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Amor y responsabilidad – Karol Wojtyla

Valor particular de la persona:

- El mundo de los seres es un mundo de objetos en el que distinguimos personas y cosas.


- La persona se diferencia de una cosa por su estructura y su perfección.
- La estructura de la persona comprende su interioridad en la que descubrimos elementos de
vida espiritual, la naturaleza espiritual del alma y la perfección propia de la persona.

Principal rasgo moral del amor: o es afirmación de la persona, o no es amor.

No se trata de borrar o dejar de lado los valores sexuales ante los cuales reaccionan los
sentidos y la afectividad. Se trata simplemente de ligarlos estrechamente con el valor de la
persona, puesto que el amor no se dirige sólo el cuerpo, ni solamente al ser humano de sexo
opuesto, sino precisamente a la persona.

Solamente orientado hacia el cuerpo, no es amor. La experiencia (actitud afectiva respecto


de un ser humano de otro sexo) puede borrarse con el tiempo, si no está estrechamente
ligada a la afirmación del valor de la persona dada.

La esencia del amor se realiza lo más profundamente en el don de sí mismo que la persona
amante hace a la persona amada.

Por su naturaleza, la persona es dueña de sí misma, inalienable e irremplazable, así que se


trata del concurso de su voluntad y del compromiso de su libertad. El amor arranca la persona
a esa intangibilidad natural y a esa inalienabilidad, porque hace que la persona quiera darse a
otra, a la que ama. Desea cesar de pertenecerse exclusivamente, para pertenecer también a
otro. Renuncia a ser independiente. El amor pasa por ese renunciamiento, guiado por la
convicción profunda de que le lleva no a la minoración o empobrecimiento, sino, al
contrario, a un enriquecimiento y a una expansión de la existencia de la persona. Es como
una ley de éxtasis: salir de sí mismo para encontrar en otro un acrecentamiento de ser.

"Lucha entre el amor y la tendencia". La tendencia quiere sobretodo tomar, servirse de otra
persona, el amor, por el contrario, quiere dar, crear el bien, hacer felices. Ímpetu hacia el don
del bien a las personas amadas para hacerlas felices.

La gran fuerza moral del verdadero amor reside precisamente en ese deseo de la felicidad,
del verdadero bien para otra persona. Es esa fuerza la que hace que el hombre renazca gracias
al amor que le da un sentimiento de riqueza, fecundidad y productividad internas. Soy capaz
de desear el bien de otra persona, luego soy capaz de desear el bien. El amor verdadero me
hace creer en mis propias fuerzas morales. Aun cuando yo sea 'ruin', el verdadero amor, en
la medida en que se despierta en mí, me obliga a buscar el bien verdadero para la persona
hacia la cual tiende. Así es como la afirmación del valor de la otra persona corresponde a la
del valor propio del sujeto, gracias al cual nace en él una necesidad de desear el bien para
otro "yo". Cuando el amor alcanza su verdadera grandeza, confiere a las relaciones entre el
hombre y la mujer, no solamente un clima específico, sino también una conciencia de
absoluto. El amor es realmente el más alto valor.

¿No es el amor algo ya hecho? ¿Se puede cultivar? ¿Se puede aprender? ¿No es sin más una
aventura del corazón?
Así concebido, el amor no es más que una situación psicológica que se subordina a las
exigencias de la moral objetiva. (Y a la verdad, del amor y de la persona; así como de Dios).

En realidad, el amor obedece a una norma. El amor no es nunca una cosa toda hecha y
simplemente "ofrecida", se ha de ir elaborando. El amor "va siendo" a cada momento lo que
de hecho le aporta cada una de las personas y la profundidad de su compromiso. Este tiene
su base en lo que se le ha "dado".

Los estados psíquicos que tienen su fuente en los sentidos (sensualidad) y en la afectividad
natural, no constituyen más que "la primera materia" del amor. Sin embargo, no pocas veces
se tiene la tendencia a ver en ella su forma perfecta. Es una opinión falsa, encubre la actitud
utilitaria, contraria, como sabemos, a la naturaleza misma del amor.

El verdadero amor no llega a formarse a partir de materiales prometedores de sentimientos


y de deseos. Sucede incluso que se origine lo contrario del amor, cuando "materiales"
modestos producen a veces un amor verdaderamente grande. Pero semejante amor no puede
ser sino obra de la personas (y de la gracia). Entonces: el amor es obra del hombre y de la
gracia. El Creador invisible, siendo Él mismo como es amor, tiene el poder -a condición de
que los hombre colaboren- de formar todo amor, hasta aquel que se apega a los valores del
sexo y del cuerpo.

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