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Texto: Mt 2,1-12
“La ciencia nos dice muchas cosas y nos es útil en muchos aspectos –enseñaba el Papa Benedicto
XVI–, pero la sabiduría es conocimiento de lo esencial, conocimiento del fin de nuestra existencia y
de cómo debemos vivir para que la vida se desarrolle del modo justo” (Homilía del 30.08.2009).
Esta “mirada a lo esencial” caracterizó a los magos que vinieron de Oriente tras haber visto surgir
la estrella de Jesús. Si la palabra “magos” que los describe significaba, ante todo, hombres que
cultivaban el conocimiento, su atención a una estrella y su puesta en marcha demuestra que no se
contentaban con acumular información que pudiera explicar el universo, sino que distinguían lo
auténticamente importante y se dejaban guiar por ello. Su marcha pone en evidencia un
dinamismo espiritual de exploración y discernimiento. A la vez, la generosidad de sus ofrendas
muestra el compromiso que asumían con el objeto de su búsqueda.
El Papa Francisco observa que esta escena nos llama “a reflexionar sobre la responsabilidad que
cada cristiano tiene de ser evangelizador… Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy
lejos para llegar a Cristo… Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría
el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los
humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el
Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes” (Admirabile signum, n. 9).
El encuentro con el Niño Dios es el destino de todo camino honesto. Ponernos en salida como
cristianos es siempre un partir de Cristo y volver a Él. Siempre existirá el peligro de que alguien
procure hacerlo desaparecer por considerarlo una amenaza para sus propios intereses, y ante ello
debemos despertar la agudeza interior para distinguir las sombras de la luz. Pero nada supera la
dicha profunda del encuentro con Él, la ternura que despierta su rostro y la encomienda que
suscita su descubrimiento. En el santo tiempo de la Navidad, como pulmón de la Iglesia, la
humildad de Belén es un punto de llegada y un nuevo punto de salida.