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Alan Moore & la Magia

Por Antonio Ramírez1

Alan Moore anunció que iba a convertirse en mago en 1993, justo el mismo día que cumplía 40
años. Esta drástica decisión no tenía en el fondo nada de sorprendente para quien hubiera seguido la
obra del barbudo hasta esa fecha, pues se notaba que la Magia ya estaba dando vueltas en su
hiperactivo cerebro desde hacía mucho tiempo. En La cosa del Pantano, realizada a mediados de
los 80, aparecen algunas tramas y personajes directamente relacionados con lo mágico. También en
series como Miracle Man, V de Vendetta o Watchmen, podemos encontrar pistas sobre las ideas de
Moore acerca del poder de la imaginación, los símbolos y el lenguaje para condicionar nuestra
percepción y vivencia de lo real, algo muy importante en el desarrollo de su concepción de la magia.
Pero, no sería hasta From Hell, cuya realización abarcó 10 años, que Moore no terminó por
profundizar en el tema con páginas memorables en torno a la arquitectura masónica, los cultos
paganos y el ritual mágico, además de plantear algunas hipótesis sobre el triunfo de los cultos
solares (masculinos) en detrimento de las antiguas culturas matriarcales. Posteriormente, con las
representaciones teatrales Serpientes y Escaleras o El Amnios Natal (ambos adaptados después al
comic por su compañero en From Hell, Eddie Campbell) trató el tema de la Magia mezclándolo con
asuntos como el tiempo, la memoria y la psicogeografía. Y ya en la serie Promethea, de una forma
mucho más detallada y profunda, se lanzó a compartir con el público parte de sus propias
investigaciones y experiencias en torno al tarot, la qabbaláh, la magia ritual u otros aspectos
tradicionales del ocultismo. También intervino en un documental, The Mindscape of Alan Moore, y
escribió artículos para oscuras revistas ocultistas[1], exponiendo sus ideas sobre la Magia de una
forma sencilla y relativamente comprensible, aunque, por supuesto, con toda la flema inglesa que le
caracteriza.
Está claro que Moore no es el primer escritor o artista que se lanza a este tipo de aventuras
relacionadas con lo mágico. A lo largo de la historia de la literatura, la pintura, la poesía, la música,
etc, nos encontramos con multitud de ejemplos donde la magia y otros aspectos de eso que se ha
venido a llamar el ocultismo han tenido su parte de protagonismo. Aunque habría que examinar con
detalle el grado de implicación de cada uno, la lista de artistas es sumamente larga con tan solo
tener en cuenta los últimos dos o tres siglos: William Blake, Rimbaud, Gerard de Nerval, Yeats,
Fernando Pessoa, August Strindberg, J. E. Cirlot, Andre Breton, Victor Brauner, Leonora
Carrington, etc, etc. Pero, por centrarnos en un antecedente más directo y de alguna manera
comparable, nos quedaremos con el caso de Alejandro Jodorowsky, el cual ha plasmado en comics,
ensayos, novelas y películas muchas ideas en torno a la magia que, al igual que pasa con Alan
Moore, renuevan o incluso contradicen con sentido del humor e irreverencia muchos lugares
comunes del mundillo ocultista. Ambos autores se han esforzado por mostrar a la luz ideas
complejas y extrañas a la lógica racionalista, para desvestirlas de su carga de hermetismo y
mostrarlas perfectamente empaquetadas, por así decirlo, para el consumo masivo. Una labor, tanto
la de Moore como la de Jodorowsky, cada cual a su manera, que ha resultado crucial en la decidida
“poperización” que ha tenido lugar en las últimas décadas sobre este tipo de temas. La noción del
ocultismo como una disciplina reservada para oscuros iniciados (o sencillamente para gente

1 Publicado originalmente en el blog https://www.mentesdeacido.es/


“pirada”) ha quedado obsoleta. Muy al contrario, las librerías cuentan cada vez más con ediciones
modernas y de diseños atractivos dirigidos a un público muy amplio. De tal manera que hoy en día
no es nada difícil encontrar un texto de Aleister Crowley al lado de, por ejemplo, uno sobre
marxismo… y muy poca gente se tira de los pelos. Dejemos a un lado si esto es positivo o negativo,
en todo caso es un síntoma de que este tipo de ideas interesan cada día más a mucha gente.
Pero volvamos a Moore y Jodorowsky. Ambos autores han llegado a la magia partiendo de una
actividad creativa, Moore desde el comic y Jodorowsky desde el teatro, dándose de bruces con las
relaciones entre lo mágico y lo artístico. Sin embargo, la diferencia capital entre los dos esté, quizás,
en el esfuerzo del primero en construir una teoría que podríamos definir como filosófica, abierta a la
especulación a través de la ficción, mientras que Jodorowsky tiende más a lo práctico jugando con
una ambigüedad poético-mística de vodevil con ínfulas chamánicas o curativas. Donde Moore
plantea hipótesis y caminos especulativos de largo alcance, Jodorowsky suele dotar a sus historias
de una intención alegórica y terapéutica que suponen siempre algún tipo de pedagogía de lo
cotidiano, lo cual hace que inevitablemente adquiera esa imagen de gurú que tantos enemigos le ha
procurado. Pero, en todo caso, ambos autores han llegado a una conclusión muy similar: tanto el
Arte como la Magia se basan en manipular la consciencia del “espectador” mediante las ardides de
un embaucador. Lejos de esconderlo como una vergüenza han hecho de ello su confeso modus
operandi, sumergiéndose en una empresa que a la larga parece destinada a difuminar los límites
entre Arte y Magia hasta un punto en que ya no importe tal distinción. En el fondo de todo ello está
el deseo de recuperar para el Arte las propiedades transformadoras de la magia, aunque para ello
tengan que usar el vehículo de la todopoderosa industria del entretenimiento.
A falta todavía de la tan esperada Jerusalén, novela en la que Moore ha trabajado largo tiempo (ya
editada en los países de habla inglesa y anunciada en España para 2017), Promethea es, en cierta
manera, el compendio más completo de sus ideas sobre la magia. Sin embargo, es necesario señalar
por eso de situarnos bien en el contexto, que si bien obras como Serpientes y Escaleras o El Amnios
Natal estaban concebidas para un público relativamente minoritario, en el caso de Promethea
hablamos de un comic que fue publicado a través de America's Best Comics, la misma línea
editorial donde vieron la luz títulos tan comerciales de Moore como Tom Strong o Top Ten. Esto
significaba que sus lectores potenciales iban a ser los aficionados a los superhéroes. Y de hecho
Promethea ofrece altas dosis de acción trepidante, individuos con poderes extraordinarios,
parafernalia de ciencia-ficción y un tono entre lo tenebroso y lo postmoderno que lo acerca a otros
comics de éxito como pueden ser Hellblazer o las innumerables series que Grant Morrison concibe
como churros una detrás de la otra. Sin embargo, pronto se desveló que todo era una treta de Moore
para llevar a cabo su verdadero plan: bombardear la mente de los lectores inocentes con toda una
amalgama de conceptos provenientes del cabalismo, el tarot, Aleister Crowley, la Golden Dawn,
Carl Jung, Austin O. Spare y mil fuentes más entremezcladas en un coctel explosivo. El trago no
tuvo que ser fácil para muchos aficionados que esperaban seguir una sencilla y entretenida historia
de superhéroes, de hecho, cuando la serie eclosionó llegó a perder de golpe varios miles de
lectores[2]. Así pues, Promethea es una serie claramente dividida en dos niveles de lectura: es un
comic de superhéroes y a la vez es una especie de manual de iniciación a la magia. Es bastante
complicado decidir si el conjunto está bien equilibrado, si realmente merecía la pena suavizar el
contenido esotérico con los elementos típicos del género de superhéroes, puede que entretenidos y
hasta ingeniosos, pero evidentemente chirriantes en relación a la atmósfera tan especial conseguida
en la parte mágica. No obstante, hay que admitir que estas concesiones al género de superhéroes
están más que justificadas en el plan global de la obra, pues Moore lo usa para recordarnos
permanentemente al fin y al cabo se trata de un simple tebeo, algo de suma importancia en el
mensaje que intenta transmitirnos.
Por lo tanto, partiendo del hecho de que hablamos de un tebeo, ni más ni menos, nos encontraremos
con que Moore decidió saltarse a la torera infinidad de tópicos y convenciones en torno al mundillo
ocultista, manejando conceptos tradicionales y altamente codificados de una forma muy relajada.
De hecho, Moore es el primero que admite que se tomó una considerable libertad a la hora de
perpetrar muchas de sus conjeturas, como, por ejemplo, cuando interpreta el Tarot y sus conexiones
con la Cábala, ambas disciplinas consideradas por él como sistemas vivos y maleables, y por tanto
susceptibles de ser desarrollados libremente. En ese sentido, pongamos como perfecto ejemplo el
número 12 de la serie, donde se las ingenia para contar la historia del universo y de la humanidad a
través de la simbología de los 22 arcanos del Tarot. Si en From Hell se permitía hacer una
interpretación imaginaria (en parte probable, en parte totalmente fantástica) de un hecho histórico
(los asesinatos no resueltos de Jack el Destripador), en esta ocasión lo hace nada menos que con el
devenir del ser humano tanto en el pasado como especulando sobre su futuro, con un carácter que
podríamos definir como utópico en todos los sentidos.
Aun así, pese a su libertad de inventiva, otros muchos aspectos de Promethea dependen de ideas
que abiertamente han sido fusiladas de aquí y de allá, producto tanto de la heterogeneidad propio de
Moore como del sesudo estudio de varias autoridades en la materia. Es el caso de su deuda con
Aleister Crowley, del que, por ejemplo, toma prestada su fascinante (seguro que incluso para
muchos ateos, como es el caso de un servidor) interpretación de la idea de los Dioses como la
proyección de un Yo Supremo, o lo que es lo mismo: la Voluntad del universo encarnado en el ser
humano. La Magia sería, bajo este punto de vista, un trabajo de ascenso por el Árbol de la Vida
cabalístico (usado como un mapa o carta de navegación) para lograr el reencuentro con nuestra
verdadera naturaleza cósmica (material, pero también trascendente) que quedó escindida en algún
momento del pasado. Y lo cierto es que ésta no es, ni mucho menos, la única referencia a conceptos
del tan mitificado como denostado Aleister Crowley[3], ya que se trata de una presencia
permanente en todas las fases del viaje que la protagonista de Promethea emprende en su recorrida
por la Magia. Así, Moore también parece asumir enteramente su doctrina (aunque rebajada en
cuanto al rabioso machismo que hay en los escritos de Crowley) de que hay principios femeninos y
masculinos, articulados mediante símbolos e instrumentos rituales que representan ambos polos, por
otro lado, ya presente en muchos tipos de tradiciones y autores del esoterismo. Lo cual, debe quedar
claro, tiene que ver poco con el género sexual en el sentido literal. De esta manera, resulta que la
Espada (lo masculino) es la fuerza motriz y creadora; en el otro extremo está el Cáliz (lo femenino),
que es la fuente y recipiente de la compasión y la vida. Tales son, en esencia, los elementos del
juego dialéctico de atracciones (el Amor) que según algunas tradiciones fundamenta el universo y
que designa que todos los magos (sean del sexo que sean) son seres masculinos que buscan la
feminidad, partiendo de un acto de voluntad hacia una experiencia de conocimiento[4]. Algo que en
la práctica se traduce en una revalorización del mito del matriarcado y que en muchos sentidos ha
terminado por calar en ámbitos que en apariencia poco tienen que ver con la Magia como es la
política y los movimientos sociales, pues en la raíz de la crítica al capitalismo hay necesariamente
una repulsa al patriarcado. En ese sentido, Moore se permite un chascarrillo en el número 10
(especialmente dedicado a la magia sexual) de Promethea: todos esos valientes y robustos
caballeros de la leyenda artúrica que buscaban el Grial adoraban inconscientemente la feminidad: su
más profundo deseo era convertirse en mujeres. Según Moore, cada vez que se celebra y escenifica
el mito artúrico, en apariencia tan dado a celebrar la virilidad castrense, en realidad se está haciendo
honor a la Diosa, lo cual es realmente irónico.
Vale, es muy posible que a estas alturas se nos haya disparado la alarma del escepticismo. Tanta
verborrea magufa de tufillo sobrenatural nos pone en guardia irremediablemente. Pero tranquilos,
tengamos en cuenta que Moore desarrolla en Promethea su personal apología de la no literalización
de la Magia. Lo cual significa que lo mágico no está en sus símbolos como tales, por muy
rimbombantes que sean, sino en el efecto que mediante su representación ritual, o tal como afirma
Moore, mediante su escenificación a través de la ficción, producen en la realidad humana. Por tanto,
creer que un mago puede producir cambios físicos y tangibles a voluntad, como podría ser levantar
una mesa del suelo con solo la fuerza de su deseo o con ayuda de entidades sobrenaturales, es caer
en la burda literalidad del mito creado alrededor de la figura del mago. La intervención sobrenatural
o los poderes mágicos no son más que aspectos simbólicos (aunque especialmente potentes) de una
ficción que debe ser puesta en escena por nuestra imaginación para superar ciertos límites
emocionales y subconscientes, pero caer en la burda literalidad de esos símbolos es caer en el
mismo error que muchos creyentes religiosos cuando dan crédito a las escrituras sagradas. En
cambio, Moore usa la Magia como un necesario dispositivo mental con el que distanciarse (y
distanciarnos) de los modos de pensar y actuar convencionales, tan moldeados a imagen y
semejanza del materialismo más burdo. Indudablemente, cualquier experimento planteado desde la
perspectiva de Moore puede llevarnos a terrenos resbaladizos, aunque fascinantes. Si bien es
posible dejar a un lado lo sobrenatural, es innegable que la magia (sobretodo si se pasa de la teoría a
la práctica) puede abrirnos a una intensa vivencia de estados alterados de consciencia, así como a
aceptar todo tipo de teorías sofisticadas (por no decir delirantes) en cuanto a la naturaleza de la
realidad, lo cual no plantea pocos peligros. Para ello resulta ineludible conservar la distancia y la
ironía, tal y como propugnaba el discordianismo (del que Moore ha tomado muchas cosas) y otros
movimientos contraculturales que han jugado con ideas ocultistas sin por ello dejar de burlarse
ferozmente del propio ocultismo (y de camino de la religión y cualquier otro tipo de dogmatismo
ideológico)[5]. No obstante, con Moore no podemos hablar tanto de burla como de una falta
absoluta de prejuicios para mezclar lo que le venga en gana, aunque siempre sin perder la
perspectiva de la salida de emergencia del humor. A esta heterogeneidad se suma una enorme y
convincente capacidad especulativa, tanto que el lector puede terminar por creer que sus
elucubraciones son la verdad absoluta. Al fin y al cabo son ideas que se refieren a los fundamentos
de la existencia... ¡sería muy bonito y fácil encontrar el sentido del universo en un comic!
Tengamos ahora en cuenta que Moore sugiere una teorización de la magia que toma como punto de
partida la Imaginación, o eso que él llama “la inmateria” o también “espacio-idea”, ya sea como
vivencia interior de un individuo (mediante la meditación, los sueños, las visiones provocadas por
las drogas u otros medios), ya sea tomando parte de un contexto simbólico e intersubjetivo (los
mitos, las religiones y en muchos casos las ideologías políticas). A medio camino entre estas dos
vías nos encontramos con las ficciones, según Moore equiparables hasta cierto punto a los mitos y
las parábolas religiosas. Bajo esta perspectiva, dioses, ángeles y demás seres de la imaginería
sobrenatural no son más que ficciones, aunque cargadas de tal potencia simbólica que en ciertas
circunstancias pueden llegar a aparentar autonomía, por no decir vida propia (especialmente para
quien cree en ellas de forma literal). Moore no tiene ningún problema en conceder ese poder a las
ficciones ordinarias (personajes de cuentos, novelas, películas, comics). Incluso nos recuerda que
los magos de la antigüedad transmitían su sabiduría a través de ideogramas y jeroglíficos, por lo que
dioses como Osiris o Seth serían los protagonistas de relatos transmitidos de una manera muy
similar a los comics. De ahí su defensa de que la enseñanza de la magia (teórica y práctica) pueda
aplicarse perfectamente desde un tebeo como Promethea.
Este concepto de lo imaginario, tan caro en su más reciente trayectoria creativa, lo aleja
radicalmente de otros autores que también han tratado el tema en un contexto similar. En este caso
hay que señalar las argumentaciones de Henry Corbin[7] sobre la diferencia entre lo imaginario (el
producto ordinario de la mente por estímulo del mundo sensible) y lo imaginal (el estado
intermedio entre el espíritu humano y la naturaleza incognoscible de lo divino). Así pues, lo
imaginal sería para Corbin un mecanismo interior donde se forman (tras una serie de prácticas muy
precisas) los símbolos que por analogía harán posible al místico comprender o incluso vivenciar
indirectamente lo sagrado. La evidente divergencia entre Moore y Corbin está en que el primero no
desprecia en ningún momento los sueños comunes, los merodeos mentales o incluso, como ya
hemos visto, las fantasías incitadas por un tebeo de superhéroes, pues bajo su punto de vista
suponen posibles puentes hacia estados más complejos no necesariamente trascendentes en un
sentido sobrenatural, aunque sí mental. Corbin es mucho más estricto, tendente a la moralización
puritana de los religiosos dogmáticos, y no se corta en alertar sobre el carácter perversamente
mundano de la imaginación cotidiana. Aunque eso no quita que sus especulaciones sean realmente
interesantes y en ocasiones cargadas de una fuerza poética indiscutible.
Por su parte, Alan Moore intenta demostrar que hay un nexo entre la mera fantasía y el contenido de
las visiones místicas. Su manera de hacerlo es, como vemos en Promethea, a través de la
proyección de lo imaginario en una serie de ideas presentadas en igualdad ontológica, ya se trate de
elementos realistas y cotidianos, como de superhéroes, demonios o dioses. Eliminando con
verdadera insolencia el carácter secretista de los textos mágicos que le sirven de inspiración
(algunos son incunables de más de 1000 años), Moore se las ingenia para hacer convivir ideas por
las que habría ardido en la hoguera de vivir en la edad media con invenciones para adolescentes
jugadores de rol, elevando así la fantasía de los comics a la más profunda especulación esotérica, o
si se prefiere, rebajando los altos vuelos del ocultismo a la humildad de los superhéroes. Igualmente
podríamos decir que socializa la noción de lo mágico, dejando claro que, al margen de liturgias y
grados de iniciación, cualquiera puede investigar los laberintos de la magia leyendo un simple tebeo.
Si la capacidad de imaginar es común a todos, entonces la magia también lo es.
Una vez llegados a este punto habría que preguntarse: ¿Para qué sirve la magia? Una pregunta nada
peregrina en un mundo tan acosado por el materialismo ramplón y donde la tecnología parece haber
colonizado eficazmente el espacio antes ocupado por el anhelo de milagros y portentos. Y
precisamente por eso, según Alan Moore, la magia debe volver a recuperar un lugar en nuestra
civilización. Aunque no exista tal y como nos cuentan tantos relatos legendarios, para Moore la
magia sí posee el poder tangible de reordenar el mundo, porque ante todo tiene el poder de
transformar nuestra propia consciencia. Y esto es posible porque la magia se fundamenta en aquello
que es la base de la existencia humana: el lenguaje. El mago (como el artista o el poeta) manipula el
lenguaje para transformar su capacidad de entender y vivir el mundo, pero también eso ocurre en un
sentido negativo, como rápidamente descubrieron los medios de comunicación de masas, las
empresas publicitarias o cualquier forma de poder totalitario. Por ejemplo, creemos que el valor del
dinero es real o asumimos la autoridad de ciertas instituciones políticas o sociales, por muy
destructivas y opresivas que puedan ser, porque hemos interiorizado el mito que los hace posibles
(aunque claro está, con la ayuda de un alto grado de coerción y violencia). Toda civilización
depende de un condicionamiento colectivo a unos factores provenientes de lo puramente imaginario,
cristalizados en un sistema de ideas y símbolos acuñados por interés de una clase o una corporación
dominante, mediante un proceso que podríamos definir con toda razón como mágico. En ese sentido,
Alan Moore propone la magia como una herramienta para escapar a tal condicionamiento, una
forma de contrarrestar esos símbolos, imágenes, rituales, sacrificios que apresan nuestras
consciencias y nuestros cuerpos. La magia es, por tanto, un modo especialmente radical de
búsqueda de un Yo liberado, la Voluntad que de alguna manera puede acabar por transformar
nuestra realidad. Aunque en un primer paso Moore lo plantea como una forma individual de
percibir y contrarrestar la dominación, en un segundo movimiento podría ser algo colectivo, por lo
tanto hay en ello un significado político que no tendría porque ser incompatible con otras formas de
luchas y resistencias.
Moore ha logrado, por el momento, introducir en la cultura popular una serie de conceptos y
cuestionamientos que por sí mismos son perturbadores. Más allá de una simple (aunque necesaria)
crítica al burdo materialismo, el patriarcado o la excesiva proliferación de la tecnología en el mundo
contemporáneo, obras como Promethea escenifican (aunque de una manera muy peculiar) una
exigencia presente en buena parte del pensamiento crítico y utópico de los últimos siglos: frente al
desencantamiento del mundo llevado a cabo por el totalitarismo racionalista/patriarcal/capitalista, el
ser humano debe rebelarse y oponer el reencantamiento de la vida. Moore lo plantea desde un
espíritu abiertamente libertario, jugando a contraponer los mecanismos de la magia frente a los de la
religión afirma cosas como “… si podemos afirmar que el fascismo es el equivalente político más
cercano de la religión, ¿acaso no se podría decir también que la magia tiene un parentesco más
natural con la anarquía, que es el opuesto del fascismo?”[8]. Bajo toda su idea de lo que es la magia
subyace que nada es más importante que la libertad. La tarea de cualquier mago es, ante todo,
explorar con total libertad cual es la verdadera naturaleza del ser humano. No parece un mal plan.

Notas:

[1] Concretamente “Ángeles Fósiles”, artículo previamente destinado a la revista Kaos pero que permaneció
inédita hasta que fue rescatada por algunas pequeñas publicaciones underground ocultistas. En 2014 la
editorial La Felguera publicó una versión en castellano. Aunque la versión original no llega a las cuarenta
páginas la versión española tiene 164, siendo innecesariamente engordado con una larga introducción,
infinidad de notas e ilustraciones de todo tipo.

[2] Lo comenta el propio Moore en una entrevista incluida en Serpientes y Escaleras. Recerca/Aleta 2005.

[3] Una interesante biografía, que ni cae en el culto ni en la demonización, es Su Satánica Majestad, Aleister
Crowley. Melusina. 2008

[4] Todas estas ideas de Crowley (asumidas en pate por Alan Moore) sobre el sexo, al menos en lo que
suponen de liberación en las relaciones sexuales o en las convenciones sobre la noción de género, pueden ser
equiparables a las que circularon en las décadas de los 60 y 70 durante eso que se vino a llamar la
Revolución sexual, una amalgama de discursos y prácticas provenientes de Freud, Wilhem Reich, el
surrealismo, el feminismo, Sade y todo un extenso repertorio de conceptos a medio camino entre el
pensamiento libertino y libertario.

[5] Ver mucha información sobre el discordianismo en esta dirección


http://es.wikipedia.org/wiki/Discordianismo

[6] Serpientes y Escaleras. Recerca/Aleta 2005.

[7] Filósofo e islamista francés especializado en el sufismo. Sobre lo imaginal ver por ejemplo su libro El
Imán Oculto. Losada. 2005

[8] Ángeles fósiles, página 117.

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