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Por muy diferente que sea, sin embargo, el siglo XV, sus principales rasgos no aparecen de
modo repentino: paulatinamente, a lo largo del siglo XIV, han ido ya manifestándose determinados
caracteres que luego en el XV se desarrollan y completan.
A partir de las luchas dinásticas entre Pedro I y Enrique II de Trastamara se debilita el poder
real, y la nobleza aumenta su poder a costa de los reyes. La Reconquista, que había sido
fundamental preocupación a lo largo de los siglos, queda prácticamente abandonada y sustituida por
las luchas nobiliarias. Al entrar en el siglo XV los reyes son cada vez más débiles. Buena parte del
siglo XV se desarrolló en España con guerras civiles, pero la unificación de los reinos de Aragón y
de Castilla, conseguida gracias al matrimonio de los Reyes Católicos, devolvió la estabilidad al
país, reafirmó el poder real y sentó las bases, con la conquista de Granada y el descubrimiento de
América (1492), del futuro Imperio español.
La economía seguía teniendo una base agraria y rural, pero las difíciles condiciones de vida
empujaron a muchos campesinos a emigrar a las ciudades. Las crisis económicas trajeron
convulsiones sociales. El distanciamiento entre aristocracia y el pueblo llano provocó
levantamientos campesinos y movimientos de rebeldía. Por otro lado, la convivencia medieval de
culturas diferentes se resquebrajó con la expulsión de los judíos (1492), y las persecuciones a
conversos y moriscos.
Estos y otros factores determinaron una actitud nueva ante la realidad. El peso de la religión
se debilita; la cultura se difunde entre más capas de la población y se ponen en duda verdades
inmutables. Es un proceso de renovación paulatino e imparable, a pesar de los obstáculos que ponen
los defensores de la concepción medieval.
De toda esta inestabilidad, de este choque entre dos mentalidades, se hace eco la literatura
española. Pese a todo, la nobleza se afina en sus costumbres, se aficiona al arte y a las letras, le
gusta rodearse de escritores o serlo ellos mismos, y se concentra en torno al rey para gozar del
nuevo ambiente cortesano. Si el siglo XIII había sido una centuria de exaltación religiosa, siglo de
los “clérigos”, y el XIV había visto, con la pujante aparición de la burguesía, el florecimiento de
vigorosas personalidades literarias, el XV toma un carácter esencialmente cortesano que ha de
condicionar, como veremos, todo su arte y su literatura.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Otro rasgo fundamental del siglo XV es la radical disminución del influjo francés y la
aparición de nuevas corrientes literarias: la influencia italiana y la difusión cada vez mayor de la
cultura greco-latina. Tampoco es éste un fenómeno que se manifieste de repente. Pero es en el siglo
XV cuando el descubrimiento de las letras antiguas se convierte en una corriente poderosa. Este
descubrimiento no se efectúa, al principio, de manera directa, sino a través de la literatura italiana
que se había anticipado a esta conquista cultural en cerca de dos siglos. Por eso los grandes
escritores italianos de los siglos XIII y XIV (Dante, Petrarca y Boccaccio), no sólo por su propia
importancia, sino por ser el vehículo de la cultura clásica, se convierten en los modelos admirados
que todos los escritores del XV tratan de imitar.
Desde este momento, las obras de la Edad Media comienzan a parecer toscas y
despreciables. Los cantares de gesta, la lírica popular, los mismos romances se estiman (así tenía
que afirmarlo el Marqués de Santillana) como de “gente baja y servil”. Aquel ambiente cortesano,
junto con la corriente clásica e italianista, orientan las nuevas producciones literarias hacia un
refinamiento artificioso, culto y con frecuencia amanerado. El influjo de los clásicos da origen a una
corriente latinizadora que busca ennoblecer el castellano tratando de asemejarlo al latín; así, se
retuerce la sintaxis y se introducen numerosos cultismos. El idioma se impregna, a su vez, de
innumerables latinismos e italianismos que refuerzan el carácter culto de esta literatura.
Todo lo dicho respecto al predominio de una literatura refinadamente cortesana no tiene que
hacernos creer que la literatura popular desaparece por completo. La presencia del habla popular es
cada vez más abundante en las creaciones artísticas, y los romances siguen gozando de una increíble
vitalidad. De hecho, a mediados del siglo XV, los mismos escritores de tendencia culta incorporan a
sus creaciones elementos de la lírica popular.
En definitiva, tres períodos literarios pueden distinguirse fácilmente en el siglo XV, que
coinciden en esencia con los tres momentos políticos: la Corte de Juan II, donde se dan en forma
paradigmática los caracteres generales que acabamos de ver expuestos; el reinado de Enrique IV, de
escaso interés para las letras, con la excepción de la noble figura de Jorge Manrique, y el desarrollo
alcanzado por la literatura satírica; y, finalmente, el reinado de los Reyes Católicos en que se
sedimenta y decanta, ampliándose a su vez, el conocimiento de la Antigüedad, que se asimila ahora
perfectamente. Las intensas relaciones con Italia, la llegada de grandes humanistas a nuestro país, la
protección de los reyes y las favorables condiciones políticas orientan aquel primer movimiento
desordenado de la Corte de Juan II hacia una perfecta fusión de nuestro espíritu tradicional con las
nuevas corrientes culturales.
La creación literaria de este siglo dejará testimonio de un país que se aprestaba a vivir su
etapa de mayor poder: desde las composiciones morales y satíricas que aluden a episodios históricos
(Danza de la Muerte, Coplas de la Panadera, etc.), hasta el reflejo de la crisis que aparece en La
Celestina, pasando por los vaivenes de la lírica entre lo tradicional y lo renovador.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
En este período se agudiza el desdoblamiento de las letras españolas en dos direcciones, una
culta y otra popular. Esta separación simboliza la honda división por la que pasa Castilla en este
tiempo; por un lado, la poesía culta y artificiosa de los Cancioneros; y, por otro, la viva y dramática,
de hondo sentido popular, del Romancero. Y mientras se “divorcian” estas dos corrientes, van
penetrando en la primera, en la aristocrática y culta, las influencias de Italia. Aragón, con la Corte
de Alfonso V el Magnífico en Nápoles, tenía entonces relaciones más directas con la Italia del sur; y
de este modo favoreció la llegada a la Península de las corrientes italianizantes.
Otro de los medios de comunicación fueron las traducciones. A la cabeza de los traductores
figura don Enrique de Villena (1384-1434), en el que se unía el nuevo y el viejo humanismo
hispano.
Una de las principales labores de quienes aspiraban a introducir en España las corrientes
renacentistas fue la de traducir a las lenguas hispanas, al castellano y al catalán, las obras clásicas e
italianas. En esta fase, precursora del Renacimiento español, pasó España por un período de
vulgarización y diletantismo; es decir, un período de traducciones y adaptaciones.
Respecto a la expansión de la cultura, debemos destacar que han llegado hasta nosotros una
mayor cantidad de obras del siglo XV, que del siglo anterior. El factor principal en este sentido fue
el incremento en la producción de nuevas obras, que obedece a una demanda más fuerte por parte
del público. La prosa, además, y poemas más complejos debieron de ser dirigidos en primer término
a un público capaz de leerlos. Prácticamente, su público quedaría reducido a aquellos que eran
capaces de leer con bastante facilidad y a aquellos otros que, aunque analfabetos, poseían, sin
embargo, un cierto nivel de cultura y se hallaban en contacto regular con aquellos que sabían leer.
El lector privado y el pequeño grupo culto al que las obras eran leídas constituyen, pues, el factor
esencial en la expansión de la producción literaria.
Una combinación de elementos técnicos y educativos parece haber producido este cambio.
Desde el punto de vista tecnológico destacan dos inventos: la difusión del uso del papel y la
construcción de las lentes. El empleo del papel facilitó los libros a un público de mayor amplitud.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
La poesía cortesana que tuvo su gran momento a lo largo del siglo XV, en particular durante
el reinado de Juan II, representa la tardía aclimatación o transplante de la poseía trovadoresca
provenzal, que había tenido luego su brillante expansión en la lírica gallego-portuguesa desde
mediados del siglo XIII hasta mediados del XIV, y que a partir de este momento es acogida por la
lengua castellana. Esta lírica trovadoresca en lengua castellana recibe todo un depósito de motivos,
temas y normas expresivas; y aunque admite una rica variedad, su principal inspiración la
constituye el llamado “amor cortés”, es decir, el amor de un caballero por una dama, según aquella
exaltación idealizada, de culto laico y enamorado vasallaje, tan característica de los últimos siglos
medios. Esta poesía, con el nombre de “gaya ciencia”, había consistido siempre en un alarde de
virtuosismos, de refinadas sutilezas conceptistas y complejas combinaciones métricas. Tal especie
de poesía no podía desarrollarse fuera del marco de una corte; sólo allí podía encontrarse el oyente
preparado para apreciarla y el ambiente indispensable para florecer, con las galanterías de damas y
caballeros, las fiestas de palacio y la anécdota regocijada o picante; de donde procede la general
denominación de poesía cortesana. Como veremos más adelante, es justo en medio de esa corte,
donde Jorge Manrique y otros poetas importantes destacarán.
Gran parte de esta lírica nos ha llegado en los llamados “cancioneros”. Aunque el nombre de
“cancionero” puede también utilizarse para la producción de un solo autor, se designa generalmente
con el nombre de “cancioneros” a diversas recopilaciones de poesía lírica que van siendo reunidas
desde comienzos del siglo XV. Se conservan en número considerable, y en ellos tuvieron cabida
poetas de las más diversas condiciones y tendencias; pero el tono general que predomina en estos
“cancioneros” es el de aquella poesía artificiosa y convencional basada en sutilezas y habilidades de
ingenio, juegos de imágenes y todo género de recursos retóricos al servicio de discreteos amorosos,
requiebros, adulaciones y composiciones de circunstancias.
Los cancioneros contienen dos tipos principales de poemas: la canción lírica (breve,
concebida originalmente para el canto, y, por lo general, de tema amoroso, aunque se dan también
canciones religiosas panegíricas) y el decir de índole doctrinal panegírica, narrativa o satírica
(considerablemente más amplio, cuyo objetivo era la lectura o recitación). La canción se sirve de
versos de ocho sílabas (en algunas de ellas se intercalan a intervalos regulares otros de cuatro
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
sílabas, procedimiento conocido con el nombre de pie quebrado), de rima regular y consonante, que
ofrecen gran flexibilidad en su esquema acentual. La canción emplea un solo tipo de versos casi sin
excepción; el decir, en cambio, hace uso del octosílabo o bien del arte mayor, en versos de doce
sílabas partidos por una fuerte cesura y dotados de dos intensos ictus en cada hemistiquio. Su rasgo
distintivo lo constituye su esquema acentual fijo.
Merecen especial atención algunos de los cancioneros. Destacan entre ellos el Cancionero
de Baena y aquellos otros cuyo arquetipo se halla ahora perdido y recogen principalmente la poesía
compuesta en la corte napolitana de Alfonso V de Aragón, el de Herberay des Essarts y el de
Palacio, compilados en los años sesenta, y por último, el Cancionero general de Hernando del
Castillo. De todas estas colecciones, la de Baena, el conjunto napolitano y el General ofrecen las
más rigurosas muestras de la nueva producción. El de Herberay nos transmite, al parecer, el gusto
de la corte Navarra en época poco posterior a la mitad del siglo; el de Palacio, a su vez, el de las
cortes castellana y aragonesa durante el mentado periodo.
El Cancionero general es recogido y ordenado por Hernando del Castillo, quien comenzó
hacia 1490 a reunir todos los poemas que pudo encontrar desde tiempos de Mena en adelante,
incluyendo a unos pocos poetas anteriores que habían perdurado en el favor del público.
Pocos son los nombres de los autores que se conocen en el Cancionero general, pero uno de
los más conocidos e importantes es el de Jorge Manrique. Casi todo su poesía amorosa la
conocemos gracias a este Cancionero.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
4.1.1 Vida
Don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, nace en Palencia, en 1398, en una
familia muy influyente dentro de la nobleza del siglo XV. Interviene en la política del reinado de
Juan II, casi siempre a su favor. El título de Marqués de Santillana le fue concedido por el rey Juan
II tras la batalla de Olmedo (1445) en la que lucha junto al rey contra un poderoso grupo de nobles.
Al final de su vida toma partido contra Álvaro de Luna, el favorito del rey, al contrario que su
coetáneo Juan de Mena, con el que mantuvo contacto. Representa a la perfección la fusión de esos
dos ideales aparentemente contrapuestos, las armas y las letras.
4.1.2 Su humanismo
Nos hallamos en el siglo XV, en una sociedad que ya valora, aunque a un nivel minoritario,
el ejercicio de las letras, en que los poetas tienen noticia de las actividades de otros poetas, mientras
que en el s. XIV parecía que los escritores romances escribían aislados de los demás. Estamos en
los inicios del humanismo.
Además, Santillana es un poeta muy inquieto, que busca la perfección y que cree en el valor
cívico de la poesía.
Gran parte de la formación y la actividad literaria del Marqués de Santillana se relaciona con
la Corona de Aragón, con sus mandatarios y sus escritores. Allí adquirió formación en años
decisivos de aprendizaje y conoció a figuras relevantes y a maestros, como don Enrique de Villena,
que es fundamental para sus aspiraciones humanísticas, pues éste fue el animador cultural de
aquella sociedad, el que más tradujo y quién más defendió la idea de la necesidad del saber. Reunió
también una importante biblioteca donde había obras de la antigüedad clásica y otras relacionadas
con ciencias ocultas, por ello, la biblioteca fue quemada por Fray Lope Barrientos, siguiendo
órdenes de Juan II.
Íñigo López de Mendoza también conoció a poetas muy importantes, como Jordi de Sant
Jordi, poeta catalán por el que sintió gran admiración y al que dedicó un poema alegórico en el que
imagina su coronación. Otro poeta admirado por Santillana es Ausias March al que define como un
gran trovador; a ambos les unió una común preocupación por el saber humanístico.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
También el Marqués tuvo contacto con influyentes damas de la corte, a las que dedicó sus
versos, particularmente cuidados y llenos de alusiones cultas.
Vemos, por tanto, que el contacto con la Corona de Aragón es fundamental en la obra del
Marqués de Santillana
La obra en prosa más importante del Marqués de Santillana es la Carta Prohemio, escrita al
Condestable de Portugal, una especie de introducción a la colección de poesías que le enviaba. Ésta
contiene un conjunto de reflexiones sobre la poesía, además de una breve historia de la literatura.
Santillana intenta en su Carta la dignificación del quehacer poético, y define la poesía como
<<fingimiento de cosas útiles cubiertas o veladas con muy fermosa cobertura, compuestas,
distinguidas é scandidas por cierto cuento, peso é medida>>. Es decir, que el poeta se preocupa
tanto del contenido como de la forma.
A pesar de sus teorías, Santillana alcanzó su fama sobre todo por sus composiciones de
forma popular, aunque pensaba que lo conseguiría con sus composiciones alegóricas, llenas de
cultismos.
Además de sus ideas literarias, en el Prohemio también nos da el Marqués datos sobre la
historia literaria de España y otras literaturas europeas, citando gran cantidad de nombres de
autores.
Podemos encuadrar en este grupo algunos poemas doctrinales que le dieron a Santillana
mucha popularidad.
El Doctrinal de Privados fue escrito tras la ejecución de su enemigo don Álvaro de Luna.
Aquí el autor toma la personalidad del muerto, confesando sus pecados, aunque después le permite
llegar al Paraíso.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
4.1.5. Obras de influencia italiana: los poemas alegóricos y los sonetos “fechos al itálico
modo”.
Durante su estancia en la corte del rey Alfonso V de Aragón, Santillana entra en contacto
con las nuevas tendencias poéticas surgidas en Italia: la alegoría visionaria, las alusiones y citas de
personajes míticos y de la antigüedad, el endecasílabo y el soneto. Todo ello lo irá incorporando
poco a poco a su obra. Sus obras de influencia italiana pretenden seguir las huellas de Dante, pero
ninguna alcanza la importancia del Laberinto de Juan de Mena.
Al poeta Jordi de Sant Jordi le dedica un decir alegórico, La Coronación de Mossén Jordi
de Sant Jordi, donde expresa su admiración hacia el poeta. Narra un sueño donde aparece Venus con
su consejo de doncellas, ante quienes llegan Homero, Virgilio y Lucano acompañando al poeta
Mossén Jordi, para el que piden la “corona de los prudentes letrados”, que le entrega la diosa.
Tenemos motivos tomados de Dante, como la hora mitológica y el sueño con que se inicia la obra.
El esquema de la coronación seguramente procede de Boccacio, que en la Amorosa Visione describe
la coronación de Dante.
Sin embargo, la obra más ambiciosa de estilo alegórico es la Comedieta de Ponza, un largo
poema compuesto en estrofas de arte mayor, donde Santillana nos habla de la derrota sufrida por el
rey Alfonso V en la batalla de Ponza, a manos de los genoveses. Alfonso V y sus hermanos son
apresados y por ello, doña Leonor, su madre, morirá. El autor narra un sueño donde aparecen cuatro
damas vestidas de negro, las esposas de los tres hermanos y doña Leonor, que cuentan su dolor a
Bocaccio, que les explica el papel de la Fortuna en la vida de los hombres y les predice triunfos en
el futuro.
Siguiendo con sus obras de influencia italiana, debemos hablar de sus cuarenta y dos
Sonetos “fechos al itálico modo”, escritos a partir de 1438, de tema variado. Lo que realmente
interesa de estas composiciones es que son la primera adaptación del soneto italiano a nuestra
lengua. Aunque algunas de estas piezas parecen alcanzar su propósito, tomadas en su conjunto nos
revelan un fracaso por parte del autor. El número de sílabas es casi siempre correcto, pero el
Marqués no aceptó con la acentuación. Hubo otros intentos durante el siglo XV por adaptar el
endecasílabo italiano, pero todos fracasaron, hasta la llegada de Garcilaso, ochenta años después de
la muerte de Santillana, no se resolverá adecuadamente el problema de los acentos.
Las obras que más fama han dado a Santillana son sus composiciones populares a la manera
provenzal y castellana, a pesar de que el poeta despreciaba en teoría el arte popular. Son una serie
de Canciones y deçires y diez Serranillas.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Se conservan diecinueve Canciones que en general son breves y sencillas, y sus temas son
los habituales sobre el amor en la “poesía cortés”. Son naturales y graciosas, aunque bien
elaboradas. Los Deçires son más variados, aunque en general, todos están dedicados a la lectura, y
no a la música, aunque tienen bastante retórica y conceptos y tópicos mitológicos.
En las Serranillas adopta la forma típica del género: una pastora y un caballero se
encuentran en un paisaje que se describe minuciosamente; el caballero alaba a la serrana, pero la
pastora se niega por su condición desigual; en la mayoría de los casos ella se marcha. Las serranas
de Santillana no son toscas como las del Arcipreste, sino que se refinan y tienen con el caballero un
diálogo ingenioso. El Marqués alcanza aquí una perfección que pocas veces se ha superado en la
lírica popular. Se puede ver un proceso de refinamiento a partir de la tercera serranilla. Incluso en
las serranillas VI y IV, que son las más bellas, parece hacerse una idealización bucólica, lo que lleva
a pensar en una influencia de la pastorela francesa.
Aquí tenemos la serranilla VI, en hexasílabos, en la que el señor es rechazado una vez más.
Serranilla VI
<<Moça tan fermosa En un verde prado
non ví en la frontera, de rosas e flores,
como una vaquera guardando ganado
de la Finojosa. con otros pastores,
la ví tan graciosa,
Faziendo la vía que apenas creyera
del Calatraveño que fuese vaquera
a Santa María, de la Finojosa>>.
vençido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do ví la vaquera
de la Finojosa.
Juan de Mena representa a una nueva generación de poetas: los primeros hombres de letras
del Renacimiento.
Nace en Córdoba, en 1411 y fue estudiante en Salamanca, Roma y Florencia. Por sus
grandes conocimientos de la lengua latina, Juan II le nombró su “secretario de cartas latinas” y a
partir de ahí, su vida siempre está unida a la corte de Castilla. Esto le hace ponerse en relación con
altos cargos políticos y con escritores de su tiempo, comenzando por el condestable don Álvaro de
Luna, por el que sintió gran admiración y estima.
Es el prototipo del intelectual, apartado de las armas y de la política y entregado a su obra,
tuvo fama inmediata, sobre todo por su Laberinto de fortuna, aunque la crítica moderna no le ha
prestado demasiada atención.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
4. 2.1 Obras menores: lírica amorosa y satírica, poemas alegóricos, poemas doctrinales.
Atribuciones
Juan de Mena cultiva todas las corrientes de la poesía castellana del siglo XV. Su obra lírica
consta de canciones y decires amorosos, poesías de tema político, alegórico, preguntas y respuestas,
enigmas y poemas satíricos. La recepción de su poesía en los siglos XV y XVI fue muy positiva y
sus poemas amorosos están incluidos en más de treinta cancioneros como el Cancionero de Baena,
el de Estúñiga o el de Fernández de Ixar entre otros.
Sus composiciones amorosas son canciones y decires, y en su gran mayoría son quejas o
lamentos amorosos. Siguen la moda de la poesía cortesana del XV: los temas son las quejas del
amante, el dolor por la partida de la dama, el poder de sus ojos, etc., y también usa los mismos
recursos estilísticos: antítesis, aliteración, el uso de la ‘hora mitológica’. Sin embargo, lo que
individualiza estas composiciones es el intelectualismo con el que analiza el proceso amoroso:
utiliza un mundo abstracto, conceptual, donde el amor se ve a través de su representación mental.
Claro oscuro es una combinación de formas alegóricas y poesía de cancionero, donde sobre
un fondo culto (con cultismos y oscuridad léxica y sintáctica), aparece un episodio amoroso con la
forma de la poesía cortesana. Se usan estrofas de ocho versos de arte mayor para lo “oscuro” y
coplas de octosílabos para la narración sencilla.
Además, en los últimos años de la vida de Mena, escribe poesía moral, como las Coplas
contra los pecados mortales, o el Debate de la Razón contra la Voluntad.
Hay varias obras atribuidas a Juan de Mena, muchas de ellas de atribución dudosa, como el
Razonamiento que face Juan de Mena con la muerte, de tema moral, o la obra en prosa Memorias
de algunos linajes antiguos e nobles de Castilla, donde aparece un estilo demasiado sencillo;
aunque también se ha dicho que podrían ser una especie de apuntes para una obra más elaborada.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
La atribución del Tratado del Amor parece ser bastante segura, pues aparecen en él una serie
de referencias comunes a otras obras del autor. Probablemente esta sea la primera composición de
Juan de Mena, que podríamos clasificar como obra didáctica.
También es probable la atribución del Tratado sobre el título del duque, que va dedicado a
don Juan de Guzmán, conde de Niebla, perteneciente a una familia con la que Mena tuvo mucha
amistad.
Ésta es una de las obras más importantes de la literatura medieval española, escrita en versos
de arte mayor. El Laberinto es un poema alegórico con semejanzas con la Divina Comedia de
Dante.
El poeta es llevado por el carro de la diosa Belona al palacio de la Fortuna y guiado por la
Providencia, el poeta contempla las diversas partes del mundo y tres ruedas: dos inmóviles, la del
pasado y la del futuro, y una que no para de moverse, que muestra el tiempo del presente. Las
ruedas contienen siete círculos ordenados concéntricamente como el sistema planetario geocéntrico
de Ptolomeo, y en cada uno de ellos influye uno de los siete planetas. En esos círculos va colocando
el autor a diversos personajes. En la rueda del pasado están personajes históricos y mitológicos; en
la del presente se hace una síntesis de la historia de España, y en la rueda del futuro pronostica
grandes éxitos a Juan II, confiando en que fuera capaz de frenar las guerras.
Además de Dante, también hay que destacar la influencia de dos clásicos: Virgilio y Lucano,
de los que imita ciertos episodios.
El Laberinto es un poema moral y político, busca el destierro de los vicios, pero también
sirve para exaltar la Reconquista, las hazañas de los cristianos y la monarquía. Presenta todo su
apoyo a la política del condestable don Álvaro de Luna, para Mena, la única persona capaz de
cambiar la situación en la que se encuentra España.
En la obra de Juan de Mena vemos un claro entusiasmo en todo aquello que se relaciona con
Castilla o España. Escribe el Laberinto para exaltar a los suyos frente a los demás, por ello defiende
tanto la Reconquista, y numerosas veces acude a la historia para contarnos victorias pasadas contra
los musulmanes.
Incluso en el caso de otras muertes que serían más naturales, como la de don Enrique de
Villena, el poeta llora la muerte de su paisano por el vacío que va a producir en España.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
extraño que Mena elogie continuamente al Monarca, nos basta simplemente con observar el inicio
del Laberinto:
<<Al muy prepotente don Juan el segundo, al gran rey d’España, al Çésar novelo,
aquél con quién Júpiter tuvo tal zelo al que con Fortuna es bien fortunado,
que tanta de parte le fizo el mundo aquél en quien caben virtud e reinado,
quanta a sí mesmo se fizo del çielo; a él, la rodilla fincada por suelo>>.
No hay duda de que Mena se propuso crear un poema nacional, para lo que no le faltaba
patriotismo, y si no lo consigue de un modo definitivo es por el lastre de la alegoría.
El español literario del siglo XV tiene un marcado sello latino, pero en esto destaca Juan de
Mena y sobre todo el Laberinto de Fortuna, su obra más latinizada en sintaxis y vocabulario. Esto
puede deberse, por un lado, al deseo de elevar la lengua poética a un nivel superior, para que se
acercara a la de las obras escritas en “estilo sublime”, es decir, en latín; por otro lado también puede
deberse al intento de excluir de su lectura a los ciudadanos poco cultos.
Para comenzar a tratar la figura de este afamado poeta medieval, Jorge Manrique, cuyas
célebres Coplas a la muerte de su padre, es la máxima creación de la lírica cortesana del siglo XV y
una de las mejores elegías de la literatura española, hemos de conocer en parte cómo la herencia de
su propia familia y la tradición literaria y nobiliaria caballeresca de estos, tan propiamente
medieval, le afectaron.
Miembro de una de las familias de la nobleza más rancia de Castilla, Los Manrique (era hijo
de don Rodrigo Manrique, maestre de la orden de Santiago, y sobrino del poeta Gómez Manrique),
Jorge Manrique compaginó su afición por las letras con la carrera de las armas, participando junto a
su padre en las luchas que precedieron al ascenso de los Reyes Católicos. Ambos pertenecían a la
orden de Santiago, y combatieron del lado de Isabel la Católica contra los partidarios de Juana la
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Beltraneja. Pereció a causa de las heridas recibidas durante al asalto al castillo de Garcimuñoz, en el
feudo del marqués de Villena.
Es seguro que Jorge Manrique asumió por completo la línea de actuación política y militar
de su extensa familia castellana: como sus demás parientes, fue partidario de combatir por lo que
creía, pero tampoco dejó de lado la tradición literaria y poética, llevando el apellido de su estirpe a
la posteridad histórica y literaria.
Se puede suponer que la <<pregunta que fizo don jorge sobre los hechos de Castilla>>
se refiera a la proclamación del Príncipe-Rey, y sería la composición a la que podríamos fijar una
fecha más temprana, 1465. La composición más tardía sería <<¡O, mundo! Pues que nos
matas>>, que le encontraron en el seno cuando fue herido de muerte, es decir, en 1479. Entre
ambas fechas se pueden situar los poemas dirigidos a Doña Guiomar, la contestación a Guevara que
le preguntaba por una herida de arma de fuego o las Coplas a la muerte de su padre.
Por otra parte, para entender la creación poeta de Manrique y sus contemporáneos debemos
tener en cuenta que la poesía era un simple entretenimiento social: ni podía desconocerse ni debía
tomarse demasiado en serio. Se trovaba como se danzaba y cantaba. Para Jorge Manrique la poesía
nunca trascendió de ser un pasatiempo.
Hasta el Marqués de Santillana y Gómez Manrique en el siglo XV, tienen que justificar su
dedicación a una actividad que no está bien vista en su clase social. Durante mucho tiempo,
predominaron las armas sobre las letras. Pero en aquel preciso siglo XV la censura social era más
mezquinamente “social”; la poesía era un juego, un pasatiempo y no convenía sacarla de estos
límites salvo que el éxito hubiera ya sancionado al atrevido con gran crédito, es decir, otorgándole
margen de originalidad.
Era por tanto la poesía en el siglo XV una forma de atraer prestigio social, una expansión, un
ornamento de su rica personalidad. La gran mayoría de los poemas nacían como una prueba de
ingenio que consistía en expresarse dentro de un artificio métrico y utilizar este artificio para cuanto
fuera comunicación social.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Además, debemos entender este tipo de poesía escrita de una manera muy musical. Se
danzaba, se interpretaba música y se acompañaba de poesías, ese era el campo en el que
encuadramos la obra amorosa y burlesca manriqueña.
Jorge Manrique no se preocupó, como otros poetas de su tiempo, anteriormente vistos, como
Sanillana, Álvarez Gato y su propio tío Gómez Manrique, de recopilar un cancionero fidedigno con
sus versos, que quedaron así entregados al azar de antologías y a la memoria de sus
contemporáneos.
El capítulo más complejo para tratar la transmisión de la obra manriqueña lo constituye, sin
lugar a dudas, la poesía amorosa y de circunstancias, que no nos ha llegado en bloque, sino por
caminos distintos y, a veces, azarosos. El conjunto de textos más importante, cualitativa y
cuantitativamente, es el que nos transmitió el Cancionero General de Hernando del Castillo en su
primera edición de 1511, que hemos analizado en el segundo punto. De aquí extraemos 46 de los 49
poemas que en total conservamos. Abarca la obra completa excepto muy pocas composiciones: las
Coplas a la muerte de su padre, y las Coplas póstumas, añadidas por el propio Hernando del
Castillo en la segunda edición de 1514. A esto se unen tres composiciones que nos han sido
transmitidas a través del llamado Cancionero del British Museum.
Sin la obra de Hernado del Castillo, por tanto, apenas abarcaríamos el conocimiento de
algunas composiciones de Manrique. Esto sugiere también que una información tan completa de la
obra manriqueña sólo pudo llegarle al editor valenciano a través de un cancionero personal del
autor, sea directamente, sea a través de su inclusión en uno colectivo del que no nos habría quedado
ninguna huella.
Como hemos visto, la obra poética de Manrique no es muy extensa. Se suele clasificar en
tres grupos: amoroso, burlesco y doctrinal. Son, en general, obras satíricas y amorosas
convencionales dentro de los cánones de la poesía cancioneril de la época, todavía bajo influencia
provenzal, con un tono de galantería erótica velada por medio de finas alegorías. Sólo se aleja de
esto y se erige triunfante las Coplas a la muerte de su padre.
La poesía amorosa de Jorge Manrique se sitúa con claridad dentro de la corriente cancioneril
del siglo XV. Su producción poética siguió los cánones trovadorescos y cortesanos de finales de la
Edad Media.
Las cortes eran focos de civilización que, a lo largo del medioevo, habían creado unas pautas
de conducta y una teoría del amor y de la vida social, núcleo de su cosmovisión. Las características
esenciales con que se nos presenta en la poesía de Manrique y de todo su siglo proceden de la
escuela galaico-portuguesa:
− Un sentimiento descarnalizado y altruista, que renuncia voluntariamente a cualquier
signo de correspondencia si redunda en perjuicio de la mujer amada.
− Idealización desmesurada a la mujer; le dedica tratamiento propio de una señora feudal y
la pone sobre un altar.
− Un amor de este tipo era inalcanzable por su propia naturaleza y conducía a una fijación
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
narcisista de los sentimientos propios y a una enajenación que, con frecuencia, era
sentida como variedad de locura.
Estos planteamientos indujeron a pensar que tales muestras de amor no podían ser más que
una pura convención literaria, nunca una concepción ideológica vigente en la sociedad de la época.
Es decir, que las muestras de amor no son más que prueba de ingenio; la mayoría de las veces son
epigramas galantes y elogios de la dama; muy probablemente no siempre hagan referencia a lo que
hoy entendemos como “relaciones amorosas”, sino que pertenecen al plano de la mera galantería.
La noción totalmente feudal del servicio de amor parece haber evolucionado un poco con el
tiempo. Hay un cambio en la poesía amorosa del siglo XV. Es un cambio que se produjo no sólo en
la Península, sino también en Francia. Como hemos podido saber en la introducción de este tema, la
sociedad feudal se había transformado, y hay un cambio a la doctrina cortés. El poema supone un
acuerdo entre el vasallo y el señor feudal; la dama, cada vez más altiva, rehúsa incluso el servicio
que le ofrece el humilde pretendiente.
Muchos poetas muestran un miedo atroz ante la simple idea de confesar su pasión, y esto lo
vemos en la poesía amorosa de Manrique:
Pero estos poetas de cancionero amoroso como Manrique tratan no sólo de las perfecciones
de la dama, sino que parecen celebrar el largo martirio del enamorado: requerimiento y quejas
desoladas se suceden sin interrupción, de manera monótona. Y será en el siglo XV cuando se
exploten más abundantemente los recurso de este tema: vale más la muerte que una vida semejante,
nos dicen, o como expresa Jorge Manrique, la muerte es demasiado lenta, y no desea esperar más
para poner fin a su martirio amoroso:
Además, el ambiente clasista y nobiliario en el que vivía nuestro poeta afectará a la obra de
Manrique, por lo que desarrolla en las Coplas su doctrina clasista. Y no sólo en las Coplas, sino que
todo el cancionero de D. Jorge está marcado por su visión de una sociedad de estamentos y
privilegios. Como su Cancionero es en la mayor parte amoroso, la concepción discriminadora de D.
Jorge se desarrolla a través de símiles eróticos. La amada es siempre la señora de quien el amante es
vasallo. De ahí se derivan las relaciones entre ambos:
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
este núcleo debían forzarse para dar cabida a toda la compleja realidad de las relaciones entre
hombre y mujer, desde la cortesía, el galanteo y el coqueteo, pasando por la amistad y el sexo, hasta
llegar al amor y el matrimonio. Este factor queda aclarado si analizamos el poema número 10,
Porque estando él durmiendo le besó su amiga:
En otro aspecto, para expresar el amor, Manrique usa a menudo metáforas procedentes del
vocabulario de la guerra, pero sigue concibiendo el sentimiento amoroso como un servicio, y le
aplica la terminología que venía siendo habitual desde los trovadores provenzales. Lo podemos ver
en el poema número 6:
En otro poema vemos un modelo que posiblemente fuera introducido por Jorge Manrique,
que trata de la descripción del amor mediante el uso de parejas de antítesis (poema número 3):
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Parte de sus composiciones poéticas amorosas pueden ser comprendidas en torno a su vida.
Jorge Manrique se casa en Toledo, ciudad castellana a la que más vinculada se encuentra su familia;
parte de la poesía amorosa está dedicada a la que fue su mujer, Doña Guiomar de Meneses, por lo
que muy probablemente se escribió en Toledo.
El primer poema en el que la encontramos (número 5) debe datarse de las primeras etapas de
sus relaciones, pues el poeta aún no ha percibido demostraciones satisfatorias de correspondencia:
<<¡Guay de aquel que nunca atiende
galardón por su servir!>>.
Este poema, además, es acróstico, donde todos y cada uno de los versos de cada estrofa
comienzan por una misma consonante, y leído así el poema resulta Gyomar.
En su poesía amorosa, los decires de Jorge Manrique rara vez son puramente narrativos;
mantienen un diálogo sin respuesta con la amada, el mensajero que le envía, el propio corazón o la
muerte. Los poemas de Jorge Manrique interpelan, son como dichos en voz alta.
Jorge Manrique nos presenta una limitación de medios expresivos. Al lado de un cierto
virtuosismo verbal, su domino del léxico y de la preceptiva es reducido. Él no arriesga
experimentando con formas nuevas, prefiere asegurarse la destreza en el manejo de unas pocas.
Desde luego, el arte de su formación es más deficiente de lo que debería, y además debemos tener
en cuenta que muere cuando aún podía haber escrito mucho. Además, esta limitación de medios
expresivos indica también la finalidad marcadamente social de casi toda su producción; salvo en
contadas ocasiones, D. Jorge escribe fundamentalmente preocupado por conquistar un puesto en un
grupo social; emplea para ello el lenguaje, las formas, los artificios de los que está más seguro, los
que más fácilmente puede dominar. Por último, destacamos que presenta una natural propensión por
lo conceptual y aforístico.
Jorge Manrique puede ser considerado como uno de los poetas cortesano menos cultos, en el
sentido que a estas palabra se daba en su tiempo. Por supuesto, no hay en su obra ni en su biografía
el menor indicio de que supiera latín u otra lengua; todas sus citas clásicas se reducen a la nómina
de quince personajes de la antigüedad. Su vocabulario es escaso. En cuanto a sus latinismos, los
vemos en el marco de la evolución general del lenguaje de su época.
Sin embargo, a través de los sentimientos y de una gran delicadeza, de tratar temas
universales, que han traspasado generación tras generación, no le hace falta que su producción goce
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
de mayor cultismo: al leer las Coplas, que posteriormente analizaremos, la sensibilidad y sensatez
nos embauca y somos conscientes de estar ante una obra de una magnitud inigualable.
Las Coplas destacan por unir tradición y originalidad. En ellas Jorge Manrique hace el
elogio fúnebre o planto de su padre, Don Rodrigo Manrique, mostrándolo como un modelo de
heroísmo, de virtudes y de serenidad ante la muerte. El poema es uno de los clásicos de la literatura
española de todos los tiempos y ha pasado al canon de la literatura universal. Lope de Vega llegó a
decir de ella que «merecía estar escrita en letras de oro». En ella se progresa en el tema de la muerte
desde lo general y abstracto hasta lo más concreto y humano, la muerte del padre.
Por más que se intente acercar la poesía de Jorge Manrique, e incluso la poesía castellana del
siglo XV en general, al nivel de las Coplas la diferencia que las separa es muy grande. Toda la
poesía del siglo XV permanece archivada, indisolublemente ligada a su siglo. Las Coplas emergen,
por el contrario, libres, como si no contara con ellas la ley de gravedad histórica. El paso del tiempo
no hace sino bruñir la obra excepcional apartándola de sus circunstancias.
El arte es comunicación, y el lector de las Coplas siente que desde ellas se le transmiten una
serie de emociones y se le crea un clima espiritual de melancolía y reflexión. ¿Porqué se produce
esta transmisión que no logran otras obras del autor o de la época? En las Coplas se desarrolla el
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
motivo de la muerte y lo efímero, al que es muy propenso el corazón humano, pero también lo es el
amor y, sin embargo, la poesía cortesana no conmueve ninguna fibra. El arte no consiste sólo en el
tema, sino en el tratamiento del mismo.
Para comprender la importancia y notoriedad de las Coplas, sólo debemos fijarnos en que
presentan algunas de las metáforas e imágenes más repetidas a lo largo de la literatura posterior,
como la famosa:
<<Nuestra vida son los ríos
que van a dar en el mar
que es el morir>> (Copla III)
<<allí van los señoríos allí, los ríos caudales, allegados, son
iguales,
derechos a se acabar allí los otros, medianos, los que biven por
sus manos
y consumir y más chicos; y los ricos>>. (Copla III)
Para el poeta, la muerte llega incluso hasta su propia base nobiliaria y a los propios estados,
pues las cosas tras las que corremos, aun <<en los más altos estados / desfallecen >>.
Ese sentido guerrístico que hemos visto antes, que hablaba del amor como un servicio,
traspasa el límite de la obra amorosa para ocupar un lugar importante en las Coplas:
− Métrica
Podemos observar en las Coplas una búsqueda por evitar todo exceso erudito o retórico: el
estilo posee una elegante sobriedad, fruto del empleo de los vocablos más sencillos y pertenecientes
al habla patrimonial. Muestra de esta búsqueda de simplicidad es la elección de una forma estrófica
menor, las coplas de pie quebrado (que, por la popularidad de la obra, pasarían a llamarse coplas
manriqueñas). Cada copla está formada por dos sextillas de pie quebrado (8a, 8b, 4c, 8a, 8b, 4c, con
rima consonante). El tono exhortativo característico del poema refuerza la gravedad de los versos,
en una evocación serena del tiempo pasado.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
<<Re-cuer-de el-al-ma-dor-mi-da 8a
a-vi-ve el-se-so y-des-pier-te 8b
con-tem-plan-do 4c
có-mo-se-pa-sa-la-vi-da 8a
có-mo-se-vie-ne-la-muer-te 8b
tan-ca-llan-do >> 4c
Esta estrofa manriqueña, la copla de pie quebrado se vincula fuertemente a la música. El pie
quebrado puede situarse de muy varia manera en una estrofa, pero siempre produce un quiebro, una
solución de continuidad de gran efecto rítmico. Donde mejor se conserva hoy musicalmente es en la
seguidilla. El origen de la copla manriqueña lo ve T. Navarro en cantigas del siglo XIV.
- Estructura
Sobresale como rasgo principal de las Coplas la uniformidad y unidad del poema. Las
Coplas son un modelo de estructura y coherencia, en el curso dramático que describen, en las ideas
que se ponen en juego y en los medios expresivos utilizados.
En el desarrollo del poema pueden apreciarse tres partes. La primera (coplas I-XIII) es una
exposición doctrinal en la que, de acuerdo con los principios de la religión cristiana y con la
mentalidad medieval, se señala el nulo valor de la vida humana terrenal (sometida a los vaivenes de
la fortuna y al poder destructor del paso del tiempo y de la muerte), destacándose en cambio el valor
de la vida eterna en el más allá, que se alcanza mediante la virtud y el cumplimiento de las
obligaciones propias del estado social.
Dentro de esta primera parte, las tres primeras coplas exhortan al lector a tomar conciencia
de la temporalidad y de la naturaleza efímera de la vida terrenal. La vida y sus placeres pasan
rápidamente (coplas I-II) (<<Recuerde el alma dormida,/ abive el seso y despierte/
contemplando/ cómo se pasa la vida>>) y terminan en la muerte (III), que iguala a <<los que
viven por sus manos / e los ricos>>.
En la Invocación (coplas IV-VI), en lugar de dirigirse a las musas paganas, como otros
poetas de su época, el autor se encomienda significativamente a Jesucristo (IV) (<<A aquel solo
me encomiendo,/ a aquel solo invoco yo/ de verdad, / que en este mundo biviendo,/ el mundo
no conosció/ su deidad>>) y expone su concepción cristiana de la existencia (V-VI): nuestra vida
terrenal, breve y llena de sufrimientos, es el medio (camino) para alcanzar la vida eterna y la
felicidad en el más allá. Y alcanzaremos esta vida eterna mediante la práctica de la virtud y el
cumplimiento de las normas de la moral cristiana, obrando <<con buen tino>>, <<como
debemos>>.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Las coplas VII-XIV invitan a considerar la fugacidad de los bienes terrenales, que son
inevitablemente destruidos por el paso del tiempo o la fortuna:
La pureza de los linajes se pierde en la copla X, y las riquezas y la posición social están
sujetas a la fortuna en la XI (<<que bienes son de fortuna (...)/ la cual no puede ser una/ni
estable ni queda/en una cosa>>). Y aunque tales bienes durasen toda la vida, carecerían
igualmente de valor por su brevedad, que se contrapone a los sufrimientos eternos del infierno
(copla XII), por lo cual perseguir ciegamente placeres y riquezas es caer en una trampa (copla XIII).
El nulo valor de la vida y de los bienes terrenales (riquezas, placeres, linaje) se ejemplifica
mostrando los efectos del paso del tiempo, la fortuna y la muerte sobre una serie de personajes
poderosos: de nada les sirvió su poder ante la muerte, que los trató igual que <<a los pobres
pastores / de ganados>> (XIV). El autor renuncia a poner ejemplos de épocas antiguas; la historia
reciente, le proporciona ejemplos suficientes, y comienza con un peculiar Ubi sunt?: El rey Juan II
y los Infantes de Aragón (coplas XVI-XVII), Enrique IV (coplas XVIII-XIX), don Alfonso (XX),
don Álvaro de Luna (XXI) y los maestres Juan Pacheco y Pedro Girón (XXII). Terminada la lista, el
poeta se dirige en apóstrofe a la Muerte para destacar su inmenso poder destructor, ante el que no
hay defensa posible (XXIII-XXIV).
Como último de los personajes de la serie anterior, y por lo tanto como nueva y última
ilustración de las doctrinas expuestas en la primera, la tercera parte (coplas XXV-XL) se centra en
la figura del padre del autor, don Rodrigo Manrique.
Se inicia con el elogio fúnebre de don Rodrigo; el poeta exalta primero sus virtudes de modo
directo o mediante comparaciones con personajes históricos (coplas XXV-XXVIII) y luego repasa
elogiosamente los principales hechos de su vida (XXIX-XXXII).
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Al elogio fúnebre le sigue un diálogo entre don Rodrigo, próximo a morir, y la Muerte
personificada (coplas XXXIII-XXXIX). Inicia el diálogo la Muerte, que expone de nuevo el
concepto cristiano de la existencia y afirma que don Rodrigo merecerá la vida eterna por la
conducta ejemplar que siempre ha observado. En su respuesta, don Rodrigo acepta su final con
modélica resignación cristiana y eleva una oración a Jesucristo rogándole el perdón de sus pecados.
Pero además de esta estructura tripartita, puede también considerarse una división
cuatripartita de las Coplas. Las catorce primeras constituyen un sermón moral: la muerte y su
cortejo establecen el asedio, abstracto y filosófico, del alma. Sigue un discurso histórico, de la copla
XV a la XXIV, en que la muerte avanza, sola ya y contemporánea del autor. Presentando así al
antagonista; el epicedio consiste en presentar en nuevo coplas al protagonista, Don Rodrigo
Manrique, su padre. El auto de la muerte final recoge el encuentro de los dos personajes. El proceso
del poema, sobre ser lógico, tiene un valor dramático del que carecen las Defunciones y Plantos que
copiosamente produjo la literatura castellana.
Jorge Manrique, a partir de este esquema simple, trabajó y apuró las posibilidades que cada
una de las fases del poema ofrecía. Y, armoniosamente ensambladas, constituyen un natural
crescendo de dinamismo y plasticidad.
Pero además de esta perfecta fragmentación, es destacable la unidad del poema. Una unidad
que, para mérito de las Coplas, es fluida y corresponde a un proceso temporal. La unidad de las
Coplas resulta de su movimiento ordenado. Ritmo, rima, unidad estrófica, extensión del poema,
lenguaje lento y vivo, reflejan una realidad espiritual mediante el manejo del tiempo.
El curso de las Coplas traduce con rigor un movimiento paralelo del alma. Desde la
situación de olvido e indiferencia se pasa, mediante el sermón moral, a un estado de alerta y
preocupación. El discurso histórico lo convierte en situación concreta de sobresalto, que alcanza su
punto culminante en las coplas XXIII (<<dí, Muerte>>) y XIV. Después, la presentación del
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
protagonista mezcla lo patético histórico con lo intemporal clásico. El auto de la muerte resuelve
dramáticamente las contradicciones.
Acabado el drama, agotado el proceso psicológico, hay, en la última estrofa, una breve y
necesaria caída de telón, una vuelta a la vida. Las verdades enunciadas a lo largo del poema,
ocultas, pero presentes, restablecen la paz del espíritu.
Hay un continuo uso de formas didácticas y discursivas, que invitan al lector a preguntarse
por su propia experiencia; la primera persona del plural no es utilizada como plural del autor, sino
como expresión de colectividad subrayada por el imperativo, <<ved>>, <<decidme>>, y por el
sentido vocativo general de la composición. Finalmente, acentúa el carácter temporal de las Coplas
y la correspondiente vibración del lector el distinto ritmo verbal e interno de las cuatro partes del
poema.
El desarrollo del asunto a través del poema – muy discutido por algunos críticos del siglo
pasado – es sencillamente algo espléndido de proporciones emotivas y constituye, más que un
poema elegíaco, una serie de elegías en que se evocan alternativamente la fugacidad del pasado y
del presente, de lo personal y lo colectivo, para mostrar, con amargas voces de evidencia lo
transitorio del mundo que nos rodea y la eternidad del poder divino.
Las fuentes literarias de las Coplas se hallan en obras fundamentales que el poeta leyó, sin
duda alguna y que dejaron en su recuerdo una huella imborrable: la Biblia, Boecio, Próspero de
Aquitania...; pero mucho más de cerca, y por lo tanto más decisivas, tiene las influencias de poetas
de la época como el Canciller de Ayala, Sánchez de Talavera, Fray Miguir y otros poetas del
Cancionero de Baena; Juan de Mena, Santillana y sobre todo las Coplas para don Diego Arias de
Avila, de Gómez Manrique, modelo literario fundamental en la composición de su sobrino.
Entre ambas coplas hay un relación tan estrecha como evidente. Basta leer las dos y
confrontar sus pasajes entre sí para convencerse de ello, aunque difiera la concepción de unas y
otras. Gómez Manrique se limita a poner en verso una doctrina política limitada por el ambiente en
que se plantea y vive el autor; pero Jorge Manrique se derrama de su propia época por un concepto
de la transitoriedad de la vida que perdura a través de los tiempos. Jorge Manrique – y es su mejor
mérito- halla el reflejo de su dolor en el dolor de la humanidad y lo inestable de las cosas propias en
la inestabilidad del mundo, y su originalidad queda intacta, ya que todo lo anterior a él sobre lo
mismo no es sino una serie de intentos que él alcanza a ver triunfantes en una obra maestra en
virtud de su genio poético.
Un acierto más del poeta es haber desdeñado la lenta estrofa dodecasílaba que Juan de Mena
y otros poetas de su época solían emplear en estos casos sustituyéndola por una estrofa formada por
la anterior analizada copla de pie quebrado.
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Entre los rasgos estilísticos que podemos encontrar en la obra de Jorge Manrique destacan:
− Los recursos métricos prefieren las formas pequeñas y preciosistas frente a las vastas
composiciones denominadas decires. Se limitan al uso reiterado de:
− La canción trovadoresca
− La copla real
− La copla castellana
− La copla de pie quebrado (de la que fue inventor Gómez Manrique)
− La esparza (una sola estrofa que condensa un pensamiento artísticamente expresado)
− La copla de arte menor
− La rima muchas veces no está muy cuidada.
− No abusa del cultismo y prefiere un lenguaje llano frente a poetas como Juan de Mena,
el Marqués de Santillana y, en general, de la lírica cancioneril de su tiempo. Ese es un
rasgo que individualiza bastante al autor en una época en que la presunción cortesana
hacía a los líricos cancioneriles exhibir su ingenio mediante un prematuro conceptismo o
bien demostrando sus conocimientos latinizantes.
En cuanto a las influencias cultas, hay en las Coplas algunos pasajes que llaman la atención
del lector: las referencias históricas a tiempos anteriores a los de D. Jorge y aquel en que se
comparan los cuidados corporales con los espirituales. Las referencias históricas son varias, como:
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
leymos
ya pasadas. ni sus glorias; sus estorias>>.
Por tanto, Jorge Manrique rinde culto a la tradición iniciada por Mena y continuada luego
por Santillana, Pérez Guzmán, Gómez Manrique y tantos otros, de invocar y evocar la antigüedad
clásica.
Históricamente, las Coplas constituyen un modelo por la forma en que el autor asume y
sintetiza la tradición de su tiempo en torno al problema del hombre enfrentado al dolor de la muerte;
pero, estéticamente, Manrique supo en ellas resolver la composición en una línea que rompía por
completo con la lírica de su época y preparaba el camino para la poesía del Renacimiento.
Todo ello convertirá a Manrique en el eje esencial de la poesía del Renacimiento, no tan
polarizada en torno al petrarquismo como acostumbramos a creer.
Hay una admiración estética y doctrinal como muy pocas obras de nuestra literatura han
conseguido despertar.
Con Jorge Manrique y sus Coplas la lírica castellana pasó del concepto abstracto de la
muerte a su presencia histórica y su dimensión particular, en un movimiento de flujo temporal que
es uno de los grandes hallazgos del poeta. Las Coplas se apartaron de los tópicos macabros tan
abundantes en la literatura moral de la época y consiguieron alcanzar una extraordinaria hondura
emotiva.
Por tanto, las Coplas cambian de viraje. Tratan de la muerte, la omnipresente en su época,
pero con una intención doctrinal y moralizante: Jorge Manrique no teme a la muerte; las buenas
acciones, la fama y cumplir con los deberes personales consguirán vencer las barreras de la muerte
y del olvido.
El eje ideológico del poema, estriba, pues, en el contraste entre la figura tradicional de la
muerte destructora, y la grandeza de un Rodrigo Manrique, que había sabido vencerla con su vida
ejemplar. De ahí el contraste tan marcado entre la doctrina y los ejemplos de la primera parte y el
profundo vitalismo y optimismo de la segunda, que rompe por insuficiencia el cuadro inicial.
Manrique nos hace una llamada de atención para que conquistemos la vida eterna, poniendo
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La poesía cancioneril del siglo XV: Jorge Manrique
Pero ante ellas, sólo el espíritu, el bienhacer y la fama nos deportarán a una vida eterna, a
dejar de temer a la muerte; esta idea de salvación de nuestro ser que Manrique quiso impartir a las
gentes de su época, ha traspasado las barreras de la posteridad. Tal y como predicaba D. Jorge en
sus Coplas él mismo ha superado a la muerte, ha viajado, junto a su padre D. Rodrigo a una vida
eterna, la que deporta la fama y la memoria de las gentes futuras que continúan deleitándose con las
grandiosas Coplas manriqueñas a la muerte de su padre.
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