Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Que tu Espíritu santificador nos haga partícipes del triunfo sobre el mal t testigos
de la novedad en el amor.
4. Gozos
1. Para salvar tus corderos te llamaste Buen Pastor, y con ese inmenso amor
cruzaste nuestros senderos, Dios y Hombre verdadero: nuestra guía y nuestra luz.
2. El Reino fue tu programa, la justicia y la hermandad, la paz y la caridad que un
nuevo mundo proclama y que el corazón inflama, peregrino de Emaús.
3. Admirable caridad de una indígena sencilla, que te obliga -oh maravilla- a volver
una vez más para mostrar tu bondad, amable y dulce Jesús.
4. Tras la noche más oscura se hace el mundo luminoso porque el Cristo
Milagroso -como un astro de luz pura- sobre los pueblos fulgura desde el árbol de
la cruz.
5. Multiplicas los portentos como en tu vida terrena, cambias en gozo las penas y
en gracia los sufrimientos, a los tristes das contento y pan a la multitud.
6. Vamos haciendo camino entre gozos y dolor. Mira al pueblo en aflicción,
Samaritano Divino, y que tu aceite y tu vino hagan fecunda la cruz.
7. Oh Profeta de la vida, pregonero de la paz, concédenos superar la violencia
fratricida. Cambia, Señor, las heridas en justicia y rectitud.
Milagroso buen Jesús Sálvenos tu Santa Cruz, Bondadoso buen Jesús, eres vida, gozo
y luz.
5. Oración final:
Dios Padre misericordioso, tu gloria llena el universo y toda la creación proclama
tu sabiduría. Pero has querido hacerte el encontradizo en nuestro camino para
demostrarnos tu amor y el deseo que tienes de salvarnos.
Hemos venido hasta este sitio para responder a la invitación que tu Hijo nos ha
hecho:
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré de sus
cargas. Porque sólo Él es la palabra de vida eterna y sólo El puede dar respuesta
a las preguntas angustiosas de la existencia.
Padre de bondad, concédenos la gracia de que esta visita sea para nosotros
fuente de gozo y de vida nueva. Que encontremos alguien que nos diga: En el
nombre de Jesucristo, levántate y anda y nos podamos alzar de nuestra opresión
y de nuestras tristezas. Y entremos en tu templo alabando tu ternura para con los
humildes.
6. Bendición:
Que la gracia y la bendición del Señor de los Milagros esté con cada uno de
nosotros. La paz de su semblante nos tranquilice. Los méritos de su cruz nos
defiendan.
Dios te salve…
Gloria al Padre. ..
Día primero
Meditemos: El Señor se sirvió de una mujer sencilla y pobre, de una indiecita
lavandera, para entregarnos por ella la imagen que en Buga veneramos.
Buga era una población recién fundada a mediados del siglo XVI. La mujer
sencilla, iniciada ya en lo fundamental de la vida cristiana, ahorraba dinero y
trabajaba con el fin de encargar una imagen de Jesús Crucificado. Pero ella sabía
muy bien que el prójimo, sobre todo el más necesitado, es imagen viva del Señor,
sabía aquello del Evangelio: “Todo lo que hicieron por uno de estos mis hermanos,
por humildes que sean, por mí mismo lo hicieron”. (Mateo 25, 40).
Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…
Jesús, Tú viniste por los enfermos y los pecadores. Por eso, me vuelvo hacia Ti y
quiero pedirte que sanes mi alma y mi cuerpo. Tú sabes, Jesús, que el pecado
desgarra y destroza la integridad del ser humano y destruye las relaciones
humanas y nuestra amistad contigo. Tú eres el Dios con nosotros. Te pido que
entres en mi vida.
María, Madre del Perpetuo Socorro, tú me has invitado a orar, quiero hacerlo
ahora y por eso te pido que acompañes mi oración con tu fe. Ora conmigo en
estos momentos, para que pueda ser digno de obtener la gracia de la curación, no
sólo para mí, sino también para aquellos por quienes deseo interceder. Haz que la
voluntad del Padre se cumpla en mí y a través de mí.
Día segundo
Meditemos: Ya tenía la indígena el precio de la imagen, setenta reales en moneda
de la época. Ya podía ilusionarse con poseerla. Pero supo que un hombre estaba
preso, víctima de un infame usurero, a quien le debía precisamente la suma
anotada, setenta reales. Y nuestra sencilla lavandera reflexionó: importa más la
libertad de mi hermano preso que la posesión de la imagen. Y el dinero ahorrado
para comprar el Crucifijo sirvió más bien para dar la libertad al preso. La mujer
había visto en el encarcelado la imagen viva de Cristo. Había entendido aquello
del Evangelio: “Estuve preso y se interesaron por mí” (Mateo 25, 36).
Y nos enseñó una gran lección: el cristianismo venera las imágenes, pero antes
debe vivirse en el amor y entrega al hermano, sobre todo al más necesitado. Lo
dijo Jesús: “Si se aman unos a otros, todo el mundo conocerá que son discípulos
míos” (Juan 13, 35).
Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…
Jesús, frecuentemente he dudado en hacer el bien. En su lugar he preferido a
menudo hacer mi voluntad y las consecuencias de ello me han hecho mal.
¡Sáname de mi incredulidad y de las resistencias que he opuesto, las veces que
me he negado a aceptar la voluntad del Padre! Creo en Ti y confío en Ti. Por tanto
me pongo totalmente en tus manos. Hágase en mí tu voluntad Señor, en la salud y
en la enfermedad; en el éxito y en el fracaso; en las alegrías y en las tristezas; en
la vida y en la muerte; en el presente y en la eternidad. María, Madre del Perpetuo
Socorro, con tu oración, alcanza para mí la gracia de que mi determinación de
seguir a Jesús sea irrevocable. ¡Ayúdame para que nunca me aparte de ella y a
permanecer siempre fiel a esta decisión!
Día tercero
Meditemos: La indiecita estaba ya resignada a carecer de una imagen de Jesús
Crucificado, objeto de sus ilusiones. Siguió lavando ropa en el río Guadalajara,
que entonces corría por donde actualmente está la Basílica del Señor de los
Milagros. Un día entre las aguas del río, la mujer observa un objeto curioso. Era un
pequeño Crucifijo de madera, emocionada lo toma en sus brazos, después de
haber reconocido la imagen de Jesús en el prisionero, recoge como premio la
imagen del Señor que ella deseaba. La lleva a su choza, la guarda en una caja de
madera y empieza a venerarla con su sencilla piedad de mujer del pueblo. Entre
las aguas le vino la imagen del Señor. Por las aguas del bautismo se nos entregó
a nosotros la imagen viva de Jesús. Y por eso somos hijos de Dios. Nos lo enseña
san Pablo: “Por medio del bautismo fuimos enterrados junto con Cristo y
estuvimos muertos, para ser resucitados y vivir una vida nueva”. (Romanos 6, 4).
Por esa vida nueva somos hijos de Dios, iguales en dignidad y hechos hermanos
unos de otros.
Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…
Jesús, yo renuncio a todo pecado, renuncio a Satanás y a todas sus seducciones,
a sus mentiras y engaños. Renuncio a cualquier ídolo e idolatría. Renuncio a mi
falta de perdón y a mi rencor. Jesús, Tú nos has llamado a amar. Hoy reconozco
ante Ti la fragilidad de mi amor. Libérame de todas las heridas provocadas por el
desamor, heridas que me impiden amarte a Ti, mi Señor.
María, Madre del Perpetuo Socorro, por tanto tiempo conviviste día tras día con
Jesús, eres Tú quien mejor lo conoce. Ayúdame a hacer a un lado todo lo que
obstaculiza mi encuentro con Él. María, con tu oración, alcánzame la gracia que la
Palabra de Jesús me conmueva; que su amor me incite a amar y que su perdón
me haga capaz de perdonar.
Día cuarto
Meditemos: Una noche la indiecita oyó que la caja, dentro de la cual había
introducido el Crucifijo, crujía con extraño ruido. Se acercó y comprobó un raro
suceso: la imagen estaba creciendo, se dilataba y por eso hacía estallar la caja en
la que lo había guardado. Los vecinos, enterados del hecho, reclamaron para la
pública veneración esa singular imagen. El Cristo crecía para todos, no
únicamente para la afortunada lavandera…
Cuando Jesús vivió entre los hombres, según el Evangelio: “Crecía en cuerpo y en
espíritu y tenía la aprobación de Dios y de la gente” (Lucas 2, 52). Y cuando los
hombres inicuos pretendieron atajarlo en su crecimiento matándolo y sepultándolo,
fue el momento en que creció con más gloria y esplendor por su maravillosa
resurrección. “Por eso Dios le dio el más alto honor y el nombre sobre todo
nombre”. (Filipenses 2,9).
El crecimiento de la imagen nos pone ante los ojos ese crecimiento glorioso de
Jesús y nos recuerda que nosotros, su Iglesia, continuamos esa obra, siendo cada
día más hijos de Dios y más hermanos entre nosotros mismos.
Día quinto
Meditemos: La imagen creció y hubo que sacarla de la urna en que la había
puesto la indiecita. Este Cristo de los Milagros nos está invitando a crecer. El que
cada día haga esfuerzos para ser mejor esposo, mejor esposa, mejor hijo, persona
más entregada al servicio de los demás, está creciendo ante Dios y ante los
hombres. Este es el crecimiento personal. Crecemos también comunitariamente
cuando nos esforzamos por tender la mano a los más débiles, por ser mejores
vecinos, por ayudar a los que menos pueden, a los que menos saben, a los que
más sufren. Porque el cristiano “crece” también para los demás y con los demás,
así como la imagen no creció sólo para la indiecita sino para un pueblo y para
siglos venideros. Lo dice bellamente san Pablo: Dios preparó a los suyos para
hacer su trabajo de servicio, para hacer crecer el cuerpo de Cristo… “Así seremos
personas maduras, desarrolladas conforme a la estatura completa de Cristo”.
(Efesios 4, 12-13).
Haz que desaparezcan en mí todo miedo y vacilación, de tal suerte que sepa
cómo debo confesar mis pecados. Envía tu Espíritu sobre mí, para que los
recuerde todos y sienta dolor por ellos. Dame el valor para no mantener en secreto
ningún pecado, abriendo mi alma ante Ti con toda sencillez y sinceridad.
Día sexto
Meditemos: Las gentes de los contornos de Buga empezaron a venerar la imagen.
Se le atribuían muchas intervenciones milagrosas. Pero la piedad del pueblo fue
indiscreta. Raspaban la imagen para llevarse trocitos como reliquias. Y de esa
forma afearon horriblemente el Crucifijo. Tanto que un visitador eclesiástico
ordenó quemar esa imagen tan deteriorada, tan desfigurada. La arrojaron a las
llamas. Y no se quemó: antes bien empezó a sudar y la gente empapaba
algodones en el sudor. De este hecho maravilloso quedan documentos
juramentados que se han conservado cuidadosamente. La imagen fue sacada de
las llamas, se la arregló porque estaba desfigurada. Y esa es la que hoy
veneramos en el Camarín de la Basílica de Buga. Y fue más gloriosa porque
derrotó el ímpetu del fuego destructor, como Cristo fue más glorioso porque venció
el poderío de la muerte. Porque como predicó san Pedro a los judíos, a este Jesús
Crucificado, por la Resurrección Dios lo hizo Señor y Cristo, esto es, nuestro
poderoso Salvador.
Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…
Señor, haz que el fuego de tu amor y la gracia de tu sanación iluminen mi
oscuridad y derritan el hielo del mal que aún habita en mí. Renueva
completamente mi capacidad de amar. Que a partir de ahora, pueda amar yo a los
hombres con todo mi corazón, incluso a aquellos que me han lastimado. Muy a
menudo he sido incapaz de perdonar las injurias de los demás. Perdona Señor,
las veces que me he agobiado a mí mismo y a otros también, con la envidia y los
celos. ¡Cúrame de la ausencia de Dios en mis pensamientos, palabras y obras!
¡Oh Jesús, redime a los pobres que han sido clavados a la cruz de la indigencia, a
causa de la explotación y el indigno comportamiento de los poderosos! Redime a
todos los hijos que son crucificados por el comportamiento de sus padres. Redime,
Jesús, cualquier crucifixión y tensión que exista entre los gobiernos y los pueblos.
¡Ayúdanos, en cambio, a crucificar toda pasión, toda ira, toda soberbia, para que
en su lugar puedan nacer la paz y el amor, la reconciliación y la comprensión!
María, Madre del Perpetuo Socorro, en tu corazón resonó el eco de cada uno de
los golpes del martillo que hundió los clavos en las manos y en los pies de Jesús.
Lo soportaste y no te derrumbaste. ¡Gracias por amarme y porque deseas
conducirme a la salvación! ¡Madre, ayúdame a destruir todo aquello que me
crucifica interiormente y con lo que crucifico a los demás, para que de ahora en
adelante sea yo crucificado sólo por el amor a los demás!
Día octavo
Meditemos: Cuando los vecinos de Buga quisieron construir una Ermita en el lugar
donde la imagen había sido encontrada tropezaron con muchas dificultades. Y
cuentan que un día cambió de cauce el río, desviándose hacia el lugar por donde
hoy corren las aguas. Entonces se construyó la Ermita donde se veneró el Señor
de los Milagros, hasta que, a comienzos del siglo XX, surgió la monumental
Basílica.
El río cambió de cauce. Así el Señor nos exhorta a cambiar de ruta, a enderezar
nuestros caminos, a buscar cada día mejores rumbos de vida más cristiana, más
entregada al servicio de los otros. El Señor recibe nuestras oraciones y bendice
nuestros esfuerzos de cambio a fin de que este mundo sea más humano, más
digno de ser habitado por hijos de Dios que se hermanan en el mutuo amor. Así
empezó Jesús su predicación del Evangelio, cuando decía: Cambien de actitud, y
crean en el mensaje de salvación (Marcos 1,14)
Día noveno
Meditemos: Hacia el Santuario afluyen multitudes. Acuden de todos los rincones
de Colombia y del extranjero. Al Señor de los Milagros se le agradecen
incontables beneficios. Recibir una gracia del Señor es sentirse obligado a hacer
el bien a los demás, principiando por los más cercanos y recordando
especialmente a los más necesitados. “Cumplir una promesa” no es tan sólo visitar
la Basílica, depositar una limosna y rezar alguna devoción. Es esto y mucho más.
Es sentirse invitado a ser más cristiano y a formar comunidad, a ser más hermano
de los otros. A los pies del Señor de los Milagros nos unen las penas, la confianza,
la oración. Que también nos una la amistad y el deseo de ayudarnos como
hermanos. Por eso somos Iglesia, pueblo de Dios.
La devoción al Señor de los Milagros no puede olvidar el gesto de la indiecita que
originó este culto. Al honrar al Señor Crucificado tendremos que honrar a quienes
siguen sufriendo dolores de crucifixión. Así lo proclamó Jesús: Les doy este
mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros (Juan 13, 24).
Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…
Padre, tú me creaste de tal manera que fuera capaz, por medio de mi amor a Ti y
a mi prójimo, de alcanzar la felicidad aquí en la tierra y después contigo en el cielo.
Renuncio a cualquier antipatía y rencor, a cualquier odio, a todo mal modo, a toda
blasfemia mía o de otros y me decido por el amor. Al terminar esta novena envía
tu Espíritu sobre mí, para que pueda amarte con todo el corazón. Dame mucho
amor, para que pueda amarte en toda persona y en toda criatura. Te doy gracias
porque tu Hijo Jesucristo entregó su vida por mi amor y así lo contemplo en esta
imagen sagrada del Señor de los Milagros de Buga.
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios nuestro.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío.
Por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo
corazón el haberos ofendido. Propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de
todas ocasiones de ofenderos, confesarme bien, y cumplir la penitencia que me
fuera impuesta. Amen.
Oración Preparatoria para todos los días
Adorabilísimo Jesús Crucificado, hijo de Dios vivo, que habéis venido del cielo a la
tierra, y os habéis sacrificado, muriendo en una Cruz para salvarnos, yo os
reconozco por mi verdadero Dios mi Padre, mi Salvador y mi Redentor, mi única
esperanza en la vida y en la muerte, y mi única salvación posible en el tiempo y en
la eternidad.
Me tengo por indigno, Señor y Dios mío, de presentarme ante vuestra Majestad por
mi gran miseria y muchas culpas, pero ya me arrepiento de ellas y confiado en
vuestra grande misericordia, acudo a Vos. Dios Todopoderoso y verdadero Señor
de los Milagros, suplicando humildemente os dignéis hacer uso de vuestra
omnipotencia, obrando milagros de misericordia en mi favor y en el de todos
nosotros.
Aplacad Señor Misericordiosísimo vuestra justa indignación provocada por nuestros
pecados, calmad las iras de la tierra, del mar, y de los elementos para que no
seamos castigados con terremotos, tempestades, pestes, guerras, ni otras
calamidades que de continuo nos amenazan, libradnos, Salvador nuestro
amorosísimo, de todo mal y peligro en la vida y en la muerte, y obrad el mayor de
vuestros milagros en favor nuestro, haciendo que os amemos y sirvamos de tal
suerte en este mundo, que merezcamos veros y gozaros en el cielo, donde con el
Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis Dios, Uno y Trino, en infinita gloria, por los
siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO
Considera Alma mía, cómo la devoción al Señor de los Milagros, ha sido siempre
entre nosotros, y sigue siendo todavía, un medio de que se vale este Divino Señor
para conceder especiales favores y gracias a los individuos, a las familias, y aún a
todo el pueblo. De las almas que acuden con fe y devoción a este Señor de los
Milagros, podemos decir espiritualmente y en verdad, que los ciegos ven, los sordos
oyen, los enfermos sanan, los muertos resucitan, y quienes se iban a perder, se
salvan.
¿Y quién podrá decir los secretos milagros que hace este mismo Señor en favor de
las familias que tienen la suerte de contar en su seno con alguna persona devota
que a El acude con fe y confianza? La ciudad misma, tan expuesta a temblores de
tierra, tal vez se hubiera arruinado mil veces y hubiéramos sido sepultados todos
entre ruinas y escombros, si no fuera por la gran devoción a este Señor de los
Milagros. ¿Y no es un verdadero milagro el que después de haber pecado no
hayamos perecido para siempre y sin remedio? Sí, Dios mío, grande milagro de
vuestra misericordia es el mantenernos vivos, capaces de salvación y penitencia
cuando hoy más que nunca, merecemos vuestra justa indignación. Haced Redentor
amabilísimo, que me aproveche de esta vuestra misericordia y me salve para
siempre. Amén.
DÍA SEGUNDO
Consideración sobre la necesidad de acudir al Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cuán grande necesidad hay de que se acuda con fe y
confianza a implorar misericordia y perdón por los pecados a fin de que el Señor a
quien tanto y tan gravemente ofende, no nos castigue, movido por su justa
indignación, antes bien nos perdone y libre de los castigos que nuestros pecados
merecen. O haberse hallado en Sodoma y Gomorra diez justos siquiera que rogaran
al Señor, como refiere la Sagrada Escritura castigó Dios con terrible destrucción
aquellas poblaciones pecadoras. En otra ocasión, debiendo el mismo Señor castigar
a Jerusalén por ciertos pecados, sólo exigía del profeta Jeremías las oraciones y
méritos de algún justo para usar misericordia. ¡Cuánto valen y de cuánto sirven las
almas buenas que ruegan al Señor! Por ellas tiene Dios paciencia con todos
nosotros y como dice en el Santo Evangelio: "no arranca la cizaña o arrancar con
ella el trigo." Así por algunas personas piadosas que vengan a orar con mérito ante
este Señor de los Milagros podrá ser que haya misericordia para todos y seamos
libres de muchas y tremendas desgracias que nuestros pecados reclaman. Acude,
pues, alma mía a este Divino Señor, llora tus pecados y los pecados de todos, a fin
de que libre de todo mal seamos salvos en el tiempo y en la eternidad. Amén.
DÍA TERCERO
Consideración sobre los bienes que tenemos en el Señor de los Milagros
Considera, alma mía, como en Jesucristo Crucificado, verdadero Señor de los
Milagros, tenemos todos los bienes que podemos desear y hemos de necesitar, y
el mayor de todos los bienes, que es tener como cosa nuestra a este Divino Señor,
Hijo de Dios vivo, e igual al Padre, en quién están encerrados todos los tesoros de
grandeza, de riqueza y de gloria. El Padre celestial nos lo ha dado y El se ha
entregado nosotros y se nos ha dado también haciéndose todo para todos. El es
para nosotros cuanto hay de bueno y amable. Es nuestro Padre, nuestro Maestro,
nuestro Amigo, nuestro Redentor, nuestro Bienhechor, nuestro Glorificador, nuestro
Dios. Se nos dio por hermano y compañero en esta vida en su admirable nacimiento,
se nos dio por manjar delicioso en la Sagrada Eucaristía, se nos dio por precio de
nuestro rescate y medio de salvación en la muerte de cruz, y se da por premio y
eterna gloria en la inmortalidad. ¡Oh si conocieses y comprendieras alma mía la
grandeza de este don y los infinitos bienes que en él se encierran! Todo lo tenemos
en El: no hay milagro que no nos pueda hacer, ni bien alguno, para nosotros, que
no esté dispuesto a concederlo, si se lo pedimos con fe. ¡Oh Dios de mi alma! Haced
que yo sea todo vuestro para que Vos, sumo bien, que encerráis todos los bienes,
seáis todo mío en el tiempo y en la eternidad. Amén.
DÍA CUARTO
Consideración sobre los consuelos que tenemos en el Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cuánta dulzura y consolidación se encuentra siempre en
Jesucristo Crucificado. En El encontró la pobre Magdalena consuelo a su pena y
satisfacción a su amor. En El halló, el arrepentido ladrón, el perdón de sus crímenes,
el remedio de sus tristezas en su agonía y un paraíso de goces eternos por galardón.
En El, como fuente inagotable de caridad y de amor, bebió en abundancia su
discípulo amado, la vida y la consolidación. ¿Y no hace siempre este amantísimo
Redentor, semejantes prodigios de misericordia y de amor hacia los que le invocan
con fervor? A los pies de este Dios de consolidación, vienen los desgraciados
pecadores a derramar su dolor con lágrimas y encuentran misericordia y compasión.
De las manos benditísimas de este Señor Crucificado reciben los justos, con
abundancia de gracias y bendiciones, el más poderoso y constante apoyo de su
virtud. En el Sacratísimo Corazón de este Divino y amante Redentor podemos hallar
todos nosotros raudales infinitos de ternura, compasión, misericordia, luz, gracia y
amor. Alma mía, levántate de la postración en que te encuentras, corre a los pies
de tu amantísimo Salvador, entre el espíritu por la abertura de su sagrado Corazón,
bebe de la fuente de su divino amor en seta vida para que la goces con inefable
hartura en la gloria eterna. Amén.
DÍA QUINTO
Consideración sobre la confianza que debemos tener en el Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cómo Jesucristo Crucificado, con sus manos llagadas, su
pecho herido y su corazón abierto nos declara de la manera más elocuente que no
nos abandona, que nos ama siempre, que se sacrifica y muere por nuestra
salvación. El nos repite las palabras llenas de ternura que decía a la multitud que le
rodeaba: "Venid a mí todos los que estáis afligidos y padecéis trabajos y yo os
consolaré." "Tengo sed de vuestro amor y deseo vuestra salvación", "Quiero
recibiros en mis brazos y estrecharos sobre mi corazón. ¿Quién desconfiará
teniendo un Redentor tan misericordioso? Además es nuestro Abogado delante del
Padre Celestial y por eso nos dice el Apóstol San Juan: "Hijos míos, no pequéis,
pero si alguno pecare, no desconfíe, porque tenemos por abogado ante el Padre a
Jesucristo su Hijo." Y como nos aconseja el Apóstol San Pablo: "Teniendo un
Pontífice y Medianero tan grande como Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que penetró
en los cielos y está sentado a la diestra del Padre y es igual a El, acudamos con
eterna confianza al trono de su misericordia, seguros de alcanzar las gracias que
necesitamos". Este trono de misericordia se ofrece a nosotros en la sagrada Imagen
del Señor de los Milagros. Entonces pues, alma mía, acude a este divino señor,
segurísima de que todo cuanto pidas al Padre Celestial en su nombre se te
concederá y El mismo te lo concederá. Si Dios mío, así lo creo porque Vos lo
dijisteis, y así lo hago abriendo mi corazón y descubriendo humildemente mis
necesidades para que Vos, Salvador del mío las remediéis y me salvéis
eternamente. Amén.
DÍA SEXTO
Consideración sobre las virtudes que nos enseña El Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cómo Jesucristo Señor Nuestro, nos da ejemplo de todas las
virtudes que debemos practicar para conseguir nuestra salvación. El fue humilde
con la más profunda e incomprensible humildad en su Encarnación. El fue humilde
con la más profunda e incomprensible humildad en su Encarnación, fue pobre con
asombrosa pobreza en su Nacimiento, obedecía a María y a José, a la vez que
cumplía fielmente toda la Ley. ¡Cuán tierno fue este Divino Señor con los niños,
cuán indulgente con los pobres pescadores, cuán Clemente con Magdalena, cuán
bueno con Juan y cuán benigno y dulce con el mismo Judas! El permanecía
tranquilo ante ultrajes, sufría con paciencia inalterable las contrariedades, amaba,
tiernamente a la humanidad, amaba, principalmente en sus últimos instantes,
bendecía con su bondadosas miradas, perdonaba a sus enemigos y moría por la
salvación de todos los hombres. ¿Cómo quieres alma mía que El te atienda y proteja
siendo tu conducta tan opuesta la suya? Aprende, pues, alma mía a ser buena como
El, humilde como El, pobre y desprendida como El, obediente y mansa como El,
paciente y misericordiosa como El, y si alguna vez fuese necesario sufrir y padecer,
acuérdate que El, primero derramó su sangre y dio su vida por ti. ¡Oh Jesús de mi
vida! Haced el gran milagro de reproducir en mí vuestras virtudes, de suerte que
llegue a ser semejante a Vos en este mundo para que también lo sea eternamente
en el Cielo. Amen.
DÍA SÉPTIMO
Consideración sobre la pasión de Jesucristo Señor de los Milagros
Considera, alma mía, lo mucho que padeció el Señor en su sacratísima Pasión.
Míralo llegar al Huerto de Getsemaní con sus queridos discípulos y apartándose un
poco de ellos, comenzar su oración, angustiarse profundamente, sudar sangre
divina por todo su cuerpo y entrar en mortal agonía cayendo en el suelo oprimido
por la consideración de nuestros pecados. Obsérvalo luego recibiendo el beso de
Judas a la vez que entregado al poder de sus enemigos llevado preso por las calles
de Jerusalén a los tribunales de Anás, Caifás, Herodes y Pilatos, despojando de sus
vestiduras sagradas y atado a la columna de la flagelación, vertiendo a torrentes su
sangre divina por horrible azotamiento. Sentado después en el banco de ajusticiado,
fue escupido, abofeteado, burlado y coronado de espinas. Por fin sentenciado a
muerte, obligado a llevar sobre sus hombros la Cruz en que ha de ser inmolado,
cayendo bajo su peso enorme consolando a las piadosas mujeres que le siguen
llorando, y en la cima del Calvario extendiendo sus brazos sobre la Cruz para ser
crucificado, sufriendo en su cuerpo y alma lo que ya no se puede concebir y
muriendo enclavado en la Cruz con un amor y una bondad jamás vista entre los
hombres. ¡Oh Jesús mío Crucificado! No permitáis que sean inútiles para mí los
grandes sufrimientos de vuestra Pasión Santísima. Por lo mucho que mi alma os ha
costado, salvadla. Redentor amorosísimo, de todo pecado en esta vida y de la
muerte eterna en la otra. Amén.
DÍA OCTAVO
Consideración sobre la Muerte de Jesucristo Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cómo el milagro de los milagros de Jesucristo fue su muerte
preciosísima. Nadie ni nada podía haberle quitado la vida, porque tenía potestad de
dejarla y tomarla, era El mismo, la vida y manantial de toda clase de vida, pero se
ofreció a la muerte para que nosotros, sin menoscabo de la justicia eterna,
pudiéramos vivir eternamente. Murió en efecto por la fuerza de los dolores que
padeció en la Cruz, y así sufrió desfallecimiento por la abundancia de sangre, que
de sus heridas derramaba y, como sus venas se vaciaban de sangre, comenzó a
desnudarse su divino rostro y languideció su sagrado cuerpo, hasta que, faltándole
las fuerzas expiró… Las tinieblas se extendieron entonces sobre la tierra, se
rompieron las piedras, abriéndose los sepulcros de algunos muertos y el velo del
templo se rasgó en dos partes. El Centurión y los soldados, viendo los portentos de
tan sangriento como sagrado espectáculo exclamaron: ¡Verdaderamente este era
el Hijo de dios…! Y hasta la turba del pueblo, que había asistido a tan tremenda
tragedia, se volvió a la ciudad hiriéndose los pechos en señal de dolor y sentimiento
por la muerte del Señor Crucificado. ¡Oh Salvador del mundo! ¡No permitáis que sea
yo más insensible que la tierra, más duro que los peñascos y más cruel que los
verdugos que os sacrificaron! Haced en mi semejantes milagros cubriendo mi alma
de tristeza santa por mis pecados, conmoviendo mi corazón con sentimientos de
dolor y de amor y haciendo que yo no viva sino para Vos, que habéis muerto por
mí, a fin de que llegue a gozaros en la gloria eterna. Amen.
DÍA NOVENO
Consideración sobre la Resurrección del Señor de los Milagros
Considera, alma mía como ese Señor y Dios nuestro, que murió en la Cruz, resucitó
saliendo gloriosísimo del sepulcro, se apareció a la Virgen Santísima su divina
Madre, a sus apóstoles y discípulos, conversó y trató familiarmente con ellos por
espacio de cuarenta días, al fin de los cuales, viéndolo todos, subió a los cielos en
admirable y gloriosa ascensión. De allí, del cielo ha de volver otra vez al mundo a
juzgar a los vivos y a los muertos. Entonces saldrán de sus sepulcros los hombres
de todos los tiempos y de todas las naciones para presentarse ante este Divino
Señor que hará ostensible, con gran gloria y majestad, su justicia eterna y universal
en la condenación de unos y en la salvación de otros.
Ante este Soberano Jesús comparecerán los judíos deicidas que le blasfemaron y
crucificaron, los impíos y sacrílegos de todas las edades que le insultaron, todos los
desgraciados pecadores que le despreciaron… También comparecerán los buenos,
los Apóstoles, los Mártires, Confesores, Vírgenes y con ellos Ilustres penitentes,
cuantos supieron arrepentirse a tiempo de sus pecados, cuantos le sirvieron y
amaron. Y volviéndose hacia los buenos dirá: "Venid benditos de mi Padre, venid a
poseer el reino de gloria que os está preparado desde el principio del mundo, entrad
en la gloria de vuestro Dios y Señor"… ¡A los malos les dirá "Id, malditos de mi
Padre, id al fuego eterno del infierno...!" E irán éstos al suplicio eterno y los justos a
la eterna gloria. Así terminarán las cosas de este mundo en aquel grande día del
juicio universal, en eso pararán todos los asuntos de la vida, tal será también nuestro
destino, o gozar eternamente de Dios en el cielo, o padecer eternamente con los
demonios en el infierno… ¡Oh Dios mío! Cómo he podido olvidarme de semejante
asunto… Haced con vuestra gracia Salvador mío adorabilísimo que siempre os ame
y sirva en este mundo, para que llegue a gozar con Vos y con los bienaventurados
la eterna gloria del Cielo. Amen.
¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra! Por la gran bondad de
vuestro maternal corazón oíd benigna los ruegos de todos nosotros que acudimos
a vos, no nos abandonéis, dulcísima Virgen María ni consintáis en nuestra ruina y
perdición.
Mirad con ojos de misericordia y compasión a nuestra ciudad de Lima y a todos sus
moradores. ¿Qué sería de nosotros y qué valdría nuestras súplicas ante el Señor a
quien tanto hemos ofendido, si no fuera por vuestra intercesión? Compadécete
pues, misericordiosísima Madre nuestra, de estos desgraciados pecadores que,
aunque tan ingratos, son hijos vuestros. Conseguidnos, una vez más el que
hallemos gracia y misericordia delante del Señor: alcanzadnos los favores que
pedimos en esta Novena y cuanto Vos sabéis que necesitamos, principalmente: el
perdón de nuestros pecadores, el remedio de nuestras necesidades, la
perseverancia en el bien, una santa muerte, y la gloria eterna del Cielo. Amen.
Medítese y pídase lo que se desea obtener del Señor por medio de esta Novena.