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Papelucho Primera Línea

Santiago, Chile.
Diciembre 2019

Autor: Pato H.
Diseño: Caro Odette

Contacto: papelucho.primeralinea@protonmail.com
(para pedir el texto en otros formatos)

La obra puede ser distribuida, editada, copiada, usada y


difundida.
Se prohíbe todo lucro personal con ella.
Su venta es permitida solo para cubrir los costos de
producción o para generar financiamiento para las
organizaciones sociales y comunitarias de base, para los y
las víctimas de la represión y encarcelamiento estatal.
PAPELUCHO PRIMERA LÍNEA
Presentación
Primero que todo, si usted es un chaqueta amarilla chilensis, un
bot de Kast, alguien que defiende a los pacos, a los milicos o al
gobierno, un facho pobre o algún animalito o animalita de esa
índole, deje de leer inmediatamente lo que tiene en sus manos.
Dicho esto, pasemos a lo importante.

Este es un breve cuento de ficción - ¿cierto? – escrito por goteo


en dispersas hojas de cuaderno, servilletas y apuntes en el celu-
lar, durante las pequeñas pausas que se dan entre los combates
en el centro, las protestas en la población y las actividades socia-
les en el territorio. Desde allí surgen estas líneas, que lejos están
de abarcar todos los acontecimientos, emociones, sensaciones,
sueños, ideas, rabias y esperanzas que hemos experimentado
los chilenos y chilenas desde el comienzo del estallido popular.
Solo una fracción de esta realidad (la que humildemente he lo-
grado captar desde mi trinchera en la periferia norte de la capital
y mis experiencias en la Plaza de la Dignidad) ha sido tomada
prestada para narrar una breve historia (que no necesariamente
va en el mismo orden cronológico que los sucesos reales), hija
de muchas historias entrelazadas, algunas de las cuales real-
mente ocurrieron, otras tantas que quizás podrían haber ocurri-
do y, algunas que, tal vez, sucederán en un futuro.

Prestado he tomado también el nombre del querido personaje


de Marcela Paz; ese travieso niño que cautivó a varias gener-
aciones con las aventuras nacidas de su imaginación. En com-
paración con aquel, este de Papelucho tiene solo el nombre.
Estudiante activo de educación media, sus aventuras y viven-
cias no surgen de su cabeza sino de la realidad de injusticias
y desigualdades del Chile neoliberal post Pinochet. Este Pape-
lucho se organiza, marcha, pelea, vive en una población y tiene
bien claros sus ideales. Tan claros como los tienen cientos de
miles de jóvenes que han despertado al pueblo de su profundo
y largo sueño.

Este cuento no pretende más que ser un pequeño aporte (sin


saber muy bien aún cómo) en la histórica lucha que estamos y
seguiremos dando en las calles.

La verdad es que como lector suelo saltarme las introducciones,


porque me aburren, así que, para no seguir dando la lata, solo
terminar diciendo que este escrito va dedicado de todo corazón
a todos y todas las que, sin saberlo, lo hicieron posible: a los y
las estudiantes de secundaria, el orgullo de Chile; a los pobla-
dores y pobladoras que salieron a combatir a las calles con pie-
dras, barricadas, ollas comunes y cacerolas; a los trabajadores
y trabajadoras que paralizaron sus funciones, sabotearon a sus
patrones y salieron a marchar a los centros de las ciudades; a
la solidaridad de los pueblos originarios; a los chilenos y chile-
nas en el extranjero que hicieron sentir nuestra voz en otras
tierras; a las abuelas y abuelos que salieron a acompañar a las
nuevas generaciones; a los y las que marchan, cantan, bailan,
gritan y golpean una olla con la esperanza de un mañana mejor;
a las mujeres que se pararon frente al Estado y a la sociedad
patriarcal apuntándolos sin miedo; a los y las que fueron heri-
das, golpeadas, mutiladas, cegadas, pisoteadas, encarceladas
y asesinadas por este Estado criminal; y, especialmente, a la
heroica y gloriosa Primera Línea.

Pato H.
Población La Pincoya, Diciembre 2019

P.D.: A los y las talibanes de la ortografía y la gramática, discul-


pas de antemano por los errores cometidos.
Se había acumulado mucho daño,
mucha pobreza, muchas injusticias;
ya no podían más y las palabras
tuvieron que pedir lo que debían.
(Relato II, Cantata de Santa María de Iquique)
¿Cuándo vamos a despertar?
Los domingos siempre son buenos para echarse a ver una
película, sobre todo, después de pasar la mañana jugando a la
pelota y antes de tener que volcar los pensamientos en que hay
que levantarse temprano al otro día para ir al Liceo. Con la luz
apagada y el volumen hasta el tope, la película ya llegaba a su
mejor parte. El protagonista, pisoteado y basureado por el siste-
ma durante toda su vida, lograba llegar al programa televisivo
con el que tanto soñó y ahí, decidido, increpaba al conductor y
al mundo

“¿Has visto cómo es allá afuera, Murray? ¿Alguna vez dejas el


estudio? Todos solo se gritan y gritan el uno al otro. Ya nadie es
civilizado. Nadie piensa cómo es ser el otro. ¿Crees que hom-
bres como Thomas Wayne alguna vez piensan lo que es ser
alguien como yo? ¿Ser alguien más que ellos mismos? Ellos no.
¡Piensan que nos sentaremos allí y lo tomaremos todo, como
buenos niños! ¡Que no seremos hombres lobo y nos volveremos
locos!”

Acto seguido, el protagonista le dispara al conductor y, al salir


del estudio, es testigo de cómo el resto de marginadas y margin-
ados como él, impregnados por su rabia, salen a las calle en una
rebelión contra el orden de los ricos y sus privilegios.

La versión pirateada de la película El Guasón (The Joker) ter-


minó y todo quedó en silencio. Una sensación extraña me recor-
ría el cuerpo. No era el típico comentario de “puta que buena la
película”, sino más bien una interrogante ¿Y nosotros cuándo?
¿Cuándo llegaría esa chispa que lo incendiaría todo? ¿Cuándo
este pueblo endeudado y privado de sus derechos despertaría y
enfrentaría a sus propios Thomas Wayne? Al ministro de vivien-
da que dijo que todos teníamos dos casas o dos departamentos,
al ministro de economía que le dijo a los trabajadores y traba-
jadoras que se levantaran más temprano para pagar menos en
el Metro, al Presidente ultramillonario que llevó a sus hijos a
hacer negocios a China y fugó su dinero a paraísos fiscales,
a los diputados que boleteaban para las grandes empresas, a
los dueños de las compañías que nos suben las cuentas de los
servicios básicos y tantos otros que jamás se han preguntado
qué es ser como nosotros, cómo es vivir en la periferia entre
balas y drogas, cómo es vivir sobreendeudado y con un salario
miserable, cómo es recibir con una pensión de hambre y tener
que trabajar después de los 80 años, cómo es vivir madrugando
en invierno para ser atendido en un consultorio ineficiente, en
definitiva, cómo es vivir en el Chile del 90% de los chilenos y
chilenas. “¿Cuándo vamos a despertar?”...

Yo desperté, pero atrasado para ir al Liceo. Cuando hay tiempo


prefiero irme caminando ya que no me queda tan lejos, pero
cuando no, debo tomar la micro. Y, como casi siempre me quedo
dormido, la odisea de la micro es una tortura cotidiana. El primer
desafío es lograr que la micro pare, porque cuando pasa por mi
paradero ya viene repleta. A veces la micro viene vacía y con “en
tránsito” en el letrero, o sea, no va a parar y la gente sigue y sigue
llegando. Trabajadores y trabajadoras, estudiantes, mamás con
coches, amigas y amigos haitianos, abuelas que van a la Vega,
todos y todas esperando.

Si la micro para, ahí viene el segundo desafío: tratar de subirse.


Como uno es chico es más fácil, siempre hay un espacio en
donde meterse, subiendo por delante o por las puertas de atrás.
Obviamente nunca pago, si no me subo por detrás, por delante
salto el torniquete, no solo para ahorrarle plata a mi familia sino
que también porque no voy a andar pagando por un sistema de
transporte que nos trata como ganado, con chóferes estresados
y mal pagados que no tienen ni derecho a un baño, con tim-
bres que no sirven, puertas que no se abren, techos que gotean
cuando llueve y ventanas sin vidrios que nos enferman a todos
y todas en el inverno.

“Permiso” es la clave para avisarle al chófer que uno va a saltar


el torniquete. Lamentablemente no todos pueden hacerlo. Las
personas mayores no tienen la agilidad necesaria y menos con
los torniquetes tipo mariposa. A otras les da lo mismo porque
igual después tienen que tomar el Metro y ahí no existe el “per-
miso” ni la buena onda. Se puede evadir la micro pero si toca el
Metro después, no hay nada que hacer. El “bip!” del validador
es una puñalada a la billetera y es ahí donde más se siente
cada alza en el pasaje. Que sube y sube mientras el servicio se
mantiene igual de malo. Generalmente aprovechaban el verano
para subirlo y nadie protestaba. Pero ya se les había vuelto una
costumbre abusar y ahora no les importaba la época del año,
había llegado octubre y lo habían vuelto a subir. “Total nadie se
quejará”, debió pensar el Panel de Expertos que fija las tarifas
para que los dueños del sistema - el Administrador Financiero
del Transantiago (controlado por el Banco Estado, el Banco de
Chile, el BCI, Santander, Falabella y Sonda) - sigan lucrando
a costa de nuestras familias. ¿Pensarán estos señores alguna
vez en los usuarios, en “ser alguien más que ellos mismos”?, se
preguntaría el Guasón.

Entre permisos y pequeños empujones me abrí paso para ba-


jarme de la micro. Iba justo en la hora pero no era el único.

- Qué pasa Papelucho – me dijo el Pelusa saludando.


- Aquí con puro sueño wacho, anoche me que quedé viendo la
película del Guasón.
- Hermano está nítida, después de verla quería puro ver el mun-
do arder – me dijo mientras se reía y frotaba las manos.

En el patio nos encontramos con el resto de la pandilla. El Chiko


Terry echando la talla como siempre, mi primo el Luchín con la
misma cara de sueño que yo y el Bayron ojeando el diario.

- ¿Qué pasa Bayron, qué se cuenta en las noticias? – le pre-


gunté sabiendo que siempre estaba al tanto de las cosas que
pasaban y que generalmente aportaba algo interesante.
- Nada bueno cabros - respondió con tono reflexivo – La semana
pasada subieron el pasaje adulto y nadie dijo nada, ahora van a
volver a subir la luz y el gobierno está defendiendo su Reforma
Tributaria para bajarle los impuestos a los cuicos…
- ¡Malditos! – interrumpió el Chiko Terry con su impulsividad car-
acterística – Siempre cagándose al pueblo, nadie debería seguir
pagando la micro, yo me paso todos los días, no estoy ni ahí.
- El problema es que nosotros podemos hacer eso – le dije –
pero para nuestros viejos es más difícil. Mi papá se pasa siem-
pre, pero ya tiene como tres multas y la última vez que lo mul-
taron llegó atrasado y lo retaron en la pega.
- Yo le tuve que pasar la Tarjeta a mi mamá para que no pagara
tanto en el Metro – agregó el Luchín – Y la otra vez la pillaron y
tuvo que salir arrancando para que no se la llevaran.
- Viste, hay que hacerles algo a estos locos – siguió el incendi-
ario el Chiko Terry – Pitiarle los validadores o que se yo.
- Sí, algo hay que hacer – dijo el Byron cerrando el diario –
Además, en otras regiones ya están aplicando reconocimiento
facial para ver quienes no pagan y quienes usan Tarjetas que no
son de ellos, así que la cosa se va a poner más difícil aún.
- Bueno, vamos a ver que dice la Claudia. Este año ha sido
movido pero aún quedan fuerzas para seguir peleando – les dije
recordando que la Claudia, vocera de nuestra asamblea de es-
tudiantes, había tenido una reunión el fin de semana con el resto
de voceros, voceras y representantes de otros liceos para dis-
cutir como continuar con la lucha.

El año había sido particularmente complejo. Habíamos entrado


a clases con un mes de retraso por problemas de infraestructura
debido a unos dineros que se perdieron en el municipio; nos mo-
vilizamos y el tema se resolvió. Luego, las demandas educativas
a nivel nacional fueron desoídas por el gobierno y, para acallar-
nos, nos impuso un paquete de leyes represivas. Nos volvimos
a movilizar y, mientras estábamos en esas movilizaciones, se
supo que las autoridades iban a quitarnos los contenidos de his-
toria, por lo que la lucha se hizo más fuerte. La militarización
de los liceos de Santiago centro, la expulsión de estudiantes, la
suspensión de clases para evitar tomar y asambleas, fueron me-
didas usadas para debilitarnos, pero ahí seguíamos en la pelea.

La clase de matemáticas me pareció eterna, si no fuera por las


tallas del Pelusa me habría quedado dormido. Cuando sonó el
timbre para el recreo salí volando a buscar a la Claudia. Estaba
ansioso por saber qué se había propuesto el fin de semana.

- Oye Claudia – le grité cuando la logré pillar en el patio – Te


andaba buscando.
- Yo también te iba a ir a buscar más rato– me dijo sonriendo –
Hay muchas cosas que discutir. Vamos a citar a una Asamblea
a la salida así que ando buscando a todos los voceros y voceras
de los cursos para avisarles.
- Ah bueno, tendrías que haberme buscado de los primeros – le
dije bromeando.
- Jaja, bueno tu grupo es el más motivado siempre así que pens-
aba dejarlos para el final, o sino capaz que ya estuviesen tomán-
dose el Metro – me dijo con unos ojos que mezclaban entusias-
mo, secreto y una rebeldía con una leve dosis de maldad.
- ¡El Metro! A ver, a ver cuéntamelo todo – le dije mientras me iba
subiendo la adrenalina.
- Acompáñame a avisarle al resto de los voceros y te cuento.

La asamblea de estudiantes de la región Metropolitana a la que


había asistido la Claudia, discutió durante dos días extensa-
mente la situación de la lucha por la educación y la coyuntura
por la que estaba pasando el país. Las leyes para atacar a los y
las estudiantes y las expulsiones habían golpeado fuertemente
a las organizaciones estudiantiles y, además, la situación de
la mayoría de nuestras familias estaba cada vez peor. El de-
sempleo, los bajos sueldos y las deudas golpeaban dramáti-
camente cada uno de nuestros hogares y es por esto que se
decidió que la lucha esta vez sería por ellos, comenzando por
pelear contra el alza de 30 pesos en las tarifas del transporte. Se
propuso realizar marchas, romper validadores del Transantiago,
funar a la Ministra de Transportes y organizarse para pasar en
masa sin pagar en el Metro. Aunque cada liceo quedó con liber-
tad de acción, esta última idea, ya puesta en práctica hace una
semana por un colegio, fue la que más fuerza fue agarrando.

- Compañeras y compañeros – comenzó a decir la Claudia


dando inicio a una asamblea donde estábamos presentes casi
todos los y las estudiantes del Liceo – Vamos a empezar una
lucha que no es solo por nosotras, es por nuestras familias, es
por nuestros padres y madres trabajadoras que mes a mes de-
ben gastarse una parte importante de su miserable sueldo en
un transporte indigno que sube y sube solamente para llenar
los bolsillos de un puñado de empresarios – aplausos – He es-
tado conversando con varios de ustedes durante el día y todas
estamos de acuerdo en que debemos hacer algo, hay varias
ideas buenas así que ahora tenemos que definir dónde vamos
a golpear.
- Yo pienso – dijo el Richard, un vocero de cuarto año – Que
deberíamos hacer una marcha por las calles de la población
para que la gente sepa por qué estamos luchando y después
meternos al Metro a hacer escándalo.
- Esta buena esa idea, pero los del Metro se van a dar cuenta
que vamos y nos van a cerrar la estación y ahí vamos a quedar
– le replicó la Vanessa, de cuarto también.
- Cabros, metámonos al Metro de una cara e’ palo – dijo el Chiko
Terry saltándose el orden de las palabras y desordenando toda
la Asamblea.

Al Luchín con el Bayron se les ocurrió una buena idea pero,


como no les gustaba hablar en público, tome la palabra para
proponerla.

- Compas, ordenémonos un poco – empecé a decir mientras al-


zaba algo la voz para llamar la atención en medio del desorden
– Esta lucha recién está por comenzar y yo creo que todas las
propuestas que salgan las vamos a poder hacer, un día unas y
otros días otras y así los vamos a tener locos sorprendiéndolos
todos los días. Pero yo creo que la primera acción debe ser una
evasión masiva del Metro y hacer que toda la gente pase gratis y
no le pague ni un peso a estos ladrones – aplausos – Propongo
que nos dividamos en tres grupos, uno chico adentro del Metro
pasando piola, otro grupo haciéndose el loco en los paraderos
de afuera del Metro y el resto afuera del Liceo. Cuando los que
están afuera del Liceo empiecen a marchar al Metro, los que es-
tamos adentro y afuera nos vamos a asegurar las puertas para
que no las cierren.
La idea fue aprobada y la Claudia propuso que, si todo salía
bien, nos fuésemos en el mismo Metro y nos tomáramos la sigui-
ente estación. Con los cabros nos ofrecimos para asegurar las
puertas, el Bayron, el Luchín y yo estaríamos adentro del Metro,
mientras que el Pelusa y el Chiko Terry estarían coordinando a
los grupos de los paraderos a la espera de la señal.

Esa noche me costó dormir. Aunque habíamos realizado mu-


chas acciones como tomas, funas, cortes de calle o marchas,
tenía la sensación de que algo grande estaba por ocurrir. ¿Era
acaso el momento en que íbamos a despertar?

7 y 15 am. y el Metro estaba en su horario punta. La gente con


sus caras largas, agotadas, agobiadas, con sus pensamientos
perdidos tras los audífonos o la pantalla del celular, iba a una
nueva jornada de explotación laboral, para volver a repetir la
misma monotonía de ayer, antes de ayer, hoy, mañana y pasa-
do.

Nosotros estábamos ya en nuestras posiciones y conversába-


mos echando la talla para pasar piola ante la mirada de los
guardias. Los minutos pasaron y nos empezamos a impacientar.
Habíamos acordado que a las 7 y 30 debían llegar nuestros com-
pañeros y compañeras en masa desde el Liceo, pero ya faltaba
1 minuto y no habíamos recibido el aviso. Nos preguntábamos
si algo había fallado o si nos habían descubierto. Pasaron otros
10 minutos y nada, la Claudia no contestaba los mensajes y no-
sotros abajo empezábamos ya a parecer un poco sospechosos.

En las afueras del Liceo esperábamos reunir a unos cincuenta


compañeros y compañeras para la acción, pero fueron llegando
cientos por lo que la hora para partir fue retrasándose. Cuando
ya casi la vereda no daba más y la calle empezaba a ser ocupa-
da, la Claudia y el resto de los voceros y voceras nos dieron el
aviso: “vamos saliendo!”.

Cientos de estudiantes comenzaron a correr con lienzos y gri-


tos desde el Liceo Francisco Bilbao hacia el Metro. En tanto, el
Bayron, el Luchín y yo nos fuimos acercando lentamente a las
puertas de la entrada, mientras los grupos coordinados por el
Pelusa y el Chiko Terry se apostaron afuera del Metro atentos
por si llegaban los guardias.

De pronto se escuchó el grito rebelde de nuestras compas y los


guardias se pusieron en alerta y fueron hacia la entrada, pero
quedaron en shock cuando vieron a la masa entrar corriendo y
gritando. Asegurar las puertas ya no era necesario así que me
sumé al resto corriendo hacia los torniquetes.

Cientos pasamos los torniquetes saltando, por debajo, con y sin


ayuda, ante la mirada de los pasajeros, que primero fue de sor-
presa y luego de apoyo. La Claudia empezó a gritar “Evadir, No
Pagar, Otra Forma de Luchar!” y todos la seguimos a coro. Con
el Chiko Terry abrimos el acceso que hay para discapacitados y
mujeres con coches, los mismos que usan los pacos para pasar
gratis, y los abrimos para que la gente pasara sin pagar.

Docenas de personas miraban y nos sacaban fotos pero nadie


se atrevía a pasar gratis hasta que llegó un obrero de la con-
strucción y dijo “yo no le voy a seguir pagando a estos weones
ladrones” mientras pasaba gratis. Los aplausos y gritos moti-
varon al resto que empezó a pasar gratis dándonos las gracias.

Los guardias no sabían qué hacer y antes de que pudieran orga-


nizarse para reprimirnos, bajamos a tomar el tren al grito de “El
Pueblo Unido Jamás Será Vencido”.

Nos bajamos dos estaciones más allá y, aunque los guardias


estaban alertados, no pudieron hacer nada. Volvimos a abrir los
accesos y la gente trabajadora volvió a pasar gratis. “Gracias
chiquillos” nos dijo una abuela mientras le caían las lágrimas por
el rostro.

Después de un rato nos fuimos y evaluamos la acción. El equipo


de comunicaciones de la asamblea había viralizado la evasión
por las redes sociales y varias acciones casi idénticas en otras
estaciones las habían trasformado en tendencia nacional. 6 eva-
siones masivas se realizaron ese día y en los días siguientes
fueron creciendo en número y masividad. Nosotros volvimos a
realizar la misma acción el jueves, con más gente y más apoyo
popular, lo mismo sucedía en otros lugares de Santiago.

La asamblea de estudiantes de la Región Metropolitana con-


vocó a generalizar las evasiones masivas desde el lunes 14 de
octubre en todas las estaciones del Metro. El gobierno reac-
cionó como siempre: tratándonos de vándalos, minimizando el
problema, defendiendo las alzas y usando a los medios de co-
municación para distorsionar el contenido de fondo de nuestras
exigencias. Sin embargo, nada de esto resultó, la chispa de un
gran incendio ya estaba encendida.
¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!
Después de dos evasiones masivas sabíamos que los del Metro
aumentarían sus niveles de seguridad así que decidimos cam-
biar de estrategia. En vez de marchar desde el Liceo, llegaría-
mos en los propios trenes. Elegimos 4 estaciones cercanas y
de a poco fuimos llegando en distintos horarios para no levantar
sospechas. Coordinándonos por teléfono, tomamos los trenes
y a las 7 y 30 salimos otra vez a liberar los accesos del Metro.
Los guardias estaban concentrados afuera por lo que pudimos
abrir todo fácilmente. La gente nos empezó a aplaudir y ya nadie
tenía dudas en lo que había que hacer: evadir y no pagar.

En ese mismo momento, evasiones masivas se realizaban en


todas las líneas y las redes sociales ardían en muestras de
apoyo. Los matinales se vieron obligados a cubrir el movimiento
y cada vez que intentaban sacar cuñas negativas hacia las eva-
siones, lo que recibían como respuesta eran muestras de apoyo
a nuestras demandas.

Al día siguiente, las autoridades respondieron suspendiendo el


servicio de las estaciones en las que había evasiones, en un
intento de colocar al pueblo en contra de los y las estudiantes.
Pero no les resultó. La gente nos apoyaba cada día más y las
evasiones comenzaron a realizarse en distintos horarios en to-
das las líneas.

En la mañana del miércoles íbamos a hacer otra evasión pero


nos encontramos con la estación custodiada por los pacos. El
gobierno había decidido que la represión era la única alternativa
para detenernos, por lo que las estaciones comenzaron a ser
militarizadas. En las estaciones del centro, las Fuerzas Especia-
les de los pacos reprimieron violentamente a nuestras compas y
las imágenes difundidas provocaron una ola de indignación que
radicalizó todo aún más.

Para no arriesgar a nuestros compañeros y compañeras, decidi-


mos suspender la evasión al ver el contingente policial. Realiza-
mos una asamblea para evaluar la situación.

- A mí no me importa que me peguen o me arresten – comenzó


a decir la Claudia – Porque yo sé que estoy peleando por algo
justo y sé qué tengo a miles de compas al lado mío luchando por
lo mismo. Yo no tengo miedo y sé que ustedes tampoco, no me
importa que estén los pacos, los guardias o quien sea. Si nos
subieron el pasaje los obligaremos a bajarlo y si nos cierran las
puertas del Metro entonces nosotros mismos vamos a tener que
abrirlas les guste o no.
- ¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar! - comenzó a gritar el
Chiko Terry mientras seguían los aplausos a la intervención de
la Claudia.

No nos íbamos a dejar amedrentar por el gobierno así que


la asamblea en su conjunto decidió que haríamos una nueva
evasión a las 6 de la tarde, con o sin pacos. Sabíamos que la
situación podía ponerse tensa así que con los cabros nos prepa-
ramos, juntamos un par de palos y conseguimos un extintor.

A las 18 horas en punto partimos marchando hacia el Metro.


Sabíamos que nos estarían esperando pero no nos importa-
ba. Cuando llegamos ya no estaban los pacos afuera pero sí
muchos guardias y todos los accesos habían sido cerrados. No
nos importó. Bajamos por la escalera y empezamos a empujar
las puertas. Los guardias adentro empujaban en dirección con-
traria para que no entrásemos así que usamos los palos y el
extintor para alejarlos.

La gente afuera nos daba gritos de apoyo y el empuje fue tanto


que la puerta cedió y la marea de compas entró arrasando con
guardias y todo. Saltamos los torniquetes, abrimos los accesos y
toda la gente empezó a evadir cantando con nosotros. El pueblo
se estaba rebelando de tantas injusticias y desigualdades.

El ex presidente del Metro dio una entrevista diciendo que nues-


tras acciones eran tontas y que el movimiento no había prendi-
do. Pero la calle le demostraba todo lo contrario. El jueves las
evasiones fueron más masivas aún y también más violenta la
represión. Los enfrentamientos se sucedieron en varias esta-
ciones y muchas fueron cerradas, las líneas suspendidas y el
descontento hacia las autoridades se desató.

Ya no éramos solo estudiantes los y las que protestábamos, cada


vez más trabajadores y trabajadoras, dueñas de casa, ancianos
y ancianas, cesantes, migrantes, se sumaban a las muestras de
descontento y no era solo por el alza en el pasaje. Todos y todas
sentíamos que ya era hora de alzar la voz por tantas décadas
de silencio ante los atropellos de las autoridades y de quienes
se creen dueños del país.

El viernes 18 amaneció con la sensación de que era un día clave.


Para nosotros era importante seguir con las evasiones y sumar
a cada vez a más gente. En la vereda del frente, el gobierno in-
sistía en la mano dura, casi todos los pacos de Santiago fueron
destinados a militarizar los Metros y contingentes de Fuerzas
Especiales de Valparaíso y Rancagua fueron trasladados a San-
tiago. Ambos bandos estaban listos para una batalla de la que
pocos podían anticipar su desenlace.

- Somos la generación sin miedo giles qliaos – gritaba el Chi-


ko Terry – Mientras intentaba forzar la puerta del Metro junto al
Luchín y al Pelusa. Con el Bayron y otros cabros les lanzába-
mos piedras a unos pacos que habían llegado a reprimir nuestra
evasión masiva. Nuestras fuerzas y convicciones fueron may-
ores y logramos entrar nuevamente al Metro. Los guardias nos
recibieron de forma violenta acompañados por algunos pacos
que estaban al interior de la estación. Con los cabros nos agar-
ramos a combos con varios de ellos que querían llevarse deteni-
das a unas compañeras de primero. Así comenzó el viernes 18
de octubre.

La masividad de la evasión y el apoyo popular obligaron a los


pacos a llamar a más refuerzos. En otros puntos de Santiago
sucedía lo mismo: evasiones masivas, estaciones militarizadas,
enfrentamientos con los pacos. La rabia fue tanta que en varias
estaciones se comenzaron a romper los torniquetes y el gobier-
no decidió cerrar todas las líneas y estaciones del Metro.

Con los días se volvería popular la frase “No son 30 pesos, son
30 años” como reflejo del malestar popular acumulado. Esa es
la frase que el gobierno nunca tuvo en cuenta, desde sus pala-
cios de cristal, alejados de la realidad del pueblo, creyeron que
cerrando las estaciones y obligando a los trabajadores y traba-
jadoras a volver caminando a sus hogares los pondrían en con-
tra nuestra. Una vez más se equivocaron.

El descontento se volcó a las calles. Marchas y manifestaciones


espontáneas comenzaron a desarrollarse en diversos puntos,
los autos comenzaron a tocar sus bocinas y los enfrentamientos
se esparcieron por todo el centro de Santiago. En otros lados
la ira popular destruyó casetas y furgones de los pacos y estos
reprimieron utilizando perdigones, dejando a una compañera
gravemente herida.

El Ministro del Interior, acompañado por el Presidente del Met-


ro y la Ministra de Transportes, salió a dar una conferencia de
prensa. Ante las cámaras, no dieron ninguna solución a las de-
mandas por el pasaje y, al contrario, nos calificaron de violen-
tistas y anunciaron la aplicación de la Ley de Seguridad Interior
del Estado. Le echaron más leña a la hoguera. Cientos de barri-
cadas comenzaron a levantarse en toda la ciudad, cacerolazos
comenzaron a escucharse en las poblaciones y los bocinazos
de los autos en apoyo al incipiente estallido popular no dejaban
de sonar.

¿Y el Presidente? Pues comiendo pizzas en el barrio alto mien-


tras el país estaba en llamas.

Con el Luchín nos fuimos a juntar con los cabros para buscar
neumáticos y hacer unas barricadas en nuestra población. En
esas faenas nos encontramos con el Miguel y el Ronald, los
cabros más movidos de la pobla, que estaban organizando un
cacerolazo junto a la Rosita, la dirigenta de la junta de vecinos.
- Qué pasa con los subversivos – nos dijo el Ronald saludando.
- Aquí juntando neumáticos para la protesta po’ – le contesté.
- A las 9 cabros, a esa hora será el caceroleo. Ojo con los pa-
cos que andan medios sospechosos – nos dijo antes de irse en
bicicleta.

Mientras estábamos pidiendo unos neumáticos en una vulcani-


zación me llegó un mensaje de la Claudia. Estaba con la Vanes-
sa en la casa de una tía de esta cerca de la estación del Metro
y decía que se veían cosas extrañas. Le comenté al Bayron que
es más analítico y decidimos ir mientras el resto seguía con lo
de los neumáticos.

La Vanessa desde hace algunos meses pasaba la mayor par-


te del tiempo donde su tía que vivía casi al lado del Metro. Su
mamá trabajaba en un call center pero ganaba tan poco que
tenía un segundo trabajo haciendo aseo así que pasaba muy
poco en casa y le pidió a su hermana que se encargara de es-
tar con la Vanessa. Antes de eso, pasaba más tiempo con su
abuela ayudándola a trabajar. La pensión de su abuela no le
alcanzaba para nada pero, por su edad y no haber terminado
la media, nadie le dio un trabajo. Después de mucho intentarlo,
decidió limpiar y regar las plazas que el municipio tenía aban-
donadas a cambio de la colaboración de sus vecinos y vecinas.
La Vanessa la acompañaba siempre que podía y varias veces
nosotros también fuimos a apañarla. Un día encontraron a la
anciana sentada en una banca con su escoba en la mano y
sus ojos cerrados, las vecinas al principio pensaron que estaba
durmiendo, luego se dieron cuenta de que era un sueño del que
no despertaría. Ese es el pago que reciben en este país quienes
toda su vida se esforzaron por sacarlo adelante y han levanta-
do todo lo que pueden mirar nuestros ojos. El pago de Chile es
tener a la tercera edad trabajando literalmente hasta la muerte.

Cuando llegamos a donde las cabras nos mostraron una


grabación. Ahí se veía a unos tipos de negro y con capucha
bajarse de un furgón del GOPE y entrar al Metro, que ya hace
varias horas había sido cerrado.
- Puede que estén esperando adentro por si alguien quiere ha-
cerle algo – dijo la Vanessa en tono pensativo.
- No sé, pero está muy raro – dijo la Claudia – No deberían an-
dar tan camuflados.
- A no ser que… - comenzó a decir el Bayron después de mucho
rato en silencio pensando – No estén esperando a que alguien
haga algo, sino que ellos mismos lo vayan a hacer.
- ¿Cómo? No te entiendo – le dijo la Vanessa algo inquieta.
- El gobierno cerró estaciones para poner a la gente en contra
nuestra, como no les resultó, cerró todo el Metro y tampoco les
resultó – razonaba el Bayron – Quizás piensan que haciendo
algo peor ahora si puedan lograrlo…
- Algo peor como qué – le interrumpió la Claudia.
- Como quemarlo – le respondió el Bayron – Y, además, con eso
tendrían la excusa perfecta para implementar la medida repre-
siva que quisieran.

Quedamos en silencio. Siempre hemos sabido que el gobier-


no está dispuesto a todo con tal de frenar una movilización y
resguardar sus intereses, pero a veces uno no se imagina que
límites están dispuestos a cruzar.

Pasaron unos minutos y los tipos encapuchados de negro


volvieron a salir del Metro al tiempo que el mismo furgón del
GOPE apareció para buscarlos.

- Ven, no pasa nada – dijo la Vanessa tratando de tranquilizarse


a sí misma. Pero poco duraría esa tranquilidad. Por la televisión
comenzaron a aparecer varias estaciones quemadas al mismo
tiempo. Justo aquellas que supuestamente más resguardo poli-
cial tenían.

Mientras mirábamos atónitos la noticia, en la calle empezaron a


escucharse gritos. La estación se estaba incendiando.

- Malditos – pensé con rabia.


Caminando de regreso a la población observaba como la re-
beldía se iba extendiendo por pasajes y avenidas. Caceroleos,
barricadas, bocinazos o gente simplemente aplaudiendo en la
calle me llenaban de emoción y esperanza. Ya no eran solo las
poblaciones más combativas como Villa Francia, La Pincoya, Lo
Hermida, La Victoria o la José María Caro, ahora cada uno de
los barrios populares comenzaba a alzarse con mayor o menor
fuerza.

En mi población, los cabros ya tenían armada la tremenda bar-


ricada y miles de personas caceroleaban.

Nos habían tratado de mantener encerrados y divididos con el


consumismo y el individualismo, fomentando el narcotráfico y
las peleas entre vecinos, con la falta de infraestructura y pla-
zas y canchas abandonadas. Todo para que no miráramos hacia
afuera, para que no nos diéramos cuenta de cómo saqueaban el
país, de cómo nos habían robado todo para construir un paraíso
para unos pocos; el “oasis” del que hablaba el Presidente a los
medios internacionales. Pero ahí estábamos, como pobladores
y pobladoras unidas bajo el sonido de las cacerolas y el calor de
las barricadas.

Chile había despertado.


La Guerra de los traidores
Con un Santiago insurreccionado, el Presidente dejó de com-
er pizzas y anunció el Estado de Emergencia para casi toda la
Región Metropolitana, dejando a los militares a cargo de “resta-
blecer el orden”.

Las sombras de la Dictadura provocaron una reacción de temor


inmediata en quienes vivieron en esa época. Pero aquí había
una generación sin miedo y lo primero que hicimos con los ca-
bros el sábado fue irnos a la Plaza Italia a darle cara a los mili-
cos.

La imagen de los militares nuevamente en las calles fue tremen-


damente chocante para todos y todas. Con sus uniformes y
armas de guerra, muchos y muchas sentían que la Dictadura
había regresado. Y no estaban tan equivocados.

En los últimos años, cuando pensábamos en los milicos o en los


pacos, lo que primero se nos venía a la cabeza era el robo de los
altos mandos de los milicos a la Ley Reservada del Cobre, con-
ocido como caso “Milico-Gate”. Cuando pensábamos en los pa-
cos también se nos venían las imágenes de los robos al Estado
conocidos como “Paco-Gate” o de los burdos y patéticos mon-
tajes realizados en contra del pueblo mapuche. El menosprecio
hacia ambas instituciones nos hizo olvidar que, a pesar de que
en el interior de estas algunos se estaban haciendo millonarios,
su capacidad para actuar en contra del pueblo movilizado se en-
contraba intacta y se había perfeccionado con décadas de en-
trenamientos y ejercicios conjuntos con otras fuerzas represivas
dispuestas a actuar de inmediato en contra de lo que definían
como un “enemigo interno”, es decir, en contra de nosotros y
nosotras.

- ¡A los milicos, me los paso por el pico! - gritaba el Chiko Terry


camino a la Plaza Italia, donde miles de manifestantes colocaban
sus cuerpos como escudos frente a los militares y enfrentaban a
la represión de los pacos.
Según los delirios del Gobierno el levantamiento no era más
que una conspiración de grupos minoritarios de violentistas que
se aprovechaban del descontento por el tema de los 30 pesos.
Llegando, incluso, a decir posteriormente que había injerencia
extranjera, de Venezuela o Rusia, haciendo el más completo de
los ridículos. El pueblo en regiones se encargó de demostrarle
al gobierno que la revuelta popular no se reducía a un malestar
santiaguino ni a delirios conspiranoicos. En Concepción, Val-
paraíso, Antofagasta, La Serena, Copiapó, San Antonio, Ran-
cagua, Curicó, Puerto Montt y docenas de otras ciudades, el
pueblo comenzó a salir a la calles y el movimiento creció y cre-
ció sin freno.

En Santiago, los enfrentamientos se desataron en Plaza Maipú,


Plaza Puente Alto y nosotros dábamos la pelea en la Plaza Italia.

Ya bien entrada la tarde se anunció el toque de queda en San-


tiago para las 10 de la noche. La misión era clara: desobedecer
el toque de queda y seguir en las calles. Eso estábamos con-
versando con los cabros cuando una arremetida del zorrillo nos
dispersó. Intenté correr para donde vi que se habían replegado
pero me comenzaron a disparar los pacos y tuve que correr para
el otro lado. Los pacos y los milicos bloquearon todas las salidas
que me servían para regresar a la pobla.

Caminé un montón pero no había forma de llegar, más encima


mi teléfono estaba sin batería y no podía comunicarme con na-
die. En una esquina nos interceptaron los milicos y se volvió a
armar otro enfrentamiento. Me iba alejando más y más.

Mientras arrancaba y pensaba en qué hacer, me habló un adulto


más o menos joven que andaba protestando.

- Compadrito, váyase pa’ la casa que ya va a empezar el toque


de queda – me dijo.

Le expliqué mi situación y me dijo que él vivía en Quinta Nor-


mal y que si no encontrábamos transporte, podíamos caminar y
ahí podía quedarme con él y llamar a mi casa. Le agradecí un
montón y nos pusimos en marcha.

El socio se llamaba Daniel y trabajaba de técnico, ganaba una


miseria de sueldo y tenía una niña por la cual luchaba.

- Yo protesto, hermano, no por mí, por mi hija, si al final a uno ya


se lo cagaron ya – me decía – Pero son los que vienen los que
tienen que tener un país mejor y por eso yo salí a la calle, y voy
a salir todos los días hasta que esto cambie.

Habíamos avanzado varios kilómetros cuando vimos a la gente


correr hacia nosotros arrancando de una patrulla militar. Con el
Daniel salimos corriendo pero los milicos doblaron justo para
donde estábamos.

- ¡Al suelo conchetumadre! – alcancé a escuchar mientras me


pegaban un culatazo en la espalda. Sentí como si me hubiese
caído un camión encima y me fui a tierra. Mientras el dolor de
pequeñas piedras incrustándose en mi cara me alertaron del
inminente peligro, un dolor mucho mayor comenzó cuando los
milicos empezaron a patearnos en el suelo acompañados de un
coro de insultos. Cuando se cansaron, nos pusieron contra la
pared.

Éramos 4 los que estábamos ahí ensangrentados, golpeados,


basureados. Yo me puse a llorar, no por miedo sino por la rabia
e impotencia de no poder hacer nada, de no tener nada con qué
enfrentarlos. “Me las van a pagar weones”, gritaba en mi interior
mientras afuera los temblores de mi cuerpo intentaban hacer
salir esas palabras.

- Ahora se les van a pasar las ganas de andar webiando tontos


qliaos – gritó el milico que estaba a cargo – Ya, estos tres pa’
adentro y el cabro chico – refiriéndose a mí – a dormir.

No alcance ni a pensar en que se refería con “a dormir” cuando


recibí un culatazo en la cabeza y quedé inconsciente. Un silbido
y todo se apagó. No sé cuánto rato habré estado tirado en la
calle. Cuando logré abrir los ojos me vi en una cama, me dolía
todo y una señora estaba sentada al lado mío.

- Tranquilo hijo – me decía – Aquí no le va a pasar nada, los


militares ya se fueron.

Me sentía mareado, no razonaba con claridad y solo lograba


pensar en una cosa “¿Qué le pasó a Daniel?”. “Debe estar bien
supongo, deben haberle pegado y ahora debe estar detenido,
la pasará mal pero lo soltarán”, pensé con ingenua esperanza.

Amarrado de pies y manos y con una cinta en la boca, Daniel fue


llevado en una patrulla de los milicos a un sitio eriazo. Allí, junto
a los otros tres detenidos, fue golpeado, le apagaron cigarros
prendidos en su piel y fue obligado a hacer ejercicios. Los mili-
cos los escupían y se reían de ellos sin la más mínima muestra
de humanidad. Pasó un rato, les quitaron las vendas y los pus-
ieron uno al lado del otro.

- Ya delincuentes de mierda – empezó a gritarles el milico a


cargo – Pa’ que vean que somos buenas personas los vamos a
dejar ir. Pero como la Patria no necesita de webones flojos, se
podrán ir solo los que se esfuercen. Vamos a contar hasta tres
y van a correr, ¡corran como patriotas! ¡No como comunistas
flojos! El que se esfuerce quedará libre, al comunista que no se
esfuerce ya va a ver lo que le va a pasar.

Daniel estaba en shock, no sentía ni su cuerpo ni el dolor. Tenía


miedo. Los golpes y el trato inhumano lo hacían sentir como si
no valiese nada, como si fuese un trapo sucio que se puede
usar, votar o destruir sin que a nadie le importe. Aun así, Daniel
conservaba sus ganas de vivir, no importaba que él fuese un tra-
po o una basura para los milicos, solo importaba regresar con su
familia. Con la mirada fija hacia adelante, la vista nublada y los
segundos haciéndose eternos, tenía la desesperada esperanza
de huir de esa pesadilla.
- ¡Uno, dos y tres! - gritó el milico.

Daniel de alguna manera comenzó a correr. Su cerebro no coor-


dinaba sus pasos, todo se puso en cámara lenta y sus piernas
avanzaron solas por un mero instinto de supervivencia. En su
mente, la lejana meta comenzaba lentamente a acercarse cuan-
do los estruendos de los fusiles comenzaron a quebrar el silen-
cio. “Voy a salir de esta, voy a salir de esta”, se gritaba Daniel a
sí mismo. No importaban los disparos, Daniel solo pensaba en
correr, solo pensaba en su pequeña hija por la cual había salido
a la calles, solo pensaba en su pareja que lo estaba esperando
en casa y con la cual había decidido luchar juntos por el resto
de sus vidas. Daniel solo pensaba en vivir, en el derecho más
simple, relevante e innegable que puede tener un ser humano.

Con la mirada al frente ya no escuchaba ni los disparos ni las


risas de los militares, eran los latidos de su corazón y el sonido
de los pasos los que retumbaban en su cabeza. “Voy a escapar,
voy a escapar”.

Como si una mano del infierno lo hubiese agarrado, Daniel cayó


al suelo. Una bala le había atravesado la pierna. Los latidos de
su corazón retumbaron con más fuerza y cayó de espaldas. Una
sombra se abalanzó sobre él y, en una fracción de segundo,
logró ver el fuego cobarde de la bala que le perforó el pecho. Ya
no hubo más miedo, solo silencio y oscuridad.

A la mañana siguiente el cuerpo de Daniel apareció calcinado en


la bodega de un supermercado siniestrado. “Muerto en medio
de los saqueos” dijeron los medios de comunicación, mientras
los milicos traidores seguían felicitándose por el buen trabajo
realizado.

Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable


diría el Presidente mientras lanzaba a las jaurías uniformadas
a la calle. Y es que así han visto siempre al pueblo, como un
enemigo, como un enorme conjunto de enemigos que deber ser
constantemente vigilados, controlados, divididos, para impedir
que despierten y se levanten. Con este estallido todos y todas
pasamos a ser el enemigo y la guerra declarada por el Presi-
dente le manchará sus manos con la sangre de docenas como
Daniel, docenas que no podrán ver a sus hijas crecer, docenas
que no podrán envejecer junto al amor de sus vidas, docenas de
valiosas vidas del pueblo arrebatadas.

Mientras milicos y pacos reprimían al pueblo en las calles, los


socios cotidianos de estos últimos comenzaron a hacer de las
suyas. Si bien en muchos lugares hubo saqueos realizados por
delincuentes comunes o por personas que vieron la oportunidad
de llevarse algo gratis y vengarse de paso de las usureras cade-
nas de supermercados, los grandes saqueos comenzaron a ser
coordinados y ejecutados por las bandas de narcotraficantes en
connivencia con elementos de las policías.

Llegaban en sus lujosos vehículos, abrían los supermercados y


se llevaban los objetos de mayor valor, dejando a los oportuni-
stas de momento las sobras y el riesgo de ser detenidos. Tras
el saqueo, los supermercados eran quemados y las imágenes
ampliamente difundidas por los medios de comunicación.

El negocio era redondo, las imágenes de descontrol provoca-


das por los saqueos e incendios intentaban deslegitimar al mov-
imiento, poner a un sector del pueblo en contra de los y las man-
ifestantes, provocar enfrentamientos entre vecinos y generar
una sensación de desabastecimiento, en tanto, en las ferias y el
mercado negro, los narcos hacían tremendos negocios con los
productos robados, dejando un porcentaje para las policías. Tal
como lo hacían durante todo el año con el negocio de la cocaína
y la pasta base, algo que cualquiera que viva en un gueto de la
periferia sabe de sobra.

Pero no en todos lados les resultó. En mi población, los narcos


se fueron a la feria a revender productos de primera necesidad,
pero la Rosita los descubrió y, después de encararlos, le dio
aviso al Ronald, al Miguel y a los demás cabros organizados.
Con palos y otros elementos llegaron a donde los narcos y les
quitaron toda la mercadería, con los aplausos de los vecinos y
vecinas. Luego fueron a sus casas y se las reventaron, recu-
perando el resto de la mercadería robada y, de paso, sacando
todos los electrodomésticos, muebles, camas y pertenecias de
los narcos para quemarlas en plena calle.

En la plaza de la población la mercadería fue repartida de forma


organizada, comenzando por las familias más necesitadas.

- Vecina, vecino, aquí nos cuidamos entre nosotros mismos, ni


los narcos ni los milicos van a venir a abusar de nosotros – decía
la Rosita mientras repartía cajas de mercadería - Acá no quere-
mos a los que traicionan a su propio pueblo.
¡Chile Despertó!
Desperté el domingo todo adolorido. Luego de quedar inconsci-
ente, una familia del sector me recogió y me llevó a su casa. Las
señoras me trataron súper bien y me prestaron un teléfono para
poder comunicarme. Mi mamá estaba que se moría. Pasaron
toda la noche buscándome, preguntando por mí en hospitales y
comisarías, con la angustia de que me pudiesen haber matado.
Yo pensaba que exageraban un poco pero cuando empecé a ver
las noticias comprendí todo: los milicos desataron la brutalidad
en las calles. Baleados, golpeados y heridos eran parte del triste
saldo de la primera jornada de bestialidad militar.

Pero la represión no detuvo al pueblo. El domingo las manifesta-


ciones siguieron, crecieron y se expandieron a todos los rin-
cones del país. Marchas espontáneas y caceroleos surgían en
todos lados al grito de “¡Despertó, Despertó, Chile Despertó!”. El
gobierno no sabía qué hacer, extendió el Estado de Emergencia
y los toques de queda a casi todas las regiones, pero la gente
seguía desafiándolos y se mantenía firme en las calles.

Es el canto universal
Cadena que hará triunfar
El derecho de vivir en paz...

Era el inmortal himno de Víctor Jara que por esos días sonaba
en marchas, edificios y plazas, como un escudo frente a la vio-
lencia estatal.

De regreso en casa, los cabros me fueron a visitar.

- Loco, yo ya tenía listo el plan pa’ masacrar a estos bastardos si


te habían pitiado – me dijo el Chiko Terry con cara de venganza
y todos nos reímos.

En la población se armó una marcha espontánea de cientos de


personas que fueron a la plaza principal de la comuna a man-
ifestarse en frente de la Comisaría. Machucado, les di ánimos
desde la puerta de mi casa. No eran los dolores los que me im-
pedían ir, sino que mi mamá me había dejado castigado cuidan-
do a mi hermana chica, mientras ella y mi papá se sumaban
también a la marcha.

Sentado frente a la tele tuve tiempo para poner el frío mis pens-
amientos y darme cuenta de lo que estaba pasando. Había sido
todo tan rápido, tantas acciones, tantas sensaciones, tantos
cambios políticos, que mis ideas parecían girar en una licuado-
ra. Las distancias parecían distintas, los tiempos transcurrían
de otra forma y parecía que en cada minuto estaba pasando
algo trascendental, esa sensación la mantuvimos varios por
mucho tiempo, semanas, meses incluso. Pero, en ese momen-
to, tuve tiempo para comprender que el estallido recién estaba
comenzando, que no era un simple día de furia y que maña-
na no vendría nuevamente la calma y la normalidad. Porque
era esa misma normalidad de deudas, bajos salarios, colas en
los consultorios, comunidades contaminadas, niños y niñas vul-
neradas, pegas abusivas, pensiones miserables y el menospre-
cio de una minoría privilegiada, la que había generado esa rabia
acumulada durante décadas que ahora irrumpía violentamente,
sin líderes, sin partidos, pero con una inigualable dignidad.

El lunes el centro de Santiago parecía un pueblo fantasma.


Pocos fueron a trabajar, en el aire persistía el molesto olor a
lacrimógena y las paredes y paraderos reflejaban la guerra de
los últimos días. Los militares seguían patrullando las calles y
poco a poco comenzaban a conocerse los hechos brutales que
habían protagonizado en contra del pueblo indefenso.

Como habían suspendido las clases, aproveché de dormir hasta


bien tarde para que se me curaran rápido las heridas y poder
volver al combate.

- Mamá tengo pura hambre, ¿qué hay de almuerzo? – le dije


mientras me sacaba las lagañas.
- Lávate esa cara y camina a la plaza si queris comer – me dijo
al tiempo que echaba platos y servicio en su bolso – Hoy la Ros-
ita está organizando una olla común así que me voy para allá a
ayudar. Tu papá se fue temprano para allá a instalar las cosas,
así que el único que está flojeando aquí eres tú. Vístete luego
para que alcancis a llegar a comer y a la asamblea.

“¿Asamblea?”, me pregunté a mí mismo. ¿De qué me había


perdido?.

Mientras pasaban los días, nuevas ciudades y pueblos se iban


alzando. En el contexto de esas movilizaciones los vecinos y
vecinas fueron encontrándose en las calles y comenzaron a dis-
cutir sus problemas en común y a proponer soluciones. Nacieron
así las asambleas territoriales autoconvocadas por los propios
vecinos y vecinas, sin partidos políticos ni ladrones de turno.
Por cierto, los políticos oportunistas de siempre vieron en estos
espacios una presa para sus objetivos electorales e intentaron
fomentar sus propias reuniones para candidatearse. En otros
algunos derechamente intentaron apoderarse de las asambleas
autoconvocadas, recibiendo un fuerte rechazo del pueblo, como
ocurrió en mi población.

Un día, con el Pelusa y el Luchín, nos comíamos unos buenos


platos de porotos, gentileza de la olla común autogestionada
por nuestras vecinas, cuando sin previo aviso apareció uno de
los concejales. Acompañado por sus asesores cuicos y un par
de viejas vendidas que siempre están a su lado para las fotos,
el concejal del Partido por la Democracia - PPD, candidato a la
reelección y compañero de partido del alcalde, se fue a saludar
a las señoras de la olla común. Poco le duró su sonrisa plástica
y falsa, tan falsa como sus abrazos y apretones de mano.

- Y tú que hacis aquí conchetumadre – le grito una de las veci-


nas mientras le tiraba un cucharón encima.

Los gritos alertaron a todos y todas y una marea de gente se


abalanzó encima del concejal para increparlo ante la mirada de
terror de sus cuicos colaboradores.
- Esto que está pasando aquí, todo lo que está pasando es cul-
pa de ustedes – empezó a gritarle la Rosita – Ahora se aparece
aquí, ¿a qué? A hacerse el buena onda, a decir que quieren sa-
ber nuestra opinión, cuando todos estos años no han hecho más
que vender nuestros derechos, no han hecho más que hundir a
nuestra comuna y reírse del pueblo.
- Entienda vecina, nosotros estamos con ustedes – dijo deses-
perado el concejal – Aquí la derecha es la culpable de esta cri-
sis, nosotros estamos para trabajar junto a ustedes…
- A ver, a ver, vamos a dejar las cosas claras aquí – le dijo en tono
firme la Rosita – Primero que todo, nosotros no somos vecinos,
tú vivís en el barrio más acomodado de la comuna y no tenis ni
idea de lo que vivimos acá los pobres. Segundo, no vengai a
tratarnos de ignorantes, nosotros sabemos bien quien es el en-
emigo. Tenemos súper claro que los políticos de la derecha no
son más que empleados de los empresarios, ellos los financian,
ellos les dan pega cuando salen del gobierno, a ellos les dan bo-
letas truchas, ellos les dictan las leyes y lo que tienen que decir
por correo, eso lo sabemos, no somos ignorantes. Pero ¿acaso
ustedes no han hecho lo mismo? Cuántos casos de corrupción
hubo en los gobiernos de la Concertación, cuántas boletas no
le dieron a SQM, al yerno de Pinochet pos, son unos vendidos.
Quieren que le creamos a la Democracia Cristiana que práctica-
mente gobierna junto a la derecha y ha lucrado durante décadas
con la educación de nuestros hijos, o quieren que le creamos
a los del Partido Socialista que tienen a narcotraficantes a car-
go de sus municipios y campañas. Tú mismo partido, el PPD,
¿acaso les vamos a creer? Te acodai del fraude a la CONADI y
al INJUV, de los fondos para cesantía que se robaron, del Caso
Toldos, del Caso Cartas, Inverlink y Coimas, de los empleos bru-
jos, de Publicam, de las irregularidades en el Registro Civil, de
las platas que se robaron de Chiledeportes, del fraude en Hual-
pen, de las platas que les pasaba el ex yerno del Dictador, de
las platas que se han robado en Lo Espejo. Porque nosotros sí
nos acordamos y en toda esa corruptela han estado metidos los
de tu partido. Así que ahora no nos vengan a vender la pomada
cuando todos estos años no han hecho más que robar junto a la
derecha y cagarse todos los días al pueblo.
El concejal mudo y pálido no podía ni moverse. Sus asesores
tuvieron que sacarlo casi a rastras mientras las señoras em-
pezaban a lanzarle lechugas y agua, mientras les gritábamos
“¡Y.. Fuera!”. Con los cabros logramos achuntarles con un par
de piedras a los autos en los que huían así que no se la llevaron
gratis. De ahí en adelante nunca más ningún político, de ningu-
na tendencia, intentaría apoderarse de nuestra Asamblea. Por
cierto, ese día empezaría la guerra contra el municipio, que por
todos los medios, sobre todo con los recursos municipales y el
populismo, intentaría en vano acabar con la autorganización de
los vecinos y vecinas.

En La Moneda, el Gobierno intentó complementar la mano dura


con algunas migajas para calmar los ánimos. Anunció que sub-
iría un poco los sueldos pero sin tocarles los bolsillos a los pa-
trones, subiría casi nada las pensiones y sin tocar las ganancias
de las AFPs, o sea, trataba de apagar las movilizaciones si dar
ninguna respuesta de fondo, sin arrebatarles ni un milímetro de
privilegios a los poderosos de este país.

Obviamente los anuncios eran una burla y así lo entendió el


pueblo que siguió saliendo a las calles con más y más energía.

Con los cabros nos juntábamos temprano para ir a ayudar en las


tareas de la Asamblea. Recolectábamos cosas entre los veci-
nos y vecinas, buscábamos neumáticos, limones, fabricábamos
hondas y miguelitos y nos poníamos a disposición de lo que nos
pidieran. Ya después de almuerzo nos íbamos a la Plaza Italia,
que se había convertido en el símbolo de las protestas con cien-
tos de miles de personas reuniéndose todos los días. Allí nos
juntábamos con compañeros y compañeras de otros liceos, les
dábamos cara a los pacos y nos sumábamos a los cánticos de
esa marea humana de alegría que todos los días llegaba con
sus lienzos, pancartas y cacerolas a demostrar que Chile había
despertado.

A pesar de que íbamos todos los días al centro, esto nunca se


volvió una rutina. Cada día era una historia diferente, nuevos
rostros y rebeldías se sumaban: desde niños, niñas, madres con
sus bebés, personajes disfrazados, ancianos y ancianas con
sus carteles, todos disfrutaban de la emoción y alegría de volver
a encontrarnos como pueblo para enfrentar a los que tanto nos
han arrebatado. Lamentablemente lo que sí se volvió una ruti-
na fue la represión. En cada jornada eran cientos los baleados,
golpeados, gaseados, atropellados y en la noche era mucho
peor.

Después de pelear en el centro nos devolvíamos a la población


para las protestas nocturnas. Antes de que la noche cayera
las calles ya se empezaban a repletar de gente con sus cac-
erolas. Marchas espontáneas se armaban en los pasajes y los
neumáticos y sillones para alimentar las barricadas comenz-
aban a aparecer. Las calles rápidamente eran cortadas con do-
cenas de barricadas y mientras los adultos entonaban las letras
de Víctor Jara, con los cabros, ya semi encapuchados, íbamos
haciendo desorden al grito de “¡Con todo sino pa’ qué!”. Los
pacos se atrincheraban en la Comisaría a la espera de desatar
la represión, mientras en la calle todo era una fiesta de rabia y
libertad.

En la jornada del jueves los automovilistas se habían organiza-


do contra el Tag colapsando varias rutas, en el centro de Santia-
go las marchas seguían y en regiones cada vez salía más gente.
En mi pobla los pacos ya no eran capaces de enfrentar a la
enorme cantidad de gente sublevada así que pidieron refuerzos.
Pero aun así no pudieron.

Las primeras lacrimógenas provocaban una corta huida que


duraba hasta que estás era devueltas y uno ya empezaba a
acostumbrarse a sus efectos. Luego venía un vendaval de pie-
dras y palos contra piquetes, zorrillos, guanacos, tanquetas o
lo que hubiese. Obligados a replegarse, los pacos empezaban
a disparar perdigones de acero y balas para contenernos. Vari-
os caían heridos pero nadie se rendía. Las piedras seguían,
los punteros láser intentaban hacerle la pega más difícil a la
represión y desde las casas empezaban a salir mangueras que
rociaban el aire con agua para disminuir el efecto de los gases.

Ese jueves fue una verdadera guerra y la íbamos ganando, al


menos hasta ese momento.

- ¡Agáchate weon! – escuché gritar mientras alguien me tiraba al


suelo. Por encima mío surcaron las ráfagas de los fusiles de los
milicos que habían llegado a prestarle ropa a los pacos.

Muchos corrieron de inmediato, pero el resto nos sentimos más


motivados aún para seguir peleando. El Chiko Terry con el Pe-
lusa se fueron casi al suicido tirándole piedras a 10 metros a la
tanqueta militar.

- ¡Me los paso por la raja! – gritó el Chiko Terry mientras les
hacía un cara pálida y salía corriendo. Esto provocó risas gen-
eralizadas y la gente que había arrancado volvió para seguir
peleando.

Con el Luchín y el Bayron dimos la vuelta a la manzana para


caerle a los milicos por detrás. Alcanzamos a tirarles unas cuan-
tas piedras con las hondas pero los pacos, que ahora se sentían
con más valor, empezaron a disparar balines y lacrimógenas a
diestra y siniestra mientras los infernales ruidos de las ráfagas
militares nos hacían a todos retroceder.

- No podemos dejar que se lleven pelada – decía en voz alta con


rabia, recordando la golpiza que me habían dado y viendo que
las piedras no hacían mucho frente al poder del enemigo.
- Mira weon – me dijo el Bayron con una voz de entusiasmo que
comprendí cuando volví a mirar a la calle.

Unos encapuchados le estaban tirando bombas molotov a la


tanqueta de los milicos, incendiando uno de sus costados, al
mismo tiempo, empezaron a sonar disparos provenientes des-
de los pasajes y uno de los pacos se fue a tierra herido por un
balazo.
- ¡Buena conchetumare! – empecé a gritar sin poder contener la
alegría.

La gente aplaudía y gritaba contra los milicos y estos se vieron


obligados a replegarse a la Comisaría. Las barricadas siguieron,
al igual que los caceroleos, pero hubo una tregua en las batalla.
Nuestras cacerolas y piedras poco podían hacer contra sus fu-
siles, pero ellos entendieron que intentar masacrarnos tampoco
les iba a resultar tan fácil.

Quizás una de las cosas más características de este levanta-


miento ha sido su capacidad para retomar energías y dar sor-
presa tras sorpresa. En la tele todos los días esos expertos,
políticos y académicos que no sirven para nada, auguraban el
fin de las movilizaciones, la pérdida de fuerza en las calles y el
retorno a la “normalidad”; y todos los días se equivocaban.

Después de una noche de combate intensa, yo mismo pensaba


que quizás el movimiento ya había llegado a su máximo esplen-
dor.

- Se está convocando a la marcha más grande de Chile – me


dijo la Claudia por teléfono – Hay que avisarle a todos los com-
pas posibles para que llenemos la Plaza Italia.

Yo me preguntaba cuánto más llena podía estar la Plaza Italia si


todos los días esta se rebalsaba de tanta gente. Ese viernes 25
tendría la respuesta.

De madrugada acompañamos a los vecinos y vecinas de la


Asamblea a bloquear pacíficamente las principales calles de la
comuna con muchas personas y unos pocos neumáticos. De ahí
nos preparamos para ir al centro. Ya a esas alturas nos había-
mos empezado a equipar cada vez más porque la represión es-
taba cada día peor. Guantes para devolver las lacrimógenas,
lentes de seguridad, máscaras antigases contra las lacrimóge-
nas y hondas, eran nuestros implementos.
Si los días anteriores la cantidad de gente en las calles era in-
mensa, ahora era algo alucinante. Parecía un sueño ver a tanta
gente caminando hacia el centro con sus banderas y pancartas.
Debo reconocer que en más de una ocasión tuve que aguan-
tarme las lágrimas. Era demasiada la emoción de estar ahí y
saber que estábamos escribiendo una de las páginas más glo-
riosas de nuestra historia.

Como la micro no pudo avanzar más por la cantidad de gente,


nos demoramos una hora en llegar al punto de encuentro donde
nos esperaban nuestras compañeras y compañeros del Liceo y
del resto de establecimientos de la Región Metropolitana.

Creo que no hay palabras ni frases precisas para describir lo


que pasó ese día cuando millones de almas rebeldes protag-
onizamos la manifestación más grande y numerosa que jamás
haya existido en este país. De la mano con mis compañeros y
compañeras, con mis pares, con los que viven como yo, luchan
como yo y sueñan como yo con un mundo mejor y distinto,
caminábamos con nuestras convicciones y sentimientos, sin
miedo ni dudas, sino que con la más infinita de las alegrías.

Únanse al baile, de los que sobran


Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quiso ayudar de verdad...

El cántico de “El baile de los que sobran” daba más color aún a
las postales eternas de ese 25 de octubre que llenarán los libros
de historia y quedarán como un rebelde legado para las futuras
generaciones.

Esos rostros marchantes en Santiago, Coquimbo, Concepción,


Arica, Punta Arenas, Talca, Rancagua, Valparaíso, entre muchas
otras ciudades, harán que muchos y muchas por primera vez en
nuestras vidas, sintamos el orgullo de ser chilenos y chilenas.
Resistiendo a la “normalidad”
Con un descaro impresionante, el gobierno, la clase política y
los grandes medios trataban de subirse al carro de la victoria de
la marcha más grande de Chile. Como si parte de las exigencias
más fuertes no fuesen la renuncia del Presidente, el rechazo a
las medidas parche y el cuestionamiento a los medios de desin-
formación. Políticos de todos los colores felicitaban al pueblo
por manifestarse y decían “ya se han hecho sentir, ya los hemos
escuchado, ahora resolveremos sus exigencias así que dejen
de protestar”. Siguiendo esta misma línea, el gobierno decretó el
fin del Estado de Emergencia y del toque de queda, anunciando
un cambio de gabinete que se realizaría al día siguiente.

¿Creían acaso que nos íbamos a contentar con eso? ¿Creían


que nos íbamos a volver a encerrar en nuestras casas como
si nada hubiese pasado? ¿Qué nos olvidaríamos de los muer-
tos, de los disparos contra manifestantes y viviendas, de los al-
lanamientos ilegales, de las torturas y violencia sexual, de los
simulacros de fusilamiento, de los atropellos intencionales a
transeúntes, en definitiva, de todas las violaciones a los Dere-
chos Humanos cometidas en los últimos días?

En el extranjero, los medios internacionales daban amplia co-


bertura a las protestas y a la brutalidad represiva, tratando dere-
chamente al Presidente como un dictador. Chilenos y chilenas
en todas partes del mundo protestaron de diversas formas y
ayudaron a romper el cerco mediático.

Sin los militares, ahora había un obstáculo menos en las calles


y la rabia no dejaba de crecer. Sindicatos y gremios realizaron
diversos paros, las calles de las ciudades amanecían con barri-
cadas y cortes de ruta, las avenidas céntricas se transformaron
en escenarios permanentes de enfrentamientos y en las noches
las poblaciones estallaban con marchas y cacerolazos.

En su intento por imponer la normalidad a toda costa, se anunció


el retorno a clases. Por supuesto eso era algo que no estába-
mos dispuestos a permitir.

A primera hora nos reunimos en el patio antes de entrar a clases.


La mayoría de los profesores y profesoras también estaban allí y
con un lienzo declararon estar en paro. Eso nos ahorró bastante
trabajo ya que nuestra idea era tomarnos el Liceo para impedir
las clases. Así que ahora, unidos con los y las profes, hicimos
un cierre simbólico del Liceo colocándole cadenas en todas sus
entradas.

- Compas, me están llegando mensajes de varios liceos de la


comuna – empezó a contarnos la Claudia a los allí presentes –
Los están obligando a tener clases con la amenaza de expulsar-
los si es que se movilizan y no los están dejando salir.
- Bueno si no pueden salir, vayamos nosotros a sacarlos – dijo
el Pelusa.

Con una marcha improvisada fuimos a tres liceos y derribamos


sus puertas por la fuerza para que nuestras compañeras y com-
pañeros pudiesen salir. La marcha subió en número y cuando
llegamos al cuarto liceo nos estaba esperando un piquete de
Fuerzas Especiales. No hubo ni un intento de diálogo. Apenas
nos vieron empezaron a dispararnos lacrimógenas y perdigones
directo al cuerpo. Con los cabros intentamos contenerlos a pie-
drazos pero los pacos estaban demasiado bélicos y no nos
daban tregua.

Las compas de dentro del Liceo lograron reventar las puertas


así que pudimos refugiarnos y resguardarnos aunque fuese solo
por unos minutos, ya que los pacos entraron con todo y dis-
pararon a quien se le cruzaba por delante, incluyendo a profe-
sores y tías del aseo. En otros puntos del país la situación se
repetía, fugas masivas, estudiantes ayudando a fugarse a otros,
represión irracional de los pacos y muchos heridos y heridas en
nuestro bando. A pesar de la represión, obtuvimos una victoria
ya que el gobierno se vio obligado a cerrar el año escolar.

Ahora, sin clases, estábamos mucho más relajados para seguir


peleando. Nos pusimos como meta hacer todos los días una
barricada en la madrugada, así que, desde las 5 de la mañana
y hasta que terminaban los combates en la noche, estábamos
casi todo el día en la calle. Dormíamos poco, comíamos cuando
podíamos, pero éramos inmensamente felices.

Para fortalecer la Asamblea territorial de nuestra comuna, el


Bayron empezó a participar más activamente e invitamos a la
Claudia, la Vanessa y otras compas del Liceo para que apañaran
también, haciendo el vínculo entre las instancias estudiantiles
regionales y la Asamblea.

Las tareas de la Asamblea eran muchas y, aunque algunas eran


simples, nos mantenían bastante ocupados.

Estábamos desde temprano en la plaza, la primera labor era co-


locar los toldos que nos traía un vecino feriante en su camione-
ta, luego instalábamos todo lo que era electricidad en la toma de
corriente que un vecino electricista había instalado a la mala en
un poste. Después, nos dedicábamos a acarrear las cosas para
la olla común: sillas, mesas, ollas, platos, bidones con agua,
balones de gas, cocinillas, etc. Y, con eso ya listo, terminába-
mos de instalar los equipos de sonido para que los micrófonos
quedaran dispuestos para la Asamblea y la música animara el
ambiente.

Al principio en la olla común solo cocinaban las vecinas, pero se


decidió que no podíamos seguir repitiendo esa división impues-
ta de los hombres haciendo los trabajos de fuerza y las mujeres
cocinado y limpiando. Como norma colectiva, al menos la mitad
en la cocina debían ser hombres; aunque con mucho menos tal-
ento para el asunto, bastante empeño le ponían. Hasta mi papá,
que no sabía ni hacerse un huevo, tuvo que ayudar ahí.

Para mantener viva la protesta e integrar a la mayor cantidad de


gente posible, se hicieron diversas actividades. A las clásicas
ollas comunes, asambleas y jornadas de fabricación de lienzos
y carteles, les sumamos ciclos de cine, tocatas, funciones de
teatro, partidos de futbol, onces comunes en medio de la calle,
cuentacuentos y talleres sobre problemáticas sociales, energías
alternativas, primeros auxilios, alimentación saludable y vege-
tariana, reciclaje y compostaje, entre muchos otros.

El Bayron le dedicó todo su cerebro a indagar en las cifras y es-


tadísticas de la realidad nacional para presentarlas de manera
ordenada y simple a los vecinos y vecinas. En papelógrafos,
afiches, panfletos, boletines y en las asambleas nuestra realidad
fue retratada en números. Ahí mi papá pudo ver que era parte
del 70% de los trabajadores y trabajadoras que reciben ingresos
3 veces inferiores al PIB per cápita nacional y, peor aún, era
parte del 50% que recibe 400 mil pesos o menos; mientras en
el barrio alto 18 mil personas ganan todos los meses más de 80
millones gracias al esfuerzo de los trabajadores y trabajadoras
humildes de este país. Esos bajos salarios provocaban que hu-
biera 11 millones de personas endeudadas, 4 millones de ellas
sin capacidad alguna de pago.

Explicaba también el Bayron que al estar privatizados todos


los servicios, como la luz, el agua, el transporte, la salud, la
educación, etc., estos eran un negocio que financiábamos de
nuestro propio bolsillo empeorando aún más la situación. De ahí
que gastásemos una parte importante de nuestros ingresos en
transporte o que el negocio de la vivienda las haya hecho subir
un 65% en los últimos 8 años, volviéndolas inalcanzables para
los sectores populares, empujándonos a vivir de allegados, ha-
cinados o en tomas ilegales.

La salud era otro tema importante para las personas, el Bayron


nos habló del enorme déficit de especialistas, del negocio de
las Isapres y de los medicamentos y de cómo solo el 2018 fall-
ecieron 26 mil personas en las listas de espera.

Pero, quizás, donde más golpean y se hacen sentir las injusti-


cias del sistema, es con nuestros abuelos y abuelas que reciben
unas pensiones de miseria, que no alcanzan ni para cubrir la
línea de la pobreza y que las obligan a sobreendeudarse para
costear gastos médicos, comprar remedios o simplemente para
poder comer.

En definitiva, concluía el Bayron, todo este sistema está diseña-


do para explotarnos inhumanamente en las extensas jornadas
laborales, saquear nuestros recursos naturales y dejarnos con-
taminados, y estrujarnos hasta el último peso de nuestros bolsil-
los a costa de nuestra felicidad y derechos para beneficiar una
minoría privilegiada (el verdadero poder detrás del Gobierno y
sus fuerzas represivas); eso es el capitalismo neoliberal.

Cada una de estas actividades e informaciones nos servían para


irnos conociendo y reconociendo como iguales, como parte de
una misma lucha, dándonos cuenta que todos y todas a nuestro
lado eran personas en las que podíamos confiar y por las que
valía la pena seguir dando esta lucha. Nos fuimos dando cuen-
ta también de que más allá de pedirle cosas al gobierno o de
hacer una lista de demandas, la verdadera solución a nuestros
problemas estaba en la capacidad para organizarnos, autoedu-
carnos y comenzar a decidir colectivamente.

- Mi familia llego aquí cuando esto eran puras chacras sin dueño
– narraba la Rosita en una Asamblea – Aquí llegaron organi-
zados junto a un montón de gente sin casa. Con una bandera
chilena, cuatro palos y una manta se tomaron estos terrenos y
forjaron esta población. Y así mismo surgieron todas las pobla-
ciones de esta comuna. Aquí nadie nos ha regalado nada, todo
ha sido fruto de la lucha. Así que yo no necesito permiso para
estar en esta plaza, ni para tomarme una calle, ni para nada,
porque yo y todas ustedes somos dueñas de esta comuna. Aquí
los políticos, los pacos, la iglesia, son invasores, están en una
tierra que nos pertenece a nosotras. Ellos nos nos van a dar
ninguna solución porque ellos son parte del problema. Aquí ten-
emos que aprovechar este estallido para generar la consciencia
de que es nuestra autorganización como pobladoras lo que nos
hará surgir. No el poder de ellos, ni su Estado, ni sus leyes, sino
que nuestro propio poder, solidario, horizontal, desde abajo, sin
intereses mezquinos ni regido por la lógica del dinero.
La Rosita tenía razón. En los talleres aprendimos que en nues-
tras manos estaban gran parte de las soluciones. ¿Para qué
necesitamos a usureras empresas eléctricas si podemos gener-
ar nuestra propia energía con el poder del sol?¿Por qué necesi-
tamos depender de los monopolios de alimentos si en nuestra
comuna hay suficientes cerros para producir nuestra propia
comida?¿Para qué necesitamos al alcalde o a los concejales
si nuestra Asamblea es mucho más representativa y quienes
participan en ella están mucho más capacitados que cualquier
político?¿Por qué seguimos contaminando con toneladas de ba-
sura si buena parte de eso lo podemos reciclar?

Preguntas como esas surgían en cada taller y en cada conver-


sación y eran el reflejo de uno de los despertares más impor-
tantes que ocurrieron, el de nuestras mentes y de su capacidad
crítica para cuestionar la realidad.

A nivel nacional, las protestas se reinventaban y surgían nue-


vas formas de descontento que se sumaban a las marchas gi-
gantescas en las ciudades y a los cacerolazos y barricadas noc-
turnas en las poblaciones. Sorpresivas y potentes protestas en
los centros comerciales del barrio alto llevaron el conflicto a las
narices del enemigo; caravanas de autos recorrieron las calles
alterando el tránsito; paros y huelgas se desarrollaron en diver-
sos sectores; nuevos iconos nacionales como el Negro Mata-
pacos y personajes como el Sensual Spiderman, el Dinosaurio,
Nacalman o Baila Pikachu, le dieron identidad y colorido a las
manifestaciones. El epicentro de las protestas, Plaza Italia, fue
rebautizada como la “Plaza de la Dignidad” y el pueblo se encar-
gó de mantenerla siempre repleta.

Como Asamblea decidimos que todos los días se realizaría un


caceroleo, pasara lo que pasara, siempre debía sonar al menos
una cacerola. El objetivo era evitar a toda costa que se volviera
a imponer la normalidad.
Terrorismo uniformado
La jornada está por empezar y a él le hace falta la motivación
cotidiana, su cuerpo lo exige, lo anhela, sufre por su ausencia. El
espejo de la buena suerte está ahí, como un fiel compañero que
sirve de colchón para la invitada de honor. Acostada a lo largo,
con su angosta figura blanca, tiene un parecido a la geografía
nacional ¿Será casualidad? “La Patria es importante”, piensa
con las últimas neuronas que le van quedando, si es que aún
le queda alguna. Su cara se acerca al espejo con una deses-
perada determinación y su nariz inhala con fuerza, con mucha
fuerza, como si de eso dependiera su vida. El efecto es inme-
diato, placer, pero más que placer es la sensación de sentirse
poderoso e invencible, incuestionable y omnipotente. Así, como
un Goliat, se pasa los dedos por la nariz por si quedase algún ra-
stro de cocaína, se coloca el casco, toma su escopeta, se reúne
con otras bestias igual de drogadas que él y se lanza sobre las
presas con odio y, a la vez, con la esperanza de recibir algún
premio o ascenso por parte de las autoridades a las cuales les
mueve la cola como el perro faldero perquin que es.

Así es la vida de las Fuerzas Especiales de los pacos.

Con los milicos expectantes, pero de regreso en sus cuarteles,


los pacos, conocidos también ahora como “jalabineros”, se con-
virtieron en el principal verdugo del pueblo en las calles, alca-
nzando niveles de brutalidad inimaginables.

El gobierno, al ver que las zanahorias no surgían efecto, intentó


con el garrote. Un paquete de medidas represivas que incluían
una ley contra encapuchados, otra contra barricadas, la apli-
cación de la Ley de Seguridad del Estado y el fortalecimiento
de la Agencia Nacional de Inteligencia, complementaron la carta
blanca que se le dio a los pacos para ejercer la más brutal de
las violencias. Así, la Dictadura encubierta fue instalándose pro-
gresivamente.

De pronto, autos con vidrios polarizados y sin patente comenza-


ron a verse patrullando las calles, a veces de forma encubierta y
otras con intencionada visibilidad. Las redes sociales se llenaron
de videos y fotos de policías de civil secuestrando a manifestan-
tes y metiéndolos en estos autos. En otras ocasiones eran los
furgones policiales los que detenían a transeúntes por sorpresa,
para darles una paliza y luego dejarlos tirados en algún lugar le-
jano. Aún peor, cuando los pacos no usaban sus vehículos para
detener personas, los ocupaban para atropellarlas.

Pacos de civil comenzaron a infiltrarse en las marchas y pun-


tos de protesta. A veces parecían simples transeúntes, en otras
ocasiones se sentaban en las plazas fumando un cigarro o sim-
ulando estar carreteando, así esperaban a sus víctimas. Per-
sonas regresando de una manifestación, jóvenes lanzando pie-
dras, señoras caceroleando, cualquiera podía ser detenido por
los civiles que aparecían repentinamente de los lugares menos
esperados.

En nuestro caso, previendo una posible intervención de pacos


de civil, implementamos una red de información que incluía a
vecinos y vecinas, muchachos que carreteaban en los lugares
cercanos, personas en situación de calle, gente que atendía ne-
gocios, entre otros. Todos y todas estaban pendientes de cual-
quier anormalidad, cualquier persona o vehículo sospechoso
era inmediatamente reportado a las personas de la Asamblea.
Así pudimos evitar el actuar de los pacos de civil. Pero en otros
territorios no corrieron la misma suerte. Varios fueron detenidos
e incluso algunos fueron baleados por efectivos de civil.

La bestialidad no tenía límites. En Maipú a una persona que esta-


ba trabajando la detuvieron y golpearon hasta que se cansaron,
fallecería al día siguiente. En Lo Hermida reprimieron una toma
simbólica de terrenos y luego irrumpieron en las casas de los
vecinos golpeándolos y disparándoles bombas lacrimógenas en
su interior, sin importar que adentro hubiesen niños y ancianas.
Algo similar ocurrió en Antofagasta, en donde la Población Bo-
nilla sufrió noches de terror con allanamientos ilegales, golpizas
y uso de armas de fuego contra vecinos y vecinas indefensas.
Sin embargo, en estos y otros lugares, los pobladores y pobla-
doras responderían con mayor organización y combatividad en
sus manifestaciones.

A esas alturas las denuncias por torturas y tratos crueles super-


aban los mil casos. En Peñalolén “crucificaron” a 4 personas
dejándolas colgadas con esposas en la antena de la Comisaría.
En Plaza Ñuñoa una persona fue atacada por 12 pacos solo por
cacerolear. Terminó con la nariz fracturada, un hombro luxado,
tres costillas rotas, un pulmón dañado y la pérdida total de la
visión de uno de sus ojos. En Pedro Aguirre Cerda torturaron
sexualmente a un detenido golpeándolo, desnudándolo y, pos-
teriormente, abusando de él con un bastón policial. Violaciones,
tocamientos de genitales, desnudamientos, maltrato psicológi-
co, serían parte del arsenal de los psicópatas de verde.

No bastándoles con la violencia sobre los y las manifestantes,


defensores y defensoras de los derechos humanos y personal
médico también fueron atacados. A las y los observadores de
derechos humanos se les prohibió en varias ocasiones ingresar
a los servicios de salud y varios de ellos recibieron disparos de
perdigones. Suerte similar corrieron cientos de voluntarios y vol-
untarias que levantaron puestos médicos para brindar primeros
auxilios: fueron gaseados, les arrebataron pacientes de sus bra-
zos, los mojaron, apalearon y dispararon; y, aun así, todos los
días estaban presentes para brindar sus solidarios servicios.

La irracionalidad de los pacos llegó a tal nivel que atacaron am-


bulancias y camillas, como sucedió en la Plaza de la Dignidad
cuando el guanaco lanzó su chorro sobre el personal médico
que intentaba reanimar a un joven, retardando su traslado a un
centro médico, contribuyendo con ello a su muerte.

Con los cabros más de una vez terminamos en los puestos


médicos, sobre todo cuando nos llegaba algún perdigón. En una
ocasión, con el Bayron, llevamos a una de nuestras compañeras
que le había llegado una lacrimógena en el pecho mientras le
tiraba piedras a los pacos. El puesto estaba repleto de heridos,
algunos con mareos y nauseas por las lacrimógenas, que cada
vez estaban más fuertes, pero la mayoría estaban heridos por
perdigones.

Los mentirosos de los pacos decían que los perdigones eran


de goma y que si había gente herida era por los disparos que
hacían los propios manifestantes; algo completamente falso
pues todos sabíamos que los perdigones eran de metal y que
los únicos que disparaban eran los propios pacos.

Aquella vez, nos sentamos junto a nuestra compañera y aprove-


chamos de tomar agua y descansar antes de volver al combate.
A mi lado, veo que el Bayron tenía la mirada fija y le caían lágri-
mas por sus mejillas. No le dije nada, solo dirigí la mirada hacia
donde apuntaban sus ojos. Ahí sentado se encontraba un joven
con sus parpados cerrados y dos hilos de sangre cayendo de
ellos. Los pacos le habían mutilado sus ojos con perdigones,
castigándolo solo por participar en una manifestación, solo por
querer en Chile mejor. Nos comía la rabia, la impotencia, el odio.

Lamentablemente ese hecho no fue fortuito. Ahora nos querían


cerrar los ojos para que no volviésemos a despertar. Cientos de
personas recibieron perdigones en sus ojos y perdieron la visión
de uno o de ambos, generando un escándalo mundial que poco
le importó a los pacos. Siguieron disparando perdigones directo
al rostro y, cuando el cuestionamiento a este crimen les cayó
encima, siguieron haciendo lo mismo pero con lacrimógenas;
como a la vecina que, yendo a su trabajo, le dispararon una
lacrimógena directo a su rostro dejándola completamente ciega.

A las personas que no podían cegar, comenzaron a perseguirlas


y encarcelarlas. Y, cuando no había pruebas ni evidencias, se
realizaron burdos montajes para llenar las cárceles de supues-
tos saqueadores y terroristas.

El trabajo lo venían preparando desde hace años. Gracias a un


ataque de los hackers se filtraron miles de documentos de los
pacos. Ahí quedaba en evidencia el seguimiento y monitoreo
permanente de todas las y los dirigentes sociales y de todas las
manifestaciones, por muy pacíficas que estas fuesen. Con ese
trabajo los pacos y los servicios de inteligencia nos iban fichan-
do, catalogando y monitoreando para tener lista toda la infor-
mación para cuando fuese necesario golpearnos. Y así comen-
zaron a hacerlo, de manera silenciosa pero contundente, como
en los peores tiempos de la Dictadura. Seguimientos, secues-
tros y personas que aparecieron misteriosamente “suicidadas”
fueron capítulos de esta macabra obra.

Aun con todo este nivel de violencia policial, el pueblo siguió


en las calles. En muchos lugares los pacos simplemente eran
desbordados por la fuerza popular y tuvieron que empezar a
ser ayudados directamente por el narco. En nuestra pobla, los
cabros más organizados los mantenían a raya. En todas las se-
manas de alzamiento, los fuegos artificiales que anunciaban la
llegada de la droga no se vieron nunca.

Pero, en otras poblaciones, la situación era muy distinta, los


narcos se paseaban armados frente a los manifestantes y, en
los peores casos, les disparaban en las noches causando vari-
os heridos. Las protestas les estaban arruinando el negocio, no
podían vender tranquilos con la gente en las calles y los pasajes
llenos de barricadas. Además sus socios pacos y ratis andaban
ocupados reprimiendo así que no la tenían tan fácil como antes.

Detrás de toda esta represión y violencia inhumana se encontra-


ba el objetivo de generar un estado de permanente temor e in-
certidumbre que inhibiera los deseos de manifestarse y abrieran
un pronto regreso a la normalidad neoliberal. Pero el miedo no
triunfaba y cada segundo en las calles eran un acto de rebeldía
que nos hacía más y más fuertes.

Milicos y pacos habían demostrado quienes eran y que intere-


ses defendían, así que cuando llegó el momento se lo dijimos en
su propia cara. ¿O acaso pensaban que después de masacrar
al pueblo alguien iría de voluntario al servicio militar?
Gigantescas filas de jóvenes acompañados por sus madres y
padres colapsaron los cantones de reclutamiento. El objetivo
era uno solo: sacarse el servicio.

A nuestra pandilla aún no le llegaba la hora, pero sí a muchos


compañeros del Liceo. Decidimos que los íbamos a acompañar
para decirles unas cuantas cosas a los milicos. Haciéndonos
los locos nos colocamos en la fila afuera del regimiento y fui-
mos avanzando. La tele estaba ahí sacando cuñas a los que
hacían la fila así que era una oportunidad perfecta. Cuando ya
estuvimos adentro, un pito sonó. Era la señal. Rápidamente nos
agrupamos, el Pelusa sacó un lienzo y todos nos pudimos a
cantar consignas contra los milicos y los pacos. Los de la tele no
lo pensaron dos veces y se fueron con todas su cámaras sobre
nosotros.

- Estamos aquí pacíficamente manifestándonos en contra del


servicio militar – comenzó a decir el Richard, que había sido
elegido como vocero en esta ocasión – Todos hemos visto como
las Fuerzas Armadas han actuado en contra del propio pueblo
para defender los intereses de los más ricos de este país. Yo no
quiero ser un soldado, no quiero matar ni a mis vecinos ni a mi
familia, por eso estamos aquí protestando hoy.

Los milicos no podían aguantar la rabia. Lo pacífico de la protes-


ta y la presencia de la tele les hacían imposible reprimirnos así
que todo terminó sin problemas. Acciones similares se realiza-
ron en varias ciudades del país, en algunos casos incluso hubo
enfrentamientos y regimientos y cantones fueron apiedrados.

Nadie quería vestirse de uniforme para atacar a su propio pueb-


lo, al revés, ya cada vez éramos más los que estábamos orga-
nizándonos y preparándonos para defendernos de los asesinos
de verde.
Héroes
En Santiago, la Alameda se llenaba todos los días con cientos
de miles de manifestantes que marchaban hacia la Plaza de
la Dignidad. Familias completas, artistas y gente disfrazada,
abuelas y abuelos, niños y niñas, trabajadores y trabajadores,
estudiantes, personas en silla de ruedas y ciclistas, todas y todos
se podían manifestar tranquila y pacíficamente durante horas a
pesar de la violencia policial gracias a que también, todos los
días, con más corazón que otra cosa en un principio, un valiente
conjunto de jóvenes le colocábamos el pecho a las balas para
mantener a raya a los pacos.

Éramos la primera resistencia que contenía los embates de los


pacos, el primer grupo que iba al choque para frenar el actuar
policial, los que recibíamos mayormente los perdigones y bom-
bas para que el resto del pueblo pudiese marchar sin problemas.
Con cariño, respeto y un profundo agradecimiento, el pueblo
comenzó a llamarnos la Primera Línea.

En un principio, cuando recién comenzó el estallido y estábamos


en Estado de Emergencia, la resistencia fue bastante dispersa
y desordenada. Manifestantes individuales se lanzaban al com-
bate contra los pacos y milicos con lo que hubiera a la mano,
en el mejor de los casos, grupos pequeños y coordinados de
estudiantes o cabros de la pobla llegábamos a pelear un poco
más organizados y con algunos elementos como botellas con
pintura, hondas o guantes para devolver las lacrimógenas. Las
ganas y la valentía eran innegables, pero primaba el desorden.

A medida que el campo de batalla se ordenó, nosotros también


lo hicimos. Le fuimos tomando la mano a la dinámica de las man-
ifestaciones. Sabíamos que nuestros servicios se empezaban a
hacer más necesarios entrando la tarde, nos dimos cuenta de
los puntos elegidos por los pacos para ingresar a la Alameda a
reprimir, de los lugares más propicios para resistir y replegarnos,
de las cámaras usadas para sapearnos. Combatientes individ-
uales y diversos grupos nos fuimos encontrando, conociendo y
estrechando lazos que fortalecieron nuestra capacidad de resis-
tencia.

Las hondas empezaron a aparecer masivamente, los punteros


láser para cegar a las fuerzas represoras también, las máscaras
antigases se volvieron casi obligatorias. Compas se dedicaron
a actuar en contra de las lacrimógenas, al principio, devolvién-
doselas a los pacos y luego metiéndolas en botellones con bi-
carbonato para apagarlas; de vez en cuando aparecían también
fuegos artificiales que estallaban entremedio de los piquetes. La
Primera Línea iba tomando forma y fuerza, pero aún faltaba más
organización.

El uso indiscriminado de perdigones para cegarnos nos obligó


a pensar en una resistencia mucho más fuerte. Los lentes de
seguridad ayudaron a reducir el riesgo de quedar ciegos, pero
el resto del cuerpo quedaba expuesto y muchos compas fueron
heridos en su cabeza y el cuello. La solución fueron los escu-
dos. Ya habían aparecido algunos escudos hechos con señales
de tránsito, trozos de madera y planchas de metal que saca-
mos de algunos negocios. Ahora, más organizados, los escudos
fueron perfeccionados, habían de madera al estilo vikingo, otros
hechos con antenas de tv cable, otros de planchas de metal o de
tambores de aceite cortados. Teníamos con qué protegernos y
la autodefensa subió a otro nivel, afianzándose la Primera Línea
como la fuerza de protección del pueblo para el pueblo.

En la pobla los primeros escudos que usamos fueron unas


planchas de metal que intentaban blindar a un banco. No los
hicimos de forma planificada sino por necesidad. Esa noche los
pacos no salieron a reprimir como de costumbre y se encer-
raron en la Comisaría. Era extraño pero no les prestamos mu-
cha atención. Era nuestra oportunidad para acercarnos más y
aprovechar de rayarles un A.C.A.B. en las paredes.

- Ahora cabros – dijo el Chiko Terry avanzando con una lata


de pintura. Los demás lo seguíamos en fila acompañados por
nuestras piedras y hondas, cuando de la nada los pacos abri-
eron la puerta y empezaron a dispararnos.
- ¡Corre conchetumadre! – gritó el Pelusa y todos salimos arran-
cando. Tuvimos suerte y no nos llegó ningún perdigón pero a
otros vecinos sí.

Los pacos empezaron a tirar lacrimógenas y se dividieron en


dos grupos, uno que se fue directo a la plaza a dispersar a la
gente y el otro que fue con las escopetas hacia la avenida prin-
cipal donde estábamos nosotros y los demás cabros y cabras
que guerreaban.

Las lacrimógenas y los perdigones nos obligaron a retroced-


er una cuadra y a parapetarnos detrás de los postes. Con el
Bayron les disparábamos con las hondas pero no les hacíamos
mucho daño. Al Chiko Terry le bajó la rabia y empezó a patear
las planchas metálicas que cubrían el banco. Con el Luchín nos
quedamos mirando y sonreímos, habíamos pensado lo mis-
mo. Nos sumamos al Chiko Terry y logramos sacar una de las
planchas. Los otros cabros de la pobla empezaron a hacer lo
mismo y sacaron dos más.

Hicimos una muralla con las tres planchas y empezamos a avan-


zar hacia los pacos. Los perdigones rebotaban en las planchas
así que estábamos protegidos. Los demás vecinos nos vieron y
empezaron a sumarse, colocándose detrás de nosotros y em-
pezando a tirar piedras. Llegamos a estar a 20 metros de los
pacos cuando empezaron a lanzarnos muchas lacrimógenas.
Los que estábamos con máscaras y lentes de seguridad las
aguantamos, pero el resto corrió y la muralla perdió una de sus
planchas. Tuvimos que retroceder, pero cuando el efecto del gas
se pasó, volvimos a la ofensiva y así estuvimos durante horas,
apoyados por los gritos de la población, hasta que llegaron re-
fuerzos enemigos y el zorrillo rompió nuestra defensa.

Todos quedaron motivados con la experiencia así que decidi-


mos hacer escudos tanto para ir al centro como para la pelea en
la pobla. Las planchas, aunque cubrían bastante, eran incomo-
das de agarrar, así que apostamos por las antenas de tv cable.
El Pelusa, que era conocido en toda la pobla, hizo una colecta
de antenas y consiguió casi veinte. Un vecino que se manejaba
con la soldadura y el trabajo en fierro nos ayudó y dejamos los
escudos listos y relucientes para el combate. Al Luchín se le
ocurrió que podíamos pintarlos así que fuimos a pedirles pince-
les y pinturas a las cabras del Liceo que estaban ayudando en
una actividad con niños y niñas en la Plaza.

- Ustedes son bien machitos – nos empezó a increpar la Vanes-


sa – Siempre andan organizando la pelea contra los pacos y
nunca nos suman. Buscan a puros hombres. Nosotras también
sabemos pelear, quizás a no todas nos gusta andar tirando pie-
dras, pero también vamos a aportar, les guste a ustedes o no.

La Claudia y otras cabras la apoyaron. A nosotros no nos quedó


más que agachar la cabeza y comprender que tenían razón en
todo lo que nos estaban diciendo. Les pedimos disculpas y las
sumamos a la planificación que íbamos a hacer para el día sigui-
ente. Cerca de 20 estudiantes del Liceo nos sumaríamos a la
Primera Línea con nuestros escudos, hondas y demás imple-
mentos. Nos dividiríamos en varios grupos según las capaci-
dades e intereses de cada compa.

Ya a esas alturas la Primera Línea estaba altamente organizada.


Había una primera línea de escuderos y escuderas encarga-
das de cubrir a manifestantes y al resto de combatientes; tras
ellos, había una segunda línea de compas que eran los encar-
gados de lanzar piedras, bombas de pintura, molotovs, fuegos
artificiales y todo lo que hubiese a mano; le seguía una tercera
línea encargada de apagar las bombas lacrimógenas, romper el
pavimento con martillos para proveer de piedras a la segunda
línea y hacer barricadas en lugares cercanos; los heridos eran
atendidos por una cuarta línea de médicos, médicas y rescatis-
tas; y, finalmente, había una quinta línea que brindaba labores
de apoyo, ya sea ayudando a los complicados por las lacrimóge-
nas, molestando con punteros láser a los pacos o dando avisos
de los movimientos enemigos.
Las zonas de combate cotidiano ya estaban fijadas, solían ser
las mismas, por lo que fuimos definiendo puntos para reagrupar-
nos y seguir resistiendo si es que los pacos avanzaban con sus
carros blindados y así poder sostener la lucha todo el tiempo
que la gente decidiese permanecer en la calle.

Toda esta organización era posible por los estrechos lazos de


hermandad y compañerismo que fuimos forjando entre todos y
todas. Sabíamos que quien estaba a nuestro lado tenía el com-
promiso y la convicción para dar la vida por sus compañeros y
compañeras si fuese necesario y eso nos daba seguridad y más
valor aún para pelear y corresponderles de la misma forma. El
escudo más poderoso de la Primera Línea no colgaba de nues-
tros brazos, estaba en nuestros corazones.

El pueblo expresó su orgullo y apoyo a nuestra labor. Las au-


toridades nos trataban de hacer ver como violentistas, como
lumpen que solo quería destruir, pero la gente se daba cuenta
de que nuestra única intención era entregarlo todo para que el
pueblo pudiese ejercer su legítimo derecho a manifestarse. Fru-
tas, panes, jugos y alimentos de diverso tipo comenzaron a ser
llevados a la Primera Línea como muestra de agradecimiento.
Cada vez que una señora humildemente se acercaba a dejarnos
una simple manzana, sentíamos el más profundo de los agra-
decimientos y la enorme satisfacción de saber que estábamos
haciendo lo correcto.

Dentro de nuestro grupo, la Vanessa se sumó a las labores de


primeros auxilios y el resto nos dividimos para cumplir tareas de
primera y segunda línea, con el acuerdo de que en las protestas
de la noche cambiaríamos de roles. Nos dividimos en parejas,
el Chiko Terry con la Claudia, el Pelusa con el Bayron y yo con
el Luchín. En el centro me tocaba como escudero así que me fui
con el escudo que más me gustaba, el que tenía un dibujo de la
bandera mapuche.

Máscaras de gas, una polera cubriendo toda la cabeza, lentes


de seguridad, guantes, ropa cómoda y escudo en el brazo, con
esa indumentaria avanzábamos resistiendo los perdigones de
los pacos. Docenas de escuderos y escuderas, hombro con
hombro, avanzábamos posiciones para que la segunda línea
pudiese actuar. La lluvia de piedras obligaba a los pacos a reple-
garse y, muchas veces, a derechamente salir corriendo. Cuan-
do esto ocurría, la primera línea, seguida por la segunda línea,
avanzaba y consolidábamos una nueva posición. Mientras más
lejos de las manifestaciones estuviesen los pacos, menos riesgo
de que alguien saliera herido.

Los perdigones azotaban nuestros escudos recordándonos


constantemente el riesgo. A pesar de los resguardos, muchos
perdigones se colaban en nuestra barrera y los compas caían
heridos, pero eran rápidamente rescatados por los equipos de
primeros auxilios que tenían sus propios escudos blancos con
una cruz roja dibujada en su centro.

La batalla ese día era sin cuartel, los pacos estaban absoluta-
mente arrinconados cuando aparecieron tanquetas y zorrillos a
toda velocidad directo hacia nosotros. Intentamos retroceder los
más ordenadamente posible pero los pacos empezaron a dis-
parar con todo y las líneas se desordenaron.

Justo, en ese momento, una gran marcha de parvularias, mu-


chas de ellas con sus hijos e hijas, iba pasando por la Alameda.
Al darnos cuenta de esto, intentamos armar un nuevo punto de
resistencia pero poco pudimos hacer contra la tanqueta. La gen-
te empezó a arrancar en todas direcciones. El Luchín se me
perdió y quede solo con mi escudo.

El guanaco apareció con su chorro mezclado con gas pimienta


y empezó a mojar a quien se le cruzara por delante. La gen-
te corrió y en medio cayó una mujer con un niño pequeño en
sus brazos. El guanaco iba avanzando y, en un segundo, me di
cuenta de lo que ocurriría: el chorro le llegaría directo a ella y a
su hijo. Me demoré otro segundo en reaccionar y empezar a cor-
rer hacia ella. Pero en esos dos segundos que yo me demoré, la
Claudia ya estaba corriendo con su escudo.
Con una rodilla en el suelo y las dos manos sosteniendo el escu-
do se colocó frente a la señora y recibió el impacto del chorro del
guanaco. Volando llegué con mi escudo y lo coloque junto al de
ella. Los pacos del guanaco parece que se sintieron desafiados
y el chorro empezó a empujar más fuerte aún. La presión nos
estaba ganando pero no nos rendíamos. No podíamos, para eso
estábamos allí, para proteger a nuestro pueblo.

Los escuderos y escuderas se reagruparon a tiempo y llegaron


a prestarnos ropa. Los manifestantes vieron nuestro actuar y
empezaron a aplaudir, luego se dieron cuenta de que los aplau-
sos no servían de mucho y que necesitábamos ayuda. Todo un
sector de la Plaza de la Dignidad se fue a enfrentar a los pacos
obligándolos a volver a retroceder.

- Gracias chiquillos – nos decía la señora llorando mientras la


llevábamos con la Claudia al puesto médico – De verdad, gra-
cias.
- No tiene que agradecer nada, no se preocupe, aquí estamos
todas en la misma lucha y tenemos que cuidarnos entre nosotras
mismas – le dijo la Claudia.

Yo me quedé mirándola un rato, jamás había visto a alguien


tan valiente y decidida, me sentí orgulloso de tener a una com-
pañera así y al mismo tiempo avergonzado por haberlas dejado
de lado todo este tiempo. Orgulloso también me sentía de todas
esas mujeres que salían a las calles a combatir al machismo y
que en todos los rincones de Chile protestaban con el himno
feminista “Un violador en tu camino”.

Y la culpa no era mía,


ni dónde estaba ni cómo vestía...

Gritaban miles de mujeres en todo Chile, Latinoamérica y el


mundo entero. Si 30 y más años de abusos habían provocado
este estallido social, siglos, milenios, de opresión y explotación
hacía las mujeres estallaban también ahora apuntando al Esta-
do, a los jueces, a las autoridades, a los pacos, a la Iglesia y a
todo un sistema patriarcal diseñado para oprimirlas y abusar de
ellas.

A la calle salieron las señoras que han tenido que aguantar los
golpes de sus esposos o que este las tenga como una simple
empleada que hace las tareas del hogar; en la calle estaban las
abuelas sometidas durante toda su vida por el conservadurismo
religioso; gritando estaban nuestras compañeras acosadas en
la calle, las que aguantan las miradas descaradas en la micro,
las que son toqueteadas en el Metro, las que no pudieron jugar a
la pelota porque les dijeron que eso era para hombres; ahí esta-
ban las trabajadoras que ganan menos que los hombres a pesar
de realizar el mismo trabajo, las que son vistas como un mero
objeto sexual, las que reciben los enfermos piropos en la calle,
las que son acosadas en el trabajo por sus jefes; alzando la voz
estaban las madres solteras a las que dejaron cuidando solas
a sus hijos e hijas o a las que el papito corazón no les pagan
la pensión, las que sufren cuando alguien imbécil les dice en la
calle “te haría otro hijo”; en definitiva, ahí estaban elevando su
voz rebelde al mundo todas las mujeres víctimas del machismo,
del micromachismo, de las violaciones, los abusos, el acoso, la
violencia; ahí estaban también por todas aquellas asesinadas
que no podían alzar la voz.

Precisamente ese día, en la plaza de nuestra comuna, nues-


tras compañeras se habían organizado para realizar una man-
ifestación frente a la Comisaría. Era una actividad pacífica y
familiar donde participarían desde niñas hasta abuelas, nada
hacía presagiar la brutal respuesta que darían los pacos.

La Primera Línea había retomado las posiciones perdidas y pre-


tendía seguir avanzando. Yo ya estaba preparándome para un
nuevo avance cuando veo al Bayron acercarse.

- Compa tenemos que retirarnos, pasó algo grave – me dijo con


cara de preocupación.
Nos fuimos todos al puesto médico y ahí la Vanessa nos contó
lo que había pasado. Nuestras mamás, vecinas, amigas y fa-
miliares estaban protestando frente a la Comisaría apuntando
con el dedo a los pacos al grito de “el violador eras tú”. No había
ninguna piedra, ninguna agresión hacia los pacos, pero estos,
quizás con cuántos saques de merca encima, salieron disparan-
do perdigones y lacrimógenas directo a la cara y al cuerpo. A la
Vanessa le dijeron que habían muchas vecinas heridas y que
una niña había perdido el ojo por un perdigón. No contentos con
eso, después, los pacos dispararon lacrimógenas a varias casas
y tiraron al suelo todas las cosas que había para la olla común.

De inmediato me preocupé por mi mamá que iba a asistir a la


protesta. No me contestaba el teléfono pero mi papá me escribió
diciendo que no estaba herida pero sí muy afectada. El odio y
la rabia suprimieron al resto de nuestros sentimientos. Ni siqui-
era era que nos pusiéramos a gritar contra los pacos o a hacer
promesas de venganza, estábamos silenciosos, inmersos en
nuestros pensamientos, cada uno pensando en cómo ir a cobrar
por lo que había pasado.

Para llegar a nuestra población la micro tenía que pasar nece-


sariamente frente a la Comisaría. Nadie lo propuso, nadie lo co-
ordinó, pero todos lo pensamos y lo hicimos. Apenas se nos
apareció la Comisaría empezamos a dispararle hondazos desde
la micro y ahí nuestra voz volvió a surgir con gritos de rabia.
Desde la plaza empezaron a aplaudirnos y también le lanzaron
algunos camotazos. Era solo una muestra de lo que se vendría.

En la población había una tensa calma, a esas alturas todos y


todas sabían lo que había pasado y la indignación era total. Vari-
os piños de cabros se nos acercaron y acordamos salir todos
juntos marchando hacia la plaza. El grupo del Ronald saldría de
otro lado y la Rosita con otras vecinas ya estaban en la plaza
caceroleando.

La prima del Chiko Terry había recibido varios perdigones en el


cuerpo así que andaba más incendiario que de costumbre. Se
puso a hacer barricadas solo en todas las esquinas de todos los
pasajes con lo que pillara y llamó a todos sus amigos, hasta de
otras comunas, para la protesta.

- Ahora te toca a tí de escudero, así que no me vayai a dejar


tirado – le dije el Luchín riéndome.
- Tirado nunca – me respondió – La que tiene más pega ahora
es la Claudia con el Chiko Terry. Trata de que no se tire de cabe-
za contra el portón de los pacos – dijo mirando a la Claudia y
todos nos reímos.

Con escudos en la mano nos fuimos a la calle. Afuera de la


junta de vecinos estaban todos los piños de cabros maldadosos
esperándonos. Eran casi cien. Había escudos, piedras, palos,
hondas y una que otra molotov.

- ¡Pacos qliaos, cafiches del Estado! – empezó a gritar el Pelusa


y todo el mundo lo siguió.

Empezamos a marchar hacia la plaza y cientos empezaron a


sumarse y, los que no lo hacían, nos daban ánimos desde sus
casas con las cacerolas. Cuando agarramos la avenida principal
ya éramos cerca de mil y sumándose cada vez más. No tenía-
mos ningún lienzo, solo nuestros escudos en primera fila y el
apoyo de todas nuestras vecinas y vecinos.

- Grande cabros!
- Aguante la Primera Línea!
- Héroes!

Eran algunos de los gritos de apoyo que recibíamos. Nuestra


marcha pasaba y en el camino iba quedando una estela de barri-
cadas y de vecinas y vecinos encargados de mantenerlas vivas.

Los cantos de venganza comenzaban a retumbar en los oídos


del enemigo

¡Ya van a ver,


las balas que nos tiraron
van a volver!

En la plaza habían convergido otras marchas espontáneas y


éramos miles y miles. Jamás se había visto una concentración
tan grande en la comuna, ni siquiera para la Dictadura.

Los pacos, alarmados, habían mandado a pedir refuerzos, pero


a nosotros poco nos importaba. Apenas llegamos no hubo ni dis-
cursos ni preámbulos, la gente empezó a cacerolear y nosotros
nos fuimos directo a apiedrar la Comisaría.

Los vidrios estallaron por los aires y las bombas de pintura bor-
raron rápidamente el verde del recinto policial. Desde dentro,
parapetados, comenzaron los disparos de perdigones y las lac-
rimógenas. Pero nos mantuvimos firmes. Éramos 10 veces más
que el resto de las noches y no estábamos dispuestos a irnos
antes de darles su merecido a los pacos.

Cuando ya estábamos prácticamente a dos metros de la Comis-


aría, apareció el zorrillo y comenzó a gasear. Nos vimos obliga-
dos a retroceder un poco y el medio centenar de pacos de Fuer-
zas Especiales, que permanecían escondidos, salió disparando
un estruendo de perdigones. Los resistimos de frente, pero no
nos dimos cuenta de que un grupo de pacos se había ido por un
costado y nos pilló por el lado.

- ¡Chaucha Luchín! - le grité cuando vi que nos iban a disparar


pero este no alcanzó a levantar su escudo a tiempo. El disparo
le llegó directo en la cara y cayó al piso desplomado. El cuerpo
se me congeló y me demoré un poco en reaccionar, pero lo hice
a tiempo para tomar el escudo caído y cubrir al Luchín.

El resto de los cabros y cabras estaban pegados a nosotros así


que hicimos un muro de escudos para escoltar al Luchín a un
puesto médico que la Rosita había gestionado para que estu-
viese permanente en la plaza. A rastras logramos llegar, mien-
tras afuera el combate seguía. La cara del Luchín no se veía, la
sangre hacía que solo hubiera una gran mancha roja. Nosotros
de pie, inútiles, impactados, no éramos capaces de hacer nada.
El agua despejó la sangre y el Luchín recobró de a poco el con-
ocimiento.

- Luchín, ¿cómo te sentis? - le dijo la Claudia, más que esperan-


do una respuesta, quería que supiera que estábamos ahí acom-
pañándolo.

El Luchín no respondió. Con su ojo derecho completamente


destrozado, el Luchín estaba quieto, en silencio. La Claudia se
echó a llorar y a mí sin darme cuenta se me empezaron a caer
las lágrimas. Todos sabíamos que el Luchín seguramente perd-
ería su ojo, jamás volvería a ver el mundo como lo había hecho
hasta ahora, toda su vida quedaría marcada por el miserable
ataque de los pacos.

No sabíamos que hacer ni que decir. Un nudo en la garganta se


extendía por nuestros cuerpos y nos mantenía inmóviles. En las
afueras los gritos fueron acercándose y pudimos ver cómo los
pacos se acercaban con la intención de atacar el puesto médico.

- ¡Bastardos! - grite y la rabia volvió a nuestros corazones.

Se levantó un muro de escudos para contener el chorro del gua-


naco que iba directo al puesto médico. Lo irracional y cobarde
de la acción hizo que hasta las señoras más pacíficas toma-
ran una piedra para lanzársela a los pacos. La indignación pudo
más que la represión y una avalancha popular obligó a los de
verde a retroceder y resguardarse dentro de la Comisaría.

Piedras y palos les impidieron cerrar la entrada principal por lo


que quedó abierta para nuestros ataques. Alguien lanzó una
bomba molotov, pero esta chocó con la rama de un árbol y no
llegó a destino.

Parapetado detrás de un poste me di cuenta de que la molo-


tov seguía con la mecha encendida a solo 20 metros de la Co-
misaría. Mi mente comenzó a trabajar a su máxima capacidad,
sabía que debía acercarme rápido antes de que la mecha se
apagara, sabía que los pacos me masacrarían a perdigonazos
o que incluso podían dispararme una bala, pero sabía también
que era una oportunidad única para devolverles la mano a los
pacos.

- Con todo si no pa’ qué – me dije a mi mismo en voz alta y partí


corriendo a la entrada de la Comisaría. El camino se veía despe-
jado así que le puse más y más velocidad.

Ya estaba cerca cuando vi a tres pacos de Fuerzas Especia-


les aparecer en la puerta con las escopetas en mano. Me frené
con todas las fuerzas. Con el suelo mojado por el accionar del
guanaco, me resbalé y caí de espaldas. Un paco se dio cuenta
y me apuntó directo a la cara. Mi reacción inmediata fue cerrar
los ojos, pero pensé que no serviría de mucho así qué intenté
desviar mi rostro hacia un costado. El disparó sonó al mismo
tiempo. En ese pequeño instante solo pensaba en si había sido
lo suficientemente rápido para evitar el perdigón en los ojos o
si el paco había logrado su objetivo. Lo que era seguro es que
el dolor pronto llegaría, solo esperaba a que fuese lo más lejos
posible de mi rostro.

Pero el dolor no llegó, solo gritos y vítores. Abrí los ojos y mire
hacia arriba buscando un milagro y lo encontré. Frente a mí, dán-
dome la espalda, con sus dos piernas firmes, estaba el Luchín
con su escudo deteniendo los perdigones.

- Te dije que no te iba a dejar tirado – me dijo con una leve son-
risa y su ojo ensangrentado.

Junto al Luchín, el resto de la Primera Línea estaba avanzando


directo a la Comisaría. Me intenté poner de pie pero el cielo me
lo impidió. ¿Luciérnagas? No ¿Estrellas fugaces? Quizás. La
oscura noche se iluminó con el fuego de las bombas molotov
volando libres por los aires para caer directo dentro de la Comis-
aría. El Ronald, el Miguel y otros cabros habían llegado y ahora
la Comisaría empezaba a incendiarse.

El fuego se propagó y en poco tiempo empezó a consumirlo


todo. Los pacos se replegaron varias cuadras más atrás y no-
sotros paramos el combate. Todos los vecinos y vecinas mira-
ban el espectáculo flameante con un rostro de satisfacción. No
era que hubiésemos ganado algo concreto para nuestra causa,
ni que los ricos y poderosos del país hubiesen perdido algo, ni
que el día de mañana las injusticias y desigualdades dejaran de
existir. Pero había un aire de victoria. Habían tratado de aplas-
tarnos, de golpearnos, de atemorizarnos, de cegarnos y ahora
este pueblo despierto les decía que no iba a volver a dejarse
avasallar y que ninguna agresión se quedaría sin respuesta.
El futuro es nuestro
Las imágenes de la Comisaría en llamas recorrieron Chile y el
mundo. Desde el gobierno, los medios de comunicación y la
clase política en general, nos tildaron de delincuentes y de ter-
roristas, anunciando las penas del infierno contra los respons-
ables.

En nuestra población, la ausencia de la Comisaría significó el fin


momentáneo de la represión y de los abusos. Con las vecinas
y vecinos organizados y en las calles, los pacos no nos servían
para nada, nosotros mismos nos encargábamos de mediar para
solucionar los conflictos y actuábamos en caso de que alguien
intentase delinquir contra la propia comunidad. Ningún negocio
de barrio fue saqueado, ninguna casa fue asaltada, no hubo
ningún caso de violencia intrafamiliar y todo gracias a la orga-
nización popular. En verdad, de poco y nada servían los pacos.

La autorganización de las comunidades y la fuerza de las mo-


vilizaciones causaron tal pánico en todos los sectores políticos
y empresariales, que se unieron - oposición y gobierno - para
intentar dar con una salida que acabase con las protestas.

Los partidos políticos acordaron iniciar un proceso para cambiar


la Constitución de Pinochet, planteándolo de tal forma que ellos
mismos fuesen los encargados de elaborar el nuevo texto, sin
ninguna participación real por parte del pueblo y con la posibil-
idad de veto total por parte de los representantes del gran em-
presariado.

Pensando que con esto las movilizaciones llegaban a su fin, el


Presidente anunció, además, nuevas medidas parche y la en-
trega de bonos como si fuese un premio por haber terminado un
conflicto sindical. Pero, insisto, el pueblo había despertado y las
migajas y caramelos ya no se tragaban tan fácilmente como an-
tes. Las calles siguieron encendidas y aquellos políticos y parti-
dos que siempre habían vendido la postura de estar a favor de
los intereses del pueblo fueron rechazados, funados y acusados
de traidores. “Todavía no hemos ganado nada” comenzó a ser
la consigna.

En nuestra Asamblea las actividades no paraban y el caceroleo


era permanente. Nos comenzamos a organizar para recopilar
los casos de violencia policial para sumarlos a las demandas
contra el Estado que se pretendían realizar a nivel nacional. El
Presidente y los altos mandos de los pacos eran los directos re-
sponsables de las graves y sistemáticas violaciones a los Dere-
chos Humanos cometidas en contra del pueblo, reconocidas in-
cluso por organismos internacionales, y nosotros no íbamos a
descansar hasta verlos pagar por sus crímenes.

El Luchín fue operado pero perdió su ojo. Al principio estuvo


bastante bajoneado pero fue recuperando el ánimo de a poco.
Se puso un parche a lo pirata porque dijo que le daba más estilo
y fue asimilando de a poco su nueva realidad. Como su trata-
miento y el de muchos otros vecinos y vecinas salía caro, nos
dedicamos a hacer actividades de autofinanciamiento y colec-
tas.

Con la Claudia nos fuimos a hacer un casa a casa buscando


testimonios de la violencia policial. Caminábamos bastante e in-
tercambiábamos valiosas experiencias con las familias. Era una
pega agotadora pero satisfactoria, la gente tenía ganas de ex-
presarse y de ser escuchada.

- ¿Qué día es? - me preguntó la Claudia mientras nos tirábamos


en unos pastos. Ya estaba anocheciendo y queríamos descan-
sar un poco antes de ir a la plaza a protestar.
- Mmmm la verdad no sé – le respondí mientras intentaba re-
cordarlo – Los días está raros, como que se me pierden los días
y las horas. A veces como que todo se pasa muy rápido y a vec-
es muy lento, no sé.
- A mí me pasa lo mismo, a veces me pregunto si esto no irá a
terminar tan rápido como empezó – dijo mirando al cielo - Es
difícil saber si esto seguirá por mucho más o si se acabará lu-
ego. Igual sería triste si esto se termina como si nada hubiese
pasado.
- Sería ser horrible – le dije – Me he sentido tan bacán este tiem-
po. En la Asamblea, con los compas, con las compas, peleando
en calle, con los hermanos y hermanas de la Primera Línea,
viendo como la gente que antes no se metía en nada ahora
participa, apoya, pelea. Como los vecinos dejaron de estar en-
cerrados, como los niños ahora se toman los pasajes para jugar
sin miedo a que les llegue un balazo, como vecinos que no se
conocían ahora son amigos, todo eso es bacán, me hace feliz,
estamos como forjando una gran familia.
- Esto tiene que seguir y debemos ser cada día más, que esa
gran familia que tu decis sea todo Chile y los hermanes mapu-
che – me dijo con una sonrisa – Además aún no hemos ganado
nada.
- No hemos ganado ninguna demanda, ninguna solución – le
respondí reflexionando con el corazón – Pero sabis qué, no me
importa tanto. Porque hemos ganado caleta. Hemos desperta-
do. Le hemos demostrado a todo el mundo que somos un pueblo
digno dispuesto a pelear, hemos ganado confianza en nosotros
mismos, hemos construido organización, poder en las calles y,
lo más importante, mucha consciencia. Ya nadie creerá de bue-
nas a primeras lo que digan en la tele, nadie creerá las falsas
promesas que vienen a hacernos los candidatos. Ya no nos van
a vender la pesca’ nunca más, ya nunca más nos vamos a volv-
er a callar frente a las injusticias. Ahora sabemos de lo que so-
mos capaces, sabemos que el futuro está en nuestras manos y
sabemos que organizados, informados y en la calle es la única
forma de conseguir triunfos reales y concretos para el pueblo.
Si vamos a lograr algo o no en esta pasada va a depender de la
fuerza que sigamos teniendo en la calle. Pero, si esto se apaga,
te aseguro que será por un rato solamente. Esta es la primera
batalla, vendrán muchas más y tarde o temprano terminaremos
ganando. Eso te lo doy firmado.

La Claudia iba a responderme pero miró a su alrededor, cerró


los ojos y guardó silencio. Empezaron a sonar las cacerolas.
Nos miramos y sonreímos. La gente volvía a tomarse las calles
y el aire era invadido por los gritos que no debiesen abandonar
nunca las calles...

¡Ohhh Chile despertó,


despertó, despertó,
Chile despertó!...

La Claudia se paró y sacó de la mochila su máscara antigases y


unos lentes de seguridad.

- ¡Ya levántate y vamos, hasta vencer o vencer! - me dijo y nos


fuimos corriendo con esa sensación de libertad y esa alegría
que nos invadía desde el inicio del estallido.

Y ahí estábamos y seguiremos estando, nuevamente en las


calles. Ya hemos despertado y, aunque intenten cegarnos, no
vamos a volver a cerrar los ojos nunca más. Ni yo, ni tú, ni na-
die. La lucha será larga y difícil, pero entre todos y todas, con
organización y lucha, podremos forjar un Chile distinto. Así que
deja tu teléfono de lado, apaga la tele y sal a calle. Ahí nos en-
contraremos… en la Primera Línea.
Con sus compañeros y compañeras, organizándose
en el Liceo, evadiendo el Metro, en las Asambleas,
las marchas, las barricadas en la población y los
combates en el centro, Papelucho se suma con sus
rabias, resentimientos, alegrías, sueños y esperan-
zas al histórico levantamiento popular iniciado el 18
de octubre de 2019.

No busca votos, ni fama, ni dinero, no le compra a


los partidos, ni le teme a la policía, Papelucho es
un joven rebelde de la periferia que lucha desde la
Primera Línea con el único objetivo de conseguir un
mañana mejor para su pobla y su pueblo.

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