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B I B L IO T E C A C A L L EJA
S'EGU N O A S'ERI'lt
E. GÓMEZ CARRILLO
•
LA SONRISA DE LA ESFINGE
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•
E. GÓMEZ
.,
CARRILLO
LA SONRISA
DE LA ESFINGE
EL CAIRO.-LAS MEZQUITAS.-LA UNIVER
SIDAD CORJ.NICA.-I.A RAZA Ji(ILENARIA.
EL .�RTE ÁRABE.-U'M PUEBLO DE ESTA
TUAS.-LA TRAGEDIA DE LAS MOMIAS.
LAS HUJERES.-EL NILO.-LA RAZA ERRAN
TE.-EL SECRETO DE LOS TEMPLOS.-LA
VIDA Y EL ALMA, ETC.
MCMXTII
A MI ILUSTRE Cül(PA�ERO
JULIO PIQUET
HOMENAJE DE
E. G. C.
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JULIO PIQUET
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"Lo que hacia estos viajes tan fccundos como
enseñanza era su rápida 'J cariñosa simpatía ha
cia todos los pueblos. Nunca <tiritó países a la
manera del detestable touristc, para notar desde
lo alto y maliciosamente "los defectos", esto es,
las divergencias de ese tipo de civilización media
y genérica de donde salía y que merecían su pre
ferencia. Fradique amaba al punto las costum
bres, las ideas, los prejuicios de los hombres q1'c
le ,-odeaban, '.}' fundiéndose con ellos en su modo
común de pensar y de sentir, recibía una lección
directa y viva de cada sociedad en que ·vivía."
E<;A DE QuEIROS.
EL ENCANTO DE MASR-EL-I<HAIRÁ
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E. G ó ME Z CA R R I L L O
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***
***
La s<>nri1a de la esfl11ge.
3 3 ÜiQtizedhyGO le
E. G ó ME Z CARRIL L O
de cobre las largas soñaciones de sus almas inmó
viles. En cada cairel, en cada alicatado, en cada
ataujía, ponen un poco de su vida interior. En su
sumisión a la rutina secular hay un sentimiento
religioso de respeto ancestral. Haciendo lo que
hicieron sus abuelos, se dan obscuramente cuenta
de que continúan la obra de la raza y de que de
fienden la tradición del pueblo. Los herreros em
puñan martillos iguales a los que sirvieron para
forjar las cadenas del rey San Luis; los orfebres
cincelan el cobre con útiles usados por diez gene
raciones; los torneadores cogen el escoplo con los
dedos de los pies; los pasteleros sigu en ornand()
sus pasteles con hojas de rosa; los escribanos pú
blicos ponen la misma cara que tanto respeto ins- ·
piraba a las favoritas de los visires de Las mil y
una noches. Y si en el interior de los obradores y
de las tiendas nada ha cambiado, en las alegr�
galerías reservadas a la circulación, la existencia
es hoy como ayer, hoy como siempre. Por para
jes en fos cuales apenas caben dos personas de
frente, circulan las caravanas de came11os y los
desfiles de asnos, sin que nadie proteste contra el
peligro de dejarse aplastar. "¡ Ruah ! ... ¡ ruah ! ..•
¡ balek !. .. ¡ y emenek l... " - gritan los arrieros.
Cada uno, entonces, se perfila o se acurruca, para
daju el espacio libre. En seguida el noble discu-
3 4 Di u,ed.,,Google
LA SCYNRJSA DE LA ESFINGE
rrir sin prisa recomienza. Cualquier �spectáculo
atrae a los desocupados. Aquí hay un vendedor
de agua que cuenta una historia escabrosa. La
gente lo rodea, y escucha, y ríe. Más aUá un der
viche loco hace gestos enigmáticos. Con respeto
los curiosos lo observan en silencio. En un ángulo.
un encantador de serpientes abre su caja siniestra
y saca sus horribles reptiles para ponerlos en el
suelo. Todos hacen coro a su derredor y se es
tremecen viendo cómo se mueven las cabezas cha
tas al son de la flauta mágica y cómo los cuerpos
anillosos se enroscan y se estiran al contacto de
la mano que los �caricia. Nada ha cambiado desde
e! principio de la égira. Lo que divertía a los pri
meros discípulos del Profeta en las encn1cijadas
de Medina, entretiene a los fieles de hoy en los
zocos de Damasco, de Túnez, de Stambul, del
Cairo, de todas las ciudades orientales. Fuera de
los bazares, los árabes pueden, poco a poco, darse
cuenta de que hay en el mundo una civilización
diferente de la suya, un comercio más activo, una
vida más febritl. Ciertas casas ricas de Siria y de
Egipto han adoptado, paira decorar sus salones
de azulejos, los muebles de Europa. Pero aquí,
bajo las frescas bóvedas, la exi•stencia es la con
tinuación de un ensueño inmemorial. Los mismos
ni.míes, al penetrar en una tiendeciUa para rega-
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E. G 6 Af E Z CA R R I L L O
tear un chal, un pañuelo, un mosaico, unas pan
tuflas, una alfombra, llegamos a sentirnos pene
trados por los efluvios extraños que nos rodean.
Comprar, he ahí el mayor placer del bazar. Por
que comprar es un pretexto para dejar de ser es
pectiadores. Los momentos en que compramos, son
los únicos en que tomamos parte en la exi5tencia
activa del pueblo. Fuera de los suk, sólo somos
seres contemplativos, curiosos, escudriñadores de
secretos inviolables, forjadores de novelas exóti-
. <:as. "¿ Adónde vamos ahora?"-nos preguntamos
al salir de 1los suk. _y como la víspera, como siem
pre, recomenzamos, ya sin tomar parte en la vida
<lel pueblo, nuestras peregrinaci¿nes callejeras.
***
***
Lo que pasa en la calle, después de todo, basta
para distraernos y para interesarnos. En ninguna
población de Oriente, ni en Constantinopla qui
zás, la variedad de tipos resulta tan grande cual
en ésta. "En la p1ebe de la capital de Egipto--
4 3
Dio u,ed hy Google
E. G ó ME Z CARRIL L Ó
dice Steindorff�hay gente de todos los colores,
desde el cobrizo obscuro hasta el blanco puro ; y
rostros de todas fas formas, desde el aguileño de
los adoradores de Osiris hasta el perfil enérgico
de los beduínos; y cuerpos que varían desde la
esbeltez del fetah hasta la pesadez del tu'rco." Es
tos diversos elementos de la población oriental,
que en Turquía viven en perpetua guerra, aquí en
Egipto, donde las pasiones políticas casi no exis
ten, fraternizan lealmente. No hay más que ver
los reunidos en los barrios populares, comercian
do o intrigando; para darse cuenta de la paz que
entre etilos reina. Las miradas llenas de odio que
los turcos lanzan a los armenios, los armenios a
los judíos, los judíos a los sirios, los sirios a los
kurdos, los kurdos a los beduínos, se han queda
do en Stambul. En el Masr-el-Khairá cada uno
lleva· su traje, y su a:lma, y su fe, sin exponerse
a chocar al vecino. En cualquier terraza de café
veo ahora muestra·rios completos de las poblacio
nes levantinas. Junto a un persa soberbio, conste
lado de puña,les de plata, que apura a sorbos me
nudos su taza de té, un negro de Nubia, vestido
de blanco, fuma su pipa indolente. Al lado de un
arriero del desierto envuelto en un manto de pelo
de camello, un sedentario guardián de harén luce
su cinturón cubierto de pedrerías falsas. Entre
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
dos felahs de túnicas azules yérguese; cual una
estatua de bronce, un abisinio escueto, de ojos de
fuego y de perfil de víbora. Detrás de un turban
te claro de árabe, aparece la corona de lana de
un beduíno. Los burnús rayados de gris de los
argelinos, contrastan con los aJbornoces flotantes
de los jinetes de Siria. Los kawas turcomanos,
armados como capitanes de opereta, contemplan
sin �esdén a fos mercaderes judíos de tarbuchs
obscuros y de levitones sórdidos. Y a la variedad
infinita de los trajes y de los tipos, corresponde
]a misma variedaid de gestos, de acentos, de acti
tudes. Aun hablando casi todos el árabe, diríase
que cada uno tiene una lengua diferente, pues 1os
sonidos que en los labios de un nómada son ron
cos y rudos, en la boca de un fino mercader del
suk de los perfumes hácense halagadores y gor
jearnes. La voz de los cairotas, y, sobre todo, de
las cairotas, es famosa en el Oriente por su sttavi
dad y por su annonía. "Ese timbre admirable
escribe Fazil Bey-es un don particu!ar <le las
gentes de Egipto. Que una dama diga una sola
vez: "¡ ah, Leilá !", y los pájaros que vuelan ba
jarán a posarse en su pecho." Lo mafo es que
nosotros, ]os infieles que nos paseamos como in
trusos entre la multitud, no oímos nunca decir:
"¡ a.h, Leilá !" Los únicos instantes en que la voz
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E. G ó ME Z CAR R 1 LL O
femenina llega a nuestros oídos, es cuando en las
ticndecillas de los bazares las damas veladas re- .
gatean las bellas sederías que el mercader extiende
ante sus ojos admirados con habilidades felinas
y diabólicas.
***
Las más seductoras no son, empero, esas damas
que compran telas de lujo, esas aristocráticas ta·
padas de manos muy blancas, esas hurañas huríes
de charchaf de seda. Las más seductoras son otras
mujeres muy modestas: las felahinas de pies des
calzos, que pasan, rítmicas, y cuyas túnicas lige
ras y ceñidas nos permiten admirar sus cuerpos
esbeltos, sus piernas esculturales, sus senos menu
dos. A cada instante, en efecto, una de estas re
presentantes de la antigua raza egipcia nos sor
prende con su gracia de figulina de bronce. Sus
ojos, pintados de azul obscuro, no tienen la me
lancólica altivez de las miradas turcas, ni la sal
vaje voluptuosidad de las pupilas beduínas. Los
conquistadores musulmanes han impuesto a las
antiguas adoradoras de !sis, la religión del Pro
feta. Pero sus rostros no se han resignado nunca
al vdo, y sus cuerpos continúan siendo casi tan
inocentemente impúdicos cuail en Ja época faraó-
LA SONRISA "!JE LA ESFINGE
ruca, en que el vestido era el más superfluo de
los adornos. Con cualquier pretexto se recogen la
túnica, dejando al descubierto las pantorrillas
nerviosas, y aun sin pretexto ninguno tienden el
pecho cual_ una ofrenda de amor. Hijas de escla
vos, esclavas sumisas, no tienen derecho a ningún
lujo, a ningún orgullo. La ley suntuaria de sus
miserias, apenas las permite más coquetería que
la alheña que pone ojeras en los párpados y las
ajorcas que hacen brillar los tobillos. Así, cuando
se detienen ante cualquier tienda, no es sino para
admirar aros de plata o telas de algodón. Y hay
que ver, si se deciden a comprar algo, sus humil
des insistencias en el largo regateo, sus obstina
ciones en no irse sin lo que desean, sus actitudes
implorantes a los pies del mercader que pide siem
pre más de lo que ellas tienen. Y luego, cuando
logran adquirir 1a joya, hay que ver también
cómo se la Hevan, radiantes de a,legría. En sus
párpados obscuros palpitan aleteos de emoción.
Sus pasos son más rápidos. Con su tesoro en las
manos, huyen del suk, temerosas de que alguien
se lo arrebate, y ·siguen, esbeltas y ondulantes, las
líneas intrincadas de las callejuelas, camino del
barrio de arena y de Jodo en e1 cual tienen sus
chozas primitivas a orillas del rojo Nilo, padre
<le la tierra y padre de la raza.
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º"''"edb,Google
II
LAS MEZQUITAS
S 4
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
arquitecto después de admirar sus proyectos--.
no habrá nada comparable en el Islam." Una vez
la mezquita concluída, todos declararon que era
to más bello que hasta entonces se había visto.
Para recompensar al artista autor de tamaña ma
ravilla, Hasán lo llamó a su presencia y le hizo
cortar las dos manos, murmurando : "Así · no po
drás hacer otro modelo parecido." Y después,
para conciliar la precaución con la justicia, col
mólo de honores y. de riquezas.
***
¿ Qué riquezas podían corresponder a las que
aquel hombre dejaba entre las piedras de su mez
quita.? Hoy mismo, todos los artitas están de
acuerdo en declarar que nada en el arte religioso
oriental puede rivalizar con este edificio. Desde la
entrada, el asombro y el encanto se apoderan de
nuestro ánimo. La puerta primero, luego el ves
tíbulo, con sus profundos nichos labrados, con c;us
columnas acanaladas, con sus mármoles de mati
ces exquisitos, con sus rosetones geométricos y
con su cúpula de estalactitas, producen una pro
funda impresión de grandeza y de esplendor. En
ninguna parte hemos visto nada igual. Y esta
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E. G ó ME Z CARRIL L O
***
Si la Gamia del sultán Hasán es la más bella
del mundo, la de lb Tulún es, para los artistas, la
más venerable. Los que llegamos a ella después
de haber visto edificios posteriores, no podemos
dejar de encontrarla algo "fruste", como dicen
los franceses. Sus arcos, en los cuales han descu
bierto los arqueólogos el origen de la ojiva, son
demasiado secos y demasiado escuetos. Ningún
mosaico los decora. Ninguna policromía . los ale
gra. Apenas por sus bordes corre, como una fran
ja, un austero motivo ornamental en el que aún
no se ven los delicados entrelazamientos de lo!>
motivos poligonales. Todos sus adornos son bi
zantinos. Sus pilastras rectangular�s, con cuatro
columnas adosadas en sus ángulos, ofrecen un as
pecto rudo. El artesonado es de vigas de sicomo
ro sin color. Los muros, en fin, aparecen despro
vistos de delicadezas y de matices, en su decrepi�
tud uniformemente gris. Sólo sus ventanas, con
los luceros calados del estuco, tienen algo de ale-
***
Entrar en la mezquita Kait-Bey, al salir de Ib
Tulún, es recorrer en un instante el espacio que
separa el principio y el fin de una civilización.
Kait-Bey, en efecto, representa el último alarde
grandioso del arte árabe. Después de ella, en el
largo período del dominio turco, ya no se ven sino
copias de edificios anteriores o tentativas origina
les sin interés. La verdadera arquitectura religio
sa de los mahometanos, muere con el siglo XV;
5 9
E. G ó ME Z CARRILLO
pero antes de desaparecer,· nos deja es-ta flor ad
mirable que, en sus proporciones relativamente
reducidas, contiene toda la gracia, todo el perfu
me, todo el color del ensueño que la inspira. Yá
desde lejos, el templo seduce con su esbeito mi
narete calado, con su domo bulboso cubierto de
arabescos, con sus cresterías ligeras, con la pure
za de sus líneas rectas, con la alegría de ,sus pie
dras rojas y blancas. Sus ventanas superiores son
áe dobles arcos peraltados, y las inferiores tienen
rejas áureas. Su altísima puerta, de dibujo trilo
bular, ostenta una greca de mármol negro con
incrustaciones de mármol blanco. Una vez en el
vestíbulo, vemos sobre nuestras cabezas una bó
veda de estaJlactitas; y los bronces cincelados nos
rodean. Pero la verdadera impresión de palacio
encantado, de akázar de hadas, la experimenta
mos al encontrarnos en el santuario mismo. No
es posible imaginar tanto lujo unido a tanto refi
namiento. Es un oratorio para sultanas de las mil
y una noches; es la realización inverosímil de un
ensueño místico eternizado en oros, en jaspes, en
esma,ltes, en maderas preciosas. En cualquier lu
gar donde nuestra vista se posa, algo nunca ima
ginado noo embelesa. Cada mueble rituaJ es una
joya; cada detalle de ornamentación, un milagro;
en cada rinconciHo descubrimos una delicia. He
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
aquí un taburete, un simple taburete para que al
gún muftí se inmovilice en posturas de santidad;
he aquí una especie de pupitre sobre el cuarl se
coloca, en las horas del rezo, un Corán venera
ble; he aquí una lámpara de bronce. Todos estos '
objetos, como los demás del culto, son admirables,
con sus incrustaciones, con sus arabescos, con sus
calados, con sus cinceladuras, con sus transpa
rencias. Y ¡ qué decir del trabajo increíble de los
artesonados, en cuyas estalactitas finísimas se
mezcla el oro y el marfil sobre un fondo de floro�
nes celestes ! Hasta las vigas que sostienen los
lampadarios, son, gracias a su forma semicilín
drica y a sus labores exquisitas, verdaderas piezas
<le museo. El mirab está cubierto de mosaicos
suntuosos, y el mimbar es uno de los más bellos
que existen en el mundo. La misma pequeñez de
esta mezquita parece meditada. No es un templo
para preces de multitudes, no; no es un santuario
para romerías delirantes. Es una simple ·capilla
aristocrática destinada a las meditaciones de los
poetas, de los santos y de los príncipes.
***
Cuando uno sale de la Gamia Kait-Bey no sien
te ya deseos de visitar otros lugares sagrados.
6 I
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E. G ó ME Z CARRILLO
Cientos y miles quedan, no obstante, por verse.
La santa peregrinación no acaba nunca. En algu
nas callejuelas, los alminares se siguen, en filas
interminables, como caravanas de piedra. Y casi
todas las casas de Alá y del Profeta contienen
algún tesoro; y todas encarnan alguna tradición
ferviente. La de Hakim es milenaria; la del Mar
dani pretende ser la más vasta del Islam; la de
Muayyed se enorgullece de sus puertas de plata;
la del Azar da abrigo a más de , mil estudiantes
de teología; la de Amrú, con sus veintidós naves
paralelas, guarda, entre sus muros ruinosos, el
recuerdo de grandezas anteriores a la fundación
del Cairo mismo; la de Seyidna Hosein es !a mb
venerada por las mujeres; la del Bordeiny, osten
ta vanidosamente artesonados de un lujo fabulo
so. Otras hay que se envanecen de esplendores
menos respetables como la de Mohamed Alí que
está iluminada por enonnes lámparas de vidrio
fabricadas en Alemania. Pero todas, aun las que
no son obras perfectas, aun las que datan de la
época del mal gusto turco, todas, todas tienen el
encanto de sus patios, alegrados por las aguas de
sus fuentes, y refrescados por las hojas de sus
palmeras. Muy a menudo los fieles oran en estos
espacios libres, a la sombra de los altos muros
de finas cresterías. Porque en el Cairo son raras
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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Mas ¿ cómo pretender verlas todas? Una vida
entera no bastaría para ello. ¡ Son tan numerosas
y ofrecen tanto que observar con despacio I Mu
chas poseen, bajo la cúpu1a que corona el edificio,
·1.1na tumba santa o W1 sepulcro regio, que, sin
formar parte deltemplo, lo completa y lo compli
-ca. Cada sultán mameluco, cada califa fatimita,
cada taumaturgo célebre, tiene su mezquita. Cuan•
do, entre los alminares rituales, alza su masa
bulbosa la rotonda obligatoria, ya se sabe que de
bajo duerme su sueño eterno un gran creyente.
Una puerta, por fo general cubierta de incrusta
ciones de bronce y de nácar, separa el santuario
propiamente dicho de este "turbé". Y tal es la
yeneración que las capillas fúnebres inspiran, que
1os árabes oran lo mismo ante el túmulo que ante
.el mirab, sin darse cuenta de que el Corán repu-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
dia los ídolos, ya sean de carne y hueso, ya sean
de piedra, o de madera, o de cualquier materia. A
veces el sacrilegio llega hasta el punto de dar mu
cha mayor importancia artística a 1a cripta mor
tuoria del héroe o del santo, que al recinto de
Alá. Esto consiste en que no son los turbés los
que se construyen junto a la,s mezquitas, sino las
mezquitas junto a los turbés. Lo mismo que los
faraones que reinaron hace miles de años del otro
lado del Nilo, y que levantaron las pirámides, in
verosímiles de enormidad, para enterrar sus ceni
zas, los califas de las diferentes dinastías cairotas
hicieron edificar las más bellas y las más grandes-.
rotondas para cubrir sus restos. El Egipto ha sido
siempre el pueblo de 1a religión de la muerte. Bajo·
este cielo azul que no habla sino de vida, de amor,
de goce, las generaciones han pasado a través de
los siglos con la constante obsesión del no ser.
Pero si el sol, con su alegría, no ha logrado nunca
borrar las imágenes funerarias, por lo menos las
ha rodeado de color, de lujo y hasta, podría agre
garse, de voluptuosidad. Las cavernas de Tebas,
donde yacen las momias regias, están, en efecto,
cubiertas de relieves policromos, y bajo las cú
pulas del Cairo, los más brillantes mosaicos os
tentan sus mármoles, sus jaspes, sus marfiles, sus
nácares. No existe una sola Gamia que sea un
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T.11. ,.,..,,.¡•n. ,1,,,. ln. '-•'11.n.nA 6
E. G ó ME Z CA R R I L L O
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III
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H EMOS dejado muy atrás los bairrios árabes y
hemos atravesado las calles ruinosas del
Masr-el Kadima, la ciudad anterior a la conquis
ta mahometana. A orillas del Nilo, las palmeras
anuncian jardines de suburbio. De pronto, un vas
to muro agrietado sobre el cual se yerguen aún,
decrépitas pero altivas, las almenas guerreras, nos
corta el camino. Ahí, detrás de ese muro, se halla
la Babilonia copta, la capita;l de la antigua raza
egipcia convertida al cristianismo por el apóstol
Marcos. Todos los que vienen al Caiiro, aunque
no sea sino para pasearse ocho días guiados por
un cicerone, llevan a cabo la piadosa peregrina
ción en honor de la casta en la cual se perpetúa
a través de las edades, en lo físico como en lo
moral, al pueblo de fos constructores de pirámi
des. La sordidez y la decrepitud de las callejue
las, que forman un dédalo indescifrable dentro
de las tapias de la vieja fortaileza romana,· son
acongojadoras. ¿ Cómo puede esta gente vivir en
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E. G ó ME Z CA R R I L J.. O
***
Pero los coptos no son los felahs. Los coptos
han tenido siempre su religión como un baluarte.
Ni con los cristianos de otros países han querido
mezclarse, porque encarnando una herejía anti-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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En otro país, una comunidad como ésta, que no
_puede renovarse, estaría condenada a desapare-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
cer en breve término absorbida por las iglesias
vigorosas que la rodean. Pero en Egipto todo se
eterniza a la sombra de las pirámides. Hoy la fe
copta es cual el agua muerta de un pantano. Los
sacerdotes no tienen seminarios ni hacen estudios.
¿ Para qué? Los fieles creen, porque sus padres
creyeron. En otro tiempo, por encima del monofi
sismo, que no era sino una fórmula dogmática de
fendida por unos cuantos centenares de patriarcas
ávidos de lucha, hubo, en el modo de sentir el
cristianismo de los egipcios, un fondo positivo
que correspondía a las necesidades de la vida. De
los primeros claustros coptos, en efecto, fué de
donde salieron esos innumerable evangelios apó
crifos en los cuaJles Jesús, perdiendo, hasta cierto
punto, su excelsa humanidad de apóstol, adquirió
una gracia algo pueril de defensor de niños y de
mujeres. Lo que los hijos degenerados de los cons
tntctores de pirámides necesitaban entonces, que
era de suaves protectores para salvarlos del láti
go de sus amos bizantinos, romanos o árabes, bus-
. cábanlo en los relatos cristianos. Un Jesús ()Ue
por encima de todo predicara la mansedumbre y
la resignación, un Dios para esclavos incapaces de
revelarse, un piadoso vendador de heridas, un
prometedor de dichas futuras a fos que sufren
con paciencia en el mundo lleno de injusticias, he
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***
Además de ,ta basílica de San Sergio, que es
como la catedral de ,la fe monofisita, hay, dentro
de las murallas de la fortaleza de Babilonia, otros
cuantos templos muy frecuentados. En un espa-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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IV
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A
L-penetrar en la venerable mezquita delAzhar,
lo primero que vemos es una infinidad de
grupos juveniles que animan el vasto patio milena
rio. Hay ahí gentes vestidas de todos colores, tipos
de todas las razas de Oriente. Hay indios de enor
mes turbantes, abisinios de rostros negros, arge
linos de. chechias rayadas, persas de levitones
estrechos, sirios de túnicas claras. Los hay que se
inmovilizan en posturas de fakires; los hay que
leen en alta voz; los hay que hablan gravemente.
Y uno se dice viéndolos, que sin duda son rome
ros venidos de los cuatro ámbitos del Islam para
celebrar alguna fiesta religiosa. Pero cuando se
vuelve una semana o un mes más tarde, y se en
cuentra de nuevo a los mismos seres en los mis
mos sitios, compréndese que no son peregrinos
que cumplen un rito. Sus mismas actitudes tan
diferentes de las que adoptan los fieles en sus
visitas a los santuarios, lo demuestran. Muchos de
ellos vuelven la espalda al mirab que indica la di-
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E. G ó ME Z CARRIL L O
rección de la Meca. Muy pocos parecen orar. To
dos, en fin, están ahí, no como en la casa de Alá,
sino como en su propia casa. Porque esta mezqui
ta no es justamente una Gamia, sino una Medre
sé, una verdadera Universidad Coránica, de la
cual salen, después de seis años de estudio, para
ir a enseñar la buena doctrina en todos los pueblos
mahometanos, los doctores, los teólogos, los imam
y los muftis más respetables. Haber estudiado en
tal escuela, en efecto, equivale a pertenecer a una
categoría de privilegiados. No hay en Occidente
una aula que corresponda, como importancia, al
gran seminario cairota. Frente a la Sorbona se
yergue Oxford, y rivalizando con Heidelberg apa
rece Upsal. En las tierras del Profeta, el cheikh
el Gamia-el Azhar figura como el verdadero pri
mado del Islam. Cuando, en cualquier tierra mu
sulmana, un ulema puede enseñar sus libros de
estudio con las inscripciones que corresponden a
nuestros diplomas universitarios, todo el mundo
se inclina. Así, es de ver con cuánto entusiasmo
los adolescentes de las más remotas comarcas, que
sienten e] fuego sagrado en el alma, se encaminan
hacia la docta mansión, soñando ensueños de in
finita sabiduría. Gracias a las costumbres y a las
tradiciones de la raza, la miseria no es nunca un
obstáculo para el que quiere aprender. No sólo la
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
enseñanza es gratuita, sino que, con los fondos
del culto, los jeques, en vez de mercar incienso,
compran pan y lo reparten cada tarde entre sus
discípulos. La. caridad pública, la solidaridad re
ligiosa y la sobriedad de Oriente se encargan de
lo demás.
Al visitar las aulas y -los dormitorios es imposi
ble no sentir ante esta gran modestia, ante esta
humildad de pobreza, una profunda admiración.
San Francisco de Asís habría besado en la frente
a los que así comprenden el renunciamiento de los
bienes terrenales. Ni en lo que se llama, con pom
pa algo irónica, la Gran Sala de Audiencia de la
Intencia, ni en las larguísimas Bibliotecas, ni en
el Auditorio Principal, se nota el menor lujo. Pero
: qué digo lujo! La palabra sola es una irrisión.
Una modestia que sería sórdida si no fuera su
blime, reina en todas partes. Las clases se dan en
el patio o en la mezquita misma. En esto no hay
ni sacrilegio, ni falta de respeto. Un templo, en
el Islam, no es una casa reservada celosamente al
rito. Es la casa de todos. Muy a menudo los cris
tianos nos sentimos sorprendidos al ver echados
en las esteras o en las alfombras de los más ve
nerables santuarios, a los fieles, que duermen. A
cualquier hora y cualquier día, el más miserable
de los mahometanos tiene derecho a llamar a la
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R GóMEZ CARRILLO
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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La •cmrisa de la u{lnge. º'º"'ed ,,Google
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anteriores fueron quemadas. El texto que hoy po
seemos, es, pues, e-1 de Zeit-ben-ThaJit. Mas si los
otros dejaron de existir como Evangelios, muchas
de sus páginas se conservan siempre en las tra
diciones. Y las tradiciones son el complemento
obligatorio del Corán. Seis libros las guardan y
las codifican. Seis libros no nos parece enorme.
Mas hay que ver que sólo los dos de El-Bohari�
que son los últimos, contienen 7.275 tradiciones.
Y todo esto hay que aprenderlo. Y también hay
que aprender a aprenderlo. Y, además, hay que
aprender lo que, en ello mismo, no debe apren
derse. Los árabes son teólogos de una sutileza
terrible. La obra famosísima de Ibn Salamá, indi
ca de un modo metódico "los pasajes del Corán
que se contradicen o se abrogan los unos a los
otros." Que haya contradicciones en el Evangelio
mahometano, no debe extrañarnos a los cristia
nos. ¿ En qué Santa Escritura no las hay? También
existen contradicciones en los tratados que ense
ñan a leer el Corán. Y todos estos textos datan,
en general, de mil años.
***
Para los árabes, la ciencia no tiene un valor in
discutible sino cuando ha sido consagrada por cen-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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V
EL ARTE ÁRABE
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•JI
H
AY en la famosa "Topografía" de Makrisí un
inventario de los tesoros del califa Mostan
se-B-Illah, que hace soñar como un cuento de las
mil y una noches. "Un cofre--dice-lleno de esme
raldas magníficas; un collar de perlas que valía
ochenta mil dinars ; siete W aibah de perlas, rega
lo del emir de la Meca; m�l doscientas sortijas
con piedras variadas; un gran número de platos _
de oro, esmaltados de colores; nueve mil cajas de
diferentes . formas, de maderas preciosas, ornadas
de oro; cien copas con el nombre del califa Arun
er-Rechid; varios cofres con tinteros de diversas
formas, de oro, de plata, de sánda:lo, de ébano del
país de los qindjes, de marfil, enriquecidos de pe
drerías y todos notables por el trabajo; otros co
fres llenos de ánforas de oro y de plata, de lo más
perfecto; infinidad de vasos de fayenza, de todos
cplores; muchas tazas de ámbar de Caldea; una
estera de oro, de diez y ocho roks de peso; vein
tiocho platos de esmalte de oro; cofres repletos
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E. G ó ME Z CARRIL L O
de espejos con mangos de esmeraldas, de perlas y
de cornalinas; cuatrocientas grandes jaulas de
oro; diferentes muebles de plata y seis mil jarro
nes de oro; un gran número de cuchillos de gran
precio; un turbante de un valor de ciento treinta
mil dinars; un pavo real con ojos de rubíes y plu
mas de esmalte ; un gallo con cresta de rubí y
cuerpo de pedrerías ; una gacela de perlas; una
mesa de sardonia; una palmera de oro y perlas ;
treinta y seis mil piezas de crista:leria; una inmen�
sidad de alfombras de todos matices, entre las que
había mil con figuras de diferentes dinastías; una
pieza de seda del coster, con fondo azul bordado
de oro." Y el inventario continúa así, a lo largo
de las páginas, desenvolviendo sus tesoros con
soberbia monotonía.
¿ Por qué acude a mi memoria este catálogo de
riquezas perdidas, al encontrarme hoy en el mu
seo árabe del Cairo? Aquí no hay ni amontona
mientos de esmeraldas, ni millares de sortijas, ni
corrales de aves encantadas. Las salas, decoradas
modestamente, carecen de vidrieras llenas de jo
yas que puedan compararse con las de su herma
no el museo de las anti�edades faraónicas. Puer
tas de viejas mezquitas, lámparas de palacios prin
cipescos, damasquinados enmohecidos, fayenzas
rotas, mosaicos incompletos, muebles antiguos, ce-
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
***
***
Uno de los motivos más variados y más fre
cuentes del arte árabe, es la escritura. En los vas
tos muros de las mezquitas como en las filigranas
de las joyas; entre los enrejados de los meshrebi
ya lo mismo que en el esmalte de los azulejos; en
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E. G ó ME Z CARRILLO
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
Desgraciadamente, el museo del Cairo no po
see ni telas fantásticas de las que cambian de
color con las horas del día, ni alfombras maravi
llosas como las que describe Makrisí, ni joyeles
dignos de sultanes, ni tapicerías con versículos
del Corán entre sus mallas, ni armas incrustada�
de oro. De sus diez y seis grandes salas, apenas
podrían sacarse los objetos necesarios para deco
rar y alhajar un pabellón parecido al más modes
to de los del califa Moez-le-din-Illah. Pero tal
cual es, con sus lagunas y sus pobrezas, siempre
debemos considerarlo como un verdadero relica
rio, ya que en ninguna parte existe una colección
de arte árabe que pueda comparársele. Los mue
bles de madera y los objetos de porcelana son, es
pecialmente, dignos de atención aquí. Para conso
lamos de no ver ni siquiera un fragmento del
mágico bu 1.ualemún de Tinnis, nos acercamos a
una vidriera llena de fayenzas diáfanas cuyos
matioes varían asimismo con la luz y que adquie
ren, en ciertas penumbras, tonos de una delica
deza ideal, de tal manera son ligeras y como
flúidas. Entre los azulejos hay también piezas ad
mirables que demuestran el amor con que los
artistas del siglo XVI cultivaron este arte intro
ducido en Persia. Hay azulejos floridos, azulejos
cincelados, azulejos que ostentan magníficos ca-
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E. G ó ME Z CARRILLO
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E. G ó M E Z CA R R I L L ú
Pero � a qué continuar esta enumeración? Para
hablar como es debido de tantas reliquias sería
necesario describirlas una por una, haciendo re
saltar sus filigranas, sus matices, sus formas lar
gamente meditadas, sus adornos simbólicos, su
lujo increíble de detalles minuciosos. Aplicada al
arte árabe, la frase de Buffon, según la cual el
genio no es sino una larga paciencia, resulta jus
tísima. Algunos de estos muebles consumieron la
existencia entera de un artífice que no tuvo nun
ca ni prisas, ni fiebres, ni ambiciones. Aun en los
objetos más vulgares, en los platos, en las bot-e
Has, en los pucheros, en lo que, dentro de las ci
vilizaciones modernas, no son sino cosas usuales
y uniformes, hechas para servirse de ellas y no
para ,admirarlas, en las épocas de gran cultura
:írabe llegan a convertirse en piezas de museos
por su inverosímil lujo de ornamentación. He
aquí una copa que formaba, sin duda, parte de
algún ajuar de casa rica. ¿ Quién se atrevería hoy
a tocarla sin un superstici060 cuidado? He aquí
un velador de marquetería sobre el cual las fuen
tes de cobre dejaron sus huellas familiares. ¿ Osa
ríamos ahora poner siquiera la mano sobre sus
incrustaciones? ... Realmente, esto no está hecho
para nosotros, para nuestra existencia y para
nuestra grosería. Es necesario una humanidad
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
más fina y más rítmica, entre tanta delicadeza.
Cualquiera de nuestros movimientos, sería peli
groso para estos taburetes de los salemlik, para
estos encajes de las celosías, para estas transpa
renc!as de las cancelas. Nuestra presencia misma
e!- una ofensa para tal refinamiento. ¡ Oh ! las in
glesas de "cache poussiére" y de parasol que pasan
entre los cristales y los esmaltes, andando como
autómatas I Cada uno de sus pasos me inspira
miedo y horror. Con el fin de no verlas más, cie
rro los ojos. Y entonces, en la alucinación de las
imágenes contempladas durante horas y horas,
los seres fastuosos de las viejas leyendas orienta
les aparecen por las puertas de bronce y vienen,
lentos y graves, a tomar posesión de este palacio
encantado.
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I,,AS )l'{)'JERES
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H
ACE medio siglo Gérad de N erval pudo es
cribir sobre las mujeres del Cairo un libro
entero, lleno de aventuras, de retratos y de anéc
dotas per�onales. Lo que hay de verídico en
aquella obra, nadie puede saberlo. Lo que sí sa
bemos todos, cuando hemos viajado por Oriente,
es que, en nuestra época, a pesar de lo que se dice
de la europeización de los árabes y de los turcos
de las grandes ciudades, la vida de las damas ve
ladas sigue siendo, para los infieles, un misterio
insondable. Que en Constantinopla, en Damasco
o en el Cairo, algunos rumíes felices hayan logra
do conquistar corazones de mahometanas, es pro
bable. Ya los viejos romances españoles nos cuen
tan los amores de las Fátimas y las Zuleimas que
se dejaron seducir por galanes cristianos. Pero
estos casos, mucho más raros de lo que pretenden
los secretarios de Embajada que regresan de Tur
quía, no demuestran nada. Las voluptuosas orien
tales pueden, por capricho o por pasión, abrir sus
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E. G ó ME Z CARRILLO
brazos a un giaur detestado. Abrir sus almas al
análisis extranjero, eso nunca. Las mismas con
fidencias femeninas no nos dejan en el ánimo sino
impresiones contradictorias sobre la verdadera
mentalidad y la real sentimentalidad de las pobla
doras de los harenes. En efecto; todos conocemos
las Memorias de la princesa de Omán, que tanto
interesaron a Osear Wilde. Si quisiéramos acep
tarlas como un libro verídico, tendríamos que con
fesar que no hay mujeres más fáciles, más ale
gres, más sencillas y más inteligentes que las
árabes. "Si los europeos tuvieran mejores opor
tunidades de observar el buen humor y hasta la
animación exuberante de nuestras mujeres--dice,
-no tardarían en convencerse de la falsedad de
todas las historias que corren sobre la existencia
degradada, oprimida y sin objeto de las orienta
les." He aquí, en seguida, a otra princesa que
también 11eva un nombre ilustre en Oriente, la
<:élebre Mirza Riza Kahn: "Por mi velo negr<r
dice-estoy separada de todo y de todos, y todo
lo veo 'en tristes lejanías, como a través de un tul
de luto. Mirar a través de un velo negro es mirar
a través de las lágrimas. Encontrarás tcharchafs
rojos, azules, amarillos o verdes, pero siempre el
velo negro estará sobre el rostro como una man
cha fúnebre en esa fiesta de mil colores." ¿ Cómo
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
conciliar esta triste confesión con las confidencias
gozosas de la princesa de Omán? Pero dejemos
lo relativo a las almas y veamos lo que otras mu
jeres piensan de la inteligencia de las orientales.
Aquí está la señora Bibesco que ha vivido en
Turquía, en Siria, en Persia, en Egipto y que, por
su situación y por su carácter, ha podido estudiar
de cerca la existencia del harén. Contemplando
a las favoritas de un visir que la han invitado a
una fiesta, piensa en todas las musulmanas a quie
nes antes ha conocido, y dice: "El secreto de sui,
almas limitadas me aparece en sus ojos insonda
ble, y siento mi pensamiento detenerse en el va
cío de sus miradas con un vértigo igual al que se
experimenta al examinar los ojos de un animal."
Apelemos, en seguida, a otra escritora francesa,
ia esposa del traductor de las Mil noches y una
noche, madame Lude Delarue Mardrus. Esta es,
si no de nacimiento, por lo menos de adopción,
una verdadera hermana de Scherazada. Pregun
tadle lo que piensa de las orientales, y os contes
tará: "Son las mujeres más inteligente,;, más mo
destas, más amorosas y más bellas del universo."
Ahora bien; ¿ cómo encontrar un poco de clari
dad entre estas opiniones vagas y opuestas? ¿ Son
puros animales de bellos ojos las lejanas hanumsr
o son criaturas deliciosas en lo moral y en lo
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E. G ó ME Z CA R R I L L O
intelectual? ¿ Son felices, son alegres, son exube-
1·antes, o son desgraciadas y lloronas?... (1).
***
Claro que, preguntar esto de un modo general
y absoluto, seria tan absurdo como tratar de sa
ber si las europeas son bellas y buenas o malas y
feas. En Oriente lo mismo que en Occidente hay
de todo. Pero de lo único que se t.rata, cuando se
habla de las mujeres del Islam, es de averiguar si
la educación y la vida del harén, tan distintas de
la vida y de la educación del hogar cristiano, son,
según se cree en nuestros países, elementos que
determinan una inferioridad general y una general
***
Confesemos, en todo caso, que si los árabes no
consiguen hacer felices a sus mujeres, no es por
falta de amor, de entusiasmo y de ternura. No
hay en el mundo amantes más rendidos que los
fait comme les autres... Je n'ai jamais vu les femmes de mes amis
et je ne les ai jamais présentés a la mienne.
-Alors e'est, comme dans le passé, une vie de harem?
-Oui, une vie de harem, avoua Akhmet Khikmet bey d'un ton
<le regret ... Vous comprenez combien cet état de choses est f.1-
cheux pour moi et nuit a ma creation littéraire... Je fais parler et
agir des femmes et je ne les connais pas.
• J'ai déja décrit ma mere, ma belle-mere, ma femme et mes
sreurs et je n'ai plus de modele... Je ne vois pas d'autres femmes.
•Pour la méme raison nos poetes chantent invariablement dans
leurs vers des esclaves ou des Européennes qu'ils affublent d'un
tcharchaf. C'est la mort de la littérature nationalel Cela lui enleve
la beauté, le parfum, la sincérité.
»Puis, je dois l'avouer, la privation de toute société féminine
nous appauvrit intellectuellement. Nous sommes étreints d'une
vague angoisse, nous ressentons un vide, il nous manque toujours
quelque chose. La privation de société féminine projette une om
bre sur nos éerits, tarit la source méme de notre poésie. •
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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Educada, no para esclava, como creen algunos
occidentales, sino para sultana de amor, la orien
tal amóldase a una etiqueta de insidiosas móli
cies, ante las cuales la dura voluntad del dueño
se funde en idolatría. Su voz está sujeta a modu
laciones aprendidas. Sus actit�des son estudiadas
y sus ademanes obedecen a una pauta invariable.
En los grandes harenes existen verdaderas escue
las para dar a las nuevas esposas una educación
uniforme. Un autor turco, describiendo el serra
llo del ,sultán actual, dice: "Las lindas doncellas
deben, cuando entran, abandonar para siempre a
sus familias. Nada subsiste en ellas de su pasado,
y hasta sus nombres los pierden para adoptar
otros más poéticos, como Hayati (que significa
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
un exceso de solicitud indulgente hacia un sexo
que, en los países orientales, resulta más débil to
davía que en el resto del mundo, a causa de su
precoz florecimiento amoroso.
***
En efecto, no · debemos echar en olvido, que lo
que para el árabe es una mujer, sería para nos
otros una niña. A los doce años, las bellas tapa
das, ya nubiles, se casan, y a los veinte están mar
�hitas. Las Leilas, las Maimas y las Zairas can
tadas por lo� poetas, son siempre criaturas de
encantos infantiles. Desde Imr-el-Kais, que vivió
antes de la hégira, hasta Hasán Husny, que es
contemporáneo nuestro, todos los poetas han pin
tado del mismo modo a la amada ideal. Su cuer
po frágil hace pensar en el tallo de un arbusto, y
s't.ls ojos son como los de las gacelas. Ved este re
trato, que data de quince siglos : "Su busto es
encantador; su mirada es tímida, cual la de una
gacela de Uagra; su pecho es también como el de
una gacela, pero dos joyas realzan su valor. Sus
cabellos, muy negros, caen sobre su espalda; los
racimos de dátiles en tas palmeras no son más
abundantes; sus cabellos rizan, y entre las tren
zas flotantes desaparecen 1os peines; su talle es
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E. G ó ME Z CARRILLO
delgado y redondo como una cuerda; sus piernas
son esbeltas, como los juncos que se ba11an en el
agua; se levanta tarde, y de su lecho exhálase un
aroma embriagador; se levanta tarde porque no
tiene nada que hacer; los dedos de sus manos son
delicados; su tez es de la color del primer huevo
de un avestruz, que no ha bebido nunca sino en
una fuente mmaculada; su tez es qe una blancura
teñida de ámbar; a ella va la admiración del hom
bre sabio cuando pasa escoltada por dos dueñas".
Este ideal de belleza apenas formada, con sus ti
mideces de expresión y sus hechizos de candor,
consérvase a través de las edades invariablemente.
Los quince abriles de Julieta, que a nosotros nos
sorprenden como una aurora demasiado tempra
r.a, a los árabes les parecen el principio de un
ocaso. La perfecta casada debe llegar al harén a
los doce años, a lo más a los catorce. ¿ Cómo ha de
chocamos, pues, que el alma de los maridos sea
siempre protectora, autoritaria y paternal? ¿ Cómo
hemos de extrañar que los amantes no tengan
nunca una confianza absoluta en sus tiernas ama
das? Las dueñas adustas que escoltan a las hu
ríes son, a veces, verdaderas niñeras. Porque si
el cuerpo, en países donde el c;ol madura prema
turamente las frutas y los senos, está formado a
los dos lustros, el alma sigue siendo infantil. Los
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LA SONRISA DE LA. ESFINGE
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VII
***
Considerar a los beduínos como simples horda!>
de "pillards" seria, no obstante, injusto. Rapaces
y crueles son, sin duda, pero también son hospi
talarios, generosos, caballerescos, galantes, teme
rarios y corteses. Su historia, que se desarrolla
sin cambios ni interrupciones desde los tiempo!
más remotos hasta nuestros días, es un tejido pin
toresco de aventuras poéticas y heroicas. Más de
un árabe sedentario de los que se hallan expues
tos a las persecuciones de los príncipes y de los
ministros, han encontrado bajo las tiendas negras
· un refugio inviolable. Las mismas tribus que ata
can a las caravanas en los desfiladeros y despojan
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E. G ó ME Z CARRILLO
a los viajeros sin el menor escrúpulo, comparten
con el que apela a su hospitalidad, aunque sea un
enemigo, los modestos tesoros de sus tiendas. Tal
sentimiento es innato en la raza. Un libro popular
del Egipto Faraónico nos hace ver cómo acogían
estos hombres de bronce hace cuatro mil años a
los que iban hacia ellos. Sinuhit, el héroe de la
historia, era general de uno de los primeros
monarcas tebanos y, por consecuencia, tenía
que ser considerado cual un adversario entre las
tribus de las fronteras asiáticas, perseguidas sin
descanso por los egipcios. Un dia este guerrero
decidió abandonar su patria y buscar fortuna en
Asia. Fatigado y sediento, tuvo que refugiarse
una noche en el campamento de los terribles Lah
sú, que i;e daban a sí mismos, con orgulloso ci
nismo, el nombre de "salteadores del desierto".
"Entonces- dice Sinuhit- sentí el sabor de la
muerte, cuando de pronto elevé mi corazón y vi
venir a mí a los beduinos: su jefe me reconoció
como egipcio, me dió agua, me hizo calentar le
che y me introdujo en su tienda." Y durante mu,
cho tiempo el tebano encontró la más amplia hos
pitalidad en el aduar de aquellos encarnizados
enemigos de su nación.
Entre lo que pasaba hace cuarenta siglos y lo
que pasa hoy, no hay diferencia ninguna para las
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
gentes nómadas del desierto. Pocos años ha, en
efecto, un "clan" de los Hesené declaróse en
abierta rebelión contra el gobernador de Damas
co por defender a un oficial que había buscado un
asilo en sus campamentos. Ni las amenazas, ni
los halagos, ni las promesas bastaron a decidirlos
a entregar al fugitivo. "Mientras esté entre nos
otros - contestaron - le defenderemos hasta la
muerte." Prudentemente, el gobernador no se
atrevió a enviar contra ellos sus tropas, y el fu
gitivo pudo escapar a los castigos que lo amena
zaban. La hospitalidad constituye también el fon
do de sus crónicas antiguas. Perseguido por los
arqueros del rey de Hira, el célebre Harith refu
gióse un día en el territorio ocupado por los Be
nu-Idjl. Al cabo de aigunos meses, viendo los
preparativos que el monarca hacía para atacar a
los que daban asilo a su enemigo, y temiendo las
consecuencias que tendría en toda la región una
lucha terrible y desigual, las tribus vecinas pi
dieron que el fugitivo fuera expulsado. Los Be
nu-Idjl se negaron a traicionar así las leyes tra
dicionales de su casta. "Estamos dispuestos a
sucumbir en la lucha"-dijeron. Entonces Harith,
por no ser la causa de una guerra, refugi6se eq
las montañas habitadas por los Benu-Tay. As
wad, hermano del rey Noman, pidió a los mon-
I 6 I
Diatizod�yGO le
E. G ó ME Z CA R R I L LO
tañeses que le entregaran al rebelde. "Jamás" -
contestaron éstos. Deseoso de imponer su volun•
tad, sin exponerse a una campaña difícil entre
los désfiladeros y los picos inaccesibles, Aswad
hizo prisioneras a bs principales mujeres de lo�
Benu-Tay. Pero ni esto ni sus amenazas bastaron
a obtener que las leyes de la hospitalidad fueran
violadas. Harith, no obstante, era un huésped
poco simpático, pues no sólo había matado a man
salva a uno de sus enemigos, sino que, con sus
propias manos, había también degollado al sobri
no del rey de Hira. "Que vosotros lo castigu éis
si cae en vuestro poder-decían las tribus-, lo
comprendemos. La sangre pide sangre. Mas en
tregarlo nosotros cuando ha buscado un apoyo en
nuestras familias y ha recibido nuestra promesa
solemne de defenderlo, eso, nunca."
Aun en momentos de sanguinaria embriaguez.
en medio de los combates, los beduínos saben
siempre respetar su palabra. La historia ele Mu
halhil, el matador de Kulaib, es digna del más
caballeresco romancero. Cuando el jefe de las
tropas de Bek logró, al fin de una terrible campa
ña, vencer a sus enemigos y capturar a los gue
rreros que los mandaban, dijo al que de más noble
linaje parecióle:
-Quienquiera que tú seas, te prometo dejarte
1 6 2
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
•••
Para ser justos tenemos que convenir en que
tal odio es casi siempre provocado por causas gra
ves y justas. El que roba no inspira ningún sen
timiento hostil. Robar, en el desierto, es ejercer
un ancestral privilegio. Sólo matar es un crimen.
Una riña mortal entre dos individuos de tribus
diferentes acarrea represalias sangrientas. Como
et honor, como el heroismo, como la hospitalidad,
como la poesía, la venganza es una religión be
duina. Et que mata, aunque sea en leal pelea,
tiene que pagar su deuda. En otro tiempo, el úni
co precio de ta sangre era la sangre. Hoy casi
todas las tribus aceptan et pago coránico, con tal
que se verifique conforme al ritual secular. El que
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
ha matado escribe a los parientes del muerto di
ciéndoles: "Ha sido una desgracia; yo os pido la
paz y ofrezco el precio de mi culpa." Si un her
mano de la víctima se opone a las negociaciones
pacíficas y enarbola en la punta de str lanza un
trapo manchado de sangre, la diplomacia de la
tribu contesta: "Es imposible: el muerto pide
muerte." De lo contrario, el culpable se presenta
a los jefes de la familia y se arrodilla ante el he
redero más directo del que ha sucumbido.
-Mi pariente ha sido matado-dice el ven
gador.
-Sí-contesta el homicida.
-¿ Está en tu casa?
-Sí.
-¿ Estás dispuesto a pagar por su vida lo que
voy a pedirte?
-Sí.
-¿ Me darás dos doncellas de tu familia?
-Sí.
-¿ Y diez camellos?
-Sí.
-¿ Y cien o�ejas?
-Sí.
-¿ Y tres yeguas?
-Sí.
-¿ Y el dinero que posees?
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E. GóM EZ CARRILLO
-Sí.
-¿ Y un fusil?
-Sí.
-¿ Y un sable?
-Sí.
-¿ Y un puñal?
-Sí.
Lo que tiene lo da por expiar su crimen. Pern
cuando ha sido despojado de todo, uno de los je
ques se acerca al vengador y le dice:
-Has pedido conforme a tu derecho, si quie
res más y si tu enemigo tiene más, puedes pedir
aún. Todo te será acordado. Sin embargo, por
Alá miseric,ordioso, · dí qué es lo que le abando�
nas al que tanto te acuerda.
-Le devuelvo lo que tú me indiques-contesta
el vengador.
Una vez este pacto concluído, la hermanda<!
vuelve a reinar entre las tribus. Los beduínos,
que 6son grandes niños heroicos y crueles en el
combate, no guardan nunca rencores después de
concluir la paz. Los mismos que se persiguen con
un ardor implacable durante meses y años, abrá
zanse fraternalmente cuando la lucha se da por
terminada. En general, es preciso que ha.ya habi
do tantos muertos en un bando como en otro para
que los jeques pacificadores puedan intervenir con
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
probabilidades de éxito y llegar, después de par
lamentos prolijos, a firmar un tratado en toda
regla. "Los muertos-dicen en general estos tra
tados-están muertos, y la sangre no exige más
venganzas." Pero la paz dura poco.
***
•••
Por otra parte, como la juv.entud es flor de un
día en Oriente, y como la vida nómada excluye
la poligamia, los hombres, a los pocos años de
matrimonio, no hallan ya en sus compañeras más
encantos que los de la comunión en el amor de
los hijos. "Las mujeres del desierto, desde la
Meca hasta Bagdad-dice Fazil Bey en su céle
bre poema-, llevan trajes extraordinarios. Se
hacen tatuajes azules en el rostro, y con eso creen
embellecerse. Todas tienen los labios tatuados.
¿ Cómo besarlas? Sus cuerpos son cual la piel del
tigre. Desde la frente hasta los pies, todo es de
varios colores. Las más elegantes se hacen· tatuar
una liebre en el vientre y un lebrel en la nuca.
Ese cuerpo manchado como los de las serpientes
gusta, sin embargo, a los árabes de los valles.
¿ Qué es ese aro que lleva en la nariz? ¿ Cómo
hace para gustar, a pesar de todo? Su belleza no
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E, GóMEZ CARRILLO
existe; su riqueza tampoco; es miserable, pero es
la hija de un tal y un tal y un tal. Cuando no se
tiene ni belleza ni riqueza, ¿ para qué sirven las
almas de los antepasados?" Si Fazil Bey no fuera
un hijo de la democrática Stambul, sino un árabe
de las grandes tiendas, sabría que, entre los be
duínos, la sangre pura, y la noble estirpe son el
más preciado de los tesoros. Descender en línea
recta de uno de aquellos adalides anteriores a
Mahoma, cuyas gestas se perpetúan en las leyen
das, vale casi tanto, para ellos, como poseer in
mensos rebaños de camellos. Lo mismo que Quin
tana, los hombres del desierto creen que las úni
cas dos cosas que ennoblecen es realizar hazañas
dignas de ser cantadas o cantar aventuras dignas
de ser admiradas. El Yalor heroico y el talento
poético, he ahí sus dos virtudes eternas.
Por eso el héroe de los héroes, el Aquiles y el
Homero de la raza, es aquel maravilloso Antar
que, como Cirano de Bergerac, componía gentiles
moalakas en medio de los más encarnizados com
bates. Hoy mismo, en las largas tardes de las épo..
cas de paz, lo que mejor consuela a estos hombres
de su inacción, es el relato de proezas poéticas y
sangrientas. El rapsoda de la tribu se sienta a la
sombra de la más vasta tienda. Los hombres de
bronce lo rodean. Y el romance o la leyenda co-
I 7 O
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
•••
Porque los beduínos, que no tienen, como los
árabes sedentarios, un sentimiento muy desarro
llado de la fe, y que carecen de mezquitas, y que
descuidan las preces coránicas, y que ignoran las
sutilezas teológicas, son, en cambio, fanáticos
practicantes de la religión de los héroes y de los
poetas. Hace poco tiempo, el cheik-ul-Islam quiso
enviar a unos cuantos imam de la Universidad
del Azhar para enseñar a las tribus de Nubia los
gestos rituales de las cinco oraciones obligatorias.
Los nómadas recibieron a los sacerdotes cortés
mente; pero después de verlos prosternarse con
forme al protocolo de las ciudades, se echaron a
reir tomándolos por locos. En cambio, cuando un
poeta pasa por un aduar y se digna detenerse en
una tienda, el pueblo entero lo trata como a un
semidiós. La canción de Motenabbi, una de las
más populares del desierto, expresa de un modo
noble este ideal heroico y poético de la raza erran- .
te. "Mi gloria-dice--enseña a los hijos de Klin-
l 7 2
1 i 4
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VIII
UN PUEBLO DE ESTATUAS
***
I 7 8
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·LA SONRISA DE LA ESFINGE
Mejor que en el museo de Atenas, donde, fuera
de las vidriera·s reservadas a las figulinas de ba
rro, todo tiene un aire de maJ°estad olímpica, en
esta galería del Cairo sentimos la palpitación de la
vida milenaria en s'Us más campechanas intimida
des. Los grandes artistas del Egipto antiguo no
tuvieron nunca una preferencia muy exclusiva por
las actitudes solemnes, cuando se trataba de re
tratar a los que no eran seres divinos. Sus mis
mas venus desnudas, símbolos de perfección ideal,
están mode�adas con una voluptuosidad entera
mente familiar. Sus cuerpos son altos, finos y fle
xibles. Sus curvas fueron seguramente acariciadas
con más amor que respeto por las manos hábiles
de sus creadores. En sus posturas no se nota nada
que no sea humano, muy humano, hasta muy rea
lista puede decirse. Colocadas en una exposición
moderna entre obras de grandes artistas expresi
vos, nadie sabría si no salen del taller de un Ro
din, de un Mesthrovich o de un Zonza Briano. Y
es que lo que en un principio nos parece, a causa
del hieratismo de los reyes esculpidos o pintados
en los hipogeos, el producto de un estilo esencia1-
mente convencional, es, en realidad, la más natu
ralista de las artes. Hay que ver en las escenas
de lucha de Beni-Ha.sán, en los campesinos con
sus gacelas de Khnumhatpu, en los vuelos de pa-
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E. G ó ME Z CARRIL L O
• **
I 8 3
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E. G ó ME Z CARRIL L O
La estatua egipcia, en efecto, es una continua
ción del individuo, como la muerte egipcia es una
continuación de la vida. Este mismo principio nos
explica el convencionalismo altivo de las colosa
les efigies de reyes. Los faraones eran seres di
vinos que, oficialmente, no aparecían ante el pue
blo sino erguidos en una actitud de sublime
dominación y de invencible orgullo. Aún los per
sas herederos de Cambiees y los griegos herederos
de Alejandro, al ocupar el trono de Sesostris,
adoptaban las costumbres antiguas y la religión
nacional. ¿ Cómo, pues, los escultores, que no eran
sino humildes obreros, inconscientes de su genio
maravilloso, habían de tomarse la sacrílega liber
tad de cambiar la rigidez protocolaria de las re
gias posturas tradicionales? Tales cual hoy nos
aparecen en sus menor�s bloques de granito, con
las altas tiaras cilíndricas o con los tocados de es
finge, llevando en la diestra la llave de la vida,
demostrando con la sonrisa el desdén que todo lo
humano les inspira, así veían los tebanos y los
menfitas a sus Ramsés, a sus Setis, a sus Ameno�
thes. Que esta escultura religiosa y oficial no tie
ne la majestad del arte de Fidias, es innegable.
Pero no por eso se comprende el desdén con que,
a mediados del siglo XIX, fueron vistos en Euro
pa los primeros colosos traídos ·de los templos
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
egipcios; pues hay que recordar, que los conser
vadores del museo del Louvre, en París, pensa
ron aprovechar las grandes estatuas de Luxor
para hacer bancos de piedra destinados al jardín
de las Tullerías, y que el admirable Horus, deca
pitado y manco, no se salvó de la completa des
trucción sino gracias a la influencia del sabio
Longperier. "Ce sont de choses barbares et sans
le moindre intéret"-decía entonces un crítico
eminente, incapaz ele aceptar que, fuera de Gre·
cia, la antigüedad hubiera animado la materia con
un soplo excelso. Hoy, por fortuna, el gusto ha
variado, y muchos artistas dan mayor importan
cia al arte egi pcio que al arte helénico.
*"'*
***
***
J 9 3
LA ,onrisa de Za esfinge. o,,,t,,edbyGoogle 13
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IX
***
Cuando se piensa que no son sólo los príncipes
y los potentados los que se convierten en momias,
sino todos los hombres, los escribas como los es�
-:lavos, los mendigos como los generales, y ade
más de los hombres muchas bestias, desde el te
rrible cocodrilo hasta el minúsculo escarabajo,
dase uno cuenta del número de seres vivos que no
trabajan sino en conservar la forma humana a
los muertos. Figurémonos, en efecto, un gran
pueblo, el más grande de la antigüedad, en el cual
cada ser que desaparece ocupa durante setenta y
tantos días a tres o cuatro personas, y tendremos
una idea aproximada del Egipto faraónico. Para
el más modesto ciudadano muerto, hay necesidad
de magos, de químicos, de cirujanos y de sacer
dotes. La técnica de la momificación nos ha sido
explicada por todos los historiadores. Apenas et
cadáver está frío, la cohorte de los obreros de la
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E. G ó ME Z CA R R I L LO
eternidad se apodera de él. Uno le abre el vientre
y le saca las entrañas. Otro le rompe los tabiques
nasales y por medio de garfios finísimos le extrae
la masa cerebral. Así vaciado de lo que más fácil
mente se corrompe, el cuerpo es sumergido en un
baño de nitro, en el cual permanece largas sema
nas. Cuando las carnes y los huesos están impreg
nados de sales; cuando la piel está curtida; cuan
do todo germen de podredumbre ha sido destruí
do y la carne se ha transformado en materia in
alterable, otros obreros llenan de asfalto el cráneo
y de hierbas aromáticas el vientre. Con sólo tal
preparación, el cuerpo podría durar algunos si
glos. Pero esto no basta. Es necesario que dure
una eternidad, que resista a los milenarios, que se
haga tan invulnerable como la piedra. Por eso en
el último momento preséntanse los que, con cui
dados sabios y precauciones religiosas, envuelven
los miembros en las largas bandeletas de lino pu
rificado. Mientras un sacerdote lleva a cabo la
labor material otro coloca de trecho en trecho se
gún rituales invariables los amuletos, y otro, ha
blando al oído del cadáver, da al alma los supre
mos consejos de la sabiduría del más allá. Y
cuando la momia está al fin concluída, aún hay
que encerrarla en un féretro que reproduce la
forma humana, idealizándola según los cánones
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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LA SONRISA /JE LA ESFINGE
***
Entre las momias reales que reposan en las vi
drieras del museo, hay una que, seguramente, ha
llegado a contemplar las islas felices. Es la de
Seti I, padre de Sesostris el Grande. ¡ Cuánta cal
ma, en efecto, en su rostro fino 1 ¡ Cuánta paz en
su actitud I Con los brazos cruzados sobre el pe
cho, parece sumido en un sueño lleno de nobles
ensueños. Toda la majestad serena de su época
refléjase en su frente. Por haber construído los
maravillosos templos de Karnak, de Kurna y de
Abidos, los dioses han puesto en su alma la bella
inmortalidad que nada teme. Sus labios se han ce
rrado sin conservar el amargo sabor de las que
jas. Sus ojos tranquilos contemplan, a través de
los siglos de los siglos, una obra imperecedera de
esplendor y de justicia.
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E. G ó ME Z CA R R I L L O
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X
EL NILO
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.• DigitizedbyGoogle
C ON una emoción profunda acabo de instalarme
en el barco que nos lleva hacia la comarca en
donde las sombras de los grandes sacerdotes df:
Amón nos esperan. La hora es admirable. En el
Poniente el cielo inaugura sus iluminaciones ves
pertinas entre- transparencias que dejan ver, en un
más allá fantástico, extraños fulgores de brasas. A
uno y otro lado del río álzanse viejas palmeras cu
yas sombras negras se reflejan en la. ninfa ígnea.
Es el eterno, el invariable pai�aje de Egipto, el pai
saje divino que durante nuestro viaje veremos to
das las tardes y que todas las tardes nos hará que
darnos quietos, en la popa, largos intantes, soñan
do el mismo ensueño de esplendores y de miste
rios. La sola idea de que me encuentro en el Nilo
y que me encamino hacia Tebas, lléname el alma
de emociones. El Nilo, el viejo Nilo, el padre
Nilo, el Nilo sagrado ... Los labios no se cansan
de repetir estas sílabas armoniosas, como los ojos
tampoco se fatigan de ver la corriente púrpura.
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E. G ó 1H E Z CA R R I L L O
¡ El Nilo 1 ¡ Hay tal amontonamiento de imágenes,
de evocaciones y de recuerdos en su solo nom
bre ! Entre los innumerables ríos santificados por
los hombres, él es, sin disputa, el que mejor mere
ce la canonización. Todo el pueblo y todo el país
son suyos. Sin· él no habría ni Egipto ni egipcios.
Las demás comarcas que se enorgullecen de las
aguas que las bañan, podrían suprimir a sus dio
ses fluviales y el suelo conti�uaría existiendo, tal
vez menos bello, tal vez menos rico, pero siempre
vivo. Aquí la simple parálisis de las aguas duran
te unos cuantos años, bastaría para que la gleba,
muerta de sed cual e¿ sus remotos orígenes, vol
viera a hundirse en el yermo de cuyas entrañas
salió. No hay una palmera, ni una flor de lino,
ni una espiga de maíz, ni una caña de papiro, ni
una hoja de loto que deba una gota de rocío al
cielo. Todo lo que en la naturaleza palpita sale
de la onda fluvial. Ya el viejo Herodoto decía,
hace dos mil años, que el Egipto es un don del
Nilo. ¡ Don maravilloso, en verdad 1 ¡ Don que
todo el universo ha aprovechado! Porque si el
abuelo de Amon-Ra no lo hubiera hecho al desier
to africano, la humanidad habría quizás tardado
tres mil años en conocer las grandes cosas que
embellecen la existencia : la poesía, la gracia, el
arte, el ideal, la voluptuosidad, la justicia. Cuando
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
•••
Mientras evoco las imágenes venerables que sur
gen de las márgenes del Nilo, los marineros, echa-
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E. G ó ME Z CA R R I L LO
dos en la proa, contemplan el Nilo mismo. La
vida entera de estos hombres está concentrada en
la palpitación de las divinas aguas. Para ellos no
hay historia, no hay palacios antiguos, no hay ci
vilizaciones muertas. Es la onda viva la que lo
encarna todo. Su vida material, como su vida es
piritual, sale de la onda. En sus canciones, la ima
gen del dios de la barba fluvial aparece sin cesar.
"Padre, padre, padre líquido, padre nuestro"-
cantan para animarse en sus rudas maniobras. Y
luego, cuando se retiran a descansar, es siempre
el misterio del padre río el que los preocupa y los
exalta. Todos los cuentos y todas las tradiciones
de estos hombres de pena hablan de los arcanos
de la gran corriente nutridora. El que más lejos
ha ido, es el que más prestigio adquiere. El que
más secretos del agua conoce es el más escu
chado.
-Oid-dice uno de los contadores de cuentos,
que nunca faltan a bordo--, oid lo que contó a mi
abuelo su abuelo, que lo había aprendido de su
abuelo, que lo sabía por su abuelo. En tiempos de
un rey ilustre entre los reyes, tres pilotos que tri
pulaban una barca subieron tanto, tanto, que des
pués de trasponer las cataratas se encontraron en
un país desconocido. Los hombres, ahí, no eran
como nosotros. Eran más grandes, más fuertes y
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
más obscuros de piel. La lengua que hablaban era
tan rara, que parecía un ladrar de perros salva
jes. Por señas los pilotos preguntaron a aquellos
hombres si el Nilo era aún navegable entre los
bosques que se veían a lo lejos. Y los hombres
contestaron con un gesto que quería decir: "Se
guid adelante sin cuidado, que agua no os faltará
nunca." Los pilotos continuaron, pues, navegando.
Y transcurrían las lunas y los años sin que la co
rriente menguara. Y los pilotos pensaban: "aun
que tengamos que emplear toda nuestra vida en
este viaje, es preciso que lleguemos hasta las fuen
tes del río". Al cabo de diez años de navegación,
uno de los tripulantes de la dehebia murió. Sus
compañeros lo enterraron bajo una palmera gi
gantesca y continuaron navegando. Al año siguien
te, otro piloto murió también. Entonces el último,
que ya no podía maniobrar solo, detúvose y resig
nóse a morir sin haber logrado ver las fuentes.
"¡ Desgraciado de mí !"--exclamó. Una voz que
salía del fondo de un bosque contestóle: "No te
quejes de tu suerte, pues eres eÍ que más agua
has visto. Pero en cuanto a llegar a los m_anantia
les, no podía ser, hermano. Eso, ningún hombre
lo verá jamás."
En la imaginación del pueblo egipcio, el naci
miento del Nilo está siempre rodeado de misterio.
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E. G O ME Z CA R R l L LO
t Nacen sus aguas en el cielo, como lo aseguraban
los sacerdotes de Tehas, y son, en esta tierra, una
imagen de las corrientes celestiales en que flotan
beatamente las barcas de Tho?... ¿ Surgen, entre
dos islas ignotas, de dos terribles e insondables
abismos creados por los dioses?... ¿ Son las lá
grimas que Isis derrama sin cesar desde qtie el
cuerpo de Osiris fué descuartizado por uno de sus
crueles compañeros?... ¿ Vienen de un mar pobla
do de islas encantadas, que se halla más allá de
la comarca inaccesible de Puanit ?-. . . ¿ Es, como
decían los marinos que se encaminaban hacia las
minas de Faraón y los mercaderes que traficaban
con el Asia, un canal sin embocadura que comien
za en el océano Indico para venir a morir en eJ
mar Mediterráneo?... ¿ Brota, en fin, de las en
trañas mismas de los desiertos por infinidad de
manantiales invisibles?... Misterio, eterno miste
rio, misterio universal. Porque, a decir verdad,
los sabios geógrafos de nuestra época no están en
este asunto mucho mejor enterados que los pobres.
mar�neros. "Se busca aún la cabeza del Niler
dice Elíseo Reclús-y, como en los tiempos de Lu
cano, nadie ha tenido la gloria de ver el nacimien
to de sus aguas." Las hipótesis de Stenley y de
Smith, en efecto, quedan destruídas por los cálcu
los de Pearson. Un día u otro, naturalmente, al--
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
***
2 2 Ci
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
Tan grande, tan misterioso es el prestigio del
río, que a muy larga distancia de sus márgenes,
en terrenos adonde su corriente no ha podido
nunca trepar, aún se atribuye a sus aguas el mi
l agro verde de los grandes oasis. En las tierras
feraces de Sinak, en territorios que ya ni siquiera
pertenecen geográficamente al Egipto, se cree '<}Ue
el florecimiento de los granados, de los ciruelos y
de los olivos que tranforman aquella región en
una isla de ventura perdida en el inmenso océano
Líbico, es debido a un brazo subterráneo del Nilo.
Las fuentes que brotan en tales parajes y que
alimentan los canales del regadío, poseen nombres
nilóticos. Y es en vano que los geólogos demues
tren con la más clara evidencia que tales aguas,
en parte minerales y salinas, no pueden tener su
origen en las infiltraciones del padre río. El de
sierto está tan aco.stumbrado a deberlo todo a la
formidable corriente, que le atribuye hasta lo que
en buena lógica no le corresponde.
***
De un extremo a otro del país, la gran preocu
pación y la gran ocupación es el río. Desde que
el día amanece, los felhas <le caderas estrechas y
de perfiles de buitre, comienzan a sacar el agua
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E. G ó .ME Z CA R R I L L O
iecundante para regar sus campos. El trabajo,
como los instrumentos con que se realiza, datan
del principio del mundo. Colocado en un trapecio
rústico, un mástil muy largo se sostiene en equi
librio de báscula. En el extremo más largo del
mástil cuelga un saco de cuero o un cubo de ma
dera que llega hasta el río; en el otro hay una
piedra que sirve de contrapeso. Y sin descanso,
con una resignación lamentable, salmodiando mo
nótonas canciones, los trabajadores del chaduf ti
ran y aflojan, y sacan el líquido precioso que con
vierte los arenales en ricos vergeles. Mas para
fertilizar el desierto, los chaduf no bastan. Es
preciso que las mujeres, contribuyendo a la labor
mecánica de los hombres, bajen en largos desfiles
�asta las márgenes del Nilo y que, después de
llenar sus cántaros de formas primitivas, vayan a
vaciarlos en los canales de riego. Y es necesario
que los niños también ayuden con sus frágiles
brazos a abrevar a la fiera insaciable del yermo.
Una gota de agua es una parcela del tesoro común.
Los gestos de bendición que nosotros tenemos para
el pan, los felhas los reservan para el precioso
líquido. En el momento de ser juzgados por los
cuarenta y dos asesores de Osiris, los muertos
que quieren escapar a las penas eternas tienen
(]tte decir: "No hemos profanado el agua; no he-
2 2 8
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
mos detenido las corrientes ; no hemos usurpado
lo que correspondía al campo de nuestro vecino."
Toda la idea de justicia egipcia nació del respeto
de la repartición de los dones del Nilo. Es más :
todo el principio de la legislación humana surgió
del trabajo de estos regadores incansables. Oid ·
"Las ondas del Nilo, al desbordarse cada año, bo
rraban los linderos de las propiedades ; por eso
fué necesario medir cada campo e inscribirlo en
un registro catastral. Así se despertó en el pueblo
sentimiento de la santidad de la posesión que las
clases reinantes se esforzaron por desarrollar.
Cada año acarreaba nuevos debates, que demos
traban a los propietarios la necesidad de recurrir
a la ley, de someterse al juez y de apoyar a la
autoridad que debía dar a la sentencia un valor
incontestable. Así, pues, al Nilo se le debe el ori
gen de la legislación y de la vida política organi
zada." El que habla .así es un docto historiador
del derecho antiguo, el alemán Schweinfurth.
***
En el cielo, que vimos ayer tarde incendiado
por las llamas de los celajes, ábrense ahora los
vastos lagos del amanecer. No hay una nube, ni
siquiera un fleco de gasa blanca en el horizonte.
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E. G 6 ME Z CARRILLO
Todo es de azur y de oro, de un oro muy suave,
de un oro que apenas brilla, y de un azur que se
combina con delicados matices de amatista, con te
nues reflejos de rosas, con claros tintes de perla.
En el Oriente los rayos de sol escalan los altos
.icantilados arábicos y van a iluminar, del otro
lado del río, las montañas desnudas de la cordille
ra Líbica, cuyas cresterías caprichosas destácanse
con labores de encaje en el fondo celeste. Antes
de ponerse su manto ceniciento y de h!,lndirse en
el bochorno del día, las rocas que marcan los lin
deros del desierto despiertan entre tenues reflejos
atornasolados. Nos encontramos en parajes don
de las fajas de tierra vegetal son amplias. El yer
mo no aparece sino en lejanías que no espantan.
Las palmeras gigantescas y las mimosas floridas
llenan de sombra las márgenes del río. Todo habla
de riqueza, de labor feliz, de vida tranquila. Las
aguas son claras y su corriente es imperceptible.
Una limpidez de aire nunca vista en otra parte,
nos hace experimentar la sensación de vivir en
un paisaje de cristal. Un fresco bienestar anima
a los seres y alegra las cosas, poniendo en todo lo
que nos rodea una sonrisa de beatitud.
Nuestra embarcación avanza ligera, con el rít
mico trepidar de su hélice, que va dejando un
surco blanco en el cual la luz hace saltar las más
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
fabulosas pedrerías. A cada instante, otras embar
caciones más modestas, simples faluchos indíge•
nas ennegrecidos por el tiempo, pasan junto a
nosotros con sus altísimas velas desplegadas. Esas
no llevan turistas curiosos ni escudriñadores de
misterios antiguos, sino humildes. traficantes. En
sus pontones abiertos, las cargas de algodón y de
trigo amontónanse sin orden aparente. Los mari
neros cantan melopeas, cuyos ecos apagados lle
gan hasta nosotros en olas de brisa. Todo canta
en esta claridad gozosa ; todo, hasta la fatiga,
hasta la zozobra, hasta la pena. Cuando levanta
mos el ancla, el arraez, de pie en la proa, pide a
Alá sus bendiciones para el viaje... Es el canto
místico de la partida. De nuestras calderas sale
luego un murmullo lento que se dilata por el bu
que en ondas extrañas... Es el canto de los fogo
neros que acompañan con un estribillo cada pale
tada de combustible. De las riberas más cercanas
nos vienen pausadas y graves salmodias que la
distancia dispersa y suaviza ..: Son las roncas can
ciones de los regadores. De las lanchas que, en las
cercanías de las aldeas, se acercan a nuestro bordo
con racimos de dátiles, sube un acompasado mo
dular de sílabas incomprensibles ... Es la canción
eterna de los que reman. De entre los matorrales
de las islas exhálase un agudo ritmo en el cual hay
2 3 r Di u,od,,yGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L l. O
algo de flauta silvestre y algo también de gorjeo
de ave salvaje ... Es la canción de los pastores de
cabras. El viento mismo, al pasar entre las cuer
das y entre las lonas de nuestro toldo, nos deja
una canción muy dulce, que dice la alegría de las
horas matutinas ...
¡ Ah, las exquisitas alboradas del Nilo, todas
iguales en su gracia celeste, como las tardes son.
invariables en su apoteosis púrpura!
***
Siguiendo las indicaciones de. nuestros 1tmera
rios históricos, querríamos descubrir en las már
genes del río las antiguas ciudades cuyos fastos
llenan aún de asombro el alma de los mortales.
Aquí construyeron los faraones sus hipogeos, aquí
se elevaron magníficos palacios, aquí hubo tem- ·
plos poblados de dioses singulares. Y los nombres
antigu os murmuran a nuestros oídos sus ritmos
preñados de evocaciones. Pero la vista no descu
bre el menor rastro de esplendores remotos. ¿ Dón
de está Tep-yeh, la villa de la Afrodita egipcia,
entre cuyas ruinas vivió luego San Antonio ro
deado de imágenes amorosas?... ¿ Dónde los san
tuarios de Hershef, el dios de cabeza de macho
cabrío?... ¿ Dónde el altar erigido en una de estas
2 -3 2
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
islas por los soberanos de la vigésimasegunda di
nastía?... ¿ Dónde la rara cinópolis, la metrópoli
de los perros, la cinópolis de los cultivadores del
culto canino? ... ¿ Dónde la rica Tanis, célebre por
sus estatuas colosales de Ramsés III?... ¿ Dónde
los edificios extraordinarios de Khmunú, la capi- .
tal del dios de la escritura y de la sabiduría?...
Lo único que nos queda, a lo largo del río, para
orientarnos en el laberinto del pasado, son algunas
pirámides cuyas cimas comienzan a perder sus
formas angulares.
Por lo general, en los lugares antiguamente po
blados de edificios magníficos no se encuentran
hoy sino miserables aldeas de campesinos. Aun
que cuando digo miserables no expreso lealmente
la impresión que producen. Nada en ellas ofrece
el espectáculo sórdido, sucio y ruinoso de los pue
blos de Siria, de Palestina o de Túnez. Vistas des
de el barco, las que más cerca están, tien':!n, para
nosotros, sorpresas agradables. Sus casas, lejos de
afectar la invariable forma cúbica de la arquitec
tura rural árabe, reproducen modelos de una ca
prichosa variedad. Los materiales de construcción
son siempre los adobes pardos fabricados con el
fango del Nilo, pero las líneas arquitectónicas re
sultan pintorescas. Algunas de estas chozas tienen
aspecto de castillos feudales en miniatura, con sus
2 3 3 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME z eA RRILL a
torreones en los ángulos y sus cornisas almenadas;
otras son como templos, con sus agujas humildes
sobre la terraza ; hasta las más vulgares, en fin,
poseen alguna crestería fantástica, algún palomar
absurdo, algún cerco calado. Y para disminuir el
efecto monótono y desagradable de la tierra coci
da al sol, los felahs se divierten en colgar en los
muros exteriores los productos groseros y vistosos
de la alfarería local. Las callejuelas no sufren
tampoco de la tristeza acongojadora de las aldeas
del Mogreb o de Arabia. Una multitud siempre
activa las anima. Entre filas de camellos que lle
van por las márgenes del río los productos del
Alto Egipto hacia los puertos del Delta, los aldea
r,os forman un perpetuo cortejo parlero. El hijo
de esta tierra fecunda no tiene ni el carácter so
ñador, ni las actitudes lentas de sus hermanos de
los oasis lejanos. Acostumbrado a inclinarse sin
<:esar para sacar el agua de los canales y regar lo�
campos, ha adquirido, a través de los siglos, una
gran elasticidad de movimientos y un incurable
amor del aire libre. Con cualquier pretexto ríe,
corre, grita. El espectáculo eternamente variable
de las crecientes, lo mantiene en una constante
agitación de espíritu. El Nilo es su vida; cerca
del Nilo tiene que vivir; stt mayor alegría es ver
el Nilo.
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
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Dia t,wd oy Google
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XI
***
Basta con leer la historia oficial de uno cual
quiera de los grandes faraones tebanos para darse
cuenta de la fraternidad que reina entre el sobe
rano y sus ídolos tutelares. "El rey de ambos
Egiptos, Usim1ari-sotpunri Ramsiso Miamun
dice el biógrafo de Sesostris-, resolvió aquella·
misma mañana acudir al templo de Amón con ob
jeto de ver al dios y de concertarse con él." El
rey, en efecto, es un dios, lo mismo que Amón. Es
el dios vivo. Sus vestiduras y sus insignias son ce
lestes. Entre sus estatuas y las de las demás divi
nidades no hay ninguna diferencia. La serpiente
que se yergue en el centro de su diadema, es un
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E. G ó ME Z CA R R I L LO
animal sagrado que en las batallas envuelve a su
dueño en un círculo de fuego y lo hace invisible,
intangible, invencible. Los hombres que quieren
dirigir una súplica a Ra se prosternan ante las
imágenes del Faraón que es s.u representante en la
tierra y que está en perpetuo contacto con él. "Rey
dios"-le. llaman. Y es que su familia desciende,
de un modo directo, del Sol. Por eso sus hijos se
casan siempre entre ellos, conservando, en un
místico incesto, la sangre augusta sin la menor
mancha. En ciertos casos, es verdad, la natura
leza, rebelde a la ley suprema, no concede a los
reyes sino un hijo o una hija, y el himeneo no
puede celebrarse según el rito primitivo. Entonces
la cadena dinástica se rompe naturalmente. Pero
esto no interrumpe la sucesión sobrenatural. Por
el solo hecho de reinar, el nuevo soberano entra
a formar parte de la familia de los dioses. Los
dioses son siempre sus cómplices. Thutmés III, el
usurpador, explica del modo siguiente su famoso
golpe de Estado: "Hallábame en el templo en mo
mentos en que se celebraba una fiesta en la tierra
y en el cielo. Ra <lió varias vueltas por la Sala
hipóstila: el coro no sabia lo que el dios buscaba,
y era a su majestad. Cuando me reconoció, detú
vose. Yo me prosterné. Me colocó ante él, y asi
me hallé en el sitio del rey. Entonces se revelaron
246
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
ante el pueblo los secretos que había en el cora
zón del dios y que nadie conocía. Abrió para mí
las puertas del cielo; abrió para mí las puertas del
horizonte. Emprendí mi vuelo hacia el cielo cual
un gavilán divino, y vi las formas gloriosas del
dios del horizonte. Ra mismo me estableció como
rey y fui consagrado con las coronas que tenía en
su cabeza, y su serpiente se colocó en mi cabeza.
Recibí las dignidades de un dios y mi nombre
real". Otras veces, tratándose de monarcas que
no tienen ni hijos ni hijas, el dios de los dioses
desciende en persona, si es necesario, y contri
buye con su soplo, como el Zeus helénico, a la
creación de los seres privilegiados. Los tres pri
meros reyes de la quinta dinastía nacen de los
amores de Ra con la esposa de un sacerdote de
Sakhibu. Cuando, más tarde, Tutmosis IV se des
espera por carecer de descendencia, el mismo Ra
interviene en su vida conyugal y le da un hijo,
que es Amenotpu III. Mas estas encarnaciones
por obra y gracia divinas no agregan nada a la
·esencia misma de las familias reinanres. La santi
dad del faraón está en su propia naturaleza. "Ca
da movimiento, cad.a acción del soberano-dice
Maspero-es como un acto de su culto, y se cele
bra con cantos y con himnos solemnes. Si da una
audiencia, aquel a quien admite a contemplarlo no
2 47
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CA R R I L L O
se acerca a él sino con fórmulas de adoración. Si
convoca a sus consejeros para un asunto urgente,
los grandes del reino abren la audiencia con una
especie de servicio religioso en su honor. Figuraos
a un Ramsés II sentado en su gran trono de oro,
con la diadema de dos plumas en la cabeza. Se
trata de encontrar el medio de que los trabajado
res puedan llegar hasta las minas de Nubia, entre
el Kilo y el mar Rojo. Los consejeros se arrodi
llan ante el dios bueno con el rostro contra el sue
lo y los brazos levantados. Después de oir a su
majestad, contéstanle :-Tú eres como Ra en todo
lo que haces, y los deseos de tu corazón se realizan
en el acto. Si piensas en algo durante la· noche, al
apuntar el día ya está hecho. Hemos visto muchos
milagros tuyos, y nuestros ojos no conocen nada
que los iguale. Todo lo que sale de tu boca, es co
mo palabras de Harmakhis. Tu lengua pesa y tus
labios miden mejor que la balanza de Thot. ¿ Qué
hay que tú no conozcas? ¿ Qué hay que tú no veas?
Si tú le dices al agua que caiga sobre el desierto,
las aguas celestes caerán, porque eres Ra encar
nado. Khopri hecho realidad, Tumu vivo. El dios
que ordena está en tu boca ; el dios de la sabiduría,
en tu corazón. Eres eterno, y por eso obedecemos
a tus órdenes y obramos conforme a tus deseos,
¡ oh, señor!" Efectivamente, así como Osiris es
2 4 S o,,,t,,edbyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
2 4 ') Di u,odoyGoogle
E. G ó ME Z CA R R I L L O
***
***
En los muros cubiertos de figuras multicolores,
en efecto, el faraón a.parece con toda la magni
ficencia refinada y bárbara de su existencia de
dios ,tirano. El pueblo entero, prosternado a sus
plantas, les rinde homenajes sagrados. A su de
rredor los guerreros se inmovilizan, con los arcos
en las manos, formándole una perpetua guardia
ele honor. La reina, su hermana, hija, como él,
del Sol, está a su lado compartiendo el poder su
premo, y detrás de ella hacen un espléndido círcu
lo las demás esposais reales, envueltas en· sus trans
parentes gasas de gala. Los escribas, arrodillados,
inscriben respetuosamente las palabras que se pro
nuncian durante las audiencias. A pocos pasos,
los cocineros y los coperos preparan el festín que
debe celebrarse después de la recepción oficial.
Sobre la mesa vense todas las aves, todas las
piezas de cacería, todos los peces que el ritual cu-
Di t,wd ,,Google
2 5 4
LA SONRISA DE LA ESFINGE
***
Si para evocar en su verdadero cuadro el faus
to palaciego no nos quedan sino campos de ruinas
informes, en cambio, para reconstituir la existen
cia religiosa en un ambiente de realidad están
aquí los grandes templos casi intactos. Aun los
santuarios que más han sufrido de las injurias del
tiempo y de los hombres, como el Rameseum y el
Deir-el-Bahari, conservan las líneas generales de
su arquitectura. Otros, cual el de Denderá, po- •
drían, sin necesidad de restauraciones, servir a la
c-elebración del culto, lo mismo que el día en que
sus dioses fueron desterrados por los reyes ex-
2 5 6 DiaU,odoyGoogle
LA SONRISA DE LA ESFINGE
tranjeros. Los más vastos, los más bellos, los más
famosos, los de Karnak y Luxor, aunque menos
bien conservados que el santuario de Athor, nos
ofrecen, en conjunto, los elementos indispensables
a la resurrección de los esplendores· milenarios.
Apenas penetramos en los bosques enormes de co
lumnas, todo lo que es vida moderna se desvane
ce. La atmósfera de los siglos fabulosos en que
los dioses eran seres vivos con pasiones y necesi
dades iguales a las de los hombres, nos envuelve
en sus vapores mágicos. Y sintiéndonos aislados
del tiempo y del espacio por los muros formida
bles, nos internamos, poco a poco, en el alma del
Egipto sagrado, dominados por las más extrañas
ideas de humildad. Al pie de estas columnas colo
sales, ante estas estatuas gigantescas, en estas in
terminables galerías, sentimos, realmente, nuestra
lamentable pequeñez y nos preguntamos si los
constructores de tan grandes maravillas no son
de una especie superior a la nuestra. Desde que el
mundo es mundo, ningún pueblo ha logrado edi
ficar un templo tan inmenso cual el de Karnak.
Pero no es sólo lo enorme lo que en Tebas nos
admira. Es lo bello, lo acabado, lo perfecto, lo
Lrillante. Cada columna es una joya, con sus re
lieves policromos y sus capiteles floridos. Por los
muros corren, en teorías llenas de vida y de co-
***
Las sombras que nosotros vemos no son negras.
Tampoco son silenciosas. Envueltas en sus vesti
duras claras, con los delantales de mil colores ce
ñidos a las caderas y con los torsos desnudos, se
mueven y cantan, sin inspirarnos temor ninguno.
Más felices que los del gran egiptólogo francés,
estos fantasmas no van encabezados por un sim
ple sacerdote, sino por el dios de los dioses en per
sona. Mejor que santuarios, en el sentido que l0$
demás pueblos dan a la palabra, los templos de
Tebas son los hogares de las divinidades tutelares.
Eu Luxor, Amón-Ra. vive rodeado de mujeres,
260
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
***
Si este patio inmenso pertenece al pueblo, si y
ei pronaos es el local de los escribas, de los cléri
gos de segundo orden y de los magos del templo,
el santuario propiamente dicho, con su altar y sus
aposentos secretos, está reservado a Amón, a los
<lioses de su familia y a los grandes sacerdores que
forman su servidumbre. Una de las estancias más
escondidas sirve para que las diosas sean encerra
das cuando se hallan en vísperas de dar a luz: "la
cámara impura" se llama. Porque las divinidades
egipcias no excluyen ni a sus esposas celestes de
la mancha de la maternidad. Sin creer en el pe
cado original, tienen una noción casi bíblica de la
encarnación y exigen largas prácticas purificado
ras después del alumbramiento, con objeto de evi
tar que los mortales, y aun los inmortales, sufran
el contagio de la pasajera impureza femenina.
Cerca de la "cámara impura" está el harén divi
no, donde las favoritas del dios llevan una exis
tencia de excelsa monotonía. Después del harén
se encuentran los cuartos para los amigos. Mi ci-:
cerone, que cree, sin duda, que esto último me
266 Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
sorprende, como si pudiera en esta religión ente
ramente humana sorprender algo, insiste en hacer
me visitar lo que él llama les chambres d'amis.
-Cuando una divinidad de algún otro lugar
viene a visitar al Amón de Luxor-me dice-, en
cuentra aquí todo el confort al cual está acostum
brado en su propio templo. Los grandes sacerdo
tes lo interrogan sobre sus gustos y sus costum
bres. Luego lo perfuman, lo visten, lo adornan.
le ofrecen bailarinas y músicos, lo rodean de ser
,·idores, y celebran en su honor el culto especial
que le corresponde. El único que se aloja en el
aposento mismo del Amón local es su padre, el
Amón de Kamak. Este viene custodiado por el
faraón y sus generales, quienes lo introducen con
solemnidad en el santuario de los santuarios, don
de su hijo le recibe devotamente. Durante los días
que permanecen los dos grandes inmortales uni
dos, nadie, ni el rey mismo, tiene derecho a inte
rrumpir el coloquio sagrado. El Amón de Tebas
pone la mano en la cerviz del Amón de Luxor
para ofrecerle su flúido, y lo interroga sobre los
acontecimientos de su existencia. Cuando la en
trevista termina, el séquito regio vuelve a formar
!:e para acompañar al sublime visitante hasta su
hogar. Los más insignes favores celestes coinci
den 'siempre con estas fiestas. El pueblo sabe que-
2 67 Di t,wd ,,Google
E. G ó ME Z CARRILLO
***
Una de mis sorpresas en el templo de Luxor es
ver cuán exigua y cuán pobre resulta la estancia
de Amón comparada con otros aposentos, y, sobre
todo, comparada con el conjunto del edificio. Un
dios que come y duerme y recibe en la misma habi
tación, debiera tener una vasta logia clara, una
galería maravillosamente decorada, algo que hi
ciera pensar en una sala del trono. ¿No es él, aca
so, el potentado más rico de Tebas? "Desde el
advenimiento de la décimaoctava dinastía-dice
el biógrafo de Sesostris-, Amón ha aprovechado
n::ís que el mismo faraón de las victorias de Siria
)' de Etiopía. Cada triunfo de las armas egipcias
le ha valido una parte considerable de los despo
jos recogidos en el campo de batalla, de las con
tribuciones impuestas a los vencidos, de los pri
sioneros sometidos a la esclavitud. Posee centena
res de casas y de huertos en todo el país; posee
bosques, praderas, sotos para la caza, lagos para
h pesca ; posee colonias en los oasis del desierto
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
Líbico y en el fondo del país de Canaán y cobra
en ella el tributo. La administración de estos do
minio.s exige tantos empleados y tantas oficinas
como la del reino: comprende innumerables di
rectores de cultivos y de rebaños, tesoreros de
veinte categorías para el oro, la plata, el cobre;
jefes de talleres y de manufacturas; ingenieros,
arquitectos, una escuadra y un ejército que com
baten a veces al lado de los ejércitos y las escua
dras faraónicas. En suma, es un Estado dentro
del Estado." Ahora bien; ¿ cómo el jefe de este
Estado, el dueño de estos tesoros puede conten
tarse con un aposento particular tan estrecho y
tan obscuro cual el que vemos en Luxor? La úni
ca explicación de tal anomalía es, sin duda, el
deseo de proteger el misterio de la existencia ín
tima del dios contra las curiosidades de los hom
bres. Sabido es que fuera de las personas de su
divina familia, de las favoritas de su harén, del
gran pontífice que preside su consejo, del gran
copero que le sirve a la mesa, del gran ayuda de
cámara que lo viste y lo perfuma, del gran mayor
domo que administra sus riquezas y del coro que
celebra en su honor los oficios diarios, sólo el so
berano tiene derecho a visitar a cualquier hora al
dios de los dioses. Hay, pues, que proteger el san
to retiro con el doble muro que lo obscurece y lo
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E. G ó ME Z CAR R 1 L LO
hace infranqueable. Hay que cerrarlo con puertas
de granito. Hay que ponerle, cada mañana, un
sello sagrado que ni el propio faraón puede rom
per sin la asistencia de los sacerdotes. Para sus
audiencias oficiales y para los grandes sacrificios
regios, lo mismo que para las asambleas de su
consejo y los juicios de su tribunal, el dios dis
pone de las inmensas galerías del templo. Sentado
en la naos de la sacra barca, con el rostro vuelto
liacia el Oriente, yérguese en plena luz y recibe
a los embajadores, juzga a los sacerdotes delin
cuentes, acepta la sangre de los holocaustos o di
rime los conflictos dogmáticos. Pero antes de sa
car la barca hay que consultar a Amón con mucho
respeto. "Si la estatua aprueba con un movimien
to de cabeza-dice Maspero-, la comitiva se for
ma; si permanece inmóvil, es que no quiere salir,
y entonces el pontífice le pregunta la causa de su
disgusto. Un día de la fiesta de Tebas, Amón ne
góse a mostrarse en público, y su mal humor se
a.tribuyó a las malversaciones que se acababan de
cometer. El jefe de los graneros, Tuthmosu, fué
citado ante el divino tribunal." En el relato que
el gra.11 egiptólogo hace de este proceso, vemos al
óios ejerciendo sus funciones de juez con una so
lemnidad enteramente humana. Sus asesores le
presentan las cuentas, le leen los sumarios, lo en-
2 7o
Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
teran de las diligencias practicadas en los alma
cenes de granos y en el domicilio del acusado.
Tuthmosu se defiende con energía, demostrando
<¡ue si ha habido, en efecto, irregularidades en el
manejo de los bienes de su ministerio, no se le
deben imputar a él, sino a algunos de sus subor
dinados. Los testigos declaran en favor del reo.
Al terminar los debates, el profeta Baknikhonsu
presenta al dios el legajo de la acusación y el de
!a defensa y le dice: "¡ Oh mi señor!, he aquí los
<los documentos del juicio: si tú escoges el· prime
ro, el escriba de tus graneros será castigado como
culpable ; si escoges el segundo, será absuelto. Tú
sabes distinguir el bien y el mal. Tú escogerá5
según la equidad." El dios señala entonces el le
gajo de la defensa, y Tuthmosu, lejos de morir
decapitado, vuelve a encargarse de la administra
ción de los graneros divinos.
***
Al salir del templo de Luxor con la imagina
ción exaltada por todas estas evocaciones de ex
traña religiosidad, las grandes masas de los mo
numentos sagrados nos parecen menos terribles
que algunas horas antes. Los dioses hieráticos y
humanos que son en sus palacios los reflejos del
rey, no inspiran, como sus hermanos de Siria y
2 7 I DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRILLO
de Caldea, un respeto lleno de terrores y de con
gojas. Más que en Jehová, en Baal o en Assur,
Amón hace pensar en las c1aras divirudades de
Grecia. Su voz no es una perpetua tempestad ·
amenazadora; sus fauces no se abren para devo
rar multitudes ; su presencia no inspira un incu-
. rabie espanto. Como el Zeus helénico, toma parte
c.n la existencia de los mortales y emplea estrata·
gemas mágicas para seducir a las mujere� que le
inspiran deseos. En las murallas del santuario de
Luxor vemos al grau dios egipcio penetrar en la
estancia en que la princesa Mutiemna lo espera y
entregarse entre sus brazos mortales a los place
res del amor. Esta es una, entre sus mil aventu
ras galantes. Y lo mismo que conquista. corazt>nes
femeninos, tranquiliza el alma de los que sufren,
venga a los que han sido ofendidos, defiende a
los que se hallan en graves peligros y cura a los
tnfermos. Su bondad es tan grande como supo
der. Sus misterios mismos son de una ingenuidad
infantil. Y por eso cuando contemplamos en la
apoteosis de las tardes tebanas sus maravillosas
mansiones desiertas, sentimos como una vaga nos
talgia de los siglos en que reinó sobre la tierra y
pensamos que tal vez no ha habido nunca en el
mundo una religión tan clemente y tan humana
como la suya.
2 7 2
Dia t,wd oy Google
XII
LA VIDA Y EL ALMA
DiaUwdoyGoogle,11
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E L secreto de las almas antiguas que los sabios
buscan en vano en los jeroglíficos de los tem
plos y de las tumbas yo me figuro, est'a tarde, des
cubrirlo entre las páginas de un libro de cuentos
milenarios. Uno tras otros, los héroes de la tragico
media cotidiana van apareciendo ante mi vista,
no como seres que resucitan, sino como persona
jes que no han muerto nunca. Tales cual los vie
ron los ojos rasgados de las damas de Tebas en
tiempo del gran Sesostris, así los veo. Vienen
riendo o llorando, vienen en busca de tesoros fan
tásticos o de aventuras galantes, vienen entre el
tumulto de las multitudes humildes o entre el sé
quito de los cortejos, vienen ingenuamente, ar
dientemente, y todos ellos parecen haber realiza
do el prodigio de aquel pobre Baiti que puso su
corazón en una rama de acacia, de tal modo sus
pechos palpitan en las hojas de mi florilegio.
La primera impresión al penetrar en el laberinto
de la existencia egipcia, es de asombro. No pode-
***
El estado de espíritu que esta creencia deter-
mina en la nación entera hace del egipcio el ser
más desigual del mundo antiguo. Día por día, el
2 8 o Dia t,wd oy Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
.
alma de cada uno cainbia, según las líneas del ho-
róscopo. El heroísmo y el miedo, el amor y el
odio, el entusiasmo aventurero y· el terror de la
;iéción, las grandes generosidad�s y los egoísmos
ieroces, todo, en una palabra, todo lo que es vida,
todo lo que es energía, todo lo que es pasión, está
subordinado al presagio de un mago, a los conse
jos de un calendario, a los signos de un astro.
Más que en el Amón de los templos faraónicos, el
pu,eblo cree en las siete hadas de Hathor que pre
siden a los nacimientos marcando la frente de
cada uno con el sello de la fatalidad. "Tú serás
feliz o desgraciado según nuestras palabras--dicen
las madrinas-, y nada podrá cambiar el rumbo
de tu destino." En buena lógica, esta creencia en
un porvenir trazado de antemano debiera dar a
las almas una serenidad igual a la de los musul
manes, que confían en lo que "está escrito". Pero
el genio de la· raza no se presta a la resignación
altiva. Aun seguros de no poder triunfar, todos
luchan. Para los casos más desesperados, los amu
letos y los exorcismos existen. Las tumbas nos
conservan los infinitos talismanes que cada muer
to hace poner entre las bandeletas de su último
traje. En la vida, los objetos dotados de un podei
misterioso son también muy, numerosos .y muy va-
riados. "Una figura del dios Bísu y de la diosa
2 8 1
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRILLO
Thueris grabadas en la cabecera del l�ho-dice
Maspero - aleja a los espíritus malignos; una
mano y un cocodrilo pintados en una tableta de
esmalte hacen huir a los vampiros que se acercan
a las cunas de los recién nacidos con objeto de
chuparles la sangre; las estelas en las cuales hay
un Horus de pie sobre dos cocodrilos, defiende
contra todo lo que muerde, pica y fascina; un es
carabajo de piedra, reanima el valor del soldado
que lo besa piadosamente. Todo es amuleto. Las
minúsculas momias verdes, azules o blancas que
vemos en las vidrieras de los museos, amuletos ;
1os monos y los ibis, los brazaletes y las sortijas
con signos enigmáticos, amuletos; los mil objetos
de formas raras que encontramos en las minas,
cabezas y piernas de buey, serpientes de cornalina
�nt>eras o cortadas, ojos místicos, manos abiertas
o cerradas, lazos de cintura, cruces de vida, frag
mentos de tela, vasos en forma de corazón, amu
letos." En los cuentos populares estos objetos se
animan de una vida encantadora. Hasta para el
más natural de los actos, el buen egipcio se cubre
el cuerpo de joyas misteriosas. Y si ninguno de
esos objetos puede nada contra el destino, en
<:ambio, cada uno de ellos sirve para proteger
contra los mil seres misteriosos que rodean al
hombre, y aun contra los dioses que, desde el
2 8 2
***
Los cuentistas populares, que son los que, en to
das partes, encarnan el término medio d� la mo
ral nacional, hablan de estas cosas sin la menor
indignación. No por ser liviana y venal la mujer
parece al hombre menos adorable y menos respe
table. De todos los pueblos de la antigüedad, el
q_ue más veneración siente hacia el sexo débil es,
por el contrario, el egipcio. La tebana, en todas
las épocas, y especialmente en el apogeo de la
grandeza faraónica, goza de una absoluta libertad.
En la burguesía es el alma del hogar. En las altas
clases es la flor divina de las tentaciones, el objeto
envidiable de los deseos. "La egipicia-dice Mas-
2 9 I
Dia t,wd oy Google
E. G ó ME Z CARRIL L O
pero-es la más respetada y la más independien•
te mujer del mundo. Como hija, hereda de sus
padres en proporciones iguales a sus hermanos;
como compañera, es la dueña real de la casa, y
su marido no pareoe sino su huésped privilegiado.
Sale, se pasea, vive a su antojo, habla con quien
le parece, sin que na;die tenga por qué censurarla.
Lleva siempre el rostro descubierto, al contrario
de la siria, su vecina, que va siempre velada. Va
vestida de corto, con una túnica blanca ceñida al
cuerpo y que la deja el pecho desnudo. En la
frente, en la barba, en los senos ostenta delicados
tatuajes indelebles. Se pinta los labios de rojo, y
en los párpados se pone una sombra negra que da
brillo a su mirada. La cabellera suelta, está, o bien
teñida de azul, o bien luciente de aceite. Anda con
los pies descalzos y deja ver los brazo desnudos
lo mismo que el pecho. Los días de fiesta se pone
unas sandalias de hojas de papiro o de cuero. Se
adorna con anchos collares de perlas o de cuentas
de crist:al, con brazaletes en los tobillos y en las
muñecas, con una guirnalda y alguna flor en la
frente." Y lo que esta mujer, ya sea princesa, ya
sea burguesa, hace de su libertad y de sus encan
tos, los cuentistas y los poetas nos lo dicen ... Pero
nos lo dicen, sin escándalo, casi con simpatía; nos
lo dicen entre suaves sonrisas que no hemos de
2 9 2
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
encontrar luego sino en los labios de Boccacio y
de Brantome.
***
En el cuento de Setni, el narrador no se digna
describirnos cómo es la estancia en la cual la bella
Tubuí recibe a su amante. Los cuentistas pica
rescos de Egipto, como los de España, le dan poca
importancia a los detalles suntuarios. Pero gracias
a los bajos relieves de los hipogeos, que reprodu
cen con el mayor escrúpulo el interior de las ha
bitaciones, podemos reconstituir, no sólo la alcoba
de la cortesana de Bubastis, sino toda su casa. Los
muebles son poco abundantes. Las damas europeas
de nuestra época que, por capricho, quisieran ha
cerse un palacete tebano y alhajarlo a la manera
antigua, no se explicarían la falta de voluptuoso
confort de las favoritas de Sesostris. En ninguna
parte se. descubren los divanes propicios a las mo
licies vaporosas. Esta pobreza corresponde a 1a
pobreza del sentimiento. No teniendo necesidad de
largos preparativos idílicos, el cuerpo de la egip
cia se contenta con el lecho, como su alma se con
tenta con el placer positivo. La cama, en efecto,
1a alta y amplia cama de varios colchones y va
rias almohadas, es lo único que se ve en la alcoba.
2 9 3
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E. G ó ME Z CAR R l L L O
¿ Para qué otra cosa en un país donde amarse sig
nifica, de un modo literal, acostarse juntos? En
cambio, para los placeres de la gula, más refinados
que los de la lujuria, el mobiliario es menos esca
so. Las bellas butacas con patas de leones y res
paldos calados, lo mismo que los lindos veladores
redondos, muy esculpidos y muy pintados, se re
servan para el comedor. Los grandes jarros de
esmalte con sus curvas esbeltas, las fuentes de
materias preciosas, los vasos redondos cual senos
virginales, los paños áureos, los platos con for
mas de aves o de peces, lo más exquisito que la
industria crea, en fin, es para el adorno de la
mesa. Más aún que en Grecia, en Egipto el acto
de comer es un rito. Herodoto nos cuenta que to
davía en tiempo de la dominación persa los ricos
tebanos tenían la costumbre de presentar, al prin
cipio de los festines, un sarcófago diminuto, y de
decir a sus invitados: "Contemplad al muerto que
tenéis ante la vista; un día vosotros estaréis tam
bién en la tumba; bebed, pues, bebed y comed y
divertíos". Los buenos vinos parecen a todos un
preciado don de los dioses. Antes de que los
banquetes toquen a su fin, los comensales están
borrachos. Desde el más humilde felah que apro
vecha los días de fiesta para ir a la taberna, hasta
el magnate que posee magníficas bodegas, no hay
2 9 4
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
nadie que desdeñe el beber. En este país, donde
el Nilo es el más venerable de los dioses, el vino
es el más adorable de los demonios. La abundan
cia de formas en la fabricación de las copas y de
las botellas es extraordinaria. Fuera del amor, el
único placer fuerte de los hombres es la embria
guez..
***
Las mujeres, afortunadas siempre, tienen el de
la coquetería. "Los más encantadores objetos del
arte egipci�escribe Gustave Jequier-son los
utensilios de tocador, hechos de maderas fin;::,s y
de marfil : cucharas para los perfumes, tarros de
pinturas, etc."
En una sociedad donde el bello sexo domina
con sus gracias libres y desnudas, no es extraño
que la industria ponga sus mayores recursos al
servicio del ídolo femenino. En el ocaso de la dé
cimaoctava dinastía, las mujeres, no contentas con
ser princesas, deciden también apoderarse del do
minio religioso. Los reyes de estirpe etíope reem
plazan al gran sacerdote de Amón por una sacer
dotisa, y los monarcas saítas, respetando este
ejemplo y aprovechándolo en beneficio de sus fa
milias, confieren el supremo sacerdocio a sus hi-
2 9 5
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E. G ó ME Z CARRILLO
jas. Pero aun sin necesidad de llevar tiaras sagra
das, la tebana es siempre respetada, adorada y co
diciada. Los hombres viven a sus pies. Un simple
paseo por las salas de la orfebrería antigua del
museo del Cairo, nos hace ver los maravillosos es
plendores con que el pueblo adorna la desnudez
de sus mujeres. Las suntuosas vidrieras de la rue
de la Paix o de Bond Street se enorgullecerían pu
diendo ostentar algunas de estas joyas. Con un
sentido del color que ningún otro pueblo ha tenido
nunca, los artífices de Menfis, de Tebas y de Sais
combinan las piedras de un modo tan hábil, que ni
los violentos contrastes de sus tonos chocan. El lá
pislázuli, la cornalina y la turquesa, que emplea
das sin discernimiento estético en una sola joya
producirían un efecto desagradable, fraternizan en
los brazaletes y en los collares formando conjun
tos deliciosos, gracias a los ligeros tabiques de oro
que los separan. Fuera de los pectorales regios,
que suelen parecernos demasiado pesados por el
amontonamiento de figuras simbólicas que los de
coran, todas las alhajas encontradas en las tumbas
tienen, dentro de su esplendor de matices, una
ideal delicadeza de líneas. Los artistas europeos,
empeííados desde hace veinte años en copiar las
orfebrerías antiguas, proclaman su asombro ante
ciertos modelos de una elegancia que nada ofrece
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LA ,SONRISA DE LA ESFINGE
de oriental. Hay guirnaldas, broches, collares y
pendientes que parecen, por lo fino del trabajo y
por lo rico de las materias, obras de un Lalique
o de un Tiffani. "La corona núm. 1oo-dice Flin
ders Petrie en su estudio sobre el museo cafrota
ei, quizá la labor más seductora y graciosa· que se
puede ver en el mundo: los hilos sinuosos de oro
que la forman deben armonizarse también con el
cabello, pues las florecillas que la adornan parecen
sembradas en la cabeza con la espontaneidad de
la naturaleza. Cada flor está sostenida por dos hi
los entrelazados. Las flores no son estampadas:
cada alvéolo está hecho a mano, con sus cuatro
piedras incrustadas." Esro. maravilla del arte egip
cio no es única. A cada paso, en las vastas gale
rías del Cairo, alguna ajorca, arlgún collar, algún
broche, algún pectoral, alguna guirnalda nos sor
prende y nos encanta con su belleza caprichosa.
Los obreros modernos se quedan pasmados ante
este refinamiento de la técnica, que, desde la épo
ca fabulosa de las primeras dinastías, parece lle
gar a su perfección. A mí lo que me pasma es el
sentido de lo decorativo, que da a los objetos más
vulgares una gracia armoniosa y pintoresca, pro
pia para lucir, con sus colores violentos, en el ám
bar de los cuerpos femeninos. Porque no debemos
olvidar que toda esta orfebrería es de un pueblo
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E. G ó ME Z CARRIL L O
que casi desconoce el traje y que no se digna dar
a sus túnicas ninguna importancia. En las estatuas.
vemos, en efecto, que el lino en que se envuelven
las caderas y los muslos nunca ostentan adornos_
Todas las pedrerías y todas las filigranas, todas
las perlas y todos los esmaltes, todas las cadenas.
y todos los collares están hechas para ser llevadas
en los senos, en los brazos, en los tobillos, y para
animar, gracias a sus notas fuertes de azul, de
rojo y de oro, la palidez morena de la piel.
Con una ciencia de la coquetería que hoy sólo
las damas de los gran-des harenes conocen, la
egipcia cuida su cuerpo del modo más refinado y
escmpuloso. En un relieve de hipogeo antiquísimo
vemos a una dama aristocrática en su tocador.
Diez esclavas la rodean, perfumándola, peinándo
la, puliéndola. Claro que no todas pueden permi
tirse semejante lujo. Pero todas, aun las muy po
bres, aun las muy humildes, tienen cu�dados infi
nitos para sus propias personas. Ni las esclavas.
desconocen la voluptuosidad de las abluciones co
tidianas y el lujo de las ajorcas y de los collares.
Una buena parte de lo que ganan, con tanto tra
bajo, los obreros, sirve para satisfacer el instinto
de coquetería de las mujeres del pueblo. Hoy mis
mo, en Egipto, vemos a las felahinas más mise
rables que pasan por las calles de las aldeas car-
29 8
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
gadas como asnos y que llevan siempre en los to
billos. y en las muñecas sus brazaletes de plata.
Lo que en Occidente nos parece superfluo, en el
Oriente es indispensable. No comer resulta, para.
una beduína o para una egipcia, menos doloroso
que no pintarse los ojos con alheña y no adornar
se el cuello con algún collar.
***
Lo más extraordinario para los que no conocen
sino e\ Egipto hierático, solemne y algo pedante
de los arqueólogos, es encontrarse, al penetrar en
la realidad Yiva de los cuentos populares, con un
pueblo ligero, trabajador, irrespetuoso, intrigante,_
sensual y benévolo. Los mismos faraones y los
dioses mismos que en los atrios ele los templos nos
intimidan con sus actitudes rígidas y amenazado
ras, anímanse, entre las anécdotas de los viejos
fabliaux tebanos, con una campechanería delicio
sa. A la inversa de lo que pasa luego en Atenas.
donde la alegría de los inmortales diviniza la vida,..
en Tebas a familiaridad de los hombres humaniza
a los dioses. Por más que uno se empeña en bus
car la imagen de aquel pueblo perpetuamente do
blegado por el látigo de los reyes, del cual nos
hablan los historiadores, en ninguna parte lo en-
2 9 9
o;,;1;rnd by Googlc
E. G ó ME Z CARRILLO
***
Para encontrar un cuadro doloroso de las mise
rias del pueblo, hay que recurrir a un escriba anó
nimo de Tebas, que pinta con colores sombríos la
existencia de los trabajadores de las ciudades.
"He visto-dice-a los herreros eu sus hornos ;
sus dedos son rugosos como la piel del cocodrilo;
su olor es como el de un huevo de pez. Los artesa
nos no tienen más reposo que los labradores; sus
<:2mpos son la madera o el metal; de noche, cuan-
do debieran descansar, trabajan y aun velan. El
barbero afeita todo el día, y sólo cuando come se
echa para descansar; va de casa en casa buscando
clientes, y se rompe los brazos para llenarse el
vientre. Al albañil le aguarda la enfermedad, por
que vive expuesto a las rá'fagas, construyendo pe
nosamente, atado al friso _y a los capiteles en for
ma de lotos; sus manos se usan; sus vestidos se
rompen; no se lava sino una vez al día; cuando
tiene su pan, vuelve a su casa y golpea a sus hi
jos. El tejedor, en el interior de su taller, es des
graciado: sus rodillas están al nivel de su estó-
3 o 3
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E. G ó ME Z CARRIL L O
mago; no goza del aire libre; para ver la luz del
día tiene 'que sobornar a los guardianes de las puer
tas. El arn1ero pena extremadamente, y cuando se
va a países extranjeros tiene que dar grandes su
mas por sus asnos. El cartero, cuando emprende
su viaje tiene que hacer testamento por temor de
las fieras y de los asiáticos, y apenas vuelve a su
casa debe ponerse de nuevo en camino. El teñidor
tiene los dedos hediondos a pescado podrido ; sus
ojos están cansados; pasa la vida cortando hara
pos. El zapatero es desgraciado y mendiga eterna
mente; para alimentarse es capaz de comerse el
cuero."
El cuadro, sin duda, resulta triste. Pero, en jus
ticia, es necesario confesar que los faraones, lejos
de provocar esta miseria de la población obrera,
se empeñan en remediarla. Las estelas reales de
jan ver el interés de los soberanos por mejorar
la condición del proletariado. Cuando un rey pue
de decir: "En mi tiempo el pueblo no ha sufri
do", lo hace grabar en términos pomposos, que
demuestran su. orgullo de buen patriarca.
***
En los eventos del pueblo, las imágenes de reyes
familiares, bonachones, amigos de proteger a lo.,,;
3 o 4
º' """'°'Google
LA SONRISA DE LA ESFINGE
pobres y siempre dispuestos a reir, soo muy nume
rosas. El hieratismo se queda para las esculturas
oficiales
El gran Usimarés se muestra paternal con sus
i.úbditos, bondadoso con sus servidores, débil con
sus hijos. Cuando Setni le cuenta la historia de
sus desventuras amorosas, el soberano, lejos de
enfadarse, exclama riendo:
-Ya te había yo dicho que si no devolvías el
libro robado en la tumba, te matarían; pero tú no
has querido hacerme caso.
Otro faraón muy poderoso, el ilustre Manakh
fré-Siamanu, "protector de la tierra entera" se
gún su cronista, muéstrase más lleno aún de bon
liomie que los anteriores. El rey de Etiopía lo en•
voute según todas las reglas del arte, le da qui
nientos azotes y luego lo encierra en .su palacio.
En un caso semejante, un monarca oriental, y
hasta un occidental, lo primero en que pensaría· es
c,n destruir los Estados de su enemigo. Pero Ma
nakhfré Siamanu rio cree que el pueblo entero de
ba pagar la felonía ·de un solo hombre, y así, en
vez de llamar a sus generales y de declarar la gue
rra a los etíopes, busca a un mago y le confía su
desventura. "Este mago, hijo de Panishi-dice el
c.uentista-, se hizo traer gran cantidad de cera
rura y fabricó con ella una litera y sus cuatro
3o 5
Diatizod�yGoo le
L11 1oftri1ci 1k la esfinge.
E. G O ME Z CARRIL L O
porteadores ; recitó una oración y sopló fuerte
mente, y así <lió vida a los portadores. Luego les
flijo :-Iréis al país de los negros esta misma no
che y traeréis al rey a Egipto al lugar donde está
el Faraón, y le daréis quinientos azotes ante el
Faraón; después de lo cual lo volveréis a trans
¡:,ortar al país de los negros ; todo en seis horas
de tiempo."
Otro soberano sin rencores es Rhampsinita, el
héroe de uno de los más curiosos cuentos saítas.
Este Rhampsinita posee un tesoro tan grande, que
ningún otro mortal lo ha tenido igual. Para escon
derlo hace fabricar una torre formidable y encie
rra en ella su oro, sus pedrerías, sus telas y sus
'objetos preciosos, segu ro de que nadie podrá ja
más robárselos. Los hijos del arquitecto real, que
conocen los secretos de ciertas piedras, penetran
una noche en la torre y se apoderan de lo que pue
den, diciendo: "-Volveremos luego todos los
días, y así nos llevaremos, poco a poco, lo que
queda". El rey, que visita a menudo sus tesoros,
nota en el acto el roho. Pero, lejos de quejarse, ha
ce como que no ha visto nada y pone una trampa.
Cuando los ladrones vuelven, uno de ellos cae en
d lazo. "De aquí-dice a su hermano--es impo
sible salvarme, y si me miran al rostro, en el acto
te prenderán a ti también. Córtame, pues, la cabe-
3 o6
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LA SONRISA. DE LA ESFINGE
za, para que no se sepa quién soy".-Así lo hace
el buen hermano. Cuando el faraón encuentra al
hombre decapitado, piensa que el único medio de
averiguair a qué familia pertenece es hacer colgar
el cuerpo en una plaza pública y poner centinelas
para que vean si alguien lo reconoce. Por la noche
el hermano emborracha a los guardianes del cadal
so y se lleva a su casa el cuerpo sin cabeza. Ante
tanta osadía y tanta habilidad, Rhampsinita se
siente lleno de admiración por quien de tal modo
se burla de su justicia, y le hace declarar por me
dio del pregonero público, que no sólo le perdona
la vida, sino que le da como esposa a una de las
princesas de su casa. "El ladrón-termina dicien
do el cuentista-tuvo fe en la palabra del rey y
fué hacia él. Y cuando el rey lo vió, admirólo mu
cho y le dió la mano de una princesa como al más
sutil de los hombres, capaz de afinar a los egip
cios, los cuales afinan a las demás naciones."
Un faraón extraordinario, y que más parece un
rey polaco que un monarca oriental, es el Ahmasi
de la "Historia de un marinero". Ahmasi adora
c1 vino, el amor y los cuentos. Un día bebe tanto,
que cae borracho y se duerme. "Por la mañana
dice el cronista-su majestad no logra levantarse,
Je tal modo su embriaguez es grande. Los corte-
, sanos que lo ven así exclaman:-¡ Es posible que
3 o 7
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E. G ó ME Z CA R R I I, L O
***
se
dioses del tribunal de Osiris. En la tierra, de lo
único que trata es de engañar a los funcionarios
y a los sacerdotes que, como admirústradores de la
justicia faraónica y como representantes de Amón,
encarnan las castas tiránicas por excelencia.
•••
.1
3 I O
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
Esta tiranía, por lo demás, no es nunca insopor
table. El alma del Egipto no tiene crueldades.
Cuando un ciudadano rico maltrata a alguno de
sus esclavos, la justicia lo declara indigno de po
seer seres humanos. "Una acción penal--dice Re
villout-basta para desposeer de su propiedad al
dueño que golpea a un siervo, lo que debe asom
brar a los que no conocen, entre los derechos anti
guos, sino el romano, basado en la fuerza bruta.
El derecho egipcio se funda en una moral religio
sa según la cual es un crimen maltratar a an hom
bre, y el esclavo es siempre un hombre dignv de
la protección de los dioses." El pueblo, pues, SO.:.
porta sin quejarse, y tal vez sin sentirlo, la doble
tiranía de los funcionarios y de los sacerdotes,
tratando de vivir lo menos mal posible y sirvién
dose de la astucia, de la paciencia y de la falta de
escrúpulos para conquistar un bienestar relativo.
Como no tiene ni grandes necesidades ni grandes
ideales, la gente desea, ante todo y sobre todo,
ganar dinero y gozar. Entre los consejos que el
moralista Ani da a su hijo, el primero y más im
portante es el de esforzarse por ser siempre rico.
Con el oro se suprime el perpetuo temor de los
jueces. Con el oro se compran los bellos trajes, las
joyas agradables, los buenos vinos, los ricos man
jares. Con el oro se asegura cada uno, en la exis-
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E� G ó ME Z CARRILLO
tencia del más allá, una tumba llena de delicias.
Con el oro, en fin, se obtiene el amor. Y lo que no
da d dinero, la magia lo da. Por eso el gran resor
te de la existencia egipcia es el ocultismo. Entre
los veinte o treinta cuentos que se conservan, son
muy raros aquellos en los cuales no intervienen las
fuerzas misteriosas. Hasta para organizar la:s más
vulgares distracciones! los reyes tienen necesidad
de recurrir a sus magos. "Que me traigan a Za
zamanku-exclama Sanafrui-, pues mi alma se
aburre, y sólo él puede encontrar el medio de dis
traerla." Cuando el brujo llega, dice a su majes
tad; "Dígnate encaminarte hacia tu lago y ordena
que te preparen una barca con todas las bellas mu
chachas de tu harén. Tu corazón se regocijará
cuando las vea� ir y venir. Yo arreglaré todo
lo que tú debes ver. Hazme, pues, llevar veinte
remos de oro y veinte remeras que tengan bellos
.cuerpos, bellos senos y que no sean madres.
Esas mujeres no llevarán sino velos transparen
tes como vestiduras". Así se hace. Y las mujeres
van y vienen remando, y el corazón de su ma'."
jestad cúrase de su aburrimiento al ver aquel es
pectáculo.
Para esto, claro está, un rey que no fuese egip
cio no tendría necesidad de magos. Pero en Te
�as nada puede hacerse sin hechicería. Además,
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LA SONRISA DE LA ESFINGE
con la misnia facilidad con que Zazamanku des
nuda a unas cuantas esclavas de amor, otro de sus
colegas en el arte de encantar imponen sus volun
tades a los dioses. "Hay palabras-dice Maspe-
1·o-que, pronunciadas de cierta manera, penetran
hasta el fondo del abismo; hay fórmulas cuyo so
nido obra irresistiblemente en los seres sobrenatu
rales ; hay amuletos cuya consagración mágica en
cierra un poco de la omnipotencia celeste. Por su
virtud, el hombre se apodera de los dioses y obliga
a Anubis, a Tlot, a Baistit, a Sitú mismo, a servir
le: los irrita o los calma, los aleja o los llama, los
obliga a trabajar o a l.uchar por su propia cuenta.
Ese poder formidable algunos lo emplean para sus
negocios, para la satisfacción de sus pasiones o de
sus rencores". Ahora bien, si los dioses poseen tan
grandes razones para temer el poder de los ma
gos, ¿ cómo los pobres hombres no han de temblar
ante ellos? Desde el faraón hasta el último felath
no hay, en efecto, un solo egipcio que no sienta
en el fondo de su alma un respeto infinito por los
encantadores. Dueños de desencadenar las fuerzas
de los espritus, de los fantasmas y de los mons
truos, los que han leído los libros ocultos de la su-·
prema sabiduría tienen en sus manos los destinos
de los infelices mortales. Con una sola mirada
causan las mayores desgracias. Todo el universo.
3 1 3
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E. GóMEZ CARRILLO
en fin, está a la merced de sus caprichos y de sus
pasiones.
Lo extraño es que, viviendo dominado p"r el te
mor de la magia y por la zozobra de los augurios
fatales, el Egipto aintiguo no caiga poco a poco en
u.na fiebre de terrores y d,e inquietudes perpetuas.
Con menos supersticiones, la Edad Media europea
se modela una mentalidad de congoja. Pero el fon
do del carácter tebano es tan claro, tan sonriente,
tan frívolo puede decirse, que logra sobreponerse
a todos los temores de lo sobrenatural. Fuera de
los instantes en que algún augurio funesto lo ame
naza, el súbdito del faraón piensa más en gozar
físicamente que en engolfarse en meditaciones so
bre las fuerzas supraterrestres. Cualquier circuns:..
tancia sirve de pretexto al pueblo para divertirse.
Los músicos y las danzarinas no tienen tiempo de
descansar. Las cortesanas, tampoco. El amor es
un rito universal, y el adulterio va siempre unido
al amor. Las mismas ceremonias religiosas con
viértense a menuido en verdaderas saturnales.
"Los textos del templo de Denderá--dice Moret
-nos describen una ceremonia que se celebra al
principio del año, el 20 d,e thot, después de la ven
dimia. En esta época la diosa Hathor y sus padres
salen del santuario llenas de júbilo. Las sacerdoti
sas enseñan a la multitud las estatuas sagradas al
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Dia t,wd oy Google
... _, -
LA. SONRISA DE LA ESFINGE
son de los címbalos_ y de los tamboriles. Durante
cinco días todos los habitantes de la ciudad se co
ronan de flores, beben sin medida, cantan y dan
zan desde por la mañana hasta por la noche." Y
esta fiesta no es única. Poco después se celebra la
bien llamada de la Embriaguez, y algo más tarde
estalla la formidable orgía de Bubastis, que con
tanta complacencia describe el ingenuo Herodoto.
El pobre pueblo que pena en los talleres y en los
campos aprovecha estas fiestas para olvidar sus
preocupaciones, sus fatigas y su miseria. El vino
)' la voluptuosidad son alegres en Egipto. Con
tal que ni las inquietudes ni las miserias atormen
ten sus almas, los buenos ciudadanos de Tebas
saben reir y cantar con cualquier pretexto. Com
parada con la existencia sórdida de la España del
"Lazarillo de Tormes", la vida del Egipto de los
cuentos populares aparece como un verdadero pa
raíso. Ni los mendigos, ni las celestinas, ni los tru
hanes tienen, en tiempo del gran Sesostris, esas
caras siniestras que nos espantan en los cuadros de
la época de Felipe II. Sin duda, los felahs, se la
mentan de las injusticias de los escribas, y los ar
tesanos reniegan de su mala suerte. Pero no hay
en sus gestos crispaciones desesperadas, ni en sus
palabras ecos desgarradores. ¿ Podrían, gobernados
<le otro modo, organiza.dos de una manera más
3 I 5 DiaUwdoyGoogle
E. G ó ME Z CARRIL L O
perfecta, llegar a una dicha superior? Puede que
sí. Sólo que no somos nosotros, los hombres del
siglo XX, que vivimos en medio de civilizaciones
más infelices aún, los que tenemos derecho a de
cirlo. Y en todo caso, tal cual lo vemos en los
cuentos que acabamos de leer, con su sensualismo
ingenuo y su resignación tranquila, con su ere•
dulidad infantil y su refinamiento artístico, con
su paciencia laboriosa y ·sus ideales de justicia,
con su tolerancia social y su fantasía religiosa, el
Egipto nos aparece como el más satisfecho de los
pueblos, porque en todos sus actos nos demuestra
que no tiene la menor noción de que pueda exis
tir, en el mundo entero, una suerte mejor que la
suya.
FIN
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-
ÍNDICE
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