fragilidad de su cuerpo, problemas
motrices (como la enfermedad de Parkinson) u otras por padecer un detrimento
mental (e.g., demencia). He notado que conforme alguien se vuelve viejo se le trata
como si fuese un niño, y las reprimendas y limitaciones se imparten de manera
similar, ejercidas frecuentemente por los hijos o nietos. A mi parecer, el problema
se encuentra en que no es que los mayores no sepan hacer las cosas, sino que se
sienten impotentes por no poder realizarlas y disminuye su apreciación por la vida
cuando dependen de alguien más para gozar de lo básico. La parte sórdida de esa
situación es cuando estas reprimendas se tornan en un abuso físico, que a este
sector poblacional le da miedo reportar. Por otro lado, en el seno familiar no sólo
influyen los hijos y nietos, sino también el cónyuge. Una tía de mi padrastro, llamada
María, tiene un esposo que se llama Blas, y él, en su cosmovisión retrógrada, la
obliga a mantener el hogar cabalmente, desde la limpieza y el alimento hasta sus
cuidados personales, mientras que él vive holgazanamente y su entretenimiento es
beber alcohol. Sin entrar en materia de adicciones y discriminación de género, lo
anteriormente mencionado tiene como consecuencia que la señora María se
identifique sólo como un objeto servil, sin recibir afecto de ningún familiar ni de su
propio esposo.

Ahora bien, el menoscabo a ancianos ocurre desde el núcleo familiar y continúa en


el exterior, ya que se les da menor prioridad en servicios de seguridad social,
reciben menor crédito para obtener una vivienda, se les dificulta tramitar su pensión,
se les apresura en la calle para que no intervengan en el tráfico peatonal, para
algunas actividades se les debe apoyar y en ocasiones los contemporáneos no lo
hacen con buena disposición, se les relega a trabajos de menor jerarquía en
empresas, entre otras cosas. Es algo muy triste, pues incluso fuera de su casa
llegan a sentirse inútiles y son excluidos, es obvio que prefieran aislarse, se sienten
desamparados. Entiendo la necesidad de impulsar el desarrollo de la juventud ante
el mundo globalizado, pero eso no debería restarle oportunidades a los ancianos.

El maltrato a este grupo etario no sólo se traduce a un abuso físico o verbal, sino a
uno económico también. Lo sé de primera mano porque mi tía política ayuda a mi
abuela Herlinda a recoger al banco una pensión que recibe, pero nunca le entrega
el dinero completo. A mi abuela la concurren mucho, pero rara vez cuando no
necesitan que cuide de sus nietos, ir a comer sin llevar ni si quiera una soda u ocupar
su lavadora o baño. Uno puede pensar que recibir visitas le es agradable, pero son
concurrencias que carecen de una retroalimentación afectiva; ella es muy dedicada
con su familia, pero no recibe apoyo cuando su refrigerador está vacío o su casa
está sucia.

No es sólo su propio declive físico, sino también su dificultad para integrarse a


nuevos estilos de vida y las innovaciones tecnológicas lo que lleva a los mismos
mayores a apartarse. Una vez salí con mi abuela y mi tía, y cuando mi abuela
preguntó sobre la manera de pagar el servicio de Uber mi tía le dijo con cierto
desdén que ya estaba pagado con tarjeta, en lugar de aclarar la duda amablemente.
Desde su perspectiva social, son incapaces de socializar e integrarse, por lo que,
por ejemplo, alguien que enviuda difícilmente intentará buscar un noviazgo o
matrimonio en un futuro, o dejará de salir para divertirse, pues ahora el mundo le
abruma y no entiende cómo pertenecer a un ritmo de vida más complejo y
acelerado.

La atención agresiva y el menosprecio se trasladan incluso a instituciones que velan


por la población vieja. ¿Cómo puede alguien de la tercera edad sentirse seguro si
no hay alguien que esté dispuesto a colocarse y ayudarlo a enfrentar estos abusos?
El mayor problema que veo, es que un anciano que tiene miedo de actuar y
denunciar estas conductas de aminoración y abuso no es auxiliado si no es sin su
consentimiento. A un niño se le considera incapaz de defenderse y por eso los
organismos gubernamentales velan por su bienestar, sin embargo, a un senil se le
considera consciente y en su facultad de detener este tipo de situaciones, pero lo
cierto es que son pocas las veces en que un adulto mayor toma la iniciativa de pedir
ayuda, y sigue siendo víctima de lo que su condición le supone en lo personal y
social.

En mi opinión, creo que la gente mayor es incluso más valiosa de lo que cualquier
otro joven podría ser. El utilizar criterios de valor para la vida de una persona es algo
crudo per se, pero son personas que aportan al acervo cultural de la comunidad y
la humanidad, y hemos de ayudarlos a integrarse a un mundo que ahora les parece
inmenso, apoyándolos en aquello que se les dificulta. Como mayores, han sido
testigos y partícipes de innumerable cantidad de experiencias, por lo que el propio
peso de haber vivido tanto es algo formidable, y su capacidad de aprender y
adaptarse es reducida comparada a la de los jóvenes que se desarrollan en el
mundo actual, así que como puro acto de solidaridad debe ser un compromiso social
hacer sentir a los ancianos que forman parte de su comunidad, familia y espacio, y
tener la atención que ellos tuvieron con sus hijos y nietos, pues así como ellos se
desarrollaron en entornos amorosos lo menos que pueden merecer es algo de
amabilidad a cambio. La gente vieja no es responsable de verse reducida en sus
capacidades físicas o mentales, y es cuestión de empatía y cordialidad apoyarlas
para que estas personas continúen desenvolviéndose satisfactoriamente, ya sea en
casa, en un espacio recreativo, una institución que presta un servicio o en el
transporte público. Ser amable con un mayor es devolverle lo que ya ha hecho,
entender su perspectiva y difundir esta problemática es muy importante para evitar
que el maltrato y discriminación a este grupo se siga prolongando, y, aunque no
realicen muchas actividades, es ideal servirles para hacer el resto de su vida una
experiencia plena y digna. Nadie vale más por ser más viejo o más joven, todos
merecemos lo mejor.

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