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B I B L IO T E C A C A L L EJA

S'EGU N O A S'ERI'lt

E. GÓMEZ CARRILLO

LA SONRISA DE LA ESFINGE

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E. GÓMEZ
.,
CARRILLO

LA SONRISA
DE LA ESFINGE
EL CAIRO.-LAS MEZQUITAS.-LA UNIVER­
SIDAD CORJ.NICA.-I.A RAZA Ji(ILENARIA.­
EL .�RTE ÁRABE.-U'M PUEBLO DE ESTA­
TUAS.-LA TRAGEDIA DE LAS MOMIAS.­
LAS HUJERES.-EL NILO.-LA RAZA ERRAN­
TE.-EL SECRETO DE LOS TEMPLOS.-LA
VIDA Y EL ALMA, ETC.

MCMXTII

C ASA :EDITORIAL O .\LL:EJA


"7llD.lDA 111' 1876
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tl. L. l i: l I lé r1.

Imprenta de ALREDEDOR DEL Mur-oo, Martín de los Heros, 65.


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A MI ILUSTRE Cül(PA�ERO

JULIO PIQUET
HOMENAJE DE
E. G. C.

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Imprenta de ALREDEDOR DEL Mu1mo, Martín de los Heros, 65.


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A MI ILUSTRE COMPA�ERO

JULIO PIQUET
HOMENAJE DE
E. G. C.

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"Lo que hacia estos viajes tan fccundos como
enseñanza era su rápida 'J cariñosa simpatía ha­
cia todos los pueblos. Nunca <tiritó países a la
manera del detestable touristc, para notar desde
lo alto y maliciosamente "los defectos", esto es,
las divergencias de ese tipo de civilización media
y genérica de donde salía y que merecían su pre­
ferencia. Fradique amaba al punto las costum­
bres, las ideas, los prejuicios de los hombres q1'c
le ,-odeaban, '.}' fundiéndose con ellos en su modo
común de pensar y de sentir, recibía una lección
directa y viva de cada sociedad en que ·vivía."

E<;A DE QuEIROS.

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I

EL ENCANTO DE MASR-EL-I<HAIRÁ

La jadiada eur11pea.-EI 111irad11r del Jl11katam.-Las tardes.-EI


alma de la ciudad.- -La vida ,:a/lejera.-Visi111m de las mü y
una m,,:/us.-LDs gril11s p11pularu.-LDs 6azaru y su anima­
i:wn,-.'.As 6arri11s antigu11s.-Pa!ai:iDs ára6u.-Tiµs .v trajeJ·. -
Vi.tión de gracia.

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o;g;1;wd by Googlc
L A primera impresión, en las grandes ciudades
orientales, es casi siempre desilusionantc.
Llega uno con el alma llena de ensueños maravi­
llosos, con la memoria poblada de recuerdos en­
cantados ... Llega uno buscando al visir de las �mil
y una noches que va a abrirle las puertas de un al­
cáiar... Llega uno sediento de perfumes misterio­
sos, de miradas extrañas, de imágenes pintores­
cas... Y, como en todas partes los hoteles para
viajeros occidentales están en lo que se Mama el
barrio europeo, la decepción es cruel. Las guías,
sin embargo, nos han prevenido. Sabemos, antes
<le ir a Constantinopla, que Pera es una villa
a l'instar de París, que en Damasco las calles
¡irindpales están llenas de tiendas alemanas, que
Argel es una prefectura francesa. Mas el poder de
la ilusión es tan invencible, que en cada uno de
esos lugares lloramos ante lo que vemos desde lue­
go, como si alguien nos hubiera prometido algo
diferente. Asi, yo me hallo ahora en mi ventana
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....... ... ... ...
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E. G ó ME Z CA R R I L L O

del Hotd · t¿n:finental triste. cual un engañado.


Eso que aparece ante mis ojos, no obstante, es lo
que el señor Baedecker tuvo la gentileza de anun­
ciarme. Ahí está la vasta avenida con sus pala­
cios, con sus almacenes, con sus cafés. Ahí va el
tranvía eléctrico, lleno de gente vestida lo mismo
que en Roma o en Viena. Ahí pasan los police­
mans con sus trajes londinetl!Ses... ¡ Qué pena,
Dios mío I Y no es porque sea feo, ni triste, no.
Nada hay tan alegre como esta Charia Bulak cos­
mopolita. Pero, a mi pesar, siento que mi alma,
incurablemente ilusa, aguardaba otra cosa. Ano­
che, al oir desde mi estancia el murmullo que su­
bía del fondo de las enramadas negras de enfren­
te, tuve visiones de jardines árabes con terrazas
de mirtos, y boscajes de jazmineros, y, laberintos
caprichosos. La brisa traíame aromas de flores
tropicailes, ecos de •surtidores juguetones. Hoy, en
la claridad de esta mañana primaveral, lo que apa­
rece ante mi vista es un inmenso parque inglés
cercado por altas verjas de hierro y poblado de ·
bellos castaños triviailes. "Es uno de los jardines
más hermosos del mundo"-dicen los cicerones.
Está bien. Pero ¿ por qué engaña, en fa noche, con
murmullÓs que no le corresponden? ¿ Por qué
canta una romanza morisca, cuando su alma es
británica?... Y más allá aparece, enorme y ruido-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
sa, como continuación áel" parque, la plaza de la
Opera, y del Tribunad Mixto, y del Crédito Lio­
nés y de la Caja de la Deuda. ¡ Qué cosas para
una ciudad de mamelucos y de califas ! Los letre­
ros áureos de las tiendas, brillan anunciando agen°
cias americanas, cervecerías germánicas, barberías
parisienses. Todas son claras letras latinas. Nada
nos dice que nos hallamos -lejos de Europa. Nadie
parece poner empeño en darnos la ilusión de lo
raro, de lo vistoso, de lo remoto, de lo exótico.
Las aceras están llenas de gente vestida a la
moda de Londres o a la moda de París, de gente
obscura, de gente de sombrero hongo, de gente
que ni siquiera tiene las languideces de las multi­
tU<;les napolitanas, sino que va de prisa, Dios sabe
a qué citas de negocio. Sólo de vez en cuando
algunas manchas rojas o verdes estallan en el es­
pacio, como flores monstruosas, para distraernos
de la monotonía sin color del conjunto urbano.
Pero la distracción no dura sino un instante. Esas
manchas son parasoles que las damas extranjeras.
muy cuidadosas de sus cutis albos, abren ail salir
de .Jos hoteles. ¡ Goza tal fama de incendiario el sol
en Africa ! Y, sin embargo, mi cabeza descubiettd
lo soporta sin sentir ilos ardores de las playas es­
tivales de Europa. "La invasión occidental-dicen
algunos-ha cambiado hasta el clima." Y esto,
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E. C ó ME Z CAR R 1 L LO
que parece una paradc.ja,• es ·t:11a verdad científica.
Las formidables presas que awnentan cada año
las fecundas inundaciones del Nilo, hacen ahora
conocer a esta ciudad los horrores de las lluvias,
en otro tiempo ignorados, mientras el humo negro
de las altas chim� fabriles mancha su cielo
hasta hace poco inmaculado. Sólo que, francamen­
te, es necesario ser muy susceptible para quejarse
de estas cosas. Tal cual es, la primavera de Egip­
to tiene siempre un encanto de luz, de color y de
suavidad, que ningún país puede disputarle. Vié­
ramos en esta claridad el espectáculo que soña­
mos, y nuestro gozo sería incomparable.
Mas nada vemos. En otras ciudades igualmente
deshonradas por la civilización europea, siquiera
se descubre, en cuanto uno llega, lo que queda de
oriental en d recinto violado. En Constantinopla,
desde las alturas odiosas de Pera, distínguese a lo i
1
lejos la maravilla de Stambul. En Damasco las
inmensas enramadas aparecen apenas se asoma i
1
uno al balcón del hotel alemán en que se aloja.
En Argelia misma, tan francesa y tan moderna,
la masa trágica de la alcazaba domina el paisaje.
Aquí, en esta planicie de arena, en esta explanada
robada por los hombres al desierto, el barrio eu­
rópeo no posee ningún punto de vista que le haga
recordar que es un intruso. Alzando los ojos, se
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L 4 SONRISA DE LA ESFINGE
descubren torres comerciales con alegorías mar­
móreas de trabajo y de riqueza. Pero agujas de
mezquitas, pero muros de alcáz3:res, pero alme­
nas de castiHos, eso no. Para ver la ciudad árabe
en todo su esplendor maravilloso hay que ir muy
lejos.
-Suba usted a la ciudadela--dicen los conse­
jeros de los hoteles.

***

La alta roca del Mokatam, en efecto, es el úni­


co mirador de esta sultana. A penas se acerca el
peregrino aJ parapeto construído por Mehemet
Alí, las imágenes soñadas surgen entre las clari­
dades color de rosa y color de flor de malva. La:S
tres mil mezquitas legendarias están ahí, a nues­
tros pies, entre el laberinto de las terrazas. A ha­
blar en verdad, nadie diría que fueran tantas. El
formidable amontonamiento de cúpulas y de almi­
nares que en Stambul sorprende como un alarde
cíclico de la omnipotencia de Alá, no existe aquí.
La ciudad se extiende en la interminable llanura
arenosa, con sus casitas cuadradas, todas iguales.
todas modestas en apariencia, todas doradas por
. el aire seco del yermo. Sólo de trecho en trecho,
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La •onrisa de la tefl11gt. 2
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E. G ó ME Z C, A R R I L L O
diseminadas en .la vasta área, las ailtas agujas mís­
ticas yérguense dominando el conjunto. Y es, allá.
una torre redonda y rojiza que parecería una vul­
gar chimenea de fábrica si no terminara en punta ;
y es más allá una torre cuadrada, amenazadora,
una Giralda guerrera.; y es en seguida una torre
muy esoolta, muy fina, algo como un mástil ele
navío; y es, después, una torre en espir!l que
sube retorciéndose caprichosamente ; y es, al fin,
una torre con logias y columnatas ... A primera
vista no se ve más. Pero a medida que los ojos
se acostumbran a sondear la a.tmósf era, otras mu­
chas, muchas torres, que al principio están dilui­
das en el ambiente, van precisándose con sus líneas
altivas. De todos los rincones se eleva lo que el
poeta árabe llama el dedo de Dios. Con exquisita
sorpresa descubrimos, uno tras otro, los demás
púlpitos de los ailmuédanos. ¿ Son tantos como lo
aseguran los historiógrafos de la ciudad?... ¿ Son
realmente millares?... Lo que sé, es que son in­
contables. Sólo que, diseminados como se hallan
en una inmensa superficie Mana y sumergidos en la
atmósfera áurea, no apareoen en un haz maravillo­
so cual sus rivales de Constantinopla. P�ra poder
admirarlos, hay que descubrirlos uno por uno.
Todo lo característico, todo lo antiguo, todo lo
raro, hay que descubrirlo en el Cairo. En ciertos.
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
lugares basta con salir de los barrios occidentales
para entrar en el acto en fa vida oriental. Aquí, lo
que a primera vista se percibe, casi no vale la pena
de ser observado. ¡ Tiene tailes matices y tales de­
licadezas la gracia aristocrática de la ciudad! Hu­
mildemenre confieso que durante mis primeras pe­
regrinaciones por las ca!les más prestigiosas, ape­
nas podía contener mis nostalgias de otras tierras
de sultanas. Los encantos aparecíanme velados, y
en mi decepción llegaba. a comparaT a esta bella
Masr-el-Khairá con una dama tapada, no a la ma­
nera árabe, no, puesto que los velos de Oriente
siempre dejan filtraT el hechizo de las miradas,
sino a la moda antigua de España, tan hostil y tan
beata. "He aquí-<iecíame-a una soberbia cauti­
va que, habiendo hecho el sacrificio de su cuerpo,
quiere, por lo menos, recatar contra los extra.nje­
ros su alma llena de odio." Y lo que en realidad no
es sino discreción voluptuosa, antojábaseme ren­
cor estudiado. Pero una tarde, al volver de un
pa,seo soHtario por las afueras, sorprendí, al fin,
en el abandono de su existencia íntima, a la deli­
ciosa coqueta.
***
¡ Ah, las ta,rdes del Cairo, después de tas excur­
siones obligatorias y de las eternas visitas a los
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E. G ó ME Z CA R R I L LO
museos! Vamos distraídos, cansados, con la cabe­
za llena de imágenes muertas, y sólo buscamos la
brisa que refresca, la soledad que calma, el silen­
cio que reposa. En el ocaso, la luz comienza a
palidecer. Una suave claridad velada, envuelve a
la ciudad en lívidas muselinas de misterio. Las
mujeres pasan, lentas, y en sus tobillos las ajorcas
de plata apenas brillan. De los altos alminares des­
gránanse en trinos melancólicos las postreras ora­
ciones de los voceros de Alá. En el aire tibio hay
caricias ligeras para nuestras sienes, y el espacio
se llena de vagos rumores, de aleteos enigmáticos,
de armonías casi imperceptibles. Sin darnos una
cuenta muy exacta de lo que hacemos, continua­
mos internándonos poco á poco en el corazón de
la villa. Y de pronto, como por arte mágico, las
que unas horas antes, en pleno día, no eran sino
calles sucias, conviértense en corredores de alcá­
zar, en pasillos de palacio encantado. ¿ Quién nos
ha llevado hasta aquí? ... O, mejor dicho, ¿ quién
ha operado ese milagro? ... A la luz del crepúsculo,
los meshrebiya (t) de las ventanillas bajas, apare-

(1) Mcshrebiya, en árabe; moucharabié, en francés; adufa, en


portugués. Todos conocemos estas tres palabras que indican la
delicada labor de maderas caladas de las celosías, de las alhace­
nas y de algunos muebles orientales. Pero lo que nadie ha podi­
oo decirme rs cúmo se llama esto en nuestra lengua. Ataujía di­
cen algunos. :'-ólo que la ataujía no <'S sino el damasquinado.
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LA SONRISA DE LA ESFINGE

cen como encajes obscuros, las columnatas de los


portales se yerguen esbeltas bajo los enormes sa­
lidizos de los miradores, los cortinajes de las tien­
das se tiñen de matices nunca vistos. El sol es un
detestable iluminador de detalles. En su violencia
incendiaria, todo lo envuelve en una llama blanca,
todo lo funde en un crisol monocromo. Aquí, me­
jor que en ninguna .parte, se comprenden las im­
precaciones que Tristán Corbiere dirige al rey de
los astros. Y aquí se comprende también el amor
enfermizo de Baudelaire por los espectáculos cre­
pusculares. En '1a media luz diáfana, lo que hay de
deleznable en fas arquitecturas orientales, desapa­
rece. "Este orgulloso pueblo--dijo Pelletan con­
templando el Cairo un día de verano desde las
alturas de la ciudadela-no es sino un magnífico
campamento asiático improvisado sobre las are­
nas del desierto y los pantanos del Nilo." Entre
los velos rosados de la tarde, el campamento trué­
case en metrópoli de ensueño. Cada una de estas
casitas, construídas en unos cuantos días con ta­
blas y adobes, resulta un caprichoso palacio. Den­
tro de '1a monotonía de las líneas recta,s, una in­
mensa variedad de pormenores anima el conjunto.
Algunas edificaciones diríanse desafíos lanzados a
todas las leyes de la arquitectura. Sobre muros
ligeros, avánzanse hacia la caHe masas enormes
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E. G ó ME Z CA R f?. I L L O
de albañilería que parecen a punto de desplomar­
se y que están ahí, sin embargo, desde hace siglos.
En ciertas terrazas alzan sus cuatro tapias las más
�xtrañas torres almenadas. Junto a venta.nas gran­
dísimas vense puertecillas por las cuales un hom­
bre casi no puede entrar. Y todo esto, que a la luz
del meridiano, choca por su sordidez, en ta tarde
es delicioso. En el crepúsculo,. el alma del pueblo
árabe se abre como una sensitiva. "Puesto que los
intrusos de Esbekiyek no· han de venir a moles­
tamos hasta mañana--oímos que murmura el ca­
Ha de las sombras-vivamos." Y en las puertas
de sus tiendecillas o en las terrazas de los cafés,
en los bancos de las esquinas o en los bordes de
las fuentes, los cairotas, acurrucados, charlan, fu­
man, meditan. Toda la vida de la ciudad sale a la
calle con sus trapos vistosos. Envueltos en sus am­
plios mantos, los viejos jeques místicos de turban­
tes verdes, se inmovilizan en posturas humildes.
Estos no fuman, no hablan, no ven lo que palpita
en su derredor. Con los ojos entornados, sueñan
sus sueños eternos, gozando de su quietud, de su
inacción, de su amor de Alá todomisericordioso.
Junto a ellos los mendigos se acurrucan contra los
muros y salmodian sin tristeza la melopea pedi­
güeña entre cuyas frases el nombre del Profeta
se une a todos los males imaginarios. En el centro
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
de los grupos que llenan las terrazas de los cafés,
el contador de cuentos recita su eterna historia de
visires enamorados de hijas de jardineros, de mi­
serables que descubren tesoros en las cavernas, de
viajeros que se pierden en el desierto y llegan
a las tierras fabulosas de los · magos de Caldea.
En las puertas de las tiendecillas, los mercaderes
combinan operaciones fantásticas, calculando lo
oue ha de llegar en las próximas caravanas de
Bagdad y de Basora. Los niños devoran los paste­
les que han recibido de manos de piadosos effen­
dis en sus correrías por los bazares. Las gran<les
espirales de humo que suben de los narghilés, nim­
·ban las cabezas morenas. Extrañas músicas de dar­
búkas lejanas y de guzlas invisibles, halagan los
oídos. A través de las celosías, comienzan a brillar
las luces de los harenes. Las brisas de Nilo hacen
palpitar lentamente, muy lentamente, los estandar­
tes proféticos de las capillas milagrosas. El mur­
mullo de las aguas que caen en las santas sebil
de las abluciones, salmodia en voz baja la eterna
canción en honor de Alá, cuya misericordia calma
1a sed del cuerpo y procura la paz del alma. Una
sensación deliciosa de bienaventuranza, de alegría
familiar, de tranquilidad de espíritu, llena el am­
biente. Los gritos de los vendedores ambulantes
y las ·prisas de los arrieros, se han suavizado. Las
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Dio u,ed hy Google
E.·GóMEZ CARRILLO
mujeres mismas, que vuelven a sus hogares den­
tro de sus obscuros cendales herméticos, parecen
menos temerosas de que el rumí que las encuen­
tra sorprenda el enigm a de sus pupilas. Y al ver
en todas partes la misma animación perezosa, el
mismo ardor grave, la misma calma risueña, uno
se da cuenta al fin de que el viejo Cairo de Abd­
el-Melek y de Nur-ed-Din, no está aún a punto
de perecer arrollado por la avalancha extranje­
ra, y de que el orgulloso Esbekiyet, con sus casas
de piedra, y sus a:1macenes enormes, y sus hoteles
cosmopolitas, no es, en realidad, sino una fachada
europea puesta sin arte ante el santuario impasi­
ble de la raza.

***

Basta con consultar una estadística cualquiera,


en efecto, para notar la poca importancia que
tiene en esta ciudad el elemento occidental. De
sus setecientos mil habitantes, sólo cincuenta mil
son extranjeros, y entre éstos, la mayoría, grie­
gos. Los -seiscientos cincuenta mil restantes son
orientales. ¿ Cómo, pues, los que llegan en busca
de color local pueden dejarse engañar por un nú­
cleo relativamente. tan escaso de occidentales, has-
2 4
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

ta el punto de proclamar la muerte de viejo Masr­


el-Khairá? "Mon Dieu-dice Pierre Loti-, quan<l
done se reprendront-ils, les Egyptiens, quand
comprendront-ils que les ancetres leurs avaient
laissé un patrimoine inaliénable d'art, d'architec­
ture, de fine élégance et que par leur aba.nd.on
l'une de ces vililes qui furent les plus exquises sur
terre s'écroule et se meurt." Y agrega, contem­
plando el barrio europeo: "Alors ce serait le Cai­
re de !'avenir cette foire cosmopolite ?" No, maes­
tro carísimo, no. Esa feria cosmopolita de taber­
nas alemanas, de bares ingleses y de conciertos
franceses, es una ciudad fuera de la ciudad. Lo
que pasa es que hace tanto ruido y se mueve tan­
to, que, a primera vista, parece llenar todo el
espacio comprendido entre el Nilo y el Desierto.
Pero cuando uno logra penetrar en el viejo co­
�azón de las caHes viejas, comprende que el triun­
fo de lo europeo no es sino un espejismo.

***

A la larga, nada en este aparente desorden y


e:n esta aparente decadencia choca por lo caduco.
Cada rincón tiene su encanto, cada calle guarda
sus tesoros, cada plaza posee su hechizo. Para
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E. G ó ME Z CA R R 1 L L O
sentir plenamente esta belleza, lo único indispen­
sable es no ir con prisas. Las caravanas de turis­
tas que corren guia,dos por un cicerone y que
quieren, en tres días, conocerlo todo, no inspiran
sino sonrisas irónicas a los árabes que los ven, pa­
sar. En cambio, a los que venimos. día tras día, a
extasiamos ante las viejas mezquitas y a embria­
gamos con los perfwnes demos, una simpatía,
tal vez ailgo desdeñosa, pero . muy cortés, nos re­
compensa de nuestro amor desinteresado y pa­
ciente. "Tú, por lo menos, no tienes vanas fiebres:
tú eres como nosotros, tú vas despacio"-parecen
decirnos todos. Y despacio, en efecto, muy despa­
cio, es necesario vivir esta vida. Para ello hay,
ante todo, que renunciar ail guía que no conoce
sino un solo trayecto y que nos lleva, a la misma
hora, andando al mismo paso, hacia los mismos
lugares. Hay que perderse voluntariamente en
el laberinto de las caillejuelas estrechas. Hay que
adoptar el carácter del sitio con toda su languidez
voluptuosa y resignada. ¿ Qué nos importa, en
efecto, no saber el nomb re de los edificios que en­
contramos y de las plazas que cruzamos? ¿ Veni­
mos acaso a hacer estudios topográficos e inven­
tarios arqueológicos? Dos horas de indolente con­
templación en)a terraza de un café, sirven mejor
al viajero curioso que muchos días de febriles
2 6
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
excursiones, porque no es lo mismo pasar ante la
existencia que dejar pasar a la existenda ante
nuestra vista. Yo me siento, todas las tardes, en
el -diván desteñido de un humiade cafedji de las in­
mediaciones de Gamia-el-Azhar, y pido, como los.
demás parroquianos, un suntuoso narghilé de bo­
quilla de ámbar. Luego trato de inmovilizarme en
una actitud de dignidad distraída. Nadie parece­
venne, a pesar de mi traje occidental. Yo parezco
no ver a nadie. Y poco a poco, sin esfuerzo, sin
deseo, mi rulma se empapa en los efluvios del ex­
traño ambiente que me rodea. Ya no soy el es­
pectador de un Sumurum verdadero, ya no soy
el auditor de una Peri vivida, ya no soy el que
hojea, en plena realidad, los libros de Las mil no­
ches y una •oche. Soy un personaje vivo, un hu­
milde personaje de carne y hueso orientales, uno
de tantos, un átomo palpitante del drama. En cada
detalle descubro algo que no me es desc�nocido,.
a cada ser le pongo un nombre legendario, en cada
ruido hallo un eco perdido de mis nostalgias. ¡ Ah�
la alegría, la animación, la suavidad, el ritmo de­
los espectáculos cairotas I No sé cómo mi amigo
Louis Bertrand ha podido hablar, en este mismo
Masr-el-Khairá de "la débacle de la couleur lo­
cale". Y ese pintor Dmet que dice: "e,l Egipto es.
un· país negro", ¿se ha vuelto, por desventura.
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E. G ó M E Z CA R R I L L O

ciego? Pero el que más me irrita, por ser el más


querido de mis maestros, es Pierre Loti, que pre­
tende no encontrar aquí ninguno de los cuadros
que soñara. Ahora mismo, en la esquina que ten,
go enfrente, reconozco la tienda de Bedredin, en
la cual el emir hizo admirar a sus dos damas mis­
teriosas las beHas telas de Basora ... Más lejos veo
a Hadji vestido de mendigo, que espera de_sde
hace veinte años al mercader que sedujo a su es­
posa, y que ora sin descanso para que Alá le per­
mita, al fin, vengar su honra mancillada ... Junto
a la fuente se detienen dos embajadores de Arun­
el-Rachid con sus túnicas magníficas y sus armas
damasquinadas ... De la mezquita vecina, una hu­
milde mezquita sin alminar y sin almuédano, una
simple capilfa de barrio, que los muftis de Muai­
yad y de Seyidna Hosein desdeñan, salen los mer­
caderes a quienes Nur-ed-Din les ha encargado el
gran cofre dentro del cual se propone meterse
para penetrar en el harén del visir Husan... ¡ Cuán­
ta majestad y cuánta lentitud en todos estos hé­
roes de ensueño ! Cada ademán parece arreglado
de modo que no pueda romper la armonía de las
nobles actitudes. Las mujeres mismas, que tienen
la obligación de pasar de prisa para no suscitar los
celos de sus dueños, las mujeres veladas y sigi­
losas, las fantasmales apariciones que salen nadie
2 8
D,9;1;,ed by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

sabe de dónde y que desaparecen, de pronto, sin


que uno acierte a ver cómo, las enigmáticas cai­
rotas, que sólo dejan ver, entre el tocado negro y
el negro velo, sus ojos más negros aún, paséanse
sin prisa y sin miedo, meciendo el encanto de sus
v:oluptuosida,des herméticas, de sus deseos imposi­
bles, de sus melancolías incurables... Y todo este
drama cotidiano se desenvuelve entre los clamo­
res de la plebe comerciante, que, so pretexto de
vender cosas de nombres extraños, anima con
fantásticas orquestaciones el gran sueño de la
ciudad.
***

Los viejos poetas árabes pretenden que un ver­


dadero cairota no necesita abrir los ojos para re­
conocer su ciudad. Con oir los ruidos de la calle
le basta. Y es que, rerumente, si hay un pueblo
cuya voz posee un carácter especia:!, es éste. Para
cada hora del día existen, en los barrios anti­
guos, alrededor de las grandes mezquitas y de los
grandes mercados, armonías peculiares. Cada
función de la vi.da se anuncia con una melopea.
Desde el almuédano que llama a orar, hasta el
arriero que guía stt caravana de camellos, todos
los que tienen algo que decir, algo que pedir, algo
2 9
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E. G ó M E Z CA R R I L L O
que ofrecer, lo hacen cantando: "Zahr, zahr, zahr"
--claman los dervid1es que llevan su ánfora de
agua bendita en la espalda; "Erk-sus, sebib, erk­
sus, erk-sus, sebib'', salmodian los marchantes de
refrescos, agitando sus tazones de cobre ; "Chauen­
der, lif.t, khiyar", gritan los verduleros haciendo
ver sus cargas de zanahorias, de remolachas y de
pepinos; "Riglak, riglak, chemadak, ya khanagé",
repiten, sin descanso, loo conductores de borricos ;
"Talib min Allah hakk lukmet ech", imploran los
mendigos cubiertos de andrajos ... Y todas estas
voces, y otras muchas análogas, con sus ritmos es­
pedales, se mezclan y se confunden, formando la
eterna música de fa caille. La ciudad entera vibra
y canta. De los rincones más humildes, sube una
voz halagadora y pedigüeña. Las necesidades fa­
miliares conservan, a través de los siglos, su es­
tribillo antiguo. En los "sttk", sobre todo, bajo
las arcadas interminables del gran laberinto co­
mercia-1, la sinfonía alegre de la plebe alcanza fan­
tásticas orquestaciones. Como jaulas de vidrio,
las galerías gorjean sin cesar, entre el regateo de
los que compran, las reflexiones de los que admi­
ran y fos discursos de los que venden. Cada tien­
decilla es un palacio de modufaciones y de tenta­
ciones.
***
3 o
D ,,i,,ed by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

Las guías aseguran que los bazares del Cairo


son menos suntuosos que los de Dama.seo y Stam­
bul. ¿ Es esto exacto? Lo ignoro. Pero lo que si
sé, es que, aun más modestos que otros, tienen
un encanto insuperable. Puede, en efecto, que los
suk de las sederías damasoenses y los suk de las
joyas turcas, encierren mayores riquezas, mayor
esplendor. Más poesía, más gracia, más intimidad,
eso no. En ninguna parte como aquí palpita la
vida oriental con su elegancia y su refina.miento,
-con su campecha.nería· fraternal, con su sonrisa
ha:lagadora, con su ,languidez enigmática. "Esos
negociantes, que en el fondo son muy rapaces­
dice Peilletán-, tienen, en verdad, aires de poetas
perdidos en soñaciones celestia:les." Y realmente,
es cosa que nos extraña a los que estamos hastia­
dos de la obsequiosidad molesta de los tenderos
de Smirna. y de Túnez, ver la indiferencia tran­
qllila de estos mercaderes del Cairo. Si no les di­
rigimos la pailabra para pedirles que nos enseñen
algo, casi siempre nos dejan pasar sin parecer
siquiera mirarnos. Y como sus mostradores son
diminutos, no pueden, aunque quieran, tentarnos
con amontonamientos de sedas, de tules, de bor­
dados y de franjas, cuad aquellos que convierten
a veces las tiendas de Damasco en palacios en­
<:antados. Además, se nota que lo que aquí se
J I
D ,,i,,ed by Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O

vende no está destinado a los extranjeros. ¿ Qué


vamos a haoer nosotros con esos jarros de cobre,
con esos velos negro.s, con esas pantuflas rojas,
con esos trapos humiJdes? Para encontrar los
chailes de muselina clara recamados de plata que
las europeas consideran como lo más corriente en
Egipto, hay que ir a los a!lmacenes semioccidenta­
les de Charia Btilak. Los suk, con sus antros mis­
teriosos llenos de frascos, de cajas blancas y de
pequetes diformes, están reservados a los indíge­
nas. Los únicos que han adoptado el sistema de
otras partes y que invitan, no sin cierta insolencia,
a entrar en sus "salones" a los forasteros, son
los vendedores de alfombras. "Entra a ver una
cosa muy barata"-dicen.. Y uno entra. Y la cosa
barata resulta ca:rísima. Pero no hay que asus­
tarse. Por lo que piden cien duros se puede ofre­
cer cien pesetas. "¡ Santos cielos !-exclama el al­
fombrero--, ¡ cien pesetas!... A mí me cuesta más
de trescientas ... Vaya, por ser tú, te la daré en
cuatrocientas." "Cien" -vuelve uno a decir.
"No ... tre,scientas... nada menos ... Me cuesta
más." "Cien" - repite uno. Al cabo de media
hora de un regateo que sería irritante y humi1lan­
te en Europa, el árabe acepta, las cien pesetas.
Probablemente también habría aceptado la mitad.
Los artícu:!os de bazar oriental no tienen precio_
3 2
º"""edb,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
El alquimista del suk de los afeites que da un
día un tarro enorme de alheña por una piastra,
al día siguiente pide dos francos por un tarro
diez veces menor. En esto del vender y del com­
prar, hay en el Cairo como en Damasco, y en
Damasco como en Smirna, y en Smirna como en
Constantinopla, algo de lucha y algo también de
diplomacia, con más mucho de fantasía. Se com­
pra por vencer, se vende por engañar, se regatea
por regatear. A precio fijo, la mayor parte de las
curiosidades con que uno sa,le cargado de cual­
quier tienda, no tendrían encanto ninguno.

***

"Esta inmovilidad, esta lenta persistencia en el


espíritu musulmán de las ideas de sus antepasa­
dos---'-dice Saladin-se encuentra en lo que pro­
ducen y en el modo de producirlo. No sólo las
industrias locales son las mismas de antaño, sino
<JUe están explotadas cual en tiempo de los cali­
fas fatimitas." Los artesanos, en efecto, trabajan
a. la vista del público en sus tiendecillas minúscu­
las, con herramientas cuyos nombres ya hemos
olvidado en el resto del mundo. Trabajan lenta­
mente, entretejiendo en sus arabescos de seda o

La s<>nri1a de la esfl11ge.
3 3 ÜiQtizedhyGO le
E. G ó ME Z CARRIL L O
de cobre las largas soñaciones de sus almas inmó­
viles. En cada cairel, en cada alicatado, en cada
ataujía, ponen un poco de su vida interior. En su
sumisión a la rutina secular hay un sentimiento
religioso de respeto ancestral. Haciendo lo que
hicieron sus abuelos, se dan obscuramente cuenta
de que continúan la obra de la raza y de que de­
fienden la tradición del pueblo. Los herreros em­
puñan martillos iguales a los que sirvieron para
forjar las cadenas del rey San Luis; los orfebres
cincelan el cobre con útiles usados por diez gene­
raciones; los torneadores cogen el escoplo con los
dedos de los pies; los pasteleros sigu en ornand()­
sus pasteles con hojas de rosa; los escribanos pú­
blicos ponen la misma cara que tanto respeto ins- ·
piraba a las favoritas de los visires de Las mil y
una noches. Y si en el interior de los obradores y
de las tiendas nada ha cambiado, en las alegr�
galerías reservadas a la circulación, la existencia
es hoy como ayer, hoy como siempre. Por para­
jes en fos cuales apenas caben dos personas de­
frente, circulan las caravanas de came11os y los
desfiles de asnos, sin que nadie proteste contra el
peligro de dejarse aplastar. "¡ Ruah ! ... ¡ ruah ! ..•
¡ balek !. .. ¡ y emenek l... " - gritan los arrieros.
Cada uno, entonces, se perfila o se acurruca, para
daju el espacio libre. En seguida el noble discu-
3 4 Di u,ed.,,Google
LA SCYNRJSA DE LA ESFINGE
rrir sin prisa recomienza. Cualquier �spectáculo
atrae a los desocupados. Aquí hay un vendedor
de agua que cuenta una historia escabrosa. La
gente lo rodea, y escucha, y ríe. Más aUá un der­
viche loco hace gestos enigmáticos. Con respeto
los curiosos lo observan en silencio. En un ángulo.
un encantador de serpientes abre su caja siniestra
y saca sus horribles reptiles para ponerlos en el
suelo. Todos hacen coro a su derredor y se es­
tremecen viendo cómo se mueven las cabezas cha­
tas al son de la flauta mágica y cómo los cuerpos
anillosos se enroscan y se estiran al contacto de
la mano que los �caricia. Nada ha cambiado desde
e! principio de la égira. Lo que divertía a los pri­
meros discípulos del Profeta en las encn1cijadas
de Medina, entretiene a los fieles de hoy en los
zocos de Damasco, de Túnez, de Stambul, del
Cairo, de todas las ciudades orientales. Fuera de
los bazares, los árabes pueden, poco a poco, darse
cuenta de que hay en el mundo una civilización
diferente de la suya, un comercio más activo, una
vida más febritl. Ciertas casas ricas de Siria y de
Egipto han adoptado, paira decorar sus salones
de azulejos, los muebles de Europa. Pero aquí,
bajo las frescas bóvedas, la exi•stencia es la con­
tinuación de un ensueño inmemorial. Los mismos
ni.míes, al penetrar en una tiendeciUa para rega-
3 5 DioU,edhyGoogle
E. G 6 Af E Z CA R R I L L O
tear un chal, un pañuelo, un mosaico, unas pan­
tuflas, una alfombra, llegamos a sentirnos pene­
trados por los efluvios extraños que nos rodean.
Comprar, he ahí el mayor placer del bazar. Por­
que comprar es un pretexto para dejar de ser es­
pectiadores. Los momentos en que compramos, son
los únicos en que tomamos parte en la exi5tencia
activa del pueblo. Fuera de los suk, sólo somos
seres contemplativos, curiosos, escudriñadores de
secretos inviolables, forjadores de novelas exóti-
. <:as. "¿ Adónde vamos ahora?"-nos preguntamos
al salir de 1los suk. _y como la víspera, como siem­
pre, recomenzamos, ya sin tomar parte en la vida
<lel pueblo, nuestras peregrinaci¿nes callejeras.

***

En el Cairo, como en todas partes, los barrios


má,s pintorescos y más poéticos son los más anti­
guos, los más poblados de ruinas. Oaro que esto
los cicerones no lo saben. "Por aquí-murmuran
al penetrar en ciertos lugares donde los mirado,
res se pudren-no hay nada que ver." Ahí, sin
embargo, es donde se encuentran los santuarios de
las más melancólicas evocaciones. Ahí es donde
se descubren esos palacios que antaño pertenecie-
3 G
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

ron a los bajás altivos, a los mercaderes millona­


rios, y que ahora no abrigan sino familias de men
digos. En el interior todo cae en pedazos. El pa­
tio, con sus surtidores mudos y sus -jardines aban­
donados, parece un cementerio de addea. Los
meshrebiyas de las ventanas han desaparecido.
Por los agujeros del techo se Ye el cielo. De los
má1moles del pavimento no quedan sino frag­
mentos rotos. Pero el aspecto exterior es tan ma­
jestuoso, que todos nos figu ramos, al contemplar­
lo, que dentro debe vivir, rodeado de belfas e�­
clavas circasianas, algún descendiente de los visi­
res de antaño. Y si ilas ricas mansiones decrépitas
son así dejadas para que sirvan de antros a la
andante pordiosería, figuraos lo que pasa con la&
casas modestas que comienzan a dar muestras de
decrepitud. A cada instante, en las callejuelas de
las inmediaciones de Bab-el-Nasr y de Bab-eil­
Futhú, descúbrense rincones de ruinas cuyos due­
ños se han ido Dios sabe dónde y que no sirven
sino para que los beduinos de paso se acurruquen
durante la noche al relativo abrigo de sus muros.
Todo esto, que -los viajeros aprovechan para de­
mostrar el decaimiento actual del Cairo, no de­
muestra, en reaHdad, nada. En sus mejores épo­
cas, las poblaciones árabes han ofrecido eí con­
traste pintoresco de la gran miseria junto al gran
3 7 DioU,edoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO

esplendor. Una casa se hunde o se incendia, y el


dueño, muy a menudo, abandona sus escombros
para ir a encerrar su harén en otra casa, a la som­
bra de otras torres. Con las mismas mezquitas,
cuando no son muy milagrosas o muy venerables,
pasa algo parecido. Los fieles que las ven agrie­
tarse prefieren construir otra, más o menos cerca,
a reparar la que amenaza derrumbarse. En cuan­
to el es,tandarte del Profeta desaparece del santo
recinto, las puertas quedan abiertas para todo
aquel que quiera buscar ahí asilo. La fuente de
las abluciones se convierte entonces en abreva­
dero de asnos y camellos. En el patio ritual, los
arrieros · nómadas plantan sus tiendas negras, y
en vez de las preces del ailmuédano, se oyen, por
la noche, desde ta vecindad, las melopeas nostál­
gicas de los que no dejan nunca de suspirar por
el desierto. Uno de los más bellos templos del
Egipto musulmán, ta Gamia Ibn Kadaun, cuyo
domo se hundió hace mucho tiempo, ha servido
de prisión, de depósito de armas y de cantera de
mármoles preciosos; pero nunca ha sido repara­
do. Los dueños de la ciudadela prefirieron demo�
ler el palacio de El N asir para edificar la nueva y
desagradable mezquita llamada de Mohamed A1í,
cuya fábrica costó muchos mÍlllones, a gastar unos
cuantos miles de libras en reconstruir !a admira-
3 8
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
ble bóveda caída. Todo esto, empero, no indica
ni mal gusto, ni indiferencia. Cada pueblo tiene
�u modo de ser. Ca.da ciudad organiza su vida
como mejor le cQnviene. Y el desdén resignado
.con el cual los árabes miran sus ruinas, no es, qui­
zás, el peor sistema de dar a las calles de las po­
blaciones un aspecto de poética antigüedad. El
abandono de que hablan algunos no ,me parece,
por lo demás, fácil de comprobarse. ¿ Quién dis­
tingue una mansión vacía de una mansión habi­
tada, en fos pueblos musulmanes? Muy a mentt­
<lo, en las callejuelas más sórdidas, entre dos casas
humildes, un palacio señorial nos sorprende con
sus altos portales esculpidos, con sus balcones de
maderas cailadas, con sus cornisas de mármol rosa.
Si nos detenemos para admirarlo, notamos que
todas sus ventanas están tapiadas. Si nos acerca­
mos a la puerta, ningún rumor de vida llega has­
ia nuestros oídos. Muda como una tumba, la vi­
vienda señorial no nos parece abrigar sino fan­
tasmas. El color mismo de las paredes exteriores,
con sus manchas lívidas, indica un descuido secu­
lar. Pero si aJguien nos permitiese mover el alda­
bón de bronce que cuelga de su anillo incrustado
<le plata, nuestro llamamiento encontraría en el
.acto un eco sonoro en el misterioso recinto. Un
negro saldría a un postigo. Y ante nuestros ojos
3 9
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z · C Á R R I L L O

-encantados, aparecería el jardín tradicional, con


su alegría de fuentes arrulladoras, de limoneros
floridos, de divanes policromos. Hay así en el
Cairo, en el barrio de Tabbanah, entre millares de
casitas ruinosas, algunos palacios aparentemente
abandonados, pero que aún conservan, en sus re­
cintos, el esplendor de antaño. Tres o cuatro al­
cázares de estos abren sus puertas a los forasterü!:t
sin grandes dificultades. El de Gamal--ed-Din, ha
sido bautizado por los guías con el nombre de "la
maison des artistes". El lujo y el encanto de la
arquitectura árabe de la época de los sultanes ma­
melucos aparecen en él milagrosamente conser­
vados. En el interior no se ve un solo azulejo
roto, ni un solo marco de puerta deteriorado. Todo
se halla cual si sus primeros dueños acabaran de
instalarse en sus vastos aposentos. Los muebles
misn'los, conservan la senciUez de otros tiempos.
Nada de lo que más tarde ha ido introduciéndose
en los palacios de Damasco y de Stambul; nada
de armarios de luna incrustados de nácar; nada
<le consolas con adornos de bronce, no; nada más.
que mesitas bajas de madera labrada, divanes cu­
biertos de alfombra de Persia, bancos de mármol..
nichos misteriosos y vastas alhacenas con exqui­
sitas mamparas de meshrebiya. El palacio de
Muftaferchane, popularizado por las tarjetas pos-
4 o
DioU,edhyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

tales, es también uno de los relicarios más ac­


cesibles a la curiosidad de los extranjeros. Sus
mosaicos y sus artesonados son célebres en el
mundo. Pero no es en estas viviendas, que casi
púe<len . .Jlamarse museos, en donde mejor se sien­
te la intimidad de ,la casta privilegiada, sino en
las simples casas ricas de los sabios, de los mer­
caderes y · de los funcionarios importantes, que
también reciben a los forasteros, aunque no sin
dificultades. Ahí, en efecto, en una atmósfera de
ensueño, la eleg-,.mcia y el refinamiento mahome­
tano aparecen, no como una flor conservada a
fuerza de cuidados, ,sino con la espontaneidad
natura,l de una planta vivaz. Lo malo es que,
fuera del sa,lemlik abierto a la amistad, el resto
es impenetrable. Una vez el café tomado en el
salón del dueño, hay que retirarnos. La vida fa­
miliar del árabe distinguido es un perpetuo miste­
rio. Mientras el pueblo canta en las terrazas de
los cafés, en las puertas de las tiendas, en los
bancos de los suks, los bajás y los beys esconden
sus harenes en el fondo de palacios herméticos. Y
no vayáis a atribui_r a vano orgullo de casta este
aislamiel}(:o. El mismo personaje que en su casa,
entre sus esclavas de amor, se hace invisible, irá
a sentarse luego, solo, en una esquina, para fu­
mar su narghilé. Lo que se esconde es el gine<:eo,
4 I
D ,,i,,ed by Google
Ji. G ó ME Z CA R R I L L O

el hogar antiguo, el nido caliente. "Las principa­


les causas de desigualdad social ele Europa, es
decir, el nacimiento y la cultura�cribe el duque
d'Harcourt .,,_, no tienen ninguna influencia en
Egipto. Los egipcios se encuentran muy cerca del
ideal que nuestros revolucionarios sueñan." De
un modo individual, en efeoto, todos los árabes
son iguales. En la realidad, como en . los cuentos
de antaño, el hijo del zapatero puede llegar a ser
favorito de Hn jedive, y el hijo del visir puede
acabar pidiendo limosna, sin que ni el uno gane
ni el otro pierda en prestigio de casta. La fami­
liaridad con que los más ilustres personajes ha­
blan a la gente del pueblo, es extraordinaria. Lo
mismo que en Las mil noches y una noche, diría­
se que todos temen, en la realidad, que bajo los
harapos de un mendigo se esconda un califa. Y
es que las lecciones que da la vida de Oriente son
de las que no -se olvidan. Un azar arruina al rico,
otro azar enriquece al pobre. El gran brujo de la
existencia árabe es siempre el Destino. No hay
obrero que no se crea digno de llegar a ser, con la
ayuda del loco azar, bey o bajá. Y esto es quizá
lo que más contribuye a dar su resignación tran­
quila a la raza. Llevando en el alma un billete de
lotería fantástica, los hijos del Profeta esperan
siempre y no desesperan nunca. En tal sentido, la
4 2
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
obra que mejor hace comprender el carácter orien­
tal es Kismct. "¡ Oh mortales !--dice e1 contador
de la célebre historia-, oid bien la lección que os
da el Destino y prestad atención a fas vicisitudes
con que sabe hacer variar nuestra vida, ora ele­
vándola y ora bajándola, como una cuba en un
pozo." Mas esta especie de indiferencia ante lo
<1.ue pueda pasar, y este desdén de las jerarquías,
desaparecen en el umbraf del harén. Una vez en
su casa, el árabe es un ser que no reconoce her­
mandades. ¿ Quién puede jactarse de haber pene­
trado jamás en el gineceo de un oriental? La amis­
tad y la hospitalidad terminan en el salemlik. Un
paso más allá, es el misterio insondable. Así, los
que venimos a uno de estos pueblos con el ánimo
de verlo todo, tenemos que contentarnos con lo
que está aJ alcance de nuestra mirada. Detrás de
los muros del harén, sólo Alá sabe lo que pasa.

***
Lo que pasa en la calle, después de todo, basta
para distraernos y para interesarnos. En ninguna
población de Oriente, ni en Constantinopla qui­
zás, la variedad de tipos resulta tan grande cual
en ésta. "En la p1ebe de la capital de Egipto--
4 3
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z CARRIL L Ó
dice Steindorff�hay gente de todos los colores,
desde el cobrizo obscuro hasta el blanco puro ; y
rostros de todas fas formas, desde el aguileño de
los adoradores de Osiris hasta el perfil enérgico
de los beduínos; y cuerpos que varían desde la
esbeltez del fetah hasta la pesadez del tu'rco." Es­
tos diversos elementos de la población oriental,
que en Turquía viven en perpetua guerra, aquí en
Egipto, donde las pasiones políticas casi no exis­
ten, fraternizan lealmente. No hay más que ver­
los reunidos en los barrios populares, comercian­
do o intrigando; para darse cuenta de la paz que
entre etilos reina. Las miradas llenas de odio que
los turcos lanzan a los armenios, los armenios a
los judíos, los judíos a los sirios, los sirios a los
kurdos, los kurdos a los beduínos, se han queda­
do en Stambul. En el Masr-el-Khairá cada uno
lleva· su traje, y su a:lma, y su fe, sin exponerse
a chocar al vecino. En cualquier terraza de café
veo ahora muestra·rios completos de las poblacio­
nes levantinas. Junto a un persa soberbio, conste­
lado de puña,les de plata, que apura a sorbos me­
nudos su taza de té, un negro de Nubia, vestido
de blanco, fuma su pipa indolente. Al lado de un
arriero del desierto envuelto en un manto de pelo
de camello, un sedentario guardián de harén luce
su cinturón cubierto de pedrerías falsas. Entre

4 4 DaiH,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
dos felahs de túnicas azules yérguese; cual una
estatua de bronce, un abisinio escueto, de ojos de
fuego y de perfil de víbora. Detrás de un turban­
te claro de árabe, aparece la corona de lana de
un beduíno. Los burnús rayados de gris de los
argelinos, contrastan con los aJbornoces flotantes
de los jinetes de Siria. Los kawas turcomanos,
armados como capitanes de opereta, contemplan
sin �esdén a fos mercaderes judíos de tarbuchs
obscuros y de levitones sórdidos. Y a la variedad
infinita de los trajes y de los tipos, corresponde
]a misma variedaid de gestos, de acentos, de acti­
tudes. Aun hablando casi todos el árabe, diríase
que cada uno tiene una lengua diferente, pues 1os
sonidos que en los labios de un nómada son ron­
cos y rudos, en la boca de un fino mercader del
suk de los perfumes hácense halagadores y gor­
jearnes. La voz de los cairotas, y, sobre todo, de
las cairotas, es famosa en el Oriente por su sttavi­
dad y por su annonía. "Ese timbre admirable­
escribe Fazil Bey-es un don particu!ar <le las
gentes de Egipto. Que una dama diga una sola
vez: "¡ ah, Leilá !", y los pájaros que vuelan ba­
jarán a posarse en su pecho." Lo mafo es que
nosotros, ]os infieles que nos paseamos como in­
trusos entre la multitud, no oímos nunca decir:
"¡ a.h, Leilá !" Los únicos instantes en que la voz
4 5
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z CAR R 1 LL O
femenina llega a nuestros oídos, es cuando en las
ticndecillas de los bazares las damas veladas re- .
gatean las bellas sederías que el mercader extiende
ante sus ojos admirados con habilidades felinas
y diabólicas.

***
Las más seductoras no son, empero, esas damas
que compran telas de lujo, esas aristocráticas ta·
padas de manos muy blancas, esas hurañas huríes
de charchaf de seda. Las más seductoras son otras
mujeres muy modestas: las felahinas de pies des­
calzos, que pasan, rítmicas, y cuyas túnicas lige­
ras y ceñidas nos permiten admirar sus cuerpos
esbeltos, sus piernas esculturales, sus senos menu­
dos. A cada instante, en efecto, una de estas re­
presentantes de la antigua raza egipcia nos sor­
prende con su gracia de figulina de bronce. Sus
ojos, pintados de azul obscuro, no tienen la me­
lancólica altivez de las miradas turcas, ni la sal­
vaje voluptuosidad de las pupilas beduínas. Los
conquistadores musulmanes han impuesto a las
antiguas adoradoras de !sis, la religión del Pro­
feta. Pero sus rostros no se han resignado nunca
al vdo, y sus cuerpos continúan siendo casi tan
inocentemente impúdicos cuail en Ja época faraó-
LA SONRISA "!JE LA ESFINGE
ruca, en que el vestido era el más superfluo de
los adornos. Con cualquier pretexto se recogen la
túnica, dejando al descubierto las pantorrillas
nerviosas, y aun sin pretexto ninguno tienden el
pecho cual_ una ofrenda de amor. Hijas de escla­
vos, esclavas sumisas, no tienen derecho a ningún
lujo, a ningún orgullo. La ley suntuaria de sus
miserias, apenas las permite más coquetería que
la alheña que pone ojeras en los párpados y las
ajorcas que hacen brillar los tobillos. Así, cuando
se detienen ante cualquier tienda, no es sino para
admirar aros de plata o telas de algodón. Y hay
que ver, si se deciden a comprar algo, sus humil­
des insistencias en el largo regateo, sus obstina­
ciones en no irse sin lo que desean, sus actitudes
implorantes a los pies del mercader que pide siem­
pre más de lo que ellas tienen. Y luego, cuando
logran adquirir 1a joya, hay que ver también
cómo se la Hevan, radiantes de a,legría. En sus
párpados obscuros palpitan aleteos de emoción.
Sus pasos son más rápidos. Con su tesoro en las
manos, huyen del suk, temerosas de que alguien
se lo arrebate, y ·siguen, esbeltas y ondulantes, las
líneas intrincadas de las callejuelas, camino del
barrio de arena y de Jodo en e1 cual tienen sus
chozas primitivas a orillas del rojo Nilo, padre
<le la tierra y padre de la raza.

4 7 D,9;1;,edbyGoogle
º"''"edb,Google
II

LAS MEZQUITAS

Las mayores maravillas del arte árabe.-Simbolismo arquitectóni­


co.-La Gamia del sultdn Hasán.-EI pago de una obra genial.­
Tesoros rdigiosos.-lb-Tu/Ú,z.-Kait-JJey .-Los infinitos almi­
nares.-Millares de maquitas.-Las tumbas sagradas.-EI co­
lor de los santuarios.

La aonriaa t18 la ••finge DioU,edhyGoogle '


º"''"edb,Google
L o que nos acontece el primer día en el mira-
dor de Mokatán, cuando buscamos en vano
un florecimiento de torres y de domos comparable
al de Stambul, repítesc luego en nuestras peregri­
naciones religiosas por los más venerables barrios
de la ciudad. Los.libros nos dicen: "No hay den­
tro del arte árabe joyas más puras que las mezqui­
tas del Cairo." Y seguramente esto es cierto. Se­
guramente no exisren, ni en Asia, ni en .Africa,
ni en Europa, maravillas tan perfectas. Segura­
mente los libros no nos engañan. Empero el solo
recuerdo de la mezquita de Ornar, en Jerusalén,
con sus esmaltes azules, o el de la gran Mezquita
de Córdoba, con su floresta de columnas, o el de
la mezquita de Solimán el Magnífico, de Constan­
tinopla, con sus cuatro alminares y sus inconta­
bles cúpulas, nos hace dudar de que exista aqui
algo que pueda compararse con lo que hemos vis­
to en otros sitios. Y es que, en esto como en todo,
la bella Masr-el-Khairá es una ciudad que no
5 I Di u,ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRILLO
quiere entregarse al primero que se acerca a eJ.la.
"Si los falsos esplendores de Córdoba bastan a
contentar vuestras ailmas-parecen decirnos sus
mezquitas-,es que aún no estáis preparados para
comprender nuestra perfección impecable" (1).
Así, es necesario que nos sometamos a la inicia­
ción de las líneas sin defectos, de los adornos sin
engaño, del lujo sin failsía, para llegar a saborear
la excelsa gracia de sus santuarios. Desde Ib-Tu­
lún, que fué edificado hace más de mil años, ·hasta
Kait Bey, que representa el último esfuerzo ori­
ginal del genio bordjita, todos los grandes tem­
plos musulmanes son aquí ejemplares incompara­
bles de ta arquitectura árabe. Sin duda, los ena­
morados de lo pintoresco y de lo extraño encon­
trarán que sus líneas exteriores no tienen las
caprichosas complicaciones de ciertos templos si­
rios, y que sus santuarios son menos impresio­
nantes que los de muchas gamias mogrebinas. En

(t) «Examinando de cerca la mezquita de Córdoba-dice Ga­


yet-, el encanto se disipa: lo acabado de la ejecución no existe;
los arabescos no son sino brutales vaciados de yeso; el artesona­
do, una mentira dorada; el artista no está aún seguro de si mis­
mo, y las habilidades con que trata de ocultar sus defectos sólo
sirven para acentuarlos.• El mismo Válera confiesa que la falta de
conocimientos, o quizá la precipitación de los arquitectos, fué
causa de que sobre las columnas se pusieran a menudo capiteles
que no corresponde a los fustes. Y agrega: «Después que esta
mezquita. en breve término de un año, estuvo terminada, por de­
cirlo así, de un modo preliminar y provisorio, la ensancharon y
la hermosearon casi todos los califas posteriores•,
5 2
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Tlemcen, en Sfax, en Argel mismo, h ay mayor
romanticismo en el arte religioso. Pero en este
sentido, también podría decirse que cualquier tem­
plo de Balbeck es superior al Partenón. Lo inte­
resante, en efecto, en la estética cairota, es su
sublime sendllez dentro de los cánones sarrace­
nos. Los planes son claros ; la-s proporciones, ló­
gicas; los detalles, delicados. Nada hay de· mons­
truoso en el conjunto. A veces, en una sola calle
encontnunos tres o cuatro mezquitas, y, sin em­
bargo, sus siluetas reunidas nos sorprenden me­
nos que el amontonaaniem:o de techos, de torres
y de cúpulas de una sola de las de Stambul. Los
arquitectos de los califas fatimitas y de los sulta­
nes baba.ritas no se proponían desconcertar con
enormes invenciones, sino encantar con armonías
piadosas. Todo está hecho para Alá. Todo está
hecho para meditar y para orar a ,la sombra de
Alá. El mismo poligonismo intrincado de los or­
namentos murales, que tan superfluamente lujoso
nos parece a los que ignoramos los misterios de
la simbólica mahometana, tiene una profunda sig­
nificación mística. Los polígonos regulares sugie­
ren ideas precisas; los de líneas pares expresan
sentimientos de austera dulzura; los impares con­
tienen la esencia del ensueño inquieto. "Lo que
no había sido aJ principio sino un instrumento
5 3 Dio 11,ed hy Google
E. G ó ME Z CARRIL l., O

arquitectónico-dice un historiador del arte ára­


be-, convirtióse en un medio expresivo incom­
parable para crear las sensaciones más completas.
Una sinfonía susceptible de producir a voluntad
tal o tal orden de ideas, estaba en manos de los
poligonistas. En su mente había un teorema, a
saber: dada la bóveda de un monumento, hacer
de su superficie interna una poligonía esférica que
refleje tales sentimientos. En el análisis se en­
cuentran impresiones radiantes o tristes, sober­
bias o gráciles, sencillas o complicadas, según el
tema inicial que preside a los principios." ¡ Qué
no es meditado y preparado, en efecto, dentro de
esta arquitectura? Ante los muros escuetos de la
maravillosa Gamia del sultán Hasán, las sombras
cambiantes que proyectan las estalactitas de la
cornisa sorprenden como un efecto de la casuali­
dad. A medida que la luz del sol cambia, los ara­
bescos se alargan o se encogen, haciendo más o
menos ancho el gran friso ideal. Y uno piensa que
ningún colaborador es más admirable que el Azar.
Pero luego, al leer la historia de la maravillosa
fábrica, nota que ni estas sombras exteriores, ni
las penumbras del interior, ni nada, nada, en los
detalles y en el conjunto, fué providencial. El ar­
quitecto lo había previsto todo en su plan. "Si
realizas lo que aquí ofreces-dijo el sultán a este

S 4
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
arquitecto después de admirar sus proyectos--.
no habrá nada comparable en el Islam." Una vez
la mezquita concluída, todos declararon que era
to más bello que hasta entonces se había visto.
Para recompensar al artista autor de tamaña ma­
ravilla, Hasán lo llamó a su presencia y le hizo
cortar las dos manos, murmurando : "Así · no po­
drás hacer otro modelo parecido." Y después,
para conciliar la precaución con la justicia, col­
mólo de honores y. de riquezas.

***
¿ Qué riquezas podían corresponder a las que
aquel hombre dejaba entre las piedras de su mez­
quita.? Hoy mismo, todos los artitas están de
acuerdo en declarar que nada en el arte religioso
oriental puede rivalizar con este edificio. Desde la
entrada, el asombro y el encanto se apoderan de
nuestro ánimo. La puerta primero, luego el ves­
tíbulo, con sus profundos nichos labrados, con c;us
columnas acanaladas, con sus mármoles de mati­
ces exquisitos, con sus rosetones geométricos y
con su cúpula de estalactitas, producen una pro­
funda impresión de grandeza y de esplendor. En
ninguna parte hemos visto nada igual. Y esta

5 5
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O

impresión es mayor aún cuando nos hallamos en


el santuario mismo. No hay idea del esplendor
del conjunto y de la perfección de los -detalles.
Las guías nos advierten que algu nas de las má�
ricas ornamentaciones primitivas han sido roba­
das a este templo por sultanes y jedives sin es­
crúpulos. La puerta monumental de bronce in­
crustada de oro y plata que hoy constituye el or­
gullo mayor de la Gamia el Muayyed, hallábase
en otro tiempo a la entrada de este liwan. L�
lámparas enormes que los curiosos admiran ahora
en el museo árabe como modelos inimitables de
�ristalería y de orfebrería, servían para iluminar
esta penumbra. Pero aun así, siempre quedan, en­
tre estos muros inmensos, tesoros bastantes para
enriquecer cien alcázares. El adoratorio sólo, con
sus numerosas columnas que rematan los más
finos capiteles, con su pavimento de mármoJ blan­
co y de mármol rosa, con su bóveda de colores,.
con su fondo de mosaicos finísimos y con su am­
plio marco de jaspes y de pórfiros embutidos en
piedra azuil, es una joya de inestimable precio
artístico. A su lado, el mimbar, con su pórtico de
estalactitas áureas, eleva su púlpito a una altura
relativamente considerable. Todos los muros es­
tán cubiertos de arabescos, de mosaicos, de m­
crustaciones. En la parte superior, un friso in-
5 6
D,9;1;,ed by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
menso, de una riqueza de dibujo fantástica, os­
tenta entre adornos azules, verdes, rojos y ama­
rillos, las santas letras coránicas.

***
Si la Gamia del sultán Hasán es la más bella
del mundo, la de lb Tulún es, para los artistas, la
más venerable. Los que llegamos a ella después
de haber visto edificios posteriores, no podemos
dejar de encontrarla algo "fruste", como dicen
los franceses. Sus arcos, en los cuales han descu­
bierto los arqueólogos el origen de la ojiva, son
demasiado secos y demasiado escuetos. Ningún
mosaico los decora. Ninguna policromía . los ale­
gra. Apenas por sus bordes corre, como una fran­
ja, un austero motivo ornamental en el que aún
no se ven los delicados entrelazamientos de lo!>
motivos poligonales. Todos sus adornos son bi­
zantinos. Sus pilastras rectangular�s, con cuatro
columnas adosadas en sus ángulos, ofrecen un as­
pecto rudo. El artesonado es de vigas de sicomo­
ro sin color. Los muros, en fin, aparecen despro­
vistos de delicadezas y de matices, en su decrepi�
tud uniformemente gris. Sólo sus ventanas, con
los luceros calados del estuco, tienen algo de ale-

5 7 Dio u,ed hy Google


E. G ó ME Z CARRILLO
gre, de claro, de fino. Pero es preciso recordar
que tal cual hoy la vemos, esta mezquita, madre
de todas las del Cairo, modelo de casi todas las
del mundo, no es sino el esqu,-leto del monumento
primitivo. "Si nos atenemos a la descripción de
su inauguración, hecha por los historiadores ára­
bes--<lice Gayet-, debemos confesar que el efec­
to que su esplendor produjo fué maravilloso. La
ceremonia verificóse un viernes de Ramadán, del
año 265 de la hégira (siglo IX de nuestra era).
Entonces, magníficos mosaicos ornaban los mu­
ros hasta los frisos ; un pavimento de mármol cu­
bría el suelo, y sobre este pavimento había alfom­
bras de Behneseh. El Corán entero desarrollábase
en caracteres de oro sobre los pórticos, bajo un
friso de ámbar calado cual un encaje. El pabellón
de la fuente de las abluciones tenía una columna­
ta de mármol, y en medio había un surtidor que
llenaba un inmenso vaso de alabastro ; entre la
columnata veíase un enrejado de oro. El techo
del pabellón estaba cubierto de pebeteros y de
lámparas. En el santuario, la Kibla brillaba cu­
bierta de dorados y perfumada de esencias de
rosa, de sándalo y de azafrán. El mimbar y el
dekée eran de maderas preciosas. Cuando llegaba
1a noche, inmensas arañas de bronce iluminaban
el conjunto. En braseros de plata ardían las pas-
s 8
Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

tillas de �bar, cuyo humo y cuyo aroma llena­


ban de bruma suave el santuario." Y si a esta
descripción agregamos la leyenda árabe según la
cual el sultán Tulún tuvo necesidad de recurrir a
!a magia de los encantamientos para procurarse
los tesoros necesarios a la construcción de su
mezquita, estamos obligados a confesar que lo que
vemos hoy no es sino la osatura de una maravilla
que ya no existe. Pero aun tal como es, caduca
y gris, con sus muros que se desconchan y sus
artesonados que se agrietan, la venerable Gamia
conserva siempre una magnificencia arcaica que
nos permite darnos cuenta de la pureza del estilo
árabe en su maravillosa aurora.

***
Entrar en la mezquita Kait-Bey, al salir de Ib­
Tulún, es recorrer en un instante el espacio que
separa el principio y el fin de una civilización.
Kait-Bey, en efecto, representa el último alarde
grandioso del arte árabe. Después de ella, en el
largo período del dominio turco, ya no se ven sino
copias de edificios anteriores o tentativas origina­
les sin interés. La verdadera arquitectura religio­
sa de los mahometanos, muere con el siglo XV;

5 9
E. G ó ME Z CARRILLO
pero antes de desaparecer,· nos deja es-ta flor ad­
mirable que, en sus proporciones relativamente
reducidas, contiene toda la gracia, todo el perfu­
me, todo el color del ensueño que la inspira. Yá
desde lejos, el templo seduce con su esbeito mi­
narete calado, con su domo bulboso cubierto de
arabescos, con sus cresterías ligeras, con la pure­
za de sus líneas rectas, con la alegría de ,sus pie­
dras rojas y blancas. Sus ventanas superiores son
áe dobles arcos peraltados, y las inferiores tienen
rejas áureas. Su altísima puerta, de dibujo trilo­
bular, ostenta una greca de mármol negro con
incrustaciones de mármol blanco. Una vez en el
vestíbulo, vemos sobre nuestras cabezas una bó­
veda de estaJlactitas; y los bronces cincelados nos
rodean. Pero la verdadera impresión de palacio
encantado, de akázar de hadas, la experimenta­
mos al encontrarnos en el santuario mismo. No
es posible imaginar tanto lujo unido a tanto refi­
namiento. Es un oratorio para sultanas de las mil
y una noches; es la realización inverosímil de un
ensueño místico eternizado en oros, en jaspes, en
esma,ltes, en maderas preciosas. En cualquier lu­
gar donde nuestra vista se posa, algo nunca ima­
ginado noo embelesa. Cada mueble rituaJ es una
joya; cada detalle de ornamentación, un milagro;
en cada rinconciHo descubrimos una delicia. He
60 Dio u,ed hy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
aquí un taburete, un simple taburete para que al­
gún muftí se inmovilice en posturas de santidad;
he aquí una especie de pupitre sobre el cuarl se
coloca, en las horas del rezo, un Corán venera­
ble; he aquí una lámpara de bronce. Todos estos '
objetos, como los demás del culto, son admirables,
con sus incrustaciones, con sus arabescos, con sus
calados, con sus cinceladuras, con sus transpa­
rencias. Y ¡ qué decir del trabajo increíble de los
artesonados, en cuyas estalactitas finísimas se
mezcla el oro y el marfil sobre un fondo de floro�
nes celestes ! Hasta las vigas que sostienen los
lampadarios, son, gracias a su forma semicilín­
drica y a sus labores exquisitas, verdaderas piezas
<le museo. El mirab está cubierto de mosaicos
suntuosos, y el mimbar es uno de los más bellos
que existen en el mundo. La misma pequeñez de
esta mezquita parece meditada. No es un templo
para preces de multitudes, no; no es un santuario
para romerías delirantes. Es una simple ·capilla
aristocrática destinada a las meditaciones de los
poetas, de los santos y de los príncipes.

***
Cuando uno sale de la Gamia Kait-Bey no sien­
te ya deseos de visitar otros lugares sagrados.
6 I
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z CARRILLO
Cientos y miles quedan, no obstante, por verse.
La santa peregrinación no acaba nunca. En algu­
nas callejuelas, los alminares se siguen, en filas
interminables, como caravanas de piedra. Y casi
todas las casas de Alá y del Profeta contienen
algún tesoro; y todas encarnan alguna tradición
ferviente. La de Hakim es milenaria; la del Mar­
dani pretende ser la más vasta del Islam; la de
Muayyed se enorgullece de sus puertas de plata;
la del Azar da abrigo a más de , mil estudiantes
de teología; la de Amrú, con sus veintidós naves
paralelas, guarda, entre sus muros ruinosos, el
recuerdo de grandezas anteriores a la fundación
del Cairo mismo; la de Seyidna Hosein es !a mb
venerada por las mujeres; la del Bordeiny, osten­
ta vanidosamente artesonados de un lujo fabulo­
so. Otras hay que se envanecen de esplendores
menos respetables como la de Mohamed Alí que
está iluminada por enonnes lámparas de vidrio
fabricadas en Alemania. Pero todas, aun las que
no son obras perfectas, aun las que datan de la
época del mal gusto turco, todas, todas tienen el
encanto de sus patios, alegrados por las aguas de
sus fuentes, y refrescados por las hojas de sus
palmeras. Muy a menudo los fieles oran en estos
espacios libres, a la sombra de los altos muros
de finas cresterías. Porque en el Cairo son raras
6 2 º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

las . mezquitas cerradas por los euatro costados.


En general, la parte que da al mirab está abierta.
El clima permite esta particularidad, que <leja el
santuario libre para que penetren en él desde fue­
ra las preces y las palomas t I ). Que esto tiene el
inconveniente de suprimir el dulce misterio de las
penumbras, todos los poetas místicos lo recono­
cen. Pero los artistas hacen notar que de otro
modo las filigranas de los adornos serian menos
visibles. Para tanto mosaico, para tanto arabesco,
para tanto esmalte, para tanta cinceladura, la
gran luz es necesaria. Si los arquitectos y los de•
coradores cairotas hubieran podido contar con las
medias iluminaciones de otros pueblos, es proba­
ble que no habrían hecho el derroche que aquí
�dmiramos de acabadísimas labores. En Kait­
Rey los estucos de Córdoba parecerían groseros.
Lo que en el Cairo no es sino "trompe l'oeil" o
engaño, se nota en el acto. Pero hay que confesar
que casi todo es de una pureza admirable. Aún
los turcos del período bordjita, que en las líneas

(t) Según Valera, la mezquita de Córdoba tenía también uno


de sus costados abiertos, •A lo lar¡zo del cuarto costado del pa­
tio, que era el del sur-dice-, se extendía la parte techada del
templo con sus innumerables calles de columnas, no como pue­
de creerse, según su estado actual, cerradas por un muro. ·sino,
según el uso primitivo, como las más de las mezquitas de Orien­
te, abierto todo hacia el atio, de suerte que la vista podía pene­
trar desde la claridad defdía en la santa obscuridad de los arcos
y bóvedas.�
63 º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
generales de los edificios son ta:n poco artistas, en
1os ornamentos interiores continúan fa tradición
<le lo impecable. Gracias a este cuidado en el de­
taMe preciso y precioso, no existe, realmente, una
:sOtla Gamia, por moderna que sea, que no tenga
algo que admirar.

***
Mas ¿ cómo pretender verlas todas? Una vida
entera no bastaría para ello. ¡ Son tan numerosas
y ofrecen tanto que observar con despacio I Mu­
chas poseen, bajo la cúpu1a que corona el edificio,
·1.1na tumba santa o W1 sepulcro regio, que, sin
formar parte deltemplo, lo completa y lo compli­
-ca. Cada sultán mameluco, cada califa fatimita,
cada taumaturgo célebre, tiene su mezquita. Cuan•
do, entre los alminares rituales, alza su masa
bulbosa la rotonda obligatoria, ya se sabe que de­
bajo duerme su sueño eterno un gran creyente.
Una puerta, por fo general cubierta de incrusta­
ciones de bronce y de nácar, separa el santuario
propiamente dicho de este "turbé". Y tal es la
yeneración que las capillas fúnebres inspiran, que
1os árabes oran lo mismo ante el túmulo que ante
.el mirab, sin darse cuenta de que el Corán repu-
64
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
dia los ídolos, ya sean de carne y hueso, ya sean
de piedra, o de madera, o de cualquier materia. A
veces el sacrilegio llega hasta el punto de dar mu­
cha mayor importancia artística a 1a cripta mor­
tuoria del héroe o del santo, que al recinto de
Alá. Esto consiste en que no son los turbés los
que se construyen junto a la,s mezquitas, sino las
mezquitas junto a los turbés. Lo mismo que los
faraones que reinaron hace miles de años del otro
lado del Nilo, y que levantaron las pirámides, in­
verosímiles de enormidad, para enterrar sus ceni­
zas, los califas de las diferentes dinastías cairotas­
hicieron edificar las más bellas y las más grandes-.
rotondas para cubrir sus restos. El Egipto ha sido­
siempre el pueblo de 1a religión de la muerte. Bajo·
este cielo azul que no habla sino de vida, de amor,
de goce, las generaciones han pasado a través de
los siglos con la constante obsesión del no ser.
Pero si el sol, con su alegría, no ha logrado nunca
borrar las imágenes funerarias, por lo menos las
ha rodeado de color, de lujo y hasta, podría agre­
garse, de voluptuosidad. Las cavernas de Tebas,
donde yacen las momias regias, están, en efecto,
cubiertas de relieves policromos, y bajo las cú­
pulas del Cairo, los más brillantes mosaicos os­
tentan sus mármoles, sus jaspes, sus marfiles, sus
nácares. No existe una sola Gamia que sea un
6 5 º'º"'ed ,,Google
T.11. ,.,..,,.¡•n. ,1,,,. ln. '-•'11.n.nA 6
E. G ó ME Z CA R R I L L O

Escorial. Lo sombrío no es de este pueblo. En la


tragedia interminable de sus reinados, junto al
río color de sangre, la vida ha sido siempre color
de oro. Los sultanes sucumbían entre reflejos de
armaduras, y matices de mantos y de estandartes.
Estos matices, estos reflejos, los santuarios los
conservan y los eternizan. Apenas puede darse
uno cuenta de la riqueza de tonos de las mezqui­
tas. Desde las pilastras de lápiz lázuli de los mi­
rab, hasta los oros desteñidos de los artesonados,
las gamas son infinitamente variadas, gracias a
Jas piedras, a las sedas, a las maderas, a los es­
-rnaltes y a los metales. Hay un templo que se
1lama Azul y otro que se llama Rojo. Los demás
..debieran llamarse multicolores. Y así, lo que para
-tin creyente fervoroso ]_!lodrá ser, en la visita de
1os centemres de turbés célebres del Cairo, una
peregrinación fúnebre, no resulta, para nosotros,
los que aquí no tenemos ni preocupaciones de re­
ligión, ni entusiasmos de patriotismo, sino una
perenne fiesta · de los sentidos.

66 º'º"'ed ,,Google
III

LOS RESTOS DE LA RAZA MILENARIA

En l!l barrio C{lpto del Cairo.-EI tipo im,aria/Jk.-La sordido:,


la miseria.-Los herejes eutiquianos. -La liturgia copta.-La
catedral de Ba/Jilonia.-1.,a inmovilidad de las almas.-La 'llida
cgpta.-Misticismo I! inmoralidad.-Ignorancia:, mj>n'ticÍQn.­
EI suprnno uceptidmu,,

º'º"'ed ,,Google
H EMOS dejado muy atrás los bairrios árabes y
hemos atravesado las calles ruinosas del
Masr-el Kadima, la ciudad anterior a la conquis­
ta mahometana. A orillas del Nilo, las palmeras
anuncian jardines de suburbio. De pronto, un vas­
to muro agrietado sobre el cual se yerguen aún,
decrépitas pero altivas, las almenas guerreras, nos
corta el camino. Ahí, detrás de ese muro, se halla
la Babilonia copta, la capita;l de la antigua raza
egipcia convertida al cristianismo por el apóstol
Marcos. Todos los que vienen al Caiiro, aunque
no sea sino para pasearse ocho días guiados por
un cicerone, llevan a cabo la piadosa peregrina­
ción en honor de la casta en la cual se perpetúa
a través de las edades, en lo físico como en lo
moral, al pueblo de fos constructores de pirámi­
des. La sordidez y la decrepitud de las callejue­
las, que forman un dédalo indescifrable dentro
de las tapias de la vieja fortaileza romana,· son
acongojadoras. ¿ Cómo puede esta gente vivir en
69
º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CA R R I L J.. O

tan miserable reducto, sin aire, sin luz, sin agua,


y no degenerar? Cualquier gheto medioeval, de
aquellos en que los judíos perdían en pocos siglos
su fuerza y su belleza, es más habitable que esta
madriguera. Y, sin embargo, aquí el tipo mile­
nario consérvase en toda su pureza. Los hombres
) las mujeres que encontramos, parecen destacar­
se de los altos relieves de los templos tebanos. Es
la misma esbeltez rítimica, son las mismas cade­
ras estrechas, son las mismas caras de bronce
claro, son los mismos ojos negros y rasgados, son
los mismos perfiles de gavilanes. Viéndolos, se
nos ocurre también preguntamos cómo han podi­
do, a pesar de mil cuatrocientos años de dominio
árabe, salvarse de la absorción del pueblo conquis­
tador. En el campo, sus hermanos los felahs, con­
vertidos a la fe de Mahoma, dejan ver la influen­
cia que los cruces con los invasores determina
siempre en las poblaciones autóctonas.

***
Pero los coptos no son los felahs. Los coptos
han tenido siempre su religión como un baluarte.
Ni con los cristianos de otros países han querido
mezclarse, porque encarnando una herejía anti-
7 o
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

quísima, sienten siempre hacia las demás sectas


de Jesús el mismo desprecio que hacia los hijos
de Mahoma. Eutiques, el diabólico Eutiques que
los papas y los emperadores no se can�aron de
anatematizar durante la Edad Media y que para
nosotros no resulta sino una sombra vaga entre
muchas sombras desvanecidas, sigue siendo su
único doctor. Habladles de los teólogos de Cal­
cedonia, y los veréis sonreir con desdén. Hablad­
les de San Agustín, de San Juan Crisóstomo, de
San Jerónimo, y notaréis su ignorancia. Hablad­
les de los legisladores de Trento, y ni siquiera os
comprenderán. Para ellos, en efecto, todos los
conflictos se redujeron a la remota lucha de lo•s
difisitas y los monofisitas. Por ser monofisitas,
están aún considerados en Roma como heréticos.
Mas, a decir verdad, su herejía es tan inge:ma,
y hasta pudiera decirse tan inofensiva, que nadie
Jamás se ha encarnizado contra sus prácticas en
los tiempos de persecuciones y de fanatismo. "Je­
sús Nuestro Señor-aseguran-no tiene dos na­
turalezas, una humana y otra divina, sino una
sola: la divina". Y luego, para explicar esta .sin­
gularidad tratándose de quien se llamaba a sí
mismo el Hijo del Hombre, agregan que si en
un principio el Cristo pudo, realmente, participar
de la esencia humal'la y de la divina, al fin lo di-
7 T
D,9;1;,ea by Google
E. e ó ME z e A R R I L L o
vino absorbió en él lo humano. Examinado con el
criterio tolerante de nuestra época, tail sutileza de
metafísica dogmática apenas choca. Hacer del
Nazareno un ser superior a la especie mortal.
despojarlo de su aspecto visible y no querer ver
en El sino la divinidad, es hasta un homenaje que
debiera ser grato a todos los que creen con fer•
,or. Pero en los albores de la Iglesia, aquella gen­
til interpretación de la esencia dd Verbo sirvió
de pretexto a las más complicadas di-sputas de
frailes y de doctores. El concilio en el cual fué
proclamado el dogma del monofisismo, ha sido
bautizado con el nombre de "latrocinio efesiano".
Encairr1ar un latrocinio espiritual, ser hijos de
impostores excomul gados, representar el más vie­
jo de los cismas, no preocupa, empero, ni poco ni
mucho a los buenos coptas, cuyo misticismo, des­
pués de todo, casi no tiene de cristiano sino la
superficie. Ahondad en sus creencias, en efecto,
y notaréis que está Heno de elementos más anti­
guos que el mismo paganismo. Los dioses de
Menfis y de Teba:s han muerto en todas las al­
mas. Pero las supersticiones y los sentimientos de
que fueron símbolos, viven aún, envueltos en mi­
tos cristianos, en el corazón de estos últimos he­
rederos de la casta egipcia.
***
7 2
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

La liturgia copta es una de las que más intere­


san, por su antigüedad y por su carácter, a los
que estudian el cristianismo oriental. "Al entrar
en la iglesia-dice Schweinfurth-los fieles se
arrodillan ante las imágenes suspendidas en cada
uno de los altares y besan las manos de los sa­
cerdotes. El culto al cuail la comunidad asiste de
pie (apoyándose en muletas las personas débiles)
dura a veces cerca de tres horas, y consiste, so­
bre todo, en la lectura y en la recitación de los
Evangelios en lengua copta. El oficiante se hace
asi-stir por algún maestro de escuela y por un
coro de niños. Durante las recitaciones, los fieles
hablan entre sí sin el menor escrúpulo. Al cabo
de cierto tiempo, el sacerdote sale del hekal me­
ciendo un incensario ardiente, se mezcla a los fie­
les y pone la diestra en la cabeza de los que están
más cerca. La ceremonia de la Santa Cena termi­
na el culto ordinario. En la fiesta del bautismo de
Cristo, el 19 de Enero, los hombres y los niños
se sumer� en las fuentes bautismales o en el
Nilo, que un saoerdote bendice. La víspera de
esta fiesta, eil jueves santo y el día de los após­
toles, los sacerdotes les lavan los pies a todos los
fietles. El Domingo de Ramos se verifica la ben­
dición de los tocados de palma que los coptos
llevan luego durante todo el año en la cabeza,
7 3 D,9;1;,ea by Google
E. G ó ME Z CA R R I L I, O
bajo el turbante, para librarse de los peligros deF
cuerpo y del alma. Se da entre ellos mucha im­
portancia a un ayuno riguroso durante el cual
todo alimento de origen animal, como los huevos�
las grasas y el queso, están vedados." Después.
de leer esta página, yo hubiera querido asistir a
una misa en la iglesia de San Sergio. Pero mi
cicerone, que, como buen musulmán, detesta y
desprecia a los coptos, no me ha permitido ver
sino el final de la ceremonia. "Es lo único intere­
sante"-me ha dicho. Y, en realidad, si no intere­
sante, por lo menos curioso es. El oficio divino
toca a su fin ·cuando entramos en el vasto santua­
rio. Las mujeres están separadas de los hombres,
como en las mezquitas. Un olor penetrante en
el que se confunden las emanaciones animales y
los aromas sagrados, me oprime el pecho. El am­
biente está lleno de ruidos sordos que yo tomaría
por preces, si no fuera porque Schweinfurth nos
ha prevenido que los fieles de estos templos se
entretienen en charlar mientras el oficiante lee.
Poco a poco me abro camino, entre miradas hos­
tiles, hasta llegar a las inmediaciones del iconos­
tasio. El patriarca está ahí, ante el altar mayor,
rodeado de niños. Lentamente recita las últimn
estrofas de alguna anáfora de San Basilio. Su voz
es monótona, velada, cansada. El instante de la
7 4
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LA SONRISA DE LA ESFINGE

Santa Cena se aproxima. Los fieles, sin embargo,


no cesan de hablar, sin parecer dar gran impor­
tancia a los preparativos del tabernáculo, en don­
de se amontonan los panes entre jarros de vino.
Al llegar el momento supremp de ofrecer la san­
gre de Jesús a los que tienett hambre de ideal, et
buen patriarca toma su cáliz, lo lava, lo llena de
vino, moja en él un trozo de pan y se lo come con
franca glotonería. Luego va hacia los que esperan
la comunión y les reparte mendrugos igualmente
mojados en el jugo simbólico. La misa termina
así. Y el sacerdote desaparece entre las cancelas,.
como si se hundiera en el fondo de los siglos. Y
el pueblo, masticando el pan de Nuestro Señor,
se aleja, sin prisa, para ir a seguir soñando en sus
miserables habitaciones el vago ensueño de su
vida.

***

Cuando los 61timos fieles han desaparecido, la


vieja iglesia del apóstol San Marcos me parece
menos humilde, menos umbría, menos sórdida
que durante la misa. Muchos cirios se han apa­
gado, sin embargo. Pero la masa obscura ha des­
aparecido, la masa sin un solo adorno de color,
7 5
º'º"'ed ,,Google
E; G ó ME Z CA R R I L L O

la masa de túnicas negras, de turbantes negros,


<le velos negros, la masa que parece llevar eter­
namente el luto de su esplendor muerto y de su
independencia perdida. Ahora la luz del sol alum­
bra mejor los oros del a!ltar y de las capillas late­
rales. En los muros, los cristos de marfil se in­
movi•lizan en a.oti,tudes de una rigidez bizantina.
Los bajos relieves del iconostasio, con sus largo�
·cortejos de pastores y de reyes magos, con sus
santos hieráticos, con sus cenáculos de apóstoles
barbudos, tienen un encanto de arte muy cando­
roso y muy refinado. Los antiquísimos y veneran­
<lísimos caracteres egipcios que sirvieron en tiem­
po de los Tolomeos para celebrar la gloria de los
dioses de Grecia unida a la de los dioses de Te­
bas, proclaman, graves y secos, la conversión de
la raza a la religión de un solo Dios Omnipotente.
Y todo esto, aunque restaurado por sacrílegos de­
<:oradores modernos, conserva milagrosamente un
delicioso y enternecedor aspecto de vetustez in­
curable, que es la imagen misma de los fieles que
llenan el santuario a la hora de la misa.

***
En otro país, una comunidad como ésta, que no
_puede renovarse, estaría condenada a desapare-
7 6
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
cer en breve término absorbida por las iglesias
vigorosas que la rodean. Pero en Egipto todo se
eterniza a la sombra de las pirámides. Hoy la fe
copta es cual el agua muerta de un pantano. Los
sacerdotes no tienen seminarios ni hacen estudios.
¿ Para qué? Los fieles creen, porque sus padres
creyeron. En otro tiempo, por encima del monofi­
sismo, que no era sino una fórmula dogmática de­
fendida por unos cuantos centenares de patriarcas
ávidos de lucha, hubo, en el modo de sentir el
cristianismo de los egipcios, un fondo positivo
que correspondía a las necesidades de la vida. De
los primeros claustros coptos, en efecto, fué de
donde salieron esos innumerable evangelios apó­
crifos en los cuaJles Jesús, perdiendo, hasta cierto
punto, su excelsa humanidad de apóstol, adquirió
una gracia algo pueril de defensor de niños y de
mujeres. Lo que los hijos degenerados de los cons­
tntctores de pirámides necesitaban entonces, que
era de suaves protectores para salvarlos del láti­
go de sus amos bizantinos, romanos o árabes, bus-
. cábanlo en los relatos cristianos. Un Jesús ()Ue
por encima de todo predicara la mansedumbre y
la resignación, un Dios para esclavos incapaces de
revelarse, un piadoso vendador de heridas, un
prometedor de dichas futuras a fos que sufren
con paciencia en el mundo lleno de injusticias, he
7 7 D1gitized by Google
E. G ó ME Z CARRIL L O

ahí de lo que ellos habían menester y lo que en


las glosas místicas de Mateo y de Marcos encon­
traron. Hoy, afortunadamente, ya este bálsamo
no les es necesario. El nuevo régimen egipcio; le­
jos de tratarlos con crueldades injustas. parece
serles más propicio que a los árabes. "Lo� coptos
--dice Schweinfurth-viven generalmente en las
ciudades y se consagran de una manera exclusiva
a las profesiones y a los oficios elevados : son
relojeros, orfebres, joyeros, bordadores de oro,
sastres, tejedores, ebanistas, o bien son secreta­
rios, tenedores de libros, notarios, cajeros, fun­
cionarios públicos o comerciantes." Lo único que
aún conservan de su antigua situación de parias,
e� la sordidez en el vestido y en los aposentos.
Estas casitas del barrio de Babilonia son verda.
<leras ma<lrigueras sin luz y sin aire. Exterior­
mente, todas parecen a punto de hundirse; y en
cuanto a su interior, por lo que de él se ve por las
puertecillas entreabiertas, denota una pobreza que
oprime los corazones. Claro está que los que aquí
se amontonan deben ser los más miserables de la
especie. Pero, quizás porque el ambiente del ba­
rrio encerrado entre los muros de la antigua for­
taleza produce una impresión de extraña sordidez,
quizás porque realmente sor;i más desvalidos que
los demás habitantes del Cairo, la verdad es que
7 8
D,9;1;,ea by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
no hay rinconcillo árabe ni judío que en la in­
mensa Masr-el-Kahirá cause un efecto tan la­
mentable. "Si quisieran - dicen algunos-, po­
drían vivir mejor en lugares más sanos." Es evi­
dente, puesto que ejercen oficios lucrativos. Mas
bay que tener en cuenta que este suburbio mile­
nario, es para ellos, como su fe milenaria, una
reliquia. RenovaT, dentro de sus mentalidades, co­
:rresponde a destruir. Que los sacerdotes sigan le­
yendo textos cuya lengua nadie comprende, poco
importa. Son los textos de las épocas de los glo­
riosos Eutiques y de los santos Cirilos. Que la
·mayor parte de sus tradiciones sean leyendas mo­
mificadas lo mismo que los cocodrilos del museo
-ele antigüedades egipcias, lo mismo da. Esas le­
yendas son las que hicieron soñar a los hombres
-del primer siglo de .Ja hégira musulmana, que vi­
vían en estas mismas casitas ya entonces ruino­
sas, junto a esta iglesia desde un principio vene­
rable.

***
Además de ,ta basílica de San Sergio, que es
como la catedral de ,la fe monofisita, hay, dentro
de las murallas de la fortaleza de Babilonia, otros
cuantos templos muy frecuentados. En un espa-
7 9
D19;1;,ea by Google
E. G ó ME Z CARRIL L O

cio tan reducido, esto choca a los europeos. Nada.


sin embargo, tan natural Los egipcios cristianos,
como sus abuelos los adoradores de Isis, mezclan
la religión con todos los actos de su existencia.
El sabio Amelineau, uno de los que más a fondo
han estudiado el alma invariable del Egipto, hace.
notar que en tiempo de los faraones, la vida en­
tera del pueblo tenía por objeto las prácticas su­
persticiosas de la religión. Y luego agrega: "Lo
mismo pasa con los cristianos de las orillas del
Nilo ; su conversión no les ha hecho abandonar
nunca los hábitos de sus antepasados, ni ser más
temperantes o más castos que ellos. Mientras duró
la antigu a fe, tenían fos ,libros sagrados de Thoth
las encantaciones mágicas y los amuletos para pre­
servarse de los males. Cuando hubieron adoptado
la doctrina cristiana, adoptaron la Biblia, y no
contentos c<>n eso, se forjaron un inmenso arsenal
de profecías, de evangelios y de apocalipsis apó­
crifos. Para poner de a.cuerdo sus libros santos y
su fe, revistieron de apariencias cristianas todas
las supersticiones y magias del país. El procedi­
miento era cómodo y barato. En vez de nombres
de genios, de dioses y de espíritus egipcios, adop­
taron nombres de ángeles, santos, profetas y de­
monios, según la terminología hebraica o griega,
y todo quedó arreglado." Efectivamente, no hay
8 o
D,9;1;,ea by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

lugar en el mundo donde ·la religión sea tan fami,­


liar como en el Egipto cristiano. Desde aquellos
famosos solitarios del desierto que hablaban con
Jesús a todas horas y que emprendían a menudo
viajes imaginarios al paraíso, hasta los fieles ac­
tualies que en las mismas nimias operaciones .de la
vida hacen intervenir a sus santos preferidos, este
buen pueblo ha vivido en un perpetuo ensueño de
campechano misticismo. La charia general duran­
te la misa es un signo de tal estado de alma. No
viendo en Dios a un ser terrible, cual los judíos,
sino a un protector paternal, los creyentes no se
prosternan terrificados ante su grandeza. El úl­
timo pastor ;luterano consideraría como un sacri­
legio imperdonable el tono con que San Schemtdi
obligaba a los profetas y a Jesús mismo a inter­
venir en persona en los asuntos de su vida. Para
poner una piedra en una iglesia, es preciso que los
querubines intervengan;_ para encontrar un obje­
to perdido, la intercesión de un santo es necesa­
ria; para salvar a alguien de un mal sin importan­
cia, el médico irreemplazable es Elías o Jacob.
¿ Cómo extrañar, pues, que e,l clero sea tan igno­
rante y tan poco respetado entre los feligreses?
Cada copto sabe, sin haber leído un solo libro, lo
mismo que el patriarca. Imaginativo y rutinario,
el pueblo egipcio convertido al Cri6tianismo, se

1,o. ,onf'iaa. de la t8f/tt(JP-.


8 l
Oigtized ¡yG gle
E. G ó ME Z CA R R l L L, O
ha alimentado espiritualmente, a través de 1a Edad
Media, en 1a cual vive aún, d,e l�yendas poéticas
y de fantásticas supersticiones transmitidas de
generación en generación. Cuando los arqueólo­
gos descubren en las criptas de los conventos al­
gunos de esos relatos místicos que hoy se leen con
tanto interés en Europa, lo que más le sorprende
es averiguar que lo que a ellos les parecen verda­
deros hall�, no son· sino versiones remotas de
historias que los habitantes de 1a Babilonia del
Cairo o de los barrios coptas de Asiut siguen le­
gándose verbalmente con todos sus detalles. Bien
visto, lo extraño en esta tierra donde todo se
eterniza, no es que los coptos conserven siempre,
a pesar de la invasión mahometana, sus creen­
cias, sus costumbres, sus tradiciones y sus leyen­
das. Lo extrafio es que hayan perdido su lengua
primitiva para. adoptar el árabe de sus enemigos.
¿ En qué momento de imperdonable olvido veri­
ficóse este cambio de idiomas? ¿ Qué causas lo
determinaron? La historia no nos lo dice. Pero la
malicia atribuye tamaño crimen de leso naciona­
lismo, al fondo mercantil de la raza. Para comer­
dar con los vencedores, los egipcios no tenían
necesidad ni de abandonar sus hábitos, ni de cam­
biar de religión. Los que se convirtieron al maho­
metanismo lo hicieron por miedo o por falta de
11 -z
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

fe. Los verdaderos creyentes guardaron sus con�


vicciones, y sólo renunciaron a su habla, porque
el habla nueva era lo único indispensable para en­
tenderse con los invasores, para negociar, para
vivir, en una palabra. La idea de que el copto se­
guiría siempre siendo el idioma de los templos,
debe, por lo demás, haber calmado los escrúpul06
de los primeros renegados. "En lo espiritual-di­
jéronse, sin duda-, los textos escritos por nues­
tros abuelos serán eternamente los nuestros.,.
Sólo que, al pensa'l" así, no tuvieron en cuenta la
poca afición al estudio que sus sacerdotes demos­
traron desde las épocas primitivas. No hay clero,
en efecto, menos docto que el de los cristianos
egipcios. En los conventos, son raros los frailes
que saben leer. Entre los párrocos, la lectura es
una función mecánica que les permite recitar los
Evangelios sin entenderlos. El sacerdocio, por lo
demás, no es entre ellos una escuela de moral ni
de disciplina. Los patriarcas gozan del derecho,
no sólo de casarse, sino de tener varias mujeres.
Y esto no es nada. En un convento de Zawi-el­
Dir, los frailes ejercían, hasta en tiempos de Me­
hemed-Alí, la industria de fabricar eunucos. Y
cuando algún viajero cristiano les hacía notar lo
odioso de semejante tráfico, el archimandrita, muy
tranquilo, contestábales: "Siempre ha habido eu-
8 3
º'º"'ed ,,Google
E, G ó ME Z CARRIL L O
nucos, y siempre los habrá. Si nosotros no los
hiciéramos, otros los ha,rían, y tal vez más cruel­
mente. Hay que pensar también en que los escla­
vos reducidos a esa condición no son desgraciados,
puesto que viven en los harenes sin penas y sin
familia y están al abrigo de los deseos que ator­
mentan a los hombres en generaJ." Ahora, ya el
negocio de aquel famoso monasterio ha desapare­
cido gracias a las leyes impuestas por los ingleses,
y los antiguos vendedores de guardianes de huríes
se han convertido en mendigos. Cuando un copto
se hace fraile o clérigo, es porque no quiere o no
puede ganarse la vida de otro modo. Los que son
capaces de calcular o de intrigar, se consagran al
comercio, al funcionarismo, a la banca o a la usu­
ra. En ellos, como en los judíos, el misticismo y
la sordidez no se oponen al sentido práctico. En
tiempo de Gerard de Nerval, las familias coptas
vendían a sus hijas ante el "santón" o el cadí a
cualquier extranjero que deseaba contraer un ma­
trimonio de pocos días. Hoy ... hoy el pudor in­
gles obliga a fos padres de familia a hacer tales
mercados sin cadís ni santones.

***

º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

No vayáis, sin embargo, a indignaros contra la


manera de ser de esta gente, que mezcla la co,
rrupción con el misticismo. Tales cuales hoy los
vemos, los coptos encarnan admirablemente el
alma y las costumbres del antiguo pueblo egipcio.
La raza que había llegaido al mayor grado de cul­
tura cuando la vieja Grecia era aún sa.lvaje, y que
luego ha visto pasar a todas las civilizaciones hu­
manas ante la sonrisa impasible de su Esfinge, no
tuvo nunca una moral idéntica a la nuestra ( I ). Lo
que a nosotros nos parece como lo más serio,
para ellos resulta un simple juego de niños pe­
dantes. En su juventud, elfos también edificaron
templos más grandiosos que todos los que luego
han sido construídos por los hombres en el resto
del mundo. Ellos también lucharon contra las na­
ciones guerreras y conquistaron territorios inmen­
sos. ELios inventaron las artes, las ciencias, las
industrias. Ellos crearon los primeros dioses. Pero
mucho antes de que el Eclesiastés fuese escrito,
ya la idea de que todo es vanidad de vanidades y
que sólo el placer y la muerte son dignas de pre­
ocuparnos, anclóse de un modo definitivo en sus
cerebros. Vivir y soñar, vivir y gozar, vivir y es­
perar el fin de la vida, he ahí el fondo de su filo-

(¡) Véase el último capítulo de esta obra.


!I 5
º'º"'ed ,,Google
E. G ó .vi � Z CA R R I L L O
sofía, de su mora:l, de su religión. Comprendido
cna.1 lo explican los pastores protestantes, el cris­
tianismo les parecería una doctrina de bárbaros.
Lo que necesitan y lo que han puesto en la fe
evangélica, saturándola de paganismo y de magia,
es un manantial de ilusiones suaves y de consue�
los fáciles, que ayudan a recorrer el camino de la
existencia sin sentir grandes temores y sin hacer
penosos sacrificios. Por eso, sabios entre los sa­
bios, han querido detener el curso del evangelio
cuando aún no llevaba en su corriente sino imá­
genes inocentes y vagas de bondad infinita y de
perdón universal.

8 f,
º'º"'ed ,,Google
IV

LA UNIVERSIDAD CORÁNICA DEL CAIRO

En 1/ j.>atÍ# ú 1/-.A,�ar.-Mi/larts de futuros dodoru.-ÍA connú­


polü mútua.-La msdian,a y la disriplina.-La rimria orim­
tal.-.E/ CH6n, piedra angular de los ,1morimim/Q.t.-Los u/11-
lliantu:, /1>1 Hlnr()s.

D1gitized by Google
º'º"'ed ,,Google
A
L-penetrar en la venerable mezquita delAzhar,
lo primero que vemos es una infinidad de
grupos juveniles que animan el vasto patio milena­
rio. Hay ahí gentes vestidas de todos colores, tipos
de todas las razas de Oriente. Hay indios de enor­
mes turbantes, abisinios de rostros negros, arge­
linos de. chechias rayadas, persas de levitones
estrechos, sirios de túnicas claras. Los hay que se
inmovilizan en posturas de fakires; los hay que
leen en alta voz; los hay que hablan gravemente.
Y uno se dice viéndolos, que sin duda son rome­
ros venidos de los cuatro ámbitos del Islam para
celebrar alguna fiesta religiosa. Pero cuando se
vuelve una semana o un mes más tarde, y se en­
cuentra de nuevo a los mismos seres en los mis­
mos sitios, compréndese que no son peregrinos
que cumplen un rito. Sus mismas actitudes tan
diferentes de las que adoptan los fieles en sus
visitas a los santuarios, lo demuestran. Muchos de
ellos vuelven la espalda al mirab que indica la di-
8 9
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E. G ó ME Z CARRIL L O
rección de la Meca. Muy pocos parecen orar. To­
dos, en fin, están ahí, no como en la casa de Alá,
sino como en su propia casa. Porque esta mezqui­
ta no es justamente una Gamia, sino una Medre­
sé, una verdadera Universidad Coránica, de la
cual salen, después de seis años de estudio, para
ir a enseñar la buena doctrina en todos los pueblos
mahometanos, los doctores, los teólogos, los imam
y los muftis más respetables. Haber estudiado en
tal escuela, en efecto, equivale a pertenecer a una
categoría de privilegiados. No hay en Occidente
una aula que corresponda, como importancia, al
gran seminario cairota. Frente a la Sorbona se
yergue Oxford, y rivalizando con Heidelberg apa­
rece Upsal. En las tierras del Profeta, el cheikh­
el Gamia-el Azhar figura como el verdadero pri­
mado del Islam. Cuando, en cualquier tierra mu­
sulmana, un ulema puede enseñar sus libros de
estudio con las inscripciones que corresponden a
nuestros diplomas universitarios, todo el mundo
se inclina. Así, es de ver con cuánto entusiasmo
los adolescentes de las más remotas comarcas, que
sienten e] fuego sagrado en el alma, se encaminan
hacia la docta mansión, soñando ensueños de in­
finita sabiduría. Gracias a las costumbres y a las
tradiciones de la raza, la miseria no es nunca un
obstáculo para el que quiere aprender. No sólo la
90
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
enseñanza es gratuita, sino que, con los fondos
del culto, los jeques, en vez de mercar incienso,
compran pan y lo reparten cada tarde entre sus
discípulos. La. caridad pública, la solidaridad re­
ligiosa y la sobriedad de Oriente se encargan de
lo demás.
Al visitar las aulas y -los dormitorios es imposi­
ble no sentir ante esta gran modestia, ante esta
humildad de pobreza, una profunda admiración.
San Francisco de Asís habría besado en la frente
a los que así comprenden el renunciamiento de los
bienes terrenales. Ni en lo que se llama, con pom­
pa algo irónica, la Gran Sala de Audiencia de la
Intencia, ni en las larguísimas Bibliotecas, ni en
el Auditorio Principal, se nota el menor lujo. Pero
: qué digo lujo! La palabra sola es una irrisión.
Una modestia que sería sórdida si no fuera su­
blime, reina en todas partes. Las clases se dan en
el patio o en la mezquita misma. En esto no hay
ni sacrilegio, ni falta de respeto. Un templo, en
el Islam, no es una casa reservada celosamente al
rito. Es la casa de todos. Muy a menudo los cris­
tianos nos sentimos sorprendidos al ver echados
en las esteras o en las alfombras de los más ve­
nerables santuarios, a los fieles, que duermen. A
cualquier hora y cualquier día, el más miserable
de los mahometanos tiene derecho a llamar a la

9 J
º'º"'ed ,,Google
R GóMEZ CARRILLO

pµerta de la Gamia. La vivienda donde se ora es,


al mismo tiempo, el lugar donde el que carece de
abrigo puede refugiarse. Ahí van los que están
cansados; ahí van los que son perseguidos ; ahi
van fos que sufren. En su principio esencial, el
mahometismo, religión de ideailidad absoluta, no
tiene ni iglesias, ni sacerdotes, ni culto. La mez­
quita es un simple sitio de reunión para las preces
y los anhelos comunes. Los muftis y los imam son
hombres que recitan el Corán ante los que no sa­
ben leer, pero que no tienen derecho a una vene­
ración comparable con la que nos inspiran nues­
tros sacerdotes. Ningún traje particular los
distingue. No gozan de ningún privilegio. La
influencia de cada uno de dilos es personal y no
reposa en su dignidad, sino en sus virtudes indi­
viduales y en su propia sabiduría. Para los puri­
tanos, el mismo Mahoma no es sino un creyente
como los demás. "A sus ojos-dice Houdás-, el
Profeta no es acreedor a ningún sentimiento par­
ticular. Dios le <lió, es cierto, una misión especial;
pero una vez esta misión terminada, ya no fué
sino un buen musulmán igual a los demás y volvió
a ocupar su rango, del que sólo salió para luchar
contra los infieles."
En esta Vniversidad del Azhar, en medio de
los futuros doctores coránicos, se advierte la sen-
9 2

D,9;1;,ea by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

cillez sin pompa de la institución religiosa del Pro­


íeta. La disciplina es fraternal y suave. Una gran
familiaridad reina en el claustro. Todos los estu­
diantes son hermanos en Alá. Las vastas salas que
les sirven de viviendas, se ·hallan separadas, no
por categorías, sino por nacionalidades, casi pue­
de decirse por dia.lectos. En la primera están los
mogrebinos; en la segunda, los sirios; en la ter­
cera, los babilonios; en la cuarta, los indos ; en la
quinta, los del Africa septentrional; en la sexta,
los de la Meca; en la séptima, los del Alto Egip­
to; en la octava, los sudaneses; en la novena, los
del Bajo Egipto; en la décima, los hanefitas de di­
ferentes países. Entre esos jóvenes, que forman
un verdadero museo de todos los tipos orientales,
los hay de familias poderosas y los hay de estirpe
miserable. Nadie nota, sin embargo, diferencia
ninguna en la masa. La estera en que duerme el
altivo bagdadita de rostro de ámbar y de mirada
de águi;la, es igua.I a las que sirven de lecho al
paria de la India y al negro de Etiopía. La morail
de Alá, que ama del pr<;>pio modo a todas sus
criaturas, nivela las condiciones sociales. El Pro­
feta, por su parte, limita el círculo de los conoci­
mientos y de las ambiciones científicas, encerran­
do todo el saber humano de las páginas del Corán.
***
9 3
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E. G ó M H Z CA R R I L L O
Claro que para un europeo que se coloca en el
punto de vista de los progresos pedagógicos mun­
diales, el Azhar no presenta sino un espectáculo
de barbarie. ¡ Diez mil alwnnos y cuatrocientos
profesores amontonados en un edificio obscuro,
sin higiene, sin confort, ¡ oh, crimen I Y si lo rela­
tivo a la salud del cuerpo es inverosímil en pleno
siglo XX en un país que fa rubia Inglaterra cree
dominar, lo que se relaciona con el alimento del
cerebro es más increíble aún tratándose de una
Universidad que se llama modelo. ¿ Modelo de
qué?... ¿ De barbarie?... El duque d'Harcourt,
que presenció la apertura de un curso, hace años,
describe así el método didáctico del gran estable­
cimiento: "Dans une vaste cour, entourée de por­
tiques, des centaines ou meme des milliers de jeu­
nes gens accroupis, par groupes d'une vingtainc
chacun, en cercle autour du maitre, laissant á pei­
ne un étroit passage entre eux, balancent la tete
et les épaules sans aucume interruption, en criant
leur le¡;on de tout la force de leurs poumons. 11
est impossible de ne pas se demander en voyant
tous ces corps se démener machinalement, profé­
rant non moins machinalemente des sons, si l'on
est bien vraiment en présence d'etres intelligents.
On s'arrete, et la pensée se reporte a ces cours du
College de France ou de la Sorbonne, ou un public
94
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
immobile attend dans un silence attentif la parole
<l'un gran maitre. Ici aussi, daos ce tumulte, ce
sont des étudiants; mais l'attention, la réfkxion
.leur sont-elles possibles, au milieu de ces classes
a
hurlant qui mieux mieux des le<;ons différentes?
Est-ce pour étourdir les éleves et les empecher en­
core de se reposer sur une pensée, que l'on exige
d'eux cette perpétuelle agitation du corps, sem­
blable a celle des animaux sauvages enfermés dans
une cage ?" Ya me figuro lo que un educacionista
serio, de los que ahora descubren un nuevo mé­
todo cada día para enseñar sin fatigar, pensará de
,este sistema bárbaro. Pero los que no buscamos
.en Oriente .tos resultados iniciales de la cultura
europea, sino que, por el contrario, tratamos de
descubrir la persistencia de las antiquísimas tra­
<iiciones · árabes en su estancamiento impasible, go­
zamos muchísimo ante este cuadro de la vida de
bace mil años. "Así fueron-nos decimos-aque­
llas famosas Universidades españolas de las cua­
les salieron, para espantar al mando con su sabi­
<luría, los teólogos y los retóricos cuyas vidas nos
refieren, en sus historias, el docto Abul-Welid­
Abdalab-lbn-el-Faradi y su no menos docto con­
tinuador Abul-Kasim-Khalaf-Ibn-Ba<:hknal." El
movimiento del cuerpo, el perpetuo clamor, la es­
pecie de inconsciencia en el acto de la nutrición
9 S
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E. G ó ME Z CA R. R i r, r. r
espiritual, datan, en efecto, de-la época más leja­
na y se perpetúan, como ritos, a través de las
evoluciones y de las revoluciones. La monotonía
automática, invariable, incansable, interminable.
corresponde a la ciencia que la inspira y la con­
serva. Porque lo que ahora se aprende en el Cairo,
es lo mismo que se aprendía hace diez siglos en
Córdoba, en Granada, en Sevilla, en Bagdad, en
Basora, en Damasco, en Medina: la religión ante
todo, y después de la religión, la jurisprudencia,
que no es sino el conocimiento de las leyes corá­
nicas en lo que se relaciona con el hombre, y des­
pués de la jurisprudencia, la lógica, la retórica, la
gramá,tica, las matemáticas y la geografía. "Todo
eso-dicen los viajeros-un bachiller en Europa
lo sabe a los quince años, a,l prepararse a empren­
der sus verdaderos estudios." Puede ser. Pero los
árabes no necesitan más. Su verdadera ciencia
está en el Corán y en las tradiciones que se de­
rivan del Corán. Los cuatro discípulos de Maho­
ma, Oboyy ben Kab, Moad-ben-Djabal, Zeid-ben­
Thabit y Abú-Zeid-Anzari, oyeron probablemente
las lecciones del Profeta durante los diez años de
la predicación de Medina, ,!o mismo que los milla­
res de seminaristas del Azhar escuchan hoy las
enseñanzas de los jeques cairota:s. La jurispru­
dencia está'en el Libro Santo; la gramática con-
96
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

siste en saber cómo debe leerse el Libro Santo;


la retórica es fa imitación de la lengua del Libro
Santo; la '1ógica se encuentra en fas argumenta­
ciones del Libro Santo. Si existiera un texto es­
crito por las manos mismas de Mahoma, la supre­
ma sabiduría consistiría en aprehderlo sencilla­
mente de memoria. Sólo que, con la Biblia
musulmana, pasó en un principio lo mismo que
con los Evangelios. Los cuatro evangelistas ára­
bes, como -los cuatro apóstoles judíos, no redac­
taron la:s enseñanzas que recibieron sino mucho
después de la muerte del Maestro. El kalifa Ornar
exigió, para cada "surata", el testimonio concor­
dante de dos testigos, lo que hizo eliminar muchos
discursos que . sólo un discípulo recordaba. Entre
los antiguos creyentes, el sagrado texto primitivo
no gozó de un prestigio absoluto. Los chiitas que­
jábanse de que faltara en él lo relativo a 1a divi­
nidad de Alí, y los persas y los sirios entablaron
una polémica larguísima sobre la manera de com­
prender cada una de las redacciones existentes en
el primer siglo de la hégira. Para obtener una es­
critura canónica, el kalifa Othman tuvo que orde­
nar al sabio Zeit-ben-Thalit que, en su calidad de
discípulo de Mahoma, reuniera todos los coranes
que existían e hiciera con ellos un libro definitivo.
Cuando este libro estuvo concluído, las versiones

9 7
La •cmrisa de la u{lnge. º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
anteriores fueron quemadas. El texto que hoy po­
seemos, es, pues, e-1 de Zeit-ben-ThaJit. Mas si los
otros dejaron de existir como Evangelios, muchas
de sus páginas se conservan siempre en las tra­
diciones. Y las tradiciones son el complemento
obligatorio del Corán. Seis libros las guardan y
las codifican. Seis libros no nos parece enorme.
Mas hay que ver que sólo los dos de El-Bohari�
que son los últimos, contienen 7.275 tradiciones.
Y todo esto hay que aprenderlo. Y también hay
que aprender a aprenderlo. Y, además, hay que
aprender lo que, en ello mismo, no debe apren­
derse. Los árabes son teólogos de una sutileza
terrible. La obra famosísima de Ibn Salamá, indi­
ca de un modo metódico "los pasajes del Corán
que se contradicen o se abrogan los unos a los
otros." Que haya contradicciones en el Evangelio
mahometano, no debe extrañarnos a los cristia­
nos. ¿ En qué Santa Escritura no las hay? También
existen contradicciones en los tratados que ense­
ñan a leer el Corán. Y todos estos textos datan,
en general, de mil años.

***
Para los árabes, la ciencia no tiene un valor in­
discutible sino cuando ha sido consagrada por cen-
9 8
º'º"'ed :,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

tenares de generaciones. La gramática misma es,


entre ellos, el eterno comentario de tratadistas de
la Edad Media. El Adjorrumiajya de Ibn-Adjo­
rrum, escrito a principios del siglo XIV, resulta
ser todavía, en nuestra época, la base de los estu­
dios lingüísticos del Islam. Los sabios actuales se
desvelan agregándole infinitos comentarios y glo­
sas ; pero la doctrina es siempre la misma. ¿ Para
qué cambiar, si la lengua que se quiere aprender
no es la que el pueblo habla, sino la que cultiva­
ron los redactores del Corán? Cada ciudad, cada
tribu puede tener, para sus relaciones corrientes.
un dialecto especiaJ, que se transforma, vive, pal­
pita. El idioma literario es único e invariable. Y
así como en el espíritu del Corán está toda la teo­
logía y toda la jurisprudencia, así en su forma
está toda la retórica, toda la gramática, todo el
ritmo. Todo el ritmo, sí, pues no basta con saber­
lo comprender y con saberlo leer. Hay, además,
que saberlo salmodiar. Esa perpetua repetición en
ailta voz que el duque d'Harcourt toma por un sig­
no de automatismo inútil en el modo de enseñar,
es, realmente, una lección interminable de santas
modulaciones. Los versículos del Profeta no se
recitan como un cuento del "Kitab Elf Leila wa
Leila", o como un capítulo del "Nozhat-d-Deje­
lis wa Monyat el-abid el-anis", sino que se canta

99
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E. G 6 ME Z CA R R I L L O

según una sabia pauta de melifluas vocalizacio­


nes. Si un antiguo cailifa se despertara de pronto
del sueño eterno en su turbé incrustado de nácar,
a la hora en que los muftis y los ulema:s ejecutan
sus melopeas, figuraríase oir las mismas voces que
lo deleitaron en vida hace diez siglos. De genera­
ción en generación, los ritmos se transmiten, siem­
pre iguales, a la sombra de los pórticos, siempre
propicios. Y no constituye uno de los menores
atractivos del rituail mahometano esta dulce, esta
lenta, esta perenne romanza mí·stica que pone una
música dé misterio en fas palabrais del Maestro.
Aquí en la Universidad del Azhar, donde se en­
cuentran los más sabios doctores y los más sutiles
retóricos del Islam, hay voces que atraen desde
los confines del Asia y del Africa a los fieles. En
el barullo de las clases, en las horas en que los
diez mil estudiantes convierten la inmensa mez­
quita en una pajarera alborotJ1,da, la:s notas, lejos
de seducirnos, nos chocan y nos desconciertan.
Pero cuando, en medio de un grupo aislado, un
jeque recita solo, ante sus discípuJ.os silenciosos,
una página del Profeta, la singular salmodia nos
encanta con sus trinos que suben, que bajan, que
palpitan y que forman en el espacio algo como un
murmullo de alas sagradas.
***
I O O
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFING,E
Desde hace tiempo se habla, en el Cairo, de
modernizar esta Universidad milenaria y de in­
troducir en sus programas nuevas materias y en
su enseñanza nuevos métodos. Ya en tiempo de
Mehemed-Alí, gran progresista que creía hacer
una obra trascendentail aJ cambiar las antiguas
lámparas de una mezquita por arañas fabricadas
en· Alemania, tr-atábase de dar un gran impulso
al viejo seminario. Lo único que hasta hoy se ha
hecho, no obstante, es implantar el estudio de la
geografía, que antes estaba proscrito de sus cla­
ses. Esto que es algo, parece, naturalmente, mu­
cho a los tradicionalistas y no parece nada a los
reformadores. Los jóvenes egipcios y los jóvenes
sirios que han estudiado en la Sorbonne, de París,
y que escriben en los diarios del Cairo y de Beirut.
sueñan en transformar por completo el plan de las
veneraJ?les aulas. "Es preciso más ciencia y me­
nos· retórica"-dicen-. Y agregan: "En tiempo
de nuestro esplendor, los matemáticos, los astróno­
mos y los médicos árabes, eran los más sabios del
mundo." A esto los ulemas y los muftis contes•
tan : "En cuanto abramos las puertas de nuestros
doctos santuarios a los métodos nuevos, los ene­
migos de nuestra religión penetrarán, con sus li­
bros, hasta el fondo de nuestra aJma." El gran
problema, pues, está en saber cosas nuevas sin
I O I
D1gitized by Google
. . E. G O ME Z CA R R I L L O
oh·idar las cosas antiguaJS, en adquirir nociones
útiles sin perder los sentimientos esenciales. ¿ Es
esto posible? Algunos que han visto en Túnez las
e.5cuelas mahometanas creadas por los franceses
con un profundo respeto de las tradiciones, asegu­
ran que sí. Un día u otro, algún cheick-ul-islam
hará la gran reforma. Además de la geografía,
impondrá la física, la química, tal vez la anato­
mía. Esto alargará algo los cursos, y los estudian­
tes, en vez de pasar cuatro o seis años a la sombra
<le los claustros, emplearán ocho o diez en hacer
su carrera. El tiempo, en el Oriente donde las ho­
ras no se ven marcadas en los relojes, sino que
se oyen cal.1!t:ar en los alminares, tiene un valor
relativamente precario. ¿ No es la vida un sueño
y no es la ciencia un sueño de sueños? Los semi­
naristas soñarán más días, soñarán más cosas.
Pero ¿ quién se atreverá jamás a suprimir lo que
constituye el fondo mrsmo de la educación islá­
mica? ¿ quién atentará con manos criminailes a la
integridad de ,los conocimientos indispensables?
,.;_ quién osará desterrar de su santuario a los fan­
tasmas ancestrales?... Agregar, puede ser. Qui­
tar, nunca. Dentro de un lustro como dentro de
un siglo, mientras el a:lma del Islam no haya cam�
biado, el espectáculo espirituail del Az11ar será el
<le hoy, el de ayer, el de siempre. Los jeques de
I O 2
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

barbas blancas salmodiarán, sin descanso, las su­


ratas coránicas, y explicarán las cien mil tradicio­
nes de los libros santos, y disertarán sobre el va­
lor de las vocales en las frases, y repetirán que la
jurisprudencia es la palabra de Alá aplicada a
las relaciones entre los hombres. Los estudiantes
tendrán las mismas cara:s prematuramente graves
y los mismos modales lentos, corteses y serios. ·
Entre Tos murmullos de las clases, las palomas de
la mezquita volarán de viga en viga, poniendo el
reflejo palpitante de sus alas sobre los esmaltes
quietos de los muros. El almuédano indicará con
sus trinos invariables las treguas de las preces
que interrumpen las ,lecciones. En los ojos negros,
el mismo ideal de misticismo encenderá fuegos
profundos de fe inquebrantable. Y por la tarde,
cuando el rumor sabio se apague bajo las naves
del inmenso recinto, los mismos grupos irán a
pasear por las inmediaciones sus insondables nos­
talgias de arenas lejanas y de palmeras ·remotas,
entre el barullo de los que viven una vida vana
porque no conocen ni los encantos inefables de la
retórica, ni los santos coloquios de la teología ...

***
I O 3
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E. G ó ME Z CARRILLO

Al salir de la docta Medresé, detrás de un gru­


po de seminaristas, notamos en las callejuelas del
barrio, entre tiendecillas que ya hemos visto en
muchos sitios y mercaderes iguales a los de cual­
quier zoco, otros mercaderes más dignos de aten­
ción y otras tiendecillas · más extrañas. Son los
libreros y son las librerías. Pero un librero, en el
Cairo, no es un hombre que sólo vende libros. Es.
al mismo tiempo, un bibliófilo y un sabio. Cuando
no acaricia voluptuosamente, con sus manos tar­
das, alguna preciosa encuadernación ornada de
arabescos áureos, engólfase en largas lecturas teo-:
lógicas. Para obtener de él una respuesta, es pre­
ciso llevar poca prisa. "Deseo-dice el compra­
dor-un ejemplar de los Cantares de Abul-Fera<lj­
el--Isfahani._" El vendedor termina la página co­
menzada, cierra el tomo, se quita las gafas, y al
cabo de diez minutoo empieza a buscar. Sólo que,
eso sí, cuando adivina en el cliente un erudito
digno de ser servido, no se contenta con darle
una edición cualquiera de la obra que pide. Una
tras otra, va sacando de las cajas empolvadas, o
de los estantes decrépitos, los más antiguos y los
más preciosos incunables. Los abre. Hace ver 1a
fecha. Elogia los ca.racteres cúficos de los títulos.
Indica las variantes introducidas por los comen-
tadores. Y cuando sus ojos fatigado¡ y dulces tro-

I O 4
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
piezan con una frase en la cual se alaba la gran­
deza de Alá, 11évase la mano al pecho e inclina
reverentemente el busto. Pedidle cualquier obra,
por rara que sea, y, si no la tiene, os indicará en
qué biblioteca podéis consultarla. Pedidle los poe­
tas más antiguos, los cuentistas más libertinos,
los noveladores más heroicos, los historiógra fos
más especiales, los gramáticos más esotéricos.
Todo lo conoce, todo lo sabe, de todo habla. Mas
no le pidáis el Corán. En un estante separado del
resto de su librería guarda, por docenas, por cen­
tenas, en ediciones miserables y en ediciones prin­
cipescas, el Santo Libro. A cualquier árabe que
lo visita le enseña sus tesoros de literatura pro­
fética. A cualquier árabe que se acerca le ofrece
la Biblia de su religión. Pero a vosotros, los in­
fieles, no, porque sería un sacrilegio. En sus con­
sejos prácticos, los Baedecker y los J oanne os
advierten que "ces marchands ne montrent qu'avec
répugnance aux étrangers l'ouvrage de Mahomet".
En realidad, no es sólo repugnancia lo que sien­
ten. Es un temor supersticioso. Los Coranes, en
las inmediaciones del Azhar, están reservados a
los sabios profesores y a los devotos alumnos de
la Medresé. Cuando, cansados de disertar sobre
los sistemas de las interpretaciones religiosas de
Habú-Hanifa, Ech Cháfei, Maek y Hanball los
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E. G O ME Z CA R R I L L O

jóvenes teólogos abandonan los claustros de su


Universidad y van a pasearse entre las callejue­
las del Muski, no dejan nunca de penetra:r en las
librerías para ver por la milésima vez las raras y
ricas ediciones de los libros de Bag,dad, de Da­
masco, de Stambul. Y entonces el marchante, des­
-cuidando a los olientes laicos, desdeñando a los
curiosos infieles, no tiene inconveniente en abrir,
con manos devotas, sus tesoros místicos. En rea­
lidad, el barrio entero parece pertenecer a los se­
minaristas de la gran mezquita. Los más orgullo­
sos joyeros como los más humildes aguadores, los
más frívolos juglares como los más graves cam­
bistas, todos los que llenan las encrucijadas cono­
cen y veneran a los que meditan entre los muros
de la Santa Gamia. Y todos, aJ verlos pasar, tie­
nen pa·ra ellos un saludo famíliar y reverente en
el cual hay algo de devoción y algo también de
piedad.

I O 6
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V

EL ARTE ÁRABE

El rdica,io de los es¡,lmáores.-E/ arte ára/Je y sus secretos.-L>s


maravillosos a/ge/Jrista..r.-Pa/acios antiguos.- La escritura sa­
grada.-Una rasa artista sin artistas.- f.o que vemos en el

museo.- La/Jores de magos.

º'º"'ed ,,Google
•JI
H
AY en la famosa "Topografía" de Makrisí un
inventario de los tesoros del califa Mostan­
se-B-Illah, que hace soñar como un cuento de las
mil y una noches. "Un cofre--dice-lleno de esme­
raldas magníficas; un collar de perlas que valía
ochenta mil dinars ; siete W aibah de perlas, rega­
lo del emir de la Meca; m�l doscientas sortijas
con piedras variadas; un gran número de platos _
de oro, esmaltados de colores; nueve mil cajas de
diferentes . formas, de maderas preciosas, ornadas
de oro; cien copas con el nombre del califa Arun­
er-Rechid; varios cofres con tinteros de diversas
formas, de oro, de plata, de sánda:lo, de ébano del
país de los qindjes, de marfil, enriquecidos de pe­
drerías y todos notables por el trabajo; otros co­
fres llenos de ánforas de oro y de plata, de lo más
perfecto; infinidad de vasos de fayenza, de todos
cplores; muchas tazas de ámbar de Caldea; una
estera de oro, de diez y ocho roks de peso; vein­
tiocho platos de esmalte de oro; cofres repletos
I O 9
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E. G ó ME Z CARRIL L O
de espejos con mangos de esmeraldas, de perlas y
de cornalinas; cuatrocientas grandes jaulas de
oro; diferentes muebles de plata y seis mil jarro­
nes de oro; un gran número de cuchillos de gran
precio; un turbante de un valor de ciento treinta
mil dinars; un pavo real con ojos de rubíes y plu­
mas de esmalte ; un gallo con cresta de rubí y
cuerpo de pedrerías ; una gacela de perlas; una
mesa de sardonia; una palmera de oro y perlas ;
treinta y seis mil piezas de crista:leria; una inmen�
sidad de alfombras de todos matices, entre las que
había mil con figuras de diferentes dinastías; una
pieza de seda del coster, con fondo azul bordado
de oro." Y el inventario continúa así, a lo largo
de las páginas, desenvolviendo sus tesoros con
soberbia monotonía.
¿ Por qué acude a mi memoria este catálogo de
riquezas perdidas, al encontrarme hoy en el mu­
seo árabe del Cairo? Aquí no hay ni amontona­
mientos de esmeraldas, ni millares de sortijas, ni
corrales de aves encantadas. Las salas, decoradas
modestamente, carecen de vidrieras llenas de jo­
yas que puedan compararse con las de su herma­
no el museo de las anti�edades faraónicas. Puer­
tas de viejas mezquitas, lámparas de palacios prin­
cipescos, damasquinados enmohecidos, fayenzas
rotas, mosaicos incompletos, muebles antiguos, ce-
I I O
D,9;1;,ea by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

tosías de ventanas morescas, vaciados de yeso ,.


bronces labrados, telas desteñidas, he ahí lo que
constituye el fondo de la prestigiosa galería. Los.
oros y las pedrerías no brillan sino por su ausen.
cia. Pero es tal la delicadeza, tal el lujo, tal el
refinamiento del arte árabe, que aun en medio de­
materia:s sin valor intrínseco, experimentamos la·
sensación de la riqueza más fabulosa. Cualquier
azulejo luce como un joyel. En todos los alfanjes,
los rayos del sol prenden chispas multicolores. Las
más modestas vidrieras parecen, con sus embuti­
dos de cristales de mil colores, muestrarios de ge­
mas preciosas. Y, además, cada inscripción nos.
sugiere imágenes de esplendores regios. Este mo­
desto fragmento de 1lino de Misr, fué tejido por
orden del califa Al-Amín, hijo y sucesor de aquel:
buen Arun-el-Rachid de los cuentos fantásticos�
esta lámpara, cubierta de arabescos y de flores,
lleva el nombre del sultán Hasán ; esta lápida de­
mármol, conmemora la construcción del palacio
del jedive Abbas I; este mirab fué fabricado se­
gún los planos del visir Badr--el-Garnoli; esta pla­
ca de cobre rojo, fué puesta en la mezquita de Ib­
Tulún por su maje�ad Mailik-el-Mansur: este
candelero perteneció al emir Mohamed ; este vela­
dor de sicomoro, con incrustaciones de marfil,
formó parte del mobiliario íntimo del sultán Chaa-
r T T
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E. G ó ME Z CA R R I L L O

ban. ¿ Cómo sustraernos, pues, al fetichismo de


tantas reliquias? Tocando con nuestros dedos vul­
gares, apenas manchados de tinta, los objetos que
aquellos gloriosos señores de horca y cuchillo aca­
riciaron con sus manos gloriosamente teñidas de
sangre, sentimos revivir las épocas casi fabulosas
del supremo esplendor árabe. Y, poco a poco, el
museo se convierte en alcázar, animándose con
murmullos de antaño, embelleciéndose con tesoros
fabulosos, poblándose de seres fantásticos. De los
altos pebeteros de bronce, sale un aroma de divi­
nas cosas muertas que reviven.

***

Lo que más sorprende en el . arte árabe es el


contraste inexplicable entre sus efectos, infinita,
mente variados, y sus motivos, estrictamente re­
ducidos. Fuera de dos o tres combinaciones de lí­
neas que se mezclan y se repiten sin cesar, los
ornamentistas "bedauis" desconocieron la extra­
ordinaria multiplicidad de los aspectos de las co­
sas y de los seres. En ninguna parte se descubre
algo que pueda compararse con el florecimiento
de imágenes tiernas o monstruosas que convierte
nuestras catedrales góticas en verdaderas áreas de
I I Z
D,9;1;,ea by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

Noé. Fuera de las estailactitas, na<bl se destaca


con fuerza de los muros o de los techos. Nunca
una figura que se salga de la piedra; nunca una
gárgola que alargue su cuerpo en los frisos; nun­
ca una invención inspirada de manera directa en
la na.turaleza. El escultor cincela las superficies
planas, sin ahondar mucho en las maderas, en los
estucos, en los mármoles, en los bronces: el re­
lieve le basta. El pintor es un iluminador que no
desea sino animar de un modo convencional los
conjuntos. Y para llevar a cabo sus obras, estos
artistas nada piden al modelo vivo tal cual existe
en la naturaleza. Más que artistas, en verdad, son
poetas matemáticos, soñadores algebraicos. Sus
labores resultan combinaciones meditadas, estili­
zaciones lentas, símbolos místicos. Sus imágenes
apenas recuerdan la fuente inicial de toda inspi­
ración, es decir, de la vida misma. ¿ Qué queda,
en efecto, de las corolas en los arabescos, de las
flores en los florones, de las ramas en las espira­
les? Nada o casi nada. Nada de positivo y de real
en todo caso. Lo que en su lejano origen debió
ser una alegoría vegetal, llega a convertirse en
una rosácea abstracta, en una estrella intrincada,
en un torbellino de líneas superpuestas. Y para
aumentar la sensación de lo fantástico, los colores
cambian tanto como las formas. Donde en la na-
t 1 3
- J,a ,<0'1ri1a d, la es/1,nge. º'º"'ed ,,Go gle
:E. G ó M E Z CA R R I L I. O

turaleza hay tonos francos, verdes, rojos, los ára­


bes ponen armonías de matices fugaces realzadas
por el perpetuo derroche del oro. El profesor Ga­
yet, que estudia científicamente la técnica de es­
tos grandes decorados, cree poderla resumir en el
mecanismo de la poligonía. "La ley general-dice
-reposa en este .principio: la suma de los ángulos
determinados alrededor de un punto de intersec­
ción de dos o más líneas, es siempre igual a cua­
tro ángulos rectos. Penetrándose de esta ley, los
algebristas trataron de reunir los polígonos en
formas diversas. Luego, seguros ya del procedi­
miento no tuvieron sino que escoger el tipo de
figura inicial de sus composiciones, conforme a la
impresión que deseaban provocar. El resto no fué
sino un cálculo basado en el polígono complemen­
tario derivado." Y agrega: "En esto reside todo
el secreto de la estética obtenida por medio de la
poligonía." ¿ Puede haber nada más sencillo y
más matemático? Los decoradores, asi dueños de
una clave invariable, no tenían necesidad sino de
aplicar paciente y metódicamente los cánones in­
variables. El arte, en su esencia, convertíase, pues,
en oficio. Pero este oficio, en sus resultados prác­
ticos, llega a producir una impresión de poesía,
de ensueño, de ideal, de vida fantasmagórica y
de misticismo abstracto, mucho más intenso que
1 1 4
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LA SONRISA DE LA ESFINGE

el de cualquier escuela de Occidente. No hay alas


de querubines, ni vuelos de palomas eucarísticas,
ni ondulaciones de veJos sa�dos, que suban tan
alto cual las secas y preciosas figuras de los ara­
bescos. ¿ Cómo explicamos tal fenómeno? Cientí­
ficamente hablando, los sabios nos dicen: "Por las
apariciones y las desapariciones de las imágenes
que se perfilan y se desvanecen de pronto en la
red de los entrelazados, hásta llegar a alucinar­
nos." Alucinamos, esa es la .palabra. Tanta deli-
. <:adeza y tanta fantasía, tanta abundancia y tanta
preciosidad, tanta imaginación y tanto esplendor,
nos hacen salir de la vida real para precipitamos
en un universo de visiones ideales. Conte!llplando
estos objetos labrados y esmaltados no pensamos
nunca que hayan podido ser hechos para criaturas
como nosotros. Son labores de magos para perso­
najes de leyenda.

***
Uno de los motivos más variados y más fre­
cuentes del arte árabe, es la escritura. En los vas­
tos muros de las mezquitas como en las filigranas
de las joyas; entre los enrejados de los meshrebi­
ya lo mismo que en el esmalte de los azulejos; en
1 1 5
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E. G ó ME Z CARRILLO

las superficies de los mosaicos y en las empuñadu­


ras de los yataganes ; en todos los espacios en los
cuales el pincel o el buril pueden dejar sus hue­
ilas, las admirables letras cúficas entrelazan 1�
gentiles laberintos de sus líneas. La caligrafía, en
países islámicos, más que un arte, es un rito. "En
los caracteres escritos-dicen los musulmanes­
se materializa el verbo de Alá." Cuando un pen­
samiento es bello, cuando una sentencia es santa,
cuando un verso es armonioso, hay que conser.
varlo entre rasgos y perfiles dignos de que los
ojos de los fieles los contemplen con placer. Co­
piar rápida y descuidadamente un versículo del
Corán, sería cometer un sacrilegio. Pero en este
pecado ningún oriental sensato cae. Aun para las
más profanas comunicaciones, un árabe o un tur­
co maneja con respeto el viejo "qalam" acerado.
La frase "estaba escrito", no es una simple y
vaga fórmula de resign ación. "Mektub, Mektub."
Y todos ven, imaginariamente, en el libro de los
secretos humanos, las soberbias letras áureas que
de antemano reglamentan los actos del Destino.
"La caligrafía....,....asegura el príncipe Ali-contie­
ne el �splendcr de la verdad." Para· todo maho­
metano, en efecto, las palabras no toman su valor
exacto sino cuando están trazadas con noble cui­
dado. En los elogios de . los grandes poetas, des-
, I 1 6
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LA SONRISA DE LA ESFINGE

pués de las alabanzas a su genio y a su piedad,


se lee invariablemente: "Además, tenía una her­
mosa letra." Y es que nadie se explica que un
ser humano pueda escribir mal las cosas sublimes
del amor, del heroismo y de la fe. El arte de los
''escribas", que en las antiguas civilizaciones fué
sagrado, en el Islam conserva siempre sti presti­
gio místico. Trazar con escrúpulos de cincelador
)as excelsas suratas proféticas; unir por medio de
sutiles arabescos los santos signos del nombre de
Dios; poner sobre las suavidades de un fondo de
. oro los caracteres azules y verdes de las preces
rituales, he ahí una voluptuosidad que sólo puede
compararse con la de los largos éxtasis del colo•
quio divino. Ahora mismo, a pesar de la imprenta,
hay en Oriente millares de existencias que se con­
sumen en la copia lenta y minuciosa del Corán.
Inclinados sobre sus pergaminos, los calígrafos
parecen absorberse en una labor que no ha de
terminar nunca. Casi todos tienen largas barbas
blancas y manos flacas y exangües. El cálamo de
caña, entre,.sus dedos, avanza con tina lentitud in­
creíble. El barullo de la vida no llega hasta las
estancias que ellos ocupan. Ante sus puertas, el
tiempo detiene sus alas. El gesto que ejecutan
es la continuación de un movimiento que comenzó
hace más de mil años y que, poco a poco, ha ido
1 1 7
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E. G ó ME Z CARRIL L O
envolviendo el arte árabe en una red sutil y bri­
llante que abarca todas las manifestaciones esté­
ticas de la raza.

***

Hay historiadores que pretenden que el árabe­


no es artista. Comentando una frase célebre de
Ibn-Khaldun sobre la incapacidad de los "bedaui"
para producir obras perfectas, Gayet escribe :
"Cette maxime énoncée par un historien ivusul­
man est la définition parfaite de l'inaptitude abso­
a
lue de l'Arabe se pénétrer de la plus élémentaire
notion d'art". ¿ Es esto exacto? Mi ignorancia no
me permite contestar a tal pregunta. Yo no sé si
los que han construído estas mezquitas, los que
han fabricado estas telas, los que han cincelado
estas joyas, los que han iluminado estos manus­
critos que ahora admiro en el Cairo, son realmente
árabes o si son griegos, coptos o armenios. Para
los que no estudiamos científicamente las fuentes
de donde salen las obras que nos emocionan, el
problema tiene, después de todo, poca importan­
cia. ¿ No son creadores los dueños de tantos teso,.
ros? Está bien.
Pero si el "bedaui" carece del sentido creador•
. 1 1 8
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'LA SONRISA DE L-4. ESFINGE
en cambio posee, en grado muy alto, el amor de
lo bello. El mismo Corán, con sus imprecaciones
contra 1os mantos de seda, no logró· nunca repri­
mir el entusias�o de los mahometanos por todo
lo que es vistoso y refinado. En Egipto especial­
mente, una vez dueños de las tierras pingües del
Delta, los hijos del Profeta se entregaron a una
verdadera orgía de lujo. Sin recurrir al ejemplo
de aquellos legendarios sultanes de cuentos de
hadas cuyos tesoros fueron, para los hombres de
la Edad Media, el símbolo de todos los refina­
mientos y de todas las magnificencias, pueden en­
contrarse, en la realidad de cualquier capital de
emires o de califas, espectáculos tan maravillosos,
que parecen invenciones de poetas. No hay más
que hojear la "Topografía" de Makrisí, en efec­
to, · para descubrir en los albores mismos de la
civilización árabe del Cairo alcázares encantados,
fiestas inverosímiles, desfiles fabulosos. ¿ Queréis
ver un jardín? He aquí la descripción que de uno
de ellos, del de Khomaruyah, hace el viejo histo­
riógrafo cairota: "Las terrazas estaban dispues­
tas de manera que cada una de ellas figuraba un
versículo del Corán combinado con ornamentos
caprichosos. Cada tronco 'de árbol tenía un forro
de oro y estaba rodeado de surtidores. No podía
darse un paso sin encóntrar prodigios nuevos.
l I 9
OigU,ed .,yGOogle
E. G ó ME Z CARRILLO
Aquí una torre de madera calada, llena de aves
de todas las especies; más allá estatuas del sobe­
rano y de sus mujeres, con trajes de ricas telas
recamadas de pedrerías; en seguida inmensas jau­
las con fieras domesticadas; al lado de las jaulas,
un kiosco que dominaba el curso del Nilo y el
desierto. Pero la construcción más extraordina­
ria de estos jardines era un estanque de cincuen­
ta codos, rodeado por una columnata cuyos capi­
teles de plata maciza lucían a . todas horas. En
vez de agua, el estanque contenía mercurio, de
modo que, de noche, a la luz de la luna, resplan­
decía en la obscuridad." ¿ Queréis ahora que pe­
netremos en un palacio? En el libro del viajero
persa Nasiri-Khosrau encontramos uno de los
más antiguos de Oriente, eJ primero que fué cons­
truído en el Cairo, el del califa Moez-le-din­
Jllah. "Compoqíase - dice - de doce pabellones
rectangulares. Cuando se entraba en uno de ellos,
se le encontraba más bello que el anterior. Cada
pabellón medía cien arech cuadrados, menos uno,
que sólo medía sesenta. En este último hallábase
un trono que ocupaba toda la anchura de la sala.
Tres de sus costados eran de oro y representaban
escenas de caza con jinetes que corrían. En medio
de estas escenas destacábanse inscripciones traza­
das con muy bellos ca.ntcteres. Las alfombras y
1 2 O
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
las colgaduras eran de raso y de buqualemún, te­
jidos expresamente para ,}os sitios que decoraban..
Una balaustrada de oro rodeaba el trono, cuya
belleza es superior a todo elogio y que no podría
ser descrito con sus detalles, ni en un tomo ente­
ro." Los demás pabellones eran igualmente sun­
tuosos, y cada vez que Nasiri-Khosrau acaba. de
describir uno de el16s, con sus mosaicos de pedre­
rías, con sus relieves de oro, con sus cortinajes de
telas maravillosas, con sus muebles esculpidos,
con sus lámparas labradas, se excusa de no poder
explicar toda la admiración que ha sentido. "No
se puede pintar tanta belleza"-dice-. Los cali­
fas y sus visires, en efecto, no tenían, fuera de la
guerra y del amor, más preocupación que la del
lujo. En cuanto un arquitecto o un decorador ad­
quiría fama, los dueños de Bagdad, de Damasco,
de Basora y del Cairo se lo disputaban como un
tesoro. "Para dirigir los nobles telares de Tiraz­
escribe Makrisí-escógese siempre a uno de los
altos dignatarios de turbante y sable, el cual- goza
de favores especiales del soberano. Tiene una re­
sidencia oficial en Damieta, otra en Tinnis y otras
en los otros puntos en que se fabrican telas. Es
uno de los funcionarios mejor retribuídos. Cuando
este director va al Cairo llevando las telas hechas,
especialmente para el califa, como la del parasol,
I 2 I
D,9;1;,ea by Google
E. G 6 ME Z CA R R I L L O

la del badanah y la del traje de los viernes, se le­


recibe con un gran ceremonial." En la isla de
Tinnis, donde los mejores obreros del Oriente vi­
vían secuestrados, fabricábanse, además de las
telas más bellas, los más embriagadores perfumes.
y las joyas más espléndidas. "Me han asegurado
---dice el mismo N asiri-que el emperador grie­
go ha ofrecido cien ciudades al sultán en cambio
de Tinnis, y que el sultán no aceptó el cambio.
El deseo de poseer la isla que produce el quazab
y el buqualemún, inspiró al emperador esta pro­
posición. El buqua,lemún es una tela cuyo color
cambia según las horas del día." Otras ciudades
eran célebres y casi sagradas porque en ellas
se fabricaban joyas suntuosamente primorosas�
otras, por la belleza de sus azulejos; otras, por la
elegancia de sus bronces cincelados. Cuando Ti­
mur, después de un largo sitio, logró apoderarse
de Damasco, lo primero que hizo fué exigir que
se le entregaran todos l� armeros para llevárse­
los a Samarcanda. La bella ciudad de Saladino,
que desde entonces no tiene quien continúe la tra­
dición de las soberbias hojas damasquinadas, llora
aún aquel éxodo de sus mejores obreros. Una
antigua armadura de la metrópoli de Siria, es hoy
ttna joya de inestimable valor.
*** I

J 2 2
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Desgraciadamente, el museo del Cairo no po­
see ni telas fantásticas de las que cambian de
color con las horas del día, ni alfombras maravi­
llosas como las que describe Makrisí, ni joyeles
dignos de sultanes, ni tapicerías con versículos
del Corán entre sus mallas, ni armas incrustada�
de oro. De sus diez y seis grandes salas, apenas
podrían sacarse los objetos necesarios para deco­
rar y alhajar un pabellón parecido al más modes­
to de los del califa Moez-le-din-Illah. Pero tal
cual es, con sus lagunas y sus pobrezas, siempre
debemos considerarlo como un verdadero relica­
rio, ya que en ninguna parte existe una colección
de arte árabe que pueda comparársele. Los mue­
bles de madera y los objetos de porcelana son, es­
pecialmente, dignos de atención aquí. Para conso­
lamos de no ver ni siquiera un fragmento del
mágico bu 1.ualemún de Tinnis, nos acercamos a
una vidriera llena de fayenzas diáfanas cuyos
matioes varían asimismo con la luz y que adquie­
ren, en ciertas penumbras, tonos de una delica­
deza ideal, de tal manera son ligeras y como
flúidas. Entre los azulejos hay también piezas ad­
mirables que demuestran el amor con que los
artistas del siglo XVI cultivaron este arte intro­
ducido en Persia. Hay azulejos floridos, azulejos
cincelados, azulejos que ostentan magníficos ca-
I 2 3
º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRILLO

racteres cúficos, azulejos cubiertos de polígonos,


azulejos con dibujos misteriosos, azulejos hechos
para convertir el interior de los turbés en inmen­
sas bóvedas de esmalte, azulejos con fragmentos
de vistas ilustres. Hay azulejos de todos colores,
iluminados unos con miniaturas, con flores, con
arabescos verdes en fondo de oro; manchados
otros, de una manera caprichosa, de rojo, de azul,
de blanco, de amarillo; divididos exquisitamente
algunos por cipreses casi negros ; y todos tan lu­
minosos, tan frescos, tan nuevos de aspecto, que
se diría recién salidos del horno. Hay jarrones y
\'asos, platos y lámparas, modelos de ataujías pri­
morosas y fragmentos de magníficos atauriques.
búcaros esbeltos y ricas jarras, placas conmemo-
rativas y discos heráldicos.
En objetos de madera, el museo es tan rico
como en porcelanas. Los más bellos meshrebiya,
arrancados Alá sabe a qué balcones de harenes
principescos, están ahí, asombránáonos con la de­
licadeza misteríosa de sus rejas que son verdade­
ros encajes. Detrás de cada uno de ellos nos figu­
ramos adivinar el rostro de una cautiva de amor.
En sus finas mallas de sicomoro o de acacia tra­
tamos de descubrir las inscripciones santas que
los artífices de la Edad Media se complacían en
ocultar entre arabescos intrincados. Los veladores
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E. 6 ó ME Z CA R R I L L O
exagonales, indispensables en todas las estancias
árabes, vénse en los rincones. Las altas puertas
de las mezquitas y de los alcázares se adosan con­
tra los muros. Las cancelas cala.das, a través de
las cuales la luz se filtra en estrellas caprichosas,
se alinean delanre de las ventanas. En los corre­
dores descúbrese nichos ojivales que sirvieron en
antiguos santuarios para indicar la dirección de
la Meca. Y todo está cubierto de relieves de oro,
de incrustaciones de marfil y de nácar, de mo­
saicos de materias preciosas. Y todo nos habla de
adoraciones y de esplendores remotos, con letras
complicadas que mezclan el nombre de Dios mi­
sericordio.so al nombre de 1os califas y de los vi­
sires.
Las lámparas también son abundantes en es­
tas salas: lámparas de tumbas con sus candilejas
aún manchadas en aceite; lámparas de serrallos,
transparentes y delicadas ; lámparas de mezqui­
. ta sostenidas por innumerables cadenas de plata;
lámparas de palacios regios, enormes y exquisi­
tas a la par, con sus panzas de esmaltes trasluci­
dos y sus cuellos de ánforas; lámparas de a}CQba,
finas como joyas y con tantas incmstaciones de
cristales multicolores que su luz, al caer sobre los
divanes, debió parecer una lluvia de pedrerías.

***
l 2 5
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E. G ó M E Z CA R R I L L ú
Pero � a qué continuar esta enumeración? Para
hablar como es debido de tantas reliquias sería
necesario describirlas una por una, haciendo re­
saltar sus filigranas, sus matices, sus formas lar­
gamente meditadas, sus adornos simbólicos, su
lujo increíble de detalles minuciosos. Aplicada al
arte árabe, la frase de Buffon, según la cual el
genio no es sino una larga paciencia, resulta jus­
tísima. Algunos de estos muebles consumieron la
existencia entera de un artífice que no tuvo nun­
ca ni prisas, ni fiebres, ni ambiciones. Aun en los
objetos más vulgares, en los platos, en las bot-e­
Has, en los pucheros, en lo que, dentro de las ci­
vilizaciones modernas, no son sino cosas usuales
y uniformes, hechas para servirse de ellas y no
para ,admirarlas, en las épocas de gran cultura
:írabe llegan a convertirse en piezas de museos
por su inverosímil lujo de ornamentación. He
aquí una copa que formaba, sin duda, parte de
algún ajuar de casa rica. ¿ Quién se atrevería hoy
a tocarla sin un superstici060 cuidado? He aquí
un velador de marquetería sobre el cual las fuen­
tes de cobre dejaron sus huellas familiares. ¿ Osa­
ríamos ahora poner siquiera la mano sobre sus
incrustaciones? ... Realmente, esto no está hecho
para nosotros, para nuestra existencia y para
nuestra grosería. Es necesario una humanidad
I 2 6
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
más fina y más rítmica, entre tanta delicadeza.
Cualquiera de nuestros movimientos, sería peli­
groso para estos taburetes de los salemlik, para
estos encajes de las celosías, para estas transpa­
renc!as de las cancelas. Nuestra presencia misma
e!- una ofensa para tal refinamiento. ¡ Oh ! las in­
glesas de "cache poussiére" y de parasol que pasan
entre los cristales y los esmaltes, andando como
autómatas I Cada uno de sus pasos me inspira
miedo y horror. Con el fin de no verlas más, cie­
rro los ojos. Y entonces, en la alucinación de las
imágenes contempladas durante horas y horas,
los seres fastuosos de las viejas leyendas orienta­
les aparecen por las puertas de bronce y vienen,
lentos y graves, a tomar posesión de este palacio
encantado.

t z 7
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o;,;1;rnd by Googlc
\'I

I,,AS )l'{)'JERES

El misterio insondable de las almas.-1'esti"'4nios contradictorios.


La adorawn de 1111 poetas.-Las sultanas de amor.-La vida
del ñarn1.-Artijicio1 de 6ellaa.-Mujeres de doce años.-Los ce-
1111.-El cartkter nqve/esco y las aventuras galantes.

9
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º'º"'ed ,,Google
H
ACE medio siglo Gérad de N erval pudo es­
cribir sobre las mujeres del Cairo un libro
entero, lleno de aventuras, de retratos y de anéc­
dotas per�onales. Lo que hay de verídico en
aquella obra, nadie puede saberlo. Lo que sí sa­
bemos todos, cuando hemos viajado por Oriente,
es que, en nuestra época, a pesar de lo que se dice
de la europeización de los árabes y de los turcos
de las grandes ciudades, la vida de las damas ve­
ladas sigue siendo, para los infieles, un misterio
insondable. Que en Constantinopla, en Damasco
o en el Cairo, algunos rumíes felices hayan logra­
do conquistar corazones de mahometanas, es pro­
bable. Ya los viejos romances españoles nos cuen­
tan los amores de las Fátimas y las Zuleimas que
se dejaron seducir por galanes cristianos. Pero
estos casos, mucho más raros de lo que pretenden
los secretarios de Embajada que regresan de Tur­
quía, no demuestran nada. Las voluptuosas orien­
tales pueden, por capricho o por pasión, abrir sus
1 3 l
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E. G ó ME Z CARRILLO
brazos a un giaur detestado. Abrir sus almas al
análisis extranjero, eso nunca. Las mismas con­
fidencias femeninas no nos dejan en el ánimo sino
impresiones contradictorias sobre la verdadera
mentalidad y la real sentimentalidad de las pobla­
doras de los harenes. En efecto; todos conocemos
las Memorias de la princesa de Omán, que tanto
interesaron a Osear Wilde. Si quisiéramos acep­
tarlas como un libro verídico, tendríamos que con­
fesar que no hay mujeres más fáciles, más ale­
gres, más sencillas y más inteligentes que las
árabes. "Si los europeos tuvieran mejores opor­
tunidades de observar el buen humor y hasta la
animación exuberante de nuestras mujeres--dice,
-no tardarían en convencerse de la falsedad de
todas las historias que corren sobre la existencia
degradada, oprimida y sin objeto de las orienta­
les." He aquí, en seguida, a otra princesa que
también 11eva un nombre ilustre en Oriente, la
<:élebre Mirza Riza Kahn: "Por mi velo negr<r­
dice-estoy separada de todo y de todos, y todo
lo veo 'en tristes lejanías, como a través de un tul
de luto. Mirar a través de un velo negro es mirar
a través de las lágrimas. Encontrarás tcharchafs
rojos, azules, amarillos o verdes, pero siempre el
velo negro estará sobre el rostro como una man­
cha fúnebre en esa fiesta de mil colores." ¿ Cómo
I 3 2
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
conciliar esta triste confesión con las confidencias
gozosas de la princesa de Omán? Pero dejemos
lo relativo a las almas y veamos lo que otras mu­
jeres piensan de la inteligencia de las orientales.
Aquí está la señora Bibesco que ha vivido en
Turquía, en Siria, en Persia, en Egipto y que, por
su situación y por su carácter, ha podido estudiar
de cerca la existencia del harén. Contemplando
a las favoritas de un visir que la han invitado a
una fiesta, piensa en todas las musulmanas a quie­
nes antes ha conocido, y dice: "El secreto de sui,
almas limitadas me aparece en sus ojos insonda­
ble, y siento mi pensamiento detenerse en el va­
cío de sus miradas con un vértigo igual al que se
experimenta al examinar los ojos de un animal."
Apelemos, en seguida, a otra escritora francesa,
ia esposa del traductor de las Mil noches y una
noche, madame Lude Delarue Mardrus. Esta es,
si no de nacimiento, por lo menos de adopción,
una verdadera hermana de Scherazada. Pregun­
tadle lo que piensa de las orientales, y os contes­
tará: "Son las mujeres más inteligente,;, más mo­
destas, más amorosas y más bellas del universo."
Ahora bien; ¿ cómo encontrar un poco de clari­
dad entre estas opiniones vagas y opuestas? ¿ Son
puros animales de bellos ojos las lejanas hanumsr
o son criaturas deliciosas en lo moral y en lo
1 3 3
º'º"'.;,, ,,Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O
intelectual? ¿ Son felices, son alegres, son exube-
1·antes, o son desgraciadas y lloronas?... (1).

***
Claro que, preguntar esto de un modo general
y absoluto, seria tan absurdo como tratar de sa­
ber si las europeas son bellas y buenas o malas y
feas. En Oriente lo mismo que en Occidente hay
de todo. Pero de lo único que se t.rata, cuando se
habla de las mujeres del Islam, es de averiguar si
la educación y la vida del harén, tan distintas de
la vida y de la educación del hogar cristiano, son,
según se cree en nuestros países, elementos que
determinan una inferioridad general y una general

{t) Esta imposibilidad de conocer a la mujer de Oriente, la


expresa con melancolia el poeta Akhmet Khikmet en una inter­
viú que publica Le Temps, de París.
He aquí sus palabras:
•Je ne vis ma fiancée qu'une foís, de loin et voilée, lorsqu'elle
entra avec sa mere dans un magasin. Je l'aimai a premiére vue, et
pour abré�er mon attente j'allai aussitót acheter une poupée qui
luí ressemolait. Seulement j'avaís une idée si vague de celle qui
devait étre ma femme, que je choisis une poupée blande tandis
que je constatai plus tard que ma fiancée était une brunette.
•11 va sans dire que jusqu'au jour de mes noces je n'eus pas la
possibilité d'échanger une seule parole avec elle. Nous restámes
dans une ignorance al>solue !'un de l'autre.
•Le plus piquant de l'affai re c'est que, pendant que je faisais
mes études a Galata-Serat, nous formames, plusieurs camarades
et moí, un cercle amical dont tous les membres prirent 1'engage­
ment d'affranchir leurs femmes des qu'ils se marieraíent. Tous
nous avons convolé, mais pas un n'a tenu sa promesse; nous avons
l 3 4
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
desventura. "¿ Son menos inteligentes y menos .
felices que las nuestras esas damas veladas y en­
daustradas ?"-preguntamos. Y después de oir a
los que más autorizados para resolver el proble­
ma parecen, tenemos que confesar que, a pesar de
todas las obras recientes sobre el J.slam, el miste­
rio del alma femenina oriental sigue siendo impe­
netrable.

***
Confesemos, en todo caso, que si los árabes no
consiguen hacer felices a sus mujeres, no es por
falta de amor, de entusiasmo y de ternura. No
hay en el mundo amantes más rendidos que los

fait comme les autres... Je n'ai jamais vu les femmes de mes amis
et je ne les ai jamais présentés a la mienne.
-Alors e'est, comme dans le passé, une vie de harem?
-Oui, une vie de harem, avoua Akhmet Khikmet bey d'un ton
<le regret ... Vous comprenez combien cet état de choses est f.1-
cheux pour moi et nuit a ma creation littéraire... Je fais parler et
agir des femmes et je ne les connais pas.
• J'ai déja décrit ma mere, ma belle-mere, ma femme et mes
sreurs et je n'ai plus de modele... Je ne vois pas d'autres femmes.
•Pour la méme raison nos poetes chantent invariablement dans
leurs vers des esclaves ou des Européennes qu'ils affublent d'un
tcharchaf. C'est la mort de la littérature nationalel Cela lui enleve
la beauté, le parfum, la sincérité.
»Puis, je dois l'avouer, la privation de toute société féminine
nous appauvrit intellectuellement. Nous sommes étreints d'une
vague angoisse, nous ressentons un vide, il nous manque toujours
quelque chose. La privation de société féminine projette une om­
bre sur nos éerits, tarit la source méme de notre poésie. •
I 3 5
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E. G ó M F, Z CA R R I L L O

orientales. Toda la poesía de Oriente es un ma­


drigal. De Mahoma, que declara en su biblia que
después de la Oración nada le es tan agradable
cual las flores y las mujeres, a Fazil Bey que glo­
rifica en ardientes transportes las gracias íntimas
del bello sexo, no hay un lírico del Islam que deje
de mostrarse fogoso adorador de las gracias feme­
ninas. Hasta algo de tan rendido y de tan fanático
se descubre en el amor de estos fieros galanes,
que uno no se explica cómo la leyenda los hace
aparecer cual déspotas de amor, incapaces dé dul­
ces condescendencias. "Tiraniza, puesto que la
belleza te ha colmado de dones-dice Ebn-el-Fa,
rid-; mi suerte te pertenece; dispón de mí según
tu capricho ; eres mi soberana; si la desgracia
debe ser el precio de tu amor, consiento en ser
una víctima; no pido más que una cosa y es que
no exijas de mí que mi vida deje de depender de
ti; mi pasión no sabe más que implorar; soy tu
esclavo, tú eres mi reina; lo proclamo en voz alta
cual una gloria; morir por ti debe ser una volup­
tuosidad deliciosa; soy tu esclavo, jamás he pen­
sado en libertarme, y si tú me dieras la libertad,.
la rechazaría." Otro poeta, Ebn Maatuk, dice a
su amada: "Sin duda es a fuerza de herirme por
lo que tus ojos se han vuelto lo que son; las cuer­
das que atan mi amor son las trenzas de tu cabe-
I 3 6
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
llera, y yo no he querido destrenzarlas sino para
envolvenne en la onda de los lazos deshechos;
¿por qué mis mejillas están siempre cubiertas de
lágrimas, mientras en las tuyas lucen las llamas
color de rosa?" Otro poeta, el sultán Ebn el Ah­
mar, llega a escribir a su favorita: "¡ Oh reina!,
tu culto ha suprimido en mi hogar todas las de­
más piedades." Y otro poeta acaba por blasfemar
el santo nombre de Alá cuando exclama: "Yo me
cuento entre el número de los que pierden la fe
si aman; y los que no la pierden, es porque ya
eran ateos antes." Pero ¿a qué seguir recogiendo
estos sollozos de fuego y de humildad? Todas las
páginas de la literatura de Persia, de Arabia, de
Turquía, nos demuestran que no hay amantes
más fervorosos que los orientales. Para cada en­
canto de la mujer adorada tienen entusiasmos y
exaltaciones de un misticismo febril. Cada re­
cuerdo de amor inunda sus rostros de lágrimas.
El menor desdén los abate y la más ligera trai­
ción los enloquece. El mismo Saadi, que es el
menos erótico de los cantores asiáticos, dice que
"por todos los países donde la sultana del amor
ha pasado, los hombres han perdido la razón".
Y las orienta.les, si nacen hermosas, son siempre
sultanas de amor. No importa que pertenezcan a
familias de esclavos. La belleza, como el herois-
l 3 7
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E. G ó ME Z CARRIL L O

mo, nivela las castas ( 1 ). Cuando un mameluco o


un genízaro lograba, en otro tiempo, sobresalir en
1a guerra, nadie se acordaba de su origen humil­
de, y las más altas puertas de los konak se abrían
ante sus pasos victoriosos. Hoy la época de las
aventuras épicas ha desaparecido casi por com­
pleto. Pero la era de las leyendas galantes dura
siempre. Una muchacha cualquiera que entra en
un harén, comprada como un juguete, logra, si
sabe imponer el ascendiente de su gracia y de su
Yoluptuosidad, obtener el sultanato de amor. En­
tre las que son hijas de orgullosos bachás y las
que salen del fondo humilde de la plebe, no hay
nunca diferencias chocantes. Una madame Sans­
Gene resultaría aquí incomprensible. Siendo la
elegancia y la distinción de estas tierras un pro­
ducto mil veces más artificial que el de las pari­
sienses, basta con que el dueño sea rico para que
1a favorita llegue a hacerse digna de· todas las
admiraciones.
El chic, en la Oriental, es pasivo. Las sabias
manos de las sirvientas negras la pintan, la do-

(1) «En Orient-dice Gobineau-les fernrnes ne sont ni en


haut, nien bas d'une échelle sociale quelconque; elles peuvent
tout faire; elles son.t femrnes ou irnpératrices ou servantes, et res­
tent fernrnes, ce qui leur perrnet de tout dire, de tout faire, et de
n'avoir aucune responsabilité de leurs pensées ou de leurs actes
dcvant la raison et:• équité; elles cornptent uniquernente avec la
passion qui, a son gre, les ravale, les tue ou les conronne.
1 3 8
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LA SONRISA DE LA ESFINGE

ran, la peinan, la perfuman, la pulen, la esmal­


tan, la rizan, la visten. Si mademoiselle Lina Ca­
valliéri conociese los secretos de tocador de una
hurí del Cairo o de Stambul, se avergonzaría de
1a pobreza de sus recetas estéticas. El solo capí­
tulo de las abluciones femeninas es tan complica­
<io, que muchas de las herejías religiosas del Is­
lam han sido provocadas por su interpretación.
Cada acto de amor, requiere escrupulosas purifi­
eaciones. Desde el "gussl", o oaño completo, has­
ta el "abdest", que no es sino un simulacro de
1impieza, las aguas obligatorias bastan para man­
tener los cuerpos en perpetua frescura aromática.
En una noche, el Cairo o Stambul consumen más
perfumes que París en una semana. Las "hanum"
viven entre vapores embriagadores. Cuando una
<le ellas pasa por la calle meciendo armoniosa­
mente su talle entre los negros velos, deja siem­
pre detrás de sí una estela de capitosas esencias.
Los verdaderos sitios de charla femenina son los
liamams, y los hamams son alcázares de aromas.
Durante largos instantes la dama se abandona a
1as tibias caricias del agua. Una vez el baño ter­
minado, su toilette comienza. Recostándose lán­
guidamente en un diván, entrega su blanco cuer ·
po a las artes de las "tellaks", que, con manos de
terciopelo, pulen y repulen la satinada epidermis
I 3 9
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E. G ó ME Z CA R R 1 l. l, O

nl son de una flauta lejana o de un laúd invisible.


Hay toda una liturgia para estos actos sagrados.
Las perfumadoras, las peinadoras, las acicalado­
ras y las vestidoras tienen gestos de oficiantas.
Cualquier detalle, por nimio que sea, requiere una
sabiduría extrema. El nácar de una uña, el car­
mín de un senó, el hené de una mano, el azabache
de un lunar, el masaje de una curva, todo guarda
su ritmo, su secreto, su importancia secular y re­
ligiosa. Pero, entre todo, son los ojos y los labios
los que requieren delicadezas y cuidados compli­
cadísimos. ¡ Oh, esos pinceles lentos que pasan y
repasan sobre el rostro, tamizando las luces de
las pupilas, suavizando las sombras de las ojeras,
languideciendo la expresión de la mirada! ¡ Oh,
esos dedos sutiles que alargan las pestañas, que
dibujan los bordes de los párpados, que agrandan
las líneas de las cejas! ¡ Y esos dedos manchados
de grana que maceran dulcemente los labios y
acentuan las comisuras, dando además del color,
la expresión y la sonrisa! Un boudoir oriental es
nn verdadero museo de afeites y de esencias. Los
frascos labrados, los tarros cubiertos de miste­
riosas inscripciones, las cajitas que ostentan ricos
arabescos de oro, todos los objetos que brillan
en las alacenas, en los "korsis", en los "suffé".
en los veladores, contienen alguna panacea de be-
I 4 O

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LA SONRISA DE LA ESFINGE

lleza. Los altos jarrones de cristal guardan las


aguas de rosa, de jazmín, de azahar; los pomos
minúsculos encierran aromas venidos de Persia
y de Arabia, almizcles lujuriosos y violentos, ám­
bares embriagadores, violetas vaporosas, sándalos
caln1antes; los vasos tallados que lucen cual in­
mensos topacios están llenos de aceites de Bag­
dad; en las tacitas de esmalte se hallan los coli­
rios, los ungüentos, las pomadas, las cremas de
jabones de Tiro y de la India; dentro de las bom­
boneras transparentes se ven los polvos de mil
matices, los carmines de las mejillas, los rosas
de los senos, las granas de los labios, las alhefia5
de los párpados, los henés del cabello. Y esto no
es todo. ¿ Veis las pastillas grises que se amonto­
nan en una bandeja de cobre? Los que las ven­
den en los bazares aseguran que sirven para dar
a los besos un sabor diabólico. ¿ Veis los palillos
blancos que parecen vulgares limpiadientes? Son
astillas preciosas de un arbusto de Babilonia, que
perfuman el aliento. ¿ Veis las bolas de resina
verdosa? Son cápsulas de goma de Ceos para dar
un matiz de coral a las encías. Pero aún hay más.
Hay pastas para depilar el cuerpo, el cual debe
estar siempre limpio de toda sombra capilar, como
los de las venus insexuadas; hay esmaltes para
las palmas de las manos; hay, en fin, muy ocultas,
I 4 (
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E. G ó ME Z CA R R I L L O
muy guardadas, substancias secretas para encen­
der deseos amoro.c;os. Y todo esto es de un uso
cotidiano, más que cotidiano, constante. Paira lle­
nar el vacío de sus días solitarios, y para preparar
sus noches de lujuria, la sultana acude con fre­
cuencia al tocador. Todo en su brillo, en su lan­
gu idez, en su gracia, tiene algo de artificial.
Y al artificio de su cuerpo corresponde el de
su alma.

***
Educada, no para esclava, como creen algunos
occidentales, sino para sultana de amor, la orien­
tal amóldase a una etiqueta de insidiosas móli­
cies, ante las cuales la dura voluntad del dueño
se funde en idolatría. Su voz está sujeta a modu­
laciones aprendidas. Sus actit�des son estudiadas
y sus ademanes obedecen a una pauta invariable.
En los grandes harenes existen verdaderas escue­
las para dar a las nuevas esposas una educación
uniforme. Un autor turco, describiendo el serra­
llo del ,sultán actual, dice: "Las lindas doncellas
deben, cuando entran, abandonar para siempre a
sus familias. Nada subsiste en ellas de su pasado,
y hasta sus nombres los pierden para adoptar
otros más poéticos, como Hayati (que significa
I 4 2
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

la que da la vida), o Safayi (que dispensa el pla­


cer), o Nurus-Saba (la aurora), o Gulbahar (rosa
primaveral). Las novicias reciben, durante dos
años, una educación especialísima. La bachcalfa.
o gran maestra de ceremonias, es la directora de
esta escuela de seducciones, en la que se enseña
el arte del dulce lenguaje, la danza, el ·canto, la
gracia de las actitudes, la molicie voluptuosa, la
dulzura de las caricias, y, en una palabra, toda la
ciencia de agradar y de amar". En otros harenes
más modestos la enseñanza es menos solemne, tal
vez también menos larga, pero en todas partes los
métodos para formar a la perfecta sultana de
amor son análogo,;. Desde que nacen, las orienta­
les comienzan a recibir, en el seno mismo de sus
familias, las nociones de la gran sabiduría. Esas
"desencantadas" de Stambul de que habla Pierre
Loti y otras que los viajeros descubren en el Cai­
ro, en Túnez, en Smirna, no son sino flores exó­
ticas desarraigadas del Islam por el destestable
contacto de la influencia europea. Afortunada­
mente, el Islam es muy vasto, y antes de que los
trajes de la rue de la Paix y las novelas de Paul
Buorget hayan llegado hasta Damasco, hasta Ba­
sora, hasta Bagdad, transcurrirá aún mucho
tiempo.
***
1 4 3
º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
Aquí mismo, en la capital del Egipto moderni­
zado, todavía quedan, no como ejemplos raros,
sino como fondo intangible de la población, innu­
merables harenes a la antigua usanza. Los bajás
y los bey podrán no tener muchas esposas. Eso
no importa. Una sola, rodeada de sus servidores,
y de sus dueñas, perpetuaría en cada palacio las
tradiciones del hogar mahometano. No es asunto
de pueblo ni de raza. La educación femenina, es
asunto de creencias. En cualquier casa principes•
ca encuéntranse criaturas de diversos países, de
tipos opuestos, de almas diferentes. Bastan las
leyes coránicas para hacer de todas ellas una
so_la familia. Mahoma-según los historiadores­
salvó a la mujer del estado de esclavitud en que
los árabes anteriores a la hégira la tenían, y has­
ta la abrió, como un don de suprema generosidad,
las puertas del Paraíso. Hoy una musulmana pue­
de heredar, puede administrar su fortuna, puede
divorciarse, puede vivir aislada y libre. La ley,
en cierto sentido, la prot.ege contra la tiranía de
los hombres, mejor que a las cristianas de Euro­
pa. Y los hombres, por su parte, no sienten des­
dén ninguno hacia sus compañeras. Creer que una
mujer es para un mahometano un ser inferior,
una bestia de placer, como dicen muchos, no in­
dica sino una gran ignorancia de las costumbres
I 4 4
º'º"'ed ,,Google
l.A SONRISA DE LA ESFINGE
orientales. Lo contrario está más cerca de la ver­
dad. No tenemos idea, en efecto, de la dulzura
algo paternal, algo ceremoniosa, hasta algo tími­
da con que un árabe bien educado trata a sus
mujeres. Cuando habla de ellas es siempre con
recato y, en general, sin pronunciar siquiera sus
nombres. En los poemas se ve que son muy ra­
ros los que cantan a una dama determinada. En
vez de decir Zaira, o Leila, o Fátima, conténtase
con escribir: "ella". Este velo del anónimo, que
corresponde al velo del charchaf y al velo de las.
celosías, representa un perpetuo homenaje. El
concepto de la pureza es tal en Oriente, que cual­
quier familiaridad parece capaz de empañarla.
Contemplad con alguna insistencia a una tapada
en las calles del Cairo, y notaréis cuánto choca
vuestra conducta. Los árabes, aun dominados por
el deseo, tienen delicadezas en el mirar que nos­
otros desconocemos. Sus piropos son siempre res­
petuosamente floridos e impersonales.
Recordad que Mahoma, cuando se encontró
ante Zainab y sintió nacer en su alma el más gran­
de de sus amores, no la dirigió una declaración,
sino que dijo, llevándose las manos al pecho:
"¡ Cuán grande es Dios, que cambia los corazo­
nes 1" El mismo Profeta, oyendo un día murmu­
rar porque su favorita Aiescha había sido hallada
1 4 5
LA 1onri&a de la UflfJ/lt. Oigtized ¡yG gle
E. G ó M E Z CA R R I L L-'O
en el desierto en compañía de Safuan, dispuso que
todo aquel que· -lanzase una acusación contra el
honor de una mujer, y no pudiera probar con el
testimonio de cuatro personas la veracidad de sus
. palabras, fuese condenado a recibir ochenta az0-
tes. Hoy, aunque los azotes no están ya en uso,
al menos en el Cairo, es muy raro oir a un mu­
sulmán hacerse eco de murmuraciones contra las
damas. Las calumnias, que en Europa divierten a
los cristianos, en Oriente indignan a los mahome­
tanos. Y no basta decir que estos hombres po­
drían darnos lecciones de discreta elegancia amo­
rosa. Hay que confesar, además, que la cortesía
galante que poseemos, a ellos la debemos. Escu­
.chad a Pierre Lotiis: "Muchas de las cualidades
d.e que más nos envanecemos--dice--nos vienen
de la influencia durable de los sarracenos, ven­
cidos por lo, cristianos. Así, es indudable que,
· en particular, ta palabra galantería, casi intradu­
cible en las lenguas germánicas, expresa un ma­
tiz de sentimientos que es puramente francés y
español ; y esto consiste en que los dos grandes
pueblos del· Occidente del Rhin se hallaron, cuan­
do aún eran casi bárbaros, en contacto con la res­
plandeciente cultura árabe". Ya lo oís. Y lo que
en los musulmanes tomamos muy a menudo por
un signo de dttro despotismo masculino no es sino

u,ou,ed ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
un exceso de solicitud indulgente hacia un sexo
que, en los países orientales, resulta más débil to­
davía que en el resto del mundo, a causa de su
precoz florecimiento amoroso.

***
En efecto, no · debemos echar en olvido, que lo
que para el árabe es una mujer, sería para nos­
otros una niña. A los doce años, las bellas tapa­
das, ya nubiles, se casan, y a los veinte están mar­
�hitas. Las Leilas, las Maimas y las Zairas can­
tadas por lo� poetas, son siempre criaturas de
encantos infantiles. Desde Imr-el-Kais, que vivió
antes de la hégira, hasta Hasán Husny, que es
contemporáneo nuestro, todos los poetas han pin­
tado del mismo modo a la amada ideal. Su cuer­
po frágil hace pensar en el tallo de un arbusto, y
s't.ls ojos son como los de las gacelas. Ved este re­
trato, que data de quince siglos : "Su busto es
encantador; su mirada es tímida, cual la de una
gacela de Uagra; su pecho es también como el de
una gacela, pero dos joyas realzan su valor. Sus
cabellos, muy negros, caen sobre su espalda; los
racimos de dátiles en tas palmeras no son más
abundantes; sus cabellos rizan, y entre las tren­
zas flotantes desaparecen 1os peines; su talle es
1 4 7 º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CARRILLO
delgado y redondo como una cuerda; sus piernas
son esbeltas, como los juncos que se ba11an en el
agua; se levanta tarde, y de su lecho exhálase un
aroma embriagador; se levanta tarde porque no
tiene nada que hacer; los dedos de sus manos son
delicados; su tez es de la color del primer huevo
de un avestruz, que no ha bebido nunca sino en
una fuente mmaculada; su tez es qe una blancura
teñida de ámbar; a ella va la admiración del hom­
bre sabio cuando pasa escoltada por dos dueñas".
Este ideal de belleza apenas formada, con sus ti­
mideces de expresión y sus hechizos de candor,
consérvase a través de las edades invariablemente.
Los quince abriles de Julieta, que a nosotros nos
sorprenden como una aurora demasiado tempra­
r.a, a los árabes les parecen el principio de un
ocaso. La perfecta casada debe llegar al harén a
los doce años, a lo más a los catorce. ¿ Cómo ha de
chocamos, pues, que el alma de los maridos sea
siempre protectora, autoritaria y paternal? ¿ Cómo
hemos de extrañar que los amantes no tengan
nunca una confianza absoluta en sus tiernas ama­
das? Las dueñas adustas que escoltan a las hu­
ríes son, a veces, verdaderas niñeras. Porque si
el cuerpo, en países donde el c;ol madura prema­
turamente las frutas y los senos, está formado a
los dos lustros, el alma sigue siendo infantil. Los
l 4 8
º'º"'ed ,,Google
LA SONRISA DE LA. ESFINGE

orientalistas hacen notar, con justicia, que las


imágenes de amor tienen en los labios de los ára­
bes un sabor ingenuo de extremada adolescencia.
Todo es mieles, todo �s flores, todo es pajarillos.
En sus pasiones mismas y en sus mismas perver­
sidades hay algo de inconsciente. Careciendo c:le
juicio, viven a la merced de las sorpresas. Una
mirada que las acaricia o una frase que las ha­
laga, bastan para perturbar sus corazones, ansio­
sos de aventuras. Por eso sus dueños las ocultan,
por eso las tapan, por eso las vigilan. Los celos,
se ha dicho, son la lepra del amor oriental. Pero
los celos, cuando se trata de guardar seres cual
éstos, resultan explicables. El esposo, sabiendo
que no ha sido elegido, que casi ha sido un com­
prador, llega a temer hasta a su sombra. "¡ Ah
mi alma !--exclama Kuchaghin-. A veces sien­
to bullir en mí una cólera terrible contra mí
mismo. Sufro de toda mirada que se posa en ella.
¡ Oh, cómo desearía poder cerrar para siempre
todos los ojos que la ven!'·' No pudiendo cegar a
todos sus rivales, los esposos se resignan a es­
conder a sus mujeres. Un harén es una cárcel
En principio, el adulterio debiera ser imposible
en los países c:lel Islam. En la práctica no lo es.
Sin recurrir a los cuentos de los Boccaccios maho­
metanos, siempre llenos de fantásticas aventuras
r 4 9
º'º"'ed ,,Google
E. G ó ME Z CAR R 1 L LO
de sultanas infieles, basta con hojear un florilegio
de poesías líricas para oir las voces, muy reales y
muy humanas, de los amantes engañados. "¡ Oh
boscajes de ias márgenes �el Bósforo !-dice un
irónico bey-¡ oh penumbras de la venturosa
Prinkipo, de la graciosa Halki, cuántas historias
podríais contamos si carecierais de discreción 1
No existe un ciprés que no haya sido el confi­
dente de algún idilio culpable." Las mismas di­
ficultades que se oponen a los caprichos galantes
aumentan la osadía y la sutileza de las bellas
adúlteras. Las confidencias de la princesa Mirza
Riza Kahn son, en este punto de una franqueza
rara· en Oriente. Hablando de los paseos a los
cementerios y a los bazares, dice: "La atmósfe­
ra está ahí saturada de deseos de aventuras; .la
inquietud de los encuentros flota en el aire. Por
todas partes discretas miradas que buscan algo,
e,jos que desean, que llaman. Nada de palabras

ni de risas : sólo los abanicos y las flores tienen un


lenguaje. Una promesa secreta se expresa por
medio de una flor. Cuando un abanico golpea un
blanco guante, quiere decir :-Muchos obstáculos
nos separan. Una rosa roja en el pliegue de un
velo, significa :-Te amo con locura. Unos clave­
les blancos, juran esperar. A esto se agrega la
elocuencia de las pupilas, que prometen amar
1 5 o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
hasta la muerte, a pesar de todos los pesa.res". En
la oriental, en efecto, hay siempre, debajo de los
velos artificiales de la educación y de la sumisión,
un fondo de romanticismo aventurero que ningún
sentimiento del deber calma, que ningún miedo•
del esposo sofoca. Su indolencia pasiva esconde
una sed insaciable de peligros novelescos. Es dul­
ce, y es tímida, y es fiel de instinto, cuando su
dueño sabe hacerse amar por elfa. Mas ¡ ay de los
que no logran conquistar su alma después de
haber comprado su cuerpo 1 "Las mujeres y los
perfumes son sutiles, y así hay que encerrarlos
bien"-dice Mahoma. Por encerrada que esté la
sultana de amor, no obstante, sabe, aun arriesgan­
do su vida, burlar todas las vigilancias. Las mis­
teriosas· veladas que en las mil y una noches se
dejan seducir por los mancebos que las requie­
bran en los zocos, y que en la noche les abren las
puertas de sus palacios exponiéndose a todos los
riesgos, no son, pues, heroínas de leyenda, sino
seres reales. En el Cairo de nuestros días, como
en la Bagdad de Arun el Rachid, los zocos oloro­
sos a jazmín, a incienso y a miel, se llenan todas
las tardes de caprichosas y novelescas huríes que
buscan una aventura para animar la monotonía
de su existencia., aun exponiéndose a los más es­
pantosos castigos. En efecto, muchas de estas es-
1 5 1
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CAR R l L LO
beltas damas q� pasan aparentando la más es­
quiva frialdad; la más desdeñosa pureza. resultan
ser, por el contrario, terribles soñadoras de idi­
lios pecaminosos. En sus ojos de fuego arden
enloquecedoras promesas de amor.

***

Sólo que ¡ay! tales promesas no son para nos­


otros. Nada íntimo, nada tierno, nada halagüe­
ño es para nosotras. Los que, cual Gérard de Ner,
val y Pierre Loti, pretenden haber tenido aven,
turas de harén, merecen ser envidiados. Los giaur
de paso estamos condenados a sólo imaginar y a
sólo ver: a ver de lejos, a ver por fuera, a ver
sin esperanza, a "ver sin tocar", como dicen los
letreros de ciertos museos. Los velos negros, lo
mismo que las puertas de los gineceos, permane­
cen irremisiblemente cerrados para los infieles.
Cuando un cicerone, con grandes preparativos de
misterio, nos hace penetrar en un "interior ára­
be", podemos estar ciertos de que se burla de
r..uestra candidez. Las damas que reciben, en el
Cairo o en Constantinopla, visitas de extranj�
ros, son judías, armenias o griegas, disfrazadas
de musulmanas. Las hijas del Profeta, salvo ra­
rísimas excepciones, guardan sus almas y sus
t 5 2
DiaUwdoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
cuerpos para los que, como ellas, han nacido en
la religión de Alá. Y esto, más que en ninguna
otra parte, es de lamentar en Egipto, pues no hay
en todo el Oriente, según el testimonio de los poe­
tas, mujer que sepa el arte de amar mejor que la
bella cairota de ojos de gacela y de labios de gra­
na. Fazil Bey, el Ovidio turco, lo asegura en su
famoso poema: "Si el Nilo corriera por las venas
de cada ttna de ellas-dice--, no lograría apagar
el fuego que las devora".

1 5 l
o,,,t,,edbyGoogle
,

o;,;1;rnd by Googlc
VII

LOS ÁRABES ERRANTES

Las timdas m ti duierto.-los l,ombru de la solcdud.-Crt.e!dad


y gmn-osidad.-úymdas beduinas.-EI precio de la sangre.-EI
alma ,wmada.-Las mujeres sin bel/esa.-1!.i amor de la poesía
_,, de las aventuras.-libres bajo el cielo azul.

Dia t,wd oy Google


o;,;1;rndbyGoogk
E N las inmensas soledades arábicas, en tierras
que parecen completam,ente muertas, entre
el sol incendiario y el suelo incendiado, los viaje­
ros descubren a cada paso algo que los sorprende
por su vida inesperada. ¿ Son caravanas que van
en busca de comarcas hospitalarias?... ¿ Son mul­
titudes que continúan el éxodo hacia las tierras de
promisión?... No. Son las poblaciones que nacen
y mueren en el desierto. Las manchas negras de
los campamentos, destácanse en la arena gris. Al­
rededor de las tiendas, perfílanse las s;iluetas si­
nuosas de los camellos y las líneas esbeltas de los
corceles. Los hombres, envueltos en sus mantos
flotantes, �currúcanse a la sombra de los toldos,
mientras las mujeres, siempre vestidas de largas
túnicas obscuras, pasan, rítmicas y lentas, con sus
cántaros en la cabeza o con sus haces de leña en
la espalda, por las ca11ejuelas de las aldeas impro­
visadas. Y así, a través de las edades, se perpetúa
la existencia de las tribus errantes que, desde los
1 5 7
D,9;1;,ed by Google
E. G ó ME Z CAR R 1 L LO
tiempos de Abraham, guardan en los y�rmos in­
hospitalarios el tesoro de su libertad, de su altivez
y de su poesía. Contemplando a estos seres miste­
riosos, lo primero que se nos ocurre preguntarnos
es de dónde sacan lo indispensable a su vida ma­
terial. Por sobrios que sean, el yermo no parece
propicio a alimentarlos. "Unos cuantos dátiles-­
se dice-bastan para satisfacer el apetito de un
árabe". Muy bien. Sólo que ¿ dónde están las
palmeras que producen esos dátiles? Los oasis son
de las tribus sedentarias y agricultoras. A los be-
. duínos no les queda sino el inmenso arenal, con
sus secos matorrales, con sus pozos escasos, con
su clima de fuego. Verdad es que, desde épocas
inmemoriales, la principal industria de la raza ha
sido el pillaje de las caravanas o de los aduares
ricos. Entre ellos mismos, la conquista constitu­
ye un derecho sagrado. Mas para mantener a un
pueblo tan numeroso, el tráfico del desierto paré­
cenos siempre insuficiente. No hay que creer, en
efecto, a l_os que aseguran que ya no quedan sino
restos de la especie. Sólo en Egipto, entre el Mar
Rojo y las fronteras tripolitanas, hay cerca de un
millón de árabes errantes, contra los cuales ni la
autoridad de los jedives, ni la dureza de los tur­
cos, ni la organización de los ingleses, ha podido
nunca nada. Tal cual vivían en tiempo de Sesos-
I 5 8
D,9;1;,ed by Google
· l,A SONRISA DE LA ESFINGE
tris; tal cual los vió Jenofonte; tal cual los cantó
Antar, el Homero negro, así los encontramos aho­
ra. En las puertas mismas del Cairo, sus rostros
de aves de presa inquietan a los pacíficos mora­
dores de la ciudad. Pero ¿ qué hacer contra
ellos?... Cuando un Gobierno se decide a perse­
guirlos, aléjanse durante algún tiempo, internán­
dose en las soledades inaccesibles, y luego apare-
. cen de nuevo para atisbar con sus crueles ojos de
codicia a los que se atreven a violar la estepa
sagrada.

***
Considerar a los beduínos como simples horda!>
de "pillards" seria, no obstante, injusto. Rapaces
y crueles son, sin duda, pero también son hospi­
talarios, generosos, caballerescos, galantes, teme­
rarios y corteses. Su historia, que se desarrolla
sin cambios ni interrupciones desde los tiempo!­
más remotos hasta nuestros días, es un tejido pin­
toresco de aventuras poéticas y heroicas. Más de
un árabe sedentario de los que se hallan expues­
tos a las persecuciones de los príncipes y de los
ministros, han encontrado bajo las tiendas negras
· un refugio inviolable. Las mismas tribus que ata­
can a las caravanas en los desfiladeros y despojan
1 5 9
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRILLO
a los viajeros sin el menor escrúpulo, comparten
con el que apela a su hospitalidad, aunque sea un
enemigo, los modestos tesoros de sus tiendas. Tal
sentimiento es innato en la raza. Un libro popular
del Egipto Faraónico nos hace ver cómo acogían
estos hombres de bronce hace cuatro mil años a
los que iban hacia ellos. Sinuhit, el héroe de la
historia, era general de uno de los primeros
monarcas tebanos y, por consecuencia, tenía
que ser considerado cual un adversario entre las
tribus de las fronteras asiáticas, perseguidas sin
descanso por los egipcios. Un dia este guerrero
decidió abandonar su patria y buscar fortuna en
Asia. Fatigado y sediento, tuvo que refugiarse
una noche en el campamento de los terribles Lah­
sú, que i;e daban a sí mismos, con orgulloso ci­
nismo, el nombre de "salteadores del desierto".
"Entonces- dice Sinuhit- sentí el sabor de la
muerte, cuando de pronto elevé mi corazón y vi
venir a mí a los beduinos: su jefe me reconoció
como egipcio, me dió agua, me hizo calentar le­
che y me introdujo en su tienda." Y durante mu,
cho tiempo el tebano encontró la más amplia hos­
pitalidad en el aduar de aquellos encarnizados
enemigos de su nación.
Entre lo que pasaba hace cuarenta siglos y lo
que pasa hoy, no hay diferencia ninguna para las
1 6o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
gentes nómadas del desierto. Pocos años ha, en
efecto, un "clan" de los Hesené declaróse en
abierta rebelión contra el gobernador de Damas­
co por defender a un oficial que había buscado un
asilo en sus campamentos. Ni las amenazas, ni
los halagos, ni las promesas bastaron a decidirlos
a entregar al fugitivo. "Mientras esté entre nos­
otros - contestaron - le defenderemos hasta la
muerte." Prudentemente, el gobernador no se
atrevió a enviar contra ellos sus tropas, y el fu­
gitivo pudo escapar a los castigos que lo amena­
zaban. La hospitalidad constituye también el fon­
do de sus crónicas antiguas. Perseguido por los
arqueros del rey de Hira, el célebre Harith refu­
gióse un día en el territorio ocupado por los Be­
nu-Idjl. Al cabo de aigunos meses, viendo los
preparativos que el monarca hacía para atacar a
los que daban asilo a su enemigo, y temiendo las
consecuencias que tendría en toda la región una
lucha terrible y desigual, las tribus vecinas pi­
dieron que el fugitivo fuera expulsado. Los Be­
nu-Idjl se negaron a traicionar así las leyes tra­
dicionales de su casta. "Estamos dispuestos a
sucumbir en la lucha"-dijeron. Entonces Harith,
por no ser la causa de una guerra, refugi6se eq
las montañas habitadas por los Benu-Tay. As­
wad, hermano del rey Noman, pidió a los mon-
I 6 I
Diatizod�yGO le
E. G ó ME Z CA R R I L LO
tañeses que le entregaran al rebelde. "Jamás" -
contestaron éstos. Deseoso de imponer su volun•
tad, sin exponerse a una campaña difícil entre
los désfiladeros y los picos inaccesibles, Aswad
hizo prisioneras a bs principales mujeres de lo�
Benu-Tay. Pero ni esto ni sus amenazas bastaron
a obtener que las leyes de la hospitalidad fueran
violadas. Harith, no obstante, era un huésped
poco simpático, pues no sólo había matado a man­
salva a uno de sus enemigos, sino que, con sus
propias manos, había también degollado al sobri­
no del rey de Hira. "Que vosotros lo castigu éis
si cae en vuestro poder-decían las tribus-, lo
comprendemos. La sangre pide sangre. Mas en­
tregarlo nosotros cuando ha buscado un apoyo en
nuestras familias y ha recibido nuestra promesa
solemne de defenderlo, eso, nunca."
Aun en momentos de sanguinaria embriaguez.
en medio de los combates, los beduínos saben
siempre respetar su palabra. La historia ele Mu­
halhil, el matador de Kulaib, es digna del más
caballeresco romancero. Cuando el jefe de las
tropas de Bek logró, al fin de una terrible campa­
ña, vencer a sus enemigos y capturar a los gue­
rreros que los mandaban, dijo al que de más noble
linaje parecióle:
-Quienquiera que tú seas, te prometo dejarte
1 6 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

libre si me haces descubrir al odiado Muhalhil,


provocador de esta guerra.
-¿ Me das tu palabra ?--contestó el guerrero.
-Te la doy.
·-Pues bien: Muhalhil soy yo.
El jefe de las tropas de Beki echóse a llorar,
porque había jurado no descansar hasta que la ca­
beza del enemigo de su tribu estuviese colgada en
el arzón de su silla.
-¿ Qué decides? Tu prisionero soy-exclamS
M uhalhil, viéndolo silencioso y afligido.
-Te he dado mi palabra y eso basta. Már­
chate.
Hoy mismo, cuando en los momentos de ven­
deta un enemigo se presenta en el campamento de
los que lo odian y, cogiendo la cuerda ele una
tienda, apela a los privilegios del asilo, nadie se
atreve a tocarlo.
--Mientras permanezcas entre nosotros, serás
nuestro hermano--murmuran· los jeques.
Y durante semanas entera-s puede vivir tran­
quilo al lado de sus más crueles adversarios, sin
que se le dé la menor muestra de enemistad. El
día en que decide marchar�e, el jefe de la tribu lo
llama, le hace algún regalo, recita versos en su
honor y al fin le habla de esta manera:
-Sé que has dispuesto abandonarnos y no pue-
1 6 3
DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
do oponerme a tu voluntad. Eres libre. Hasta ma­
fiana por la noche, ninguno de nosotros te ataca­
rá. Luego, el destino decidirá de tu suerte como
de la nuestra.
Treinta o c;uarenta horas más tarde, el hués­
ped de la víspera vuelve a ser un enemigo odiado.
Y ¡ ay de él si tos que antes le llamaban hermano
logran capturarlo I El odio árabe no perdona.

•••
Para ser justos tenemos que convenir en que
tal odio es casi siempre provocado por causas gra­
ves y justas. El que roba no inspira ningún sen­
timiento hostil. Robar, en el desierto, es ejercer
un ancestral privilegio. Sólo matar es un crimen.
Una riña mortal entre dos individuos de tribus
diferentes acarrea represalias sangrientas. Como
et honor, como el heroismo, como la hospitalidad,
como la poesía, la venganza es una religión be­
duina. Et que mata, aunque sea en leal pelea,
tiene que pagar su deuda. En otro tiempo, el úni­
co precio de ta sangre era la sangre. Hoy casi
todas las tribus aceptan et pago coránico, con tal
que se verifique conforme al ritual secular. El que
t 6 4
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
ha matado escribe a los parientes del muerto di­
ciéndoles: "Ha sido una desgracia; yo os pido la
paz y ofrezco el precio de mi culpa." Si un her­
mano de la víctima se opone a las negociaciones
pacíficas y enarbola en la punta de str lanza un
trapo manchado de sangre, la diplomacia de la
tribu contesta: "Es imposible: el muerto pide
muerte." De lo contrario, el culpable se presenta
a los jefes de la familia y se arrodilla ante el he­
redero más directo del que ha sucumbido.
-Mi pariente ha sido matado-dice el ven
gador.
-Sí-contesta el homicida.
-¿ Está en tu casa?
-Sí.
-¿ Estás dispuesto a pagar por su vida lo que
voy a pedirte?
-Sí.
-¿ Me darás dos doncellas de tu familia?
-Sí.
-¿ Y diez camellos?
-Sí.
-¿ Y cien o�ejas?
-Sí.
-¿ Y tres yeguas?
-Sí.
-¿ Y el dinero que posees?
1 ('j 5 o,,,t,,edbyGoogle
E. GóM EZ CARRILLO
-Sí.
-¿ Y un fusil?
-Sí.
-¿ Y un sable?
-Sí.
-¿ Y un puñal?
-Sí.
Lo que tiene lo da por expiar su crimen. Pern
cuando ha sido despojado de todo, uno de los je­
ques se acerca al vengador y le dice:
-Has pedido conforme a tu derecho, si quie­
res más y si tu enemigo tiene más, puedes pedir
aún. Todo te será acordado. Sin embargo, por
Alá miseric,ordioso, · dí qué es lo que le abando�
nas al que tanto te acuerda.
-Le devuelvo lo que tú me indiques-contesta
el vengador.
Una vez este pacto concluído, la hermanda<!
vuelve a reinar entre las tribus. Los beduínos,
que 6son grandes niños heroicos y crueles en el
combate, no guardan nunca rencores después de
concluir la paz. Los mismos que se persiguen con
un ardor implacable durante meses y años, abrá­
zanse fraternalmente cuando la lucha se da por
terminada. En general, es preciso que ha.ya habi­
do tantos muertos en un bando como en otro para
que los jeques pacificadores puedan intervenir con
r 6 6
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
probabilidades de éxito y llegar, después de par­
lamentos prolijos, a firmar un tratado en toda
regla. "Los muertos-dicen en general estos tra­
tados-están muertos, y la sangre no exige más
venganzas." Pero la paz dura poco.

***

¿ Qué han de hacer, en efecto, esos hombres


ardientes, en la monotonía de sus existencias,
cuando no pueden ni luchar, ni pillar? Ei amor
mismo no tiene para ellos el encanto novelesco de
que hablan los poetas de la raza sedentaria. Sus
esposas no usan misteriosos velos, ni se adornan
como ídolos, ni aprenden, desde la infancia, el
arte de agradar. Nin�na aureola de voluptuosi­
dad y de refinamiento diviniza sus imágenes. "Las
compañeras de los nómadas-dice el maldiciente
Fazil Bey-enseñan un rostro feo; no ornan el
pecho de sus amantes; sus cuerpos están prema­
turamente fatigados ; sus maneras y sus palabras
carecen de gracia." Y es cierto: estas pobres mu­
jeres activas, que nunca aparecen sin llevar un
cántaro en la cabeza o un haz de leña en la espal-
I 6 7
D,9;1;,edbyGoogle
E. G ó ME Z CARRIL I, O
da, que cuidan del caballo mientras el hombre
sueña, que buscan sin descanso el flaco sustento
de sus hijos o de sus hermanos, que no sonríen,
que apenas hablan, que son, en una palabra, es­
clavas del deber, no tienen nada de común con
las perezosas sultanas de amor que se pasan la
existencia entre los muelles almohadones de los
harenes sin más obsesión que la del placer. La
única ventaja de que disfrutan es la de no vivir
recluidas detrás de las celosías y la de poder ca­
sarse conforme a sus inclinaciones, sin que sus
padres traten de imponerlas su voluntad. Una be­
duina soltera, de buena tribu, es más dueña de su
albedrío que una europea. Las palabras de la hija
de Aus, a quien su familia deseaba casar con el
poderoso heredero de Auf, son legendarias bajo
los toldos negros.
-He aquí al guerrero famoso que sabe al mis­
mo tiempo manejar la lanza y cantar· el amor, y
que te desea como esposa-dícele su padre.
Y ella contesta:
-No quiero unirme a él, porque ni el amor ni
el parentesco crean un lazo entre nosotros. En su
aduar no encontraría yo un amigo que tomara mi
defensa en caso de que quisiera repudiarme sin
razón cuando ya no encuentre en mí a la mujer
joven y bella que hoy le inspira deseos.
I 6 8
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

-No puedo oponerme a lo que tú decides-�x­


dama su padre.
Y el fiero pretendiente, entristecido, pero res­
petuoso, inclínase sin murmurar.

•••
Por otra parte, como la juv.entud es flor de un
día en Oriente, y como la vida nómada excluye
la poligamia, los hombres, a los pocos años de
matrimonio, no hallan ya en sus compañeras más
encantos que los de la comunión en el amor de
los hijos. "Las mujeres del desierto, desde la
Meca hasta Bagdad-dice Fazil Bey en su céle­
bre poema-, llevan trajes extraordinarios. Se
hacen tatuajes azules en el rostro, y con eso creen
embellecerse. Todas tienen los labios tatuados.
¿ Cómo besarlas? Sus cuerpos son cual la piel del
tigre. Desde la frente hasta los pies, todo es de
varios colores. Las más elegantes se hacen· tatuar
una liebre en el vientre y un lebrel en la nuca.
Ese cuerpo manchado como los de las serpientes
gusta, sin embargo, a los árabes de los valles.
¿ Qué es ese aro que lleva en la nariz? ¿ Cómo
hace para gustar, a pesar de todo? Su belleza no
J 69
. DiaUwdoyGoogle
E, GóMEZ CARRILLO
existe; su riqueza tampoco; es miserable, pero es
la hija de un tal y un tal y un tal. Cuando no se
tiene ni belleza ni riqueza, ¿ para qué sirven las
almas de los antepasados?" Si Fazil Bey no fuera
un hijo de la democrática Stambul, sino un árabe
de las grandes tiendas, sabría que, entre los be­
duínos, la sangre pura, y la noble estirpe son el
más preciado de los tesoros. Descender en línea
recta de uno de aquellos adalides anteriores a
Mahoma, cuyas gestas se perpetúan en las leyen­
das, vale casi tanto, para ellos, como poseer in­
mensos rebaños de camellos. Lo mismo que Quin­
tana, los hombres del desierto creen que las úni­
cas dos cosas que ennoblecen es realizar hazañas
dignas de ser cantadas o cantar aventuras dignas
de ser admiradas. El Yalor heroico y el talento
poético, he ahí sus dos virtudes eternas.
Por eso el héroe de los héroes, el Aquiles y el
Homero de la raza, es aquel maravilloso Antar
que, como Cirano de Bergerac, componía gentiles
moalakas en medio de los más encarnizados com­
bates. Hoy mismo, en las largas tardes de las épo..
cas de paz, lo que mejor consuela a estos hombres
de su inacción, es el relato de proezas poéticas y
sangrientas. El rapsoda de la tribu se sienta a la
sombra de la más vasta tienda. Los hombres de
bronce lo rodean. Y el romance o la leyenda co-
I 7 O
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

mienza : "¡ Gloria a Alá miseri�ordioso !. . . En


tiempo de nuestros abuelos ocurriósele un día al
rey de Hira mandar a uno de sus favoritos para
pedir la mano de la hija del jeque de los Hanu­
Bekif. El favorito compuso una canción .en honor
de la bella, seguro de emocionarla con la música
de sus versos, y se rodeó de los más arrojados ji­
netes, porque sabía que en el trayecto podía ser
atacado". El auditorio oye con una atención reli­
giosa. El narrador habla despacio y describe pro­
lijamente. Cada guerrero de la escolta tenía su
historia, y todas las historias han de referirse. Un
cuento dura varias noches, y un cuentista puede
siempre, como la simbólica Scherazada, entrete­
ner durante mil noches y una noche a sus amigos.
En los momentos patéticos, los ademanes teatra­
les completan las palabras. El romancero gesticu­
la, blandiendo un sable sobre las cabezas, o se
desmaya cantando un madrigal al pie de una cau­
tiva ideal. De vez en cuando el silencio de los que
oyen se trueca en tumulto. Los hombres se indig­
nan de las traiciones que hacen sucumbir a los
héroes del relato, o se entusiasman ante las proe­
zas de los guerreros, y entonces, todos en coro,
claman sus sentimientos. Cuando la historia ter­
mina con la muerte del protagonista, el jeque más
anciano inclina la cabeza y pronuncia algunas fra-
I 7 I
Dia t,wd oy Google
E. GóM EZ CARRILLO
ses fervientes cual un rezo, en honor de aquel
paladín más o menos fabuloso.

•••
Porque los beduínos, que no tienen, como los
árabes sedentarios, un sentimiento muy desarro­
llado de la fe, y que carecen de mezquitas, y que
descuidan las preces coránicas, y que ignoran las
sutilezas teológicas, son, en cambio, fanáticos
practicantes de la religión de los héroes y de los
poetas. Hace poco tiempo, el cheik-ul-Islam quiso
enviar a unos cuantos imam de la Universidad
del Azhar para enseñar a las tribus de Nubia los
gestos rituales de las cinco oraciones obligatorias.
Los nómadas recibieron a los sacerdotes cortés­
mente; pero después de verlos prosternarse con­
forme al protocolo de las ciudades, se echaron a
reir tomándolos por locos. En cambio, cuando un
poeta pasa por un aduar y se digna detenerse en
una tienda, el pueblo entero lo trata como a un
semidiós. La canción de Motenabbi, una de las
más populares del desierto, expresa de un modo
noble este ideal heroico y poético de la raza erran- .
te. "Mi gloria-dice--enseña a los hijos de Klin-
l 7 2

Dia t,wd oy Google


LA SONRISA DE LA ESFINGE

daf que los hombres generosos tienen su origen


en el Yemen. Soy el hijo de los combates y de la
libertad, el hijo de la espada y de la lanza. Los
desiertos y los versos rimados, las monturas de
camellos y las monta'ñas, me sirven de familia y
de patria. Llevo un largo cinturón; habito una
tienda sostenida por largos maderos; mi lanza es
larga, y también es largo el hierro que la remata.
Mi mirada es penetrante; mi vigilancia, activa;
mi puñal, acerado; mi corazón, intrépido; mi es•
pada adelanta el día de la muerte de los hombres;
se diría que existe un pacto entre la muerte y ella;
su filo ve el más profundo arcano de los corazo­
nes, mientras, envuelto en una nube de polvo, yo
mismo no me veo. Yo la doy una gran autoridad
entre mis enemigos ; pero si no tuviera para reem­
plazarla sino mi elocuencia, esto bastaría a de­
fenderme." Lo que el acero no consigue, realmen­
te, la lengua lo logra. Es preciso ser fuerte y dis­
creto, armonioso y rudo, refinado y bárbaro. Hay
que unir en un solo pecho el alma del guerrero y
el corazón del poeta. Hay que ser al mismo tiem­
po dominador y seductor. Y por encima de todo,
hay que ser libre. Con el único fin de conservar la
libertad, esta raza renuncia a las tierras fértiles,
a las ciudades ricas, a la vida sedentaria. Asimis­
mo renuncia a la religiosidad formalista, a la mo--
I 7 3
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L r, O

ralidad reglamentada, a la tranquilidad comer­


ciante. Pero ¿ qué son todas estas ventajas, si se
comparan con la perpetua embriaguez del peligro,
de la independencia y de la fantasía? Para un be­
duíno miserable, el más poderoso de los effendi�
no resulta sino un esclavo envilecido. Sin duda,
en el desierto no hay ni sederías, ni flores, ni per­
fumes, ni molicies voluptuosas. Pero hay algo su­
perior, y es la eterna libertad altiva bajo el eter­
no cielo azul.

1 i 4
Dia t,wd oy Google
VIII

UN PUEBLO DE ESTATUAS

En el museo de ,mtigii,dailes.-1.a,jiguras a•losa/es.-Las efigia de


vida.-EI realismo m d arle.-l'..sanas fmniliares.-La 1•ida que
palpita m los relievu.-El /deratim10 ojicial.-Una ra.w de ar­
tistas.-Dos egipcias que .<011:-íen.-l.fl r•idfl inmóvil.

Dia Uwd oy Google


o,,,t,,edbyGoogle
N o son las obras colosales, las enormes esta­
tuas faraónicas coronadas de altísimas tia­
ras, las que me atraen, desde hace muchos días.
hacia este museo de las antigüedades egipcias.
Más que _los gigantes hieráticos, impresionan las
figuras sin orgullo que no tratan de infundirnos
espanto con sus gestos de dioses, sino que nos ha­
blan de un modo familiar de la existencia de hace
cuatro o cinco mil años, como para demostramos
que, .en el fondo, todo en la vida ha sido igual des­
de que el mundo es mundo. En estas salas, rela­
tivamente exiguas, los colosos de granito hechos
para destacarse · entre las columnatas fabulosas
parecen más sobrenaturales aún que en sus tem­
plos de Tebas. Mejor que hombres, son verdade­
ras divinidades ante cuya grandeza el pueblo en­
tero debe prosternarse tembloroso. En cambio,
las estatuas menores, las que, lejos de inmovili­
zarse, se esfuerzan por hacernos ver las pasiones
que las animan, las que nos sonríen, las que nos
miran con simpatía, tas que nos reciben sin alti-
1 7 7
La aon·ri1a de la es/lnee.
E. G ó ME Z CARRIL L O
vez, parécennos, en verdad, personas de hoy y de
siempre. En algunas de ellas, hasta fisonomías
conocidas encontramos. ¿ Dónde hemos visto se­
mejantes caras ?-nos decimos. Y sobre los nom­
bres extraños grabados en los zócal�s de piedra,
vamos poniendo, con pueril regocijo, otros nom­
bres muy modernos. Esta mujer morena de gran­
des ojos rasgados, de labios sensuales y de perfil
beduíno, que lleva sus rizos cortos sobre los hom­
bros y que se adorna la frente con una cinta de
seda clara, no se llama N ofert o Nafrit, como
reza el catálogo, ni es contemporánea de las pirá­
mides. Yo la conozco. Yo le he hablado. Yo la he
visto bailar enseñando sus senos redondos y mo­
viendo sus brazos ligeros. Es una contemporánea
nuestra : mademoiselle Polaire, de los teatros de
París. ¿ Y este hombre gordo y calvo, de rostro
afeitado y de papada importante, que parece, con
la malicia socarrona de su gesto, recitar un monó­
logo ?... La etiqueta dice: "Ka-aper, época men­
fita." Pero yo veo en él a un actor de nue'Stra.
época. Un poco más lejos, otro busto me sorpren­
de a causa de su cabellera hirsuta, de su mirada
penetrante y de su boca infantil e irónica. Es e!
retrato de l!ln Ernest La Jeunesse de hace tres.
mil años.

***
I 7 8
Dia t,wd oy Google
·LA SONRISA DE LA ESFINGE
Mejor que en el museo de Atenas, donde, fuera
de las vidriera·s reservadas a las figulinas de ba­
rro, todo tiene un aire de maJ°estad olímpica, en
esta galería del Cairo sentimos la palpitación de la
vida milenaria en s'Us más campechanas intimida­
des. Los grandes artistas del Egipto antiguo no
tuvieron nunca una preferencia muy exclusiva por
las actitudes solemnes, cuando se trataba de re­
tratar a los que no eran seres divinos. Sus mis­
mas venus desnudas, símbolos de perfección ideal,
están mode�adas con una voluptuosidad entera­
mente familiar. Sus cuerpos son altos, finos y fle­
xibles. Sus curvas fueron seguramente acariciadas
con más amor que respeto por las manos hábiles
de sus creadores. En sus posturas no se nota nada
que no sea humano, muy humano, hasta muy rea­
lista puede decirse. Colocadas en una exposición
moderna entre obras de grandes artistas expresi­
vos, nadie sabría si no salen del taller de un Ro­
din, de un Mesthrovich o de un Zonza Briano. Y
es que lo que en un principio nos parece, a causa
del hieratismo de los reyes esculpidos o pintados
en los hipogeos, el producto de un estilo esencia1-
mente convencional, es, en realidad, la más natu­
ralista de las artes. Hay que ver en las escenas
de lucha de Beni-Ha.sán, en los campesinos con
sus gacelas de Khnumhatpu, en los vuelos de pa-
. I 7 9 Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O

lomas y de patos del palacio de Amenotes III, en


el combate del Sesostris de Ibsambul, en las esta­
tuas · de bronce compradas por el Louvre en la
venta Posno, en las gatas que se estiran y juegan,
de la "favissa" de Bubasto, en las innumerables
figulinas de barro, en fin, halladas en las tumbas
de todas las épocas y que representan escenas
familiares, hay que ver, realmente, la intensidad
de vida que anima las obras populares de este
pueblo. Dividido en dos escuelas, una hierática,
sacerdotal y faraónica, otra plebeya y naturalis­
ta, el arte egipcio ofrece, en su conjunto, el más
sorprendente de los contrastes. ¿ Es posible, nos
preguntamos, que los hombres que esculpían aque­
llas rígidas y grandiosas figuras de granito que
guardan las puertas de los templos, sean los mis­
mos que se entretuvieron en modelar las ondulo­
sas muchachas desnudas, los grupos de obreros
activos, las fisonomías caricaturescas llenas de ex­
presión y de vida que nos seducen en las vidrie­
ras del Cairo? En muchas de las obras encontra­
das en los sepulcros, la minuciosidad realista de
los escultores egipcios aparece como más escrupu­
losa que la de nuestros artistas modernos. Algu ­
nos historiadores atribuyen este amor del detalle
exacto y hasta anatómico a la influencia helénica
de la época saítica. Hay, no ohstante, obras muy
l 8 O
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
anteriores a la Grecia y a stt arte, obras contem­
poráneas de la Esfinge, como el Cheikh-el-Beled
y el busto <le la princesa Nafrit, que son verda­
deras maravillas de expresión y de vida. Desde la
era del esplendor menfita, más remoto aún que el
florecimiento tebano, un soplo poderoso de vida
anima las obras escultóricas. "No es al helenis­
mo--dice el director del museo del Cairo--a lo
que debe atribuirse este crudo realismo, pues ni
los griegos del siglo V antes de nuestra época lle­
vaban a tal extremo, casi penoso, la religión del
parecido. Esta religión artística desarrollóse natu­
ralmente como una consecuencia de las antiquísi­
mas teorías del "doble", y se produjo bajo la
influencia de los cambios que la moda introducía
en las maneras de vestir. El dogma sacerdotal con­
dujo al arte por una vía nueva, y si se copiaron
tan exactamente las cabezas, es para dar al "do­
ble" una imagen i gual 1. la que tenía en la tierra."
Cierto, muy cierto. Además de su propia efigie
exacta, el "doble" necesitaba en su mastabé o en
su hipogeo un espectáculo de vida, idéntico al que
había visto e� el mundo. Por eso en los bajos re­
lieves y en las esculturas de las tumbas, entre las
escenas hieráticas que ilustran el Libro de los
muertos y reproducen el juicio de Osiris, se en­
cuentran con frecuencia cuadros de una exactitud
I 8 I
D,9;1;,ed by Google
E. G ó ME Z CA R R I L LO
y de una familiaridad encantadoras. Destacándose
en colores fuertes, los campesinos y los artesanos,
los soldados y los escribas entrégan se a sus ocu­
¡iaciones favoritas. Su_s gestos son tan naturales,
que gracias a ellos los arqueólogos han logrado
reconstituir la existencia antigua. Los hombres
se sirven de sus instrumentos de trabajo con una
escrupulosa paciencia, manejando útiles cincelados
como si fueran joyas, mientras las mujeres se
consagran a los cuidados de sus hogares o de sus
personas. Cada actitud, cada ademán, cada acto
<le la vida está inscripto en los muros mortuorios.
Hay ahí cocineros que despluman aves, esclavos
que preparan el fuego, aldeanas que muelen los
granos, servidores que ponen 1a mesa. Hay jóve­
nes ociosos que se entretienen en juegos frívolos.
Hay pastores que apacentan sus ganados. ,Hay
campesinos que aran. Hay comerciantes que reci­
ben collares de piedras de color en cambio de sus
mercaderías. Hay perfumistas, ebanistas, panade­
ros, confiteros, barberos, tahoneros, orfebres, te­
jedores, carniceros, zapateros, verduleros, costu­
reros, todos ocupados en sus trabajos habituales,
vendiendo, fabricando, midiendo, pesando, rega­
teando. Como en un libro abierto, los sabios leen
en estas escenas y saben que un "utnú" de cobre
basta para comprar ocho patos ; que una cabra
J 8 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
vale dos "utnú"; que el precio corriente de un
pellejo de vino es de tres "utnú". Y si las acti­
tudes tienen una elocuencia grandísima, las fiso­
nomías la tienen aún mayor. Las esculturas del
Cairo forman una verdadera galería de documen­
tos psicológicos y fisiológicos de un precio inesti­
mable. "Las arrugas del rostro-<lice Maspero­
están marcadas con una insistencia escrupulosa ;
la profundidad de los ojos y hasta la pata de
gallo, los músculos que encuadran la nariz, los
pliegues sonrientes de la boca, el relieve de las
orejas, todo se ve. La imagen no es unifom1e­
mente joven, sino que indica la edad exacta del
modelo. Algunas cabezas del museo son retratos
poco halagadores de burgueses menfitas, cuyas
fealdades han sido transportadas a la piedra con
la precisión de un decalco fotográfico. Cierto sa­
cerdote afeitado tiene e1 cráneo detallado tan mi­
nuciosamente cual si hubieran querido fabricar
con ese modelo una pieza anatómica para una
escuela de medicina, y un médico diría, al verlo,
si hay en su caso taras congenitales."

• **

I 8 3
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
La estatua egipcia, en efecto, es una continua­
ción del individuo, como la muerte egipcia es una
continuación de la vida. Este mismo principio nos
explica el convencionalismo altivo de las colosa­
les efigies de reyes. Los faraones eran seres di­
vinos que, oficialmente, no aparecían ante el pue­
blo sino erguidos en una actitud de sublime
dominación y de invencible orgullo. Aún los per­
sas herederos de Cambiees y los griegos herederos
de Alejandro, al ocupar el trono de Sesostris,
adoptaban las costumbres antiguas y la religión
nacional. ¿ Cómo, pues, los escultores, que no eran
sino humildes obreros, inconscientes de su genio
maravilloso, habían de tomarse la sacrílega liber­
tad de cambiar la rigidez protocolaria de las re­
gias posturas tradicionales? Tales cual hoy nos
aparecen en sus menor�s bloques de granito, con
las altas tiaras cilíndricas o con los tocados de es­
finge, llevando en la diestra la llave de la vida,
demostrando con la sonrisa el desdén que todo lo
humano les inspira, así veían los tebanos y los
menfitas a sus Ramsés, a sus Setis, a sus Ameno�
thes. Que esta escultura religiosa y oficial no tie­
ne la majestad del arte de Fidias, es innegable.
Pero no por eso se comprende el desdén con que,
a mediados del siglo XIX, fueron vistos en Euro­
pa los primeros colosos traídos ·de los templos
1 8 4 DiaU,odoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
egipcios; pues hay que recordar, que los conser­
vadores del museo del Louvre, en París, pensa­
ron aprovechar las grandes estatuas de Luxor
para hacer bancos de piedra destinados al jardín
de las Tullerías, y que el admirable Horus, deca­
pitado y manco, no se salvó de la completa des­
trucción sino gracias a la influencia del sabio
Longperier. "Ce sont de choses barbares et sans
le moindre intéret"-decía entonces un crítico
eminente, incapaz ele aceptar que, fuera de Gre·
cia, la antigüedad hubiera animado la materia con
un soplo excelso. Hoy, por fortuna, el gusto ha
variado, y muchos artistas dan mayor importan­
cia al arte egi pcio que al arte helénico.

*"'*

Sin entrar en comparaciones, que a mí se me


antojan vanas, y sin dejar de guardar en el fondo
del alma la adoración que las venus de Atenas
merecen, es indudable que las estatuas del Cairo
son dign as de ser admiradas sin reservas. Desde
sus orígenes, los egipcios dan muestras de su ge­
nio escultórico. Entre las cabezas de piedra en­
contradas en Hieraconópolis, y que datan de cinco
I 8 5
DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
mil trescientos años, hay algunas que nos sorpren­
den por m extraordinario carácter expresivo. Ha­
blando de una de estas obras de la primera di­
nastía, el profesor Michaelis dice: "Reproduce el
tipo étnico con exactitud extraordinaria, y da
muestras de un gran poder de observación por la
fidelidad con que los ojos están ejecutados." Otro
sabio, el inglés Flinders Petrie, estudiando esta
misma cabeza, agrega: "Hay que notar la delica­
deza de las líneas de la faz, la ausencia absoluta
de convencionalismo en el modelado de la boca y
de los ojos." Y lo que más turba, al contemplar
esta obra, es pensar que antes de ella muchas ge­
neraciones tuvieron, seguramente, que trabajar
para llegar a tal perfección, a tal síntesis de vida,
a tal ciencia de la forma. No puede, realmente,
la cabeza de Hieraconópolis ser un trabajo pri­
mitivo. Pero en este punto, como en el estudio de
ta poesía griega, nos encontramos con que, detrás
de una obra cual la "Itíada", perfecta hasta lo
inverosímil, nada de to que sin duda existió antes
ven los sabios por mucho que escudriñan las le•
janías prehistóricas. "Aquí comienza el arte egip­
cio, aquí comienza la literatura helénica"-dicen
los profesores. En realidad, lo único que comienza
ahí, es el conocimiento que tenemos del pasado.
Obras tan impecables y hasta tan refinadas tienen
1 8 6
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
que ser consecuencias de una vasta cultura ante�
rior. De no ser así, nos veríamos obligados a acep­
tar la teoría de Peladán, según la cual la escultu­
ra egipcia nació milagrosamente, con la misma
perfección con que murió, sin haber tenido nunca
incertidumbres y tanteos infantiles.

***

Los historiadores reconoce� en el arte de Egip­


to varias épocas: una thinita, otra menfita, otra
tebana, y una última saítica. Cada época, según
parece, tuvo su estilo, su carácter y su simbolis­
mo. Entre las obras del tiempo de Sesostris y las
del tiempo de Ramsés IV hay diferencias visi­
bles. En la era de Akhenaten, por ejemplo, hubo
una revolución artística que cambió durante lar­
gos años el rumbo de las escuelas nacionales. Pero
todo esto, que interesa muchísimo a los que es­
tudian de un modo metódico la evolución de las
· formas y de los principios, a nosotros, que nos
contentamos con gozar de las sensaciones esté­
ticas, apenas nos preocupa. ¿ Qué puede impor­
tamos que en los momentos de decadencia las
formas hayan cambiado para recobrar luegc\ con
1 8 7
DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L LO

los nuevos esplendores de dinastías poderosas,


su pureza primitiva? Vistas tales como las encon­
tramos en el museo, las esculturas de los treinta
siglos faraónicos fonnan un conjunto homogéneo
en el cual aparece siempre la misma concepcÍ1)n
armoniosa y expresiva de la figura humana. He
aquí, en una de las salas, a una muchacha anóni­
ma, contemporánea de los constructores <le las
pirámides. Su rostro tiene una gracia sonriente
y voluptuosa que atrae ; su perfil es aguileño; sus
párpados largos, muy largos, entórnanse con un
movimiento de exquisita coquetería; su cabelle­
ra rizada cae sobre los hombros como la de la
princesa Nafrit; sus labios están dibujados con
amorosa delicadeza; su torso, en fin, es una deli­
cia con las redondeces de los senos nítidamente
modeladas, con la flexibilidad juvenil del talle
admirablemente indicada. Es, sin duda, una bai­
larina de las que en los bajos relieves ondulan al
son de las guitarras de una sola cuerda, para des­
pertar, en el alma del "doble", el deseo de amar.
Todo en ella revela la ligereza rítmica y el insi­
dioso poder de seducir. En su cuello frágil los
largos collares de escarabajos parecen palpitar.
Sus brazos, algo separados del cuerpo, van a al­
zarse en un aleteo armonioso. Sus finas piernas
marcan ya el compás de la danza, y en sus pies
I 8 8
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
menudos un temblor discreto denota la impacien­
cia. La vida entera bulle en todo ese cuerpo, que
recuerda, con su pátina ambarada, el de una de
las almés que admiramos en los teatrillos actua­
les del Cairo. Alejándonos un· poco, hasta cree­
mos que se mueve, que se alarga, que cambia de
actitud. Y ante tanta gracia, ante tanta seducción,
el entusiasmo que los antiguos poetas de · Egipto
sentían por sus cortesanas se nos antoja el más
legítimo de los sentimientos. A través de los si­
glos, el gran cantor voluptuoso de Tebas que dió
a Salomón lecciones de ardiente galantería, parece
decir aún a esta vendedora de caricias: "¡ Oh tú
en quien reside el placer, dulce es el perfume de
tu estancia, en la cual tu boca exhala, cual una
corriente florida, las emanaciones del ash ! Tu sa­
liva es una miel. Tu saliva tiene la suavidad em­
briagadora de los frutos de la viña. Es más delei­
tosa, tu boca tan buena, que un jardín plantado
de todas las plantas. Tus ojos son un cielo esplen­
doroso sin la menor nube mala. Mejor es estar a
tu lado que saciarse cuando se tiene hambre, que
reposar después de la fatiga. Dulce, dulce es tu
palabra."
A algunos pasos del lugar en que esta danzari­
na 'nos sonríe con sus labios sensuales, encontra­
rnos a una segunda damisela con el peinado igual-
! 8 9
o,,,t,,edbyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
mente airoso, con el mismo perfil fino y altivo,
con los mismos labios sensuales y sonrientes, con
los mismos ojos de voluptuosa languidez, con el
mismo torso redondo, delicado y nervioso. Esta,
sin embargo, no baila. Esta sueña. Su cuerpo está
en una actitud de reposo. Sus brazos caen sobre
las caderas con molicie. Su espalda se apoya en
una columnata con suave languidez. Pero no por
estar quieta deja de vivir. Su vida es interior. Su
sonrisa no es para nosotros, sino para las imáge­
nes que su mente acaricia.
Y yo me pregunto: ¿ son hermanas estas dos
muchachas morenas? Y es preciso que el catálogo
me haga ver que entre una y otra hay cerca de
sos mil años de distancia, para convencerme de
que no son hijas de un mismo artista creador.

***

Todo este pueblo de estatuas nacidas en medio


de civilizaciones diferentes, en épocas también di­
ferentes, forma una sola familia. La inmovilidad
que a cada paso descubrimos en la existencia mis­
ma de los orientales, aquí nos aparece en una sín-
. tesis palpable que abarca �1 espacio de treinta y
I 9 O
D,9;1;,ed by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

tantos siglos. Las diferencias profundas que se


notan en un museo europeo al contemplar las obras
de un milenario, y que nos hacen ver la perpetua
evolución que agita a las febriles civilizaciones
de Occidente, en Egipto son desconocidas. Desde
que el fabuloso Menés funda la ciudad de los
Muros Blancos hasta que los últimos Ptolomeos
abren- las puertas de los grandes templos a los
dioses extranjeros, la existencia en las márgenes
del Nilo es siempre la misma. Y tomo aquí, más
que en ningún otro país, el arte es un reflejo pal­
pitante de la vida, las esculturas son también las
mismas. En el templo de Denderá, construído en
tiempo de Augusto por el prefecto Aulio Avilio
Flaco en honor de la diosa Athor, hay una ima­
gen que simboliza la intangible persistencia de las
formas en Egipto. Al pie de la divinidad tutelar,
un joven soberano, con la tiara real en la cabeza,
se yergue en su trono lo mismo que los colosos
tebanos. ¿ Es un faraón ilustre? ¿ Es uno de los
herederos de Sesostris? No. Es el emperador Ne­
rón. Al tener que figurar a un príncipe extranjero
a quien no conocían, aquellos artistas no podían
imaginárselo diferente de sus propios señores. La
griega Oeopatra aparece en los dos retratos más
o menos auténticos que de ella se conservan en
este museo, como una princesa autóctona, con el
¡ 9 I
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E. G ó ME Z CA R R I L L O
pecho desnudo y la llave de la vida en la mano.
Esto nos indica que el convencionalismo oficial
exigía siempre un tipo único cuando se · trataba
de representar a los soberanos cuya esencia di­
vina los hacía diferentes del resto de los mortales.
Pero fuera de la grandiosa imaginería faraónica
o ptoloméica, el arte fué, desde sus orígenes hasta
su muerte, el más realista, el · más humano y el
más expresivo que ha conocido el mundo. La in­
mutabilidad que notamos en los tipos escultóri­
cos no proviene del respeto de un canon estableci­
do arbitrariamente y conservado con supersticiosa
ratina, como pasa con el tipo clásico del siglo de
oro en Grecia, sino de la persistencia real de los
rasgos étnicos de la raza a través de las edades.
Aquellos artistas que reproducían las palpitacio­
nes de la vida con un escrúpulo extraordinario
de naturalismo; que ni siquiera consentían en
adular a sus modelos haciéndolos más bellos o
más majestuosos; que copiaban lo que veían tal.
cual lo veían, hasta el punto de seguir paso a
paso, en los relieves de las tumbas, las diversas
fases de la embriaguez en lo� humildes clientes de
las tabernas y en los aristocráticos bebedores de
"kolobi"; que no descuidaban ni_ una arruga en
una frente, ni un lunar en una mejilla, ni un rictus
en una boca; que procedían, en fin, con la pureza
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Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
ingenua y minuciosa de los mejores primitivos
flamencos, no se habrían sometido a una práctica
de engañoso tradicionalismo. La verdad es que el
pueblo, refractario a todo cruce con otras nacio­
nes, permaneció siempre libre de influencias étni­
cas extranjeras. Tales cual eran los súbditos de
Menés en los albores de la civilización premen­
fita, así los encontró Estrabón tres mil quinientos
años más tarde, en la aurora del cristianismo. Los.
artistas, siempre sinceros, se contentaron con re­
producir los rasgos populares como los vieron a
través de los siglos. Por eso en las vastas gale­
rías del museo del Cairo, panteón de la raza me­
jor que panteón de los reyes, podemos ahora in­
terrogar a los representantes de la más .:.ntigtta
especie humana, sin temor ele que sus rostros nos
engañen lo mismo que nos engañan los perfiles
divinamente estilizados de los griegos del tiempo
de Aspasia.

J 9 3
LA ,onrisa de Za esfinge. o,,,t,,edbyGoogle 13
o,,,t,,edbyGoogle
IX

LA TRAGRDIA DE LAS MOMIAS

l!.n el museo de aHtigüedades.-E, palSteun ae los faraonu.-Esta­


hlas y momias.-l!,as actitudes de la mwrte.-La vida de la
tuml,a.-Los muertos que vivm.-EI ¡uicio de Osiris.-.Almas
fW! mW!rm.-Los secretos de los reyes.-EI gesto eternúad4.

Dia t,wd oy Google


1
1

Dia t,wd oy Google ,I


M ÁS de una vez se ha dicho que este museo
del Cairo es el verdadero panteón de los
antiguos soberanos de Egipto. A cada paso un
rey o una reina se yerguen ante nuestra vista,
eternizados en el granito negro del desierto o en
el granito rojo de Seyna: Aquí están los Ramsés,
los Sesostris, los Amenofis, los Meremtah, los
Tutmosis, los Rahotep, con sus dobles coronas
en la cabeza, con sus insign ias reales en la dies­
tra. Aquí están las ilustres princesas que compar­
tieron con ellos el poder sagrado. Aquí están loa
tronos, los cetros, las diademas, las barcas mor­
tuorias. Pero no son las estatuas las que mejor
nos hacen penetrar en el alma de aquellas dinas­
tías, sino las momias, las innumerables momias
reales, que guardan en la rigidez de sus rostros
los últimos secretos de las más remotas existen­
cias. ¡ Ah, estos cadáveres que datan de tiempos
fabulosos y que parecen embalsamados ayed No
hay escultura que logre darnos una sensación de
1 9 7 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CAR R 1 L L U·
vida igual a la de tales reliqu-ias. Helas aquí to­
das bajo los cristales de las vidrieras. He aquí a
Seti I envuelto en ba�deletas que le hacen un
manto regio; he aquí a Sesostris con su perfil de
águila envejecida en las luchas y en las conquis­
tas, el terrible Sesostris que tres mil doscientos
años después de muerto aún mueve un día su
brazo descarnado para poner un último espanto
en el ánimo de los hombres de nuestro siglo; he
aquí al infeliz Ramsés V, que, sin fuerzas para
imponer su voluntad, cae bajo el dominio de los
grandes sacerdotes de Amón; he aquí a Pinot­
mú II, el cual fué encontrado, nadie sabe por qué,
en el sarcófago <le Thutmés I; Pinotmú, usurpa­
dor y conquistador aun en la tumba, que conser­
va en su diminuto rostro de anciano malicioso una
sonrisa diabólica; he aquí a Amosis, hijo de Ke­
mosé, en quien algunos ven al provocador del
éxodo de los hebreos; he aquí a Amenofis I, el
genio protector de las sepulturas tebanas; he aquí
a Seti II, príncipe desgraciado que asiste a la rui­
na de su imperio sin sentir la fuerza necesaria
para oponerse a la anarquía general ; he aquí al
rudo Sethnakht, que logra restablecer el orden ;
he aquí a Thutmosis I, cuyos hijos se disputan
su herencia cuando aún él está vivo; he aquí a
Sekenyen-Re, el misterioso monarca del cual tan
t 98 DiaU,odoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

poco se sabe. Y junto a ellos aparecen las reinas:


la infeliz Makeri con su cara invisible; la pode­
rosa Hatasoo, hermana de Thumsés III; la ator­
mentada Hent-Tené; la orgullosa princesa Nesi­
Kousu y la más enternecedora de todas, la dimi­
nuta Nefret-Eré, que es una verdadera muñeca
con sus ojos de esmalte. Hay entre estos muertos
algunos que parecen a punto de despertarse, de
tal modo están intactos, de tal modo la vida pal­
pita aún en sus rostros. Y los hay que sonríen
suavemente, piadosamente. Y los hay que ríen,
que ríen con risas macabras como sacudidos por
un espanto de locura, que ríen desmesuradamen­
te, que ríen y nos hacen temblar con sus risas. Y
los hay que tienen una serenidad de dioses grie­
gos, con sus párpados cerrados, con sus frentes
sin un pliegue, con sus labios tranquilos. Y los hay
también ·que gritan, sí, que gritan, abriendo sus
horribles bocas desdentadas, que gritan y se re­
tuercen como para luchar contra la muerte. Y los
hay que nos miran irónicos, burlándose del empe­
ño que ponemos en descifrar el enigma de sus
eternas inmovilidades. Y todos, hasta los que me­
nos bien conservados se hallan, tienen una expre­
sión de vida inverosímil, de vida interminable, de
vida más intensa que la nuestra.
***
l 9 f)
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E. G ó ME Z CARRILLO
La idea de una segunda existencia tal cual los
sacerdotes de Amón la comprenden, con puerilt­
dades infantiles y con fetichismos grotescos, se
ilumina, ante el epectáculo de las momias, de cla­
ridades graves e inesperadas. Los muertos del
Egipto faraónico no son iguales a los muertos de
otros pueblos. El hipogeo o el mastabá de Menfis,
de Tebas, de Sakará, lejos de ser una prisión
eterna, como el mausoleo griego, no es sino un
hogar definitivo. La sorpresa de los primeros ar­
queólogos occidentales que penetraron en las man­
siones mortuorias del desierto Líbico, fué extra­
ordinaria. Ante el amontonamiento de muebles,
de carros, de barcos, de libros, de juegos y de
armas que rodea cada sarcófago, todos se figura­
ron que los egipcios tenían la costumbre de ente­
rrar, al mismo tiempo que al muerto, los objetos
que en vida le habían pertenecido. "Los muebles
de su casa debían acompañar al difunto-dice
Lacroix-para que, el dí-a de su despertar, no ca­
reciera de nada y pudiera reconocer a su derredor
las cosas que le habían sido familiares en la tie­
rra." En realidad, no son sus muebles mismos,
sino la copia de sus muebles, lo que encontramos
en las tumbas de los egipcios. El "doble" huma­
no necesita "dobles" de todo lo que ha parecido
antes indispensable, puesto que su segunda exis-
2 O O
Dia t,wd oy Google
l,A SONRISA DE LA ESFINGE
tencia ha de ser una reproducción exacta e inter­
minable de la primera. "Se trata---escribe Maspe­
ro--de alhajarle una casa con lujo y comodidades
iguales a las que tuvo en vida. Por eso vemos a
los escultores modelarle estatuas por docenas; a
los grabadores prepararle bellas estelas en las qu�
se lee su nombre, sus títulos, el relato de sus he­
chos y de sus virtudes; a los alfareros hacer!�
figuras de esmalte; a los orfebres cincelarle sor­
tijas y collares; a los peluqueros confeccionarle
pelucas de todas clases, altas o bajas, rizadas o
lisas, azules o negras. Tiene necesidad de un al­
macén entero de muebles, de camas, de mesas, de
sillas, de cofres perfumados para la ropa." Una
,-ez los aposentos así amueblados, hay que pensar
en ofrecer al "doble" un carro y una barca, para
e¡ue pueda salir de su casa y visitar sus posesio­
nes; hay que darle armas para defenderse; hay,
en fin, que protegerlo contra los sortilegios por
medio de talismanes. Esto último es una cosa muy
importante, pues el muerto se halla más expuesto
aún que el vivo a desgracias y a dolores inespe­
rados. Por eso el sacerdote, en el momento de
embalsamar su cuerpo, colooa entre las bandele­
tas de lino los mil objetos mágicos que han ele
servirr durante la eternidad.
Los escarabajos encontrados por centenare& en
2 O 1
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O
todas las tumbas tebanas, y que hoy adornan los
anillos de nuestras bellas y los alfileres de corbata
de nuestros galanes, son los amuletos por exce­
lencia. Su nombre se escribe por medio de un sig­
no cuya pronunciación es igual a la del jeroglífico
que significa "Ser", y esto basta para convertir al
modesto insecto en un símbolo de vida perdura­
ble haciendo de él una imagen de la esencia de la
vida en sus infinitos .avatares. Los embalsamado­
res lo emplean lo mismo en los féretros de 1�
re::yes que en los de los mendigos. Todo lo que es
la carne y el alma está compendiado en su mi­
núsculo carapacho. Al principio, el animalito mis­
mo, disecado cuidadosamente, basta. Pero pronto
comprenden los sacerdotes que su imagen sería
más eficaz aún si en ella se grabaran algunas pa­
labras mágicas. Y entonces comienza el gentii
florecimiento de escarabajos de amatista, de tur­
quesa, de cornalina, de lápiz lázuli, de esmalte, de
nácar, de ága ta, de serpentina, de hematita, de
cuarzo, de jade, de pórfido, de diorita. Los orfe­
bres cincelan con cuidado su parte superior y gra­
ban en 1a inferior el nombre del muerto, o las
preces que ha de clamar al hallarse ante Osiris,
e las frases que debe tener presentes en todas las
ocasiones graves de su existencia, o las palabra�
esotéricas que le permitirán alejar a sus enemigos
2 O 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

naturales, o las letanías en honor de Toht, o los


conjuros destinados a apaciguar a los cuarenta y
dos jueces de la muerte, o las frases tiernas que
en el más allá han de conservarle el amor de su
esposa. Las cartas que las momias escriben a sus
deudos para recomendarles que no olviden las
ofrendas, están selladas con un escarabajo.
Además del insecto indispensable, hay otros
muchos talismanes de una utilidad capital. Un
disco esmaltado puesto sobre el pecho del muer­
to, conserva en el fondo del corazón las virtudes
domésticas ; un anillo de oro permite guardar· el
timbre grave de la voz para recitar las oraciones
del "Pir em Hu"; una flor seca preserva la vista
áe las nubes de la nada; una fórmula inscrita en
una placa de metal defiende contra las asechan­
zas de los espíritus malignos; una tableta cubierta
de signos misteriosos da el poder de salir del fé­
retro para llevar, entre parientes queridos y ser­
vidores leales, una existencia agradable. Porque
el "doble" no está nunca solo. "Cuando, después
de haber recorrido ·sus campos-dice Jules Bai­
llet-, o de haber visitado sus talleres o sus alma­
cenes, o de haber cazado en las marismas, el "do­
ble" vuelve por la noche a su mansión de etemi­
dad, no logra resignarse a verse aislado y sin
afectos. Lo mismo que durante stt vida terrestre.
2 o 3
D1gilizedbyGoogle
E. G ó ME Z CARRIL L O
le es necesario la buena acogida de sus padres o
<ie su esposa, los gritos alegres de sus hijos, los
saludos de los amigos o de los esclavos, y hasta
las caricias de su perro favorito." Para que la
tumba pueda ser así la casa de un muerto y de
muchos vivos a la vez, se requiere el poder del
arte y de la magia sagrada. Los relieves policro­
mos que en los hipogeos antiguos nos sorprenden
-con sú abundancia de vida, no son, realmente,
cual en un principio se creyó, simples adornos,
sino verdaderas asambleas de seres reales. Cada
figura es un "doble" vivo que acompaña al "do­
ble" muerto. Las oraciones rituales de los sacer­
dotes confieren a las figuras esculpidas un soplo
<le realidad. En un cuento antiquísimo de Tebas,
titulado: "Las Aventuras de Satni Khamois", ve­
mos de un modo claro el mecanismo de la exis­
tencia familiar de una mastabá. Reunidos en la
vasta cripta, los parientes del difunto entretié-
11ense durante las largas horas del día en jugar a
las damas. De pronto, uno de los más ancianos,
que vuelve de dar un paseo, habla de ciertos mal­
hechores que saquean las casas de eternidad de la
comarca. Todos se ponen entonces a buscar sus
amuletos contra los ladrones. Una vez tranquilos,
sienten un gran apetito y piensan en hacer pre­
parar un banquete. Los cocineros están ahí, y ahí
· 204
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

están también los músicos y las bailarinas. La co­


mida es opípara. Las danzas llenan de regocijo
las almas. El esposo acércase amorosamente a su
esposa y los jóvenes se miran con ojos llenos de
voluptuosidad. Al llegar la noche, las parejas se
unen en la sombra.

***
Cuando se piensa que no son sólo los príncipes
y los potentados los que se convierten en momias,
sino todos los hombres, los escribas como los es�
-:lavos, los mendigos como los generales, y ade­
más de los hombres muchas bestias, desde el te­
rrible cocodrilo hasta el minúsculo escarabajo,
dase uno cuenta del número de seres vivos que no
trabajan sino en conservar la forma humana a
los muertos. Figurémonos, en efecto, un gran
pueblo, el más grande de la antigüedad, en el cual
cada ser que desaparece ocupa durante setenta y
tantos días a tres o cuatro personas, y tendremos
una idea aproximada del Egipto faraónico. Para
el más modesto ciudadano muerto, hay necesidad
de magos, de químicos, de cirujanos y de sacer­
dotes. La técnica de la momificación nos ha sido
explicada por todos los historiadores. Apenas et
cadáver está frío, la cohorte de los obreros de la
2 o 5 Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L LO
eternidad se apodera de él. Uno le abre el vientre
y le saca las entrañas. Otro le rompe los tabiques
nasales y por medio de garfios finísimos le extrae
la masa cerebral. Así vaciado de lo que más fácil­
mente se corrompe, el cuerpo es sumergido en un
baño de nitro, en el cual permanece largas sema­
nas. Cuando las carnes y los huesos están impreg­
nados de sales; cuando la piel está curtida; cuan­
do todo germen de podredumbre ha sido destruí­
do y la carne se ha transformado en materia in­
alterable, otros obreros llenan de asfalto el cráneo
y de hierbas aromáticas el vientre. Con sólo tal
preparación, el cuerpo podría durar algunos si­
glos. Pero esto no basta. Es necesario que dure
una eternidad, que resista a los milenarios, que se
haga tan invulnerable como la piedra. Por eso en
el último momento preséntanse los que, con cui­
dados sabios y precauciones religiosas, envuelven
los miembros en las largas bandeletas de lino pu­
rificado. Mientras un sacerdote lleva a cabo la
labor material otro coloca de trecho en trecho se­
gún rituales invariables los amuletos, y otro, ha­
blando al oído del cadáver, da al alma los supre­
mos consejos de la sabiduría del más allá. Y
cuando la momia está al fin concluída, aún hay
que encerrarla en un féretro que reproduce la
forma humana, idealizándola según los cánones
206
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

de la estética local-féretro que tiene, bajo la


mitra sagrada, una abundante cabellera, y dos in,
mensos ojos de esmalte, y una boca de grana, y,
en fin, cuando se trata de mujeres, dos senos de
oro con los divinos pezones animados por dos li­
geras gotas .c:Je carmín.
***
Naturalmente, a tales preocupaciones materia­
les corresponde una mayor preocupación moral.
"El Egipto - dice �ichelet- es el pueblo de la
muerte." El pueblo de los muertos sería más exac­
to. Porque no es la idea misma del no existir lo
que inquieta a esta gente, sino la noción de la
vida real del cadáver, la materialización del alma
siempre unida al cuerpo, la superexistencia indi­
vidual, en suma. Entre los innumerables mitos de
la fe egipcia, el más popular y el más santo parece
ser el del embalsamamiento de los restos de Osi­
ris. Lo que Isis llora no es el asesinato mismo del
dios, sino las mutilaciones del cadáver. Todo su
empeño está en encontrar los restos dispersos
para unirlos por medio de bandeletas. Y así, cuan­
do, después de infinitas pesquisas, la diosa logra
descubrir en el fondo del Nilo los miembros de
su hermano y formar con ellos la momia sagrada,
su alma recobra la paz y la dicha.¿ No viven, aca-
2 o 7
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O
so, los muertos lo mismo que los vivos? ¿No es
la tumba una mansión igual a la de los que se
quedan en el mundo? ¿ No se conservan en el má�
allá los mismos goces, las mismas energías, los
mismos afectos y hasta las mismas ocupaciones
del mundo? En esta región de luz ni aun en las
criptas mortuorias penetran las vagas sombras del
misterio de la existencia futura. Para los que em­
prenden el viaje supremo no hay ni promesas de
paraísos, ni amenazas de metamorfosis. El pre­
mio consiste en seguir viviendo la vida que se
llevó en la tierra. En las cavernas que sirven de
sepulturas, cada uno encuentra, si sus pecados no
lo hacen indigno de la gracia perdurable, y si sus
amuletos lo salvan de la destrucción definitiva, lo
que dejó en el palacio o en la choza. El rico sigue
siendo rico, el amante sigue amando, el obrero no
deja nunca de trabajar. Ser o no ser, he ahí el
fondo del gran problema. Aquel que no merece,
en el juicio final, la absolución de Osiris, es de­
vorado en el acto por las cuarenta y dos divini­
dades infernales que se alimentan de carne de pe­
cadores. Aquel que sale vencedor de la terrible
audiencia; embárcase en la ba,rca de Toht y va a
continvar en la tumba el hilo apenas interrumpi­
do de su vivir ordinario.
**'�
2o8
Dia t,wd oy Google
L.1 SONRISA DE LA ESFINGE
En realidad, hasta más felices que los vivos
son los muertos de Egipto, puesto que, habiéndo­
se sustraído a la tiranía faraónica, no tienen más
leyes que las de los dioses. Y los dioses egipcios►
a pesar de sus nombres terribles y de sus actitu­
des severas, resultan buenas personas que se de­
jan engañar con relativa facilidad. Los bajos re­
lieves que ilustran el texto del "Libro del Salir
del Día" nos hacen asistir a las audiencias supre­
mas en las cuales se juzga a las almas. En la
vasta sala del Tribunal •hállanse reunidas las cua­
renta y dos divinidades que forman el Jurado.
Osiris, dios de la muerte, dios que ha muerto y
que ha resucitado de entre los muertos, dios que
ha sido momificado, dios que conoce todas las
angustias y todos los secretos del ser y del no ser,
preside solemnemente el juicio. La balanza de la
Verdad álzase en el centro del p»etorio, custodia-
. da por el verdugo celestial, monstruo hecho de
una parte de león, una parte de cocodrilo y una
parte de hipopótamo. El que acaba de salir del
mundo comparece, tembloroso, ante sus jueces so­
brenaturales. Al hallarse frente a Osiris, pros­
témase y dice : "¡ Salud, oh gran señor Justo :
salud, gran dios de la Verdad! Vengo hacia ti,
hacia ti soy guiado para contemplar tus bellezas.
Te conozco, conozco tus virtudes, conozco a 1as
209
La 1onri1a de la e1flnge.
E. & ó ME Z CA R R I L L O
cu�renta y dos divinidades qtte se hallan contigo
en la Sala del Juido, conozco sus nombres y sé
que, viviendo de los despojos de los pecadores, se
nutren de su sangre, en este día en que todos
Fendimos nuestras cuentas ante el Ser Bueno. Os
traigo la verdad, dioses, y por vosotros destruyo
los pecados." Cuando termina este primer discur­
.!>O, Mait, la Dama de la Justicia, toma el corazón
-del muerto con sus manos impasibles y lo coloca
-en uno de los platillos de la balanza reveladora.
¡ Ay del que es impuro, si en momento tan supre­
mo no sabe engañar a los dioses y engañarse a sí
mi_smo ! Porque en estos trances rituales sólo la
muy sutil astucia y las muy finas adulaciones ptte­
'rlen salvar a bs pecadores. Cuando se miente a
Osiris, es preciso mentir con arte. Además, es in­
dispensable contar con la complicidad de su pro­
pio corazó;1, r¡ue puede hacerse más o menos dis­
creto. El n,·.terto comienza, pues, por recitar en
voz baja esta fórmula consagrada: "Corazón de
mi madre, corazón de mi nacimiento, corazón que
yo poseía en la tierra, no te levantes contra mí en
un testimonio severo, no seas mi adversario ante
los poderes divinos, no peses contra mí. No digas:
he aquí !o que ha hecho. No hagas surgir mis fal­
tas contra mí, ante el gran dios del Occidente.,.
Gracias a estas palabras y a los amuletos puestos
2 I O
Dig;1;,ed by Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

por los sacerdotes entre los lienzos de la momifi­


cación, con objeto de impedir que los pecados
aparezcan en todo su horror en el momento deci­
sivo, el muerto se siente relativamente tranquilo.
El platillo de la balanza, que debe salvar o con­
denar, no desciende. El monstruo no abre sm,
fauces devoradoras. Los dioses no sienten la sed
insaciable de la sangre. Los brazos de Mait no se
agitan irritados. "Habla"-dice entonces el Juez
Supremo, �irigiéndose al muerto. Y el muerto,
sin temor de que en su discurso la falsedad sea re­
conocida, comienza a hacer la "confesión nega­
tiva" que exige el ritual de "Pir em Hu". "No
he hecho mal-murmura-; no he cometido vio­
lencias; no he' robado; no he hecho matar a nadie
traidoramente; no he disminuído las ofrendas a
los dioses; no he proferido palabras engañosas;
no he hecho llorar; no he sido impuro; no he ma•
tado a ningún animal sagrado;' no he asolado las
tierras cultivadas; no he sido calumniador; no he
sentido ira; no he sido adúltero; no me he nega­
do a oír las palabras de yerdad ; no he cometido
maleficios contra mi padre ni contra el rey; no he
manchado el agua; no he hecho maltratar a los
esclavos; no he perjurado; no he falseado el fiel
de las balanzas; no he robado la leche de la boca
de los niños ; no he capturado con mis redes a las
2 I l Dl\jitizedbyGoogle
E. G O ME Z CA R R I L L O
aves de los dioses; no he rechazado el agua en su
estación ; no he cortado los canales de riego ; no
he apagado el fuego en su hora; no he desprecia­
do a Dios en mi alma. Soy puro, soy puro, soy
puro." Después de oir esta confesión y de consul­
tar de nuevo la balanza, el celeste procurador del
pico de ibis, Thot, escribe en sus tabletas la sen­
tencia absolutoria, que es a saber: "El difunto
sale victorioso para ir a todos los lugares adonde
le convenga, cerca de los espíritus y de los dioses.
Los guardianes de las puertas del Occidente no lo
rechazarán." Una vez dueño de este documento,
escrito "en un ladrillo de pura arcilla extraída de
un campo pcv.- el cual ningún arado ha pasado",
ya el muerto puede comenzar la existencia eterna
entre sus parientes, sus amigos y sus esclavos.
Pero si los peligros infernales han terminado,
no así los riesgos de la nueva vida. En la tumba,
en efecto, el "doble" tiene sus necesidades, lo
mismo que los hombres tienen las suyas en 1a tie­
rra. Sus deudos deben llevarle las ofrendas ali­
mentarias indispensables a su subsistencia. Y ¡ ay
del que, un día entre los días, vese privado de
tales dones ! Et hambre lo hace entonces salir de'
su sarcófago, no para pasearse por los campos
amenos, ni para visitar sus posesiones, no, sino
para recoger en los caminos los restos de la co-
2 l 2

D,9;1;,ed by Google
LA SONRISA /JE LA ESFINGE

mida de los mortales, o para atacar, al amparo de


la sombra, a los que así los olvidan. La vida del
difunto es tan real, que hasta perderla puede.
"Muchas almas-dice Maspero---sucumhen en su
camino y mueren : sólo las que poseen amuletos y
encantaciones sagradas llegan al fin a las márge­
nes del lago Kha y ven las islas de la bienaven­
turanza."

***
Entre las momias reales que reposan en las vi­
drieras del museo, hay una que, seguramente, ha
llegado a contemplar las islas felices. Es la de
Seti I, padre de Sesostris el Grande. ¡ Cuánta cal­
ma, en efecto, en su rostro fino 1 ¡ Cuánta paz en
su actitud I Con los brazos cruzados sobre el pe­
cho, parece sumido en un sueño lleno de nobles
ensueños. Toda la majestad serena de su época
refléjase en su frente. Por haber construído los
maravillosos templos de Karnak, de Kurna y de
Abidos, los dioses han puesto en su alma la bella
inmortalidad que nada teme. Sus labios se han ce­
rrado sin conservar el amargo sabor de las que­
jas. Sus ojos tranquilos contemplan, a través de
los siglos de los siglos, una obra imperecedera de
esplendor y de justicia.
2 1 3
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E. G ó ME Z CA R R I L L O

Luego, como para hacernos sentir mejor la ex­


celsitud de este espectáculo humano, al lado de
Seti vemos extendido, estirado mejor dicho, y sin
brazos ni cabello, a un monarca anónimo de la
vigésimaprimera dinastía. En el rostro de esta
momia no hay ninguna grandeza real. El rictus
horrible de su boca lanza aún, desde el mundo de
las sombras, un grito siniestro de dolor y de có­
lera. ¿ Es posible que nos encontremos en presen­
cia de un ser casi divino, de un hijo del dios Ra,
de una encarnación del Sol ? Otros faraones des­
enterrados nos hacen sentir el orgullo de aquellos
hombres omnipotentes que sabían, de antemano,
cuán bellas mansiones reservan a sus "dobles"
ias pirámides y los hipogeos. El hieratismo es
frecuente en los restos de los soberanos. Pero es­
te rey sin nombre resulta lo contrario de lo hierá­
tico. Este se retuerce como atormentado por do­
lores horrorosos ; éste se crispa en un est>asmo
siniestro de todos sus músculos; éste clama deses­
peradamente con su boca negra.
Comparada con tal momia, la de la princesa
Nessi Nonson casi parece una imagen de la se­
t enidad. Y Dios sabe, no obstante, si la miste­
riosa infanta tiene fama de poner mala cara a
los mortales. Sus senos redondos demuestran que
sucumbió joven. Sus rasgos, de un dibujo corree-
2 1 4
º' """'°'Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
to, indican una belleza fina y rara. Pero hay en
sus labios tal gest� de ironía - cruel, tienen sus
largos párpados tal aire de desprecio, que el con­
junto del rostro sorprende y mortifica cual el de
una persona que no sintiera por los seres que la
rodean sino una incurable repugnancia. La rigi­
dez misma de su cuerpo denota un orgullo indo­
mable. ¡ Ah, ésta no debe haberse humillado con
gentiles embustes ante los cuarenta y dos jueces
supremos! Segura de la divina esencia de su es­
tirpe, dejó, sin duda, que Mait pesara su corazón,
y, sin pronunciar una. sola palabra, sin despegar
siquiera sus crueles labios, pasó ante Osiris con
la misma altanería con que antes había pasado
ante los sacerdotes de sus templos. Los historia­
dores han tratado, en vano, de reconstituir la exis­
trncia íntima de esta princesa de obsesión. Los
jeroglíficos nada dicen de su carácter, de sus pa­
siones, de sus aventuras. Lo único que de ella nos·
queda es una sonrisa y una actitud.
Pero lo maravilloso de las momias es justamen­
te que puedan conservar durante millares de años,
en lo que a nosotros nos parece tan deleznable, en
la frágil carne humana, el secreto de sus almas.
El "ni más ni menos", del cuadro de Valdés Leal,
y el "todos acabaréis en la podredumbre", de la
Danza Macabra, no rezan con los egipcios de otro
2 r 5
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R 1 L L O

tiempo. Mejor que cadáveres embalsamados, los


faraones, los grandes sacerdotes y las princesas
que aquí vemos, nos parecen gestos eternizados.
Los nombres de muchos -de ellos se han perdido.
Sus historias nadie las conoce a punto fijo. Lo
que hicieron, lo que pensaron es, por lo gen�ral,
un enigma que la ciencia histórica no descifra sino
de modo imperfecto. Mas algo del misterio de

sus almas perdura siempre, gracias a esta conser-
vación inverosímil de la postrera µiueca. Y no di­
gamos que, para la psicología, el rostro no es
nada. ¿ Desdeñamos, acaso, el docÚmento vivo de
los retratos?... Ahora bien; ¿ dónde hay un retra-
to que sea comparable con estas terribles efigies
vivas? Figurémonos, en efecto, lo que podríamos
descubrir de arcanos ahora insondables en las mo­
mias de un Nerón, de una Aspasia, 4c un Ma­
homa ...

¿ ' r,
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X

EL NILO

ÍA santidad del no.-La vida dd Egipto _v las agua.s--Los misterias


y las lrymdasjluvialu.-Los fmómmos.-Los lwmbru que rie­
,t¡al'.-El Nilo,fumte del duedw.-La _maiia11a que canta.-Evo­
«zcionu.-Las aldeas de las má,ge�s.-Vuio11e, del denerlo.

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.• DigitizedbyGoogle
C ON una emoción profunda acabo de instalarme
en el barco que nos lleva hacia la comarca en
donde las sombras de los grandes sacerdotes df:
Amón nos esperan. La hora es admirable. En el
Poniente el cielo inaugura sus iluminaciones ves­
pertinas entre- transparencias que dejan ver, en un
más allá fantástico, extraños fulgores de brasas. A
uno y otro lado del río álzanse viejas palmeras cu­
yas sombras negras se reflejan en la. ninfa ígnea.
Es el eterno, el invariable pai�aje de Egipto, el pai­
saje divino que durante nuestro viaje veremos to­
das las tardes y que todas las tardes nos hará que­
darnos quietos, en la popa, largos intantes, soñan­
do el mismo ensueño de esplendores y de miste­
rios. La sola idea de que me encuentro en el Nilo
y que me encamino hacia Tebas, lléname el alma
de emociones. El Nilo, el viejo Nilo, el padre
Nilo, el Nilo sagrado ... Los labios no se cansan
de repetir estas sílabas armoniosas, como los ojos
tampoco se fatigan de ver la corriente púrpura.
2 1 !)
Dia t,wd oy Google
E. G ó 1H E Z CA R R I L L O
¡ El Nilo 1 ¡ Hay tal amontonamiento de imágenes,
de evocaciones y de recuerdos en su solo nom­
bre ! Entre los innumerables ríos santificados por
los hombres, él es, sin disputa, el que mejor mere­
ce la canonización. Todo el pueblo y todo el país
son suyos. Sin· él no habría ni Egipto ni egipcios.
Las demás comarcas que se enorgullecen de las
aguas que las bañan, podrían suprimir a sus dio­
ses fluviales y el suelo conti�uaría existiendo, tal
vez menos bello, tal vez menos rico, pero siempre
vivo. Aquí la simple parálisis de las aguas duran­
te unos cuantos años, bastaría para que la gleba,
muerta de sed cual e¿ sus remotos orígenes, vol­
viera a hundirse en el yermo de cuyas entrañas
salió. No hay una palmera, ni una flor de lino,
ni una espiga de maíz, ni una caña de papiro, ni
una hoja de loto que deba una gota de rocío al
cielo. Todo lo que en la naturaleza palpita sale
de la onda fluvial. Ya el viejo Herodoto decía,
hace dos mil años, que el Egipto es un don del
Nilo. ¡ Don maravilloso, en verdad 1 ¡ Don que
todo el universo ha aprovechado! Porque si el
abuelo de Amon-Ra no lo hubiera hecho al desier­
to africano, la humanidad habría quizás tardado
tres mil años en conocer las grandes cosas que
embellecen la existencia : la poesía, la gracia, el
arte, el ideal, la voluptuosidad, la justicia. Cuando
2 2 O
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

en otras regiones favorecidas por la lluvia mise­


ricordiosa no había aún ni un templo, ni un libro,
ni un dios; cuando Grecia era todavía salvaje;
cuando en los campos babilónicos no se veían sino
rebaños errantes ; cuando Jerusalén no había sur­
gido de entre sus barrancos, esta faja negra, tra­
zada en el corazón del yermo, era ya un emporio
de luces sublimes. En el año 4138 antes de Jesús,
en que la cronología cristiana hace nacer a Adán,
la gran Esfinge sonreía ya frente al Templo de
Granito donde los hombres adoraban a los prime­
ros dioses ignotos. A cada instante, en el viaje
hacia las tierras milenarias, tenemos que recor­
dar esta inverosímil antigüedad. Allá lejos quedan
las pirámides, cuyos ángulos grises serán una ob­
sesión horas y horas. Y cuando las pirámides se
pierdan en la noche, comenzará el largo desfile
de los fantasmas formidables. Todos los testigos
heroicos de la más inmemorial epopeya están ali­
ueados a una y otra orilla, como para formar
una fantástica guardia de honor a los siglos que
pasan.

•••
Mientras evoco las imágenes venerables que sur­
gen de las márgenes del Nilo, los marineros, echa-
2 l I Di u,odoyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L LO
dos en la proa, contemplan el Nilo mismo. La
vida entera de estos hombres está concentrada en
la palpitación de las divinas aguas. Para ellos no
hay historia, no hay palacios antiguos, no hay ci­
vilizaciones muertas. Es la onda viva la que lo
encarna todo. Su vida material, como su vida es­
piritual, sale de la onda. En sus canciones, la ima­
gen del dios de la barba fluvial aparece sin cesar.
"Padre, padre, padre líquido, padre nuestro"-
cantan para animarse en sus rudas maniobras. Y
luego, cuando se retiran a descansar, es siempre
el misterio del padre río el que los preocupa y los
exalta. Todos los cuentos y todas las tradiciones
de estos hombres de pena hablan de los arcanos
de la gran corriente nutridora. El que más lejos
ha ido, es el que más prestigio adquiere. El que
más secretos del agua conoce es el más escu­
chado.
-Oid-dice uno de los contadores de cuentos,
que nunca faltan a bordo--, oid lo que contó a mi
abuelo su abuelo, que lo había aprendido de su
abuelo, que lo sabía por su abuelo. En tiempos de
un rey ilustre entre los reyes, tres pilotos que tri­
pulaban una barca subieron tanto, tanto, que des­
pués de trasponer las cataratas se encontraron en
un país desconocido. Los hombres, ahí, no eran
como nosotros. Eran más grandes, más fuertes y
2 2 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
más obscuros de piel. La lengua que hablaban era
tan rara, que parecía un ladrar de perros salva­
jes. Por señas los pilotos preguntaron a aquellos
hombres si el Nilo era aún navegable entre los
bosques que se veían a lo lejos. Y los hombres
contestaron con un gesto que quería decir: "Se­
guid adelante sin cuidado, que agua no os faltará
nunca." Los pilotos continuaron, pues, navegando.
Y transcurrían las lunas y los años sin que la co­
rriente menguara. Y los pilotos pensaban: "aun­
que tengamos que emplear toda nuestra vida en
este viaje, es preciso que lleguemos hasta las fuen­
tes del río". Al cabo de diez años de navegación,
uno de los tripulantes de la dehebia murió. Sus
compañeros lo enterraron bajo una palmera gi­
gantesca y continuaron navegando. Al año siguien­
te, otro piloto murió también. Entonces el último,
que ya no podía maniobrar solo, detúvose y resig­
nóse a morir sin haber logrado ver las fuentes.
"¡ Desgraciado de mí !"--exclamó. Una voz que
salía del fondo de un bosque contestóle: "No te
quejes de tu suerte, pues eres eÍ que más agua
has visto. Pero en cuanto a llegar a los m_anantia­
les, no podía ser, hermano. Eso, ningún hombre
lo verá jamás."
En la imaginación del pueblo egipcio, el naci­
miento del Nilo está siempre rodeado de misterio.
2 2 3 DiaU,odoyGoogle
E. G O ME Z CA R R l L LO
t Nacen sus aguas en el cielo, como lo aseguraban
los sacerdotes de Tehas, y son, en esta tierra, una
imagen de las corrientes celestiales en que flotan
beatamente las barcas de Tho?... ¿ Surgen, entre
dos islas ignotas, de dos terribles e insondables
abismos creados por los dioses?... ¿ Son las lá­
grimas que Isis derrama sin cesar desde qtie el
cuerpo de Osiris fué descuartizado por uno de sus
crueles compañeros?... ¿ Vienen de un mar pobla­
do de islas encantadas, que se halla más allá de
la comarca inaccesible de Puanit ?-. . . ¿ Es, como
decían los marinos que se encaminaban hacia las
minas de Faraón y los mercaderes que traficaban
con el Asia, un canal sin embocadura que comien­
za en el océano Indico para venir a morir en eJ
mar Mediterráneo?... ¿ Brota, en fin, de las en­
trañas mismas de los desiertos por infinidad de
manantiales invisibles?... Misterio, eterno miste­
rio, misterio universal. Porque, a decir verdad,
los sabios geógrafos de nuestra época no están en
este asunto mucho mejor enterados que los pobres.
mar�neros. "Se busca aún la cabeza del Niler­
dice Elíseo Reclús-y, como en los tiempos de Lu­
cano, nadie ha tenido la gloria de ver el nacimien­
to de sus aguas." Las hipótesis de Stenley y de
Smith, en efecto, quedan destruídas por los cálcu­
los de Pearson. Un día u otro, naturalmente, al--
2 2 4
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

gún explorador logrará descubrir, entre las co­


rrientes que desembocan en los lagos del Africa
central, el verdadero origen del Iauma sagrado.
Mas ni aµn esto destruirá las leyendas egipcias,
pues para el pueblo que vive de sus d�mes maravi­
llosos, el río será siempre una divinidad llena de
arcanos y de prodigios. Sus mismos cambios de
volumen y de color en las diferentes épocas del
año, bastan para darle un carácter de misterio que
ningún Ganges, ningún Eufrates, ningún Jordán
puede disputarle. Desde los tiempos más remotos,
los hombres de todas las razas han sentido una
admiración religiosa por el espectáculo de la cre­
ciente fertilizadora después de las larg:as sequías.
"No hay, tal vez, en todo el dominio de la natura­
leza nada tan estupendo como el fenómeno de la
vuelta de las aguas egipcias-dice Obsurn-. Día
por día y noche por noche, la corriente obscura
avanza majestuosa por encima de las arenas se­
dientas de las inmensas soledades. Casi de hora
en hora oímos el estrépito de los diques de fa!1go
cayendo al empuje del agua que va a fecundizar un
nuevo desierto. Entre las impresiones que he sen­
tido en mi vida, existen pocas que me hayan de­
jado un recuerdo igual. Toda la naturaleza grita
de gozo. Hombres, niños, rebaños, saltan en la
frescura, mientras las amplias ondas arrastran
2 2 ·5
La �oni'is,i de la n(lnge. Dia tizod �y Goo r5�
E. G ó ME Z CA R R I L LO

bancos de peces cuyas escamas lucen con reflejos


argentinos, y los pájaros de todos colores se re­
unen como nubes en el aire." A los cambios de
volumen corresponden variaciones singulares de
colores y de sabores. Al principio de la gran cre­
ciente, a mediados de junio, las aguas toman un
tono verde glauco, y el que las bebe, aunque sean
filtradas, experimenta terribles dolores. Afortuna­
damente, este fenómeno no dura nunca más de
una semana. De pronto, la superficie varía de ma­
tiz. El Nilo Verde e insaluble, conviértese en Nilo
Rojo. La onda se tiñe de sangre. Y el fenómeno
no es producido por la luz. Aun en un vaso, el
líquido conserva su tinte encamado. Al cabo de
algún tiempo, cuando la inundación ha cubierto
los campos y ha llenado los canales, la linfa· se
enturbia, pierde su manto de púrpura, se pone te­
rrosa. Luego, al comenzar el descenso, las aguas
adquieren su color azulado, que dura toda una
estación de cuatro meses. Fuera de los pocos días
de la metamorfosis verde, las aguas son siempre
potables, sanas y frescas. Los hombres y la tierra
sacian en ella con regocijo la sed que el sol afri­
cano provoca en sus entrañas.

***
2 2 Ci
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Tan grande, tan misterioso es el prestigio del
río, que a muy larga distancia de sus márgenes,
en terrenos adonde su corriente no ha podido
nunca trepar, aún se atribuye a sus aguas el mi­
l agro verde de los grandes oasis. En las tierras
feraces de Sinak, en territorios que ya ni siquiera
pertenecen geográficamente al Egipto, se cree '<}Ue
el florecimiento de los granados, de los ciruelos y
de los olivos que tranforman aquella región en
una isla de ventura perdida en el inmenso océano
Líbico, es debido a un brazo subterráneo del Nilo.
Las fuentes que brotan en tales parajes y que
alimentan los canales del regadío, poseen nombres
nilóticos. Y es en vano que los geólogos demues­
tren con la más clara evidencia que tales aguas,
en parte minerales y salinas, no pueden tener su
origen en las infiltraciones del padre río. El de­
sierto está tan aco.stumbrado a deberlo todo a la
formidable corriente, que le atribuye hasta lo que
en buena lógica no le corresponde.

***
De un extremo a otro del país, la gran preocu­
pación y la gran ocupación es el río. Desde que
el día amanece, los felhas <le caderas estrechas y
de perfiles de buitre, comienzan a sacar el agua
2 2 7
Dia t,wd oy Google
E. G ó .ME Z CA R R I L L O
iecundante para regar sus campos. El trabajo,
como los instrumentos con que se realiza, datan
del principio del mundo. Colocado en un trapecio
rústico, un mástil muy largo se sostiene en equi­
librio de báscula. En el extremo más largo del
mástil cuelga un saco de cuero o un cubo de ma­
dera que llega hasta el río; en el otro hay una
piedra que sirve de contrapeso. Y sin descanso,
con una resignación lamentable, salmodiando mo­
nótonas canciones, los trabajadores del chaduf ti­
ran y aflojan, y sacan el líquido precioso que con­
vierte los arenales en ricos vergeles. Mas para
fertilizar el desierto, los chaduf no bastan. Es
preciso que las mujeres, contribuyendo a la labor
mecánica de los hombres, bajen en largos desfiles
�asta las márgenes del Nilo y que, después de
llenar sus cántaros de formas primitivas, vayan a
vaciarlos en los canales de riego. Y es necesario
que los niños también ayuden con sus frágiles
brazos a abrevar a la fiera insaciable del yermo.
Una gota de agua es una parcela del tesoro común.
Los gestos de bendición que nosotros tenemos para
el pan, los felhas los reservan para el precioso
líquido. En el momento de ser juzgados por los
cuarenta y dos asesores de Osiris, los muertos
que quieren escapar a las penas eternas tienen
(]tte decir: "No hemos profanado el agua; no he-
2 2 8
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
mos detenido las corrientes ; no hemos usurpado
lo que correspondía al campo de nuestro vecino."
Toda la idea de justicia egipcia nació del respeto
de la repartición de los dones del Nilo. Es más :
todo el principio de la legislación humana surgió
del trabajo de estos regadores incansables. Oid ·
"Las ondas del Nilo, al desbordarse cada año, bo­
rraban los linderos de las propiedades ; por eso
fué necesario medir cada campo e inscribirlo en
un registro catastral. Así se despertó en el pueblo
sentimiento de la santidad de la posesión que las
clases reinantes se esforzaron por desarrollar.
Cada año acarreaba nuevos debates, que demos­
traban a los propietarios la necesidad de recurrir
a la ley, de someterse al juez y de apoyar a la
autoridad que debía dar a la sentencia un valor
incontestable. Así, pues, al Nilo se le debe el ori­
gen de la legislación y de la vida política organi­
zada." El que habla .así es un docto historiador
del derecho antiguo, el alemán Schweinfurth.

***
En el cielo, que vimos ayer tarde incendiado
por las llamas de los celajes, ábrense ahora los
vastos lagos del amanecer. No hay una nube, ni
siquiera un fleco de gasa blanca en el horizonte.
Di t,wd ,,Google
2 2 9
E. G 6 ME Z CARRILLO
Todo es de azur y de oro, de un oro muy suave,
de un oro que apenas brilla, y de un azur que se
combina con delicados matices de amatista, con te­
nues reflejos de rosas, con claros tintes de perla.
En el Oriente los rayos de sol escalan los altos
.icantilados arábicos y van a iluminar, del otro
lado del río, las montañas desnudas de la cordille­
ra Líbica, cuyas cresterías caprichosas destácanse
con labores de encaje en el fondo celeste. Antes
de ponerse su manto ceniciento y de h!,lndirse en
el bochorno del día, las rocas que marcan los lin­
deros del desierto despiertan entre tenues reflejos
atornasolados. Nos encontramos en parajes don­
de las fajas de tierra vegetal son amplias. El yer­
mo no aparece sino en lejanías que no espantan.
Las palmeras gigantescas y las mimosas floridas
llenan de sombra las márgenes del río. Todo habla
de riqueza, de labor feliz, de vida tranquila. Las
aguas son claras y su corriente es imperceptible.
Una limpidez de aire nunca vista en otra parte,
nos hace experimentar la sensación de vivir en
un paisaje de cristal. Un fresco bienestar anima
a los seres y alegra las cosas, poniendo en todo lo
que nos rodea una sonrisa de beatitud.
Nuestra embarcación avanza ligera, con el rít­
mico trepidar de su hélice, que va dejando un
surco blanco en el cual la luz hace saltar las más
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
fabulosas pedrerías. A cada instante, otras embar­
caciones más modestas, simples faluchos indíge•
nas ennegrecidos por el tiempo, pasan junto a
nosotros con sus altísimas velas desplegadas. Esas
no llevan turistas curiosos ni escudriñadores de
misterios antiguos, sino humildes. traficantes. En
sus pontones abiertos, las cargas de algodón y de
trigo amontónanse sin orden aparente. Los mari­
neros cantan melopeas, cuyos ecos apagados lle­
gan hasta nosotros en olas de brisa. Todo canta
en esta claridad gozosa ; todo, hasta la fatiga,
hasta la zozobra, hasta la pena. Cuando levanta­
mos el ancla, el arraez, de pie en la proa, pide a
Alá sus bendiciones para el viaje... Es el canto
místico de la partida. De nuestras calderas sale
luego un murmullo lento que se dilata por el bu­
que en ondas extrañas... Es el canto de los fogo­
neros que acompañan con un estribillo cada pale­
tada de combustible. De las riberas más cercanas
nos vienen pausadas y graves salmodias que la
distancia dispersa y suaviza ..: Son las roncas can­
ciones de los regadores. De las lanchas que, en las
cercanías de las aldeas, se acercan a nuestro bordo
con racimos de dátiles, sube un acompasado mo­
dular de sílabas incomprensibles ... Es la canción
eterna de los que reman. De entre los matorrales
de las islas exhálase un agudo ritmo en el cual hay
2 3 r Di u,od,,yGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L l. O
algo de flauta silvestre y algo también de gorjeo
de ave salvaje ... Es la canción de los pastores de
cabras. El viento mismo, al pasar entre las cuer­
das y entre las lonas de nuestro toldo, nos deja
una canción muy dulce, que dice la alegría de las
horas matutinas ...
¡ Ah, las exquisitas alboradas del Nilo, todas
iguales en su gracia celeste, como las tardes son.
invariables en su apoteosis púrpura!

***
Siguiendo las indicaciones de. nuestros 1tmera­
rios históricos, querríamos descubrir en las már­
genes del río las antiguas ciudades cuyos fastos
llenan aún de asombro el alma de los mortales.
Aquí construyeron los faraones sus hipogeos, aquí
se elevaron magníficos palacios, aquí hubo tem- ·
plos poblados de dioses singulares. Y los nombres
antigu os murmuran a nuestros oídos sus ritmos
preñados de evocaciones. Pero la vista no descu­
bre el menor rastro de esplendores remotos. ¿ Dón­
de está Tep-yeh, la villa de la Afrodita egipcia,
entre cuyas ruinas vivió luego San Antonio ro­
deado de imágenes amorosas?... ¿ Dónde los san­
tuarios de Hershef, el dios de cabeza de macho
cabrío?... ¿ Dónde el altar erigido en una de estas
2 -3 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
islas por los soberanos de la vigésimasegunda di­
nastía?... ¿ Dónde la rara cinópolis, la metrópoli
de los perros, la cinópolis de los cultivadores del
culto canino? ... ¿ Dónde la rica Tanis, célebre por
sus estatuas colosales de Ramsés III?... ¿ Dónde
los edificios extraordinarios de Khmunú, la capi- .
tal del dios de la escritura y de la sabiduría?...
Lo único que nos queda, a lo largo del río, para
orientarnos en el laberinto del pasado, son algunas
pirámides cuyas cimas comienzan a perder sus
formas angulares.
Por lo general, en los lugares antiguamente po­
blados de edificios magníficos no se encuentran
hoy sino miserables aldeas de campesinos. Aun­
que cuando digo miserables no expreso lealmente
la impresión que producen. Nada en ellas ofrece
el espectáculo sórdido, sucio y ruinoso de los pue­
blos de Siria, de Palestina o de Túnez. Vistas des­
de el barco, las que más cerca están, tien':!n, para
nosotros, sorpresas agradables. Sus casas, lejos de
afectar la invariable forma cúbica de la arquitec­
tura rural árabe, reproducen modelos de una ca­
prichosa variedad. Los materiales de construcción
son siempre los adobes pardos fabricados con el
fango del Nilo, pero las líneas arquitectónicas re­
sultan pintorescas. Algunas de estas chozas tienen
aspecto de castillos feudales en miniatura, con sus
2 3 3 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME z eA RRILL a
torreones en los ángulos y sus cornisas almenadas;
otras son como templos, con sus agujas humildes
sobre la terraza ; hasta las más vulgares, en fin,
poseen alguna crestería fantástica, algún palomar
absurdo, algún cerco calado. Y para disminuir el
efecto monótono y desagradable de la tierra coci­
da al sol, los felahs se divierten en colgar en los
muros exteriores los productos groseros y vistosos
de la alfarería local. Las callejuelas no sufren
tampoco de la tristeza acongojadora de las aldeas
del Mogreb o de Arabia. Una multitud siempre
activa las anima. Entre filas de camellos que lle­
van por las márgenes del río los productos del
Alto Egipto hacia los puertos del Delta, los aldea­
r,os forman un perpetuo cortejo parlero. El hijo
de esta tierra fecunda no tiene ni el carácter so­
ñador, ni las actitudes lentas de sus hermanos de
los oasis lejanos. Acostumbrado a inclinarse sin
<:esar para sacar el agua de los canales y regar lo�
campos, ha adquirido, a través de los siglos, una
gran elasticidad de movimientos y un incurable
amor del aire libre. Con cualquier pretexto ríe,
corre, grita. El espectáculo eternamente variable
de las crecientes, lo mantiene en una constante
agitación de espíritu. El Nilo es su vida; cerca
del Nilo tiene que vivir; stt mayor alegría es ver
el Nilo.
2} 4 DiaUwdoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

Para que ni un solo instante puedan los egip­


cios perder la noción mística de lil- onda sagrada,
el desierto extiende siempre a uno y otro lado
de sus bordes las imágenes de la sed, de la deso­
lación y del espanto. Apenas el felah alza la vista,
las arenas aparecen ante sus ojos con todas las
· c1,menazas de la muerte. Ondulando en dunas ce­
nientas o rompiéndose en desfiladeros graníticos,
la inmensa soledad surge a mayor o menor distan­
cia del agua. Y el campesino, que no deja nunca
de ver esas comarcas con espanto supersticioso,
inclina religiosamente cada tarde la cerviz hacia
1a linfa bienhechora, y como de un milagro reno­
vado sin cesar, como de un don eternamente inau­
<lito, le rinde sus humildes acciones de gracias por
salvarlo del monstruo de piedra devorador de
toda vida, que, en los linderos de la tierra negra,
abre sus fauces candentes con la esperanza de que
un día, al fin, dentro de algunos millones de si­
glos, la onda llegue a agotarse, y la presa que has­
ta hoy le ha resistido caiga de nuevo en sus garras.
Con la imaginación más que con los ojos, con­
templamos en los interminables eriales que se dis­
tinguen hacia el Este, un paisaje de evocaciones
que llena la mitad del Oriente. En la penumbra
de la tarde, sobre todo, cuando el incendio del sol
ha terminado, cuando las estrellas comienzan a
Di t,wd ,,Google
2 j
5
E. G ó ME Z CA R R I L L O
iluminar el vasto cielo obscuro, el mundo en que
vivimos se ensancha en alucinantes inmensidades
que abarcan todos los siglos de la epopeya anti­
gua. Allá en el fondo vemos las viejas metrópolis
egipcias, y más allá las sirias, y más allá las cal­
deas... La civilización esplendorosa que llegaba
hace miles de años hasta las regiones bañadas por
d Eufrates, nació aquí, en las márgenes de este
otro río sagrado. Nínive, Babilonia, Petra, Bal­
bek, Sidón, Tiro, todas las metrópolis cuyos nom­
bres constituyen el gran himno del pasado legen­
dario, recibieron de este pueblo las más bellas en­
señanzas. Los faraones de Tebas llevaron hasta
el reino de Assur, entre el estrépito de sus armas
vencedoras, la gran lección de sus artes, de su
cultura, de su justicia y de sus ritos. No hubo en
Oriente un solo pueblo que no aprendiera algo en
los libros de la ciencia egipcia. Los mismos dioses
griegos, tan nobles y tan armoniosos, son hijos de
los dioses de Menfis, de Tebas y de Bubastis. En
su opulencia fabulosa. la tierra de Sesostris re­
partía sus tesoros civilizadores, sin temor de em­
pobrecerse. Desde Sais hasta Gargamish, los hom­
bres vieron con asombro el vuelo de los halcones
sagrados de Amón. En todas partes las estelas eri­
gidas por Ramsés II conservaron durante siglos y
siglos la memoria de maravillosas aventuras. Y lo
2 3 6 DiaUwdoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

más estupendo es que ni los esfuerzos materiales,


ni los derroches de sangre, ni los alardes de pode­
río, ni los refinamientos de civilización, debilita­
ban a aquel imperio. Cuando todos los reinos de
nombres _ilustres desaparecieron; cuando ya no
hubo ni Asiria, ni Babilonia, ni Fenicia; cuando
los hebreos se hubieron dispersado ; cuando los
griegos mismos comenzaron a perder su prestigio
y su fuerza, el viejo Egipto continuaba aún con
sus faraones de la dinastía toloméica, lleno de vida.
lleno de esplendores. De Alejandría, hija de Te­
has y de Sais, salió la diosa !sis para conquistar
las islas del Mediterráneo y llegar hasta Roma.

8 3 7
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. DiaUwdoyGoogle
XI

EL SECRETO DE LOS TEMPLOS

La& ruinas gigantucas.-L�s colosos y Jas colum11atas.-·-La betüza


tú los san/uarios.-EI faraón dios vivo.-Lo que dicen los mu­
ros.-Los rulos de los palacios.-Esplmdoru impuia/es.-Las
casas de Amón.-EI templv de Luxor.--Amón, dios homóre.-La
existencia divina ... pyo,esio11u y audimcias.-La religión fami­
liar:, kuman.J

Dia t,wd oy Google


o,,,t,,edbyGoogle
D ESDE que pusimos los pies en esta tierra sa­
grada, mi guía se ha convertido en un tirano.
A penas levanto la vista para contemplar algo, su
docta elocuencia estalla. Su discreción algo desde­
ñosa ante los monumentos árabes del Cairo, que
apenas datan de diez o doce siglos, ha desapareci­
<lo. Aquí hay que verlo todo, hay que detenemos
ante cada piedra, hay que escudriñar los más es­
condidos rincones.' En vano trato de hacerle com­
prender que mi pobre alma frívola e ignorante, no
tiene grandes pasiones arqueológicas. Inflexible,
me obliga a oir su perenne conferencia, y en cual­
quier lugar pone su cátedra y habla, habla, habla.
A veces, al conjuro de sú palabra, realmente sa­
bía, los templos se animan, las sombras de los
sacerdotes de Amón se levantan, los reyes hierá­
ticos bajan de sus altos pedestales. Pero por un
instante de sencilla e inconsciente evocación, cuán­
ta fecha y cuánto detalle que sólo a un egiptólogo
podrían interesarle. Ya mi amigo Simón Liebo­
rich, al ponerme bajo su tutela, me había dicho:
2 4 I
La. aonriaa de la e,{lnge.
E. G ó ME Z CA R R 1 L L O
"Es un hombre que sabe más que Maspero".
Ahora noto que no sólo sabe, sino que también
desea obligarme a saber. En su entusiasmo, has­
ta a leer los jeroglíficos de los templos querría
enseñarme. "No hay nada tan fácil"-exclama.
Y con su viejo parasol verde va señalándome los
cartuchos que contienen, entre gentiles buhos y
extrañas serpientes, los nombres de los reyes.
"Mientras más sencillo es el cartucho--me expli­
ca-, más antiguo es el faraón que lo usaba. Vea
usted el del primer soberano, el de Menés : no
tiene sino un peine, una espiral y una hoz ; en
<:ambio, el de Seti encierra ya siete signos. En
cuanto al de Cleopatra. sus figuras son veinti­
dnco."
. Mientras él charla, yo me deleito silenciosa­
mente contemplando los divinos juegos de la luz
entre las ruinas gigantescas.
¡ Ah, la extraordinaria, la inverosímil magia de
los matices en estas tardes tebanas, al pie de es­
tas montañas que parecen decoraciones de tea­
tro ! En la llanura, los santuarios en ruinas ani­
manse con iluminaciones de "féerie". El sol pe­
netra por entre las columnas y constela los ar­
tesonados de estrellas áureas. A veces una sola
pilastra ofrece toda una gama de matices, gracias
a los tonos rosados de sus capiteles y a las suavi-
2 4 2 o,, ""e0b,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
dades violáceas de sus bases. Las figuras policro­
mas de los muros anímanse con las agitaciones
irisadas de rayos ligeros de sol que se dirían ta­
mizados por velos de oro, de amatista y de rubí.
En los ángulos interiores, donde la penumbra ven­
ce a la claridad en su lucha de medias tintas, las
piedras se cubren de misteriosas manchas fosfo­
rescentes. Pero apenas nos acercamos a los vastos
espacios libres, las columnatas y los artesonados
se bañan en deliciosas luces. A cada momento una
de esas figuras de carmín que perpetúan en los
vestíbulos la gracia esbelta de las princesas remo­
tas, estírase cual una llama. En la diafanidad de
la atmósfera no hay un detalle que no se anime,
no hay una línea que no aparezca en pleno valor,
no hay un relieve que no palpite. Y más aún que
las maravillas íntimas de los templos, sus grandes
masas exteriores nos impresionan. En la tarde,
especialmente, las siluetas monumentales baña­
das por el crepúsculo destácanse con una majes­
tad fabulosa. Todo está colocado con un arte su­
premo en el sitio que mejor le conviene. Ayer,
al volver de Medinet-Habú, dos gigantescas apa­
riciones salieron a nuestro encuentro. Envueltas
en la sombra del anochecer, parecían los guardia­
nes nocturnos del desierto. No se veían ni sus ros­
tros, ni sus brazos, ni sus torsos. Eran dos cosas
Di t,wd ,,Google
2 4 3
E. G ó ME Z CA R R I L LO

enormes, fantasmales e informes. Mas algo había


.en sus contornos obscuros que denotaba la vida.
"Los colosos de Memnón"-murmuró mi guía-.
Yo me detuve para estremecerme largamente ante
ellos con el escalofrío de lo sobrehumano. Y mien­
tras yo callaba, mi compañero referlame la histo­
ria del humilde escriba de Atribis que, elevado al
rango de ministro por Amenothes III, mandó cin­
celar los dos terribles monolitos. "Fué-murmu­
ra-un gran plebeyo, hijo de un zapatero, que a
fuerza de intrigas se hizo divinizar."
¿ Qué son los hombres, y sus prejuicios de casta,
y sus orgullos de cuna, al lado de estas humanida­
des de granito? El campo interminable de las se­
pulturas extiéndese a nuestros pies. Cien civiliza­
ciones se hallan enterradas bajo esta tierra. De lo
-que fué vida, movimiento, agitación, amor, sólo
subsiste la imagen en los relieves de los hipogeos.
En cambio, los gigantes de calcáreo están siempre
.ahí tan jóvenes como el primer día en que apare­
cieron ante el mundo espantado. La verdadera
idea del Egipto antiguo se halla en las moles so­
brehumanas. Ante las columnatas de Karnak, an­
te los Ramsés de Luxor, ante los colosos de la lla­
nura tebana, la formidable grandeza de la más an­
tigua civilización del mundo surge. Aquí, las gen­
tiles sensaciones que en el museo del Cairo, en-
2 44 Di t,wd ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
tre muebles diminutos, rostros frívolos y joyas
humildes, nos hacen evocar los siglos de los fa­
raones más ilustres como épocas tan desprovistas
de grandeza cual la nuestra, se desvanecen en una
atmósfera de enormidades divinas. A la sombra de
estos muros fantásticos, no es la vida real de hace
tres mil años lo que aparece ante nuestra vista,
sino la existencia hierática de aquellas dinastías
de dioses y de reyes que, en el secreto de los san­
tuarios, llegaban a confundir misteriosamente sus
grandezas.

***
Basta con leer la historia oficial de uno cual­
quiera de los grandes faraones tebanos para darse
cuenta de la fraternidad que reina entre el sobe­
rano y sus ídolos tutelares. "El rey de ambos
Egiptos, Usim1ari-sotpunri Ramsiso Miamun­
dice el biógrafo de Sesostris-, resolvió aquella·
misma mañana acudir al templo de Amón con ob­
jeto de ver al dios y de concertarse con él." El
rey, en efecto, es un dios, lo mismo que Amón. Es
el dios vivo. Sus vestiduras y sus insignias son ce­
lestes. Entre sus estatuas y las de las demás divi­
nidades no hay ninguna diferencia. La serpiente
que se yergue en el centro de su diadema, es un
2 4 5
o,,,t,,edbyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L LO
animal sagrado que en las batallas envuelve a su
dueño en un círculo de fuego y lo hace invisible,
intangible, invencible. Los hombres que quieren
dirigir una súplica a Ra se prosternan ante las
imágenes del Faraón que es s.u representante en la
tierra y que está en perpetuo contacto con él. "Rey
dios"-le. llaman. Y es que su familia desciende,
de un modo directo, del Sol. Por eso sus hijos se
casan siempre entre ellos, conservando, en un
místico incesto, la sangre augusta sin la menor
mancha. En ciertos casos, es verdad, la natura­
leza, rebelde a la ley suprema, no concede a los
reyes sino un hijo o una hija, y el himeneo no
puede celebrarse según el rito primitivo. Entonces
la cadena dinástica se rompe naturalmente. Pero
esto no interrumpe la sucesión sobrenatural. Por
el solo hecho de reinar, el nuevo soberano entra
a formar parte de la familia de los dioses. Los
dioses son siempre sus cómplices. Thutmés III, el
usurpador, explica del modo siguiente su famoso
golpe de Estado: "Hallábame en el templo en mo­
mentos en que se celebraba una fiesta en la tierra
y en el cielo. Ra <lió varias vueltas por la Sala
hipóstila: el coro no sabia lo que el dios buscaba,
y era a su majestad. Cuando me reconoció, detú­
vose. Yo me prosterné. Me colocó ante él, y asi
me hallé en el sitio del rey. Entonces se revelaron
246
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
ante el pueblo los secretos que había en el cora­
zón del dios y que nadie conocía. Abrió para mí
las puertas del cielo; abrió para mí las puertas del
horizonte. Emprendí mi vuelo hacia el cielo cual
un gavilán divino, y vi las formas gloriosas del
dios del horizonte. Ra mismo me estableció como
rey y fui consagrado con las coronas que tenía en
su cabeza, y su serpiente se colocó en mi cabeza.
Recibí las dignidades de un dios y mi nombre
real". Otras veces, tratándose de monarcas que
no tienen ni hijos ni hijas, el dios de los dioses
desciende en persona, si es necesario, y contri­
buye con su soplo, como el Zeus helénico, a la
creación de los seres privilegiados. Los tres pri­
meros reyes de la quinta dinastía nacen de los
amores de Ra con la esposa de un sacerdote de
Sakhibu. Cuando, más tarde, Tutmosis IV se des­
espera por carecer de descendencia, el mismo Ra
interviene en su vida conyugal y le da un hijo,
que es Amenotpu III. Mas estas encarnaciones
por obra y gracia divinas no agregan nada a la
·esencia misma de las familias reinanres. La santi­
dad del faraón está en su propia naturaleza. "Ca­
da movimiento, cad.a acción del soberano-dice
Maspero-es como un acto de su culto, y se cele­
bra con cantos y con himnos solemnes. Si da una
audiencia, aquel a quien admite a contemplarlo no
2 47
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O
se acerca a él sino con fórmulas de adoración. Si
convoca a sus consejeros para un asunto urgente,
los grandes del reino abren la audiencia con una
especie de servicio religioso en su honor. Figuraos
a un Ramsés II sentado en su gran trono de oro,
con la diadema de dos plumas en la cabeza. Se
trata de encontrar el medio de que los trabajado­
res puedan llegar hasta las minas de Nubia, entre
el Kilo y el mar Rojo. Los consejeros se arrodi­
llan ante el dios bueno con el rostro contra el sue­
lo y los brazos levantados. Después de oir a su
majestad, contéstanle :-Tú eres como Ra en todo
lo que haces, y los deseos de tu corazón se realizan
en el acto. Si piensas en algo durante la· noche, al
apuntar el día ya está hecho. Hemos visto muchos
milagros tuyos, y nuestros ojos no conocen nada
que los iguale. Todo lo que sale de tu boca, es co­
mo palabras de Harmakhis. Tu lengua pesa y tus
labios miden mejor que la balanza de Thot. ¿ Qué
hay que tú no conozcas? ¿ Qué hay que tú no veas?
Si tú le dices al agua que caiga sobre el desierto,
las aguas celestes caerán, porque eres Ra encar­
nado. Khopri hecho realidad, Tumu vivo. El dios
que ordena está en tu boca ; el dios de la sabiduría,
en tu corazón. Eres eterno, y por eso obedecemos
a tus órdenes y obramos conforme a tus deseos,
¡ oh, señor!" Efectivamente, así como Osiris es
2 4 S o,,,t,,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

dios de la muerte, y Athor diosa del amor, y Amón


dios del sol, el faraón es dios de la tierra. Tod9 el
universo le pertenece. El Egipto no es sino el sitio
de su trono, algo así cual la comarca elegida para
su nacimiento y su vida. El resto del mundo com­
pleta sus dominios. Los pueblos que no están so­
metidos a su poderío se llaman, en lenguaje ofi­
dal, "hijos de los rebeldes". Los reyes lejanos no
son más que esclavos que esperan el yugo. Un día
u otro el monarca omnipotente irá en persona a to­
mar posesión de•stt inmenso imperio. Al sólo oir
su nombre, los que más poderosos se creen senti­
rán que no son sino miserables súbditos del único
rey de reyes. La correspondencia entre Ameno­
fis III y los soberanos asiáticos, da una idea bas­
tante exacta del aire de superioridad con que los
faraones tratan a sus aliados y a sus rivales. Su
majestad Kallima-Sin quiere tener noticia de su
hermana, que es una de las favoritas del monarca
egipcio, y envía a éste un embajador, que, al en­
contrarse ante las cien princesas del harén regio,
no reconoce a la que busca. Antes de regresar a
su patria, desconcertado y humillado, el diplomá­
tico bárbaro recibe del faraón el mensaje siguien­
te: "Dile a tu señor y amo que deseo tener a su
hija como esposa". Kallima-Sin contesta: "¿ Có­
mo me pieles a mi hija, puesto que mi hermana.

2 4 ') Di u,odoyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L L O

<¡tte mi padre te dió, está en tu palacio sin que na­


die la vea y sin que sepamos siquiera si vive aún
o ha muerto?" La réplica de Amenofis es desde­
ñosa e irónica : "No me has enviado--le dice-un
embajador digno por sus cualidades y sus títulos
de su misión; si hubieras enviado a un hombre que
hubiese conocido antes a tu hermana, la habría re­
conocido entre mis demás mujeres y habría podi­
do hablarla; pero los mensajeros que me mandas
son gentes de baja condición". Algunos reyes de
Babilonia, alentados por las magnanimidades de
ciertos faraones que les mandan a menudo sacos
llenos de oro y de pedrerías, osan pedir la mano
de princesas egipcias. Uno de estos, quejoso del
desdén con que sus plenipotenciarios son tratados,
escrihe a� re_y de reyes de Teba.s: "Cuando te pido
a una de tus hijas como esposa, me contestas que
jamás una hija de los reyes de tu nación ha sido
dada a un extranjero. Al oir esto, te contesto que,
si habías de dármela sin gusto, es mejor que no
me la des. Tú no tienes para conmigo benevolen­
cia. Al hablarme de tu deseo de estrechar nues­
tras relaciones por medio de un casamiento, yo te
respondí con todo el cariño de un hermáno, y aho­
ra que te manifiesto mi deseo, tú me niegas a una
de tus hijas. Si yo te hubiera negado algo, se com­
rrendería; pero todas mis hijas están a tu dis-
2 5 o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
posición y yo no te niego nada". Esta carta no
debe haber provocado en la corte tebana sino son­
risas de irónica indignación. ¿ Permitirse un rey
bárbaro levantar los ojos hasta las princesas de
sangr:e sagrada? Un Sesostris habrialo castigado
severamente de su insolencia. El verdadero len­
guaje protocolar de los soberanos de Asia some­
tidos a la influencia o al poder faraónico, es de
tma humildad que demuestra el santo terror que
el rey de reyes, hijo de Amón-Ra, inspira en to­
das partes. "Yo-escribe a Amenofis IV un jefe.
sirio-, yo, khazanú de la ciudad, tu servidor, pol­
vo de tus pies, suelo que tú hollas, tabla de tu
trono, escabel de tus sandalias, servidor de tus
caballos, yo me arrastro a tus plantas siete veces,
¡ oh, señor, sol del cielo!"

***

¿ Cómo pueden ser los palacios de tales mo•


narcas? ... Con la imaginación los reedificamos en
estas llanuras, tratando de hacerlos dignos de los
templos que aún se conservan en todo el esplen­
dor de sus formidables arquitecturas. Para alojar
�� sus cien mujeres, cada una de las cuales tiene
Ht séquito, el faraón ha menester de aposentos
2 5
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L L t>
inmensos. Para sus guardias, para sus ministroo,
pe.ra sus sacerdotes, para sus servidores, necesita
también galerías enormes. Pero son los salones de
aparato, en los cuales se alza el trono, los que más
lujo deben ostentar. Los hombres dioses, que con
cualquier motivo envían caravaus cargadas de
sacos de oro y de pedrerías a los monarcas alia­
dos, tienen, naturalmente, que reservar para ador­
nar sus propias mansiones, tesoros inverosímiles.
El viejo Herodoto, al visitar el Laberinto, que
tué un· palacio real antes de convertirse en un
templo, dice : "Creo que ni aun reuniendo todos
los edificios construidos por los griegos se llega­
ría a dar una idea de este monumento, a pesar de
la fama justa de los templos de Efeso y de Sa­
mos." Doce inmensos patios cubiertos formaban
el centro de este monumento, y alrededor de los
patios hallábanse las famosas habitaciones, en las
cuales se perdían los que po estaban iniciados en
el secreto de su arquirectura. "Los artesonados­
agrega Herodoter-son todos de mármol, lo mismo
que las murallas, y las murallas están cubiertas
de figu ras esculpidas; cada patio tiene un peristilo
de mármol blanco; en el ángulo que termina el
laberinto se ve una pirámide de cuarenta orgyes
de alto, decprada de figuras." Otro historiador
griego, Diodoro de Sicilia, habla de los innume-
2 5 2
D,9;1;,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
rabies monumentos de oro, de marfil, de ónix y
de plata que se veían en Tebas. De tantas mara­
villas, lo único que aún subsiste son los templos.
Los alcázares y los jardines han sido sepultados
por la arena del desierto.
Hace algunos años, un arqueólogo inglés, Ne­
wberry, tuvo la suerte de desenterrar las bases del
¡Jalacio de Amenothes III en las faldas de las
montañas Líbicas, a poca distancia del santuario
de Medinet-Hamú. Lo mismo que todos los pere­
grinos de Egipto, yo he visitado esas ruinas, tra­
iando de hallar en sus vestigios algo que me ha­
ble de la vida íntima de un gran faraón. Por
desgracia, el lenguaje de los escombros no es cla­
ro sino para los sabios. En donde un Gayet, un
. Maspero, un Bissing o un Reisner descubren la­
berintos de estancias y de galerías, los profanos
no vemos sino amontonamientos informes de la­
drillos. "Aquí hubo jardines admirabl�ce la
arqueología-; aquí las mujeres del rey tuvieron
sus gineceos ; aquí los sacerdotes adoraban al dios
vivo; aquí los oficiales de la escolta gozaban de
todo el lujo antiguo; aquí las almés ondulaban al
son <le los laúdes; aquí,, en fin, el gran Amenothes,
rodeado de un séquito brillante, recibía a los em­
bajadores de los reyes asiáticos con una solemni­
dad sagrada." Pero por muy buena voluntad que
Di t,wd ,,Google
:2 5 3
E. G ó ME Z CARRIL L O
pongamos, nosotros, los profanos, no vemos ahí
más que tapias arruina<las y amontonamientos de
informes despojos. Para encontrar una imagen de
la vida palaciega, cualquier relieve de los hipo­
geos o de los templos nos parece más elocuente
que los restos del palacio de Amenothes.

***
En los muros cubiertos de figuras multicolores,
en efecto, el faraón a.parece con toda la magni­
ficencia refinada y bárbara de su existencia de
dios ,tirano. El pueblo entero, prosternado a sus
plantas, les rinde homenajes sagrados. A su de­
rredor los guerreros se inmovilizan, con los arcos
en las manos, formándole una perpetua guardia
ele honor. La reina, su hermana, hija, como él,
del Sol, está a su lado compartiendo el poder su­
premo, y detrás de ella hacen un espléndido círcu­
lo las demás esposais reales, envueltas en· sus trans­
parentes gasas de gala. Los escribas, arrodillados,
inscriben respetuosamente las palabras que se pro­
nuncian durante las audiencias. A pocos pasos,
los cocineros y los coperos preparan el festín que
debe celebrarse después de la recepción oficial.
Sobre la mesa vense todas las aves, todas las
piezas de cacería, todos los peces que el ritual cu-
Di t,wd ,,Google
2 5 4
LA SONRISA DE LA ESFINGE

linario considera dignos de su majestad. Los vinos


blancos y los vinos tintos, las cervezas y las aguas
perfumadas llenan los jarros de formas capricho­
sas. En un estrado, esperando un signo del maes­
tro de ceremonias, las almés se preparan a bailar,
sacudiendo rítmicamente los collares que adornan
sus senos de ámbar. Los magnos cortesanos exa­
minan los manjares para descubrir en ellos los
más nimios signos faustos e infaustos. Los fun­
cionarios y los oficiales, con sus trajes de parada,
mantiénense en posturas hieráticas, dispuestos a
entonar el himno a la divinidad faraónica apenas
la fiesta conüence. En la puerta, un inmenso nú­
mero de sacerdotes revestidos de las insignias del
culto, forman una valla, entre la cual debe pasar
el soberano cuando, después de la orgía, se dirija
hacia el templo con objeto de visitar a sus herma­
nos, los grandes dioses de Tebas. Y en la calle, en
las plazas, a la sombra de los pilones gigantescos,
a orillas del río sagrado o entre las esfinges de las
amplias avenidas, es el mismo alarde de servi­
dumbre empenachada, de cortejos oficiales y de
guardias hieráticos, que esperan, cubiertos por el
vuelo de los estandartes místicos y envueltos en
el humo de los incensarios, la aparición del hom­
bre divino. Un ritmo tradicional anima la vida de
la multitud oficial. Los largos clarines de los he-
Di t,wd ,,Google
2 5 5
E. G ó ME Z CA R R I L LO
raldos anuncian que el Señor de las Diademas, el
Hijo del Sol, el Ra vivo, va a pasar en su palan­
<-1uín de oro con la corona de serpientes en la
frente. Un gran murmullo de adoración elévase.
Los cánticos llenan el espacio. Las músicas chi­
llonas estallan. Y todo el pueblo de pontífices, de
escribas, e.le guerreros y de juglares, prostémase,
la faz contra el sueio, en una actitud de infinita
lmmildad, ante la grandeza sobrehumana del Fa­
raón, que se encamina, lento, rígido, llevando en
la mano la llave de la vida, hacia el templo en
que, fraternalmente, el dios de los dioses lo espera.

***
Si para evocar en su verdadero cuadro el faus­
to palaciego no nos quedan sino campos de ruinas
informes, en cambio, para reconstituir la existen­
cia religiosa en un ambiente de realidad están
aquí los grandes templos casi intactos. Aun los
santuarios que más han sufrido de las injurias del
tiempo y de los hombres, como el Rameseum y el
Deir-el-Bahari, conservan las líneas generales de
su arquitectura. Otros, cual el de Denderá, po- •
drían, sin necesidad de restauraciones, servir a la
c-elebración del culto, lo mismo que el día en que
sus dioses fueron desterrados por los reyes ex-
2 5 6 DiaU,odoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
tranjeros. Los más vastos, los más bellos, los más
famosos, los de Karnak y Luxor, aunque menos
bien conservados que el santuario de Athor, nos
ofrecen, en conjunto, los elementos indispensables
a la resurrección de los esplendores· milenarios.
Apenas penetramos en los bosques enormes de co­
lumnas, todo lo que es vida moderna se desvane­
ce. La atmósfera de los siglos fabulosos en que
los dioses eran seres vivos con pasiones y necesi­
dades iguales a las de los hombres, nos envuelve
en sus vapores mágicos. Y sintiéndonos aislados
del tiempo y del espacio por los muros formida­
bles, nos internamos, poco a poco, en el alma del
Egipto sagrado, dominados por las más extrañas
ideas de humildad. Al pie de estas columnas colo­
sales, ante estas estatuas gigantescas, en estas in­
terminables galerías, sentimos, realmente, nuestra
lamentable pequeñez y nos preguntamos si los
constructores de tan grandes maravillas no son
de una especie superior a la nuestra. Desde que el
mundo es mundo, ningún pueblo ha logrado edi­
ficar un templo tan inmenso cual el de Karnak.
Pero no es sólo lo enorme lo que en Tebas nos
admira. Es lo bello, lo acabado, lo perfecto, lo
Lrillante. Cada columna es una joya, con sus re­
lieves policromos y sus capiteles floridos. Por los
muros corren, en teorías llenas de vida y de co-

T - ____,: .. ,,. il. J,.. .. A.. __ ,.


2 5 7
...
o,;,u,edbyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L LO
lor, las imágenes de la existencia sagrada. Sobre
todo en el templo de Luxor, que es el que más me
.J.trae por ser el menos frecuentado por los turis­
tas, el pensamiento de los misterios religiosos apa­
recen con claridad extraordinaria ( I ), "Basta des­
cifrar los jeroglíficos de sus muros-dicen los ar­
queólogos-para ver revivir a Amón rodeado de
sus sacerdotes y de sus fieles." Humildemente
· confieso que los jeroglíficos son siempre jeroglí­
ficos para mí. Por más esfuerzos que hago, ni
siquiera logro distinguir el cartucho de un Rarn­
sés del de un Seti. Pero mi cicerone me asegura

(1) •Il est le rwins dégradé des temples thébains et le plu


beau. Déir-el-Baharl l'emporterait peut-etre pour ses trois te
1Tasses superposées et pour ses portiques si les chapelles du
haut n'y étaient pas de dimensions si mesquines. Le Ramesséum
n'est plus que la moitié de lui-meme, moitié de pylóne, moitié
<le parvis, moitié d'hypostyles, et rien n'y subsiste plus du Saint
des Saints. Derriere ses portes triomphales et ses cours hnmen­
ses, Médinet-Habou ne montre que des arases de murailles et
des tronc;ons de colonnes. Karnak offre ses parties colossales
dont aucun édifice au monde n'é 0ale la puissance, mais les
Pharaons y ont travaillé pendant plus de dix siecles sans s'in­
quiéter d'y coordonner leurs efforts: il n'y a pas assez loin des
spleRdeurs massives de la salle Hypostyle aux étroites propor­
tions du sanctuaire de granit, et pour le reste, qui des visiteurs
réussirait a s'y orienter parmi les décombres s'il n'était guidé
par un archéologue de métier? Louqsor est !!rand saos étre
monstrueux. Son plan, bien con,;;u et bien équfübré, se déploie
avec ampieur, et du mur de fond a la fa,;ade on y suit aisément
1a pensée de l'architecte; nulle part les concepts que l'Egypte
s'était forgés de la nature des dieux et de leur culte n'apparais­
scnt aussi clairs qu'en tui. Je l'ai parcouru a mainte reprise,
depuis que je le déblayai presque cntier il y a trente ans, et
jamais je ne me suis lassé d'en admirer !'ordonnance ni d'en
expliquer le détail aux amis qui ne craignaient pas de s'y aven­
turer avec moi.-G. l\faspero.•
2 5 S
DiaUwdoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

que no hay ni serpiente, ni buho, ni ibis, ni esca­


rabajo que tenga secretos para él. Y así, oyendo
sus doctas glosas, sin cuidarme de que sean rap­
sodias aprendidas de memoria en los libros, le sigo
atentamente por los laberintos del pasado y trato
de no perder una sola de sus palabras. Cuando
alguno de mis gestos parece indicarle una sombra
de duda, me dice, poniéndose muy serio:
-Pregúntele usted a cualquiera si hay alguien
en Tebas que sepa más que yo de estas cosas.
Y si por distracción se me ocurre abrir el Bae­
deker ante una figura de granito, exclama con
aire desdeñoso:
-No lea usted esas cosas.
Por complacerlo, no. leo nada. No hago más que
escuchar, escuchar y callar, callar y soñar. Al con­
juro de su palabra tarda, prolija y monótona, el
yasto edificio puéblase de sombras venerables. Y
estas sombras no son puras creaciones de la fan­
tasía exaltada. ¡ Ah, no !.. . La gente de Luxor sabe
que en ciertos días, a la hora del crepúsculo, las
antiguas procesiones de fieles aparecen en la pe­
numbra de la sala hipóstila, escoltando la barca
santa que viene de Karnak.
-Cuando monsieur Maspero, hace treinta años,
emprendió sus trabajos para desenterrar este tem­
plo, que había sido sepultado por la arena-me
2 5 9 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
asegura mi cicerone muy serio--, los habitantes
de la aldea le dijeron que en ciertas épocas del
año el gran santuario llenábase de fantasmas. El
sabio arqueólogo se reía de los pobres aldeanos,
y muy a menudo venía, después de la cena, a pa­
searse solo por entre las columnatas. Una noche,
al salir de las estancias de Amón, vióse de pronto
rodeado de momias negras, que conducían en si­
lencio una bairca. mortuoria. Un sacerdote mar­
chaba a la cabeza de aquella procesión de som­
bras. Desde entonces, monsieur Ma:spero no vol­
vió a entrar aquí después de la puesta del sol.

***
Las sombras que nosotros vemos no son negras.
Tampoco son silenciosas. Envueltas en sus vesti­
duras claras, con los delantales de mil colores ce­
ñidos a las caderas y con los torsos desnudos, se
mueven y cantan, sin inspirarnos temor ninguno.
Más felices que los del gran egiptólogo francés,
estos fantasmas no van encabezados por un sim­
ple sacerdote, sino por el dios de los dioses en per­
sona. Mejor que santuarios, en el sentido que l0$
demás pueblos dan a la palabra, los templos de
Tebas son los hogares de las divinidades tutelares.
Eu Luxor, Amón-Ra. vive rodeado de mujeres,
260
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

de sus hijos, de sus servidores y de sus esclavos.


Los relieves de los muros nos conservan las imá­
genes de su existencia familiar en todos sus de­
talles. Hasta lo que come y lo que bebe sabemos.
Los menús de sus festines están aquí escrupulosa­
mente inscritos, lo mismo que los de 1ais momias
en los grandes hipogeos. Porque así como los fa­
raones son hombres dioses, las divinidades celes­
tes son dioses hombres, con todas las debilidades,
todos los de_seos y todos los caprichos de los mor­
tales. Por la mañana, al despertarse, Ra llama a
sus ayudas de cámara para que le hagan su toi­
lette. El sacerdote de mayor categoría acércase a
la peTSona sagrada, la perfuma, la viste y le pone
sus diademas. En seguida los mayordomos entran
con el desayuno, compuesto de doce platos sucu­
lentos. Mientras el dios come, el clero celebra los
primeros oficios en su honor, recitando las fórmu­
las que mantienen viva, en el alma de las imáge­
nes, la substancia sublime. Las divinidades primi­
tivas creadoras de la energía universal, Horus,
Phta.h, Ra y Amón, reciben directamente el flúi­
do que los anima de una fuente escondida en el
cielo. Pero el dios de Luxor no es sino un hijo,
o, mejor dicho, un "doble" del Amón de Karnak,
y necesita que los sacerdotes le transmitan las
emanaciones de su padre. Un día cada año, la pre-
2 (j I Di t,wd ,,Google
E. G ó ME Z CAR R l L LO
senda misma de ese padre le es indispensable
para renovar las fuerzas de su sangre. Entonces
es cuando se celebra la gran procesión, que dura
quince días, durante los cuales el soberano, re­
nunciando hasta cierto punto a su aislamiento
hierático, consiente en tomar parte en los regoci­
jos populares. Animada por copiosas libaciones,
la plebe olvida sus trabajos y sus penas. El proto­
colo no conserva su rigidez más que en las estan­
cias interiores del templo, donde sólo penetran,
acompañando la barca santa de Kamak, los miem­
bros de la familia imperial, los grandes sacerdo­
tes y algunos altos dignatarios de la corte. El
pueblo, por lo demás, no tiene nunca derecho a
trasponer las puertas del santuario, que está siem­
pre guardado por el clero, como el palacio del
faraón lo está por la tropa. Lo único que perte­
nece a todos, es el inmenso patio de los colosos,
comprendido entre el pilón de entrada y la larga
columnata que conduce al pórtico de Amenofis III
y al pronaos.
-Aquí-me dice mi docto cicerone detenién­
dose en medio del patio-es donde los tebanos
celebran todos sus ritos. Fíjese usted en las imá­
genes de las murallas y verá el espectáculo or­
dinario de la antigua vida religiosa. Las más so­
lemnes imágenes son las de los escribas de la
2 6 2 Di t,wd ,,Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

"doble mansión de vida", la gran oficina de los


magos, de los astrólogos, de los adivinos. El pue­
blo viene hacia ellos temblando de emoción sa­
grada. Entre sus manos está el porvenir. Cuando
sus labios se entreabren para pronunciar una sen­
tencia, el alma de los fieles se estremece de terror
y de esperanza. ¿ Qué van a descubrir. en el por­
venir del recién nacido que esta dama aristocráti­
ca tes presenta?... Si dicen: "morirá ahogado",
nada podrá salvarlo del agua; aun escondido en
los secos arenales del desierto, ahogado morirá.
¿ Y estos generales soberbios que vienen a inte­
rrogar el destino, qué respuesta recibirán? Ante
los santos agoreros, todos se inclinan llenos de
íerviente respeto. Lo que ahí se oye es una sen­
tencia contra la cual no hay apelación. Por eso, al
entrar en el recinto misterioso, los fieles tratan de
hacerse propicios a los dioses por medio de so­
lemnes sacrificios. Los altares del holocausto es­
tán ahí cerca. Los cortejos van hacia ellos llevan­
do los animales que acaban de comprar en el gran
patio y cuya �re debe alegrar el alma de Amón.
Los más admirables rebaños se reservan para este
mercado. Estos bueyes, estas terneras, estas gace­
las, estos gansos que vemos esculpidos en los mu­
ros del templo están aquí para ser vendidos a los
que deben ofrecer las carnes rituales al gran dios.
2 6 3 Diat,w,J.,yG.oogle
E. G ó ME Z CA R R I L L O

¿ Ve usted con qué atención los sacerdotes exami­


nan cada bestia? Es porque el menor defecto las
hace indignas de figurar en las piedras de los holo­
caustos. El funcionario que detrás de esta pilastra
le abre la boca a un toro pertenece a lo que puede
llamarse el servicio de sanidad. Si el ganado tiene
una lacra, por insignificante que sea, liay que lle­
várselo. Los que, un poco más lejos, se inclinan
.} examinan lais manchas de la piel de aquellas
terneras son magos que buscan en el pelo de las
bestias signos fastos o nefastos. El devoto rico
que puede gastar los utnú necesarios para hacer
a Amón la ofrenda de un animal de precio, quie­
re, ante todo, cerciorarse de que su sacrificio no
será vano. Los pobres, sólo capaces de comprar
un cabrito, un pato o una paloma, son menos exi­
gentes, y lo único que los preocupa es lograr que
los mercaderes no se muestren demasiado codi­
ciosos. El regateo es uno de los más frecuentes
motivos de disputa. Como en los zocos del Cairo,
aquí una compra supone en general una lucha en­
tre el que ofrece y el que demanda. ¿ Ve usted esas
tiendas de vinos, esos pue?tos de reposreros, esos
mostradores cubiertos de panes, esos depósitos de
jarros de aceite? ... Todo es para el dios. Los que
no tienen con qué ofrecer un pichón, brindan un
pastel, un panecillo, una medida de cerveza de
2 6 4 DiaU,odoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Nubia. En el hogar sagrado, como en el de cual­
quier mortal, todo es necesario. Los que poseen
algo que venoer acuden aquí con preferencia a
los otros mercados. Vea usted a esos campesinos
<le¡nudos que ofrecen flores de loto ... Vea usted
a esos otros que traen sartas de cebollas... Vea
usted a aquellos de más allá"que no traen sino
unas pobres espigas de trigo... Los sacerdotes no
rehusan nada y nada desdeñan. El más humilde
de los felahs que se acerca a un miembro del cle­
ro lo halla siempre propicio a oir sus confesiones
y a prodigarle sus consejos. No hay acto de la
vida privada- que no necesite la intervención de
la iglesia. Los papiros cubiertos de signos miste­
riosos, que figuran entre las imágenes de los es­
cribas, contienen las fórmulas indispensables para
contestar a las preguntas más graves lo mismo
que a las más pueriles COt11Sultas. Los magos que
forman parte del sacerdocio no descansan un ins­
tante. Para casarse, para sembrar, para verificar
una compra, para conceder la mano de sus hijas,
para celebrar una fiesta íntima, para hacer la cor­
te, para todo, en fin, el tebano experimenta la ne­
cesidad de acudir antes a la ciencia religiosa. Los
que tienen algo de que arrepentirse, algún pecado
que hacerse perdonar, alguna falta que purgar,
recurren a los confesores. Una ta,rifa señala el
2 6 5 Di u,od,,yGoogle
E. G ó ME Z CARRIL L O
precio de cada culpa, desde el asesinato hasta el
adulterio, desde la blasfemia hasta el embuste.

***
Si este patio inmenso pertenece al pueblo, si y
ei pronaos es el local de los escribas, de los cléri­
gos de segundo orden y de los magos del templo,
el santuario propiamente dicho, con su altar y sus
aposentos secretos, está reservado a Amón, a los
<lioses de su familia y a los grandes sacerdores que
forman su servidumbre. Una de las estancias más
escondidas sirve para que las diosas sean encerra­
das cuando se hallan en vísperas de dar a luz: "la
cámara impura" se llama. Porque las divinidades
egipcias no excluyen ni a sus esposas celestes de
la mancha de la maternidad. Sin creer en el pe­
cado original, tienen una noción casi bíblica de la
encarnación y exigen largas prácticas purificado­
ras después del alumbramiento, con objeto de evi­
tar que los mortales, y aun los inmortales, sufran
el contagio de la pasajera impureza femenina.
Cerca de la "cámara impura" está el harén divi­
no, donde las favoritas del dios llevan una exis­
tencia de excelsa monotonía. Después del harén
se encuentran los cuartos para los amigos. Mi ci-:­
cerone, que cree, sin duda, que esto último me
266 Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
sorprende, como si pudiera en esta religión ente­
ramente humana sorprender algo, insiste en hacer­
me visitar lo que él llama les chambres d'amis.
-Cuando una divinidad de algún otro lugar
viene a visitar al Amón de Luxor-me dice-, en­
cuentra aquí todo el confort al cual está acostum­
brado en su propio templo. Los grandes sacerdo­
tes lo interrogan sobre sus gustos y sus costum­
bres. Luego lo perfuman, lo visten, lo adornan.
le ofrecen bailarinas y músicos, lo rodean de ser­
,·idores, y celebran en su honor el culto especial
que le corresponde. El único que se aloja en el
aposento mismo del Amón local es su padre, el
Amón de Kamak. Este viene custodiado por el
faraón y sus generales, quienes lo introducen con
solemnidad en el santuario de los santuarios, don­
de su hijo le recibe devotamente. Durante los días
que permanecen los dos grandes inmortales uni­
dos, nadie, ni el rey mismo, tiene derecho a inte­
rrumpir el coloquio sagrado. El Amón de Tebas
pone la mano en la cerviz del Amón de Luxor
para ofrecerle su flúido, y lo interroga sobre los
acontecimientos de su existencia. Cuando la en­
trevista termina, el séquito regio vuelve a formar­
!:e para acompañar al sublime visitante hasta su
hogar. Los más insignes favores celestes coinci­
den 'siempre con estas fiestas. El pueblo sabe que-
2 67 Di t,wd ,,Google
E. G ó ME Z CARRILLO

la alegría del dios se comunica al rey, la del rey a


los pontífices, la de los pontífices a las autorida­
des, y, naturalmente, aprovecha tan propicias cir­
cunstancias para pedir lo que más falta le hace.

***
Una de mis sorpresas en el templo de Luxor es
ver cuán exigua y cuán pobre resulta la estancia
de Amón comparada con otros aposentos, y, sobre
todo, comparada con el conjunto del edificio. Un
dios que come y duerme y recibe en la misma habi­
tación, debiera tener una vasta logia clara, una
galería maravillosamente decorada, algo que hi­
ciera pensar en una sala del trono. ¿No es él, aca­
so, el potentado más rico de Tebas? "Desde el
advenimiento de la décimaoctava dinastía-dice
el biógrafo de Sesostris-, Amón ha aprovechado
n::ís que el mismo faraón de las victorias de Siria
)' de Etiopía. Cada triunfo de las armas egipcias
le ha valido una parte considerable de los despo­
jos recogidos en el campo de batalla, de las con­
tribuciones impuestas a los vencidos, de los pri­
sioneros sometidos a la esclavitud. Posee centena­
res de casas y de huertos en todo el país; posee
bosques, praderas, sotos para la caza, lagos para
h pesca ; posee colonias en los oasis del desierto
2 G 8 Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Líbico y en el fondo del país de Canaán y cobra
en ella el tributo. La administración de estos do­
minio.s exige tantos empleados y tantas oficinas
como la del reino: comprende innumerables di­
rectores de cultivos y de rebaños, tesoreros de
veinte categorías para el oro, la plata, el cobre;
jefes de talleres y de manufacturas; ingenieros,
arquitectos, una escuadra y un ejército que com­
baten a veces al lado de los ejércitos y las escua­
dras faraónicas. En suma, es un Estado dentro
del Estado." Ahora bien; ¿ cómo el jefe de este
Estado, el dueño de estos tesoros puede conten­
tarse con un aposento particular tan estrecho y
tan obscuro cual el que vemos en Luxor? La úni­
ca explicación de tal anomalía es, sin duda, el
deseo de proteger el misterio de la existencia ín­
tima del dios contra las curiosidades de los hom­
bres. Sabido es que fuera de las personas de su
divina familia, de las favoritas de su harén, del
gran pontífice que preside su consejo, del gran
copero que le sirve a la mesa, del gran ayuda de
cámara que lo viste y lo perfuma, del gran mayor­
domo que administra sus riquezas y del coro que
celebra en su honor los oficios diarios, sólo el so­
berano tiene derecho a visitar a cualquier hora al
dios de los dioses. Hay, pues, que proteger el san­
to retiro con el doble muro que lo obscurece y lo
2 6 9 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CAR R 1 L LO
hace infranqueable. Hay que cerrarlo con puertas
de granito. Hay que ponerle, cada mañana, un
sello sagrado que ni el propio faraón puede rom­
per sin la asistencia de los sacerdotes. Para sus
audiencias oficiales y para los grandes sacrificios
regios, lo mismo que para las asambleas de su
consejo y los juicios de su tribunal, el dios dis­
pone de las inmensas galerías del templo. Sentado
en la naos de la sacra barca, con el rostro vuelto
liacia el Oriente, yérguese en plena luz y recibe
a los embajadores, juzga a los sacerdotes delin­
cuentes, acepta la sangre de los holocaustos o di­
rime los conflictos dogmáticos. Pero antes de sa­
car la barca hay que consultar a Amón con mucho
respeto. "Si la estatua aprueba con un movimien­
to de cabeza-dice Maspero-, la comitiva se for­
ma; si permanece inmóvil, es que no quiere salir,
y entonces el pontífice le pregunta la causa de su
disgusto. Un día de la fiesta de Tebas, Amón ne­
góse a mostrarse en público, y su mal humor se
a.tribuyó a las malversaciones que se acababan de
cometer. El jefe de los graneros, Tuthmosu, fué
citado ante el divino tribunal." En el relato que
el gra.11 egiptólogo hace de este proceso, vemos al
óios ejerciendo sus funciones de juez con una so­
lemnidad enteramente humana. Sus asesores le
presentan las cuentas, le leen los sumarios, lo en-
2 7o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
teran de las diligencias practicadas en los alma­
cenes de granos y en el domicilio del acusado.
Tuthmosu se defiende con energía, demostrando
<¡ue si ha habido, en efecto, irregularidades en el
manejo de los bienes de su ministerio, no se le
deben imputar a él, sino a algunos de sus subor­
dinados. Los testigos declaran en favor del reo.
Al terminar los debates, el profeta Baknikhonsu
presenta al dios el legajo de la acusación y el de
!a defensa y le dice: "¡ Oh mi señor!, he aquí los
<los documentos del juicio: si tú escoges el· prime­
ro, el escriba de tus graneros será castigado como
culpable ; si escoges el segundo, será absuelto. Tú
sabes distinguir el bien y el mal. Tú escogerá5
según la equidad." El dios señala entonces el le­
gajo de la defensa, y Tuthmosu, lejos de morir
decapitado, vuelve a encargarse de la administra­
ción de los graneros divinos.
***
Al salir del templo de Luxor con la imagina­
ción exaltada por todas estas evocaciones de ex­
traña religiosidad, las grandes masas de los mo­
numentos sagrados nos parecen menos terribles
que algunas horas antes. Los dioses hieráticos y
humanos que son en sus palacios los reflejos del
rey, no inspiran, como sus hermanos de Siria y
2 7 I DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
de Caldea, un respeto lleno de terrores y de con­
gojas. Más que en Jehová, en Baal o en Assur,
Amón hace pensar en las c1aras divirudades de
Grecia. Su voz no es una perpetua tempestad ·
amenazadora; sus fauces no se abren para devo­
rar multitudes ; su presencia no inspira un incu-
. rabie espanto. Como el Zeus helénico, toma parte
c.n la existencia de los mortales y emplea estrata·
gemas mágicas para seducir a las mujere� que le
inspiran deseos. En las murallas del santuario de
Luxor vemos al grau dios egipcio penetrar en la
estancia en que la princesa Mutiemna lo espera y
entregarse entre sus brazos mortales a los place­
res del amor. Esta es una, entre sus mil aventu­
ras galantes. Y lo mismo que conquista. corazt>nes
femeninos, tranquiliza el alma de los que sufren,
venga a los que han sido ofendidos, defiende a
los que se hallan en graves peligros y cura a los
tnfermos. Su bondad es tan grande como supo­
der. Sus misterios mismos son de una ingenuidad
infantil. Y por eso cuando contemplamos en la
apoteosis de las tardes tebanas sus maravillosas
mansiones desiertas, sentimos como una vaga nos­
talgia de los siglos en que reinó sobre la tierra y
pensamos que tal vez no ha habido nunca en el
mundo una religión tan clemente y tan humana
como la suya.
2 7 2
Dia t,wd oy Google
XII

LA VIDA Y EL ALMA

Lo que nos muñan los cumtos populares. ..,.Las almas dominadas


por la magia.-Supersticiones populares.-La historia del prín­
cipe predestinado.-El libro tú/ supremo mcantamimto.-EI
calmdari11 misterioso.-Las aventuras amorosas.-lmpudor, in­
constancia, interés, lujuria.-La mujer. -La justicia y la bondad
de FaraJn.-lmágmes familiares del soberano.-El suave g11-
/Jierno de.tpótico.-Las lammtaci11nes del felah.-La moral y la
vida.-Un cuadr11 triste.-La coquetería jemmina.-La dicha
ddpue/Jlo.

DiaUwdoyGoogle,11
o,,,t,,edbyGoogle
E L secreto de las almas antiguas que los sabios
buscan en vano en los jeroglíficos de los tem­
plos y de las tumbas yo me figuro, est'a tarde, des­
cubrirlo entre las páginas de un libro de cuentos
milenarios. Uno tras otros, los héroes de la tragico­
media cotidiana van apareciendo ante mi vista,
no como seres que resucitan, sino como persona­
jes que no han muerto nunca. Tales cual los vie­
ron los ojos rasgados de las damas de Tebas en
tiempo del gran Sesostris, así los veo. Vienen
riendo o llorando, vienen en busca de tesoros fan­
tásticos o de aventuras galantes, vienen entre el
tumulto de las multitudes humildes o entre el sé­
quito de los cortejos, vienen ingenuamente, ar­
dientemente, y todos ellos parecen haber realiza­
do el prodigio de aquel pobre Baiti que puso su
corazón en una rama de acacia, de tal modo sus
pechos palpitan en las hojas de mi florilegio.
La primera impresión al penetrar en el laberinto
de la existencia egipcia, es de asombro. No pode-

2· 7 s Dia Uwd oy G ÜÜg Ie


E. G ó ME Z CA R R I L L O
mos dar un paso sin encontrarnos con un mago.
Y la magia no es aquí, como en el Oriente de las
mil y una noches, un talismán maravilloso que sólo
sirve para las grandes circunstancias. Aun en las
funciones más ordinarias de la vida, el hombre de
Tebas tiene necesidad de la intervención ele ele­
mentos prodigiosos. El que compra como el que
vende, el que siembra como el que ara, el que em­
prende nn viaje como el que desea sentarse a la
mesa, tiene antes que consultar un calendario má­
gico, en el que cada día del año está marcado con
todos sus augurios fatales. Hay fechas faustas y
fechas siniestras. Hay más, puesto que, en ciertos
casos, unas horas son bonancibles y otras desas­
trosas. El "calendario Sellier", del museo Britá­
nico, es el más extraordinario monumento de las
supersticiones populares que existe en el mundo.
?Vfañana por mañana y tarde por tarde, el tebano
o el menfita buscan, entre sus complicados jero­
glíficos, los consejos que han de dictarles sus lí­
neas de conducta. He aquí algunos versículos, re­
lativos al mes de Paofi, de esta terrible biblia:
El 5.-Malo, malo, malo. No salgas de tu casa;
no te acerques a ninguna mujer; es el día en que
hay que ofrecer las cosas al Dios; el belicoso
Montú duerme. El que nace este día morirá de
amGr.
2 76
o,,,t,,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
El 6.-Bueno, bueno, bueno. Día feliz en los
cielos. Los dioses reposan ante el Dios y el cielo
divino cumple los ritos. El que nace este día mo­
rirá de embriaguez.
El 7.-Malo, malo, malo. No hagas nada este
día. El que nace este día morirá sobre la piedra.
El 9.-Alegria de los dioses. Los hombres es­
tán de fiesta, porque el enemigo de Ra ha caíd.o.
El que nace este día morirá de vejez.
El 23.-El que nace este día morirá por el co ·
codrilo.
El 27.-Hostil, hostil, hostil. No salgas. No te
entregues a ningún trabajo manual. Ra reposa.
El que nace este día morirá por la serpiente.
El 29.-Bueno, bueno, bueno. El que nace este
día morirá venerado por todo el mundo.
Naturalmente, cada uno trata de defenderse
contra los augurios que le son desfavorables por
medio de sortilegios, de oraciones y de amuleto<,.
Pero la historia del "Príncipe Predestinado" nos
hace ver que ni siquiera el poder de los faraones
l,asta para contrarrestar los designios del Desti­
no. Cuando el héroe de la triste historia nace, los
magos que leen en el libro del porvenir dicen :
-Morirá por el cocodrilo, por la serpiente o
por el perro.
Al oir estas palabras, su majestad da orden de
2 7 7
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRILLO
que se construya en la montaña un palacio de pie­
dra, y de que en ese palacio se encierre al infante
eón objeto de que los animales funestos no pue­
dan llegar hasta él. Y el tiempo pasa ... Y cuando
el príncipe predestinado llega a la adolescencia,
sus pajes lo hacen subir a la terraza con objeto de
que contemple el maravilloso espectáculo del mun­
do. La gente que ve, no lo divierte. De pronto,
un ser distinto de los demás le llama la atención.
-¿ Qué es eso ?-pregunta.
-Es un perro...;_le contestan.
-Quiero uno igual.
Los pajes van a ver al rey y le dicen que su
hijo desea un perro.
-Que le lleven uno muy pequeño--ordena su
majestad.
Y le llevan un lebrel de tres meses.
Transcurren los años. El infante, en cuyas ve­
. nas circula la sangre de los guerreros sagrados, se
aburre en la inacción.
-Deseo vivir libre�xclama-, y puesto que
estoy condenado a un destino fatal, lo mismo es
esconderme que no esconderme, puesto que la vo­
luntad de los dioses ha de cumplirse siempre.
Eatonces el rey le da armas, le da servidores y
le dice:
-Haz tu voluntad.
2 7 8
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
Seguido de ,su lebrel, el príncipe comienza a
viajar por países en los cuales el cocodrilo y la
· serpiente son desconocidos. En la capital de Siria,
después de demostrar su arrojo y su destreza, se
casa con la hija del rey. Al cabo de unos días de
dulce abandono dice a su esposa:
-Estoy condenado a morir por el cocodrilo,
por la serpiente o por el perro.
--En ese caso--exclama la princesa-, que ma­
ten al lebrel que corre detrás de ti.
-De ninguna manera: yo no puedo consentir
en que el perro que yo mismo he criado desapa­
rezca.
Ella tiene miedo, mucho, mucho, mucho, y no
vuelve a dejar salir solo a su marido.
Al fin, un día, ocúrresele al príncipe regresar a
Egipto. Al llegar a una ciudad, el cocodrilo le sale
al encuentro. Sus servidores cogen al terrible ani­
mal, lo encierran en una torre y lo hacen custo­
diar por un gigante. Poco después la serpiente
entra en su habitación. Sus servidores la matan.
-Ya lo ves-dícele su esposa llena de alegría.
-Los dioses te han permitido triunfar de tus
mayores enemigos. En cuanto al perro, no hay
que temerlo.
Con inmenso júbilo, el príncipe sale <le paseo
acompañado por· su lebrel. Al llegar a los bordes
2 i 9 Dia t,wd oy Google
E. GOM EZ CARRILLO
del Nilo encuéntrase con el cocodrilo, que se ha .
escapado de la torre.
-Áhora-le dice el animal-no podrás escapar
a tu suerte.
Y abre las horribles fauces para devorarlo. Pero
en ese mismo instante la princesa, que ha sido
prevenida por el perro, mata al cocodrilo con un
hacha. Luego, besando el rostro de su esposo, le
dice:
-Este enemigo, lo mismo que la serpiente, ha
muerto.
Tranquilos, los príncipes siguen viviendo segu­
ros de que el destino ha sido conjurado. Mas he
aquí que los enemigos del rey de Siria deciden
apoderarse de ambos. Un grupo de feroces gue­
rreros los persigue y descubre su retiro. Ellos se
esconden en una caverna. Los guerreros pasan
sin verlos. Entonces el leal lebrel, loco de alegría,
se pone a ladrar. Los enemigos lo oyen, vuelven
sobre sus pasos y matan al príncipe y a la prin­
cesa. Y el príncipe, al cerrar los ojos, piensa:
,
., 'Por el perro debía morir, por el perro muero. .

***
El estado de espíritu que esta creencia deter-
mina en la nación entera hace del egipcio el ser
más desigual del mundo antiguo. Día por día, el
2 8 o Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
.
alma de cada uno cainbia, según las líneas del ho-
róscopo. El heroísmo y el miedo, el amor y el
odio, el entusiasmo aventurero y· el terror de la
;iéción, las grandes generosidad�s y los egoísmos
ieroces, todo, en una palabra, todo lo que es vida,
todo lo que es energía, todo lo que es pasión, está
subordinado al presagio de un mago, a los conse­
jos de un calendario, a los signos de un astro.
Más que en el Amón de los templos faraónicos, el
pu,eblo cree en las siete hadas de Hathor que pre­
siden a los nacimientos marcando la frente de
cada uno con el sello de la fatalidad. "Tú serás
feliz o desgraciado según nuestras palabras--dicen
las madrinas-, y nada podrá cambiar el rumbo
de tu destino." En buena lógica, esta creencia en
un porvenir trazado de antemano debiera dar a
las almas una serenidad igual a la de los musul­
manes, que confían en lo que "está escrito". Pero
el genio de la· raza no se presta a la resignación
altiva. Aun seguros de no poder triunfar, todos
luchan. Para los casos más desesperados, los amu­
letos y los exorcismos existen. Las tumbas nos
conservan los infinitos talismanes que cada muer­
to hace poner entre las bandeletas de su último
traje. En la vida, los objetos dotados de un podei­
misterioso son también muy, numerosos .y muy va-
riados. "Una figura del dios Bísu y de la diosa
2 8 1
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRILLO
Thueris grabadas en la cabecera del l�ho-dice
Maspero - aleja a los espíritus malignos; una
mano y un cocodrilo pintados en una tableta de
esmalte hacen huir a los vampiros que se acercan
a las cunas de los recién nacidos con objeto de
chuparles la sangre; las estelas en las cuales hay
un Horus de pie sobre dos cocodrilos, defiende
contra todo lo que muerde, pica y fascina; un es­
carabajo de piedra, reanima el valor del soldado
que lo besa piadosamente. Todo es amuleto. Las
minúsculas momias verdes, azules o blancas que
vemos en las vidrieras de los museos, amuletos ;
1os monos y los ibis, los brazaletes y las sortijas
con signos enigmáticos, amuletos; los mil objetos
de formas raras que encontramos en las minas,
cabezas y piernas de buey, serpientes de cornalina
�nt>eras o cortadas, ojos místicos, manos abiertas
o cerradas, lazos de cintura, cruces de vida, frag­
mentos de tela, vasos en forma de corazón, amu­
letos." En los cuentos populares estos objetos se
animan de una vida encantadora. Hasta para el
más natural de los actos, el buen egipcio se cubre
el cuerpo de joyas misteriosas. Y si ninguno de
esos objetos puede nada contra el destino, en
<:ambio, cada uno de ellos sirve para proteger
contra los mil seres misteriosos que rodean al
hombre, y aun contra los dioses que, desde el
2 8 2

Dia t,wd oy Google


LA SONRISA DE LA ESFINGE
cielo, amenazan sin cesar al pobre mundo. El
mismo faraón, a pesar de su carácter de dios
vivo, necesita amuletos, y oraciones, y fórmulas
mágica:s para escapar a. las asechanzas del hado y
de las hadas. En el cuento de "Khu ni" vemos el
respeto religioso con que los reyes tratan a sus
magos. Cuando Didi el encantador llega al pala­
cio real, su majestad llama a sus servidores y
exclama:
-Alojad a Didi en la casa del príncipe here­
dero y dadle un sueldo de mil panes, cien jarros
de cerveza, un buey y cien medidas de cebollas.
Lo que la magia humana puede hacer, sin em­
bargo, no es nada, si se compara con lo que logra
el que posee el tratado de las artes divinas escrito
por el dios Thot.
-Si logras encontrar ese libro-dice un ancia­
no a Mereneftis-no tendrás nada que t.emer. Dos
fórmulas hay en sus páginas escritas por la mano
misma de Thot. Si recitas la primera, encanta­
rás al cielo, a la tierra, al mundo de · la noche, a
la montaña, al agua; y comprenderás lo que dicen
los pájaros y los reptiles; todos, todos, todos; y
verás los peces del abismo, porque una fuerza di­
vina pasará por el río sobre ellos. Si lees la se­
gunda fórmula, aunque estés en la tumba, volve­
rás a la vida.
2 8 3
DiaUwd ,;Google
E. G ó ME Z CA R R I L L, O

-Por mi alma, ¿dónde está ese libro, para ir


a buscarlo ?-grita el fogoso .M.ereneftis.
-Está--concluye el anciano--en medio del mar
de Coptos, en un cofre de hierro. El cofre de hie­
rro se halla dentro de un cofre de bronce; el cofre
de bronce, en un cofre de madera de quad; el co­
fre de madera de quad, en un cofre de marfil; el
cofre de marfil, en un cofre de ébano; el cofre de
ébano, en un cofre de plata; el cofre de plata, en
un cofre de oro. Y hay, alrededor del cofre de
hierro, doce mil codos de serpientes, de escorpio­
nes y de reptiles, y entre las serpientes una es
inmortal.
Mereneftis, que es el más esforzado de los prín­
cipes, se cubre de amuletos, se arma de fórmulas
mágicas y desciende al fondo del mar de CoptOJi,
donde vence a los guardianes del libro de Thot.
Una vez dueño del divino tesoro, encanta al cielo,
e. la tierra, a las aguas y a las aves, y la divina
sabiduría penetra en su ser. No logrando adqui­
rir la inmortalidad que ni los dioses poseen en
Egipto, muere y se lleva el libro a la tumba. 1!.l
príncipe Setni se lo rol:Ja un día y vuelve con él a
la tierra. "La sabiduría de éste-pensamos-debe
ser infinita, puesto que ya conoce el encanto de los
pájaros." Mas ¡ay! para hacernos ver de cuán
poco sirve todo,- el cuentista nos refiere en segui-
2 8 -4
o,,,t,,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE

da la primera aventura de que su héroe es víctima


al encontrarse en su ciudad natal. "Después de
aquello-dice el cuento-, sucede un día que Set­
ni se pasea por el atrio del templo de Phtah y ve
a una mujer muy bella, pues ninguna otra mujer
la igu ala en belleza, y que IleYa mucho oro en su
<;Uerpo, y que va seguida de hermosas doncellas y
de cincuenta y dos servidores. En cuanto Setni
la ve, ya no sabe en qué lugar del mundo se halla,
y llama a su paje y le ordena que averigüe qué
mujer es esa. Nada tarda el paje en ir hacia el
sitio donde está la bella y en interrogar a una de
las doncellas de su séquito. La doncella le 4ice :­
Es Tubuí, hija _del Profeta de Bastit, que vive en
el barrio de Ankhukani. Ahora va a orar al tem­
plo del gran dios Ihtah-. Cuando el paje vuelve
adonde su amo está, le repite todas estas pala­
bras. Setni le dice entonces :-Torna a ver a la
sirvienta y díle :-Setni Khamois, el príncipe; es
quien me envía a ofrecerte diez piezas de oro
para que pases una hora conmigo. Si es preciso
recurrir a la violencia, se hará, y te llevaremos a
un lugar apartado donde nadie podrá . descubrir­
nos--. La doncella se indigna de taies palabras,
cual si fuera escándalo oírlas. Entonces la bella
dama llama al paje y le dice :-Deja de hablar
con esa sirvienta; ven y háblame a mí-. E1 paje
2 8 5 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CAR R 1 L LO
acércase a la mujer y le dice :-Te daré diez pie­
zas de oro para que pases una hora en compañía
del príncipe Setni. Si es preciso recurrir a la vio­
lencia, lo hará, y te llevará a un lugar apartado
donde nadie puede verte-. Tubuí contesta :-Ve
a decir a tu amo que no soy una persona vil, y
que si quiere verme y tener placer conmigo, sin
que nadie en el mundo lo adivine, que venga a
Bubastis, a mi casa. Todo estará ahí preparado y
hará su placer en mi, sin que yo haga acciones de
una mujer de la calle-. Cuando Setni oye esto de
labios de su paje, exclama :-Me conviene-. Lue­
go se hace preparar una barca y no tarda. en lle­
gar a Bubastis." Una vez el héroe de la historia
en casa de la bella dama, asistimos a un regateo
que comienza como una novela picaresca y que
acaba como una tragedia.-Acostémonos juntos
-dice Setni.-Espera un poco-contéstale Tu­
buí-; yo no soy una vil ramera. Si quieres tener
placer en mi cuerpo, es preciso que antes me ce­
das una parte de tus bienes.-Está bien; que ven­
ga el. escribano de la escuela para redactar el acta
de donación-. Una vez el acta firmada, un paje
dice a Setni: - Tus hijos están abajo, ante la
puerta. - Que suban - contesta Setni-. En ese
momento Tubuí se desnuda, y al ver su cuerpo
delicioso, el ardor del enamorado se convierte en
2 8 6 Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE

frenesí.-Ven-le dice-, ven que goce de ti.­


-Espera--exclama ella-, espera, espera. Yo no
soy una cortesana vil. Si quieres acostarte con­
migo, es preciso que antes obligues a tus hijos a
reconocer la donación que me has hecho. Una
vez que los hijos del héroe han firmado el docu-
. mento, Setni vuelve a decir a su amada :-¡ Acos­
témonos por Osiris !-Pero ella responde :-Un
instante. Yo no soy una prostituta vil. Si quieres.
pues, poseer mi cuerpo, es preciso que hagas ma­
tar a tus hijos para que no me pongan luego
pleito a causa de lo que me has regalado.-Loco
de lujuria, Set.ni hace matar a sus hijos y al fin
se acuesta con su ·bella dama.
***
Las aventuras amorosas, menos trágicas, pero
no menos venales que ésta, abundan en los cuen­
tos egipcios. Las mujeres de Tebas, de Menfis, de
Bubaistis, de todas las grandes ciudades inspiran
verdaderos decamerones a los Boceados naciona­
les. Un Brantome tebano habría podido, con sólo
las aventuras de la corte faraónica, escribir un
libro tan escabroso y tan verídico como el de las
"Damas galantes". "Las costumbres-dice el co­
mentador de la gesta de Setni-son fáciles en
Egipto. Madura de un modo precoz, la egipcia
2 8 7
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R 1 L L O
vive en una sociedad cuyas leyes y costumbres
parecen conspirar al desarrollo de sus ardores�·
tivos. Las niñas juegan desnudas con sus herma­
nos, también desnudos. Las mujeres llevan el pe­
cho descubierto y se visten de telas transparentes,
que dejan ver sus encantos más secretos. La reli­
gión y el culto llaman la atención fen1enina con
las formas obscenas de la divinidad, y la escritura
misma ostenta imágenes impúdicas. Cuando se la
habla de amor, esta mujer no piensa sino en el
amor físico. Basta que conciba la idea del adul­
terio, para que busque el medio de ponerle en
práctica.
Más· extraño aún que la falta de pudor y de
honestidad es la carencia absoluta de sentimen­
talidad, de ideal, de ensueño. Entre las inmune­
rables heroínas de los cuentos que ahora leo, no
hay una sola que parezca capaz de comprender
1o que para otros pueblos más sensitivos significa
la palabra amor. Las mismas princesas, educadas
con relativo recato, no ven en la pasión sino el
medio de satisfacer un apetito puramente físico.
En sus confesiones de ultratumba, la bella Me­
reftis, hija de un rey poderoso, cuenta que, cuan­
do tuvo edad de amar, sintióse enamorada de su
hermano el príncipe Nenoferkeptah. Su padre,
por razones políticas, opúsose en un principio al
2 8 8
LA SONRISA DE LA ESFINGE
casamiento incestuoso de los dos infantes, y dijo
a su hija que quería unirla a un general de infan­
tería. Lejos de llorar y de protestar, la niña contesó
al faraón: "-Bueno, pues cásame con quien quie­
ras". Lo que importa a estas niñas, en efecto, es
tener un hombre para poder dormir con él. Y lo
que en el hombre las seduce, más que las cualida­
des morales, y aún más que la belleza misma, es
el vigor físico. A cada momento los cuentistas y
los historiadores dicen: "Ella lo encontró robusto
y sintió amor por él". En la famosa historia de
"Los Dos Hermanos" vemos la inconsciente lige­
reza con que la bella Tubuí aprovecha la ausencia
de su esposo para precipitarse en brazos de su cu­
ñado, exclamando: "Hay gran proeza en ti y cada
día observo tus fuerzas. Ven, acuéstate una hora
conmigo y te regalaré dos trajes magníficos." En
otro cuento, también muy popular, el del "Prínci­
pe Predestinado", la heredera del rey de Siria da
la preferencia, entre muchos grandes señores, a
un hombre que se dice de baja estirpe, a causa de
su vigor y de su agilidad. Y en vano el monarca
exclama: "¿ Cómo voy a entregarle mi ·hija a un
soldado egipcio? Que se marche en el acto". La
bella princesa jura que desea poseer a aquel es­
forzado saltarín, y acaba por hacerlo su esposo.
El caso de la princesa hija de Micerino, que des-
2 8 9
La so11risa de la esfinge. DiaUwdoyGoogle 19
E. G ó ME Z CARRILLO
pués de ser violada por su padre se mata de ver­
güenza, es único en Egipto. Las mujeres, por lo
general, se someten sin repugnancia a los capri­
chos de los que las desean con violencia. El inces­
to mismo basta apenas para explicar este caso pe­
regrino. Las pasiones entre hermanos, entre ma­
dre e hijos, y entre hijas y padres, son cosa co­
rriente. ¿ No fué Sesostris quien tuvo amores con
sus dos l:ijas? El amor paternal y el respeto filial .
se desvanecen en la alcoba. Aun los más ilustres
héroes demuestran una concepción de la moral que
nos espanta. La tolerancia para con los caprichos
iemeninos es infinita. Todos perdonan a las que se
prostituyen. Las familias, aun las familias faraó­
nicas, recurrer;, en casos de apuro, al comercio de
1os encantos amorosos. Nadie ignora, en efecto,
que, segú::1 los historiadores griegos, el gran Keps
autoriza a f.'.1 hija para vender sus caricias con ob­
jeto de conseguir el dinero que le hace falta para
la terminación de su pirámide. Otro faraón, el
héroe del cuento de "Rampsinites", va más le­
jos todavía en su paternal licencia. Teniendo ne­
cesidad de descubrir al autor de un delito, ordena
a su hija que abra las puertas de su alcoba a todos
los que quieran gozar- de ella, sin exigirles más
que un relato de sus acciones en pago de sus cari­
cias. La virtud de la mujer parece un mito tan in-
2 9 O

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LA SONRISA DE LA ESFINGE
creíble, que nadie responde del honor de la más
casta. Una anécdota que Herodoto recogió en su
"Historia" nos hace asistir a los apuros de un
desgraciado rey de Tebas a quien los dioses han
privado de la vista y que, según el dictamen de
los magos, no logrará curarse mientras •no encuen­
tre a una tebana que no haya engaííado nunca a
su marido. Ni la reina su esposa, ni las princesas
sus hijas, ni las compañeras de los grandes sacer­
dotes, ni las mariscalas, ni las burguesas, ni las
campesinas, ni las esclavas pueden sanarlo ...

***
Los cuentistas populares, que son los que, en to­
das partes, encarnan el término medio d� la mo­
ral nacional, hablan de estas cosas sin la menor
indignación. No por ser liviana y venal la mujer
parece al hombre menos adorable y menos respe­
table. De todos los pueblos de la antigüedad, el
q_ue más veneración siente hacia el sexo débil es,
por el contrario, el egipcio. La tebana, en todas
las épocas, y especialmente en el apogeo de la
grandeza faraónica, goza de una absoluta libertad.
En la burguesía es el alma del hogar. En las altas
clases es la flor divina de las tentaciones, el objeto
envidiable de los deseos. "La egipicia-dice Mas-
2 9 I
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
pero-es la más respetada y la más independien•
te mujer del mundo. Como hija, hereda de sus
padres en proporciones iguales a sus hermanos;
como compañera, es la dueña real de la casa, y
su marido no pareoe sino su huésped privilegiado.
Sale, se pasea, vive a su antojo, habla con quien
le parece, sin que na;die tenga por qué censurarla.
Lleva siempre el rostro descubierto, al contrario
de la siria, su vecina, que va siempre velada. Va
vestida de corto, con una túnica blanca ceñida al
cuerpo y que la deja el pecho desnudo. En la
frente, en la barba, en los senos ostenta delicados
tatuajes indelebles. Se pinta los labios de rojo, y
en los párpados se pone una sombra negra que da
brillo a su mirada. La cabellera suelta, está, o bien
teñida de azul, o bien luciente de aceite. Anda con
los pies descalzos y deja ver los brazo desnudos
lo mismo que el pecho. Los días de fiesta se pone
unas sandalias de hojas de papiro o de cuero. Se
adorna con anchos collares de perlas o de cuentas
de crist:al, con brazaletes en los tobillos y en las
muñecas, con una guirnalda y alguna flor en la
frente." Y lo que esta mujer, ya sea princesa, ya
sea burguesa, hace de su libertad y de sus encan­
tos, los cuentistas y los poetas nos lo dicen ... Pero
nos lo dicen, sin escándalo, casi con simpatía; nos
lo dicen entre suaves sonrisas que no hemos de
2 9 2
DiaUwdoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
encontrar luego sino en los labios de Boccacio y
de Brantome.

***
En el cuento de Setni, el narrador no se digna
describirnos cómo es la estancia en la cual la bella
Tubuí recibe a su amante. Los cuentistas pica­
rescos de Egipto, como los de España, le dan poca
importancia a los detalles suntuarios. Pero gracias
a los bajos relieves de los hipogeos, que reprodu­
cen con el mayor escrúpulo el interior de las ha­
bitaciones, podemos reconstituir, no sólo la alcoba
de la cortesana de Bubastis, sino toda su casa. Los
muebles son poco abundantes. Las damas europeas
de nuestra época que, por capricho, quisieran ha­
cerse un palacete tebano y alhajarlo a la manera
antigua, no se explicarían la falta de voluptuoso
confort de las favoritas de Sesostris. En ninguna
parte se. descubren los divanes propicios a las mo­
licies vaporosas. Esta pobreza corresponde a 1a
pobreza del sentimiento. No teniendo necesidad de
largos preparativos idílicos, el cuerpo de la egip­
cia se contenta con el lecho, como su alma se con­
tenta con el placer positivo. La cama, en efecto,
1a alta y amplia cama de varios colchones y va­
rias almohadas, es lo único que se ve en la alcoba.
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E. G ó ME Z CAR R l L L O
¿ Para qué otra cosa en un país donde amarse sig­
nifica, de un modo literal, acostarse juntos? En
cambio, para los placeres de la gula, más refinados
que los de la lujuria, el mobiliario es menos esca­
so. Las bellas butacas con patas de leones y res­
paldos calados, lo mismo que los lindos veladores
redondos, muy esculpidos y muy pintados, se re­
servan para el comedor. Los grandes jarros de
esmalte con sus curvas esbeltas, las fuentes de
materias preciosas, los vasos redondos cual senos
virginales, los paños áureos, los platos con for­
mas de aves o de peces, lo más exquisito que la
industria crea, en fin, es para el adorno de la
mesa. Más aún que en Grecia, en Egipto el acto
de comer es un rito. Herodoto nos cuenta que to­
davía en tiempo de la dominación persa los ricos
tebanos tenían la costumbre de presentar, al prin­
cipio de los festines, un sarcófago diminuto, y de
decir a sus invitados: "Contemplad al muerto que
tenéis ante la vista; un día vosotros estaréis tam­
bién en la tumba; bebed, pues, bebed y comed y
divertíos". Los buenos vinos parecen a todos un
preciado don de los dioses. Antes de que los
banquetes toquen a su fin, los comensales están
borrachos. Desde el más humilde felah que apro­
vecha los días de fiesta para ir a la taberna, hasta
el magnate que posee magníficas bodegas, no hay
2 9 4
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
nadie que desdeñe el beber. En este país, donde
el Nilo es el más venerable de los dioses, el vino
es el más adorable de los demonios. La abundan­
cia de formas en la fabricación de las copas y de
las botellas es extraordinaria. Fuera del amor, el
único placer fuerte de los hombres es la embria­
guez..

***
Las mujeres, afortunadas siempre, tienen el de
la coquetería. "Los más encantadores objetos del
arte egipci�escribe Gustave Jequier-son los
utensilios de tocador, hechos de maderas fin;::,s y
de marfil : cucharas para los perfumes, tarros de
pinturas, etc."
En una sociedad donde el bello sexo domina
con sus gracias libres y desnudas, no es extraño
que la industria ponga sus mayores recursos al
servicio del ídolo femenino. En el ocaso de la dé­
cimaoctava dinastía, las mujeres, no contentas con
ser princesas, deciden también apoderarse del do­
minio religioso. Los reyes de estirpe etíope reem­
plazan al gran sacerdote de Amón por una sacer­
dotisa, y los monarcas saítas, respetando este
ejemplo y aprovechándolo en beneficio de sus fa­
milias, confieren el supremo sacerdocio a sus hi-
2 9 5
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E. G ó ME Z CARRILLO
jas. Pero aun sin necesidad de llevar tiaras sagra­
das, la tebana es siempre respetada, adorada y co­
diciada. Los hombres viven a sus pies. Un simple
paseo por las salas de la orfebrería antigua del
museo del Cairo, nos hace ver los maravillosos es­
plendores con que el pueblo adorna la desnudez
de sus mujeres. Las suntuosas vidrieras de la rue
de la Paix o de Bond Street se enorgullecerían pu­
diendo ostentar algunas de estas joyas. Con un
sentido del color que ningún otro pueblo ha tenido
nunca, los artífices de Menfis, de Tebas y de Sais
combinan las piedras de un modo tan hábil, que ni
los violentos contrastes de sus tonos chocan. El lá­
pislázuli, la cornalina y la turquesa, que emplea­
das sin discernimiento estético en una sola joya
producirían un efecto desagradable, fraternizan en
los brazaletes y en los collares formando conjun­
tos deliciosos, gracias a los ligeros tabiques de oro
que los separan. Fuera de los pectorales regios,
que suelen parecernos demasiado pesados por el
amontonamiento de figuras simbólicas que los de­
coran, todas las alhajas encontradas en las tumbas
tienen, dentro de su esplendor de matices, una
ideal delicadeza de líneas. Los artistas europeos,
empeííados desde hace veinte años en copiar las
orfebrerías antiguas, proclaman su asombro ante
ciertos modelos de una elegancia que nada ofrece
2 9 6
Dia t,wd oy Google
LA ,SONRISA DE LA ESFINGE
de oriental. Hay guirnaldas, broches, collares y
pendientes que parecen, por lo fino del trabajo y
por lo rico de las materias, obras de un Lalique
o de un Tiffani. "La corona núm. 1oo-dice Flin­
ders Petrie en su estudio sobre el museo cafrota­
ei, quizá la labor más seductora y graciosa· que se
puede ver en el mundo: los hilos sinuosos de oro
que la forman deben armonizarse también con el
cabello, pues las florecillas que la adornan parecen
sembradas en la cabeza con la espontaneidad de
la naturaleza. Cada flor está sostenida por dos hi­
los entrelazados. Las flores no son estampadas:
cada alvéolo está hecho a mano, con sus cuatro
piedras incrustadas." Esro. maravilla del arte egip­
cio no es única. A cada paso, en las vastas gale­
rías del Cairo, alguna ajorca, arlgún collar, algún
broche, algún pectoral, alguna guirnalda nos sor­
prende y nos encanta con su belleza caprichosa.
Los obreros modernos se quedan pasmados ante
este refinamiento de la técnica, que, desde la épo­
ca fabulosa de las primeras dinastías, parece lle­
gar a su perfección. A mí lo que me pasma es el
sentido de lo decorativo, que da a los objetos más
vulgares una gracia armoniosa y pintoresca, pro­
pia para lucir, con sus colores violentos, en el ám­
bar de los cuerpos femeninos. Porque no debemos
olvidar que toda esta orfebrería es de un pueblo
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E. G ó ME Z CARRIL L O
que casi desconoce el traje y que no se digna dar­
a sus túnicas ninguna importancia. En las estatuas.
vemos, en efecto, que el lino en que se envuelven
las caderas y los muslos nunca ostentan adornos_
Todas las pedrerías y todas las filigranas, todas
las perlas y todos los esmaltes, todas las cadenas.
y todos los collares están hechas para ser llevadas
en los senos, en los brazos, en los tobillos, y para
animar, gracias a sus notas fuertes de azul, de
rojo y de oro, la palidez morena de la piel.
Con una ciencia de la coquetería que hoy sólo­
las damas de los gran-des harenes conocen, la
egipcia cuida su cuerpo del modo más refinado y
escmpuloso. En un relieve de hipogeo antiquísimo­
vemos a una dama aristocrática en su tocador.
Diez esclavas la rodean, perfumándola, peinándo­
la, puliéndola. Claro que no todas pueden permi­
tirse semejante lujo. Pero todas, aun las muy po­
bres, aun las muy humildes, tienen cu�dados infi­
nitos para sus propias personas. Ni las esclavas.
desconocen la voluptuosidad de las abluciones co­
tidianas y el lujo de las ajorcas y de los collares.
Una buena parte de lo que ganan, con tanto tra­
bajo, los obreros, sirve para satisfacer el instinto­
de coquetería de las mujeres del pueblo. Hoy mis­
mo, en Egipto, vemos a las felahinas más mise­
rables que pasan por las calles de las aldeas car-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
gadas como asnos y que llevan siempre en los to­
billos. y en las muñecas sus brazaletes de plata.
Lo que en Occidente nos parece superfluo, en el
Oriente es indispensable. No comer resulta, para.
una beduína o para una egipcia, menos doloroso
que no pintarse los ojos con alheña y no adornar­
se el cuello con algún collar.

***
Lo más extraordinario para los que no conocen
sino e\ Egipto hierático, solemne y algo pedante
de los arqueólogos, es encontrarse, al penetrar en
la realidad Yiva de los cuentos populares, con un
pueblo ligero, trabajador, irrespetuoso, intrigante,_
sensual y benévolo. Los mismos faraones y los
dioses mismos que en los atrios ele los templos nos
intimidan con sus actitudes rígidas y amenazado­
ras, anímanse, entre las anécdotas de los viejos
fabliaux tebanos, con una campechanería delicio­
sa. A la inversa de lo que pasa luego en Atenas.
donde la alegría de los inmortales diviniza la vida,..
en Tebas a familiaridad de los hombres humaniza
a los dioses. Por más que uno se empeña en bus­
car la imagen de aquel pueblo perpetuamente do­
blegado por el látigo de los reyes, del cual nos
hablan los historiadores, en ninguna parte lo en-
2 9 9
o;,;1;rnd by Googlc
E. G ó ME Z CARRILLO

cuentra. Es necesario recurrir a. los libros serios


para contemplar inmensos rebaños de felahs que­
jumbrosos y medrosos que, durante toda su exis­
tencia, trabajan en la construcción de las grandes
.pirámides sin recibir más salario que unas cuantas
cebollas, y sin poder descansar un instante, so pe-
11a de sentir el sabor amargo del azote. Pero la
historia parece tener empeño, al mostrarnos este
cuadro lamentable, en olvidar que la época de las
grandes pirámides no es sino un efímero y doloro­
so momento en la vida milenaria del Egipto. Tc­
davía en tiempo de la dominación persa, cuando
.Herodoto visita el país, los sacerdotes conservan
-el odio de los dos malos reyes Keops y Mycerino,
que obligaron al pueblo a erigir el vano monu­
mento de sus orgullos. "La gente tiene tal aver­
sión por la memoria de estos dos príncipes-dice
el viajero griego-, que ni siquiera pronuncia sus
nombres." Los faraones populares, los que sirven
de protagonistas a los contadores de cuentos, los
que dejan un recuerdo legendario y glorioso, apa­
recen, por el contrario, como jefes paternales de
un pueblo libre. Hasta en los momentos en que
los barones militares se apoderan de una parte del
poder real, el monarca de Tebas se esfuerza por
no negar justicia a sus súbditos perseguidos o es­
_poliados por los señores feudales. El famoso cuen-
3o o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
to de "Las lamentaciones del felah", que algunos
querrían hacer pasar por un cuadro de la existen­
cia miserable de aquellos que no tienen algún per­
sonaje infl-uyente para protegerlos, me parece más
bien un ejemplo de la dulzura paternal del poder
faraónico. Cierto que cuando el héroe de la his_to­
ria acude a su soberano para quejarse del escriba
que lo ha despojado de sus bienes, el intendente
de palacio lo reci,be bastante mal. Pero en seguida
que su majestad Nabkauriya se entera de lo ocu­
rrido, llama a uno de sus servidores y le dice :
-Cuando venga de nuevo ese campesino, quie­
ro que sus palabras sean escritas y que se me den
a conocer. Por lo pronto, es preciso que su familia
no carezca de nada, ni él tampoco.
Al día siguiente el felah vuelve a palacio y diri­
ge al intendente un discurso que nos hace ver la
gran libertad de lenguaje que el pueblo se permite
usar hasta cuando se dirige a los grandes señores.
--Si el que está encargado de hacer cumplir la
ley tolera que se robe--dícele-, ¿ quién nos pro­
tegerá contra el crimen?... Cuando el rostro del
timonero se vuelve hacia las riberas, la barca se
va sin dirección. Cuando el rey está en su harén
y el timón se halla en tus manos, hay abusos alre­
dedor tuyo, las quejas son amplias, la ruina es
grande ... No digas mentiras: vigila las cosas del
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Dia t,wd oy Google
. ..... ,.,
E. G ó ME Z CAR R 1 L L O
fisco ... ¡ Oh tú, que reduces a nada todo accidente
por el agua, heme aquí en las vías de la desgra­
cia! ¡ Oh tú, que sacas del río a los que están a
punto de ahogarse, yo estoy oprimido por tu
<:ulpa !
El intendente hace poco caso de estas palabras.
En su deseo de no desagradar a un hombre pode­
i-oso, protegido por un noble señor feudal, contén­
tase con decir al querellante:
-Ya veremos:
Pero éste pone tal insistencia en sus lamenta­
ciones, y vuelve tantas veces a palacio, y tanto
eleva la voz, que al fin el orgulloso funcionario se
decide a hacer justicia. "Maruitensi-dice el cuen­
tista-envió a dos de sus servidores con orden de
traerle al campesino, y este campesino tuvo miedo
de que lo llamaran con objeto de castigarlo por
los discursos que había pronunciado, y dijo:­
Apaga mi sed.-Entonces Maruitensi contestóle:
--No temas nada: me conduciré contigo como tú
te has conducido conmigo.-Luego hizo escribir
en una hoja de papiro las lamentaciones y las
mandó a su majestad Nabakuriya; y su majes�d
dijo:-Juzga tú mismo, ¡oh mi hijo muy amado!
•-·Y Maruiterisi mandó a dos hombres que le tra­
jeran al escriba y ordenó que se le dieran seiJS es­
clavos, además de los que ya poseía, y trigo, y as-
3 o 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
110s y bienes de toda especie, y ordenó también
,que ese Totnakhuiti devolviera al felah sus asnos
y todo lo demás que le había arrebatado."

***
Para encontrar un cuadro doloroso de las mise­
rias del pueblo, hay que recurrir a un escriba anó­
nimo de Tebas, que pinta con colores sombríos la
existencia de los trabajadores de las ciudades.
"He visto-dice-a los herreros eu sus hornos ;
sus dedos son rugosos como la piel del cocodrilo;
su olor es como el de un huevo de pez. Los artesa­
nos no tienen más reposo que los labradores; sus
<:2mpos son la madera o el metal; de noche, cuan-­
do debieran descansar, trabajan y aun velan. El
barbero afeita todo el día, y sólo cuando come se
echa para descansar; va de casa en casa buscando
clientes, y se rompe los brazos para llenarse el
vientre. Al albañil le aguarda la enfermedad, por­
que vive expuesto a las rá'fagas, construyendo pe­
nosamente, atado al friso _y a los capiteles en for­
ma de lotos; sus manos se usan; sus vestidos se
rompen; no se lava sino una vez al día; cuando
tiene su pan, vuelve a su casa y golpea a sus hi­
jos. El tejedor, en el interior de su taller, es des­
graciado: sus rodillas están al nivel de su estó-
3 o 3
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
mago; no goza del aire libre; para ver la luz del
día tiene 'que sobornar a los guardianes de las puer­
tas. El arn1ero pena extremadamente, y cuando se
va a países extranjeros tiene que dar grandes su­
mas por sus asnos. El cartero, cuando emprende­
su viaje tiene que hacer testamento por temor de­
las fieras y de los asiáticos, y apenas vuelve a su
casa debe ponerse de nuevo en camino. El teñidor
tiene los dedos hediondos a pescado podrido ; sus
ojos están cansados; pasa la vida cortando hara­
pos. El zapatero es desgraciado y mendiga eterna­
mente; para alimentarse es capaz de comerse el
cuero."
El cuadro, sin duda, resulta triste. Pero, en jus­
ticia, es necesario confesar que los faraones, lejos
de provocar esta miseria de la población obrera,
se empeñan en remediarla. Las estelas reales de­
jan ver el interés de los soberanos por mejorar
la condición del proletariado. Cuando un rey pue­
de decir: "En mi tiempo el pueblo no ha sufri­
do", lo hace grabar en términos pomposos, que
demuestran su. orgullo de buen patriarca.

***
En los eventos del pueblo, las imágenes de reyes
familiares, bonachones, amigos de proteger a lo.,,;
3 o 4
º' """'°'Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
pobres y siempre dispuestos a reir, soo muy nume­
rosas. El hieratismo se queda para las esculturas
oficiales
El gran Usimarés se muestra paternal con sus
i.úbditos, bondadoso con sus servidores, débil con
sus hijos. Cuando Setni le cuenta la historia de
sus desventuras amorosas, el soberano, lejos de
enfadarse, exclama riendo:
-Ya te había yo dicho que si no devolvías el
libro robado en la tumba, te matarían; pero tú no
has querido hacerme caso.
Otro faraón muy poderoso, el ilustre Manakh­
fré-Siamanu, "protector de la tierra entera" se­
gún su cronista, muéstrase más lleno aún de bon­
liomie que los anteriores. El rey de Etiopía lo en•
voute según todas las reglas del arte, le da qui­
nientos azotes y luego lo encierra en .su palacio.
En un caso semejante, un monarca oriental, y
hasta un occidental, lo primero en que pensaría· es
c,n destruir los Estados de su enemigo. Pero Ma­
nakhfré Siamanu rio cree que el pueblo entero de­
ba pagar la felonía ·de un solo hombre, y así, en
vez de llamar a sus generales y de declarar la gue­
rra a los etíopes, busca a un mago y le confía su
desventura. "Este mago, hijo de Panishi-dice el
c.uentista-, se hizo traer gran cantidad de cera
rura y fabricó con ella una litera y sus cuatro

3o 5
Diatizod�yGoo le
L11 1oftri1ci 1k la esfinge.
E. G O ME Z CARRIL L O
porteadores ; recitó una oración y sopló fuerte­
mente, y así <lió vida a los portadores. Luego les
flijo :-Iréis al país de los negros esta misma no­
che y traeréis al rey a Egipto al lugar donde está
el Faraón, y le daréis quinientos azotes ante el
Faraón; después de lo cual lo volveréis a trans­
¡:,ortar al país de los negros ; todo en seis horas
de tiempo."
Otro soberano sin rencores es Rhampsinita, el
héroe de uno de los más curiosos cuentos saítas.
Este Rhampsinita posee un tesoro tan grande, que
ningún otro mortal lo ha tenido igual. Para escon­
derlo hace fabricar una torre formidable y encie­
rra en ella su oro, sus pedrerías, sus telas y sus
'objetos preciosos, segu ro de que nadie podrá ja­
más robárselos. Los hijos del arquitecto real, que
conocen los secretos de ciertas piedras, penetran
una noche en la torre y se apoderan de lo que pue­
den, diciendo: "-Volveremos luego todos los
días, y así nos llevaremos, poco a poco, lo que
queda". El rey, que visita a menudo sus tesoros,
nota en el acto el roho. Pero, lejos de quejarse, ha­
ce como que no ha visto nada y pone una trampa.
Cuando los ladrones vuelven, uno de ellos cae en
d lazo. "De aquí-dice a su hermano--es impo­
sible salvarme, y si me miran al rostro, en el acto
te prenderán a ti también. Córtame, pues, la cabe-
3 o6
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA. DE LA ESFINGE
za, para que no se sepa quién soy".-Así lo hace
el buen hermano. Cuando el faraón encuentra al
hombre decapitado, piensa que el único medio de
averiguair a qué familia pertenece es hacer colgar
el cuerpo en una plaza pública y poner centinelas
para que vean si alguien lo reconoce. Por la noche
el hermano emborracha a los guardianes del cadal­
so y se lleva a su casa el cuerpo sin cabeza. Ante
tanta osadía y tanta habilidad, Rhampsinita se
siente lleno de admiración por quien de tal modo
se burla de su justicia, y le hace declarar por me­
dio del pregonero público, que no sólo le perdona
la vida, sino que le da como esposa a una de las
princesas de su casa. "El ladrón-termina dicien­
do el cuentista-tuvo fe en la palabra del rey y
fué hacia él. Y cuando el rey lo vió, admirólo mu­
cho y le dió la mano de una princesa como al más
sutil de los hombres, capaz de afinar a los egip­
cios, los cuales afinan a las demás naciones."
Un faraón extraordinario, y que más parece un
rey polaco que un monarca oriental, es el Ahmasi
de la "Historia de un marinero". Ahmasi adora
c1 vino, el amor y los cuentos. Un día bebe tanto,
que cae borracho y se duerme. "Por la mañana­
dice el cronista-su majestad no logra levantarse,
Je tal modo su embriaguez es grande. Los corte-
, sanos que lo ven así exclaman:-¡ Es posible que

3 o 7
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I I, L O

5ea más borracho que ningún hombre del mW1do

) que no se le pueda hablar de cosas serias !-Lue­


go le preguntan:-¿ Qué es lo que vuestra majes­
tad desea ahora?-El rey contesta:-Me gusta
emborrachanne mucho, mucho, mucho... ¿ Hay al­
guno de vosotros que sea capaz de contarme un
cuento? De lo contrario, me duermo de nuevo."
-Naturalmente, los cortesanos se apresuran a
complacerlo y le refieren historietas escabrosas,
no sin darle, al mismo tiempo, nuevas copas de
Luen vino.
Pero el faraón que, sin caer en la abyección
de Ahmasi, hace mejor ver cuán falsa es la ima­
gen de una realeza siempre hierática y siempre
tonante, y de un pueblo siempre tembloroso, es el
jovial Amenemait de "Las Memorias �e Sinuit".
Cuando el desertor vuelve a Egipto, después de
pasar muchos años entre los árabes del desierto,
�u majestad llama a toda su familia, y dice, riendo
a carcajadas:
· -¡ Ved cómo se ha puesto este amigo !... ¡ Pa­
rece un beduino !
La reina y los infantes ríen y bromean viendo
el rostro tostado del prófugo. Luego todos le dan
la mano y lo llevan al aposento que le han re-ser­
vado en el palacio.
¿ Cómo conciliar estas visiones familiares con la
3 o 8
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
idea que los historiadores se fonnan de la majes­
tad terrible de los soberanos egipcios? A mi enten­
der, el error proviene de la falsa interpretación de
las fórmulas protocolares. Leyendo, en los muros
de los templos, que para el pueblo el faraón es un
dios vivo, los arqueólogos le han prestado una
grandeza perpetuamente altanera y rígida. Pero
basta con pensar que los propios dioses son. para
los hombres de Teba.s y de Menfis, seres campe­
chanos, con todas las pasiones y todos los capri­
chos de los simples mortales, para darse cuenta de
que un rey puede muy bien recibir en las audien­
cias solemnes honores sagrados y ser luego, en la
vida o_rdinaria, un buen jefe patriarcal

***

El contraste entre los ritos oficiales y los actos


privados es, por lo demás, visible en muchas ma­
nifestaciones de la existencia egipcia. Los mismos
personajes que en los cortejos se yerguen con una
gravedad impecable, que en los consejos no pro­
nuncian sino discursos sacramentales, que en las
asambleas se prosternan la faz contra el suelo al
articular los nombres divinos, luego, en las calles
o en sus casas, recobran la finura algo escéptica

309 Dia t,wd oy Google


E. G O ME Z CARRILLO
de sus maneras naturales. Fuera de las creencias
supersticiosas en el poder de los espectros, de laa
hadas y de los magos, que realmente haoe estre­
mecerse sin cesar a las pobres almas, no existen rú
profundos prejuicios sociales, rú graves principios
morales para crear una disciplina estricta.
En su bella sencillez la moral egipcia carece de
sutiles complicaciones. "No sólo no debes hacer
daño a los demás-dice el código religioso-, sino
que tienes obligación de servir a tus semejantes."
Esto es lo esencial. Este es el principio que el ele�
ro, guardián de las leyes y administrador de la
justicia, se esfuerza por mantener. El que no mata
y no roba puede hacer todo lo que se le antoja, sin
temor de que su conciencia le remuerda. Con tal
que sean obtenidos sin violencia, los placeres son
siempre lícitos. El engaño mismo es lícito. En el
juicio supremo de las almas, los muertos emplean
fórmulas mágicas para engañar, con la complici­
dad de sus propios corazones, a los cuarenta y dos

se
dioses del tribunal de Osiris. En la tierra, de lo
único que trata es de engañar a los funcionarios
y a los sacerdotes que, como admirústradores de la
justicia faraónica y como representantes de Amón,
encarnan las castas tiránicas por excelencia.

•••
.1
3 I O
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
Esta tiranía, por lo demás, no es nunca insopor­
table. El alma del Egipto no tiene crueldades.
Cuando un ciudadano rico maltrata a alguno de
sus esclavos, la justicia lo declara indigno de po­
seer seres humanos. "Una acción penal--dice Re­
villout-basta para desposeer de su propiedad al
dueño que golpea a un siervo, lo que debe asom­
brar a los que no conocen, entre los derechos anti­
guos, sino el romano, basado en la fuerza bruta.
El derecho egipcio se funda en una moral religio­
sa según la cual es un crimen maltratar a an hom­
bre, y el esclavo es siempre un hombre dignv de
la protección de los dioses." El pueblo, pues, SO.:.
porta sin quejarse, y tal vez sin sentirlo, la doble
tiranía de los funcionarios y de los sacerdotes,
tratando de vivir lo menos mal posible y sirvién­
dose de la astucia, de la paciencia y de la falta de
escrúpulos para conquistar un bienestar relativo.
Como no tiene ni grandes necesidades ni grandes
ideales, la gente desea, ante todo y sobre todo,
ganar dinero y gozar. Entre los consejos que el
moralista Ani da a su hijo, el primero y más im­
portante es el de esforzarse por ser siempre rico.
Con el oro se suprime el perpetuo temor de los
jueces. Con el oro se compran los bellos trajes, las
joyas agradables, los buenos vinos, los ricos man­
jares. Con el oro se asegura cada uno, en la exis-
3 I I
Dia t,wd oy Google
E� G ó ME Z CARRILLO
tencia del más allá, una tumba llena de delicias.
Con el oro, en fin, se obtiene el amor. Y lo que no
da d dinero, la magia lo da. Por eso el gran resor­
te de la existencia egipcia es el ocultismo. Entre
los veinte o treinta cuentos que se conservan, son
muy raros aquellos en los cuales no intervienen las
fuerzas misteriosas. Hasta para organizar la:s más
vulgares distracciones! los reyes tienen necesidad
de recurrir a sus magos. "Que me traigan a Za­
zamanku-exclama Sanafrui-, pues mi alma se
aburre, y sólo él puede encontrar el medio de dis­
traerla." Cuando el brujo llega, dice a su majes­
tad; "Dígnate encaminarte hacia tu lago y ordena
que te preparen una barca con todas las bellas mu­
chachas de tu harén. Tu corazón se regocijará
cuando las vea� ir y venir. Yo arreglaré todo
lo que tú debes ver. Hazme, pues, llevar veinte
remos de oro y veinte remeras que tengan bellos
.cuerpos, bellos senos y que no sean madres.
Esas mujeres no llevarán sino velos transparen­
tes como vestiduras". Así se hace. Y las mujeres
van y vienen remando, y el corazón de su ma'."
jestad cúrase de su aburrimiento al ver aquel es­
pectáculo.
Para esto, claro está, un rey que no fuese egip­
cio no tendría necesidad de magos. Pero en Te­
�as nada puede hacerse sin hechicería. Además,
3 1 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
con la misnia facilidad con que Zazamanku des­
nuda a unas cuantas esclavas de amor, otro de sus
colegas en el arte de encantar imponen sus volun­
tades a los dioses. "Hay palabras-dice Maspe-
1·o-que, pronunciadas de cierta manera, penetran
hasta el fondo del abismo; hay fórmulas cuyo so­
nido obra irresistiblemente en los seres sobrenatu­
rales ; hay amuletos cuya consagración mágica en­
cierra un poco de la omnipotencia celeste. Por su
virtud, el hombre se apodera de los dioses y obliga
a Anubis, a Tlot, a Baistit, a Sitú mismo, a servir­
le: los irrita o los calma, los aleja o los llama, los
obliga a trabajar o a l.uchar por su propia cuenta.
Ese poder formidable algunos lo emplean para sus
negocios, para la satisfacción de sus pasiones o de
sus rencores". Ahora bien, si los dioses poseen tan
grandes razones para temer el poder de los ma­
gos, ¿ cómo los pobres hombres no han de temblar
ante ellos? Desde el faraón hasta el último felath
no hay, en efecto, un solo egipcio que no sienta
en el fondo de su alma un respeto infinito por los
encantadores. Dueños de desencadenar las fuerzas
de los espritus, de los fantasmas y de los mons­
truos, los que han leído los libros ocultos de la su-·
prema sabiduría tienen en sus manos los destinos
de los infelices mortales. Con una sola mirada
causan las mayores desgracias. Todo el universo.

3 1 3
Dia t,wd oy Google
E. GóMEZ CARRILLO
en fin, está a la merced de sus caprichos y de sus
pasiones.
Lo extraño es que, viviendo dominado p"r el te­
mor de la magia y por la zozobra de los augurios
fatales, el Egipto aintiguo no caiga poco a poco en
u.na fiebre de terrores y d,e inquietudes perpetuas.
Con menos supersticiones, la Edad Media europea
se modela una mentalidad de congoja. Pero el fon­
do del carácter tebano es tan claro, tan sonriente,
tan frívolo puede decirse, que logra sobreponerse
a todos los temores de lo sobrenatural. Fuera de
los instantes en que algún augurio funesto lo ame­
naza, el súbdito del faraón piensa más en gozar
físicamente que en engolfarse en meditaciones so­
bre las fuerzas supraterrestres. Cualquier circuns:..
tancia sirve de pretexto al pueblo para divertirse.
Los músicos y las danzarinas no tienen tiempo de
descansar. Las cortesanas, tampoco. El amor es
un rito universal, y el adulterio va siempre unido
al amor. Las mismas ceremonias religiosas con­
viértense a menuido en verdaderas saturnales.
"Los textos del templo de Denderá--dice Moret
-nos describen una ceremonia que se celebra al
principio del año, el 20 d,e thot, después de la ven­
dimia. En esta época la diosa Hathor y sus padres
salen del santuario llenas de júbilo. Las sacerdoti­
sas enseñan a la multitud las estatuas sagradas al
3 1 4
Dia t,wd oy Google
... _, -
LA. SONRISA DE LA ESFINGE
son de los címbalos_ y de los tamboriles. Durante
cinco días todos los habitantes de la ciudad se co­
ronan de flores, beben sin medida, cantan y dan­
zan desde por la mañana hasta por la noche." Y
esta fiesta no es única. Poco después se celebra la
bien llamada de la Embriaguez, y algo más tarde
estalla la formidable orgía de Bubastis, que con
tanta complacencia describe el ingenuo Herodoto.
El pobre pueblo que pena en los talleres y en los
campos aprovecha estas fiestas para olvidar sus
preocupaciones, sus fatigas y su miseria. El vino
)' la voluptuosidad son alegres en Egipto. Con
tal que ni las inquietudes ni las miserias atormen­
ten sus almas, los buenos ciudadanos de Tebas
saben reir y cantar con cualquier pretexto. Com­
parada con la existencia sórdida de la España del
"Lazarillo de Tormes", la vida del Egipto de los
cuentos populares aparece como un verdadero pa­
raíso. Ni los mendigos, ni las celestinas, ni los tru­
hanes tienen, en tiempo del gran Sesostris, esas
caras siniestras que nos espantan en los cuadros de
la época de Felipe II. Sin duda, los felahs, se la­
mentan de las injusticias de los escribas, y los ar­
tesanos reniegan de su mala suerte. Pero no hay
en sus gestos crispaciones desesperadas, ni en sus
palabras ecos desgarradores. ¿ Podrían, gobernados
<le otro modo, organiza.dos de una manera más
3 I 5 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRIL L O
perfecta, llegar a una dicha superior? Puede que
sí. Sólo que no somos nosotros, los hombres del
siglo XX, que vivimos en medio de civilizaciones
más infelices aún, los que tenemos derecho a de­
cirlo. Y en todo caso, tal cual lo vemos en los
cuentos que acabamos de leer, con su sensualismo
ingenuo y su resignación tranquila, con su ere•
dulidad infantil y su refinamiento artístico, con
su paciencia laboriosa y ·sus ideales de justicia,
con su tolerancia social y su fantasía religiosa, el
Egipto nos aparece como el más satisfecho de los
pueblos, porque en todos sus actos nos demuestra
que no tiene la menor noción de que pueda exis­
tir, en el mundo entero, una suerte mejor que la
suya.

FIN

3 I 6
Di u,od,,yGoogle
-

ÍNDICE

I.-EI encanto de Masr-el Khairá............ 11


II.-Las Mezquitas.................................. 49
III.-Los restos de fa raza milenaria............ 67 .
IV.-La Universidad cerámica del Cairo...... 8¡
V.-EI arte árabe.................................... 107
VI.-Las mujeres..................................... 129
VII.-J,os árabes errantes........................... 1 SS
VIII.-Un pueblo de estatuas........................ 175
IX.-La tragedia de las momias.................. 195
X.-EI Nilo.................... -....................... 217
XI.-EI secreto de los templos.................... 2 39
XII.-La vida y el alma.............................. 273

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